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LA CIVILIZACIÓN ISLÁMICA

De las grandes religiones de la humanidad, el Islam fue la última en aparecer. Iniciada por un solo
hombre, Mahoma, un poco más de un siglo, fue adoptada por la totalidad de la población árabe y
por gran parte de los habitantes del inmenso imperio que conquistaron y que perduró más o menos
unido hasta el siglo X. Desde ese momento, el Islam se transformó en la bandera de una serie de
pueblos que, durante siglos, se han disputado la hegemonía en una amplia zona que ocupa el
Próximo Oriente y el oeste de Asia con ramificaciones por el sudeste europeo y África.

Cuando en el siglo VII Mahoma comenzó a predicar su nueva religión, lo que estaba haciendo era
poner las bases para el nacimiento de una civilización que en muchos aspectos aún hoy se
mantiene.

El Islam fue el aglutinante religioso de unos grupos que estaban en el momento adecuado para
formar un poder político unificado y fuerte que se extendió, de manera fulgurante, en poco más de
cien años hasta formar un imperio de dimensiones gigantescas (desde la India hasta la península
ibérica). La propia rapidez de la conquista, la complejidad de los pueblos conquistados, la falta de
un poder político estable y el resurgimiento político y económico del Occidente europeo, hicieron
que el Imperio musulmán comenzara a fragmentarse poco después de que alcanzara su máximo
apogeo, pero eso no supuso el fin de la civilización islámica, que continuó su historia, aunque en
muchos aspectos sin evolución de ningún tipo.

El marco geográfico y temporal en el que nació el Islam

La religión islámica nació en Arabia y su creador y primer difusor fue Mahoma, que se consideró a
sí mismo un profeta.

A principios del siglo VII la península arábiga, casi toda ella desértica, estaba ocupada
principalmente por tribus nómadas de beduinos que se dedicaban al comercio caravanero de
camellos, al pastoreo de ovejas o a practicar cierta agricultura semisedentaria; había también
algunas ciudades importantes que, situadas en las rutas caravaneras, eran centros comerciales.
Esas ciudades se encontraban en el suroeste de la península y su florecimiento se debía a las
relaciones mercantiles con África (Sudán, Nubia, etcétera) y Asia.

Arabia había tenido ya importantes centros comerciales en la zona del norte como el reino de
Palmira y la ciudad de Petra, pero la expansión romana primero y la bizantina después habían
terminado con estos enclaves, al arrebatarles sus monopolios comerciales. Por ello y por el
creciente interés hacia los productos procedentes de África, el mundo árabe había desplazado sus
rutas caravaneras hacia el sur.

Así surgió La Meca como ciudad comercial y como centro religioso del mundo árabe, cuya confusa
y politeísta religión tenia, en la “Piedra Negra” del santuario de la Kaaba, un reciente lugar de
peregrinaje.

Las tribus beduinas vivían en una constante rivalidad que se plasmaba en continuas luchas y
enfrentamientos ; entre beduinos y habitantes de las ciudades la situación no era mejor y si se
mantenían ciertas relaciones eran estrictamente comerciales, en las que unos y otros estaban
interesados.

El mundo árabe de esta época era, pues, un conjunto fragmentado compuesto de tribus nómadas,
de ciudades aisladas y de una minoría de agricultores sedentarios instalados en los oasis. Las
principales ocupaciones de nómadas y ciudadanos eran el transporte y el comercio, sin que el
bandolerismo fuera ajeno a toda esa actividad.
En este ambiente, Mahoma comenzó a predicar una nueva religión monoteísta, bajo la cual debían
unirse las diferentes tribus y familias del pueblo árabe. Mahoma predicaba una religión sencilla, en
la que la promesa de salvación y un futuro paraíso arraigó pronto entre los grupos más humildes de
La Meca. Los grupos dominantes de la ciudad sintieron que la nueva religión podía poner en
peligro sus intereses y no apoyaron a Mahoma, que hubo de huir en el 622 a la ciudad de Medina.
Allí, por razones de rivalidad con La Meca y porque Mahoma debió de suavizar el programa
dogmático, el profeta consiguió rápidamente adeptos que le hicieron jefe religioso y político. Ocho
años más tarde, en el 630, Mahoma entro militarmente en La Meca, donde, tras destruir todos los
ídolos (respetó la “Piedra Negra” como símbolo de la piedad islámica), logró imponer la nueva
religión.

