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Boletín de la

Academia Nacional de Historia


–2–
BOLETÍN
DE LA
ACADEMIA NACIONAL
DE HISTORIA

Volumen LXXXV N° 179

Segundo semestre de 2007


BOLETÍN de la A.N.H.
Vol LXXXV N° 179
BOLETÍN de la A.N.H.
© Academia Nacional de Historia
Vol LXXXV N° 179
© Academia Nacional de Historia
ISBN-978-9978-92-555-3
Derecho de autor N°
ISBN
Diseño e impresión:
PPL Impresores. 2529762
Quito
Diseño e impresión:
flandazurippl@andinanet.net
PPL Impresores. 2529762
Quito
marzo 2008
flandazurippl@andinanet.net
Esta edición es auspiciada por el Ministerio de Educación
Esta edición es auspiciada por el Ministerio de Educación
ÍNDICE GENERAL

Editorial 7

HACIA EL BICENTENARIO 11
La gloriosa y trágica historia de la
independencia de Quito. 1808-1813
Hernán Rodríguez Castelo 13

ARTÍCULOS Y ENSAYOS 89
Espejo en el Río de la Plata
Carlos Freile 91
Bolívar y la incorporación de Guayaquil a Colombia
Jorge Núñez Sánchez 97
Semblanza de la ciudad de Quito en 1809
Andrés Peñaherrera Mateus 119

DISCURSOS ACADÉMICOS 143


La historia inmediata del Ecuador y la deuda histórica
con la sociedad ecuatoriana
Juan J. Paz y Miño 145
Bienvenida al Dr. Juan J. Paz y Miño
Jorge Núñez Sánchez 156
Bienvenida al Ab. Ramiro Molina Cedeño
Benjamín Rosales Valenzuela 162
Manabí: su historia - su nombre
Ab. Ramiro Molina Cedeño 165
Bienvenida al Sr. Eduardo Estrada Guzmán
Benjamín Rosales Valenzuela 179
La bandera del iris 1801-2007
El tricolor de la República del Ecuador 1830-2007
Eduardo Estrada Guzmán 183
Bienvenida a la Dra. Ana Luz Borrerao Vega
Juan Cordero Íñiguez 250
Población y territorio en Cuenca: 1850-1950
Ana Luz Borrero Vega 254
Bienvenida al Dr. Juan Marchena Fernández
Enrique Ayala Mora 275
Iluminados por la guerra. Liberales y conservadores
españoles ante las independencias de España y América
Juan Marchena Fernández 282

5
Bienvenida al Sr. Rodrigo Páez Terán
Eduardo Muñoz Borrero, f.s.c. 307
Correos, signos postales, filatelia: Visión histórica
Rodrigo Páez Terán 313

RECENSIONES 331

LA CASA DE LA ACADEMIA 347


La Academia en su sede 349
Discurso del Gral. Paco Moncayo 351
Discurso de inauguración del Dr. Mauel de Guzmán Polanco 355
Reporta je gráfico de la casa 363

VIDA ACADÉMICA 367


Palabras de Alicia Albornoz en la presentación del libro
América nuestra, de Miguel Albornoz 369
La etnomedicina en el Ecuador
Plutarco Naranjo 371
Ante el monumento de González Suárez
H. Eduardo Muñoz Borrero 380
Presentación del libro Maestro Alfonso Rubio,
el último Caspicara del padre Julian Bravo S.
Ximena Escudero Albornoz 383
Discurso de inauguración de la Biblioteca
“Jacinto Jijón y Caamaño”
Manuel de Guzmán Polanco 388

CONTRIBUCIONES 396
Ecuador y Chile, dos países hermanos
Víctor Eastman Pérez 398

MISCELÁNEOS 405

6
E
l Ecuador está a las puertas de una celebración de espe-
cial grandeza y enorme importancia: el bicentenario de la
independencia. La estupenda gesta que comenzó como
radical proyecto en la navidad de 1808, se hizo realidad en el
movimiento del 9 y 10 de agosto de 1809, se selló con la san-
gre de casi todos los actores el 2 de agosto de 1810 y volvió a
afirmarse como un Estado libre que se dio su estatuto en la
Constitución de 1812 –la primera Constitución ecuatoriana- y
defendió su autonomía heroicamente en campos de batalla
del norte y el sur frente a ejércitos virreinales.

Cómo ocurrieron acciones de tanta novedad en la América de


los albores de su independencia, cuáles fueron las causas y
circunstancias de cada uno de los tramos de tan ejemplar
capítulo de la historia patria y cuánto hubo de rebeldía, alti-
vez, heroísmo y afirmación de valores cívicos en sus directi-
vos y en el pueblo de Quito y ciudades que plegaron al movi-
miento, son asuntos que requieren de rememoración en este
bicentenario. Como en pocas ocasiones en esta la historia ha
de convertirse en maestra de la vida nacional que enseñe altas
lecciones de patriotismo y de afirmación de los rasgos más
nobles de la personalidad social y política del hombre ecua-
toriano.

Para ello hay que dar voz a la historia recogida en miles de


páginas de fascinantes documentos –que incluyen los proce-
sos seguidos a los revolucionarios de Agosto-. Hay que revi-
vir los hechos y sus protagonistas, rehaciendo con la mayor
fidelidad posible su circunstancia.

Y esta es empresa que, como ninguna otra, compete a la


Academia Nacional de Historia, cuya misión podría sinteti-
zarse en ser custodia e iluminadora de la historia patria. En
este número de su Boletín, la Academia quiere continuar res-
pondiendo a esas obligaciones que el bicentenario le plantea
-cometido que comenzó a cumplir en su número anterior de
este Boletín-. Y seguirá ahondando en estas tareas lo mismo
en sus siguientes boletines que en otras publicaciones y en la

7
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

divulgación por cuantos medios estén a su alcance del significado y


proyecciones de la gesta quiteña de 1808 a 1812.

“Hablando de cosas grandes, es necesario hablar con grandeza”, dijo José


Mejía en las Cortes de Cádiz, para justificar uno de sus largos y elo-
cuentes discursos. Aquí está la razón para que esta entrega del Boletín
de la Academia se abra con un ensayo que en esta hora de revistas
“light”, de la información generalmente ligera de internet y de la his-
toria y la cultura reducidas a pastillas breves de fácil digestión en los
medios de comunicación social podría parecer excesivo y desmesura-
do. Pero la grandeza y complejidad de lo que en este bicentenario el
país entero -y América- deben recordar y exaltar recomendaba comen-
zar por tentar una panorámica de todo lo que entonces aconteció y
vamos a rememorar. Sobre esa panorámica habrá de irse ahondando en
tantos aspectos y casos problemáticos como allí ocurren al correr a
veces vertiginoso de los hechos.

El resto de los materiales que esta nueva entrega del Boletín ofrece al
público interesado por la historia patria son trabajos que se han presen-
tado en momentos culminantes del vivir institucional de la Academia,
como son los solemnes actos de incorporación de nuevos académicos.
Esos discursos son estudios de gran rigor histórico que justifican la elec-
ción hecha por la Academia para que autores se integren a sus tareas y
responsabilidades. Cada uno de esos discursos de incorporación está
precedido o seguido por el discurso de recepción que lo comenta a la
vez que destaca su importancia y los méritos del flamante académico.

Otra parte del Boletín está dedicada a artículos. Ellos nos permiten
conocer en qué ámbitos y problemática histórica se mueven las inves-
tigaciones y hallazgos de miembros de la Academia, y, en casos, histo-
riadores que aún no se han incorporado a la corporación.

Por fin, esta entrega del Boletín da testimonio de una fecha para la
Academia Nacional de Historia del Ecuador memorable: el día en que
Quito, por medio del Alcalde del Distrito Metropolitano, hizo la entre-
ga formal de la nueva sede de la Academia, noble edificio espléndida-
mente restaurado por el FONSAL del Municipio capitalino. Dos discur-
sos destacaron la trascendencia del acontecimiento y ahondaron en el

8
E D I T O R I A L

sentido decisivo de la historia para un pueblo. “Es su memoria, y clave de


identidad”, sostuvo el burgomaestre quiteño. Por su altas calidades y lo
importante de su mensaje, el Boletín reproduce íntegros los dos discur-
sos, el del Alcalde de Quito, general Paco Moncayo Gallegos, y el del
Director de nuestra Academia, Dr. Manuel de Guzmán Polanco.

Por fin, el Boletín quiere destacar, en sendas recensiones, publicaciones


ecuatorianas últimas en el campo de la historia. Esta es una sección que
la Academia aspira a enriquecer en sus siguientes números. Autores
que deseen que sus obras se comenten en este medio -de circulación en
medios especializados de Ecuador y América, pero también en biblio-
tecas generales, instituciones educativas y medios de comunicación-
deberán remitir a la Academia la obra por duplicado, un ejemplar para
la biblioteca “Jacinto Jijón y Caamaño” de la Academia –abierta ya al
público- y el otro para el académico autor de la recensión.

Desde hace décadas -la Academia Nacional de Historia está a punto de


cumplir su centenario- este Boletín ha entablado un diálogo con histo-
riadores del Ecuador y de América y Europa; pero también con el
público interesado por la historia del país. Las inquietudes de esos his-
toriadores, pero también de ese público, han dado lugar a algunos de
los textos más interesantes e importantes del Boletín. Esperamos que
este diálogo enriquecedor se mantenga y aun avive en estas vísperas de
la celebración bicentenaria.

9
–10–
HACIA EL
BICENTENARIO
12
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA
DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO
1808-1813

Hernán Rodríguez Castelo

a proximidad del bicentenario del 10 de agosto de 1809 incita a los

L historiadores de la patria –y de la patria grande América- a ilumi-


nar acontecimientos de tanta trascendencia para la historia de
América. La presente panorámica, tan amplia como somera –sin
que haya en ello la menor paradoja-, no pretende esclarecer todos los
lugares obscuros de tan trepidante y complejo tramo del devenir histó-
rico, ni aventurar respuestas a todos los interrogantes que él ha plante-
ado sino dibujar el cañamazo en el que todas esos puntuales y segura-
mente más minuciosos estudios y análisis se inscriban. Y, para el
común de los lectores, revivir cuanto en ese capítulo de la historia
patria hubo de heroico y trágico, de importante y decisivo.

EL FERMENTAR DE UN DESCONTENTO

Hay hilos subterráneos que unen la Revolución de los Estancos y la


Guerra de Quito con los acontecimientos de 1808 y 1809 -porque la cosa
comenzó, como veremos, a finales del año 8-. Cuanto aproximaba, a
pesar del tiempo transcurrido, los hechos de aquel lejano 1765 con los
de agosto de 1809, dieron pie al mayor elogio que se haya hecho del
pueblo quiteño, encomio liberado de la menor sospecha de “patriotis-
mo”, pues quien lo hacía lo que estaba ponderando era, más que vir-
tud alguna, aberración y felonía.
El 29 de abril de 1811, el presidente de la Audiencia Joaquín
Molina –no reconocido por la Junta de Quito- escribía en informe al
Consejo de Regencia:

13
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

La experiencia tiene acreditado que las ideas características de la


Provincia de Quito son desde su cuna propensas a la revolución e
independencia . Este es el espíritu que ha animado a los padres; esta
la leche que ha alimentado a sus hijos; esto en lo que funda su soñada
felicidad; esto por lo que suspiran; esto, en fin, en lo que tienen pues-
tas sus miras y lo que meditan sin interrupción como el negocio más
importante. Una serie no interrumpida de pruebas convense1 que por
más que en apariencia duerman, velan sobre esta materia, y que en
tiempo de su mayor quietud, no cesan de tramar en silencio los arbi-
trios de poner en planta sus designios. El reconocimiento, sujeción y
obediencia a la Soberanía es y ha sido siempre estimado en el interior
de sus corazones como un yugo duro e insoportable, que han procu-
rado sacudir. Tales cosas se han observado desde la antigüedad de
Quito, que me atrevo a asegurar de este lugar que puede con mucha
razón decir de él V.M. con Isaías lo que en otro tiempo Nuestro Señor
de los Israelitas: Populus iste laviis suis honorat me, cor autem ejus,
longe est a me2

“Una serie no interrumpida de pruebas...”. Es, sin duda, la


serie que se venía amarrando desde los días del alzamiento de los
estancos.
Una de las espinas que las autoridades hispanas tenían clava-
da era que el motín de Quito había inspirado y hasta orientado el más
importante del tiempo en España, el de Esquilache. El 2 de diciembre
de 1765 habían llegado a Cádiz, en el Aquiles y La Concepción, noticias
de la rebelión quiteña. El embajador Osun escribía a Choiseul unos días
más tarde:

La nouvelle ... cause ici quelque sensation 3

Se sabía que el pueblo de Quito había impuesto condiciones


para restituir el orden. En carta de enero de 1766, Paolucci, embajador

1 Respetamos la ortografía de los textos de época.


2 Archivo de Indias, Sevilla. Cit. en J. Jijón y Caamaño, Influencia de Quito en la emancipación del
continent americano. La independencia (1809-1822), Quito, Imprenta de la Universidad Central,
1924, pp 27-28.
3 “La noticia... causa aquí sensación”. Ministère des Affaires Étrangeres (París), Corres-
pondence politique, Espagne. 544, fol. 324. Cit. por José Andrés-Gallego, Quince revoluciones
y algunas cosas más. Madrid, Mapfre, 1992, p. 344.

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de Módena, informaba que en Quito reinaba ya la tranquilidad, pero


los ministros regios habían tenido que contentarse con las “condiciones
dictadas por el pueblo de Quito”4. Y en el motín contra Esquilache, que
estalla en Madrid en marzo de 1766, el pueblo amotinado lograría del
Rey unas Capitulaciones.
Las noticias de la insurrección quiteña precedieron motivantes
y acompañaron los sucesos de Madrid -en julio seguían llegando nue-
vas y los servicios de inteligencia cortesanos procuraban hacerse con
las Relaciones de los hechos de Quito que circulaban, cuanto peor vis-
tas por el Poder, más tentadoras e incitantes.
Las noticias de Quito y Madrid fueron mecha que encendió
otros incendios en América. Atizó esos fuegos, nunca del todo apaga-
dos en Quito, Espejo, el último Espejo, el insurgente. Sin ese fuego y esa
pasión de las gentes quiteñas por ser libres no pueden entenderse ni
valorarse los sucesos de diciembre de 1808 y el 10 de agosto de 1809 y
cuanto de ellos se siguió5.

SU MISERIA ERA TANTA...

Ya a finales del siglo XVII una Audiencia hasta entonces prós-


pera se ha ido sumiendo en incontenible decadencia. Para el comienzo
del siglo XIX la situación ha cobrado caracteres dramáticos. Como
informaba reservadamente el presidente Barón de Carondelet al Virrey
de Santa Fe, su miseria era tanta “que no obstante su aplicación a la
agricultura y su industria en la fábrica de paños, bayetas, lienzos de
algodón, etc., que no teniendo ya con que pagar los Reales impuestos
y tributos, la mayor parte de ellos se ha visto precisada a vender sus
diamantes, perlas y alhajas, como también la Real Hacienda en vano
emprendería vender los fundos para cobrar los atrasos, pues que los
compradores y fiadores son tan insolventes como los deudores”6

4 Archivio di Stato di Modena: Cancelleria Ducale, Estero, 83, 2-c. Cit. Andrés-Gallego, ob. cit.,
344
5 Meritorio llamar la atención hacia los factores económicos que estuvieron detrás de estos
sucesos, como lo ha hecho Carlos Landázuri, al tenor del criterio dominante en la Nueva
Historia del Ecuador, pero sería tan antihistórico como no atender a estos factores el ignorar o
aun minimizar esta pasión quiteña, tan documentada históricamente.
6 Cit. por Neptalí Zúñiga, Montúfar, o el primer Presidente de América revolucionaria, Quito,
Talleres Gráficos Nacionales, 1945, p. 359.

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Hasta la agricultura, que era la reserva de esa economía atrasa-


da y dependiente, sufría quebranto. “La agricultura que ministraba
una abundante provisión de frutos, se ha atrasado tanto que los comes-
tibles son pocos y raros”, se lamentaba otro documento oficial del tiem-
po7.
A villas sumidas en la miseria por movimientos sísmicos y
rigores del clima se les seguía exigiendo violenta y exageradamente
contribuciones. En diciembre de 1803, Juan Pío Montúfar y Manuel de
Larrea y Jijón le reclamaban airadamente a Carondelet por los “mal
meditados e injurídicos procedimientos” de un administrador de Ren-
tas de Alcabalas de Latacunga.8
La decadencia económica condujo inevitablemente a una dis-
minución de importancia de la Audiencia, que se tradujo en su paso
del Virreinato de Lima al de Santa Fe. Y esto con algo aun más lesivo
para los intereses de Quito: por Real Cédula de 15 de julio de 1802 -ges-
tionada por Requena-, se creó el Obispado y la Comandancia General
de Maynas, haciéndolas depender de las máximas autoridades religio-
sas y militares del Virreinato de Lima. Quito no perdía jurisdicción
sobre la inmensa zona amazónica, pero su autoridad se veía enorme-
mente disminuida, dada la importancia que en esos territorios tenía lo
misional. Para colmo de abusos en contra de Quito, por Real Orden de
7 de julio de 1803, el gobierno militar de Guayaquil pasó a depender de
Lima, y desde 1806 hasta los asuntos comerciales, que se manejaban
por el consulado de Cartagena, fueron sometidos a la autoridad del
Virreinato limeño. Todo esto podía darse por la escasa atención que
prestaba a Guayaquil el virrey de Santa Fe Amar y Borbón y la codicia
con que lo miraba el de Lima, Abascal y Sousa.
El malestar quiteño por tales recortes de su autoridad se plas-
mó en reclamo oficial en una exposición que dirigió a Godoy, el pode-
roso ministro español, el presidente de la Audiencia de Quito, Barón de
Carondelet, el 21 de julio de 1804, pidiendo que se restituyera a Quito
la plena jurisdicción sobre Maynas y Guayaquil. Y, como medida que
evitase en lo futuro tales recortes de autoridad, reclamaba el ascenso de
categoría de la Audiencia, que la independizase por completo de los

7 “Exposición y solicitud de Miguel Ponce al Presidente de Quito Barón de Carondelet”, 2 de


mayo de 1800. Archivo de la Corte Suprema de Justicia. Cit. por Zúñiga, ob. cit., 359-360.
8 Actuaciones correspondientes al tiempo de la Real Audiencia de Quito, Corte Suprema de
Justicia de Quito.

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virreinatos vecinos. Proponía que la Presidencia de Quito, así indepen-


diente, fuese elevada a la categoría de Capitanía General -o Audiencia
pretorial-. Esta era, parece, ya antigua aspiración de las oligarquías
criollas quiteñas.9
Carondelet atendía a estos malestares de la aristocracia local
-con la cual mantenía muy buenas relaciones-, a la vez que se curaba en
salud de lo que pudieran tramar los levantiscos mestizos. Así las órde-
nes que impartió el 1 de junio de 1803 para que se cumplieran en el caso
de que “acaeciera alguna sedición, o alarma, sea de día, sea de noche” y
las providencias arbitradas por si el Presidente fuera tomado preso10.
Pero Luis Francisco Héctor, barón de Carondelet, murió, en
ejercicio de la Presidencia, en 1807. Notorio contraste con su adminis-
tración, sensible, inteligente y diligente, ofrece la de su sucesor, el vale-
tudinario Manuel de Urriez, conde Ruiz de Castilla, llegado a Quito el
8 de agosto de 1808, como si hubiera sido llamado al escenario para
convertirse en desmañada y casi grotesca marioneta de los sucesos
altos y decisivos que estaban por iniciarse.
Al tiempo que la nueva postura de la autoridad española irri-
taba a las aristocracias locales, llegaban a la inquieta ciudad noticias de
los acontecimientos que hacían tambalear las testas coronadas europe-
as. El bloqueo inglés impedía el paso de navíos españoles hacia
América. Pero algo se filtraba. En agosto de 1808 arribó a Cartagena el
capitán de fragata José de Sanllorente, comisionado por la Junta de
Sevilla, con noticias de los últimos sucesos españoles -del 2 de mayo a
la batalla de Bailén- 11 y del establecimiento de Juntas en España, a falta
del poder regio, secuestrado por Napoleón.
Esa era la noticia que más impactaba, sin duda: el colapso de
la monarquía española, y ella alentaba ideas autonómicas. América iba
a asistir a una cadena de estallidos y pronunciamientos comenzando

9 Cf. Alberto Muñoz Vernaza, Orígenes de la nacionalidad ecuatoriana, Biblioteca de Historia


Ecuatoriana, 8, Quito, Corporación Editora Nacional, 1984, pp. 90-98, y Carlos Landázuri
Camacho, “La independencia del Ecuador (1808-1822)” en Nueva Historia del Ecuador, Inde-
pendencia y período colombiano, Quito, Corporación Editora Nacional y Grijalvo, 1983, pp. 90-
92
10 Documentos publicados por Roberto Andrade en su Historia del Ecuador.
11 Noticia trasmitida por Cevallos: Pedro Fermín Cevallos, Resumen de la Historia el Ecuador.
Desde su origen hasta 1845, Lima, Imp. del Estado, 1870, 5 tomos. Nos interesa el t. III: 1809-
1822. Citamos por la edición contemporánea de más .amplia difusión y fácil acceso, la que
hicimos para “Clásicos Ariel”: Guayaquil, Publicaciones educativas “Ariel”, s.a. (1973), t.
79, p. 39

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

por las Audiencias donde más habían madurado las ideas de indepen-
dencia: Quito y Charcas. La forma viable para esas aspiraciones larga-
mente maduradas pareció el establecimiento de juntas soberanas,
según el modelo de las peninsulares.

LA PRIMERA CONJURA

El primer empeño de constituir una junta para Quito se dio en


la navidad de 1808, en la casa de hacienda “El Obraje” de Juan Pío
Montúfar, marqués de Selva Alegre, en los Chillos. En la cena en la rica
mansión se aprobó un “Plan hipotético” de Salinas -para el caso de que
España fuera tomada por los franceses y Napoleón quisiese invadir
América-. Otro sería, sin embargo, el plan con el que se llegaría a agos-
to de 1809: el “Plan del nuevo gobierno”, obra de Morales, y sujeto por
Morales, Quiroga y Antonio Ante a la aprobación de Salinas y otros
revolucionarios. De aquella navidad política se ha escrito que “al reti-
rarse los invitados la tarde del 25 de diciembre dejaron acordado el
proyecto de constituir una Junta Superior que represente la soberanía
del pueblo, aleje y prevenga la dominación napoleónica y rija los des-
tinos de la Presidencia de Quito”12.
Los conjurados comenzaron a buscar adhesiones para el pro-
yecto transformador con el sigilo que cabe suponer; pero asunto de tal
naturaleza difícilmente podía mantenerse dentro de los límites del
secreto, y ya en febrero hubo delaciones. Unos papeles de un doctor
Andramuño, que fuera amigo íntimo de Espejo, recogieron la noticia
de que el 1 de marzo, a las diez de la mañana, “se echó un bando, y la
misma hora en la noche fue preso el capitán Dn Juan Salinas, con seña-
les de reo de Estado. El jueves 2 se le tomó confesión; y el domingo 5,
por la noche, fue preso en Chillo el Marqués de Selva Alegre del mismo
modo, y luego el abogado Morales allí mismo el día 6”13. Fueron, pues,
arrestados y encerrados en el convento de La Merced, a más de Salinas,
el marqués de Selva Alegre y Morales, Quiroga, el cura de Píntag
Riofrío y el cura de Sangolquí.

12 Manuel María Borrero,La Revolución quiteña 1809-1812, Quito, Editorial Espejo, 1962, p. 21
13 N. Clemente Ponce, “Cuatro palabras del editor”, introducción a la publicación del
“Alegato de Quiroga”, Memorias de la Academia Ecuatoriana correspondiente de la Real Español,
Quito, 1922, p. 67, nota l.

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A la autoridad española el caso le pareció grave, y no se enga-


ñaba. Esa inquietud que venía de atrás -y sobre la cual vigilaba celosa-
mente el de Carondelet- se había traducido en un proyecto político más
o menos definido. En el movimiento -cuyos alcances la autoridad his-
pana, medrosa y miope, no conocía a ciencia cierta- estaba, como dije-
ra N. Clemente Ponce, “ el verdadero principio de la revolución quite-
ña” y “el programa que los próceres de nuestra emancipación plantea-
ron de manera clara y precisamente definida”14.
De acuerdo con lo que la conjura asustaba a la autoridad, los
interrogatorios se condujeron con enorme sigilo, procurando que nada
se trasluciese al exterior de ciudad de suyo ya alarmada por las deten-
ciones.
En marcha ya el proceso ocurrió un suceso pintoresco de esos
que hacen dar un giro a la historia. En los primeros días de abril, cuan-
do el español designado secretario para las diligencias procesales se
dirigía a palacio a dar cuenta al Presidente del estado de la causa, le
fueron arrebatados todos sus legajos. Esos papeles cayeron en manos
de todos los otros conjurados, que por ellos conocieron que los reclui-
dos no habían delatado a nadie. Y en cuanto a la acusación, toda ella se
quedó sin soporte alguno y los prisioneros debieron ser puestos en
libertad.
Un tiempo se creyó que esos papeles se habían extraviado o
hasta que se los había destruido; pero no era Rodríguez de Quiroga
quien tal lo sufriese. Tan importantes papeles “aparecieron en el estu-
dio de Quiroga”, según ese cronista presencial que fue Stevenson. La
publicación del alegato del ideólogo del movimiento no dejaría lugar a
dudas sobre la suerte por ellos corrida.
Parece oportuno volver a Quito, a los meses que precedieron a
esa navidad de 1808 y los que la siguieron, porque esos acontecimien-
tos a menudo descuidados por quienes se sitúan directamente en el 10
de agosto del año siguiente, confieren a este pronunciamiento impor-
tantes claves de sentido.

IBA MADURANDO LA CONJURA

William Bennet Stevenson, refinado viajero inglés, había arri-

14 Art. cit. en la nota anterior, p. 63

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

bado a las costas de Chile, en 1804, de diecisiete años. Y había comen-


zado un ascenso hacia el norte, rico de observaciones, datos y reflexio-
nes, que iban decantándose en notas con la inmediatez del cronista tes-
tigo. Preso en Lima ocho meses -por ser inglés y estar España en gue-
rra con Inglaterra-, liberado con suerte de una acusación ante la Inqui-
sición limeña puesta contra él por un dominicano, Urriez, conde Ruiz de
Castilla, que había sido nombrado Presidente de Quito, le pidió acom-
pañarlo convertido en su secretario. Y así es como para acá se vino este
magnífico cronista, que en los aciagos meses limeños había tenido
tiempo de meditar en las cosas de este mundo nuestro y de perfeccio-
nar su español. Los acontecimientos quiteños de 1808 a 1811 tendrían,
a más de varios otros cronistas locales, un corresponsal extranjero. El
año 11, cuando ejercía, por nombramiento de la Junta Revolucionaria
de Quito, la gobernación de Esmeraldas, el británico sería hecho prisio-
nero y enviado a Guayaquil, de donde escaparía para volverse al Perú.
Así terminó su período quiteño, que es el que nos interesa.
Este Mr. Stevenson publicó, de vuelta en Inglaterra, los tres
volúmenes de su Narración Histórica y Descriptiva de veinte años de resi-
dencia en Sudamérica15, (con unas pocas plumillas de un artista quiteño
residente en Londres, de apellido Carrillo).
Este cronista de privilegiado mirador titula el capítulo XXXI
“La revolución de Quito”, y lo hace arrancar de una función literaria.
Ello es que a la llegada de un nuevo Presidente la ciudad le
hacía recibimiento solemne y festivo, y parte de esas celebraciones era
teatro -hemos visto ya en los volúmenes anteriores el papel que el tea-
tro jugaba en los días festivos de esos tiempos barrocos.
Representáronse, por los colegiales de “San Fernando”, cuatro
piezas: Cato, Andrómaca, Zoraida y Araucana. No habían sido elegidas
inocentemente. “Todas ellas -ha escrito Stevenson- tendían a inculcar
en su diseño y argumento un espíritu de libertad, un amor a la libertad
y los principios del republicanismo” 16.
Era, seguramente, la Andrómaca del revolucionario e iconoclas-
ta Eurípides, de clara tendencia antiespartana, que condena la feroci-
15 William Bennet Stevenson, A Historical and Descriptive Narrative of Twenty Years´Residence in
South America... contains travels in Arauco, Chile, Peru and Colombia; with an account of
the revolution, its rise, progress, and results, London, Robinson & Co, 1825, 3. vls.
16 Citamos el libro de Stevenson por la edición de Abya-Yala: Narración histórica y descriptiva de
20 años de residencia en Sudamérica, Traducción de Jorge Gómez. Quito, Abya-Yala, 1994. P.
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L A G L O R I O S A Y T R Á G I C A H I S TO R I A D E L A I N D E P E N D E N C I A D E Q U I TO

dad de Menelao. Y Zoraida era la del español Nicasio Alvarez de Cien-


fuegos, patriota ferviente, condenado a muerte por los franceses en ese
mismo 1808 por la valiente tarea cumplida en la “Gaceta” y su partici-
pación en el alzamiento del 2 de mayo.
Ni el abotagado Conde -“viejo débil, sin talento”, lo ha pinta-
do José Manuel Restrepo- ni sus áulicos debían saber de las ideas de la
Revolución puestas en verso por el famoso poeta.
Pero hasta la intención que había presidido la elección de las
obras pasó inadvertida para las autoridades. Detrás de esa selección -y
acaso de la traducción de la Andrómaca- estaban dos personajes que
iban a desempeñar papeles protagónicos en los acontecimientos inmi-
nentes: Manuel Rodríguez de Quiroga y Manuel Morales. Los dos ten-
drán lugar en nuestro libro, en la parte de la prosa, y allí nos detendre-
mos algo más en su vida y obra. No habían nacido en Quito: Rodríguez
de Quiroga era oriundo de Chuquisaca17, estaba casado en Quito y,
hombre de letras, ejercía la abogacía con éxito, debido a su elocuencia,
y con oposiciones y rechazos por su índole independiente y brutal fran-
queza; Morales había nacido en Antioquia18 y había sido secretario del
presidente Carondelet; letrado de nombradía, era gran conocedor del
gobierno y la política imperiales -que se extendía, según Stevenson, a
la “comprensión de las intrigas que proliferaban en la corte española”-;
“activo y diligente, ambicioso y turbulento”, lo pintó Pedro Fermín
Cevallos.
Así iba madurando la conjura, escondiendo las intenciones
levantiscas a las autoridades -que habían perdido la perspicacia de
Carondelet- y mostrándolas a los americanos con voluntad de rebeldía
y alertas a lo que pasaba en la Península. Stevenson advirtió que “pese
a que el gobierno evitaba cualquier oportunidad de que la prensa infor-
me al respecto, los americanos residentes en España por aquel enton-
ces se ocupaban muy activamente en comunicar a sus amigos la verda-
dera situación de la Península, de modo que los americanos por lo
general estaban mejor informados de lo que ocurría que lo que estaban
los españoles residentes en América o incluso el mismo gobierno” 19.
17 Stevenson lo hace nativo de Arequipa. Para el establecimiento de su ciudad natal, que fue
Chuquisaca o Charcas, véase la parte biográfica en el capítulo dedicado a los Hombres de
Agosto.
18 Así Pedro Fermín Cevallos, Ob. cit., “Clásicos Ariel” 79, p. 47. Para Stevenson nació en
Mariquita.
19 Stevenson, ob, cit., 489

21
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Morales y Rodríguez de Quiroga, intelectual el primero for-


mado en la escuela de Espejo, discutían proyectos de independencia y
alentaban empresas de insurgencia local y americana. Cuando en 1807
acogió Rocafuerte al perseguido Morales, en su hacienda de Naranjito,
se enfrascaban en largas charlas en torno al obsesivo leitmotivo. “En
este tiempo -ha escrito el prócer guayaquileño- Morales y yo discutía-
mos largamente la cuestión de la Independencia de la América, convi-
nimos en que había llegado la época de establecerla; solo diferimos en
los medios de llevarla a cabo, y de obtener el mejor resultado. Yo era de
sentir que esperáramos a formar y extender la opinión, por medio de
sociedades secretas, de extenderlas al Perú y a la Nueva Granada, para
apoyarnos en tan poderosos auxiliares. El quiso todo lo contrario, y
que en el acto mismo se diese el grito de Independencia”20.
Todo esto forma parte de la trastienda -el background- de lo
resuelto la navidad aquella en la hacienda del Marqués. Después se
siguió atando cabos, previniendo posibles problemas y hasta sumando
adeptos.
Esto último es lo que casi echa por tierra todos los empeños. En
febrero de 1809, el capitán Juan Salinas, comandante de la infantería de
Quito -el militar tan necesario para la planeada revolución-, dio a cono-
cer el plan a un fraile mercedario de nombre Andrés Torresano. Le
habló “de un proyecto de las medidas que debían tomarse para asegu-
rar la libertad e independencia de este Reino, en el futuro e hipotético
caso de que la Francia sojuzgue la Metrópoli, y no quede ninguno que
legítimamente suceda al trono del S. D. Fernando VII”21. Torresano,
acaso perplejo, acaso aquejado de escrúpulos, consultó la cosa con otro
mercedario, fray Andrés Polo, y este Polo entrevió que algo perverso se
agazapaba detrás de esa fachada de fidelidad al Rey, y pasó denuncia
a José María Peña, y éste, a Manzanos, asesor general.22
Fue, pues, tomado preso Salinas, y, tras él, el Marqués de Selva
Alegre, Morales, Rodríguez de Quiroga, el cura de Píntag don José

20 Rocafuerte, A la Nación, Quito, Tipografía de la Escuela de Artes y Oficios, 1908, pp. 237-238
21 Alegato de Quiroga, cit. en nota 14, Memorias, p 73
22 Salinas, en su alegato dio esta versión del porqué de la denuncia hecha por Polo: “El caso
es, que el enemigo capital mío, como a V.E. consta, D. Simón Sáenz, abusando de la íntima
amistad que él, su hija Dña. Josefa y su marido el Auditor, tienen con el Padre Polo, siendo
éste compadre de ambos, y de su sencillez, contándoles de mi Plan, le influyeron e hicieron
creer era para República, impeliéndolo lo denunciase por tal”. Roberto Andrade, Historia
del Ecuador, T. II. Dos apéndices al Tomo I. Guayaquil,Editores Reed & Reed, s.a., p. 692

22
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Riofrío y Nicolás Peña. “Yo he visto dilacerado el honor de cinco ame-


ricanos de lustre, de nacimiento y de circunstancias públicas” -reclama-
ría Rodríguez de Quiroga en su Alegato-. Nosotros teníamos noticia de
seis. Faltó uno. ¿Cuál? Seguramente Riofrío, a quien por su condición
sacerdotal se le habrá excluido de la orden de prisión.
Para la prisión de los próceres no faltaban motivos. “Don Nico-
lás de la Peña -ha consignado el dato Jijón y Caamaño- propuso a su
primo doctor José Antonio Mena “formar república en esta provincia”,
extinguiendo el gobierno de la Audiencia y creando una Junta”23. Y
había cartas del Marqués de Selva Alegre que alentaban a que sus
corresponsales hicieran en sus sitios lo que había de realizarse en
Quito. “Morales -ha escrito el mismo distinguido historiador- aprobó la
carta de Selva Alegre”.
Una conclusión se nos impone con nitidez y es de la mayor
importancia histórica. Llegaron a ella Nicolás Clemente Ponce, en 1909,
y Jacinto Jijón, en 1922. Ponce escribió: “En la conspiración de 1808 se
halla el pensamiento genuino con que nuestros padres emprendieron
la obra legendaria de la emancipación americana”24, y Jijón y Caamaño:
“Era, pues, el plan pesquisado en Marzo idéntico al realizado en Agos-
to; los comprometidos eran los mismos e iguales las funciones a que
estaban destinados”.
Denunciado el plan de Salinas directamente al presidente Ruiz
de Castilla, este -según su secretario, el memorialista Stevenson- “dio
una comisión secreta al oidor Fuertes Amar para proceder legalmente
contra los individuos sospechosos”.
Puestos en prisión los al parecer conjurados, se instauró un
proceso secreto, con prácticas inquisitoriales -las quiteñas, que nunca
llegaron a torturas y otros crímenes de lesa humanidad-. “Se acudió a
todos los medios para evitar que la gente conociera sobre el estado del
proceso -recordaría Stevenson-; a ninguna persona se le permitió ver a
los prisioneros, a los cuales se les privó de los medios para comunicar
a sus amigos sobre los particulares de su situación; al secretario no se
le permitió que tuviera la asistencia de un amanuense”25. Detrás del
apunte se puede ver, del lado de las autoridades, el pánico a que la
rebelión cundiese en la levantisca Quito, y, del lado de la ciudad, el

23 Jijón y Caamaño, Influencia de Quito, ob. cit. p. 13. de mayo de 1922.


24 N. Clemente Ponce, ob. cit. en la nota 14, pg. 63
25 Stevenson, ob. cit. 491

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

clima de incertidumbre que debía reinar y la ola de rumores que ali-


mentaría las interminables tertulias a que tan afectos eran los quiteños.
Y entonces aconteció aquello despampanante ya dicho. Lo
cuenta Stevenson con parco laconismo inglés: “En los primeros días de
Abril, cuando Muñoz (el secretario del proceso) se dirigía al palacio a
informar al Presidente, sobre el proceso, le fueron robados los papeles”.

LA FILOSOFIA DEL GOLPE

Pieza capital del proceso era el alegato del Dr. Rodríguez de


Quiroga, y este estupendo discurso de exaltación del ideario de los
revolucionarios ni se perdió ni se lo hizo desaparecer por compromete-
dor, como hemos visto. “Esos papeles -dio la primera noticia Ste-
venson- llegaron a las manos de Quiroga” y él hizo de su pieza procla-
ma de libertad, “y propagó su contenido entre las personas que él juz-
gaba más apropiadas para confiarlos” (el plural porque el cronista
hablaba de los “fines”)26. Y, a vuelta de todo lo que aquí halla el histo-
riador, el de la literatura del tiempo da con un caso ejemplar de publi-
cista y de difusión de su obra más importante; en cuanto a la recepción,
se la puede apreciar, sin duda, por cuanto acaecería en Quito en los
meses siguientes.
El Alegato, muestra de la nueva prosa quiteña, es un soberbio
sermón laico. Que nos invita -y lo exige- a hallar en él lo que fue la filo-
sofía del golpe entonces abortado y que se daría el 10 de agosto de ese
1809.
El vicerrector de la Universidad no reniega de ese plan que
supuestamente había entregado Salinas al fraile Torresano; más bien lo
defiende como “sentimiento general de toda América”, y lo resume en
“constancia y fidelidad hasta el último extremo con el Sr. Dn. Fernando
VII; y si por desgracia falta éste y no hay sucesor legítimo, independen-
cia de la América, cualquiera que sea su gobierno”27. Morales no podía
saber lo que en ese mismo tiempo acontecía en España, con una Ma-
drid ocupada por las tropas francesas y hábiles y duras presiones por
el Emperador de los franceses que culminarían el 7 de mayo con la

26 Ibid. 493
27 Las citas del Alegato, publicado en las Memorias de la Academia Ecuatoriana correspondiente
de la Real Española, ver nota 14.

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abdicación de Carlos IV, en cuyas manos había puesto el día anterior


Fernando, el hijo y heredero, su propia abdicación: “He resuelto ceder,
como cedo, por el presente todos mis derechos al trono de las Españas
y de las Indias a favor de Su Majestad el Emperador Napoleón”. Tan
tremendas noticias tardarían semanas en llegar a América; pero el pers-
picaz y ducho intelectual que era Morales bien podía adelantar el la-
mentable final de ese Príncipe de Asturias al que Napoleón veía como
“muy estúpido”. De allí el curso del Alegato.
Rodríguez de Quiroga presenta a España como un régimen en
que la voluntad real no se consideraba omnímoda; era, por el contra-
rio, el caso de un Rey “sujeto por las leyes fundamentales del Reino a
los consejos, a los nobles o grandes y a las cortes que representaban los
derechos de los pueblos”. Que esto no se hubiera mantenido se debía a
“los abusos de la administración ministerial y favorita”. Recuerda el
docto americano la fórmula de coronación de Aragón, que pronuncia-
ba solemnemente el Justicia Mayor: “Nos, que valemos tanto como
Vos, os hacemos nuestro Rey y Señor con tal que nos guardéis nuestros
fueros y libertades y si non no”.
La argumentación, brillante, era radical: los monarcas españo-
les no pudieron por sí -“sin el consentimiento de los estados generales
de la nación en sus cortes”- abdicar el reino. Tras apoyarse en sólidas
autoridades, concluye que “ocupada España por los enemigos, cesa la
dependencia de la América”. Estudia la cesación de reinados y domi-
nios y da un paso más en sus conclusiones: España, vencida, “deja de
ser para ellas (las colonias) la Metrópoli, y desde que fuera vencida se
la considera como una provincia sojuzgada y reunida por la fuerza al
Imperio Francés”. América tiene, “fundadas en el Derecho Natural y
de Gentes, las razones legítimas” para resistir a Bonaparte.
Exhibe entonces un documento más directo que esos del dere-
cho: una carta “de nuestro caro y desgraciado Rey”, dirigida a los astu-
rianos, “en que les intima peleen para sí mismos, por sus libertades, y
por la resistencia al yugo opresor del déspota”.
Un delicado sofisma se emboza tras tan briosa argumentación:
identificar la lucha del pueblo español contra el invasor con la que él
propugnaba para los americanos. El pueblo español lucha por su
causa, “¿por qué -pregunta- no podrá hacerlo la América?, ¿cuál es la
diferencia para que en la península sea un entusiasmo heroico y en el
continente de América un crimen de alta traición?”.
Detrás de todas esas razones para probar ante las autoridades

25
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

españolas la bondad de las luchas americanas que esos adelantados de


la libertad impulsaban estaba lo que apenas podía formularse con niti-
dez -sin que se lo usase para probar el cargo de traición al estado de
cosas vigente-: ha llegado la hora de reflexionar sobre los derechos de
los pueblos a decidir su suerte por sí mismos.
Sustraídos los papeles del proceso, cabía que se lo reiniciase.
¿Por qué no lo hizo el fiscal Arechaga? ¿Pesaron “las muchas talegas
que dicen que le dieron los Montúfares”, como se afirmó en una de las
declaraciones del proceso28 ? ¿O fue, como lo sugirió Jijón y Caamaño,
que “era criollo y procuró justificar la conducta de los americanos”? ¿O
fue, como el propio acusado argüiría un año más tarde en su defensa,
“porque en la formación del respectivo proceso no se pusieron en ejer-
cicio las reglas, prevenciones y cautelas que son indispensables para el
claro descubrimiento de los delitos de esta naturaleza”29 ? Ello es que la
causa no se reinstauró y los ilustres prisioneros recobraron la libertad.

REVOLUCION Y NUEVO GOBIERNO

Los meses siguientes fueron de tensa calma -los conjurados,


sin duda, habíanse tornado más cautos-. Esa calma era turbada por las
noticias que llegaban de España. “Cualquier noticia llegada de España
-recordaba Stevenson- servía para aumentar la aprehensión y el desma-
yo de los gobiernos y de los españoles residentes en América”. Los
americanos que pensaban como Morales y Quiroga atenderían a esas
noticias en impaciente espera de la señal para resolver que la monar-
quía española había perdido sus derechos y debían crearse en América
Juntas como las que había en España. Así se supo que el l5 de junio, las
Cortes instaladas en Bayona habían elegido soberano a José Bonaparte.
La comunicación que enviaría la Junta quiteña a los cabildos de todas
las ciudades y villas de la Presidencia prueba que los quiteños conocí-
an el lamentable suceso. La señal, pues, estaba dada.
En contra de algunos más prudentes -acaso los que Zúñiga
llama los “criollos apergaminados”: el Marqués de Selva Alegre, Pedro
Montúfar, Salinas, el cura Riofrío-, los más impacientes y, por supues-
to, los más radicales, con Morales, Rodríguez de Quiroga y Ascázubi a

28 Proceso de la Revolución de Quito t. IX, Archivo Histórico Municipal, Quito.


29 Así en la acusación que presentó, como fiscal interino, en el proceso contra los implicados
en la Revolución del 10 de agosto de 1809. En la Revista del Museo Histórico, Quito, 1919

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la cabeza, creyeron en agosto de ese 1809 que no se podía aplazar más


la hora del pronunciamiento revolucionario. El 7 se reunió en la casa de
Ascázubi, convocado por Morales, un pequeño grupo, para que el pro-
pio Morales dictase el Acta de instalación de la Junta. Al día siguiente,
en una nueva reunión, más amplia, los representantes de los barrios de
Quito firmaban un poder “para que -según lo atestiguaría Salinas-
determinados sujetos executasen la Revolución”.30
Estaba todo listo para el 9. Para la noche de ese día, el de San
Lorenzo en el santoral cristiano, se organiza una fiesta para homenaje-
ar a Lorenzo Romero, hijo adolescente de uno de los conjurados. In-
vitaba doña Manuela Cañizares a la habitación que ocupaba en los
interiores de la casa parroquial de El Sagrario. La lista de los asistentes
a esa fiesta, que encubría otra, mayor, histórica, es la de los patriota
comprometidos. Cincuenta: Morales, Rodríguez de Quiroga, Arenas,
Vélez, Egas, Sierra, Paredes, Flor, Vargas, Romero, Saa, Cevallos, Ba-
rrera, Villalobos -Mariano, Francisco no asistió-, Coello, Correa -cura
de San Roque-, Castelo -presbítero auxIliar de El Sagrario, que también
residía en la casa parroquial-, los Ante -Antonio y Juan-, Padilla,
Pineda, Ortega, Donoso, Bosmediano, Checa, Larrea... Y un organista
llamado Pacho, el escribano Juan Antonio Ribadeneira y el procurador
Garcés. Salinas -según propia confesión- salió de la cama y llegó tarde,
cuando todo estaba decidido.31
Ya bien entrada la noche, Juan de Dios Morales tomó la pala-
bra para, en apasionado discurso, exponer las ideas -como lo sabemos
ya, largamente maduradas por él y por Rodríguez de Quiroga- que
fundaban el trascendental gesto político que iban a exhibir ante el
mundo. El imperio español rendido al poder napoleónico, la falta de
gobierno que amenazaba a las provincias con el caos en que ya se esta-
ba sumiendo la metrópoli, las Juntas como única salida. Y leyó el Acta
y Plan de Gobierno. Todos los presentes, vibrantes de emoción cívica,
aclamaron el pronunciamiento.
Procedió luego Morales a anunciar, barrio por barrio, los docu-
mentos que acreditaban a sus representantes, y barrio por barrio eligie-
ron a sus diputados, en las primeras elecciones de una nueva patria.
Acto seguido todos firmaron esa partida de nacimiento de la
patria a vida republicana, con sus representaciones, ministerios y fun-

30 En la confesión rendida en el proceso, 12 de diciembre de 1809.


31 Museo Histórico, 4, Quito, 1950, p. 13

27
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

ciones del Estado, que se leyó solemnemente, como pronunciamiento


de Quito:

Nos, los infrascritos diputados del pueblo, atendidas las presentes crí-
ticas circunstancias de la nación, declaramos solemnemente haber
cesado en sus funciones los actuales magistrados de la capital y sus
provincias; en su virtud, los representantes o delegados de los barrios
del Centro o Catedral, San Sebastián, San Roque, San Blas, Santa
Bárbara y San Marcos nombramos por representantes a los Mar-
queses de Selva Alegre, de Solanda, de Villa Orellana y de Miraflores
y a los señores Manuel Zambrano, Manuel de Larrea y Manuel
Mateu para que, en junta de los representantes que nombren los
Cabildos de las provincias que forman la Presidencia de Quito, com-
pongan una Junta Suprema que gobierne interinamente la Presi-
dencia a nombre y como representante de Fernando VII y elegimos y
nombramos por Ministros Secretarios de Estado a don Juan de Dios
Morales, a don Manuel Quiroga y a don Juan de Larrea,al primero
para el despacho de Negocios Políticos y de Guerra, al segundo, de
Gracia y de Justicia y al tercero, de Hacienda; de Jefe de la Falange al
Coronel Juan Salinas y de Auditor de Guerra a don Pablo Arenas.
Acordamos también la formación de un Senado, compuesto de dos
salas para la administración de justicia en lo civil y en lo criminal. 32

Pero el triunfo de la Revolución e implantación del nuevo go-


bierno dependían de las armas. Y el seducir a la tropa para que acatase a
la Junta solo podía hacerlo Salinas, por el inmenso ascendiente que tenía
sobre la tropa de la ciudad -150 efectivos-. Hacían guardia militares ya
apalabreados por Salinas, que le franquearon la entrada al cuartel, y el
Coronel hace formar la tropa en el patio y la arenga. ¿Con quién estaban,
con el usurpador Napoleón o con el rey Fernando VII? Todos están por
el Rey. Entonces les lee el pronunciamiento de Quito y les anuncia el
nuevo gobierno, de la Junta constituida como las de España.
A Villaespesa, comandante de la tropa, y al teniente Rezua, aje-
nos y seguramente contrarios al pronunciamiento, se los arresta en sus
casas con centinelas de vista. Y se puso guardia a las casas de regente,
oidores y más miembros del gobierno depuesto. Todo se había consu-
mado esa noche.

32 En Borrero, ob. cit,, pp. 24-25

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En la mañana, a primera hora, se cumplieron dos diligencias


indispensables, con la debida solemnidad. La primera la cuenta así el
propio secretario del depuesto Presidente:

Muy temprano en la mañana del día diez de Agosto de 1809, dos qui-
teños, de apellidos Ante y Aguirre, visitaron al Presidente trayendo
consigo una carta. El ordenanza que estaba en la puerta de la ante-
sala se negó a llevar carta o mensaje alguno a Su Excelencia a una
hora tan poco apropiada; pero Ante insistió en la necesidad de su
entrega inmediata, diciendo que contenía asuntos de importancia de
la JUNTA SOBERANA, un nombre nuevo tanto para los oídos del
ordenanza como lo era este cuerpo en América. El ordenanza desper-
tó al Presidente, y entregándole la carta le repitió las palabras que
había escuchado como una excusa por su inoportuno acto. Habiendo
leído la suscripción el Presidente - “De la Junta Soberana para el
Conde Ruiz, ex-presidente de Quito”- se vistió y leyó:

“El convulsionado estado actual de España, la total aniquilación de


las autoridades legalmente constituidas, y el peligro de la corona del
amado Fernando VII y sus dominios de que caigan en manos del tira-
no de Europa, han obligado a nuestros hermanos al otro lado del
Atlántico a formar gobiernos provisionales para su seguridad perso-
nal, así como para luchar en contra de las maquinaciones de algunos
de sus compatriotas traidores, indignos de llamarse españoles, y para
hacer frente a las armas del enemigo común; los leales habitantes de
Quito, resueltos a asegurar para su Rey y Señor la posesión de esta
parte de su reino, han establecido una Junta Soberana en esta ciudad
de San Francisco de Quito, a nombre de la cual y por órdenes de su
Serena Alteza el presidente y los vocales, tengo el honor de informar
a Usted Su Excelencia y anunciarle que las funciones de los miembros
del antiguo gobierno han cesado; Dios dé la vida a Su Excelencia por
muchos años. Sala de la Junta de Quito, 10 de Agosto de 1809.
Manuel Morales, secretario del interior. 33

La otra se realizó en la Plaza Mayor. El pregonero de oficio,


Clemente Cárdenas, leyó el primer bando de la Suprema Junta Guber-
nativa de Quito.
33 Stevenson, ob, cit. 493-494

29
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

El Marqués de Selva Alegre fue llamado de su hacienda de los


Chillos para que ocupase la presidencia de la Junta. Los revoluciona-
rios necesitaban del prestigio y ascendiente del acaudalado aristócrata,
sobre todo para la imagen que la Junta iba a dar hacia el exterior.
El mismo día 10, de febril actividad, la Junta emitió un “Mani-
fiesto al público”, con una versión más larga y razonada de sus moti-
vaciones. Ese Manifiesto de la Junta tuvo, suerte de respuesta o de eco,
algo más tarde34, otro, un “Manifiesto del pueblo de Quito”. Los dos,
nacidos del mismo espíritu, exponen las mismas ideas fundamentales,
y fueron una temprana muestra de comunicación institucional de los
revolucionarios. Son dos textos claves, que tuvieron decisivo efecto
sobre los habitantes de la ciudad que aún podían estar indecisos frente
a los tremendos acontecimientos que se vivían ya e iban a vivirse, y
parece que llegaron a varios destinos de América e inspiraron o anima-
ron sentimientos autonomistas. Del “Manifiesto de la Junta” escribió
Carlos de la Torre Reyes: “circuló profusamente en las principales ciu-
dades americanas e inspiró muchas proclamas de independencia” 35.
Para la historia de la literature ecuatoriana, esos dos textos resultan ser
las primeras páginas de una nueva escritura oficial, la republicana.
Desbordando los fríos límites del puro informe, son textos destinados
a convencer y mover, sin más medio que la escritura. Es decir, valgan
lo que valgan, literatura. En cuanto a su contenido, era el de la gran
transformación política puesta en marcha ese 10 de agosto, el momen-
to más alto e intenso de la historia de la ciudad de las revoluciones de
las Alcabalas y los Estancos.
El manifiesto de la Junta se abre con declaración radical y
valiente. Es “el pueblo que conoce sus derechos” y “que está con las
armas en la mano” el que “da al mundo entero satisfacción de su con-
ducta”; lo hace no por obligación -ya que no reconoce más juez que a
Dios- sino por honor.
Ha relevado del mando a un gobierno inepto. El conde Ruiz de
Castilla, decrépito, no ha gobernado y se ha dejado gobernar como un
niño, llevando el reino a una situación anárquica.

34 “Este hecho, posterior al 10 de Agosto” -dijo Rodríguez de Quiroga, su autor (como lo vere-
mos en su propio lugar) en su Defensa. Roberto Andrade, Historia del Ecuador, Apéndice al
T. I, p. 620
35 Carlos de la Torre Reyes, La Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809, Quito, Editorial del
Ministerio de Educación, 1961, p 223. Lamentablemente sin entrar en detalles de cosa tan
importante ni citar fuentes.

30
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Gran parte de ese descuido en el gobierno tiene que ver con la


pasividad frente a la desgracia del Rey.
Pero algo más reclamaron esos americanos resentidos -fue
Stevenson quien denunció en Morales y Quiroga resentimiento y afán
reivindicatorio de sus propios derechos-. Dura la primera formulación
de la queja: “No se nos ha tenido por hombres, sino por bestias de
carga, destinados a soportar el yugo que se nos quería imponer”.
Y los españoles europeos ni en la grave crisis de la nación espa-
ñola han hecho causa común con los españoles americanos; más bien
“ostentan una rivalidad ridícula” soñando en “conservar su señorío”.
Su política ha sido tratar de ocultar lo que pasaba en España y
seguir con celebraciones fatuas. Y los que conocían la situación europea
eran tenidos por sospechosos. La mejor prueba es la causa de Estado
“seguida contra personas de notorio lustre y de fidelidad al Rey a toda
prueba”. Proceso por el único cargo de “un plan hipotético de indepen-
dencia para el caso de ser subyugada la España y faltar el legítimo
soberano”. ¡Y se tacha a los procesados de reos de bonapartismo!
Los españoles europeos se han mostrado enemigos mortales
de los criollos y han perseguido a tan importantes encausados. “Con
que la conducta de estos para asegurar su honor, su libertad y su vida,
ha sido dictada por la propia naturaleza, que prescribe imperiosamen-
te al hombre la conservación de sus preciosos derechos”.
¡Cómo enlaza este último párrafo con los altivos reclamos de
Espejo en sus alegatos! Era el mismo espíritu, que ahora abría cauce en
el devenir histórico.
Era urgente emprender acciones. A España, si no se hubiese
adormecido, “no la hubiera sorprendido el francés en el letargo”.
Se presenta luego el caso español, contexto para entender eso
de la Junta. España, sumida en la anarquía, constituyó Juntas Parciales
de Gobierno, y para evitar la disgregación erigieron una Central Supre-
ma Gubernativa en Madrid. Pero, al entrar el Emperador en la penín-
sula, dominar todas las provincias y poner en el trono a su hermano
José, la Junta “profugó” hacia Sevilla, “y está reducida a mandar solo
en Andalucía”.
Este fue el punto más flojo de la argumentación, porque del
otro lado podía argüirse que el cambio de sede de un gobierno no alte-
ra los derechos que ese gobierno pudiese tener.
“Ni el Reino de Quito -se prosigue-, ni alguno otro de la Amé-

31
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

rica declarados parte integrante de la Nación española, reconocen por


tal a la Andalucía sola”.
Curiosamente, las conclusiones no necesitaban del dudoso
argumento. Son dos.
El mismo derecho que tiene Sevilla pra formar Junta Suprema
de Gobierno tiene cualquiera de los reinos de América. (La Central está
extinguida). Y, “habiendo cesado el aprobante de los magistrados, han
cesado también éstos sin disputa alguna en sus funciones, quedando,
por necesidad, la soberanía en el pueblo”.
Por el pueblo que conoce sus derechos se abrió el “Manifiesto”
y con el pueblo soberano se cierra. Eso era lo sustantivo de la Revo-
lución, que, para transigir con siglos de sujeción a un Rey que la pode-
rosísima Iglesia en aula y púlpito pregonaba de derecho divino, toma-
ba la forma de Junta provisional de gobierno, estableciéndose como se
habían establecido otras en la monárquica España.
(En el pliego que la Junta envió a los Ayuntamientos de Ibarra,
Popayán, Riobamba, Cuenca, y a las Asambleas de Otavalo, Latacunga,
Ambato, Alausí y La Tola, al pedir que se eligiesen representantes para
la Junta quiteña se decía que el sueldo de que tales representantes
gozarían era “según la soberana disposición del pueblo” 36).

POR LA NACIÓN Y LA PATRIA

El 16 se celebró un Cabildo abierto en la sala capitular de San


Agustín, con multitud del pueblo agolpada en patio y corredores del
convento. Allí, tras breve arenga del Marqués de Selva Alegre y ardien-
tes discursos de Juan Larrea, Rodríguez de Quiroga y otras figuras
menores, el Ministro de Estado Juan de Dios Morales leyó las actas y
presentó las acciones de la noche del 9 y mañana del 10, “y todos uná-
nimes y conformes, con reiterados vivas y aclamaciones de júbilo rati-
ficaron cuanto se había propuesto y ordenado”. Especial sentido tenía
tal ratificación porque Morales había invitado al pueblo para que “dije-
se cualquiera el reparo que tuviere que poner o que anotar sobre el
establecimiento de la Suprema Junta de Gobierno y lo dijese con liber-
tad puesto que ya se había acabado el tiempo de la opresión”.
36 Documento publicado por Nuevo Tiempo de Bogotá, 13 agosto 1943, reproducido por
Zúñiga, ob. cit. en nota 7, p. 412

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Concluye así la relación del acto hecha por el escribano de la


Junta, Atanasio Olea: “Concluida esta sesión tan plausible por la uni-
formidad y contento de los vecinos de todos los rangos y estados, se
extendió el acta más solemne que en nuestros días se ha visto y la sus-
cribieron gustosos todos los concurrentes autorizándola los Escribanos
de Cámara y Gobierno, públicos y Reales de esta Capital, quedando
desde este punto firme la Constitución Gubernativa e instalada la
Suprema de Quito con el aplauso y regocijo completo de más de 60.000
hombres que según las últimas enumeraciones había en esta ciudad”.37
Al día siguiente, en solemnísima ceremonia religiosa, con
representación de toda la sociedad y asistencia masiva de ciudadanos
se juramentaron los miembros de la Junta, que habían llegado a la cate-
dral por entre arcos triunfales con “inscripciones y jeroglíficos”. Tras
los juramentos de fidelidad al “Rey Señor Natural”, de rigor, y el de
conservar en unidad y pureza la religión católica, se juraba algo nuevo,
a tono con el tiempo que la Revolución inauguraba: “Y juramos, final-
mente hacer todo el bien posible a la Nación y Patria, perdiendo, si
necesario fuere por estos sagrados objetos, hasta la última gota de
nuestra sangre, y por la Constitución”.38
Presidió la ceremonia, vestido de mediopontifical, el obispo
José Cuero y Caicedo, orador sagrado, antiguo condiscípulo de Espejo,
vapuleado por este en su Luciano, y años después fundador con el
Precursor de la Sociedad Patriótica de Amigos del País 39. ¿Estaba allí
para aprobar, en nombre de la Iglesia de América, el altivo pronuncia-
miento de las gentes quiteñas, suscrito por sus barrios? ¿No era su
mera presencia, en los primeros días rehuida, signo de esa aprobación?
Hay un documento que desvela lo que el Obispo, a la cabeza
de su clero curial, sentía y pensaba en su interior en los días que prece-
dieron a la solemne ceremonia de la jura, mientras por fuera él y los
otros eclesiásticos oficiaban diligentes y presidían devotos. El pliego,
reservado en manos de la Priora del Carmen so pena de excomunión,
es un “Acta de exclamación” y constituye impresionante confesión.
Vale la pena leerlo íntegro, por farragoso y enrevesado que resulte:

37 La Relación del escribano Olea se publicó en Museo Histórico, n. 6, Quito, 1950


38 Relación del escribano Atanasio Olea, Museo Histórico, n. 6, Quito, 1950, p. 24
39 Dimos lugar al Obispo en nuestra Literatura en la Audiencia de Quito. Siglo XVIII, Ambato,
Consejo Nacional de Cultura y Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Núcleo
de Tungurahua, 2002,vol. II, pp. 1247 y ss.

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

En la ciudad de San Francisco de Quito, en catorce días del mes de


Agosto de mil ochocientos nueve, habiéndose congregado por su
Señoría Ilustrísima el Venerable Deán y Cabildo de este Palacio
Episcopal, para tratar y conferir lo que debían hacer en las difíciles
circunstancias en que se halla la Ciudad, previo el correspondiente
juramento que hicieron tecto pectore et corona, de guardar inviolable
sigilo hasta su tiempo por convenir así al decoro, honor y respeto debi-
do a la Sagrada Dignidad Episcopal, al Venerable Cuerpo Capitular
y a todo el Clero de la Diócesis. Hizo presente su Señoría Ilustrísima
la amargura en que se halla sumergido su corazón, por la repentina
e inesperada invasion, que hallándose a cinco leguas de distancia en
la Recoleta Franciscana del Pueblo de Pomasque, ejecutaron el diez
del corriente unos pocos hombres que se atrajeron a su Partido a la
Tropa y se apoderaron de las Armas, con cuya fuerza depusieron de
sus empleos al Excelentísimo Señor Conde Ruiz de Castilla, Presi
dente de esta Real Audiencia, Don José González Bustillo Regente, y
Don José Merchante de Contreras Decano de la misma; arrestando
sus personas, y las del Comandante de la Tropa Don José Villaespesa,
Teniente Don Bruno Rezua, Asesor General Don Xavier Manzanos,
Administrador de Correos Don José Vergara, y Regidor Don Simón
Sáenz en el Cuartel, y mudando el Gobierno con la creación de una
Junta llamada Suprema, Senado para el Despacho de las causas Civi
les y Criminales, y otros atentados que acreditaban bien los designios
perversos que se han propuesto, y las violencias que para su verifica-
ción pueden cometer. Que executadas así las cosas publicado todo por
bando, corrido oficios a todas partes, depuestos los señores Gober
nadores de Cuenca, Guayaquil y Popayán, según se dice públicamen-
te, se le han corrido Oficios y Diputaciones a Pomasque, para que su
Señoría Ilustrísima se venga a esta Ciudad, y presencie el Juramento
que tienen acordado hacer en la Iglesia Catedral el diez y siete de este
mismo mes. Que ha contestado accediendo a ello; pero con el designio
de no verificarlo, sino con el consejo de su Venerable Cabildo, y en los
términos que se acordaren, si pareciese conveniente a sus individuos.
Que su Señoría Ilustrísima se hace cargo y pone presente, por una
parte, que la asistencia a la Catedral al Juramento dispuesto autoriza
de algún modo con que se ha depuesto a los legítimos Magistrados y
constituyéndose otros que deben estimarse verdaderos Usurpadores
de la Real Audiencia, contraviniendo con esto al Juramento de fideli-

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dad que tenemos todos hechos a favor de nuestro Amado Rey y Señor
Natural Fernando Séptimo, y la Junta Suprema
Gubernativa del Reino, que le representa. Pero que por otra parte
reflexiona que hallándose los principales invasores en un estado de
verdadera locura, furor y ceguedad, no se conseguirá con la resisten-
cia del Prelado y su Clero otra cosa que encender más el fuego y sufrir
infructuosamente el Estado Santo de la Iglesia, atropellamientos,
vejaciones y desprecios. Que desde luego Su Señoría Ilustrísima y su
Venerable Cabildo con los demás Ministros del Altar sufrirían gus-
tosamente prisiones, destierros, y aun la misma muerte; pero que no
parará en esto solo; sino que los tiranos facciosos para llevar adelante
sus proyectos, derramarían ríos de sangre de este Pueblo inocente que
no ha tenido parte en sus crímenes. Que comprende que el impulso de
las pasiones vivas que hoy los agita, podrá templarse dentro de breves
días, y con más oportunidad se desbaratará esta máquina horrible, sin
causar a los fieles tantos males. Que para la consecución de esto, Su
Señoría Ilustrísima y su Clero, dirigirían al cielo sus más fervientes
oraciones y procurarán en las conversaciones en el tribunal de la
Penitencia y en cátedra del Espíritu Santo desengañar a los preocu-
pados y poco a poco ir disponiendo los ánimos para la reposición de
las cosas a su debido orden, y ser. Qu en esta virtud, estimándose
obligado a evitar los daños y deterioros de la Grey que se le ha enco-
mendado, conceptúa conforme a los dictámenes de la prudencia, no
precipitar las cosas por un celo ardiente, y poco conforme con el espí-
ritu de mansedumbre y lenidad que debe caracterizar a los Ungidos
de Dios vivo, y ceder por ahora a la fuerza y violencia de los mando-
nes que están respaldados de toda la Tropa y Armas. Que en conse-
cuencia le parece a Su Señoría Ilustrísima que se presten a la asisten-
cia a la Iglesia Catedral, Misa y Juramento que harán los Facciosos
baxo las protestas más Solemnes de no adherir a los principios que se
han propuesto los sediciosos, de no faltar a la fidelidad de Vasallos del
Rey Nuestro Señor, a los Votos que en esta razón tienen hechos y a
los principios de la Religión que nos mandan obedecer a los legítimos
Magistrados, que son los que indignamente han sido depuestos. Y
habiéndose conformado todos, y cada uno de los Señores Capitulares
con el parecer de su Señoría Ilustrísima, acordaron asistir a la Misa
y Juramento baxo la siguiente protesta que hacen delante de Dios.
Que de ninguna manera se entienda que su Señoría Ilustrísima, su

35
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Venerable Cabildo y el Clero hacen tal juramento; que solamente lo


presencian materialmente por la fuerza en que se halla constituida
toda la Ciudad, y para evitar no tanto el atropellamiento de los
Ministros del Altar que lo recibirán todo con resignación cristiana,
cuanto el derramamiento de la sangre del inocente Pueblo, por cuya
conservación únicamente miran. Que se mantienen firmes delante de
los Cielos y tierras en el amor, obediencia y fidelidad que profesan a
su Rey. Que no reconocen por legítimas Autoridades a las que han
constituido los insurgentes a nombre del mismo Pueblo que se halla
ignorante de todo. Que la aplicación del incruento sacrificio que ha de
celebrarse, sea precisamente por la restitución de nuestro prisionero
y venerado Monarca, prosperidad de sus invencibles armas y fideli-
dad de toda su vasta Monarquía. Y que para resguardo de su Señoría
Ilustrísima y su Clero, y el hacerlo constar a su tiempo ante la Sobe-
ranía y al Mundo entero, y que todos conozcan que proceden coactos
y sin libertad por sólo evitar los grandes males, que de lo contrario se
seguirán, se extiende esta Acta de Exclamación formal y solemne, y
cerrada y sellada con siete sellos se custodia por la Prelada de uno de
los dos Cármenes, imponiéndola en la carátula, precepto formal de
Santa Obediencia , y pena de Excomunión Mayor Late sententie de
guardar secreto, y no devolver el Pliego, sino a su Señoría Ilustrí-
sima, y por su muerte al Venerable Deán y Cabildo Sede Vacante, por
los daños que de su publicación pueden seguirse. 40

Es decir que la Revolución nacía con adversarios internos


poderosos y solapados -verdadera quinta columna-. Para obispo y alto
clero no pasaba de ser abuso de “tiranos facciosos” con sus “designios
perversos”. Y así se orientaría a cuantos acudiesen a los confesionarios
por consejos para bien actuar ante las novedades que Quito vivía.
Y en el Cabildo quiteño las opiniones, estaban lejos de ser uná-
nimes. Un precioso documento nos introduce en la sesión del 5 de sep-
tiembre de ese 1809, convocado para dar “en cabildo abierto” contesta-
ción a descortés nota dirigida al gobierno quiteño por el Cabildo de
Popayán. Allí el Regidor Pedro Calisto, refiriéndose al 10 de agosto,
manifesto que el Cabildo “no había parte en el acahesimiento del
expresado día ni se había contado.con él para nada”. Indignó esto a

40 El “Acta de Exclamación” se publicó en Museo Histórico, n. 29. Consta en el proceso seguido


a los revolucionarios de Agosto. La reprodujo íntegra Borrero, ob. cit. pp. 36-38

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uno de los patriotas más decididos, el Regidor Manuel Zambrano, y


repuso “que el Pueblo Soberano había instalado la Junta sin tener nece-
sidad de contar con el Cabildo porque había reasumido en sí todas las
facultades Reales”. Alza la voz entonces el Regidor Manuel Maldonado
y le replica: “¿Que cómo era eso de Pueblo Soberano viviendo el Señor
Don Fernando Septimo, y su Real Dinastía? ¿Como puede llamarse
Pueblo unos pocos hombres, que se hicieron convocar la noche del
nueve de Agosto?” Manuel Zambrano lo frenó con firmeza. Le opuso
“que si el Cabildo hubiese tenido algún derecho lo había perdido con no
haber representado cosa alguna en el día que fueron congregados en el
General de San Agustín”. Pero otros dos contumaces monárquicos, el
tristemente célebre Juan José Guerrero y José Salvador, insistieron en
que “conforme a las Leyes de España no había Pueblo Soberano, porque
el Reyno de España era Monárquico, y su sucesión hereditaria” 41
En la misma Junta se incrustarían realistas convencidos. El ya
nombrado Juan José Guerrero mostraría en el proceso que seguiría al
fracaso del levantamiento, bajo los juramentos de rigor, la postura más
reaccionaria: protestaría “que la junta de algunos plebeyos no repre-
sentaban al pueblo; que el Pueblo propiamente dicho nada tenía que
hacer en la formación de un Gobierno, con especialidad de las Indias”,
dando por válidos los derechos de conquista. Y confesaba paladina-
mente haber aceptado su vocalía con el empeño -secreto- de “restable-
cer las autoridades legítimamente constituidas” y, en cuanto a las expe-
diciones militares, “pudo usando de prudencia burlar y resistir esta
empresa”. 42
Y lo peor de todo era la postura hesitante y casi claudicante del
Marqués de Selva Alegre -a quien Stevenson pintó como “indeciso y
timorato”, “amigo del espectáculo y el alarde, pero temeroso de su pro-
pia sombra, como si ella se burlara de él” y que “al igual que el pavo
real, dejaba que su plumaje cayera al suelo e intentaba esconderse”; de
él, los burlones quiteños decían: “sus zapatos le quedan grandes”43 -.
Intimidado por la amenaza del bloqueo inminente dirigió el 9 de sep-
tiembre carta al virrey Abascal exponiendo las razones para haber

41 El documento –como documento 4- en Alfredo Flores y Caamaño, Descubrimiento histórico


relativo a la independencia de Quito, Quito, Imprenta de “El Comercio”, 1909, pp. XIII-XVI.
42 Todos los alegatos de Guerrero en su favor, que prueban su postura realista y cuanto hizo,
taimado, para que fracasase la Revolución –algunos de los cuales ocurrirán en su propio
lugar- en la obra citada de Flores y Caamaño..La declaración aquí citada fue también trans-
crita por Borrero, ob. cit. pp. 58-59
43 Stevenson, ob. cit. 496

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

aceptado la presidencia de la Junta: procurar “impedir los desórdenes


tumultuosos, tranquilizar los ánimos y reponer el buen orden”, y con-
fesaba un compromiso reservado con Ruiz de Castilla “de hacer todos
los esfuerzos más vigorosos para que se haga justicia a su mérito, repo-
nerlo a su puesto y reconocerlo públicamente como a jefe legítimo”.44 El
soberbio Abascal retaría al timorato Marqués como “irreflexivo” y lo
conminaría a que destruyera la Junta por “mala y ridícula”.
La Revolución de Quito no podía encerrarse en los límites de
la ciudad y comarca. La Presidencia comprendía también Cuenca y
Guayaquil. Uno de los primeros cuidados de los revolucionarios fue
dirigir comunicaciones a ciudades, villas y asientos de la Presidencia, a
los Ayuntamientos, que eran los que podían plegar a la causa, como
representantes de los pueblos. El texto de esa carta circular es clave
para ver como presentaban su acción hacia el resto de la Presidencia los
quiteños de la Junta.
Se proclamaba que, habiendo la nación francesa subyugado
por conquista casi toda España, coronándose José Bonaparte en Ma-
drid, y “estando extinguida por consiguiente la Junta Central, que
representaba al legítimo soberano”, el pueblo de Quito se había con-
vencido de corresponderle la reasunción del poder soberano, y había
creado otra Junta igual Suprema e interina para que gobierne a nombre
del señor don Fernando VII, “mientras Su Majestad recupere la Penín-
sula o viniese a imperar en América”.45
Cevallos recogió el texto de otra circular, que atribuyó al Mi-
nistro Morales. Acaso hubo hasta algún otro texto, con variantes debi-
das a los destinatarios. En el que trae Cevallos, que es cortísimo, la
parte medular pedía: “haga saber a todas las autoridades comarcanas
que, facultados por un consentimiento general de todos los pueblos, e
inspirados de un sistema patrio, se ha procedido al instalamiento de un
Consejo Central, en donde con la circunspección que exigen las cir-
cunstancias se ha decretado que nuestro Gobierno gire bajo los dos ejes
de independencia y libertad”, por lo que, informaba, la Honorable
Junta había elegido presidente al marqués de Selva Alegre.46 Cuesta
pensar que este texto, de tan avanzado y radical sentido republicano,
haya sido destinado a lograr adhesiones institucionales -así fuera de
cabildos- a la Junta quiteña.

44 Documento transcrito por Borrero, ob. cit. pp. 52-53


45 Así el texto de la circular como lo reproduce Borrero, ob. cit., p. 46.
46 Cevallos, ob. cit,, 79, pp. 50-51.

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Los cabildos de Ibarra, Otavalo, Latacunga, Ambato, Riobam-


ba y Guaranda reconocieron a la Junta quiteña.
En Guayaquil, el gobernador barón de Cucalón y Villamayor
rechazó lo actuado en Quito. La carta que dirige al Virrey de Santa Fe
tiene este pasaje que respira saña: “Quito no es posible que se conserve
en tan perverso estado, y si se me destina para su castigo, haré todo
cuanto convenga, y puede ser que logre a poca diligencia: es lugar que
debe ser arrasado, y no existir la mala raza de sus hijos” 47. Y a Quito, al
de Selva Alegre, le responde de modo sarcástico, insidioso y despectivo.
Cuenca, sin molestarse en responder, inicia preparativos para
marchar sobre Quito a sofocar el alzamiento. Ni en Guayaquil ni en
Cuenca los fanáticos realistas que tenían el poder se engañaron sobre el
sentido último del establecimiento de la Junta de Quito y sintieron en
riesgo sus privilegios y granjerías. Peor aún, Cucalón ya se veía, en pre-
mio del cruel castigo que infligiese a los alzados quiteños, nombrado
presidente de la Audiencia...
Los pocos guayaquileños sospechosos de simpatizar con las
ideas de Quito fueron vigilados. Rocafuerte fue puesto en prisión pre-
ventiva. En Cuenca los posibles revoltosos fueron apresados, y a algu-
nos se los envió a Guayaquil engrillados. Allí fueron tratados con la
crueldad y arbitrariedad que denunció el provisor Caicedo en su Viaje
imaginario -en duros pasajes de esa preciosa crónica de un testigo de los
hechos.
Popayán y Pasto rechazaron también a la Junta quiteña. En
Pasto, la respuesta a la circular -según Cevallos, la de Morales- fue un
bando en que se proclamaba que “toda persona de toda clase, edad y
condición, inclusos los dos sexos, que se adhiriese o mezclase por he-
chos, sediciones o comunicaciones en favor del Consejo Central,
negando la obediencia al Rey, será castigado con la pena de delito de
lesa majestad”.48
Entonces el centro quedó aislado. En el norte y en el sur se
aprestaron fuerzas represivas. De Lima partieron tropas por decisión
del virrey Abascal -el peor enemigo de cuanto oliese a insurgencia con-
tra el sistema colonial y su personal amplia área de influencia- y de
Santa Fe las envió el virrey Amar y Borbón.

47 Carta de 8 de septiembre de 1809, cit. por Zúñiga, ob. cit., p. 415


48 Cevallos, ob. cit., 79, p. 51

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

LA RESISTENCIA HEROICA

Había sonado la hora de la resistencia heroica; pero para que


ella fuese tan resuelta y masiva como iba a ser necesario hacían falta
tres factores de los que el movimiento quiteño carecía: el líder, la uni-
dad de las cabezas y el respaldo total del pueblo. La masa del pueblo -
como lo advirtiera Cevallos- nunca estuvo toda ella decidida por la
causa: su devoción al Rey no acababa de convencerse de los fervores
realistas de los “insurgentes” -como llamaban los chapetones a los
revolucionarios- y la gran mayor parte de los curas cumplían con celo
artero la tarea de zapa que les había encomendado el “Acta de excla-
mación” aquella a cuya suscripción secretísima hemos asistido; en
cuanto al líder, se nos ofrece enredado en su sólitos terrores y en pro-
cura siempre del pacto que dejase a salvo su persona, lujos y propieda-
des. De los otros aristócratas puestos a revolucionarios -más por el fer-
vor de los ideólogos de la causa y por las circunstancias, y hasta por la
novelería del caso, que por hondas y resueltas convicciones-, Cevallos,
historiador tan cercano a los sucesos, dijo que eran “afeminados y de
blandas costumbres”, que “veían con horror las violencias”.49 ¿Y cuán-
do se hizo una revolución sin violencia?
Pocas figuras se salvaban de esta general falta de carácter y
reciedumbre. Estaban, por supuesto, los ideólogos y apasionados pro-
pugnadores del nuevo proyecto político: Juan de Dios Morales y Ma-
nuel Rodríguez de Quiroga. Estaba el militar cuya acción había sido ya
decisiva y sería tan necesaria en lo futuro, Juan Salinas, ídolo de sus
soldados. Sin embargo, Salinas podía aportar entusiasmo momentá-
neo, apasionado, pero no tenacidad en el propósito. “El carácter de
Salinas -escribió Stevenson- era bien conocido por Morales y Quiroga.
Era todo un quiteño, volátil y voluble, que abrazaba cualquier objeto
con avidez, sin reflexión ni discriminación; Salinas perseguía ardiente-
mente en un principio cualquier esquema nuevo, pero lo abandonaba
con facilidad el momento en que dejaba de serlo, o cuando surgía
otro”.50 Estaba un grupito de abogados: Ante, Salazar, Arenas y Saa. Y
Juan Larrea, que, entre otras cosas, era poeta jocoso...
Se imponía organizar un ejército y fue Salinas -con tantos títu-
los para ello, como los exhibiría en su defensa- el encargado de hacerlo.
Con 2000 hombres puso en pie de guerra la Falange de Fernando VII.

49 Cevallos, ob. cit. 79, p. 46


50 Stevenson, ob. cit. 492

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Hubo en la exaltada ciudad un contagioso entusiasmo. Un


actor y testigo de los acontecimientos lo pintaría con viveza: “La
Falange de Quito, que ya está quasi completa, la gente con muy bella
Oficialidad en que se ha empleado la más lucida juventud de Quito
pretendiendo con ancia incorporarse en ella cadetes aun los niños de
dies a dose años, de modo que no se respira aquí otra cosa que entu-
ciasmo y Patriotismo aun en boca de las Señoras, que de nada hablan
con más gusto que de cosas del estado y de la libertad de nuestra Patria
ofreciéndose que en caso necesario contribuiran para el mantenimien-
to de las tropas con las más preciosas Alajas de su uso”.51
Hubo mucho entusiasmo, pero faltó rigor. “En la estructura de
la plana mayor -ha escrito Zúñiga- campeó por fatalidad la improvisa-
ción técnica, el privilegio, la recomienda y el apellido, constituyendo a
excepción de pocos valores en la pericia guerrera todo un desastre de
improvisación y desacierto”.52
Un sino trágico se cierne ominoso sobre la joven revolución. La
amenaza exterior es cada vez más inminente y más fuerte: son Lima y
Santa Fe, los virreinatos, los que se empeñan en aplastar un movimien-
to que despertaba simpatías en muchos americanos y hasta incitaba a
acciones semejantes. “Comenzaron a agitarse en los cabildos las nue-
vas ideas. Hubo levantamientos en Popayán, en Mompox” -ha escrito
Germán Arciniegas 53-, y en la junta convocada por Amar y Borbón con
las personalidades más distinguidas de Santa Fe, frente a los españoles
europeos y unos pocos americanos que se pronunciaron por llevar la
guerra a Quito, a someter por la fuerza a los revolucionarios, los crio-
llos -la mayor parte de la concurrencia- “pusieron en duda la legitimi-
dad del Gobierno de la Suprema Junta Central de Sevilla” y declararon
“justificada la conducta de los habitantes de Quito, como basada en los
mismos procedimientos y derechos que le dieron nacimiento a tal Jun-
ta” y hasta hubo quien opinó “que debía seguirse el ejemplo de
Quito”.54 Con rica documentación a la vista, Jijón y Caamaño pudo
resumir: “Los tres principales centros del Norte de América Meridional

51 Carta del Marqués de Villa Orellana a don Julián Francisco Cabezas, en Luis Felipe Borja
(hijo), “Para la historia del 10 de Agosto de 1809”, Boletín de la Sociedad Ecuatoriana de
Estudios Históricos Americanos, T. II, enero-junio, Quito, 1919, p. 431
52 Zúñiga, ob cit., 395
53 América mágica, Buenos Aires, Sudamericana, 1950, p. 190
54 Juan D. Monsalve, Antonio Villavicencio (El Protomártir), Bogotá, Imprenta Nacional, 1920,
pp. 59-60

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

se conmovieron profundamente con las proclamas de la Junta Sobe-


rana instalada en Quito, que hicieron pensar a los criollos que había lle-
gado el tiempo de realizar su aspiración: la de gobernarse por sí mis-
mos; hablóse en público y en privado de lo acontecido, regándose así
fecunda semilla. Caracas, Cartagena y Bogotá tuvieron, sucesivamen-
te, sus Juntas, en cuya instalación no pudo menos de influir el ejemplo
de Quito, por todos conocido. No en vano escribió Molina: “Este inicuo
plan (el de la separación de España) se ha seguido yá por muchos luga-
res de América confederados con Quito o movidos de su ejemplo”55
Pero por ello mismo, por ver tan peligroso el peligro de conta-
gio de las ideas quiteñas, crece y se fortalece la amenaza exterior, que,
sin duda, va a exigir resistencia heroica. Y, frente a ello, en las cabezas
del nuevo gobierno quiteño se delata falta de convicción sobre el espí-
ritu que había dado ser y daría su poder de resistencia a la Revolución.
El 5 de septiembre, cuando se discute en el Cabildo la descortés nota
con que el Cabildo de Popayán había respondido a la circular de Selva
Alegre, Juan José Guerrero, José Guarderas, Rafael Maldonado y el
ultramontano y traidor Pedro Calisto se redujeron a exaltar el amor al
Rey de España y a la religión; solo Manuel Zambrano y Pedro Montú-
far defendieron a la Junta y lograron que al fin prevaleciera la posición
contraria a la dura comunicación popayanesca.
Y al día siguiente, Presidente y vocales de la Junta presentaron
proposición firmada para que se restableciera a Ruiz de Castilla y de-
más viejas autoridades. Los ministros Morales y Rodríguez de Quiro-
ga y Salinas se opusieron indignados. Y otra vez se pronunció el pue-
blo de Quito, con motines que obligaron a salir de la ciudad y ocultar-
se a Presidente y vocales.
Estos sucesos dejaron el gobierno revolucionario en poder de
Morales y Quiroga, apoyados por Salinas, como jefe de las tropas. Los
miembros de la Junta, mirados con sospecha por el pueblo, la abando-
naron, salvo el Marqués de Selva Alegre, cuyas actuaciones eran cada
vez más equívocas.
Se envía embajadas a Cuenca, Guayaquil y Popayán en procu-
ra de apaciguar la violenta reacción de sus autoridades y buscar adhe-
siones a la causa. Pero a Cuenca se manda, en “imprudente nombra-
miento” (Cevallos), a Pedro Calisto, uno de los más contumaces realis-
55 Jijón y Caamaño, ob. cit. p. 16. Especialmente rica y sugestiva la nota 2. Lo de Molina, en
su informe al Presidente de la Regencia, desde Cuenca, el 29 de abril de 1811.

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tas, que hace de su misión gira de sostenidas traiciones. “Fue -como lo


ha recogido Cevallos- predicando ardientemente contra la revolución y
estableciendo el partido realista en las ciudades de Latacunga, Ambato
y Riobamba y más pueblos del tránsito que habían abrazado la procla-
mación del 10 de agosto”.56 Y a tanto llegó la felonía que desde Alausí
dirigió comunicación secreta al coronel Aymerich, jefe militar de Cuen-
ca, informándole sobre las debilidades del gobierno de la Revolución e
instándole a cargar sin demora sobre Quito. La exasperación a que
tamaños actos traidores llevaron a las gentes leales se manifestó en la
reacción de los comandantes Antonio Peña y Juan Larrea que ordena-
ron dar bala al traidor y, al no ser alcanzado por ellas, cargaron sobre
él, espada en mano.
Las otras misiones, si no convictas de doblez, sí lo fueron de
falta de iniciativa y de ineficacia. De los enviados a Guayaquil, el Mar-
qués de Villa Orellana no llegó a destino y José Fernández Salvador,
realista convicto, se quedó en el Puerto. A los enviados a Popayán el
Cabildo se negó a recibirlos por ser, se dijo, representantes de un go-
bierno espurio.

NO QUEDABA SINO LA GUERRA

Frente a la amenaza exterior no quedaba sino la guerra. La


suerte de la Revolución, como ha pasado siempre, estaba en manos de
los ciudadanos armados.
Un frente, al sur, era Riobamba. Allí había que detener a las
fuerzas realistas de Cuenca. Estaba a la cabeza del Corregimiento Xa-
vier Montúfar y Larrea, hijo del marqués de Selva Alegre, y fue nombra-
do coronel del ejército expedicionario del sur. Organizó una Compañía
de Milicias y otra de Dragones, destacó una Compañía de Milicias a
Alausí y envió dos destacamentos a Guaranda. Y solicitó a Quito arma-
mento, cuatro Compañías de la Falange y un oficial para el mando.
Pero acción tan apasionadamente asumida fue enfriada por
una carta de su padre, el Marqués. “Estoy trabajando incesantemente -
le confiaba- a fin de verificar mis deseos en la reposición del Conde”.57
Le prometía noticias -en ese mismo sentido de labor de zapa a la Revo-
56 Cevallos, o. cit., 79, 57
57 Carta transcrita por Borrero, ob. cit., p. 116

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

lución- y le encomendaba que “a la hora la comuniques a Pepe Larrea


y a los Gobernadores de Guayaquil y Cuenca”.
Esta lamentable carta lleva fecha de 2 de septiembre. El 5 de
octubre el Cabildo de Riobamba ponía fin a la paralítica acción de
Montúfar, decretaba la contrarrevolución -otra obra del traidor Calisto-
y apresaba al joven Corregidor.
El otro frente del sur era Guaranda, por donde debían subir
hacia Quito las tropas de Guayaquil y Lima. Nombrado Corregidor
José Larrea Villavicencio, patriota a toda prueba, desde que se posesio-
nó de su función, el 20 de agosto, desplegó intensa actividad para obs-
truir caminos y construir fortificaciones. Pero al frente de parte de los
refuerzos pedidos al centro llegó otro traidor, un sargento mayor Ma-
nuel Aguilar, del que tendría que deshacerse. Con los efectivos dispo-
nibles, Larrea montó un real frente de defensa. Cercano ya el ataque de
las fuerzas de Guayaquil, reforzadas por las enviadas desde Lima por
el Virrey, el leal y valiente Corregidor comenzó a sentirse solo. Y el 6 de
octubre le cayó encima la noticia de que el Cabildo de Riobamba se
había pronunciado contra la Revolución. Finalmente, el 11 un grupo
realista, a las órdenes del antiguo Corregidor, sometió el cuartel y
Larrea Villavicencio debió escapar.
Y estaba el norte, el ultrarrealista Pasto, y, detrás de él, Popayán.
En Otavalo, el flamante Corregidor José Sánchez de Orellana,
hijo del marqués de Villa Orellana, levantó tropas de milicia -y en
Cayambre, Tabacundo, San Pablo, Cotacachi y Atuntaqui-, venciendo
la oposición de curas españófilos. Organizada esta milicia hasta el 23
de agosto marchó hacia la frontera de Pasto. El Corregidor de Ibarra
fabricaba armamento.
La expedición a Pasto fue puesta a órdenes del teniente coro-
nel Francisco Xavier Ascázubi. Se le había adelantado cumpliendo una
de las tareas revolucionarias más ejemplares de esta hora el cura José
Riofrío, que con su prédica mantenía alto el espíritu de los destacamen-
tos de Tulcán -impacientes por la acción, pero sin armas, que nunca
acababan de llegar-, y granjeaba partidarios para la causa en Ipiales,
Cumbal, Túquerres y Pasto. Cuando llega la Proclama de la Junta Cen-
tral, “he mandado -refiere- a sacar unos cuantos ejemplares para repar-
tirlos. Lo leí públicamente y los más rústicos entendieron al instante”.
Fue Riofrío, cura de Píntag, sacerdote de confianza del Marqués de
Selva Alegre -lo vimos-, uno de los que sintieron recelo de dar el golpe

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el 10; pero, hecha la Revolución, se entregó apasionadamente a defen-


derla. Sus cartas a Morales -el ministro que el perspicaz cura sabía lúci-
do y de honradez revolucionaria a toda prueba- constituyen documen-
to vibrante de esta hora decisiva para la joven patria. Y documento crí-
tico inapelable, aun en su más extremada dureza. “Una expedición mal
dirigida y la total falta de armas ha puesto en manifiesto riesgo nues-
tros quinientos hombres que están acuartelados y a todo este fiel vecin-
dario” -le escribe el 15 de septiembre, y el 2l le trasmite su malestar por
la demora injustificada de Ascázubi en Ibarra, “que nos ha hecho ya
difícil la toma de Pasto y puesto en riesgo a nuestros aliados”. “Qué
hombres de tan poco honor y vergüenza” -se indigna. Importa añadir
que esas cartas muestran a Riofrío como hombre de letras y, literaria-
mente, son destacada parte de la producción epistolar del período.
Indignante y dolorosa la crónica del fracaso de las armas de
Quito en su campaña del norte, que puede seguirse de estación en esta-
ción por las cartas del doctor Riofrío. El 16 de octubre se decidió la
suerte de esa campaña en el paso del Funes. Fue aquella, que Monsalve
llamó “el primer combate de la independencia”, una derrota con con-
secuencias trágicas porque no se pudo organizar una retirada ordena-
da, que mantuviese capacidad de resistencia.
Quedaron las tropas del norte -que iban a decidir la suerte de
la Revolución- en situación penosa: les faltaban hasta los alimentos
indispensables. Debíase ello, en gran parte, a la traición de tanto trai-
dor como estaba incrustado en el centro. Lo que pasaba en Quito bas-
taba para desmoralizar cualquier espíritu de resistencia y para termi-
nar de descoyuntar hasta el menor empeño bélico.

LO QUE PASABA EN QUITO

¿Qué pasaba en Quito?


El 14 de octubre, en medio de agrios discursos de uno y otro
lado, se leyó la última propuesta del Marqués de Selva Alegre para que
el viejo Conde reasumiera la presidencia -aunque con algunas condicio-
nes que dejaban a salvo el honor y la seguridad de las cabezas del movi-
miento-. Los líderes barriales se exaltaron, ante lo que veían como felo-
nía ya desembozada. “El pueblo se amotinó -escribiría el de Selva
Alegre-, me vi precisado a renunciar la fatal presidencia, y a huir por

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

entre la multitud, para retirarme a Latacunga”.58 También los otros de la


Junta que estaban en la conspiración contrarrevolucionaria escaparon.
Convocados los barrios al día siguiente, tras pugna de tribunos
se elige para reemplazar al de Selva Alegre a Juan José Guerrero, conde
de Selva Florida. Paradojalmente fue el candidato que exaltó Rodrí-
guez de Quiroga.59 Guerrero, como lo revelaría en detalle la vista del
fiscal Arechaga, trabajó siempre, tan solapada como decidida y eficaz-
mente, por la reacción realista. “Me armaba -confesaría- contra el fana-
tismo filosofico, y hacía sus esfuerzos inutiles, pr. el bien de la socie-
dad, y el restablecimiento de la perfecta autoridad del Soberano en
unos Pueblos qe. hacían vanidad de estár poseidos de mas patriotismo,
y de más espiritu publico para conducir y fermentar violentamente su
revolución”. Y en otro documento, en su Vista, el Procurador general
atestiguaba: “nombrado poco despues Presidente de élla, aceptó este
empleo, despues de haber pedido,y obtenido secretamente el permiso
necesario del Excelentisimo Señor Conde Ruiz de Castilla Presidente
legitimo que anombre de su Magestad gobernaba esta Provincia, con el
preciso objeto de reponer las autoridadesd legitimas que se hallaban
separadas de sus respectivos cargos por la fuerza de los revoltosos”60
Guerrero, apenas posesionado, por bando, anunció la “Subor-
dinación y dependencia a la Suprema Junta Central”, a la que calificaba
de “representante fiel y legítima” de Fernando VII. Y exigió juramentos
de obediencia al Rey al Obispo, Cabildo y clero secular y regular -el 21
de octubre- y “al Tribuno Militar Salinas y a los Oficiales y Tropas que
se habían levantado” -el 22-. Y todos prestaron el juramento .61
Pero ya, con fecha 15, Juan Salinas ha escrito a Ruiz de Castilla
ofreciéndole obediencia y garantizándole seguridad y rubricando
aquello con la solemne protesta de “derramar si fuere necesario mi san-
gre”.62 Y, comenzando a cumplir la oferta, aleja de Quito -a Machachi, a

58 Cit. por Zúñiga, ob. cit., p. 453


59 En su alegato de defensa, Rodríguez de Quiroga daría una versión de su postura a favor de
Guerrero en esta hora de la revolución. Hay que leerla con la debida cautela, por la misma
condición de ese texto: defensa, en que se trataba de presentar las cosas del modo más favo-
rabvle al punto de vista de los ensañados acusadores. Cf. Roberto Andrade, vol. de docu-
mentos cit., pp. 624-626.
60 Los dos textos en Alfredo Flores Caamaño, Descubrimiento Histórico, ob. cit. El primero, en
unas Adiciones a un oficio, escritas por el propio Guerrero, al margen, doc. 12, p. XLI; el
segundo, doc. 13, p. LII.
61 Ibid., docs. 15 y 16, pp.LVII-LXI.
62 El texto completo de la carta de Salinas a Ruiz de Castilla en Borrero, ob. cit., pp. 171-172.

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órdenes de Antonio y Juan Ante- las compañías que veían mal su entre-
guismo. El 18 podía decirle al viejo Conde que solo restaba “efectuar la
entrega de armas y baterías a V. E.”.
Entretanto en el norte soldados quiteños de la Revolución eran
derrotados, morían y eran perseguidos en desordenada desbandada. El
nuevo Presidente, traidor a la causa, había comenzado por prohibir el
envío de víveres y pertrechos a esas tropas, y a quien más se desespe-
raba por la situación de esos patriotas en riesgo de la vida, el Corre-
gidor de Otavalo, habíale ordenado abstenerse de auxiliarlos. Morales
urgía: “Aunque el Señor Castilla entrase baxo las condiciones propues-
tas no deben suspenderse las expediciones, especialmente la del Norte;
pues se atrevieron a atacar nuestros reductos, y estando yá en función
nuestra Tropa es preciso socorrerala. En esta virtud me parece que no
se puede precindir de que Yó me vaya con el auxilio que se pueda, y
espero se servira Vsia remitirme hoy su Superior orden para partir
mañana”. El cínico Guerrero sumillaba: “No ha lugar esta preten-
cion”.63 El siempre bien documentado Flores Caamaño desnudó la infa-
mia de Guerrero hasta el final trágico.64
Diez días le bastaron a Guerrero para hacer realidad sus sola-
pados designios. Se gloriaría: “dentro del brebisimo espacio de diez
dias consume la grande obra de disipar la revolucion, y dexar repues-
to al Gefe”65 Fue del 12 al 22 de octubre.
Consumada la traición de los realistas incrustados en los man-
dos revolucionarios, dominó el sentimiento de que sobre la ciudad se
cernía una catástrofe total. Se ofreció entonces a Ruiz de Castilla una
capitulación honrosa para las partes. El 24 de octubre se formalizó esa
capitulación “con los votos de toda la Ciudad de Quito, nobleza, vecin-
dario y Cuerpos Políticos”. Se lo hacía -se decía- para evitar una gue-
rra civil y “mantener la subordinación en dependencia”.
Se establecía que la Junta de Quito “sea una Junta Provincial,
sujeta y subordinada a la Suprema de España” y “que en ningún caso,
ni por ningún evento se haga novedad ni persecución de ningún ciu-
dadano, en su honor, vida ni intereses”. De no aceptar el Conde estas
condiciones, advertía Guerrero, “no respondía al Rey, a la Suprema
Junta Central, ni al Universo todo de las funestas y terribles consecuen-

63 Flores Caamaño, ob. cit., doc. 20, pp LXIV-LXV.


64 Flores Caamaño, ob. cit., pp. 10-11
65 Ibid., doc. 13, p. XLIX

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

cias que se sigan de la Anarquía, del poder arbitrario y de los excesos


de un Pueblo conducido al despecho”.66
El Conde se comprometió: “Ofrezco bajo palabra de honor y
seguridad de no proceder contra alguno en esta razón”.
Rubricado por las partes el solemne compromiso, el 25 de octu-
bre entraba en Quito el viejo Conde. Aymerich estaba ya en Ambato
con una fuerza de mil doscientos hombres. De Lima se acercaban qui-
nientos al mando de Arredondo, y por el norte venían las tropas realis-
tas victoriosas. Pudo, pues, Ruiz de Castilla ordenar al iracundo Ay-
merich que volviese a Cuenca con sus tropas.
Pero a Arredondo le mandó -ignorando que, según las capitu-
laciones, Quito estaba con la normalidad restablecida- que avanzase
sobre la ciudad. El 3 de noviembre se puso en camino a la cabeza de sus
500 hombres del Real de Lima -200 veteranos y 300 zambos maleantes
limeños.
El pueblo quiteño, en un pasquín que se fijó en varias calles de
la ciudad, denunciaba: “La mayor traición que hay en el día es querer
meter tropas extranjeras”. Y anunciaba: “Nosotros ya estamos resueltos
a morir matando, siempre que entren tropas extranjeras”.
Y se reprochaba a Salinas su proceder. Ese pueblo tenía clara
conciencia -ese era el mayor fruto de la fracasada Revolución- de ser
depositario de poder. Solo debía temerse a tres -formulaban esos sabios
pasquineros-: “el Rey, el Papa y el Sin Capa”, y concluían: “Ya ves
Salinas si no te iba mejor hincándote delante de nosotros que somos
uno de los tres que hincándote delante de taita Carrancio, que a más de
no ser uno de los tres, es Chapetón pícaro”.67
El 24 de noviembre entraban en Quito las tropas extranjeras.
Ruiz de Castilla ordenó que se retire la guarnición de la ciudad. Man-
tuvo el mando de Salinas para una Compañía de Dragones de 50 pla-
zas, pero el coronel pidió que también este cuerpo se disolviese.
Quito, la revolucionaria, la altiva, la siempre rebelde, quedaba
otra vez subyugada al poder español.

66 El documento completo en Borrero, ob. cit., pp. 178-179


67 Cf. Borrero, ob. cit., p.186

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HACIA EL TRAGICO 2 DE AGOSTO

Ruiz de Castilla, en posesión de todo el poder con la llegada de


las tropas de Arredondo, ignoró sus compromisos, y el 4 de diciembre,
por bando, “a son de cajas y música militar” -según queja del obispo
Cuero y Caicedo-, anunciaba que “habiéndose iniciado la circunstan-
ciada y recomendable causa a los reos de estado que fueron autores,
auxiliadores y partidarios de la Junta revolucionaria levantada en 10 de
agosto del presente año”, se exigía que nadie encubriese a los reos y
más bien los denunciara, nada menos que “bajo pena de muerte al que
tal no lo hiciese”. Esos reos de Estado, con cargo de alta traición, eran
cuarenta y dos.
Fueron a dar en prisión Arenas, Morales, Salinas... Y líderes
populares, como Pacho, el organista. Entre los declarados reos de trai-
ción estaba el Marqués de Selva Alegre. A quienes alcanzaron a poner-
se a salvo se los buscó con celo y saña. La feroz persecución se exten-
dió a toda la Presidencia, comprometiendo a corregidores y goberna-
dores bajo la amenza de pena de muerte, caso de saber el paradero de
algún prófugo y no denunciarlo.
Y la lista de “traidores” crecía: para el 19 de enero alcanzaba ya
a ciento cuarenta y más.
El proceso se instauró y comenzó a llevarse con extraña celeri-
dad y de modo sumario, inicuo.68
Era Juez Comisionado Felipe Fuertes, magistrado justo; pero
quien lo manejaba todo, desbordando sus funciones y atribuciones de
fiscal, era Tomás de Arechaga, a quien Stevenson describió “brutal en
su apariencia, sus maneras y sus acciones; poseía toda la crueldad pro-
pia de la casta de los chinos, que son una mezcla de africanos con
indios” y de cuyos móviles denunció: “se hubiera bañado en la sangre
de sus compatriotas para asegurarse la promoción”.69
Ante lo inicuo del aparato montado, el Marqués de Selva
Alegre pidió -el 6 de enero- al virrey Amar y Borbón “se sirva enviar
un Juez Pesquisador, íntegro, prudente e imparcial”.70
Aunque acicateado por turbios motivos y apasionada sevicia, el

68 Se extendió en mostrar la suma de inquidades perpetradas Carlos de la Torre Reyes en su


La Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809, ya citado.
69 Stevenson, ob. cit., p. 500.
70 La carta en Zúñiga, ob. cit., pp. 486-488.

