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"Ignoro si lo mismo que hay fantasmas de hombres y de mujeres existen fantasmas de casas. Ignoro si
moriré totalmente o si, cuando me hayan destruido hasta el fin, me alzaré de nuevo, transparente, como
los barcos fantasmas de las leyendas. No lo creo."
Manuel Mujica Lainez, La casa, 1954
1.Renmaderación
Si bien he dicho que perdí la noción del tiempo, tengo la sensación también
desde hace rato (un abrir y cerrar de luces) de que no he dormido en días. Hoy he
despertado después de quien sabe cuanto tiempo y los recuerdos aparecen por mis
ventanas y mis mesas y mis sillas y mis botellas de vino. Se deslizan por mis barandas,
se doblan por mis tejas, sufren las lluvias implacables de las noches y se devoran mis
bombillas eléctricas. Cuando toda esa emoción se cansa, por si sola de darse cuenta que
no alcanza este reciento para ser lo que he sido, entonces ahí, justo ahí, en ese rincón
lúgubre en el cual no vive ningún objeto, allí en la esquinita de este museo donde el sol
ya no abraza y el mar ya no me embebe ni la arena me sepulta, allí sobre la cerámica me
deleitaría de ponerme a llorar un poco por un solo segundo. A veces la muchacha que
trabaja aqui y que nos cuida a nosotros, parecería entender dicha catástrofe y como
leyéndome los pensamientos me ubica por jornadas enteras en dicho lugar predilecto.
Entonces es cuando veo cosas que no había visto por años, y nuevamente la emoción de
los recuerdos huele a tristeza por lo que no vuelve. Y si, esos días no vuelven. Como
cualquier letra de cualquier tango que escuchaba en los años veinte, una de mis tantas
infancias en tierra firme.
Don Esteban mira una mañana al horizonte. Recién llegado, busca entre la
inmensidad del paisaje un atisbo se sombra que le robe ese solazo que le quema las
sienes. Se lo contaría a sus hijos algún verano, en mi salón comedor, pensando en voz
alta y rememorando casi al borde de la ficción la historia de ese lugar al contar su
historia.
Les hablaría allí, a los suyos, de su propio padre que en el siglo anterior había
comprado tierras a un pariente lejano del mismísimo Rosas. Les diría con la verborragia
que por esos días lo caracterizaban que por los tiempos en los que se compró la
propiedad, el vendedor ya no ostentaba el apellido de los dueños originales de esas
tierras, familia que terminó en el exilio. Esos niños no entenderían, pero de todos
modos, el se jactaría de que estaban pisando un suelo que alguna vez fue de la familia
de Rosas.
Escondería su miedo bajo la arena, y no les hablaría de el y en su lugar los
convencería de que todo estaba planeado desde un principio. Nunca les confesaría que
el verdadero motor, la maquinaria marítima que movía sus jugadas, no era mas que el
miedo a defraudar a su propio padre, Don Esteban.
A veces sueño con esa goleta como si yo mismo lo hubiera sido. Una tarde
escuché en uno de los cuartos, hace añares su nombre. Un caballero la nombraba,
entonces supe que tuve otra vida. Lo supe porque la he soñado, a ella, a la goleta, y a
esa vida. Ese caballero solamente le puso nombre y apellido. Pero yo, esta madera ahora
muerta y renacida siempre supo que su primer vida estuvo en el mar. Como los peces
que salen del agua, los batracios cantores que se asientan en tierra. Alguna vez viví en el
mar y tuve nombre y fui codiciada, hasta que entré en desuso, y fui desmantelada por
inutil. Seguro que fue así, pues los días en que el hotel dejó de serlo, tuve la sensación
de que eso ya lo había vivido.
Desde esos días se me ocurrió pensar en las reencarnaciones, en las
reenmaderaciones y en las distintas vidas. Quizás parte de mí en otra vida haya sido
parte de una estancia, o quizás parte de una barca.
