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El legado de Eloy Alfaro, a los 99 años de su muerte

Por SÁNCHEZ RAMOS Joselias

A los 99 años de su muerte


El legado de Eloy Alfaro
Por: SÁNCHEZ RAMOS Joselías (*)
Manta, 28 de enero de 2011
joselias@gmail.com

Introducción

Desde el domingo 28 de enero de 1912 al viernes 28 de enero del


2011 han transcurrido 99 años de la muerte, arrastre e incineración
del General José Eloy Alfaro Delgado, pero él sigue vivo, vivo en
miles y miles de jóvenes manabitas y ecuatorianos a quienes les ha
enseñado que la libertad no se alcanza de rodillas y que la hora
más negra es la que está más cerca del amanecer.

Alfaro nos ha enseñado que el camino de la gloria requiere de


sacrificios, que la perseverancia, dignidad y altivez son atributos
ecuatorianos. Alfaro vive, vive en mi cerebro, en mi corazón y en
mis acciones, en mi familia y hermanos, en mis amigos, en mis
hijos y en mis nietos. Alfaro vive en cada ecuatoriano.

Alfaro es el futuro. No es sólo la recordación. Alfaro es el nuevo


sueño. No es solo la repetición de su epopeya. Alfaro es la vida de
quienes han superado el odio para construir la paz desde cualquier
lugar donde se ejerza la vida ecuatoriana.

Alfaro es el “perdón y olvido” que proclamó al asumir el poder del Estado después de 30
años de derrotas. Hombre extraordinario. El líder africano, Nelson Mandela, después de
sufrir 27 años de cárcel por orden de los blancos, asume la presidencia y proclama que
Sudáfrica es un país de negros y de blancos que deben convivir juntos. Son hombres en lo
que no cabe el odio porque están hechos para la inmortalidad.

Alfaro es una realidad cuántica, es una energía vibrante que surge de la tierra manabita para
crear un entrelazamiento del universo ecuatoriano y ejercer una superposición en el ser y
quehacer de su gente a quienes lega libertad para pensar y decir, a quienes lega laicidad
para pensar y ejercer esta libertad.

La muerte

Su muerte, ocurrida al medio día en el Panóptico García Moreno, es conocida, repetida,


comentada, recordada y exaltada. Participan ocho personas, según describe el historiador
manabita, Wilfrido Loor Moreira en su obra “Eloy Alfaro”.

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El legado de Eloy Alfaro, a los 99 años de su muerte
Por SÁNCHEZ RAMOS Joselias

Todo comienza en Guayaquil. Las fuerzas alfaristas son derrotadas en la batalla de


Yaguachi. Alfaro, 70 años, ha regresado desde Panamá a fines de 1911 para mediar entre
sus fuerzas y las del gobierno que preside Carlos Freile Zaldumbide. El Jefe del Ejército es
Leonidas Plaza. La rendición de Alfaro y su exilio voluntario es mediada por los cónsules
de Gran Bretaña y Estados Unidos. No habrá represalias.

Freile y Plaza nada respetan. Plaza detiene a Alfaro y sus lugartenientes. Freile ordena que
sean llevados a Quito. En Huigra se detienen para almorzar. Al italiano Catani, dueño del
hotel, Alfaro pide que lo despida de sus hijos, que acompañen a su madre, que no beban
nunca pues no hay nada peor que la embriaguez. “Dígales usted que voy a morir, pensando
en ellos, hijos queridos de mi alma”. (Pareja Diezcanseco)

El tren llega a Quito a las 11h15. Debía haber llegado a las 04h00. En un automóvil blanco
los conducen por la calle 24 de Mayo repleta de gente que ya había sido alertada. Insultos y
piedras. “¿Tiene miedo a la muerte?” pregunta Eloy a Medardo. “Ningún Alfaro ha temido
nunca al peligro. Sigamos al sacrificio”. Se llega al panóptico. Alfaro es el primero en salir.
Viste pantalón negro, chaleco blanco, levita azul marino, en su cabeza un sombrero
manabita y en sus manos un bastón puño de oro. Le siguen Flavio que está herido en la
pierna y Medardo Alfaro, Manuel Serrano, Ulpiano Páez y el periodista Luciano Coral. La
confabulación está en marcha.