El mundo árabe, hasta entonces desunido, encontró el monoteísmo islámico (Islam significa
sumisión a Dios) un elemento capaz de vincular a todos los diferentes grupos, sin que ello
significara el sometimiento de ninguno de ellos al poder de otro.

La religión de Mahoma ofreció algo nuevo que estaba por encima de ciudades y tribus que podía
darle al mundo árabe unidad y fuerza. Tan sólo era necesario un objetivo y, consciente o no de
ello, Mahoma también lo dio: la guerra santa. La difusión del Islam por medio de la guerras y la
conquista supuso canalizar la violencia latente entre los árabes, dar una oportunidad a los
desheredados, satisfacer los deseos de riqueza de la mayor parte de la población y sentar las
bases para recuperar el predominio del tráfico comercial en el norte del país.

Con todo ello, los musulmanes (creyentes) no tardaron en crear un gran imperio.

El marco geográfico y temporal del Imperio musulmán

Partiendo de Medina y La Meca y aún en vida de Mahoma, el poder musulmán se extendió por el
centro de Arabia y la costa del mar Rojo.

Tras la muerte del profeta, en el año 632, se abrió lo que puede considerarse un segundo periodo
de la historia del Islam. Se denomina ese periodo “Califato perfecto” porque de la dirección de los
musulmanes se encargaron familiares o amigos íntimos de Mahoma, que adoptaron el titulo de
califa (sucesor del Profeta). Estos primeros califas fueron cuatro (Abu-Bakr, Omar, Otmán y Alí) y
gobernaron hasta el año 661, teniendo como capital Medina.

En ese tiempo, el poder musulmán se extendió a toda la península de Arabia, a Siria y a parte del
Imperio bizantino (por el norte), a Egipto y parte de Tripolitania (por el oeste) y a Irak y Persia (por
el este).

El último de los “califas perfectos”, Alí, ya no realizó conquistas, lo que supuso que aparecieran los
primeros conflictos internos, que hasta entonces habían permanecido ocultos, debido a que había
de enfrentarse a un enemigo exterior del que además podía obtenerse un botín.

Alí fue asesinado y sustituido en el poder por una familia precedente de Siria, los Omeyas.

La dinastía de califas Omeyas conformó el tercer periodo del imperio musulmán, que se extendió
durante casi cien años, hasta el 750. La nueva dinastía trasladó la capital a Damasco y reanudó la
expansión musulmana. En su tiempo se conquistó por el oeste, tras un duro enfrentamiento con los
beréberes, el norte de África y, con mucha más facilidad, casi toda la península ibérica. Hacia el
este, en unas difíciles y conflictivas campañas, se llegó hasta el Indo y la ciudad de Samarcanda.
Los Omeyas también intentaron la ocupación de Bizancio, pero en ese frente fracasaron.

En otro sentido, la llegada al poder de los Omeyas significó una división religiosa entre los
musulmanes, ya que algunos no aceptaron la sucesión de los Omeyas como califas ni la validez de
la Sunna como texto de contenidos religiosos; eran los chiítas cuyo enfrentamiento con los sunnitas
(partidarios de la Sunna) terminaría con el aniquilamiento de la familia Omeya. En efecto, el
sentimiento purista de los chiítas que sólo aceptaban las enseñanzas del Corán, fue aprovechado
en Persia, donde había un fuerte sentimiento nacionalista en contra de los califas Omeyas. De ese
modo y tras el asesinato casi completo de la familia Omeya se hizo con el poder una nueva
dinastía, la de los Abbasidas.

