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Ficciones para un proxeneta de novela – Luciano Galizia

Ficciones para un proxeneta de novela

Ficciones alrededor de los encuentros entre Roberto Arlt y el proxeneta Noé Traumann
(el Rufián Melancólico) en la confitería las Violetas, en el barrio de Almagro en la
década del 20.

El tranvía ruidoso atravesó a toda velocidad la esquina de Yatay y Rivadavia en


la cara de Roberto, que amarrado a un recuerdo de su barrio de Flores natal,
bruscamente fue traído a ese presente que lo encontraba mirando en cualquier esquina
todas las esquinas y en cualquier delito, todos los delitos. Como todos los días
atravesaría Castro Barros a toda velocidad esquivando los grandes carros metálicos que
se le vienen encima. Se despeinaría el pelo engominado o a medio engominar y con una
estirpe como de Florencio Sánchez con el mechón arborescente y arremolinado, se
metería por la boca del metro y sentiría ese olor a taller en sus manos cuando el baho se
mete por las escaleras desde el mundo de allá-abajo hasta el mundo de acá arriba.

Los vagones de madera eran poblados por algunos trabajadores que se dirigían
como el hacia el lado del centro. El chirrido del coche que se detiene en Alberti, lo
despierta de un pensamiento. Ni se da cuenta y ya debe bajarse, y una vez arriba, de
nuevo, como siempre a la redacción.

Por esos días Roberto se la pasaba cubriendo acontecimientos delictivos de todas


las calañas, mayormente en el Centro, en el Bajo y también en algunos barrios. Iba con
su compañero de aventuras, aquel fotógrafo que cargaba su pesada maquina para todos
lados. Ese día le informan que deben ir al Bajo a cubrir una serie de incidentes
ocurridos en burdeles. Y allí fueron. Y allí vienen

Con el cuerpo de un boxeador de pocas palabras, con la estirpe erguida y un traje


gris y boina, se acerca por la vereda un tal Noe. Da unas indicaciones a un pibe que le
hace caso, le da un fajo de billetes y sigue su camino. Va a encontrarse con una tal
Raquel. Roberto espera y mira el movimiento de tanta gente alrededor. A lo lejos el
caserío de los barrios, ahi cerquita, el rumor de la calle que se niega a callarse. A sus
espaldas, Noé lo mira, de reojo, y en silencio le hace una seña. Que vaya, le dice. Que lo
espera, le dice. Que vaya solo, le recomienda, no quiere fotos. Sólo una charla, breve,
un rato.

El hombre lo esperaba en una silla, y le ofreció otra para que se siente. En una
mesa, un primus con una pava que ya se había enfriado, una botella de ginebra Llave,
unos cigarros y un diario a medio leer, abierto en la sección de policiales. La habitación
olía a encierro. Uno de esos encierros que se dan mas por falta de higiene que por otra

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cosa, o mas bien por la alta concurrencia. Noé ofrece una ginebra, y Roberto agradece
pero no acepta.

-No a estas horas, usted sabe- Confesó.


-Usted me dirá que vino a buscar. Yo no sé. Acá a mis mujeres no las tengo.

Noé sonreía. Entre pícaro, rufián y conquistador, dejaba dibujada una sonrisa que dejaba
entreveer sus dientes desalineados. Al silencio de Roberto, mas por cagazo que por
timidez, Noé lo llenó con cosas. Levantó el periódico, lo dobló, le mostró la portada,
freno un hipo con su otra mano, apoyando el diario sobre la mesa. Luego lo volvió a
doblar y dejó nuevamente la nota de policiales.

-Me gusta- Resumió. Me gusta como está escrito esto. El estilo, las palabras, no se.
Mire que a mi leer, hoy por hoy... Pero esto me gusta. Lo felicito, Roberto.

-A mi no. Al editor. Me corrige todo. Me cambia todo. Ya voy a poder escribir lo que
yo quiera, pero no aquí. Es un trabajo, usted sabe. Escribo otras cosas también. ¿Quiere
leer?
-Le resumo. No. Lo que quiero es que usted escriba algo sobre mi. ¿Entiende?

El ejemplar del diario Critica, era utilizado como señalador por Noé, que lo agitaba y
remarcaba en su pecho el mi y a Roberto en el usted. Repitió el gesto dos veces,
suficiente para que Roberto se sonroje y quiera irse.
-Le dejo un teléfono- Y Noé anota con numeros grandes un garabato en una punta del
diario, y corta de a pedacitos sacando su lengua afuera.

-Tome, tenga. Arreglemos. Y si quiere a mis chicas me avisa. Pero ese es otro precio.
Roberto toma el papel. Asiente. Le da la mano. Guarda el número en su bolsillo. Luego
de dar media vuelta, ya está afuera, y Raquel vuelve a entrar.
En la calle está la ciudad. Alli adentro estaba la calle. En el camino de vuelta, charlará
con su compañero lo sucedido.

Ante el bullicio de las gentes que caminan atolondradas por la larga avenida que
se extiende hasta el infinito, Roberto cae en desgracia un par de veces al toparse con
hombres que de sombrero y traje ni miran mas alla de su par de anteojos redonditos, y
cruzan la calle y desaparecen en edificios de do o tres pisos, y se meten en sus casa con
sus sillones y sus mujeres de pelos platinados, o de pelucas. Ellas los esperan, para el
café de las cinco o para el almuerzo de las doce, con algo preparado, con una sonrisa
que viene de lejos. Lo esperan con la radio prendido, o a lo mejor, talvez, esperan que
ellos la prendan para escuchar la audición que mejor suene. Ellos caminan, se bajan del
tranvía, se meten en zaguanes, se imaginan sentados en sillones, abrigados por ventanas
con vidrios que dan a la calle, donde se ven mas hormigas que fueron como ellos antes
de llegar, y se imaginaba quedándose quietos, un segundo, ante el plato de comida, y se

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imaginan las palabras que se brindarán cuando ellas les pregunten. Y se imaginan esa
rutina tan esperanzadora que los espera. Y Roberto cae en la desgracia de imaginarlos a
ellos y se olvida por un instante que ya llegó a la cita y que está sentado en la confitería
de la esquina y espera que el señor Trauman llegue y lo reconozca. Y que le charle, y
que le cuente, de su vida, como el mismo quería, para ver si a Roberto se le ocurren
unas líneas que lo saquen de la desgracia.

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