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

análisis que Arechaga hacía en su vista fiscal del verdadero alcance de


la Revolución quiteña calaba hasta las intenciones de los más decididos
y lúcidos de sus gestores. Hablaba de “la corrompida intención de algu-
nos individuos que quisieron hacer independiente esta Provincia”. Del
juramento de la catedral en favor de la Junta revolucionaria decía: “no
era otra cosa en substancia que la indicada independencia y sustracción
del suave yugo de la dominación española”, y concluía: “Todos los pro-
cedimientos de la Junta Revolucionaria, no han respirado sino libertad,
independencia y sustracción de la dominación española”. Estupendo
elogio de la Revolución quiteña, aunque sin extenderse a sus funda-
mentos jurídicos y usado para un simplista pedir la pena de muerte
para cabezas y seguidores, sin hacer diferencia.71
Pero esto Arechaga no lo podía probar, ni siquiera de Morales
y Rodríguez de Quiroga, pues estaban de por medio las protestas de
fidelidad al Rey y los votos de sujetarse a él tan pronto recuperase, en
España o en América, ese poder del que lo había despojado el invasor
Napoleón.
Los cargos que Arechaga intentó probar eran deponer magis-
trados legítimamente constituidos, establecer tribunales no designados
por el Rey, rebajar el papel sellado, extinguir el cabezón de las hacien-
das y los estancos.
Pero todo esto podía hacerlo una Junta que había razonado
suficientemento su legitimidad. Hacía falta mucho más para dar fuer-
za al cargo de alta traición. Alta traición era “darle al populacho, com-
puesto de la gente más ruin y despreciable de la ciudad, el nombre de
soberano”.
Probar que eso era alta traición requirió un ejercicio de filosofía
política, que el fiscal resolvió con rastrero pragmatismo cortesano: “por-
que estando expresamente prevenido por las leyes fundamentales de la
Nación, que el poder soberano recae en los magnates del Reino, a falta
del legítimo sucesor de la corona, fue una usurpación proditoria el dár-
selo a la ínfima plebe, mayormente estando vivo nuestro adorado Fer-
nando y existiendo aún muchos individuos de la familia reinante”.
Tras proceso así llevado, Arechaga pidió pena capital para cua-
renta y seis acusados, y penas de presidio o destierro para los demás.
Stevenson, que tan cerca estaba de Ruiz de Castilla, nos ha con-
tado lo que ocurrió entonces:

71 La vista fiscal de Arechaga en Museo histórico, 19, Quito, marzo de 1924.

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Cuando el proceso finalizó y no se requería más que el veto del


Presidente, se enviaron los papeles al palacio; pero en vez de concor-
dar con la opinión del fiscal y de dar paso a las instancias del Coronel
Arredonda, el Conde ordenó que los papeles permanecieran en su
escritorio. Su agitación era entonces verdaderamente entristecedora.
Con frecuencia me decía que prefería sentenciar su propia muerte que
sacrificar tantas víctimas embaucadas que en su mayor parte habían
cometido, tan solo, un error de juicio, llevadas tal vez por un equivo-
cado sentido de lealtad. Al final el Conde se decidió a llevar el caso al
Virreinato de Santa Fe para que fuera revisado, con el inconcebible
desconcierto de Fuertes, Arrechaga y Arredonda, quienes habían fun-
dado sus esperanzas de ascenso en la ejecución de prisioneros a quie-
nes les habían dado el epíteto de traidores .72

Otro testigo de los acontecimientos, de más amplio mirador y


más crítico que el inglés, el provisor Caicedo, aportó otra inter-
pretación para ese giro dado por la causa:

Con este motivo se descubrió el misterio de la precipitada remisión de


los autos y viaje de San Miguel. Se llegó a saber que en el correo ante-
rior hubiera recibido el señor presidente oficio de don Carlos
Montúfar, en que le daba aviso de su comisión real que traía y le pre-
venía que suspendiera el curso de la causa de la revolución y no diese
paso en ella hasta su llegada a esta capital, haciéndolo responsable
ante el rey delos perjuicios en caso contrario. Una orden tan decisiva
como ésta, frustraba los designios sanguinolentos del complot.73

(Cuando el voluminoso expediente -no menos de seis resmas-


llegase a Bogotá, la revolución del 20 de julio impediría que se lo cono-
ciera).
Y es que en ese julio pesaba ya en la escena de las cosas quite-
ñas un nuevo actor, que iba a jugar papel decisivo en los acontecimien-
tos por venir: Carlos Montúfar, hijo del Marqués de Selva Alegre,
designado Comisionado del Consejo de Regencia para la Presidencia
de Quito, con poderes hasta de constituir Junta Gubernativa.
Carlos Montúfar, por entonces de treinta años, llevaba varios

72 Stevenson, ob. cit., p. 499


73 Manuel José Caicedo, Viaje imaginario, en BEM, 17, pp. 66-67

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

en la Península; su heroica actuación en la lucha contra la invasión


napoleónica le había merecido el coronelato de Húsares, y su cultura y
relaciones -entre las que se contó la de Humbodt, el ilustre huésped de
su padre en los Chillos- le habían granjeado aceptación en los más altos
círculos sociales españoles. Ahora había recibido -junto con otros dos
americanos distinguidos, uno para el Alto Perú y otro para la Nueva
Granada- del Consejo de Regencia alta designación y crecida responsa-
bilidad.
Ya en tierra americana, en Cartagena, el Comisionado se ente-
ró, por el Comisionado del Reino, el mariscal de campo Antonio Nar-
váez, y por José María Maldonado de Lozano, encargado por el Virrey
de la pacificación de Quito, del inicuo proceder de Ruiz de Castilla y el
16 de mayo dirigió informe al Consejo de Regencia. “Todo fue jurado
solemnemente -denunciaba-, quedando de este modo establecida la
tranquilidad y el orden; pero cuando desarmadas las tropas, quedando
todo olvidado, yacían tranquilos los ciudadanos contando con la fe
pública, repentinamente entran las Compañías de Lima, se procede a
prisiones y embargo cargando de grillos y cadenas a casi todos los ciu-
dadanos de la primera representación del país y formando hasta cua-
trocientos procesos criminales, sumergiendo de este modo la Provincia
en lágrimas y luto, faltando así a las promesas más sagradas, al tratado
más solemne y haciendo se desconfíe de la Magestad, bajo cuyo sagra-
do nombre fueron hechos, sistema adoptado por los Oidores de Santa
Fe y sostenido por el Virrey con las mismas miras que lo hicieron el año
94 para hacerse mérito a pretexto de su depravado celo. Esto es, señor,
el estado actual de la Provincia de Quito”.74 Denunciaba el ambicionar
la presidencia de Quito del gobernador de Guayaquil, Cucalón, y del
de Popayán, Tacón, y los saqueos y abusos de las tropas de Arredondo.
Y requería del alto poder peninsular “se digne repetir al Virrey de
Santa Fe las órdenes de indulto general y de olvido absoluto de todo lo
ocurrido en el desgraciado Reino de Quito”. El argumento en que apo-
yaba su petición era que veinte días “separaron sus engañados habi-
tantes de la justa obediencia”, pero volvieron a ella por sí solos, sin ser
impelidos por ejércitos. Informaba haber dado parte de su Comisión al
Virrey de Santa Fe y al Presidente de Quito “suplicándoles suspendan
todos los procedimientos hasta haberse impuesto de las soberanas

74 El informe completo en Monsalve, ob. cit., pp. 338-340

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órdenes de Vuestra Majestad”. Propone para nuevo Virrey al mariscal


Antonio de Narváez, por sus virtudes, talento y prestigio, y trasmite las
quejas del pueblo quiteño contra funcionarios venales e injustos ya
antes depuestos, los ministros de la Audiencia Marchante y Bustillos,
el asesor y los gobernadores de Guayaquil y Popayán.
El 17 de junio pudo Montúfar exponer sus puntos de vista per-
sonalmente al Virrey, en Bogotá, al tiempo de presentar sus cartas cre-
denciales.
Y dirigía cartas a las gentes de Quito, comenzando por su
padre y el Cabildo. Ruiz de Castilla y su camarilla secuestraron cartas,
al tiempo que el viejo y taimado Conde pedía al Virrey impedir o al
menos demorar la llegada de Montúfar a Quito, siquiera hasta rematar
el juicio entablado a los acusados de traición a la patria.
Pero Montúfar seguía viaje a Quito. El 7 de julio salió de
Bogotá.
La inminencia de su arribo precipitó las cosas en Quito.
Y las cosas en la convulsionada ciudad iban mal. Los abusos de
la soldadesca limeña eran cada vez más irritantes. “Las tropas de Lima
compuestas de negros y mulatos hacen mil vejaciones y escándalos”,
denunciaba ante el virrey Amar y Borbón el Marqués de Selva Alegre,
desde la clandestinidad, el 3 de marzo de ese 1810.75
Y el 7 de julio, mientras el comisionado Montúfar salía ya hacia
Quito, ante la noticia de que las tropas limeñas habían pedido a Ruiz
de Castilla el saqueo de la ciudad por un cierto número de horas y el
pusilánime anciano se lo había concedido, las gentes quiteñas se amo-
tinaron.
Este suceso provocó que Rodríguez de Quiroga denunciara an-
te el obispo Cuero y Caicedo que “la primera orden que se dio en el pa-
tio del Cuartel por el Comandante de la prevención, Dr. Fernando
Bassantes, fue que a la menor novedad se acabase con nosotros”, cosa,
decía el altivo tribuno, que no podría hallarse “en ningún Código el
más bárbaro del mundo”.
Esa carta del revolucionario al Ilustrísimo es el último texto de
ese gallardo e indomable espíritu.76 Tras denunciar que ese mismo día
podía haber estado ya muerto, pregunta al Obispo: “¿Tan poco pesa la
vida de los hombres y tan poco interesa la salud espiritual de las
75 Proceso de la Revolución de Quito, t. VIII.
76 Cosa que hacemos en el capítulo dedicado a la escritura de los hombres de Agosto.

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

almas?”, reclama al Pastor: “¿O que se ha hecho V. S. I. que no interesa


su autoridad celestial o su respetable mediación, para contener que no
perezcan sus ovejas sin los auxilios de la Iglesia, y sin los consuelos de
la Religión?”. Y termina con el más solemne emplazamiento, al que lo
premonitorio del caso confiere su aire trágico: “Medítelo V. S. I. y tiem-
ble ante la presencia suprema del Señor, por unas consecuencias tan
irreparables, tan terribles, tan funestas, tan eternas. De hoy en adelan-
te, si soy víctima sacrificada con violencia; si V. S. I. no clama, no amo-
nesta, no silva como pastor por el riesgo inminente que corren sus ove-
jas cautivas, por la pérdida de su salud eterna en fuerza de un asesina-
to violento, que ordenó hoy día el Capitán Bassantes, yo, por mi parte
y a nombre de todos los demás, constituyo responsable ante el augus-
to, tremendo Tribunal de Dios vivo, a V. S. I. a que desde ahora para
entonces lo cito y emplazo”.77
Pero nada se hizo y acaso nada pudiese hacerse. La suerte de
los revolucionarios estaba sellada. Deberían haber muerto para cuando
llegase a Quito el Comisionado regio, de quien toda la ciudad sabía lo
que pensaba del inicuo proceso y las desorbitadas penas pedidas por el
fiscal.
(Esta es la hora en que la camarilla de Ruiz de Castilla agota el
último recurso legal: el envío del proceso a Santa Fe, con la esperanza
de que el Virrey decidiese las sanciones, burlando la anunciada acción
del Comisionado).
Patriotas allegados a los presos y afectos a sus ideas debían
sentir que la amenza contra esos seres inermes era inminente y que
urgía hacer algo. Pero aquello debía ser en extremo cuidadoso. La carta
de Rodríguez de Quirogaal obispo Cuero (y Rodríguez de Quiroga, el
publicista, se las ingeniaba para que sus ideas violasen las rígidas cen-
suras y llegasen al exterior) dejaba claro que a los asesinos solo les
hacía falta la ocasión y no era cosa de dársela. Pero a la camarilla del
viejo Presidente le urgía esa ocasión.
Hay un revelador testimonio de primera mano de que esos
inescrupulosos personajes fueron los que movieron los hilos de la falli-
da intentona de libertar a los presos que terminó en la masacre del 2 de
agosto. “Las voces de que don Simón Sáenz y don José Vergara Gaviria,
con otros europeos, estaban pagando a los mozos de los barrios para

77 La carta en Borrero, ob. cit. pp. 230-232

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que acometieran al cuartel con el fin de que fueran asesinados los pre-
sos, estaban ya muy válidas” “Los oficiales hablaban de un asalto pre-
parado contra el cuartel y se prevenían. Arechaga ofrecía el brazo
izquierdo porque se verificara, para ver degollados a los presos y sem-
bradas las calles de cadáveres”.78

EL CRIMEN DEL 2 DE AGOSTO

Y el 2 se perpetró el mayor crimen que registran los anales americanos


del tiempo.
El Provisor Caicedo fue testigo de aquellos acontecimientos y
acucioso investigador de lo que no pudieron ver sino los propios ase-
sinos. Era tal la gravedad de los hechos cuya noticia fijaba para la pos-
teridad, que hizo preceder su crónica del más solemne pronunciamien-
to: “Yo que presencié cuanto pudo verse por sólo un hombre en aquel
día; yo que no me gobierno por alguna pasión; yo que no tengo otro
interés que el manifestar la verdad en toda su luz, procederé con
imparcialidad, hablaré con sinceridad y referiré lo más esencial con
sosiego, con ingenuidad y libertad”. Y este fue el relato de esas horas
de confusión y horror.

A los tres cuartos para las dos de la tarde de ese terrible día acometie-
ron tres solos hombres con cuchillos a la guardia del presidio urbano,
que se componía de seis hombres, un cabo y un oficial todos de Lima.
Mientras el uno se apechugaba con el centinela, llega otro como un
tigre con su puñal y le da un golpe. Entra y su vista hace temblar a
los mulatos; salen orriendo, hiere al oficial y queda dueño del sitio y
de las armas. Abre los calabozos y da libertad a los soldados que esta-
ban presos. De éstos los más huyeron fuera de la ciudad, dos se reco-
gieron en casa del prebendado Batallas y otros tantos en el Palacio
episcopal, tres quedaron voluntariamente en el presidio y unos seis
tomaron las armas que habían dejado los limeños y tiraron por la
plaza mayor con dirección al cuartel. Entretanto se tañían las campa-
nas de la catedral con señal de fuego. Los mulatos del presidio que se
habían ya juntado con los de la guardia de la cárcel, no se atrevían a
resistir y detener a estos hombres bravos y los dejaron pasar.

78 Manuel José Caicedo, ob. cit., p. 71

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Al mismo tiempo que al presidio asaltaron al cuartel de prevención de


loslimeños cinco hombres, o según el informe del oficial que estaba de
guardia, seis sin más armas que cuchillos. A su vista el centinela que-
dó temblando y sin acción y largó el fusil, que tomó el morlaco denun-
ciante que fue uno de los emprendedores, quedándose en su lugar con
la cartuchera para fingirse verdadero soldado y usar del colma y de la
pólvora. Los demás entraron tomando fusiles de los de la guardia,
pusieron en desconcierto a todos los soldados, y cogieron la artillería
para cuyo uso no tuvieron fuego. A este tiempo bajó el capitán Galup
con sable en mano y gritando”fuego contra los presos”. A esta voz
uno de los seis atletas que estaban en el patio le acometió con el fusil
calado de bayoneta, y logró un golpe decisivo dejándolo en el puesto.
Entretanto la tropa auxiliar de Santa Fe forzó una pared divisoria y
e introdujo al patio donde estaban los campeones y con la superiori-
dad de fuerzas y armas acabaron con ellos menos con uno que habién-
dose dirigido al primero de los calabozos bajos para librar a los pre-
sos, fue detenido por éstos y desarmado con desconsuelo suyo, pero
con felicidad, pues así escapó con vida. Libres ya de estos pocos pero
formidables enemigos, cerraron las puertas de la calle y comenzaron
la inaudita carnicería contra los presos. Forzaron las puertas, que del
modo posible se habían asegurado y fueron sacrificándolos a balazos
y golpes de hacha y sable. Salinas que estaba moribundo y se había
confesado como tal la noche antecedente, fue muerto en su cama. Mo-
rales recibió los golpes hincado de rodillas. Ascázubi medio desmaya-
do con el susto. Aguilera durmiendo la siesta, y los demás clamando
por confesión sin que se les concediera, estando allí dos sacerdotes, de
los cuales fue asesinado con impiedad increíble el doctor don José
Riofrío. Murió allí una esclava del doctor Quiroga que estaba encin-
ta, y los mulatos decían con gran serenidad, “ola y cómo brinca el
hijo”. Concluida la carnicería, salieron las hijas de Quiroga que habí-
an escapado prodigiosamente del diluvio de balas quellovían en todos
los calabozos, y rogaron al oficial de guardia con mil lágrimas que las
redimiese. Este que no creyó que vivía el infeliz, se fue con el cadete
Jaramillo y lo sacaron de su asilo. Le dijeron que gritara, “vivan los
limeños, viva Bonaparte”, y respondió él, ¡viva la religión, viva la fe
católica! le dio un sablazo Jaramillo y como salió gritando que le die-
ran confesor lo acabaron de matar los soldados en el tránsito.

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En sustancia fue lo que pasó. Los hechos fueron confusos y las


responsabilidades turbias. El pueblo de Quito -recogió el provisor Caice-
do en su Viaje imaginario- estaba convencido de que el ataque a los cuar-
teles “fue obra de algunos europeos de acuerdo con los jueces para ase-
sinar con este pretexto a los que estaban presos”. El cronista halla razo-
nes que apoyaban esta versión. La principal es cuánto temían autorida-
des y mandos que los próceres saliesen libres -“Un oficial español del
destacamento de Lima llegó a decir que no creería en el Espíritu Santo si
Morales, Salinas y Quiroga escapaban con vida”- y cómo celebraron la
matanza -“En casa del regente se hicieron las demostraciones de alegría
que se han referido y no había uno de los enemigos de Quito que no
rebozase en gozo”; y la noticia que recibieron de un soldado el Obispo
de Quito y su provisor y vicario fue: “Ya estamos bien porque los presos
todos, menos el doctor Castelo, ya murieron”-. Hubo sin duda traidores
en la acción, y la precipitaron y luego enredaron. El Provisor habló del
“morlaco denunciante”, “a veces comensal de Fuertes”. Y fue precisa-
mente él, “uno de los emprendedores”, quien recibió el fusil del guardia
del cuartel de los limeños y quedó de centinela. Y después murió al tra-
tar de estorbar la acción de los libertadores de los presos. Pero hubo tam-
bién heroísmo en muchos de los que, acaso engañados, se jugaron la vida
para evitar que aquellos quiteños ilustres la perdieran inicuamente. Y si
la empresa fracasó se debió a que quienes asaltaron el presidio urbano
(que se hallaba en la esquina del Carmen Bajo) solo llegaron a auxiliar a
quienes trataban de liberar a los presos del Real de Lima cuando sus
puertas se hubieron cerrado y las tropas del contiguo Santa Fe entraban
ya por un horado hecho con un disparo de cañón en la pared divisoria.
Y hubo martirio de los próceres del 10 de agosto de 1809, que -esto está
fuera de duda- no tuvieron parte en la acción emprendida para libertar-
los. ¡Si no cómo les habría sorprendido la muerte tan descuidados, en
casos con sus familiares íntimos! Han muerto vil y cruelmente asesina-
dos Juan de Dios Morales, Manuel Rodríguez de Quiroga, Juan Salinas,
Francisco Javier Ascázubi, el presbítero José Luis Riofrío, Juan Larrea y
Guerrero, Mariano Villalobos -gobernador de Canelos-, Juan Pablo
Arenas, Antonio de la Peña, Vicente Melo, Atanasio Olea -el escribano
que dio fe del Acta del grito de Agosto-, Nicolás Aguilera, Manuel Cajías,
Carlos Betancourt, José Vinueza y N. N. Tobar 79. ¡Qué dolorosa mutila-
ción de la clase dirigente quiteña fue la de ese día!
79 Cristóbal de Gangotena y Jijón publicó una lista de los mártires del 2 de agosto en el Boletín
de la Academia Nacional de Historia, Vol. 6, n. 15, 16 y 17, Quito, 1923, p. 154. Como bien

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Siguieron a la alevosa masacre del Real de Lima otras muertes


en sus inmediaciones por la desenfrenada soldadesca limeña y matan-
za indiscriminada de gentes quiteñas a quienes esa hora de confusión
y horror sorprendió en calles y plazas del centro de la ciudad. “En las
calles de Quito murieron unas trescientas personas” -recogería Ste-
venson, que, como sabemos, estuvo en la ciudad, muy cerca del Presi-
dente, en esos días80. Apenas si se opuso a la sorpresiva sevicia unos
pocos gestos de desesperada o altiva bravura. Entre los muertos cuen-
ta el cronista inglés siete soldados españoles “que fueron muertos por
algunos carniceros indígenas”. Hay crónicas patéticas de esta hora, la
más trágica que viviera nunca Quito ni ciudad alguna de la Presiden-
cia. A la matanza siguió saqueo de establecimientos comerciales y casas
ricas, permitido a la soldadesca como sórdida recompensa por haber
librado al régimen de personajes cuya altivez y libertad de pensamien-
to los hacía especialmente incómodos al aproximarse el Comisionado.
La masacre del 2 de agosto conmovió a América. En Caracas y
Santa Fe, que habían instalado Juntas como la quiteña -el 19 de abril y
el 20 de julio de ese mismo 1810-, se celebraron honras fúnebres por los
mártires quiteños. El gobierno de Venezuela ordenó un día de luto
anual. La Junta de Santa Fe decretó tres días de luto general y solemne
funeral y dirigió al Cabildo de Quito oficio que la honra y honra a
América y es el más alto encomio del Quito heroico. Es texto que debe
leerse, al menos en fragmento, en este punto en que el recuerdo de los
bárbaros sucesos habrá producido en el lector algo de la conmoción
con que los vivieron los quiteños del tiempo:

La Suprema Junta de esta Capital que desde el momento en que ha


sabido los tristes sucesos de esa ciudad, ha mezclado sus lágrimas con
las de todos los buenos y casi ha considerado perdidos sus trabajos
dirigidos principalmente a la salvación de aquel Pueblo y de las víc-
timas destinadas al cuchillo; no puede dejar de manifestar su dolor a
este ilustre Ayuntamiento, y al mismo generoso pueblo que dió tan
claramente los primeros pasos hacia nuestra libertad. ¿Por qué una

lo ha hecho notar Carlos de la Torre Reyes en su ya citada La Revolución de Quito , pp. 543-
546, fue una lista incompleta y hasta errada (a Nicolás Aguilera, prócer asesinado, lo hace
constar como oficial muerto en el cuartel). Para los próceres asesinados en el Real de Lima
la lista está registrada en la parroquia de “El Sagrario” a la que pertenecía ese edificio.
80 Stevenson, ob. cit., p. 504

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distancia inmensa nos separa de esa ciudad? ... entonces los mando-
nes de Quito, usurpadores de la legítima autoridad del Pueblo, reci-
birán bien pronto el castigo de su temeridad. Mil patriotas volunta-
rios se han ofrecido hoy a marchar a esa ciudad, sin premio ni recom-
pensa alguna,y sin otra satisfacción que la de vengar a sus hermanos.
Que tenga Quito este consuelo entre sus horrores, y que la América
toda va a levantarse en un grito de venganza general. La perdida es
casi irreparable. Salinas, Morales, Quiroga, con dificultad se pueden
reemplazar. Los Frankilos, Washingtones de nuestra revolución no
han sobrevivido a la patria que conquistaron.81

Y a Ruiz de Castilla la misma Junta dirigió tremendo oficio


acusatorio: la intimación hecha el 2l de agosto -le dicen- “sabemos ha-
berse realizado funestamente el aciago día dos de Agosto”. Ello, siguen, “no
nos sorprende porque dejaremos de haber creído que unas autoridades usurpa-
doras de los sagrados derechos de los pueblos, y sostenidas sobre los excesos del
terror y la opresión no fuesen capaces de procurar hasta el extremo la irrita-
ción de los ánimos para derramar la inocente sangre de los ciudadanos a la
menor demostración que hiciesen por su libertad, después de los más largos y
penosos sufrimientos”. Y anunciaban un cambio de actitud frente a auto-
ridades virreinales a las que veían como coautores del crimen cometi-
do: “Tenga, pues, entendido V.E. que, aunque hasta ahora el Excelentísimo
Virrey y demás funcionarios del anterior gobierno en esta Capital, habían sido
tratados mucho más humanamente que merecerían a proporción de sus deli-
tos, desde este momento empezarán a sentir el peso de la severidad de esta
Suprema Junta, como principal y talvez autores de las desgracias de Quito”.82
Y entre las repercusiones del 2 de agosto quiteño en América,
la más decisiva parece haber sido que se convirtió en una de las razo-
nes para luchar ya sin transigencias contra un poder que había mostra-
do todo lo abusivamente cruel que podía ser. Bolívar en su Manifiesto a
las naciones del mundo sobre la guerra a muerte pondría el trágico aconte-
cimiento como uno de los grandes motivos para declarar esa guerra a
los españoles:

81 El vibrante texto lo recogió Pedro Fermín Cevallos en el Anexo 8, del t. III, pp. XXX a XXXII.
Clásicos Ariel 80, pp. 163-164
82 En Cevallos, t. III, anexo 8, pp. XXXII a XXXIV. En la edición de populibro que manejamos,
Clásicos Ariel 80, p. 165

59
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

En los muros sangrientos de Quito fue donde la España, la primera,


despedazó los derechos de la naturaleza y de las naciones. Desde aquel
momento del año 1810 en que corrió la sangre de los Quiroga, Sali-
nas,etc. nos armaron con la espada de las represalias para vengar
aquéllas sobre todos los españoles. El lazo de las gentes estaba corta-
do por ellos; ypor solo este primer atentado, la culpa de los crímenes
y las desgraciasque han seguido, debe recaer sobre los primeros
infractores.83

OTRA VEZ JUNTA Y OTRA VEZ GUERRA

Importa reconocer que desde aquellas vísperas de Navidad de 1808


hasta cuando sucumbió aplastado por las armas, ya en los días en que
comenzaba la guerra general por la independencia de América, el espí-
ritu quiteño se mantuvo indomable, al borde de los más altos heroís-
mos, hecho de altiveces y nutrido de ideas que venían desde Espejo y
aun antes.
El 2 de agosto de 1810, cuando los pardos de Lima y los zam-
bos del Patía se regaron por la convulsionada Quito, y tiraban a matar
-era la orden-, comenzaron acciones de resistencia. Mozos que con
palos y cuchillos desarmaban a soldados, hombres sencillos del pueblo
que detenían y hacía retroceder a una patrulla, y hasta mujeres que se
enfrentaban a pedradas con los armados. “Oh! Si pudiera yo referir los
prodigios de valor que se vio en esa poca gente que solo con cuchillos
se esforzaron a libertar a su Patria del yugo féreo dela tiranía” -excla-
ma el provisor Caicedo. Los barrios quiteños -los de las Alcabalas y los
Estancos- se armaron como pudieron y levantaron barricadas. La deci-
sión de luchar era fuerte. “Moriremos -decían-, pero moriremos por
nuestra patria y para romper las cadenas de la esclavitud”.
La ciudad herida a mansalva quedó desolada. La pintó así uno
de esos testigos presenciales que nos ayudan a revivir los hechos, el
que veía las cosas desde palacio:

Las calles de la ciudad estaban completamente desiertas; grupos de


personas estaban esparcidos por las colinas cercanas, mirando melan-

83 Simón Bolívar, Obras completas, La Habana, Lex, II, 1055

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cólicamente a su ciudad en apariencia desolada; los cuerpos sin vida


estaban en las calles y las plazas, y todo era horror y consternación84.

Pero fuera de la ciudad a la consternación había seguido indig-


nación y furia, y decisión de vengar a los asesinados. “La noticia del
saqueo y de la matanza se extendió el mismo día 2, por las cinco leguas.
Al instante comenzaron a armarse para vengar a sus hermanos. Ya
venían ejércitos de patriotas a redimir a Quito de la esclavitud tiránica
de sus mandones” -ha referido Caicedo85. Y el bando que se publicó el
domingo 5 de agosto, luego del cabildo abierto del 4, alertaba “que en
las inmediaciones de la ciudad hay preparativos que amenazan una
explosión próxima de que resultaría una acción la más sangrienta y
desoladora de toda la provincia” 86.
Presidente y camarilla se asustaron por ese oleaje de indigna-
ción que se encrespaba en los contornos de la ciudad. Acaso se les vino
a las mientes el cerco que pusiera a La Paz Tupac Catari. Entonces se
convocó a cabildo abierto, el 4. A él concurrieron guardia y tropa como
gesto de fuerza. La sesión comenzó -refiere el provisor Caicedo, asis-
tente a ella- “en medio de las bayonetas y los cañones”. Se comenzó por
una arenga del Presidente que hablaba de tranquilizar a la provincia y
atraer la confianza del pueblo hacia el gobierno. “En pocas palabras
expresó su dolor por lo que había ocurrido y el sincero deseo de restau-
rar la paz y la unión entre la gente” -resumió Stevenson, que también
asistió a ese cabildo-. E hizo leer un Acuerdo. Pero ese texto se había
redactado como si nada hubiese acontecido. Esto indignó a los quite-
ños y se alzaron tres altivas voces para exigir rectificaciones radicales.
El obispo Cuero dijo que temía que los deseos de Ruiz de Castilla no se
cumplirían mientras no fueran retiradas de la ciudad esas personas que
habían aconsejado al Presidente violar sus promesas. La alusión era
directa y Arechaga se levantó y reclamó que el prelado recriminaba su
conducta. Replicó el obispo, digno y grave, y el viejo Conde hubo de
zanjar la discusión pidiendo al fiscal que abandonara la sala. El provi-
sor y vicario Caicedo -nuestro principal testigo de esta parte de la his-
toria- denunció con energía los males que causaría el cínico acuerdo
propuesto por el Presidente y señaló lo único que podía calmar la justa

84 Stevenson, ob. cit., p 505


85 Caicedo, ob. cit. p. 98
86 En Cevallos, Anexos del tomo III. Clásicos Ariel, 80, p. 161

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

indignación de la ciudad. Y lo que el provisor propuso y fue aplaudi-


do por todo el cabildo aquel era

Que la tropa de Pardos de la Guarnición de Lima, salga de esta ciu-


dad y Provincia a la mayor brevedad, y luego después el resto de ella.

Que para el batallón que se ha de levantar en esta ciudad, se echará


mano de los vecinos de ella y de su Provincia

Que se haga entender a todos que la especie vertida acerca de que el


Excmo. Sr. Presidente tenía resuelto no dar curso a la comisión de
don Carlos Montúfar, es absolutamente falsa, y que en consecuencia
entrará en esta ciudad con el correspondiente decoro, y se le recibirá
con la misma estimación y honor con que fue recibido el Comisionado
de la Junta de Sevilla 87

Proponía finalmente el provisor que todos los papeles acusa-


torios, custodiados en el archivo secreto, y los que se remitieron a Santa
Fe quedasen extinguidos y no se volviese a tocar estos asuntos.
Entonces, y para terminar de apabullar al Presidente, avanzó al
centro de la sala del palacio en que la reunión se celebraba uno de los
varones más respetados en Quito por su sabiduría y de los más escu-
chados por su noble elocuencia, el Dr. Miguel Antonio Rodríguez,
sacerdote secular. Y dijo un discurso largo, de una hora, que, a juzgar
por la noticias trasmitidas, debió ser página eminente de la literatura
de estos tiempos nuevos. Lo resumió brevísimamente Stevenson: “Re-
trató el carácter de los quiteños en general, explicando las causas de la
última revolución con caridad evangélica y abordando el tema de los
resultados fatales de aquella con la más sincera pena”. “Concluyó repi-
tiendo lo que había dicho su prelado, y añadió que el pueblo de Quito
ya no podía estar seguro de sus vidas y de sus propiedades a menos
que esos individuos que últimamente han envilecido su nombre de
pacificadores sean removidos de esta ciudad”. Y el inglés cerró el
párrafo dedicado a esta gran pieza oratoria reproduciendo textualmen-
te su final:

Yo aludo a los oficiales y a las tropas; ellos han cobrado la vida de más

87 Cevallos, Clásicos Ariel, 80, 162

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de trescientos seres humanos inocentes, tan fieles cristianos y leales


súbditos como ninguno; y si no se hubiera detenido en la matanza,
pronto habían convertido esta provincia, una de las más ubérrimas de
la Corona española en un desierto; y al execrar su memoria, los futu-
ros viajeros habrían exclamado “Aquí yació una vez Quito” .88

El Acuerdo se publicó por bando el 5 de agosto, y la evacua-


ción acordada comenzó a cumplirse de inmediato. La soldadesca salió
con todo el botín cobrado en los saqueos, maldecida por las sufridas
gentes quiteñas. Llegó en su reemplazo, el 12, tropa panameña, pero al
mando de un oficial al que Caicedo llamó “hombre de honor, juicio y
madurez”, un coronel Alderete.
Y entonces volvió de Santa Fe San Miguel, el discutido perso-
naje que había llevado los procesos a esa capital virreinal, trayendo
noticias alarmantes: al grito de “¡Cabildo abierto!”, los bogotanos se
habían tomado violentamente el Salón de la Ciudad y a la triple nega-
tiva del virrey Amar de concurrir a la sesión, a altas voces de “quere-
mos gobierno nuevo, fuera chapetones”, habían depuesto al gobierno
y a Amar y los Oidores se los había despachado para Cartagena para
que allí se embarcasen para Europa.
Se le ocurrió antes tales nuevas al senil Ruiz de Castilla la pere-
grina idea de que Quito debía ir a sofocar esa rebelión, y pidió tropas a
Cuenca y Guayaquil. Con lo cual volvió la zozobra a la ciudad.
El dia 12 de septiembre entró en Quito Carlos Montúfar, prece-
dido por más de doscientos chagras a caballo y rodeado de la nobleza,
a la cabeza de la cual estaba su padre, el Marqués de Selva Alegre,
hasta entonces fugitivo. Se inició ese día una nueva etapa en la historia
de estos tensos y heroicos años de la primera independencia.
Montúfar, con la autoridad de que le había investido el Supre-
mo Consejo de Regencia y en cumplimiento de lo que había encargado
a los Comisionados el Consejo, erigió en Quito una nueva Junta de
Gobierno, que ejerciera autoridad en Quito y su Provincia.
Otra vez se organizaron elecciones para designar a los vocales
de la Junta -que estaría presidida por Ruiz de Castilla, el obispo Cuero
y el propio Comisionado regio-. Cinco electores elegirían un miembro
por cada Cabildo -el secular y el eclesiástico-, dos del clero, dos de la
nobleza y uno por cada barrio -San Roque, Santa Bárbara, San Blas, San

88 Stevenson, ob. cit. p.506

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Sebastián y San Marcos-. Lo propuesto se ratificó en cabildo abierto el


20 de septiembre, en la Universidad, y se procedió a las elecciones.
Estos son los nombres de esos quiteños elegidos para esta nueva em-
presa de gobierno autónomo: por el Cabildo secular, Manuel Zambra-
no; por el eclesiástico, el magistrado Francisco Rodríguez Soto; por el
clero, los doctores José Manuel Caicedo y Prudencio Básconez; por la
nobleza, el Marqués de Villa Orellana y Guillermo Valdivieso, y por los
barrios, Manuel de Larrea (Santa Bárbara), Juan Larrea (San Blas),
Manuel Mateu y Herrera (San Marcos), Mariano Merizalde (San
Roque) y el alférez real Juan Donoso (San Sebastián). El Cabildo había
resuelto que se nombrase un vicepresidente y la elección unánime fue
por Juan Pío Montúfar, el marqués de Selva Alegre. La nueva Juna se
instaló el 22 de septiembre.
Carlos Montúfar cumplió con la letra y el espítitu de la nueva
concepción del Consejo de Regencia, que, con estas formas de gobier-
no de mayor participación local y americana, aspiraba a detener la
insurgencia que ardía en varios focos de América -a más de Quito, San-
ta Fe y Caracas, en Charcas y La Paz, en el Alto Perú y Chile-. Implantó
en Quito el nuevo sistema gubernativo. “Así se organizó en Quito un
gobierno justo, equitativo y moderado, que indemnice a esta provincia
de los desastres que le ha ocasionado la arbitrariedad de sus amos
mandatarios”, escribió Caicedo .89
La nueva Junta no fue acogida con general beneplácito por los
quiteños. Se insinuaron partidos. Uno, los que estaban con la Junta;
otro, los patriotas, que no veían bien la sujeción a España, y pensaban,
con sobra de razón, que esta Junta retrocedía de la anterior, que se
había proclamado soberana y rechazaban la presencia en la Junta de
personas que habían traicionado la Revolución de Agosto; y un terce-
ro, el de los ultrarrealistas, que habrían deseado la vuelta al estado de
cosas anterior a todas las convulsiones, sin Junta de clase alguna.
La Junta declaró, en sesión del 9 de octubre, que reasumía sus
soberanos derechos y dejaba a Quito libre de dependencia del Virrei-
nato, asumiendo todas las facultades de una Capitanía General. Cuen-
ca, Loja y Guayaquil otra vez se negaron a reconocer la autoridad de la
Junta. Y Arredondo, suspicaz, detuvo la retirada de los limeños en
Guaranda. Pedro Fermín Cevallos ha recogido algo que significaba un

89 Caicedo, ob. cit. p. 109

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golpe de timón decidido hacia otro espíritu -el que reclamaba el parti-
do de los patriotas-: “En la sesión del 11, como arrepentida de tan mesura-
do paso, rompió los vínculos que unían a estas provincias con España y pro-
clamó, bien que con alguna reserva, su independencia”. “Con todo -ha añadi-
do- tal proclamación no llegó a publicarse sino seis meses después”.90
Ramón Núñez del Arce, en su Informe, acusaría a Carlos Mon-
túfar de montar la nueva administración en la línea de la Revolución
de Agosto, “reclutando -escribió- gentes, aprisionando, persiguiendo y
haciendo cuanta extorsión pueda imaginarse al vecindario, a fin de rea-
lizar la obra de su padre” .91
Montúfar organizó un cuerpo de tropas quiteñas, y, al multipli-
carse roces con las panameñas, ordenó la salida de estas, salvo los solda-
dos que quisiesen pasar a engrosar la milicia de la ciudad. Puso este
nuevo núcleo de ejército nacional al mando del indomable e inclaudica-
ble patriota coronel Francisco Calderón, quien había salido en libertad de
su cruel prisión guayaquileña gracias al indulto general de 4 de agosto.
Entonces se dirigió al Virrey de Lima pidiéndole que retirara
las tropas que había detenido en Guaranda y que no estorbase el esta-
blecimiento de Juntas de Gobierno en Guayaquil y Cuenca. Pero
Abascal era hechura de Godoy, contrario a las innovaciones españolas.
Reunió el Real Acuerdo y este resolvió desconocer la autoridad del
Comisionado quiteño “que no podía hacer establecimientos opuestos a
las leyes existentes” y declaró que era “pública y notoria la subversión
y desorden que había formado el Comisionado Montúfar”. En tal sen-
tido se ofició a Guayaquil y Cuenca. Se hallaba a la sazón en Lima
Joaquín Molina y Zuleta, que había recibido el nombramiento de
Presidente de la Real Audiencia de Quito, en reemplazo de Ruiz de
Castilla. Se vio en él arma con visos de derecho para dominar a la Junta
quiteña. Se decidió que Molina se trasladase inmediatamente a Gua-
yaquil, “en donde podía tomar las providencias conducentes a que lo
recibiesen en Quito y, en caso de no lograrlo, se posesionara del gobier-
no de Quito”.92

90 Cevallos, ob. cit. t. III, cap. II, V. Clásicos Ariel, 79, 88


91 Ramón Núñez del Arco, “Informe del Procurador General, Síndico personero de la Ciudad
de Quito”, Boletín de la Academia Nacional de Historia, vol. XX, n. 56 (julio-diciembre 1940),
pp. 231-281. Y el mismo año, con el título Los hombres de Agosto, Quito, Litografía e Imprenta
Romero, 1940, 51 pp. Debe leerse como texto que, como de celoso fiscal, carga las tintas.
92 Carta de Abascal a Molina, Lima 25 de octubre de 1810. En Jijón y Caamaño, ob. cit.(en nota
23), p. 30

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

La jugada de Abascal era que Guayaquil y Cuenca dependie-


sen de su autoridad virreinal, ya que la de Santa Fe no estaba en capa-
cidad de ejercerla. Y el Ayuntamiento de Guayaquil parecía estar en el
juego: había respondido a la Junta de Quito, cuando esta le había pedi-
do el reconocimiento de su autoridad y el nombramiento de dos dipu-
tados que la representasen en ella, que se sentía desligada de Quito y
pediría ayuda a Abascal para someter a los sediciosos.
Molina llegó a Guayaquil el 7 de noviembre, y allí encontró ofi-
cio en que Montúfar ponía en duda la legitimidad de su posesión, por-
que no podía asumir la Presidencia si antes no rendía homenaje -como
se mandaba en su nombramiento- al Virrey de Santa Fe. En cuanto a la
intromisión de Abascal, se la rechazaba: él no tenía jurisdicción sobre
Quito.
Todo apuntaba a desconocer la autoridad del Consejo de Regen-
cia, cuyo Comisionado era Montúfar. Fracasado el acuerdo con dos emi-
sarios de Molina -el segundo, un hombre de claras ideas americanas,
Jacinto Bejarano-, no le restaba a Montúfar sino defender su autoridad
por la fuerza de las armas. No lo quedaba otro camino: una junta de gue-
rra, reunida en el Puerto, con presencia del gobernador Cucalón y los
jefes militares, había ordenado que no pasasen de Guaranda los cuerpos
llegados de Panamá, y el 19 de noviembre Molina enviaba a Guaranda
cuatro compañías de pardos deLima más piezas de artillería. Y poco des-
pués llegaba allá el grueso del ejército comandado por Arredondo.
Carlos Montúfar, militar de carrera de brillante trayectoria y ya
larga experiencia, disciplinó sus tropas y formó, aunque con graves
limitaciones de equipamiento, un verdadero ejército, que marchó sobre
Guaranda para desalojar a los realistas. Con un enemigo en fuga sin que
hubiese mediado acción alguna de armas, tomó la plaza con sus bode-
gas repletas de mosquetes con sus municiones, arcas y otros enseres.
La fuga de Arredondo abandonando parque y pertrechos es
episodio un tanto obscuro -Cevallos confesó no acertar en las causas-.
Porque los hombres de Quito, en gran parte bisoños y mal armados,
estaban en clara inferioridad de condiciones frente a los mil veteranos
del español. Jijón y Caamaño creyó hallar la explicación de la insólita
retirada en las noticias que portó Bejarano, según las cuales la resisten-
cia a Montúfar era inútil,93 Stevenson recogió una historia pintoresca:

93 Jijón, ob, cit., 33

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Un centinela colocado en un puesto de avanzada en un lugar llama-


do La Ensillada se alarmó temprano en la mañana por una descarga
repentina ocasionada por el hielo del Chimborazo, el cual suele res-
quebrajarse ocasionando un terible ruido mientras los primeros rayos
del sol iluminan el monte. Asustado por lo que había escuchado,
abandonó su puesto y comunicó a la inteligencia del acercamiento de
Montúfar con un tren de artillería. Lleno de la mayor consternación
que cabe imaginar, Arredonda montó su caballo y huyó, sin esperar a
averiguar la causa de la alarma o a investigar el informe. Los oficia-
les y los soldados siguieron el ejemplo de su jefe y, dejando todo atrás,
se pusieron a buen recaudo. 94

Por lo que haya sido, las tropas de Arredondo se dieron a la


fuga en desbandada y solo porque el invierno hizo difícil la persecu-
ción pudieron llegar por Naranjal a engrosar las tropas de Molina en
Cuenca. Arredondo no paró su fuga hasta Lima. El suceso confirma
noticias del tiempo que lo pintaron afeminado y cobarde. Estos son los
ruines que se ensañan en prisioneros y otros ciudadanos inermes.
La nueva jugada de Abascal fue mover su peón más hacia
Quito, a la otra ciudad importante de la Sierra. Molina salió de Guaya-
quil el 18 de enero, y el 29 se posesionaba de su cargo en Cuenca. Hizo
de la ciudad capital de la Audiencia, nombró Oidores y aprestó tropas.
Desde Lima Abascal las aprovisionó con dos mil fusiles.
Montúfar, victorioso, marchaba hacia Cuenca. El 18 de febrero
remitió al Cabildo cuencano la nota que le había hecho llegar días antes
la Junta quiteña. En ella se impugnaba la legitimidad de Molina por
vicios legales en su nombramiento y posesión -debía, se insistía, pose-
sionarse ante el Virrey de Santa Fe- y se recordaba que la capital de la
Audiencia era Quito.
Había en Cuenca un núcleo pequeño pero influyente de patrio-
tas y presionó para que se escucharan las razones de la Junta de Quito
y se evitara el derramamiento de sangre. Las autoridades realistas más
enconadas, con el atrabiliario obispo Quintián -uno de los personajes
más nefastos de este tramo de la historia patria- a la cabeza, huyeron a
Guayaquil. Y el 19, el presidente Molina resignó el mando en el Cabildo
de la ciudad. “Atentas las críticas circunstancias de hallarse inmediatas
las tropas quiteñas, en estado de atacar esta ciudad”. 95
94 Stevenson, ob, cit., 509
95 El texto de esa renuncia en Cevallos, ob. cit., Clásicos Ariel 79, 93

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Y era así: las tropas quiteñas habían vencido a Aymerich en Pa-


redones y habían tomado Cañar, mientras el español se replegaba hacia
Verdeloma. Montúfar había dado plazo de dos días al Ayuntamiento
de Cuenca para rendir la ciudad.
Y es cuando se produce uno de los hechos más turbios y la-
mentables de este momento histórico, que pudo haber sido decisivo:
las tropas quiteñas recibieron orden de retirarse a Riobamba. “Patriotas
y no patriotas -escribiría Cevallos- quedaron estupefactos con semejan-
te movimiento”.
Cevallos dio con un documento en que constaban las razones
aducidas por el Comisionado Montúfar y su Consejo de Guerra para
explicar esa orden: el clima riguroso, que con las crecientes tornaba
impracticables los caminos y con las lluvias había enfermado a gran
parte de la tropa; escasez de víveres por el ocultamiento hecho por los
pueblos de la región; deserción de los indios de Riobamba que condu-
cían los bagajes; deserción de algunos milicianos y crecidos gastos para
mantener un ejécito que pasaba ya de cuatro mil efectivos.96
Dichas razones, se ve por ese mismo documento, no satisficie-
ron a la Junta: “lo ha desaprobado altamente y con las vivas expresio-
nes en el oficio de contestación al señor comandante”.
Stevenson creyó tener la clave para entender la decisión del
Comisionado: fueron disposiciones españolas a cuyo cumplimiento se
sintió obligado. “Vino un correo de España trayendo las noticias de la
disolución de la Junta Central y la formación de la Regencia y las
Cortes, ordenando además a todos los fieles vasallos que abjuraran de
la Junta traidora y que tomaran juramento de la alianza a las autorida-
des recién constituidas” 97
Borrero piensa que hubo un acuerdo para someter las diferen-
cias al Consejo de Regencia. Ya Jijón había dado como razón para el
sorpresivo retiro cierto acuerdo con Cuenca a la espera de una resolu-
ción de la Regencia acerca de la Junta quiteña. En fin, no se ha de per-
der de vista que Montúfar actuaba como Comisionado del gobierno
español, el que fuese, y debió parecerle fuera de razón que él, Comi-
sionado nombrado por el Consejo, hiciese la guerra a un Presidente
nombrado por el mismo Consejo. Y ¿no era cabeza de la Junta el Presi-

96 Oficio de Carlos Montúfar a la Junta. En Cevallos, ob. cit., Clásicos Ariel, 79, pp. 94-95
97 Stevenson, ob, cit., p 510

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dente de la Audiencia? En abril, el Consejo de Regencia condescende-


ría en que subsistiese la Junta de Quito, “hasta tanto que el augusto
Congreso de las Cortes generales y extraordinarias del Reyno establez-
ca la Constitución, que ha de formar el gobierno que más convenga a
las provincias de la Nación española”. Ya se ve con todo esto cuantas
causas había para la irresolución y ambigüedad de las acciones de
Carlos Montúfar a la hora de cruzar su Rubicón y tomar Cuenca.
Cierto sector de la sociedad debió ver con alivio la suspensión
de la campaña. Pero el pueblo quiteño, el altivo e indomable pueblo
quiteño de los barrios, rechazó esa retirada cuando la toma de Cuenca
había sido inminente. “El pueblo miró con saña la retirada del ejército”
-consignó Salazar y Lozano-. A él las razones dadas nunca le conven-
cieron.98
Como en la anterior lucha, Quito debía cuidar el norte. Allá
estaba el siempre peligroso bastión realista que era Pasto. Tacón, gober-
nador de Popayán, derrotado por los patriotas del Cauca, con refuer-
zos bogotanos, en Palacé, había ido a dar allá. La Junta quiteña delegó
a Pedro Montúfar para que fuese a acabar con ese foco de reacción. En
los primeros días de mayo entraba en Ibarra a la cabeza de 300 hom-
bres, y con cuatro piezas de artillería.
El 4 de julio se celebró en Quito Cabildo Abierto para declarar
la guerra a Tacón. En esa asamblea de la ciudad, Miguel Antonio
Rodríguez -cuya autoridad ante las gentes quiteñas hemos destacado
ya- le planteó a Montúfar que hasta cuándo estaba con la simpleza del
reconocimiento a la Regencia y que ya era tiempo de que sustituyese el
título de Comisario Regio por el de Comandante de las fuerzas de
Quito. Era el espíritu que iba imponiéndose en la ciudad: era ya hora
de romper con las Cortes “más nulas que la Regencia misma”, según
una carta de Joaquín de Araujo, representante de Riobamba en ese
Cabildo.99
Y el 2 de agosto se recordó, en solemne ceremonia celebrada en
la iglesia de los jesuitas, la masacre de los próceres el 2 de agosto del
año anterior. Pronunció la oración fúnebre Miguel Antonio Rodríguez.
Esa pieza es la más alta, más honda y más bella de la oratoria sagrada

98 Agustín Salazar y Lozano, “Recuerdos de los sucesos principales de la Revolución de Quito


desde el año de 1809 hasta el de 1814”, Museo Histórico, 17 (septiembre 1953) . Estas memo-
rias se escribieron en 1824 y se publicaron por primera vez en Quito, en 1854
990Documento hallado por Jijón y Caamaño en el Archivo de Indias, cit. en ob. cit., p. 23, nota 4.

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

del tiempo; pero también de la política.100 Cuando ciertos sectores de la


Iglesia y de la reacción monárquica hubieran querido severa condena
de aquellos rebeldes, el orador hizo alto elogio de sus virtudes cívicas
y justificó su proyecto autonómico:

¡Pero desgraciada Quito! tú comenzaste por donde debías haber aca-


bado, y tu situación decadente por un movimiento retrógrado no es el
que han tenido otros pueblos. A ellos les han bastado pocos años para
llegar a ser potencias respetables,y a ti la duración de casi tres siglos
sólo ha servido para que cada día se disminuyan tus riquezas, se debi-
liten tus fuerzas y se oscurezca tu grandeza! ¿Cuáles han sido los fru-
tos de tu opulencia primitiva? Si, privada del comercio y de la indus-
tria, no has podido adelantar en tus riquezas ni conservar el capital
con que te establecistes: ¿qué te ha aprovechado el estar rodeada por
todas partes de inmensos terrenos? De qué ha servido la aptitud de
tus naturales, si todo les ha sido prohibido,si las virtudes y los vicios
se han pesado en la misma balanza, y los servicios más distinguidos
apenas se hallan escritos como los de Mardoqueo en los anales de
Azuero, con la nota de o haber sido recompensados?101

Tras variadas acciones de armas -cuyas crónicas y noticias lle-


garon hasta Cevallos, el historiador mayor de estos tiempos heroicos-
dos mil quiteños ocuparon Pasto el 22 de septiembre de 1811. También
llegó allá, desde el norte, Joaquín Caicedo, presidente revolucionario
del Valle del Cauca, y él se posesionó de la ciudad. ¿Por qué el grana-
dino si la caída del reducto realista se debió a las tropas quiteñas, y
Pasto pertenecía a Quito?
Hubo, pienso, una poderosa razón de otro orden: Caicedo
representaba la liberación total de España, mientras la Junta de Quito
significaba aún una manera particular de sujeción a España -a las
Cortes y el Consejo de Regencia-. Pero en Quito había un partido fuer-
te -apoyado por la parte más decidida del pueblo- que estaba por lo
que representaba Caicedo-. Ese pueblo se agitó y llegó al tumulto ame-
nazante. Ruiz de Castilla debió dimitir la presidencia de la Junta y reti-
rarse a la recoleta del Tejar, de los frailes mercedarios.

100 En la siguiente parte de nuestra Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana. 1800-
1860, la analizaremos detenidamente.
101 Toda la oración en Antología de prosistas ecuatorianos, tomo segundo, Quito, Imprenta del
Gobierno, 1896, pp. 64-79. El lugar transcrito, pp. 67-68.

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A partir de entonces vemos diferenciarse dos tendencias de las


gentes quiteñas, duramente enfrentadas: moderados y radicales. Los
moderados, liderados por Selva Alegre -a los que por el apellido del
marqués se dio en llamar “montufaristas”-, que se apegaban a los jura-
mentos de fidelidad a Fernando VII que hiciera -al menos como facha-
da- el movimiento de agosto de 1809, y los radicales, con el Marqués de
Villa Orellana a la cabeza -llamados, por el apellido de su jefe, Jacinto
Sánchez de Orellana, “sanchistas”-, que exigían la independencia de
España y propugnaban un sistema republicano de gobierno.
Los radicales, que vieron mal que sucediera a Ruiz de Castilla
en la presidencia de la Junta el Marqués de Selva Alegre -para los radi-
cales, traidor a la Revolución del año 9- y rechazaron igualmente la pre-
sencia en la Junta de quienes juzgaban desleales a ese movimiento
como Zambrano -actuaciones de Manuel Zambrano con las que hemos
dado ya prueban lo errado de esta apreciación-, Manuel de Larrea,
Rodríguez Soto, Benavides, Quijano y Murgueitio, exigieron otra Junta
y una postura más decidida frente a la dominación española.
La nueva Junta se integró por los que para los radicales eran
probados patriotas: Valdivieso, el Marqués de Villa Orellana, Antonio
Ante, Nicolás de la Peña, Juan Donoso. Se pidió al obispo Cuero y
Caicedo que la presidiese, y él aceptó.
La nueva Junta convocó a elecciones para un Congreso consti-
tuyente que dictase una Carta Política y diese forma a los poderes
públicos. Debían ser dieciocho diputados: uno por el clero, uno por las
órdenes religiosas, dos de la nobleza, cinco de los barrios -uno por
barrio-, y uno por cada asiento de Ibarra, Otavalo, Latacunga, Ambato,
Riobamba, Guaranda y Alausí.
Las elecciones fueron el campo donde esos dos partidos que
polarizaban cada vez más las opiniones quiteñas se afirmasen en su
peculiar concepción de la relación con la Metrópoli, y midieran fuerzas.
En las elecciones vencieron los moderados o realistas mitigados.
El Congreso se instaló solemnemente el 4 de diciembre de
1811, e inició sus labores dos días después, comenzando por discutir la
cuestión que daría dirección y cauce a todas las deliberaciones poste-
riores: ¿Debían las provincias reunidas y constituyentes seguir con el
reconocimiento prestado anteriormente por Quito al Consejo de
Regencia y a las Cortes congregadas extraordinariamente en la isla de
León, obedeciendo sus órdenes, como si se tratase de una soberanía

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

supletoria y representativa de toda la Nación, o debía entenderse que


las provincias habían reasumido el ejercicio de la soberanía, depen-
diendo únicamente del Rey, “hasta que se restituya la legítima pose-
sión de sus derechos absolutamente libre de la dominación francesa e
influjo de Bonaparte”?102
Se discutió y, “teniendo en cuenta que la Regencia no había
resistido con éxito a los franceses, se resolvió a pluralidad de votos por
la independencia, recomendando la confederación con las provincias
granadinas, cuyos intereses y derechos son comunes con los de Quito
para bien de la sagrada causa americana”103.
Firmaronel Acta el obispo Cuero y Caicedo,como Presidente; el
Marqués de Selva Alegre, Vicepresidente; Manuel Zambrano, repre-
sentante del Ayuntamiento; Calixto Miranda, de Ibarra; Rodríguez
Soto, del Cabildo Eclesiástico; Prudencio Vásconez,del Clero secultar;
fray Alvaro Guerrero, del regular; el Marqués de Villa Orellana y
Mariano Guillermo Valdivieso, por la nobleza; Manuel Larrea, por el
barrio de Santa Bárbara; Manuel Matheu, por el de San Marcos;
Mariano Merizalde, por el de San Roque; Miguel Antonio Rodríguez,
por el de San Blas; el Dr. Francisco Aguilar, por Riobamba; el Dr. José
Manuel Flores, por Latacunga; Miguel Suárez, por Ambato; José
Antonio Pontón, por Alausí; Antonio Ante, por Guaranda; Luis Quija-
no, secretario de Estado, y Salvador Murgueitio, de Gracia, Justicia y
Hacienda.
De esta gallarda resolución inicial del flamante Congreso y de
los firmantes que la aprobaron en representación de estamentos,
barrios y provincias se deducen dos conclusiones de la mayor impor-
tancia: la primera, que las diferencias entre las dos tendencias de la
Asamblea -y de Quito- eran más de apariencia -más o menos virulen-
ta- y de caudillismo -pugna por el poder de los dos grupos oligárqui-
cos- que de fondo, y la segunda, que Quito se había pronunciado, a tra-
vés de sus diputados, por la independencia.
Para la Constitución se presentaron tres proyectos: el del maes-
trescuela de coro Calixto de Miranda104; el de Manuel Guizado, limeño,

102 Acta del Soberano Congreso de Quito, de 11 de diciembre de 1811. Archivo de Indias 126-
3-11. Cit. por Jijón y Caamaño, ob. cit., p. 24
103 “Acta del Soberano Congreso”, Quito, 11 de diciembre de 1811. Archivo de Indias, Sevilla.
Cit, Jijón y Caamaño, ob.cit., p. 24.
104 Del que Jijón consignó esta sugestiva información: “El 29 de Enero de 1812, remitió Molina
el Proyecto de Constitución, escrito por el Maestraescuela, doctor don Calixto Miranda,

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del cabildo eclesiástico, y el de Miguel Antonio Rodríguez -que se


había convertido ya en el intelectual más autorizado del Quito revolu-
cionario-. Prevaleció este último. Para Salazar y Lozano, estaba “afec-
tado de resabios españoles”. Se lo prefirió a otro que se pronunciaba
por un “austero orden republicano”. El proyecto de Rodríguez, como
lo veremos, tenía médula de avanzada, y solo en la epidermis parecía
transigente -el sabio legista había aprendido de Espejo el arte de decir
lo más duro sin escandalizar-. “Manifiesta -ha escrito de ese proyecto
el sabio contitucionalista Tobar Donoso- sin lugar a dudas que Rodrí-
guez había madurado su plan durante largo tiempo, quizá con la con-
versación con Espejo, y en todo caso con el estudio paciente de las
ideas de la época”.105
Aun antes de que se aprobase todo el articulado de la Consti-
tución, el partido monárquico provocó elecciones de funcionarios, y las
designaciones -hechas el 14 de febrero- recayeron, en su mayoría, en
gentes suyas. Los radicales abandonaron la Asamblea y se trasladaron
a Latacunga.
Fueron, pues, los doce diputados montufaristas los que suscri-
bieron, con fecha 15, el “Pacto solemne de sociedad y unión entre las
provincias que forman el Estado de Quito”.106
El Pacto comenzaba por solemne período en cuyo núcleo esta-
ba una estupenda formulación de filosofía política. Proclamábase que
se sancionaban los artículos de la Constitución “en uso de los impres-
criptibles derechos que Dios mismo como autor de la naturaleza ha
concedido a los hombres para conservar su libertad, y proveer cuanto
sea conveniente a la seguridad y prosperidad de todos y cada uno en
particular”, y formulaba el deseo de “darse una nueva forma de go-
bierno análogo a su necesidad y circunstancias en consecuencia de
haber reasumido los Pueblos de la Dominación Española por las san-
ciones de la Providencia Divina, y orden de los acontecimientos huma-

documento aún inédito y valiosísimo para conocer las opiniones corrientes en esa época”.
Jijón lo halló en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. Jijón y Caamaño, ob. cit., p. 25.
Hemos dado con Calixto Miranda como firmante del Acta del Congreso de Quito, de 11 de
diciembre, como representante de Ibarra. ¿Cuándo y por qué remitió su proyecto de Cons-
titución a Molina? Y Molina, si lo remitió al Congreso quiteño, ¿reconocía su competencia
para dictar una Constitución?
105 Julio Tobar Donoso, Orígenes constitucionales de la República del Ecuador, Quito, Impenta de
la Universidad Central, 1938, p. 5
106 El precioso documento fue publicado por Celiano Monge en 1913. Se reprodujo en Museo
Histórico, año X, ns. 27-28 (agosto 1957), pp. 81-103.

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

nos la Soberanía que originariamente reside en ellos”. La soberanía, se


sentaba inequívocamente, reside en los pueblos.
Y sobre la sociedad política se establecía que “el fin de toda
asociación pólítica es la conservación de los sagrados derechos del
hombre”.
Es decir, toda una filosofía política impensable antes de la Re-
volución Francesa y el resquebrajamiento del viejo régimen que ella
había producido en Europa.
Esa primera constitución de la nueva República garantizaba las
libertades: la de sufragio, la de expresión. El Supremo Consejo, integra-
do por miembros que durarían dos años, tenía la misión de proteger y
defender los derechos del pueblo, vigilar la guarda de la Constitución
y enmendar o sancionar a los miembros de los tres poderes -Ejecutivo,
Legislativo y Judicial-, a cuyas atribuciones y responsabilidades se
dedicaban sendas secciones.
Eran ocho provincias libres las que formaban el Estado de
Quito, pero debíase entender “lo mismo respecto de las demás provin-
cias vinculadas políticamente a este Cuerpo luego que hayan recobra-
do la libertad civil de que se hallan privadas al presente por la opresión
y la violencia”.
El lugar del Rey se definía en un artículo en apariencia obe-
diente pero con salvedad decisiva: “En prueba de su antiguo amor, y
fidelidaed constante hacia las personas de sus pasados Reyes; protesta
este Estado, que reconoce, y reconocerá por su Monarca al Señor Don
Fernando Séptimo, siempre que libre de la dominación francesa, y
seguro de cualquier influjo o amistad, o parentesco con el Tirano de
Europa pueda reinar, sin perjuicio de esta Constitución”. Tratábase,en
el mejor de los casos, de un rey y monarquía casi simbólica, y, en el
peor, de una monarquía constitucional, pues era poco lo que podía
gobernar “sin perjuicio de esta Constitución”.
“Dado en el Palacio del Reino de Quito”, rezaba, con cierto
toque de ufanía, la data de la flamante constitución.
El Pacto tendría vida efímera, porque el partido radical lo des-
conocería por no haber sido suscrito por la totalidad de los diputados.
Desconocieron, además, a un Congreso que estaba partido, y se consti-
tuyó un Consejo Directivo del movimiento revolucionario. La división
había llegado a ser total y se tornaría fatídica para la Revolución misma
y la supervivencia del Estado que con la Carta Magna nacía.

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Y ya tenemos a las dos facciones enfrentadas hasta la guerra


fratricida. El líder militar de los radicales, el coronel Francisco Calde-
rón, que se hallaba con sus tropas en Alausí vigilando las fronteras de
la patria libre, unió a esas fuerzas las de Guaranda y marchó sobre Qui-
to. Hízose preceder de proclama que testimonia, a la par que las razo-
nes que esgrimía ese partido, los altos niveles que había alcanzado la
pasión política. “Quiteños: Albricias! El día de vuestra libertad se acer-
ca” -comenzaba ese texto que, leído a la distancia de aquellos fragores,
suena casi delirante-. Anunciaba la llegada de los patriotas “arrojados
del gobierno porque no prostituían vuestra confianza”. Venían -se de-
cía- para acabar con la que llamaban “casa dominante” -es decir la de
los Montúfar-, “esa casa que arruinó el reino con la revolución y con-
trarrevolución” y ahora detentaba todos los poderes. Y a quien encabe-
zaba la fuerza militar en camino se lo llamaba “vuestro libertador”.107
En el nervio de la proclama estaba la mayor acusación contra
los Montúfar: “arruinó el reino con la revolución y contrarrevolución”.
La fórmula invita a una lectura profunda. Para quienes tenían a gentes
del lado del Marqués de Selva Alegre por traidores, ello sería por la
contrarrevolución. ¿Cómo pudo ser también ese arruinar a Quito con
la Revolución? ¿No la hicieron los más decididos y radicales patriotas,
bajo la dirección de Morales y Rodríguez de Quiroga?
El partido encabezado por los Montúfar -Carlos, Juan Pío y
Pedro- no se sintió con fuerzas para resistir a las tropas de Calderón o
quiso evitar derramamiento fratricida de sangre. Ello es que fueron
aceptadas todas las condiciones impuestas por Calderón. Renunció a la
presidencia el obispo Cuero y Caicedo, Carlos Montúfar debió huir
para evitar la prisión decretada por los adversarios y el Marqués se
ausentó.
Sin el freno de los moderados, otra vez estamos en una Quito
en plena revolución, participando enfervorizadamente en los prepara-
tivos para marchar sobre Cuenca. La capital sureña era vital para la
Revolución de Quito: había que evitar que se uniese a Guayaquil para
sofocar la insurrección del centro
El 1 de abril de ese 1812 salió el ejército quiteño -2000 hombres,
200 veteranos y el resto bisoños entusiastas-, al mando del coronel Cal-
derón. Por el camino, gentes de Latacunga, Ambato, Riobamba y Alau-

107 La proclama de Calderón en Cevallos, ob. cit., Clásicos Ariel 79, 106. T. III, Nota 2, pp. 121-122

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

sí, en número superior al millar, engrosarían las filas. (Ese 1 de abril el


año anterior había llegado a Quito Carlos Montúfar tras su retirada de
Cuenca. Por tal coincidencia, “día misterioso” lo llamaba un pasquín
antimontufarista que circuló el mismo día en Quito 108).
Las tropas de la Revolución vencieron el l6 de junio a las ene-
migas en Paredones y el 21 de julio ocuparon Biblián, a solo siete
leguas de Cuenca.
Cuando la campaña se acercaba a un final triunfal, intrigas
urdidas por los opositores de Quito y llevadas por Echanique, bajo la
fachada de portador de los sueldos de la tropa, frenaron la toma de
Cuenca -cosa tan grave la ha sentado el ponderado Cevallos, según
fuente de primera mano: el ayudante de campo de Calderón, Francisco
Flor109-. La maquinación cuajó de modo vergonzoso: un grupo de ofi-
ciales se constituyeron en Consejo de Guerra y resolvieron la retirada.
Pero un movimiento del enemigo que les cerró la puerta para ese re-
pliegue forzó a los patriotas a una acción desesperada que, tras compli-
cado enfrentamiento de caballerías e infanterías, culminó en victoria.
Pero entonces, cuando Cuenca esperaba ansiosa a los patriotas
victoriosos para una unión que fortalecería enormemente la República,
los revolucionarios forzaron una insólita retirada110, y lo que llegó a
Riobamba fue un ejército desmoralizado y deshecho. Una suprema

108 Nos referiremos a él en el texto de nuestra Literatura. Se lo publicó en el Boletín de la


Academia Nacional de Historia, vol. XXIV, n. 64 (julio-diciembre 1944), pp. 320-326
109 Cevallos, ob. cit., 79, 110
110 Tan insólita retirada cierra el relato de la campaña y el choque final que hiciera Abascal:
“Las hostilidades empezaron de su parte desde Paredones, lugar en donde se hallaba
situada la avanzada de Aimerich, la cual, cediendo a la superioridad, tuvo que replegarse
a las alturas de Llasu en las inmediaciones del pueblo de Cañar . El enemigo le siguió hasta
ese punto en que fueron oportunamente llegando los refuerzos y en esta disposición aun-
que disponíanalgunos movimientos con objeto de incomodar a las tropas de Cuenca. la
serenidad de éstas les impuso de tal modo, que no osaron en ocho días emprender acción
alguna contra ellas que sólo mudaban de posición según lo que observaban al enemigo.
Pero tratando éstos al fin de cortar la división reforzada de Valle, o atacar la de Aimerich,
en esta dudosa operación consiguió el primero ocupar el pie del cerro de Altar, flanque-
ando por la izquierda al enemigo que llenaba la cuchilla de Llaraví. Entonces rompió Valle
un fuego vivo, y sostenido empeñándolos en la acción por aquel lado,y en cuyo tiempo
Aimerich a la vista pudo socorrerlo con 300 hombres. Empeñado el ataque tuvieron que
sostenerlo por úna y otra parte 3 horas y media que se regulaba indecisa la acción, mas
habiendo cesado Valle sus fuegos por falta de municiones, cesaron también los del enemi-
go, que se retiró luégo a sus tiendas y al rayar el día siguiente ya había desaparecido,
dejando en el lugar que habían ocupado 17 piezas de cañón y otras armas y peltrechos con
mucha parte del equipaje”. Ms. cit. por Jijón y Caamaño, ob. cit., p. 39, nota 9.

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Diputación de Guerra, enviada por Quito a esa ciudad, dando oídos a


intencionados informes de la vanguardia en retirada, decretó la priva-
ción del mando a Calderón. Se consumó así esta página bochornosa de
la historia nacional, hora sombría en que obscuros intereses pusieron
en riesgo la suerte de la patria. Para reparar tamaña injusticia cometi-
da contra Calderón, patriota a toda prueba, se lo nombró, el mismo día,
comandante en jefe de las operaciones del norte.
En Quito las cosas eran tensas y dominaba un sentimiento
general de frustración y de cólera contra los traidores y causantes de
las tragedias que amenzaban a la ciudad. Dos hechos lo testimonian.
Una poblada de indios y mestizos de San Roque sacaron de su retiro en
la recoleta de la Merced al anciano Ruiz de Castilla, y, cubriéndole de
insultos y golpes, lo llevaron frente al Cabildo con intención de ajusti-
ciarlo. Se logró rescatarlo de esas manos enfurecidas, pero a los tres
días el viejo Conde moría, negándose a ser curado de sus heridas -más
bien leves-. Los contumaces realistas Calisto, Pedro y su hijo Nicolás,
que multiplicaban insidias contra la República, fueron sorprendidos
tratando de llegar a Pasto con dineros para financiar la campaña realis-
ta y fusilados como traidores.
Tras la desafortunada retirada de las puertas de Cuenca, todo
iba a encaminarse fatalmente a la toma de Quito.
El teniente general Toribio Montes -brillante militar de carrera-,
que había sido nombrado Presidente de Quito, en reemplazo de Moli-
na, había llegado a Guayaquil el 21 de junio de 1812, con cuantiosos
recursos. Junto a él estaba el coronel Juan Sámano, que cobraría triste
celebridad en las guerras de la independencia por su sevicia. Montes
destacó a Sámano a Cuenca para que dirigiera las tropas de esa ciudad.
Así que salieron Sámano de Cuenca y Montes de Guayaquil. Unidos,
sus efectivos llegaban a 2.675 -418 de Guayaquil y 1.860 de Cuenca.
Tomado Pasto por los realistas, Quito estaba amenazado por el
sur y por el norte. consciente de la gravedad de la situación, el Congre-
so de Quito toma medidas radicales como el llamamiento a las armas a
los ciudadanos mayores de 16 y menores de 50 años, la convocatoria a
voluntarios para la defensa de Ibarra, la orden de alistar las milicias de
Quito y sus cinco leguas para caso de amago a la Capital y confiscación
de bienes de los autores y cómplices de la sublevación de Pasto.111
111 Acta del Congreso de 15 de junio de 1812. Archivo de Indias. Cit. Jijóin y Caamaño, ob. cit.,
p. 40.

77
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Se debió haber frenado a Montes en la arriscada topografía


guarandeña, y lo quiso hacer el esforzado Ante. Pero Checa, en lugar de
enviarle los refuerzos pedidos, le ordenó concentrar la tropa en Riobam-
ba. Ello hizo posible que se unieran las fuerzas de Montes con las de
Sámano formando un ejército mucho más difícil de resistir. Ese ejército
derrotó al patriota en Mocha, donde se había creído bien fortalecido, el
2 de septiembre de ese 1812, y comenzó su marcha sobre Quito.
En esta hora de peligro para la joven república, el obispo Cuero
y Caicedo se dirigió a sus vicarios con exhortación que trasuntaba deci-
sión patriótica. Les pedía que levantasen el espíritu de los habitantes
para que “sin distinción de clase, estado y condición, coadyuvasen con
todos sus esfuerzos y facultades, a hacer una defensa vigorosa para sal-
var sus vidas y propiedades de los saqueos, agravios y violencias,
extorsiones, pecados y males que se prometían consumar las fuerzas
invasoras”.112
Este es otro Cuero y Caicedo, muy distante del contrarrevolu-
cionario taimado del año 9. Haber presenciado, el 2 de agosto del año
siguiente, impotente -y seguramente con algún remordimiento-, los
alevosos asesinatos de tantos ciudadanos ilustres, inermes en prisión,
y después la matanza de tantos otros quiteños indefensos en las calles
de la ciudad y los saqueos y abusos, había hecho madurar su concien-
cia de patriota y decidido su voluntad ya sin vacilaciones ni cobardías.
Y hay otros textos que revelan de modo aun más vigoroso a
este nuevo Cuero y Caicedo. Son un edicto de 8 de agosto y una pasto-
ral del 19 de septiembre, que lo confirmaba y urgía lo precrito, ante la
derrota del ejército de Quito en Mocha. El Obispo llegaba a declarar
“suspensos ipso facto de oficio y beneficio a todos los sacerdotes secula-
res y regulares que se obstinasen en sembrar ideas seductivas, sangui-
narias y contrarias a la felicidad de la Patria, o que concurriesen a desa-
lentar a las gentes y separarlas del justo y legítimo designio de defen-
derse y auxiliar al Gobierno” y decretaba “pena de excomunión mayor
a los seculares de cualquier estado, calidad y condición que mantenien-
do comunicación con los enemigos, les diesen noticias relativas a la
defensa y Estado de la Patria, o interiormente desalentasen, sedujesen
o impidiesen los arbitrios que se adopten en la Capital y sus provincias
unidas”. Apoyaba tan graves decisiones en luminosa doctrina: tales
sanciones se aplicaban “en atención a considerarse indignos de la so-
112 Cit. en Borrero, ob. cit., p. 357

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L A G L O R I O S A Y T R Á G I C A H I S TO R I A D E L A I N D E P E N D E N C I A D E Q U I TO

ciedad de los fieles, a todo insensibles, a la voz de la Justicia y la Cari-


dad” y porque “la naturaleza y la religión obligan a trabajar a costa de
los mayores sacrificios, por la salud, la libertad y los adelantamientos
de aquella sociedad en que han vivido y a la que son deudores de cuan-
to son y poseen”113
Documento tan enérgico, al tiempo que la noble pasión patrió-
tica hacia la que había evolucionado el Obispo, muestra, por su misma
gravedad y urgencia, que había todo un sector del clero actuando como
quinta columna realista.
Y, como la retirada de las tropas del Estado de Quito estaba
perturbada por deserciones y robos al ejército, el Obispo extendió la
pena de excomunión mayor a los desertores que no volviesen a incor-
porarse bajo las banderas de la República, como también a los que tu-
viesen armas, caballos, pertrechos y municiones del Estado y no los
devolviesen en tres días.
Aunque algo tarde, había sonado la hora de la unidad de la
patria. Con muchos cuerpos en desbandada hacia Latacunga, Carlos
Montúfar fue llamado a ponerse a la cabeza de las tropas quiteñas del
sur. (Antonio Ante, nombrado para ese comando tras la separación de
Checa, reconoció no estar capacitado para dirigir campaña que se había
vuelto tan difícil y fue quien acudió a Montúfar).
Montúfar se replegó hacia la abrupta quebrada de Jalupana y
se hizo fuerte. Montes se quedó en Ambato y Latacunga sufriendo el
acoso de guerrillas al mando del coronel Mateu. Montes, bloqueado, se
estaba quedando sin vituallas. Y fue otro americano traidor -Martín
Chiriboga- quien lo sacó del aprieto dándole víveres y hasta caballos.
Y otro de estos a quienes Cevallos tachó de traidores, Andrés Salvador,
mostró al realista el modo de burlar la fortaleza quiteña de Jalupana:
apartándose de la ruta principal en las inmediaciones de Tambillo y
subiendo las faldas del Atacazo por el paso de la Viudita.
Montúfar debió replegarse de urgencia a Quito, que no estaba
fortificada. Quito iba a ser el campo de batalla. Las tropas quiteñas es-
peraron el ataque español hechas fuertes en el Panecillo y las entradas
de San Sebastián y la Magdalena.
A una soberbia intimación y ultimátum de Montes el pueblo
quiteño respondió altiva y duramente:

113 Edicto del 8 de Agosto de 1812 y Pastoral de 19 de Septiembre de 1812. Archivo de Indias,
Sevilla. Cf. Jijón, ob. cit., p. 42. Y Borrero, loc. cit.

79
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Si no estuviese persuadido este pueblo fiel y religioso que el estilo de


los piratas, que solo miran en sus empresas las vergonzosas pasiones
de la ambición o el interés, es el que se lee en vuestro oficio, nunca cre-
ería que os atrevieseis a insultar los sagrados derechos que ha procla-
mado esta ciudad por el cautiverio de nuestro amado monarca, el
señor don Fernando VII de Borbón; pero nada debe extrañarse de un
hombre sin principios de religión ni de política, y que aspira a formar
su suerte con el robo, el asesinato y los demás excesos y crímenes de
un hombre corrompido. Mas os engañáis con la turba de facinerosos
que se os han asociado, pues los individuos de este supremo gobierno,
las corporaciones, el venerable clero, la nobleza, el pueblo bajo y las
tropas de esta plaza, se hallan prontos a manifestar a la faz del uni-
verso que no es fácil subyugar a hombres resueltos que pelean por su
libertad; y en su virtud, se os intima que dentro de dos horas desocu-
péis estos territorios, en inteligencia que de lo contrario ni vos ni
vuestras tropas tendréis cuartel, pues se han dado las providencias
convenientes para que no escape ninguno.114

Firmaba aquello el 6 de noviembre “el pueblo quiteño”.


¿Quién había recogido el sentir de ese pueblo altivo y heroico? ¿Quién
le había dado forma en ese texto que llega al estupendo poder de la
sentencia lapidaria “no es fácil subyugar a hombres resueltos que pele-
an por su libertad”, digna de Bolívar o Martí?
Siguieron tres días de tensa de espera, que lo fueron de febri-
les preparativos, que pintó con admirada emoción el cronista Salazar y
Lozano, el más cercano a los hechos, y consignó el historiador que ama-
só el relato de estas horas con recuerdos de sobrevivientes, Cevallos.
No había hombre que no fuera un soldado voluntario; las
mujeres, no contentas con entregar sus joyas, suplían a los hombres en
las guardias; las criaturas redondeaban soroches y piedras para el balo-
taje de fusiles y cañones; las campamas se bajaban para fundir cañones.
Las calles de la entrada fueron cerradas con grandes piedras y troncos.
Se volvieron al uso escopetas y fusiles viejos.
Pasados los tres días Montes atacó -el 7 de noviembre-. Una de
las divisiones por el Machángara, a las órdenes de Sámano y Valle; otra
por el llamado arco de la Magdalena, garganta entre el Panecillo y las
estribaciones del Pichincha. Montes se reservó una tercera parte del
ejército.
114 El documento en Cevallos, ob. cit., 126

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Las tropas del Machángara y la Magdalena fueron arrolladas.


Entonces el jefe español resolvió atacar de frente el Panecillo. Y este audaz
movimiento tomó por sorpresa al bisoño capitán que lo resguardaba. Y la
fortificación cayó. Lo quiteños que defendían la colina escaparon ladera
abajo. Y resultó que barricadas y defensas quedaron inervibles.
Con todo, los estrategas quiteños sobrestimaron ese éxito de
Sámano, y no vieron que la situación del español era crítica y podía ser
cercado y rendido. Faltó sentido táctico, a la vez que -como reprochó
con buen sentido Cevallos- sobraban rezos y procesiones.
Montúfar reorganizó la defensa en la plaza mayor con artille-
ros que desde la plazoleta de la Merced cañoneaban el fortín del Pane-
cillo. La resistencia estaba intacta.
Así se llegó a la noche. Y esa que debía haber sido la gran opo-
runidad para asestar a los españoles golpes desmoralizadores concer-
tando acciones, fue más bien hora de derrumbamiento. Se regó por la
ciudad el rumor de que las tropas la abandonarían replegándose al
norte. Y ello provocó un éxodo desesperado y aterrorizado de todos
cuantos tenían algo que perder. Ante situación tan crítica, las tropas
quiteñas debieron efectivamente salir hacia el norte.
El 8 Montes entró en una ciudad desierta, y sus famélicas tro-
pas se dieron al saqueo.

LA ULTIMA RESISTENCIA EN EL NORTE

La retirada de los quiteños hacia el norte se detuvo en Ibarra, donde el


coronel Calderón tenía un cuerpo de seiscientos hombres. A él plega-
ron los que llegaron en formación y los que se reagruparon por peloto-
nes hasta sumar mil seiscientos efectivos.
En el norte un vaivén de acciones habría acaso llegado a una
nueva toma de Pasto por el yanqui Macaulay, pero la habían frustrado
las malas noticias llegadas del sur -desde la ruptura de la línea de
Mocha- y el llamado a defender Quito.
Ahora han llegado a Ibarra, al frente de los pelotones en retira-
da apenas ordenada, Carlos Montúfar, el Marqués de Villa Orellana,
Antonio Ante, Manuel Mateu, Nicolás de la Peña y su heroica esposa
doña Rosa Zárate, y tres de los eclesiásticos más fieles a la causa,
Miguel Antonio Rodríguez, José Correa -el cura de San Roque- y el pro-
visor Caicedo.

81
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

El encuentro en Ibarra de las dos alas quiteñas ocurrió el 15 o


16 de noviembre. Cevallos ha recogido -con esa forma que trasunta
fuentes conversacionales- un duro enfrentamiento de los dos jefes, el
de las fuerzas del norte, Calderón, y el de las recién llegadas, Montú-
far.115 Era explicable: cada jefe tenía mando, y, si el de Montúfar parecía
de mayor rango, él llegaba al frente de un ejército derrotado y en reti-
rada, y Calderón tenía uno victorioso. Estaba, además, lo de los parti-
dos, aún sin extinguirse. Y había algo más -cuyo peso decisivo destaca-
ra justamente Borrero116-: el Marqués de Villa Orellana, Montúfar y
Manuel Mateu habían dirigido comunicación a Montes pidiendo capi-
tulaciones.117Al infomar de esto a Calderón, este lo rechazó airadamen-
te. Y las tropas quiteñas vieron con hostilidad estas maniobras entre-
guistas.118

En el proceso instruido contra el Marqués de Villa Orellana se lee esta


pregunta y la respuesta dada por Jacinto Sánchez de Orellana:

Preguntado si entre las providencias qe confiesa se dio la del ataque a


las tropas del Rey en el pueblo de Sn. Antonio de Caranqui qe. se veri-
ficó con mucha efusión de sangre en el qe, también fueron derrotados
dhos. rebeldes, habiendo causado pr. lo mismo la desolación y perjui-
cios incalculables qe lloran esos vecinos: Dijo que no ha dado tal pro-
videncia; pues habiendo regresado de Tontaqui donde se celebró un
armisticio con el Sr. Juan Sámano a su regreso lo recibieron los qe.
estaban allá con amenazas de matarnos a los qe.habían concurrido a
aquel tratado pr. lo qe. no quisieron mezclarse más en cosas de gobier-
no, dejando al Comandante en él.119

115 Al empaque conversacional de las fuentes llegado hasta el texto se volverá más en detalle
precisamente con este pasaje en la parte de la Literatura que se dedicará a Pedro Fermín
Cevallos y su Historia.
116 Borrero, ob. cit., 372 y ss.
117 En la confesión del de Villa Orellana en el proceso, este alegaba en su favor haber ido a
Atuntaqui, a celebrar un armisticio con Sámano. La acusación de Toribio Montes y la
defensa de los acusados en el Boletín de la Academia Nacional de Historia, vol. XXI, n. 57. Esta
declaración de Jacinto Sánchez, el marqués de Villa Orellana, en la p. 121.
118 Esa misma declaración del de Villa Orellana termina así: “que a su regreso lo recibieron
hostilmente las tropas quiteñas”.
119 Documento reproducido en La Revolución de Quito 1809-1812. Archivo Nacional de
Historia, Boletín N° 33, Quito, 2007, pp. 66-70.

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En lo que le descargaba de culpa, el Marqués declara cosas ver-


daderas -la ida a Atuntaqui para negociar un armisticio con Sámano, y
cómo recibieron las tropas decididas a la lucha lo que vieron como
pusilanimidad y cobardía-. Eso de que no tuvo parte en la decisión del
ataque,en cambio, mal puede afirmarse basados en esta declaración,
hecha, como es obvio, para descargarse de culpa en ese insidioso pro-
ceso. Trujillo, el interrogador, le “recrimina” así:

cómo niega haber dictado la providencia del enunciado combate cuan-


do enla deposición conteste de dos testigos del sumario qe. existieron
en dichavilla de Ibarra al tiempo de la acción se ve qe. expresan los
mismostestigos el entusiasmo y ardor con qe. la procuró, significando
ellosmismos las palabras seductivas que profería relativas a dho. fin de
qe.solo en aquel acto consistía pa. qe. ganada la Victoria quedasen losa-
mericanos mandando, qe. nada tenían menos qe. los europeos.

Estando divididas las posturas -capitulación frente a resisten-


cia-, la reacción de Montes a la propuesta de capitulación, expresada en
un papel que cayó en manos de los patriotas, los unificó a todos en una
decisión radical y heroica. En oficio fechado el 22 de noviembre, Mon-
tes imponía condiciones humillantes: que se exigiera la entrega del
armamento; que se prendiera a comandantes, oficiales y tropa y aun a
empleados de la Junta y personeros de las provincias, para de ellos eje-
cutar pena de muerte en Nicolás de la Peña, Ramón Chiriboga, Joaquín
Mancheno, Marcos Guillón, Miguel Rodríguez, Prudencio Vásconez, el
Dr. Correa y el provisor Caicedo. La última exigencia era la entrega de
quinientos mil pesos en oro, en el término de 24 horas.
Dictada por el Dr. Antonio Ante y firmada por Francisco Cal-
derón, en el cuartel general de Ibarra, a 27 de noviembre de 1812, está
la altiva nota de rechazo de esa forma prepotente de proceder:

Si el monstruo de la humanidad, titulado Presidente, se produce tan


cruelmente, cuando trata de seducir y engañar, y tiene armas al fren-
te, ¿qué hará cuando se le rindan estas? No dejará hombres que pue-
dan discurrir, y sí solo brutos que reciban la ley que su despotismo les
quiera dar. ¿En dónde está la libertad del americano tan decantada
por los repetidos gobiernos que se han creado en España? 120

120 El texto en Borrero, ob. cit., p. 374

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Las cartas estaban echadas y a los patriotas no les quedaba sino


combatir. Iba a escribirse la última página de esta trágica y gloriosa his-
toria comenzada en 1808 y 1809.
Sámano seguía en Atuntaqui, al frente de 590 hombres. Y vio
que lo que se le había antojado fácil persecución de unos restos en des-
bandada era en realidad guerra contra un ejército bien plantado y deci-
dido. Y el cerco que le pusieron poblaciones indígenas lo llevó al borde
del colapso. Entonces ocupó el lugar del militar valiente el político tai-
mado y pidió entrevistarse con Montúfar y con él envió un pliego que
proponía un armisticio con la promesa “delante de los cielos” de me-
diar con Montes para que se corriese un velo sobre lo sucedido.
Una vez más se frustró una victoria decisiva del ejército quiteño.
Sámano quería aparecer conciliador, pero avanzaba has San
Antonio, donde se hacía fuerte, y el cura daba noticia de ello a los pa-
triotas. Marchan entonces estos a castigar la felonía del español y lo
acosaron hasta que se vio forzado a refugiarse en la iglesia. Allí, cerca-
do, acabados los pertrechos, resolvió la noche de ese 29 de noviembre
rendirse con el alba.
Pero al alba los sitiadores habían desaparecido ... Otro doloro-
so enigma de esta historia inicial de nuestras guerras libertarias. ¿Qué
había pasado? Una vez más el rumor tendencioso. Cevallos lo contó:
“... corrió entre la tropa quiteña la voz de que se acercaba otra división
en auxilio de Sámano. Bastó este vago rumor, esparcido entre las tropas
liberales que ocupaban diferentes puntos, para que se diera la orden
general de retirada a Ibarra”.121
Desde tan infeliz decisión todo fue precipitarse la tragedia.
Tropas desordenadas, mandos divididos, frente a un adversario cruel y
ahora ya bien aprovisionado de munición, todo condujo a la desmora-
lizacion. Y se volvió a pedir la capitulación.
Sámano, aunque comunicó el pedido de capitulación a
Montes, cargó sobre Ibarra.
Ante esta acción de personaje del que cabía esperar cualquier
crueldad y ninguna humanidad, Carlos Montúfar con parte de los qui-
teños salió hacia el Chota. Calderón lo hizo con su tropa para el norte,
con miras a unirse a los patriotas de Popayán. Sámano, apenas lo supo,
se movilizó en su persecución y le dio alcance junto a la laguna de
Yaguarcocha. Allí, junto al “lago de sangre” -que debía su nombre a otro

121 Cevallos, ob. cit., p. 136

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holocausto al final de otra resistencia heroica: el de los quiteños caran-


quis degollados por el Inca invasor- se libró la última batalla de la
Revolución de Quito. Desigual, desesperada, rica de ya inútil heroísmo.
A los derrotados Sámano persiguió con saña, para ejecutarlos.
Sin atender al juramento prestado, hizo fusilar en Ibarra al coronel
Francisco Calderón, el 4 de diciembre de ese 1812.
La sevicia con que Montes y su atrabiliario segundo en el man-
do, Sámano, tomaron venganza dejó huellas espeluznantes en órdenes
como la dada por el Presidente a un Fábrega, que había capturado a
Nicolás Peña y su heroica esposa Rosa Zárate en los bosques de Malbu-
cho -camino de Tumaco-, en donde las gentes quiteñas habían ido a
combatir después de los sucesos de diciembre en Ibarra: “Proceda Ud.
a ponerles en capilla, pasándolos por las armas por la espalda, cortán-
doles las cabezas que, con brevedad, remitirá Ud. del mejor modo posi-
ble, para que se conserven y que vengan ocultas, a fin de ponerlas en
la plaza de esta capital”.122
Carlos Montúfar acabó escondido en su hacienda de los Chi-
llos. Apresado por delación de un fraile dominico, fue sometido a jui-
cio y, acaso por el peso de la familia y su poder económico, el fiscal
declaró la nulidad del proceso. Vuelta a instaurarse la causa, hubo de
esconderse y, juzgado en rebeldía, fue -lo mismo que su padre, el Mar-
qués- condenado a muerte. Imploraron indulgencia -ha referido Ro-
berto Andrade- y les fue conmutada la pena capital por la de destierro,
a Loja, el padre, a España, el hijo. Camino de ese destierro, Carlos fugó
en Panamá y por Tumaco llegó a Popayán para unirse a los patriotas
del Cauca. Fue a Bogotá, como comisionado del gobierno de Popayán
ante Manuel Bernardo Alvarez, dictador de Cundinamarca, para con-
seguir la ratificación del convenio que acordaran los delegados del
Congreso Federal y Cundinamarca. Pero, mal recibido y acosado por el
dictador, debió salir a Tunja. Al paso de Bolívar por esa ciudad, de
camino a reducir a Alvarez, Montúfar se le unió como ayudante de
campo -había conocido al Libertador en París-. En la toma de Bogotá
actuó heroicamente. De allí regresó a combatir en las filas patriotas del
Cauca y comandó, como mayor general, el ala derecha de las tropas
que vencieron a los españoles junto al río Palo.

122 El documento en Borrero, ob. cit., p. 383

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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

EL TRAGICO FINAL DE LA EPOPEYA DE AGOSTO

En 1813 se recibió en Quito la Constitución que las Cortes espa-


ñolas habían aprobado el año anterior. La ciudad, ya vencida, juró esa
Constitución que sería la base del derecho constitucional americano. El
juramento se solemnizó con las festividades de rigor.
Entretanto la Nueva Granada resistía y Sámano avanzó hacia
Popayán multilicando saqueos y desafueros.
En Santa Fe, Nariño presidía el gobierno independiente, y,
aunque se sentía a una España fortalecida por la mala fortuna que co-
menzaba a derrumbar el imperio napoleónico, rechazó el someterse.
Nariño era un luchador indomable. Por haber traducido la Declaración
de los Derechos del Hombre había sido llevado, cargado de hierros, a
cárceles de Cádiz, y, vuelto en clandestinidad a la patria, para seguir
luchando, había sido nuevamente apresado en 1810. Nada lo podía
doblegar.
Fracasada una mediación británica, el gobierno de Santa Fe
desconoció la autoridad del rey.
Y entonces desembarcó en la isla Margarita, junto a Venezuela,
el general Morillo con más de diez mil hombres, veteranos de las gue-
rras napoleónicas, más un escuadrón de artillería.
En el sur de Nueva Granada, los republicanos, tras varias de-
rrotas sufridas con paciencia y seguidas de ordenadas retiradas, ven-
cieron en El Palo a los realistas de Vidaurrázaga, el 5 dejulio de 1815 Y
aquí es donde hemos vuelto a dar con el quiteño Montúfar: comandó
el ala derecha que con su desesperada carga a la bayoneta convirtió
una derrota en victoria.
Para someter a los victoriosos salió de Quito el atrabiliario Sá-
mano hacia Pasto, el 18. Y en Quito se engrillaba y sumía en calabozos
-aun por encima de la autoridad de Montes- a ciudadanos notables,
acusados de conspirar: Manuel Larrea, Manuel Mateu, Guillermo Val-
divieso, Francisco Javier Salazar, Bernardo León...
Solo cuando supo que Morillo había rendido Cartagena y
avanzaba hacia el sur, Montes autorizó que Sámano saliese de Pasto
hacia Popayán. Se fortificó en el Tambo.
Las tropas patriotas de Popayán, cortas -menos del millar-,
corrían el riesgo de quedar atenazadas entre el gran ejército español
que bajaba del norte fusilando a cuanto rebelde o colaborador apresa-

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ba y Sámano al sur. Mejía, su nuevo comandante. resolvió lanzarse con-


tra Sámano.
El choque, en la cuchilla del Tambo, acabó en derrota america-
na, tras heroica lucha.
Sámano ocupó Popayán y Morillo lo hizo Mariscal de Campo.
El Virreinato volvió a sujeción de España y comenzaron consejos de
guerra que fusilaban a decenas de americanos, algunos tan ilustres co-
mo Caldas y Camilo Torres. Montúfar pudo esconderse algún tiempo
en las selvas. Aprehendido y llevado a Buga, fue fusilado por la espal-
da como traidor, el 31 de julio de 1816. Traidor a la corona: este fue su
definitivo y más alto título de bemérito de la patria y la causa de la
libertad de América.

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88
ARTÍCULOS Y ENSAYOS
90
ESPEJO EN EL RIO DE LA PLATA

Carlos Freile

E
l padre Juan Villegas S.I. es muy conocido en el Cono Sur por sus
valiosos aportes a la Historia de la Iglesia, en nuestro país su obra
no ha pasado del ámbito de los especialistas y es una lástima,
pues ha incursionado con maestría y solvencia en varios puntos de
nuestra historia eclesiástica. En su fundamental trabajo sobre el Conci-
lio de Trento en nuestra América1 aportó datos valiosísimos sobre dos
obispos quiteños de marcada influencia en nuestra historia no solo
eclesial sino civil: Pedro de la Peña OP y Luis López de Solís OSA.
También publicó un corto pero enjundioso estudio sobre la religiosidad
popular en nuestra época colonial en el cual se puede apreciar las ver-
daderas dimensiones de ciertas prácticas, y de su sustento profundo,
de la población quiteña, sobre todo indígena2.
El trabajo que ahora nos ocupa es uno publicado hace diez
años, pero que acaba de llegar por obsequio de su autor al Director de
la Academia Nacional de Historia: “Eugenio Espejo (1747-1795), Qui-
teño ilustrado”, publicado en Soleriana Cuadernos el ITUMS, 5, Mon-
tevideo, 1996. Villegas comienza con una afirmación lapidaria y que de-
be llamar la atención a los ecuatorianos devotos de sus auténticas glo-
rias patrias: “Se convendrá en afirmar que F.J.Eugenio de Santa Cruz y
Espejo no es suficientemente conocido en el Río de la Plata” (p.163).
Para aliviar de manera corta pero academica esta falencia ha escrito este
trabajo, para ello hace acopio de las publicaciones que sobre el Precur-
sor aparecieron en los años ochenta del siglo pasado varios cuyos auto-
res se cuentan en los mejores conocedores de la obra espejiana.
Comienza Villegas con un resumen de la biografía de Eugenio
Espejo para lo cual se basa en el excelente resumen escrito por Jaime

1 Villegas, Juan: Aplicación del Concilio de Trento en Hispanoamérica 1564-1600, Montevideo, 1975.
2 Villegas, Juan: La Congregación o Esclavitud Nuestra Señora de Loreto, Quito. Siglos XVII y XVIII,
Montevideo, 1985.

91
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Peña con aportes de Philip Louis Astuto3. Como es lógico dado el año
de la publicación del trabajo no se han incorporado nuevos elementos
aportados por varios investigadores que corrigen ciertas apreciaciones
tradicionales sobre el sabio médico quiteño.
De inmediato Villegas entra a la parte medular de su artículo:
la presentación de Espejo, “el rebelde”, así lo llama con toda razón. Sin
embargo se aparta de la tesis tradicional sostenedora de que la rebeldía
y la actitud crítica del Precursor habría tenido como principal origen su
condición de individuo “de color”, a partir de allí habría desarrollado
su personalidad sobre todo valiéndose de los estudios: “El medio social
le ofrecía resistencia y le ponía escollos. El oponía trabajo y sacrificios. Esta
oposición de fuerzas habría marcado su personalidad. Así habría surgido el
Espejo rebelde. El crítico, que recibiendo lo que se le proporcionaba en el medio,
fue capaz de ponderarlo y de analizarlo. A tal punto y con tal penetración de
análisis, que le permitirán encontrar los resortes para superar las críticas con-
diciones imperantes en la audencia de Quito” (p.172 s.). En mi opinión el
rechazo a Espejo se debió sobre todo a un aspecto, más allá de su pre-
sunta filiación indígena: su tremenda capacidad crítica y burlesca.
Villegas sostiene que “La rebeldía de Espejo sería no el resultado de una dia-
léctica de opuestos, ciega e implacable, sino la manifestación de una interesan-
te personalidad, que surgida desde ese medio se libera de él y, al hacerlo, es
capaz de criticarlo y proponer su reforma” (p.174). Abandona nuestro autor
la tesis sociologisista para adopar una psicologista, con lo cual da una
interesante aportación a la discusión sobre su controvertida figura y su
no clara actividad.
Sin lugar a dudas la parte más interesante del artículo es la que
trata sobre “Espejo, ilustrado quiteño” en la que el autor traza un corto
pero enjundioso escorzo de lo que fue la Ilustración en nuestro país, su
aporte de novedad, su combate contra el escolasticismo decadente,
abierto, con todo, a las posibilidades que llegaban con los nuevos li-
bros, sobre todo su “rostro personal”, vale decir que ese movimiento se
cristalizó en nuestro medio en personas concretas, “fieles servidores tanto
del rey como de Dios” (p.176), afirmación que puede chocar a los desin-
formados.
Subraya Villegas el talante reformista de Espejo, su afán de

3 Peña, Jaime: “Biografía de Eugenio Espejo” en VARIOS: Eugenio Espejo Conciencia Crítica de su
Epoca, Quito, 1978. ASTUTO, Philip L.: Eugenio Espejo (1747-1795). Reformador Ecuatoriano de
la Ilustración, México, 1969.

92
E S P E J O E N E L R Í O D E L A P L ATA

cambiarlo todo para mejor, desde la educación hasta los caminos, su


prurito de “organizar y corregir errores”, de “instruir y educar”
(p.179). Este talante se enraíza en un auténtico y renovado patriotismo,
pues todos los nuevos conocimientos y técnicas que deseaba se intala-
ran en el Reino de Quito tendían a la consecución de la felicidad de sus
habitantes. Ese patriotismo no le cegaba ni le convertía en un naciona-
lista anacrónico, estaba abierto a la realidad político social de su tiem-
po: la América Española, por eso sostiene el autor que “Espejo debe ser
considerado como un american” (p.180).
Con perspicacia Villegas reconoce en Espejo al hombre de
acción, lo que ha sido negado por varios investigadores sobre todo en
los últimos años, luchador no solo contra la pereza mental y las injus-
ticias sino contra sus implacables enemigos “que se molestaron con las
críticas y el espíritu reformista del ilustrado quiteño” (p.182).
Espejo fue un sabio de saber universal, estudió todo lo que en
su tiempo se podía cursar en la Universidad, aunque nunca llegó a ser
miembro de su claustro de profesores, lo cual es una lástima. Sin
embargo sus contemporáneos si calaron en su capacidad intelectual y
la admiraron, como por ejemplo su “Discurso sobre la Sociedad Pa-
triótica” alabado por los jesuitas expulsos en Italia.4 Dentro de los sabe-
res de Espejo Villegas recalca que no se trataba de “un simple erudito”,
sino que “es de justicia entenderlo como filósofo”. Pero filósofo a la
manera del siglo XVIII y a su propia manera, dedicado no solo a la
reflexión teórica sino a la búsqueda de los remedios prácticos para los
males de la sociedad. Pero fue filósofo en especial por su indeclinable
vocación de “estar en el bando de la sana razón”, todo ello sin abando-
nar nunca sus convicciones cristianas, extremo también negado por
algunos investigadores a nuestro entender equivocados por no leer con
ecuanimidad los mismos textos espejianos (p.183)5. No descuida tam-
poco Villegas otro punto polémico: asigna a Espejo una clara vincula-
ción con la monarquía y el catolicismo, como no podía ser de otra
manera (p. 184 ss).
Termina Villegas su sesuda aproximación a Espejo con un paralelismo
con el ilustrado peruano Hipólito Unanue, médico como el quiteño,
pero no perseguido, él sí profesor universitario y hombre público hasta

4 En este punto Villegas repite el error de Astuto de confundir a Pedro Lucas de Larrea con sus
hermanos jesuitas Ambrosio y Joaquín residentes en Italia (p.183).
5 Sobre este punto podría ser útil revisar mi trabajo Eugenio Espejo Filósofo, Quito, 1997.

93
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

después de la Independencia. Para ello utiliza la “Oración inaugural del


Anfiteatro Anatómico en la Real Universidad de San Marcos, el día 21
de noviembre de 1792”. Hace notar las ideas ilustradas comunes a
ambos prohombres, su convicción de que solo la educación traerá feli-
cidad al pueblo, de que estos países son ricos y solo necesitan conoci-
mientos, iniciativas y trabajo. Afirma Villegas: “Muchas de las caracterís-
ticas señaladas en oportunidad de leer los escritos de Eugenio Espejo, aparecie-
ron en este discurso del ilustrado peruano Hipólito Unanue: patriota, cultor de
las ciencias experimentales, católico, monárquico, crítico, filósofo” (p.189).
Evidentemente la consonancia entre ambos pensadores no fue casual,
sino producto de las corrientes de la época. Este acercamiento somero
realizado por el historiador uruguayo debe impulsar a los ecuatorianos
a realizar estudios profundos sobre las convergencias de las tendencias
de nuestro país con las de los países hermanos.
Finalizo con dos citas de la “Conclusión” del excelente trabajo
de Villegas: “Al adoptar las ‘nuevas ideas’ Espejo tomó actitudes incoformis-
tas y posiciones críticas respecto a las realidades que lo rodeaban. Típico del
ilustrado fue eso de aparecer como muy personal, inquieto, crítico y, por lo
general, hombre molesto. Típico del ilustrado fue cultivar una vastisima cul-
tura, con la cual lograba sobresalir entre los hombres de su tiempo. Típico del
ilustrado será también el moverse de otra manera con respecto a las institucio-
nes académicas y a los medios de comunicación e ideas de entonces. Por todo
esto Espejo se presenta como un ilustrado” (p. 190). “Espejo fue un cristiano
que no divorció su fe de los estudios. Viviendo en el siglo de las luces, junto a
esas luces supo descubrir las luces de la Iglesia, los Santos Padres y los maes-
tros de la elocuencia evangélica6. Espejo admitió además la autoridad en lo
relativo a la interpetación de las Sagradas Escrituras y en el campo de la
moral. La verdadera sabiduría no la puede dar el mundo. La verdadera sabidu-
ría debía estar orientada por el amor a la verdad y es dependiente de la santi-
dad” (p. 191).
Otros estudios sobre nuestro Eugenio Espejo publicados en el
Río de la Plata son: de María Cristina Araujo Azaola: “La ilustración de
Eugenio Espejo (1747-1795” en Filosofar Cristiano, año X, N° 19-20 Córdo-
ba, 1986; además “El espíritu filosófico de Eugenio Espejo” en Reflexio-

6 El profundo conocimiento de la literatura teológica, de la patrística y de los oradores sagra-


dos por parte de Espejo se puede constatar con la revisión de los autores que cita en sus
obras, Véase de mi autoría: Eugenio Espejo Lector. Contribución al estudio de las lecturas en el
Reino de Quito en el siglo XVIII, de próxima aparición

94
E S P E J O E N E L R Í O D E L A P L ATA

nes sobre las viruelas” en Cuadernos del ITUMS, N° 5, Montenvideo, 1995;


esta autora también dictó varias conferencias sobre la figura del sabio
quiteño; y de Mónica P. Martini: “Juegos Lumínicos en la Obras del
Ilustrado Quiteño Santa Cruz y Espejo (1779-1792) en Páginas sobre
Hispanoamérica Colonial. Sociedad y Cultura, 1, Buenos Aires, 19947. Sobre
ellos volveré en otra oportunidad, por el momento rindo un tributo de
homenaje a las dos historiadoras admiradoras de Espejo ya fallecidas.

7 Mónica Patricia Martini es autora de una pionera e iluminadora obra sobre la época colonial:
El indio y los sacramentos en Hispanoamérica colonial. Circunstancias adversas y malas interpreta-
ciones, Buenos Aires, 1993 (en ella cita a nuestros Luis López de Solís, Pedro de Mercado y
Alonso de la Peña Montenegro).

95
96
BOLÍVAR Y LA INCORPORACIÓN
DE GUAYAQUIL A COLOMBIA

Jorge Núñez Sánchez

LOS ANTECEDENTES HISTÓRICOS

El tema de la incorporación de Guayaquil a la Gran Colombia


es uno de los más debatidos de la historiografía ecuatoriana y sigue
encendiendo los ánimos de historiadores y comentaristas de historia
casi dos siglos después de ocurrido el fenómeno. El hecho central del
debate lo constituye el carácter que tuvo la acción del Libertador Simón
Bolívar en esa circunstancia histórica, al punto que existen muchas
apreciaciones contrapuestas sobre ella. De ahí que hayamos emprendi-
do una revisión de la documentación histórica del caso, con miras a
reconstruir la verdad de los hechos.
Como hemos señalado en nuestro trabajo “El Consulado de
Lima y la Independencia de Guayaquil” (Guayaquil, 1998), antes de su
emancipación Guayaquil había venido resistiendo durante décadas las
extorsiones económicas impuestas por el Consulado de Lima y las am-
biciones de dominación de los virreyes del Perú, mismas que se habían
acentuado a partir de la creación del Virreinato del Río de la Plata, en
1776, que se hizo desmembrando del Virreinato del Perú sus territorios
sur-orientales, incluido el Alto Perú, donde se hallaban los más ricos cen-
tros de producción de plata y particularmente el “Cerro rico” de Potosí.
Según la valoración del historiador canadiense Timothy E.
Anna:
“en 1776 cayó el golpe más desastroso para la prosperidad peruana
cuando, como parte de su continuo programa de racionalización a
través de amplias reformas económicas y administrativas, la monar-
quía borbónica creó el nuevo virreinato del Río de la Plata, con su
capital en Buenos Aires. Esta medida arrebató a Lima el control de
vastos territorios en el sur. Fue más desastroso aún que la región del
Alto Perú (Bolivia), centro de las ricas minas de plata, fuese separa-

97
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

da del virreinato del Perú y entregada al nuevo virreinato del Río de


la Plata.”1

Por su parte, el historiador británico John R. Fisher ha demos-


trado que las autoridades y comerciantes del virreinato peruano se sin-
tieron gravemente afectados con la pérdida de control sobre la produc-
ción de plata del Alto Perú, en razón de que esto

“amenazó el intercambio tradicional de la plata altoperuana por las


telas, comestibles y aguardientes, producidos en las provincias del
Cuzco y Arequipa, así como los productos europeos importados por el
puerto de Callao y distribuidos a los centros mineros por los comer-
ciantes limeños. Al tener que depender de los productos de sus pro-
pias minas bajoperuanas, las perspectivas económicas del virreinato
truncado eran muy pobres ... La pérdida del Alto Perú representó la
pérdida del 63% de la producción registrada en los dos Perús.”2

Por las razones expuestas, la creación del Virreinato del Río de


la Plata trajo como consecuencia un endurecimiento del monopolio
peruano sobre la producción exportable de la Audiencia de Quito que
salía por Guayaquil e iba obligadamente hacia Lima, y muy particular-
mente sobre el comercio de cacao y cascarilla, productos que consti-
tuían, después de la plata, el segundo y tercer rubro de las exporta-
ciones peruanas a España.3
Naturalmente, ello produjo la consecuente protesta de los pro-
ductores cacaoteros y cascarilleros de la Audiencia de Quito, quienes
se enfrentaban esta vez a la terrible paradoja de que el monopolio lime-
ño los estrechaba aún más en el mismo momento en que la corona
decretaba el “libre comercio” intercolonial. La situación llegó a tal
extremo que el mismo Virrey de Nueva Granada, bajo cuya jurisdic-
1 Anna, Timothy E. La caida del gobierno español en el Perú. El dilema de la independencia, Institu-
to de Estudios Peruanos Ediciones, Lima, p. 17.
2 John R. Fisher, “Minería y comercio en el Perú en el período borbónico”, incluido en Historia
Económica de América Latina, ediciones de la ADHILAC, Quuito, 1991, pp. 111-112.
3 Según Fisher, entre 1782 y 1976, las exportaciones totales del Perú a España tuvieron un valor
anual promedio de 5,6 millones de pesos “y los productos más importantes, que representa-
ban el 78,5% de las exportaciones, eran el oro y la plata, principalmente plata, el valor anual
promedio de los cuales llegaba a 4.4 millones de pesos. En segundo lugar encontramos el
cacao (11.4 %), y después la cascarilla (6.9 %). Estos tres productos representan el 97% de
todas las exportaciones peruanas”. Cit., pp. 129-130.