Luis F. Donoso Escobar, soldado de las campañas de Huigra, Naranjito y Yaguachi en el


Ecuador Escolta, se refiere que “al regresar su batallón a Quito, el 28 de enero a las siete de
la mañana, sobre la ría de Guayaquil, a bordo del vapor Colón se hizo pública la noticia del
asesinato y arrastre de Alfaro, cuando este hecho ocurrió cinco horas después, a las doce
del mismo día”, describe Wilfrido Loor Moreira.

Las órdenes fueron precisas. “No dejen pasar a nadie, pero cuidado con estropear al pueblo
ni darle de culatazos”. Un centinela grita a la muchedumbre: “Tenemos orden de no
disparar contra el pueblo”

Ocho individuos son los primeros en entrar y con precisión se encaminan a la celda donde
están los prisioneros. Dos soldados con sus rifles, cuatro muchachos y dos criminales, relata
Loor Moreira. Entre ellos iba José Cevallos el cochero del Palacio Presidencial. La puerta
se abre de un golpe. “¡Silencio! ¡Que quieren de mi!”, increpa Alfaro. Cevallos le da un
barretazo y le dispara un tiro a la cabeza.

“¡En el nombre de Dios! prostitutas, ladrones y frailes, alargaron las manos sobre el
menudo cuerpo, a tantearle, a dejarle sin sonido, a desgarrar sus ropas, a tocarle alguna vez,
ídolo muerto. No podían hablar, pero reían. Se dieron placer en clavar las uñas y robarle.
Desnudo ya, descolgado de su aventura, le llevaron hasta el filo del corredor y de allí lo
aventaron contra el patio”. (Parejo Diezcanseco).

Siguen Páez, Medardo Alfaro, Serrano, Coral a quien le arrancan la lengua y finalmente
Flavio quien, herido y todo, opuso resistencia. Los cadáveres desnudos o con poca ropa
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interior son arrojados, de las celdillas al piso bajo y de aquí los entregan a la multitud que
los arroja del pretil del panóptico a la calle.

“En esta hora de odio, en que el crimen era una proeza y la multitud, ebria de furor, muchos
se disputan la hazaña de haber dado muerte a los presos”. (Loor Moreira)

El arrastre

El infame y salvaje arrastre de los cadáveres por las calles de Quito, es conocido, repetido,
comentado, recordado y exaltado. Participan una muchedumbre enardecida por el odio y el
alcohol y se acusa de autores intelectuales a los ex presidentes Leonidas Plaza, Lizardo
García, Emilio Estrada, los encargados Carlos Freire Zaldumbide, Carlos R. Tobar, al clero
católico, al arzobispo Federico González Suárez, los dominicos de Quito, al ministro de
Gobierno Octavio Díaz, al ministro de Guerra, general Juan Francisco Navarro, al cuñado
de Plaza, Juan Manuel Lazo y a otros que traicionaron a Alfaro, según reseña José María
Vargas Vila en su obra “La muerte del Cóndor”.

“Cuerdas oportunas fueron distribuidas. Todos desnudos. A unos de los pies, a otros de los
brazos, los arrastraban. Celia María León, La Pájara, se había prendido la primera y
marchaba cantando. La cabeza en compás. El jefe de guardianes del panóptico, Arroyo, que
había hecho disparos certeros de guía, brincaba de gozo. Y los niños descalzos, curiosos,
corrían en pos de los cuerpos, cuesta abajo. ¡Al Ejido!” (Pareja Diezcanseco)