El califato abbasida supone el cuarto periodo del Imperio musulmán, pero, aunque se mantuvo
hasta el 1258 y tuvo un periodo de notable esplendor, que duró hasta el siglo IX, los Abbasidas ya
no fueron el único poder del mundo islamizado, pues de ellos se fueron independizando diferentes
zonas. Después de trasladar la capital a Bagdad, el Califato abbasida pronto puso en evidencia la
evidencia la influencia persa al adoptar las formas de gobierno y el ceremonial propia de las cortes
persas.

Mientras tanto, los turcos selyúcidas, convertidos al Islam habían hecho su aparición y ganando
poder hasta ser los protectores del Califato abbasida y los defensores de la tendencia sunnita, que
llegaron a imponer.

El Califato abbasida terminó sus días como una simple monarquía, cuyo califa se siguió
considerando, más en teoría que en la práctica, jefe religioso del Islam. Finalmente, en 1258, el
último representante de esta dinastía fue asesinado por un nieto de Gengis Kan que capitaneaba
los ejércitos mongoles que tomaron Bagdad. Se puso así fin al predominio árabe sobre el mundo
islámico.

ECONOMÍA Y SOCIEDAD

La vida económica del mundo musulmán se asentó fundamentalmente sobre tres actividades que
se condicionaron entre sí: la agropecuaria, la artesanía industrial y el comercio. Las producciones
agrícolas fueron de un volumen tal que permitieron alimentar a la población no productora
(artesanos y comerciantes) y dedicar parte de los excedentes al comercio. Mientras tanto, el
desarrollo del artesanado industrial permitió una mayor actividad comercial y la implantación de
una economía de mercado que también incidía sobre la agricultura. Y, por lo que respecta a la
ganadería, basta señalar que la cría de camellos fue determinante para el comercio, tanto como
medio de transporte, como propio objeto de comercio (mercado de camellos).

Agricultura y ganadería

Al comienzo de la historia del Islam, la población árabe, extendida por los desiertos de Arabia,
practicaba una agricultura de oasis muy limitada y una gran parte de la población subsistía a base
de una dieta de leche de camello y dátiles. Productos como el pan o el queso eran entonces
auténticos artículos de lujo. Ahora bien, una vez que el mundo musulmán comenzó su expansión y
fueron ocupadas tierras con más posibilidades agrícolas, las cosas fueron cambiando. De todos
modos, el área de ocupación musulmana estaba formada, en su mayor parte, por tierras en las que
el agua era escasa y por ello fue preciso recurrir al regadío. La agricultura de regadío no fue un
invento de los árabes, pero sí fue una técnica que ellos difundieron notablemente.

De ese modo se puede distinguir entre una agricultura de regadío altamente productiva, que se
desarrollo allí donde ya había existido (Egipto y Mesopotamia) o en donde las condiciones
naturales lo permitían (Al-Ándalus) y una agricultura de secano, con frecuencia vinculada a la
ganadería.

El uso del regadío difundió no sólo técnicas (canales subterráneos, pozos, norias, etcétera) sino
también cultivos como la caña de azucar, el arroz, los cítricos, el algodón o la morera (como
alimento de los gusanos de seda).
Ahora bien, la producción agrícola más importante siguió siendo la cerealística que, junto a los
frutales y a las hortalizas, propios de cada país, constituyeron la base alimenticia.