98
BO L ÍVA R Y L A I N CO R P O R ACI Ó N D E G UAYAQU I L A CO LO M B I A

ción legal se hallaba la Provincia de Guayaquil, se vio en el caso de


denunciar ante el Rey los efectos nocivos de esas prácticas monopolis-
tas de los comerciantes de Lima.4
Para entonces, Perú gozaba de un excesivo proteccionismo metropoli-
tano, que tenía un carácter tanto económico como político y que ter-
minó por volver cada vez más abusiva y arbitraria la conducta de la
casta virreinal limeña en el área occidental de Sudamérica. Y para no
mencionar sino un ejemplo del espíritu prepotente que llegó a adquirir
ésta, baste citar lo ocurrido entre las Cajas Reales de Guayaquil y las
Cajas Reales de Lima, a partir de 1763, tomando como base el cuida-
doso estudio efectuado sobre los ingresos de las Cajas de Guayaquil
por la notable historiadora española María Luisa Laviana Cuetos.5
Ese estudio revela que, desde el año en mención, empezó a
ocurrir una creciente distorsión en los ingresos de las Cajas Reales
guayaquileñas, a consecuencia de un persistente arrastre de deudas no
cubiertas.

“Parte fundamental de estas deudas –afirma Laviana– son las corre-


spondientes a las Cajas de Lima, pues a pesar de que casi constante-
mente se están recibiendo en Guayaquil caudales procedentes de Lima
para pagar las maderas compradas, o las reparaciones de barcos de
guerra en el astillero, etc, también casi constantemente las Cajas
peruanas están en descubierto con las de Guayaquil, ya que el dinero
que envían es siempre inferior al gasto que ocasionan”.6

Más adelante precisa el estudio que, a partir de 1763,

“las cuentas reflejan continuos suplementos hechos en Guayaquil a


las Cajas de Lima... Desde el año 1779 en adelante, la deuda de Lima
es la partida principal entre las cantidades no cobradas de que se
hacen cargo los oficiales de Guayaquil, oscilando esta deuda limeña
entre los 10.000 pesos de 1770 y los más de 250.000 pesos que la
Hacienda peruana queda debiendo a la guayaquileña al finalizar

4 El Virrey de la Nueva Granada al Rey; 15 de mayo de 1786.


5 María Luisa Laviana Cuetos, “Problemas metodológicos en el estudio de la Real hacienda:
Ingreso bruto e ingreso neto en las Cajas de Guayaquil (1757-1804)”, en Historia Económica de
América Latina, pp. 3-20.
6 Ibídem, p. 8.

99
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

nuestro estudio. Naturalmente, los funcionarios fiscales de Guaya-


quil indican constantemente en sus cuentas que han hecho repetidas
instancias al virrey del Perú para conseguir el reintegro de lo que
deben las Cajas de Lima, pero que no logran nada, a veces ni siquiera
respuesta”.7

¿Cuál era la causa de esa deuda acumulada? ¿Y por qué las


autoridades peruanas, desde el virrey para abajo, hacían caso omiso de
las reclamaciones guayaquileñas y se negaban a pagar las grandes can-
tidades adeudadas a las Cajas Reales del puerto?
La respuesta es relativamente simple: el grupo de poder orga-
nizado alrededor del consulado de Lima, sintiéndose tolerado por la
corona y sabiéndose indispensable para España, actuaba como le venía
en gana y, en este caso específico, practicaba esa sistemática retención
de fondos como un medio de acumular capital en su beneficio. Dicho
de otro modo, los comerciantes del consulado limeño utilizaban una
coacción extra-económica para alcanzar de Guayaquil, y de la corona,
un nuevo subsidio a la economía peruana.
Al iniciarse el último cuarto del siglo XVIII, las reiteradas que-
jas guayaquileñas consiguieron que el monarca, por Real Cédula de 14
de noviembre de 1776, encargase al Virrey de Nueva Granada la bús-
queda de soluciones para la depresión económica que sufría la provin-
cia de Guayaquil. Cumpliendo con esa Real Orden, el virrey mandó
que la ciudadanía del puerto, reunida en cabildo abierto, examinase las
causas del atraso de la provincia y los medios para su restablecimien-
to. Se logró, de este modo, tener una visión cabal de los problemas que
por entonces enfrentaba el puerto, la que fue remitida al virrey, en 1778,
por el Procurador General del Cabildo de Guayaquil, don Francisco
Ventura de Garaicoa, en una detallada representación que adicional-
mente formulaba las posibles soluciones.
Recogiendo la opinión de “sujetos hábiles, prácticos y de expe-
riencia en el comercio, la agricultura y la industria”, a los que el cabil-
do consultara, Garaicoa expuso que las principales causas de la mise-
ria de la provincia provenían de los frecuentes incendios, de las inva-
siones piráticas, de los naufragios de buques mercantes y de los abusos
de los monopolistas peruanos. Entre estos últimos, Garaicoa precisaba

7 Ibídem, P. 9

100
BO L ÍVA R Y L A I N CO R P O R ACI Ó N D E G UAYAQU I L A CO LO M B I A

dos sumamente perjudiciales a los productores y comerciantes de Gua-


yaquil. Uno de ellos era la imposición de precios que hacían los perua-
nos en el comercio de cacao, poniéndose previamente de acuerdo para
sostener en común un precio bajo. El otro era el pago de sus frutos
(cacao, cascarilla, etc) con ropas europeas traídas por la ruta del Cabo
de Hornos y no con dinero contante y sonante,

“de que resulta hallarse agobiados estos habitantes con un peso inso-
portable que no los deja respirar, ocasionando a la provincia el fatal
daño de que, importando más las ropas que introducen que los frutos
de cacao y otros que se extraen, se verifique el que haya cesado la cir-
culación del dinero, y que no tengan signo público con que fomentar
la agricultura y otros ramos de industria”.8

Entre otras soluciones al problema, el Procurador de Guaya-


quil propuso entonces que se prohibiese a los comerciantes peruanos
pagar los productos de Guayaquil con ropas europeas.9
Cuando finalmente el asunto fue conocido por el Rey de Espa-
ña, su secretario anotó en el expediente: “Para resolver este expediente con
todo conocimiento posible quiere el Rey que se remita a informe del Arzobispo
Virrey de Santa Fe....” 10 Atendiendo el informe pedido por el monarca, el
arzobispo-virrey de Santa Fe, Caballero y Góngora, elevó su con-
testación el 15 de mayo de 1786. En lo sustancial, su informe expresaba:

“El hacerse el comercio puramente pasivo (por parte de los guayaqui-


leños) no solo depende de la falta de embarcaciones propias, sino prin-
cipalmente de no tener aquellos vecinos libertad para conducir sus
cacaos al Reyno de Nueva España, estorbo que no se repara con el
permiso de conducirlos al Perú; porque como de Lima se remiten a
Guayaquil todas las ropas que se consumen en la Provincia, no nece-
sitan los comerciantes de aquella capital cambiar dinero alguno para
comprar los granos,… cuyo fin se ha formado un monopolio con
haberse convenido los limeños en enviar un solo individuo a ejecutar
las compras, quién establece el precio de un modo ventajoso a los com-

8 “Representaciones del Procurador General del Cabildo de Guayaquil, don Francisco Ventura
de Garaicoa, al Virrey de Santa Fe”. Guayaquil, 18 de agosto de 1778. AGI, Quito, 1.378-A.
9 Ibídem.
10 Nota en el expediente, fechada el 12 d enero de 1784. Ibíd.

101
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

erciantes y perjudicial a los labradores, por haberse quitado la compe-


tencia que daba mayor estimación a los frutos. De cuyo mal nace otro
peor, que es no entrar la especie de dinero en la Provincia de Gua-
yaquil por sus frutos, y así se consume pronto el que hay y más cuan-
do anualmente salen más de 100.000 pesos que rinden las Rentas
Reales...”. 11

Visto el asunto en dimensión continental, podemos afirmar que


el Perú no ocupaba dentro del sistema colonial un lugar parecido al de
las demás posesiones españolas de América, sino el de un país protegi-
do y un socio menor de España en la dominación y exacción de los paí-
ses sudamericanos. Si el reino español, en su calidad de metrópoli,
extorsionaba a sus colonias y vasallos hispanoamericanos, el virreinato
peruano, en su calidad de vice-metrópoli, buscaba extraerles una plus-
valía adicional para su particular beneficio. De este modo, Lima no era
solo un sub-centro administrativo del colonialismo ibérico, sino una
suerte de adusto capataz de colonias, aún más exigente y duro que la
misma España. Por eso, como lo ha reconocido un eminente interna-
cionalista peruano contemporáneo, el doctor Juan Miguel Bákula, “el
monopolio comercial del Consulado de Lima (era) más aborrecido en Buenos
Aires, Valparaíso y Guayaquil que el mismo monarca”.12
Es en el marco de estos antecedentes que debe entenderse la
resistencia guayaquileña al poder de Lima y calcular la real dimensión
las aspiraciones autonómicas que surgieron en Guayaquil y que lle-
varon a los porteños, tras un frustrado proceso de renegociación de su
estatus colonial, a proclamar en 1820 su independencia provincial, no
tanto de España cuanto del Perú.

LA INDEPENDENCIA DE GUAYAQUIL
Y SUS EFECTOS GEOPOLÍTICOS

Tuvo grandes efectos geopolíticos la tardía proclamación de la inde-


pendencia guayaquileña, ocurrida recién el 9 de octubre de 1820, esto
es, ocho años después de que concluyera la primera guerra de indepen-

11 Informe del Virrey de la Nueva Granada al Rey; 15 de mayo de 1786.


12 Juan Miguel Bákula, “Hacia una visión renovada de las relaciones entre Perú y Ecuador”,
en: Relaciones del Perúcon el Ecuador, CEPEI-PNUD, Eduardo Ferrero Costa, editor, Lima,
Perú, 1994, p. 45.

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BO L ÍVA R Y L A I N CO R P O R ACI Ó N D E G UAYAQU I L A CO LO M B I A

dencia quiteña y cuando ya habían consolidado su independencia la


República Argentina, Chile y Colombia, y las fuerzas del Protector José
de San Martín habían liberado del dominio español a la costa del Perú.
Inevitablemente, esa proclama guayaquileña supuso la apertura de un
potencial conflicto entre los nuevos Estados de su vecindad, Colombia
y Perú, cuyas autoridades habían hecho suyas las disputas coloniales
por la posesión de dicho puerto.
Según el principio general del respeto al uti possidetis de 1810,
acordado por los dirigentes de los nuevos Estados independientes, la
pertenencia de Guayaquil no era fácil de definir pues, de acuerdo a las
resoluciones metropolitanas, esta extensa y rica provincia dependía
para esa fecha, en lo judicial y administrativo, de la Audiencia de Quito
y, por tanto, del Virreinato de Nueva Granada, mientras que en lo mili-
tar y comercial estaba bajo la jurisdicción del Virreinato del Perú.
Guayaquil, al igual que toda la Audiencia de Quito, había per-
tenecido al Virreinato del Perú hasta la creación del Virreinato de la
Nueva Granada, en 1717, que comprendía las audiencias de Santa Fe,
Quito y Panamá y la Comandancia General de Caracas (Decreto Real
del 29 de abril de 1717 y Real Cédula de 27 de mayo de 1717). Más
tarde, por Real Cédula de 5 de noviembre de 1723 se dispuso la supre-
sión de este virreinato por no haber cumplido con su objetivo central,
cual era la eliminación del contrabando en el norte de Sudamérica.
Empero, años más tarde, se lo restableció por Real Cédula de 20 de
agosto de 1739, con sus territorios originales.
Mas el Perú mantuvo siempre sus ambiciosas miras sobre Gua-
yaquil, que se acentuaron tras la pérdida del Alto Perú, en 1776, y sobre
todo con la política expansionista del virrey Abascal, que lideró la con-
trarrevolución en Sudamérica y adelantó “una política de anexión que
dio por resultado la extraordinaria expansión territorial del Perú. Qui-
to, Charcas y Chile fueron anexados por la iniciativa del virrey, más
bien que como resultado de la política metropolitana” 13. En efecto, du-
rante el periodo de la primera guerra de independencia quiteña
(1809–1812), fue Abascal quien tomó a su cargo la represión de la insur-
gencia patriótica y quien se opuso activamente a la misión del Comi-
sionado Regio don Carlos Montúfar, que finalmente resultó frustrada.
Y luego fue quien orquestó la política limeña de extorsión a Guayaquil,

13 Hamnett, Brian R., La política contrarrevolucionaria del virrey Abascal: Perú, 1816-1826, Lima:
Instituto de Estudios Peruanos, Documento de trabajo N° 112, p. 12.

103
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

en busca de convertir al cacao guayaquileño en la base financiera de la


guerra colonialista en América del Sur.
Precisamente por la prevalencia que tuvieron en ese período
de guerra las medidas de hecho sobre el orden jurídico colonial, no
vamos a detallar aquí las contradictorias razones jurídicas que ecuato-
rianos y peruanos han esgrimido para demostrar el “uti possidetis” de
Guayaquil hacia 1810, tendentes a probar que el puerto era colombiano
o peruano, respectivamente14. Y nos limitaremos a señalar que historia-
dores peruanos de alto prestigio, como el sabio jesuita Rubén Vargas
Ugarte, Nemesio Vargas, César García Rossell y Luis Alayza y Paz
Soldán han demostrado razonadamente que Guayaquil pertenecía a
Colombia en virtud de ese principio, que marcó el nacimiento del dere-
cho internacional americano. 15
Más bien nos centraremos en mostrar las opiniones que los
líderes de los nacientes gobiernos republicanos de Colombia y Perú
tenían acerca de la posesión de Guayaquil y su provincia.
Para el Libertador–Presidente de Colombia, no existía duda
alguna de que Guayaquil y su provincia eran legítimamente colom-
bianos, tanto por haber formado parte del Virreinato de Nueva Grana-
da (juridicidad colonial) como por figurar como posesiones nacionales
en la Ley Fundamental de Colombia (juridicidad republicana).
Por su parte, el Protector del Perú, general José de San Martín,
estaba de acuerdo, en principio, en respetar la voluntad del pueblo de
Guayaquil. Así lo manifestó en su carta a la Junta de Gobierno de
Guayaquil, del 23 de agosto de 1821:

“Desde que recibí la primera noticia del feliz cambiamiento que hizo
esa provincia de su antigua forma, me anticipé a mostrar al gobierno
que entonces existía por medio de mis diputados, el general Luzuria-
ga y el coronel Guido, cuáles eran las ideas que me animaban con
respecto a su destino. Mi grande anhelo era entonces y nunca será

14 Un detallado análisis sobre el asunto consta en nuestro trabajo “El Consulado de Lima y la
Independencia de Guayaquil” (Guayaquil, 1998), antes mencionado.
15 Véanse, respecto de lo afirmado: Vargas Ugarte, Rubén. Historia General del Perú; tomoVI,
Carlos Milla Batres, editor, Lima, 1996. Vargas Valdidieso, Nemesio. Historia del Perú inde-
pendiente; tomo I. García Rosell, César. “Bolívar no le quitó Guayaquil al Perú”, en Testimo-
nios peruanos sobre el Libertador, publicación de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, cara-
cas, Imprenta Nacional, 1964, pp. 262-278. Alayza y Paz Soldán, Luis. Unanue, San Martín y
Bolívar, Lima, 1934.

104
BO L ÍVA R Y L A I N CO R P O R ACI Ó N D E G UAYAQU I L A CO LO M B I A

otro que ver asegurada su independencia bajo aquel sistema de gob-


ierno que fuese aclamado por la mayoría del pueblo, puesto en plena
libertad de deliberar y cumplir sus votos. …
Por lo demás, si el pueblo de Guayaquil espontáneamente quiere agre-
garse al departamento de Quito, o prefiere su incorporación al Perú o
si en fin resuelve mantenerse independiente de ambos, yo no haré sino
seguir su voluntad y considerar esa provincia en la posición política
que ella misma se coloque.
Para remover sobre este particular toda ambigüedad, es obvio el expe-
diente de consultar la voluntad del pueblo, tomando las medidas que
ese gobierno estime conveniente a fin de que la mayoría de los ciu-
dadanos exprese con franqueza sus ideas, y sea norma que siga V.S.
en sus resoluciones, sirviéndose en tal caso avisarme el resultado para
nivelar las mías”.16

Pero esas opiniones de San Martín cambiaron al poco tiempo,


seguramente por influjo del círculo peruano que lo rodeaba, de modo
que, para marzo de 1823, estaba convencido ya de la inconveniencia de
que Guayaquil permaneciese como un poder independiente enclavado
entre Colombia y Perú. Así lo manifestó a Bolívar en carta del 3 de
marzo de 1822, en la que expresó con total franqueza sus opiniones
sobre Guayaquil:

“Por las comunicaciones que en copia me ha dirigido el gobierno de


Guayaquil, tengo el sentimiento de ver la seria intimidación que le
ha hecho V.E. para que aquella provincia se agregue al territorio de
Colombia. Siempre he creído que en tan delicado negocio el voto
espontáneo de Guayaquil sería el principio que fijase la conducta de
los estados limítrofes, a ninguno de los cuales compete prevenir por
la fuerza la deliberación de los pueblos... Dejemos que Guayaquil con-
sulte su destino y medite sus intereses para agregarse libremente a la
sección que le convenga, porque tampoco puede quedar aislado
sin perjuicio de ambos...”.17

16 Documentos del archivo de San Martín; tomo VII; p. 432.


17 Instituto Sanmartiniano. Epistolario entre los libertadores, pp. 25-16.

105
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

LA “GUERRA DE PARTIDOS” EN GUAYAQUIL

En tal circunstancia histórica, mientras los Estados vecinos


desarrollaban sus propios proyectos sobre el futuro del puerto caliente,
al interior de la población guayaquileña se formaron tres partidos, que
buscaban el control político de esa importante provincia, que tenía en-
tonces 90 mil habitantes, 20 mil de ellos en su capital.
El pequeño partido autonomista estaba presidido por el doctor
Olmedo y abogaba por la liberación del resto de la Audiencia de Quito,
tras el sueño de constituir una república autónoma, que seguramente
debía llamarse República de Quito y tener su gobierno en el puerto de
Guayaquil. Un primer paso en ese sentido fue que al nuevo ejército
organizado en Guayaquil, para la liberación del actual Ecuador, se le
llamó “División Protectora de Quito”, pensando en el país quiteño y no
solo en la ciudad de Quito. Pero ese bello sueño autonomista no había
consultado la opinión de las otras regiones de la Audiencia de Quito,
que, con el pasar del tiempo, fueron tomando sus propias determina-
ciones, en general opuestas al autonomismo y favorables a la inte-
gración con Colombia.18
El todavía más pequeño pero muy activo partido peruanófilo
lo lideraban los grandes comerciantes del puerto, vinculados estrecha-
mente al comercio de Lima, y buscaba la agregación de Guayaquil y su
provincia a la naciente República del Perú. Es sabido que a este partido
pertenecían los vocales de la segunda Junta de Gobierno, coronel Ra-
fael Jimena y señor Francisco María Roca.
El tercer partido, el colombófilo, era numéricamente el mayor
de todos, pues estaba integrado por los numerosos cacaoteros de Gua-
yaquil y su provincia, quienes, como hemos analizado antes, venían
enfrentados desde hacía décadas con los comerciantes monopolistas de
Lima y sus socios comerciales del puerto, que los perjudicaban en los
precios del cacao y otros detalles de este negocio. Eran sus cabezas más
visibles el Procurador de la Ciudad, José Leocadio Llona, el doctor
Vicente Espantoso y el coronel José de Garaicoa. Y es preciso agregar
que este partido tenía una fuerte presencia en la actual provincia de
Manabí, cuyos habitantes estaban en su totalidad inclinados por la
agregación a Colombia.
18 A comienzos de 1822, Cuenca se proclamó colombiana y Quito hizo lo mismo en junio, tras
la batalla de Pichincha.

106
BO L ÍVA R Y L A I N CO R P O R ACI Ó N D E G UAYAQU I L A CO LO M B I A

El partido peruanófilo fue inicialmente uno de los más activos


y trabajó sin descanso por la incorporación al Perú. Por no ser motivo
de este artículo no reseñamos las innumerables acciones que desen-
volvió este grupo, en estrecha colaboración con el gobierno peruano
del Protector José de San Martín, quien llegó a planificar la ocupación
militar de Guayaquil por las fuerzas peruanas, proyecto finalmente fra-
casado.
El partido colombófilo, inicialmente menos activo, cobró rápi-
da fuerza hacia 1821, alentado por la creciente presencia de las tropas
auxiliares colombianas, a las que los cacaoteros del puerto veían como
la única garantía cierta de su independencia, tanto frente a España co-
mo frente al Perú, país cuya extorsión económica habían sufrido y te-
mían se repitiera. Fue así que, el 31 de agosto de 1821, concurrieron
masivamente al Cabildo de la ciudad y proclamaron la agregación de
Guayaquil a Colombia.
Ese hecho fue denegado luego por el cabildo guayaquileño,
pero tuvo eco en Portoviejo, donde el cabildo local se proclamó por la
incorporación a Colombia y levantó un acta solemne de dicha procla-
mación (16 de diciembre de 1821). Alarmada con dicho acontecimien-
to, que ponía en entredicho su autoridad y amenazaba a su misma
supervivencia, la Junta de Gobierno de Guayaquil pidió a Sucre que
interviniese como mediador en el problema, pero éste se excusó de par-
ticipar en un conflicto político local. Buscando resolver el conflicto que
la agobiaba, la Junta envió una delegación ante el cabildo de Porto-
viejo, en busca de obtener una retractación de la proclama o, al menos,
un compás de espera, hasta que una asamblea general de la provincia
resolviese el asunto de la agregación o la autonomía. Pero la Junta gua-
yaquileña hizo algo más: temiendo que fracasase la misión política de
sus delegados, envió tropas a Portoviejo, para restablecer su autoridad
en ese distrito. Fue un paso en falso, que agravó la situación, pues los
portovejenses se alzaron contra la Junta porteña y los voluntarios
guayaquileños del batallón “Libertadores”, enviados a reprimir a los
disidentes, proclamaron también el nombre de Colombia. Entonces, en
busca de sobrevivir ella misma, la Junta debió dar marcha atrás y tole-
rar de mala gana la disidencia de Portoviejo, aunque su autoridad
quedó minada gravemente.
Resumiendo, un año después de la proclama porteña de inde-
pendencia, cuando Bolívar todavía no había entrado en escena y ni

107
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

siquiera había pisado el territorio del actual Ecuador, la mayoría de la


ciudadanía guayaquileña era ya abiertamente colombófila y también lo
eran las tropas de la propia Junta de Guayaquil, que expresaron de
diversos modos y en forma reiterada su deseo de agregación a
Colombia.
Esa es la clara y diáfana verdad que se han empeñado en ocul-
tar los regionalistas de ayer y de hoy, que acusaron y siguen acusando
a Bolívar de haber tomado Guayaquil por la fuerza de las armas y
“ahogado el autonomismo guayaquileño”, falsificando así la historia
en beneficio de larvados intereses políticos o personales.

EL LIBERTADOR ANTE LA SITUACIÓN DE GUAYAQUIL

Mientras esto ocurría en la provincia de Guayaquil, el Liber-


tador de Colombia, que había iniciado la “Campaña de liberación del
Sur”, se dirigió a José Joaquín Olmedo, Presidente de la Junta de Go-
bierno de Guayaquil, mediante carta del 2 de enero de 1822, expresán-
dole en forma clara y tajante su opinión oficial sobre la situación del
puerto:

“Yo me lisonjeo, Excmo. Señor, con que la República de Colombia


habrá sido proclamada en esa capital, antes de mi entrada en ella.
V.E. debe de saber que Guayaquil es complemento del territorio de
Colombia; que una provincia no tiene derecho a separarse de una aso-
ciación a que pertenece, y que sería faltar a las leyes de la naturaleza
y de la política, permitir que un pueblo intermedio viniese a ser un
campo de batalla entre dos fuertes Estados; y yo creo que Colombia no
permitirá jamás que ningún poder de América encete su territorio.
Exijo el inmediato reconocimiento de la república de Colombia, por-
que es un galimatías la situación de Guayaquil. Usted sabe, amigo,
que una ciudad con un río no puede formar una nación”.19

Ese mismo día, Bolívar escribió también al general Sucre, dán-


dole concretas disposiciones para resolver de inmediato el asunto de
Guayaquil. Decía en esta carta, suscrita en Cali:

19 La carta en: Pino Ycaza, G. Derecho territorial ecuatoriano, tomo I, p. 536.

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BO L ÍVA R Y L A I N CO R P O R ACI Ó N D E G UAYAQU I L A CO LO M B I A

“He llegado al fin a esta capital, a completar la libertad de Colombia


y el reposo del sur. Guayaquil recibirá todos los auxilios necesarios
para no ser más inquietado... Para preparar el éxito de la próxima
campaña, autorizo a U.S. se pondrá de acuerdo con el gobierno de
Guayaquil. Pero si éste rehusase algo de cuanto U.S. pida, U.S. está
autorizado para hacer por si mismo aquello que conceptúe preciso...
Yo tomo sobre mí la responsabilidad de cuantas providencias tome
U.S., activas, eficaces y aun violentas. El tenor de estas órdenes debe
U.S. comunicarlo al gobierno de Guayaquil, manifestándole, verbal-
mente, que mis intenciones son llevar a cabo la libertad de Colombia
desde Tumbes hasta las bocas de Orinoco y que los sacrificios que ha
hecho Colombia por recobrar su íntegra independencia, no serán frus-
trados por ningún poder humano de América; y, finalmente, que yo
espero que, para cuando yo entre en esa ciudad, ya el gobierno de
Colombia habrá sido reconocido por ella, no pudiendo yo hallarme,
sin faltar a mi deber y a mi deseo, fuera del territorio de la
República”.

Uniendo la teoría a la acción, Bolívar decidió acudir personal-


mente a Guayaquil para imponer en ese puerto la soberanía colom-
biana y terminar con la peligrosa situación de indefinición política
creada por la Junta de Gobierno. Su plan era viajar por mar con sus
tropas, desde el puerto colombiano de Buenaventura, según lo informó
el secretario del Libertador al Ministro de Guerra, en carta fechada en
Cali, el 5 de enero de 1822. Decía la carta:

“S.E. ha preferido emprender la próxima campaña del sur por


Guayaquil, por las siguientes consideraciones: 1° Por asegurar a
Guayaquil, y hacer que aquella provincia se declare por Colombia.
Hasta hoy el manejo y las intrigas la han mantenido en una neutrali-
dad incompatible con sus verdaderos intereses, y más aún con los
derechos de nuestro Gobierno. No faltan quienes desean su incorpo-
ración al Perú, y quienes opinen por el extravagante delirio de que sea
un Estado independiente. Si prevaleciera esta opinión, Guayaquil no
sería más que un campo de batalla entre dos Estados belicosos, y el
receptáculo de los enemigos de uno y otro. La ley fundamental que-
daría sin cumplirse y Colombia y el Perú jamás estarían seguros,
estando confiadas a sus propias fuerzas las débiles puertas de Guaya-

109
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

quil. Más funesta aún sería a nuestros intereses la incorporación al


Perú... Estos y otros males muy graves y de consecuencias de mucha
trascendencia se evitan con el envío de tropas colombianas a Guaya-
quil, y sobre todo con la presencia del Libertador allí...”.20

Siempre desde Cali, el 18 de enero del mismo año, Bolívar se


dirigió una vez más a la Junta guayaquileña, insistiendo en su exigen-
cia de reconocimiento a la soberanía colombiana:

“... Ese gobierno sabe que Guayaquil no puede ser un Estado inde-
pendiente y soberano; ese gobierno sabe que Colombia no puede ni
debe ceder sus legítimos derechos y ese gobierno sabe, en fin, que en
América no hay un poder humano que pueda hacer perder a Colombia
un palmo de la integridad de su territorio”.

En las semanas siguientes, los planes de Bolívar para viajar por


mar a Guayaquil fueron alterados por varias causas, entre ellas la pre-
sencia de navíos españoles de guerra en el Pacífico Sur, que podían lle-
gar a capturar al Presidente de Colombia, y la oposición del Vicepre-
sidente Santander a que Bolívar se presentara personalmente en Gua-
yaquil, con riesgo de ser ofendido por los enemigos de Colombia, lo
que constituiría una afrenta para la república. Ante tales razones, el
Libertador debió variar sus planes y emprender la campaña del Sur
por la ruta de Pasto, donde se hallaba uno de los más fuertes bastiones
realistas del continente.
Como es conocido, ello refrenó la marcha del Libertador, que
halló mucha dificultad en cruzar la barrera natural del río Juanambú,
aunque finalmente lo logró y pudo batir a los realistas en la batalla de
Bomboná. Luego, el triunfo obtenido por Sucre en Pichincha le permi-
tió obtener la capitulación del jefe pastuso Basilio García, lo cual le
facilitó la marcha hacia Quito.
Ya desde esta ciudad, el 22 de junio de 1822, Bolívar respondió
a la carta que el Protector del Perú le enviara el 3 de marzo anterior,
manifestándole su inquietud por la intimación hecha a la Junta guaya-
quileña para reconocer a Colombia. Decía la respuesta del Libertador:

20 De La Cruz, Ernesto. La entrevista de Guayaquil: Bolívar y el general San Martín, Santiago de


Chile, 1914, p.20.

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BO L ÍVA R Y L A I N CO R P O R ACI Ó N D E G UAYAQU I L A CO LO M B I A

“V.E. expresa su sentimiento que ha tenido al ver la intimidación que


hice a la provincia de Guayaquil para que entrase en su deber. Yo no
pienso como V.E. que el voto de una provincia debe ser consultado
para consultar la soberanía nacional, porque no son las partes sino el
todo del pueblo el que delibera en las asambleas generales reunidas
libre y legalmente... Yo no creo que Guayaquil tenga derecho a exigir
de Colombia el permiso para expresar su voluntad para incorporarse
a la república; pero si consultaré al pueblo de Guayaquil, porque este
pueblo es digno de una ilimitada consideración de Colombia, y para
que el mundo vea que no hay un pueblo de Colombia que no quiera
obedecer sus leyes”.21

Esa tajante y enérgica respuesta de Bolívar acabó por refrenar


los planes peruanos para apoderarse de Guayaquil, pues al Protector
del Perú y su gobierno les quedó claro que Colombia estaba dispuesta
a emplear todos los medios posibles para afirmar su soberanía en la
provincia de Guayaquil, cuya población, por su parte, era mayoritaria-
mente colombófila y esperaba con ansia la llegada del Libertador.

EL DESENLACE DEL CONFLICTO GUAYAQUILEÑO

Con el triunfo de Pichincha y la llegada de Bolívar al actual


Ecuador, el partido colombófilo del puerto cobró nuevos bríos e insis-
tió vivamente en su pedido de incorporación a Colombia. La oportu-
nidad escogida fue la presencia del Libertador en Guayaquil, a donde
llegó el jueves 11 de julio de 1822, a las cinco de la tarde, en medio de
los aplausos de la multitud. Al siguiente día, viernes 12 de julio, el
Procurador José Leocadio Llona entregó al cabildo una solicitud firma-
da por 226 vecinos principales de la ciudad, que pedía la incorporación
a Colombia. Decían los peticionarios:

“Hasta hoy hemos dado ante toda la América, las pruebas más rele-
vantes de nuestro amor por el orden… V. S. ha oído el voto libre de
esta capital por su incorporación a la República de Colombia en el
Cabildo del 31 de agosto de 1821… La opinión por la incorporación

21 Lecuna, Vicente. Cartas del Libertador, tomo III, p. 50.

111
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

a la citada república se difundió con tanto tesón y energía, que nada


contuvo en lo sucesivo al cantón Portoviejo ni al batallón Liberta-
dores, para que secundasen esta misma decisión… V. S., en fin, ha
visto ayer la gloriosa entrada de S. E. el Libertador Presidente, victo-
riado por toda la capital, que proclamaba con entusiasmo a Guayaquil
incorporado a Colombia. …
Tenemos, pues, la absoluta pluralidad de la Provincia en favor de la
agregación. … Consistiendo, pues, en esta voluntades la terminación
de este negociado, urge apresurarlo a su solemnidad a favor de la
República. …
Nosotros, que reconocemos en V. E. unos representantes nuestros, le
incitamos reverentemente a que finalice este interesante asunto, con-
forme a una decisión tan altamente pronunciada. … Tenga V. E. pre-
sente que, desde el primer Congreso Electoral, se conoció la uniformi-
dad de nuestros intereses con los de Colombia. … Hoy, que vemos en
todos los ramos, legislada la República del modo más sabio y con-
forme a la dignidad de un pueblo libre, nos apresuramos a buscar en
ella estos bienes de paz y felicidad, que jamás podremos conseguir en
nuestra pequeña extensión, por sólo nuestros esfuerzos. Queremos
tener libertad respetada, sin turbaciones, para ser considerados
nacionalmente y ponernos en aptitud de reunir nuestros recursos a
los de los pueblos todavía tiranizados…
Y exigimos que si en el mismo acto de presentar a V. E. nuestros
votos, no fueren elevados por el mismo conducto de nuestro Síndico,
a S. E. el señor Presidente de la República de Colombia, lo haga por
si mismo con la protesta correspondiente.” 22

Sin duda, este documento es muy importante por varias razo-


nes trascendentales. En primer lugar, por su texto, de un alto nivel con-
ceptual y político, que revela a las claras la voluntad absolutamente
mayoritaria de la población porteña a favor de la agregación a Colom-
bia y la desconfianza que causaba en esa amplia mayoría ciudadana la
propuesta autonomista, sin duda un bello sueño localista, pero que evi-
dentemente conllevaba graves riesgos. En segundo lugar, esa impor-
tancia está dada por su destinatario, que era el cabildo de Guayaquil y

22 El documento de la Gaceta de Colombia, N° …, p. …. También en Camilo Destruge:


Guayaquil. Revolución de Octubre y Campaña Libertadora de 1820-22, Imprenta Elzeviriana de
Borrás, Barcelona, 1920, pp. 343-346.

112
BO L ÍVA R Y L A I N CO R P O R ACI Ó N D E G UAYAQU I L A CO LO M B I A

no la Junta de Gobierno, lo cual implicaba un tácito desconocimiento


ciudadano a la autoridad de ésta. Y finalmente lo es por sus firmantes,
entre los cuales figuran los más notables personajes guayaquileños de
la época e incluso familias enteras del patriciado porteño, que expresa-
ban de este modo su abierta e inequívoca voluntad de ser colombianos.
En efecto, una breve mirada a la nómina de suscriptores nos permite
hallar los nombres de los Garaicoa (José y Lorenzo), tíos del “héroe
niño” de Pichincha, Abdón Calderón Garaicoa, de los Espantoso (Vi-
cente y Tomás), los Marcos (José Antonio y Manuel), los Elizalde (Juan
Francisco y Antonio), los Gómez (José Antonio y dos Antonios más),
los Parra, los Roca, los Noboa, los Avilés y los Castro, entre otros.
Queda, pues, evidenciado hasta la saciedad que Bolívar no
incorporó a Guayaquil por la fuerza, sino que asumió el mando civil y
militar de la provincia y la tomó bajo su protección, atendiendo al pedi-
do de los más prestantes y numerosos ciudadanos del puerto y tras evi-
denciar, como sostiene el historiador porteño Camilo Destruge, “que de
otra manera no tenía cuando terminar el conflicto de los tres partidos, que
traían alborotada y en gran excitación a la ciudad” 23.
Precisamente en su comunicación a la Junta de Gobierno de
Guayaquil, presidida por Olmedo, el Libertador puntualizó que había
tomado tal decisión “para salvar al pueblo de Guayaquil de la espantosa
anarquía en que se halla y evitar las funestas consecuencias de aquella”. Pero
ni siquiera entonces el Presidente de Colombia impuso una dictadura
sobre la ciudad, como sostienen sus detractores pasados y presentes.
Por el contrario, actuando con el mayor tino político y con sumo res-
peto por la voluntad ciudadana, manifestó, a continuación, que se ha-
bía encargado del mando “sin que esta medida de protección coarte de
ningún modo la absoluta libertad del pueblo, para emitir, franca y espontánea-
mente, su voluntad en la próxima congregación de la Representación.”
En efecto, Bolívar esperó pacientemente a que la Asamblea de
Representantes se reuniera el 28 de julio, conforme a la convocatoria
hecha con anterioridad por la Junta de Gobierno, y decidiera soberana-
mente sobre el destino de la ciudad. Y tan moderada fue su actitud que
los partidos políticos que se le oponían (esto es, el autonomista y el
peruanófilo) siguieron trabajando activamente por su causa sin emba-
razo alguno y con tal libertad que incluso lograron paralizar por un par

23 Destrge, op. cit., p. 346.

113
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

de días las sesiones de la diputación provincial. Pero la Asamblea de


Representantes reinstaló sus trabajos el 31 de julio, fecha en que “decla-
ró, por aclamación, que desde aquel momento quedaba para siempre restituida
a la República de Colombia, dejando a discreción de su gobierno el arreglo de
sus destinos, por el conocimiento íntimo que asiste el Cuerpo Electoral de las
benignas intenciones de S. E. para con el pueblo su comitente”.24

LA OBRA DE BOLÍVAR EN GUAYAQUIL

El Libertador y el gobierno colombiano correspondieron a esa


decisión de Guayaquil con una especial preocupación por los destinos
de esta ciudad y su provincia. Atendiendo los pedidos del puerto y
también en aplicación de su propia política administrativa, Bolívar
decretó que Guayaquil fuera la capital del nuevo Departamento colom-
biano del mismo nombre y estuviera gobernada por un Intendente,
designando para tal función al prestigioso General de Brigada
Bartolomé Salom.25 También restituyó el Tribunal de Comercio de
Guayaquil,26 con el objeto declarado de liberar para siempre a la ciu-
dad de imposiciones comerciales foráneas. Y, poco después, reabrió el
Colegio de la ciudad, mejorando su organización y cátedras.27
Mucho más hizo el Libertador por nuestro puerto. Interesado
en desarrollar la vocación marinera de los guayaquileños, creó una
cátedra de Náutica con 1.800 pesos de dotación28 y más tarde desarro-
lló esta idea, disponiendo la creación de la Escuela Náutica de Guaya-
quil, que se inauguró el 1º de septiembre de 1823. Fueron los primeros
alumnos de ella los jóvenes Felipe Aguilar, Antonio Casilari, Juan José
Casilari, José Campuzano, José Rodríguez Labandera, Francisco
Calderón Garaicoa, Juan Vítores, José Avellán, Felipe Casilari, Fernan-
do Pareja, Luis José Tola, Agustín José Tola y José María Molestina.29
A comienzos de 1823, habiéndose iniciado el envío
masivo de tropas y pertrechos para la Campaña del Perú, la prensa

24 El acta de la Asamblea de Representantes y la lista de suscriptores de la misma en: Destruge,


op. cit., pp. 347-348.
25 Gaceta de Colombia, N° 56, p. 1.
26 Id.
27 El Patriota de Guayaquil, de 5 de abril de 1823.
28 Id.
29 Gaceta…, N° 113, p. 2.

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BO L ÍVA R Y L A I N CO R P O R ACI Ó N D E G UAYAQU I L A CO LO M B I A

guayaquileña exaltó la generosidad de su pueblo y su compromiso con


la libertad americana:

“Guayaquil ha visto zarpar de su ría, en los días 17 y 18 de marzo,


los transportes que conducen al Callao la primera División del
Ejército de Colombia. … Ni los ingentes gastos que ha hecho en sus
dos expediciones sobre Quito y Cuenca, ni los reiterados contingentes
con que ha contribuido a exterminar las funestas reliquias españolas
diseminadas en la provincia de los Pastos, … han bastado a sofocar el
germen de su acendrado patriotismo. Guayaquil, siempre heroico y
siempre fecundo en recursos de todo género, mira como un deber
sagrado la subsistencia del ejército del sur de Colombia. … Nuevos
laureles van a orlar las sienes de nuestros guerreros. Nuevas victo-
rias se preparan al pie de los Andes a los vencedores de Carabobo y
Boyacá, .. a los vencedores de Bombona y Pichincha. … Tamañas
empresas no pueden realizarse sino a costa de grandes sacrificios. El
héroe de Colombia, el inmortal Bolívar no reposa un instante hasta no
ver asegurado el territorio de la república en toda su integridad. …
El pueblo de Guayaquil numerará entre los días más célebres de su
año cívico los días 17 y 18 de marzo, en que ha tenido el placer de
secundar los gloriosos esfuerzos de la República en obsequio de la
causa general de la América y particularmente del Perú.” 30

Pero la guerra no era la única preocupación de Bolívar y su ad-


ministración. Pese al extraordinario esfuerzo económico que significa-
ba la Campaña del Perú, el gobierno de Colombia se dio modos para
realizar en Guayaquil y su provincia algunas obras públicas impor-
tantes, tales como la construcción de un hermoso malecón en la orilla
del río Guayas31 “que –decía “El Patriota de Guayaquil”– aumentará
indeciblemente la belleza de la ciudad”, la ampliación y reforma del
hospital militar y del hospital San Juan de Dios, el establecimiento de
un lazareto, la construcción de un cementerio (del que carecía la ciu-
dad), la traslación de la fábrica de pólvora a las afueras de la urbe, la

30 El Patriota…, N° 22.
31 Desde entonces, este malecón llevó el nombre de Simón Bolívar, hasta hace unos años, fue
cambiado por el de “Malecón 2000”, reemplazando así un nombre histórico que honraba a
la memoria de quien lo concibió originalmente, por un nombre comercial, estinado a exal-
tar transitorias vanidades políticas.

115
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

reconstrucción de la fábrica de Aguardientes, obras todas que testimo-


niaba el mismo periódico.32 A su vez, con ese estímulo, la Municipa-
lidad emprendió un ambicioso proyecto de reforma urbana, disponien-
do el derribo de numerosas casas viejas y ayudando a la edificación de
otras nuevas.
En fin, el gobierno se dio modos para establecer en el Departa-
mento de Guayaquil, hasta fines de 1823, un total de 43 escuelas públi-
cas, repartidas por todos los rincones de su extenso territorio: 2 en
Guayaquil, 2 en Montecristi, 4 en Santa Elena y una en cada una de
estas poblaciones: Samborondón, Yaguachi, Babahoyo, Caracol, Pue-
bloviejo, Baba, Estero de Vinces, Daule, Soledad, Colimes, Portoviejo,
Limón, Mocora, Pachinche, Bonce, Río Chico, Pimpignasí, Guayabo,
Alonso Pérez, Pievasa, Pichota, Pasaje, Jipijapa, Lodana, Paján, Palma,
Zapotal, Charapotó, Chone, La Canoa, Morro, Chanduy, Colonche,
Machala y Balao.33 Esto muestra el interés que tenía la república por el
progreso de sus ciudadanos.
Con plena razón, al celebrarse el tercer aniversario de la inde-
pendencia local, el 9 de octubre de 1823, el Procurador General de la
ciudad, don J. M Santisteban, expresó públicamente que:

“El regocijo de (los guayaquileños) es tan grande que difícilmente


puede experimentarlo cualquier otro pueblo. …(Guayaquil) ha mere-
cido un lugar distinguido entre los pueblos de Colombia, ha entrado
en la participación de las glorias de tan gran república, él mismo ha
contribuido a ellas de un modo extraordinario, y ha gozado en fin de
todas las condiciones de un gobierno paternal. Su agricultura, su
marina, su comercio prosperan aceleradamente; la ciudad se engran-
dece con obras no menos conducentes a su ornato, como importantes
a la salud pública, y sus habitantes en el pleno ejercicio de sus dere-
chos renuevan la memoria de este día como la del fundamento de su
dicha y la de sus generaciones más remotas”.34

32 El Patriota…, de 3 de enero de 1824.


33 Gaceta…, N° 134, p. 2.
34 Gaceta…, N° 113, p. 2.

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BO L ÍVA R Y L A I N CO R P O R ACI Ó N D E G UAYAQU I L A CO LO M B I A

PATRICIOS QUE PIDIERON LA INCORPORACIÓN


DE GUAYAQUIL A COLOMBIA *

Vicente Espantoso Bernardo Roca y Garzón


Tomás Espantoso Vicente Ramón Roca
José Antonio Marcos José María Noboa
Manuel Marcos Miguel Noboa
José Antonio Gómez José Antonio de Vera
Antonio Gómez José María Pareja
Manuel Castro José Antonio Boloña y Roca
Pablo Castro Ramón Avilés
Juan Francisco Elizalde Lorenzo Avilés
Antonio Elizalde Manuel Avilés
Fernando Merino José del Carmen Martínez
José Merino y Ortega José María Martínez
Ciríaco Robles Diego Manrique
Juan Antonio Vivero José María González
José Villamil Manuel Plaza
José de Garaicoa Manuel Granados
José Anselmo Parra Ignacio Morán
Pablo José de Lavayen José Víctor Ceballos
Miguel Lavayen José Vallejo
José de Garaicoa Pedro Morlás

* (La lista completa en Destruge, obra citada, páginas 344 a 346).

117
118
SEMBLANZA DE LA CIUDAD DE QUITO
EN 1809
(APUNTES)

Andrés Peñaherrera Mateus

El mundo se encontraba convulsionado por las consecuencias


de la Revolución Francesa que en el campo artístico se identificó con el
estilo neoclásico como símbolo del profundo cambio frente al abso-
lutismo. Quito estuvo atenta y aprovechando el mal estado físico de la
urbe debido a los terremotos, las reparaciones y restauraciones se las
empezó a hacer con ahínco bajo ese nuevo lenguaje desde los princip-
ios del siglo XIX remplazando al barroco.
Quito estaba en decadencia debido a los siguientes aconteci-
mientos y factores:
a) Violentos terremotos de 1755, 1775(?) y el de 1797 que asoló a la an-
tigua ciudad de Riobamba y afectó gravemente a Quito pereciendo
40.000 personas. 1
b) Sublevación de los barrios de Quito o Revolución de los Estancos
acaecida el 25 de junio de 1765 como consecuencia a la división que
se iba acentuando entre españoles y mestizos, pues se llegó a pre-
venir a estos últimos que no beban aguardiente porque los españoles
le habían envenenado. También motivó el nuevo impuesto, llamado
de la Aduana, a todo alimento que ingresaba a la ciudad.
c) El 20 de agosto de 1767 se ejecutó en Quito la orden del Rey Carlos
III de expulsar a los jesuitas de todos los territorios bajo la corona
española. Los jesuitas fueron fuente de cultura y de producción de la
tierra, creadores de civilización y de riqueza, así como celosos
guardianes de los territorios pertenecientes a la Real Audiencia de
Quito.
d) La sublevación indígena liderada por Túpac Amaru II que terminó
con su ejecución en la plaza del Cusco en 1781. Hubieron levan-

1 Julio Ferrairo, El Ecuador Visto por Extranjeros, siglos XVIII y XIX, Biblioteca Ecuatoriana
Mínima, Editorial José M. Cajica Jr., S.A., Puebla, México Quito, 1960.- pp. 519.

119
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

tamientos cerca de Quito respaldándole en su protesta contra la


explotación de que eran objeto.
e) Una fuerte epidemia asoló a la ciudad en 1785, afectando principal-
mente a la población indígena, se estima que causó 25.000 víctimas
(P. Coleti).
f) España combatía la industrialización y los avances tecnológicos en
estos territorios.
g) El ambiente cada vez más tenso debido a los abusos del gobierno
español dominado por José Bonaparte, llamado Pepe Botellas.2
Afortunadamente existe el plano de Quito de inicios del siglo
XIX, atribuido a Montúfar, que es una copia del plano de Jorge Juan y
Antonio de Ulloa de mediados del siglo XVIII, conteniendo algunas
actualizaciones a esa fecha. Este plano constituye la principal fuente de
información para este estudio3.

SUPERFICIE Y POBLACIÓN

La superficie que ocupaba la ciudad se calcula que fue de unas


320 hectáreas, 80 hectáreas menos desde el inicio de la colonia según se
calcula teniendo como base al plano más antiguo de Quito (aprox. del
1700)4, pues Quito sufrió un proceso de empequeñecimiento que duró
hasta la década de 1860. La población en 1809 fue de unos 60.000 habi-
tantes, de los cuales entre criollos, españoles y mestizos fueron unos
40.000; y entre indígenas, negros y mulatos, los 20.0005.

2 Las fechas históricas fueron obtenidas en la Historia del Ecuador por Alfredo Pareja Diezcan-
seco, Edit. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958; y en el libro, Fechas Históricas y Hombres
Notables del Ecuador por Humberto Oña Villarreal, Edit. del Pacífico, Guayaquil, 1988.
3 Plano de Quito, anónimo, atribuido a Montúfar, inicios siglo XIX, Museo Municipal Alberto
Mena Caamaño, Municipio Metropolitano de Quito, copia a color, .68x.98 m.
4 El Plano más Antiguo que se conoce de Quito corresponde a finales del siglo XVII o inicios
del XVIII, realizado por los jesuitas y rescatado por el P. Juan Magnin S.I. , Museo Histórico,
Órgano del Archivo Municipal de Historia de la ciudad de Quito, Volumen 60.- pp. 81 .35x.25
m. Este plano fue terminado con nombres y adornos por Moranville en 1741, miembro de la
Primera Misión Geodésica Francesa.- Nota: Lamentablemente, en la publicación, el plano
aparece mutilado en una franja entre las actuales calles Mejía y Olmedo. El autor de este artí-
culo tendrá mucho gusto en entregar una buena copia del plano a quien le solicite.
5 Andrés Peñaherrera Mateus., Evolución del Trazado Urbano de Quito desde 1500 a 1922,
Memoria N.2, Sociedad Ecuatoriana de Investigaciones Históricas y Geográficas (SEIHGE),
Instituto Geográfico Militar, Quito, agosto 1993.- pp.81.

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SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

ACCESOS

Las calles o avenidas actuales han sido construidas sobre caminos


antiguos, la gran mayoría de los nombrados habrían sido prehispáni-
cos. (A)

Desde el Norte:
a) Desde Cotocollao: por la actual avenida de La Prensa hasta la “Y”, la
Diez de Agosto y luego por la calle Luis Felipe Borja que en esa épo-
ca formaban prácticamente una sola.
b) Desde Carapungo (actual Calderón): por Carretas y luego por la
actual avenida Diez de Agosto.
c) Desde Zámbiza, Nayón: por la actual avenida Seis de Diciembre y
calle Luis Felipe Borja.
d) Desde El Quinche, Guápulo: por la Pata de Guápulo, avenida Doce
de Octubre y avenida Gran Colombia.

Desde el Sur:
a) Desde Chillogallo o Guamaní: Por la actual avenida Mariscal Sucre
(antes Vencedores de Pichincha), luego la calle Bahía que pasa por el
sitio conocido como “Los Dos Puentes” en recuerdo a los dos puen-
tes seguidos que habían sobre las profundas quebradas cuyos re-
llenos han dado origen a las calles O’Leary y Patate. Esta ruta fue re-
lativamente nueva y se empezó a construir un gran arco de mam-
postería de ladrillo en el sitio donde empalma con la calle Necochea,
seguramente para marcar el ingreso a la ciudad. Este arco se iba a
llamar: Arco de La Magdalena. Hasta ahora se observan sus estribos
inconclusos.
b) Desde Chillogallo: Por la actual avenida Mariscal Sucre hasta el
puente de “Los Chochos”, que estuvo ubicado al pie del actual san-
tuario del Hermano Miguel, luego la calle Viracocha hasta la plaza
de La Magdalena, calle Jambelí, avenida Cinco de Junio y calle Am-
bato. El tramo de prolongación de la Cinco de Junio hasta la Ambato
fue relativamente nuevo en esa época.
c) Desde Lloa: por el antiguo camino que pasa por Chilibulo y se une
a la anterior inmediatamente antes del lugar donde estuvo el puente
de Los Chochos, sobre la quebrada del mismo nombre.
d) Desde Guamaní: por la actual avenida Maldonado o Panamericana

121
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Sur. Esta ruta estuvo habilitada posiblemente desde inicios del siglo
XVIII.
e) Desde Amaguaña y Carapungo: por el Camino de los Incas siguien-
do la cumbre de la loma de Alpahuasi hasta Puengasí, luego la calle
Juan Bautista Aguirre, la avenida Alpahuasi hasta empalmar con la
Maldonado en Chimbacalle. Estos últimos tramos seguramente fue-
ron relativamente nuevos.
f) Desde el Valle de Los Chillos: por el antiguo carretero que pasa por
la plaza de Conocoto, luego unas callejuelas de bajada al puente so-
bre el río, después hasta la Ponce Enríquez y empalmar con la ruta
anterior en Puengasí.

PARROQUIAS

Es interesante anotar que se han mantenido desde los inicios


de la colonia.
a) Centro de la urbe: El Sagrario.
b) Hacia San Juan: Sta. Bárbara.
c) Hacia el norte: Sta. Prisca y San Blas.
d) Hacia el sur: San Sebastián.
e) Hacia el oriente: San Marcos.
f) Hacia el occidente: San Roque.
h) Sta. Clara de San Millán (suburbana), de indios y al norte del ejido
norte.
i) La Magdalena (suburbana), de indios y al sur del Panecillo.

BARRIOS

Aproximados, cuyos nombres son antiguos y algunos han per-


manecido hasta ahora:
a) En el del centro de la urbe y su entorno inmediato: La Catedral, La
Concepción, San Agustín, Sta. Bárbara, Carmelitas de la Tancunga,
Las Carnicerías, Sta. Catalina, Los Corazones, Sto. Domingo, Car-
melitas de Quito, El Hospital, La Compañía, La Merced.
b) Hacia el norte: La Guaragua, Sta. Bárbara, Altos de Sta. Bárbara, San
Juan, Sto. Cristo de La Paz, Sta. Prisca, San Blas, Los Hornillos, El
Belén, Guangacalle, La Vera Cruz.

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SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

c) Hacia el sur: Jerusalén, Panecillo, Aguarico, San Diego, Illescas, La


Recoleta, Chaguarcucho, San Sebastián, Los Molinos, Chiriyacu,
Chimbacalle.
d) Hacia el oriente: La Tola, Itchimbía, San Marcos, Las Tenerías, Loma
Chiquita, Loma Chica (San Marcos), Loma Grande.
e) Hacia el occidente: San Roque, La Cruz Verde, El Placer, El Cebollar,
El Tejar, La Cantera, Mirador de los Pobres, De la Loza (fábrica), etc.

ASPECTOS DEL PAISAJE URBANO

Desde la base de las faldas del Panecillo hasta el extremo norte


de la meseta de La Alameda; y, desde la falda occidental del Itchimbía
hasta la base de las faldas del Pichincha. Una ciudad totalmente con
cubiertas inclinadas de teja de barro cocido y de grandes aleros proyec-
tados sobre las calles, a excepción de vistosas bóvedas, cúpulas y torres
recubiertas con tejuelos vidriados de colores; y, de unas pocas hu-
mildes casas de paja en los arrabales. Las edificaciones en la zona cen-
tral con pórtico de piedra labrada, patios grandes y regulares, mayori-
tariamente de dos plantas y muy pocas de tres. Algunas similares en el
contorno de dicha zona, las otras algo irregulares y el resto de una
planta y más simples. Sencillos y pequeños balcones en casi todas las
ventanas de plantas altas. Plazas amplias y otras menores. Presencia de
grandes cruces de piedra adelantadas en los atrios de los templos, en
vías; y, otras adosadas a murallas cerrando algunas de las perspectivas
urbanas dando un ambiente dominante de cristiandad católica con
paramentos mayoritarios blancos y de colores chillones en los arraba-
les. Por la noche escasamente alumbrada por faroles a base de meche-
ros de kerosén. Casi todas las esquinas de las manzanas eran en ángu-
lo. (Mario Chicala, 1760; Ed André, 1876).
Como consecuencia del sismo de 1797, contrastando con la
horizontalidad de las cubiertas, se encontraban afectadas o mutiladas
algunas torres–campanarios de los numerosos templos; otras pocas
completas, entre estas estuvieron las de San Francisco y la de la Com-
pañía de Jesús. Las de San Francisco con un cuerpo más en su altura
que las actuales. La de la Compañía de Jesús, de 55 varas de alto, domi-
naba a todas, ubicada prácticamente en el centro de la urbe. Hasta hoy
permanece mutilada desde el terremoto de 1868 y se la debe restaurar.

123
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Esta torre con seis campanas, exhibía en cada flanco una gran esfera
del reloj de pesas cuya compleja máquina de hierro (aprox. 25qq.) esta-
ba contenida en su interior. El reloj fue el segundo que hubo en Quito
(B), construido en cerca de dos años por herreros quiteños bajo la direc-
ción de un hermano jesuita alemán. Marcaba con campanadas el ritmo
de las actividades cotidianas ciudadanas cada quince minutos, siendo
las de las horas más sonoras oyéndose en toda la ciudad.6 Otra reliquia
renombrada de esa época es la enorme campana de 2.07 mts. de alto,
peso de 125 qq. con badajo de 2qq. , llamada “Nuestra Madre”, en la
torre de La Merced,7 cuyos repiques podían oírse hasta el Quinche;
desde inicios del siglo pasado se encuentra silenciada por una rajadu-
ra consecuencia del impacto de una bala de fusil durante una de las
refriegas por el poder.
No habían árboles de eucalipto ni pinos ni cipreses sino los
endémicos, tales como: alisos, arrayanes, sisines, molles, toctes o no-
gales, capulíes, sauces, aguacates, cedros, acacias, magnolias(?), etc.
El Panecillo tenía casas solo hasta las de la calle Ambato, no
tenía árboles sino su vegetación endémica donde predominaba el
ñachag de color verde oscuro que con sus abundantes flores de amari-
llo intenso, en las horas soleadas, tomaba el conjunto un viso de pince-
ladas doradas. Similar comentario podríamos hacer de las demás lo-
mas que rodean a la ciudad. En la cumbre del Panecillo había la ruina
de una construcción prehispánica8; no había la famosa olla ni en su
falda el fortín y almenado al borde del camino prehispánico de subida
en espiral9 cuya traza ha sido respetada constituyendo un vestigio
elocuente de la milenaria presencia humana en la zona.
En los ejidos de la ciudad, ubicados en los extremos norte y
sur, habían todavía restos de grandes lagunas frecuentadas por garzas
y patos y aun ocasionalmente por venados y pumas.

6 P. Mario Cicala, S.I., Descripción Histórico-Topográfica de la Provincia de Quito de la Compañía de


Jesús, Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit, Instituto Geográfico Militar, Quito,
1994.- pp. 180, 195.
7 P. Octavio Proaño, La Merced de Quito y su Arquitectura Colonial, Talleres Gráficos Municipales,
1 de diciembre 1975, Quito.- pp. 75.
8 Cayetano Osculati (1847), El Ecuador Visto por Extranjeros, siglos XVIII y XIX, Biblioteca
Ecuatoriana Mínima, Editorial José M. Cajica Jr., S.A., Puebla, México, 1960.- pp. 301.
9 Ibidem 6.- pp. 194.

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SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

LAS QUEBRADAS

Actualmente todas las quebradas que cruzaban la zona se en-


cuentran canalizadas y rellenadas. En 1809 las quebradas y quebradil-
las dominaban la topografía de la urbe.
a) Ullaguangayacu o Quebrada de Jerusalén, esta profunda y ancha
quebrada que bajaba desde la cantera del Pichincha, pasaba al pie
norte del Panecillo y luego entregaba sus aguas al Machángara, ha-
bían en su recorrido unos 10 puentes para cruzarla coincidentes con
las calles transversales a su cauce. El llamado Paso del Socavón coin-
cidía con el cruce de la actual calle Guayaquil y por lo tanto fue el
único cruce que tuvo casas en sus costados. El relleno de su cause ha
dado origen a la avenida 24 de Mayo con su viaducto y El Cumandá.
b) San Diego, esta quebrada nacía al pie de la ermita de Illescas y luego
de atravesar el barrio de San Diego y el del Aguarico (no había la
plaza Victoria), entregaba sus aguas a la de Jerusalén, más o menos
a la altura de la actual calle Cuenca. El relleno de su cauce ha dado
origen a la actual calle Barahona.
c) Quinguguaycu o La Quebrada del Tejar y la Quebrada del Placer,
profundas quebradas que nacían en las lomas homónimas, tenían ya
puentes para cruzarlas al pie de la recoleta de los mercedarios, se
unían a la altura de la Calle Chimborazo y tomaban el nombre de
Quebrada de Sanguña o Quebrada Grande (o Pilisguaycu?), que
continuaba hasta el interior de la manzana vecina al norte del con-
vento de San Francisco (Ipiales), ya estaba canalizada antes de cru-
zar la actual calle Cuenca. Volvía a aparecer en pequeños tramos,
uno en el interior donde actualmente está el Colegio de La Provi-
dencia, otro en el interior de la manzana ubicada al sureste de La
Catedral; y otro, en el extremo sureste de la manzana contigua a esta
última antes de cruzar la actual calle Flores. Volvía a aparecer detrás
de las casas que daban frente a la Flores pero con el nombre de Que-
brada de Las Tenerías o de Manosalvas10. Sus rellenos al occidente
del centro de la ciudad ha dado origen a la ampliación y prolonga-
ción de vías, como la Mejía y la Hermano Miguel, que limitan espa-
cios para el comercio informal. El gran relleno del tramo oriental de
la quebrada es la amplia avenida Sucre y luego la avenida Pichincha.

10 Gualberto Pérez, Plano de Quito de 1888, Municipio Metropolitano de Quito, .68 x .98 m.

125
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

d) Quebrada de San Juan o de Rojas(?) (o Huanaguaycu?), Todavía hoy


es visible el sitio donde nace esta quebrada en la esquina suroriental
de las actuales calles Benalcázar y Oriente. Estuvo canalizada hasta
las actuales calles Olmedo y Flores, luego un puente la cruzaba para
unir la calle Mejía con la Montúfar. Su relleno ha dado origen a la
calle Bustamante, plazoleta de La Marín y parte de la avenida
Pichincha.
e) Quebrada del Itchimbía, estuvo canalizada desde San Blas hasta la
actual Manabí. Se unía con la quebrada de San Juan y luego con la
de Manosalvas para entregar las aguas al Machángara. Actualmente
el relleno es la calle Pedro Fermín Cevallos y gran parte de la amplia
avenida Pichincha.
f) Las quebradillas de Los Hornillos (?) que bajaban desde San Juan,
sus rellenos son la actual Caldas y Briceño entre la Vargas y Diez de
Agosto.
g) Un par de quebradas o quebradillas bajaban desde San Juan, pasa-
ban por el barrio de Sta. Prisca, se hallaban ya canalizadas y rellena-
das, desde la actual calle Vargas y hacia el occidente de La Alame-
da. ¿Ese relleno es un tramo de la Diez de Agosto?
h) Todas las demás quebradas y quebradillas hacia el norte estuvieron
abiertas.
i) Aunque no se indica en el plano de inicios del XIX, debió existir la
quebrada que bajaba del Itchimbía y cuyo relleno es la actual calle
Sodiro entre la Iquique y la avenida Gran Colombia, donde debió
haber un paso (vado?), pues las aguas de esta quebrada alimentaban
a la ancestral laguna de La Alameda.
j) Tampoco se indican en dicho plano las quebradillas de La Chilena(?)
(¿Las Llagas?) que hasta ahora son un profundo corte al suroeste de
la loma de San Juan y cuyas aguas canalizadas bajaban paralelas y
bordeando la actual calle Manabí. Similar comentario podemos
hacer de varias quebradillas que bajaban por las faldas del Itchimbía
y cuyos rellenos han dado lugar a calles.

CARACTERÍSTICAS DE LAS CALLES

El croquis de 1573 sobre la única traza que realizaron los espa-


ñoles en Quito, comprende al espacio desde la Manabí hasta la Roca-

126
SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

fuerte; y, desde la Flores hasta Cuenca. Son calles rectas y de ancho uni-
forme de aproximadamente 10 m o 33 pies. En realidad son seis en sen-
tido norte–sur y ocho en sentido este–oeste; a estas calles se las llamó
“calles reales”(?). A principios del siglo XVII el presidente Antonio de
Morga mandó a empedrar las principales calles de la ciudad11 y según
las crónicas de: J. Juan, A. Ulloa, 1738; Chicala, 1770; V. Brandín, 1824;
no se incrementaron más, pues como calles empedradas se refieren a
las calles centrales y a las principales de acceso a los barrios perime-
trales sin llegar a sus transversales ni a las de los arrabales que se man-
tuvieron de tierra. Para cruzar las quebradas que no estaban canal-
izadas, las calles bajaban los flancos del cauce en fuerte pendiente hasta
alcanzar un vado o el puente que estaba a escasa altura sobre el agua.
Las calles con pendiente tenían una acequia que corría por su eje y para
que no estorbe al tránsito de las calles transversales, en el cruce, se
hacían pequeños puentes con losas de piedra sobre las acequias12. Estas
acequias llevaban aguas lluvias y servidas a las quebradas, afortunada-
mente llovía mucho.
La irregular topografía del sitio de Quito y la presencia cada
vez más importante de vehículos obligó a regularizar, en lo posible, el
perfil longitudinal de las calles y a ensancharlas, todo esto a base de
desbanques y de rellenos, modificando substancialmente las perspecti-
vas internas de la urbe, pues calles angostas y con casas de un solo piso
al costado, pasaron a ser más amplias y con aparentes casas de dos o
más pisos debido a los desbanques. Los nuevos accesos a las casas han
sido resueltos a base de escaleras exteriores o interiores y aun con túne-
les privados. Estas transformaciones fueron muy frecuentes a partir de
la segunda mitad del siglo XIX y pueden ser fácilmente detectadas al
examinar el paramento de fachada de las casas antiguas que todavía
permanecen. También al observar hoy el ancho variable o endentado
de las calles, es el ancho menor el más antiguo y que con mucha seguri-
dad correspondió al que se tuvo en 1809.
La actual calle Mejía se interrumpía entre la Guayaquil y la
Flores, pues el convento de San Agustín ocupaba desde la Chile hasta
la Olmedo. La actual calle Sucre terminaba, al oriente, con la calle Flo-
res. La actual calle Rocafuerte se prolongaba hacia el oriente con un tra-
zado en zig-zag hasta el río Machángara. No había la Mama Cuchara.

11 Alfonso Reece D., Morga, Alfaguara Ecuador, marzo 2007.- pp. 170.
12 Ernesto Chiriboga O., Foto, Un Siglo de Imágenes, El Quito que se Fue, volumen 2, 1860/-
1960, TRAMA, junio 2004, Quito-Ecuador.- pp. 194.

127
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

En el mencionado plano de inicios del XIX consta una destaca-


da cruz en el eje de la calle Maldonado al medio del tramo entre St.
Domingo y el puente de Los Gallinazos sobre la quebrada de Jerusalén
o de Ullaguanguayacu. ¿Existió esta impresionante cruz? ¿Es la misma
cruz que estuvo antes en el centro de la plaza de St. Domingo? (plano
de Alcedo de 1734) y que luego fue substituida por una pila de agua.
¿Es la misma cruz que hoy se encuentra en el atrio? Si es verdad, al
subir desde el puente, la perspectiva de la calle con la vistosa cruz en
el centro y al fondo el templo de St. Domingo, debió ser espectacular.
Sobre las esquinas actuales de la calle Benalcázar y la Mejía
posiblemente existieron dos arcos(?), uno sobre cada calle. El P. Chicala
(1760) dice que hubo un túnel bajo la una calle y un arco sobre la otra.
Al arco sobre la actual calle Mejía se le conocía con el nombre de Arco
de Santa Elena; este (estos) arco(s) fueron derrocados en 1865 (Jurado
Noboa)13. (B).

NOMBRES DE CALLES

Según plano antiguo (3) o tradición. Se daban los nombres a las


calles en mérito a los edificios destacados que había en uno de sus flan-
cos o a la actividad principal que allí se hacía, así como por tener algu-
na cualidad destacada. A veces los nombres correspondían solo a un
tramo de la calle.
a) Calle del Comercio, la actual calle Guayaquil.
b) Calle de las Platerías o de la Plaza Grande, la actual Venezuela.
c) Calle de la Cantera, la actual Rocafuerte desde St. Domingo hacia
el occidente,
d) Calle de la Loma Grande, la actual Mamacuchara o Rocafuerte
desde St. Domingo hacia el oriente.
e) Calle del Mesón, la actual Maldonado desde St. Domingo hasta La
Recoleta.
f) Calle de La Ronda, la actual Morales.
g) Calle de Chahuarcucho, la actual Portilla.
h) Calle de Santa Rosa, la actual calle Francia, en La Loma Grande.
i) Calle de la Loma Chica o de San Marcos, la actual Junín.
13 Susan V. Webster, Arquitectura y Empresa en el Quito Colonial: José Jaime Ortiz, Alarife Mayor,
Producciones Digitales Abya-Yala, Quito, agosto 2002.- pp. 78.

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SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

j) Calle de la Loma Chiquita, la actual Salvador en la Loma Grande.


k) Calle de las Siete Cruces, la actual García Moreno.
l) Calle de La Merced, la actual Chile.
m) Calle de Las Casas Reales, La actual Mejía. La fachada principal de
esas casas daba a esta calle y ocupaba todo el frente entre Benal-
cázar y Cuenca, es decir, con frente a la primitiva plaza de La Mer-
ced que poco a poco fue desapareciendo en el XVII. (?) (B).
n) Calle de la Cruz de Piedra, la actual García Moreno entre la Loja y
la Ambato.
o) Calle de San Sebastián, la actual Loja.
p) Misitu Calle, la actual calle Esmeraldas.
q) Calle de San Buenaventura, la actual Cuenca.
r) Calle de Sta. Elena, la Benalcázar entre Chile y Olmedo(?), o, la
Mejía(?).
s) Calle de San Fernando, la actual Bolívar
t) Calle Angosta, la actual calle Benalcázar(?), su ancho disminuía
notablemente (de unos 10 m a unos 5 m) a partir de la Manabí hacia
el norte. Las huellas de los desbanques producidos posteriormente
para el ensanche practicado a mediados del siglo XX entre la
Manabí y la Esmeraldas; y la foto antigua (1860) de la casa que ocu-
paron los Académicos Franceses que estuvo ubicada en la esquina
nororiental de las calles Benalcázar y Manabí, son testimonios que
sustentan lo expuesto. Además, Eugenio Espejo indica que en la
calle Angosta quedaba el acceso a la Cárcel Real que era parte del
palacio de la Real Audiencia14.
u) Calle del Comercio Bajo o de Las Herrerías, la actual calle Flores.
v) Calle de la Sábana Santa, la actual Guayaquil entre San Blas y la
Plaza del Teatro.
w) Guangacalle, la actual avenida Gran Colombia.

ASPECTOS DE LAS PLAZAS

La superficie original de las plazas también fue desbancada a


fin de darles mayor horizontalidad; la de San Francisco en el XVI (P.
José M. Vargas), la de la Plaza Grande a mediados del XVIII y la de Sto.

14 Ibídem 13.- pp.103.

129
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Domingo en el XIX (?). Esto originó desniveles con las calles adyacen-
tes y motivó la ejecución de los magníficos atrios corridos muy ele-
gantes que complementan y adornan a dos de esos grandes espacios
públicos. (El atrio de La Catedral es del siglo XVII?). Además hubo que
construir pequeños muros de contención perpendiculares a dichos
atrios y en su extremo sur, tanto en el de S. Francisco, como en el del
palacio del Presidente y Real Audiencia, pues para acceder a la Plaza
Grande por la esquina suroccidental, había que bajar una rampa en
diagonal. Estos muros de contención estuvieron posiblemente presen-
tes hasta fines del siglo XIX15. Los pisos de las plazas fueron de tierra
(cangahua) a excepción del de la Plaza Grande que era periódicamente
encalado para darle mayor solidez y evitar el barro en lo posible16.
Cruces centrales habían en las plazas de San Sebastián, plaza
hoy desaparecida; Santa Clara, plaza que hay intención en recuperarla;
y, en la de San Francisco; esta última se encuentra reubicada en el
extremo sur del atrio.
Para 1809 la Plaza Grande ya exhibía sobre la fachada lateral
de la Catedral al templete o arco de Carondelet, terminado en 180717
como pórtico de la puerta central hacia la plaza, así como a la generosa
grada lobulada que sirve de acceso al atrio. Posiblemente la Catedral
estuvo apenas reparada.
Chicala describe el flanco oriental de la Plaza Grande de la si-
guiente manera: “A un lado está el Palacio de la Ciudad junto con otras
casas de personas particulares en la misma cuadra. Debajo hay un bello
pórtico sostenido por columnas octagonales de piedra, hay también
balcones….” 18. El P. Juan de Velasco sobre el mismo palacio dice: “obra
antigua y ordinaria” 19. Allí funcionaba el cabildo presidido por el co-
rregidor, habían los regidores, ancianos o magistrados, 2 alcaldes ordi-
narios, 2 de la hermandad, un procurador y el alcalde mayor que debía
ser un indígena para coordinar especialmente con las parroquias
rurales.20

15 Ibídem 12.- pp. 14.


16 Ibídem 6.- pp. 193.
17 Carlos Manuel Larrea, El Barón de Carondelet, Corporación de Estudios y Publicaciones,
Editorial Fray Jodoco Ricke, Quito, (1969).- pp. 76.
18 Ibidem 6.- pp. 193.
19 P. Juan de Velasco, Segunda Parte, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Editorial José M. Cajica
Jr., S.A., Puebla, México.- pp. 469.
20 Ibídem 19.- pp. 473.

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SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

Chicala: "En el tercer lado" (de la plaza) "se halla todo el Palacio del
Presidente y Real Audiencia, muy majestuoso, de dos pisos y con balcones, con
bella y delicada fachada, edificado sobre un pórtico” (confunde pórtico por
atrio) “que se levanta por encima de la Plaza por lo menos doce palmos, todo
él de losas de piedra finamente labrada. Se sube por tres magníficas escaleras,
una al centro con diez o más gradas y otras dos en los dos extremos y esquinas
del Palacio.....". Estas dos gradas no tenían descanso intermedio, como
son ahora desde la época de Ponce Enríquez, 1959. Indica también que
hay doce habitaciones o almacenes de comerciantes bajo el atrio (hoy
hay solo diez y son correspondientes con el tramo central), que la grada
interior principal "es muy espaciosa y magnífica, de losas de piedra.....".
Continúa con una descripción muy general de los ambientes, pero
detallada de los muebles y enseres.21 Julio Ferrairo (fines siglo XVIII), al
describir la Plaza Grande, dice: "..Pero el palacio de la Audiencia, que
debería ser el principal ornamento, la desfigura, ya que en parte está arruina-
do y no se piensa en repararlo".22 En 1803 el Barón de Carondelet dispone
acciones a tomar para defender al palacio y menciona al pretil sobre las
covachas, una puerta principal hacia la plaza, otra puerta para la
cochera (sobre la actual calle Espejo) que lo comunicaba con el cuartel;
y, una tercera puerta hacia la actual calle Chile23. En 1824 Victoriano
Brandín dice de Quito: “De brillante prosperidad anterior, hoy presenta un
triste esqueleto….” 24. En 1826 el capitán Gabriel Lafond de Lurcy lo rati-
fica al expresar: “…al oeste de esta plaza” (Plaza Grande) “está el palacio
del presidente, edificación pesada y sombría” 25. Celiano Monge (1910), dice:
"Antes que se construyera la azotea, el atrio del Palacio se asemejaba al pretil
de la Catedral. La balaustrada contenía adornos de piedra, los mismos que
existen en el Puente de Machángara".26
En el plano de Quito de principios del siglo XIX, atribuido a
Montúfar, aparecen dos puertas principales del Palacio hacia el atrio
con pretil, y frente a cada una de ellas una amplia grada semicircular;
así como una galería abierta y corrida a todo lo largo de su segunda
planta hacia la plaza. Existe una pintura de mediados del siglo XIX y

21 Ibídem 6.- pp. 193.


22 Ibídem 1.- pp. 521.
23 Ibídem 17.- pp. 189.
24 Eliécer Enríquez B., Quito a Través de los Siglos, Imprenta Municipal, Quito 1938.
25 Capitán Gabriel Lafond de Lurcy, Viajes Alrededor del Mundo y Naufragios Célebres, Editores
Pourrat Fréres, Paris, 1843 (en francés).
26 Celiano Monge, Lauros, Imprenta y Encuadernación Nacionales, 1910.

131
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

foto por el año de 1860 donde se ratifica lo del plano pero con gradas
rectas; en esta están las huellas de las gradas y se observan las puertas27.
El solar del palacio del Presidente y Real Audiencia ocupaba
todo el frente hacia la Plaza Grande y continuaba con frente a la Chile
hasta la Benalcázar donde estaba la cárcel mencionada anteriormente.
El edificio del palacio del Presidente y Real Audiencia ya ocupaba en
1809 la mitad oriental de la manzana, resuelto a base de dos patios, uno
de mayor tamaño ubicado hacia el sur cuya planta alta ocupaba la
vivienda del presidente; además alojaba las siguientes actividades o
ambientes: cochera, caballeriza, bodegas, guardias, capilla real, cuatro
Oidores, fiscal, relator, escribano, salas de audiencia y tribunales, adua-
na, contaduría y portería.28 Los correos ocuparon unas covachas bajo el
atrio29; y la fundición de moneda se realizaba en un local frente a la igle-
sia del Sagrario.
En base a las crónicas anteriores podemos concluir que: El atrio
del palacio del Presidente y de la Real Audiencia tuvo pretil (pasamano
de piedra), fue retirado cuando se comenzó a construir sobre él, el pór-
tico corrido que tanto adorna y es de gran utilidad. El pretil del atrio
del palacio fue reutilizado para colocarlo a los costados del sobrepuen-
te del Machángara construido en la segunda mitad del siglo XIX sobre
el viejo colonial, donde hasta ahora está y ha sido recién restaurado. El
actual pórtico corrido sobre el atrio, las gradas y las dos puertas del
palacio hacia la plaza, fueron ejecutados dentro del período entre 1827
y 1842, impulsados por el presidente Juan José Flores bajo la dirección
de M. Lavazzari30. Las gradas hacia la plaza desaparecieron antes de
1860.
Continúa el P. Chicala: “Sigue luego el Palacio Episcopal por el
cuarto lado, que se extiende de un extremo a otro” (¿?) “con un bello pórtico
sostenido por columnas octagonales de piedra, sobre el que corre una azotea o
corredor con celosías bien dispuestas y labradas. Hay una bella fachada, deli-
cadísima, con un portal majestuoso.” 31 Habían locales comerciales en los
locales del portal del señor obispo.32

27 Ernesto Chiriboga O., Foto, El Quito que se fue 1850-1912, volumen I, Colección Testimonio,
volumen 1, PPL Impresores, noviembre 2003, Ecuador.- pp. 103, 104.
28 Ibídem 2.
29 Información verbal del Ing. Rodrigo Páez Terán, Ex Director de Correos.
30 Ibídem 26.
31 Ibídem 6.- pp. 194.
32 Manuel José Caicedo, Cronistas de la Independencia y de la República, Viaje Imaginario, Biblioteca
Ecuatoriana Mínima, Editorial José M. Cajica Jr., S.A., Puebla, México, 1960.- pp. 86.

132
SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

Recordemos que en la Plaza Grande, hasta inicios de la presi-


dencia de García Moreno, se daban corridas de toros y otras festivida-
des populares siempre con disfrazados, en las que los atrios, portales y
balcones que la rodean, eran usados como palcos o tribunas; de allí se
justificaba la presencia de la galería corrida que coronaba al palacio de
la Presidencia de la Real Audiencia, y todo el frente norte del piso alto
hacia la plaza incluido el palacio Arzobispal. Para tales festividades se
construían muy rápidamente los graderíos de madera que eran desar-
mables y se guardaban en una bodega del Palacio del Cabildo.
En cuanto a la plaza de Sto. Domingo, cabe señalar que su
único portal que es el que integra el edificio donde funcionaba en 1809
el Colegio San Fernando de los dominicos, tuvo en su largo tramo cen-
tral columnas de piedra de sección redonda, más delgadas que las
ochavadas actuales, y los arcos fueron tipo carpanel33. Los actuales son
escarzanos peraltados. ¿Serán las columnas actuales las anteriores que
estuvieron en los portales de la Plaza Grande?
En el mentado plano de Quito de inicios del XIX se confirma la
presencia del magnífico arco neoclásico de la catedral, llamado “Arco
de Carondelet”, hacia el centro de la plaza. También se expresan los
portales en los flancos norte y oriental (este último fue solo parcial) de
la Plaza Grande. El cuerpo de fachada del Palacio Arzobispal fue con-
cluido en 1852 (fecha en fachada) y a esta misma época corresponden
unas pinturas de las cuatro fachadas de la misma plaza34 donde consta
la remodelación efectuada y que corresponden al neoclasicismo impe-
rante ya a mediados del XIX.
Así entonces, en el flanco oriental de la Plaza Grande, en su
extremo sur, estaba el “Palacio de la Ciudad” que de “palacio” no tenía
nada, pues parecía una casa más. El portal corría parcialmente en plan-
ta baja en su tramo norte. Una bella casa esquinera con galería alta
adornaba el ingreso nororiental a la plaza. Sobre el portal norte de la
Plaza Grande hubo una terraza corrida en toda su longitud interrum-
pida por el frontis de la entrada al Palacio Episcopal. Los portales co-
rridos actuales de la Plaza Grande y el de la plaza de St. Domingo son
republicanos; levantado el del flanco norte de la Plaza Grande sobre
gruesas pilastras de mampostería y el de Santo Domingo sobre colum-

33 Ibidem 27.- pp. 18.


34 El Palacio de Carondelet, fotos de cuadros, Academia Nacional de Historia, Imprenta Mariscal,
Quito, 1996.- pp. 34, 35.

133
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

nas ochavadas de piedra pero ambos con arcos escarzanos peraltados.


El portal de la Plaza de Santo Domingo construido en reemplazo del
colonial que fue a base de columnas redondas de piedra y arcos car-
panel. (Ver dibujo de la época colonial de la esquina nororiental de la
Plaza Grande que se acompaña).

La actual Plaza del Teatro fue conocida desde el siglo XVI con
el nombre de Las Carnicerías o Del Rastro porque en su flanco sur estu-
vo el camal o matadero hasta mediados del siglo XIX.
La Alameda tuvo en 1809 cerramiento perimetral, su ingreso
principal desde el sur se hacía por una portada de tres arcos ubicada en
el lugar que hoy ocupa el imponente monumento a Simón Bolívar. En
su interior se habían sembrado filas de árboles en sentido norte-sur y
construido un kiosco (?). Había un portón en el flanco norte al frente a
la llamada “Ermita de la Vera Cruz” hoy El Belén. No había el conoci-
do Churo pero si debió haber la laguna que no consta en el plano.

134
SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

OTROS ELEMENTOS DEL EQUIPAMIENTO DE LA CIUDAD

Elementos que han desaparecido o cambiado hasta la actualidad.


a) Colegio San Luis, fundado por los jesuitas que luego de su expul-
sión estuvo a cargo básicamente de los dominicos y con asistencia
de franciscanos. Ubicado en un amplio solar al frente de la fachada
del templo de La Compañía.
b) Colegio de San Buenaventura, de los franciscanos, ubicado con
frente a la calle Cuenca.
c) Colegio de San Fernando, de los dominicos, funcionaba donde hoy
está el colegio de los Sagrados Corazones. Hoy funciona en el
claustro norte del mismo convento.
d) Universidad de Santo Tomás, de los dominicos, funcionaba en el
interior del convento donde hoy está el colegio San Fernando. Ab-
sorbió lo que fue la universidad de San Gregorio de los jesuitas.
e) Universidad de San Fulgencio, de los agustinos, funcionaba con
poquísimos alumnos y estaba ya por desaparecer.
f) Casa de la Inquisición, en la esquina de las calles Bolívar y Vene-
zuela, donde hoy está el Teatro Atahualpa.
g) Plaza del mercado, en la plazoleta de Santa Clara. Hoy es esta-
cionamiento vehicular en planta alta y en planta baja o semisubsue-
lo un restaurante elegante.
h) Cementerios: El Camposanto o cementerio tras del Hospital de la
Misericordia, o San Juan de Dios, o de los Betlemitas, hoy Museo
de la Ciudad; y el de El Tejar. Habían también cementerios en los
templos parroquiales, en conventos, monasterios, en forma similar
a la actual.
i) Cárcel del Cabildo o Presidio, en la casa de la esquina sureste de las
calles Venezuela y Mejía. Con la toma, a la fuerza, de las armas de
los guardias de este lugar, se dio inicio a la revuelta del 2 de agos-
to de 1810 para liberar a los rehenes que permanecían en el calabo-
zo del Cuartel de la Real Audiencia.
j) Casa de Sta. Marta, reformatorio para mujeres. Junto al atrio de la
iglesia del Hospital San Juan de Dios.
k) El Baratillo, comercio informal popular ubicado en la plazoleta de
San Agustín, en la esquina de las calles Guayaquil y Chile. Fue el
origen del actual gran mercado popular de La Ipiales y del Herma-
no Miguel.

135
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

l) Molinos, en las vegas del río Machángara y en las de la quebrada


de Jerusalén, hoy viaducto 24 de Mayo.
m) Las Tenerías, junto al tramo oriental de la quebrada de Jerusalén,
hoy parte de la amplia calle Sucre.
n) Fábrica de Loza, famosa por su arte y tecnología, hacía vajillas, flo-
reros, figuras, etc. ubicada en la falda de la loma de El Placer.
Todavía hoy existen ruinas.
o) El Rollo, columna de piedra labrada donde se ajusticiaba a los reos,
estaba al norte de la Alameda donde está el Palacio Legislativo.
Hoy se encuentra cerca del Churo en el interior de la Alameda.
p) Casa de la Pólvora, ubicada próxima al Rollo.
q) El Batán, posiblemente ruinas, se encontraba en la esquina de la
Gran Colombia y Sodiro, donde está la Maternidad Isidro Ayora.
r) Hornos de ladrillos, especialmente en el barrio de Sta. Prisca y en las
laderas de las lomas que circundan al centro de la ciudad, así como
las minas de arena. La cal se traía desde Pomasqui y desde Nieblí.

FUENTES Y CHORROS

Para el abastecimiento doméstico el agua era distribuida por


los “aguateros”, quienes en grandes pondos de barro cocido, cargando
a sus espaldas, transportaban desde las fuentes hasta los domicilios.
Existían básicamente las siguientes fuentes y chorros:

a) En la plaza de San Francisco, hoy la original está en la plaza de


Calacalí
b) En el centro de la Plaza Grande, hoy está en la plaza de Sangolquí.
c) Esquina de la García Moreno y Loja.
d) Esquina de la Benalcázar y Loja.
e) Junto al atrio de la Capilla del Hospital.
f) Esquina de la Rocafuerte e Imbabura.
g) Calle Flores entre Pereira y Sucre.
h) Calle Montúfar y Espejo.
i) Esquina de la Guayaquil y Manabí, plaza del Teatro.
j) Manabí entre Vargas y Benalcázar.
k) García Moreno entre Manabí y Esmeraldas, Sta. Bárbara.
l) Esquina de la Mejía y Cuenca.

136
SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

m) Esquina de la Venezuela y Oriente.


n) Calle García Moreno y Oriente.
o) Calle García Moreno y Galápagos.
p) Calle Benalcázar y Carchi.
q) Plazoleta de San Sebastián, esquina de la Borrero y Maldonado.
r) Además existían otras en el interior de los conventos.

TEMPLOS QUE EXISTIERON, HOY DESAPARECIDOS.

Básicamente son los siguientes:


a) El templo original de Santa Bárbara. La cruz adelantada de su atrio
miraba al sur.
b) Santo Cristo, estuvo sobre el flanco occidental de la calle
Guayaquil, frente a San Blas, aproximadamente donde hoy está el
teatro Alambra.
c) Santa Prisca, estuvo sobre el flanco occidental de la calle Luis Fe-
lipe Borja (Diez de Agosto ?) frente a la Alameda.
d) Guangacalle, estuvo en el flanco oriental de la Gran Colombia,
frente a la Alameda, más o menos donde está el Teatro Capitol.
e) Urcu Virgen, estuvo al suroeste de la Imbabura y Manabí.
f) Ermita de Nuestra Señora de Illescas, estuvo tras de San Diego en
el actual barrio de La Colmena.
g) De los Desamparados, su edificación existe junto al sur del Arco de
St. Domingo. Al bajar el nivel de la rasante de la calle Maldonado
en ese sector, la capilla perdió accesibilidad lo que ocasionó que no
pueda ser usada desde el exterior.

TEMPLOS QUE HAN CAMBIADO DE NOMBRE

a) San Buenaventura, luego fue del Corazón de Jesús y hoy es San


Carlos.
b) San Fernando, hoy es la capilla de Los Sagrados Corazones.
c) La Vera Cruz, hoy es El Belén.
d) El Belén, hoy es la Capilla del Consuelo.

137
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

ASPECTOS FISICOS QUE HAN CAMBIADO


EN LOS CONVENTOS

Debido a los sismos, incendios, motivos políticos y afán de me-


jorar, han sido factores que han ocasionado la modificación de algunos
aspectos importantes en estas magníficas edificaciones. A más de los
anteriormente señalados podemos puntualizar:
a) En San Francisco: en la fachada y en el nartex del templo de San Pa-
blo (el principal) estaba más completo y en mejor estado el recubri-
miento con pan de oro de sus esculturas y juntas de las piedras que
hasta hoy se observa pero muy deteriorado. En su interior existía el
maravilloso artesonado mudéjar que cubría la nave principal, era
de la misma factura del que se encuentra en el coro y en el crucero.
El refectorio era también cubierto con un artesonado similar al exis-
tente en el refectorio de St. Domingo. Hoy lo cubre una losa nevada
de hormigón armado.
b) En Sto. Domingo: la fachada principal del templo no tenía las dos
puertas laterales, pero si la puerta grande lateral del templo hacia
la Rocafuerte. El templo era menos largo y de planta basilical, con
ábside de media luna. La entrada a la cripta era desde la calle, junto
al arco, por una delicada y acogedora escalera y portada barrocas
de piedra que existen ocultas en el interior del ambiente postizo de
la esquina entre el templo y el arco.
c) En San Agustín: tuvo una estupenda cúpula sobre el crucero y
sobre el cuerpo una bóveda de crucería decorada con nervios falsos
construida en mampostería de ladrillo. La bóveda actual es una ré-
plica pero realizada con bahareque. Los corredores del claustro
bajo tenían la misma decoración de la del corredor oriental que es
la única que se ha conservado luego de la época de Alfaro cuando
fue cuartel. No existía el tercer piso en el flanco norte del patio.
d) En Sta. Bárbara: si bien no fue propiamente un convento, fue siem-
pre de la Curia. Su casa y templo del siglo XVI conformaban una
pequeña plaza a manera de atrio que permanecieron hasta la se-
gunda mitad del XIX. El zócalo hacia la calle Manabí es uno de los
más antiguos de Quito y seguramente construido reutilizando pie-
dras de construcciones aborígenes.
e) En La Merced: la cruz adelantada original de su atrio, hasta 1900,
estaba ubicada más hacia la calle Cuenca y miraba al este35, era
35 Ibídem 27.- pp. 52.

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SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

orientada a su plaza primigenia y en el horizonte a la mole del


nevado Antisana. La actual es coincidente con el eje de la torre y
mira al sur. El atrio era cerrado con pretil pero con un arco de entra-
da frente a la puerta lateral del templo. El gran zócalo lítico del
muro que soporta la torre y la fachada principal tiene característi-
cas de ser de factura inca.36
f) El Sagrario: el atrio era cerrado hacia la calle con un hermoso pretil
que fue destruido en 1901.37
g) En la Compañía de Jesús: el atrio era cerrado en su flanco sur con
un pretil que unía la base de la cruz adelantada con la fachada del
templo. Este magnífico conjunto arquitectónico fue totalmente de
dos pisos y es el que más transformaciones ha sufrido debido a que
quedó prácticamente abandonado a partir de la expulsión de los
jesuitas y sirvió luego para diversos usos perentorios. Su famosa
biblioteca de más de 10.000 volúmenes se conservaba en el interior
superior del tramo medio con frente a la calle García Moreno y
años más tarde, lo que pudo recuperarse, sirvió de base para crear
la Biblioteca Nacional. Los tramos más próximos al palacio del
Presidente y Real Audiencia fueron destinados para casa de fundi-
ción de moneda y para cuartel; este último por cuanto se necesita-
ba contar con mayor capacidad dada la situación política de incon-
formidad reinante y que ya preocupaba a los gobernantes, situa-
ción que poco a poco fue alcanzando su clímax, concretándose el 10
de agosto de 1809, al producirse el Primer Grito de emancipación
de las colonias españolas del gobierno impuesto que tenía España,
de allí esta ciudad tiene el bien merecido nombre de: "Quito, Luz
de América". El nuevo y autónomo gobierno duró hasta el 20 de oc-
tubre del mismo año. Ese fatídico Cuartel de la Real Audiencia se
convirtió en el escenario donde fueron inmolados, en la tarde del 2
de agosto del siguiente año, los Héroes autores de aquel magno
acontecimiento que permanecieron allí encarcelados desde el 4 de
diciembre de 1809. Brutal escena que interpretada con personajes
de cera se encuentra dramáticamente exhibida en el museo adecua-
do en el propio lugar desde los años de 1970.

36 Andrés Peñaherrera Mateus “¿Gran Muro Inca en Pleno Centro Histórico de Quito?”, Boletín
de la Academia Nacional de Historia, Volumen LXXXV n.177, Artes Gráficas Señal Impreseñal,
Quito, 2006.- pp. 156.
37 Ibídem 13.- pp. 51-52.

139
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Se dejan algunas incógnitas que motivarán algún comentario,


rectificaciones o investigaciones por quienes dispongan de mayores
capacidades y recursos.
El Quito de la época de 1809 estuvo en pleno período de cam-
bio físico, especialmente en el perímetro de la Plaza Grande, es decir,
en su ambiente principal. Se preparaba para una nueva etapa. La arqui-
tectura y el urbanismo así lo confirman. Estos antecedentes nos sirven
de referencia para auscultar el futuro en base a una lectura interpreta-
tiva de improntas substanciales que el hombre va plasmando en su
hábitat.

Quito, mayo del 2007.

NOTAS

A.- Los accesos desde el norte a la ciudad de Quito prácticamente no han sufri-
do mayor variación, pero no así los del sur. El principal acceso sur hasta
finales del XVII, fue por Guamaní, Chillogallo, La Magdalena, acceder por
El Sena a la plaza de La Recoleta, pasar delante del Buen Pastor, tomar la
calle Chahuarcucho o Portilla para llegar a la plaza de San Sebastián, hoy
desaparecida, luego por la calle Loja hasta la Guayaquil para cruzar la
amplia y profunda quebrada de Jerusalén sobre “el socavón”, tomar La
Ronda hasta la García Moreno (Calle de las Siete Cruces). En el siglo XVII
se mejoró al puente correspondiente con la actual calle García Moreno
sobre dicha quebrada entonces el acceso al centro de la urbe se lo hacía
directamente por la calle Loja a la García Moreno (plano de Alcedo, 1734).
Por otro lado, el tramo de la Maldonado entre St. Domingo y La Recoleta
fue poco a poco mejor habilitado y cuando se realizaron los grandes des-
banques, uno a la altura de la plaza de San Sebastián que cortó la con-
tinuidad con Chahuarcucho, y, otro a la salida desde la plaza de St.
Domingo, pasó a ser el principal, quedando casi invalidados los accesos
antes descritos.

B.- El primer reloj público de Quito estuvo en una torre del monasterio de La
Concepción, ubicada en la esquina sureste de las actuales calles Mejía y
Benalcázar. Este reloj fue ubicado allí porque estaba al frente de la VER-
DADERA PLAZA DE LA FUNDACIÓN, desaparecida a fines del XVII.

140
SEM B L AN Z A D E L A CI U DA D D E QU I TO EN 1809

Esta plaza fue la primigenia plaza de La Merced que ocupaba la manzana


limitada por las actuales calles: Mejía, Chile, Benalcázar y Cuenca (croquis
de Quito de 1573) (4), limitaba al norte con Las Casas Reales, de allí la
importancia que tuvo esta plaza. Cuando a partir de inicios del XVII el
palacio de la Real Audiencia comenzó a irse trasladando poco a poco al
frente oeste de la Plaza Grande, esa plaza fue perdiendo importancia y
tamaño, su último pedazo quedó en la esquina de la Benalcázar con Mejía
que luego fue cedido temporalmente al monasterio de La Concepción para
su ampliación por el continuo incremento de nuevas conceptas; estos
antecedentes también motivaron a que más tarde se haga una nueva entre-
ga al mismo monasterio de una parte de las Casas Reales. Para vincular
física y privadamente al monasterio con esos dos solares, se construyó
primero un túnel, bajo la calle Benalcázar, entre el monasterio y el solar
que fue resto de la plaza y luego un arco, el de Santa Elena, entre este últi-
mo y las Casas Reales, sobre la calle Mejía. Posiblemente, más tarde, el
túnel fue reemplazado por otro arco.
La VERDADERA CASA DE BENALCÁZAR (BELALCÁZAR) estuvo en la
esquina noreste de la Benalcázar y Mejía, es decir, estaba directamente
relacionada con aquella plaza por la importancia que tuvo en los albores
de la colonia. Esta correcta ubicación de la casa de Benalcázar está funda-
mentada en el estudio que presenta el Dr. Ricardo Descalzi en su obra: La
Real Audiencia de Quito, Claustro en los Andes, volumen primero, I.G. Seix y
Barral Hnos. S.A., Barcelona, 1978, pp.-143 a 145.

141
142
DISCURSOS
ACADÉMICOS
144
LA HISTORIA INMEDIATA DEL ECUADOR
Y LA DEUDA HISTÓRICA
CON LA SOCIEDAD ECUATORIANA

Juan J. Paz y Miño Cepeda

Discurso de incorporación como Individuo de Número


de la Academia Nacional de Historia

Desde 1979, la República del Ecuador vive el período constitu-


cional más largo de su historia. Sin embargo, en él se han sucedido dos
fases gubernamentales: la primera, entre 1979 y 1996, se caracterizó por
la estabilidad constitucional, pues hubo 5 mandatarios en 17 años:
Jaime Roldós (1979-1981), Osvaldo Hurtado (1981-1984), León Febres
Cordero (1984-1988), Rodrigo Borja (1988-1992) y Sixto Durán Ballén
(1992-1996). Todos, excepto el presidente Hurtado, quien sucedió a
Roldós tras su muerte, fueron electos bajo el sistema de doble vuelta
inaugurado por la Constitución aprobada por referendo en 1978. La se-
gunda fase gubernamental arrancó en 1996, con la sucesión de 8
gobiernos en 11 años: Abdalá Bucaram (1996-1997) seis meses, Rosalía
Arteaga (1997) un fin de semana, Fabián Alarcón (1997-1998), Jamil
Mahuad (1998-2000), Gustavo Noboa (2000-2003), Lucio Gutiérrez
(2003-2005), Alfredo Palacio (2005-2007) y el gobierno de Rafael Correa,
iniciado el 15 de enero de 2007.
Como puede advertirse, lo que ha caracterizado a esta segun-
da fase gubernamental es la inestabilidad constitucional, pues los úni-
cos tres presidentes electos antes de Correa, esto es Bucaram, Mahuad
y Gutiérrez, fueron derrocados, sucediéndoles sus vicepresidentes, ex-
cepto a Bucaram, pues el Congreso decidió que le sucediera el presi-
dente de la Legislatura. Además, el 21 de enero de 2000, cuando se
derrocó a Mahuad, se conformó una efímera Junta de Salvación Na-
cional, integrada por el líder indio Antonio Vargas, el abogado y polí-
tico Carlos Solórzano Constantine y, en forma inicial, el Coronel Lucio
Gutiérrez, quien en medio de los ajetreos políticos de aquel día, cedió
su puesto al General Carlos Mendoza, Jefe del Comando Conjunto de
las Fuerzas Armadas.