El macabro desfile baja desde el Panóptico, por la calle Rocafuerte hasta la Plaza de Santo
Domingo. Varias mujeres, entre las que se identifica a Rosario Cárdenas, Mariana León,
Rosario Llerena, Luz Checa, se apoderan del cadáver de Flavio Alfaro. El sacerdote
Alfonso Ma. Jerves dice: “yo vi desde mi convento que el cadáver de Eloy Alfaro iba
arrastrado de cinco sogas, una al cuello, dos a las muñecas de las manos y dos a los pies y
lo custodiaban dos soldados con Manglicher a derecha e izquierda, este último arrastraba
también de su soga”. (Loor Moreira)

Hay alegría en todos los rostros. Las turbas se hallan resguardadas por las bayonetas. Desde
las ventanas aplauden frenéticamente. González Suárez calcula que una multitud de 20 mil
personas participa en el arrastre que, desde la Plaza de Santo Domingo, se divide en tres
grupos. Los cadáveres de Eloy Alfaro y Páez toman por la calle Guayaquil hacia la Plaza de
la Independencia de allí a El Ejido. Los cadáveres de Coral y Serrano siguen por la calle
Flores rumbo al norte. Los cadáveres de Flavio y Medardo Alfaro son llevados por la
Rocafuerte.

Mi padre, doce o trece años, desde El Cebollar, corre curioso. Se mete entre la multitud y
ve el horroroso arrastre. En su mente infantil queda grabada la escalofriante escena que nos
narrará con dolor. No entiende lo que ve. Escucha el nombre de Alfaro y muchos insultos.
¿Por qué lo odian y lo arrastran? Entre el horror y la curiosidad se propone conocer la tierra

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de ese hombre que queman, que insultan y que no le teme a la muerte. Cuando llega a
Manta, a sus catorce años, comprende por qué es la tierra de la libertad. Entonces decide
que tiene que casarse con una montecristense. Mi bisabuelo y abuelo materno, campesinos
montecristenses, también forman parte de las huestes montoneras. Nos sentimos orgullosos
de nuestro alfarismo.

La incineración

La incineración de los cadáveres en El Ejido de Quito, es conocido, repetido, comentado,


recordado y exaltado; Es la demostración del más puro fanatismo y de la más baja
condición humana. Es “La Hoguera Bárbara” que Alfredo Pareja Diezcanseco retrata en su
obra.

Roberto Andrade escribe: “Aquel como alud, grupo de brujas o arpías, en algazara y carrera
endemoniada; aquel cortejo de diablos con apariencia fúnebre fue a detenerse en el ejido
norte donde fueron incinerados los cadáveres, diríase entre danzas y gritos salvajes”.

Alfredo Pareja Diezcanseco, describe: “En el dilatado parque se partieron los despojos.
Gritos y saltos, una pierna jugaba de mano en mano, testículos arrancados pasaban por
sobre las cabezas. Y un bárbaro de ojos rojos pidió que le mirasen la prueba: levantó con
ambas manos un cráneo hueco, colmado de chicha, y se puso a brindar y a beber… Olor a
carne quemada hízoles abrir las narices. En la punta de una bayoneta, la barba de don Eloy
viajaba iluminada por las llamas”. Macabro. Fue un domingo de caníbales.

“Los cadáveres se colocan sobre las hogueras en posiciones inmorales en medio de los
aullidos en que se viva la Constitución, cuando en realidad debía gritarse, viva la
prostitución”, se lee en un folleto que se imprime en Panamá con los auspicios de Olmedo
Alfaro.

La mañana estaba lluviosa pero a las dos de la tarde, el día es claro y con mucho sol.
Aunque el grueso de la muchedumbre se ha retirado, la fiesta de la pira y los cadáveres
continúa. Llega la noche. La familia del Gral. Ulpiano Páez ha recogido ya su cadáver. A la
media noche la policía recoge los otros cuerpos para el reconocimiento judicial.

