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El saber y la divulgación científica

Alberto Moradillo Martin

Filosofía del Presente

Dentro de las preguntas realizadas por Philippe Roqueplo en 1974 acerca de la


divulgación científica nos encontramos con una, en concreto la número seis, que hace
referencia a los tipos de saber y qué relación guarda la divulgación científica con ellos.
Las sucesivas preguntas siete, ocho, nueve, diez y once nos plantean preguntas acerca
del papel del divulgador científico.

En la sexta pregunta acerca de los tipos de saber, el autor nos plantea la existencia de
tres tipos de saberes. El saber en sí mismo, el saber de uso y el saber de cambio. Estas
diferencias, que se nos presentan con un halo de misterio, realmente son de fácil
división, pero para ello las ejemplificare en la vida cotidiana.

Imaginemos que tenemos un problema con la instalación eléctrica de nuestra casa. Lo


que hacemos en primer lugar es llamar a la compañía “X” que nos hizo la instalación, al
teléfono aparece un señor que nos comunica que es el jefe de dicha empresa y que en
el plazo de dos días se acercará un técnico para arreglarnos nuestra instalación
defectuosa.

Al cabo de dos días llama a nuestra puerta el técnico, entra en nuestra casa con todas
las herramientas propias para el arreglo de nuestra instalación. Casualmente nos
acordamos de que hace tiempo que teníamos una duda pendiente de resolver acerca
de la electricidad ¿Qué es realmente la electricidad? Lleno de entusiasmo pregunto al
técnico que está a punto de acabar la reparación si sería capaz de responderme a tal
pregunta. Su asombro es mayúsculo y su cara un poema, su respuesta es: «Lo siento

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pero yo no sé nada acerca de eso, mi especialidad es reparar circuitos eléctricos como
el que usted tiene instalado en su casa».

El día siguiente nos encontramos en el kiosco cercano a nuestra casa ojeando las
revistas que hay y nos topamos con una revista de divulgación científica con el título:
“¿Qué es la electricidad?”. Una vez en casa leemos atentamente el artículo acerca de
la electricidad y nos sorprendemos enormemente al descubrir que un equipo de físicos
de la Universidad “Y” está investigando una nueva forma de gestionar la electricidad
para aplicarla a las instalaciones eléctricas de las casas.

Este equipo de físicos está siendo patrocinado por una empresa de instalaciones
eléctricas llamada “X” que curiosamente es la misma con la que yo tengo contratada
mi instalación. Al cabo de una semana recibo una llamada de mi compañía “X”
ofreciéndome un nuevo sistema de instalación eléctrica, el cual contrato. Un mes
después el técnico que me arregló mi instalación eléctrica estropeada vuelve a mi casa
para cambiarme la instalación por una nueva más eficaz.

¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Cuántos saberes están implicados? En primer lugar


vemos que el jefe de la empresa nada sabe de la naturaleza de la electricidad, ni de
instalaciones eléctricas, pero sí que compra y vende ese conocimiento, es deci,r su
saber es un saber de cambio. El técnico de instalaciones eléctricas nada sabe de la
naturaleza de la electricidad ni de cómo se compra o se vende esos conocimientos,
pero sí que sabe cómo se prepara una instalación eléctrica, su saber es un saber de
uso. Por último encontramos que el equipo de físicos de la Universidad “Y” nada sabe
de comerciar con conocimientos ni tampoco de trabajar con la electricidad en un
hogar, su saber es un saber en sí mismo, ellos son los que conocen qué es la
electricidad.

Ahora podemos acercamos a los clásicos griegos en busca de una respuesta acerca del
valor de los saberes. Aristóteles en el comienzo de su Metafísica nos advierte de que
siempre es preferible el saber en sí mismo al saber de uso: «Efectivamente, los
hombres de experiencia (Saber de uso) saben el hecho, pero no el porqué, mientras
que los otros (Saber en sí mismo) conocen el porqué, la causa», es decir, respecto al

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conocimiento, el instalador nada sabe acerca de qué es la electricidad, pero sí que lo
saben el grupo de físicos.

Pero el problema continua, si lo que pretendemos es divulgar el conocimiento


científico, ¿Serán el grupo de físicos los más aptos para enseñarnos en qué consiste la
electricidad? Volvemos a Aristóteles y leemos: «En general, el ser capaz de enseñar es
una señal distintiva del que sabe frente al que no sabe», ahora nos encontramos con
que la capacidad de enseñar un conocimiento, es aún superior al saber en sí mismo, o
al menos lo presupone.