145
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

La crisis de la estabilidad gubernamental en Ecuador ha sido


acompañada por la crisis constitucional e institucional. No solo por el
hecho de que para legitimar el derrocamiento de los presidentes
Bucaram, Mahuad y Gutiérrez el Congreso encontró forzadas justifica-
ciones legales: “incapacidad mental” en Bucaram y “abandono del
cargo” en los otros dos casos; sino por el hecho de que la Constitución
de 1979, no sirvió como marco legal indiscutible para la vida de la ins-
titucionalidad democrática, pues en diversas oportunidades fue viola-
da para ajustar decisiones estatales a los intereses de los grupos de
poder en el país, tanto económicos como políticos.
Así por ejemplo, para imponer su voluntad política sobre el
Congreso e impedir el funcionamiento de una Corte Suprema de Justi-
cia que no fue de su agrado, el presidente León Febres Cordero inter-
pretó la Constitución en el sentido de que él debía garantizar su obser-
vancia incluso sobre el Congreso y cercó el edificio de la Corte para
impedir que los magistrados nombrados ocuparan sus oficinas. Estos
actos y otros de violación constitucional, condujeron a que el Congreso
Nacional, en una resolución sin precedentes históricos desde 1979, soli-
citara la renuncia al presidente Febres Cordero el 21 de enero de 1987.
Otro ejemplo: a pesar de que la Constitución de 1998, que reformó y
sucedió a la de 1979, establecía que la unidad monetaria del Ecuador es
el Sucre, el 9 de enero del año 2000 el presidente Mahuad decretó la do-
larización oficial, a consecuencia de la presión ejercida por un puñado
de altos dirigentes empresariales, cuyo poder se evidenció como supe-
rior al de un gobierno débil, y porque era financieramente necesaria.
A las violaciones constitucionales de distintos momentos en la
vida del Ecuador contemporáneo ha acompañado una impactante cri-
sis institucional. No sólo el Ejecutivo y sus aparatos gubernamentales
han experimentado la creciente reacción ciudadana desde los momen-
tos mismos en que se inauguró la fase constitucional en 1979. Cabe re
cordar, por ejemplo, las continuas huelgas nacionales encabezadas por
el Frente Unitario de Trabajadores (FUT) hasta bien entrada la década
de 1980. La situación más crítica es evidente en los tres derrocamientos
presidenciales ocurridos desde 1996.
Pero, además, todo el aparato del Estado Nacional parece
sufrir aquello que podría calificarse como “esclerosis política”. El dete-
rioro de la Legislatura es el más acelerado, al punto que hoy el rechazo
al Congreso es lo que ha favorecido la tesis de Asamblea Constituyente

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L A H I S TO R I A I N M E D I ATA D E L E C U A D O R Y L A D E U D A H I S T Ó R I C A C O N L A S O C I E D A D

de plenos poderes que reivindicó el gobierno del presidente Rafael


Correa. También la desconfianza ciudadana afecta a la justicia ecuato-
riana. Todo cuanto forma parte del sector público adolece de falta de
credibilidad y está empañado por una corrupción generalizada. Y no se
libran de la crítica las instituciones autónomas o semiautónomas del
Estado como la Contraloría o las Superintendencias y aún el Banco
Central, así como tampoco las Fuerzas Armadas y peor aún la Policía.
La inoperancia e ineficacia ha sido una constante. El Ejecutivo,
por cuanto durante cerca de tres décadas ha frustrado las esperanzas y
aspiraciones nacionales por contar con un gobierno orientador y trans-
formador. El Legislativo, porque no ha cumplido las responsabilidades
constitucionales en la forma que todos los ecuatorianos aspiran. El
Judicial, porque la administración no responde a los anhelos de la jus-
ticia en los términos de la rectitud, precisión y transparencia que su
función supone.
En cambio, en medio de la crisis institucional del Estado cen-
tral, han adquirido credibilidad varios gobiernos seccionales, dirigidos
por Prefectos y Alcaldes modernizadores y efectivos, cuya dedicación
y trabajo han contribuido a levantar los postulados sobre descentrali-
zación y autonomía, con los que hoy se busca dar solución a los proble-
mas del Estado Nacional.
En ese problemático cuadro de la historia contemporánea, los
políticos y los partidos políticos forman parte de los mayores respon-
sables de la situación nacional, al propio tiempo que los más cuestiona-
dos por la ciudadanía.
En la teoría política y, desde luego, en la historia que ha edifi-
cado a los países más avanzados en el mundo occidental, se supone
que los partidos políticos fuertes y vigorosos son los instrumentos fun-
damentales para la democracia y quienes pueden soportarla. Pero ese
no es el caso del Ecuador. La Constitución de 1979 y la Ley de Partidos
Políticos que se dictó al efecto, pretendieron crear un verdadero régi-
men de partidos en el país. Se supuso que los partidos así establecidos
superarían los personalismos y caudillismos, la improvisación política
y la ausencia de instituciones dedicadas a la democracia directa y a la
política electoral.
Pero las personalidades al interior de los partidos, así como la
conformación de una verdadera “clase política” formada por figuras
recurrentes en la vida partidista, en los Congresos Nacionales y en las

147
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

instituciones del Estado, superaron a las mismas estructuras partidis-


tas. Progresivamente la “clase política” ecuatoriana ha acumulado en
su contra la reacción pública, el desprecio ciudadano, la desconfianza
y la incredulidad. Ello alimentó la idea de que también los “indepen-
dientes” participen en la vida electoral. La consulta popular que con-
vocara el presidente Febres Cordero con ese fin recibió un NO rotundo.
Pero el presidente Durán Ballén, en cambio, hizo una nueva consulta
sobre el mismo asunto y esta vez obtuvo el SI en la respuesta ciudada-
na. Es decir, también esos dos gobernantes contribuyeron a debilitar la
significación de los partidos políticos.
En el proceso de construcción de la democracia ecuatoriana
contemporánea, los partidos políticos no han alcanzado el vigor que la
teoría política les asigna y mucho menos la presencia que ellos tienen
en las sociedades occidentales más avanzadas. Todavía parece existir
mucha historia por recorrer y por eso aún cuentan las componendas,
clientelismos y reciprocidades que fluyen al momento de las alianzas y
entendimientos políticos. Predominan las agrupaciones caudillistas o
regionales, los clubes o empresas electorales, las agrupaciones de co-
yuntura y hasta ciertas tendencias ideológicas manejadas por elites
partidistas. Además, cabe tomar en cuenta que toda Latinoamérica vi-
ve un momento de recambios políticos, una época de nuevas definicio-
nes partidistas todavía en proceso de esclarecimiento y una coyuntura
de acción de movimientos sociales que buscan afirmarse frente a las
agrupaciones políticas tradicionales.
Pero si bien los fenómenos del acontecer político ecuatoriano
son los que más atracción merecen en los medios de comunicación y
entre la ciudadanía, son los cambios en el modelo económico de desa-
rrollo los que en forma más directa han impactado en la vida nacional
y han logrado continuidad y hasta estabilidad, por encima de las defi-
niciones ideológicas gubernamentales.
En efecto, coincidiendo con el inicio de la actual fase de gobier-
nos constitucionales, el Ecuador transitó desde una economía orienta-
da decisivamente por las acciones del Estado como instrumento de de-
sarrollo, hacia otro tipo de economía en la cual la empresa privada y el
mercado fueron convertidos en el supuesto instrumento natural para el
crecimiento y el bienestar.
Para comprender ese cambio es preciso recordar que durante
las décadas de 1960 y 1970 y, en definitiva, por obra de los gobiernos
militares, como ocurrió bajo la Junta Militar (1963-1966), el “Nacio-

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L A H I S TO R I A I N M E D I ATA D E L E C U A D O R Y L A D E U D A H I S T Ó R I C A C O N L A S O C I E D A D

nalismo Revolucionario” del general Guillermo Rodríguez Lara (1972-


1976) y el Consejo Supremo de Gobierno (1976-1979), se fortaleció lo
que en diferentes escritos he calificado como modelo estatal de desa-
rrollo. Hay que señalar, en forma adicional, que la Junta Militar de los
sesenta, se inspiró en el anticomunismo, fue abiertamente pronortea-
mericana, adoptó el programa “Alianza para el Progreso” impulsado
por el presidente John F. Kennedy con el propósito de contrarrestar la
influencia de la Revolución Cubana en América Latina y fue autorita-
ria y represiva. También que el gobierno de Rodríguez Lara no tuvo
similares inspiraciones, ya que se orientó por una “Filosofía y Plan de
Acción” nacida al interior de las Fuerzas Armadas, con un fuerte con-
tenido nacionalista, reformista y hasta cierto punto antiimperialista.
Además, que el triunvirato que le sucedió, dejó a un lado la filosofía
nacionalista, adquirió tintes neoliberales y fue autoritario y represivo.
Por otra parte, si en la década de los sesenta los militares se manejaron
con recursos más o menos limitados, en los setenta el petróleo trajo al
Ecuador una fabulosa riqueza inédita en la historia económica nacio-
nal, que permitió holgura a las dictaduras militares.
Pero, en definitiva, las dictaduras militares de los sesenta y
setenta utilizaron al Estado como instrumento de orientación, dirección
y promoción del desarrollo económico. Los gobiernos de las Fuerzas
Armadas fueron absolutamente centralistas. Dictaron leyes de reforma
agraria (sobre todo la primera, en 1964) que liquidaron el viejo “siste-
ma hacienda”, dieron prioridad a la industria, favoreciéndola con
medidas proteccionistas, exoneraciones tributarias y créditos, introdu-
jeron la planificación estatal, ejecutaron gigantescas y amplias obras
públicas, impulsaron la participación del Ecuador en los procesos de
integración económica regional y subregional, ampliaron la vincula-
ción del país en el sistema capitalista mundial. Gracias al petróleo, vir-
tualmente nacionalizado en la época de Rodríguez Lara, creció como
nunca antes la empresa privada y también el sector estatal. El petróleo
transformó al Ecuador, pues consolidó el urbanismo, el comercio exter-
no, la presencia de capitales extranjeros, la ampliación del trabajo asa-
lariado, los negocios de todo tipo y hasta la integración nacional, pues
la Región Amazónica, eje de la exploración y explotación petrolera fue
incorporada como nunca antes a la vida nacional tradicionalmente cen-
trada en la Costa y en la Sierra.
Con esa herencia debida al modelo estatal de desarrollo se ini-
ciaron los gobiernos constitucionales en 1979. El presidente Jaime

149
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Roldós (1979-1981) podía contar aún con precios petroleros relativa-


mente altos, si bien ya había pasado el “petrolerismo”. Su gobierno se
orientaba por el reformismo social y el “tercermundismo”, que habían
despertado sospechas y resistencias de los grupos de poder económico
ecuatoriano. Pero enseguida se acumularon los problemas: la inestabi-
lidad del petróleo, el enfrentamiento armado con el Perú en la zona de
la Cordillera del Cóndor, los cambios en la demanda externa y las pre-
siones sociales por transformaciones profundas.
En 1982 estalló en toda Latinoamérica el problema de la deuda
externa que en Ecuador se unió al grave impacto de las inundaciones
provocadas por el fenómeno de El Niño y los desajustes en el comercio
externo. Las nuevas realidades afectaron ahora al gobierno de Osvaldo
Hurtado (1981-1984), resistido por las elites empresariales por sus
supuestas orientaciones “filocomunistas”, pero también confrontado
por las organizaciones sindicales integradas en el FUT. Hurtado, que
en aquel tiempo mantuvo posiciones reformistas y de acercamiento a
los sectores populares, debió tomar un giro distinto sobre la conduc-
ción económica pues el modelo estatal se volvió insostenible, debien-
do el gobierno liberalizar precios y servicios, sucretizar la deuda priva-
da y adoptar otras medidas que, en definitiva, se inclinaban por una
economía favorable al mercado y a la empresa privada como nuevos
ejes determinantes del crecimiento.
Con el gobierno del presidente León Febres Cordero (1984-
1988) las definiciones a favor de lo que he denominado como modelo
empresarial de desarrollo se afirmaron. Este se reconoció como un
gobierno de empresarios y, por tanto, sus principios, intereses y valo-
res pasaron a orientar la conducción del Estado, al mismo tiempo que
fue cuestionado el sector estatal de economía y la institucionalidad
misma del sector público.
Empresa privada y mercado libre, en un contexto internacional
dominado por el “neoliberalismo” teórico, los condicionamientos del
Fondo Monetario Internacional (FMI) para garantizar el pago de las
deudas externas latinoamericanas, los postulados del retiro del Estado
y finalmente el derrumbe del socialismo en el mundo, alimentaron la
superación del viejo modelo estatal por el nuevo modelo empresarial
de desarrollo en el Ecuador.
Podría decirse que el gobierno de Rodrigo Borja (1988-1992)
trató de ser una especie de paréntesis en medio de la tormenta. Y esto

150
L A H I S TO R I A I N M E D I ATA D E L E C U A D O R Y L A D E U D A H I S T Ó R I C A C O N L A S O C I E D A D

porque Borja atribuyó al Estado un papel orientador. Pero no pudo sus-


traerse a los cambios de la economía mundial ni de la ecuatoriana, de
manera que una serie de logros “neoliberales”, como el régimen de ma-
quilas y la reforma sindical, contradijeron el reformismo socialdemó-
crata del régimen.
Nuevamente bajo la presidencia de Sixto Durán Ballén (1992-
1996) retomó el impulso del modelo empresarial de desarrollo iniciado
por Febres Cordero. Las ideas sobre privatización y retiro del Estado,
economía abierta, mercado libre, apertura al capital extranjero, renego-
ciación de la deuda externa en los términos fijados por el FMI y vincu-
lación del país a la era de la “globalización”, se constituyeron, en forma
definitiva, en los nuevos “paradigmas” para la conducción de la econo-
mía.
Desde Sixto Durán en adelante, ninguno de los gobiernos suce-
sivos fue capaz de cuestionar los postulados de la economía inspirados
en el “neoliberalismo” y en el llamado “Consenso de Washington”,
pues todos, desde Bucaram hasta Palacio, en mayor o menor medida,
con mayor o menor eficacia, contribuyeron con sus políticas económi-
cas a la consolidación del modelo empresarial. La dolarización del año
2000 y los intentos por suscribir un Tratado de Libre Comercio (TLC)
con los Estados Unidos refuerzan el modelo. Sin embargo, se trata de
un tipo de desarrollo que, pese a lo que puede creerse, no afirmó en el
Ecuador una economía “neoliberal” en la que supuestamente se inspi-
raba, sino una economía rentista, especulativa, basada en la baratura
de la mano de obra como fuente de la acumulación, en la depredación
del medio ambiente, la subordinación al capital transnacional, la
dependencia externa, la inequidad en la distribución del ingreso y la
deshumanización del trabajo.
En ese marco debiera entenderse la toma de posición que ha
realizado el presidente Rafael Correa frente al modelo económico
seguido por el Ecuador durante los últimos 25 años, así como su distin-
ta visión de la economía, que pretende reorientar el desarrollo en bene-
ficio de la mayoría de ecuatorianos y ecuatorianas, y no continuar favo-
reciendo a una elite social.
Porque, en efecto, si bien el modelo seguido por el país puede
ofrecer ciertos “logros macroeconómicos” -según quienes así lo califi-
can-, no ofrece similares logros sociales. En otras palabras, las conse-
cuencias sociales del modelo empresarial de vertiente ecuatoriana han
sido ruinosas.

151
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

La pobreza y la miseria se agudizaron en el Ecuador en las


décadas pasadas, aunque en el último quinquenio la tendencia parece
revertir e incluso hay una reducción de la pobreza, pero solo en el sec-
tor urbano. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD), es “remota” la posibilidad de que Ecuador al-
cance en 2015 la reducción de la pobreza extrema en los términos de los
Objetivos del Milenio, es decir, al menos en la mitad. La inequidad ha
sido imparable, de manera que hoy existe una elite que concentra cada
vez mayor riqueza frente a la amplia mayoría nacional. Por ejemplo, en
la Provincia de Los Ríos, el 68% de la población vive con menos de 2
dólares diarios y de ese total el 31% es extremadamente pobre o vive
con menos de 1 dólar diario; allí, mientras el 10% más rico se lleva el
40% de los ingresos, el 10% más pobre recibe el 1.5 % de los ingresos.1
Según los estudios del PNUD y la CEPAL (Comisión Económica para
América Latina), hoy América Latina es la región del mundo más ine-
quitativa y el Ecuador ocupa en ella uno de los diez primeros lugares,
al mismo tiempo que se ubica en el puesto 83 en el Índice de Desarrollo
Humano (IDH) entre 177 países del mundo (año 2006).
Ha sido afectada la educación, no solo porque se destinan
menos recursos a ella, sino porque la privatización no ha contribuido
al mejoramiento de su calidad y, en conjunto, existe en el país un bajo
nivel educativo público y privado, medido por sus rendimientos en
escuelas y colegios. Lo más grave es que la educación universitaria
también sufre el peso del incremento de las instituciones privadas (hoy
unas 40 entre 66 universidades nacionales), además de la difusión de
concepciones administrativas puramente economicistas, criterios
deformadores sobre la preparación profesional en los que predomina la
orientación al mercado, la empresa y el tratamiento estudiantil como
“clientes”; se privilegia la docencia sobre la investigación y pierden asi-
dero los valores de la formación académica más exigente y rigurosa.
También es grave la situación de la salud y la seguridad social,
que los privatizadores literalmente han destruido. Los ecuatorianos y
ecuatorianas carecen de la cobertura de salud necesaria, mientras la se-
guridad social es uno de los servicios estatales más deteriorados. Por
cierto, la salud y la seguridad privadas solo siguen al alcance de una
elite.
El déficit de vivienda en el país se ha incrementado, pese al
auge de las construcciones en varias ciudades, destinadas casi exclusi-
vamente a los sectores medios y altos de la sociedad.

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L A H I S TO R I A I N M E D I ATA D E L E C U A D O R Y L A D E U D A H I S T Ó R I C A C O N L A S O C I E D A D

Es de tal magnitud el retroceso y la degradación en el gasto


social que el Ecuador invierte la cuarta parte del promedio que toda
Latinoamérica invierte en gasto social.
En promedio histórico, durante los gobiernos constitucionales,
el desempleo alcanzó el 10% y el subempleo el 60%, si bien ambas
cifras disminuyen muy relativamente en el último quinquenio. Los sa-
larios entre la población empleada son bajos e insuficientes, pues el
mínimo es de $170,oo al mes, mientras que según el Instituto Nacional
de Estadística y Censos (INEC) la canasta analítica familiar básica es de
$ 453,97 y la canasta analítica familiar vital es $ 317,34.
De acuerdo con la CEPAL, uno de los problemas más serios y
graves en las economías latinoamericanas actuales es la precariedad
laboral. También en Ecuador los derechos de los trabajadores, que son
fruto de luchas y conquistas históricas, han sufrido serio retroceso a
consecuencia de las políticas de “flexibilidad laboral”, con sistemas
como la tercerización, el trabajo por horas, los contratos de servicios
profesionales, etc. La precariedad laboral afecta no solo a los trabajado-
res, empleados y profesionales, sino a la juventud, que casi no encuen-
tra trabajo estable, continuo y suficientemente remunerado.
Frente a este breve cuadro de resultados sociales, es compren-
sible que en el Ecuador contemporáneo hayan estallado movimientos
sociales que cuestionan la labor de la clase política y enfilan sus luchas
contra los gobiernos de turno en demanda de mejoras de las condicio-
nes de vida y trabajo. Por debajo de la aparente calma, paz y tranquili-
dad que suele decirse que es un atributo de la sociedad ecuatoriana,
existe un clima humano explosivo. Esta situación explica la esperanza
con la que la población recibe las ideas y los programas de cambio y
reforma; y explica también la polarización electoral que condujo al
triunfo del presidente Rafael Correa.
¿Qué futuro tendrá el Ecuador? La respuesta es insegura e
incierta. Pero de la rápida visión con la que he descrito al país contem-
poráneo, sin intentar hacer una larga exposición sobre sus causas, sus
razones y su sentido, deseo obtener algunas conclusiones teóricas
generales para la historia y los historiadores.
Me he servido de los hechos presentados para inducirles a pen-
sar que la historia, como ciencia, ha cambiado. Se creía que la historia
era el recuento “objetivo” de los hechos del “pasado” y que mientras
más antiguos son, con mayor seguridad apreciará el investigador esos

153
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

hechos. Siguiendo a algún estudioso, se dijo que no cabría analizar la


historia si no han pasado por lo menos 50 años desde los acontecimien-
tos. Los historiadores que han seguido esas corrientes literalmente se
volvían piezas de museo, sin compromiso con el presente.
He tratado de pintar los hechos de tal manera que pueda sos-
tener que la historia, como hoy la hacemos un creciente número de aca-
démicos en el mundo, es la ciencia que explica los acontecimientos en
el transcurso del tiempo, es decir, como partes de un proceso que ma-
nifiesta tendencias, regularidades, continuidades o rupturas. Que la
historia es, por tanto, movimiento humano, con herencias del pasado,
condicionamientos en el presente y objetivos hacia el futuro. Que los
historiadores interpretamos y que no es cierto que los hechos y los pro-
cesos son fríos y que podemos mantener sobre ellos esa supuesta “dis-
tancia” y “neutralidad” con la que en otros tiempos se pretendía exa-
minar la historia.
He procurado decir que la historia es una ciencia viva para el
presente. Si comprendemos que el tiempo actual deriva de procesos
que vienen desde el pasado y que en nuestros días vivimos aconteci-
mientos que movilizan fuerzas sociales interesadas en construir y mol-
dear la sociedad de una manera determinada, podremos comprender
que existe una historia del pasado, que también existe una historia del
presente, al que la hemos bautizado con el término Historia Inmediata
en la red académica internacional de Historia a Debate, y que también,
aunque resulte raro y menos comprensible, existe una corriente que
postula la historia del futuro, lo cual no significa, evidentemente, que
podemos deducir qué hechos sobrevendrán, sino qué tendencias están
marcando el desarrollo del presente hacia un futuro indeterminado e
incierto.
Vivimos una época de construcción de los nuevos paradigmas
de la historia como ciencia. Y esa es una tarea colectiva de los inves-
tigadores. Por ello, la historia tiene múltiples manifestaciones, múlti-
ples ángulos de visión, enfoques y perspectivas. La comprensión de los
procesos históricos es hoy multicausal, porque las determinaciones
sobre la vida de la sociedad son complejas y variadas.
Y la historia también es una ciencia comprometida. Por ello
hay investigaciones perseguidas e historiadores amenazados desde el
poder. Pero la historia comprometida no significa, en modo alguno,
que suplanta la investigación con pura ideología. Requerimos trabajos

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L A H I S TO R I A I N M E D I ATA D E L E C U A D O R Y L A D E U D A H I S T Ó R I C A C O N L A S O C I E D A D

académicos serios y rigurosos para descubrir las raíces, los condiciona-


mientos y las tendencias que explican la trayectoria social.
Por eso, quienes nos comprometemos con la Historia Inme-
diata, no podemos dejar de observar que la realidad social del Ecuador
del presente, fruto de todo el desarrollo histórico anterior, conlleva res-
ponsabilidades internas y externas, que también hacen posible reivin-
dicar la Deuda Histórica. Bajo este término, es posible exigir reparacio-
nes, indemnizaciones y sanciones a los responsables históricos de la
situación nacional en el presente. El concepto deuda histórica movili-
za el reclamo por años de destrucción del medio ambiente; por el man-
tenimiento de remuneraciones insuficientes basadas en el criterio de
que la “baratura de la mano de obra” es requisito para la competitivi-
dad del país; por la acumulación de la riqueza en un sector social bene-
ficiario de la trayectoria histórica de opresión y exclusión, por centurias
de injusticia y de falta de democracia.
La Historia Inmediata del Ecuador demanda un mayor núme-
ro de investigadores que pongan luz sobre las realidades sociales del
país, con esa perspectiva única que puede dar precisamente la historia.
El presente en el Ecuador exige, al mismo tiempo, la reivindicación por
nuestra deuda histórica.

Y esa es la invitación que ahora queda abierta.

155
BIENVENIDA AL DR. JUAN J. PAZ Y MIÑO
COMO INDIVIDUO DE NÚMERO DE LA
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Jorge Núñez Sánchez

Señor Director de la Academia Nacional de Historia


Señores Académicos
Señoras y Señores

Me resulta realmente grato dar la bienvenida a la condición de Nume-


rario a mi estimado colega y apreciado amigo Juan Paz y Miño Cepeda,
por varias razones, cada cual más importante que otra. Y es la primera
de ellas su profesionalismo y su entusiasmo por la ciencia histórica,
que lo ha llevado a investigar aspectos desconocidos o poco trabajados
de nuestro pasado, en especial los vinculados con la historia económi-
ca, y que, por otra parte, lo ha metido de lleno en la reflexión teórica
sobre la historia, a la que ha buscado aportar nuevos cauces de inter-
pretación y nuevos horizontes temporales. Otra razón que motiva mi
agrado al dar esta bienvenida es nuestra antigua amistad y compañe-
rismo, forjados precisamente alrededor de los asuntos de nuestro ofi-
cio: de los congresos y encuentros de historia, de los proyectos de
investigación o publicación, y de las organizaciones gremiales de los
historiadores.
En verdad, este acto debía haberse realizado hace años, como
un justo reconocimiento a un profesional de los méritos del doctor Paz
y Miño, pero se celebra recién hoy, en lo que constituye un acto de reco-
nocimiento tardío. Esto me trae a la memoria lo sucedido con la gran
Gabriela Mistral, a quien sus colegas de Chile le otorgaron el Premio
Nacional de Literatura solo años después de que hubiera recibido el
Premio Nóbel de la especialidad. Y el símil es equivalente, en cierto
modo, pues Juan Paz y Miño llega a ser numerario de nuestra Acade-
mia veinte años después de haber sido Presidente de la Asociación de

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D IS C U R S O D E B I E N V E N I DA AL D R . J UAN J . PAZ Y M I Ñ O

Historiadores del Ecuador, casi tres lustros después de ejercer la Vice-


presidencia de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del
Caribe y luego de haber merecido algunos altos reconocimientos inter-
nacionales.
Resulta inevitable que así haya sucedido, porque en las institu-
ciones como en los países hay una constante puja entre lo viejo y lo
nuevo, entre quienes impulsan las ideas de cambio y quienes se empe-
ñan en apuntalar los antiguos usos y concepciones del mundo.
El doctor Juan Paz y Miño llega a la condición de numerario
precedido de las mejores recomendaciones, que son sus obras y sus
méritos profesionales. Doctor en Historia por la Pontificia Universidad
Católica del Ecuador, tiene una extensa y fértil carrera académica, que
incluye el haber sido Profesor de Historia Económica del Ecuador y
América Latina en la Facultad de Economía de la PUCE, el haber sido
Coordinador del Taller de Historia Económica de la misma universi-
dad, el haber actuado como profesor invitado, conferencista y ponente
en múltiples eventos realizados en el Ecuador y en congresos interna-
cionales y también el haber desarrollado actividades académicas o de
investigación historiográfica en diversas universidades de Canadá,
Estados Unidos, América Latina y Europa.
En cuanto a sus obras y trabajos publicados desde su ingreso a
la Academia Nacional de Historia, quiero destacar los siguientes libros:
1. Cuando el oro era patrón. Artículos sobre historia monetaria y ban-
caria del Ecuador. Serie THEmas 1, Quito, Fac. de Economía, PUCE.
2. Revolución Juliana. Nación, Ejército y bancocracia, Quito, Edicio-
nes Abya Yala, (dos ediciones).
3. Golpe y contragolpe. La “Rebelión de Quito” del 21 de enero de 2000,
Quito, Taller de Historia Económica, PUCE – Abya-Yala.
4. Deuda histórica e historia inmediata en América Latina, Quito,
Editorial Abya-Yala.

Igualmente, de sus innumerables artículos y estudios deseo relievar


éstos:
1. “Rebeliones desde Quito: la crisis presidencial del Ecuador y la “cuarta vía”
al poder latinoamericano”, ACTAS del III Congreso de Historiadores
Latinoamericanistas (ADHILAC), Pontevedra, España, 2001.
2. “La fundación del Banco Central del Ecuador y su significado histórico a los
75 años”, Banco Central del Ecuador, Memoria Anual 2001, Quito.

157
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

3. “La Superintendencia de Bancos y Seguros. Su significado histórico”,


Revista de la Superintendencia de Bancos y Seguros. 75 años 1927-
2002, Quito, 2002.
4. “La fundación del Banco Central del Ecuador”, Ensayos de historia eco-
nómica por los setenta y cinco años del Banco Central del Ecuador,
noviembre 2002.
5. “Ecuador y Perú: la frontera, la deuda y la integración”, Anuario de la
Sección Académica de Historia y Geografía de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana, Quito, No. 1/1999-2000.
6. “Historia y sociedad en el período 1895-1925”, Historia de las Literaturas
del Ecuador, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Corpora-
ción Editora Nacional, Vol. 4, 2002.
7. “El desafío de la deuda histórica en América Latina”. Ponencia. IV En-
cuentro Internacional de Historiadores Latinoamericanistas.
ADHILAC, La Habana, 2003.
8. “Economía en la Colonia” e “Historia: Independencia y República”, Nue-
va Enciclopedia del Ecuador, Círculo de Lectores, Editorial Planeta,
Tomos II y III, Bogotá, 2003. Ídem, Enciclopedia Ecuador a su alcan-
ce, Espasa Siglo XXI, Editorial Planeta, Bogotá, 2004.
9. “De los Julianos a La Gloriosa”, Historia del Congreso Nacional. Repú-
blica del Ecuador, Quito, 2004.
10. “América Latina y Estados Unidos hoy: los costos de la Doctrina Bush”,
De la integración al sometimiento, Quito, Ediciones La Tierra,
Quito, 2004.
11. “Civismo e identidad nacional en el Ecuador” y “Trabajadores e identidad
nacional”, La participación de la sociedad ecuatoriana en la forma-
ción de la identidad nacional, Quito, Comisión Nacional Perma-
nente de Conmemoraciones Cívicas, 2005.
12. “La universidad ecuatoriana: entre el profesionalismo y el mercado”,
Asociación de Profesores de la Pontificia Universidad Católica del
Ecuador. 30 Años: 1976-2006.
13. “Ecuador: Historia pasada e Historia Inmediata frente al Caribe y la
Guerra de Castas”. Ponencia. VII Seminario Internacional de Verano
“Caribe: Economía Política y Sociedad”. Chetumal, Quintana Roo,
México, 2006.
14. “Historia bancaria del Ecuador entre 1912 y 1944”. Ponencia. Congreso
Ecuatoriano de Historia, Ibarra, 2006.
15. “Ecuador: del derecho social a la economía de mercado”, Ponencia. Tercer

158
D IS C U R S O D E B I E N V E N I DA AL D R . J UAN J . PAZ Y M I Ñ O

Encuentro de la Sección de Estudios Ecuatorianos de Latin Ame-


rican Studies Association–LASA. FLACSO, Quito, 2006.
16. “Entre la confrontación y el acercamiento. Cien años de relaciones entre el
Estado y la Iglesia Católica en el Ecuador”, Testigo del Siglo. El Ecua-
dor visto a través del Diario El Comercio, Quito, 2006.
17. “Ecuador: una democracia inestable”. Ponencia. Seminario Internacio-
nal Nuestro Patrimonio Común: Integración, Cooperación y De-
mocracia. Universidad de Cádiz. España, Noviembre 2006.
18. “La coyuntura electoral en un contexto de comparaciones históricas”,
Revista La Tendencia, Quito, No. 4, Enero 2007.

Quiero detenerme en un aspecto particular de su quehacer his-


toriográfico, que son sus trabajos en el campo de la teoría de la histo-
ria. Y esto tiene una relevante importancia para la labor académica,
porque no hay ni puede haber ciencia sin una teoría que la sustente.
Puede haber, si, buenos trabajos de recolección y exposición de datos,
pero ellos nunca superarán el nivel del empirismo. Sólo la presencia
interiorizada de una teoría científica, cualquiera que esta sea, permite
al investigador histórico interpretar, relacionar y finalmente compren-
der el pasado, que es de lo que se trata.
Pues, bien, Juan Paz y Miño ha sido uno de los constructores
de la teoría de la “historia inmediata”, que hoy tiene tantos y tan bue-
nos seguidores a uno y otro lado del Atlántico.
Esto ha implicado una revisión de algunos antiguos paradig-
mas de la escuela positivista, como aquel de que los únicos testimonios
de la historia son los documentos y aquel otro de que no se puede his-
toriar sobre los acontecimientos recientes, sino solo sobre aquellos cuya
lejanía garantice la objetividad del historiador.
En cuanto al paradigma positivista de que “la certeza surge
solo de los documentos”, es necesario prestar interés a la génesis mis-
ma de esta afirmación, surgida como respuesta de los investigadores a
la supuesta labor historiográfica de los simples comentaristas y glosa-
dores de trabajos ajenos, cuya labor no aporta nueva información a lo
ya conocido ni nuevos métodos de análisis a la labor historiográfica.
Pero ello no invalida una reflexión acerca de los riesgos de su admisión
acrítica.
Es obvio que sin investigación y análisis de las fuentes no hay
ejercicio historiográfico posible y que quien no acude regularmente a

159
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

ellas termina, de modo inevitable, por ser un mero comentarista de las


investigaciones de otros o un glosador de opiniones ajenas, pero no un
historiador strictu sensu. Mas el término “fuentes” no se limita a los
documentos de archivo sino que es abarcador de una gran cantidad de
elementos, tangibles e intangibles, materiales y espirituales, que actú-
an a modo de “restos” del pasado y pueden cumplir la función de tes-
timoniarlo: libros, periódicos, restos materiales, objetos de uso, recuer-
dos personales e información oral, pinturas, esculturas, edificios, etc., y
más modernamente fotografías, discos y bancos electrónicos de datos.
Con esto descubrimos la falacia de la afirmación en referencia, pues los
documentos -objetos de un especial fetichismo positivista- no son las
únicas fuentes útiles al historiador, aunque son probablemente las más
importantes de que podemos disponer para estudiar la historia antigua
de las sociedades con escritura.
Una segunda e importante precisión es la referida al alcance y
utilidad de las fuentes, pues éstas -p. e. los documentos de archivo- no
“hablan” siempre el mismo lenguaje del historiador, no indican clara-
mente lo que el historiador busca o no muestran de modo contunden-
te una “verdad”. En ciertas ocasiones, los documentos sólo se refieren
parcial o tangencialmente al tema investigado, o no revelan el dato
cuantitativo que buscamos sino solo una apreciación cualitativa de su
autor. En otras, apenas nos revelan un punto de vista sobre un hecho
susceptible de haber generado opiniones varias y opuestas. Hay, pues,
una limitación informativa en las mismas fuentes.
En fin, aún cuando el documento resultase útil y satisfactorio,
su texto es necesariamente procesado por el historiador, que no sólo
selecciona los datos que cree de mayor interés o las partes citables del
mismo, sino que lo “transcribe”, paleográfica o lingüísticamente, y, por
tanto, lo recrea ideológicamente. Y es que el “logos”, la palabra, no es
sólo una forma exterior del pensamiento y un vehículo de expresión de
las ideas; él mismo es, en buena medida, el pensamiento que guarda, la
idea que transmite, puesto que el lenguaje es también el pensamiento
en si. Por lo tanto, las fuentes generalmente no “hablan” por si mismas
sino que lo hacen a través del historiador, que actúa entre ellas y el
público a manera de un traductor o intérprete: resumiendo, escogien-
do, destacando, intuyendo o interpretando según su mejor o peor
entender, o según su inevitable punto de vista.
¿Y qué tienen que ver las fuentes con la teoría de la historia
inmediata? Tienen que ver mucho, porque esta propuesta historiográ-

160
D IS C U R S O D E B I E N V E N I DA AL D R . J UAN J . PAZ Y M I Ñ O

fica revoluciona el uso de las fuentes, donde el uso exclusivo de los


documentos archivados para a ser reemplazado por un inmenso abani-
co de posibilidades, que incluye los documentos no archivados ni
publicados, los testimonios vivos de los protagonistas, testigos y obser-
vadores, las variadas noticias de prensa, radio y televisión, la bibliogra-
fía epónima, etc.
Claro, todo esto implica la negación de un antiguo paradigma
positivista, según el cual no puede haber investigación ni reflexión his-
toriográfica dignas de respeto si no han pasado por lo menos dos o tres
décadas desde que ocurriera el suceso que se estudia. Se pensaba que
el tiempo decantaba pasiones, enfriaba ánimos partidistas y colocaba al
historiador lejos del riesgo de tomar partido, pero la realidad ha de-
mostrado que esa supuesta objetividad era, generalmente, una forma
de emboscamiento intelectual y de negación de la sensibilidad huma-
na del historiador.
En verdad, el tiempo sirve para ganar en unas perspectivas,
pero empobrece muchas otras. Y, ya en el plano de lo humano, que no
se nos diga que podemos escribir o entender mejor aquello que no
conocimos ni vivimos de modo directo, porque la lógica señala lo con-
trario, esto es, que aquello que podemos conocer y comprender mejor
es precisamente eso que hemos vivido y conocido a profundidad, tanto
como personas cuanto como miembros de un conglomerado social.
Claro está, ello nos lleva a otras cuestiones, tales como la rela-
ción entre la ciencia histórica y la memoria colectiva o las mentalida-
des, pero esos son asuntos de mayor complejidad, que no podemos tra-
tar en un breve discurso.
Termino, pues, mi intervención, exaltando los grandes méritos
intelectuales y profesionales del recipiendario, a quien doy la bienveni-
da al círculo de los numerarios de esta Academia y le deseo reiterados
éxitos en su labor académica, para beneficio de la ciencia histórica y de
la cultura ecuatoriana.
Bienvenido, querido amigo y colega Juan Paz y Miño Cepeda.
Estoy seguro que su presencia coadyuvará a la profesionalización de
nuestra Academia.

161
BIENVENIDA AL
ABOGADO RAMIRO MOLINA CEDEÑO
COMO MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LA
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Benjamín Rosales Valenzuela

Para la Academia Nacional de Historia, el Capítulo Guayaquil


y para mí es un honor muy especial estar en esta fértil tierra manabita
para recibir como miembro correspondiente de la Academia a un hijo
de Portoviejo, la más antigua villa española fundada en la costa ecua-
toriana.
El interés de don Eduardo Ramiro Molina Cedeño por la histo-
ria de su tierra no es casual, le viene de la sangre de su padre don
Alberto Molina García, autor de algunas obras históricas entre las que
destacan: “Contrastes”, El fusilamiento de un artista” y los diez tomos
de “Crónicas del Ayer Manabita” que Ramiro terminó de editar des-
pués de su muerte, en 1 999, acaecida cuando era el segundo y último
cronista de la ciudad de Portoviejo en el siglo XX. Su tio Gonzalo Moli-
na García, exitoso pintor y poeta residente muchas décadas en España,
quien falleciera hace dos meses, fue autor de una historia documenta-
da en los archivos de Indias en España sobre la fundación de la ciudad
y la biografía del autor de su fundación titulada “El Capitán Francisco
Pachecho en la conquista de América. Fundador de la ciudad de Por-
toviejo”, en este caso también nuestro amigo Ramiro se encargó de edi-
tar la obra como digno defensor del legado histórico familiar, regional
y nacional, y como sobrino bisnieto de don Rafaél Cevallos Ponce, pri-
mer cronista de la ciudad, autor de las obras “La Villa Nueva de San
Gregorio” e “Historia de Vuelta Larga”. Falleció en 1884.
Hace ya más de cincuenta años, el 27 de julio de 1956, doña
Vicenta Modesta Cedeño Velásquez trajo al mundo a Ramiro Molina,
este ciudadano que no escatima esfuerzo por engrandecer la cultura en
su región natal; abogado, miembro del núcleo de Manabí de la Casa de
la Cultura Ecuatoriana y de varias organizaciones sociales y culturales
de la provincia, catedrático del capítulo Portoviejo de la Pontificia Uni-

162
D IS C U R S O D E P R E S E N TAC I Ó N D E L AB . R AM I RO M O LI N A

versidad Católica, secretario académico de la Universidad “San Gre-


gorio de Portoviejo” y promotor cultural a través de los principales
medios de comunicación: “El Diario”, “La Hora Manabita” y las radio-
emisoras “Farra”, “Rumbos” y “Sucre”.
Conocí a Ramiro hace más de cuatro años, luego que se forma-
ra el capítulo Guayaquil de la Academia Nacional de Historia y fuera
yo nombrado director de éste. En la primera reunión del directorio
decidimos que mientras no hubieran capítulos de la Academia en todas
las provincia del Ecuador, nuestra entidad regional debería relacionar-
se con ecuatorianos y ecuatorianas que hagan y promuevan estudios
históricos en el ámbito geográfico de la antigua provincia colonial de
Guayaquil en donde se encuentran los territorios de nuestros pueblos
navegantes prehispánicos desde los Valdivia, Machalilla hasta los man-
teños-huancavilcas que encontraron los conquistadores españoles y
que constituyen una de las raíces más antiguas de pueblos con desarro-
llo agrícola y tradición cerámica en Ecuador y América.
Ramiro Molina Cedeño como director y fundador de la revista
cultural “Spondylus”, presidente de la Sociedad de Estudios Históricos
de Manabí, director de “Diálogos Culturales”, organizador de eventos
académicos históricos en esta provincia y asiduo participante a los ac-
tos culturales hsitóricos en Guayaquil, es uno de esos ecuatorianos.
Don Ramiro Molina ha publicado la “Historia de la Univer-
sidad San Gregorio de Portoviejo” y “Portoviejo Histórico–Fotográfico.
Siglo XX”. Tiene inéditas la “Historia de la Aviación en Manabí” y dos
tomos de “Portoviejo Cronológico–Documental y Fotográfico”, el pri-
mero desde 1522 hasta 1950 y el segundo desde 1951 al 2005. Actual-
mente está preparando su obra “Manabí y sus cantones desde 1822”
Estamos seguros que su incorporación como miembro corres-
pondiente de la Academia Nacional de Historia, la noche de hoy, será
un estímulo adicional para que don Ramiro continúe trabajando en la
investigación del pasado y la difusión histórica.
Esperamos también que las autoridades provinciales y canto-
nales, las universidades manabitas, el núcleo provincial de la Casa de
la Cultura Ecuatoriana y los empresarios de la región, por qué no, apo-
yen la investigación histórica y propicien la publicación de trabajos
académicos como los del ilustre incorporado en esta noche y de otros
investigadores manabitas como el académico profesor José Arteaga Pa-
rrales, Dr. Alfredo Cedeño Delgado, Dra. Tatiana Hidrovo Quiñonez, y

163
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

el sociólogo Carlos Alberto Zambrano Argandoña, para tan solo men-


cionar unos pocos.
Los pueblos que no estudian su pasado están destinados a caer
en los mismos errores, hay que aprender también de los periodos de
prosperidad y desarrollo. Hace cien años, por ejemplo, llegaban a
Manabí emigrantes de otras regiones de la patria y del mundo entero,
aumentó considerablemente la economía provincial con la exportación
del cacao, tagua, caucho, café y sombreros de paja toquilla. Pocos pen-
saban en emigrar de esta bendita tierra. Muchos de ustedes aquí, al
igual que lo es nuestro recipiendario, son descendientes de inmigran-
tes de esa época de gran crecimiento regional a la que hay que estudiar-
la con profundidad para emprender nuevamente una etapa de prospe-
ridad que evita la inmigración de nuestros ciudadanos.
La tierra manabita nos ha dado uno de los más importantes
historiadores nacionales, el Dr. Wilfrido Loor Moreira. Las obras de
este ilustre hijo de esta tierra, quien fuera destacado miembro de la
Academia Nacional de Historia son fundamentales en la historiografía
nacional, entre ellas destacan La Victoria de Guayaquil, García Moreno y
sus asesinos, Eloy Alfaro en tres tomos, Estudios Históricos y Políticos y la
Conquista de Quito. Otros preclaros manabitas han servido a la sociedad
con sus trabajos históricos, el padre, el tío y el tío bisabuelo de Ramiro,
que ya mencionamos anteriomente, don Temístocles Estrada, don
Viliulfo Cedeño Sánchez.
Que la incorporación de don Eduardo Ramiro Molina Cedeño
a la Academia Nacional de Historia sea un estímulo para su esforzado
trabajo e inspire a otros manabitas a la investigación del pasado de esta
tierra y de nuestra patria Ecuador.

Sea usted bienvenido don Ramiro.

Muchas Gracias.

164
MANABÍ:
SU HISTORIA – SU NOMBRE

Ramiro Molina Cedeño

Discurso de incorporación como Miembro Correspondiente de la


Academia Nacional de Historia

La primera provincia española que existió en América del sur


llamose Puerto Viejo, territorio ubicado bajo la línea ecuatorial; estan-
cia del conquistador español Francisco Pizarro y de paso obligado al
mundo infinito de riqueza, poder y gloria.
Este primer indicio lo encontramos en la Carta Universal ela-
borada por don Diego Riveiro en 1 529 que ubica a Puerto Viejo en cali-
dad de provincia, al igual que lo dice doña Juana, reina de España, que
la provincia de Puerto Viejo es parte de la Mar del Sur en la Tierra Fir-
me llamada Castilla del Oro, mandato real que fue fechado en Toledo
el 26 de julio de 1 529, con motivo de la cédula real otorgada a los con-
quistadores conocidos como “Los trece de la fama”, para que en nom-
bre de Dios, en su nombre y en nombre de España, conquisten y tomen
posesión eterna de todos aquellos territorios, sus pobladores y riquezas
que por la fuerza de su espada y la protección de la iglesia católica
lograren.
Es la provincia de Puerto Viejo que se crea sobre el territorio
aborigen de Cancebí, último cacique de la sociedad manteña que com-
prendió los pueblos que se encontraban desde los límites de la desem-
bocadura del río Chone hasta la actual provincia del Guayas en la
Península de Santa Elena, poblaciones identificadas entre sí por cos-
tumbres y dioses propios, por una lengua común, a pesar de la diver-
sidad de dialectos que existieron entre ellos, por una tradición de carác-
ter mercantil que llevaban consigo milenariamente y que encuentra su
máximo apogeo en la concha Spondylus, concha que encerraba el
secreto de las lluvias y de la fertilidad que tanto ambicionó conocer y
poseer el imperio incaico que floreció en la altiplanicie andina al sur y
al centro del continente suramericano, comercio de Spondylus que per-

165
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

mitió a los manteños relacionarse con otras culturas aborigenes milena-


rias más allá de sus propias fronteras y que les proveyó de nuevos ele-
mentos que llegaron a enriquecer profundamente su cultura.
Este es el territorio de Cancebí, en el antiguo Jocay, donde se
encuentran los primeros restos de población humana, diez mil años
antes de Cristo; es la población con la que empieza a forjarse la identi-
dad de los pobladores de la costa ecuatoriana, principalmente, de la
actual provincia manabita; es la población que vive en armonía con su
entorno; la población que se alimenta del mar y de la tierra y que en
épocas de verano, ante dolorosas sequías y escasez de comida busca
refugio en las montañas de Chongón y Colonche, en el corazón mismo
de la provincia, el lugar donde nunca falta el alimento y el agua, reju-
veneciendo su espíritu en lo maravilloso de sus micro climas y en lo
encantador de sus paisaje. Son los momentos en que unos deciden
encaminar sus pasos hacia otros lares formando sus propios clanes.
Esta es la tierra cancebina donde la mujer hizo parir la tierra y
plasmó con ella el mágico mundo de la fertilidad humana, talvés en un
intento desesperado de interpretar la grandeza de sus dioses que
daban vida a un nuevo cuerpo que germinaba en ella. Así como nació
la agricultura en manos de la mujer, nació también la cerámica, molde-
ando su propia figura de mujer valdiviana, muchas veces tallándola
con una protuberancia que adornaba su deformado cuerpo, era la pro-
tuberancia que encerraba al nuevo hijo concebido por la gracia del dios
Sol y la diosa Luna. Es la cultura alfarera que se esparce entre las pobla-
ciones que se suceden en el tiempo, valiéndose de distintos elementos
que adornan su arte y toman diferentes formas acordes a su momento,
a su geografía, a todo aquello que motiva sus sentidos y les son nece-
sarios como muestra de fe, poder o existencia. No son culturas abori-
genes distintas las existentes en este territorio, la una es continuidad de
la otra, Valdivia, Machalilla y Manteña tienen una misma ancestralidad
histórica, no existen manteños del norte ni manteños del sur; todos
ellos forman parte de una misma identidad aborigen.
Qué distinto este territorio de Cancebí al territorio del norte,
con poblaciones conocedoras y practicantes del arte de la guerra, po-
blaciones que, a pesar de la cerrada resistencia que ofrecieron, sucum-
bieron inicialmente al poderío de los Shuar, en su peregrinación de si-
glos hacia el oriente ecuatoriano y que nos impuso el ritual de las
Tsantsas, pero fueron estas poblaciones las que más tarde impidieron la

166
M AN AB Í : S U H I S TO R I A - SU N O M B R E

temprana conquista de su territorio por parte de España; con una cerá-


mica distinta que pone al descubierto otro tipo de cultura, con costum-
bres y rituales funerarios como las tolas que les acercan e identifican
con las poblaciones del sur de Colombia, como si fueran parte de una
misma historia, de una misma nacionalidad aborigen; poblaciones más
estrechamente unidas a la tierra, que se adaptan fácilmente a la espesa
jungla que es bañada por ríos montañeros como el Cojimíes, Coaque,
Jama, Briceño y el Chone que le mantienen siempre verde, mientras el
territorio cancebino, con su principal río, el Río Grande, conocido aho-
ra como Portoviejo, languidece por falta de agua, debiendo sus habi-
tantes prever el futuro, para procurarse la misma mediante la construc-
ción de jagüeyes (albarradas) hechas a mano y pozos de agua dulce
tallados en roca viva.
No quiero enfrascarme en un relato o estudio del pasado abo-
rigen manabita, quiero solamente remarcar que la provincia de Manabí
siempre estuvo comprendida por dos territorios y poblaciones que en-
cierran historias distintas, que su nombre talvés no se derive de la exis-
tencia de una tribu, de una comunidad o del nombre de un río sino de
una determinada región geográfica.
La provincia de Puerto Viejo siempre tuvo como cabecera pro-
vincial a Villa Nueva que, por costumbre, se la conoce con el mismo
nombre de su provincia. Fue la primera ciudad española fundada en la
costa ecuatoriana y quinta en la América del sur. El Dr. Wilfrido Loor
Moreira (Manabí prehistoria y conquista) nos dice que las tribus que habi-
taron en este territorio, de los cancebíes o Manta, fueron los apichi-
quies, cancebís, pichotas, picoasaes, picunsis, manabíes, jarahuas y jipi-
japas, siendo el cronista italiano Benzoni (1 547) quien nombra por pri-
mera ocasión a una tribu llamada Manabí, que algunos arbitrariamen-
te quieren interpretarla como lengua quechua-cayapa que significa tie-
rra sin agua, de lo cual se hace eco el cronista, también español, Pedro
Cieza de León en sus Crónicas del Perú, quien posiblemente toma los
escritos de Benzoni y las narraciones de otros viajeros y de los mismos
conquistadores para hablar de estos territorios, sin haber estado en él;
teoría que se afianza a través del tiempo sin que ningún estudio serio
se haya hecho al respecto.
El interés se centra en considerar que al existir una población
llamada Manabí, que unos la ubican hacia el sur, entre Jipijapa y Paján,
otros, en determinadas cartografías, hablan sobre “el paso de los mana-

167
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

bíes” haciendo alusión al paso de Alvarado hacia las alturas de Quito


en 1 534, y que no sabemos si habla de los manabíes como tribu o como
aborigenes que proceden de una región determinada de este territorio
o de otros territorios, mientras otros, alegremente, la sitúan entre
Rocafuerte y Calceta; en fin, difícil será conocer su ubicación y existen-
cia pero que, si realmente existió, debió ser una tribu o comunidad que
tuvo su importancia y contó con un considerable número de poblado-
res para que su nombre se perpetúe en el tiempo.
Fray Joel Monroy en su historia de los Mercedarios nos dice
que una vez fundado el convento de Puerto Viejo, que se funda con la
ciudad misma en 1535, tomó a su cargo las doctrinas de la Conchita,
Tobal, Zancala, Tosagua, Charapote, Pasa, Manta, Levique, Mallagua,
Capi, Cama, Taramiso, Camillogua, Pillesagua, Pipay y las Gipijapas
Alta y Baja y que después estos y otros pueblos fueron reducidos a tres
doctrinas que son las de Manta, Picuazá y Gipijapa. Vale preguntar
entonces: ¿si existió la tribu Manabí por qué los mercedarios no la
redujeron a doctrina cristiana?, comunidad religiosa que tenía por
objetivo primordial “amansar el espíritu salvaje de los conquistados”,
que aborrezcan a sus dioses paganos imponiéndoles el Dios cristiano y,
ya dócil, aceptar la autoridad de España. No es posible considerar que
una organización social aborigen de tal magnitud e importancia haya
podido ser evitada o pasado desapercibida para la comunidad merce-
daria de entonces, lo que nos podría llevar a colegir, si creemos en su
existencia, que esta población debió encontrarse en un territorio de
difícil acceso para ellos, esto es en la zona norte del Manabí de hoy.
Puerto Viejo no existiría como provincia durante el periodo
colonial, esta condición la mantuvo, talvés, hasta que pasó a ser consi-
derada como parte anexa del territorio de Guayaquil, ciudad que basa
su desarrollo e importancia en su grande y navegable río, en la bondad
de su tierra y de sus bosques maderables que le convierten en el primer
puerto astillero del Pacífico sur y en la que se asientan importantes ca-
pitales de sectores agro-exportadores y comerciales y más tarde finan-
ciero. LA anexión en referencia debió darse con la creación de la Real
Audiencia de Quito el 29 de noviembre de 1 563, ratificado por la cédu-
la real de erección del Virreinato de Santa Fe del 27 de mayo de 1 717 y
la real cédula del 20 de agosto de 1 739, así como la Ley I que dispone
“los sueldos y salarios que deben percibir las distintas autoridades de
gobiernos, corregimientos y alcaldías mayores”, reconoce solamente a

168
M AN AB Í : S U H I S TO R I A - SU N O M B R E

Guayaquil como corregimiento y (a su autoridad) con un sueldo de mil


pesos ensayados.
Los límites de la tenencia o partido de Puerto Viejo, impuestos
por España, fueron siempre los mismos, desde la punta de Charapotó
hasta la Península de Santa Elena. No podemos considerar estos lími-
tes como mera coincidencia a los límites naturales que comprendía el
territorio de Cancebí, ni podemos considerar tampoco como impuestos
por simple antojo de los conquistadores; ellos, experimentados en estas
lides, debieron tomar en consideración que las poblaciones existentes
en estos territorios formaban una misma organización social, distintos
a las poblaciones del norte, los que sí eran pueblos guerreros por exce-
lencia, a pesar de su buen nivel de organización social, productiva y
cultural que tenían, como los Punáes en Guayaquil.
Estos límites de Puerto Viejo, como ciudad y como partido de
Guayaquil, se verifica con claridad en el informe de Zelaya del 17 de
agosto de 1 765 en que dice que “la provincia cuenta con 5 200 habitan-
tes sin incluir la costa norte, que pertenece al partido de La Canoa, en
la provincia de Esmeraldas, que llegaba hasta el brazo de mar a cuyo
frente se hallaba Bahía de Caráquez, que no era entonces un punto, ni
siquiera un caserío”. El partido de La Canoa para 1 740, censo de la
época del geógrafo Pedro Vicente Maldonado, contaba con más de cin-
cuenta familias de zambos o individuos cruzados entre la raza india y
la negra.
Este es el Puerto Viejo que no logra tener, durante los siglos
XVII y XVIII, una presencia o participación efectiva en el contexto
nacional, con una economía deprimida y que está sometida a las deci-
siones de Guayaquil.
Puerto Viejo es una provincia que pierde su importancia desde
el momento mismo que abandona su condición de ciudad-puerto
(1538), por el despoblamiento paulatino de su territorio cuando un
fuerte contingente de 230 soldados, comandados indistintamente por
Francisco de Orellana y Gonzalo de Olmos marcha al Perú en auxilio
de Francisco Pizarro que se doblegaba ante el coraje de Manco Inca (1
536-1537), o cuando Francisco de Orellana en su condición de “Gober-
nador de Puerto Viejo y pacificador de los territorios de Guayaquil”
marcha con hombres y armas, a esta última ciudad, para su conquista,
fundación y poblamiento (1 537), o el mismo Orellana, con soldados de
Puerto Viejo parte a la conquista del río Amazonas (1 541), así como ve

169
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

con tristeza el éxodo de sus habitantes producto de los varios incendios


(1537, 1 541 y 1 547) que reducen a cenizas la ciudad.
Puerto Viejo basa su economía en la agricultura, con una pro-
ducción que, desde principios del siglo XIX, pretende satisfacer intere-
ses monopólicos que imponen sus políticas de comercialización y pre-
cios, tan irrisorios, que obliga muchas veces al productor agrícola ma-
nabita a dejar perder su cosecha por el gasto mayor que le representa
su recolección. Es en esa época en que aparece y paulatinamente se for-
talece el sistema hacendatario que, según Carlos Zambrano Argando-
ña, “tiene su base en las estancias que dejan de ser las organizadoras
del espacio rural, sistema hacendatario que se aplica, en su mayor par-
te, a la explotación de productos agrícolas que son destinados a cubrir
las demandas del mercado mundial”.
El monocultivo gana espacio, principalmente con el cacao, al
igual que la explotación libre del caucho y la tagua que se produce
libremente y de manera silvestre, hace que se requiera de mayor canti-
dad de fuerza de trabajo, permitiendo que el circulante monetario se
incremente y genere un comercio más dinámico, basado en la fabrica-
ción de sombreros de paja toquilla, actividad que a su vez obliga al uso
más frecuente de sus puertos de Machalilla, Manta y Bahía de Cará-
quez, que empiezan a ser disputados en su control y administración
por Quito y Guayaquil, intereses monopólicos que al no poder gozar
de sus beneficios deciden, en 1831, boicotear su existencia como puer-
tos mayores para importación y exportación, retardando durante va-
rias décadas su desarrollo y sumiendo a esta provincia en un estado de
aislamiento y postración económica, que lo vivió durante dos siglos en
la colonia, y la hace mucho más dependiente de Guayaquil.
El proceso libertario, del 10 de agosto de 1809 y del 2 de agos-
to de 1 810, en nada afectaría a los intereses manabitas, desprovista
totalmente de fuerzas realistas y obligada al pago permanente de tribu-
tos a la corona española sin resarción alguna en obras, más bien brin-
daría apoyo a los complotados negando provisiones, armas y vituallas
a los buques y fuerzas del gobierno español que se acercaban a sus
puertos, a más de acoger bajo su cuidado y protección a varios de los
patriotas quiteños que buscaban protección a sus vidas.
Si bien no tuvimos participación alguna antes y en la rebelión
del 9 de octubre de 1820 en Guayaquil, no existen documentos que de-
muestren lo contrario, no podrá negarse jamás que nuestra provincia

170
M AN AB Í : S U H I S TO R I A - SU N O M B R E

jugó, posteriormente, un papel de mucha importancia al haberse adhe-


rido inmediatamente a este proceso libertario, que fue incruento por su
buena planificación y organización, adhesión que hicieron las pobla-
ciones de Paján, Jipijapa el 15, Portoviejo el 18 y Montecristi el 23 de
octubre del mismo año, adhesiones que si no se hubiesen dado, bajo
cualquier circunstancia, hubiere hecho remecer los cimientos de este
acto revolucionario al quedar Guayaquil desprotegido en su territorio
de vanguardia y limitado a una reducida circunscripción territorial,
con lo que anulaba en mediano tiempo sus pretensiones de convertirse
en república libre e independiente.
José Joaquín de Olmedo se erige no solo como el gran impul-
sor de esta gesta heróica del 9 de octubre de 1820 sino también como el
ideólogo del proceso libertario. Él sabía que tenía que contar con la
anuencia y participación de todos los pueblos de la costa, sin mirar su
condición étnica, social o económica, “tratar a todos por igual, a excep-
ción de los esclavos” quienes seguirían sometidos hasta mediados del
siglo XIX, y brindarles representatividad al interior del Colegio Electo-
ral, ente que tuvo el carácter de cuerpo legislativo, conformado por 61
representantes. Puerto Viejo contaba ya con una población superior a
los 17 000 habitantes, según censo de 1808, que le daba derecho a con-
tar con 10 diputados que representaron a las ciudades de Puerto Viejo,
Jipijapa, Pichota, Montecristi, Charapotó, Paján, Puerto Cayo y Picua-
zá, mientras que la zona norte de La Canoa, que comprendía las pobla-
ciones de La Canoa, Chone,Tosagua y Mosca (Junín), con un apobla-
ción de 1 496 habitantes tuvo un diputado. Con el censo de 1808 y las
elecciones para el Colegio Electoral de noviembre de 1820, se vuelve a
ratificar la existencia de dos sectores o regiones territoriales, de lo que
posteriormente sería Manabí, como son la tenencia de Puerto Viejo y el
partido de La Canoa.
Desde el mismo momento en que Puerto Viejo recibe la noticia, se
adhiere a la revolución octubrina y conforma el “Batallón Olmedo de
los decididos de Portoviejo” que estuvo integrado principalmente por
ciudadanos de Portoviejo, Pichota, Charapotó, Montecristi y Jipijapa,
con sus peones asalariados y/o esclavos, tropa que acude con armas,
dinero y vituallas a las luchas independetistas que se libran en Huachi,
Riobamba y el Pichincha.
Puerto Viejo nunca dejó solo a Guayaquil; siempre fue fraterno
y solidario. Desde aquí partieron, en 1537, hombres y armas comanda-

171
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

dos por Francisco de Orellana para su fundación y defensa; en esta tie-


rra se cobijaron sus arcas reales cuando soportó la sublevación de los
punaes que asoló la ciudad (1541); Puerto Viejo entregó sus mejores
hombres, las haciendas se quedaron sin ganado, el dinero del pueblo y
de las cofradías solventaban en parte las guerras que se sostenían. Sa-
bían los portovejenses que el triunfo de Guayaquil pertenecía a todos y
que su derrota traería consigo muerte, miseria y tristeza.
Como podemos notar, todas las acciones de apoyo que se die-
ron en este territorio durante el proceso libertario estuvieron circuns-
critas a las poblaciones del partido de Puerto Viejo y no de la zona nor-
te. Con esto no pretendo desmerecer a este sector manabita, pero si es
necesario remarcar que las dos zonas fueron siempre reconocidas como
distintos territorios y cada uno de ellos respondieron, en sus momen-
tos, a sus propios intereses, Remitámonos a la obra Manabí desde 1822
(Editorial Ecuatoriana. 1969) del Dr. Wilfrido Loor Moreira, primer
manabita que en 1978 fue propuesto y aceptado comno miembro de la
Academia Nacional de Historia y por su fallecimiento no logró incor-
porarse como tal, quien textualmente dice: “En 23 de febrero de 1 814 don
Pedro de Alcántara y Vera, caballero y diputado por la provincia de Guaya-
quil, propone a la Asamblea Constituyente de la monarquía española que se
erija en villas, La Purísima Concepción de Santa María de Baba, San
Fernando de Babahoyo, San Nicolás de Daule y San Juan de Jipijapa. Esta
última era la capital del partido del mismo nombre que según el proyecto com-
prendía los pueblos de Canoa, Chone Tosagua, Portoviejo, Pichota, Charapotó,
Montecristi, Paján, Punta de Santa Elena, Colonche, Chanduy y Morro, es
decir, Canoa, Chone y Tosagua con las montañas de Calceta que fueron de la
antigua Esmeraldas y las tenencias de Puerto Viejo, Santa Elena y Daule del
corregimiento de Guayaquil. La nueva circunscripción territorial se explicaba
por la afinidad de raza de los indios de Jipijapa con los de Santa Elena, sus
conexiones históricas, su importancia comercial y las facilidades de comunica-
ción por la costa y la vía marítima”.
En la misma obra del Dr. Wilfrido Loor Moreira apreciamos la
cédula real emitida el 7 de julio de 1 803, que, supuestamente, por mala
interpretación del virrey del Perú, el marqués de Avilés, agrega al Perú
a la provincia de Guayaquil que comprendía hasta la Punta de Pajonal,
cerca de la Punta de Charapotó, pero no así el partido de La Canoa,
perteneciente a Esmeraldas en territorio de Quito, dándole pertenencia
al Virreinato de Santa Fe, disposición que definitivamente fue deroga-

172
M AN AB Í : S U H I S TO R I A - SU N O M B R E

da por cédula real del 23 de junio de 1819 y publicada el 6 de abril de


1820.
Está claro que los límites de Guayaquil llegaban solamente
hasta Punta Pajonal de Charapotó, y que estos se mantienen inaltera-
bles hasta el 2 de agosto de 1 822 en que una comisión de cinco miem-
bros nombrados por el Colegio Electoral, y en el que están como repre-
sentantes nuestros los diputados: Dr. Manuel Rivadeneira y Mario
Cevallos por Portoviejo; Dr. Cayetano Ramírez y Fita y Rudecindo
Lucas por Montecristi; José Leocadio Llona por Jipijapa; José Aguilera
por Paján; Vicente Zambrano por Pichota (Rocafuerte); Francisco Alva-
rado por Charapotó; y, Mariano Cevallos por Canoa; propone al Liber-
tador Simón Bolívar que Guayaquil, se constituya en Departamento de
Marina de la División del Sur para lo cual se deben crear cuatro pro-
vincias, que son: Bolívar, con su capital Daule, con los cantones de:
Babahoyo y sus viceparroquias Caracol y Pueblo Viejo; Baba y sus vice-
parroquias de Pimocha, Vinces y Palenque; y, Daule con sus viceparro-
quias de Santa Lucía y Balzar. Tumbalá, con su capital Santa Elena y
los cantones de: Machala y sus viceparroquias Puná, Balao y Naranjal;
y Santa Elena con sus viceparroquias Chanduy, Colonche y Morro;
Guayas con su capital Guayaquil y los cantones de Guayaquil y su
viceparroquia Chongón y Samborondón con sus viceparroquias
Nausa, Yaguachi y Taura; Portoviejo, con su capital Portoviejo, con los
cantones de: Portoviejo y sus viceparroquias de Pichota, Jipijapa y
Paján; y, Montecristi y sus viceparroquias Charapotó, Tosagua y Canoa.
Portoviejo pasa a tener condición de provincia por haber sido aproba-
do dicho proyecto por el Libertador Bolívar, aunque inefectivamente
para no reconocer la existencia del Departamento General de Marina
de la División del Sur y evitar que Guayaquil se fortalezca política,
territorial y militarmente. Vemos también que Guayaquil extiende el
territorio de Puerto Viejo incorporando a Montecristi el territorio del
partido de La Canoa ganando los territorios del sur de Esmeraldas,
Santo Domingo de los Colorados y parte del corregimiento de Latacun-
ga, desmembrando y debilitando a Quito que ya había perdido los
territorios de Pasto en el norte, anexados a Colombia, y parte de la
espesa amazonía en el este, entregado al Perú, con lo que lograría ejer-
cer el control absoluto sobre el perfil costanero, es decir, sobre los puer-
tos que garantizaban el comercio con el mundo y le brindaban su pode-
río económico, que desde 1 565 Quito había ambicionado, esto es, con-

173
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

tar con un puerto en Esmeraldas o Manabí para el fomento de su


comercio.
Guayaquil estaba consciente de su necesidad de contar con
mayor territorio para sus propósitos de ser república independiente o
cuando menos capital de una nueva república, sin necesidad de estar
sujeta a Colombia lo que le representaba volver a ser o seguir siendo
una parte del territorio del Departamento del Sur, sujeta a un gobierno
ajeno a sus intereres y “al ideal de Bolívar de crear un estado confede-
rado y centralizado a Bogotá como capital mayor”. Colombia era la
alianza menos indicada para estos fines ya que por ancestralidad his-
tórica y legal, Guayaquil formaba parte de ella. Guayaquil ambiciona-
ba convertirse en un país limítrofe, intermedio entre dos grandes nacio-
nes que la convertirían en una potencia marítima y comercial.
Estratégicamente la Junta Patriótica de Guayaquil, compuesta
por Olmedo, Ximena y Roca, el primero que defendía la existencia de
una república independiente sin ser indiferenete a una alianza con el
Perú, y los otros dos miembros de esta Junta, especialmente Ximena,
abiertamente dispuestos a intregarse al Perú, debía pedir asistencia y
protección militar al general San Martín quien, a pesar de las graves
dificultades económicas y militares que enfrentaba, estaba por ocupar
la plaza de Lima, importante reducto de las fuerzas realistas desde la
misma conquista. San Martín siempre fue cauto en esta posible alian-
za, buen estratega y conocedor de la realidad histórica de América,
sabía que este territorio, que se ufanaba de su libertad, formaba parte
indisoluble de Colombia y que su intervención ocasionaría un enfren-
tamiento militar con las fuerzas de Bolívar que, triunfante por el norte,
estaba enfrentando una cruenta guerra de posiciones con las fuerzas
realistas acantonadas en Pasto. San Martín no estaba en condiciones de
brindar apoyo militar a Guayaquil, mucho más de tomarlo bajo su
amparo, aunque para mayo de 1822 haya incorporado parte de su
tropa, compuesta por argentinos, paraguayos, chilenos y peruanos, en
la batalla del Pichincha a órdenes del general Sucre.
La revolución de Guayaquil no hizo más que apresurar la pre-
sencia militar de Colombia. Hombres experimentados, comandados
por el general Mires, con armas y municiones, se presentaron ante la
Junta de Gobierno y manifestaron la dicha del Libertador Bolívar a la
gesta libertaria. La presencia del mariscal de Ayacucho, Antonio José
de Sucre, a más de fortalecer su presencia, conmina a los guayaquile-

174
M AN AB Í : S U H I S TO R I A - SU N O M B R E

ños, que lo vitoreaban a su paso, a la unificación de fuerzas para derro-


tar al ejército opresor y construir la gran nación colombiana. Convo-
catoria que tiene eco en los portovejenses que proceden a declarar, el 16
de diciembre de 1 821, su incorporación a Colombia.
El historiador manabita Temístocles Estrada, en sus Relaciones
Históricas Geográficas de Manabí hace valiosas aportaciones a este hecho
trascendental, y dice: “Encontrándose de teniente de gobernador del distri-
to de Puerto Viejo el comandante, guayaquileño, Juan Francisco Elizalde,
junto al párroco Manuel Rivadeneira y los miembros del cabildo proceden a
declarar su incorporación a Colombia, movimiento al que también se adhiere
el batallón Vencedores de Guayaquil. Este hecho significa que Portoviejo, a
más de ser la primera provincia del Ecuador que se anexaba a Colombia, toma-
ba con ello las armas contra España bajo la bandera bolivariana y no bajo el
pabellón guayaquileño de octubre. Este movimiento fue apoyado por los párro-
cos de Montecristi, Cayetano Ramírez y Fita; de Jipijapa, Baltazar Avilés; de
Canoa, Mariano Plaza; y, de Chone y Tosagua, Cayetano Cedeño, así como los
pueblos de Pichota, Charapotó y Paján. Esta “Acta de Portoviejo” fue entre-
gada al mismo Sucre en Guayaquil y contenía las doce razones jurídicas por
las que Portoviejo se incorporaba a Colombia”.
Esta unidad perturba los planes de Guayaquil que inmediata-
mente ordena que sus tropas avancen contra Portoviejo para lograr su
inmediato sometimiento por las armas. La oportuna intervención del
mariscal Sucre, quien envía emisarios para que pidan a los portovejen-
ses regresen sobre sus pasos desistiendo de su anexión a Colombia en
virtud de que con ello se evitaría una confrontación militar entre
ambos pueblos hermanos provocando un gasto inútil de vidas y de
recursos. Portoviejo se retractó de su anexión y aceptó a cambio que su
incorporación a Colombia lo haría por medio del Colegio Electoral de
Guayaquil y luego de que las fuerzas de Colombia y Guayaquil derro-
taran definitivamente a las tropas realistas de España. Pocos meses
después y ante la persistencia de Guayaquil de mantenerse indepen-
diente, el venezolano don Pedro Gual, en su calidad de diputado por
Guayaquil, aconseja al Libertador Bolívar de que anexe, aún por la
fuerza, a Puerto Viejo y a todas las poblaciones que a bien pudiere con
el fin de debilitar su resistencia y si ésta cometiera cualquier acto hos-
til ocupara inmediatamente toda la provincia.
Con la incorporación, de 1821, de Portoviejo a Colombia no
sería la primera vez que Portoviejo asumiera sus propias decisiones,
rebelándose contra Guayaquil, contrariando su ambición de convertir-

175
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

se en ciudad rectora de la región y/o del país; esto también se dio el 16


de julio de 1826, cuando los vecinos de esta ciudad reprueban la rebe-
lión de Venezuela que planteaba la constitución de un gobierno fede-
ral, planteamiento que el cabildo de Guayaquil acoge y se declara en 1
827 como provincia federal y obliga a que el resto de provincias de la
costa siga su ejemplo, posición que en poco tiempo fue abandonada.
Portoviejo siempre fue afecto y leal al pensamiento y a la per-
sona del Libertador Simón Bolívar, a pesar de que éste, en 1824, decla-
rase a los terrenos, que desde tiempos inmemoriales pertenecían, espe-
cialmente, a las comunas de Montecristi y Pichota, así como las perte-
necientes a las cofradías cristianas durante la colonia, como terrenos
baldíos y pertencientes al gobierno colombiano y por lo tanto de libre
ocupación, para que sean entregados al coronel Vicente Castro, en pago
a los préstamos, en dinero y armas, que éste hiciera a favor de la inde-
pendencia ecuatoriana, lealtad que se vuelve a poner de manifiesto en
1 830, cuando apoya la intención de consagrar al Libertador Bolívar
como monarca de todos los territorios liberados por la brillantez de su
genio y la heroicidad de su espada.
El 25 de junio de 1824 Bolívar ejecuta el decreto de creación de
la provincia con el nombre de Manabí, nombre que, como hemos visto,
es mencionado solamente por el italiano Benzoni (1547) y el español
Pedro Cieza de Lerón en sus “Crónicas del Perú”, escritas entre 1548 y
1 553, desconociendo por completo el antiguo nombre español de
Puerto Viejo, talvés queriendo que sus habitantes reconozcan sus raíces
históricas, su identidad aborigen, o quizá pretendiendo con ello crear
una provincia, teritorial, poblacional y económicamente grande y po-
derosa como Guayaquil y de esta manera, esta última ciudad, desesti-
me sus pretensiones republicanas o federalistas; o, en caso contrario
que el mismo Guayaquil, al igual que lo hizo en 1 822, haya propuesto,
con intenciones encubiertas, que esta nueva provincia se llame Manabí,
no solo por su historia como tribu, comunidad o región, sino también
por lograr que las dos territorialidades se cobijen en una misma pro-
vincia para lograr la construcción de un estado republicano e indepen-
diente de Colombia y Perú.
Muchas teorías, basadas en estudios e investigaciones hstóri-
cas y arqueológicas serias se han presentado acerca del origen y proce-
dencia del hombre manabita, teorías como las expuestas por el padre
Juan de Velasco y Gonzalo Molina García, considerando la procedencia
del manabita de la región centro americana, talvés por la existencia en

176
M AN AB Í : S U H I S TO R I A - SU N O M B R E

Nicaragua y Honduras de tribus como los manabíes y del cacique Ma-


nabique, o teorías que se han mantenido durante tanto tiempo en sim-
ple especulación como que su procedencia está más allá de sus fronte-
ras marítimas, en el mundo asiático, teoría que toma actualidad con las
declaraciones formuladas por el científico japonés Takehiko Furuta
(Diario El Universo de Guayaquil, febrero 2 007) que considera que el
hombre manabita y el nonbre Manabí es originario del sur de Japón, de
la actual área de Kagoshima y Ariak, y de quienes dice “eran poseedo-
res de un gran espíritu navegante y aventurero”, poblaciones orienta-
les que se dejaron llevar por la corriente marina de Kuroshio permi-
tiéndoles así mantener un constante intercambio comercial y cultural
con los pueblos de América pero que, por la erupción del volcán Kikay
Caldera, hace 6300 años, debieron migrar definitivamente a estas tie-
rras, asentándose en el actual cantón Jama, que en idioma japonés quie-
re decir “Entrada a la playa grande”, territorio al que le impusieron el
nombre de “Manabí” que significa “Tierra del sol verdadero”, que
luego será parodiado por Cieza de León que dijo “...el sol se mueve sobre
ella durante todo el año”, muy posiblemente por las doce horas diarias de
luz y calor solar de las que somos beneficiarios por encontrarnos bajo
la línea ecuatorial.
Teoría de Furuta que no es nueva, teoría que la encontramos
en el libro Manabí prehistoria y conquista del Dr. Wilfrido Loor Moreira,
que dice: “...fue Asia el lugar de donde vinieron los primitivos habitantes de
América, sea por el Pacífico, arrastrados por la corriente de Kuroshiwo que
aún hoy arroja desperdicios asiáticos a las costas de California”.
Cualquiera sea la procedencia del hombre manabita o el signi-
ficado de su nombre, nadie puede ni podrá desconocer que esta tierra
de valles, ríos, montañas, selvas, mar y mujeres bellas, siempre ha sido
la provincia de brazos abiertos que ha brindado hospitalidad y solida-
ridad a todo aquel que le visita o busca refugio y que una vez que le ha
conocido, le ha sido y le será imposible alejarse de ella.

Gracias.

177
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

- Acotaciones históricas, Efrén Avilés Pino. Diálogos Culturales. Revista Spon-


dylus N° 7.
- Acotaciones históricas, Melvin Hoyos Galarza. Diálogos Culturales. Revista
Spondylus N° 8.
- Crónicas del Ayer Manabita, Alberto Molina García.
- Crónicas del Perú, Pedro Cieza de León.
- Descripción de Portoviejo. Informe de Dionicio de Alsedo y Herrera, Jacinto Morá
de Butrón.
- El capitán Francisco Pacheco en la conquista de América. Fundador de Portoviejo,
Gonzalo Molina García.
- El desarrollo histórico del norte de Manabí, Carlos Zambrano Argandoña. Revista
Spondylus N° 15.
- El libro de Guayaquil, Melvin Hoyos Galarza y Efrén Avilés Pino
- Etnología Ecuatoriana, Franklin Barriga López.
- Historia de la Revolución de Octubre, Camilo Destruge.
- Historia del Ecuador, Efrén Avilés Pino.
- Historia del Ecuador, Roberto Andrade
- Historia del Reino de Quito en la América Meridional, Juan de Velasco
- Historia documentada de la provincia del Guayas, José Antonio Campos.
- Historia General del Ecuador, Federico González Suárez
- La historia del mundo nuevo, Girolamo Benzoni
- Las antiguedades de Manabí, Marshal Saville
- Los pueblos navegantes del Ecuador, Jorge Marco Pino
- Los religiosos de La Merced en la costa del antiguo reino de Quito, Fray Joel
Monroy
- Manabí desde 1822, Wilfrido Loor Moreira
- Prehistoria de Manabí, Emilio Estrada
- Puerto Viexo, Ramiro Molina Cedeño. Boletín de la Sociedad de Genealogía
del Ecuador.
- Recopilación de documentos oficiales de la época colonial, Imprenta “La Nación”.
1894. Guayaquil.
- Relación de la Gobernación de Guayaquil. 1605. Distrito Portoviejo, Anónimo
- Relaciones Históricas y Geográficas de Manabí, Temístocles J. Estrada.

178
BIENVENIDA AL
SR. EDUARDO ESTRADA GUZMÁN
COMO MIEMBRO CORRESPONDIENTE
DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA
Benjamín Rosales Valenzuela

Cuando Eduardo Estrada Guzmán se dedica a una actividad,


lo hace con pasión. En 1972 se involucró con la dirigencia del Gua-
yaquil Moto Club, institución pionera del motociclismo deportivo y
entre 1977 y 1984 formó parte del directorio de la Federación Interna-
cional de Motociclismo en representación de las federaciones de Centro
y Sur América. Desde 1977 es radioaficionado y como tal se especial-
izó en el servicio de comunicaciones para casos de emergencia, esta
experiencia lo llevó a ser Coordinador de la Junta Provincial de Defen-
sa Civil. Ejerciendo ese cargo coordinó la creación de un sistema inte-
grado de comunicación de diferentes organismos de apoyo de la De-
fensa Civil como son Policía, Cuerpo de Bomberos, Comisión de Trán-
sito, Cruz Roja, las tres ramas de las Fuerzas Armadas y el aeropuerto
“Simón Bolívar” que se lo conoce como el servicio “911” y que sirvió
para ayudar a las víctimas del último fenómeno de “El Niño”. Por su
tesonera labor en la Junta Provincial de Defensa Civil recibió en 1989 la
Orden Nacional al Mérito en el grado de oficial. En 1991 realizó el “Ma-
nual de Emergencia del Radioaficionado Ecuatoriano” y siguió colabo-
rando con la Defensa Civil hasta 1994. En 1993 fue nombrado presidente
del Guayaquil Radio Club y desde 1995 formó parte del directorio de la
Unión Internacional de Radioaficionados, región americana, institución
en la que fue electo Secretario en 1998 hasta el año 2001, tiempo en el
cual Ecuador fue sede continental de este organismo técnico de comu-
nicaciones.
Desde muy joven se interesó en la historia como lector, su pa-
dre José Estrada Icaza había heredado parte de la biblioteca de su abue-
lo Víctor Emilio. Es solo a partir de 1999 que Eduardo vuelca su pasión
creativa en la investigación histórica, con tanto ahínco que en menos de
una década ha dado valiosos frutos. Comenzó investigando sobre el
faro que estuvo en el Guayaquil Yacht Club para lo que se relacionó con
el Instituto de Historia Marítima. Con esa institución se comprometió
a profundizar sus estudios sobre los faros de la república y en el año

179
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

2002 se publica el XIII tomo de la obra “Historia Marítima del


Ecuador” que fue su primera obra de envergadura en temas históricos.
Su dedicación a los temas marítimos lo han hecho acreedor al reconoci-
miento como miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de
Historia Marítima y Fluvial asumiendo el reto de trabajar en el Tomo
VII de la Historia Marítima del Ecuador que incluye la década que se
inicia en 1840. El primer volumen de esta extensa obra que trata con
profundidad la historia del Ecuador desde el punto de vista de los
intereses marítimos y fluviales cubre los años 1840 y 1841 fue publica-
do en el 2005. En la noche de hoy, el Capitán Mariano Sánchez Bravo,
director del Instituto de Historia Marítima presentara el segundo volu-
men que abarca los años de 1842 a 1844.
Es una obra vastísima, que incluye todos los aspectos navales,
de transporte marítimo y fluvial, de aduanas, portuarios, de astilleros,
comercio, búsqueda de guano, colonización de Galápagos, políticas
estatales y relaciones externas que afectaron el desarrollo marítimo y
fluvial de la república en el periodo estudiado. El trabajo está realiza-
do con prolijidad exponiendo Eduardo, abundante referencias docu-
mentales. Muy interesante es la información que el autor transmite de
los efectos de la fiebre amarilla en la costa ecuatoriana. Este terrible
azote llegó a Guayaquil desde Panamá con el bergantín goleta “Reina
Victoria” el 31 de agosto de 1842 y ocasionó miles de muertos. En un
inicio las autoridades no reconocieron la gravedad del mal por lo que
no se pudo evitar la expansión del mismo, a comienzos de octubre
cundió el pánico cuando morían decenas por día, el comercio se parali-
zó, la mitad de la población de la ciudad huyó a la Sierra, a poblaciones
pequeñas e incluso al Perú. El autor describe los esfuerzos del Gober-
nador Don Vicente Rocafuerte para organizar la atención a los enfer-
mos y evitar la propagación de la peste con medidas sanitarias. Este es
un ejemplo de los aspectos que cubre este trabajo y que lo hace tan inte-
resante; felicitaciones Eduardo y sigue adelante con el reto que te has
impuesto terminando los tres volúmenes restantes.
Desde que Eduardo comenzó a realizar investigaciones históri-
cas, ha dictado conferencias en diversas oportunidades, ha publicado
artículos en la revista del Instituto de Historia Marítima y ha participa-
do en encuentros de historia guayaquileña y nacional y en el VII
Simposio de Historia Marítima y Naval Iberoamericana. En agosto de
2005 presentó las conclusiones de su investigación sobre el diseño y
características del vapor “Guayas” que fue lanzado al agua en agosto

180
DISCURSO DE P R E S E N TAC I Ó N DE EDUARDO ESTRADA

de 1841 y que se representa en el escudo nacional. En el campo de la


genealogía, Eduardo Estrada mantiene un sitio Web interactivo sobre
los apellidos Estrada e Icaza que es un referente mundial para los que
llevan esos apellidos y quieren conocer sus raíces ancestrales. Debemos
resaltar que el recipiendario de esta noche escribe semanalmente desde
hace diez años en el diario Expreso sobre temas políticos y sociales del
país.
A los que conocemos a la familia Estrada Icaza no nos sor-
prende la pasión con la que Eduardo se ha dedicado desde hace ocho
años a la investigación y trabajos en el campo histórico. Don Emilio
Estrada Carmona fue un empresario comprometido con la revolución
liberal que escribió su pensamiento político y llegó a la Presidencia de
la República. Hace año y medio se cumplió el sesquicentenario de su
nacimiento y Guayaquil le rindió homenaje con la inauguración de su
estatua, acto en el que tuve el honor de recordar su memoria. Su hijo
Don Víctor Emilio Estrada Sciacaluga escribió sobre economía, política,
seguridad nacional y una biografía de su padre. Fue uno de los más
importantes empresarios guayaquileños de la primera mitad del siglo
pasado, Ministro de Estado y Presidente del Concejo de la Municipali-
dad de Guayaquil. Con su esposa doña Isabel Icaza Marín se afanaron
en darle a sus cinco hijos varones y tres mujeres la mejor educación de
la época. Para ese efecto en la década de los treinta se trasladaron unos
años a Bruselas donde también residían otras familias pudientes de
Guayaquil como los Orrantia González y Valenzuela Barriga. Fruto de
una educación sólida en principios y con alto nivel cultural sus hijos
sobresalieron en muchos campos destacándose especialmente los dos
mayores Emilio y Julio. Nos acompaña esta noche la menor de sus
hijas, María Leonor, cultísima dama guayaquileña a la que conocemos
cariñosamente como “Titina”.
Emilio fue también empresario y político habiendo sido electo
Alcalde de Guayaquil pero su personalidad resalta por la dedicación
que le puso a la investigación arqueológica. Trabajó con Julio Viteri
Gamboa, Francisco Huerta Rendón, Betty Meggers y Clifford Evans, y
del resultado de sus esfuerzos se conoció la más antigua cultura agrí-
cola de Sudamérica, la Valdivia. Sus obras más conocidas son: Arqueo-
logía de Manabí Central, Cultura Valdivia, Las Cultura Pre-Clásicas Forma-
tiva o Arcaicas del Ecuado, Prehistoria de Manabí, entre otras; por las que
fue reconocido como miembro de la Academia Nacional de Historia.
Julio Estrada Icaza realizó una magnifica labor de investigación históri-

181
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

ca y organizó el Archivo Histórico del Guayas que tanto ha servido pa-


ra documentar estudios regionales. Sus principales obras son: El Hospi-
tal de Guayaquil, El Siglo de los Vapores Fluviales con Don Clemente
Yerovi Indaburu como coautor; El Puerto de Guayaquil en tres tomos; La
Lucha de Guayaquil por el Estado de Quito en la que demuestra los esfuer-
zos locales por la integración nacional. Fue electo miembro de la Aca-
demia Nacional de Historia pero no llegó a incorporarse por su falleci-
miento.
En la cuarta generación del Presidente Estrada, destaca Cecilia
Estrada Solá, hija de Julio, quien ha terminado de recopilar el trabajo
de su padre y publicado la Guía Histórica de Guayaquil en cuatro tomos.
Actualmente se encuentra próxima a publicarse su obra sobre los in-
cendios de Guayaquil. Otros miembros de la familia trabajan en la-
bores sociales y culturales para beneficio de Guayaquil y el Ecuador.
Eduardo es hijo de don José Estrada Icaza y de doña Rosa Guz-
mán Sánchez, su padre murió a los cuarenta y un años cuando nuestro
nuevo colega académico tenía tan solo seis años. Cuando le informé
hace cerca de ocho meses que había sido aceptado como miembro
correspondiente de la Academia me dijo que su discurso de rigor en su
incorporación versaría sobre el Tricolor de la República del Ecuador y
confieso que pensé que este tema pudiera ser algo árido. Sin embargo,
¡cuán equivocado estuve! Eduardo ha investigado el origen de nuestra
bandera desde el tricolor usado por el patriota venezolano Francisco de
Miranda en sus primeros afanes independentistas y su interesante tra-
bajo se constituye en una importante obra para la historiografía nacio-
nal y bolivariana. No quiero extender mis comentarios sobre el mismo
para que sean ustedes los que aprecien este ilustrado trabajo.
Para mí y para el capítulo Guayaquil es un honor darte la bien-
venida Eduardo a la Academia Nacional de Historia. Esperamos que tu
incorporación a esta centenaria institución sea un estímulo para que
continúes sirviendo al país buscando la verdad de nuestro pasado his-
tórico. Hay mucho por hacer y la Patria necesita personas como tú dis-
puestas a sacrificar su tiempo investigando archivos, leyendo docu-
mentos, recopilando información, analizándolos y escribiendo para
beneficio de la memoria nacional.

Muchas Gracias

Guayaquil, julio 4 de 2007

182
LA BANDERA DEL IRIS
1801 - 2007

EL TRICOLOR DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR


1830 - 2007

Eduardo Estrada Guzmán

Discurso de Incorporación como Miembro Correspondiente de la Academia


Nacional de Historia

Introducción

Este trabajo, que es la síntesis de uno mayor, fue consecuencia


de una duda surgida cuando se presentó al Congreso Nacional el dise-
ño del vapor "Guayas" que debería ser el que figure en nuestro escudo
nacional.
El funcionario que recibió el diseño observó que la bandera
que llevaba el buque estaba equivocada, pues era el tricolor tal cual lo
tenemos hoy, cuando debía ser de tres franjas iguales, como el de Vene-
zuela, pues según el funcionario esa era la bandera de nuestra indepen-
dencia.
La bandera era lo que menos me había preocupado cuando tra-
bajé en el estudio del diseño del vapor "Guayas" original, pues hasta
ese momento yo daba por descontado que nuestra bandera actual era
la misma desde nuestra independencia como nación, con los conocidos
cambios legales durante el período Marcista y los eventuales cambios
temporales durante períodos revolucionarios. La duda sembrada por
ese funcionario motivó una investigación sobre el tema, cuyo resultado
presento a ustedes el día de hoy.
Viajaremos atrás en el tiempo hasta encontrarnos con Fran-
cisco de Miranda Rodríguez, precursor y protolíder de la independen-
cia de los territorios que conformarían la primera República de Colom-

183
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

bia, conocida conceptualmente como La Gran Colombia. Seguiremos el


proceso que llevó al diseño de la bandera tricolor y luego iremos retor-
nando hacia el presente, conociendo los cambios que se dieron en la
bandera y las causas de la confusión que hasta hoy ha persistido en
cuanto a sus colores y la magnitud de sus franjas horizontales.
La investigación de este proceso fue fascinante y cargada de
emociones y sorpresas. Al concluirla me siento satisfecho y creo haber
realizado un trabajo prolijo que está sustentado a cada paso con docu-
mentos primarios de irrefutable veracidad, o secundarios pero plena-
mente confiables. Hemos de señalar también los errores en que han
incurrido algunos historiadores, pues desafortunadamente es necesa-
rio hacerlo para evitar que esos errores continúen creando confusión e
incertidumbre.

El Concepto

Hay muchos conceptos sobre la bandera, pero el que me pare-


ce más apegado al espíritu que representa es el que les cito parcialmen-
te a continuación:

"Es la bandera esencialmente un símbolo de la Patria. En todo sím-


bolo tenemos un objeto material que representa un concepto espiri-
tual en virtud de una semejanza que se ha convenido en ver entre los
dos.
Así nuestra bandera no es materialmente sino un rectángulo de tela
de tres colores, amarillo, azul y rojo; pero en él hemos convenido en
ver la representación sensible de la Patria. Vemos la bandera y espon-
táneamente brota en nosotros la voz emocionada: ¡Patria, Patria!
¡Ecuador! Los colores se transforman en conceptos y sentimientos, y
por los ojos hablan al alma. La aparición del pendón amarillo, azul y
rojo es como la aparición de la Patria misma...".

Aurelio Espinosa Pólit, S.I.

Significado

La bandera nacional, en su conjunto, tiene un solo significado:


PATRIA.

184
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Miranda y su fascinación por los colores

Francisco de Miranda Rodríguez parece haber tenido una fas-


cinación por los colores desde que empezó a registrar sus memorias y
llevar un prolijo archivo de sus observaciones y correspondencia, pues
en ellas menciona con frecuencia las impresiones que le causaban los
colores. Esa fascinación ha hecho que determinar exactamente el
momento de concepción de los colores de la bandera de la independen-
cia de Colombia sea prácticamente una tarea imposible, pero sí encon-
tramos a lo largo de su amplia y variada correspondencia algunas refe-
rencias a los colores que serían los de la bandera colombiana, referen-
cias que se han prestado para crear teorías infundadas sobre los oríge-
nes de los colores.
Para comprender bien la historia de la bandera de Miranda, es
necesario conocer algunas de esas teorías que han sido presentadas por
historiadores a través de los tiempos:

Teorías

La influencia femenina y los uniformes


Las teorías de la influencia femenina y las de los colores de los unifor-
mes como importantes en la concepción de la bandera carecen de un
sustento sólido, no así las referentes a Colón y los Incas.

Los colores de Colón y de los Incas


Algunos investigadores han logrado establecer relación de los colores
de la bandera tricolor con dos temas que interesaban mucho, sino apa-
sionaban, a Miranda:
Su admiración por Cristóbal Colón y su opinión de que había
que hacerle justicia al "Descubridor del Nuevo Mundo", dándole su
nombre al continente que entonces ya se conocía como "América", fue
una obsesión para Miranda. La admiración de Miranda llegaba al pun-
to que su ejército se denominaría "Colombiano", sus memorias y co-
rrespondencia fueron recopiladas en una colección denominada
"Colombeia", que quiere decir "todo lo relacionado con Colón", y los
territorios que pretendía liberar se denominarían "Colombia".
Juan Zevallos Chevasco, investigador ecuatoriano, profundizó
en la relación de los colores Colombo-Mirandinos, estableciendo una

185
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

muy interesante relación en un trabajo inédito. Tuvo la gentileza de


adelantarnos el conocimiento de su trabajo que establece, sin duda
alguna, una relación directa de los colores del tricolor de Miranda con
los del escudo de armas primitivo de los Colón, que eran los tres pri-
marios del arco iris, ubicados en el orden correcto de rojo, amarillo y
azul.
Cuando los Reyes Católicos premiaron a Colón con un escudo
de armas acuartelado, en el cuartel siniestro inferior incluyeron las
armas primitivas de Colón, debajo de las de León y al lado de una crea-
ción original, descrita como "archipiélago de oro", que mostraba el gran
descubrimiento realizado por el explorador. (fig. 1 color)

Esta muestra relaciona directamente a Colón con Miranda y los


colores de la bandera tricolor.
Otra teoría es sobre la admiración que sentía Miranda por los
Incas. En sus escritos planea aplicar parte de la estructura política y
militar de los Incas en las tierras que liberaría del dominio español y es
bien conocida la admiración de los Incas por el arco iris y el uso de sus
colores en las ceremonias y en su vestimenta. Inclusive, se habla de una
divisa de los Incas, con pequeños cuadros de todos los colores del arco
iris, aunque no he podido encontrar una muestra. No sería esa la
misma bandera que usa actualmente el movimiento indígena en
América Latina, que es el arco iris en franjas horizontales que muestran
6 de los 7 colores visibles.
Los historiadores venezolanos Julio Febres Cordero y Carlos
Edsel González han establecido esa relación basados en algunos de los
libros que tenía Miranda en su biblioteca, como "Comentarios Reales",
de Garcilazo Inca de la Vega; "Los Incas", de Juan Francisco Marmotel
y los mismos escritos de Miranda en su "Colombeia".

186
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Dudas
Hay historiadores que han dudado de la concepción, por parte de
Miranda, de la bandera del arco iris. Uno de ellos fue el venezolano
Carlos Medina Chirinos, quien en un trabajo de 1940 que en su mo-
mento fue aceptado casi sin objeciones por sus colegas venezolanos,
dice tajantemente que "...ni el Generalísimo trajo nuestro emblema nacional,
ni posteriormente fue su autor", aseveraciones que fueron totalmente
erradas.
Otro incrédulo fue Santos Erminy Arismendi, quien dice: "El
teniente James Biggs, americano quien formaba entre los expedicionarios del
'Leander', en su relación, al reseñar el día 12 de marzo expresa: 'En ese día se
ostentaron por primera vez abordo, los colores de la bandera colombiana; es
una enseña que reproduce los tres colores que predominan en el arco-iris (...)'
Sin embargo, es de observar que lo apuntado por el Teniente Biggs nada prue-
ba históricamente, desde luego que allí no se determinan cuales son, para él los
colores predominantes en el arco-iris, porque si el azul, el amarillo, y el rojo
son ciertamente colores primarios, es por lo general el morado (color secunda-
rio) el predominante..." Con esto Arismendi nos ratifica que cada cual ve
los colores de manera distinta, porque la mayoría de las personas sí ven
predominar el rojo, amarillo y azul. Además, desde el punto de vista
histórico, nos indica que no estudió bien a "Colombeia", pues su duda
queda aclarada por el mismo Miranda, como veremos a continuación.

Las palabras de Miranda


Estando en Londres, Miranda promovía activamente su pro-
yecto libertario a través de reuniones con posibles auspiciadores y
conspiradores. Sus contactos con políticos importantes del momento le
abrían muchas puertas y su expedición se tomaba en serio y tenía
adeptos, aunque no los suficientes que la financiaran adecuadamente
para emprenderla, pues Inglaterra no tenía entonces el incentivo de
enemistad con España que sí tendría cinco años después.
El día 19 de mayo de 1801 presentó, en inglés, un proyecto de
materiales y equipos que necesitaba para su ejército, que ya había
denominado "colombiano". Parte de la primera hoja reproducimos a
continuación:

187
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Aquí tenemos, de "Colombeia" de Francisco de Miranda y


reproducida del original por primera vez, su definición de la bandera
colombiana, que bien claro la expresa como "La Divisa, el Arco Iris...", e
incluía la figura de la libertad y el nombre de "Colombia". Miranda pro-
yectó inicialmente llevar 20 pendones y 10 banderas.
Cinco días después, el 24 de mayo de 1801, presentó un pro-
yecto modificado, esta vez en francés, seguramente para conocimiento
de posibles auspiciadores que hablaban ese idioma:

En esta lista, nos da los colores como él veía el arco iris en la


bandera: rojo, amarillo y azul, y los ordena en tres "zonas" que serían
fajas. En este proyecto modificado mantuvo el número de banderas
pero cambió los 20 pendones a 5 pabellones.
Como podemos ver, Miranda sí estableció la relación de su
bandera con el arco iris y definió claramente que los tres colores de la
divisa eran el rojo, amarillo y azul, en el orden que aparecen en el fenó-
meno atmosférico. Esta es la bandera de 1801. (fig 2 color)
Estas palabras de Miranda esclarecen de manera concluyente
el hecho de la concepción de la bandera de Colombia basada en los
colores predominantes o primarios del arco iris.
Los términos "colours", "flags", "drapeaux" y "pavillons" que
usa Miranda en los documentos mostrados tenían significados especí-
ficos algo distintos a los actuales que constan en los diccionarios, aun-

188
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

que he consultado diccionarios y enciclopedias bastante antiguas para


encontrar las definiciones más cercanas a la realidad de 1801.

La bandera de 1801

Quedan indicados los colores de la que sería la bandera conce-


bida por Miranda en 1801, pero sin la figura de la libertad.
Sin embargo, de manera inexplicada por el mismo Miranda,
los colores fueron invertidos cuando la usó en su campaña libertadora
de 1806, como veremos a continuación.

La campaña de 1806

Para mediados de 1805, el proyecto de Miranda había evolu-


cionado al punto de que ya tenía suficientes recursos económicos y
apoyo político para financiar la expedición, procurarse los artículos
necesarios y tener un puerto seguro desde donde partir.
El apoyo que necesitaba lo encontró en los Estados Unidos de
Norte América, donde, si bien no logró apoyo oficial para su expedi-
ción libertadora, sí obtuvo la indiferencia necesaria para poder realizar
actividades que eran claramente preparatorias de guerra.

La bandera de 1806
No se conoce la razón por la que Miranda invirtió el orden de
los colores de la bandera cuando inició su campaña de 1806. Es más, en
ningún momento, desde que sale de Nueva York hasta que regresa a
Londres ese mismo año, se describe la bandera por parte del mismo
Miranda o sus acompañantes. Sólo James Biggs nos indica crípticamen-
te, el 12 de marzo, que: "Este día los colores colombianos fueron desplegados
por primera vez. Esta enseña está formada por los tres colores primarios que
predominan en el arco iris." Si nos ajustamos al sentido literal de sus pala-
bras, la bandera izada tendría que haber sido rojo, amarillo y azul, o
sea la misma establecida en 1801. Sin embargo, por declaraciones pos-
teriores realizadas por los pocos habitantes de Vela de Coro y Coro que
quedaron en los pueblos luego de realizada la invasión, la bandera que
se desplegó en ellos fue exactamente lo inverso, o sea azul, amarillo y
rojo.
La bandera que describirían los habitantes de Vela de Coro y

189
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Coro era exactamente la inversa de la descrita por Miranda en 1801 en


Londres. No se sabe cuál fue la razón para invertir los colores, pero
éstos seguían siendo los primarios del arco iris, aunque no en su orden
natural.

El "Leandro" navega sin bandera


Desde que salió de Staten Island, Nueva York, el "Leandro" sí había
desplegado la enseña americana hasta llegar y aún posiblemente hasta
salir de Jacmel, Haití. Biggs relata en carta del 1 de abril que el general
había declarado que el "Leandro" no tenía derecho a llevar la enseña de
los EE.UU. y que no izaría la enseña de Colombia hasta que fuera pri-
mero desplegada victoriosa en su tierra natal, de tal forma que el
buque se encontró navegando sin bandera, junto con sus dos goletas de
apoyo. Esta evolución puede tener una explicación en el descontento
que empezó a manifestar el capitán Lewis por la interferencia de otros
oficiales en su mando. Miranda no dio a Lewis el respaldo que el capi-
tán creyó merecer y eso causó un fuerte malestar en el comandante de
la nave insignia. Es posible que a raíz de ese problema, Lewis, marino
norteamericano, objetara el uso de su enseña en una expedición que a
todas luces era de carácter bélico y ajena a la política oficial de su país.

Ocumare, Capitanía General de Venezuela


El día 25 de abril al caer la noche, la flotilla estaba a seis millas
de Ocumare. Las dos goletas, con su menor calado, se acercarían a la
costa para efectuar el desembarco.
Pero los defensores de la costa no se quedaron impávidos y de
inmediato avisaron la novedad a Puerto Cabello. Ya habían llegado
avisos de alerta de otras fuentes, de tal forma que guardacostas espa-
ñoles estaban atentos a cualquier intento de invasión.
Por alguna razón el desembarco no se realizó el día 26 y eso
bastó para perder la oportunidad.
El 27 de abril, a las 6 de la mañana, se avistaron dos buques
cercanos a la costa. El general ordenó que se los persiga pero éstos des-
plegaron toda la vela posible y se acercaron más a la costa en dirección
a Puerto Cabello. Para las 10 a.m. el "Leandro" dejó de perseguirlos y
retornó a su puesto fuera de Ocumare. Se continuaron los preparativos
para el desembarco. Los guardacostas, en vez de continuar hacia Puer-
to Cabello regresaron hacia la flotilla a las tres de la tarde, con intención

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EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

de atacarla, lo que causó que se paralizaran las operaciones previas al


desembarco y los buques se prepararan para enfrentar a los guardacos-
tas, que eran un bergantín y una goleta. Luego de acercarse, éstos se
retiraron nuevamente, lo que dejó a la flotilla en paz por el momento,
pero con el programa de desembarco alterado.
A pesar de ese peligro, el general insistió que continuaran los
preparativos una vez caída la noche, con el fin de efectuar el desembar-
co temprano en la mañana del 28.
A las once de la mañana se contó con viento favorable y el
"Leandro" entró a enfrentar a los dos españoles. Se intercambiaron dis-
paros pero los tres buques estaban muy distantes para que alcanzaran
sus balas. Lewis intentó una maniobra de alejamiento para separar a
los guardacostas con el fin de enfrentarlos unitariamente, pero éstos no
la siguieron sino que se dirigieron contra las dos goletas de la expedi-
ción, ahora indefensas al alejarse de ellas el "Leandro". La maniobra
había sido un fracaso y las goletas cayeron presa de los guardacostas.
El desembarco había fracasado y se habían perdido hombres, armas y
equipos valiosísimos. Se atribuyó la captura de las goletas al hecho de
que no acataron la orden del general de mantenerse cerca del buque
insignia, que las habría protegido con sus cañones.
Pero aún así, Miranda no se daría por vencido y emprendió
una replegada táctica hacia la isla de Bonaire, donde se reabastecieron
de agua. El 1 de mayo se dirigió hacia Trinidad.

Las banderas capturadas en las goletas


Entre los materiales capturados en las dos goletas invasoras se
encontraban proclamas de Miranda y algunas banderas, las que fueron
llevadas a Puerto Cabello y Caracas, junto con los prisioneros, unifor-
mes y varios artículos, para el juicio y ejecución de los invasores captu-
rados.
Los documentos españoles del proceso dan cuenta de las ban-
deras capturadas, lo que ha causado gran confusión entre los historia-
dores al mencionarse una bandera que fue aceptada por algunos como
la oficial de la expedición. En esos documentos se incluyó también otra
bandera, aparentemente la bandera naval de Miranda, que sería usada
como enseña de los buques. Veamos algunos relatos.
Carlos Medina Chirinos, en su obra Observaciones sobre la ban-
dera venezolana, dice: "En abril de 1806 fueron apresados dos de los barcos de

191
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

la expedición del Precursor en las costas de Ocumare; de ellos se tomaron las


banderas revolucionarias que el 4 de agosto del mismo año hizo quemar
Guevara Vasconcelos en Caracas i Puerto Cabello, con el retrato i otros pape-
les del invasor. Los dibujos de tales banderas fueron a dar a manos del Rey, lo
mismo que el de la de Gual i España de 1797. (...) Esta bandera negra, roja, i
amarilla tiene su tradición revolucionaria, porque fue la insignia de aquellos
tremendos alemanes que tánto i tan reñidamente lucharon por la Unión
Germánica con inclusión de Austria..." Aquí anotamos que los alemanes
adoptaron tales colores por primera vez en 1848, de tal forma que el
historiador Medina Chirinos ¡se anticipó con 42 años a los mismos ale-
manes! Es una lamentable falla de investigación por parte de este reco-
nocido y respetado historiador venezolano.
Continúa Medina Chirinos: "La otra bandera, de las varias que
trajo el Precursor en 1806, es toda azul, sobre éste, un sol que brota de las
aguas; en el centro del azul, la faz de la luna llena, i arriba, fuéra de la bande-
ra, un gallardete rojo, en el cual se lee; 'Muera la Tiranía i Viva la Libertad';
abajo, fuéra de bandera, se lee: 'Pavellón de Miranda en su Corveta.' Supo-
nemos que a estos colores, azul, amarillo i rojo ha debido referirse el Teniente
Biggs cuando habla de colores del arco iris en su Crónica, porque en este
'Pavellón de Miranda en su Corveta' aparece el amarillo del sol, el azul del
paño y el rojo del gallardete, pero de ningún modo resulta tricolor, porque en
él existe el blanco de la luna llena...". Los mismos españoles etiquetaron
esta bandera como "Pavellon de Miranda en su Corveta".
Veamos dos de esas banderas mencionadas por Medina Chi-
rinos, con la leyenda puesta por los españoles. Ésta imagen es repro-
ducida del documento original que se encuentra en Sevilla:

La bandera "alemana" fue, según algunos historiadores, entre ellos


Carlos Edsel González, una de tantas banderas de camuflaje que llevó

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EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Miranda. En ese momento histórico, no representaba a nación alguna,


pero sí podía servir para confundir. Edsel también nos dice que esa
bandera pudo haber pertenecido a una de las unidades del Ejército
Colombiano que debía haber desembarcado en Ocumare. Algunos his-
toriadores la han confundido con la bandera de los revolucionarios del
19 de abril de 1810, pero si bien esa llevaba los mismos colores, eran en
otro orden, como veremos más adelante.
Sobre el pendón naval de Miranda es poco lo que podemos
decir, pues hemos visto que los buques de la expedición no izaron la
bandera colombiana o alguna otra que la enseña de los Estados Unidos
y ésta sólo en el "Leandro". Es muy posible que ese pendón fuera usado
en el "Leandro" cuando estaba anclado en Vela de Coro, junto con la
bandera colombiana.
Hay algunos relatos que aseguran que los colores de Colombia
flameaban en todos los buques menos los norteamericanos, pero eso no
es creíble, pues los británicos no permitirían tampoco que una bande-
ra extraña predominara en sus buques. A fin de cuentas, el "Leandro"
era el único buque que pertenecía a Miranda, pues el resto eran presta-
dos o temporalmente alquilados.

Navegando sin destino


El 28 de mayo, después de muchas vicisitudes mientras nave-
gaban, por las cuales la confianza de las tropas expedicionarias en su
jefe fueron menguando, la tripulación del "Leandro", cansados de huir
de todo buque que se avistaba, desplegando la enseña norteamericana,
permitió que se le acercara uno que resultó ser el balandro de la arma-
da inglesa "Lilly", cuyo comandante informó al general Miranda que lo
andaba buscando y que lo invitaba a entrar a puerto inglés.
El apoyo de la flota inglesa revivió la expedición y el "Leandro"
partió de la isla Barbados con destino a la isla Trinidad, en compañía del
balandro "Lilly", el bergantín "Express" y la goleta mercante "Trimmer".

La flotilla en Trinidad
El 24 de junio entraron a Trinidad, donde recibieron el apoyo
decidido de las autoridades británicas. La expedición recibiría apoyo
logístico inglés así como buques, pero no tropas para la invasión.
El 25 de julio partió de Trinidad la flota invasora, que estaba
integrada así: "Leandro", de 16 cañones; "Lilly", 24; "Express, 12;

193
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

"Attentive", 14, "Provost", 10; y, los botes cañoneros "Bull-dog",


"Dispatch" y "Mastiff" de dos y tres cañones. También la integraban dos
buques mercantes desarmados, "Trimmer" y "Commodore Barry". Las
tropas para el desembarco no excedían los 400 hombres. Luego se les
uniría otro buque, el "Bacchante".
La expedición no sólo había revivido sino que con el apoyo
inglés se había fortalecido más allá de lo que Miranda había soñado
para dar su golpe contra los españoles.

Desembarco en La Vela de Coro


El 2 de agosto la flota se acercó a la costa a la altura del puerto de La
Vela de Coro. Una mala maniobra del piloto llevó a la flota más allá del
puerto, por lo que tuvieron que maniobrar para regresar y así perdie-
ron el elemento de sorpresa. Se intentó un desembarco, pero el viento
fue adverso y no pudieron completarlo. Tuvieron que esperar hasta el
día 3 en la madrugada, cuando desembarcó la primera división bajo la
protección del fuego de los buques. Los fortines de La Vela respondie-
ron, así como mosqueteros desde los arbustos en la playa, pero no pu-
dieron impedir el desembarco. Las tropas se dirigieron de inmediato a
los fortines para capturarlos, lo que lograron rápidamente, virando de
inmediato los cañones para dirigirlos hacia la población.

Flamean en el continente los colores de Colombia


Fue entonces en el fortín de San Pedro, al amanecer del 3 de agosto de
1806, que el sol naciente mostró flameando el tricolor de Colombia. El
avance de las tropas invasoras fue relativamente rápido, pues las tro-
pas realistas no opusieron mayor resistencia. Sin embargo, en su avan-
ce se encontraron con un pueblo abandonado por sus habitantes, pues
las autoridades españolas habían difundido historias terribles de lo
que les harían los invasores. Sólo quedaron en el pueblo aquellos que
no habían podido fugar por razones de salud o avanzada edad, así
como los presos de la cárcel.
La ausencia de la población fue el primer golpe que sufrió
Miranda, pues él esperaba ser recibido con los brazos abiertos por los
habitantes, que lo verían como su libertador.
Miranda envió emisarios con proclamas y banderas de tregua
para invitar a los ciudadanos a volver a sus hogares, mas nadie acogió
su invitación.