Pero también a veces me gusta pensar que tuve otros dueños ademas de los que
sé por nombre y apellido, que he tenido. Otros dueños he tenido aún antes de ser el que
he sido. Por ejemplo aquellos dueños antiguos de las tierras que han hecho y deshecho
en papeles y que nunca me han mirado mas que en la lejanía de la cartografía mal hecha
y para quienes las tierras donde he nacido y muerto no han sido mas que un bien de
intercambio; un negocio. Por mucho tiempo estuve entonces en los pensamientos de
grandes nombres que se imaginaron milímetro a milímetro, las ganancias por legua,
trazandome sólo en el territorio de sus bolsillos abultados. Según he oído, he
pertenecido a algún Rozas alguna vez, ya no esta construcción de madera que ahora
monologa sino mas bien mis pies de arena que han besado el suelo y el mar.
Pero he tenido otros propietarios antes, que me han puesto nombres que la misma arena
o la sangre en ella ha borrado y que han sido llevados por el mar. No recuerdo sus
nombres, fueron muchos. No construían ninguna edificación que durara; iban y venían
ellas y ellos. Ellos han vivido en mi y mis alrededores por milenios. Se dice que a unas
leguas de donde me sepultaron, aún quedan restos antiquísimos, huellas mordidas por el
mar que los guardó por milenios, de los padres de los padres de aquellos hombres que
por primera vez me han mirado como su hogar(1).
II
Los días viejos se entremezclan con las imagenes que alcanzo a distinguir.
Ahora estoy quieto. Esta puerta que soy yo y que revive un rato al ser mirada por los
que curiosos por la sala pasan en busca de sabe quien que pedacito suyo. Este retazo de
ventana (que también soy yo) se ilumina desde la quietud de este encierro para creer
que alguien (tal vez esa dama o ese niño con el chupetín) es capaz de mirar a traves
suyo, y contemplar lo que se ha mirado. Y así podría seguir. Porque todos los objetos de
esta sala que me pertenecieron alguna vez, vibran un poquito cada vez que algun
visitante los admira. He escuchado entre sueños, que en otros museos los visitantes
buscan otro tipo de objetos para admirar. Aquí lo único que se vé es el fruto de un
desguace. Aquí lo único que se oye es la eternidad hecha astillas. Pero ya no me
pregunto más que los trae hasta aquí. Espero no hacerlo más. Prefiero convencerme de
que si me visitan, tendrán sus razones. Tal vez algún día las entienda. Pero no hoy. Ya
he pasado por esto. Mis habitaciones enteras sufrían el desconcierto de no entender por
que esos pasajeros pasaban esas noches de verano bajo mi regazo. Con el tiempo, lo fui
entendiendo. Ahora ya lo he olvidado. Eso ha quedado sepultado al sacar mis maderas
de la arena, al derruir mis cimientos, al extraer la última de las maderas henchidas
clavadas a la tierra. He dejado de ser quien era, ya no sé albergar ni cobijar pasajeros
como lo he hecho. Ahora me conformo con el recuerdo de los que me han habitado cada
vez que me sacan del sueño eterno de mares escondidos y me visitan y se preguntan
¿Quien he sido?
Pero ahora es tarde para recordar. Ahora la paz es eterna y por lo menos hasta el
próximo desguace, tengo tiempo para revivir fragmentos. Revivirlos como en esos
filmes que algunas veces pasa en este museo. Donde se muestran imágenes perdidas en
el tiempo, donde locutores con voz de pito impostan una época que ya no es. Donde se
me ve vivo y erguido, con el semblante por lo alto, a veces de perfil otras de frente,
frente al mar ininmutable. Donde hablan de mi y donde cuentan mi historia. Por un
segundo me creo (cuando veo esos filmes) que yo he sido eso. Pero no. Al rato me
convenzo de que aquello que cuentan es lo que ellos creen, pero no lo que yo fui. Yo no
deseo revivir un recuerdo ajeno. Yo no quiero recordar mi propia vida. Yo quiero
revivirla. Aunque sea desde este rincón oscuro que ahora soy, un hotel del tiempo.