A las seis de la mañana de ese domingo 28 de enero, llega a Manta Leonidas Plaza con su
Estado Mayor y tropa. Sabe bien que la confabulación se cumpliría al pie de la letra. El
crimen de Estado se ha consumado.

La reivindicación, ¿para qué?

Si todo esto es conocido también es conocido la partida de defunción como consecuencia


del examen de cadáveres cuya incineración de casi 12 horas hacía imposible su

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reconocimiento y en las que, por obvias razones, no se incluyen declaraciones


testimoniales. De dos cadáveres sólo existía el tronco.

Si a lo largo de estos 99 años, el pueblo ecuatoriano viene conociendo los hechos, qué
importancia puede tener lo que relate la partida de defunción.

La Asamblea Constituyente, reunida en Montecristi (2008) rinde homenaje al héroe de la


libertad. Sus cenizas reposan en el mausoleo. Allí está la inspiración del maestro Ivo
Uquillas, esa misma inspiración que proyecta su monumento en la Universidad Laica Eloy
Alfaro de Manabí.

Su legado

Alfaro se reivindica a sí mismo, no porque lo declaren el mejor ecuatoriano de todos los


tiempos o porque designen como Ciudad Alfaro a la sede de la Asamblea o porque a su
tierra natal la declaren “Patrimonio natural, cultural e histórico”, no, sino porque Alfaro es
el único héroe ecuatoriano que nos ha enseñado la dignidad de ser ecuatoriano, el hombre
de la costa ecuatoriana que ha superado el complejo del crujir de dientes que se escucha en
las pinturas de Guayasamín.

Alfaro supera su propia muerte. No tiene parangón en la vida histórica de la República del
Ecuador. Alfaro es el hombre del optimismo y del valor. El hombre del perdón y olvido. Es
el hombre de la gloria y no de los complejos.

Alfaro no pertenece a nadie en particular, pertenece a todos. Alfaro es manabita, es


ecuatoriano y su legado forma parte de la historia y de la prognosis del Ecuador de hoy.

Es lo que reafirmo. Su legado no es el pasado, es el futuro, es ese “perdón y olvido” para


construir una cultura de paz que reivindique la especie humana, es ese imperio de la
libertad como atributo de la humanidad para ejercer y respetar derechos, cumplir deberes,
asumir responsabilidades en el reconocimiento de la plurinacionalidad ecuatoriana. Alfaro
es el vértice de la cosmogonía costeña del Ecuador. (Manta, 28 de enero de 2011)

(*) SÁNCHEZ RAMOS Joselías

Docente universitario, escritor y periodista ecuatoriano. Tiene estudios universitarios en Ciencias de


la Comunicación en la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí y en Ciencias Sociales, Políticas y
Económicas en la UTPL(Universidad Técnica Particular de Loja) Estudios de Postgrado en
Educación Superior, Pedagogía Compleja e Investigación Científica y Tecnológica(Diplomados);
Especialización en: Diseño Curricular por Competencias; y, Gerencia Estratégica en Comunicación
Organizacional. Es Coordinador Académico de la carrera de Periodismo en la FACCO/ULEAM,
Editorialista de Diario EL MERCURIO de Manta, Ecuador; miembro del Consejo Editorial de la
Revista CyberAlfaro, ULEAM; Editor de “Cuadernos de Cultura” publicación mensual del Grupo
Cultural Manta. Membresías en la Federación Nacional de Periodistas del Ecuador y Colegio de

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Periodistas de Manabí; Federación Nacional de Profesores Universitarios del Ecuador y de la


Asociación de Profesores Universitarios de Manta. Casa de la Cultura Ecuatoriana de Manabí,
extensión Manta. Actualmente se encuentra trabajando un libro de vivencias “En busca del palo
santo”. Dirección: Calle 110 y Malecón de Tarqui, Esquina / Móvil 092522573.Casilla Postal 13-
05-056 / E-mail: joselias2022@hotmail.com / joselias@gmail.com / Web. http://www.joselias.org

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