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EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

El día 4 entró el ejército libertador en Coro, encontrando la ciu-


dad abandonada al igual que La Vela. Esto no sólo era una decepción
para quienes pensaban que serían acogidos como libertadores, sino
que planteó un problema militar de inmediato: Sin población los pue-
blos no tenían utilidad alguna y no habría forma de aumentar las tro-
pas como se requería para continuar con la invasión y ampliarla hacia
el interior. No había noticias de fuerzas que se les unirían para refor-
zarlos y sin ellas la invasión fracasaría. Tampoco habría reabasteci-
miento de alimentos y pertrechos.
Esto acabó con todas las ilusiones de la invasión y quedó claro
que no habría la espontánea manifestación de adhesión de los pueblos
a quienes se pretendía dar libertad. Las tropas se sintieron engañadas
y, más grave aún, Miranda tuvo que enfrentar la realidad de que no era
bienvenido por parte de quienes él había venido a liberar.
Para el día 10 de agosto la situación era insostenible, pues no
tenían como reabastecer las tropas ya que los abastecedores de los pue-
blos se habían mantenido alejados. Los pueblos seguían abandonados,
salvo por las tropas y los mismos moradores que habían estado allí al
desembarcar.

La retirada
Un consejo de guerra, en el que participó Miranda, decidió
reembarcar y abandonar las plazas. Así lo hicieron el 13 de agosto,
dejando atrás, con un fracaso, el primer intento de liberación de los
pueblos de la Capitanía General de Venezuela.
Una vez retiradas las fuerzas invasoras, las autoridades forma-
ron causa para averiguar los pormenores de lo que había sucedido. En
las declaraciones de los pocos habitantes que permanecieron en los
pueblos encontramos repetidamente la descripción del tricolor que Mi-
randa desplegó por primera vez en territorio continental americano.
Todos coinciden en declarar que los colores de la bandera que vieron
en la torre de la iglesia eran azul, amarillo y encarnado, en ese orden,
de arriba hacia abajo. (fig. 3 color)

La Bandera de 1811

La importancia de esta bandera


Esta parte es, tal vez, la más importante de todo este trabajo,
pues la bandera creada por la Comisión del Supremo Congreso de Ve-

195
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

nezuela en 1811, es la bandera madre de las actuales de Colombia,


Ecuador y Venezuela.
A lo largo de este trabajo, revisaremos los actos legales que fue-
ron formando nuestras tres banderas y encontraremos que jurídica-
mente mantuvieron una continuidad evolutiva interrumpida pero con-
secuente, aunque en algunos casos se dieron errores en los textos lega-
les que cambiaron el sentido de lo actuado y que alteraron la configu-
ración real de la bandera.

Miranda y el tricolor
La bandera tricolor primitiva del Ejército Colombiano de Francisco de
Miranda murió con el retiro de las tropas de La Vela de Coro. Miranda
no volvió a mencionar ese tricolor azul, amarillo y rojo que había sufri-
do la derrota. Pero en su mente se mantenía la composición elemental
del arco iris, como símbolo de libertad.

Simbolismo del iris


Figurativamente, la luz ha sido y sigue siendo un símbolo de libertad
y por ello las estatuas que la representan frecuentemente llevan una luz
en alto. Si estos colores primarios podían combinarse en secundarios
para reunirse y dar nuevamente una luz blanca luego de haber sido
separados, algo especial tenían esos colores. Creemos que es por esto
que Miranda mantuvo su interés en ellos y si hubiera sido necesario,
los combinaría de todas las formas posibles en las divisas que signifi-
caban libertad. Hasta 1806 ya había puesto en práctica dos combinacio-
nes de las cuales tenemos conocimiento, y en 1811 haría otra combina-
ción, esta vez más duradera.
Aunque nos salimos del orden cronológico de la narrativa, una
demostración clarísima del simbolismo del iris como representación de
la libertad lo tenemos en palabras memorables de Simón Bolívar:
"Yo venía envuelto con el manto del Iris, desde donde paga su tribu-
to el caudaloso Orinoco (...) Yo me dije: este manto de Iris que me ha
servido de estandarte ha recorrido en mis manos sobre regiones infer-
nales, ha surcado los ríos y los mares; ha subido sobre los hombros
gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Co-
lombia, y el tiempo no ha podido detener la marcha de la Libertad.
Balona ha sido humillada por el resplandor de Iris..."
Cita parcial de: Mi delirio sobre el Chimborazo.

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EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Vientos de libertad
Para fines de la primera década del Siglo 19 los vientos de
libertad arreciaban en las Américas. La debilidad de España, subyuga-
da por el imperio francés, dio la oportunidad de comenzar movimien-
tos revolucionarios que, camuflados como actos de apoyo al rey Fer-
nando VII, darían los primeros pasos hacia la libertad. Movimientos
similares se dieron en la Presidencia de Quito, Virreinato de Nueva
Granada y Capitanía General de Venezuela entre 1808 y 1811.
En Venezuela, lugar donde nacería nuestra actual bandera, el
movimiento libertario comenzó efectivamente el 19 de abril de l.810,
como un renacer de la conspiración de los mantuanos, de 1808 y como
uno de apoyo al legítimo Rey de España. Los mantuanos eran indivi-
duos que pertenecían al grupo de criollos poderosos en la época colo-
nial. A nombre del Rey, se desconoció al Gobierno títere de los france-
ses y se estableció una "Junta Suprema Conservadora de los Derechos
de Fernando VII". Esta Junta enarboló, a partir del 4 de mayo, una ban-
dera que sería considerada como la segunda del movimiento libertario
venezolano (la primera, la de Miranda).
Era una divisa compuesta de los colo-
res rojo, amarillo y negro, con la sigla F VII en
la franja amarilla central. Los colores rojo y
amarillo significaban la bandera española y
el negro la alianza con Gran Bretaña, que fue
factor indispensable para lograr el objetivo
de los supuestos "Conservadores".
El resultado fue que, aunque el 19 de abril de 1810 no se decla-
ró la independencia de España, para todo efecto práctico se había esta-
blecido una administración independiente de la del reino, lo que llevó
eventualmente a la declaración de independencia formal, el 5 de julio
de 1811.

Se instala el Congreso de Venezuela


El Congreso General de Venezuela se instaló el 2 de marzo de
1811, jurando fidelidad al rey Fernando VII. Al comenzar su trabajo
reformó su nombre al de "Supremo Congreso de Venezuela" y se esta-
bleció como la máxima autoridad, por sobre el Poder Ejecutivo y el
Judicial.
El trabajo avanzó lentamente al comienzo, a pesar de que se
nombró una comisión para redactar un proyecto de Constitución. No

197
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

afloraron en los primeros meses del Congreso los sentimientos inde-


pendentistas pero estaban allí, a punto de ebullición.

Las actas del día 5 de julio de 1811


Para el día 5 el tema era el que predominaba y se dieron ardo-
rosos debates en la sesión de la mañana, hasta que a las tres de la tarde
el Presidente de turno, Juan Antonio Rodríguez Domínguez, expresó
que está: "...declarada solemnemente la Independencia absoluta de
Venezuela".
En la sesión de la tarde, aparte de nombrar la comisión que
redactó la Declaración de Independencia, se nombró una comisión:
"para la asignación de la bandera y cucarda nacional a los señores Miranda,
Clemente y Sata..."
Si leemos con atención esas pocas palabras y vemos lo que ocu-
rrió en los próximos días, notaremos que el proceso secretarial no era
muy prolijo.
Para efectos de claridad, los nombres completos de los comi-
sionados eran: general Francisco de Miranda Rodríguez, capitán de
fragata Lino de Clemente y Palacio, y capitán de ingenieros José de
Sata y Busy.
Las actas de los días 6 y 7 de julio nada dicen sobre la aproba-
ción de la cucarda o escarapela que debían presentar los comisionados;
sin embargo, en la proclama emitida por el Supremo Poder Ejecutivo el
8 de julio, referente a la "Independencia de Venezuela", en su párrafo ter-
cero dice: "...y que desde hoy en adelante se use por todos los Ciudadanos, sin
distinción, la escarapela, y divisa de la confederación Venezolana, compuesta
de los colores asul celeste al centro, amarillo y encarnado á las circunferencias,
guardando en ella uniformidad".

A la izquierda, la muestra de la Escarapela de 1811 en el Archivo


General de la Nación, de Colombia y a la derecha la de los fondos del
Foreign Office, de los Archivos Nacionales del Reino Unido.

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EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Estaba claro que la escarapela había sido aprobada por el Con-


greso y puesta en uso por el Poder Ejecutivo, a pesar de que no consta
en actas. El orden de estos colores es el de 1801.

El acta del 9 de julio de 1811 – Se aprueba la Bandera


El día 9 de julio el acta de la única sesión dice en su segundo
párrafo: "Se trató de la nueva Bandera Nacional, y quedó aprobado el diseño
presentado por los señores Clemente y Miranda, comisionados al efecto en la
forma que corre, y se ha mandado usar".
El texto de esta acta es demasiado escueto y por ello merece análisis
comparativo con lo mandado por el Congreso el día 5.
Hay varios puntos que destacan: 1) Se omite el nombre del
diputado Sata y Busy, lo que se presta a conjeturas, pues no se conoce
que se haya excusado. También puede él haber estado a cargo de la
escarapela y al concluir su trabajo ya no participó en la comisión. 2) No
menciona la cucarda, por la obvia razón de que ya había sido aproba-
da y dispuesto su uso. 3) No se describe la bandera aprobada, una falla
grave, pues ésta era su partida de nacimiento. 4) Fue mandada a usar,
como en efecto lo fue, por primera vez, el 14 de julio. 5) No se objetó de
forma alguna el proyecto presentado, de tal forma que su aprobación
fue por consenso, lo que significa que era un diseño aceptable para
todos los diputados.
Pero desde este punto nace una gran controversia que ha dura-
do, hasta hoy, 196 años y posiblemente dure muchos más.
La controversia se origina por falta de documentación. Ya vimos
que la resolución del Congreso fue redactada de manera incompleta y
ambigua, lo que se presta a muchas interpretaciones y especulación.

La bandera de tres franjas desiguales


Todos los historiadores venezolanos concuerdan que la bande-
ra creada por la comisión del Supremo Congreso de Venezuela fue de
tres franjas desiguales, descrita así de forma representativa por el his-
toriador de la bandera Sr. Daniel Chalbaud Lange: "La Bandera era la
misma que el Precursor había hecho ondear en 1806 en Jacmel, La Vela y Coro.
Sus colores eran amarillo, azul y rojo, en franjas desiguales, más ancha la pri-
mera que la segunda, y ésta más que la tercera". Chalbaud es de la escuela
que cree que la bandera de 1806 fue la misma de 1811, a más de la teo-
ría de las franjas desiguales.

199
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Documentos de soporte
Después de mucho investigar, he llegado a la conclusión de que hay
solamente dos documentos que son el sustento de la bandera de tres
franjas desiguales que casi todos los historiadores venezolanos consi-
deran como la de 1811:

El relato de José Félix Blanco


El primero y más importante es un relato de José Félix Blanco,
importante historiador venezolano del Siglo 19. El segundo, que corro-
bora al primero, es una carta, de la cual no he podido encontrar su ori-
ginal, fechada 4 de febrero de 1814. Veremos ambos documentos en
orden.
El general Guzmán Blanco, gobernante de Venezuela en 1875,
ordenó se publicara una obra que recopile los "Documentos para la his-
toria de la vida pública del Libertador de Colombia, Perú y Bolivia".
Esos documentos, en gran cantidad, habían sido recopilados, puestos
en orden cronológico y anotados por el sacerdote, historiador y Gene-
ral honorario José Félix Blanco, nacido en 1782 y fallecido en 1872.
Permanecieron inéditos hasta la orden del presidente Guzmán Blanco.
José Félix Blanco fue partícipe de muchos eventos de la independencia
pero no comenzó su carrera de historiador sino hasta avanzada edad.
En la monumental obra ya citada, Blanco escribe en la página 165 del
Tomo III, con el número referencial 580:

"EL CONGRESO GENERAL DE VENEZUELA FIJA EL PABE-


LLON Y ESCARAPELA NACIONAL DEL NUEVO ESTADO
INDEPENDIENTE"
"Aprobada por el Congreso la proposicion hecha de declararse inme-
diatamente la Independencia, nombró una Comision de su seno com-
puesta de los Diputados general Francisco Miranda, Capitan de
Fragata Lino Clemente y Capitan de Ingenieros José de Sata y Bussi,
para que le presentasen un diseño de la Bandera y escarapela que
debiera establecer el nuevo Estado independiente; y desde luego exhi-
bieron una muestra formada de los tres colores del Arco Iris, fajas
horizontales, amarillo, mas ancho, azul ménos ancho, y encarnado
ménos ancho que el inmediato, que fue aceptada sin contradiccion.
Este fue el pabellon que habia compuesto Miranda desde Europa y el
que trajo en sus espediciones sobre Ocumare y Coro en el año de

200
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

1806. (...) El 14 del propio Julio se publicó solemnemente el Acta de


la Independencia y se enarboló el Pabellon Nacional adornado con el
emblema de una India, concurriendo á la plaza mayor de Catedral,
hoy plaza Bolívar, los cuerpos de todas las armas, mandados por el
Gobernador militar don Juan Pablo Ayala..."

Como podemos ver claramente, no se trata de una cita textual


de las actas del Congreso sino de un relato dentro de una obra muy
amplia.
Veamos la supuesta bandera de 1811.

La carta de las lanillas


El segundo documento es una carta, fechada 4 de febrero de
1814, que envía el Sr. José Antonio Gonell, Ministro e interventor de las
Cajas de La Guaira, al Sr. Director General de Rentas Nacionales. El
texto dice: "Hemos recibido la orden de V. S. de 3 del presente, sobre
que el encargo de lanilla para pabellones y talcos (lámina metálica muy
delgada y de uno u otro color, que se emplea en bordados y otros ador-
nos): encargaremos los cajones de este artículo como V. S. dispone; pero
no haremos el encargo de las lanillas según habíamos representado a V.
S. sino de esta suerte: ocho piezas del color amarillo, siete del azul y
seis del encarnado, atendiendo a que no deben llevar los pabellones los
colores iguales."
En cuanto a esta carta, aunque se ubicara su original dudaría
de su autenticidad, pues ella se da en un momento en que el tricolor
amarillo, azul y rojo, en ese orden, no era la bandera en uso, sino una
de dos: La entonces bandera de Cundinamarca, similar al antiguo tri-
color de Miranda de 1806: azul, amarillo y rojo de franjas iguales, o la
bandera de los cuadrilongos rojo, amarillo y verde de Cartagena, que
era la bandera que según historiadores colombianos llevaban los ejér-
citos de Bolívar en esa época.
Pudo ser el tricolor de Cundinamarca, similar al de Miranda
de 1806, porque el 30 de octubre de 1813 el Libertador le escribió al

201
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Gobernador de Margarita, Gral. Juan Bautista Arismendi: "El pabellon


que la victoria ha enarbolado en todos los pueblos de Venezuela y que debe
adoptar toda la nacion, es el mismo que se usaba en la primera época de la
República, estos es, de los tres colores azul, amarillo y encarnado".
Si la carta de Bolívar es auténtica (y debe serlo, pues la fuente
es el trabajo de su edecán, Daniel Florencio O'Leary), la bandera de la
que escribió fue la de Cundinamarca, que fue aprobada por el Colegio
Electoral el 7 de agosto de 1813, en Santa Fe de Bogotá, y que pertene-
cía a la nación que le estaba dando apoyo para su campaña libertado-
ra. No podemos descartar que fuera el mismo Bolívar quien sugiriera
a los gobernantes de Cundinamarca la adopción de esta bandera, en
memoria de los eventos de 1806. Esta bandera y la de Miranda de 1806
son idénticas en concepto, aunque los matices de los colores podían ser
algo distintos. (fig. 4 color)
Pudo ser el cuadrilongo rojo, amarillo y verde de Cartagena,
con la estrella de ocho puntas en el centro, porque aún desde antes de
que fuera adoptada esa bandera como nacional de manera provisional
por el Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, a par-
tir del 26 de abril de 1814, ya había sido usada por las tropas libertado-
ras. Tenemos para ello la clara evidencia de la muerte del valiente coro-
nel Atanasio Girardot, que la llevaba el 30 de septiembre de 1813, día
que pasó a la gloria al plantarla y luego morir en la cima del Bárbula. La
bandera de Cartagena había sido concebida el 17 de noviembre de 1811.

Está claro entonces que las tropas libertadoras de la Campaña Admi-


rable llevaron una de dos banderas: El tricolor de Coro y de Cun-
dinamarca, o la bandera de Cartagena.
Sea cual fuere la bandera, lo dicho por el Sr. Gonell no es apli-
cable, pues si era la de Miranda y Cundinamarca, la tela tendría que ser

202
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

en las mismas proporciones; y, si era la de Cartagena, se necesitaba


lanilla verde en vez de azul.

La verdadera bandera de 1811


No deja de ser difícil contradecir a todos los historiadores de
un país, que están convencidos de que la bandera fue como la descri-
bió Blanco; y, peor aún si son del país donde nació la bandera. Ellos han
tenido en sus manos, desde hace muchos años, la evidencia de como
era la bandera de 1811, pero por respetar ciegamente lo dicho por el
venerable Blanco, no han querido ver las evidencias que tenían al fren-
te y que al menos un historiador de la Bandera, Francisco Alejandro
Vargas, tuvo en sus manos en dos ocasiones, las presentó al menos en
dos ediciones (de 1940 y 1972) de su trabajo "Estudio Histórico sobre la
Bandera, el Escudo y el Himno Nacional de Venezuela", pero las ignoró
sin razonamiento lógico alguno. Más aún, el trabajo de Vargas ha sido
la base de muchos otros, pero aparentemente ninguno de quienes lo
han usado prestaron atención a esas evidencias publicadas.
Ante la uniformidad de criterio de los eminentes historiadores
venezolanos, éste investigador y escritor de historia también creyó por
algunos meses que la bandera de 1811 era la de franjas desiguales y ya
tenía desarrollado su trabajo en ese sentido, pero la evolución de la
investigación y el encuentro de una y luego varias evidencias contra-
dictorias pero irrefutables y concluyentes, echaron abajo todo lo elabo-
rado sobre la base del trabajo de los historiadores venezolanos.
La evidencia inicial vino de Francisco Alejandro Vargas, en la
segunda edición, de 1940, del trabajo ya mencionado.
En la página 14, nota (6) dice:
"El Boletín de la Academia Nacional de la Historia (ANHV), N° 87,
tomo XXI, correspondiente a los meses de julio, agosto, y setiembre
de 1939, trae entre sus páginas 262 y 263 un cróquis en colores del
diseño de una Bandera y una escarapela, diseño que según la erudita
afirmación de Don Manuel Segundo Sánchez, proviene de los archi-
vos de Foreign Office. El Escudo de esta Bandera, además de la des-
cripción hecha arriba, trae las siguientes inscripciones: a la espalda de
la india VENEZUELA LIBRE, y en una cinta, a sus pies; COLOM-
BIA. No fue ésta la Bandera adoptada por el Constituyente de aquel
año, porque sus dimensiones son: amarillo doble ancho del azul y el
rojo, que si eran franjas de igual anchura. Es muy probable que aquel

203
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

sea uno de los proyectos surgidos por aquellos días. Observamos que
si a este diseño le quitamos el Escudo y colocamos en su centro el de
la Bandera colombiana o el de la ecuatoriana, resultaría semejante a
cualquiera, de ellas, ya que los Pabellones de estas Repúblicas herma-
nas, tienen esas dimensiones, y han conservado los colores usados por
la Unión Gran Colombiana: Venezuela, Nueva Granada y Quito".

Bien, para cualquiera que lea estas palabras por primera vez
sin antecedente alguno, es poco lo que dice porque confunde, pero con
los antecedentes que ya tenía, me llamó mucho la atención, especial-
mente en la última parte.
Estas palabras me dirigieron hacia el archivo del Foreign Offi-
ce, pues en las fuentes consultadas localmente no tenían ese número
del boletín de la ANHV (aún no conocía otro fondo, que sí lo tenía). El
archivo del Foreign Office de la Gran Bretaña está actualmente bajo
custodia de los Archivos Nacionales del Reino Unido (NAUK). Una
búsqueda en ellos, con la asistencia de su personal especializado, no
dio resultados positivos, a más de recibir de ellos una copia en tamaño
natural de la proclama del 8 de julio de 1811 del Poder Ejecutivo de
Venezuela, con la cual se pudo aclarar el tema de la escarapela. El per-
sonal del NAUK me comunicó que el material que necesito bien podía
estar en alguna carpeta no consultada, lo que requería una investiga-
ción ampliada, con un costo muy elevado. Esa investigación amerita
que sea realizada por un Gobierno que desee esclarecer sin duda algu-
na la historia de las banderas.
Ese resultado me dirigió hacia los Archivos Nacionales de los
EE.UU. pues era muy posible que ese país también recibiera una copia
del diseño de la bandera. Paralelamente también realicé un contacto en
Francia, pero sin resultados. Felizmente contaba con un colaborador
espontáneo y muy eficiente en Washington, y en cuestión de pocos días
tuve en mis manos una copia de la bandera que había sido enviada por
el Supremo Poder Ejecutivo de la Confederación de Venezuela al Presi-
dente de los Estados Unidos de Norte América en 1811. Verla fue reci-
bir un balde de agua fría y en ese momento se derrumbó todo el traba-
jo de algunos meses.
Esta imagen era, claramente, la de una bandera en que la fran-
ja clara ocupaba la mitad y los otros dos colores, indefinidos al ser
tonos de grises, ocupaban la otra mitad en partes iguales. Como escu-

204
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

do tenía lo que se veía claramente como una india. En pocas palabras,


era igual a la bandera que describió Vargas como la que estaba en los
archivos del Foreign Office.
Era, además, parecida a la publicada en varios trabajos vene-
zolanos, entre ellos el primario que usé para la investigación inicial,
que era el de Daniel Chalbaud Lange, pero con diferencia en el ancho
de las franjas y en el escudo con la india. Veámoslas a continuación:

National Archives and Records Administration. Colombia, Microfilm 51, Rollo 1, Cuadro 53

Inmediatamente se vio que había un claro conflicto en el punto


crítico del ancho de las franjas.
Como se hizo imperativo ver el diseño que estaba en el Boletín
de la ANHV y como habían algunos otros puntos pendientes que era
necesario resolver, decidí emprender un viaje de investigación a
Bogotá y Caracas.
En el Archivo General de la Nación, en Bogotá, entre los prime-
ros documentos que encontré estuvo el que muestro a continuación:

En ese archivo tienen una acuarela a todo color de la bandera


venezolana de 1811. Está archivada en la Mapoteca y registrada en su
índice (arriba derecha). (fig. 5 color)

205
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Ahora faltaba conocer el ejemplar que estaba, según Vargas, en


el Boletín N° 87 de la ANHV.
Se ubicó el dibujo de la bandera, no en el Boletín N° 87 como
había dicho Vargas, sino en el N° 83, que correspondía a los meses de
julio, agosto y septiembre del año 1938. Era obvio que Vargas no había
buscado ni visto el dibujo y se había limitado a escribir lo que le dieron
de referencia equivocadamente. Si hubiera leído lo que dice el artículo
sobre los documentos copiados del fondo del Foreign Office, habría te-
nido que estudiar el asunto de ese dibujo minuciosamente y se habría
encontrado con que se ubicaba en 1811 por los documentos que lo
acompañaban.
A continuación el dibujo reproducido de las copias fotográficas
del Foreign Office:

La imagen fotográfica era en blanco y negro y había sido pin-


tada para la publicación en el boletín, pero las proporciones de los colo-
res son inequívocas. El escudo no permite alterarlos.
En la edición de 1972 de la obra ya citada de Francisco Alejan-
dro Vargas, en la página 18 dice textualmente: "En noviembre de 1946,
cuando visitamos el Archivo Nacional de Colombia, en Bogotá su culto
Director, nuestro apreciado amigo y colega, Doctor Enrique Ortega Ricaurte,
nos mostró una copia en colores del diseño original que se conserva en Wa-
shington; copia que hoy reproducimos y en el cual puede observarse que ade-
más de la descripción que hemos hecho antes, trae las siguientes inscripciones:
a la espalda de la india, VENEZUELA LIBRE, y en la cinta, a sus pies,
COLOMBIA. Observamos también que si a este diseño le quitamos hoy el
Escudo y colocamos en su centro el de la Bandera Colombiana o de la
Ecuatoriana, resultaría semejante a cualquiera de ellas, ya que los Pabellones
Nacionales de estas Repúblicas hermanas han conservado permanentemente

206
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

los colores y dimensiones de la Bandera de Venezuela, Bandera Madre, desde


el establecimiento de la Unión Colombiana, el 17 de Diciembre de 1819".
Él está diciendo, en la última parte de la cita, lo que era una
realidad, pero luego de decir esto, no vuelve a tocar el tema, ignorán-
dolo inexplicablemente.
Pero Vargas está errado, pues la imagen que publica en la pági-
na 17 de esa obra no es de la que está en Bogotá, ni la que está en
Washington, ni la que consta en el Boletín N° 83 de la ANHV (Londres).
Es diferente a todas si se comparan los detalles del dibujo del escudo.
Adicionalmente, como se podrá comparar más adelante, el
ejemplar en Bogotá, que es un dibujo original, no es copia del de Wa-
shington. De hecho, comparando los tres ejemplares (cuatro con el de
Vargas), verá que en el dibujo de la india hay diferencias entre los ejem-
plares, incluyendo uno crítico: En el de Londres y en el de Vargas dice
Venezuela Libre. Los otros dos dicen sólo Venezuela. Hay diferencias
sutiles en las varias figuras y muy obvias en el lagarto.
No cabe la menor duda de que se trata de la misma bandera,
ni cabe duda sobre las proporciones de las franjas, aunque son obvias
las diferencias en la india, el lagarto, los adornos y las leyendas, que
constituyen la parte difícil del dibujo de esa bandera.

Comparativo de los dibujos de la india en las cuatro banderas

Washington Bogotá

Londres Vargas - 1972

207
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Estos dibujos ampliados permitirán al lector poder comparar


las cuatro indias en los varios diseños disponibles. Es muy posible que
el de Vargas sea un arte moderno realizado a su orden. En todo caso, se
ve claramente que todos tienen diferencias, aunque sutiles entre sí,
algo lógico si consideramos que se tratan de artes realizados, al menos
tres de ellos, en 1811.

Legitimidad de esta bandera


Ahora viene el asunto de su legitimidad.
Vargas no supo qué hacer con la información que tenía, ni los
historiadores que le dieron las referencias analizaron lo que tenían en
sus manos.
Cierto es que el ejemplar en Bogotá, el que está a todo color,
está huérfano de documentos de soporte, aunque una investigación de
los documentos de Cartagena y de Cundinamarca en 1811 podrían
traer sorpresas. Y cierto es también que el ejemplar traído desde Lon-
dres vino con otros documentos que no tienen relación a él, aunque no
debemos olvidar que los mismos funcionarios del National Archives of
the United Kingdom dejaron claro que los documentos pueden estar en
alguna carpeta no consultada.
Pero el ejemplar que vino de Washington sí tiene sus soportes,
que le dan legitimidad incuestionable. Veamos los hechos.
El 9 de julio de 1811 la bandera fue presentada por la Comisión
al pleno del Congreso, quienes la aceptaron sin modificación y dispu-
sieron sea usada
El 14 de julio fue desplegada por primera vez, al amanecer, en
el Cuartel de San Carlos, a pocos pasos del actual Panteón Nacional, en
Caracas. Luego, ese mismo día, fue desplegada en la Plaza Mayor,
actual Plaza Bolívar.
El 29 de julio de 1811, don Cristóbal de Mendoza, Presidente en
turno del Supremo Poder Ejecutivo de la Confederación de Venezuela,
escribe a don Telésforo Orea, residente en Filadelfia y Washington, y
hasta esa fecha "comisionado privado" de Venezuela en los EE.UU. Lo
nombra oficialmente "Agente Extraordinario de la Confederación de
Venezuela" y le dispone se presente ante el Presidente de los Estados
Unidos y le comunique solemnemente la declaración de independen-
cia que acababa de promulgar el Congreso. El Sr. Orea debía obtener
del Gobierno de los EE.UU. el reconocimiento de la nueva nación y el

208
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

establecimiento de "relaciones comerciales y demas que sean convenientes á


la misma felicidad..."
El Sr. Orea se presentó ante el Secretario de Estado de los
EE.UU. James Monroe, el 6 de noviembre de 1811. Le entregó una co-
municación en la cual consta, en las páginas 2 y 3, el siguiente texto:
"Permitame V. S. que le acompañe un diseño de la bandera Nacional que desde
ahora será el distintivo de Venezuela entre las demás Naciones..."
Veamos a continuación una reproducción parcial de la carta
del 6 de noviembre de 1811. Ver el último párrafo de la página izquier-
da y el primero de la derecha:

Para los escépticos, esta carta, la del 29 de julio, sus transcrip-


ciones y la imagen de la bandera están en los Archivos Nacionales de
los Estados Unidos, en la serie relacionada con Colombia, en el Micro-
film 51, Rollo 1, a partir del Cuadro 46.
No creo que sea posible proveer una más clara prueba de legi-
timidad de un documento.
De esta forma queda demostrada la legitimidad del diseño que
fue presentado por el agente de Venezuela en Washington. No hay por
qué dudar de la legitimidad del presentado en Londres ni el presenta-
do ya sea en Cartagena o en Cundinamarca, en 1811. Aún el diseño usa-
do por Vargas puede ser copiado de otro ejemplar original, provenien-
te de un archivo público o privado.

209
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Considero que esta demostración deja en claro que la bandera


adoptada por el Supremo Congreso de Venezuela el 9 de julio de 1811
fue el tricolor amarillo, azul y rojo de franjas horizontales, que tenía la
amarilla ocupando la mitad superior de la superficie, y las azul y rojo
ocupando la mitad inferior, en partes iguales.
La razón para dejar la franja amarilla más ancha habría sido el
tener un lienzo en el cual colocar escudos como el de la india, o el pos-
terior del cóndor. También veremos más adelante como se colocaron en
la franja amarilla las estrellas decretadas en Pampatar y luego en
Angostura.

La bandera de 1812

Pocas personas saben que el escudo de Venezuela cambió al


poco tiempo. En efecto, el 15 de febrero de 1812, el Supremo Congreso
cambió el escudo de la india a uno que era un cóndor que sostenía en
sus garras izquierdas flechas y en las derechas un caduceo coronado de
un gorro frigio. En el pecho del cóndor había un sol que tenía como
centro un número 19, que recordaba el 19 de abril de 1810. Sobre el cón-
dor había un lema en Latín que decía: "Concordia Res
Parve Crescunt".
El Sol, con el número 19 en el centro, era un
diseño que ya había sido usado en papel moneda
emitido por el Supremo Congreso de la Confedera-
ción Venezolana el 27 de agosto de 1811.
Lo que hizo el Congreso el 15 de febrero fue
integrarlo dentro de un conjunto que incluyó al cóndor y los símbolos
de la libertad, la guerra y el comercio, para hacerlo el escudo oficial de
Venezuela, en reemplazo de la india.

210
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Tanto este escudo como la bandera incluyéndolo tuvieron


corta duración por la caída de la primera república en 1812, pero son
parte de la evolución de los símbolos patrios venezolanos.

Dudas razonables
A pesar de lo interesante que resulta lo citado anteriormente,
debo manifestar ciertas dudas en cuanto a la veracidad del conjunto
documental, no del contenido, pues si bien lo que dice es coherente, el
estilo y el contenido de la redacción difieren mucho, al ser más amplios
e incluyentes de información, de aquel usado en las actas del Supremo
Congreso en el mes de julio de 1811.
La información que incluye la cita anterior es tan detallada que
más bien formaría parte de los diarios de debates, que no aparecen en
ningún archivo...
Aún con esta duda razonable, hay otros documentos que res-
paldan lo que dice el texto citado, por lo tanto lo damos como cierto, en
la medida que no afecta a la bandera en su composición fundamental
de colores y dimensiones de sus franjas.

Las banderas entre 1813 y 1817


Ya vimos en la parte anterior, por razón de demostrar la legiti-
midad de la bandera de 1811, las banderas que usaron las tropas liber-
tadoras de Nueva Granada y Venezuela entre 1813 y 1817.
Reiteramos que no hay evidencia alguna de que se usara en ese
período la bandera tricolor de 1811. Más aún, el mismo Bolívar nos rati-
fica, en cartas publicadas, que eran otras las banderas que usaron sus
tropas y que entonces no había una nacional de Venezuela.
Creo que está claro que las dos banderas que usaron las tropas
libertadoras en ese período fueron las de Cundinamarca (similar a la de
Miranda de 1806) y la de Cartagena.

211
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Las banderas de 1817

La bandera de Pampatar
El Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar,
edición de 1999, Tomo I, páginas 969 y 970 dice esto sobre el Congreso
de Cariaco y el Gobierno de Pampatar:

"Asamblea celebrada los días 8 y 9 de mayo de 1817 en Cariaco (Edo.


Sucre), la cual restableció brevemente el sistema federal y el gobierno
civil que habían desaparecido al caer en 1812 la Primera República.
Ha sido llamado también Congresillo de Cariaco (...) En la sesión del
día 9 el 'Congreso Federal', nombre con el cual se autodesignó en el
acta de ese día, recibió el juramento del 'general en jefe de los Ejérci-
tos de la República y jefe de la fuerza armada' Santiago Mariño y del
almirante Luis Brión, quienes reconocieron la autoridad del Congreso
como soberana y se comprometieron a respetar y cumplir la Consti-
tución Federal de 1811. De inmediato se juramentaron como miem-
bros del Poder Ejecutivo, Mayz, Zea y Cortés de Madariaga y luego,
el Congreso se declaró en receso, suspendiendo indefinidamente sus
sesiones. Como cuerpo emanado del Congreso de Cariaco, el Triun-
virato empezó a funcionar el mismo día 9. El Triunvirato se trasladó
a Margarita y se estableció en Pampatar, donde el 12 de mayo de
1817 le dio a la isla el título de 'Nueva Esparta'. Dictaron también,
en los días siguientes, (...) un decreto por el cual se incorporaron las
7 estrellas a la bandera nacional (...) Poco después, a fines de mayo de
1817, el Triunvirato emanado del Congreso de Cariaco se disolvió
también.

Veamos el texto del decreto dado por el Gobierno de Pampatar:

"OFICIO DEL SECRETARIO DEL GOBIERNO AL ALMIRAN-


TE SOBRE LA BANDERA QUE DEBEN USAR LOS BUQUES
DE GUERRA Y MERCANTES
El Respetable Poder Ejecutivo en decreto del día ha declarado que
deben usarse en las Banderas de los buques de guerra de la Escuadra
de la República de Venezuela siete estrellas azules en campo amari-
llo, en representación de sus siete Provincias, y los Mercantes sólo la
tricolor. Y os lo comunico de orden del mismo Respetable Poder para
vuestra inteligencia.

212
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Palacio de Gobierno. En Pampatar, mayo 17 de 1817.


Casiano Bezares.
Honorable Almirante Capitán General de Mar y Tierra, Luis Brion".

La bandera de Angostura
Dice Francisco Alejandro Vargas: "Y el Pabellón Nacional con su
gualda estrellado de azul comenzó a flamear en los mástiles de nuestros buques
de guerra conduciéndolos al triunfo sobre la Escuadra Española, remontando
el Orinoco hasta Angostura, tras la estrella luminosa de Bolívar, quien tan
pronto como hubo libertado la Provincia de Guayana, dictó en consecuencia el
siguiente Decreto:
"SIMON BOLIVAR, Jefe Supremo etc.
Habiendose aumentado el número de Provincias que componen la
República de Venezuela por la incorporación de la Guayana decreta-
da el 15 de octubre último, he decretado y decreto:
Artículo único.- A las siete estrellas que lleva la bandera nacional de
Venezuela se añadirá una, como emblema de la Provincia de Gua-
yana, de modo que el número de las estrellas será en adelante de ocho.
Dado firmado de mi mano, sellado con el sello provisional del Estado
y refrendado por el Secretario del Despacho, en el Palacio de Gobierno
de la ciudad de Angostura, a 20 de noviembre de 1817 – 7°"

Creación de la República de Colombia


El concepto de la República de Colombia, formulado original-
mente por el precursor Francisco de Miranda, fue recogido por Simón
Bolívar desde su inicio en las luchas libertadoras.
Para el año 1819 la situación política y militar había evolucio-
nado a tal punto que se podía hacer realidad el sueño mirandino. Tocó
a Bolívar hacerlo realidad.
Aquí debemos anotar que el nombre "Gran Colombia" fue con-
ceptual, pero se volvió de uso común sin ser el nombre oficial de la
"República de Colombia".

213
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

El Congreso de Angostura
El 15 de febrero de 1819 se instaló en la ciudad de Angostura,
capital de la provincia de Guayana venezolana. Fue el segundo Con-
greso Constituyente de Venezuela, luego del de 1811-1812 realizado en
Caracas y Valencia.
El 17 de diciembre de 1819:

"EL CONGRESO SOBERANO DE VENEZUELA REUNIDO EN


ANGOSTURA, DICTA LA LEY FUNDAMENTAL DE LA RE-
PÚBLICA DE COLOMBIA.- EL PRESIDENTE DE LA ASAM-
BLEA PASA LA LEY AL PODER EJECUTIVO QUE LA MAN-
DA EJECUTAR.
I
Ley Fundamental de la República de Colombia

El Soberano CONGRESO de VENEZUELA á cuya autoridad han


querido voluntariamente sujetarse los PUEBLOS de la NUEVA
GRANADA recientemente libertados por las ARMAS de la
REPÚBLICA:

(Nos saltamos a lo pertinente:)

Ha decretado y decreta la siguiente Ley Fundamental de la REPÚ-


BLICA de COLOMBIA:
Artículo 1°
Las Repúblicas de Venezuela y la Nueva Granada quedan desde este
día reunidas en una sola baxo el Título glorioso de REPÚBLICA DE
COLOMBIA":

(Por no tener los siguientes relación con el tema, vamos direc-


to al:)
"Artículo 10°
Las Armas y el Pabellón de COLOMBIA se decretarán por el Con-
greso General, sirviéndose entretanto de las Armas y Pabellón de
Venezuela por ser más conocido: ...".

Una vez concluida la discusión de la Ley Fundamental y apro-


bada ésta por el Congreso, Francisco Antonio Zea, neogranadino de

214
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

nacimiento y Presidente del Congreso de Venezuela, proclamó: "La Re-


pública de Colombia queda constituída. ¡Viva la República de Colombia!"
Proclama que fue recibida con ovaciones por los diputados y demás
asistentes a la reunión. Simón Bolívar, como Presidente de la nueva
República, sancionó la Ley Fundamental.
¿Pero cuáles fueron la bandera y escudo venezolanos que
aprobó el Congreso? Desafortunadamente no se la describe en las ac-
tas, pero las opciones no son muchas.

Las posibles Banderas de 1819


Queda descartada la bandera de Angostura, de las 8 estrellas,
pues claramente establecen que se usará el escudo de Venezuela y en la
de Angostura se había eliminado el escudo de la bandera.
Si vamos más atrás en el tiempo, tenemos la bandera con el escudo de
1812, pero, como en las actas hablan de la América redimida, y el escu-
do del Cóndor con el "19" en el centro no duró sinó pocos meses, enton-
ces tal vez el concepto fue que debía ser la original de 1811, en que apa-
recía la india que representaba a la libertad, pero este escudo a su vez
había durado pocos meses, desde julio de 1811 hasta febrero de 1812.
(fig. 6 color)

Se usa la india nuevamente


Ahora bien, en 1820 tenemos pruebas irrefutables que se usó
una variante mejorada de la india de 1811 que representaba la libertad.
Su posición es de descanso y un buque navega tranquilamente en el
agua de su mar. Incluye las tres estrellas de los departamentos que inte-
grarían el núcleo de la República de Colombia. Este uso anticipado de
la tercera estrella nos da una idea clara de la proyección libertaria de
Simón Bolívar, quien, al menos desde que aparecen por primera vez las
tres estrellas, ya tenía claro su objetivo de integración de lo que ahora
son Venezuela, Colombia y Ecuador.
Este escudo lo encontramos en un "Tratado sobre la regulariza-
ción de la guerra", firmado el 27 de noviembre de 1820 entre el Liber-
tador Presidente de Colombia y el general Pablo Morillo, General en
Jefe del Ejército Español.
¿Quiere decir este uso que el escudo dispuesto por el Congreso
de Angostura fue el de la india? Puede ser, pero el Congreso no dispu-
so modificaciones al anteriormente existente, por lo tanto se debía ha-
ber continuado usando el original de 1811. Ahora bien, la introducción

215
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

de cambios arbitrarios en los escudos se practicarían en el futuro, de tal


forma que los cambios que se introdujeron al escudo de la india serían
sólo un preludio de lo que sucedería con algunos escudos ecuatoria-
nos, como el de 1835, el de 1843 y aún en el actual.
A continuación dos ejemplares de este escudo. El de la izquier-
da, en tonos de grises, proviene del microfilm de los Archivos Nacio-
nales de los EE.UU. que contiene el tratado citado (NARA MF.51-R.2-
F.48). El de la derecha, de un sitio Web sobre los escudos venezolanos.

Aquí lo vemos incorporado en una bandera que muy posible-


mente fue la oficial de la República de Colombia desde el 17 de diciem-
bre de 1819 hasta el 18 de julio de 1821.

Recapitulando, uno de los escudos (cóndor o india) y Banderas


que hemos visto debía ser la bandera y el escudo provisional de Co-
lombia a partir del 17 de diciembre de 1819, pues eran los únicos que
estaban amparados por decretos legalmente dados. Las estrellas de An-
gostura, aunque legalmente dadas, no constituían un escudo de armas.

Un Escudo para la Nueva Granada


Interesantemente, la Nueva Granada, por su cuenta, adoptó un
nuevo escudo de armas a partir del 10 de enero de 1820. Poco más de
un año después éste sería adoptado como escudo de armas de la
República de Colombia.

216
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Veamos su antecedente: "...el general Francisco de Paula San-


tander, como vicepresidente, establece por decreto como armas de la
República (artículo 1°): 'El sello de la República de la Nueva Granada se
compondrá del cóndor en campo azul con una granada en las garras; por deba-
jo un globo sobre el cual se elevan diez estrellas presididas de una llama; será
coronado de guirnalda de laurel y orlado con una cinta y estrella de la Orden
de los Libertadores, y el siguiente mote: Vixit et vincet amore Patriae' (Venció
y vence el amor a la Patria)".
Esta decisión de Santander muestra su individualidad frente a las deci-
siones de Bolívar.

La bandera de tres estrellas


Y en este punto vale intercalar una bandera de tres estrellas
cuya muestra tenemos en un dibujo fechado 1823, pero que bien puede
ser también de 1820. Es necesario hacer notar que el tema de las tres
estrellas fue iniciado poco después de terminado el Congreso de An-
gostura. No pensamos que las proyecciones de Bolívar incluían inicial-
mente al Perú, que habría significado una cuarta estrella, porque ya se
conocía de los esfuerzos de San Martín por liberar ese territorio.

El infante de marina de esta imagen, tomada del libro Historia


de los uniformes militares de Colombia, de la autoría de Luis Roca M. y

217
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

editado en 1998, lleva la bandera de tres estrellas y en su sombrero la


cucarda o escarapela con el orden incorrecto de los colores: amarillo,
rojo y azul.

El Sol de Colombia
El movimiento revolucionario de Guayaquil, que se venía ges-
tando algunos meses antes por parte de un decidido grupo de patrio-
tas, cobró fuerza con la llegada, a fines de julio de 1820, de los tres ofi-
ciales del célebre Batallón Numancia: Capitanes Luis Urdaneta y León
Febres-Cordero; y, Sargento Mayor Miguel Letamendi.
No está totalmente clara la circunstancia de la salida de Lima
de los tres oficiales. Unos historiadores dicen que venían desterrados
por sus opiniones y actividades contrarias a la corona española. Otros
dicen que iban de paso a Venezuela a incorporarse en otro cuerpo mili-
tar. Lo cierto es que al desembarcar en Guayaquil se encontraron con
que ya estaba en marcha una revolución, pero que carecía de liderazgo
militar. Ellos llenaron ese vacío y se incorporaron de corazón al movi-
miento revolucionario.
Una vez consumado el hecho en la madrugada del 9 de octu-
bre de 1820, José de Villamil nos relata en sus memorias: "Al aparecer el
Sol en todo su brillo por sobre la cordillera, Cordero vino a mí corriendo, y
obligándome, sin mucha ceremonia, a dar media vuelta, me dijo: mire Ud. al
Sol del Sud de Colombia. 'A Ud. en gran manera lo debemos', dije. Nos abra-
zamos con ojos húmedos".
Esta cita de Villamil nos refuerza el hecho de que a pesar de
que la Presidencia de Quito aún no formaba parte de la República de
Colombia, en la mente de los libertadores ya era la "tercera estrella" de
esa República.

Las Banderas de 1821

Llega el tricolor a Guayaquil


El general José Mires llegó a Guayaquil el 10 de enero de 1821
en misión de inteligencia y como avanzada para la futura llegada del
general Antonio José de Sucre. Fue muy bien recibido, pues trajo sumi-
nistros militares como regalo para la Junta de Gobierno.
El general Mires trajo consigo la bandera tricolor, así como cin-
tas tricolores que fueron repartidas a las damas de la ciudad.

218
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Dice Ricardo Márquez Tapia: "Mires con exquisita cultura y


entrañable amor a la Bandera de Miranda, llegó con rara maestría, sin desco-
nocer la importancia del Bicolor Octubrino, a obtener que el señorío, en toda
manifestación cultural, como bailes, teatros banquetes, procesiones, llevasen
por adornos en sus vestidos, la Cinta Tricolor, preludio de la Bandera
Colombiana en el Ecuador".
Así, el entonces coronel Antonio Morales escribe al general
Francisco de Paula Santander, con fecha 4 de mayo de 1821: "Las seño-
ras sustituyen en sus abanicos a la Bandera de Chile, la de Colombia, y en la
procesión del Domingo de Ramos, vi que era casi general en sus vestidos, el
adorno de guirnaldos tricolores, de los que se componen nuestra Bandera".
Había entrado entonces a Guayaquil, con respeto y un halo de
popularidad, el tricolor colombiano. No sabemos exactamente cómo
lucía esta bandera en cuanto al escudo que llevaba, pero no cabe duda
en cuanto a sus colores y las dimensiones de sus franjas: Era el tricolor
venezolano de 1811, con la franja amarilla ocupando la mitad del área
y las azul y roja la otra mitad, en iguales proporciones horizontales.
Queda la duda del escudo que la hacía oficial, como hemos visto pre-
viamente, pues esta bandera fue traída antes de la aprobación de la
segunda Ley Fundamental de Colombia, dada el 12 de julio de 1821 y
sancionada el 18 del mismo mes.

Sucre llega a Guayaquil


El 30 de abril de 1821 el General Antonio José de Sucre desem-
barcó en la Punta de Santa Elena en vez de continuar navegando hasta
Guayaquil, pues tenía muchos hombres enfermos a bordo. Continuó su
viaje por tierra, llegando el 6 de mayo por la noche.
Con él vino de manera oficial la bandera tricolor de Colombia,
portada por las unidades denominadas "Santander", "Guías" y "Al-
bión", pero tuvo mucho cuidado de que sea usada con discreción y res-
petando siempre la bandera del 9 de octubre. Algunos historiadores di-
cen que el "Santander" desembarcó en Manabí.
Desde el 7 de mayo el Tricolor de Colombia y el Bicolor de Oc-
tubre marcharían lado a lado en las luchas de independencia del terri-
torio de la Presidencia de Quito, hasta las faldas del Pichincha.
Desafortunadamente, nadie se tomó la molestia de registrar para la his-
toria una descripción detallada de esa bandera.

219
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

A pesar de las posibles diferencias en el escudo o estrellas que


llevaba la bandera tricolor traída por Sucre y sus tropas, de lo que no
hay duda es del orden de sus colores y las dimensiones de sus franjas,
pues no se decretaron cambios desde su aprobación en 1811.

Las cuatro posibles banderas traídas en 1821

1811 1812 1819 1820

Se instala el Congreso de Cúcuta


El 6 de mayo de 1821 se instaló en la Villa del Rosario de
Cúcuta, Departamento de la Nueva Granada de la República de
Colombia, el Congreso General, que sería Constituyente. En la instala-
ción el diputado Fernando de Peñalver, designado Presidente, dio una
sentida alocución que tenía el propósito de enardecer el sentimiento
cívico de los representantes para que, "...unidos con un espíritu todos los
hijos de Colombia, bajo un Gobierno propio, popular, representativo; adheri-
dos inviolablemente á los sagrados principios republicanos que hemos procla-
mado; seamos solo esclavos de las leyes para que podamos ser libres...".
El Congreso se instaló con 57 diputados y se inició consideran-
do una nueva versión de la Ley Fundamental de Colombia, que reem-
plazaría la dada por el Congreso de Angostura en 1819. Inicialmente, el
primer proyecto de Ley estaba integrado por 12 artículos y en ninguno
se mencionaba la bandera o el escudo. Luego se aumentaron dos artí-
culos. A más de esa Ley, el Congreso comenzó a discutir su reglamen-
to interno y algunos artículos de la Constitución, de tal manera que las
actas reflejan una mezcla de artículos de tres cuerpos legales distintos.
El Territorio de la República comprendía "...desde la ensenada de Tumbes
en Guayaquil sobre el Pacífico, hasta la embocadura del Orinoco en Guayana
sobre el Atlántico...". Esa definición fue cambiada para cuando se apro-
bó la Ley Fundamental.

220
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Se trata sobre la bandera y el escudo

Sesión del día 26 de junio – Se adopta la Bandera


En varias sesiones se había tratado sobre la bandera y el escu-
do nacionales, pero no se había concretado el asunto ni se los había in-
cluido formalmente en uno de los artículos de la Ley Fundamental. En
la sesión del 26 de junio se trató lo siguiente: "...Se dio por terminada la
1° discusión de los arts. 7°, 10°, 13°, y 14° de la Ley Fundamental, habiéndo-
se aprobado la proposición que hizo el Sr. Castillo y apoyó el Sr. Presidente:
que se declarase por de la República el pavellon de Venezuela, y que la
Comisión de Legislación informe sobre las armas y cuáles deban ser".
De esta manera quedó aprobada, como de la República de
Colombia, la bandera de Venezuela.

Esto es copia de la parte pertinente del acta original del 26 de


junio de 1821, partida de nacimiento oficial de la bandera de la
República de Colombia.

Sesión del 12 de julio


El Poder Ejecutivo urgía al Congreso la adopción de la Ley
Fundamental con el fin de que pasen a tratar a tiempo completo sobre
la Constitución. Fue tal la presión que en los días precedentes al 12 de
julio se reestructuró la Ley Fundamental de manera tan rápida que las
actas no reflejan debates que justifiquen el texto que fue aprobado.

Art. 11° de la Ley Fundamental


La bandera y el escudo fueron incluidos en el artículo 11° des-

221
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

pués de haber estado en el 10°: "Mientras el congreso no decrete las armas


y el pabellon de COLOMBIA, se continuará usando de las armas actuales de
Nueva Granada y pabellon de Venezuela".
No lo dicen, pero estando ya dada la Ley el día 12, el día 13
Pedro Gual introdujo un cambio en el texto referente al escudo. Lo que
vemos es lo que se cambió el día 13 y sancionó el 18.

El tratamiento de esta resolución nos da una idea de la desor-


ganización que reinaba en el Congreso, pues el día 26 de junio ya habí-
an resuelto de manera definitiva que la bandera de Venezuela sería la
de la República; y vimos que recién el 29 de junio se consideraron las
armas de la Nueva Granada a falta de un informe de la Comisión de
Legislación. Éste artículo había dejado otra vez el tema de la bandera y
del escudo en un estado "provisional".
La bandera y escudo de armas dados el día 12 de julio (debe-
ría ser el 13 con el cambio que hizo Gual) y sancionados el 18 de julio
de 1821:

El uso de ese escudo de la Nueva Granada debe haber genera-


do resistencia en el Congreso, pues apenas tres meses después se adop-
taría un nuevo escudo de armas, sin cambiar la bandera.

El escudo dado el 4 de octubre de 1821


En efecto, el 4 de octubre se dio y el 6 del mismo mes se san-
cionó una ley "Designando las armas de la República". Veamos una
imagen parcial del impreso de esa ley:

222
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Se cambió "las armas", pero ni siquiera se mencionó a la ban-


dera, por lo tanto quedó la misma adoptada en la sesión del día 26 de
junio y luego en el artículo 11° de la Ley Fundamental, o sea la de
Venezuela de 1811.
Veamos las armas compuestas de "dos cornucopias llenas de
frutos..."

Este diseño es el oficial, salido del Ministerio del Interior y


Relaciones Exteriores de Colombia y tiene el aval de Pedro Gual, quien
envió un ejemplar a la Legación en Londres.
Para quienes se fijen en detalles, es interesante que la cinta que
ata las cornucopias en su parte inferior tiene los colores de la bandera
invertidos, esto es: rojo, azul y amarillo. Lo mismo sucede con el orden
descendente de las plumas de las flechas, por lo que parecería que fue
hecho a propósito, sin poder definir por qué razón.
De la adopción de este escudo se dieron dos diseños de bande-
ra de la República. Inicialmente se usó el escudo de armas en el campo
amarillo, cumpliendo así su función como lienzo para ese propósito,

223
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

pero luego, sin explicación, se cambió el escudo al centro de la bande-


ra, lo que requirió que en algunas le pusieran un fondo blanco para evi-
tar que se pierda en el azul. Veamos las dos versiones de la bandera, de
las cuales no ha sobrevivido un solo ejemplar:

Luego del traslado del escudo al centro de la Bandera, las que


se diseñaron posteriormente se seguirían usando así, lo que concep-
tualmente dejaba al doble ancho del amarillo sin razón de ser.

La bandera a partir de 1822

El Tricolor en la lucha por el Departamento del Sur


Mientras el Congreso debatía en Cúcuta, en el campo de batalla el
Tricolor se desplegaba en los campos de Yaguachi, junto al Bicolor de
Octubre. El 19 de agosto de 1821 se dio la primera batalla que libraron
dentro del actual territorio ecuatoriano las tropas libertadoras de
Colombia, junto con las guayaquileñas. Ya vimos que esa bandera, si es
que llevaba escudo, era una de las ya mostradas. No sabemos cuando
se comenzó a usar efectivamente la bandera con el escudo de las cor-
nucopias, pero debe haber sido ya entrado el año 1822, pues entonces,
más que ahora, la ejecución de cambios legislativos llevaba tiempo.

El Tricolor desplaza al Bicolor


Luego del triunfo de las tropas libertadoras en Pichincha, el 24
de mayo de 1822, en los días siguientes el Tricolor colombiano flameó
en el Tejar, en la Plaza Mayor y en el Panecillo. Quito se incorporó a
Colombia cinco días después del triunfo, el 29 de mayo y con ello el
Tricolor se convirtió en la bandera del antiguo Departamento del
Ecuador. No así en Guayaquil. Más aún, el 2 de junio de 1822 la Junta
de Gobierno de Guayaquil modificó su bandera a la blanca con el cua-
dro celeste en cantón, con la estrella de cinco puntas en el centro.

224
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

No se sabe con exactitud la razón para esta modificación cuan-


do la situación era tan fluida, pero no se puede descartar la posibilidad
de que los patriotas hayan realizado el cambio para que el Bicolor de
Octubre no sea humillado por los acontecimientos que las autoridades
guayaquileñas muy posiblemente preveían que ocurrirían, y de hecho
ocurrieron, para demérito de la grandeza del Libertador, quien humi-
lló a las autoridades de Guayaquil y a los próceres de octubre, e impu-
so la fuerza por sobre la razón.

A la izquierda, el pabellón del 9 de octubre de 1820, bandera


que recorrió gloriosa, al lado del tricolor mirandino, los campos de
batalla de la independencia del Ecuador, ala derecha, el bicolor del 2 de
junio de 1822, bandera que reemplazó al pabellón de octubre y que
sufrió las humillaciones de Bolívar.

Guayaquil es Colombiano
El Libertador ya había resuelto que Guayaquil tenía que incor-
porarse a la República de Colombia lo más pronto posible. Esta creen-
cia había llegado al punto de obsesión. Bolívar obtuvo lo que deseaba,
pues el 31 de julio los mismos guayaquileños pidieron su anexión a
Colombia y se arrió por última vez el Bicolor de Junio. Desde entonces,
el Tricolor colombiano se convirtió en bandera nacional.

Las franjas iguales en Pichincha


Algunos historiadores aseguran que la bandera que flameó en
Pichincha fue de tres franjas iguales. Sin embargo, ninguno nos ha pro-
visto de evidencias documentales que respalden sus aseveraciones. Las
pinturas realizadas posteriormente no son evidencia válida.

225
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Se disuelve la República de Colombia

Se separa el Departamento del Norte


En noviembre de 1829 Venezuela declaró su separación de la
República de Colombia. José Antonio Páez se proclamó Jefe Civil y
Militar de Venezuela.
El 13 de enero de 1830 el general Páez emitió un decreto que
hizo formal la separación de Venezuela. En su considerando 1° dice:
"Que por el pronunciamiento de los pueblos de Venezuela, ha recobrado su
soberanía". No había paso atrás, Venezuela había dejado la República de
Colombia.
El 6 de mayo de 1830 se reunió el Congreso Constitucional de
Venezuela en la ciudad de Valencia, el cual se caracterizó por ser anti-
bolivariano. Nació el Estado Venezolano.
En los primeros meses de este Congreso no se hicieron cambios
a la bandera o al escudo de armas venezolanos, por lo cual continuó
usándose la bandera y Armas de Colombia.

Se separa el Departamento del Sur


La separación del Ecuador de la República de Colombia se ini-
ció el 12 de mayo de 1830 con una consulta de ciudadanos quiteños al
encargado de la Prefectura del Sur, Gral. Sáenz, quien no pudo resol-
verla, y se concretó el 13 con la representación de Quito al titular de la
Prefectura del Sur, general Juan José Flores, quien acogió el pedido el
día 14, declarando la separación del Departamento. La representación
de los quiteños fue seguida cinco días después por una de Guayaquil
y así se fueron sumando los pedidos separatistas de los varios pueblos
hasta que todo el territorio se manifestó a favor, pero esto no hizo más
que reforzar lo que ya había sido resuelto por el Prefecto con el solo
pedido de los quiteños.
En la representación de Quito se encargaba al general Flores
del mando supremo, civil y militar, lo que él aceptó de inmediato.
El 31 de mayo Flores convocó a Congreso Constituyente para
el 10 de agosto en la ciudad de Riobamba.

El Estado del Ecuador mantiene el Tricolor


El general Flores no realizó un pronunciamiento oficial sobre la
bandera y el escudo luego de la separación de Colombia, de tal forma

226
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

que no se tenía certeza de cual había sido la bandera que conservó el


Estado del Sur. Algunos historiadores publicaron a través del tiempo
los indicios de la continuidad de la bandera, pero desafortunadamente
no fueron tomados en cuenta por sus colegas, con lo que esa informa-
ción se fue perdiendo en el tiempo hasta que fue olvidada. Luego, "his-
toriadores" poco prolijos, a falta de investigación, se dieron a inventar
cuentos sobre la bandera de nuestra independencia, convirtiéndola
unos en un tricolor de franjas iguales horizontales y otro, más desinfor-
mado, en un tricolor de franjas verticales de iguales magnitudes.
En la investigación realizada hemos podido recuperar la infor-
mación auténtica de la escasa bibliografía que la publicó y, lo que es
mejor aún, pudimos ver y copiar los documentos primarios donde está
la información, en el Archivo Histórico de la Cancillería ecuatoriana.
Una de las preocupaciones del general Flores fue la de mante-
ner relaciones cordiales con los otros dos estados de Colombia:
Venezuela y la Nueva Granada. Esta última se encargó de mantener la
ficción de la República de Colombia por algunos meses más.

Se escribe al Norte
En carta del 30 de junio al Jefe de Estado de Venezuela, Flores
le dice, entre otras cosas: "Tengo el placer de informar á V.E. que anhelan-
do vivamente los pueblos del Sur de Colombia por establecer intimas relacio-
nes con el gobierno y los pueblos del Estado de Venezuela, deseando á la vez
informar los principios y sentimientos de unidad nacional: conservar el glorio-
so nombre de Colombia, su vandera iris agorera de la paz y las obligaciones que
nos ligan dentro de nosotros mismos..." El portador de la misiva sería el
general Antonio de la Guerra.
Tenemos también las instrucciones que el ministro Esteban
Febres-Cordero dio al General el día 2 de julio, antes de su partida, de
las cuales citaremos el objeto principal de su misión, contenido en el
punto tercero: "El objeto principal de su mision, será conservar el modo,
forma, y bases con que deba reunirse la nacion Colombiana, ya sea bajo un
Sistema Federal, ya por un Congreso de Plenipotenciarios, ó ya en confedera-
cion sobre determinados objetos, debiendo ser en todos casos espresa, termi-
nante, é irrevocable: concertar que la nacion conserve el nombre, y la bandera
de Colombia, y que reconosca, y pague fielmente la deuda esterior, é interior..."

227
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Se escribe al Centro
El 2 de julio el general Flores escribió desde Guayaquil al Jefe
encargado del Ejecutivo en el Centro, o sea en Bogotá. Entre otros pun-
tos le dice: "...de sostener con una mano sus libertades publicas, las leyes de
su corazon, de sus costumbres, de sus climas, de sus necesidades, y con la otra
el tricolor que como simbolo de Iris presajia nuestra paz interna, que amenaza
á los tiranos, que nos dá respeto en el mundo: de conservar el glorioso nombre
de Colombia, patria del inmortal Bolivar y cuna de tantos heroes...".

Queda claro entonces que Flores era promotor de la idea de


mantener la bandera de Colombia, consecuentemente no variaría la del
Sur, que estaba a su cargo.
El Congreso Constituyente se reunió en Riobamba a partir del
14 de agosto, no el 10 como había sido convocado.

Confusiones
A partir de este momento comienzan las confusiones en cuan-
to a la bandera del Estado del Ecuador en la República de Colombia.
Ricardo Márquez Tapia, historiador que acierta en muchos de sus rela-
tos a pesar de que no cita fuentes, dice correctamente que el Congreso
"...en nada varió la bandera de Miranda". Otro historiador, Isaac J. Barrera
nos dice que "El Congreso ecuatoriano de 1830 dispuso que la bandera del
nuevo Estado fuera la misma usada hasta entonces, con un lema que decía: 'El
Ecuador en Colombia'. Y la bandera de Miranda fue la de nuestra República,
durante quince años...". Barrera se equivoca en cuanto a que el Congreso
dispuso, pues ni siquiera tocó el tema, pero sí está en lo correcto en
cuanto a que la bandera de Miranda continuó siendo la del país por
quince años.

Se adoptan Armas del Estado


El día 19 de agosto de 1830 el Congreso Constituyente del Esta-
do del Ecuador en la República de Colombia decretó:

"Art. 1° Se usará en adelante de las armas de Colombia, en campo


azul celeste, con el agregado de un Sol en la Equinoccial sobre las fas-
ces, y un lema que diga: El Ecuador en Colombia.
Art. 2° El gran sello del Estado y sello del despacho, tendrán graba-
do este blasón.

228
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Comuniquese al Poder Ejecutivo para su publicación y observancia.


Dado en el salón del Congreso Constituyente, en Riobamba, a diez y
nueve de setiembre de mil ochocientos treinta, vigésimo de la
Independencia." (fig. 6 color)

El año de referencia
Hay dos puntos que es necesario aclarar en este decreto. Uno
es referente al año de la independencia. Muchas personas piensan que
se refiere al año 1809, o sea al 10 de agosto, pero se equivocan pues se
refiere al año 1810, o sea al 19 de abril: la "revolución" dada en Caracas.
Durante todo el período floreano, cuando se refieren al año de la liber-
tad, se refieren a 1810.

El matiz del azul y el Sol


El otro, más ligado a nuestro tema, es el del azul-celeste que se
da como fondo del escudo. No se lo mencionó antes sino en la procla-
ma del 8 de julio de 1811 como uno de los colores de la escarapela de
la independencia de Venezuela. De hecho, el azul celeste era el matiz
de azul que se usaba en la bandera primitiva de Miranda, pues es el
color primario del arco iris. Este es el color que venimos usando en
todas las banderas que se han elaborado para este trabajo y por ello
veremos que el fondo del escudo es idéntico al azul de la bandera.
El Sol aparece heráldicamente "figurado", como se lo graficará
en todos nuestros escudos.

Venezuela modifica su Escudo de Armas-1830


El 14 de octubre de 1830 el Presidente del Estado, José Antonio
Páez, sancionó un decreto del Congreso Constituyente de Venezuela (a
este decreto se le asignó el N°. 54) que dice así:

229
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

"Art. 1° Es escudo de armas para el Estado de Venezuela, será desde


la publicación de este decreto, el mismo de Colombia, con la diferen-
cia que en campo de oro las cornucopias serán vueltas para abajo, y
en la parte inferior de la orla llevarán la inscripción Estado de
Venezuela. Regirán en clase de provisionales hasta que la próxima
legislatura determine sobre la materia..."

No se mencionó la bandera. Los historiadores venezolanos


relatan el cambio del escudo, pero aseguran que se mantuvo la bande-
ra de las tres franjas desiguales, con lo que no concuerdo por las razo-
nes expuestas anteriormente, pues está claro que la bandera fue la de
1811, de la franja amarilla dupla de las azul y roja.

La Nueva Granada se establece como Estado


El 17 de noviembre de 1831 la Convención del Estado de la
Nueva Granada dio una ley "que hace de las provincias del centro de
Colombia un estado con el nombre de Nueva Granada". Fue sanciona-
da el día 21 del mismo mes. Es importante anotar que varios tratadis-
tas difieren en cuanto a estas fechas, diciendo unos que fue el 1° de
diciembre de 1831, pero no las he podido confirmar con documentos
primarios. La Constitución fue sancionada el 2 de enero de 1832.

Continuidad de la Bandera
Es interesante que el año de 1830 Ecuador, al igual que Vene-
zuela, modificaron el escudo pero no tocaron la bandera. Nueva Gra-
nada, al terminar con la ficción de la República de Colombia en el año
1831, mantuvo su bandera y escudo sin cambio alguno. ¿Tuvo en esto
alguna influencia la carta enviada por el general Flores a fines de junio
del año 1830? Es muy posible que sí, pues está claro que los gobiernos

230
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

de la antigua Colombia se empeñaban, y lo harían por algunos años


más, en pretender una continuidad de la "Gran Colombia", cuando ya
estaba totalmente liquidada.

El Escudo del Estado del Ecuador-1833

El Presidente emitió un decreto el 12 de enero de 1833,


"Mandando sellar escudos de oro, pesetas i medio reales de plata; fijando el tipo
que debe caracterizar estas monedas". En el art. 2° de la parte resolutiva
dice: "En el anverso de ellas se grabarán las armas del Estado, compuestas de
dos cerritos que se reunen por sus faldas, sobre cada uno de ellos aparecerá
posada un águila (¡ojo con esto!); i el sol llenará el fondo del plano: (...) En
la circunferencia se escribirá este mote: El poder en la constitucion; (...) En el
reverso se gravarán las armas de Colombia; en su circunferencia estas pala-
bras: El Ecuador en Colombia...".
Con este decreto se había creado, de manera indirecta, pues no
hay un decreto específico, un escudo de armas adicional para el Estado
y se puso los dos en la misma moneda, dándole al nuevo la prioridad
al estar en el anverso y al antiguo de Colombia restándosela, al colocar-
lo en el reverso. Era una forma curiosa de crear un nuevo escudo de
armas, como si fuera un simple detalle más en un decreto de acuñación
de monedas.
A continuación, de la biblioteca del Dr. Carlos Matamoros,
vemos un dibujo de la moneda de 1834 en sus dos lados:

Este escudo de armas permaneció anónimo por mucho tiempo.

Decreto de cambio de Escudo y Bandera de la Nueva Granada


Siendo Presidente el general Francisco de Paula Santander, el
Congreso de la Nueva Granada en pleno decretó el 8 de mayo de 1834
y el Presidente sancionó el 9, un decreto que modificaba sustancial-
mente la bandera y el escudo de armas de la República. Veámoslo:

231
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

"Artículo Primero.- Las armas de la Nueva Granada serán un escu-


do dividido en tres fajas horizontales, que llevará en la superior, sobre
campo azul, una granada de oro, con tallo y hojas de lo mismo, abier-
ta y granada de rojo. A cada uno se sus lados irá una cornucopia,
ambas de oro, inclinadas y vertiéndose ácia el centro, monedas la del
lado derecho, i la del izquierdo frutos propios de la zona torrida. Lo
primero denota el nombre que lleva esta Republica; y lo segundo la
riqueza de sus minas i la feracidad de sus tierras".

Pasamos a la bandera:
"Artículo Sesto.- Los colores nacionales de la Nueva Granada serán
rojo, azul y amarillo. Estarán distribuidos en el pabellon nacional en
tres divisiones verticales de igual magnitud. La mas inmediata a el
asta, roja; la división central, azul, i la de la estremidad amarilla.
Artículo Septimo.- Las banderas que hayan de enarbolar en los bu-
ques de guerra, en las fortalezas y demas parajes públicos, y en las
que despleguen los ministros y agentes de la República en países
extranjeros, llevarán las armas de la Nación en el centro de la divi-
sión azul. Las de los buques mercantes llevarán en el mismo lugar
una estrella blanca con ocho rayos.
Artículo Octavo.- Tanto las armas de la República, descritas en los
artículos 1° y 5°, como las banderas de que habla el anterior, se harán
siempre conforme a los modelos que acompañan esta ley".

El escudo que vemos a continuación es el oficial dado por el


Congreso, con el texto del decreto que hemos conocido.

Venezuela cambia su Bandera y Escudo


Ese mismo año 1834 el Congreso de Venezuela decidió el cam-
bio de su bandera nacional y su escudo. Sin embargo, los cambios no
se pudieron poner en efecto hasta dos años después, en 1836.

232
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

El 20 de abril de 1836 el Congreso de Venezuela da el decreto


N° 213 reformando el N° 54 del 14 de octubre de 1830:
"El Senado y la Ca. de R. de la Ra. de Venezuela reunidos en
Congreso, considerando:
Que el decreto de 14 de Octubre de 1830 designó provisionalmente el
escudo de armas de la República dejando el Congreso Constituyente
á los constitucionales la facultad de fijarlo de un modo permanente,
decretan:
Art. 1° Las armas de Venezuela serán un escudo, cuyo campo lleva-
rá los colores del pabellon venezolano en tres cuarteles. El cuartel de
la derecha será rojo, y en él se colocará un manojo de mieses, que ten-
drá tantas espigas cuantas sean las provincias de Venezuela, simbo-
lizándose á la vez la union de éstas bajo su sistema político y la rique-
za de su suelo. El de la izquierda será amarillo y como emblema del
triunfo llevará armas y pabellones anlazados con una corona de lau-
rel. El tercer cuartel que ocupará toda la parte inferior será azul y
contendrá un caballo indómito blanco, empresa de la Independencia.
El escudo tendrá por timbre el emblema de la abundancia que Vene-
zuela había adoptado por divisa, y en la parte inferior una rama de
laurel y una palma atadas con giras azules y encarnadas, en que se
leeran en letras de oro las inscripciones siguientes: Libertad – 19 de
abril de 1810 – 5 de julio de 1811.
Art. 2° El pabellon nacional será sin alteracion alguna el que adop-
tó Venezuela desde el año de 1811 en que se proclamó su independen-
cia, cuyos colores son amarillo, azul y rojo en listas iguales horizon-
tales y en el orden que quedan expresados de superior á inferior.
Art. 3° Las banderas que se enarbolen en los buques de guerra, en las
fortalezas y demás parajes públicos, y las que despleguen los agentes
de la República en países extranjeros, llevarán las armas de la Nacion
en el tercio del color amarillo inmediato á la asta.
Art. 4° Se colocarán las armas nacionales en las salas y puertas exte-
riores del Congreso, del Poder Ejecutivo, diputaciones provinciales,
concejos municipales, tribunales de justicia y demás oficinas públicas.
Art. 5° Se deroga el decreto de 14 de Octubre de 1830".

Este decreto es el origen de una de las mayores confusiones


sobre la bandera y lo sorprendente es que se dio en el país donde nació
la bandera tricolor.

233
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

La fuente de la confusión es el artículo 2°, el cual es contradic-


torio. Cuando dice que "El pabellón será sin alteración alguna el que
adoptó Venezuela desde el año de 1811 en que proclamó su independen-
cia" se está refiriendo al tricolor adoptado por el Supremo Congreso el
9 de julio de 1811. Ese pabellón era, como hemos visto, de la franja ama-
rilla ocupando la mitad de la superficie, la azul una cuarta parte y la
roja la otra cuarta parte en franjas horizontales y en ese orden. Pero
acto seguido, el mismo artículo dice: "cuyos colores son amarillo, azul y
rojo en listas iguales horizontales...", con lo cual se está refiriendo al pabe-
llón de Miranda de 1806 en cuanto a la magnitud de las listas mas no a
su orden de colocación.
Si ese decreto hubiera sido consecuente con lo dicho por José
Félix Blanco en su obra sobre Bolívar, la bandera habría llevado listas
de diferentes magnitudes, como grafican los historiadores venezolanos
la bandera de 1811.
Lo cierto es que la bandera que resultó fue un híbrido entre la
de 1806 y 1811, llevando la magnitud igual de las listas de la bandera
de 1806 y el orden de los colores de 1811.

Venezuela cambiaría en varias ocasiones el escudo de armas e


inclusive se lo reemplazaría con estrellas como se hizo en Pampatar y
Angostura, pero no se variaría la bandera en sí, en cuanto a los colores
o sus magnitudes. El escudo que vemos aquí es de 1871.
En esta bandera con el escudo se aprecia mejor la razón por la
cual se estableció en 1811 el amarillo de magnitud dupla. La presencia
del escudo hace que la franja amarilla, que es de igual magnitud que
las azul y roja, parezca más pequeña. En la actual bandera venezolana,
la presencia de las estrellas blancas en la franja azul compensan un
poco el efecto óptico.

234
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Cambios a través del tiempo


Entre los años 1834 y 1836, tanto la Nueva Granada como Ve-
nezuela cambiaron el orden, dirección y magnitud de las franjas del tri-
color. Sólo Ecuador mantuvo el orden y las proporciones originales
hasta 1845 y luego las retomaría en 1860.
La Nueva Granada, ya con otro nombre, el de Estados Unidos
de Colombia, regresaría, en noviembre 26 de 1861, al tricolor de 1811.
Hasta ese momento se había denominado Confederación Granadina y
finalmente retomarían el nombre de República de Colombia en 1886,
pero el orden y las magnitudes de las franjas de su bandera no varia-
ron desde 1861.

Se establece la República del Ecuador


Para 1835, año de la Convención Constitucional de Ambato, el
escudo del Estado de 1833 adquirió primera importancia por la forma-
lización de la separación del Ecuador de la República de Colombia, algo
que de hecho se había dado desde el 13 de mayo de 1830, pero que se
mantenía ficticiamente por respeto a la memoria del Libertador. En la
Convención el país tomó el nombre de "República del Ecuador", en
reemplazo de su antiguo nombre de "Estado del Ecuador en la Repúbli-
ca de Colombia". Al elevarse el "Estado" a categoría de "República", su
escudo propio también se elevó. Pero, curiosamente, esa "elevación" se
dio, de forma parecida a su creación, como un elemento más de un de-
creto de papel sellado. Fue dado en Ambato el 10 de agosto de 1835 y
sancionado el 16 de agosto por el presidente Vicente Rocafuerte. Dice
así:
"Art. 2° En el sello se pondrán las armas de la república con el lema,
República del Ecuador...". (fig. 7 color)

235
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

A partir de entonces y hasta 1843 se usó este escudo. En un


decreto de 1836, sobre acuñación de moneda, se daría una descripción
más detallada de él, que incluiría las estrellas y el volcán.

El Escudo de 1843
La bandera no se alteró en la Convención de 1843 y es más,
como veremos a continuación, ni se la mencionó en el decreto que dio
el nuevo escudo de armas.

El Decreto
"La Convención Nacional decreta:
Art. Único.
Las armas de la República serán en la forma siguiente: el escudo ten-
drá una altura dupla a su amplitud; en la parte superior será rectan-
gular, y en la inferior elíptico: su campo se dividirá interiormente en
tres cuarteles: en el superior se colocará sobre fondo azul el sol sobre
una sección del zodíaco: el cuartel central se subdividirá en dos, y en
el de la derecha sobre fondo de oro se colocará un libro abierto en
forma de tablas, en cuyos dos planos se inscribirán los Nos. Romanos
I, II, III, IV indicantes de los primeros artículos de la Constitución:
en el de la izquierda sobre fondo de sinople, o verde, se colocará un
(sic) Llama. En el cuartel inferior, que se subdividirá en dos, se colo-
cará en fondo azul un río sobre cuyas aguas se represente un barco y
en el la izquierda sobre fondo de plata se colocará un volcán. En la
parte superior del escudo, y en lugar de cimera, descansará un cóndor,
cuyas alas abiertas se extenderán sobre los dos ángulos. En la orla
exterior y en ambas partes laterales se pondrán banderas y trofeos".

Este decreto fue dado por la Convención el 18 de junio, fue


sancionado por el Presidente el 19 y fue publicado en la Gaceta del
Gobierno el 2 de julio. La llama fue reemplazada por un caballo.

El escudo y la bandera de 1843

Esta representación es heráldicamente correcta. Este escudo y


la bandera tricolor estuvieron vigentes hasta el año 1845, en que esta-
lló la revolución marcista. Desde junio, en que capituló el presidente
Flores, hasta noviembre de ese año, en que adoptó legalmente una nue-

236
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

va bandera y escudo, el Ecuador no tuvo bandera o escudo de armas


oficiales. (fig.9 color)

La situación política
Una desastrosa política interna y externa llevaron al Ecuador a
una crisis a fines de los años 1850s. Había una terrible escisión interna
y el país comenzó a fraccionarse. Para agravar la situación, el Perú,
ahora bien armado en su ejército y marina, aprovechó la situación para
tratar de sacar ventajas territoriales, apoyando abiertamente a uno y
subrepticiamente a otro bando.

Alianza entre Flores y García Moreno


El general Flores se encontraba asilado en Lima y gozando de
la hospitalidad del Gobierno peruano. Allí también se encontraba, en
1859, Gabriel García Moreno, antiguo detractor de Flores e inicialmen-
te afecto a la Revolución Marcista. En 1852 García Moreno había roto
con el gobierno ecuatoriano y era enemigo violento de los marcistas.
Flores, desde que obtuvo asilo en Lima, había realizado continuos hos-
tigamientos a los gobiernos marcistas. Él estaba presto a participar en
cualquier empresa que dificultara la situación política de sus enemigos.
La situación era propicia para un acuerdo entre Flores y García.
Viejos rencores fueron olvidados y en 1859 Flores se alió con
García Moreno, que para entonces ya era un formidable político y pole-
mista.
Con el auspicio subrepticio del gobierno peruano, se formó un
ejército que fue ocupando el territorio ecuatoriano, mientras el gobier-
no marcista del general Guillermo Franco lo perdía. Llegó un momen-
to en que lo único que Franco controlaba era Guayaquil y sus entornos.
El ejército de García Moreno y Flores, tuvo éxito al tomar Guayaquil el
24 de septiembre de 1860. De inmediato asumió la Jefatura Suprema de

237
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

la República el Dr. Gabriel García Moreno y la Jefatura del Ejército el


Gral. Juan José Flores.

Se decreta nueva Bandera en 1860


A dos días de tomada Guayaquil y con el Gobierno en esa ciu-
dad, el Dr. García Moreno emitió el siguiente decreto:
"GABRIEL GARCÍA MORENO,
JEFE SUPREMO DE LA REPÚBLICA,
AUTORIZADO POR EL GOBIERNO PROVISORIO,
CONSIDERANDO:
1° Que la bandera nacional del Ecuador es la gloriosa bandera trico-
lor con la cual conquistó su independencia en los campos de bata-
lla:
2° Que la enunciada bandera es un vínculo de union con las nacio-
nes hermanas que formaron la antigua y gloriosa República de
Colombia, y con las cuales estamos llamados a constituir una
grande y poderosa Comunidad Política:
3° Que a la bandera tricolor están asociados grandes recuerdos de
triunfos espléndidos, virtudes heróicas y hazañas casi fabulosas:
4° Que la bandera bicolor ha sido humillada por la negra traicion de
un jefe bárbaro, y lleva una mancha indeleble:
5° Que la antigua bandera ecuatoriana, sellada con la sangre de nues-
tros héroes, se conservó inmaculada y triunfante, y es un monu-
mento de nuestras glorias nacionales;
DECRETO:
1° Se restablece en la República la antigua bandera Colombiana.
2° Se enarbolará dicha bandera en la Casa de Gobierno a las 4 de tarde
del dia de mañana, y será saludada por las salvas de artillería, con-
forme a ordenanza.
3° El presente decreto se comunicará a los ajentes diplomáticos y con-
sulares de las naciones estranjeras y a S.E. el Jeneral en Jefe del
ejército, para que lo ejecute con la solemnidad debida.
Dado en la Casa de Gobierno, en Guayaquil, a 26 de Setiembre de
1860.
GABRIEL GARCÍA MORENO.- Luciano Moral, Secretario"

Pero no se mencionó el Escudo


Con ese decreto volvió a ser Bandera Nacional del Ecuador la

238
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

de la antigua República de Colombia. Sin embargo, hemos visto que el


decreto no menciona al Escudo Nacional, con lo que quedó vigente el
antiguo escudo marcista. Nadie parece haberse percatado que ese escu-
do llevaba grabados en el zodiaco los meses gloriosos de la Revolución
Marcista, la peor ofensa a Flores. Podían haber dejado el zodiaco sin los
signos, como el escudo de 1843.

Las confusiones

El texto del decreto, al no describir nuevamente el tricolor co-


lombiano, dio cabida a muchas confusiones en cuanto a la magnitud de
las franjas, aunque ya no se volvió a hablar del tricolor de las franjas
verticales.
Así es como debe haberse visto la bandera oficial a partir del
26 de septiembre de 1860. (fig. 10 color)

Entre los documentos que confirman que el


tricolor de 1860 es igual al actual, tenemos la
Geografía y Geología del Ecuador del Dr. Teodoro
Wolf, la Geografía de la República del Ecuador
arreglada por los HH. de los EE.CC. para uso de
sus alumnos y un documento elaborado por el
Consulado del Ecuador en Génova, publicado
en 1892. Estos documentos reiteran el uso del
tricolor del doble ancho amarillo mucho antes
de 1900.
En el documento del Consulado, el es-
cudo está mal elaborado, pues no es ovalado.
El documento de los "HH. de los EE.
CC.", de 1881, se muestra a continuación:

239
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Y el de Wolf, de 1892, a continuación:

Y si lo demostrado no fuera suficiente, de prueba una joya


De hecho, tenemos una prueba preciosa, que forma parte de
una joya valiosa.
La lucha por la recuperación de Guayaquil en 1860 fue ardua.
La batalla del "Cruce del Salado" fue épica y para recompensar los
actos de valor que se dieron, la Convención decretó una condecoración,
que se denominó "Arrojo Asombroso".

240
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Veamos lo que dice al respecto Ricardo Márquez Tapia:

"La hermosa visión, de contemplar al cabo de 15 años en los dominios


del Ecuador a la Bandera de Colombia, ondulando triunfante sobre
los sicarios de la libertad; causó en los dirigentes de la opinión públi-
ca, hacer la merecida apoteosis del símbolo de Bolívar, en la concien-
cia ciudadana. En esta virtud, el referido emblema, fue incrustado en
oro y plata, en las medallas conmemorativas, que se adjudicaron a los
militares que batallaron en las jornadas de sangre del año de 1860; y
así la Convención de 1861, reunida en Quito, siendo su Presidente el
General Juan José Flores, Vicepresidente el doctor Mariano Cueva,
dio un Decreto en Marzo de 1861, de concesión de honores a los ven-
cedores, el cual dice: Art. 2° Los combatientes que pasaron el Estero
Salado, llevarán una cruz al pecho en el lado izquierdo.- 3° La cruz
tendrá cuatro radios ligados entre sí, por la Bandera Nacional
Tricolor y se leerá en la orla esta inscripción: ARROJO ASOMBRO-
SO, y dentro de ella llevará un castillo esmaltado. Los Generales y los
Coroneles, la llevarán en forma de placa labrada en oro y plata, con
esmalte de los colores del iris. Los demás Jefes, Oficiales y Soldados,
la llevarán pendiente de una cinta tricolor y el diámetro no excederá
de diez líneas. Las primeras serán de oro con esmaltes tricolores y las
últimas de plata con igual esmalte".

De esa condecoración se había conocido, porque su imagen ha


sido publicada en algunas ocasiones, la placa otorgada al general Flo-
res, pero no se conocía la medalla menor, pendiente de la cinta tricolor.
Veamos aquí, por primera vez, las dos medallas juntas:

241
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Esta medalla se hizo bajo la supervisión directa del general


Flores, para quien sería una condecoración muy especial, por varias
razones, entre ellas su reivindicación como jefe militar.
El recipiente de la medalla menor fue nada menos que Antonio
Flores Jijón, hijo del General y entonces al servicio del ejército coman-
dado por su padre.
No sólo tenemos el tricolor de la franja amarilla dupla de la
azul y roja iguales en la medalla en sí, sino también en la cinta de la
medalla menor.
Si esa no fuera la bandera de Colombia que conoció el general
Flores como oficial superior del Ejército Libertador bajo el mando
supremo de Bolívar, Flores no la habría puesto en una medalla tan
importante, tanto en la joya como en la cinta.
Para mí, esa medalla es el mejor testimonio de cual fue la ban-
dera restaurada en 1860, y al serlo, se confirma también que esa fue la
bandera que llevó el Ejército Libertador de Colombia.

El Decreto de 1900
El Congreso de 1900 sólo se limitó a describir y a reglamentar el uso de
la bandera y el escudo, sin introducir alteración alguna en el ancho de
sus franjas. La reiteración o aclaración de la franja amarilla más ancha
puede deberse a las confusiones que ya estaban creando algunos ilus-
tres historiadores de la época, que estaban confundidos. Veamos par-
cialmente el texto del decreto legislativo:

"EL CONGRESO DEL ECUADOR

DECRETA:
Art 2° El Pabellón Nacional será, sin alteración alguna, el que
adoptó el Ecuador desde que proclamó su independencia, cuyos colo-
res son: amarillo, azul y rojo, en listas horizontales, en el orden en
que quedan expresados, de superior a inferior, debiendo tener la faja
amarilla una latitud doble a las dos de los otros colores.
Art 3° Las banderas que se enarbolen en los edificios nacionales,
buques de guerra, fortalezas, y las icen los Agentes Diplomáticos y
Consulares de la República en países extranjeros llevarán las Armas
de la Nación en el centro, sobre las fajas de los colores amarillo y azul.
Art 4° Las banderas que se enarbolan en los edificios municipales,

242
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

no llevarán las Armas de la Nación, sino un círculo de estrellas blan-


cas, colocadas en la faja azul, y en número igual al de las Provincias
que componen la República.
Art 5° El Ejército usará el Pabellón Nacional de que habla en artí-
culo 3°; y cada batallón o regimiento, llevará en su bandera o estan-
darte, y en la faja de color amarillo, el número que le corresponde,
según lo que al respecto disponga en Ministerio de Guerra.
Art 6° Las banderas que enarbolen los buques de la marina mercan-
te y toda persona particular, serán las que se determinan en el
artículo 2°"

Entre 1900 y 2007


No se dieron mayores novedades en cuanto a la bandera entre
estos años, salvo los ya usuales de mal uso de la bandera y el escudo
por falta de reglamentación adecuada.

La Bandera sin el Escudo


Ahora bien; entonces, tal como ahora, el uso del escudo de
armas en la bandera le da un carácter de oficial y por ello algunos esta-
dos, como el Ecuador en 1900, han legislado el uso de la bandera de
diversas formas, para el uso de los ciudadanos y aún de entes estatales
de menor rango.
También es una realidad que la dificultad que representa para el
ciudadano común dibujar adecuadamente un escudo para incorporarlo
a una bandera nacional, hace más fácil su uso sin el escudo nacional.
La bandera sin el escudo sigue representando a la nación, aun-
que cuando algunos países comparten la misma bandera, eso crea difi-
cultades. Tal es el caso de Colombia, Ecuador y en menor grado Vene-
zuela, por la diferencia en la magnitud de sus fajas.
Algunos especialistas en banderas tratan de diferenciar las
banderas de las dos naciones: Ecuador y Colombia, dándoles diferen-
tes proporciones. Así, dejan a la bandera colombiana en la proporción
usual de las banderas, que es de 2:3 (porque los colombianos sí salen a
defender su bandera) y le dan a la ecuatoriana una proporción 1:2 que
la hace extremadamente larga, o 1:3 que le da una mayor despropor-
ción (porque nadie la defiende, ya que no hay una norma). Lo más tris-
te es que esa variación en sus proporciones también se practica en el
mismo Ecuador. Así, vemos banderas de distintas proporciones en
colegios y aún en entidades oficiales.

243
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Los decretos sobre la bandera ecuatoriana nada dicen sobre sus


proporciones y eso es algo que se debe legislar oportunamente, pues la
bandera ecuatoriana está siendo graficada de manera antojadiza en
varias fuentes de información digital.
A continuación vemos la bandera ecuatoriana comparada con
la colombiana. La diferencia se marca más cuando se ve las banderas
con el escudo:

Colombia 2:3 Ecuador 1:2

¿Cuál es la proporción a la que debe ir la bandera ecuatoriana?


¿Debe ser 2:3 como la gran mayoría de las banderas del mundo? ¿O
debe ser en una proporción alargada de 1:2 como se ha graficado aquí,
o aún 1:3, que la desproporciona totalmente?
Esa es una decisión que deberá ser tomada cuando se haga una
revisión seria de la legislación vigente que rige los símbolos patrios.
Pero es una revisión que debe hacerse bien, con tiempo y prolijidad,
para evitar los errores en que se han incurrido en el pasado.

El Día de la Bandera
El 23 de septiembre de 1955 se emitió un decreto legislativo
que declaró al 26 de septiembre como el día de la bandera, al haber sido
restituido el tricolor colombiano como bandera nacional del Ecuador
en esa fecha. Este decreto se publicó en el Registro Oficial N° 942, del 8
de octubre de ese año. Desde entonces, ese día se celebra en todo el país
con homenajes a la bandera nacional. En ese día se realiza la jura de la
bandera en los planteles educativos del país.

El uso de la bandera
Hace falta una reglamentación clara sobre el uso de la bandera
nacional. El decreto de 1900 no cubre algunos detalles que se pasaron
por alto. Veamos algunos ejemplos:

244
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

Hay un detalle de frecuente ocurrencia, que se escapa: El debi-


do respeto a la Bandera cuando se entona el Himno Nacional. En las
ceremonias oficiales y privadas se tiene la mala costumbre de colocar
las banderas en la parte posterior de las "mesas directivas", de tal forma
que los funcionarios que están en ella le dan la espalda a las banderas.
Cuando se entona el himno, ellos permanecen de espaldas a la bande-
ra, lo cual es un irrespeto. Deberían darse la vuelta y mirar a la bande-
ra. La bandera debe colocarse de tal forma que todos los presentes la
puedan mirar cuando se entona el Himno Nacional, pues esa es una
señal de respeto y veneración.
Una demostración patética de falta de ceremonial lo tenemos
en la imagen adjunta, que constituye
uno de los momentos más solemnes
del uso de la bandera:
Como vemos, los oficiales militares
están recogiendo la bandera sin cere-
monia alguna, como si fuera un trapo,
cuando ese acto debería ser ceremo-
nioso y responder a un protocolo.

Estandarización de colores

Otra sugerencia es el establecer estándares para los colores. Las


banderas ecuatorianas tienen cada una un color distinto.
En Venezuela ya han establecido un patrón de colores que tiene que ser
usado por todo confeccionador de banderas y aún para el uso de
imprentas.

Proporciones - efectos visuales


Para tener una mejor idea de los efectos visuales que causan las
variaciones en las proporciones, veamos tres ejemplos:

Bandera en proporción 1:1, usualmente usada en


forma de banderas para vehículos oficiales.

245
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Bandera en proporción 2:3, la forma usual


de la mayoría de las banderas nacionales.

Bandera en proporción 1:2, la


forma en que se grafica la bande-
ra ecuatoriana en Internet.

Esta bandera requiere un asta muy alta para que nunca toque
el suelo, que es una de las mayores ofensas que se puede hacer a una
bandera.

Reubicación del escudo


Otra sugerencia para mejorar el uso de la bandera puede ser el
permitir la reubicación del escudo en el cuarto superior pegado al asta
(cantón), para facilitar su doblado, y usar el escudo en el centro sólo en
los pabellones que permanecen siempre expuestos:

En fin, la conclusión más importante a la que se ha llegado es


que nuestra actual bandera es la misma de nuestra independencia en
cuanto a colores y magnitudes de sus fajas. Algunas personas pueden
decir que entonces este trabajo no tuvo razón de ser, pero la verdad es

246
EL TRICOLOR DE LA REPÚBLIC A DEL ECUADOR 1830 - 2007

que el asunto de cual había sido nuestra bandera de la independencia


nacional no estaba nada claro y se había prestado a muchas confusiones.
Felizmente este trabajo concluye demostrando esta verdad
comprobada y así queda resuelta una duda que ha creado incertidum-
bre por muchos años. Una duda resuelta es una duda menos en nues-
tra maltratada historia.

Guayaquil, 5 de julio de 2007

247
DISCURSO DE BIENVENIDA A LA
DRA. ANA LUZ BORRERO VEGA
COMO MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LA
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Juan Cordero Iñiguez


Director del Capítulo de Cuenca de la ANH

Ana Luz Borrero Vega, cuencana de nacimiento y de corazón,


ha dedicado su vida al estudio y está en la cátedra universitaria desde
1984, después de formarse y graduarse con honores en la especiali-
zación de Historia y Geografía de la Facultad de Filosofía de la Univer-
sidad de Cuenca, donde continúa sus labores académicas, hallándose
en este momento en su año sabático, que lo está utilizando en un gran
proyecto, que es como una suma de sus preocupaciones, darnos a
conocer cómo se desarrolló la ocupación humana en el territorio cuen-
cano, desde su fundación hasta nuestros días.
La distinción lograda como la mejor estudiante de su promo-
ción, reconocida por la Universidad con la concesión del premio Be-
nigno Malo, da testimonio de su empeño académico. Obtuvo todos los
títulos que ofrece nuestra Facultad, inclusive el de doctora y siguió
estudios de cuarto nivel que le han dado un Diplomado en la enseñan-
za de Historia y Geografía, en Quito; una Especialización en Población
y Desarrollo, en Chile; una Maestría en Artes y Ciencias, en Ohio; y,
una Especialización en Docencia sobre Cultura e Historia de América
Latina, en Sevilla, con los auspicios del Colegio de América y de la
prestigiosa universidad Pablo de Olavide.
Ana Luz se ha desempeñado como directora del Centro Aca-
démico de Historia y Geografía y de la Sección del mismo nombre de
la Casa de la Cultura. Ha sido directora o coordinadora académica de
una Maestría en Población y Desarrollo; de postgrados propiciados por
la Facultad de Filosofía, y de un convenio de intercambio y movilidad
académica de estudiantes de las universidades de Cuenca, Sevilla,
Veracruz y Montevideo.

248
BIENVENIDA A LA DRA. ANA LUZ BORRERO VEGA

Así mismo, ha participado como invitada a ejercer la cátedra


universitaria en varios lugares del país y ha dirigido investigaciones y
proyectos académicos. Citemos algunos: Profesora de Geografía Hu-
mana y de Integración entre el espacio y la sociedad en el décimo se-
gundo y vigésimo cuarto cursos nacionales de Geografía Aplicada.
Directora de una investigación sobre los cambios poblaciona-
les y las migraciones en el Azuay; de otra sobre el sector informal
urbano en Cuenca; de un sólido trabajo, en coordinación con otros pro-
fesores universitarios, sobre la recuperación de la memoria histórica de
Cuenca y de uno más sobre la geografía de los paisajes de Cuenca.
Asesora y directora en el tema de migración dentro de la inves-
tigación titulada Mujer, familia, migración y actividades productivas
en los cantones orientales del Azuay.
Entre los foros, cursos, seminarios y talleres en los que ha par-
ticipado, coordinado, ha sido moderadora o ha presentado alguna
ponencia están los siguientes: Descentralización y participación social;
Pobreza y ruralidad; Mujer y migración; Mujer y comunicación; Bases
políticas, sociales, culturales y económicas para la construcción del
Nuevo Ecuador; Regionalización del Ecuador, propuestas para el Aus-
tro; Comunicación, educación y desarrollo sustentable; Manejo integral
de las cuencas hidrográficas, con énfasis en la cuenca del Paute;
Cuenca y su futuro; Cuantificación de impactos ambientales; Residuos
sólidos, salud y participación ciudadana; Desarrollo sustentable de
montañas; Alternativas de desarrollo; La nueva ley de extranjería en
España y su impacto en los migrantes ecuatorianos; Ecuador megadi-
verso; Cambio climático; Ciudades en el tiempo.
Ana Luz ha asistido y participado en cursos y congresos nacio-
nales de Historia y Geografía; sobre sistemas de información geográfi-
ca; técnicas geográficas, fotointerpretación; evaluación del impacto
ambiental; movimientos historiográficos actuales; ambiente, comuni-
cación e investigación; metodología de la investigación; cambio climá-
tico y retroceso de los glaciares en la zona andina; Filosofía, cultura y
ciencia.
Tiene membresías en la Casa de la Cultura, en la Asociación de
Historiadores del Ecuador, en el Centro de Estudios ambientales de la
Universidad de Cuenca, entre otras instituciones y hoy nos honra con
su incorporación a la Academia Nacional de Historia.

249
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Autora o coautora de numerosas obras. Destacamos algunas:


1987. Historia Social y Económica de Cuenca y su Provincia. Inédita.
1989. El paisaje rural en el Azuay. (Corresponde a su tesis doctoral)
1992. La migración y la movilidad en la provincia del Azuay.
1994. Impacto de la migración en el Azuay.
1997. Mujer y migración: un fenómeno de alcance nacional y regional.
1998. Familia, mujer y migración internacional y actividades productivas.
1999. Desarrollo local sustentable: el caso de los cantones nororientales en el
Azuay.
2002. La migración: estudio sobre las remesas de divisas que ingresan al
Ecuador.
2004. Uso del suelo y paisaje glacial en la cuenca del Llaviuco, parque nacional
del Cajas.
2005. Historia y geomorfología glaciar en el Parque Nacional del Cajas.
2006. Población y migración en la provincia del Azuay. En prensa.
2006. Recuperación de la memoria histórica de Cuenca en la primera mitad del
siglo XX. (A publicarse en el 2007).

Es autora de varios artículos sobre los campos de su especial-


ización publicados en las revistas Pucara, Cabeza de Gallo y en el Diario
El Mercurio.
Su discurso sobre la población de Cuenca entre 1850 y 1950
corresponde a una parte de la magna tarea de estudiar al habitante y al
paisaje de Cuenca desde la fundación de la ciudad y nos consta que
sólo con una gran disciplina y con una precisa coordinación de varios
investigadores, a quienes remunera con su peculio, podrá cumplir su
compromiso con la Universidad y su anhelo de darnos a conocer, por
primera vez, con documentos y estadísticas, cómo ha evolucionado
una población española, india y mestiza, matizada ocasionalmente con
la etnia negroide, desde que Cuenca tuvo unos veinticinco vecinos,
quizá unos pocos más, hasta el registro censal de mediados del siglo
pasado, cuando llegamos a sobrepasar ligeramente los 46.000 habi-
tantes.
Investigadora meticulosa, le gusta manejar los datos y térmi-
nos con la mayor precisión posible y para comunicar resultados pre-
fiere estar segura, que emitir algún criterio que pueda ser aventurado.
Su mundo, el de la geografía, en sus múltiples enfoques: físico, hu-
mano, económico, ecológico, lo ha dirigido hacia el estudio de la región
austral y más concretamente de Cuenca y su entorno.

250
BIENVENIDA A LA DRA. ANA LUZ BORRERO VEGA

El período cubierto en su Discurso cubre un siglo de crecimien-


to lento pero constante de la población cuencana, aunque en ese lapso
haya perdido su segunda ubicación después de Quito, por la explosión
creciente e incontenible de la ciudad de Guayaquil hasta la fecha, para
lo cual la provincia del Azuay, con sus viejos hábitos migrantes, ha con-
tribuido substancialmente.
Con el análisis del censo de 1950 cierra su exposición y todos
esperamos que continúe su detallado estudio para que nos dé a cono-
cer el crecimiento de cerca de 46.000 habitantes a mediados del siglo
pasado a los 300.000 y más a la fecha, con toda la carga de obligaciones
urbanísticas que conlleva ese crecimiento y que deben estar bien aten-
didas por la Municipalidad, institución que debe considerar estudios
de base, de rigurosidad científica, como los de Ana Luz, para poder
planificar por lo menos para los próximos cincuenta años, es decir, para
llegar al medio milenio de vida cuencana, con mejores condiciones de
vida para todos los cuencanos, dentro de un creciente urbanismo
mundial.
Ana Luz, nuevamente y de corazón, te damos la bienvenida a la
Academia Nacional de Historia y esperamos tu decidida participación
en el engrandecimiento de la Institución que no te es extraña porque está
en tus genes, como descendiente por todos tus apellidos y particular-
mente por el ancestro de los Borrero, algunos de los cuales fueron miem-
bros de nuestra centenaria Institución, cuyos nombres cimeros son los
del Presidente Antonio Borrero Cortázar, autor de una enjundiosa refu-
tación a una biografía de Gabriel García Moreno escrita por el padre
Berthe y del estudio y presentación de las obras completas de fray Vicen-
te Solano en edición de lujo hecha en 1892. En la bibliografía azuayo-
cañari están las numerosas obras históricas y geográficas de Alberto Mu-
ñoz Vernaza, Alfonso María Borrero, Manuel María Borrero, de tu padre
el Dr. Antonio Borrero y de muchos familiares más. Ana Luz, tú estás
añadiendo laureles a una ilustre familia, de las más notables de esta ciu-
dad que se ha distinguido por el esfuerzo de sus hijos.
Ana Luz: Cuenca, los cuencanos, te agradecemos por tus
aportes académicos y confiamos en que los seguirás dando con la
misma calidad científica y sobre todo con la calidez humana, con que
siempre actúas.

Cuenca, enero 2007

251
POBLACIÓN Y TERRITORIO EN CUENCA: 1850-1950

Ana Luz Borrero Vega

A la memoria de Guadalupe y Claudia

Discurso de incorporación como Miembro Correspondiente


de la Academia Nacional de Historia

Introducción

Este trabajo ofrece una panorámica general de los procesos de


crecimiento y poblamiento de la Región de Cuenca entre 1850 y 1950,
además de ciertos aspectos del cambio urbano de Cuenca. Se delimitó
este período -un siglo- en función de los cambios políticos y adminis-
trativos ocurridos en esa época. El año de inicio 1850, coincide con la
época en que comienza en Cuenca un ciclo económico exportador cas-
carillero (hasta 1855) y también toquillero (se inicia en 1845); la fecha
límite del análisis, el año de 1950, a más de ser importante por que
se realizó el primer censo oficial estadísticamente moderno en el terri-
torio nacional –que marcó una diferencia en calidad y credibilidad de
la información censal entre los siglos XX y XX–, también es una época
en la que se cierra el ciclo exportador de la región, en este período
decaen las exportaciones azuayas del sombrero de paja toquilla.
En esta investigación se utilizaron técnicas de la demografía
histórica, de la historia regional y de la archivística. Las fuentes uti-
lizadas fueron primarias y secundarias estas últimas recoge la mayoría
de la literatura sobre el tema, en particular de autores como Cordero
Palacios, Hamerly, Achig, Espinoza, Washbrun, Palomeque, Minchon,
entre otros.
Las fuentes primarias constituyen un conjunto de documentos
relacionados con padrones, censos e informes sobre la población de
Cuenca y su región, así como informes parroquiales. La documenta-
ción proviene de los siguientes Archivos: el Archivo Nacional de Histo-
ria/Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay (Fondo

252
PO BL ACI Ó N Y T E R R I TO R I O E N CU EN C A 1850 - 1950

Administración de la Gobernación de Cuenca), del Archivo Nacional


en Quito (Padrones del Azuay y Cuenca), así como del Archivo de la
Curia Arquidiocesana de Cuenca. Estos archivos ofrecen valiosas infor-
maciones sobre datos generales de la población a más de estadísticas
demográficas de natalidad, mortalidad y migración.
La documentación está compuesta de listas nominativas cen-
sales, realizadas en diversos años del siglo XIX y de informes de las
autoridades locales como jefes políticos, tenientes políticos y gober-
nadores, basados muchas veces en datos de los registros de la Iglesia:
bautizos, defunciones y matrimonios. Se utilizó para el desarrollo de
esta investigación la información más coherente, ya que la que poseía
demasiados errores de cómputo y poca credibilidad fue dejada de lado.
El espacio limitado de este artículo, me impide profundizar en
temas como la estructura de la población por sexo, edad, ocupación,
distribución urbana y rural, alfabetización, epidemiología, salud y
reproducción de Cuenca, así como de cada una de las unidades territo-
riales de su provincia.
Características de la evolución de la población en el Territorio
de Cuenca entre 1850 y 1950
Dentro del marco de la transición demográfica se analizarán
las etapas demográficas de Cuenca y su región en el periodo de estu-
dio. Cada una de ellas tienen una distinta duración temporal: la pri-
mera correspondería a fines del siglo XVIII y mediados del XIX. En esta
etapa vemos dos procesos, uno de descenso o contracción poblacional,
que coincide con el período de las guerras independentistas y los prob-
lemas económicos y sociales suscitados en esa época. Una segunda fase
de esta primera etapa, entre 1825 y 1854 donde se produce un creci-
miento poblacional con una tendencia a la concentración urbana. Lue-
go, entre 1854 y 1861 se produce un brusco descenso de la población en
general y de la población urbana en particular.
Entre los años de 1825 y 1838-40, de acuerdo al análisis de
Hamerly, la tasa de crecimiento fue positiva pero muy lenta, de sola-
mente 0,42 % anual. En 1838-40 la población de la provincia de Cuenca,
ascendía a 102.689 habitantes.
La segunda etapa transicional se inicia a partir de 1860, época
de importantes cambios políticos impulsados por el gobierno garciano,
que afianza el Estado Nacional y centralista que determinara la pérdi-
da de autonomía y la disminución del poder territorial de Cuenca. A su

253
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

vez, la sociedad azuaya vivió un proceso de recuperación económica,


que alentó también al crecimiento demográfico que se extendió hacia
fines del siglo XIX.
En este período la población vivió cambios positivos caracter-
izados por el crecimiento interno, la urbanización y por la abundante
migración de azuayos a las zonas orientales y a las provincias costeñas
de Guayas y el Oro principalmente. Esta situación ejemplifica la altísi-
ma e histórica movilidad de la población cuencana. El crecimiento
demográfico continúa con tasas positivas en el siglo XX. A este período
(1870-1930) según el demógrafo e historiador Minchom se lo puede
denominar como la etapa de la “expansión demográfica ecuatoriana”.
En su estudio demográfico sobre Cuenca, Hamerly citado
anteriormente concluye que el crecimiento demográfico de Cuenca y
su región entre 1838 y 1938 -es decir durante un siglo-, se triplicó en
relación con la etapa independentista, la población creció a un ritmo
de 1,23 % anual.
El poblamiento en el territorio de estudio, así como el de otras
regiones urbanas contemporáneas de los Andes, fue parte del proceso
colonizador español de los siglos XVI y XVII que estableció una estrate-
gia de control territorial y administrativa de las poblaciones indígenas,
mediante la fundación de ciudades coloniales con característica corpo-
rativas, estamentales y jerárquicas, estructura que se conservó en
Cuenca hasta fines del siglo XIX.
Los vecinos de la ciudad, españoles blancos, ciudadanos con
derecho a participar en el Cabildo y, por tanto, en la toma de deci-
siones, convivieron con otros estamentos de la vida urbana constituida
por mestizos, indígenas y esclavos, en un territorio que en el período
prehispánico, correspondía al área cultural Cañari.
A inicios del siglo XIX la provincia de Cuenca constituía un
importante foco regional dentro de la Real Audiencia de Quito, estaba
conformada por los territorios de la antigua Gobernación de Cuenca
que se mantuvieron con ligeros cambios desde fines del siglo XVIII
hasta mediados del siglo XIX. Un aspecto constante que moldea la urbe
o de la ciudad-región de Cuenca , a su población, su cultura, ideología
e imaginario, fue el hecho de que ésta es una ciudad interiorana andi-
na, aislada por su geografía debido a la presencia de los Andes como
barrera física y a la falta de vías de comunicación, grave problema no
resuelto sino muy tardíamente en el siglo XX.