El artesanado industrial

El desarrollo de las ciudades, con sus mercados permanentes (zocos), y del activo comercio a
larga distancia, hizo que apareciera un variado artesanado, de corte industrial en muchos de los
casos. Probablemente ninguna civilización anterior a la islámica generó tal variedad de oficios y de
productos artesanales. Con frecuencia se produjo una cierta especialización, lo que hizo que
determinadas ciudades o regiones hicieran famosos algunos de sus productos, como las espadas
o la orfebrería (damasquinado) de Damasco, las alfombras y tapices de Bagdad, los trabajos de
cuero repujado (cordobanes) de Córdoba, el papel de Samarcanda o de Játiva, los jabones de
Siria, etcétera. Esos productos de prestigio estuvieron sujetos a un comercio internacional más
intenso, pero cualquier zoco musulmán tenía la presencia de artesanos textiles (tejedores,
tintoreros, sastres), del cuero (curtidores, repujadores), de la madera (carpinteros, torneros), del
metal (cuchilleros, orfebres), drogueros, alfareros, libreros, cordeleros, etcétera.

Este notable desarrollo del artesanado es probable que se diera, al menos en parte, por la falta de
tierras de cultivo. El mundo musulmán ocupó siempre tierras semidesérticas de difícil cultivo, por
ello su vocación comercial fue temprana y es fácil entender que el artesanado industrial estaba
directamente vinculado al comercio.

Por lo que a las técnicas artesanales se refiere, debe señalarse que los árabes, en su expansión,
conocieron técnicas que pronto adaptaron a sus intereses y maneras de hacer; buenos ejemplos
de ellos fueron el papel y la seda. De todos modos y, haciendo excepción del artesanado textil, no
puede considerarse que los musulmanes introdujeran grandes novedades en las técnicas
artesanales.

La actividad comercial

Siglos antes de que surgiera el Islam, la principal ocupación de los habitantes de Arabia era el
comercio, fundamentado entonces en el transporte caravanero realizado a lomos de camellos. El
proceso expansivo del mundo musulmán abrió las posibilidades del comercio de manera notable,
ya que éste se hizo precisamente siguiendo la dirección de las principales rutas comerciales.

Así, ya en tiempos de Califas Perfectos, el Islam se había situado en Siria y Armenia teniendo en
sus manos el control de las rutas que ponían en contacto Europa y Asia. Los Omeyas extendieron
ese control al llegar por el este a las riberas del Indo y por el oeste hasta España. La ocupación de
tales territorios, pronto supuso también el dominio de unos mares importantísimos para el trasiego
de mercancías: el Mediterráneo, el mar Rojo y el mar Arábigo (golfo Pérsico incluido). De este
modo, durante casi cuatro siglos, los musulmanes ejercieron un predominio indiscutible sobre lo
que bien podría calificarse como el comercio mundial de la época.

Los árabes tenían buena experiencia en el transporte terrestre y llevaron sus caravanas de
camellos por el centro de Asia, hasta China, atravesando los desiertos del Turkestán y del Gobi y
por el sur hasta la India. De estos lugares llevaban hasta Occidente todo tipo de productos exóticos
y de lujo (sedas, especias, papel, etcétera.). Internándose en el continente africano obtenían esos
productos, como oro (del Sudán), maderas o marfiles.

Con frecuencia utilizaron Constantinopla como puerta de entrada al mercado europeo y, aunque
intentaron repetidamente conquistar la ciudad, nunca lo lograron.
Cuando dominaron las técnicas de navegación prolongaron las rutas terrestres por vía marítima,
sobre todo en el Mediterráneo, para introducir sus productos directamente sin pasar por
Constantinopla.

Hábiles mercaderes, los musulmanes contaron desde la época Omeya con un sistema monetario
propio, capaz de imponerse en los mercados internacionales. Sus monedas tuvieron distintos
valores pero destacó sobre todo el dinar de oro. Junto a esa poderosa moneda, desarrollaron otros
sistemas comerciales, como la letra de cambio, capaz de actuar como auténticos cheques y cuya
principal ventaja residía en el menor riesgo que corría el comerciante al no tener que transportar
consigo dinero en efectivo. Éstas y otras técnicas de tipo bancario tuvieron, no obstante, una
repercusión limitada, ya que su uso no llegó a generalizarse.

