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Una reflexión para el 3 de febrero

BENDECIDOS PARA SER BENDICIÓN

Los miembros de la Sagrada Familia de Burdeos, el 3 de febrero de 1822 celebramos algo


más que un mero evento histórico, es un acontecimiento que nos trae frutos que no perecen,
una bendición especial, llamada a una alabanza incesante porque “ el Señor ha hecho
maravillas y estamos alegres” (Sal 126,3).

Conocemos bien el contexto en el que se nos concedió esta gracia. La fundación naciente de
Pedro Bienvenido Noailles estaba sacudida por una tempestad de oposición y crítica; la falta
de apoyo humano y de recursos materiales hirió profundamente “el pequeño rebaño” del
Fundador. En su sufrimiento, con espíritu de “pobres de Yaweh”, y un confiado abandono se
volvieron hacia Aquel que no desprecia la indigencia del pobre, ni le esconde su rostro (Sal
22,25). Estas palabras las experimentó con fuerza el pequeño grupo, reunido para la
bendición del Santísimo, en esa tarde particular. El Señor les permitió contemplar su rostro
radiante de bondad y de amor.

La bendición eucarística del 3 de febrero es como una joya con múltiples facetas, que refleja
la luz con diferentes matices y formas; que nos invita a contemplar el misterio de amor
inagotable, bajo diversos ángulos y en sus múltiples manifestaciones.
Hoy, consideramos la bendición milagrosa como
una revelación conmovedora de Dios, que es pura compasión. Todo esto significa que Dios
es un Dios que ha escogido libremente ser Dios con nosotros; un Dios que entra en la
humanidad y se deja tocar profundamente por el sufrimiento humano.

En Jesús de Nazaret, esta solidaridad divina se hace tan visible como la luz del día. Los
evangelios están llenos de la compasión radiante de Dios, que se manifiesta en la presencia
de Jesús, en sus palabras, y acciones. El mismo Jesús que recorría los caminos de Galilea es
el que bajó a la calle Mazarin, el 3 de febrero, para decirnos que está con nosotros y que lo
estará siempre.

Sabemos que ningún don ni gracia se concede por el bien de una persona o de un
grupo. Cada celebración del 3 de febrero nos recuerda de una manera sorprendente que
habiendo sido bendecidos especialmente por el Señor, estamos llamados a ser, a nuestra vez,
una bendición para nuestros hermanos y hermanas.

Al reflexionar sobre la gracia de 1822, como gesto de amor de Dios, el Dios


compasivo, “que ve la aflicción de su pueblo, oye su grito, conoce su sufrimiento y viene a
liberarlo (cf Ex 3,7-8)nos sentimos comprometidos a ser presencia de compasión en el
mundo actual tan competitivo. La compasión no debe ser sólo una virtud entre otras, sino un
estilo de vida, una manera de ser.

Estamos llamados a adecuar nuestra manera de vivir a la de Jesús, a vivir una vida de
solidaridad con nuestros hermanos y hermanas en su vulnerabilidad, pobreza, sufrimiento,
alienación, miseria bajo todas sus formas. La solidaridad llena de compasión exige, entrar en
el dolor del otro, aunque nos cueste, para compartir lo que le hace sufrir y le angustia. La
llamada radical de Jesús a una vida de compasión se expresa en estas palabras: “sed
misericordiosos como vuestro Padre del cielo es misericordioso” (Lc 6,36) El Dios que se
hace visible en Jesús, es la fuente de nuestra compasión. Tenemos un medio privilegiado
para impregnarnos de la compasión divina y hacerla nuestra: la Eucaristía.
La aparición de Jesús a las primeras hermanas, durante la bendición con el Santísimo, tiene
una significación especial. Subraya la presencia de Jesús entre nosotros, su ser con nosotros,
su ser para nosotros. Estar con el otro puede ser un modo importante de expresar la
compasión. Quizás en muchas situaciones no podamos hacer más que estar con; ser una
presencia para; ser una presencia con y entre nuestros hermanos y hermanas que son
pobres y sufren. Cuando estamos presentes en profundidad, nuestros corazones permanecen
en verdadera solidaridad y comunión. Cada vez que escogemos estar presentes a los demás
en la compasión, es el corazón de Jesús que ama en nosotros.

Que la bendición eucarística de Jesús, de la que celebramos la memoria el 3 de febrero de


2011, nos urja a llevar su amor lleno de compasión a nuestros hermanos, hermanas y a
nuestra tierra que sufre.

Bendecidos por Jesús, seamos, también nosotros, una bendición para los demás y una alegre
acción de gracias.
Claire Fernando – Nagoda

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