254
PO BL ACI Ó N Y T E R R I TO R I O E N CU EN C A 1850 - 1950

Para inicios de la República se puede hablar de una división


geográfica regional tanto por razones físicas como culturales y sociales.
Cada una de las regiones tenía sus características demográficas propias
como tamaño, densidad, dispersión o concentración así como también
particularidades en su composición por sexo, raza, urbano/rural y
situación socioeconómica. La relación entre ciudades y sus regiones
contiguas dieron lugar a la formación de una región demográfica.
Según Washbrun, las regiones demográficas a fines de la Colo-
nia pueden dividirse de tres maneras: “características básicas demo-
gráficas, relaciones entre centros urbanos y áreas anexas y, la actividad
comercial y económica principal”.
Desde este punto de vista se contemplan tres regiones: la sie-
rra-norte, la sierra-sur, y la costa. Estas áreas fueron jurisdicciones
administrativas, al menos en asuntos de Real Hacienda; también for-
maron regiones demográficamente distintas, que pueden identificarse
por características de población, relaciones urbano-rurales y funciones
económicas.
Durante el período de estudio la población vivió cambios noto-
rios, se destaca su contracción y su reducción como se observa en un
análisis comparativo de los censos de 1780 y de 1825 , fechas corres-
pondientes al primer censo colonial oficial y el primero del período
republicano. Cuyos datos fueron de 82.708 y 75.785 habitantes respec-
tivamente; en cuanto a la población urbana, ésta desciende de 18.033
habitantes en 1780 a 10.981 para el año de 1825.
El descenso de la población así como la ruralización de la
misma en el período comprendido entre 1780 e inicios de la República
(1824), se produce también en otras regiones y ciudades serranas del
país, tal es el caso de Quito que de 25.000 habitantes en 1780 descendió
a 20.000 para 1840. Como consecuencia de la declinación de la pobla-
ción, en el período citado la población de la Gobernación de Cuenca se
redujo en un 10%.
Como se señalara brevemente párrafos arriba, las causas de
este descenso poblacional son múltiples, tanto en la región de estudio
así como en el resto del país, la población se vio diezmada como con-
secuencia de las guerras de la Independencia, el colapso de las eco-
nomías locales y regionales debido, en particular, a la reducción del
comercio con Lima debido a cambios administrativos originados desde
el Virreinato de la Nueva Granada, con un marcado centralismo. A más

255
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

del inicio de una fuerte emigración hacia la Costa, zona que se vinculó
al mercado internacional a través de la producción y exportación de
cacao.
La población urbana a mediados del XIX se recupera, aunque
no llega a la cifra del Censo borbónico realizado por el Gobernador
Vallejo en 1778-80, para el censo de 1864, Cuenca contaba solamente
con 17.080 habitantes, menor a la de fines de siglo XVIII.
Durante este período, Cuenca forma parte de una red de ciu-
dades que estructuran el espacio nacional, que se transforman, diver-
sifican sus funciones, se extienden, y crean mercados urbanos, por
ende, estimulan el crecimiento económico y productivo del país y de
sus áreas de influencia.
La población indígena de Cuenca, a inicios de la Colonia, su-
frió un descenso demográfico muy marcado, entre otras causas debido
a la mita minera. Sin embargo, para fines del XVIII la población se recu-
peró y creció gracias a la recepción de indígenas migrantes, conocidos
en la época como forasteros; este crecimiento se debió a la migración
Norte-Sur o migración intra-sierra. El Libro de Tributos de 1792, según
señala Tyrer Brines, presenta en esta región una alta población inmi-
grante, constituida por el 75% del total.
En este período Cuenca y su región se convirtieron en provee-
doras de productos para la Costa, trasladados por la vía Cuenca Molle-
turo-Naranjal o por una ruta alterna como fue la de Cuenca-Ingapirca-
Milagro-Guayaquil. La migración desde la región de Cuenca hacia la
costa se produce ya desde inicios del siglo XIX, a este fenómeno demo-
gráfico se lo denominó “bajada a la Costa”, se trata de la emigración de
campesinos azuayos hacia Guayaquil y otras zonas costaneras como la
actual provincia de El Oro. Estudios previos como los de Palomeque
anotan la importancia de la migración serrana a la costa durante el
período de auge cacaotero. La emigración es fundamentalmente de
hombres jóvenes solteros, así lo confirman los datos de población can-
tonales de la década de los sesenta por ejemplo.
Datos del crecimiento de la población de Guayaquil corrobo-
ran esta afirmación y demuestran la importancia de la inmigración ser-
rana, particularmente desde la zona serrana centro-sur hacia esa ciu-
dad. En 1812 Guayaquil tenía alrededor de 13.000 habitantes , luego en
1831 contaba ya con una población de 24.000 habitantes. Este creci-
miento explosivo siguió a lo largo del siglo XIX. Para 1900 la población
de esta urbe ascendía a 60.000 habitantes.

256
PO BL ACI Ó N Y T E R R I TO R I O E N CU EN C A 1850 - 1950

Al mismo tiempo que se producen cambios demográficos im-


portantes por la ruptura de las relaciones coloniales, desde inicios del
siglo XIX las distintas regiones del país se constituyen y articulan.
Luego son éstas las que dominarán el escenario económico, político y
social en el Ecuador del siglo XX; las tres principales son las de Ecua-
dor-Quito, Guayaquil y Cuenca. A partir de la Independencia en 1824,
Se producen nuevas divisiones territoriales, se crean por Decreto en el
mes de junio los Departamentos de Quito, de Azuay; dividido en las
provincias de Cuenca, Loja y Jaén de Bracamoros con Mainas y, el de
Guayaquil. La provincia de Cuenca se conformaba en cuatro cantones:
Cuenca, capital, Gualaceo, Cañar y Girón, Posteriormente se anexó el
cantón Gualaquiza, cuya cabecera fue el Sígsig. En 1880 se crea por De-
creto Legislativo la Provincia de Azogues, que luego en 1884 tomará el
nombre de Cañar, lo que produjo la reducción territorial del Azuay .
Entre 1830 y 1870 surgen nuevas identidades territoriales, éstas
nacen originalmente en base de un ideario federalista formulado en el
período de la Gran Colombia que construye símbolos como banderas
propias; se produce también una diferenciación a través de fiestas
patrias particulares como las que se celebran el 9 de Octubre, el 3 de
Noviembre, a más de otros elementos culturales como el arte popular,
la tradición oral. De acuerdo al criterio de Federica Morelli, la forma-
ción de “regiones” en este período s fundamenta el control que cada
ciudad ejercía sobre el espacio rural de su distrito, esto dio lugar según
su tesis a la formación de un sistema de ciudades-regionales, más que
de regiones .
Según la opinión de Morelli, la constitución de las regiones fue
un proceso posterior a aquel que proponen Maiguashca y otros estu-
diosos del proceso regional en el Ecuador , ella sostiene que a raíz de la
creación del Ecuador en 1830: “son los municipios de las ciudades los
protagonistas de este proceso, el naciente Estado independiente tiene
entonces un fundamento municipalista y no regional” .
Este es el caso de Cuenca, cuya población jugó un papel impor-
tante en la vida política del país a partir de mediados del siglo XIX; fue
significativo su aporte en la consolidación de los derechos civiles, cons-
titucionales y democráticos, así como al desarrollo del pensamiento
progresista y liberal .
La decimonónica ciudad de Cuenca, capital administrativa de
la provincia del mismo nombre y sede arzobispal desde 1786, se trans-

257
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

forma urbanísticamente: comienza a evidenciar un crecimiento verti-


cal, que transforma el sencillo paisaje de viviendas o casas blanqueadas
de una planta, de adobe y tejas en construcciones cada vez más altas y
complejas. Se abandona la arquitectura colonial y se inicia la construc-
ción con los nuevos cánones arquitectónicos, imperantes en Europa y
en otros países de Iberoamérica.
La evolución de Cuenca se produce gracias al crecimiento
demográfico y a los cambios económicos, políticos y culturales que mo-
dificaron la función urbana, aunque la economía de la región siguió
siendo agrícola y artesanal . La ciudad se convierte en el escenario de
los principales sucesos políticos, religiosos y culturales de la región.
En este periodo se amplían las relaciones de mercado. Son bien
conocidos los vínculos económicos de ésta con la economía interna-
cional a través de la explotación y exportación de cascarillera, de la
producción de tejidos y de la manufactura de sombreros de paja toqui-
lla, elaborados en la ciudad y su región.
Se produce el tránsito del la “ciudad tradicional o colonial ha-
cia la ciudad “moderna” o “ciudad de la primera modernidad”; la vida
de la sociedad se seculariza, se tratan de mejorar las comunicaciones,
los medios de transporte, el sistema escolar y educativo así como la
salud pública. En este período surge un nuevo modelo de gestión de la
ciudad , de manejo urbano, de planificación y, es entonces cuando na-
cen reformas al higuienismo y presentación de la ciudad; se construyen
edificios para escuelas, colegios, hospitales, sanatorios, lazaretos, casas
de beneficencia, sociedades de obreros, etc.
Durante este período Cuenca luchó por romper con el ais-
lamiento geográfico mediante la construcción de vías, de carreteras y
del ferrocarril, tal es el caso la construcción del ferrocarril del Azuay
(Sibambe-Cuenca) que se iniciara en 1875 y concluyera muy tardía-
mente en 1966 . También se pensaba en la construcción de una vía de
ferrocarril de Yaguachi a Naranjal para favorecer la comunicación con
Guayaquil .
Un trabajo constante a lo largo de este siglo, redoblado desde
1861, fue el de la vía Cuenca-Mollelturo-Naranjal, a más de otras vías.
Importante logro en la comunicación fue el establecimiento de una
línea telegráfica, servicio inaugurado el 10 de agosto de 1885, que en
parte alivió el fuerte aislamiento de la zona con otras ciudades, con los
puertos y el mercado exterior.

258
PO BL ACI Ó N Y T E R R I TO R I O E N CU EN C A 1850 - 1950

Transformación y crecimiento de la población del siglo XIX

En la década anterior a 1840, la población de la provincia del


Azuay (que incluía a la de Cañar en su territorio), sumaba un total de
102.689 habitantes, para finales de los años cuarenta, según el censo o
padrón presentado por el Ilustre Consejo Cantonal de Cuenca, la po-
blación provincial, para julio de 1849 era de 124.215 habitantes; dividi-
dos en tres cantones: Cuenca con 55.993, Azogues con 41.936, Gualaceo
con 26.286. Desde el punto de vista étnico, la población blanco-mesti-
za constituía el 45.7 % del total, la indígena el 54 % y la negra 0.3 %.
Este censo también presenta datos sobre la población de indios concier-
tos e indios libres, los primeros suman un total de 12.030 entre hombres
y mujeres.
Durante la década de los cincuentas se llevan adelante varios
censos, en los archivos se conservan los de: 1854, 1855 y de 1857, se
escogen los datos de 1855 para su descripción: La población de la pro-
vincia de Cuenca, formada por los cantones antes citados suma un total
de 122.215 habitantes, que muestran un ligero descenso de la población
en relación a los datos de 1849.
Existió un gran interés por conocer datos completos sobre la
población durante la presidencia de García Moreno, es así que en el
año de 1861 se crea la Ley del 11 de Abril, que establece un modelo
sobre la obtención y presentación de los resultados censales, además
este gobierno insiste en la obtención de información básica parroquial
sobre indicadores de natalidad, mortalidad, nupcialidad, así como la
descripción de las causas de la mortalidad, orden que es ejecutada por
el gobernador de la provincia, los jefes políticos cantonales, los tenien-
tes políticos parroquiales y por los curas párrocos; Es 1861 el año con
mayor número de información censal y de estadísticas vitales de todo
el siglo XIX, esta información desde la gobernación se enviaba a Quito,
se la recepta quincenalmente, y se mantuvo en los libros copiadores en
Cuenca.
Según el censo del año de 1861, la población total de la provin-
cia asciende a 117.376, de la cual 59.136 pertenece al cantón Cuenca, y
20.809 habitantes pueden ser considerados población urbana de esta
ciudad , la composición étnica era la siguiente: población blanco-mes-
tiza 37,2 % y la indígena 62,8 %, situación similar a otras áreas de la
provincia a la región austral.

259
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

El análisis demográfico de los censos entre 1849 y 1871, es muy


complejo debido a la enorme discrepancia de datos que existen entre sí,
sin tomar en cuenta el hecho de la creación de nuevos cantones, impi-
de un análisis certero de la población dentro de límites y territorios
cambiantes. Además, cabe señalar que en ciertos casos los cabildos y
parroquias del siglo XIX, a mayor población podían pretender mayor
representatividad política; lo que determina que en ciertos censos las
cifras no reflejen toda la realidad, sino más bien son el producto de la
necesidad de las autoridades de aumentar el número de habitantes de
su región por razones electorales. Pero, por otro lado pueden presen-
tar cifras inferiores a la real, ya que también pueden sufrir una sobre-
carga de tributos y de obligatoriedad de trabajo en la obra pública, que
dio lugar a que se disminuya intencionalmente el número de hombres
de los cuadros poblacionales estudiados.
Como muestra de la afirmación anterior, se pueden dar los
siguientes ejemplos: en el censo de 1857, se establece que los habitantes
de la provincia del Azuay eran 122.243 y de Cuenca urbana 10.918
habitantes, por el contrario, pocos años más tarde, el censo de 1861
presenta una población provincial de 117.376 habitantes y para el año
de 1868 una cifra muy similar de 117.649 (ver cuadros demográficos en
el anexo N° 1, particularmente cuadro N° 5).
Durante el último cuarto del siglo XIX, en 1885, se lleva ade-
lante un nuevo censo provincial con datos e información detallada de
la composición de la población por grupos de edad, por sexo y ocu-
pación. A pesar de que se ha desmembrado a la provincia del Cañar, la
población de la provincia presenta un crecimiento demográfico impor-
tante con un total de 104.307 personas y el cantón Cuenca 64.183. Entre
1850 y 1885 se puede hablar de un auge exportador y de un aumento
poblacional, a pesar de que no hay cambios tecnológicos notables y
tampoco mejoran las comunicaciones interregionales. Pero a partir de
1885 se nota una decadencia de la exportación de la “cascarilla” y la
quinina. La producción agrícola y ganadera sirve para abastecer al
mercado interno regional.
Una tendencia constante de las estadísticas vitales durante el
siglo XIX, que se pueden observar en particular entre 1850 y 1885, es el
de las altas tasas de natalidad y de mortalidad infantil, así como un ele-
vado índice de nupcialidad. Los detalles de los registro parroquiales y
de las tenencias políticas, dejan perfilar las cusas de la elevada mortal-

260
PO BL ACI Ó N Y T E R R I TO R I O E N CU EN C A 1850 - 1950

idad, en el caso de los niños, enfermedades infecciosas y parasitarias,


en el caso de las mujeres jóvenes por parto. La viruela, el sarampión,
tercianas, fiebres, disentería y otras enfermedades acosan constante-
mente a la población.
Los tenientes políticos se quejan constantemente de la falta de
recursos para combatir las enfermedades infecciosas como viruela y
sarampión. Entre otras razones, para mejorar el estado de la salud de
la población, se crea un cargo municipal que es el de “Médico de Vacu-
nas”, que consta en el listado de empleados municipales de 1892.
Otra tendencia que también se puede observar a través de esta
información, es el crecimiento de algunas parroquias y la aparición de
nuevos asentamientos relacionados con la producción o la extracción de
algún recurso, como el caso de algodón y la paja toquilla, hacia la zona
sur oriental de la provincia, hacia la Costa y hacia las zonas mineras,
incluidas las de los placeres auríferos del Paute, del Namangoza, etc.
Al analizar la composición de la población por raza, se pueden
definir áreas predominantemente indígenas y otras con predominio de
población blanco-mestiza. En cuanto al índice de masculinidad, las
zonas urbanas muestran una importante presencia de mujeres, frente a
las zonas rurales que pueden presentar un mayor número de fuerza
laboral masculina.
Los datos sobre ocupación en los censos de 1875 y de 1885,
permiten observar la altísima participación de la mujer en la produc-
ción y en la economía regional; las encontramos como propietarias,
comerciantes, artesanas, trabajadoras independientes, agricultoras, jor-
naleras, entre otras. En Cuenca la actividad comercial y mercantil pre-
domina en comparación con otras localidades de la región, en esta
actividad es muy importante la participación femenina.
Es interesante conocer que su variada actividad artesanal está
relacionada con dos de las más importantes actividades manufactur-
eras de exportación en la región: la primera, la de los tejidos, tocuyos,
bayetas, mantas, etc., la segunda como tejedoras del afamado sombrero
de paja toquilla. Existe un altísimo número de hiladoras y tejedoras en
los diferentes censos, esta rica información la obtuvimos sobre todo de
los censos nominativos, también se desempeñan como costureras, teje-
doras, sombrereras, chicheras, cocineras, hilanderas, fajeras, tejeras,
estereras, peineras y bordadoras, etc., el cantón con una mayoría de
población dedicada a la producción del sombrero de paja toquilla en

261
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

1875 es el de Azogues, el 60 % de la misma figura como sombrereros,


de los cuales el 53 % está conformado por mujeres.
Otras fuentes informan sobre el desarrollo educativo de la
provincia, se obtienen los datos de las escuelas primarias, del número
de estudiantes por sexo, se determinan también los problemas y difi-
cultades de la educación provincial. La educación femenina aunque no
generalizada, comienza a ser cada vez más importante a partir de la
década de los años cincuenta. En el censo educativo de l857, en Cuenca,
de un total de 568 estudiantes primarios, 87 eran mujeres, frente a 17
escuelas para niños, existían solamente 3 para niñas .
Para el censo del año de 1885, se incrementa la información
solicitada, se añaden a los datos demográficos otros muy valiosos que
permiten conocer un perfil socio-económico de la población, entre és-
tos están las características del domicilio, donde se distingue entre
domicilio fijo y precario, la religión, el número de extranjeros, que era
muy bajo, -la mayoría franceses- y también italianos, ingleses, espa-
ñoles, chilenos, en este orden. Describe las profesiones; divide a las
mismas en científicas, y artesanales, existían 138 personas calificadas
como profesionales científicos y el resto corresponde predominante-
mente a actividades artesanales, industriales y agrícolas.
La importancia de los artesanos puede interpretarse por el
número de personas que asciende a 6414. Cabe señalar que profesiones
que se consideraban artesanías, hoy son profesiones, que necesitan de
una larga formación universitaria, como la de arquitecto y dentista. El
mayor número de artesanos es el que comprende a la rama de de teje-
dores y tejedoras luego la de sombrereros y sombrereras le siguen
otras como tintoreros, plateros, latoneros, escultores, joyeros, zapate-
ros, picadores de tabaco, cigarreros, cereros, peleteros, curtidores, moli-
neros, comerciantes y músicos.

La Población en la primera mitad del siglo XX

Durante las primeras décadas del siglo XX existe una marcada


ausencia de datos e información sobre la población de Cuenca y su
región. Únicamente estimaciones de la población permiten reconocer
un importante crecimiento y expansión demográfica en la zona así
como en el resto del país; el ritmo de crecimiento sobrepasa el 1,5 %
anual.

262
PO BL ACI Ó N Y T E R R I TO R I O E N CU EN C A 1850 - 1950

Para 1920 el número de habitantes de Cuenca asciende a 30.000


habitantes de la provincia del Azuay en 1938 es de 240.717; las cifras de
población de estas décadas nos permiten confirmar la importancia del
crecimiento demográfico de la región que se inicia desde los años
sesenta del siglo pasado (que se mantiene alrededor del 1,23 % anual
entre 1838 y 1938).
Un estudio Cisneros publicado en 1948, presenta un cuadro de
la población del cantón Cuenca y de la provincia durante la década de
los cuarenta, con los siguientes datos: en 1941 101.676 y 254.147 respec-
tivamente y para 1945 las cifras que denotan crecimiento están por el
orden de 114.309 para el cantón Cuenca y de 273.659 para el Azuay,
pero al no ser cifras censales tienen menos confiabilidad.
Para 1950, primer censo moderno, la población provincial era
de 250.975 y la ciudad de Cuenca de 52. 606, lo que demuestra un
notable crecimiento con respecto al año de 1920. Desde 1950 en ade-
lante Cuenca mantendrá un continuo crecimiento, y en su entorno en
las parroquias y caseríos que conforman su zona suburbana el crec-
imiento será aún mayor, donde se puede observar el impacto de la
expansión urbana. La tasa de crecimiento del Azuay entre 1950 y 1960
fue de un 2,95%, ésta puede ser considerada alta si la comparamos con
otros países del mundo y moderada si la confrontamos con los ritmos
de crecimiento demográfico de otras regiones del país a aún más diná-
micas en su crecimiento, como es el caso de los centros urbanos de la
Costa para ese período.

Conclusiones

A través de la recolección de las fuentes primarias documen-


tales -durante el proceso de la investigación-, se pudo observar a través
de esbozos de información, una riqueza todavía no explotada que debe
ser analizada, particularmente a partir de los censos nominativos.
Conforme avanza el siglo XIX, aumenta la información demográfica,
en cantidad, en calidad y en mayor rango de datos y variables. Pero, un
problema sin resolver por otro lado es el de la escasa información sobre
la población provincial durante las primeras décadas del siglo XX.
La información documental del siglo XIX, para ser analizada
correctamente, necesita de una mirada global, para su análisis y com-
paración, no se puede hacer afirmaciones sin revisar toda la informa-

263
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

ción posible, así como los contextos y las razones históricas para el le-
vantamiento de la misma. Se debe tomar en cuenta la intencionalidad
con la que fueron levantados y escritos esos documentos oficiales. La
recolección de la información censal, fue producto de la necesidad
gubernamental y municipal de obtener información para efectos elec-
torales, de tributación y por razones de gestión político-administrati-
vas, tanto públicas como religiosas, por ejemplo el caso del cobro de
los diezmos. La tendencia general de las informaciones censales y de
los padrones es inexactitud de los datos; ciertos importantes cuadros
presentan errores de cómputo.
Los cambios territoriales a lo largo del período de análisis son
muy numerosos, por tanto se dificulta la comparación y el análisis de
la información poblacional a nivel parroquial y cantonal. El aumento
de población, el crecimiento económico y razones geopolíticas dieron
lugar a la erección de nuevas parroquias, nuevos cantones, así como
eliminación de cantones y desmembraciones territoriales mayores, co-
mo la escisión la provincia de Cañar.
El corto tamaño de esta investigación no permitió llegar a pro-
fundizar el tema de las relaciones entre los procesos de transformación
urbana y el crecimiento de la población durante el período estudiado,
analizar las correlaciones entre crecimiento poblacional, cambio social
y urbanización, que se ampliará en una investigación futura.
Se puede concluir indicando existieron diversas etapas según
las características del crecimiento demográfico, así como importantes
cambios en el crecimiento urbano de Cuenca, también se destaca la
emigración de la población provincial, en general Cuenca y su región
mantuvieron un crecimiento positivo sobre el uno por ciento anual.
La población urbana de Cuenca, se nutrió por el crecimiento natural y
también por la inmigración interna, sobre todo de población de las pa-
rroquias cercanas a la ciudad, la movilidad de la población masculina
dio lugar a una composición de la población con predominancia de la
población femenina.

enero 26 de 2007

264
PO BL ACI Ó N Y T E R R I TO R I O E N CU EN C A 1850 - 1950

Bibliografía:

Astudillo, Remigio, 1989. “Fundaciones de las Provincias del Ecuador”, En


“Revista del Centro de Estudios Históricos y Geográficos de Cuenca”, Entrega
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BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

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266
ANEXO N° 1

Cuadro N° 1
Censo de la Población de la provincia de Cuenca en 1849

Blancos Indígenas Negros


Cantón Parroquias Hombres Mujeres Niños Niñas Hombres Mujeres Niños Niñas hombres mujeres totales
Sagrario 5452 5044 502 649 109 102 140 203 32 40 13173
San Sebastián 1063 1276 513 969 999 1115 478 546 4 4 6927
San Blas 883 962 409 378 1709 2161 855 819 1 0 8177
San Roque 219 224 122 156 298 307 215 327 0 1 1865
Baños 290 280 168 170 918 936 198 130 0 2 3052
Cumbe 48 65 45 29 415 475 230 248 1 0 1556
PO BL ACI Ó N Y T E R R I TO R I O

Cuenca Girón 201 109 205 183 462 579 444 450 36 29 2698
E N

Nabón 344 490 290 294 555 680 263 287 1 1 3201
Oña 321 290 124 134 208 256 155 149 1 5 1653
Jima 57 83 53 34 317 409 169 154 0 0 1276
Chaguarurcu 169 132 117 120 140 45 46 54 40 38 901
Pucará 102 131 109 98 120 174 123 130 0 0 987
CU EN C A

Valle 173 173 200 218 400 400 404 383 0 0 2351
Paccha 153 190 119 104 552 1606 263 237 0 0 2224
1850

Sidcay 454 608 445 887 1184 1479 320 420 0 0 5797
-

Molleturo 3 1 1 2 28 50 31 39 0 0 155
Totales 9932 10058 3422 4425 8414 10774 4334 4576 116 120 55993
1950

Fuente: Carpeta 18.444, julio 3 de 1849, Cuenca: datos cantonales, no se incluye la información de los cantones de Gualaceo y de Azogues
Elaboración: Autora.

267
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Cuadro N° 2

República del Ecuador


Censo de la Población del Cantón Cuenca, año de 1861

Censo de la población del Cantón de la Capital


Parroquias Blancos Indíjenas Totales % Blancos
Sagrario 10122 4539 14661 60
Sansebastián 620 819 1439 43
Sanblas 1449 903 2352 49
Sanroque 814 1473 2287 55
Baños 1080 2403 3483 45
Valle 635 2080 2715 34
Paccha 591 1739 2330 25
Quingeo 975 2530 3505 38
Sidcai 949 1430 2379 40
Llacao 834 1287 2121 39
Santarosa 51 1634 1685 3
Sinincai 64 481 545 13
Turi 380 1304 1684 22
Sayausí 352 833 1185 28
Cumbe 216 1938 2154 10
Jima 214 1659 1873 11
Nabón 1466 2617 4083 36
Oña 897 897 1794 50
Jirón 772 1117 1889 69
Sanfernando 112 700 812 14
Chaguarurcu 461 407 868 53
Pucará 546 582 1128 48
Asunción 260 541 801 48
Chaucha 111 219 330 50
Molleturo 0 203 203 0
Total 23971 34335 58306 41

Total en el folio 1 24141 34299 58440 41

Fuente: ANH/C, Cuenca, Censo de la población de Cuenca, marzo 27 de 1861,


Jefatura Política del Cantón. ® Juan María Vásques. Elaboración: autora.

268
Cuadro N° 3

Censo de la Población Urbana de Cuenca año de 1968,


según edad, estado, ocupación y alfabetismo

Sexo Edad Estado Ocupación Saber Leer


Civil y Escribir
Parroquias H M men. may. casados solteros Con Sin si no Totales
industria industria
PO BL ACI Ó N Y T E R R I TO R I O

Sagrario 3737 6871 6867 3741 960 6648 7933 2675 6929 3679 10608
E N

San Blas 780 887 1037 630 920 747 1239 421 164 1503 1667
San Sebastián 825 1181 939 1067 596 1410 1219 787 335 1671 2006
San Roque 842 1025 1007 860 836 1031 1583 284 102 1765 1867
Totales 6184 9964 9850 6298 3312 9836 11974 4167 7530 8618 16148
CU EN C A

Fuente: Jefatura Política de la Provincia de los Cantones de Cuenca, Estadísticas del Censo de 1868.
ANH/C,
1850

Carpeta N. 44, año de 1868. Fondo de la Gobernación del Azuay.


-

Elaboración: Autora
1950

269
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Cuadro N° 4
Población de los cantones de la provincia del Azuay, año de 1885

Cantones Hombres Mujeres Totales


Cuenca 21.890 28.612 50.502
Gualaceo 8.476 9.483 17.959
Paute 5.919 6.394 12.313
Girón 6.375 7.306 13.681
Gualaquiza 4.752 5.100 9.852
Totales 47.412 56.895 104.307

Fuente: ANH/C. Censo de la provincia del Azuay, 1885, Cuenca, junio de 1885, Firman El gober-
nador, El Vicario y el Jefe Político. Elaboración: Autora.

Gráfico N° 1
Distribución de la Población del Cantón Cuenca en 1885
por sexo y edad

Fuente: ANH/C, Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay, censo de junio de 1885.
Elaboración: Autora.

270
PO BL ACI Ó N Y T E R R I TO R I O E N CU EN C A 1850 - 1950

Cuadro N° 5
Resumen comparativo de los datos censales
de la provincia del Azuay entre los años de 1849 y 1885

Cantones 1849 1854 1855 1861 1868 1885


Cuenca 55.993 77.970 51.461 59.136 57.927 64.183
Azogues 44.205 36.834 48.939 31.681 34.773 N.C.
Gualaceo 26.286 25.438 21.819 26.559 --- 40.124
Total 126.571 140.242 122.215 117.376 117.649 104.307
Fuente N. 18.444 N. 18.910 N. 40.662 N.72 N. 44 y 1885
Carpetas Año de 1854 1855 1861 45
ANH/C 1849 1868

Fuente: Archivo Nacional de Historia, Cuenca, varios años.


Elaboración: Autora.
Nota: para el censo de 1885, no constan los datos de la población del cantón Azogues, que para
entonces forman parte de otra provincia, se debe tomar en cuenta esta información en el momento
de analizar y comparar los totales provinciales. Este cuadro
Demuestra las dificultades de análisis de los datos censales, se pueden notar las discrepancias entre
1854 y 1855, lo que da poca fiabilidad a la información.

271
272
Cuadro N° 6
Población cantonal de las provincias de Azuay y Cañar. 1825-1893
BOLETÍN
DE

Años Cuenca Girón Total Gualaceo Paute Gualaquiza Total Azogues Cañar Total Total
LA

provincial
1825 22.317 7.335 29.652 -- -- -- 18.224 17.610 9.645 27.255 75.131
1849 46.553 9.440 55.993 -- -- -- 26.286 27.552 14.384 41.936 124.215
1854 67.420 10.550 77.970 -- -- -- 25.438 21.857 14.977 36.834 140.242
1856 45.639 9.469 55.108 -- -- -- 23.719 34.258 15.335 49.593 128.420
AC ADEMIA

1857 31.931 12.738 44.669 -- -- -- 24.998 35.433 17.143 52.576 122.243


1858 31.210 11.311 42.521 -- -- -- 23.582 37.060 17.683 54.743 120.846
1861 44.765 12.021 56.786 14.682 11.461 3.901 30.044 22.759 10.818 33.577 120.407
1875 66.732 13.434 80.157 -- 11.660 -- -- 26.290 12.290 38.704 --
1880 53.142 14.052 67.194 24.331 17.309 -- 41.640 18.635 18.635 40.569 149.403
NACIONAL

1892 -- -- -- -- -- -- -- -- -- 64.000 196.400


1893 70.669 17.738 88.407 88.407 16.367 13.013 53.281 -- -- -- --
DE

Fuente: Silvia Palomeque Torres, 1990. Cuenca en el siglo XIX, la Articulación de una Región. Quito: FLACSO, Abya- Yala,
Cuadro N. 8, p. 234. Datos de los censos de 1825, 1854, 1856, 1857, 1858, 1861, 1875, 1880.
HISTORIA
DISCURSO DE BIENVENIDA
AL DOCTOR JUAN MARCHENA FERNÁNDEZ
COMO MIEMBRO CORRESPONDIENTE
DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Enrique Ayala Mora

Si algún acucioso historiador asiático del siglo XXIII, desde el


saber dominante de entonces en la escala planetaria o quizá interplan-
etaria, se dedicara con asiático empeño a leer lo relevante que se hu-
biera escrito en su pasado, es decir en nuestro presente, sobre la Histo-
ria de lo que llamamos América Latina o lo que quedara de ella, se
toparía en su búsqueda con muchos historiadores y todavía mayor
número de títulos. En ese caso, tendría forzosamente que elegir solo
unos cuantos autores y lecturas, que reputara más representativos e
interesantes. En ese fatigoso esfuerzo me parece que se toparía forzosa-
mente con don Juan Marchena Fernández, sus escritos, sus discípulos
y sus andanzas.
Para que esto sucediese hay, desde luego, muy buenos motivos.
Juan Marchena ha escrito muchísimo y sobre los más variados temas. Y
lo ha hecho con gran solidez de base empírica y al mismo tiempo con
audacia innovadora no exenta de una vena crítica o autocrítica, e inclu-
sive de una buena dosis de sentido del humor. Marchena es uno de los
historiadores latinoamericanistas mas prolíficos y al mismo tiempo un
gran sucitador. Estamos aquí para reconocer sus esfuerzos y sus
aportes. Así lo han hecho muchas universidades, otras instituciones
superiores y centros académicos de las tres regiones de Latinoamérica,
entre ellas la Universidad Andina Simón Bolívar, que en este mismo
paraninfo que hoy nos alberga, lo declaró su profesor honorario.
Ahora, es la Academia Nacional de Historia la que ha aprecia-
do los grandes aportes de Marchena al conocimiento de nuestra Patria
Grande y por ello lo incorpora formalmente a su elenco como miembro
correspondiente. A mi me ha correspondido intervenir con el discurso
de bienvenida. Y lo hago con enorme satisfacción, no solamente porque

273
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

estoy seguro que el aporte del recipiendario a nuestro saber historio-


gráfico continuará siendo abundante y de calidad, sino porque se trata
de un entrañable amigo con quien he compartido muchos combates
por la Historia.
Suele dedicarse este tipo de discursos a una revisión de la pro-
ducción bibliográfica del nuevo miembro. De este modo se informa a la
corporación sobre sus merecimientos y se realiza un ejercicio de crítica.
Pero en este caso no voy a seguir esa costumbre. En primer lugar, porque
la obra de Marchena es tan extensa y variada, que resultaría imposible
abarcarla en un discurso de las proporciones que este debe tener. En
segundo lugar, porque los aquí congregados como sus colegas, lectores
o discípulos, hemos tenido oportunidad de leer e incluso debatir su pro-
ducción, y esbozar un resumen resultaría inoficioso. En tercer lugar, por-
que resulta mucho más creativo y útil, sobre todo teniéndolo aquí pre-
sente, acercarnos al hombre y las diversas dimensiones de su personali-
dad y su obra. Por ello, permítame en pocas palabras esbozar una sem-
blanza de Juan Marchena Fernández, el historiador.
Andalucía y su capital Sevilla son un espacio privilegiado para
ver a América al mismo tiempo de cerca y de lejos. No solo porque des-
de allí se inició la Conquista del Continente, o porque desde allí se
dirigió la colonización del vasto imperio hispánico, sino porque nues-
tra independencia corrió paralela con la de la España rebelde, también
empeñada en su propia guerra de independencia, refugiada en el últi-
mo pedazo de tierra gaditana, y sobre todo porque allí se han sentido
y se ha pensado mucho, quizá más que en ninguna otra parte, a nues-
tra América. En Sevilla se han realizado por siglos estudios ameri-
canos. Cerca del Archivo de Indias se han descubierto tramos impor-
tantes de nuestro pasado y se han definido profundas vocaciones his-
toriográficas. Los ecuatorianos sabemos por ejemplo, que allá el Padre
Enrique Vacas Galindo realizó lo que vino a ser el más extenso acopio
documental sobre nuestro país. Y allá mismo encontró Federico Gonzá-
lez Suárez, nuestro más grande maestro e historiador, no solo la mayor
cantidad de información, sino una buena parte de la inspiración para
su magna Historia General.
Juan Marchena es andaluz y estudió Historia Americana en la
Universidad Hispalense. Eso definió no solo su profesión sino su op-
ción vital. Sevilla lo trajo a América Latina y aquí quedaron para siem-
pre su cerebro y su corazón. Todas las dimensiones de su obra deben

274
B I E N V E N I DA A J UAN M AR CH EN A F ER N ÁN DEZ

verse considerando este rasgo definitorio de su identidad humana y


profesional. De allí es que para muchos de nuestro oficio, el apellido de
este Marchena está tan ligado a nuestro continente como el del fraile
visionario que auspició a Cristóbal Colón.
Sus estudios y publicaciones se han desenvuelto en el ámbito
de la relación entre América y España. Se lo considera uno de los más
importantes especialistas en el estudio del final del Antiguo Régimen
en la Península y en las Indias, particularmente de las fuerzas militares.
Pero su producción bibliográfica cubre amplísimos campos que van
desde estudios sobre la Época Aborigen hasta las culturas contem-
poráneas; abarca temas como el comportamiento del Estado o la histo-
ria de los pueblos indígenas; trata con igual solvencia, y yo diría con
similar cariño, el estudio del pasado de regiones tan diversas como
Cartagena, Potosí, el interior de Argentina y, desde luego, Andinoamé-
rica Ecuatorial, es decir, nuestro país. En todos sus trabajos se reflejan
su enorme esfuerzo de investigación, su gran conocimiento de la reali-
dad, su amplio dominio de la historiografía americana, española y
mundial, su capacidad de explicar un pasado brumoso y elusivo con
brillantez y claridad.
Juan Marchena es un docente de vocación; diría que un maes-
tro compulsivo, si quisiera describirlo mejor aún. Enseñar es lo que sa-
be y lo hace con solvencia, con pasión y entrega. Cuando enseña pone
en acción todos los sentidos y hasta utiliza sus propios recursos tea-
trales. Domina la escena en el aula y nunca deja de provocar debate y
de formular preguntas que suscitan contestaciones novedosas. Sus es-
tudiantes recuerdan bastante los contenidos de sus cursos, pero mucho
más su actitud de buscador y provocador. Juan ha tenido alumnos de
muchos países y varios continentes, tanto en España como fuera de
ella, lo mismo en Estados Unidos, en Centroamérica y el Caribe, como
América Andina y el Cono Sur. Según él confiesa, y créame que no es
mera retórica, de ellos y de haber tenido que enseñar en muchos luga-
res y dirigir gran cantidad de investigaciones, ha aprendido la mayoría
de lo que sabe sobre nuestra América Latina.
Su actividad, sin embargo, no se ha reducido a la cátedra.
También ha repensado la docencia en su conjunto y ha hecho grandes
esfuerzos innovadores de proyectos académicos. Como director, en
muy pocos años logró hacer de la Sede Iberoamericana Santa María de
la Rábida de la Universidad Internacional de Andalucía, un centro de

275
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

formación y de encuentro de los temas de punta de nuestro subconti-


nente. Y luego, en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, en cuyos
inicios tuvo un destacado papel y donde ahora ejerce la docencia, no
solo ha realizado una labor inmensa de reivindicación de ese ilustrado
americano que influyó decisivamente en la vida de la capital andaluza,
sino que ha consolidado un modelo novedoso de programas doctorales
en diversas disciplinas, de gran impacto en ambos lados del Atlántico.
En muy cortos años esos programas han logado las más exigentes dis-
tinciones académicas en el medio español y europeo, logros que, por
cierto, no han logrado conseguir instituciones con años de vida y may-
ores recursos. Entre esos doctorados, desde luego, los de Historia Lati-
noamericana han sido fundamentales. Con una gran cantidad de alum-
nos, pero lo que es más, de graduados, han contribuido a formar una
generación de investigadores y docentes, al mismo tiempo que han
coadyuvado a consolidar una relación estrecha y productiva entre las
comunidades de historiadores de América Latina y España. Fruto tam-
bién de la colaboración de Juan Marchena es el doctorado en Historia
de la Universidad Andina Simón Bolívar, cuya dirección compartimos.
Consecuencia directa de una buena actividad de cátedra son
las contribuciones que un profesor hace en la dirección y tutoría de
tesis. Juan Marchena ha dirigido gran cantidad de ellas. Muchas, a
colegas de verdadera notoriedad profesional, que han realizado con-
tribuciones sustanciales. Otras a gente notable pero de poca disciplina
intelectual, candidatos de pronóstico reservado, a quienes ha encausa-
do a la producción historiográfica con gran paciencia y esmero. Esto es,
quizá, aún más meritorio. También es notable el gran esfuerzo realiza-
do por Juan en el campo editorial. Su propia producción, como ya lo
destaqué, es enorme y muy variada en lo que hace relación con los
temas y las localidades y regiones a que se refiere. Pero también hay
una gran cantidad de libros promovidos y alentados por él en varias
series de publicaciones. En este campo, por ejemplo, su aporte a la
preparación y publicación de la Historia de América Andina ha sido
muy significativo. Y, desde luego, buena cantidad de seminarios, cur-
sos cortos y otros eventos, promovidos en Andalucía y varios lugares
de América, han complementado su extensa labor académica.
Habiéndose formado en la escuela más tradicional de los estu-
dios americanos, la de Sevilla, Marchena asimiló la experiencia acumu-
lada. Pero al mismo tiempo se convirtió en un gran innovador no solo

276
B I E N V E N I DA A J UAN M AR CH EN A F ER N ÁN DEZ

de los estudios, sino de la concepción de Latinoamérica en el medio


español, y de la relación de las academias de los dos lados de la rela-
ción atlántica. En el campo la Historia y mucho más allá de él, Juan es
el más importante impulsor de una renovada forma de vernos y de
colaborar entre nosotros. Y esta actitud nueva, no es solamente fruto de
una postura intelectual, sino de una actitud de vida. Marchena, ese
gran viajero y andariego, no es un turista académico. Es alguien que en
cada visita a nuestras tierras, corta o larga, trata de vivir la vida de la
gente y comprenderla. Y desde luego que esa vivencia ha sido enorme-
mente fructífera. Juan conoce nuestro continente, no solo su historia,
sino su realidad actual, mucho mejor que la gran mayoría de los que lo
vemos desde nuestra particular situación y circunstancia. Conoce a
América Latina en sus grandes diversidades de clase, étnicas, regiona-
les, religiosas, pero al mismo tiempo la ve como una unidad de raíces,
de tragedia y de destino, con una mirada escrutadora, pero al mismo
tiempo radicalmente optimista sobre el porvenir. Esa combinación de
las perspectivas de cerca y de lejos, con una visión unificadora y posi-
tiva, enriquece su visión y su mensaje.
De su experiencia en el conocimiento sobre burócratas bor-
bónicos, ilustrados, miembros de las milicias y soldados, en el tránsito
entre el siglo XVIII y el XIX, en uno de los momentos más complejos de
cambio en la vida de la humanidad, Juan Marchena descubrió a los
actores más destacados de nuestra historia, los pueblos indígenas, los
mestizos y sus diversas manifestaciones, los afroamericanos, las regio-
nes, las ciudades, las culturas específicas. Pero en su vida académica
también los ha visto de cerca, ha convivido con ellos en sus continui-
dades del presente. Ha estado en las capitales, en las ciudades grandes,
pero ha buscado también el modo de llegar a destinos inverosímiles,
que ni siquiera constan en los planes turísticos más sofisticados, como
pueblos perdidos en las montañas o las selvas. De allí que en sus traba-
jos históricos y de coyuntura, en sus obras de ficción literaria y en su
afición por fotografiar lo insólito, los protagonistas son los generales y
los negros trabajadores de puerto, los grandes comerciantes cartagen-
eros y las vendedoras de los mercados andinos, las corporaciones de
notables y las bandas de pueblo. Su gran erudición viene de su enorme
capacidad de investigación y de lectura, pero también de haber con-
vivido con la gente común, lo que le ha permitido hurgar la historia del
pueblo llano.

277
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

De este conocimiento de nuestras realidades, de este compro-


miso permanente con Latinoamérica surgió una práctica de impulso a
la cooperación académica, a la vinculación con organizaciones de base,
de contacto entre personas e instituciones. Marchena, que es ciertamen-
te conocido en ambos lados, pero más reconocido en el nuestro, ha pro-
piciado muchos conocimientos y amistades entre nosotros mismos. Es
uno de los ejes de lo que hoy llaman una “red” informal que, con el
tiempo, se concretó en el establecimiento en Sevilla, de una gran inicia-
tiva como El Colegio de América, un centro académico donde se cru-
zan iniciativas y potencian proyectos de cooperación multinacional e
interdisciplinaria.
Esa identificación no solo con los temas de la Historia de América Lati-
na, sino con su gente, alentó el apego de Juan Marchena por lo nuestro.
Cuanto visitante llegó durante años a su oficina se encontró de manos
a boca con una momia llevada a España por una casi olvidada misión
científica decimonónica, al cabo de no se cuantas peripecias. Tan insóli-
ta compañera, desde su urna, atestiguó muchos días y noches de traba-
jo y no pocas discusiones de iniciativas de cooperación académica. Y si
bien ya la momia ocupa ahora un lugar en el museo, Juan ha ido en
cambio, acrecentando su rica colección de santos y vírgenes que son
objeto del culto popular en los más diversos ámbitos de Latinoaméri-
ca. Y también ha enriquecido una extensa muestra de máscaras, tapices
y exvotos que, junto con los libros, fotos y documentos, copan cuanta
pared o recoveco hay en sus espacios de trabajo y de vivienda. Ahora
mismo Juan sigue en pie de lucha por instalar un “diablo huma” ecua-
toriano de tamaño natural, precisamente en la entrada de su casa.
Decía al iniciar estas palabras que un investigador del siglo XXIII des-
cubriría la importancia de las publicaciones de Juan Marchena sobre
Latinoamérica y en lo que a nosotros hace relación, sobre Ecuador, nue-
stro país, al que ha dedicado varios trabajos importantes, especial-
mente sobre su Independencia. Pero nosotros, como muchos colegas de
todo el Continente, no hemos necesitado tres centurias para darnos
cuenta de ello y reconocer sus esfuerzos y sus aportes. Por eso estamos
aquí en este acto en que se incorpora como miembro de la Academia
Nacional de Historia del Ecuador. Con esta oportunidad escucharemos
un sólido al tiempo que atrevido discurso de incorporación sobre un
tema de cuya escogencia me declaro responsable, como lo soy también
de su elección para la dignidad que se le otorga, junto con un numeroso
grupo de colegas de la corporación que lo propuso.

278
B I E N V E N I DA A J UAN M AR CH EN A F ER N ÁN DEZ

Con todo lo dicho como antecedente, y en especial con todo lo que Juan
Marchena Fernández ha hecho como historiador, maestro y promotor,
me complace darle la bienvenida a la Academia. Un investigador par-
ticularmente bien formado, riguroso e imaginativo, que tiene a Amé-
rica Latina como centro de su vida intelectual, será un gran aporte a la
institución y al país. Un hombre de grandes empeños, un correcaminos
activo y dedicado, un querendón de lo nuestro a quien más que los
papeles le interesa la gente, más que los documentos las personas y
sobre todo más que los títulos y distinciones los seres humanos, que
aceptará esta recepción como un nuevo abrazo al entrañable amigo de
muchos y al conocedor y descubridor de las grandes y pequeñas histo-
rias de nuestra América, la Patria Grande.

Quito, 11 de julio de 2007

279
ILUMINADOS POR LA GUERRA
LIBERALES Y CONSERVADORES ESPAÑOLES ANTE
LAS INDEPENDENCIAS DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Juan Marchena F.
Universidad Pablo de Olavide

Cuando nos acercamos al tema de las guerras de independen-


cia, tanto la de España contra Francia, como las de América contra la
monarquía española, lo primero que llama la atención al historiador es
la indiscutible línea de continuidad que enlaza e interconecta ambos
procesos. Una línea de continuidad que apenas si ha sido estudiada
por las respectivas historiografías con todos los matices del caso. Salvo
excepciones, no se ha avanzado mucho en ella, más allá de señalar la
trascendencia del derrumbe de la monarquía y de la quiebra en España
del Antiguo régimen de cara a la ruptura de los nexos coloniales; o el
influjo de la Constitución de Cádiz, sus fracturas y continuidades, en
los nuevos marcos políticos surgidos de estas guerras. Se ha insistido,
por el contrario, mucho más en los aspectos puramente bélicos de
ambos sectores en pugna que en sus diversos y mutantes comporta-
mientos ideológicos; aspectos ideológicos que apenas si han sido teni-
dos en cuenta en el análisis de las décadas que siguieron al conflicto.
La reciente publicación de un estudio sobre el estado del debate histo-
riográfico en torno a las independencias iberoamericanas así viene a
demostrarlo1.
Rara vez el proceso de las independencias americanas ha sido
analizado como un contínuum entre 1808 y 1825. Un proceso que abar-
ca y concierne a todos los territorios de la antigua monarquía españo-
la. Un proceso que comenzó en 1808 con la forzada renuncia al trono
español de la dinastía borbónica y el establecimiento en España de una
serie de nuevas autoridades dispersas y a veces contrapuestas, que
pusieron fin al sistema medular de autoridades propias del Antiguo

1 Manuel Chust y Jóse Antonio Serrano (eds.), Debates sobre las Independencias Iberoamericanas,
Estudios AHILA, Vervuert, 2007.

280
ILUMINADOS POR LA GUERRA

régimen; proceso que continuó sin interrupciones a lo largo de 1809 y


1810 en la totalidad de los territorios americanos, igualmente con el
establecimiento de nuevas autoridades dispersas y asimismo contra-
puestas, que, del mismo modo que en España, pusieron fin también al
antiguo sistema de gobierno colonial. En ambos casos, la resistencia de
las autoridades tradicionales fue grande, negándose a entregar el po-
der y actuando con contundencia contra lo que consideraron era una
revolución política que les apeaba del mando y de sus privilegios cor-
porativos. Si en España las autoridades de los viejos Consejos de Cas-
tilla y de Estado se enfrentaron a las diversas Juntas Provinciales, en su
afán por no perder el poder central, en América, las autoridades de las
grandes sedes virreinales, México y Perú especialmente, se opusieron
con dureza a las diversas Juntas también provinciales o regionales que
se fueron estableciendo, igualmente ante el temor de perder el control
virreinal.
De ahí que, por lo menos hasta 1814, y tanto en España como en
América, la guerra, o las guerras, fueron más un producto de los cam-
bios políticos al interior de las sociedades y de sus enfrentamientos con
la dirigencia político-administrativa tradicional, que una guerra que,
en el caso español, fuera dirigida expresamente a lograr la revolución
social; o, en el caso americano, a la creación de nuevos regímenes repu-
blicanos en esos momentos. Ni siquiera durante el periodo comprendi-
do entre 1812 y 1814, años de vigencia de la Constitución de Cádiz,
podría afirmarse rotundamente que la ruptura total ya se hubiera pro-
ducido. Ciertamente los desencuentros en Cádiz entre intereses penin-
sulares y americanos fueron profundos: problemas como los desequili-
brios en la representatividad territorial, como la exclusión de determi-
nados colectivos, o como el mantenimiento de una marcada dependen-
cia fiscal y económica americana respecto de la parte española, fueron
obstáculos a la larga insalvables. Pero en cambio parecen ser más las
avenencias que las disonancias entre liberales de ambos lados del mar,
frente a las actitudes de conservadores y absolutistas; al fin y al cabo,
entendían al absolutismo monárquico como un enemigo común a batir,
y al viejo régimen feudalizante hispánico como un estrecho corsé del
que debían liberarse, y liberar a su vez a sus respectivos pueblos, de los
que se sentían dirigentes responsables. Quedaba por discutir cómo
habría de llevarse a cabo esta liberación.

281
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Una cierta identificación que, del mismo modo, se notaba tam-


bién entre los conservadores de ambos lados del mar, quienes enten-
dieron igualmente que el enemigo a batir eran esos liberales, españo-
les y americanos, que no solo propiciaban una revolución política en
los territorios de la vieja monarquía, sino que avanzaban ahora en la
vía de una revolución social, al parecer de ilimitados alcances, que re-
sultaría devastadora para ellos y para sus intereses tradicionales como
clase hegemónica.
Pero la situación cambió drásticamente. Y de nuevo tanto en España
como en América. Cuando, finalizada la guerra contra Napoleón,
Fernando VII se entronizó como monarca en 1814 y abolió la constitu-
ción de Cádiz, comenzó a perseguir con toda rotundidad a los libera-
les, fueran quienes fueran, y decidió emprender, mediante una serie de
campañas “pacificadoras”, lo que en Madrid denominaron la “recon-
quista” americana. Desde 1815, con la “Expedición Pacificadora de
Costa Firme” al mando del general Pablo Morillo, y hasta 1820, en su-
cesivas expediciones, decenas de miles de soldados y oficiales, extraí-
dos del ejército peninsular que recién había derrotado a las tropas
napoleónicas, fueron enviados al otro lado del mar, desde Nueva Es-
paña hasta Chile. Se les ordenaba llevar a cabo una guerra continental
-de tan vastas e inabarcables proporciones como incierto desenlace-
contra los que comenzaron a llamarse “patriotas americanos”.
Estas expediciones fueron la consecuencia de una política impe-
rial -ya caducada, como pronto se demostró- que pretendió no solo
“reconquistar” y reinstaurar el absolutismo monárquico en aquellas
regiones americanas donde la insurgencia parecía haber triunfado a las
alturas de 1814; sino apoyar con los recursos ultramarinos el restable-
cimiento del Antiguo régimen en la propia España, habida cuenta la
completa bancarrota en que se hallaba la Real Hacienda española tras
la guerra contra Napoleón. Pero existió otro motivo no menos impor-
tante. La progresiva resistencia que el liberalismo español representa-
do por la oficialidad militar estaba ofreciendo al gobierno absolutista
de Fernando VII, incitó al monarca a buscar una fórmula eficaz para
disolver el peligro de un ejército que, hasta entonces, había sido funda-
mentalmente de corte constitucional, y podía, si se empeñaba en ello,
volver a instaurar por la fuerza el texto gaditano. La fórmula hallada
por el rey vino a ser emplear a estas tropas en una guerra colonial,
sobre todo a los oficiales liberales, forzándolos a defender los intereses

282
ILUMINADOS POR LA GUERRA

de la monarquía al otro lado del mar, emprendiendo una guerra de alta


intensidad que pusiera fin a la insurgencia americana. “Reconquistar”
el continente se transformaba así una cuestión de obediencia debida, y
al ejército no le quedaría sino obedecer. La receta pareció ser eficaz solo
por un tiempo, hasta 1820, pero esos seis años gastados en una de las
guerras más crueles del pasado americano -y como el tiempo demostró,
también más inútiles- y esos 40.000 soldados y oficiales remitidos a
Ultramar -que nunca regresaron o lo hicieron en una mínima parte-
marcaron la historia española y americana en las décadas que siguieron.
Frente al estudio de las guerras en sí mismas, o paralelamente al estu-
dio de estas guerras, han ido surgiendo tanto en Europa como en Amé-
rica Latina una serie de nuevos trabajos que intentan resaltar el valor
de los análisis de los procesos ideológicos, sociales y económicos que
se engavillan en este haz de conflictos que originaron la quiebra del
Antiguo régimen en América y España, y hacer perceptibles sus gesto-
res y sus actores, fundamentalmente los colectivos y corporativos.
Sobre todo considerando este periodo como una coyuntura particular-
mente importante, puesto que, en su transcurso, quedaron expuestos
los graves problemas de este tiempo de bisagra que, chirriante pero
efectivamente, enlazó dos concepciones muy distintas de la realidad,
determinando a las sociedades iberoamericanas. Una realidad, la de las
primeras décadas del siglo XIX, en la que conceptos ideológicos como
derechos del hombre, justicia de los pueblos, soberanía nacional y ciu-
dadanía, transformados ahora en preceptos políticos, pasaron del len-
guaje de las palabras a constituir la raíz de las luchas sociales en la con-
quista de la libertad2. De una libertad que, en sí misma, rompía con el
pasado. Conceptos y preceptos que fueron muchos de ellos enterrados
y sojuzgados en los años y décadas que siguieron, y de un modo simi-
lar en España o en Latinoamérica, pero que han constituido la raíz de
las luchas sociales hasta nuestros días. Actualmente me hallo finalizan-
do un trabajo sobre este tema que aborde, a ambos lados del mar, la
cuestión del fracaso del liberalismo en el periodo de las independencias.
Una vez finalizada la guerra contra Napoleón en 1814 y reins-
taurado Fernando VII como monarca absoluto tras abolir la Constitu-
ción de Cádiz al amparo de las bayonetas movilizadas por el general
Elío, en un golpe de estado que a muchos tomó desprevenidos, y apo-

2 Josep Fontana, La quiebra de la monarquía absoluta, 1814-1820, Barcelona, 2002.

283
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

yado también por las soflamas exhortadas desde los pulpitos contra
todo lo que tuviera relación con el liberalismo, impedir cualquier reac-
ción frente al absolutismo, ahora de nuevo en el poder, fue considera-
do por el rey su tarea prioritaria. Entre las primeras medidas del nuevo
régimen, y no como un mero detalle operacional sino como una más
que significativa sentencia política, el monarca y sus ministros tomaron
la imperativa decisión de enviar a sofocar las insurrecciones america-
nas a la mayor y mejor parte del ejército que hasta ese momento había
apoyado al constitucionalismo gaditano.
Así, en esta medida del rey y de su gobierno, pueden hallarse
varios propósitos: por una parte, sujetar bajo la autoridad real a unas
provincias ultramarinas que, desde 1810, actuaban autónomamente,
rompiendo la vieja horma de la monarquía española; por otra, evitar,
con una guerra formal y declarada, que los liberales de ambos lados del
mar pudieran establecer algún tipo de acuerdo en la línea de recompo-
ner una nueva “nación”, o una “federación de naciones” de carácter
constitucionalista; y por último, seguramente el motivo más urgente y
político, alejar del escenario peninsular a aquellas fuerzas militares que
podrían, dado su manifestado afecto por la Constitución, intentar
reinstaurarla de nuevo y obligar al rey a cumplirla.
Ante la inmediatez de ser enviados a combatir en Ultramar por
resolución real, los militares liberales españoles se hallaron confinados
en los límites de una comprometida paradoja: la de obedecer al rey y
por tanto ser desleales a las ideas que hasta entonces habían defendi-
do, debiendo enfrentarse dramáticamente contra los liberales america-
nos a pesar de mantener con ellos -con mayores o menores disonan-
cias- una misma ideología anti-absolutista y un similar ideal de cam-
bios y de libertad; o, por el contrario, y como hicieron en su tierra los
independentistas a los que debían combatir, luchar abiertamente con-
tra el monarca y tumbar su régimen absoluto en la propia España3.
3 Algunas de las claves del proceso están planteadas en: FrancesoAndreu Martínez Gallego,
Entre el Himno de Riego y la Marcha real: la nación en el proceso revolucionario español, Manuel
Chust (ed.) Revoluciones y revolucionarios en el mundo hispano. Cit; Irene Castells, La utopía
insurreccional del liberalismo. Torrijas y las conspiraciones liberales de la década ominosa,
Barcelona, 1989; Isabel Burdiel y Manuel Pérez Ledesma (coord.), Liberales, agitadores y cons-
piradores, Madrid, 2000; otra mirada en Alberto Gil Novales, Del Antiguo al nuevo régimen en
España, Caracas, 1986. Una actitud diferente fue la que tomó el que fuera guerrillero contra
Napoleón y luego jefe liberal Francisco Javier Mina, que marchó a México en 1816 a seguir
combatiendo contra el absolutismo del rey, uniéndose a los patriotas mexicanos y muriendo
en el empeño cerca de Guanajuato, fusilado por el virrey Apodaca (1817). Manuel Ortuño
Martínez, "Expedición de Mina. Intervención exterior en la independencia de México", en

284
ILUMINADOS POR LA GUERRA

La decisión de enviar al ejército a Ultramar por parte de Fer-


nando VII parecía basarse en un análisis no muy desacertado sobre las
posibilidades que tenía el rey de volver a implantar el viejo orden abso-
luto, después del vendaval de la guerra contra Francia, si no se des-
prendía previamente de este ejército liberal que hasta entonces había
luchado por una “nación constitucional”. Posibilidades que no eran
ciertamente muchas porque una parte importante del ejército español
en 1814, o mejor dicho, una apreciable porción de sus oficiales -exclu-
yendo a un sector del antiguo generalato-, con grados conferidos pre-
cipitadamente en una guerra tan irregular como fue la desarrollada
desde 1808, había sido hasta entonces el principal soporte de la Cons-
titución y ahora parecía dispuesta a ser su garante; es decir, habían lu-
chado a la vez contra Francia y contra el Antiguo régimen4, como indi-
caba Manuel José Quintana al ejército en el Manifiesto a la convocato-
ria de la celebración de Cortes: “Vuestros combates al mismo tiempo que
son contra Napoleón son para la felicidad de vuestra patria...”5
Efectivamente, muchos de estos oficiales, liberales en diverso
grado, se habían sentado en el hemiciclo de San Felipe Neri6: sesenta y
siete diputados entre 1812-1814 eran o habían sido militares, el colecti-
vo profesional más grande, compuesto por nueve tenientes generales,
seis brigadieres, diez coroneles, cinco tenientes coroneles, cinco co-
mandantes, nueve capitanes, cuatro tenientes, un guardia de corps, un
capellán y dieciséis jurídicos. La mayor parte de ellos no procedían del
antiguo ejército borbónico, sino que habían obtenido sus galones en los
campos de batalla, después de 1808, peleando contra los franceses. Era
un nuevo ejército. Su liberalismo quedó de manifiesto, según el estu-
dio de Raúl Morodo y Elias Díaz, a la hora de votar los artículos y de-
cretos más conflictivos: el 95% de los diputados militares votaron sí a
la abolición de la Inquisición, el 90% a favor de la libertad de impren-

Salvador Broseta, Carmen Corona. Manuel Chust (eds.) Las ciudades y la guerra, 1750-1898,
Castellón, 2002, pág. 61.
4 Tesis expuesta desde hace años por Fierre Vilar, en Hidalgos, amotinados y guerrilleros.
Pueblo y poderes en la historia de España, Barcelona, 1982, pág. 199.
5 Manuel José Quintana y Lorenzo, "Manifiesto en nombre de la Junta Central, a la convocato-
ria de la celebración de Cortes", en Isidoro de Antillón, Colección de documentos inéditos perte-
necientes a la política de nuestra revolución, Palma, 1811, pág. 124. Ver también Miguel Artola,
La España de Fernando VII, Madrid, 1983.
6 José Cepeda Gómez,: "La doctrina militar en las Cortes de Cádiz y el reinado de Fernando
VII", en Historia social de las fuerzas armadas españolas, Vol. 3, La época del reformismo institu-
cional, Madrid, 1986,págs.l6-22.

285
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

ta, y más del 80% a la abolición de los señoríos7. Muchos de ellos si-
guieron defendiendo abiertamente el régimen constitucional a pesar
de su abolición en 1814, organizando asonadas, sublevaciones y moti-
nes por buena parte de la geografía peninsular hasta 1820, y pagando
con la vida, el destierro o la cárcel su marcado liberalismo8.
No hay que olvidar que, finalmente, y pese al empeño que el
rey puso en lo contrario, persiguiendo a los liberales con todo el rigor
que pudo9, muchos de estos oficiales reimplantaron la Constitución en
1820, e intentaron mantenerla durante el Trienio Liberal. El constitucio-
nalismo de una buena parte del ejército era, pues, más que público y
notorio. Además, alguno de ellos, como el coronel de marina Gabriel
Ciscar, extendía este liberalismo a la cuestión americana, proclamando
en las Cortes su disposición a negociar con una América insurgente y
explicando su negativa a seguir aplicando medidas de fuerza contra los
liberales americanos: “El medio de la fuerza armada de que actualmente se
hace uso para la pacificación de aquellas provincias... envuelve el perjuicio de
establecer a la larga... un muro de bronce entre peninsulares y americanos:
muro que ya en otros tiempos separó entre nosotros la Holanda y Portugal”,
considerando necesario establecer “un olvido general de lo pasado para que en
el marco constitucional pueda verificarse la sólida unión entre los españoles de
ambos mundos”10. En las actas de la sesión de las Cortes extraordinarias
del 5 de mayo de 1810, puede leerse la proclama de otro de los diputa-
dos militares: “¡Oh! americanos: no vienen vuestros caudales como en otro
tiempo venían, a disiparse por el capricho de una Corte insensata, ni a sumer-

7 Raúl Morodo y Elias Díaz, "Tendencias y grupos políticos en las Cortes de Cádiz y en las de
1820", Cuadernos Hispanoamericanos, N° 201, 1966. Sobre este asunto ver también Julio Bus-
quéis, El militar de carrera en España, Barcelona, 1967; José Cepeda Gómez, El ejército en la polí-
tica española, 1787-1843, Madrid, 1990; Alberto Gil Novales, Ejército, poder y constitución.
Homenaje al general Rafael del Riego, Madrid, 1987; Roberto Blanco Valdés, Cortes, rey y fuerza
armada en los orígenes de la España Liberal, 1808-1823, Madrid, 1988. En este sentido resulta
imprescindible la consulta de las obras de Manuel Chust, aquí citadas, y del Diccionario bio-
gráfico del Trienio Liberal, dirigido por Alberto Gil Novales (Madrid, 1991) para comprobar el
peso y el número de estos oficiales en la práctica política del liberalismo español del periodo.
8 Charles W. Fehrenbach, "Moderados and Exaltados: The Liberal Opposition to Ferdinand
VII, 1814-1823", Hispanic American Histórica! Review, N.50.1, 1970; y la sobras ya citadas de
Irene Castells e Isabel Burdiel y Manuel Pérez Ledesma.
9 Ignacio Lasa Iraola, "El primer proceso de los liberales, 1814-1 SI5", Hispania, N.XXX, Madrid,
1970
10 Diario de Sesionen de las Cortes Generales y Extraordinarias, 12 de septiembre de 1813, pág.
6213. Ver también Emilio La Parra, El regente Gabriel Ciscar. Ciencia y revolución en la España
romántica, Madrid, 1995.

286
ILUMINADOS POR LA GUERRA

girse en el piélago insondable de la codicia hipócrita de un favorito”11. El


mismo Riego creía firmemente, y así lo manifestó en su proclama de
enero de 1820, que “la Constitución por sí sola basta para apaciguar a nues-
tros hermanos de América”12. Por tanto, liberalismo, constitucionalismo y
negociación con los patriotas americanos eran los tres problemas-peca-
dos gravísimos en que, en opinión de Fernando VII, habían reincidido
estos oficiales liberales, pero de los que él los absolvería por la vía de la
expiación al enviarlos a combatir al otro lado del mar.
Una decisión que acabó en sangriento fracaso. La expedición
de 1815 y las que siguieron hasta 1820 fueron a la vez una catástrofe
militar y un fiasco político. Sólo lograron demorar la independencia
americana, tozuda y violentamente, apenas por unos pocos años,
demostrando la irreversibilidad del proceso13. Irreversibilidad que ya
se sabía. El mismo rey José Bonaparte, José I de España, había sido
informado a fines de 1811 por sus consejeros y ministros españoles: “La
parte débil del sistema actual de España, como no se le ocultará a Vuestra
Majestad, es la conservación de las Indias... Existe un convencimiento gene-
ral de que las Indias están perdidas, y que tras habernos agotado durante tres
siglos para adquirirlas y defenderlas, su repentina emancipación nos condena
a un periodo de miseria”. Años antes, el ministro Aranda ya se lo había
advertido también a Carlos IV: “Si España entra en guerra en Europa, las
poblaciones de América, que, resentidas y descontentas, esperan una ocasión
de levantarse, se aprovecharán, pues no pudiéndose enviar pronto grandes
fuerzas contra ellas tendrán tiempo para preparar su defensa”14. Y el mismo
Napoleón sabía que la sublevación americana se venía encima ya en
1808, cuando el 19 de mayo de ese año ordenó que “es preciso enviar en
el acto 500.000 francos a El Ferrol para armar seis navios y tres fragatas.
Llevarán 3.000 hombres que, desembarcados en Buenos Aires, pondrán a
América al abrigo de cualquier acontecimiento”. Al mismo tiempo nombra-
ba al brigadier Vicente Emparán como capitán general de Venezuela,
ordenando embarcarse para Caracas con varios miles de fusiles en el

11 Id. Diario de Sesiones... 5 de mayo de 1810.


12 Sobre este convencimiento de Riego, Antonio Borrego, El general Riego y los revolucionarios
liberales, Ateneo de Madrid, 1885-1886; Stella-Maris Molina de Muñoz, "El pronunciamien-
to de Riego", 'Revista de Historia Militar, N° 47, Madrid, 1979.
13 M. Du Casse, Mémoires et correspondance politique et militaire du Roí Joseph, París, 1853-54,
Vol.IV, pág. 467.
14 Andrés Muricl, Historia de Carlos IV, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, 1959, Vol.I.,
pág. 155.

287
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

navio El Descubridor. Además nombraba al general Gregorio de la


Cuesta (entonces capitán general de Castilla la Vieja) virrey de México,
y a varios coroneles para diversos destinos en Veracruz y otros lugares
de Nueva España. Era una forma de sacarse de encima a los viejos
generales borbónicos, a la vez que asegurar la tranquilidad de las colo-
nias. A Castaños (capitán general en Andalucía) le ofreció también otro
virreinato, quizás el peruano. Es decir, enviar a América a los enemi-
gos, lo más lejos posible, no fue un invento de Fernando VII. Las medi-
das napoleónicas no se concretaron porque los acontecimientos lo
impidieron, pero todo indica que estuvo a punto15.
En todo caso lo que obtuvo Fernando VII enviando al ejercito a
América fue imposibilitar cualquier acuerdo entre las partes.. Esta idea
de un acuerdo entre los liberales de ambos lados del mar fue defendi-
da durante el periodo por diversos autores españoles, en una variedad
de posturas, desde Alvaro Flores Estrada en su Examen imparcial de las
disensiones de la América con la España, de los modos de su reconciliación y
de la prosperidad de todas las naciones16, publicado en Cádiz en 1812, hasta
Blanco White, en las páginas de El español, de 1810 a 1814, y luego en
Variedades y El mensajero de Londres. Uno de los más activos defenso-
res de un acuerdo transoceánico entre liberales fue José Joaquín de
Mora, editor del almanaque No me olvides, quien recorrió varias repú-
blicas americanas y que incluso participó en la elaboración de la cons-
titución de Chile17. La idea de una construcción federal de la monarquía
española o hispánica fue igualmente considerada, al menos por parte
de los liberales más progresistas18.

15 Estos generales parece que silenciaron luego estas ofertas de Napoleón, so peligro de ser
acusados de traidores, y no informaron de ello a las Juntas respectivas, salvo Emparán, que
lo comunicó a la de Sevilla y ésta lo nombró entonces para idéntico cargo, marchando a su
destino en 1809. José Ramón Alonso, Historia política del ejército español, Madrid, 1974,
pág. 120.
16 Cádiz, Imprenta de Jiménez Carreño, 1812.
17 Vicente Lloréns, Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra, 1823-1834,
Madrid, 1979.
18 Manuel Chust (cd.) Federalismo y cuestión federal en España, Castellón, 2004; Manuel Chust,
La cuestión nacional americana en las Cortes de. Cádiz, Valencia, 1999, págs. 232 y ss; José Luis
Villacañas Berlanga, "Una propuesta federal para la Constitución de Cádiz: el proyecto de
Flórez Estrada", en Manuel Chust e Ivana Frasquet (eds.), La trascendencia del liberalismo
doceañista en España y América, Valencia, 2004. Para el caso mexicano, Manuel Chust e Ivana
Frasquet, "Soberanía hispana, soberanía mexicana: México, 1810-1824", en Manuel Chust
(coord.), Doceañismos, constituciones e independencias. La Constitución de Cádiz y América,
Madrid, 2006, pág. 169.

288
ILUMINADOS POR LA GUERRA

Un acuerdo entre las partes que hubiera evitado también el


papel preponderante que una generación de militares iluminados por
la guerra alcanzó en la política española y en la latinoamericana duran-
te las décadas siguientes, manifestado en el militarismo autocrático
que acabó por imponerse en muchas repúblicas al fin de la guerra por
la independencia19, o en las llamadas “guerras civiles”, en las guerras
entre federalistas y centralistas, o en las guerras interregionales, en el
caso americano; o en las guerras carlistas en el caso español, y en la
continuada presencia de militares caudillos actuando políticamente
como garantes y salvadores de la nación y de la monarquía. Un papel
preponderante, en resumen, del caudillismo político-militar, que impi-
dió el desarrollo normal de las recién surgidas “entidades nacionales”
en marcos jurídicos más acordes con los nuevos tiempos, y otra vez a
ambos lados del mar.
Por otra parte, estas expediciones ordenadas por Fernando VII
a partir de 1814 produjeron, además, una terrible sangría humana. En
las regiones americanas donde actuaron (que aún queda como un re
cuerdo aterrador e imborrable en la memoria colectiva de estas nacio-
nes) su efecto fue devastador, y sus víctimas pudieron contarse en de-
cenas de miles. El mismo Morillo, a los pocos meses de llegar, comenzó
a actuar como un verdadero iluminado por una guerra sin límites, en
un escenario donde, en sus propias palabras “todo es sangre, destrucción
y horrores”, “entre montones de cadáveres que resultan de cada acción gana-
da o perdida”, solicitando continuamente más y más poderes en la juris-
dicción neogranadina. Así se lo hizo saber en marzo de 1816 al secreta-
rio del Consejo de Estado para que se lo comunicara a Su Majestad:
“Creo pues de mi obligación, Sr. Excmo., repetir que en Venezuela la autori-
dad suprema debe residir en uno solo, que ésta debe ser ilimitada, y que a estas
provincias... no se las debe considerar más que como un vasto campo de bata-
lla donde solo decide la fuerza, y en donde el general que dirige la acción la
gana en vista de su talento o fortuna sin que nadie se atreva a hacer otra cosa
más que obedecerle, callar y ejecutar sus órdenes...” 20.

19 Muy revelador es en este sentido el trabajo de Tulio Halperin Donghi, "Del Virreinato del
Río de la Plata a la Nación Argentina", en Víctor Mínguez y Manuel Chust (eds.) El Imperio
sublevado. Monarquía y naciones en España e Hispanoamérica, Madrid, 2004, en especial
las págs. 280 y ss., donde analiza la importancia de la élite militar, surgida en 1810, en el
transcurso de ¡a revolución de Buenos Aires.
20 Carta reproducida en El Correo del Orinoco, Angostura, N.2, julio 1818, págs. 1 y 2. Edición
facsimilar de Gerardo Rivas Moreno, Bogotá, 1998.

289
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Y produjeron también una terrible sangría humana entre las


mismas fuerzas expedicionarias, puesto que, a los pocos meses de lle-
gar al continente, la mayor parte de estos 40.000 soldados y oficiales
enviados habían muerto o desaparecido. Las enfermedades, producto
de su falta de preparación y aclimatación; la ausencia de apoyo logísti-
co desde España que nunca llegó; la deserción, que llevó a muchos a
desesperar por la ausencia de relevos; y una guerra que duró más de
diez años, acabaron con casi todos ellos. El mismo general Morillo, y el
resto de los jefes militares realistas, se vieron obligados a hacer la gue-
rra con tropas locales en su mayor parte, porque sus altivos regimien-
tos fueron muy pronto consumidos, y de ellos apenas quedaban ya, en
1820, las banderas y los tambores. Y ello extendió aún más por el con-
tinente americano la sensación -en realidad bastante más que una sen-
sación- de que se trataba de una guerra civil entre americanos, porque
a la guerra fueron arrastrados fundamentalmente sectores populares
cuyo poder de decisión para estar en un bando o en otro fue duramen-
te constreñido por las medidas de fuerza que contra ellos aplicaron
unos y otros. Sin olvidar que, además, en México, en Perú, en Charcas,
en Chile e incluso en la Nueva Granada, no pocos de estos oficiales
peninsulares acabaron por abrazar finalmente la causa patriota, sobre
todo después de 1823, cuando, tras tantos años en América, acabaron
por identificarse más con la posición de los militares republicanos
independentistas que con la causa de un rey que de nuevo se empeña-
ba, tercamente y a cualquier precio, en mantener un absolutismo tan
añejo como imposible.
Al mismo tiempo, esta decisión de enviar al ejército a Ultramar
fue un fracaso puramente militar. Era masiva la presencia de liberales
en el seno de la oficialidad de estas unidades embarcadas, porque pre-
cisamente este era el objetivo que se pretendía, mandarlos lejos; pero
también entre las tropas, puesto que la mayor parte de los soldados
habían sido voluntarios presentados en las diversas ciudades españo-
las para luchar contra Napoleón, pero, en modo alguno, parecían dis-
puestos a combatir ahora en América; la guerra colonial, después de
siete años de combates en el península contra los franceses, fue extra-
ordinariamente impopular. No era una guerra ni querida, ni entendi-
da. Definitivamente fueron a la fuerza, una especie de destino final del
que muchos sabían nunca podrían regresar. De aquí que los jefes que
debían mandar todas estas unidades habían de ser absolutamente fieles

290
ILUMINADOS POR LA GUERRA

a las ideas y propósitos del monarca, absolutistas y obedientes elegidos


por su pragmatismo, para mandar a una oficialidad y unas tropas que
en cualquier momento podrían sublevarse; de hecho, entre las que que-
daron en España, no cesaron de alzarse y sublevarse contra el rey. Es
decir, las discrepancias en el seno de estas unidades, incluso antes de
salir de la península, en el viaje, y ya en América, fueron continuas, y así
continuaron hasta el final. Morillo reconocía que en buena parte de sus
oficiales y de la mayor parte de sus tropas, no podría hallar sino una
obediencia debida que en cualquier momento se quebraba.
Todo un esfuerzo que vino a ser, por último, y en lo político,
definitivamente inútil para el régimen absolutista, porque no logró eli-
minar en España el peligro que para él representaba un ejército de
fuerte impronta liberal y firmemente convencido de su proyecto reno-
vador. Prueba de ello es que, en 1820, otros militares, aborrecidos del
absolutismo fanático del rey y su gobierno, de la persecución a que
eran sometidas las ideas que habían defendido hasta entonces, acuar-
telados en Cádiz y sus contornos para ser remitidos también a Amé-
rica, y sabedores del catastrófico destino al que habían sido arrastrados
sus compañeros en Ultramar, se sublevaron antes de embarcar y obli-
garon al monarca a aceptar el restablecimiento de la Constitución21. Por
eso, cuando Fernando VII consiguió, tres anos después, entronizarse
de nuevo como monarca absoluto tras pedir ayuda a media Europa,
quitando “de en medio del tiempo” a la constitución gaditana22, pues
este fue textualmente su dictamen, no dudó en emprender una rotun-
da y definitiva persecución antiliberal, que tuvo su fase más aguda en
las acciones represivas contra los militares progresistas, disolviendo al
ejército por entero y sustituyéndolo por los “Cuerpos de Voluntarios
Realistas”23, creando las “Comisiones Militares” o “Juntas Depurado-
ras”, y “purificando” uno por uno a estos oficiales24, a fin de “limpiar

21 Antonio Alcalá Galiano, "Apuntes para servir a la historia del origen y alzamiento del ejér-
cito destinado a Ultramar en 1 de enero de 1820", Obras escogidas (Edición de Jorge Campos)
Biblioteca de Autores Españoles, N.LXXXIV, Madrid, 1955, págs. 327-342
22 Josep Fontana, De en medio del tiempo. La segunda restauración española, 1823-1834, Barcelona,
2006.
23 Juan Sísinio Pérez Garzón, "Absolutismo y clases sociales: los voluntarios realistas de
Madrid, (1823-1833)", Anales del Instituto de Estudios Madrileños, N° XV, 1978; Federico
Suárez, "Los cuerpos de voluntarios realistas. Notas para su estudio", Anuario de Historia del
Derecho Español, Madrid, 1956; Alfonso Braojos Garrido, "Los voluntarios realistas, un vacío
en la historia militar de Andalucía", Milicia y sociedad en la Baja Andalucía. S.XVIIIy XIX,
Sevilla, 1999.
24 Pedro Pegenaute, Represión política en el reinado de Fernando VIL Las comisiones milita-

291
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

todas las Secretarías del Despacho, tribunales y demás oficinas y guar-


niciones... de todos los que hayan sido adictos al sistema constitucio-
nal, protegiendo debidamente a los realistas”25. Y ello a pesar de que
estos oficiales hubieran hecho en su nombre la guerra contra Napoleón
solo unos años antes, o que aún defendieran agónicamente la causa del
rey en América, sumidos en un marasmo ideológico que ni los mismos
protagonistas sabían explicar a cabalidad26.
Así pues, liquidar al liberalismo militar había sido desde 1814
uno de los objetivos de la política real, y al fracaso de este empeño o a
la “tibieza” de las medidas entonces adoptadas achacaron los conser-
vadores el éxito del pronunciamiento de Riego y sus compañeros en
1820, causantes del “horror y anarquía” en que decían haber vivido los
tres años que siguieron.
Así, después de 1823, este objetivo inicial emprendido de aca-
bar con los oficiales liberales, se transformó en el eje central de la polí-
tica fernandina; una política a desarrollar a cualquier precio y de la
manera más contundente, volviendo a poner en vigor los antiguos
decretos de 1814. Por Real Orden de 9 de octubre de 1824 se dispuso
que: “(Art.l0) Los que se declaren... partidarios de la constitución publicada
en Cádiz... son declarados reos de lesa majestad y como tales sujetos a la pena
de muerte... (Art.2°) Los que hayan escrito papeles o pasquines dirigidos a
aquellos fines, son igualmente comprendidos en la misma pena... (Art.3°) Los
que en parajes públicos hablen contra la Soberanía de S.M. o a favor de la abo-
lida constitución... y fuesen efecto de una imaginación indiscretamente exal-
tada... quedan sujetos a la pena de cuatro a diez años de presidio... (Art.5°) Los
que promuevan alborotos... que se dirigieren a trastornar el gobierno de S.M.
o a obligarle a que condescienda en un acto contrario a su voluntad Soberana,
se declaran reos de lesa majestad... (Art.8°) Los que hubiesen gritado muera el
rey son reos de alta traición y como tales sujetos a la pena de muerte... (Art.
9°) Los masones, comuneros y otros sectarios, atendiendo a que deben consi-
derarse como enemigos del Altar y los Tronos, quedan sujetos a la pena de
muerte... como reos de lesa majestad divina y humana... (Art.10°) Todo espa-

res. 1824-1825, Pamplona, 1974; Soren Christensen fed.) Violence and the Ábsolutist State,
Copenhagen, 1990.
25 Instrucciones personales de Fernando Vil, en Federico Suárez, Luis López Ballesteros y su
gestión al frente de la Real hacienda (1828-1832), Pamplona, 1970, pág. 84.
26 J. Marchena F., "La expresión de la guerra. El poder colonial. El ejército y la crisis del régi-
men colonial en la región andina". Historia de América Andina, Vol.4, Quito, 2003; Alberto
Wagner de Reyna, "Ocho años de La Serna en el Perú. De La Venganza a La Ernestine",
Quinto Centenario, N° 8, Madrid, 1985.

292
ILUMINADOS POR LA GUERRA

ñol., queda sujeto... bajo el juicio de las Comisiones Militares ejecutivas, en


conformidad con el Real Decreto de 11 de septiembre de 1814, por el que S.M.
tuvo a bien, en las causas de infidencia o ideas subversivas, privar del fuero
que por su carácter, destinos o carrera les estaba declarado... (Art. 11°) Los que
usen las voces alarmantes y subversivas de viva Riego, viva la constitución,
mueran los serviles, mueran los tiranos, viva la libertad, deben estar sujetos a
la pena de muerte., en conformidad del Real Decreto de 4 de mayo de 1814, por
ser expresiones atentativas al orden y convocatorias a reuniones dirigidas a
deprimir la sagrada persona de S.M. y sus respetables atribuciones" 27.
Como puede deducirse y varios autores han señalado, en la
España de 1814, 1820 y 1823, y a pesar de tanto discurso encendido
como se pronunció en otra dirección, preocupó más el problema polí-
tico peninsular que la independencia de las colonias. O entendieron
que este segundo problema estaba supeditado al primero. Y ello por-
que, para algunos de los oficiales liberales españoles, la tarea primor-
dial consistía en sacar adelante la "revolución" nacional, y con ella la
destrucción definitiva de las estructuras feudales del absolutismo, de
las diferenciaciones sociales por origen o condición, consolidando ade-
más una soberanía basada en el poder ciudadano, en la confianza de
que luego podrían arreglarse otros desajustes pendientes, especial-
mente con los liberales americanos, en cuanto afirmaban coincidir con
ellos en las principales cuestiones de fondo; mientras que, para los
otros, los absolutistas más apegados al régimen servil, lo más impor-
tante era reinstaurar el viejo orden, y evitar por todos los medios que
los anteriores lograran consolidar su proyecto, toda vez que la mayo-
ría de los conservadores estaban convencidos de que, tras las aspiracio-
nes de una "soberanía nacional", se disimulaba la de una "soberanía
popular", así como la disgregación de las posesiones dominios inalie-
nables de Su Majestad en el Nuevo Mundo.
Una doctrina de la soberanía popular expuesta, entre otros,
por Francisco Martínez Marina en su, Discurso sobre el origen de la
monarquía y sobre la naturaleza del Gobierno español, editado en
Madrid en 181328, en el que afirma: "El Pueblo realmente es la nación

27 Reales Decretos de Fernando VII, cit., Vol.IX, págs. 224, 227. Ver también Mariano y José
Luis Peset, "Legislación contra liberales en los comienzos de la década absolutista, 1823-
1825", Anuario de historia del derecho español, año 1967. Los decretos de 1814 aquí refe-
renciados se comentan en !a nota 88 del presente trabajo.
28 Imprenta de Fermín Villalpando, Madrid, 1813. Edición y estudio preliminar de José
Antonio Maravall, Madrid, 1988, págs. 132 y 150,

293
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

misma y en quien reside la autoridad soberana... El pueblo, que ha de estar


representado en Cortes por los procuradores de los comunes, concejos y ayun-
tamientos, únicos representantes del reino según la ley y costumbre...". Una
doctrina que, en sus fundamentos, fue la misma que aplicaron la
mayor parte de los cabildos y juntas americanas a partir de 1810, de ahí
que resulten idénticos los discursos a uno y otro lado del mar.
Un concepto de nación que, desde 1810, se hallaba expuesto en
los catecismos de doctrina civil publicados por la Junta Suprema de
Gobierno en Cádiz, de carácter verdaderamente rupturista con lo ante-
rior, en cuanto partía de una "disolución" del antiguo orden con moti-
vo de la guerra para formar una "sociedad nueva": "El pueblo ha recobra-
do la libertad, cautiva por tanto malvado egoísta, y se ha puesto en el estado
anárquico por disolución, reclamando incesantemente el orden y sus derechos
para formar una sociedad nueva, cuyo edificio empiece por los sólidos cimien-
tos del derecho natural y concluya con la más perfecta armonía del derecho
civil, arruinando el gótico alcázar construido a expensas del sufrimiento y de
la ignorancia de nuestros antepasados"29. De ahí que las Cortes pudieran
actuar como una asamblea soberana a manera de convención, y, según
el decreto de Cortes del primer día de reunión, el 24 de octubre de
1810, "los diputados que componen este Congreso, y que representan
la nación española, se declaran legítimamente constituidos en Cortes
Generales y Extraordinarias", afirmando que "reside en ellas la Sobe-
ranía nacional" 30. Es decir, se partía de una disolución del estado social
originario (presocial, sin autoridades) y se conformaba una nueva reali-
dad, una soberanía fundada en los principios del derecho natural. De
donde devenía, para algunos, el carácter revolucionario de la guerra.
Porque, a partir de ésta y con la constitución de una nación española
por obra de las Cortes, el pueblo se sacudía del yugo absolutista y reco-
braba la soberanía usurpada por los agentes del Antiguo régimen. Así
en el periódico El Robespierre español. El amigo de las leyes o cuestiones atre-
vidas sobre la España, editado en Cádiz en 1811, era corriente el empleo
en tal sentido del término revolución31. En el N° 12, se lee: "El pueblo
español, por medio de su gloriosa revolución, ha sacudido el yugo que le ago-
biaba. Ha recobrado la soberanía que le tenían usurpada, y ha dado a sus dipu-
tados todos los plenos poderes y facultades amplísimas para deshacer, reformar,

29 Andrés de Moya Luzuriaga, Catecismo de Doctrina Civil, Imprenta de la Junta de Superior


Gobierno, Cádiz, 1810.
30 Decreto de las Cortes en el primer día de su reunión, 24 de octubre de 1810.
31 Isla de León y Cádiz, 1811-1812, Nums. 1 al 27, 1811-1812.

294
ILUMINADOS POR LA GUERRA

abolir, crear de nuevo, refundir o extirpar cuanto sea conveniente a la salvación


de la patria y a su futura felicidad".
Similar, por tanto, a las proclamas de las Juntas Americanas.
Sobre la de Quito en 1809 nada he de indicar. En bronce, en la Plaza
Grande de esta ciudad, está grabada. En Caracas en 1810, la Junta y el
Cabildo proclamaban que si la Junta Central en España "ha sido disuel-
ta y dispersa en aquella turbulencia y precipitación, y se ha destruido final-
mente aquélla soberanía constituida legalmente para la conservación del esta-
do... el sistema de gobierno con el título de Regencia organizado por los habi-
tantes de Cádiz... no reúne en sí el voto general de la nación, ni menos aún el
de estos habitantes (de Caracas), que tienen el derecho legítimo de velar por
su conservación y seguridad como partes integrantes que son de la monarquía
española"32. Apenas unos días antes, el 19 de abril, el Cabildo había
insistido en que se hacía necesario erigir un gobierno "que supla las
enunciadas faltas, ejerciendo los derechos de la soberanía, que por el mismo
hecho ha recaído en el pueblo, conforme a los principios de la sabia constitu-
ción de la primitiva España y a las máximas que ha enseñado y publicado en
innumerables papeles la Junta Suprema extinguida" 33. Es decir, el discurso
era el mismo.
Era la revolución política, que se planteó por mil y una vías, a
ambos lados del mar, y en la misma dirección. Vías como la adjudica-
ción de la vieja simbología del Antiguo régimen al nuevo, como arre-
batando, restando o eliminando potestad a las antiguas formas de po-
der, y asignando dicha potestad a las nuevas: de "soberano" a "sobera-
nía nacional", un cambio trascendental en la legitimación del imagina-
rio social liberal. Como se ha señalado" 34, fue precisamente un militar
americano en Cádiz, José Mejía Lequerica, quiteño, diputado por Bo-
gotá, el que propuso que al nuevo poder ejecutivo emanado de las
Cortes se le habría de denominar en adelante Alteza, por ser gestor del
poder nacional; que al poder judicial se le reservara el de Nación, por-
que en el imperio de la ley se igualaban todos los españoles; y que al
poder legislativo, es decir, a las Cortes, se le adjudicara el de Majestad,
por ser en ellas donde residía la soberanía. Es decir, términos antes
reservados exclusivamente al soberano pasaban ahora al Estado35.
32 Gazeta de Caracas, T. II, N.95, 27 abril de 1810.
33 Acta del 19 de abril de 1810: Documentos de la Suprema Junta de Caracas, Caracas, 1979.
34 Manuel Chust , "Soberanía y Soberanos: problemas en ¡a constitución de 1812", en Marta
Terán y José Antonio Serrano Ortega (eds.) Las guerra de la Independencia en la América
española, Zarnora-México, 2002, pág. 36.
35 Naturalmente, en abril de 1814 los conservadores eliminaron esta disposición, declarándo-

295
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Como se observa, una revolución terminológica que contenía una


revolución política, soportadas ambas desde la Constitución como
capital jurídico36.
Pero, al mismo tiempo y en otros frentes, también se estaba lle-
vando a cabo una revolución social: la que eliminaba o pretendía elimi-
nar los privilegios feudales y estamentales del Antiguo régimen. Fierre
Vilar señala que en 1808 había en España guerra y revolución al mismo
tiempo: guerra contra los franceses, y guerra entre grupos sociales más
lucha de clases37, desarrolladas todas en el marco de un conflicto que,
obviamente, iban más allá del mero hecho de combatir a las tropas de
Napoleón. Es decir, una revolución política, y también una revolución
social38; aunque, como señala Lluís Roura, ambas se desenvolvieron
con una clara desconexión entre sí 39. De hecho, el término "guerra de
independencia española" fue una acepción consolidada solo posterior-
mente por la historiografía conservadora a lo largo del XIX español, y
escasamente usado durante el desarrollo de la misma. La mayor parte
de los autores del momento se refirieron al conflicto como "guerra con-
tra la invasión francesa", o "guerra y revolución de España".
Por tanto, para ambos grupos españoles, el conservador y el
liberal, el problema americano era una de las difíciles cuestiones que
tenían que resolver, pero desde luego no el más urgente, frente al que
consideraban "gravísimo problema" político de la monarquía. Es más,
en este caso concreto de las expediciones, la solución aplicada pareció
magnífica para el gobierno fernandino, en la medida que preveían
se "que el tratamiento de Majestad corresponde exclusivamente al rey": Manuel Chust, "El
rey para el pueblo, la constitución para la nación", en Víctor Minguez y Manuel Chust
(eds.) El Imperio sublevado. Monarquía y naciones en España e Hispanoamérica, Madrid, 2004,
pág.235.
36 José María Portillo, Revolución de nación. Orígenes de la cultura constitucional en España. 1780-
1812, Madrid, 2000; Bartolomé Clavero, José María Portillo y Marta Lorente, Pueblo, nación,
constitución, Vitoria, 2004.
37 Hidalgos, amotinados... cit, pág. 245.
38 Antonio Alcalá Galiano, "Índole de la revolución de España en 1808", en Obras escogidas
(Edición de Jorge Campos) Biblioteca de Autores Españoles, N.LXXX1V, Madrid, 1955.
39 Lluís Roura, Guerra y ocupación francesa: ¿freno o estímulo a la revolución española?, Manuel
Chust e Ivana Frasquet (eds.), La trascendencia del liberalismo doceañista en España y América,
Valencia, 2000, pág. 19. Agustín Arguelles, como Roura señala (pág.25), era consciente de
esta desconexión, y en su obra La reforma constitucional en Cádiz (reedición, Madrid, 1970,
pág. 262) aclaraba que para llevar adelante otras esferas de la revolución "hubiera sido nece-
sario luchar frente a frente con toda la violencia y furia teológica del clero, cuyos efectos demasiado
experimentados estaban ya", por lo que "se creyó prudente dejar al tiempo, al progreso de las luces
y a las reformas sucesivas y graduales de las Cortes venideras, que se corrigiese, sin lucha ni escán-
dalo, este espíritu intolerante".

296
ILUMINADOS POR LA GUERRA

solucionar los dos problemas con una misma medida. En la realidad no


resolvió ninguno de los dos; a todas luces los complicó aún más.
De ahí que deba enfatizarse el significado de estas expedicio-
nes, la enviada con Morillo en 1815 y las que siguieron hasta 1820, por-
que sus repercusiones fueron más allá de su propio destino. El intento
disparatado de Fernando VII de detener el tiempo, mediante una gue-
rra de reconquista, remitiendo al otro lado del mar a miles de soldados,
conllevó la independencia definitiva de la América continental, donde
esta guerra ofensiva solo pudo ser entendida como un acto despótico
de tiranía e intromisión, y las tropas españolas consideradas como
invasoras y extranjeras.
Ciertamente que el restablecimiento del régimen absolutista en
la península hizo suspirar en América de pura satisfacción y a robuste-
cerse mucho más en su recalcitrante postura a muchos de los militares
férreamente realistas y conservadores (fueran españoles a americanos),
los que sentían al constitucionalismo gaditano, tal cual alguno escribió,
"como un sistema destructor de la autoridad y de la moral cristiana"; o, como
anotó en Charcas el general Olañeta, "Si algo tenía de bueno la Cons-
titución del año 12 es que jamás se observó en el Perú" 40.
Pero a la vez, la vuelta al absolutismo en 1814 y el envío de
estas tropas consolidó a otros de estos militares en su irreductible pos-
tura independentista y republicana, advirtiendo a los muchos indeci-
sos americanos que ese absolutismo, "una vez el rey se quitó la másca-
ra", era lo único que podía esperarse de las promesas españolas, que
habían dejado de ser ambiguas para ser radicalmente agresivas con el
envío de las unidades expedicionarias, como en 1814 expuso en Méxi-
co el capitán Ignacio Rayón en su proclama a los españoles europeos:

"Aclamasteis al Congreso de Cádiz para que os salvase; jurasteis la


observancia de una constitución que os dio, y que mirasteis como la
fuente de vuestra felicidad futura... Os prometisteis que vuestro Rey
sería el primer ciudadano español; pero os engañasteis en vuestra
esperanza, pues resistiéndose abiertamente a guardar este Código, os
ha dejado confundidos y expuestos a ser el blanco del partido llama-
do servil, que apoyasteis con vuestra aprobación y juramentos. El
decreto de 4 de Mayo dado en Valencia, os coloca en el estado en que
os hallabais cuando el valido Godoy disponía de vosotros a su capri-

40 J. Marchena F., "La expresión de la guerra..." Cit, pág.79.

297
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

cho, y ahora sois tan esclavos de un déspota como lo fueron vuestros


antepasados. Estos son los frutos que habéis cogido de vuestras lágri-
mas y sacrificios hechos por aquel Fernando, en cuyo nombre habéis
inmolado más de cien mil americanos. Recorred nuestras campiñas,
y las veréis desoladas: nuestras propiedades, y las veréis invadidas:
nuestros templos, y los veréis saqueados y profanados: veréis poluído
lo más santo, hollado lo más sagrado, y derramada por todos los
ángulos de la vasta América la sangre, el duelo y la muerte" 41.

El redactor del Correo del Orinoco, en el número 2 de 1818, así


lo certifica también, cuando acusa a Morillo de "vendido" al absolutis-
mo de Fernando VII después de haber jurado la Constitución de Cádiz:

"Morillo, uno de los principales traidores que vendieron su patria ya


libre, ya bien constituida, llena de gloria y elevada a su antigua dig-
nidad: la vendieron, digo, y la sacrificaron al déspota. Traidores que
poco antes habían jurado a la faz de la nación no admitir en su terri-
torio si al pisarlo no juraba el mismo renunciar de toda pretensión al
poder arbitrario. Sin Morillo, sin Elío, O'Donnell y otros cabecillas,
la España no habría perdido el fruto de tantos sacrificios, de tanta
constancia y de tan nobles y heroicos esfuerzos. ¿Qué español no se
avergonzará de hacer profesión de tales sentimientos en el siglo 19?
El temor de desagradar a Fernando es la única regla de la conducta
militar y política de Morillo. Como su amo esté contento, ¿qué el im-
porta que su patria oprimida por el imbécil despotismo, que él mismo
contribuyó a restablecer, se halle por toda partes rodeada de males y
peligros, y sobre todo empeñada en una guerra que evidentemente la
conduce a su ruina, si no aprovecha los momentos de hacer una paz
ventajosa? Morillo conoce esta verdad... y sin embargo lejos de desen-
gañar a su rey, y representarle con la integridad de un hombre hon-
rado el término fatal que debe tener esta guerra si se obstina en con-
tinuarla, lo excita a mandar nuevas tropas a perecer en América, y a
vejar con nuevos impuestos a su nación para emprender nuevas cru-
zadas"42.

4I J. Marchena F. "Revolución, representación y elecciones. El impacto de Cádiz en el mundo


andino", Procesos, Revista Ecuatoriana de Historia, N. 19, Quito, 2003.
42 El Correo del Orinoco, cit,. pág. 2.

298
ILUMINADOS POR LA GUERRA

Y Bolívar, en su carta desde Jamaica de 1815 tras la llegada de


las tropas de Morillo a Nueva Granada, escribía igualmente: "¡Qué
demencia la de nuestra enemiga pretender reconquistar la América, sin mari-
na, sin tesoros y casi sin soldados! Pues los que tiene apenas son bastantes
para retener a su propio pueblo en una violenta obediencia y defenderse de sus
vecinos", para añadir que lo único logrado por los invasores en Vene-
zuela había sido hasta entonces que "los tiranos gobiernen un desierto, y
solo oprimen a tristes restos que, escapados de la muerte, alimentan una pre-
caria existencia... Los más de los hombres han perecido por no ser esclavos, y
los que viven combaten con furor en los campos y en los pueblos internos,
hasta expirar o arrojar al mar a los que, insaciables de sangre y crímenes, riva-
lizan con los primeros monstruos que hicieron desaparecer de la América a su
raza primitiva" 43.
Es decir, el fracaso definitivo de Cádiz en América no devino
solo de las dificultades o reticencias de la aceptación (ni siquiera del
rechazo) del texto constitucional en las diferentes jurisdicciones ameri-
canas, sino precisamente de la decisión tomada en España de acabar
con el liberalismo, español y americano, en 1814, restando toda credi-
bilidad a cualquier proceso de apertura o diálogo entre la monarquía y
los territorios de ultramar que no se basara en la aceptación del abso-
lutismo fernandino y en el restablecimiento de las anteriores relaciones
de dominación. Una decisión, la de acabar con Cádiz y las negociacio-
nes con América que, para que no quedaran dudas, fue seguida de la
puesta en marcha de las expediciones de "reconquista", desplazando
hacia Ultramar al ejército peninsular.
Por parte patriota, las expediciones no pudieron ser entendi-
das de otro modo que como una contundente y definitiva declaración
de guerra. En toda América, como Margarita Garrido ha explicado
para el caso de Nueva Granada, a partir de la llegada de las tropas de
Morillo y demás cuerpos expedicionarios, la cuestión de la indepen-
dencia se planteó como una guerra de valores, entre los propios de los
connaturales americanos y los de "los españoles", satanizados ahora
como "los más crueles y despiadados... monstruos que vomitó el infierno", tal
cual fueron anatemizados desde pulpitos y escritos por varios eclesiás-
ticos colombianos. Estas tropas que llegaron fueron representadas
como "enemigos irreconciliables", "que justifican por sí mismos la desobe-

43 Kingston, 6 de septiembre de 1815, dirigida a un ciudadano inglés, Henry Cullen. Reinaldo


Rojas, Bolívar y la Carta de Jamaica, Barquisimeto, 1980.

299
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

diencia a un rey que ha mandado agentes tan perniciosos", invocando al Su-


premo Poder para que los eliminase. Cuando los españoles fueron ven-
cidos al fin, exclamaron desde el pulpito: "Desaparecieron las huestes
infernales, y se han restituido los derechos de los Americanos. El Dios de los
Ejércitos ha descargado su brazo poderoso sobre los tiranos, infundiendo es-
fuerzo y valor a los americanos para hacer desaparecer a su enemigos". En una
batalla entre el bien y el mal, en la que los americanos luchaban "por lo
sagrado", los pecados capitales quedaban del lado de los soldados
españoles de Morillo y demás generales realistas, que eran en sí mis-
mos "pruebas de la barbarie de su nación", apareciendo como "impíos",
ladrones de las joyas sagradas, destructores "de nuestros templos, alta-
res y ministros", portadores de "herejías, blasfemias y corrupción de
costumbres con que quieren acabar con nosotros"44. Más que significa-
tivamente, eran los mismos adjetivos y argumentos con que la iglesia
española satanizó a las tropas invasoras francesas45. Las Vírgenes (en
Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Colombia, México... fueran del
Rosario, de la Merced, de Guadalupe) estaban ahora de parte de los
americanos, y eran nombradas patronas de los ejércitos nacionales,
como expresó el cura de Guaduas, en Colombia: "Las Armas de la repú-
blica expirantes se ponen en Chiquinquirá bajo tu precioso manto: os eligen
generala, y tú, como la estrella matutina que anuncia la venida del gran pla-
neta, guiando sus rayos, conduces las armas por los lados del Caquetá a las lla-
nuras del Casanare". Es decir, los iconos religiosos fueron utilizados del
mismo modo que en España, donde las Vírgenes también habían con-
ducido a las tropas frente a Napoleón, y asimismo figuraban como
generalas de las tropas. Los blasfemos eran ahora los españoles, como
manifestaba en un bando José María Morelos: "Que los gachupines se
vayan a su tierra, o con su amigo el francés que pretende corromper nuestra
religión" 46; o José Joaquín Olmedo, en su Canto a Bolívar y a la victoria
de Junín de 1826: "¡Guerra al usurpador! ¿Qué le debemos? / ¿luces, cos-
tumbres, religión o leyes? / ¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos / feroces y por
fin supersticiosos! / ¿Qué religión? ¿La de Jesús? ¡Blasfemos! / Sangre, plomo

44 Sermones de los curas de Bosa, Guaduas y Villeta, 1819. Margarita Garrido, "Contrarres-
tando los sentimientos de lealtad y obediencia: los sermones en defensa de la Indepen-
dencia en el Nuevo reino de Granada", en Actas del XII Congreso Internacional Ahila,
Porto, 2001, Vol.II, págs. 72 y ss.
45 Ibidem, pág. 73, sermón del cura de Guaduas.
46 Citado por Marco Antonio Landavazo, "Imaginarios encontrados. El antiespañolismo en
México en los siglos XIX y XX", Tzintzun, Revista de Estudios Históricos., N° 42, 2005, pág.34.

