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“Abandonar la universidad fue una de las mejores decisiones que tomé”, dijo
Jobs a una audiencia en ese momento silenciosa. No le encontró utilidad a un
programa de estudios cuyo costo empobrecía a sus padres. Sin embargo,
persistió algunos meses como alumno libre tomando cursos sobre temas que le
fascinaban, aunque parecieran inútiles, como uno de caligrafía, que lo adentró
en una “sutileza artística que la ciencia no puede capturar”.
Eso le costó. Contó a los estudiantes cómo tuvo que dormir en el piso,
recolectar y vender botellas vacías de Coca Cola para comer. Y cómo cruzaba
caminando la ciudad una vez por semana para tener una cena respetable en el
local de los Hare Krishna.
Nada de lo hecho entonces parecía tener valor práctico, relató Jobs, excepto
como una suerte de trocha precaria hacia el fracaso. Pero, años después, al
diseñar la primera Macintosh, “todo lo aprendido regresó”. La clase de
caligrafía inspiró la tipografía de la Mac, que luego se generalizó gracias a la
copia de Windows. “Si no hubiera abandonado los estudios, no hubiera caído
nunca en esa maravillosa clase de caligrafía”, dijo Jobs.
Jobs habló luego sobre el terrible golpe que fue inicialmente para él ser
expulsado, a los treinta años, de la compañía que había creado (junto con
Steve Wozniak) y convertido en diez años de dos jóvenes en un garaje a una
empresa de, entonces, 4 mil empleados y dos mil millones de dólares de valor.
Pero, como “amaba lo que hacía”, decidió empezar de nuevo y “el peso del
éxito fue reemplazado por la levedad de ser de nuevo un principiante”. Fue, dijo
Jobs, “lo mejor que me pudo pasar”.
“Saber que voy a morir pronto ha sido lo más importante para ayudarme a
tomar las grandes decisiones en la vida, porque casi todo –expectativas,
orgullo, miedo de la vergüenza o el fracaso– se cae ante la faz de la muerte y
solo permanece lo verdaderamente importante”.
Jobs acababa de ver la muerte a una distancia de lectura. Poco antes le habían
diagnosticado cáncer al páncreas, cuya letalidad casi no tiene excepciones. Su
caso fue, al final, una de ellas.
Aunque, dijo Jobs, “nadie quiere morir, ni siquiera la gente que desea ir al
cielo”, la certeza de la muerte debe llevar a la autenticidad: “Su tiempo (de vida)
es limitado, no lo desperdicien entonces en vivir una vida ajena. … no permitan
que la voz de otros ahogue su propia voz, su corazón, su intuición”.
La exhortación final de ese extraordinario discurso fue tomada de una arenga
impresa en la contratapa de una publicación histórica en la contracultura (o
cultura alternativa) de los años 60, el “Whole Earth Catalog”: Stay hungry, stay
foolish.
¿Cuándo fue la última vez que escucharon eso en un curso de gerencia? Estoy
seguro que nunca. La creatividad no se expresa en Excel.
Hay otro factor frecuente en los creadores: una herida primaria, un dolor
recóndito en almas sensibles que una vida cuadrada y previsible jamás curará.
Así, la desventaja, el contraste, incluso el trauma son a veces el impulso que
lleva a lanzarse a esfuerzos ambiciosos, con el acicate del hambre que
conocen bien desde los artistas hasta los boxeadores, para lograr la
trascendencia que realice la creación y alivie u olvide el dolor.