Por ello tenemos que buscar a una persona que conozca los principios generales de las
ciencias lo suficientemente bien como para ser capaz de enseñarlos. Pues aquí
tenemos al divulgador científico, una persona capaz de enseñarnos, no solo en qué
consiste la electricidad sino muchas más cosas interesantes acerca de la ciencia, que
quizás un grupo de físicos no sabría enseñar. ¿Acaso este divulgador de las ciencias no
debería ser un filosofo? Aristóteles nos dirá que si, efectivamente el filosofo es aquel
que posee los mejores conocimientos, pero no los mas útiles.

¿Pero quien posee los conocimientos más útiles? Si seguimos los razonamientos de
Aristóteles encontramos que sería aquel que posee el saber de cambio, es decir, el jefe
de la empresa, el cual a su vez, es el que menos sabe acerca de qué es la electricidad.
¿Es necesaria esta persona, es útil? Si y mucho. Recordemos que el grupo de físicos
que investigaban en la Universidad “Y” estaban patrocinados por la empresa “X”.

Como hemos podido observar, el mercado de los saberes es de vital importancia, al


menos en nuestras sociedades capitalistas. Aun mas, autores como Peter Burke en su
magnífico libro “Historia social de conocimiento” nos advertirá del hecho de que «La
producción y la venta de la información representan una parte importante de las
economías más desarrolladas». Mas allá de la idea del científico altruista, el sociólogo
Peter Burke nos muestra como la Revolución científica debe mucho al mercado de la
información que surgió a raíz del desarrollo de la imprenta, y como, a su vez, esta
Revolución científica está ligada a la idea de Propiedad intelectual y/o Derechos de
autor, con sus consecuentes problemas que a nadie le son extraños hoy en día.

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De la misma manera, Peter Burke nos recuerda que las Compañías de indias, las cuales
se dedicaron a lo largo de la edad moderna al comercio internacional de productos,
actuaban como patrocinadoras de la investigación y a su vez condicionaban el curso de
la investigación más “pura” o académica. ¿Y qué tiene que ver esto con la labor del
divulgador científico?

En el libro citado de Peter Burke nos encontramos con que, al final del capítulo donde
el autor estudia la historia de la venta del conocimiento, podemos leer la siguiente
conclusión: «La selección, organización y presentación del conocimiento no
representan un proceso neutral, libre de valor. Por el contrario, son expresión de una
visión del mundo apoyada en un sistema económico, social y político determinado».
Ahora podemos volver a la idea de divulgador de la ciencia que antes concluimos con
la ayuda de Aristóteles. El divulgador científico tendría que ser alguien capaz, no solo
de explicarnos en qué consiste un descubrimiento nuevo, sino, y lo que es más
importante, que lazos hay entre ese descubrimiento y nuestras vidas. El divulgador
científico no se debe a la ciencia, sino a algo más importante que ella: El conocimiento
público de cómo nos afectan las investigaciones científicas a nuestra vida en común y
en qué medida las investigaciones científicas están afectadas por el interés público.

¿Esto supone afirmar que el origen de las investigaciones científicas esta fuera de los
centros de investigación? Si, en cierta manera. Y es por ello que necesitamos la labor
de un filósofo para tener una visión más profunda de las causas que nos llevan a
investigar una cosa y no otra. De la misma manera este filósofo sería capaz de
enseñarnos cuales son las partes más importantes que deberíamos aprender acerca de
un nuevo descubrimiento haciendo uso de un lenguaje accesible y atractivo a la
mayoría.

Recapitulando, podríamos concluir diciendo que el divulgador científico “ideal” debería


conocer, respecto a la ciencia, los principios generales del saber en sí mismo, del saber
de uso y del saber de cambio. Por otro lado debería tener un profundo conocimiento
de las interacciones que se dan entre estos tres tipos de saberes, puesto que en sí
misma la ciencia es un conjunto de relaciones entre los investigadores, los técnicos y

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los comerciantes. El divulgador-filosofo estaría obligado a conocer los principios
esenciales de la ciencia en sí misma, y no de sus partes.

El divulgador-filosofo tiene como objeto de estudio lo esencial y no lo particular. Por lo


que se tendría que alejar de la forma de trabajo del especialista, el cual como diría
McLuhan: «El especialista es alguien que nunca comete pequeños errores en su
progreso hacia la gran equivocación». El divulgador-filosofo nunca debería olvidar esta
frase.

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