300
ILUMINADOS POR LA GUERRA

veloz, cadenas fueron / los sacramentos santos que trajeron"47. Incluso en


algunos himnos y canciones patrias, se destacó el hecho de que estos
españoles enemigos a los que ahora se derrotaban habían sido a su vez
los vencedores de Napoleón, como escribió el colombiano Manuel
María Madiedo en su loa a la batalla de Ayacucho: "He aquí por fin los
miles de opresores / que han vencido al invicto Bonaparte / de los Hijos del Sol
regios señores" 48, o el ya citado José Joaquín de Olmedo: "Y el Ibero arro-
gante en las memorias / de sus pasadas glorias... / Y el arma de Bailen rindió
cayendo / el vencedor del vencedor de Europa" 49... Todas referencias claras
del impacto que el envío de las tropas "reconquistadoras" para sojuz-
gar a la independencia tuvieron sobre la creación de un imaginario
americano, nacional, republicano y, sobre todo ahora más que nunca,
antiespañol50.
Estas expediciones resultaron funestas también para España,
puesto que la persecución del liberalismo, y dentro de este proceso la
remisión de buena parte del ejército a Ultramar, fue una de las claves
del proceso político peninsular, produciendo un vacío que el liberalis-
mo español tardó mucho tiempo en cubrir. Fueron, entre 1814 y 1820,
seis años definitivos en la historia española, porque desbarataron el
proyecto constitucional que recién se hallaba en sus albores, y porque
obligó a la fracción liberal a utilizar los pronunciamientos militares, los
golpes de mano, los alzamientos y sublevaciones de guarniciones, co-
mo uno de los pocos instrumentos políticos a su alcance, en cuya repre-
sión los conservadores no dudaron en utilizar los más enérgicos proce-
dimientos. La ruptura del continuismo constitucional con el exilio for-
zado a Europa de numerosos progresistas españoles, la remisión a
América de muchos de ellos destinados a una guerra sin horizontes, y
la represión a que fueron sometidos los principales líderes liberales
encuadrados en el ejército, crearon un hueco difícil de llenar. Vicente
Lloréns, en un texto ya clásico51, concluye: "La nación española no solo
se encontraba en ruinas, sino privada de quienes podían contribuir
más eficazmente a su reconstrucción. Con los afrancesados y los libe-

47 José Joaquín de Olmedo, La Victoria de Junín, Canto a Bolívar, edición de Aurelio Espinosa
Pólit, Biblioteca Ecuatoriana Clásica, Vol. 14, Quito, 1989, pág. 114.
48 Manuel María Madiedo, "Ayacucho", en Poesías, Bogotá, 1859, pág. 201.
49 José Joaquín de Olmedo, cit, pág. 118.
50 Para el caso de México, Harold Sims, La expulsión de los españoles de México (1821-1828),
México, 1974.
51 Liberales y románticos.. Cit., pág, 43.

301
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

rales, habían desaparecido en realidad de la vida pública las minorías


dirigentes del país. En consecuencia, no hubo en España una restaura-
ción ni siquiera aparente del anterior orden de cosas, sino una destruc-
ción mayor, una mutilación poco menos que irreparable en todos los
órdenes de la vida nacional".
Los más de los oficiales liberales exiliados en diversas ciuda-
des europeas se mantuvieron durante estos seis años en la evocación
más o menos activa de su lucha antiabsolutista, en la planificación de
conspiraciones -algunas de ellas fantásticas- contra el rey felón52, y en
la esperanza de que los compañeros que habían quedado en España
sublevarían por fin a las tropas para devolverles la nación perdida, lo
que no se concretó sino hasta 1820, porque la remisión a Ultramar de
estas expediciones, y el método empleado para ello, lo habían impedi-
do hasta entonces53.
Al finalizar la guerra, tras la victoria de Ayacucho y la derrota
de las tropas realistas, toda una generación de militares españoles que
habían combatido en América por el rey, algunos por más de quince
años, debieron regresar a su patria según la capitulaciones de guerra.
Apenas eran ya un puñado de supervivientes, pero su retorno a España
fue sumamente complicado: Primero porque a la mayor parte de ellos
les esperaba un consejo de guerra, no solo por haberse rendido sino,
principalmente, por ser liberales, en un momento de máxima persecu-
ción política del liberalismo por parte de Fernando VII como ya se
comentó. De modo que muchos de estos oficiales optaron por exiliarse
directamente en Francia u otros países, y volver a conspirar contra el rey
felón. Es decir, tras quince años de pelear a favor del rey, ahora continua-
ron casi diez años más peleando contra ese mismo monarca en España y
Europa. Y segundo, porque los que sí pudieron atreverse a regresar a su
tierra, toda vez que se suponía habían sido absolutistas durante su per-
manencia en América, y así venían cargados tanto de justificaciones per-

52 Rafael Sánchez Mantero, Las conspiraciones liberales en Francia, 1815-1823, Sevilla, 1972;
id., Liberales en el exilio. La emigración política en Francia en la crisis del Antiguo régimen,
Madrid, 1975.
53 La documentación sobre los servicios militares de estos oficiales enviados a América entre
1814 y 1820 se halla en el Archivo General de Simancas, Secretaría de Guerra, Guerra
Moderna, 2998. Pueden estudiarse igualmente todas sus hojas de servicio en Juan
Marchena Fernández (coord.), Gumersindo Caballero y Diego Torres Arriaza, El Ejército de
América antes de la Independencia. Ejército regular y milicias americanas. 1750-1815.
Hojas de servicio, uniformes y estudio histórico, Madrid, 2005.

302
ILUMINADOS POR LA GUERRA

sonales de lealtad como de acusaciones contra sus compañeros de armas


liberales y constitucionalistas, no encontraron la comprensión del go-
bierno fernandino, sino que fueron relegados en el mando, destinados a
unidades de segundo nivel, acusados velada o abiertamente de cobar-
des, y calificados despectivamente como "ayacuchos".
A la muerte de Fernando VII, la batalla en las pampas y cerros
serranos andinos volvió a reproducirse en España: los generales y ofi-
ciales liberales regresaron al fin desde su exilio (habían pasado casi
veinte años desde que partieron con las unidades expedicionarias)
aprovechando la amnistía decretada por la reina regente María Cris-
tina hacia los liberales, e inmediatamente ofrecieron sus servicios a la
reina si intentaba llevar adelante un nuevo proyecto constitucional:
fueron generales como Espartero, Canterac, Valdés... ahora llamados
"cristinos". Los otros generales, también "ayacuchos", que habían per-
manecido al lado de Fernando VII hasta su muerte, ante la posibilidad
de un nuevo restablecimiento constitucional, abrazaron la causa del
otro pretendiente al trono, el hermano de Fernando, Carlos María Isi-
dro, ultracatólico, ultraconservador y ferozmente antiliberal. Fueron
generales absolutistas en América y ahora carlistas y tradicionalistas
en España, como por ejemplo el jefe de todos ellos, el general Maroto,
que había pelado en Chile, Solivia y Perú desde 1815, también presen-
te en Ayacucho, acusador despiadado de los liberales en las sierras
andinas. Estos militares se sublevaron contra la reina regente dando
inicio a las guerras carlistas que asolaron la península ibérica durante
más de cincuenta años causando más de cuatrocientos mil muertos. Si
los generales liberales pudieron mantenerse en el poder, como salvado-
res de la monarquía constitucional ahora, durante la regencia y luego
durante el gobierno de la reina Isabel I, entre ellos el sempieterno gene-
ral Bartolomé Espartero y toda su generación de combatientes en las
guerras d independencia americana, fue peleando durante todo este
mismo tiempo hasta la década de 1860 contra el absolutismo carlista y
conservador de sus otros compañeros de armas, todos procedentes de
las pampas de ayacucho. Esta generación de iluminados por la guerra
no pudieron, porque fueron ya para siempre incapaces, de bajarse
jamás del caballo, y de entender que la política y los pueblos podían
prescindir de ellos.
Sobre los iluminados por la guerra en el mundo latinoamerica-
no a lo largo del S.XIX no es necesario insistir, pues es más que sobra-

303
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

damente conocido y en esta sala se reúnen, probablemente, algunos de


los más destacados especialistas en este asunto.
De ahí que, para terminar y como indicamos al principio, debe
intentarse acercar dos temas que hasta entonces la mayor parte de las
historiografías han trabajado por separado. No es posible entender ni
las independencias americanas ni la quiebra del Antiguo régimen en
España, ni las consecuencias de esta guerra en los mundos americano
y español, sin poner en contacto ambos objetos de estudio, porque se
hallan íntimamente enlazados. Por eso, revisitando las fuentes, tanto
españolas como americanas, que atienden a ambos e interconectados
procesos, el historiador tiene la sensación de comprenderlos mejor,
manejando nuevas claves y proponiendo nuevas miradas.
Que este próximo centenario de las independencias permita
este acercamiento historiográfico para que estas miradas sean compar-
tidas.

Muchas gracias.

304
BIENVENIDA AL SEÑOR RODRIGO PÁEZ TERÁN
COMO MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LA
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Eduardo Muñoz Borrero, f. s. c.

El año bisiesto dos mil ocho en los trescientos sesenta y seis


pliegues de su manto, nos deparará alegres y penosas sorpresas, entre
las primeras, y en esta ágora de la flamante sede de la Academia Na-
cional de Historia, la incorporación del apreciado amigo señor don
Rodrigo Páez Terán, cuya decisión de integrarse oficialmente como
Miembro Correspondiente de esta cuasi centenaria entidad, ha sido
aceptada por unanimidad.
Regla antes de leer la Historia es leer la vida del historiador.
Solo una vida limpia, de ascensión hacia lo mejor, es el sello de auten-
ticidad de sus escritos.
Tercera década del siglo XX. Entremos a una solariega casa
quiteña, donde nos reciben con finura de sentimientos, el caballero de
las letras José Roberto Páez Flor (1893-1983) y su esposa Eugenia Terán
Robalino, dama de alto quilate espiritual.
Tres inquietos muchachos alegran el hogar, y, muy temprano,
toman su carril escolar para recibir esmerada educación en el tradicio-
nal Colegio de La Salle. Son los profesionales Roberto, Juan Fernando
y Rodrigo. El primero se ha destacado en las técnicas eléctricas y elec-
trónicas; Juan Fernando, prestigioso jurisperito, acariciado por las mu-
sas, se ha embebido en la poesía; y Rodrigo, ha incursionado por los
campos de la filatelia y la biografía y por los predios de la Historia.
En el ámbito empresarial su labor ha sido justipreciada como
Fundador y Director de la Bolsa de Valores de Quito, 1969-1994; Socio
Fundador, Director y Presidente Ejecutivo del Centro Comercial Iña-
quito CCI, 1971-1983; Cofundador y Director de Organización Comer-
cial Ecuatoriana de Productos Artesanales OCEPA, Quito, 1975-1977.
En fin, Fundador y Presidente Ejecutivo de Emporio de la Construc-
ción, EMCOSA, 1979-1982.

305
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

La mejor empresa o mejor dicho, compañía, ha sido la forma-


da en su hogar con María Lourdes Paredes Peña, dama de singulares
calidades y descendiente del excelente poeta mariano don Belisario Pe-
ña Gómez, cuyo centenario de fallecimiento recordamos hace dos años.
Los cuatro hijos, dos mujeres y dos varones, a los que debemos agregar
cuatro nietas y dos nietos, han sido la alegría de la familia y deben ser
su mejor diadema.
Su ímproba labor, su dedicación a los quehaceres culturales
con disciplina, a todo lo largo de la vida, y guiado por nobles e inque-
brantables ideales, han caracterizado su camino existencial.
Hombre de letras como su hermano, Rodrigo Páez, se ha des-
tacado por ser escritor con tenaz y concienzudo ejercicio de la pluma
desde su edad juvenil, con un estilo personal breve y claro, espejo del
que caracterizó a su padre don Roberto Páez de quien el recordado aca-
démico Enrique Villasís Terán expresara en el prólogo de la obra Estu-
dios de la Historia Ecuatoriana, auspiciado por el Grupo Aymesa:

“La historia escrita por nuestro autor es escuela de patriotismo. Y así


lo dicho por Platón, por boca de Sócrates, tiene su doble punto de
vista, y es que “los mejores escritos solo sirven en realidad para des-
pertar los recuerdos de los que ya saben”. Es un punto de vista.... El
otro: “los mejores escritos [aquí la historia de don José Roberto] sir-
ven para guiarnos a los que no sabemos”.

Antes de sumergirnos no en las profundidades, sino desde las


riberas en los manantiales que han surtido agua vivificante a los cam-
pos de la investigación histórica, cúmplenos destacar a vuela pluma las
actividades culturales que ha dirigido o colaborado nuestro colega:

* Promotor del Tercer Encuentro Nacional de Fotografía, Qui-


to, 1986.
* Promotor de la Primera Exposición de Fotografías del siglo
XIX, Quito, 1986.
* Colaborador para las Séptimas Jornadas de Historia Social y
de Genealogía, Quito, 1987.

Cuando nos presenta su incursión en los ámbitos postal y fila-


télico, nuestra admiración sube de grado; es tan extensa que nos inva-

306
BIENVENIDA AL SR. RODRIGO PÁEZ TERÁN

de la perplejidad y optamos, como indican los medios televisivos, por


presentar un avance, sacrificando en razón de la brevedad, algo que
bien merece la pena conocerlo y que podréis cercioraros en alguno de
los números que verán la luz del Boletín de nuestra Academia.
En lo referente a los Correos del Ecuador:
* Presidente Ejecutivo: 1992
* Presidente del Directorio: 1992-1994
* Colaborador y asesor para la emisión de cuarenta y un series
postales.
A la Asociación Filatélica Ecuatoriana:
* Miembro activo juvenil y posteriormente miembro activo
adulto.
* Vocal Director por varios períodos desde 1978.
* Vicepresidente 1980-1981
* Presidente 1982 - 1986.
* Delegado a Exposiciones filatélicas internacionales: 1978-
2007
* Delegado ante la Federación Interamericana de Filatelia: 1978
–2007.
En lo tocante a sus actividades postales y filatélicas: de las múl-
tiples actividades espigaremos las siguientes:
* Delegado del Presidente Ejecutivo de Correos del Ecuador,
para los actos académicos con ocasión de la conmemoración
de los doscientos cincuenta años de la Misión Geodésica
1736-1986, en Quito y en Bahía de Caráquez, Manabí.
* Promotor y organizador del Primer Congreso Filatélico Ecua-
toriano, Quito, 1985.
* Organizador de la vigésima novena Asamblea anual ordina-
ria de la Federación Interamericana de Filatelia, Quito, 1995.
* Editor de la revista “El Coleccionista Ecuatoriano”, órgano de
la Asociación Filatélica Ecuatoriana, Quito, 1976-2004.
* Colaboración especial con el Instituto Postal y Telegráfico de
Venezuela, IPOSTEL, para la serie de sellos postales conme-
morativos del bicentenario del nacimiento del Gran Mariscal
de Ayacucho, Antonio José de Sucre y Alcalá, febrero de
1995.
Numerosas publicaciones (Históricas y Genealógicas). La lista
se inicia desde 1986 y culmina en 2005.

307
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

La misma razón que adujimos nos impele a presentar solo las


más importantes:
* Flor y Franco: Ascendientes y Descendientes, Quito, 1987.
* Fray José María Vargas, O. P., Obras Selectas, tomo I.
* Centenario del nacimiento de J. Roberto Páez, Cronista de la ciudad
de Quito, 1893-1983.
* Centenario del fallecimiento del historiador Pedro Fermín Cevallos,
1893-1993.
* Sesquicentenario del nacimiento de Juan Benigno Vela Hervas.
* Patrimonio Artístico Ecuatoriano, fray José María Vargas, O. P.,
3ª edición.
Publicaciones filatélicas.
* No menos de quince, desde el Reglamento para la Exposición
Filatélica Nacional Quitex, que vio la luz en 1982, hasta el
folleto dedicado al general José de San Martín en las emisio-
nes postales de América y de España, año 2004.
* Entre ellas se destaca el Álbum Didáctico de Sellos Postales 1865-
1982, cuyos textos los escribió conjuntamente con el filatelis-
ta Giovanni Cataldi.
* Importante publicación la de 1984: Ecuador historia postal y
catálogo de marcas prefilatélicas, cuya versión inglesa la realizó
con Leo John Harris, norteamericano y Percy Bargholtz de
nacionalidad sueca.
* No puede omitirse el homenaje al gran filatelista don Samuel
Valarezo Delgado, recordado con admiración en 1985.
Capítulo de mucho interés el ofrecido por Páez Terán para el
lujoso libro: El Palacio de Carondelet, intitulado: “El Palacio de Gobierno
en la filatelia ecuatoriana”. Aquel se lo publicó en las postrimerías de
la presidencia del arquitecto Sixto Durán Ballén, 1996.
Numerosos los artículos publicados en la revista de AFE “El
Coleccionista Ecuatoriano”, entre los años 1978 al 2007, referentes a
filatelia, bajo la firma de Rodrigo Páez Terán o con su seudónimo CRO-
FILEC.
No es todo. En los dieciocho boletines de difusión e informa-
ción de las emisiones de sellos postales, años 1992 a 1994, los textos de
este insigne obrero de la cultura son elocuente testimonio.
Sus sugerencias para temas, motivos o elección de viñetas para
cuarenta y un emisiones de sellos postales ecuatorianos entre los años

308
BIENVENIDA AL SR. RODRIGO PÁEZ TERÁN

1982 a 1996, tuvieron gran aceptación. Entre los personajes honrados


en las estampillas, constan Rocafuerte, Juan de Velasco, los presidentes
Robles y Velasco Ibarra, el historiador Federico González Suárez, el
santo Hermano Miguel, el humanista Aurelio Espinosa Pólit, el polí-
grafo Julio Tobar Donoso y el pintor Eduardo Kingman.
No nos extrañe que don Rodrigo Páez haya sido acogido en
academias y sociedades culturales, como miembro Correspondiente de
la Real Academia Hispánica de Filatelia de Madrid o en la Sociedad
Amigos de la Genealogía.
Es Fundador y Tesorero de la organización cultural “Funda-
ción Fray José María Vargas, O. P.” de Quito.
Lo que nos sorprende es el dilatado espacio de tiempo que ha
demorado en integrarse como individuo Correspondiente a la Acade-
mia de la Historia, de la que por muchos años ha sido miembro Electo.
Y ahora echemos un vistazo sobre la disertación del flamante
académico para su incorporación: Correos, signos postales. Filatelia:
Visión histórica.
La forma didáctica envuelta en sencillez y a la vez elegancia,
caracteriza el discurso que se desenvuelve con soltura, sin complicacio-
nes ni sutiles enredos, nos sirve manjar de su especialidad, para que
nuestros escasos o regulares conocimientos se amplíen y robustezcan.
Luego de corta introducción, entramos al período Colonial,
para revelarnos cómo se realizaba la correspondencia, qué medios se
empleaban, cuáles eran las instituciones destinadas para facilitarla;
emergen los términos carta, cartero, mensajero, emisario, estafeta, ad-
ministración.
Sabemos que el abogado Juan de Solórzano y Pereyra en su
obra La Política Indiana divida en seis libros, se refiere en uno de sus
capítulos a Correos: “Del servicio de los Correos que en Perú llaman
chasquis”.
Conocemos que el uno de julio de 1769, se establece en la Au-
diencia de Quito, la “Real Renta de Correos”, y que su primer adminis-
trador general fue don Antonio Romero de Tejada.
Se habla de los modos de efectuar la franquicia; Páez nos ilus-
tra al indicar que en el ámbito del estudio de la actividad postal y del
coleccionismo, esta época se denomina “prefilatelia”, y en el Ecuador
va desde el año 1769 hasta 1864.

309
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Interesante saber que en 1808, cuando autoridades españolas


pedían adhesiones a Fernando VII, se utilizaron marcas postales con la
grabación: ¡Viva Fernando VII!.

En la Gran Colombia
Se reproduce el decreto del gobierno mediante el que se esta-
blece la Renta de Correos. Los indicadores mostraban el texto: “Repú-
blica de Colombia”.

La República
Iniciada la vida republicana del Ecuador, su primer presidente
Juan José Flores, dispuso con fecha dieciséis de enero de 1833 en un de-
creto la regularización del ramo de Correos, los que se rigieron por éste
hasta el año 1864.
Quizá la nota curiosa sea la contratación de la impresión de los
primeros sellos postales con el notable tipógrafo quiteño Manuel Riva-
deneira: “un millón quinientas mil estampillas para portes de correo: medio
real coloración azul, un real en tonos verde y amarillo, y cuatro reales en color
rojo....”
El examen de la colección de marcas prefilatélicas y sellos pos-
tales de nuestro país, como anota el nuevo académico: “sirve de modo
maravilloso, para evocar acontecimientos históricos, conocer la geografía y los
paisajes, rememorar a las personas que han influenciado de manera destacada
en el convivir nacional, en fin, los sellos son como una gran pantalla pese a su
escala reducida, que nos muestra paso a paso la conformación de la nacionali-
dad ecuatoriana”.
Rodrigo:
Hago mías las palabras iniciales de un canto al gran académi-
co Hermano Miguel:
“ La Academia te abre sus puertas
cual ejemplo de pulcra docencia”....

Quito, enero 16 de 2008

310
CORREOS, SIGNOS POSTALES, FILATELIA:
VISIÓN HISTÓRICA

Rodrigo Páez Terán

INTRODUCCIÓN

El distinguido Director de la Academia Nacional de Historia


doctor Manuel de Guzmán Polanco, quien honra a la Institución con su
imponderable eficiencia y total entrega, me insinuó reiteradamente con
la gentileza que le caracteriza, la conveniencia de mi incorporación
como miembro Correspondiente a la Academia, puesto que había per-
manecido por dilatado período de tiempo en condición de Electo; su
invitación se convirtió en reto impostergable y me propuse acceder a la
Academia, con el incentivo adicional del ejemplo de mi querido y
recordado padre, J. Roberto Páez Flor, quien mencionaba con sano or-
gullo, que pertenecer a tan alto organismo fue su máxima satisfacción
en el ámbito cultural y en su condición de Subdirector, pudo dirigirla
en varias oportunidades.
En el Universo creado por la infinita sabiduría de Dios, nace el
ser humano como suprema expresión de su amor, con el deseo innato
de compartir con sus semejantes anhelos, inquietudes, realidades;
surge así la palabra, como manifestación del convivir entre cercanos y
lejanos. El desarrollo del hombre en su constante aventura vital, se faci-
litó siempre mediante aquel sutil efluvio que flota en el espacio y lo
vincula a sus congéneres: la COMUNICACIÓN.
Inventada la escritura, ésta se convierte en elemento ideal para
desempeñar la función de ser nexo discreto, rápido, seguro, oportuno,
para acortar la distancia que separa a dos seres inteligentes; y en la
constante búsqueda de mantener esta unión, se inician los Correos.
Ahora, con la extraordinaria facilidad del correo electrónico,
los teléfonos celulares y otros inventos modernos, vivimos intercomu-
nicados de manera permanente, en este entorno denominado “aldea
global”, espacio desconocido hace cincuenta años y sin duda alguna,
en siglos anteriores.

311
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Centraré mi disertación en la faceta histórica del proceso evo-


lutivo de los Correos y sus diversos elementos que facilitaron siempre
las comunicaciones, la correspondencia epistolar, y presentaré una
somera visión de sucesos y acontecimientos ligados a su desarrollo.
Pese a su importancia, la vida de los Correos, no ha merecido la ade-
cuada atención de los historiadores, quizás por ser tan evidente su exis-
tencia o en la creencia que ocuparse de ella, resultaba intrascendente.
Las palabras chasqui, propio, posta, para las actuales genera-
ciones son léxico extraño; sin embargo, sin aquellos servidores, hubie-
se sido imposible intercambiar noticias, datos, órdenes, conocimientos,
disposiciones, leyes, entre personas y naciones.
En nuestro país, las comunicaciones en la época precolombina,
se efectuaban utilizando cordeles de distintos colores anudados de va-
rias maneras, denominados “quipu” (nudo), o el sistema oral, ambos
por intermedio del “chasqui” (que significa recibo), pues tanto los na-
turales de estas tierras como los incas invasores, fueron ágrafos. (fig 1).

LA COLONIA

La Casa de Contratación, organizada por disposición expedida en


Alcalá de Henares en enero veinte de 1503, fue el primer ente adminis-
trativo creado en España para cuidar los recientes descubrimientos
ocurridos en el Nuevo Mundo: era un establecimiento de característi-
cas eminentemente comerciales. Las leyes que regían la Casa de Con-
tratación, se codificaron en 1552, incluyendo la reglamentación concer-
niente a deberes y calificaciones de comerciantes, marineros y banque-
ros, relacionadas con la navegación peninsular y americana.
Si bien no se menciona en el Código de 1552, un funcionario
muy importante se había incorporado a la Casa de Contratación. En
efecto en mayo de 1514, el emperador Carlos V (fig 2), estableció el
cargo de Correo Mayor de las Indias, para la estafeta colonial y lo con-
fió, con derecho sucesorio, al erudito jurista don Lorenzo Galíndez de
Carvajal [1472-1527], miembro del Consejo de Castilla; él y sus suceso-
res manejaron el Correo en América del Sur por doscientos cincuenta
años, hasta 1768.
Año del Señor de 1647: en España reina Felipe IV; actúa como
décimo quinto virrey del Perú, don Pedro de Toledo y Leyva, marqués
de Mancera y comendador de Esparragal; y la Real Audiencia de Qui-

312
CORREOS, SIGNOS P O S TA L E S , F I L AT E L I A

to, con una población de seiscientas mil almas, está bajo la discreta pre-
sidencia del licenciado don Martín de Arriola y Belardi.
La época y las circunstancias son propicias, para que el notable
abogado doctor don Juan de Solórzano y Pereyra, llamado por sus
conocimientos el “oráculo de la jurisprudencia”, redactara una obra
fundamental para aquellos tiempos: la Política Indiana, dividida en seis
libros. El capítulo catorce, comprende treinta y tres proposiciones y
está dedicado a Correos, como se desprende del encabezado:
“DEL SERVICIO DE LOS CORREOS QUE EN PERÚ llaman
‘chasquis’, y llevan y traen las cartas del reyno: y si para él se pueden
repartir indios. Y de la libertad que se ha mandado haya en las Indias
en escribirlas, y penas de los que las abren, o cogen”.
Las disposiciones jurídicas y políticas se aplicaron en las colo-
nias españolas y algunas de ellas, se mantuvieron inclusive hasta los
primeros años de vida republicana.
Existe certeza documental que desde 1685, en el territorio de la
Real Audiencia de Quito, funcionó de manera formal el sistema de
Correos bajo la administración de los Galíndez de Carvajal y para su
operación terrestre, se aprovecharon la gran calzada real y los “tam-
bos”, construcciones incaicas.
El noveno y último Correo Mayor, fue don Fermín Francisco
de Carvajal y Vargas [m. 1782], conde de Castillejo y del Puerto, futu-
ro duque de san Carlos, y alcalde de Lima en 1750, quien mantuvo la
concesión hasta 1768. Para poder recuperar los Correos de manos de
Carvajal y Vargas, la Corona le gratificó con una anualidad de catorce
mil pesos y el título de Grande de España. (fig. 3)
La Cancillería en Quito, guarda en su mapoteca un auténtico
tesoro: la plancha con la que se grabó en 1779, el famoso mapa elabo-
rado por el notable hombre público, ingeniero, Gobernador de Mainas,
y Comisario de Límites, don Francisco de Requena y Herrera, (Orán
1743 – Madrid 1824), el que se identifica así:

MAPA
Que comprende todo el distrito de la AUDIENCIA DE QUITO
En que se manifiesta con la maior individualidad Los Pueblos y
Naciones bárbaras que hay por el Río Marañón y demás que en
él entran Para acompañar a la Descripción del nuevo Obispado que
se proyecta en MAYNAS
Construido De Orden del Sor. Dn. Josef García de León y Pizarro

313
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Presidente Regente Comandante y Visitador General de la misma


Audiencia
Por Dn. Francisco Requena Yngeniero Ordinario, Governador de
Maynas y Primer Comisario de Límites el Año de 1779

En este notable y detallado mapa, se identifican con facilidad,


las diversas rutas postales de la época utilizadas por Correos, para el
servicio de las comunicaciones terrestres y fluviales, en el territorio de
la Real Audiencia de Quito.
Correos del Ecuador, el ente que regula y maneja la comunica-
ción postal en nuestro país, es la más antigua corporación de carácter
estatal que subsiste aún con las mismas regulaciones básicas de aque-
lla época, modernizadas y adaptadas a las circunstancias. El uno de
julio de 1769, se establece en la Audiencia de Quito, la REAL RENTA
DE CORREOS.
El primer Administrador general designado para manejar la
Real Renta, fue el caballero hidalgo español don Antonio Romero de
Tejada y la Cámara, nacido en 1740 en la villa de Almazán, Castilla la
Vieja, hombre de carácter noble, quien ejerció tan delicado cargo con
ahínco y probada honorabilidad durante veinte y cinco años hasta
diciembre diez de 1794. (Romero formó en Quito, numerosa familia de
diez vástagos).
El veintitrés de octubre de ese año, en atención a sus méritos y
ejecutorias, fue ascendido a Administrador principal de Correos de
Buenos Aires, con una renta anual de dos mil quinientos pesos fuertes.
Por disposición oficial, efectuó un tedioso viaje visitando todas
las poblaciones de su recorrido, pasando por Lima, Santiago, Mendoza,
hasta llegar a su destino en mayo veintitrés de 1796 y elevar un memorial
a la Corona, de la condición encontrada en las diversas postas de la ruta.
Al producirse en Buenos Aires la revolución independentista
del diez de mayo de 1810, fue separado de su cargo en septiembre de
ese año y desterrado a Luján, ciudad en la que falleció a poco y en
extrema pobreza.
En su reemplazo se designó como nuevo Administrador de la
Renta de Correos de la Real Audiencia de Quito, a don José de Vergara
y Gaviria, quien actuó hasta septiembre de 1810, cuando bajo el patro-
cinio del Comisionado Real don Carlos Montúfar y Larrea se estableció
la Junta Gubernativa. Vergara Gaviria y el oidor Felipe Fuertes Amar,
realistas, huyeron hacia el oriente; apresados en Papallacta y traídos a

314
CORREOS, SIGNOS P O S TA L E S , F I L AT E L I A

Quito, murieron ajusticiados. Final tenebroso de los dos primeros fun-


cionarios del Correo quiteño.
En tiempos del monopolio Carvajal, por lo menos desde 1734,
toda correspondencia satisfacía su porte al momento de franquearla; el
Real Servicio de Correos en España, por el contrario, establecía que el
pago lo efectuase el destinatario. Luego que la Corona asumió la res-
ponsabilidad del Correo, operaron ambos sistemas, lo que determinó
la implementación de ciertas marcas que se aplicaban sobre la corres-
pondencia, con las palabras DEBE, indicativa que el porteo se abonaría
contra la recepción, o, FRANCA, significando que el valor ya fue paga-
do por el remitente. Para facilitar el control, cada pieza circulada osten-
taba también el nombre de la población de su origen.
En el ámbito del estudio de la actividad postal y del coleccio-
nismo, esta época se denomina PREFILATELIA, la que en nuestro país,
abarca desde julio uno de 1769 hasta diciembre treinta y uno de 1864.
La marca postal prefilatélica más antigua registrada hasta la
fecha correspondiente a nuestro país y de la etapa Colonial, es una con
la palabra QUITO, aplicada con tinta color negro, sobre una carta
doblada de índole oficial, cursada por don Juan José Diguja, vigésimo
cuatro presidente de la Real Audiencia, a don Antonio Mallo, Oficial
Real de las Reales Caxas en Popayán, con fecha seis de octubre de 1769,
tan solo a noventa y cinco días de iniciadas las operaciones del nuevo
sistema de la Real Renta de Correos en la Audiencia quiteña. (fig 4).
En mayo de 1808, Napoleón Bonaparte invade España, desig-
na a su hermano José como rey y depone a Fernando VII, ocupación
que duró por seis años hasta 1814. Sin embargo, algunas ciudades es-
pañolas quedaron libres del control militar francés y constituyeron Jun-
tas Patrióticas para resistir la intromisión napoleónica.
En agosto catorce de 1808 el Comisionado de la Junta de Sevi-
lla, capitán de fragata don Juan José Punelo Sanllorente, llegó a Santa
Fe de Bogotá portando un manifiesto mediante el que se explicaban las
razones de su funcionamiento y se solicitaba la adhesión de las colo-
nias americanas al rey don Fernando VII y el rechazo al invasor.
El virrey de la Nueva Granada don Antonio Amar y Borbón,
convocó a reunión a su Consejo el cinco de septiembre y el once del
mismo mes, en la plaza principal de Santa Fe, los ciudadanos reafirma-
ron su fidelidad y lealtad a Fernando VII.
Las celebraciones incluyeron la elaboración de bandeletas,
escarapelas, cintas, pancartas, sombreros y estandartes con bordados

315
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

que ostentaban la leyenda VIVA FERNANDO VII. La utilización de


marcas postales patrióticas con el mismo texto, fue otra de las manifes-
taciones de respaldo al depuesto rey.
El tres de octubre de 1808, el Comisionado Punelo Sanllorente
llegó a Quito con similar objetivo: conseguir la adhesión de la Real
Audiencia hacia Fernando VII; es así como en la correspondencia cur-
sada desde Ambato, Guaranda y Riobamba, se usó la marca postal
patriótica abreviada: V.VA F.º 7º. Ha sido imposible determinar las cau-
sas por las que no se utilizó este marchamo tan especial, desde otras
ciudades de la Real Audiencia de Quito. (fig. 5)

LA GRAN COLOMBIA

Decreto del Gobierno mediante el que se establece la Renta de


Correos:

“Francisco de Paula Santander Omaña, de la Orden de Libertadores


de Venezuela y Cundinamarca, condecorado con la cruz de Boyacá,
general de división, vicepresidente de la República encargado del
poder ejecutivo, &, &, &.
Considerando que el congreso general de Colombia no expidió ley
sobre la organización del ramo de correos, y conviniendo uniformar-
la en lo posible para que sea más expedito su manejo, he venido en
decretar lo siguiente:
1.- La renta de correos, incorporada a la hacienda pública por la ley
de creación de la contaduría general, depende en la parte directiva de
la secretaría de hacienda, mientras que no haya un director general
del ramo.
2.- Se formarán tres distritos principales de correos a cargo cada uno
de un administrador general con residencia, el del distrito del norte
en Caracas, el del centro en Bogotá, y el del sur en Quito.
3.- 4.- 5.-
6.- Mientras la ciudad de Quito permanezca bajo el gobierno español,
las administraciones de correos continuarán en la dependencia que
ahora tienen de la general de Bogotá.
El secretario de estado y del despacho de hacienda queda encargado de
la ejecución y cumplimiento de este decreto.
Dado en el palacio de gobierno en Bogotá, capital de la República a
ocho de enero de 1822. Duodécimo.

316
CORREOS, SIGNOS P O S TA L E S , F I L AT E L I A

Francisco de P. Santander – El secretario de hacienda José Ma. del


Castillo y Rada.”

En la etapa en la que conformamos la Gran Colombia, los iden-


tificadores de las poblaciones, mostraban en su parte superior el texto:
REPUBLICA DE COLOMBIA; sin embargo algunas de estas marcas se
continuaron utilizando, en ciertas ciudades ecuatorianas, hasta tan
tarde como 1846/1847, lo que demuestra o penuria fiscal o desidia, y
constituyen un evidente anacronismo. (fig 6)
Hasta la presente fecha, se han identificado y clasificado, más
de doscientas marcas de la época prefilatélica utilizadas en el territorio
de lo que hoy es el Ecuador, originarias de veinte y cinco ciudades,
demostrativas del eficiente funcionamiento de las estafetas en esas lo-
calidades. A futuro, posiblemente se encontrarán marcas postales adi-
cionales, pues los archivos privados y oficiales, guardan probablemen-
te correspondencia no revisada aún en su totalidad.

LA REPÚBLICA

Iniciada la vida republicana del Ecuador, el padre de la patria,


Juan José Flores y Aramburu, dispuso por decreto de enero dieciséis de
1833, la organización y el funcionamiento del ramo de Correos.
El texto pertinente es así:

“Juan José Flores Presidente del Estado del Ecuador, etc., etc., etc.
CONSIDERANDO:
1º - Que interesa a toda sociedad civilizada el buen arreglo en la con-
ducción de la correspondencia epistolar entre los miembros que la
componen;
2º - Que importa a la mejora y fomento de las rentas públicas, la
mejor organización del ramo de correos, así por lo que toca a la expre-
sada correspondencia como en lo relativo al transporte de caudales, a
fin de evitar abusos, perjuicios y fraudes, sea en detrimento del era-
rio, o de los particulares,

DECRETO:
Art. 1º - Se prohíbe a toda persona de cualquier condición y empleo,
...... etc.,”

317
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

De este tenor son los veinte y seis artículos del decreto, me-
diante los que se regula y organiza adecuadamente, para aquella épo-
ca, el funcionamiento de los Correos.
El artículo primero prohíbe la conducción de toda clase de co-
rrespondencia por intermedio de personas particulares, bajo pena de
multas.
El segundo estatuye que los guardas de alcabalas, se preocupa-
rán de controlar lo anterior, y, en pago, percibirán la mitad de las mul-
tas recaudadas.
El siguiente es muy interesante, ya que menciona al PROPIO,
empleado privado que perduró hasta las primeras dos o tres décadas
del siglo veinte. Se designaba como propio a un mandadero, que ser-
vía usualmente a gente de cierto nivel económico y dedicado casi
exclusivamente a llevar los recados o los escritos de su patrono, a las
amistades de éste o para atender determinados negocios o mensajes,
que por su importancia, era conveniente enviarlos o recibirlos en
mano. Este artículo veda la utilización del propio, bajo pena de dos-
cientos pesos de multa.
Las subsiguientes disposiciones, se refieren a diversos aspectos
relacionados con el funcionamiento de los correos terrestres y marítimos.

Artículo veintiséis: El Ministro de Estado del departamento de Ha-


cienda queda encargado de la ejecución del presente decreto.
Dado en el palacio de Gobierno en Quito a dieciséis de enero de 1833
– Vigésimo tercero –
Juan José Flores –
Por orden de S. E. – El Ministro de Hacienda – Juan García del Río”.

Los Correos nacionales se regularon con este decreto hasta el


año 1864, en que fue sustituido por uno nuevo, cuando se dispuso la
utilización de los sellos postales engomados, a partir de enero de 1865.
Como el envío de cartas con el indicativo DEBE -o a cobrar-, se
prestaba a muchos subterfugios creados por la inventiva humana, lo
que causaba serios perjuicios a los Correos a nivel universal, el profe-
sor inglés sir Rowland Hill (1795-1879), ideó un nuevo sistema: el sello
postal adhesivo, también denominado estampilla, utilizado por vez
primera en Londres en mayo seis de 1840: un pequeño trozo de papel
cuya viñeta en negro, muestra el perfil de la joven reina Victoria de

318
CORREOS, SIGNOS P O S TA L E S , F I L AT E L I A

Gran Bretaña y con valor de un penique: esta primicia es conocida en


el mundo filatélico como el “penique negro” (fig. 7)
Brasil fue el primer país latinoamericano que adoptó este no-
vedoso sistema en 1843. Al Ecuador llegó un cuarto de siglo más tarde,
en la primera administración garciana.
El abogado quiteño doctor Pablo Bustamante del Mazo (1820-
1881), ejercía las funciones de ministro de Hacienda y recibió desde el
exterior, varias cotizaciones para el suministro de sellos postales, ele-
mentos indispensables para la implementación del sistema para el cobro
anticipado del valor de la correspondencia; entre estas propuestas, debió
estar la escogida por más económica, que cotizaba dicha impresión en la
suma de dos mil novecientos setenta pesos; esto se deduce del decreto
del Congreso de abril dieciocho de 1864, cuyo texto es:

“El Senado y la Cámara de Diputados de la República del Ecuador,


reunidos en Congreso,
Considerando:
Primero.- Que el sistema de franquicia por medio de estampillas está
en uso en la mayor parte de las naciones de América y Europa; y,
Segundo.- Que este sistema no solo facilita el trabajo de la adminis-
tración de correos y hace más efectiva la responsabilidad de sus
empleados, sino que también promueve el mejor servicio público y
evita los fraudes que con frecuencia se notan en el sistema actual,
Decretan:
Art. 1º.- Se autoriza al Poder Ejecutivo para que invierta dos mil
novecientos setenta pesos en mandar romper tres planchas en
Europa, para imprimir y engomar un millón quinientas mil estampi-
llas, que deberán emplearse en la franquicia de correos.
Art. 2º.- Tan luego como se obtengan las estampillas de que habla el
artículo anterior, se establecerá la franquicia de correos por medio de
ellas; y el Poder Ejecutivo dará el reglamento correspondiente para
la ejecución del presente Decreto.
Comuníquese al Poder Ejecutivo para su ejecución y cumplimiento.-
Dado en Quito, Capital de la República, el 18 de abril de 1864.-
El Presidente del Senado, Juan Aguirre Montúfar.-
El Presidente de la Cámara de Diputados, Manuel Carrión Barrera.-
Palacio de Gobierno en Quito, a 20 de abril de 1864.- Ejecútese.
R. Carvajal - El Ministro de Hacienda, Pablo Bustamante.”

319
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Por estar ausente de Quito don Gabriel García Moreno, ejercía


la función ejecutiva, el vicepresidente de la República, doctor Rafael
Carvajal Guzmán (Ibarra 1819-Lima 1878), quien dispuso el cumpli-
miento del decreto legislativo.
Si bien el Congreso autorizó al Ejecutivo la impresión en Eu-
ropa de los primeros sellos postales, el ministro Bustamante del Mazo,
suscribió en octubre treinta y uno de ese año, un contrato con el cono-
cido y destacado impresor quiteño don Manuel Antonio Rivadeneira
Heredia (1814-1894), propietario de la imprenta «De la Nación», ubica-
da en el barrio san Marcos. De esta manera, el erario nacional obtuvo
un ahorro del cincuenta por ciento del costo inicialmente previsto.
El texto del contrato aludido es el siguiente:

“El H. señor Ministro de Hacienda, a nombre del Supremo Gobierno


y en conformidad con el Decreto Legislativo de 20 de abril del pre-
sente año, y el señor Manuel Rivadeneira por su propio derecho, han
acorado el contrato siguiente:
El señor Rivadeneira se compromete a entregar de la fecha en dos
meses, por mitades, un millón quinientas mil estampillas para portes
de correo, perfectamente grabadas, engomadas y en conformidad con
los diseños que se le han dado.
Todos los gastos, incluso el de papel, serán de cuenta del señor Riva-
deneira.
Las planchas grabadas en estaño, lo mismo que las matrices en acero,
pertenecerán al Estado después de impresas las estampillas indicadas.
El Gobierno le indemnizará por este trabajo y en pago de las planchas
pre-indicadas, mil quinientos pesos, quinientos de contado y la restan-
te cantidad cuando se haya entregado el número total de estampillas.
Quito, octubre 31 de 1864.- Pablo Bustamante.- Manuel Rivadeneira.”

Para contratar en Quito la impresión de la primera serie de


sellos postales, influyeron no solamente el menor precio y la entrega rá-
pida del material, sino también la circunstancia que Rivadeneira Here-
dia tenía fama de hábil artesano e impresor, y más aún, si quien elabo-
raría las planchas, sería su hija primogénita, doña Emilia Rivadeneira
Valencia de Hèguy (1839-1916), grabadora excepcional, quien maneja-
ba el buril con maestría, tanto que en 1887, la Cámara del Senado así lo
reconoció al calificarla como “verdadero genio artístico en su ramo”.

320
CORREOS, SIGNOS P O S TA L E S , F I L AT E L I A

La imprenta Rivadeneira entregó los sellos postales en las


denominaciones: medio real coloración azul, un real en tonos verde y
amarillo, y, cuatro reales color rojo. (fig. 8)
Emilia elaboró la viñeta de los sellos, con el escudo de armas
de la República, las palabras ECUADOR CORREOS y al pie, la indica-
ción de los respectivos valores en la moneda de la época: los reales.
Los coleccionistas conocen a estos sellos postales, que carecen
de perforaciones en sus costados, como CLÁSICOS. Su utilización para
el franqueo de la correspondencia, comenzó el primer día de enero del
año 1865, fecha del nacimiento en nuestro país de la era filatélica.
Como indicábamos, en 1840, se inició el nuevo sistema para
cobrar el valor del franqueo y mejorar la fluidez de la correspondencia,
con el uso de los sellos adhesivos; cada país utilizaba la tarifa que esti-
maba conveniente para sus finanzas; esto causaba un sinnúmero de
dificultades, pues se debían cruzar cuentas para pagar y para cobrar
por el manejo “interno” de las respectivas piezas postales originarias
de los distintos países.
Transcurridas casi cuatro décadas, surgió la feliz iniciativa de
unificar las tarifas de correo y establecer a nivel mundial un convenio
de cobro y pago por los servicios postales. En junio de 1878 se reunió
en París, la Convención Postal Universal, que creó uno de los primeros
organismos de carácter multilateral que permanece aún vigente: la
Unión Postal Universal, que desde su fundación, tiene su sede en
Berna, Suiza.
El general Cornelio Escipión Vernaza Carbo (Guayaquil 1830-
1898), ministro de Exteriores del gobierno Veintemilla Villacís, cursó
una nota diplomática en noviembre quince de 1879, a su contraparte en
Suiza, comunicándole que en esa fecha, el Ejecutivo resolvió aprobar la
convención y reglamentos de la Unión Postal Universal, solicitando
ponga en conocimiento de los países signatarios, la solemne adhesión
ecuatoriana, y que para los efectos y actos ulteriores, se ha instruido
con plenos poderes, al cónsul general en París, señor don Clemente
Ballén y Millán (Guayaquil 1828-París 1893).
En julio uno de 1880, quedamos incorporados a la Unión Pos-
tal Universal.(fig. 9)
En las primeras décadas del siglo veinte, en el Ecuador, se fo-
mentaba la afición al coleccionismo de sellos postales, por el influjo de
lo que sucedía en varios países europeos; los filatelistas deseaban unir-
se para compartir inquietudes y conocimientos; el veinte y cinco de

321
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

agosto de 1935, un grupo de dieciséis distinguidos coleccionistas qui-


teños, por iniciativa de los señores Manuel Pérez Flores y Francisco
Meneses Navas, con la colaboración de César Fuentes Mera, Julio Al-
meida Jarre, Vicente Rivadeneira Yépez y Jorge Gándara Villamar,
constituyeron la Asociación Filatélica Ecuatoriana, para promover el
cultivo de la afición filatélica.
Nuestra entidad cultural, próxima a celebrar 75 años de vida
institucional, se ha mantenido vigorosa, gracias a que siempre evitó en
su entorno ingerencias políticas o extrañas a sus fines sociales y a que
sus dirigentes actuaron con criterio sano, honorabilidad y verdadero
amor por la filatelia, como el ex Presidente de la República don Sixto
Durán Ballén Cordovez, el señor Samuel Valarezo Delgado o el queri-
do colega Juan Casals Martínez, por citar tres de los más importantes
ex presidentes de la Asociación.
A raíz de la exposición de filatelia QUITEX’82, surgió la nece-
sidad de contar con la herramienta básica para el coleccionismo filaté-
lico: un catálogo nacional de las emisiones postales. Mediante el deci-
dido apoyo brindado por el Banco Central del Ecuador, se publicó la
obra fundamental de la filatelia ecuatoriana: “Ecuador: Álbum Didác-
tico de Sellos Postales 1865-1982”, que a nivel mundial constituyó una
verdadera primicia, puesto que ningún país había editado algo similar:
la reproducción a escala natural y a color, de 2362 sellos circulados en
nuestra patria en un período de más de cien años.
Luego de paciente labor diaria de ocho meses, del estudioso
filatelista Giovanni Cataldi Incarnati y de quien os habla, circuló esta
obra de la que el Ec. Abelardo Pachano Bertero, en ese entonces máxi-
mo personero del Banco, manifestó en la presentación del libro: “El
esfuerzo desplegado por el Banco a través del Centro de Investigación y
Cultura para cubrir en lo posible una amplia gama del saber humano se ha
encauzado también a la filatelia. Una primera muestra lo constituye este libro
que con legítimo orgullo entregamos al público nacional y extranjero. Al
esfuerzo del Banco por la difusión de la cultura patria se sumó el afán de que
el país fuera mejor conocido en el ámbito internacional a través de un medio a
la vez novedoso y atractivo como es el estudio y la colección de sellos postales.
( ... ) Este libro, la mejor obra sobre filatelia ecuatoriana, demuestra satisfacto-
riamente que mediante cuidadosas ediciones especializadas puede conseguirse
un tipo de difusión cultural que llegue a sectores no atendidos por una apro-
ximación más elitista a la cultura.”
Mis colegas me concedieron el privilegio de ejercer la presiden-

322
CORREOS, SIGNOS P O S TA L E S , F I L AT E L I A

cia de la institución en 1985, año que coincidió con la celebración de las


Bodas de Oro fundacionales, ocasión adecuada para la realización del
Primer Congreso Ecuatoriano de Filatelia, que incentivó los estudios
referentes a esta materia en el país, entre coleccionistas nacionales y
extranjeros.
El examen de la colección de marcas prefilatélicas y de sellos
postales, sirve para evocar acontecimientos históricos, conocer la geo-
grafía y los paisajes, rememorar a las personas que han influido de
manera destacada en el convivir nacional; el sello, pese a su reducida
escala, es como una gran pantalla, en la que podemos admirar la con-
formación de la nacionalidad ecuatoriana.
Los sellos del s. XIX, nos muestran a los presidentes Flores y
Rocafuerte, a los líderes de la revolución de marzo de 1845: Roca Rodrí-
guez, Noboa Arteta, Olmedo Maruri y Elizalde Lamar y a los notables
hombres públicos de nuestra patria: Espejo, Mejía, Calderón, Moncayo
Esparza, Carbo, Montalvo, Vargas Torres.
Con la emisión postal conmemorativa de la inauguración del
ferrocarril transecuatoriano en 1908, Correos estableció la acertada po-
lítica de recordar trascendentales acontecimientos de la vida nacional,
mediante la circulación de sellos postales alusivos: la Exposición nacio-
nal de 1909 con ocasión del centenario de la proclamación de la
Independencia; la inauguración del Palacio de Correos en Quito en
1927; en 1936, la primera Exposición Filatélica Nacional, promovida
por la Asociación Filatélica Ecuatoriana; en 1944, el centenario del naci-
miento de monseñor Federico González Suárez, mentalizador y funda-
dor de esta nuestra benemérita Academia Nacional de Historia, y, así
los sucesos básicos del desarrollo nacional. (fig. 10).
Coleccionar marcas y sellos postales, no es solo un pasatiempo,
ni consiste únicamente en su clasificación, sino que induce al estudio y
a la didáctica de la historia en sus diversas manifestaciones y promue-
ve distintos intereses ligados con la biografía, la literatura, el arte, las
ciencias, la hagiografía, el patriotismo, los deportes, la religión, es
decir, con aquello que en esencia forma el ámbito global de un pueblo
y su cultura.

Mil gracias por su atención.


Quito, 16, enero, 2008

323
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

BIBLIOGRAFÍA

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por don Evaristo San Cristóbal – Librería Clásica y Científica, Lima, 1891

325
326
RECENSIONES
328
María Cristina Cárdenas, REGIÓN Y ESTADO
NACIONAL EN EL ECUADOR. EL PROGRESISMO
AZUAYO DEL SIGLO XIX,
Quito, Academia Nacional de Historia-Universidad
Pablo de Olavide, Sevilla, España,
2005, 352 pp.

Con inexplicable y lamentable retraso


ha comenzado, por fin, a circular este
importante libro.
El Progresismo es uno de los
movimientos políticos más importantes,
y, por muchos aspectos, fascinantes de
nuestro convulso siglo XIX. Fue una de
las respuestas más vigorosas, sólidas y
de clara afirmación ecuatoriana a las
inquietudes que, en momentos de modo
dramático y hasta trágico planteó a la
joven nación ecuatoriana la realización
concreta de ese poder cuya autonomía
se había conquistado en la gesta que
comenzó en agosto de 1809 y culminó
con la batalla de Pichincha. Y, con ser esta respuesta -forjada por un
cuadro brillantísimo de intelectuales y políticos cuencanos- tan impor-
tante y tan necesaria para entender la evolución del poder político en
nuestro país carecíamos de un estudio sistemático y riguroso. El libro
de María Cristina Cárdenas ha venido a llenar ese vacío.
Un primer capítulo aborda la gestación del Progresismo azua-
yo, y aunque la autora anuncia que lo hará correr desde 1807, propia-
mente discurre desde los años en que comienza la actividad política y
cultural -y económica, pues también en esto fue importante y decisiva-
de Benigno Malo.
Benigno Malo llena esta primera parte del estudio. Esa enorme
figura de intelectual y hombre público -cuyo bicentenario se cumplió
este 2007, y como que a Cuenca, incluidas sus universidades, que tanto
deben a Malo, se les pasó tan importante celebración-. Y, por ello, la

329
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

autora comienza por una semblanza extensa del prócer. No sin razón,
porque Malo iba a pesar decisivamente en la búsqueda de un camino
intermedio entre anarquía disolvente -la que llevó al país al borde de
su disolución en 1859- y poder fuerte, unificador y constructor pero
con tendencia a ser absoluto a costa de muchas libertades políticas -que
fue la respuesta garciana a ese país que se había vuelto al parecer ingo-
bernable y en el que hacía falta imponer, como fuese, orden y trabajo-.
En esencia, el Progresismo significaría la propuesta, teórica y práctica,
de ese camino intermedio.
Benigno Malo está en varios tramos de su trayectoria en lo más
alto del poder, pesando decisivamente en sus decisiones. Ello le da
oportunidad a la autora para analizar las respuestas que propuso o dio
a cuestiones tan vitales para el país como su actividad económica -
incluidas agricultura, tributación y proteccionismo-, el desarrollo
regional -uno de los temas claves del pensamiento político de Malo, de
que dan fe importantes textos periodísticos suyos (en los que Cárdenas
no se extiende, seguramente por guardar las proporciones de capítulos,
temas y subtemas) fue el de las autonomías regionales frente al poder
central-, la vialidad, la salud, la inmigración extranjera -que para Malo
fue casi tan importante como para Rocafuerte (frente a posturas reac-
cionarias como la de Solano).
A este recorrido por acciones y empeños de Malo cuando fue parte del
poder, sigue una síntesis de su ideario reformador. La autora destaca
su constitucionalismo, la importancia que atribuyó siempre a la educa-
ción como formadora de un ciudadano que superase una formación
puramente teórica -y hasta abstrusa- para convertirse en constructor y
productor, el planteo de la relación justa entre federalismo y centralis-
mo, y la visión ancha de una identidad americana.
El historiador que ha convivido con esos tiempos cuencanos
acaso echa de menos el violentísimo rechazo por parte de otra figura
de este Progresismo, Mariano Cueva, del gobierno que él, cínicamen-
te, llamaba Malo-Ascázubi. El Cuencano de Cueva pesó en la caída de
ese gobierno que, bien vistas las cosas, resulta un anuncio de la reali-
zación de los principios del Progresismo en el gobierno.
El segundo capítulo, que la autora titula “Consolidación del
progresismo azuayo” -ella, que suele ser radical en sus principios, le
escatima esa mayúscula que parece indispensable- y extiende de 1860
a 1869, aborda el complejo asunto de la relaciones de Malo y otras figu-

330
RECENSIONES

ras del movimiento naciente con García Moreno, que, a partir de ese
1860, domina absolutamente el horizonte de la política ecuatoriana.
Malo -y otros importantes políticos cuencanos- apoyan en un
primer momento la gestión de quien ven -¿y quién podía dejar de
verlo?- como el salvador del país y que estaba poniendo la bases para
hacer de esta nación casi liquidada un país sólido, respetable, en vías
de reconstrucción y progreso.
Pero Malo se distancia de García Moreno y llega a dura ruptu-
ra con él. Y otros de los que se estaban convirtiendo en los ideólogos
del naciente Progresismo pasan a una oposición violenta. Para María
Cristina el asunto medular de este distanciamiento fue el religioso. “La
gran separación: el Concordato de 1862”, titula una sección de este
capítulo.
Esta hipótesis le incita a penetrar en la visión del catolicismo y
su relación con el poder nacional, en que los progresistas cuencanos se
iban a distanciar de la teocracia garciana y su realización en el Concor-
dato. Caracteriza el catolicismo liberal y discute si los progresistas azua-
yos fueron católicos liberales o conservadores progresistas. Este es uno
de los tramos más interesantes del libro. Fue la hora del tremendo
Syllabus, uno de los momentos más crudamente cavernarios del catoli-
cismo del XIX -esto no lo dice la autora, sino quien hace esta recensión-.
Lo que la autora afirma es esto: “En el Ecuador, la recepción del Syllabus
estaba preparada por el ambiente proclerical que había inducido García
Moreno. El documento se convirtió en un componente central del discurso
conservador extremo, y su influencia se mantuvo hasta entrado el siglo XX.
Los conservadores a ultranza, cuyos escritores editaban en Quito el periódico
La Civilización Católica, se apresuraron a proclamar su entusiasmo y dieron
al texto papal un alcance máximo apropiado a sus objetivos” (p. 71-72).
Frente a ese recrudecimiento de un catolicismo radical, que aspiraba a
invadir todos los espacios del poder, la postura de los progresistas
azuayos fue la de conservadores moderados. Nada en ese tiempo se
hacía en Cuenca fuera del catolicismo.
Pero la ruptura violenta de los progresistas azuayos con García
Moreno fue por razones políticas. Fue un reclamo frontal, firme y hasta
violento, de libertad electoral y alternabilidad en el poder, que tuvo
como bandera la candidatura presidencial de Francisco Xavier Aguirre
y el rechazo del que tenían por continuismo garciano. Pero su oposi-
ción fracasó y se impuso y fortaleció el que Cárdenas llama, acertada-
mente, el Estado nacional católico.

331
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

A la muerte de García Moreno, el Progresismo llega al poder con An-


tonio Borrero. Ello está en el centro del siguiente capítulo. Y sigue otro
período en que el Progresismo realiza su proyecto político desde el po-
der: 1877 a 1888. También en este tramo del análisis de Cárdenas, las
relaciones del Progresismo con los sectores más obscurantistas de la
Iglesia son fundamentales para entender ese concepto más moderno de
tales relaciones que estaba en el corazón de la ideología progresista.
Se cierra este penetrante estudio del Progresismo azuayo con
un capítulo dedicado a su auge y ocaso, con las presidencias de Flores
y Cordero. Sobre todo el caso Cordero requería de una visión de sufi-
ciente complejidad y objetividad como el que nos ofrece la autora.
En suma, un libro indispensable, ineludible para el debate his-
tórico sobre este tramo de la historia patria y sus principales figuras,
abordadas desde el mirador cuencano; es decir, el más vecino a esos
hechos y esas figuras y su entorno económico, social y político.
Concienzudamente la académica ha ido desentrañando -siempre con
sólido respaldo documental- esos hechos que, en sus propias palabras,
“llevan a comprender mejor las inflexiones de la historia regional
azuaya y el modo como intersecta a la historia nacional”.

Hernán Rodríguez Castelo

332
LA REVOLUCIÓN DE QUITO. Archivo Nacional,
Boletín N. 33. Edición Especial,
Quito, Producción Gráfica, 2007, 196 pp.

El Archivo Nacional, dirigido


con inteligencia y pasión por la acadé-
mica Grecia Vasco de Escudero, acaba
de hacer un importante aporte al escla-
recimiento de los acontecimientos quite-
ños de 1809-1812, en vísperas del bicen-
tenario de la primera revolución liber-
taria americana: con el título La
Revolución Quiteña 1809-1812, el número
33 del Boletín del Archivo, que se ha
extendido hasta casi las 200 páginas, nos
entrega preciosos documentos y noticias
de otros relativos a la Revolución quiteña
que se guardan, muy bien catalogados, en
cajas del Archivo.
Se abre el volumen con el “Acta
de Instalación” de la Primera Junta Revolucionaria de Quito. Y sigue
con la nómina de los próceres de la Revolución. Pero como fuente de
esa nómina se da el monumento de la Independencia, de la plaza gran-
de. Y ello lleva a publicación tan seria a incluir en ese listado honroso
a Juan José Guerrero, traidor de esa revolución, como lo probó con
aplastante documentación Alfredo Flores y Caamaño, en su Descubri-
miento histórico relativo a la independencia de Quito (Quito, 1909) y
quedará claro para quien lea la panorámica, de los hechos gloriosos y
trágicos de la Revolución con que se ha abierto esta entrega del Boletín
de la Academia Nacional de Historia.
A continuación se insertan unos pocos pasajes del Viaje imagi-
nario por las provincias limítrofes de Quito y regreso a esta capital, sin
que se diga una sola palabra sobre la autoría de texto tan importante y
de fascinante lectura como visión los hechos que siguieron al agosto de
1809 y los trágicos acontecimientos del 2 de agosto de 1810, narrados
por un testigo presencial, que estaba en una posición privilegiada para
verlos y enjuiciarlos.

333
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Ese texto fue escrito -por supuesto bajo la ficción de un autor


español- por Manuel José Caicedo, sobrino del obispo José Cuero y
Caicedo, que, al tiempo de los sucesos referidos en su crónica, era
Provisor y Vicario General de la Diócesis. Este Manuel José Caicedo -a
quien suele nombrársele “el Provisor Caicedo”- fue brillante profesor
universitario, ilustrado y de ideas progresistas, que jugó papel impor-
tante en la liberalización de la Universidad Quiteña en la primera déca-
da del XIX, y era reconocido por letrado, en ciudad que en tanto tenía
a intelectuales y elocuentes. Fue activo participante en la Segunda
Junta, y hasta levantó un batallón de indios. Para Agustín Salazar
Lozano, testigo y cronista de los hechos de Agosto, no había dudas
sobre la autoría de Caicedo Y el primer editor del Viaje Imaginario,
Carlos R, Tobar, que lo publicó en los Anales de la Universidad Central,
en 1890, estableció la autoría de Caicedo -con un argumento muy fuer-
te y otro dudoso-. Pedro Fermín Cevallos dio siempre el Viaje por obra
de Caicedo. Y actualmente nadie duda de que Caicedo sea el autor de
texto que extendió a nuevos lectores la Biblioteca Ecuatoriana Mínima
en su tomo de Cronistas de la Independencia. En fin, lo interesante del
tomo del Archivo es la noticia de que el Viaje Imaginario es documen-
to que posee ese Archivo. Compulsado con otras ediciones del libro, los
pasajes citados ofrecen variantes. ¿Ha llegado el momento de hacer
una edición crítica de texto tan importante?
Lo importante de la publicación del Archivo es lo que sigue: las
“Sumarias instauradas contra los involucrados en los acontecimientos
de la Segunda Junta Superior del Gobierno de Quito”, páginas 29 a 131.
Son los juicios que instaura Toribio Montes, tras las derrotas de
los ejércitos quiteños en 1812. Son acusaciones y, como era natural, con
habilidad y astucia los acusados, las niegan o minimizan. Todo ello da
al lector pistas para una lectura que recoja cuanto en estas sumarias ilu-
mina lo que en esos días heroicos y complejos sucedió, y la parte que
en ellos tuvieron los acusados.
Así, en la primera sumaria, que hizo a don Joaquín Mancheno
—uno de los tantos próceres de la Revolución a quienes no se ha dado
en la historia el lugar que sus hechos les merecieron-, la acusación del
auto cabeza de proceso resulta -en el desmañado y rudimentario estilo
curial- una verdadera crónica -aunque caótica y de tintas cargadas- de
los hechos desde la derrota quiteña del Panecillo, a través del prócer:
Que prófugo de esta vecindad cuando las tropas de Quito fueron derro-
tadas en el punto del Panecillo, siendo el dho Mancheno uno de los

334
RECENSIONES

corifeos de la Insurrección, pues que en esta segunda coludido desde


los principios con el partido del Marqués de Selva Alegre, llevó íntima
y estrecha amistad, hasta que perdida ésta, fugitivo se mandó mudar a
la ciudad de Pasto, en ocasión que los quiteños la invadían.
Conseguido el intento y entregada la plaza a las tropas de Popayán, se
unió a ellas en calidad de capitán, y acompañado de Don Joaquín Cay-
cedo que hacía de Presidente de la junta de dho Popayán, regresó a esta
capital, y en su virtud pasado algún tiempo unido también con Don
Nicolás de la Peña suprimo hermano, con Don Francisco Calderón,
que eran los que habían levantado el estandarte de la contrarrevolución
por el partido de la Casa de los Sánchez triunfó en é, separando al refe-
rido Marqués de Selva Alegre y sus colegas del mando, y subrogando
a los suyos en él, hasta la extinción de la revolución: deforma que en
todo este tiempo, fue el autor de los hechos principales de ella, hostili-
zó a varios sujetos del pueblo que se habían demostrado por la causa
Justa, proclamando siempre muerte contra ellos, entre los que se
numeran don Pedro Calisto, su hijo don Nicolás, y su yerno Pedro
Pérez Muñoz, a quienes consternó demasiado en la prisión del cuartel
en que perecieron, sin olvidarse de hacer iguales operaciones contra
doña Teresa Calisto que también se hallaba presa en el propio cuartel.
Las conmociones populares las sugería el dho Mancheno especialmen-
te la que ocurrió el siete de septiembre del año próximo pasado en la
que el populacho sacó a la plaza mayor dos horcas contra los indivi-
duos de la Junta, en el mismo que acometió dho. Populacho la casa del
prebendado doctor don José Camacho, la saqueó, destruyó y robó, y ala
del presbítero don Antonio Bernal que hizo con poca diferencia loo
mismo, habiéndose expuesto de público que estos hechos provenían de
los referidos Mancheno y Peña; no menos que se encargó también de
exigir a los vecinos pudientes con el nombre de préstamo, las cantida-
des que le parecía, amenazándolos en su defecto con prisiones y otras
extorsiones de esta naturaleza.

Ésta la acusación hecha al revolucionario. Su interés justifica


cita tan inusualmente larga en una recensión. Ilustra el tenor de los más
ricos e importantes de estos documentos. Por entre acusaciones ensa-
ñadas y acaso tendenciosas, y defensas de los acusados elusivas, a ve-
ces ambiguas y siempre dirigidas a deshacer los cargos, el estudioso de
la Revolución quiteña reconoce hechos consignados por muchos cro-
nistas y cobra pistas para adentrarse en otros. Así la sumaria del Mar-

335
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

qués de Villa Orellana, que toca momentos claves de la actuación del


personaje hasta cuando él y su hijo “se retiraron... al partido de la villa
de Ibarra donde el primero se erigió de Presidente del falso Gobierno,
revolviendo igualmente a las gentes de aquella vecindad y disponien-
do nuevo ataque contra las tropas reales, qe. se verificó con mucha efu-
sión de sangre, en el que también fueron derrotados dhos. Rebeldes:
hasta que preso en la mencionada villa, o su territorio, por el Señor
Coronel Comandante. Don Juan Sámano, fue conducido al lugar de
arresto en qe. se mantienen”, según la tosca simplificación de la acusa-
ción. Y en las preguntas acusatorias que se le hacen al Marqués y sus
hábiles respuestas, hay también mucho que leer en una lectura profun-
da y entre líneas.
No menos interesante el proceso de Antonio Ante. Y la brevísi-
ma acusación y no menos breve vista del abogado fiscal, tras las cuales
se falla: “se le destina al presbítero Dn. Juan Pablo Espejo a una Reco-
lección del Cuzco pr. Espacio de diez años y con especial encargo a los
prelados de la Casa a efecto de que vigilen sobre su conducta”.
Otros procesos nos entregan figuras o desconocidas o apenas
conocidas de héroes de la Revolución, como el presbítero Pedro Gonzá-
lez Berdugo, con las declaraciones de varios acusadores, o el peniten-
ciario de la iglesia catedral de Quito D. Manuel José Guisado.
Para completar su utilidad, el volumen incluye al final un índi-
ce Onomástico.
La III parte del libro no nos da documentos sino un índice, con
indicación de caja y expediente. Son también documentos relativos la
Revolución quiteña en sus apartados “Criminales”, “Gobierno” y
“Fondo especial”.
Por fin, hay un corto detalle de los documentos relativos a la
Revolución que se encuentran en el Archivo General de la Nación, en
Bogotá, y se han obtenido gracias a la cooperación institucional que
nuestro Archivo mantiene con el colombiano,
En suma, un urgente y rico incentivo para seguir ahondando
en los sucesos quiteños del 1809 -y no solo el 1809- hasta el 1812, que
será lo más importante de las celebraciones bicentenarias.

Hernán Rodríguez Castelo

336
Juan J. Paz y Miño Cepeda (editor), ASAMBLEA CONSTITUYENTE
Y ECONOMÍA. Constituciones en Ecuador,
Quito, PUCE-THE, Editorial Abya Yala, 2007, pp. 122

Este libro contiene tres trabajos:


“Constituyentes, Constituciones y eco-
nomía”, escrito por Juan Paz y Miño,
quien es el editor responsable de la
obra, “Economía Política de la Asam-
blea Constituyente” de Pablo Dávalos
Aguilar y “Los fundamentos económi-
cos en la nueva Constitución” de Carlos
de la Torre Muñoz.
Se trata de una obra escrita por tres
profesores de la Pontificia Universidad
Católica del Ecuador: historiador eco-
nómico, el primero, y economistas los
otros dos. Ellos han tomado como eje
un acontecimiento de vida inmediata
en el Ecuador del año 2007: la reunión
de una Asamblea Constituyente de plenos poderes que deberá trans-
formar el marco institucional del Estado y expedir una nueva
Constitución, acorde con el proyecto de revolución ciudadana impul-
sada por el presidente Rafael Correa.
Por propia declaración, destacada en la presentación del libro,
los autores anhelan movilizar conciencias, cuestionar las supuestas verdades
inamovibles, remover las ideas comunes y, por supuesto, suscitar pasiones
sociales. Porque lo peor que puede suceder a una sociedad es que se acostum-
bre a mirar el horizonte que tiene en el momento, pero que no se decida a mirar
el nuevo horizonte que está detrás de las montañas. Y en Ecuador es eso lo que
ha ocurrido en los últimos 25 años: el horizonte “neoliberal”, los supuestos del
“mercado libre”, la idealización de la “empresa privada”, el encantamiento con
una “economía social de mercado” que nunca se construyó y que nunca se
pensó en construir, han dominado el horizonte nacional, sirviendo como mon-
tañas inamovibles que pretenden impedir que los ecuatorianos y ecuatorianas
avancen hacia nuevos horizontes.
En el primer trabajo, Juan Paz y Miño realiza una notable sín-

337
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

tesis de las 18 Constituciones que han regido la vida nacional, desde la


perspectiva de sus contenidos económicos y su significación en esta
materia. El autor hace un corte entre las Constituciones del siglo XIX y
las del siglo XX. Destaca la evolución de los derechos, desde los de pri-
mera generación (individuales) hasta los de tercera generación
(ambientales y colectivos), en cuyos marcos se inscribieron los princi-
pios y las instituciones económicas fundamentales del país. Concentra
su atención en las Constituciones del “siglo XX histórico”. Y particular-
mente enfoca a la última, esto es la de 1998, a la que Paz y Miño consi-
dera una Constitución que si bien avanza en derechos y garantías,
retrocede en materia económica y desinstitucionaliza al Estado, preci-
samente para consolidar un “modelo empresarial” de desarrollo que,
según el autor, privilegió los intereses de una elite frente a los mayori-
tarios intereses nacionales.
Paz y Miño no solo realiza un examen de ciertas menudencias
jurídicas, sino que ubica el proceso constitucional ecuatoriano en el
contexto evolutivo de la sociedad nacional, a fin de que cada Consti-
tución sea comprendida en el tiempo al que respondía. De esta mane-
ra, el autor ha logrado un importante avance interpretativo en el estu-
dio jurídico y, sobre todo, ha destacado elementos sustanciales del
constitucionalismo económico, que normalmente no han sido adverti-
dos por los tratadistas. Todo ello lo explica a fin de que también sea
comprendido el proceso que ha conducido a la convocatoria de la
nueva Asamblea Constituyente. Estas son las contribuciones centrales
de la investigación.
El trabajo de Pablo Dávalos parte de considerar que la Asam-
blea Constituyente convocada se ofrecía como un instrumento esencial
para el cambio en el Ecuador. Para ubicarla, el autor realiza un análisis
de la crisis política y de la crisis económica vividas por el país en la últi-
ma década y que constituyeron el espacio en el que emergió la clase
media, pues fue la más afectada por ellas. Examina, de modo particu-
lar, la quiebra bancaria de 1999 y la dolarización, considerados momen-
tos decisivos para la pérdida de la capacidad regulativa y política del
Estado. Todo ello volcó las expresiones del descontento de las clases
medias, que pasaron a ser actores políticos directos. Ellas asumieron el
“discurso de la ciudadanía” y la “moralización” de la política, pero
desde la “demanda liberal”, lo que les adscribe a los “fetiches” de la
“estabilidad”. En esa postura, siempre movible, dice Dávalos, la

338
RECENSIONES

Asamblea Constituyente parece ser su espacio ganado para liquidar el


pasado, pero sin que nada pase.
El artículo de Carlos de la Torre Muñoz, por su parte, cuestio-
na abiertamente la idea tan generalizada en el país de que es necesario
establecer constitucionalmente un “modelo económico”. Para funda-
mentar su posición, De la Torre examina algunas de las Constituciones
ecuatorianas del último siglo para rastrear en ellas la definición de
algún “modelo”. Al mismo tiempo sostiene que la economía ecuatoria-
na, como se desarrolló en las últimas décadas, no alcanzó el rango de
“neoliberal”, propiamente dicha, y que tampoco edificó un determina-
do “modelo” si se atiende a los términos conceptuales de lo que hay
que entender como tal en la teoría económica. Lo que hubo, precisa el
autor, es mas bien un conjunto de “recetas” con las que se guió a la eco-
nomía y que no hubo límites en ellas, hasta tal punto que incluso la
Constitución fue violada tantas veces cuanto quiso el interés privado.
Concluye De la Torre que, vistas las experiencias históricas, es mejor
NO definir “modelo” alguno en la nueva Constitución. Ello significa-
ría ahorcar las posibilidades que tiene el país y la economía para el
manejo de tantos instrumentos cuantos sean necesarios para generar el
bienestar colectivo.
Los tres artículos de este libro abordan el tema de la Asamblea
Constituyente y la economía desde una singular perspectiva: tratar de
contextualizar los análisis sobre una base histórico-estructural, movida
por actores sociales y por la política contemporánea. En este sentido
rebasan la simple coyuntura, al propio tiempo que son testimonios de
lo que ocurre en el Ecuador. Además, ubican al gobierno del presiden-
te Rafael Correa en el proceso hacia la nueva Constituyente y la nueva
Constitución. Un libro interesante y sin duda valioso para la historia
del presente.

Jorge Núñez Sánchez


Quito, enero de 2008

339
Juan J. Paz y Miño Cepeda, REMOVIENDO EL
PRESENTE. Latinoamericanismo e Historia en Ecuador,
Quito, PUCE-THE, Editorial Abya Yala, 2007, pp. 221

Este libro contiene 9 textos escritos


por el autor en distintos momentos de
su trayectoria investigativa. Una parte
de ellos son trabajos presentados como
ponencias en diversos encuentros aca-
démicos internacionales, en tanto los
otros son estudios expuestos en el país
y, además, preparados como parte de
las actividades académicas que cumple
el autor al frente del “Taller de Historia
Económica (THE)” que dirige en la
Facultad de Economía de la Pontificia
Universidad Católica del Ecuador.
Como Paz y Miño resalta en la presen-
tación de la obra, los estudios ofrecidos
a los lectores integran tres aspectos
esenciales de su comprensión de la historia: la vinculación del pasado
con el presente, la visión del Ecuador como un país incrustado en la
historia de América Latina y el desarrollo de la historia inmediata como
una importante corriente del quehacer investigativo contemporáneo,
destinado a la comprensión de los procesos de mayor actualidad, labor
en la que Paz y Miño se ha destacado como un innovador en la histo-
riografía ecuatoriana.
En orden de su presentación, el primer texto trata sobre el pen-
samiento de Simón Bolívar a través de tres fases: la época revoluciona-
ria, la institucional y la del desengaño. Se quiere sugerir con ello tanto
las esperanzas iniciales como las frustraciones finales de Bolívar a raíz
de la Independencia y la fundación de la Gran Colombia, cuando las
oligarquías regionales y las ambiciones políticas se interpusieron con-
tra el gran sueño bolivariano de la unidad.
El segundo, presenta a un Eloy Alfaro continuador de la obra
de Bolívar. Este gran caudillo liberal, que condujo la Revolución más
importante del país después de la Independencia, no solo que fue un

340
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

internacionalista liberal, sino que trató de reconstituir la Gran Colom-


bia, se solidarizó con Cuba y hasta logró reunir un Congreso Interna-
cional en México, que quiso crear un sistema jurídico continental,
capaz de sujetar el expansionismo norteamericano.
El tercer texto examina la reunión del Partido Conservador del
Azuay en 1911 como un intento de modernización ideológica y de com-
promiso social reformista, que resultaba pionero en la historia partidis-
ta ecuatoriana. En este sentido, la ponencia altera los conceptos tradi-
cionales que se han mantenido sobre la trayectoria del conservadoris-
mo.
El cuarto brinda un contraste con el anterior, pues también des-
cubre al Partido Liberal de 1923 con un programa ideológico renova-
dor y, sobre todo, abiertamente identificado con la problemática social
nacional y con propuestas incluso tempranamente socialistas. Pero, al
mismo tiempo, ubica el nuevo papel político que jugarán los partidos
Socialista (1926) y Comunista (1931), que surgen con el motor de la
organización clasista de los trabajadores. Y el cuadro queda completo
con la visión del naciente “populismo” liderado por José María Velasco
Ibarra, quien inauguró la movilización electoral de las masas y el dis-
curso retórico por el pueblo. Un conjunto reflexivo, que permite com-
prender la época de origen de la cuestión social ecuatoriana.
El quinto texto trata sobre las relaciones entre Ecuador y Perú,
pero no solo para destacar el ancestral conflicto territorial que separó a
los dos países, sino para inquietar en la comprensión mutua de la terri-
ble deuda externa que los hermanó y en las virtualidades que, una vez
suscrita la paz definitiva entre ambas naciones, se abren e inician con
la integración.
El sexto trabajo aborda un tema desconocido: se trata de los
vínculos que es posible encontrar entre Ecuador y México a través del
Caribe como concepto y espacio geográfico-social. Interpretación suge-
rente, sobre todo a partir de las comparaciones que suscita la “Guerra
de Castas” del antiguo Yucatán con lo que sigue sucediendo con los
pueblos indios de la región amazónica ecuatoriana.
El séptimo es un trabajo de reflexión de evidente significación
contemporánea. Paz y Miño se concentra en oponer las edificaciones
de dos modelos de desarrollo en el Ecuador: uno, al que denomina mo-
delo estatal desarrollista, se habría consolidado en las décadas de los años
60 y 70; pero en los 80 y 90 del pasado siglo, el país habría cambiado

341
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

hacia un modelo empresarial, que coincidió con la evolución de los


gobiernos constitucionales. El autor juzga que este último modelo pri-
vilegió a unos pocos y desfavoreció a muchos, además de que afectó la
institucionalidad estatal y la vida política.
El octavo texto puede considerarse un punto más sobre la
visión del anterior, que contrasta los orígenes del movimiento obrero
nacional con la incursión neoliberal, cuyas tesis flexibilizadoras agra-
varon no solo las condiciones del trabajo, sino los derechos antigua-
mente conquistados.
El último, como una especie de resumen teórico y conceptual,
sintetiza de una manera atrayente, crítica e innovadora, la historia
ecuatoriana desde 1979 hasta el 2007. Se trata del discurso que presen-
tara el autor al incorporarse como Individuo de Número de la Aca-
demia Nacional de Historia. El panorama histórico sirve para destacar
los dos términos clave en los que se ha movido Paz y Miño en sus
recientes obras: el concepto de historia inmediata y el de deuda histórica,
ambos íntimamente relacionados con los desafíos del historiador en el
presente y su compromiso social.
Un libro escrito con claridad, precisión y rigurosidad. Sus-
tentado en fuentes nuevas e interpretaciones que invocan a la reflexión
del pasado, con la mira de que la historia es una ciencia viva, esencial
para el mundo del presente y la construcción del futuro, como sostiene
abierta y francamente su autor.

Jorge Núñez Sánchez


Quito, enero de 2008

342
LA CASA
DE LA ACADEMIA
344
LA ACADEMIA EN SU SEDE

El 8 de agosto del año pasado, el Alcalde de Quito, general Paco Mon-


cayo Gallegos, hizo la entrega a la Academia Nacional de Historia de
su nueva sede, la casa “La Alhambra”, restaurada por el Fondo de Sal-
vamento, FONSAL. “Nos complace -dijo el burgomaestre quiteño, en
nombre del pueblo de Quito- entregar este aporte a la Academia Na-
cional de Historia porque creemos firmemente en la identidad na-
cional” Y vio la historia patria, de la que la Academia es custodia, como
clave de esa identidad y fuente de patriotismo. “Sin historia -dijo- un
pueblo no puede ser de patriotas”. Por su importancia, nuestro Boletín
recoge íntegro ese discurso.
Agradeció al Alcalde, a nombre dela Academia, su director, el
Dr. Manuel de Guzmán Polanco, qien en su discurso evocó los comien-
zos de la Academia, destacando el espíritu de tolerancia que desde
entonces la caracterizó, y trazó, a grandes rasgos, la trayectoria de la
Academia hasta llegar a esta nueva sede, a tono con la importancia de
su tarea nacional. También entregamos este discurso en esta parte dedi-
cada al magno acontecimiento.

UNA CASA CON HISTORIA

La llamada, por sus características arquitectónicas y, en particular, or-


namentales, “La Alhambra” está ubicada en la esquina de las calles 6
de Diciembre y Vicente Ramón Roca, en el barrio la Mariscal.
“Fue construida en 1928,por su propietario, quien fue, además,
diseñador y constructor, el Dr. Gabriel Baca Miranda (1870-1941)”, ha
escrito en una breve memoria el arquitecto Pablo Roldán Baca, su nieto.
La mansión fue una de las edificaciones fastuosas y de abolen-
go en el que para ese entonces no pasaba de ser un barrio “alejado del
centro”.
Fue siempre motivo de curiosidad y admiración por su rela-
ción con la Alhambra de Granada. El arquitecto Roldán nos dice que la
casa edificada por don Gabriel se inspiraba en la Alhambra morisca,
que había visitado en uno de sus viajes por Europa, viajes generalmen-
te motivados por un negocio familiar de importaciones, que mantenía
en el Pasaje Baca -calles Espejo y Venezuela-.

345
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

La mansión se enriqueció con elementos del arte mozárabe de


herradura, festonados, arcos ojivales, mampostería policromada con
elementos herbáceos, como cenefas, capiteles con hojas de helechos,
guirnaldas de frutas, flores y aves. “Las paredes estaban empapeladas
en colores vivos y decorados. También había frescos en las paredes del
baño”, reuerda Pablo Roldán.
“Hacia 1973, fecha del fallecimiento de su esposa, Dña. María
Baca Lasso, la casa la heredaban sus tres hijas, Laura y Magdalena, ya
fallecidas, y María Eugenia, quien vive” -reseña Pablo Roldán. “En
1984 se vende la propiedad al Dr. Hugo Herdoiza Ríos quien fallece a
poco. La propiedad sufre gran deterioro”.
Fue tal el deterioro, que convertida en conventillo y en depósi-
to de chatarra, amenazaba ruina.
El FONSAL la recupera, reconociendo su valor munumental.
“Los detalles mudéjares que tiene son únicos en el país -ha declarado el
arquitecto Sergio Bermeo, uno de los 17 técnicos que trabajaron en la
laboriosa obra de recuperación integral y restauración- Las ventanas y
los arcos del torreón y algunos arcos interiores son referentes del estilo”.
La intervención espacial tuvo tres fases bien definidas: La
primera se ocupó del arreglo del torreón, y se consolidaron las cabezas
de los muros y se repararon las cubiertas. La segunda se ocupó de la
rehabilitación total de la casa; se consolidaron las cimentaciones, los
muros y las cubiertas. Se habilitó el subsuelo. La tercera se ocupó de
patios y jardines -son 2500 metros de terreno- y de la iluminación deco-
rativa. Junto a la antigua construcción, se edificó un añadido moderno,
que dota al edificio de un auditorio, amplio espacio para la biblioteca
y espacio para instalar una cafetería.
La casona, en forma de U, con un torreón enhiesto y una esca-
lera central que da a una galería flanqueda por arquería de medio pun-
to, luce muy cercana a su primitivo esplendor, con una planta señorial
y la riqueza de su arquitectura y decoración entre mudéjar y ecléctica.
Y ha recibido un destino acorde con su importancia monumental y su
belleza: alojar a la Academia Nacional de Historia, con su archivo y su
biblioteca abierta al público. Especialmente significativo que esto se
haya hecho en estas vísperas de un bicentenario cada vez más cercano
y más urgente.

346
DISCURSO DEL SEÑOR ALCALDE DE QUITO,
GRAL. PACO MONCAYO GALLEGOS,
EN LA ENTREGA EN COMODATO
DE LA CASA “ALHAMBRA”
A LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Doctor Manuel de Guzmán Polanco, Presidente de la Acade-


mia de Historia, dignísimos miembros de la Academia, excelentísimos
señores Embajadores acreditados ante el Gobierno ecuatoriano y Re-
presentantes de los Organismos Internacionales, señoras y señores
Concejales del Cabildo de Quito, Arquitecto Carlos Pallares, Director
Ejecutivo del FONSAL, señores representantes de las Cámaras de la
Producción de Quito, de las Universidades, Colegios de Profesionales,
invitados especiales, señoras y señores funcionarios del Municipio del
Distrito Metropolitano de Quito, señores representantes de los medios
de comunicación social, señoras, señores:
Con mucha complacencia y a nombre del pueblo de Quito
como bien lo ha expresado el Presidente de la Academia, entrego este
local, casa digna de una Institución tan importante para la vida nacio-
nal como es su Academia de Historia. He recibido en esta ocasión esta
medalla precisamente a nombre del pueblo de Quito. Tenga Ud. la cer-
teza que ocupará un sitial preferente en las instalaciones de nuestra
Alcaldía. Tuve la suerte de recibir la medalla como Miembro Corres-
pondiente de la Academia de Historia cuando todavía vestía el unifor-
me militar y en ceremonia en la cual presenté un estudio sobre la con-
formación del Ejército Nacional en el Estado Ecuatoriano, de manera
que ésa la voy a llevar yo y ésta el pueblo de Quito en cuya represen-
tación estamos entregando este edificio a nuestra querida Academia de
Historia.
Hemos querido hacer esta entrega con motivo de las celebra-
ciones de la semana de las fiestas patrias. El día 2 de agosto hemos
colocado una ofrenda floral en el calabozo del llamado Cuartel Real de
Lima, donde fueron sacrificados los patriotas quiteños; y hemos pre-
sentado un gran concierto de las bandas del Ejército, Aviación, Policía

347
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

y Municipalidad integradas y observamos con real preocupación y con


mucha pena, que ese día sólo hubo una ofrenda floral en el sitio del
sacrificio y esa fue la ofrenda floral de la ilustre Municipalidad de
Quito. Estamos a dos años apenas de la conmemoración del Bicen-
tenario y nuestra ciudad ha tomado muchas medidas y acciones para
que no pase desapercibida esta fecha tan importante para la Patria.
Hace un año y medio entregamos la estatua de nuestro Prócer Eugenio
de Santa Cruz y Espejo a la Alcaldía de Madrid y hoy esa estatua está
en uno de los sitios más destacados de esa ciudad. Es una estatua igual,
construída en la misma época y en los mismos talleres, de aquella que
hoy luce en la Avenida 24 de Mayo. En esa ocasión y en Madrid expre-
sé que Quito como ciudad, iniciaba estas conmemoraciones con una
clara comprensión de la nueva era que vive la humanidad, de esta
nueva sociedad que ha nacido a filo de inicios del Siglo XXI y del
nuevo milenio y que constituye la oportunidad para que los pueblos,
español y americano, juntos, en magnífica celebración, recuerden esta
época de la historia común.
Hemos planteado también, que el Gobierno Nacional asuma el
liderazgo en convocar para que la celebración no sea de ciudades ais-
ladas que compiten por el liderazgo en el grito de independencia, sino
que América entera con España por supuesto, ya no Madre sino Her-
mana Patria, seamos capaces de una celebración adecuada a esta espe-
cial circunstancia. Las celebraciones del Bicentenario del primer go-
bierno autónomo constituído en América debe ser como se ha dicho
siempre, una razón más para consolidar nuestro sentido de Patria y de
ecuatorianidad. No puede la patria ecuatoriana fragmentarse por nin-
gún interés ni por interpretaciones antojadizas de su propia historia,
de su presente y de su futuro porque hoy más que nunca la patria ecua-
toriana debe ser una sola, integrada por supuesto a la gran patria lati-
noamericana. Aquí la ciudad de Quito entrega este edificio magnífico
a la Academia Nacional de Historia. Lo hacemos porque estamos con-
vencidos de que es indispensable para nuestro país reforzar el análisis
histórico, conocer siempre mejor su pasado, sabiendo que como al-
guien dijo, la historia no es sino un diálogo entre el presente y el pasa-
do que nos permite construir un futuro mejor, si queremos, si desea-
mos, si tenemos el imperativo de construir un futuro mejor para este
pueblo ecuatoriano. Necesitamos ese dialogo permanente que se va a
desarrollar en esta casa, necesitamos nutrirnos de nuestra historia

348
L A C A S A D E L A AC A DEM I A

necesitamos consolidar todas las razones de la unidad de este gran


pueblo, el pueblo ecuatoriano.
Parece, y aquí posiblemente haga un parangón, que científica-
mente pueda ser cuestionado, pero me parece muy importante compa-
rar lo que nos pasa a las personas con lo que les pasa a los países. No
hay enfermedad más terrible que azote a los seres humanos ahora que
ese mal de Alzheimer; es el mal de la pérdida de la memoria, el ser que
no sabe de dónde viene y que no sabe donde está y que se anula a sí
mismo; . Los pueblos necesitan tener memoria y la historia es la memo-
ria de los pueblos pero no solamente eso, los pueblos como las personas
necesitan una identidad. Qué sería de cada uno de nosotros si no pu-
diésemos identificarnos como lo que somos, a qué familia pertenecemos
qué apellido llevamos. La identidad es fundamental para la compren-
sión de uno mismo, de la sociedad, del presente y del futuro. Cómo
puede fortalecerse la identidad si un pueblo no venera su historia.
Y finalmente también en autoestima; de esas raíces profundas
del pueblo ecuatoriano en su pasado, de esa grandeza cultural de los
pueblos originarios, antes del incario, de la enorme contribución del
propio incario al desarrollo de nuestros pueblos, de la presencia espa-
ñola en América, de todo eso debemos sentirnos orgullosos. Cómo se
destruyen las personas, cuál es el principal motivo del suicidio: la pér-
dida de la autoestima. El sentir que el ser humano que está sometido a
esa situación no vale nada, no sirve para nada; sin autoestima el ser
humano no puede desarrollarse material y espiritualmente y a pleni-
tud. Lo mismo pasa con los pueblos. Necesitamos un pueblo con iden-
tidad, con memoria, con autoestima y eso requiere y requiere vitalmen-
te de una honda y profunda investigación de su pasado histórico.
Nos complace especialmente al pueblo de Quito, entregar este
aporte a la Academia Nacional de Historia porque creemos firmemen-
te en la identidad nacional, porque somos capital de todos los ecuato-
rianos y porque estando ubicada aquí siendo la sede de la Academia
Quito, la ciudad no podía mirar impasible la situación en que se encon-
traba la Academia. Hoy la Academia tiene un lugar digno de la institu-
ción que es, que va a servir como ese espacio en el cual se debatirán
todos los temas referidos a nuestra historia. No necesitamos falsificar
nada los ecuatorianos, no necesitamos tergiversar nada los ecuatoria-
nos. Objetivamente tenemos una historia grande para un pueblo gran-
de. Tenemos nosotros como ciudad que aportar a la comprensión his-

349
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

tórica de nuestra realidad y lo estamos haciendo y lo hacemos especial-


mente con el Fondo de Salvamento porque en cada monumento histó-
rico que recuperamos, recuperamos la memoria . Porque en esa enor-
me producción bibliográfica del FONSAL recuperamos la historia, por-
que cuando observamos las maravillosas obras de la cultura de nues-
tro pueblo, recuperamos nuestra autoestima; porque en esa mesticidad
forjada en siglos, recuperamos nuestra identidad y lo estamos hacien-
do con convicciones profundas de ecuatorianidad, no de quiteñidad
solamente: de ecuatorianidad. Cuántas valiosas aportaciones de nues-
tros historiadores se han perdido por interpretaciones gratuitas y no
sustentadas. Pues, hemos invertido en la Municipalidad recursos
importantes para sustentar una investigación arqueológica seria, cien-
tífica que nos puede permitir extender también nuestras raíces del pre-
incario.
Y estamos descubriendo vestigios arqueológicos maravillosos
de ese pueblo quiteño de esta geografía magnífica, espléndida, desde
hace miles de años. Vamos a seguir, y en eso seremos socios, socios
entusiastas con la Academia de Historia y la Municipalidad para ir
reforzando la investigación necesaria para que podamos conocer certe-
zas, de dónde venimos y para que podamos también con certezas,
como país saber a dónde queremos ir; cómo vamos a construir la patria
nueva, la patria justa, la patria solidaria la patria equitativa.
Termino diciéndoles que sin historia un pueblo no puede ser
de patriotas. El patriotismo básicamente es amor. El soldado no da la
vida en la frontera, en tantas batallas, si no es por amor profundo, y por
convicción de lo que es su patria, de lo que es su pueblo. Patriotismo
es amor. Civismo es amor. Si los quiteños amamos a nuestra ciudad,
casi no sería indispensable el Alcalde. Es el amor a la ciudad el civis-
mo; cuidarla con cariño, protegerla porque es la casa de todos. Igual es
el patriotismo. Es amor, pero Uds. saben y es un dicho viejo -no sé su
autor-, que uno no puede amar lo que no conoce. El estudio nos hace
conocer a fondo nuestra patria, nuestra nación, nuestro pueblo, nues-
tro territorio; y mientras más lo conozcamos, más patriotas podremos
ser, más le podremos amar y mejor país podemos construir.

Muchas Gracias.

Agosto 8 de 2007

350
DISCURSO DE INAUGURACION
DE LA NUEVA SEDE DE LA A.N.H.

Manuel de Guzmán Polanco

Vivimos en un mundo de inseguridad y de total relatividad.


Es así que “navegamos” por el universo con el Internet o con la imagi-
nación no más, sin encontrar lo que de veras queremos: algo que nos
dé estabilidad espiritual, acercándonos a las realidades como son y no
como quisiéramos que fueran. Acercarnos a la verdad, es al fin o al
cabo lo que puede equilibrar nuestra ansiedad y nuestra necesidad de
futuro.
Por eso los jóvenes preguntan por la historia, por la verdadera,
a tal punto que ellos quisieran escribirla. Por eso también hablan de
“refundar el Ecuador”, pero angustiados encuentran que les falta cono-
cerla y utilizar el cómo. Al fin muchos se ahogan en el “estrés” y se
retuercen en la infecundidad. A veces, cada vez más veces, el cansan-
cio, las urgencias de la vida o las conmociones de la razón les señalan
la necesidad de mirar objetivamente lo que cuenta la historia de nue-
stro pasado, de nuestros triunfos, de nuestras alegrías, de nuestros fra-
casos, de nuestras esperanzas y nuestras actuales realidades.
Atrás pueden quedar para ellos las ataduras mentales, las tra-
bas espirituales, los prejuicios; y aparecerá la verdad que aquieta y red-
ime. Era esa la figura del Evangelista San Juan que hace 20 siglos ya nos
dijo: “La verdad os hará libres”; tal es la nobilísima función del His-
toriador: poner sobre la mesa la verdad, sean hechos o documentos o
tradiciones e interpretarlas para unir los unos con los otros mediante la
lógica y la ética, para que sea la maestra de la vida, la luz que nos guíe
para el siguiente día y así todos los días. Haciendo historia, con el caya-
do de la verdad.
La alegría de la presencia de ustedes en esta renovada pero no
ostentosa, aunque sobria y digna mansión quiteña, me permite adver-
tir los contrastes que dan el colorido a la realidad actual con el pasado.
Nació la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos un
24 de julio de 1909, en la Biblioteca del Palacio Arzobispal de Quito,

351
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

bajo la égida del admirado Federico González Suárez, que había reuni-
do en su estudio a los jóvenes por él intelectualmente guiados, que
habían hecho ya trabajos de investigación histórica sobre Ecuador y
América, cuyos nombres es el momento de proclamarlos con admira-
ción y gratitud, casi después de un siglo: Luis Felipe Borja Pérez, Alfre-
do Flores y Caamaño, Cristóbal de Gangotena y Jijón, Jacinto Jijón y
Caamaño, Carlos Manuel Larrea Rivadenerira y Aníbal Viteri Lafronte.
Por estar ausentes de la ciudad no estuvieron en la sesión Juan León
Mera Iturralde y José Gabriel Navarro. Nueve ecuatorianos, a los que
en 1915 se juntaron con igual título de Individuos de Número, Celiano
Monge e Isaac J. Barrera. Fue nombrado desde el primer día, Director
vitalicio el maestro de la Historia y admirado ecuatoriano el Ilustrísimo
Doctor Federico González Suárez. En 1918 se incorporan Julio Tobar
Donoso y Homero Viteri Lafronte. El Boletín N° 1 de la Sociedad se
publicó por primera vez en 1918.
Hermoso lugar, el del Palacio Arzobispal, embrujado por el
patriotismo y la sapiencia de sus concurrentes; pero el lugar no era pro-
pio. Me tocó la suerte de colocar hacen 5 años, junto a mis colegas, una
placa de mármol en el lugar en que nació la Academia.
Esta tiene ahora en su programa inmediato, la edición de los
trabajos históricos principales de sus fundadores.
Me cabe destacar un distintivo o mandamiento que desde en-
tonces lució en la Academia y ha continuado indefectiblemente, hon-
rando el principio de su fundador y sus primeros Individuos de Nú-
mero: un principio de la domocracia: la tolerancia. El Arzobispo católi-
co, moralista y teólogo rectilíneo trataba con delicadeza de gran señor
a hombres de todas las tendencias. Respetaba sus ideas, le agradaba
que las expusieran. Todos discutían serenamente con la mayor altura
espiritual, sin necesidad de ofenderse.
Hacían lo que debe ser una Academia: tribuna para buscar la
verdad, la verdad histórica en este caso. Al lado de González Suárez
estaba Luis Felipe Borja Pérez, agnóstico, pero sobre todo anticlerical,
que por sus ideas políticas recibió persecuciones y destierros. El no-
table jurista y batallador radical quiteño aprendía de su maestro, líder
del catolicismo. Admiraba la figura del egregio Arzobispo y dijo de él:
“Cuantos hombres célebres hay en González Súarez”.
En la otra acera, ahí estaba Jacinto Jijón y Caamaño. Era un ver-
dadero científico de la Historia con una vasta cultura general. Con-

352
L A C A S A D E L A AC A DEM I A

servador de antecedentes y líder de la derecha, que en su lucha por sus


ideales políticos llegó a la guerra civil. Tan cercano a González Suárez,
oía los consejos que le daba sobre la prudencia en la política. Don
Jacinto, el fino caballero y hombre público jamás tuvo dificultades con
sus colegas que, en mayoría eran de la orilla opuesta. Cada uno con su
conciencia, dieron ejemplo de cómo debe marchar la sociedad: respe-
tándose los unos a los otros sin dejar de defender las propias ideas; eso
es lo que lleva a la cooperación, a la mancomunidad, a la defensa de
ideales comunes, sustancialmente los de libertad y orden, de trabajo y
progreso, en suma de amor a la Patria.
Debo de hablar del siempre ansiado hogar propio, para lo que
los miembros de la Academia han tenido una paciencia condigna de la
que tiene el historiador. González Suárez murió el 1 de diciembre de
1917, pero había crecido justificadamente el prestigio nacional del
grupo de fundadores. Eso se demostró cuando el Congreso Nacional
de 1920 reconoció como Academia Nacional de Historia a la Sociedad
de Estudios Históricos Americanos, tal cual aparece en el Registro
Oficial N° 23 de 28 de setiembre del citado año. Como dato anecdótico
recordaré que ese Congreso, asignó 150 sucres mensuales del Pre-
supuesto nacional para “el pago de los empleados secundarios”, decía,
dinero que la institución recibió durante algún tiempo hasta que la
mora habitual del Fisco convenció a la Corporación de que no podía
contar con semejante muestra de generosidad.
Aquella ley, refrendada por el Presidente de la República, el
liberal guayaquileño Dr. José Luis Tamayo, sirvió de base para la Ley
Reformatoria N° 2003-14 que el Congreso Nacional expidió por unan-
imidad de votos el 4 de setiembre de 2003, con el Ejecútese del Pre-
sidente Constitucional de la República Coronel Lucio Gutiérrez Bor-
búa, publicada en el Registro oficial N° 180 de 30 de setiembre de 2003.
El Congreso declaró que la Academia “es una entidad oficial y au-
tónoma de carácter científico, sin ánimo de lucro”; y dispuso que el
primero de sus recursos para cumplir sus fines sociales es “la asig-
nación permanente en el presupuesto general del Estado”. Simple-
mente se hacía lo que en todos los países, empezando por lo que ocurre
en España con la Real Academia de la Historia, fundada por el Rey
Felipe V hacen más de tres siglos y que permanece bajo el patrocinio de
la Corona.

353
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Después de la asignación que nos hizo el Ministro de Educación del


Gobierno de Gustavo Noboa, el ilustre historiador cuencano Dr. Juan
Cordero Iñiguez, los gobiernos de los señores Palacio y Correa nos han
ayudado también para investigar, para “el pago de empleados secun-
darios” y las publicaciones del Boletín semestral, que lleva ya el nú-
mero 178, y otras obras que ayudarán a consolidar la verdadera histo-
ria del Ecuador.
Nos acercamos pues al primer centenario de la Academia. El
2009 es al propio tiempo el Bicentenario de la Independencia de lo que
entonces era la enorme y destacadísima Real Audiencia de Quito y hoy
es la pequeña República del Ecuador. Aniversario que tenemos que cel-
ebrar dignamente, no solo con el brillo de los actos públicos sino sobre
todo con el profundo examen de lo que no hemos hecho para honrar a
nuestros héroes, como también con lo que deberíamos hacer para pon-
ernos a la altura de su grandeza. De 1809 a 1830 al instalarse la Repú-
blica, no solo pusieron sus pensamientos, actividades y bienes al servi-
cio de la cruenta lucha por la autonomía, sino que –en gran número-
rindieron su vida perseguidos por las equivocadas y truculentas auto-
ridades locales y sus fuerzas militares -las de los Virreynatos de Santa
Fe de Bogotá y de Lima-, que a sangre y fuego no permitían que estos
pueblos se gobiernen por sí mismos.
La historia de la Patria está en buena parte reflejada en los
Boletines semestrales de la Academia, que empezaron como ya dije en
1918. La historia de la Academia también está alli. Por lo que por lo
menos habría que decir algo más de sus dos primeros Directores, men-
tores y mantenedores: González Suárez y Jijón y Caamaño, de los que
nunca será suficiente el comentar pues representan una época cumbre
del pensamiento nacional y nacionalista ecuatoriano. Mas eso quedará
para futuras oportunidades en que podamos contar con la presencia de
ustedes, aquí mismo en este bello lugar que hoy inauguramos.
Volviendo al peregrinaje histórico de la casa de la ANH, recor-
demos cómo, luego de su amparo en la residencia del Arzobispo de
Quito, el destacado alumno, el Académico fundador Don Jacinto Jijón
y Caamaño abrió las puertas de su casa a sus compañeros para que allí
tuvieran local donde sesionar, en donde consultar su riquísima bi-
blioteca y archivos históricos y, aún, donde pudieran escribir sus traba-
jos. Era la residencia de la calle Sucre, entre García Moreno y Veneuela,
casa de por medio de la que fue la casa de Antonio José de Sucre y hoy

354
L A C A S A D E L A AC A DEM I A

es de la Sociedad patriótica que lleva el mismo nombre. Después, ya en


los últimos años de vida del munificente don Jacinto, la sede de la
Academia pasó a la señorial residencia del quiteño en el norte de la ciu-
dad, la que se denomina todavía “La Circasiana”, en la avenida 10 de
Agosto y avenida Colón, hoy dedicada por su nuevo dueño el Muni-
cipio de Quito a Archivo de la ciudad y al Instituto Nacional de Patri-
monio Cultural con su calificado equipo de restauradores de la riqueza
artística quiteña. El Boletín de la Academia seguía publicándose gra-
cias a la generosa donación de costos y de textos científicos que prodi-
gaba Jacinto Jijón y Caamaño.
Recordemos que este patriota murió en 1950. Desde 1916 hasta
1946 en su casa y en la del nuevo Director don Carlos Manuel Larrea
funcionaba la Academia. Desde 1946, ésta ya tenía residencia en el local
de la calle Olmedo y Cuenca, junto al Museo de Arte Colonial, en el
solar que entregó el Presidente Carlos Arroyo del Río y en el que con-
struyó las casa para la Academia, Don Jorge Montero Vela, Ministro de
Obras Públicas del Presidente José María Velasco Ibarra.
Precisamente en estos días estamos transfiriendo al Estado los
derechos de posesión tranquila y no interrumpida de 66 años en el ba-
rrio de La Merced. Por el crecimiento de la población en el centro histó-
rico y la ocupación de las calles y aceras ya no pudo utilizarse el local.
Los tres últimos Directores, el Dr. Jorge Salvador Lara, el Dr. Plutarco
Naranjo Vargas y yo hemos acogido a la Academia en nuestras oficinas
particulares, debiendo también sesionar en locales diversos, a nuestro
costo.
Las leyes del Congreso referentes a la Academia de los años
1920 y 2003 disponen que su actividad estará sostenida económica-
mente por el Estado. Cuando nos vimos en la práctica expulsados de la
casa de la calle Olmedo, por el comercio informal, nos quedaba acudir
al gobierno nacional para que nos otorgara un techo para trabajar. Lo
busqué empeñosamente, lo señalamos muchas veces, bien fueran casas
o simplemente departamentos. Aparte de las múltiples trabas legales,
la voluntad de los sucesivos Ministros se veía anulada por la falta de
presupuesto. Los planes, los planos, las ofertas, los diferimientos eran
mas cuantiosos y poderosos que nuestra ansiedad y paciencia. En ese
agobiador camino asomó una luz que cortó nuestra desesperación. El
Alcalde Metropolitano, historiador también, y Miembro de Honor de
la Academia, decidió que la Ciudad Capital del Ecuador habría de dar

355
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

una residencia a la Academia Nacional de Historia. La generosa


decisión del General de Ejército Paco Moncayo Gallegos, héroe del Alto
Cenepa, trascendió al Concejo Cantonal. Un sentimiento auténtica-
mente nacional, no concertado, por innecesario,circulaba entre los rep-
resentantes del pueblo de Quito, hombres y mujeres, entre los conce-
jales, los asesores, los administrativos y los humildes portadores de
papeles. Todos unánimemente porque se dé una residencia a la Acade-
mia Nacional de Historia. Y de seguida, sin esfuerzo pero con amor a
la causa nacional, ahí estuvo FONSAL, ahí el quiteño arquitecto Carlos
Pallares Sevilla que tan acertadamente lo dirige, con su masivo y sacri-
ficado equipo para ayudarnos a buscar el local que llenara los requisi-
tos del presente y las posibilidades de una institución, que crecerá
como lo hará el país de todos nosotros, impulsado por su historia.
Un sueño convertido en realidad, sueño que tuvieron también
ustedes nuestros amigos, realidad de estar juntos en este bello recinto
de la solidaridad nacional.
De corte morisco, que recuerda nuestros ancestros árabes, con
parterres de piedras nítidamente pulidas que nos hacen volver la mira-
da a las piedras labradas naturalmente y hábilmente concertadas -
una junto a la otra- en los palacios de nuestras culturas ancestrales, ver-
náculas y del incario. Hermosa casa, Alhambra llamada por el pueblo,
en la Avenida Seis de Diciembre, que consagra la fecha de la real insta-
lación del nuevo Quito, sobre las ruinas del Quito de los Shyris, con
todo el aparato legal y la implantación de la trama cultural, inmarcesi-
ble, de la tradición hispánica. Cuidadosa reconstrucción y un moderno
y airoso acoplamiento, ideados por un empeñoso y competente arqui-
tecto el quiteño Alfredo Ribadeneira Barba, en medio de jardines que
guardan árboles centenarios; es este solar que no está lejano del que era
el histórico campo de Iñaquito o Añaquito, que hoy es el Parque 24 de
Mayo, en recuerdo de la fecha en que se realizó al pie del colosal
Pichincha la batalla en que, por primera vez en la historia de la inde-
pendencia de la América hispana se cumplió triunfalmente la unión de
los ejércitos de toda ella en la América del Sur. La unión hizo la fuerza
y la rúbrica del destino común de Ecuador, Venezuela, Panamá, Nueva
Granada, Perú, Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay.
Fue este inmueble a principios del siglo XX, propiedad de la
importante familia quiteña Baca; luego de la Inmobiliaria Herdoiza; y
finalmente del Municipio de Quito. De antes lo ocupaban algunos arte-

356
L A C A S A D E L A AC A DEM I A

sanos y después con el tiempo fue también refugio de transhumantes y


pilluelos. Tema que puede servir muy bien para la pluma de los cos-
tumbristas ecuatorianos; buen tema como cualquiera de los hilarantes
motivos que utilizaron los grandes escritores españoles del Siglo de
Oro.
Se ha transformado, por la magia del amor a la Ciudad, en un
amplio y reluciente solar, en donde plácidamente se podrá meditar
sobre el pasado y el futuro del país, bajo el inigualable azul del cielo de
Quito.
Gracias a las autoridades, gracias a los quiteños que dan estas
alegrías al país.
Por vez primera la Academia, en su historia, tiene un docu-
mento público inscrito en el Registro de la Propiedad: éste que acaba-
mos de firmar le acredita un comodato o préstamo de uso para los si-
guientes 50 años. Tres o más nuevas generaciones de historiadores po-
drán trabajar cómodamente para ayudar a hacer país. Ahora somos 28
Individuos de Número y 52 Miembros Correspondientes. A cada uno
de ellos y muy en especial a los miembros del Directorio, mi gratitud
por su noble comprensión y ayuda.
La inauguración de este emblemático recinto es una buena
muestra, tangible, de lo que significa el Bicentenario de la Indepen-
dencia y el primer Centenario de la Academia Nacional de Historia.
Tenemos académicos en casi todas las provincias de la República, y ten-
dremos en todas cuando las nuevas maduren sus esfuerzos por hacer
la nueva historia del Ecuador y escribirla alrededor del fuego sagrado
de la unidad nacional.

