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Ante la miseria

Por Roberto Martínez (18-Oct-1997).-

Para muchas personas la vida diaria es una lucha. Unas son víctimas de la violencia y de la
guerra, otras de desastres naturales, cuántas más de enfermedades recurrentes, y
discapacidades. Muchas de ellas no son jóvenes, tienen décadas sobreviviendo de la
mañana al mediodía y de allí al anochecer, y ahora son viejos y sufren más y aguantan
menos.

Muchos países ofrecen soluciones que proporcionan mayor injusticia. A los viejos se les
hace creer que valen menos y se les acorrala a que tomen la ruta de la eutanasia en vez de
la tutela y la protección que merecen tras una vida de trabajo y sacrificio. A los jóvenes no
se les enseña adecuadamente a ganarse la vida.

Todavía hay mucho analfabetismo entre los jóvenes, que no sólo se debe limitar a enseñar
a leer, sino debe acompañarse de una formación suficiente que permita a la persona
entender lo que lee.

Es mucha la gente sumida hasta la cabeza en miseria; unos por hambre otros por
ignorancia y gran parte por la violencia generalizada. La sociedad voltea la vista y se tapa
la nariz ante estas personas, presentes en nuestra comunidad y en tantos rincones del
mundo, así nuestra indiferencia se convierte en el peor enemigo de la miseria.

La miseria priva de dignidad, no porque el hombre deje de ser persona por ser pobre, sino
porque la persona desposeída o la que sufre sin esperanza aparente, con mayor facilidad
sucumbe a la tentación de entregar su amor propio a cambio de un poco de sustento o un
momento de placer y así se le pisotea como si fuese falto de dignidad.

El respeto a uno mismo es indispensable para lograr el respeto de los demás, sin embargo,
muchos seres humanos, opacados por la miseria, no gozan del derecho fundamental de
ser respetados.
La vida familiar y la educación son un lujo para el que vive en la miseria. El acceso a
buenos empleos en su comunidad que le permitan ganarse el sustento y comer con la
familia y pagar una buena educación para sus hijos es en muchos casos inexistente. La
situación actual está lejos de ser justa.

Los pueblos y naciones delimitan sus fronteras y organizan sus ciudades para concentrar la
riqueza y defenderla de los demás. La globalización tiene fachada de apertura pero está
más interesada en expandir mercados para seguir concentrando la riqueza de los líderes
económicos que en crear una comunidad de seres humanos donde reine la solidaridad.

¿Por qué no podemos construir más puentes entre las naciones? Se necesita
urgentemente una red de relaciones internacionales que detecte las necesidades
humanas y canalice los recursos a donde más se necesitan para erradicar o por lo menos
aminorar de manera importante la miseria.

Es verdad que sí hay medición de parámetros demográficos y de recursos y que cada día
conocemos mejor todos los rincones del planeta y el nivel de vida de sus habitantes, pero
ante la pobreza, las naciones ricas no ofrecen ayuda humanitaria dignificante. Se ofrecen
en cambio falsas ayudas: promoción del eugenismo, esterilización forzada y abortos
gratuitos o subsidiados.

Los estudios arrojan necesidades de comida con bastante precisión estadística y aun así,
prefieren que se desperdicien toneladas de comida, aunque el hambre sigua matando a
miles de seres humanos. No es suficiente conocer las necesidades, hay que tener un
sentido global del concepto de comunidad.

El mundo se hace cada vez más pequeño con los avances tecnológicos en comunicación y
transportación, pero sin un compromiso de las naciones para con el bienestar de los
demás países no tendremos la cordialidad y la hospitalidad suficientes para establecer la
paz mundial y la justicia. Los gobiernos deben comenzar a establecer programas de
trabajo que incluyan el estudio de las necesidades de los países vecinos y los medios para
ayudar en lo que se pueda.

Puede parecer extraño, pero es una idea basada en el principio básico de que es mejor dar
que recibir. Si esta actitud se extendiera a todas las naciones el resultado sería que cientos
de países ayudarían a México y a su vez nuestro país correspondería.

La consecuencia es superior a mi imaginación, pero ciertamente se crearía una sinergía


impresionante y una comunidad mundial nunca antes vista, donde la paz se desearía más
que la guerra.

El primer paso es bajar a nuestra realidad. Bajar la vista y observar el zapato roto, la
muleta vieja, la ropa sucia, el hambre de comida y de saber y la enfermedad que muchos
niños y ancianos de nuestra comunidad sufren cotidianamente.

Hace falta que nos comprometamos todos a eliminar las causas de la miseria y en la
medida de lo posible sus consecuencias.

No podemos ganar esta batalla si no atacamos las causas, pero tampoco es suficiente
hacer un plan en la computadora y delegárselo al asistente.

Hay que llegar personalmente a constatar las necesidades actuales de la gente, como lo
hizo el Presidente entre los damnificados del huracán "Paulina".

Ya sé que estamos en crisis y que no nos sobra mucho, pero yo te digo: ¿cómo prefieres
vivir, cuidándote de los ladrones o construyendo lazos entre los ricos y los pobres;
quejándote de la falta de educación o enseñando lo que tú aprendiste a los que no
tuvieron la misma oportunidad?

Yo sí lo tengo claro, ante la miseria lo mejor es la misericordia.

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