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La corrupción

Por Roberto Martínez (28-Jun-1997).-

Queremos un cambio en el Gobierno, respeto al voto, democracia, más y mejores


empleos, seguridad, mejor educación para nuestros hijos y tantas otras cosas, pero
ningún avance social, político y económico puede perdurar más allá de un sexenio
si no arrancamos de raíz la corrupción.

El Gobierno podría comprar mil pipas para repartir agua a las comunidades en
donde escasea, pero si alguien va a cobrar más de lo justo ("Si no, no vengo
mañana, amigo") por cumplir con la entrega, entonces el problema persistirá.

El abuso del poder para la ganancia personal o de un grupo es el principal


obstáculo para el desarrollo.

Está demostrado por el Banco Mundial que a mayor corrupción son menores los
niveles de inversiones y crecimiento económico de un país. El servidor público que
aprovecha su posición para enriquecerse ilegalmente no sólo está robando, también
se convierte en medio para que aumente la injusticia social.

¿Cómo calcular el daño causado por la corrupción cuando se tienen que considerar
las inversiones que no se realizaron y los empleos que no se crearon por la
desconfianza de los inversionistas ante la gravedad de este problema?

El hombre corrupto desvía gran parte de la ayuda asignada a los pobres a sus
propios bolsillos, cobra a los empresarios multas injustificadas y vende los
permisos que le corresponde otorgar desde su puesto burocrático a tarifas
arbitrarias, sin recibo ni factura. Se convierte en una especie de "coyote que te
cruza al otro lado del río" a cambio de una fuerte suma. Dicen que la corrupción
somos todos y que tenemos el Gobierno que nos merecemos, pero cuando el mismo
sistema inventa los ríos que tenemos que atravesar para después cobrarnos por la
mojada, entonces no queda tan clara la cosa. El mismo sistema corrompido asegura
la continuidad de ingresos para el hombre corrupto.
Es como cuando se generaliza la costumbre de cobrar mordida en vez de aplicar lo
que marque la ley, y después los supervisores exigen una tajada del dinero en vez
de reportar la práctica y despedir al mordelón. Todo el sistema se corrompe y la ley
pasa a ser un instrumento para reprimir a la sociedad y para dar poder a los
extorsionistas para continuar con sus abusos.

Necesitamos una legislación que especifique penas más severas contra los
corruptos y una institución que dé poder a los ciudadanos para denunciarlos.
Necesitamos una legislación que fomente un desarrollo de la sociedad basado en la
democracia y el respeto de la libertad y de los derechos de la persona humana. No
podemos seguir adelante con leyes y trámites que nos fatigan y nos mantienen
amolados a beneficio de unos cuantos que tienen la autoridad inmoral de cobrar
mordidas.

Es increíble la creatividad que tienen los diseñadores del actual sistema para
establecer nuevas maneras y razones para exigirnos un pago. Bastó con que un
sector de la población pidiera mejores condiciones ecológicas para que luego se
implementara la verificación vehicular obligatoria, un impuesto disfrazado de
respuesta eficaz al reclamo social. Si así va a ser siempre, mejor ya no nos quejamos
de nada.

La gravedad del problema de la corrupción no ha perdido actualidad, por el


contrario, se ha agudizado aún más.

Es, por lo tanto, urgente promover una reflexión de tipo político porque las
conexiones entre la corrupción y el crimen organizado continúan siendo un
fenómeno preocupante (cualitativa y cuantitativamente) en la vida de numerosos
Estados de la República. No podemos escatimar recursos, sino más bien debemos
utilizar los medios más adecuados para luchar, ya que éste es un verdadero
combate: está en juego la defensa de la democracia y esencialmente de la persona
humana.
Es importante subrayar el aspecto del problema relativo a los crímenes de
naturaleza financiera, en particular el "lavado" de dinero. Es muy necesario afinar
cada vez más la legislación destinada a reprimir este tipo de reciclaje, que mancha
la reputación de las instituciones financieras, poniendo en peligro los empleos de
miles de trabajadores inocentes y sobre todo porque permiten que los
narcotraficantes y los criminales escondan sus operaciones ilícitas y las continúen
de manera creciente.

En esta lucha se debe enfatizar la dimensión ética. Para ser efectiva, esta batalla
contra la corrupción no se puede llevar adelante únicamente en el plano judicial. Lo
más importante de todo es restaurar una cultura de la legalidad basada en el
Estado de derecho.

Es urgente construir esta cultura de la legalidad en Nuevo León y en todo el País, y


para instaurarla, es necesaria una auténtica educación moral a través de los medios
de comunicación masivos para la población en general y programas de educación
específicos para los servidores públicos en donde se motive a la honestidad y se
haga apreciar las consecuencias negativas de la corrupción y positivas de trabajar
con ética profesional.

Como decía don Benito Juárez: "El respeto al derecho ajeno es la paz". Vamos
respetándonos. Ya es hora de un cambio.

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