Señoras, Señores

Quito, 19 de Junio de 2007

357
358
VIDA ACADÉMICA
360
PALABRAS DE ALICIA ALBORNOZ EN LA
PRESENTACIÓN DEL LIBRO AMÉRICA NUESTRA,
DE MIGUEL ALBORNOZ

Señores y señoras:
Me ha pedido mi padre, Miguel Albornoz, le represente en este
Acto al que lastimosamente no ha podido asistir, más que por enferme-
dad por precaución ante la altura.
Agradezco encarecidamente, en su nombre y de la familia
(presentes y ausentes), a la Academia de Historia del Ecuador y sus
distinguidos miembros, -y en especial a su Presidente Manuel de Guz-
mán Polanco- quienes han hecho posible la presentación de América
Nuestra. Muchas gracias, Manuel, por tu efectiva labor, y tus inteligen-
tes y generosas palabras.
De la misma manera agradezco al Dr. Enrique Ayala Mora por
sus comentarios y sus referencias al libro de la Campaña de los Cien Días,
así como por habernos facilitado este espacio magnifico para el even-
to: la Universidad Andina Simón Bolívar. Mi padre es un bolivariano
de corazón y de pensamiento, por lo que el hecho de que haya tenido
lugar aquí esta Presentación es doblemente significante y grato.
Agradezco también al Secretario Académico, el Dr. Juan Valdano Mo-
rejón, así como al Licenciado Juan Paz y Miño por sus intervenciones.
Y, de todo corazón, muchas gracias al amable público que nos ha hon-
rado con supresencia.
Permítanme unos comentarios
Si bien Miguel Albornoz ha vivido largos años recorriendo el
mundo y en especial las Américas, su conocimiento de nuestro país
siempre ha sido vasto. Los ojos viajados y el entendimiento expuesto a
otras realidades permite la apertura a nuevos parámetros de juicio
para conocer más a fondo y valorar mejor lo propio.
El libro América Nuestra es un acierto trascendente en el terre-
no de la Historia, con un enfoque moderno, humano, de esta discipli-
na, ya que recoge costumbres, dichos, tradiciones, poemas, reviviendo
así épocas de la vida cotidiana tanto de los personajes como de los pue-
blos. A partir de las nuevas perspectivas del francés George Duby y su

361
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Historia de la Vida Privada se enfatiza esta nueva tendencia y enfoque en


la aproximación a la Historia.
Por otra parte, quiero destacar él hecho de que América Nuestra
es además una obra literaria de gran valor. No obstante la deliciosa
abundancia de detalles, es concisa. La prosa es elegante, el vocabulario
riquísimo. El lenguaje fluye como el canto de nuestros ríos, y con la
altura y la majestuosa sencillez de nuestros volcanes, y la exhuberan-
cia de las selvas ecuatoriales. Porque en este libro, la visión del escritor
es nutrida por el alma de lo propio como raíz. Viene al caso el poema
de Bernárdez que cita mi padre:
Porque después de todo he comprobado
Porque después de todo he comprendido
Que lo que tiene el árbol de florido
Vive de lo que tiene sepultado.

Así, Miguel Albornoz ha llevado siempre consigo su raigam-


bre y orgullo de ecuatoriano, su conocimiento del territorio y la reali-
dad nacional aunado a su amor por el terruño como crisol de sus
logros. Y desde luego, el azoro ante la maravilla de nuestros territorios
y su gran potencial a futuro.
Detrás de las páginas de este volumen está latente la preocu-
pación por el destino de nuestros países y el ideal bolivariano de unión
de hermandades.
Miguel Albornoz es ante todo un entusiasta de América y ese
fervor se revela en cada página de estas vivencias.
Un buen libro es escrito con pasión, porque sólo ésta contagia
y enciende ese azoro ante lo bello, y despierta la conciencia ante lo trá-
gico.
Ojalá este libro mueva las conciencias ante las prioridades que
deben sanar y avive la certeza de que somos no sólo ciudadanos de
nuestro amado país sino del muy vasto territorio de la América
Nuestra.
La presentación de un libro es la culminación de un proyecto
editorial y es desde luego un nacimiento a la luz.
Así que tenemos motivo para un festejo, por lo que les invita-
mos a pasar a un brindis.
Muchas, muchas gracias!!!

362
LA ETNOMEDICINA EN EL ECUADOR (*)

Dr. Plutarco Naranjo

La presencia del hombre en el Ecuador se remonta a más de 11.00 años,


como lo atestiguan las piezas talladas de obsidiana. La domesticación
del maíz se inició en la cultura Las Vegas (Península de Santa Elena) y
su producción llegó al nivel de “excedentes”, en la cultura muy cono-
cida Valdivia que, a su vez, es la primera en el Hemisferio Occidental
en el desarrolló, de la cerámica, 4.000 a. de C. A lo largo de esos mile-
nios ese hombre primitivo debió haber sufrido de dolor físico, por
diversas causas, debió haber sufrido traumatismos y heridas, afeccio-
nes respiratorias y trastornos gastrointestinales. Así como descubrió el
valor alimenticio de ciertos productos vegetales también, en un medio
de la extraordinaria biodiversidad de la naturaleza, debió ir descu-
briendo el valor curativo o de alivio producido por muchas plantas.
Las madres y las abuelas debieron aprender también cómo ayudar a las
parturientas. Así fue surgiendo una medicina primitiva y un elemental
arte culinario.
Un poderoso ser en el firmamento, el sol, que ofrecía luz y
calor, indispensables para la vida del hombre, los animales y las plan-
tas, debía ser un dios benéfico a quien había que rendirle culto. Al igual
que en otras regiones del planeta, fueron surgiendo las religiones sola-
res. ¿Quién ofreció al hombre andino la quinua? El dios sol. Es muy
hermosa la etimología de la quinua, significa gotas del sol. El sol derra-
mó gotas que se convirtieron en granos del más alto valor nutritivo
para el sustento del hombre. ¿Quién dio el maíz al hombre? pues el
dios. Así se convirtieron en alimentos de origen divino.
En otro campo; quién era capaz de producir el viento, los hura-
canes, las lluvias y las tempestades? No el hombre común. Debieron
ser espíritus o personajes o dioses poderosos, quienes con su vigor

(*) Conferencia sustentada por el Dr. Plutarco Naranjo en la Sesión Solemne realizada por la
Universidad Andina “Simón Bolívar”con motivo de la investidura como Doctor Honoris Causa y
Profesor Emérito. La sesión se realizó en el marco de las Jornadas Andinas de Etnomedicina
(mayo, 17 de 2007).

363
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

podían producir esos fenómenos castigar a los hombres. Había que


rendirles culto y buscar su clemencia. Surgen las mitologías y religio-
nes y consecuentemente, surge el sacerdote.
Las culturas primitivas son, esencialmente animistas. El hom-
bre tiene uno o más espíritus. Entre nuestros shuaras son tres: el hua-
cani, el arutam y el ihuanchi. Tambiénciertas plantas, animales y hasta
cerros tienen espíritus. Otro aspecto característico de las culturas pri-
mitivas, es el extendido culto a los antepasados, para que su espíritu no
se vuelva contra olvidadizos sus descendientes.
En casi todas las latitudes del planeta han existido plantas psi-
cactivas o psicotomiméticas o alucinógenas. Precisamente por estas
propiedades figuran entre las más antiguas descubiertas por el hom-
bre. El que comió o bebió el zumo de estas plantas fue capaz de “ver”
a los dioses. Nuestros aborígenes quichuas al beber el brebaje de una
planta pudieron “ver” y saber los deseos de sus antepasados. A esa
planta le llamaron ayahuasca que, etimológicamente significa “bejuco
o liana para entrar en contacto con los espíritus de los antepasados”. La
planta se vuelve sagrada y es un recurso importante para algunos ritos.
Por ejemplo, bajo sus efectos, el joven es capaz de dominar a la anacon-
da y demostrar que ha llegado a la adolescencia y es capaz de conquis-
tar el Arutam, el espíritu más importante.
Surge entonces el chamán, el hombre que se convierte en la
historia viviente de su comunidad, de su cultura; el hombre poderoso
que puede ver a los espíritus y que puede curar los males, producidos
por ciertos espíritus maléficos.
En la era del hombre cazador y recolector de frutos, el varón
aportaba los alimentos y la mujer desarrolló la culinaria pero, además,
tuvo la perspicacia de reconocer que los granos o pepas que iban en la
basura, dieron lugar al nacimiento de las plantas alimenticias. Inicial-
mente la mujer domesticó y luego, el hombre, desarrolló la agricultura
y se volvió sedentario. Pero la mujer también llegó a conocer las plan-
tas curativas. Surgió la herbolaria que tanto ha servido a la humanidad.
Así se han desarrollado dos modalidades de medicina: la cha-
mánica, que es fundamentalmente, de tipo psiquiátrico y la herbolaria
impulsada por quienes descubrieron los efectos curativos de ciertas
plantas y en particular, las abuelas de la comunidad. A través de ellas
el conocimiento empírico se transmitió a las futuras generaciones,
hasta nuestros días, constituyéndose en parte de la medicina popular.

364
VIDA AC ADÉMIC A

Saltando, ahora, siglos y milenios, nuestro compatriota, el


Padre Juan de Velasco quien se atrevió a escribir la “Historia del Reino
de Quito”, en el primer volumen de su obra, dedicada al reino natural,
describe cerca de un centenar de plantas medicinales entre las cuales
figuran hasta algunas introducidas por los españoles. Se excusa de no
ser un conocedor de muchas plantas medicinales, pero menciona que,
en Guayaquil, el Dr. Pedro Guerrero tiene un manuscrito con cerca de
5.000 “simples”.
De paso mencionaré que Felipe II ante las insistentes noticias
de la existencia de maravillosas plantas curativas, mandó a México al
famoso médico de la corona, Francisco Hernández quién, en siete años,
llegó a descubrir y estudiar más 700 plantas medicinales en solo parte
de México y no le quedó ni tiempo ni fortaleza física para extender sus
investigaciones al resto de las colonias españolas.
Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial no menos del 90%
de los medicamentos oficiales, que constaban en las respectivas
Farmacopeas, eran de origen vegetal. Después de la guerra se desarro-
lló, aceleradamente, la química de síntesis y los nuevos medicamentos
fueron desplazando a los de origen vegetal hasta que, en nuestros días,
quizá el 80% son de síntesis. En muchos casos al determinar la estruc-
tura química de los alcaloides y otros principios activos de las drogas
vegetales, tales estructuras sirven de modelos moleculares para la sín-
tesis de nuevos compuestos químicos; en otros, como en el caso de la
penicilina, descubierta por “serendipia” dio origen a nuevos antibióti-
cos de síntesis o semisíntesis e impulsó la intensa búsqueda de nuevos
antibióticos producidos por hongos y otros vegetales.
Las drogas de síntesis han ofrecido indiscutibles ventajas: faci-
lidad de reproducirlas en gran escala, potencia terapéutica y otros, pero
en varios casos y a veces tardíamente se ha descubierto, que pueden
producir efectos indeseables y hasta graves. Esto ha motivado para que
se hable “del retorno al mundo verde”, al de los vegetales, en nuevos
intentos de encontrar drogas naturales de mejor valor terapéutico y de
menos riesgos patológicos.
Esta breve descripción del origen de la medicina tradicional o
etnomedicina trata de introducir al conocimiento del origen de dos
modalidades principales: la herbolaria y la medicina chamánica.
La herbolaria ecuatoriana y en general, latinoamericana, hizo
importantes contribuciones al desarrollo de la medicina científica y por
ende, a la salud humana.

365
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

En los primeros años de la conquista española, muchos barcos


regresaron a España, cargados de oro y plata y muy poco después, el
cargamento fue de plantas medicinales. El famoso médico sevillano
Nicolás Monardes se dio a la tarea de asistir a la llegada de esos barcos,
obtener las nuevas plantas medicinales y ensayar sus virtudes terapéu-
ticas en sus pacientes. Se convirtió, en la historia de la medicina, en el
primer farmacólogo clínico. Publicó varias obras que se tradujeron a
los principales idiomas europeos, principiando por el latín. España se
convirtió en la farmacia de Europa.
Como ejemplo me referiré a la historia de una planta ecuato-
riana, la quina o cascarilla. Corría el año 1633, un fraile jesuita, llegó a
la villa de Loja enfermo de paludismo o malaria que era una enferme-
dad desconocida en América. Los procedimientos de la medicina ibéri-
ca, sangrías, purgantes y otras iban acabando con la vida del paciente.
Su paje, un indio malacato, ante el estado grave del paciente le sugirió
que aceptara traer al herbolario de su comunidad para que le atendie-
ra.
En efecto, vino Pedro Leiva quien sabía curar las fiebres. Le
administró un polvo café amarillo, disuelto en chicha, tres veces al día
y antes de una semana el moribundo estaba sano y poderoso. El polvo
era de la corteza del árbol llamado quina (Cinchona succirubra).
Al poco tiempo llegó a Loja la noticia de que la Condesa de
Chinchón, esposa del Virrey del Perú, estaba enferma de malaria. El
corregidor de Loja, Juan Cañizares, consiguió de Pedro Leiva que le
revele el secreto de la curación con esa planta, le proporcione una bue-
na cantidad del polvo y la corteza. Mandó el precioso material por el
correo de chasquis. Muy pronto llegó a Lima. Pero no era la Condesa
la enferma sino el propio Virrey y tampoco la enfermedad era el palu-
dismo sino lo que en ese tiempo se llamaba cámaras de sangre, es decir,
lo que hoy llamamos amebiasis. El Virrey ordenó que el medicamento
pase a manos de los jesuitas para el tratamiento de los palúdicos. El
agustino padre Calancha en su libro, dice: “La corteza del árbol de los
fríos, de Loja está haciendo milagros en Lima”
Se confirmó así el valor terapéutico de la quina. Fue el primer
medicamento específico que la medicina mundial tuvo para el trata-
miento de una enfermedad. Es un amplio capítulo de la historia cómo
llegó la quina a España y sobre todo a Roma y cómo la Real Audiencia
de Quito se convirtió en la gran exportadora de la droga, tanto en

366
VIDA AC ADÉMIC A

forma oficial, cuanto por contrabando, ejercido aún por las propias
autoridades españolas! La quina se convirtió en el talismán para la
venida de misiones europeas como la de los académicos franceses que,
si bien es cierto, venían a medir un arco del meridiano terrestre, la otra
secreta misión era explorar los territorios de la quina, tal como lo hicie-
ron La Condamine y el botánico Jussieau; más tarde la visita de Hum-
boldt y el médico botánico Bompland, así como la organización de la
Real Expedición Botánica, de la Nueva Granada dirigida por Mutis.
Para no alargar la fascinantes historia de la quina hay que decir
que salvó la vida de millones de enfermos, en Europa, África y Asia y
cuando la enfermedad avanzó a América, también salvó aquí muchas
vidas, con la circunstancia, un tanto perajodal que, mientras de aquí iba
la corteza del árbol, había que importar de Europa a alto precio, el
polvo con el alcaloide que se llamó quinina. El nombre hace referencia
a que se obtiene de la quina.
Con otras plantas americanas surgieron nuevos capítulos de la
farmacología y la terapéutica. De Sud América fue el extracto de coca
con lo cual, en la historia médica, se convirtió en el primer anestésico
local. De aquí fue el curare, otro extracto vegetal que inicio otro capítu-
lo de la farmacología el de los relajantes musculares. De aquí fueron los
famosos bálsamos del Perú y de Tolú, que trocaron la bizarra técnica de
aplicar una espada al rojo vivo en las heridas de los soldados, para evi-
tar la gangrena. El bálsamo reemplazó a la espada incandescente.
Podría seguir enumerando otros ejemplos que demuestran que
la medicina española y europea progresaron inesperadamente gracias
a la contribución americana de su materia médica.
La medicina científica se desarrolló, al comienzo, sobre la base
histórica, de la medicina tradicional, generalmente empírica, transmiti-
da de una generación a otra.

Importancia actual de la medicina tradicional

En las dos últimas décadas la medicina científica ha progresa-


do más que en los dos últimos siglos. La capacidad y experiencia en la
síntesis química y en el desarrollo de nuevos medicamentos es muy
grande. El desarrollo técnico, en muchos campos, permiten formular
diagnósticos más precisos; así mismo, ha permitido descubrir el origen
y evolución de muchas enfermedades graves, como las degenerativas,

367
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

las cardio y cerebro-vasculares, los diversos tipos de cáncer; ha permi-


tido la exploración cerebral por positrones. Otras técnicas están comen-
zando a dar importantes frutos en el conocimiento físiopatológico de
afecciones cerebrales. La genética es, hoy en día, la que ofrece las más
alentadoras perspectivas. Todo esto es maravilloso. Todo esto puede
permitir una vida más saludable y longeva. El problema está en que la
medicina de punta, más sofisticada y precisa se vuelve, cada vez más,
en medicina de élites sociales o económicas. Un día de cuidados inten-
sivos, en el país, equivale a varios meses de sueldo básico. El Seguro
Social, con todas sus limitaciones y falencias cumple un importante
papel en la salud de sus asegurados. Pero su cobertura es baja.
Hay por lo menos un 30% de la población ecuatoriana total-
mente desprotegida de esa medicina y que atiende sus problemas de
salud mediante la medicina tradicional. Por ésta y otras razones la
Asamblea Mundial de la Salud recomendó a los países miembros, lejos
de condenar a la medicina tradicional, aprovechar lo que tengan de
positivo y beneficioso, esos viejos conocimientos y utilizarlos sobre
todo a favor de las poblaciones que no gozan de otro sistema de protec-
ción y promoción de su salud.
Hay dos objetivos principales en el estudio de las plantas
medicinales.
1. Descubrir la estructura química de los principios activos,
es decir, de las substancias que producen los efectos terapéuticos. Es el
capítulo denominado fitoquímica.
Cuando se descubre la estructura molecular que, en la ac-
tualidad, es relativamente fácil, gracias al espectrógrafo de masa, los
químicos están ya familiarizados con muchos procedimientos para sin-
tetizar análogos y homólogos, con la esperanza de obtener una droga
de fácil producción comercial y especialmente de mayor eficiencia tera-
péutica. Hay muchos ejemplos cómo el ya citado de la penicilina o del
analgésico, ácido salicílico obtenido del sauce, del cual derivó el ácido
acetil salicílico o aspirina que, por una parte, sirvió de modelo para la
síntesis de muchos otros analgésicos y de otra, habiéndose descubierto
otras propiedades de la misma molécula se sigue utilizando por más
de cien años.
2. Establecer la validez terapéutica. Cada pueblo, cada cultu-
ra, en su acervo medicamentoso, tiene muchas plantas. En la mayoría,
como se mencionó ya, en forma empírica, han descubierto los efectos

368
VIDA AC ADÉMIC A

terapéuticos que, con facilidad, podían constatarse; como el ya citado


de la actividad antibacteriana de la penicilina o el efecto analgésico del
ácido salicílico. En la herbolaria de nuestros aborígenes también figu-
raba el sauce como analgésico.
Nuestro país en su pequeño territorio, pero gracias a su posi-
ción geográfica, sus niveles altitulinales y diversidad de clima, es la
segunda en riqueza vegetal con más de 20.000 especies de plantas vas-
culares. A mayor diversidad corresponde mayor número de plantas
medicinales y alimenticias. Hasta ahora se han descrito cerca de mil
especies medicinales y aún faltan por conocerse otras más de las comu-
nidades de la Amazonía.
Validar terapéuticamente tan crecido número de vegetales es
tarea ardua y de mucho tiempo. Nuestros científicos de universidades
y politécnicas, con criterio selectivo, han estudiado ya unas decenas,
pero queda mucho por conocerse.
El conocimiento empírico, es valioso, pero no lo suficientemen-
te confiable. Es necesaria la confirmación científica. Además hay que
determinar las apropiadas indicaciones terapéuticas, las dosis, frecuen-
cia de administración, posibles efectos indeseables y otras condiciones.
Hay algunas plantas conocidas y utilizadas solo por ciertas comunida-
des indígenas o campesinas. Algunas otras de utilización general y aún
unas pocas introducidas por los españoles, durante la conquista.
Muchas de estas plantas se hallan ya a la venta en los mercados popu-
lares y unas pocas, inclusive, en los llamados supermercados, en forma
de pequeños sobres al estilo del té asiático.
Toda la población ecuatoriana utiliza algunas de estas plantas
para aliviar o curar males menores: dolor de cabeza, dolor abdominal,
tos, diarrea y otros trastornos. La población citadina tiene la oportuni-
dad de recurrir al médico en caso que no fue efectiva la bebida de la
infusión o tisana. No así, ese 30% o más de población campesina e
indígena desprotegida. Sobre todo para ayudar a ese sector poblacio-
nal es necesario que se estudie sistemáticamente el valor de sus plan-
tas medicinales. Son recursos que están a su alcance y a precio muy
reducido o mejor todavía, los tiene en su propio huerto o en el de su
vecino o pariente. Al determinar, científicamente el valor terapéutico
de las plantas medicinales, el Estado estará cumpliendo con su respon-
sabilidad de velar por la salud de todos, por lo menos a través de este
inexpensivo sistema.

369
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

La medicina chamánica

El verdadero chamán, erróneamente considerado “brujo” es


un profesional que se forma a lo largo de varios años de aprendizaje
junto a su maestro. Debe asimilar los valores culturales de su comuni-
dad, su rica mitología, sus tradiciones, sus tabúes o prohiciones. El ver-
dadero chamán es el sabio de la comunidad. Debe así mismo aprender
los tipos de afecciones que sufren algunos de los pacientes y las técni-
cas o modalidades para liberarlos del daño que adolece el paciente, pa-
ra luego realizar el rito-curación del mismo.
Algunas afecciones según su ideología se deben a castigos de
las divinidades por el incumplimiento de normas de conducta o de los
tantos mitos y tabúes. Otros agentes causales son: el viento, el arco iris,
ciertos cerros o el efecto del poder dañino de otra personas u otros cha-
manes. El “ojeado” producido por la vista poderosa de ciertas gentes.
Según nuestra concepción científica se trata de afecciones de origen
psíquico y cultural.
La sintomatología es un tanto similar cualquiera que sea la
causa. El paciente se siente enfermo, pierde el apetito, pierde la fuerza
para el trabajo. Es decir, son síntomas esencialmente psicológicos. Cier-
tos tabúes sobre alimentos son importantes y entre las primeras pre-
guntas del chamán está ¿qué has comido?
Después del diagnóstico y según el caso, el chamán, procede a
la “ceremonia” curativa que consiste, en el fondo, en el exorcismo. Con
el auxilio de su ayudante o discípulo inicia la ceremonia para lo cual el
chamán se prepara previamente. Luego hace algo de invocaciones a los
buenos espíritus mientras su ayudante, con ramas de ciertas plantas,
las agita alrededor del enfermo, para ahuyentar a los malos espíritus.
El chamán toma una bocanada de humo de tabaco y lo sopla al pacien-
te; otro bocado de licor que también lo sopla, todo esto para facilitar el
exorcismo. Finalmente viene la fase más importante. El chamán empie-
za a efectuar una especie de masaje, el “fregado” o “limpieza” para
localizar el “daño” en un sitio, usualmente, en la espalda, a fin de sacar
las “flechas” invisibles que penetraron en el paciente y que le producen
el trastorno. Finalmente en el sitio localizado, chupa en la piel hasta
librar al paciente de las terribles flechas invisibles causantes del mal. La
curación-ceremonia se acompaña con recriminación, de ser necesario o
de consejos al paciente.

370
VIDA AC ADÉMIC A

Este brevísimo resumen permite apreciar que la afección fue


eminentemente psicológica y lo es también el tratamiento. El chamán
conoce poco sobre plantas medicinales; es el respetado personaje que
puede realizar estos tratamientos mayores, y es además el representan-
te de la cultura de su grupo humano.
En otra, civilización y a siglos de distancia, Freud desarrolló
otra técnica de diagnóstico: el psicoanálisis. Según su concepción, mu-
chas experiencias de la vida real, ciertos tabús, ciertas conductas consi-
deradas pecaminosas o socialmente condenables son reprimidas al
subconsciente y de alguna manera condicionan la histeria especialmen-
te en el género femenino. Aquellas ideas o expresiones reprimidas,
pueden aflorar en los sueños, pero de modo simbólico. El psicoanálisis
al interpretar los sueños, vuelve consciente la causa de la histeria.
Años más tarde surgió la medicina psicosomática que demos-
tró que ciertos síntomas somáticos o físicos tenían un fuerte componen-
te psicológico y que la curación no era completa si a las drogas no se
añadía el tratamiento psicológico.
Por fin la farmacología descubrió, en años más recientes, que el
efecto curativo de las sustancias químicas o drogas no se debía solo a
ellas mismas sino también al efecto psicológico, a la influencia perso-
nal del médico o al simple hecho de tomar el medicamento. Esto dio
lugar al nacimiento de ensayos clínico-terapéuticos, en el desarrollo de
nuevas drogas, los ensayos llamamos “doblemente ciegos”. Se descu-
brió que analgésicos, tranquilizantes, antialérgicos y otras categorías si
no producían el efecto terapéutico en más de un 30 a 40% de pacientes
testigos, actuaba solo psicológicamente, e igual resultado se obtenía
con un placebo, es decir, con un “medicamento” preparado con almi-
dón o azúcar. Estos resultados permiten interpretar el valor sicológico
de la curación chamánica.
En la actualidad y gracias a que la ley ya no condena el cha-
manismo, éste se ha hecho presente en las ciudades y por novelería se
ofrece el espectáculo del fregado o limpieza, pero totalmente fuera de
contexto.
Han surgido seudos chamanes, es decir individuos, que han
aprendido la técnica de sobar o “limpiar” pero que ni ellos ni los pa-
cientes conocen el fondo ancestral del procedimiento, lo practican de
modo empírico. Si el paciente mejora puede tratarse del efecto psicoló-
gico y la tal limpieza es una forma de placebo psicológico.

371
ANTE EL MONUMENTO DE GONZÁLEZ SUÁREZ

H. Eduardo Muñoz Borrero

Señores Académicos:

El 17 de diciembre próximo, cumpliránse 90 años del tránsito


a la Gloria de Federico González Suárez, héroe de las letras, adalid de
estudios históricos, príncipe de la oratoria sacra, sostén de la Iglesia en
tiempos borrascosos, arzobispo de Quito, combatiente de la pluma en
las batallas de la idea, y fundador de la Sociedad de Estudios Histó-
ricos Americanos, hoy Academia Nacional de Historia.
“En medio de las arduas ocupaciones inherentes a su cargo pastoral,
tuvo el singular consuelo de verse rodeado por un grupo de jóvenes selectos,
ávidos de recibir sus enseñanzas. Desde su temprana edad había ejercitado su
vocación de maestro como jesuita y luego como canónigo de Cuenca. En Quito
fue profesor de Historia en la Universidad Central. Cumplidos sus 65 años y
con el ascendiente de su prestigio cultural y prelaticio, sintió rejuvenecerse en
contacto con jóvenes que anhelaban seguir sus huellas de historiador y litera-
to. Todos frisaban entre los quince y veinte años; todos procedían de familias
distinguidas y poseían cultura relevante; a todos los unía un lazo de amistad
y, sobre todo, reconocían como caudillo y maestro venerable a Monseñor
González Suárez.”
Después de algunas sesiones previas, acordaron organizar la
prenombrada Sociedad, cuya acta de fundación se redactó el 24 de julio
de 1909, con las firmas siguientes: Federico González Suárez, Arzo-
bispo de Quito; Luís Felipe Borja (hijo); Alfredo Flores y Caamaño;
Cristóbal Gangotena y Jijón; Jacinto Jijón y Caamaño; Carlos Manuel
Larrea y Aníbal Viteri Lafronte.
En un mensaje a dichos jóvenes, así se expresó el prelado:
“Cuando yo comencé mis estudios históricos y más investigaciones ar-
queológicas, con el propósito de prepararme convenientemente para escribir
algún día la Historia del Ecuador estaba solo y me encontraba aislado; mi pri-
mera publicación relativa a la arqueología ecuatoriana, fue recibida por nues-
tros compatriotas no sólo con indiferencia, no solo con desdén, sino con dis-

372
VIDA AC ADÉMIC A

gusto; nadie me dirigió ni una palabra siquiera de aliento, y no faltaron algu-


nos individuos graves, que calificaron mi estudio histórico sobre los Caña-
ris”,de obra inútil, escrita por un clérigo ocioso, que en cosas de indios perdía
el tiempo que debía dedicar al ejercicio del sagrado ministerio.
Vino la publicaci6n de mi “Historia General de la República del
Ecuador”: los primeros tomos circularon casi en completo silencio; cuando
salió a la luz el cuarto, estalló contra mí la tempestad!… Entonces guardé
silencio: dejé que la tempestad tronara, rugiera y estallara sobre mí: mis ene-
migos batieron palmas: para ellos ¡yo había sido aniquilado!
Cuando la tempestad se disipó, yo levanté sereno mi cabeza... En ese
momento comenzaba para nuestra República una época crítica: yo, el enemigo
de la Iglesia debía, providencialmente, subir a la brecha, para combatir en
defensa de la Iglesia; y subí, y combatí...”
No hay duda que González Suárez era hombre de lucha, de esa
lucha moral que es más asidua, que es más de todos los días que cual-
quier otra lucha… “Varias ocasiones, como orador, como escritor, como his-
toriador, el mismo se creaba un circo -anota uno de sus admiradores- y saltaba
a la arena, a manera de gladiador sin contrincante, a buscar con quien batir-
se, y solamente cuando pasaba la atonía que producen las actitudes valerosas
y desafiantes, aparecían poco a poco los rivales, a medir sus armas con el reta-
dor, en desigual combate.” (Luís Cordero Crespo)
...Su trascendental amor al estudio, su hambre de conocimientos, su
sed de sabiduría, nunca se saciaron, viniéndole estrechos todos los recursos
económicos para adquirir libros. Es simbólico el hecho anecdótico de que, cuan-
do niño cambiara la vieja espada enmohecida de algún abuelo militar, con los
primeros libros de que tenía avidez su mente.”...
Nada hay perfecto. Su trato natural no era fino, respetuoso con
los superiores, afable con los amigos, emanaba terquedad con inferio-
res y desconocidos. Varón meditativo sedimentó siempre sus procede-
res en el tranquilo vaso de la reflexión. Nunca obró de improviso, pen-
só, examinó, raciocinó para obrar. De ahí, que tampoco rehuyó la res-
ponsabilidad. Acaso tuvo errores, se equivocó más de una vez, pero no
podemos imputarle de descuido.
No es el momento para referirnos con más profundidad al
excelso varón que, desde la cátedra de su monumento nos dice a los
que tratamos de seguir sus huellas: “Cuando di principio a mi labor histó-
rica estaba solo, aislado, ahora, cuando para mí se aproxima ya el ocaso de la
vida, no estay solo, no me encuentro aislado... Mi palabra ha caído en tierra

373
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

fecunda, mi trabajo no ha sido estéril...Vuestra labor comienza: no he hecho


más que trazaros el camino... Mañana, vuestros trabajos dejarán eclipsado mi
nombre, y de ello yo no me duelo... ¿por qué había de dolerme? antes, me ale-
gro, porque con vuestros trabajos progresarán los estudios históricos y con
ellos habrá luz, y con 1a luz se conocerá mejor la verdad...
Trabajad con tesón, con empeño con constancia...; venced las dificul-
tades, arro1lad los obstáculos...
La Historia tiene una majestad augusta; la lisonja la envilece, la men-
tira la afrenta; solo la verdad le da vida.”

Julio 24 2007

374
DISCURSO DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO:
MAESTRO ALFONSO RUBIO
EL ÚLTIMO CASPICARA
DEL PADRE JULIÁN BRAVO SANTILLÁN, S.J.

Ximena Escudero Albornoz

Señoras y señores: con un cordial y respetuoso saludo para


todos los presentes me es grato presentar la biografía del maestro
Alfonso Rubio, escrita por el padre Julián Bravo.
La escultura, facultad de crear la figura en sus tres dimensio-
nes reales, no es más que la materia virgen con la forma impuesta por
el artista. Y como tal, enfrenta al tiempo con arrogancia, ya que puede
permanecer inalterable sin que la pátina adquirida por el devenir de
los años llegue a afectar su aspecto verdadero.
Este arte que representa la individualidad del ser, en madera
policromada nació en Egipto y se propagó en las culturas clásicas adue-
ñándose del concepto de belleza pura. Aunque se puede hablar de
importantes muestras dejadas por la época gótica en Flandes, Francia e
Italia, fue en España donde se apropió del espíritu religioso, al produ-
cir emoción mediante el resurgimiento del color, de lo expresivo, direc-
to y realista. Apareció de esta manera, una escultura híbrida en la que
intervienen el tallador, el pintor y el dorador. Con abolengo marcada-
mente cristiano pasó a Iberoamérica, lugar en el que se difundió magis-
tralmente.
Si bien la práctica sacramental española se hizo sentir en Géno-
va y en Nápoles, lugares en los que se trabajaban también imágenes en
madera policromada para la devoción popular, en España la respuesta
artística no se hizo esperar y, el patetismo fuertemente expresado en la
estatuaria barroca española del siglo XVII –que no llegó a plasmarse en
la quiteña- dio un giro de ciento ochenta grados al dar paso a represen-
taciones religiosas -expresivas si-, pero cargadas de naturalismo y espi-
ritualidad, a la moda berniniana.
La identificación de la imaginería quiteña en madera policro-
mada del siglo XVIII, con la genovesa, napolitana y murciana de esa

375
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

misma centuria, es tan clara, que hace pensar en una asociación direc-
ta sin distancias territoriales ni diferencias raciales.
En la época hispánica se distinguieron en Quito, cuatro clases
de obradores de escultura, en los que –a manera de escuelas de artes y
oficios- maestros, oficiales y aprendices cumplían con rigor sus tareas.
Así:

1. Los talleres conformados por el escultor, los ayudantes los dorado-


res; quienes tenían a su cargo la hechura y dorado de retablos, púl-
pitos y mamparas.
2. Aquellos integrados por el entallador o ensamblador y sus oficiales,
encargados de ensamblar las piezas previamente talladas.
3. Los obradores compuestos por el maestro imaginero, sus auxiliares
y pintores, quienes tenían a su cargo la talla y la policromía de las
imágenes destinadas al culto religioso y de piezas para integrar bele-
nes.
4. Los formados por los laceros y carpinteros, quienes ensamblaban
artesonados y celosías.

Sin embargo, no cabe escribir solamente en pretérito, dado que


en unos pocos talleres contemporáneos parece que los siglos no hubie-
sen transcurrido. El maestro, rodeado de herramientas similares a las
usadas por los egipcios y alguna que otra de moderna tipología, con
dedicación, sabia ejecutoria y gran dosis de mística –al igual que en
tiempos pasados- realiza y dirige cada proceso. Un ejemplo de ello es
el obrador de Alfonso Rubio, escultor e imaginero, pintor y restaura-
dor.
Y, a continuación se incluye –por la curiosa conexión presenta-
da de antemano- uno de los párrafos de la página 114 de mi última
publicación Escultura colonial quiteña, arte y oficio, en el que se lee lo
siguiente:
Alfonso Rubio, maestro de maestros, merece no un párrafo específico,
sino un libro independiente, en el que se pueda recabar todo el tesoro de su
sabiduría; no obstante, por lo pronto se señalan dos de las tareas por él reali-
zadas a lo largo de su vida, con seriedad, esmero, conocimiento de causa y
maestría: la de imaginero (tallado, forjado y policromía) y la de restaurador. A
sus 78 años, sigue trabajando con mística y con mayor experiencia, en su taller
de Cotocollao.

376
VIDA AC ADÉMIC A

Miles de efigies coloniales de gran valía han pasado por sus manos,
las ha restaurado con el respeto que merecen los bienes patrimoniales, sin aña-
didos ni cambios, utilizando para ello materiales apropiados y de óptima cali-
dad.
Crea piezas de gran detalle, en las que la delicada policromía (en-
carne, esgrafiado y/o estofado) no borra las huellas de su diestra gubia.. En
Rubio, el arte y el oficio son indisolubles, como lo fueron antaño. Recuerda a
Bernardo Legarda.
Y, ¿ cuál no sería mi sorpresa? Al recibir el grato encargo del
padre Julián Bravo de presentar la biografía del maestro Rubio "libro
recién salido de la imprenta" al decir de su autor.
Sorpresa, pues yo desconocía que el padre Bravo se encontra-
ba inmerso en tal propósito; y sorpresa agradable, pues la labor del
maestro Rubio es merecedora de un recordatorio perenne -como éste-,
ya que ha preservado la tradición que dió renombre a Quito.
Con un juego entre las circunstancias históricas que moldearon
el ambiente del país en la primera mitad del siglo XX y el entorno fami-
liar del biografiado, el padre Julián Bravo, lleva al lector a vislumbrar
–en un principio- y después, a conocer y admirar la figura del maestro
Rubio como fruto especial de esa realidad cultural.
Así, el libro Maestro Alfonso Rubio, el último Caspicara es-
tructurado en diez capítulos autónomos pero cronológicamente conec-
tados entre sí, relata la infancia, la juventud, los inicios profesionales,
la madurez artística y el afán pedagógico del maestro Rubio; interca-
lando hechos de la vida del biografiado con sucesos políticos naciona-
les que motivaron el desarrollo de las artes plásticas hacia una u otra
tendencia.
Con acierto el padre Bravo señala la firma del Modus Vivendi
entre la Iglesia y el Estado efectuada en 1937, como el reinicio de la coo-
peración entre los dos poderes: el civil y el espiritual, lo que redunda-
ría en beneficio de la conservación del patrimonio nacional.
Anota además, que si bien la pintura se orientó definitivamen-
te hacia una nueva corriente apartada de sus raíces, dice: "no ocurrió lo
mismo con la escultura que se mantuvo vinculada a la tradición histó-
rica colonial, debido al proyecto de rehabilitación, restauración de tem-
plos y conventos, emprendido por la Iglesia Católica, después de la
firma del convenio del Modus Vivendi por la Santa Sede y el Estado
Ecuatoriano".

377
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

En Ecuador, el anhelo por preservar las imágenes, las piezas


escultóricas y las pinturas, que en los conventos e iglesias continuaban
cumpliendo con la función para la que fueron hechas, la categorización
de las mismas como obras de arte sacro y religioso, y su pertenencia al
patrimonio cultural nacional como bienes histórico-artísticos, fue si-
multánea; y es así como el maestro Rubio encaja fácilmente en el engra-
naje de producción de efigies para el culto y de mobiliario religioso, en
su taller estructurado a la moda colonial.
Para saber apreciar la vigencia de la escultura en madera poli-
cromada de los siglos XX y XXI, hay que entender su carácter y tomar
en cuenta el rol que jugaron en los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, los
tallistas e imagineros. Las piezas por ellos creadas debían influir posi-
tivamente en la devoción popular, despertando la fe con un lenguaje
plástico correcto y de fácil lectura. Compromiso que, aceptado por Al-
fonso Rubio desde sus primeros años de vida profesional, ha permiti-
do perpetuar la valía del arte al servicio de la religión y mantener acti-
vo el modelo gremial de los obradores coloniales.
El padre Julián Bravo Santillán, de la Compañía de Jesús, his-
toriógrafo y bibliógrafo de vasta experiencia y reconocido prestigio, de
manera diáfana, precisa, documentada y con el rigor académico que
esta tarea amerita, señala algunos de los muchos logros del maestro
Rubio; ratificando así la sabia trayectoria vital de su biografiado.
Como ejemplo de ello, se cita a continuación el siguiente texto
compendiado:

"Luego que en 1961, se descubriera entre las imágenes del convento


de San Francisco la hermosa imagen del Señor con la cruz a cuestas
y fuera puesta a la veneración y al culto ... fue atribuida al famoso
escultor sevillano Martínez Montañés ... El maestro Rubio al hacer el
mantenimiento de la escultura, antes de exponerla al público, descu-
brió que estaba esculpida con cuatro clases de maderas diferentes: ca-
nelo, aliso, cedro y nogal, maderas evidentemente de origen america-
no. Posteriormente al comparar el estilo artístico y la técnica de escul-
tura se constató que eran las mismas de las de san Pedro de Alcántara
venerado en la iglesia de Guápulo, de san Diego y de santa Clara de
la iglesia de san Diego y del Señor de la Resurrección, venerado uno
en San Francisco y otro en la Catedral de Quito, esculturas todas
atribuidas al P. Carlos, por lo que la deducción no podía ser más evi-

378
VIDA AC ADÉMIC A

dente, que el Jesús del Gran Poder de San Francisco de Quito sería
del P. Carlos" .

Finalmente, apropiándome de las palabras del padre Julián


Bravo, se concluye que:

"Alfonso Rubio es uno de esos raros casos, casi milagrosos, de artistas autodi-
dactos que a costa de estudios propios, de grandes esfuerzos y dedicación, han
contribuido a mantener la tradición de la Escuela Quiteña con sus propias
obras y con su esmerado trabajo de restauración de importantes obras de arte
colonial".

Quito, 25 de octubre del 2007

379
DISCURSO PARA LA INAUGURACION
DE LA BIBLIOTECA “JACINTO JIJON Y CAAMAÑO”

Dr. Manuel de Guzmán Polanco


Director Academia Nacional de Historia

Hay actitudes en una comunidad que no sólo enriquecen la


mente sino que llenan el corazón. Una de ellas es el de la gratitud; la
de todo un país, en nuestro caso, a quienes nos han beneficiado con su
ciencia y su entrega ciudadana para bien de la nación. Unos fueron los
héroes que dieron su vida para conducir a nuestro pueblo por el cami-
no de la libertad; y otros los que lo han alimentado con inteligente
civismo, para darle al pueblo conciencia de su destino, es decir, para
llenarle de sustancia, de orgullo de su pasado y de responsabilidad
para hacer su presente y crear en futuro de dignidad y bienestar.
Ese pensamiento, que nos congrega en este momento, es el que
anida en nuestro ser al reunirnos para recordar la figura reluciente de
Jacinto Jijón y Caamaño. Ha pasado más de medio siglo desde que dejó
la patria donde nació y a la que siempre sirvió; mas su nombre crece
cada día, así para los que le conocimos como para los que saben el
haber inapreciable que dejó al Ecuador, producto de su sabiduría de
profundo investigador, audaz arqueólogo, penetrante sociólogo, filólo-
go paciente, severo y cabal historiador, político integérrimo, ciudadano
ejemplar., Escasas resultan las palabras para calificar al hombre que
entregó su vida y sus bienes a la Patria. La breve mención de sus prin-
cipales obras, que es lo único a que ahora puedo aspirar, revela la mul-
tiplicidad de su espíritu y su decoro como ser humano.
Nacido en cuna de oro en 1890 y crecido en medio de las gran-
des comodidades de sus padres, en el Colegio San Gabriel no fue sino
un alumno aplicado, disciplinado y apreciado por sus maestros, sobre
todo por Federico González Suárez, que era ya un notable arqueólogo
e historiador; y pudo infundirle interés por estas especialidades. Su
padre el apreciado caballero quiteño Don Manuel Jijón Larrea le esti-
muló su espontáneo acercamiento a los problemas espirituales y mate-

380
VIDA AC ADÉMIC A

riales de los obreros y artesanos. Fue así como, basado en los principios
de la Renum Novarum, fué uno de los fundadores, cuando había cum-
plido 16 años, del Centro Católico de Obreros, meritísimo organismo
de visión sindical moderna que el 19 de marzo de 2006 cumplió su pri-
mer centenario y del que después fue su tercer presidente.
El joven Jacinto ya era miembro de la Sociedad Ecuatoriana de
Estudios Históricos Americanos, fundada en 1909 por González Suá-
rez, su mentor. Sus primeras experiencias arqueológicas las realiza en
sus haciendas San José y El Hospital en Urcuquí y también en la zona
de El Quinche. Su madre, la meritísima dama doña Dolores Caamaño
y Almada lo lleva a París. Allí su dilecto amigo, Carlos Manuel Larrea,
le acompañaba en sus estudios claramente orientados a la Historia y
Ciencias Auxiliares, así como al francés, inglés y alemán, lenguas muy
importantes para acceder a las mejores fuentes norteamericanas y eu-
ropeas y circular en los selectos centros científicos del viejo Continente.
Tanto había progresado que allí publicó sus primeros ensayos: “El
Tesoro del Itschimbía” (Londres 1912) y “Los Aborígenes de la Pro-
vincia de Imbabura en la República del Ecuador” (Madrid 1914). En ese
fructuoso primer viaje a Europa empezó la adquisición cuantiosa de
selectos libros sobre la materia, que serían la base de la extraordinaria
biblioteca que un día sus herederos cedieron al Banco Central del Ecua-
dor y que hoy sirven a los estudiosos del país y en gran número del
exterior.
Es de especial importancia la citada obra sobre los indígenas
de Imbabura puesto que en ella presenta sus objeciones a la “Historia
del Reino de Quito”, escrita durante su confinamiento en Italia por el
protohistoriador riobambeño, el jesuita Juan de Velasco, en el año 1789.
Era el estudio central del número primero del Boletín de la Sociedad
Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos. El estudio de Jacinto
Jijón se denominaba nada menos que “Examen Crítico de la veracidad
de la Historia del Reino de Quito”. La fuerza espiritual de sus 28 años
y de sus ya amplios conocimientos, que en la técnica histórica le dieron
sus estudios, le condujeron a desconocer la importancia y la veracidad
de lo expuesto por el famoso jesuita riobambeño, hasta entonces indis-
cutido.
Bien sabemos que la más poderosa de las fuentes de la historia
es y ha sido siempre la documental. Es evidente que el sabio expulsa-
do de la Audiencia de Quito en 1767 por la morbosa Orden de Carlos

381
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

III no podía tener a la mano suficientes pruebas instrumentales, pues


las urgencias de la expulsión impedían llevar sino lo mínimo de perte-
nencias personales y no documentos. A su refugio en Faenza no pudie-
ron llegar sino furtivamente, con la ayuda de sus compañeros, algunos
apuntes de Velasco hechos en su última residencia americana en Popa-
yán, aparte de los que él habrá podido hacer en el largo viaje hasta el
exilio.
Es más, de lo que se trataba fundamentalmente era lo referente a
la prehistoria de los pueblos que en miles de años, sucesivas culturas
ocuparon estas tierras americanas, en las que no había la escritura co-
rriente, sino sólo símbolos más bien aplicados a cifras: los quipus.
Velasco fue de los pocos que documentó en sus relatos las más
aceptables de las tradiciones que oía en los frecuentes y sistemáticos
viajes efectuados por las diversas regiones del Ecuador actual, el Quito
de entonces. Juan de Velasco utilizó esa otra fuente de la historia: la tra-
dición, que para las condiciones geográficas y sociológicas de la época,
venía a ser la sustancial fuente de la historia del Reino de Quito.
Doscientos veinte años después de Velasco y noventa años des-
pués de los estudios de Jacinto Jijón y Caamaño, ahora se puede ya
decir que no era mera ficción la base histórica de la Historia del Reino
de Quito, porque así lo demuestran los últimos y recientes trabajos ar-
queológicos y antropológicos efectuados especialmente en Quito y sus
valles anexos que confirmarían el desarrollo de la cultura QUITU-
CARA y las sucedáneas, siendo en parte absorvidas por los Incas.
La seriedad del científico y la conciencia patriótica de Jijón, así
como sus nuevas experiencias en las tierras que ocuparon nuestros
antepasados indígenas, le llevaron a ir deponiendo la severidad de sus
primitivas conclusiones sobre el tema. Consecuentemente, subían a flo-
te las aseveraciones de Juan de Velasco. Por ejemplo las exageraciones
las atribuyó Jijón a algunas de las imaginarias informaciones del con-
temporáneo de Velasco, el Cacique Jacinto Collahuaso. Así lo estable-
ció en su obra fundamental “Antropología prehispánica del Ecuador”-
“Velasco era hombre de buena fe, probo, escrupuloso pero crédulo,
debió ser víctima de un engaño”, dijo Jijón. Recordemos que los cien-
tíficos Joyce, Seville y Paul Rivet alababan al gran jesuita riobambeño.
El Profesor Dr. Eduardo Estrella, en su discurso de incorpora-
ción a la Academia Nacional de Historia, en 1991, trató ampliamente la
Historia de Velasco y terminó diciendo: “Lo que quiso es reconstruir la

382
VIDA AC ADÉMIC A

historia de un pueblo, sobre la base de sus tradiciones, este fue su obje-


tivo, tal como lo declara abiertamente”.
No hay historia de los principales pueblos que no se base en
alguna fábula. Allí está la historia de Rómulo y Remo sobre el colosal
imperio romano, que estos mismos días está siendo revisada una vez
más en la ilustrada Italia del 2007. Allí la historia germana de los Nibe-
lungos; allí la historia misma de América y de su descubridor Cristóbal
Colón, que ya no sería genovés según algunos investigadores de la
actual España sino de las Baleares. En fin, siempre estará mezclada la
historia con el mito. Sobre ese océano de imaginación navega la Histo-
ria verdadera, que necesita el contraste para afirmar su imperio.
Cada día nos sorprenden nuevos datos sobre los Caras que
vinieron de la Costa y llegaron a Quito. Y también oímos y hablamos
de los Shyris. El propio González Suárez recogió el nombre de éstos,
que habrían sido los dirigentes sociales y políticos de todo el centro
norte de la sierra ecuatoriana.. Seguiremos hablando no sin fundamen-
to del Reino de Quito, como hacen 200 años hablaron los Héroes de
Agosto en el Acta por la que se declaró la Independencia. Porque la
Historia no sólo es una Ciencia, es también un sentimiento. Por eso la
tradición es como la punta de lanza de cualquier investigación.
Sobre ese sentimiento de Patria de un pueblo con profundas e
insospechadas raíces, trabajó Jacinto Jijón su vida entera. No sólo para
investigarla sino para recrearla en otros aspectos de la vida. El científi-
co e intelectual era también un agricultor y ganadero progresista, mo-
delo para sus vecinos en las haciendas de variados climas que tenía en
su haber, no sólo heredado sino incrementado por él mismo. Industrial
también como su famoso antepasado don Miguel de Jijón y León. Este
nuevo Jijón supo darle a su producción agrícola aquello que ahora se
menciona como una novedad de la Ciencia Económíca: un valor agre-
gado, que apreciaban los ecuatorianos del siglo pasado en el Ingenio de
Azúcar serrano (Oh novedad) de la Hacienda San José de Imbabura y
en la fábrica de telas, aún de casimires, de Chillo Jijón, que al mismo
tiempo tenía una fina y lujosa residencia y un museo de pinturas,
esculturas, libros preciosos, tapices, porcelanas y cerámicas, en fin, de
artículos dignos de exhibirse en cualquier parte del mundo; y –lo seña-
lo con aplauso- siguió manteniéndose por el hijo suyo y recordado
amigo, Manuel Jijón Caamaño y Flores; como actualmente lo es por
Jacinto Jijón Caamaño y Barba, aquí presente, con la inteligente y sacri-
ficada ayuda de sus respectivas cónyuges: doña Marìa Luisa Flores y

383
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Caamaño, la de don Jacinto, doña Cecilia Barba Larrea, la de Manuel;


y doña Mariana Acosta Espinosa la de nuestro invitado especial.
Y volvamos a decir apenas un poco más del gran caballero y
científico, cuyo nombre preside desde hoy el Archivo y Biblioteca de la
Academia Nacional de Historia. Las grandes y repetidas campañas de
arqueología, a veces acompañado por don Carlos Manuel Larrea Riva-
deneira, su íntimo amigo desde la infancia, le dejaron muestras del
pasado andino, que fueron enriqueciendo su Museo de inconmensura-
ble valor científico y monetario, el que ahora se halla al cuidado de la
Pontificia Universidad Católica del Ecuador.
Aprovechando un manuscrito de la Real Academia de la His-
toria de Madrid, publicó en 1931 el “Compendio Historial del estado
de los indios del Perú de Lope de Atienza”, obra que constituyó una
rica contribución a la historiografía en América. Como anexo consta su
obra “La religión del Imperio de los Incas” que había ya escrito en 1920.
Así como en 1922 había producido otro de tantos clarificadores estu-
dios sobre América, que tituló “La edad de bronce en América del Sur”.
En su empeño de producir más y mejor, en el Perú tuvo oportunidad
de encontrar a un notable arqueólogo alemán, el Dr. Max Uhle. Trabajó
allá con él y luego lo contrató para que le acompañara en el Ecuador.
Fructífera fue la labor de los dos científicos; de lo cual son testimonio
la amplia lista de estudios publicados, varios en el Boletín de la
Academia, otros por el Banco Central del Ecuador y alguna institución
oficial más.
Las provincias que más se beneficiaron de la presencia de Max
Uhle fueron las del Sur, Loja, El Oro y el gran Azuay, así como las de la
Costa. Los trabajos de Jijón y Uhle sentaron las bases de lo que 40 años
más tarde lograrían Zevallos Menéndez, Emilio Estrada, Cliford Evans
y Betty Meggers. Señalaré también que Max Uhle ya en 1920 había des-
cubierto en Cuenca el templo incásico de Pumapungo, base de los mag-
níficos logros que ha alcanzado el Banco Central del Ecuador sobre To-
mebamba. En Quito, además de su cátedra en la Universidad Central,
un día nos sorprendió con los restos de un mastodonte en Alangasí. El
sabio germano falleció en su país en 1944.
Volvamos a Jacinto Jijón. Exigente consigo mismo, una de las
mayores y más profundas investigaciones estuvieron dedicadas a esta-
blecer el orden cronológico de las culturas vernáculas. Para ejemplo
cito la relación establecida entre el Prepanzaleo, Guano y Elen-Pata del

384
VIDA AC ADÉMIC A

Ecuador con el Tiahuanaco y Centro América. Jijón y Caamaño fue un


sabio de América toda; y así es como lo consideraban cuando vivía y lo
respetan ahora los científicos del Continente. Téngase presente que,
por entonces, las conclusiones temporales o finales sobre la prehistoria
tenían que ser guiadas por la lógica y el raciocinio, pues aún no conta-
ban con nuevos aparatos y no se había descubierto el extraordinario
medidor del Carbono Radioactivo 14. Mayor mérito pues para los tra-
bajos de González Suárez y luego de Jacinto Jijón, Carlos Manuel La-
rrea y Juan León Mera Iturralde.
Ahora que empezamos a recordar los 200 años de nuestra
independencia política, meditemos en el título que dio Jijón a sus estu-
dios sobre la historia general de su Patria. Fué en 1924 que publicó esa
obra gratísima para el Ecuador que llamó: Influencia de Quito en la eman-
cipación del Continente Americano – La Independencia 1809-1822.
No hubo provincia ecuatoriana que no fuera tratada en su pre-
historia; y en todos sus aspectos: el geográfico, el racial, el lingüístico,
el religioso, el laboral, el artístico, en fin, en su integridad. Dibujando,
retratando la vida espiritual y material de nuestros antepasados indí-
genas. Un mapa policromado del Ecuador de antes, que permitió ver el
presente con mayor realismo y con el orgullo de ser parte de esa formi-
dable realidad.
Puso mucho de su saber en examinar la historia de nuestros
inmediatos vecinos Colombia y Perú. Decenas de ensayos sobre cada
uno. Cuando vivió desterrado en Perú. Hizo excavaciones en las cue-
vas marangueras, cerca de Lima y finalmente, produjo su preciosa obra
“Maranga”. Estimuló la arqueología del Cuzco y de la zona litoral pe-
ruana. Fue así como un día en 1930 habló y escribió sobre “Una gran
marca cultural en el nor-oeste de Sudamérica”.
En 1933 hace un curso de prehistoria ecuatoriana en la Univer-
sidad Central. Para publicar entre 1941 y 1947 un resumen de sus tra-
bajos arqueológicos con el nombre de El Ecuador Interandino y Occi-
dental. En 1949 publica uno de sus últimos ensayos: Notas sobre la Pre-
historia de Babahoyo. En 1950 dio el salto final: a la eternidad. Su familia
publicó en 1951 una parte de lo que dejó escrito, como lo denominado
Las civilizaciones del Sur de Centroamérica y el Noroeste de Sud América.
Así mismo, después de su muerte, aparece publicado en 1952 Antro-
pología Prehispánica del Ecuador, que es, según uno de sus prestigiosos
críticos (Julio Tobar Donoso) la “que resume en forma genial todos los ele-
mentos que se hallaban dispersos de las numerosas culturas que existieron en

385
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

nuestro país antes de la conquista española y que había elaborado Jacinto Jijón
y Caamaño”.
En la presente intervención apenas he señalado –por razones
de tiempo y circunstancias- poquísimos puntos de los trabajos científi-
cos de don Jacinto. Entrega íntegra, con tiempo, dinero, sacrificios y
sobre todo amor a la Patria, durante 42 años, como él mismo declaró.
Si eso fue el científico, no otra cosa fue el hombre público.
Entre 1929 y 1934 escribe dos volúmenes de una obra intitulada Política
conservadora de la que uno de sus amigos dijo que “no hay aspecto del
país que no esté allí doctamente analizado”. El exitoso análisis histórico y
sociológico contrastaba con el fracaso de su acción antidictatorial mili-
tar en los campos imbabureños, lo que le condujo al destierro, con su
familia; penoso intermedio que lo aprovechó en el acopio de libros de
ciencia y de obras de arte, así como en el cultivo de relaciones con
arqueólogos, antropólogos, historiadores en general.
De regreso al país interviene con gran éxito en la política, pre-
sidiendo el Partido Conservador, siendo electo Senador por Pichincha
al Congreso Nacional y luego Primer Alcalde de Quito en 1946. Antes,
la ley denominaba Presidente del Concejo Municipal al personero del
Cabildo.
Ya había tenido experiencia positiva en la organización pacífi-
ca y productiva de los artesanos con la creación del Círculo Católico de
Obreros. En el Municipio, construyó el primer barrio obrero de la Capi-
tal, al sur de la urbe, en condiciones financieras no igualadas posterior-
mente. Y en sus propiedades agrícolas, ya por cuenta propia, organizó
la entrega de lotes agrícolas con casa de vivienda para cada familia de
sus empleados y peones. Era un ciudadano que demostraba el respeto
que tenía a sus principios de justicia social,. Jamás tuvo un reclamo
laborar y menos un conflicto colectivo.
Estamos pues ante una figura nacional de gran relieve en su
época y de trascendencia para el futuro. Hoy mismo, después de 57
años de su muerte no sólo que ha crecido su figura de científico y de
ciudadano ejemplar sino que no sería posible prescindir de él al estu-
diar las bases de la nacionalidad y la trascendencia de sus opiniones.
Se necesitará de mucho tiempo para catalogar la ingente obra escrita de
ese digno sucesor de Federico González Suárez.
Nada mejor para describir el volumen y profundidad de su
obra que aquella frase que le dedicó su gran biógrafo, su amigo y com-
pañero académico Julio Tobar Donoso: “El mejor monumento que puede

386
VIDA AC ADÉMIC A

honrar a este personaje de la ciencia nacional, es el de su propia obra bibliográ-


fica”.
La actual Academia Nacional de Historia que conoce cómo ella
pudo sobrevivir gracias al trabajo y al sostén económico y de su activi-
dad en el siglo pasado, ha estimado de justicia designar con el nombre
de Jacinto Jijón y Caamaño a esta Biblioteca que ahora ya puede poner-
la al servicio del público. De esta manera, la Academia se honra a sí
misma.
Concluiré con una precisa y preciosa frase de don Jacinto, consignada
en su primer estudio en 1918 sobre la inmarcesible obra del protohisto-
riador del Ecuador, Padre jesuita Juan de Velasco: “La historia no tiene
más fin que la verdad y la justicia, los más excelsos atributos de Dios.”

Diciembre 17 de 2007

387
388
CONTRIBUCIONES
390
ECUADOR Y CHILE, DOS PAÍSES HERMANOS

Víctor Eastman Pérez

NOTA DEL EDITOR:


Se trata de un documento de la época en que el liberalismo político e ideoló-
gico mostraban su interna división, que trascendía a varias capas sociales del país. Esto
es lo que ha motivado el siguiente artículo del Ingeniero Víctor Eastman Pérez, nieto
de quien en 1911 era el Ministro Plenipotenciario de Chile en Ecuador, el Sr. Víctor
Eastman Cox, que pudo salvar la vida del General Eloy Alfaro gracias a que impuso las
reglas del Asilo Diplomático vigente por tradición y tratados entre Ecuador y Chile.
Como anexos del artículo también publicamos el texto de la carta del
Presidente Alfaro al Presidente Barros Luco, que ha permanecido inédita, así como el
artículo del gran periodista quiteño Raúl Andrade, quien en su columna “Claraboya”
del diario El Comercio del 14 de junio de 1979, no sólo lo comenta, sino que de paso
traza la figura de un gran académico de la historia, don Cristóbal de Gangotena y Jijón
que fue quien le presentó el documento desconocido, y hace el perfil de los celebrados
poetas Ernesto Noboa y Caamaño y Pablo Palacio.

**********

Es evidente que en el caso del Ecuador y Chile siempre han


existido muchos intereses comunes: sociales, militares, económicos,
educativos, agrícolas, energéticos, regionales, de la cuenca del Pacífico,
de sangre y tantos otros. Son países hermanos.
La Historia de Chile está muy ligada con la Gran Bretaña.
Desde los inicios de la República tuvo influencias Inglesas e Irlandesas
con su inteligente Padre de la Patria, Don Bernardo O’Higgins, único
hijo de Don Ambrosio O’Higgins, irlandés de nacimiento, que en 1788
fue nombrado Gobernador de Chile por el Virrey del Perú. Es notorio
que el Gobernador O’Higgins fue siempre muy respetuoso con la
población nativa de Chile e inculcó mucha educación, igualdad y justi-
cia social entre los habitantes. Eso influenció mucho en su hijo Ber-
nardo quien, en unión de otros chilenos famosos como Juan Martínez
de Rosas, Juan Mackenna, también de origen irlandés, el General José
Miguel Carrera que había peleado en España en contra de Napoleón y

391
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

su hermano José, Pepe botellas, no aceptaron la intromisión de Bona-


parte y el 18 de Septiembre de 1810, declararon la independencia de
Chile.
El General Pareja al mando de las fuerzas españolas trató de
reconquistar la colonia, hubieron varias batallas en 1812, 13 y 14 hasta
que O’Higgins con la ayuda del gran General Argentino Don José de
San Martín, prepararon en dos años una fuerte expedición para liberar
a Chile y desde Mendoza, donde San Martín era Gobernador, avanza-
ron los dos Generales al mando de 5200 hombres con 1600 caballos y
entraron triunfantes en Santiago el 12 de Febrero de 1817.
Nombraron a Don Bernardo O’Higgins Director Supremo de
Chile, quien con mucha autoridad, disciplina y respeto democrático,
empezó a formar el Gobierno. La guerra de independencia tuvo final
victoria ante las fuerzas de General español Osorio en el valle de Maipó
el 5 de Abril de 1818. Chile tenía en ese momento una población de
400.000 personas. En esos días, el Gobierno de Chile nombró a un
inglés, Lord Cochrane, con amplia experiencia en la Marina Real Britá-
nica, Jefe de la nueva Armada de Chile con rango de Vicealmirante. En
pocos años, la Armada Chilena fue la más respetada. Cochrane es real-
mente el fundador y padre de la Armada Chilena. En 1822 la Gran
Bretaña fue el primer país en reconocer la independencia de Chile.
Luego de que el General O’Higgins impulsara la formación de
la Asamblea Nacional y concretara entre otras cosas un empréstito de
un millón de libras esterlinas en Londres, que sirvió para pagar la
Guerra de la Independencia y dar el primer impulso económico a Chi-
le, la difícil situación de la nueva República obligó a transar y dialogar
democráticamente. O’Higgins renunció y acto seguido, el General Prie-
to con la ayuda de Don Diego Portales lograron formar una adminis-
tración. Portales como Primer Ministro empezó a desarrollar las
Instituciones Públicas y en 1833 se promulgó la Constitución que con
pocas variaciones, ha prevalecido. La organización de la República fue
definitiva con la Administración del General Prieto. El País siguió con
Presidencias estables y patriotas, la del General Bulnes 1841-1851, Don
Manuel Montt 1851-1861, Don José Joaquín Pérez 1861-1871, Don
Federico Errázuriz 1871-1876, Don Aníbal Pinto 1876-1881, quizá uno
de los mejores Presidentes que lideró con inteligencia la guerra con el
Perú y Bolivia en 1879. Luego vino la positiva administración de Don
Domingo Santa María 1881-1886 que continuó con el constante progre-

392
CONTRIBUCIONES

so de Chile. Don José Balmaceda 1886-1891 tuvo un serio problema con


el Congreso por divergencias Constitucionales. Esto lamentablemente
produjo una guerra civil que terminó con Balmaceda quien se suicidó.
El Almirante Don Jorge Montt fue electo Presidente en 1891 a 1896 y
afortunadamente la paz y el progreso continuaron. En 1896 el hijo de
Don Federico Errázuriz del mismo nombre fue electo Presidente hasta
1901. Don Germán Riesco fue electo presidente para el período
1901–1906.
Es justo señalar que Chile ha sido una Nación formada con
principios y valores muy profundos y que ha tenido por tanto un desa-
rrollo democrático estable y constante con problemas como el del Presi-
dente Balmaceda, pero su población ha sido liderada siempre por hom-
bres probos que cimentaron la democracia y solidaridad.
El actual Ecuador es físicamente una pequeña parte de la que
fue Real Audiencia de Quito, sin duda la más notable por sus éxitos en
la colonización del Amazonas, por sus pintores y escultores y relevan-
tes científicos y por haber sido la primera que se instaló como verdade-
ramente independiente del régimen español en Hispanoamérica en
1809. Luego de formar parte de la Grancolombia de Bolívar, los intere-
ses de sus inmediatos Generales entre otras causas, impulsaron a que
se fundara el Estado del Ecuador en 1830 con su primera Constitución.
Por fortuna, la Nación ha tenido muy buenos Presidentes como Roca-
fuerte y muy especialmente Don Gabriel García Moreno quien, al darse
cuenta del problema de las grandes diferencias entre las diversas regio-
nes del Ecuador, contempló seriamente proponer al Gobierno de Fran-
cia un protectorado que dicho Gobierno no aceptó. García Moreno en-
tonces forjó realmente la nacionalidad con su obra magnífica en mu-
chos campos, especialmente el respeto a la seguridad de la vida social
y su obra en educación, construcción de vías, administración moderna
y muchas más.
Al mismo tiempo, comenzó Don Eloy Alfaro a cuestionar seria-
mente la falta de libertad del ciudadano del Ecuador y luego de varios
años de una lucha muy fuerte, Alfaro logra en 1895 tomar el poder e
inaugurar un Gobierno diferente ajustado a las ideas liberales. Lo que
pasó en el Ecuador en ese tiempo es trascendental. Se promulgaron
Leyes que han transformado al país para siempre. Libertad de culto,
libertad de prensa, separación de Iglesia y Estado, Matrimonio Civil,
igualdad de hombres y mujeres, educación libre y laica, voto femenino,

393
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

divorcio, son monumentales cambios que el Ecuador prácticamente las


lideró en América Latina. En su primer período Presidencial de 1985 a
1901 el General Alfaro con disciplina, inteligencia y mucho respeto a la
población, implantó su nueva filosofía con ayuda de sus colaboradores
principales entre los cuales, se destaca el demócrata General Leonidas
Plaza Gutiérrez. Este, le sucedió en el poder a Alfaro para el período
1901-1905. Luego de un corto período que gobernó Lizardo García, este
fue derrocado en 1906, se convoca a elecciones y Alfaro vuelve al poder
en 1906 para el período hasta 1911.
En esos días la República de Chile, que estaba siguiendo muy
de cerca la actuación de la Revolución Liberal de Alfaro, decidió enviar
al Ecuador un representante joven con experiencia, preparado en
Derecho Internacional, don Víctor Eastman Cox, (1872-1943) quien ve-
nía desempeñándose como segundo de la Legación de Chile en Lon-
dres. El Ministro de Relaciones Exteriores de esa época, don Agustín
Edwards, al nombrar a don Víctor como Ministro Plenipotenciario de
Chile en el Ecuador, le escribió una carta personal en la que de decía
entre otras cosas “…. Si algún amigo debe tener Chile en América, ese
es el Ecuador. Tu Misión es estrechar los lazos de amistad entre los dos
países….” Don Víctor llegó al Ecuador en 1909 y fue recibido en Gua-
yaquil por Don Rafael Pino y Roca, Capitán del Puerto de Guayaquil y
su primer entrañable amigo ecuatoriano.
Al llegar don Víctor Eastman a Quito, la Legación de Chile
quedaba en la Plaza de la Independencia, donde hoy existe una sucur-
sal del Banco del Pichincha, y antes era la matriz. Al presentar creden-
ciales a Eloy Alfaro, el Ministro Eastman recalcó los deseos de Chile de
ayudar en todo lo posible al Ecuador. Como primera cosa, Eastman
estableció una estrecha relación entre los Ejércitos y Armadas de Chile
y Ecuador mediante el establecimiento de la Misión Militar Chilena
que reorganizó y modernizó las Fuerzas Armadas Ecuatorianas. Mu-
chos oficiales del Ejército y Armada del Ecuador fueron y todavía son
educados en Chile. Alfaro e Eastman, que ya contaban con una fuerte
amistad entre ellos, diseñaron personalmente hasta los uniformes de
las FF AA del Ecuador. La Misión Eastman en el Ecuador fue también
muy activa en otras áreas como en educación y en comercio.
Así las cosas y ante la grave emergencia internacional de una
guerra con el Perú, cuando Alfaro fue a la frontera con enorme entere-
za en 1910, el Gobierno de Chile brindó todo el apoyo logístico necesa-

394
CONTRIBUCIONES

rio para la guerra con el vecino. Felizmente en ese momento Perú retro-
cedió.
En Agosto de 1911 y faltando un mes para la entrega del poder
al Presidente electo del Ecuador don Emilio Estrada, brotó casi súbita-
mente una revolución en Quito. La mayoría de los Ministros de Alfaro
renunciaron y el Presidente se quedó prácticamente solo. Don Víctor
Eastman decidió actuar.
Copio el párrafo final de un escrito del afamado periodista don
Raúl Andrade, publicado en el diario “El Comercio” de Quito el día 14
de Junio de 1979 y titulado “Terrible testimonio” ya que prefiero que
este importante personaje narre los sucesos de Agosto de 1911. Tam-
bién hago referencia a la carta de Eloy Alfaro al presidente de Chile,
don Ramón Barros Luco fechada Septiembre 29 de 1911 desde Panamá,
documento inédito en el Ecuador.
Cito: “Era don Víctor Eastman un pulcro diplomático de altiva
estampa, de elegante postura, de austera corrección en sus actos públicos. Su
imagen vive entre las mejores de la época, en la memoria de quienes alcanza-
ron a conocerlo. La gallarda actitud del señor Eastman en aquel sucio y sinies-
tro 11 de Agosto – que fuera como la antesala del drama de Enero de 1912 –
fue de impecable señorío. Estallado el motín a medio día, don Víctor Eastman,
por propio impulso, concurría al Palacio de Gobierno, situado a una cuadra de
su sede oficial, para ofrecer su respaldo, aún con riesgo de su vida al ilustre
mandatario depuesto. Esa actitud suya, no solamente salvó a Alfaro la vida
sino a la Ciudad de Quito de una triste vergüenza. El encono político, alimen-
tado y vivo, por desgracia, desembocó más tarde en el trágico epílogo del 28 de
Enero. Quito debe y mantiene respetuoso homenaje a la memoria de don Víctor
Eastman.” Fin de la cita.

395
396
MISCELÁNEOS
398
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

INDIVIDUOS DE NUMERO, A DICIEMBRE DE 2007

DIRECTORIO

1.- DR. MANUEL DE GUZMAN POLANCO, 2556-022


DIRECTOR 2492-188
Calle OE-6-142, 2ª. Etapa – El Condado – Quito
ahistoriaecuador@hotmail.com
Fecha de Incorporación: Febrero 11/99.- Sillón 12.-
Tema del Discurso: “La Identidad Nacional”.
Le dio la bienvenida el Dr. Jorge Salvador Lara.

2.- DR. JUAN CORDERO IÑIGUEZ 07-2839-181


SUBDIRECTOR 07-2841-540
Museo de las Culturas Aborígenes
Calle Larga 524 entre Hno. Miguel y Mariano Cueva, Cuenca
juancordero@hotmail.com
Fecha de Incorporación: Enero 23/02.- Sillón 20.-
Tema del Discurso:“Nombres y Sobrenombres de Cuenca”.
Le dio la bienvenida el Dr. Manuel de Guzmán Polanco.

3.- HNO. EDUARDO MUÑOZ BORRERO 2660-365


SECRETARIO (E)
Santuario Hno. Miguel – Ave. Vencedores de Pichihcha - Quito
Fecha de Incorporación: Febrero 28/91.- Sillón 11.-
Tema del Discurso: “La Influencia de la revolución
Francesa en la Independencia de Hispanoamérica” .
Le dio la bienvenida el Dr.Jorge Villalba Freire, s.j.

4.- SR. ENRIQUE MUÑOZ LARREEA 2509-942


Bibliotecario-Archivero 2773-523
Edificio Tulipán, 2º. Piso 097-290238
Fco. Andrade Marín 360 y Eloy Alfaro, Quito
copiplan@ecnet - vientos4@tvcable.com.ec
Fecha de Incorporación: Junio 3/05. - Sillón 28.-
Tema del Discurso:“Semblanza del Tte. Gral. Ing.
Don Fco. Requena y Herrera”.
Le dio la bienvenida el Hno. de las EE.CC. Eduardo Muñoz.

399
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

5.- LCDO. HERNAN RODRIGUEZ CASTELO 2788-112


Director de Publicaciones
Coruña N 31-181 y Whymper – Quito
sigridrodriguezc@yahoo.com
Fecha de Incorporación: Junio 12/01.- Sillón 18.-
Tema del Discurso:“El Admirable Siglo XVIII de la
Literatura Quiteña”.-
Le dio la bienvenida el Hno. Eduardo Muñoz Borrero.

6.- DR. JORGE NUÑEZ SANCHEZ 2265-899


TESORERO
Calle Alonso de Torres 278 – Edif. Monte Doral PH2,
El Bosque – Quito
jorgenu@andinanet.net
Fecha de Incorporación: Julio 12/01.- Sillón 19.-
Tema del Discurso:“La Corrupción en el Ecuador Colonial”.
Le dio la bienvenida el Dr. Plutarco Naranjo.

7.-LCDO. FRANCISCO SALAZAR ALVARADO 2446-049


Relaciones Públicas
Manuel Sotomayor 245
Fecha de Incorporación: Febrero 17/01.- Sillón 17.-
Tema del Discurso: “La Vida y el Pensamiento del
Gral. Francisco Javier Salazar Arboleda”.
Le dio la bienvenida el Dr. Carlos Freile Granizo.

***********

8.- DR. JORGE SALVADOR LARA 2469-604


Guarderas 434 – (Urb. La Concepción) Quito 2509-471
jorsalla@andinanet.net
Fecha de Incorporación: Julio 27/67.- Sillón 1.-
Tema del Discurso: “Los Restos Humanos más
Antiguos del Ecuador”.-
Le dio la bienvenida Don Carlos Manuel Larrea.

9.- FRAY AGUSTIN MORENO PROAÑO, ofm 2281-124


Convento de San Francisco – Quito
Fecha de Incorporación: Enero 25/79.- Sillón 2.-
Tema del Discurso: “Patria y Estirpe de Fray Jodoco Rique”.
Le dio la bienvenida el Dr. Jorge Salvador Lara.

400
MISCELÁNEOS

10.- PADRE DR. JORGE VILLALBA FREILE 2237-940


Residencia Universidad Católica – Quito 2509-686
jvillalbaf@puce.edu.ec
Fecha de Incorporación: Marzo 28/80.- Sillón 3.-
Tema del Discurso: “José Joaquín de Olmedo en 1830
a través de sus Cartas”.
Le dio la bienvenida Fr. Agustín Moreno.

11.- PROF. MORALES ROBERTO 06-2640-335


Diario La Verdad - Ibarra 06-2640-194
Flores 542 entre Sucre y Rocafuerte
diariolaverdad@andinanet.net
Fecha de Incorporación: Stbre.28/06.- Sillón 4.-
Tema del Discurso:“Los aportes del Cruel.
Teodoro Gómez de la Torre al devenir Histórico del Norte del País”.
Le dio la Bienvenida Fray Agustín Moreno, ofm.

12.- Dr. PAZ Y MIÑO JUAN JOSE 095-026475


El Mercurio 225 y El Día - Quito 2991-619
juanpym@uio.satnet.net
Fecha de Incorporación: Marzo 14/07.- Sillón 5.-
Tema del Discurso. “La historia inmediata del Ecuador
y la deuda histórica con la sociedad ecuatoriana”.
Le dio la Bienvenida el Dr. Jorge Núñez Sánchez.

13.- DR. EUCLIDES SILVA 04-2833-999


Urbanización La Rivera Km. 1 1/2 Vía Samborondón 04-2286-305
Manzana B – Villa 9 – Guayaquil
Fecha de Incorporación: Diciembre 11/81.- Sillón 6.-
Tema del Discurso: “La Presencia Iluminada de Andrés Bello
en el Ecuador”.
Le dio la bienvenida el Dr. Jorge Salvador Lara.

14.- DR. MIGUEL DIAZ CUEVA 07-2831-917


Calle Luis Cordero No. 1754 - Cuenca 07-2847-608
Fecha de Incorporación: Diciembre 17/86.- Sillón 7.-
Tema del Discurso: “La Lápida de Tarqui”.-
Le dio la bienvenida Fray Agustín Moreno Proaño, of.m.

15.- DR. PLUTARCO NARANJO VARGAS 2508-479


12 de Octubre 2206 y Colón- Quito. 2236-590
Casilla 17-7-8884- Quito
naranjo@lenguaje.com
Fecha de Incorporación: Julio 27/89.- Sillón 8.-

401
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Tema del Discurso: “Colón, Pizarro y las Especias”.-


Le dio la bienvenida el Dr. Luis Bossano.

16.- DRA:. ESTRADA JENNY 04-2343-216


Chile 3312 y Vacas Galindo, 2º. Piso - Guayaquil
jennye@cua.net
Fecha de Incorporación: Dcbre. 8/06.- Sillón 9.-
Tema del Discurso: “Segunda Guerra Mundial, Lista Negra en Ecuador”.
Le dio la bienvenida el Dr. Benjamín Rosales V.

17.- DR. JUAN FREILE GRANIZO 2333-47


Edificio Espro – 0f. 202 – 2506-923
Alpallana 505 y Whymper – Quito
Fecha de Incorporación: Junio 30/90.- Sillón 10.-
Tema del Discurso:“La Vida Cotidiana de Quito a finales del Siglo XVIII:
el Testamento de Catalina Aldás, madre del Precursor Espejo”.
Le dio la bienvenida el Dr. Carlos de la Torre Reyes.

18.- DR. ALFONSO ANDA AGUIRRE 2251-064


Vargas 342 y Oriente (Edificio Zaldumbide) – Quito
Fecha de Incorporación: Mayo 26/99.- Sillón 13.-
Tema del Discurso: “La Federación Lojana y
la Ley de Descentralización del Estado”.
Le dio la bienvenida el Hno. Eduardo Muñoz Borrero, o.f.c.

19.- DR. CARLOS FREILE GRANIZO 2891-136


Edificio Espro - 0f. 202 - Alpallana 505 y Whymper- Quito 098-300700
Apartado l7-22-20195
freiles@interactive.net.ec
Fecha de Incorporación: Junio 24/99.- Sillón 14.-
Tema del Discurso: “La Visión de Manuela Espejo sobre su hermano
Eugenio, en el Juicio que por la Muerte que éste siguió contra
el Presidente Luis Muñoz de Guzmán” .
Le dio la bienvenida: el Padre Jorge Villalba.

20.- DR. FERNANDO JURADO NOBOA 2920-763


Edificio Torres de Iñaquito – Torre A
Of. 901 (Altos CCNNU) - Quito
Fecha de Incorporación: Diciembre 21/99.- Sillón 15.-
Tema del Discurso: “Actitud ante la Muerte de los
Grandes Ecuatorianos”.
Le dio la bienvenida el Dr. Manuel de Guzmán Polanco.

402
MISCELÁNEOS

21.- DRA. ISABEL ROBALINO BOLLE 2950-267


Rocafuerte 1477 y Venezuela-Quito 2280-764
E-mail: isabelrobalino@hotmail.com
Fecha de Incorporación: Mayo 4/00.- Sillón 16.-
“Luis Robalino Dávila: Capítulos de un Ensayo de Biografía”.
Le dio la bienvenida el Dr. Jorge Salvador Lara.

22..- DR. P. JULIAN BRAVO S.J. 2491-156/7


Nogales 220 y Francisco Arcos - Quito 2493-982
julianbravosj@hotmail.com
Fecha de Incorporación: Mayo 22/03.- Sillón 21.-
Tema del Discurso:“Mario María Cicala, S.I. y su contribución a la
Historia de la Antigua Provincia de la Compañía de Jesús
y de la Audiencia de Quito”.
Le dio la bienvenida el Dr. Jorge Salvador Lara.

23.- DR. JUAN VALDANO MOREJON 2370-310


Pasaje A No. 20 y José Abascal - Quito
juanvaldano@access.net.ec
Fecha de Incorporación: Junio 5/03.- Sillón 22.-
Tema del Discurso: “Generaciones e Ideologías en el
Ecuador. Itinerario de una búsqueda y nuevas aproximaciones
a un Método Histórico”.
Le dio la bienvenida el Dr. Manuel de Guzmán Polanco.

24.- DR. OCTAVIO LATORRE 2400-731


Samuel Fritz 176 y Joaquín Sumaita (El Inca) – Quito
E-mail: olatorre@andinanet.net
Fecha de Incorporación: Junio 19/03.- Sillón 23.-
Tema del Discurso: “Historia de la Evolución de la Armada del Ecuador”
Le dio la bienvenida Fray Agustín Moreno, o.f.m.

25.- DR. SANTIAGO CASTILLO 005411 4300-6196


Ave. Juan de Garay 845 – 4o.H
CP C1l53 AB - Buenos Aires, Capital Federal - Argentina
Josancas53@ciudad.com.ar
Fecha de Incorporación: Nov. 19/03.- Sillón 24.-
Tema del Discurso: “Epistolario de las Misiones Diplomáticas
de Rocafuerte en el Perú”.
Le dio la bienvenida el Dr. Manuel de Guzmán P.

26.- DR. ENRIQUE AYALA MORA 3228-083


Universidad Andina 3228-031
Toledo 2280 – Plaza Brasilia – Quito 3228-426

403
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

De las Malvas E 15-247 y Fco. Arévalo 2433-485


Box 17-12-886 2554-558
rector@uasb.edu.ec
Fecha de Incorporación: Enero 20/04.- Sillón 25.-
Tema del Discurso: “Desarrollo Histórico de la Nación Ecuatoriana”.
Le dio la bienvenida el Dr. Plutarco Naranjo Vargas.

27.- DRA. MARIA CRISTINA CARDENAS 07-2829-944


Ave. Ordóñez Laso-Edif. Pinar 3-Dep. 4 A 094-296152
Casilla 01-01-1148 Cuenca 07-2843-719
acardenas@etapatelecom.net
Fecha de Incorporación: Junio 3/04.- Sillón 26.-
Tema del Discurso: “El Proyecto Republicano
del Progresismo Azuayo (1840-1895)”.- Le dio la
bienvenida Fray Agustín Moreno, ofm.

28.- DR. BENJAMIN ROSALES VALENZUELA 04-288-7492


Apartado 01-562 - Guayaquil 093-040961
anh_guayas@yahoo.com
brosales@ecutel.net
Fecha de Incorporación: Dicbre. 1/04.- Sillón 27.-
Tema del Discurso: “El General José de Villamil
y la Independencia de Hispano América”.-
Le dio la bienvenida el Dr. Manuel de Guzmán P.

*******

ELECTOS

Dr. LUNA TOBAR ALFREDO 2433-298


Calle C 37 Pinar Alto-Edif. Palacio Real
Bloque Norte P.H.(buzón) - Quito

******

DRA- DORA LEON BORJA


Puerto Rico

DR. JOSE REIG SATORRES 04-2450-190


Tungurahua 511.- Guayaquil

404
MISCELÁNEOS

LISTA DE MIEMBROS CORRESPONDIENTES A DICIEMBRE DE 2007

1.- Lcdo. LUCAS ACHIG SUBÍA 07-2816-555


Calle Valle de los Chillos 1-70 y Valle de 07-2842-424 (0f)
Yunguilla (Sector Coliseo Mayor) Cuenca
lachig@ucuenca.edu.ec

2.- Dr. MIGUEL ALBORNOZ 5411-4781-7634


Ave. Libertador 5322 – Piso 10-11
Buenos Aires, C.P. 1426 C.P.
mikibaires@fullzero.com.ar Argentina

3.- Dr. GUILLERMO AROSEMENA AROSEMENA 04-2353-130


P.O.Box 09-01-921 Guayaquil
Ave. 2ª. 511 entre 4ª. Y 6ª. (Los Ceibos)
garoseme@gye.satnet.net

4.- Prof. JOSÉ ARTEAGA PARRALES 06-2630-404


Calle 12 de Oct. 115 entre García Moreno
y Gabriela Mistral - Portoviejo.

5.- Dr. CELIN ASTUDILLO ESPINOSA 2524-529


Calle Sto. Domingo 204 - Quito

6.- EFRÉN AVILÉS PINO 04-2533-970


Aguirre No. 104 y Malecón
2º. Piso, Of. 212 – Guayaquil
efrenaviles@hotmail.com

7.- Dr. FRANKLIN BARRIGA LÓPEZ 2458-421


10 de Agosto 39-127 y Diguja - Quito
f-barri@uio.satnet.net

8.- Dra. ANA LUZ BORRERO 07-2856-396


Universidad de Cuenca
Calle 12 de Abril s/n Cuenca
alborveg@yahoo.com

9.- Padre JUAN BOTTASSO 2562-633


ABYALA .- 12 de Octubre y Wilson 2897-124
juanbottasso.yahoo.com

10.- AURELIA BRAVOMALO DE ESPINOSA 2503-502


Wilson 728 y Juan León Mera – Quito
aureliabravomalo@hotmail.com

405
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

11.- HUGO BURGOS 2891-228


América 1805 y La Gasca. Quito 098-246041
ahburgos@andinanet.net

12.- Lic. CARLOS CALDERON CHICO 099-762568


Librería Científica 04-2441-949
Luque 223 y Chile
Casa de la Cultura (9 de Oct. y Pedro Moncayo) Guayaquil

13.- M.A. JUAN CASTRO Y VELAZQUEZ 04-2328-569


Casilla 4863 Guayaquil 04-240-3212 Ext. 113
castroyvelazquez@hotmail.com

14.- Dr. JORGE CAZORLA 06-2644-602


José Martí 284 y Ave. Atahualpa
Ibarra

15.- Arq. HERNAN CRESPO TORAL


La Cumbre 366- Quito.

16.- Dr. JUAN CHACON ZHAPAN 07-2450-105


Julio Torres s/n y Belisario Andrade 07-2817-844
Cdela. San Marcos – Cuenca 07-2883-128

17.- Lic. XIMENA ESCUDERO ALBORNOZ 2260-456


Gaspar de Escalona N.39-68 y Granda 2584-961/2 Ext.186
Centeno (ex Diguja) Buzón 544 099-678058
Casilla 17-21-1263 – Quito.

18.- Econ. LEONARDO ESPINOSA 07-2842-205


Calle Mariscal Sucre 17-55 y MiguelHeredia 07-2835-665
Cuenca
lespinos@etapaonline.net.ec

19.- EDUARDO ESTRADA GUZMAN 04-2303-969


Roca 102 y Malecón, 9º. Piso – Edif.Rocamar
Casilla 09-01-7648 – Guayaquil

20.- Prof. JULIO ESTUPIÑÁN TELLO 06-2722-046


Calle Bolìvar 223 - Esmeraldas

21.- Gral. MARCOS GÁNDARA ENRÍQUEZ 2543-888


D. de Almagro N 32-243 y J. Severino 2507-569
Quito 2898-488

22.- Dr. JOSÉ XAVIER GARAICOA ORTIZ


Procuraduría General del Estado 2562-029

406
MISCELÁNEOS

23.- Lic. EZIO GARAY ARELLANO 04-2368041


Casilla 09-01-11140 Guayaquil 04-2394-440/41

24.- Dr. JOSÉ GÓMEZ ITURRALDE 04-239-4442


Alberto Borges # 1126 y Av. De las Américas
Casilla 09-01-4823. Guayaquil
jagomezi@ecua.net.ec
arhisgua@ecuanet.net.ec

25.- Arq. MELVIN HOYOS GALARZA 04-2524-100


Biblioteca Mcpal. de Guayaquil Ext. 7301 ó 08
10 de Agosto entre Chile y Pedro Carbo.

26.- Dra. ALEXANDRA KENNEDY DE VEGA 07-2847-237


Galería Taller Eduardo Vega 07-2816-l59
Vía Turi 1-99-Casilla 01-05-1902 Cuenca

27.- DARIO LARA


Paris

28.- DR. JORGE MARCOS PINO 04-2850-780


Ave. Central 300 – Cdela. Sta. Cecilia 099-353534
Guayaquil
jgmarcos@es.inter.net

29.- Dr. GALO MARTÍNEZ 2520-710


Pérez Guerrero 391 y Versalles -0f. 18- Quito

30.- Dr. CLAUDIO MENA VILLAMAR 2560-416


Lizardo García 512 y Almagro- Quito 099-299796

31.- Lic. CARLOS LUIS MIRANDA TORRES 03-2871-218


Correo Central de Pelileo 03-2871-207

32.- Ab. EDUARDO MOLINA CEDEÑO 05-2639-461


Universidad San Gregorio de Portoviejo 05-2933-820
Ave. Eloy Alfaro y Ave. Olímpica
Portoviejo – Manabí
vickyfh_16@hotmail.com

33.- Gral. PACO MONCAYO GALLEGOS


Alcaldía de Quito

34.- LEONARDO MONCAYO JALIL 2542-640


Edif. Torres de la Colón-Of. 11- Mezzanine - Quito 099-406138
moncayolener@hotmail.com

407
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

35.- Dr. RICARDO MUÑOZ CHAVEZ 07-2880-170


rmuñozch@cue.satnet.net
Estudio: Ave. 12 de Abril 2-29
Edificio Torre del Río – 4º. Piso – Cuenca

36.- Prof. GERARDO NICOLA LÓPEZ 03-2840-914


Calle Cuenca 14-35 – Ambato 03-2840-913

37.- Arq. ALFONSO ORTIZ CRESPO 2377-565


González Suárez N 32-90 y Bejarano 2580-230
Quito 099-716105

38.- Dr. CARLOS ORTIZ ARELLANO 03-2966-264


Ayacucho 1370 y Loja – Riobamba 03-2900-715
croamba@hotmail.com 097-787709

39.- Ing. AGUSTÍN PALADINES


Loja

40.- Arq. ANDRÉS PEÑAHERRERA 2560-791


Manuel Larrea 1003 2560-818
Quito 092-740375

41 .- Dr. GUSTAVO PÉREZ 2230-513


González Suárez 926, Dep. 2B
Edificio Panorama - Quito.
gustavoperezramirez@yahoo.com

42.- ARQ. JUAN FDO. PÉREZ ARTETA 2893-400/1


Bco. Central – Edificio Aranjuez 099-030-610
J.Washington y R. Victoria – Quito 2220-528

43.- Sr. VÍCTOR PINO YEROVI 04-2270-378


Alamos Norte Mz 1 V-10 04-2248-257
P.0.Box 15160 Guayaquil 04-2231-460
vpino@gye.satnet.net

44.- Dr. RODOLFO PÉREZ PIMENTEL 04-2303-700


Baquerizo Moreno 910 y Junín 04-2568-595
Casilla 09-01-00875 - Guayaquil 04-2568-596
notari16@gye.satnet.net

45- Prof. VICENTE POMA MENDOZA 099-618-349


Pasaje – Prov. de El Oro 07-2915-234

46.- Dr. GUSTAVO REINOSO HERMIDA 07-2825-934


Calle José Arízaga 1-62 entre P. Aguirre 07-2843-241
y Gral. Torres - Cuenca 07-2842-029

408
MISCELÁNEOS

47.- Dr. EDMUNDO RODRÍGUEZ 92697-3275


Dpto. de Historia – Universidad de California
Irving, CA. 92717 – USA.
jerodrig@uci.edu

48.- Dra. ROCÍO ROSERO JÁCOME 2340-381


Universidad SEK – Guàpulo 096-032187
Toctiuco 130, Urb. San Antonio – Conocoto
rosero@uio.telconet.net

49.- Cap.Fr. MARIANO SÁNCHEZ BRAVO 04-285-3310


Colinas de los Ceibos 04-232-4231
Ave. Leopoldo Carrera Calvo 505 y Calle 9ª 04-2325-906
Instituto de Historia Marítima
Edif. de la Gobernación – Guayaquil
inhima@gye.satnet.net
Ecua_dor06@yahoo.com

50.- Dra. MARCIA STACEY CHIRIBOGA 2370-734


Carlos Guarderas 618 y G. Salazar 099-016801
(La Concepción) Quito

51.- Dr. AMILCAR TAPIA 06-2643-771 Ext.2107


U.Católica Sede Ibarra 06-6295-600
Av. Aurelio Espinosa Pólit y J. Guzmán
atapia@pucei.edu.ec -Ibarra

52.- Sra. GRECIA VASCO 2553-919


Archivo Nacional 2275-590
10 de Agosto N 11-359 y Sta. Prisca -Quito 2280-431
archivonacionalec@andinanet.net

MIEMBROS ELECTOS PARA CORRESPONDIENTES

1.- Dra. CHRISTIANA BORCHART 2896-511


Casilla 17-01-2114 –Quito 2565-627 Ext. 1152

2.- Dr. RAMIRO BORJA BORJA 2555-898


República 500 y Almagro 2572-621

3.- HUGO DELGADO CEPEDA 2348-650


Fco. Segura 804 y 6 de Marzo
Casilla 09-1-43-53 Guayaquil

409
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

4.- Lic. TAMARA ESTUPIÑAN 2777-273


Yaruquí km. 36 1/2 099-458322
estupina@pi.pro.ec

5.- Dr. JOAQUÍN GÓMEZ DE LA TORRE

6.- JAIME IDROBO URIGUEN


San Joaquín – Sector Cruz Verde
Box 01-01-143 - Cuenca

7.- Dr. CARLOS LANDÁZURI CAMACHO 2220-546


Banco Central – Edif. Aranjuez
Reina Victoria 2135 y Jorge Washington
clandazuri@uio.bce.fin.ec

8.- Ms. JENNY LONDOÑO 2265-899


Alonso de Torres 278 Edif. Monte Doral

9.- Dr. SEGUNDO MORENO YANEZ 2896-511


Universidad Católica – 2565-627 Ext. 1152
Facultad de Ciencias Humanas 2567-117
Piso 9- Torre 2-Casilla l7-01-2184

10.- Dr. JORGE MORENO EGAS 2564-526


Madrid 859 y Pontevedra
(U.Católica-Dep. de Historia)
Apartado 17-12-595-Quito

11.- Ing.. RODRIGO PÁEZ TERÁN 2340-164


Casilla l7-23-280 – Sangolquí 2569-595

12.- Dra. PILAR PONCE LEIVA 34 91 394 5784


Víctor de la Serna, 19 Madrid 28016 - España 91 519 7443
pilarponce@hotmail.com

13.- Lic. ALFONSO SEVILLA FLORES 2231-816


Alpallana E 6 123 – 5º.piso A.- Quito 2507-042

14.- BYRON USCÁTEGUI


Marchena 129/10 de Agosto Quito

410
MISCELÁNEOS

MIEMBROS HONORARIOS

- CARDENAL ANTONIO GONZÁLEZ ZUMÁRRAGA Tel. 2865-008

- GRAL. PACO MONCAYO GALLEGOS


Alcaldía Metropolitana

MIEMBROS EXTRANJEROS ELECTOS COMO CORRESPONDIENTES

- Embjd. MIGUEL BAKULA PATIÑO 00511-4468-911


Lima, Perú

- Dr. ANTONIO CACUA PRADA 0057-1-2567-675


Subdirector Academia Colombiana de Historia
Calle 99 No. 8-45 – Bogotá D.C. Colombia.

- Dr. BALCAZAR CRUZADO 00514-4967-6636


Ave. del Ejército 356 - Trujillo – Perú
alejandrocruzado@yahoo.com.ar

- Dr. FRANCISCO DE BORJA MEDINA


España

- Dr. JOSE A. DE LA PUENTE CANDAMO 00511-4277-987


Director Academia Nacional de Historia de Perú
Lima - Perú
admite@an-historia.org.ar

- Dr. SANTIAGO DÍAZ PIEDRAHITA 0057-1-3367-350


Director Academia Colombiana de Historia 0057-1-2825-356
Calle 10 No. 8-95 – Bogotá D.C. Colombia

- Dra. MA. PAULINA ESPINOSA DE LÓPEZ 0057-1-2564-656


Bogotá – Colombia

- Dr. WALDEMAR ESPINOSA SORIANO


Lima, Perú

- Dr. HORACIO GÓMEZ ARISTIZABAL 0057-13-342-439


Bogotá
patriciarapida@hotmail.com

- Dr. ASDRÚBAL GONZÁLEZ SERVEN


Final Avenida Bolívar entre Calles 46 y 47
Puerto Cabello, Venezuela.

411
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

- Dr. EKKEHAR KEEDING


Talerweg 13 – D-67742 Aden Back – Alemania
ekke_keeding@yahoo.de

- Dra. MARIA LUISA LAVIANA CUETOS (34) 954 551-224


C/Virgen del Valle 52, 4º. B - 41011 Sevilla, España
laviana@cica.es

- BERNARD LAVALLE 01-45-87-41-75


13, rue Sateuil, París, Francia
Cedex 05.

- Dr. GERARDO LEÓN GUERRA 0057-27-234-538


Academia Nariñense de la Historia – Pasto

- Prof. SERGIO MARTÍNEZ BAEZA 00562-638 2489


Londres 65, Santiago
smbaeza@vtr.net

- Dr. EDUARDO MARTIRÉ


Rodríguez Peña 1842, p. 10º. Dep. B.- 1021
Bs.As. - Argentina
inhide@infovia.com.ar

- Dra. EMILIA MENOTTI VIOLA 0054-011-4-683-6025


Bs. As. - Argentina
sociedadbolivariana@yahoo.com

- Dr. OTTO MORALES BENÍTEZ


Bogotá, Colombia

- Dra. INÉS MUÑOZ LYDIA 0057-27-234538


Presidenta de la Academia Nariñense de Historia
Pasto
ac_narhistoria@hotmail.com

- Dra. LOISE J. ROBERTS (831) 625 5635


24694 Upper Trail – Carmel, CA. 93923 –USA
ljrobertsl4@aol.com

- Dr. NICOLÁS SÁNCHEZ ALBORNOZ


José Martínez de Velasco 6,
28007, Madrid, España
nsalbo@wanadoo.com

- Dr. PEDRO VERDUGA


Academia Nariñense de la Historia – Pasto 0057-27-234-538

412
MISCELÁNEOS

- Dra. GISELLA VON WOBESER 0055-2196-53


Academia Mexicana de la Historia
Plaza Carlos Pacheco 21 Centro C.P.060, México
acadmxhistoria@prodigy.net.mex

LISTADO DE MIEMBROS DE PROVINCIAS

CENTRO PROVINCIAL CORRESPONDIENTE DE GUAYAS

- DR. BENJAMIN ROSALES VALENZUELA 04-288-7492


Director

- ARQ. MELVIN HOYOS GALARZA 04-2524-100


Subdirector

- SR. EDUARDO ESTRADA GUZMAN 04-2303-969


Secretario

- LIC. MARIANO SANCHEZ BRAVO 04-285-3310


Bibliotecario

- LIC. EZIO GARAY ARELLANO 04-236-8041


Tesorero

- DRA. JENNY ESTRADA RUIZ 04-2343-216


Vocal

- DR. JORGE MARCOS PINO 04-2850-780


Vocal

MIEMBROS

- DR. EUCLIDES SILVA 04-2833-999

- DR. SANTIAGO CASTILLO 005411-4300-6196


(Argentina)

- DR. GUILLERMO AROSEMENA 04-2353-130

- SR. EFREN AVILES PINO 04-2533-970

- LIC. CARLOS CALDERON CHICO 099-762-568

413
BOLETÍN DE LA AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

- M.A. JUAN CASTRO Y VELAZQUEZ 04-2328-569

- DR. XAVIER GARAICOA 2562-029


(Quito)

- DR. JOSE GOMEZ ITURRALDE 04-2394-442

- DR. RODOLFO PEREZ PIMENTEL 04-2303-700

- SR. VICTOR PINO YEROVI 04-2270-378

- SR. HUGO DELGADO CEPEDA 04-2346-632


(electo)

AZUAY, CAÑAR, Y LOJA

- DR. JUAN CORDERO IÑIGUEZ 07-2839-181

- DR. MIGUEL DIAZ CUEVA 07-2831-917

- DRA. MARIA CRISTINA CARDENAS 07-2829-944

- LIC. LUCAS ACHIG SUBIA 07-2816-555

- DRA. ANA LUZ BORRERO 07-2856-396

- DR. JUAN CHACON ZHAPAN 07-2450-105

- ECON. LEONARDO ESPINOSA 07-2842-205

- DRA. ALEXANDRA KENNEDY DE VEGA 07-2816-159

- DR. RICARDO MUÑOZ CHAVEZ 07-2880-170

- DR. GUSTAVO REINOSO HERMIDA 07-2825-934

- ING. AGUSTIN PALADINES

- DR. JAIME IDROBO URIGUEN


Electo)

414
MISCELÁNEOS

IMBABURA

- PROF. ROBERTO MORALES 06-2640-335

- DR. JORGE ISAAC CAZORLA 06-2644-602

- DR. AMILCAR TAPIA 06-2280-431

TUNGURAHUA Y CHIMBORAZO

- SR. CARLOS LUIS MIRANDA TORRES 03-2871-218

- PROF. GERARDO NICOLA LOPEZ 03-2840-914

- DR. CARLOS ORTIZ ARELLANO 03-2966-264

ESMERALDAS, MANABÍ Y EL ORO

- PROF. JULIO ESTUPIÑAN TELLO 06-2722-046

- PROF. JOSE ARTEAGA PARRALES 05-2630-404

- AB. EDUARDO MOLINA CEDEÑO 05-2639-461

415

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