La sociedad musulmana

Desde el punto de vista social, la civilización musulmana se caracterizó por haber generado grupos
sociales entre los que existían grandes diferencias de situación

económica . No hubo diferentes grupos en base a privilegios de casta, pero sí enormes diferencias
de riqueza. Así, junto a fastuosos modos de vida se daban profundas miserias para los menos
favorecidos por la suerte.

La civilización islámica fue eminentemente urbana en todos sus territorios salvo Egipto, donde el
Nilo seguía forzando a la población a un asentamiento de continuo arrabal a lo largo de sus orillas.

Los árabes construyeron, pues, docenas de ciudades a lo largo de sus rutas comerciales y en ellas
vivía lo que podría considerarse una aristocracia urbana que, dedicada primordialmente al
comercio, tenía un enorme peso en la vida política de las ciudades. Por debajo de esta aristocracia
comercial y del dinero, existió una clase media constituida por artesanos, pequeños comerciantes o
modestos propietarios de tierras, que vivían en la ciudad. No obstante, esta clase media estaba ya
muy lejos de los grandes hombres de negocios. Por último, en el marco urbano, estaban los
esclavos, que actuaban como servidumbre doméstica de los demás grupos.

Por lo que respecta al mundo rural, pude afirmarse que las condiciones de vida fueron, por lo
general, peores que las del mundo urbano, tanto si se trataba de grandes latifundios como de
pequeñas propiedades. El trabajador de los latifundios, que con frecuencia pertenecían a los ricos
mercaderes de las ciudades, estuvo sometido a una condición semiservil de corte feudal. En el
caso de los campesinos propietarios de pequeñas explotaciones, los impuestos fueron causa
frecuente que no les permitía salir de una condición miserable.

Por encima de todas estas consideraciones de carácter general, debe tenerse presente que el
mundo musulmán, en su rápido proceso expansivo, dominó territorios muy diversos en los que se
encontró muy diferentes estructuras sociales o regímenes de propiedad que condicionaban éstas.
Por lo general, los musulmanes invasores, cuyo número fue siempre notablemente inferior al de las
poblaciones indígenas, respetaron el estado de cosas que encontraron a su paso. Así, con
respecto a la propiedad agrícola, realizaron pocas modificaciones, limitándose a establecer un
sistema de impuestos más gravoso para las poblaciones indígenas que no se acogían a la fe
islámica. Inicialmente la conquista supuso también un aumento de la mano de obra esclava, pero la
posibilidad de alcanzar la libertad tras la aceptación del islamismo, generalmente dio lugar a
conversiones masivas. Con el paso del tiempo, la mano de obra esclava fue fundamentalmente
importada de países lejanos a los del dominio musulmán. Fueron particularmente famosos los
esclavos negros del Sudán.

MENTALIDAD Y PENSAMIENTO
La expansión del Islam se produjo a partir del núcleo árabe, pero en el corto espacio de tiempo de
un siglo, el mundo musulmán se extendió por un vasto territorio en el que habitaban muy distintos
pueblos y al que llegaban diferentes influencias de otras civilizaciones. No puede por ello
identificarse mundo musulmán con mundo árabe, ni tampoco entenderse que la cultura y
mentalidad árabes fueron las que predominaron en todo el mundo musulmán.

En este sentido, la civilización islámica supo aceptar, no sólo todo aquello que de bueno encontró
en los pueblos que aglutinó bajo una misma fe, sino también todos los contenidos culturales que
del legado de la antigüedad llegaron hasta sus manos y fueron muchos.

Esta actitud sincrética fue la que permitió un constante enriquecimiento de la cultura islámica, hasta
el punto de llegar a ser admirada por el occidente cristiano.

Por otro lado, el proceso expansivo iniciado en las ciudades de Medina y La Meca se orientó tanto
hacia el este como hacia el oeste, por una amplia zona de carácter desértico, más propia para el
asentamiento concentrado que para el disperso. Si a eso se añade que los contingentes invasores,
por razones de seguridad, debidas a la inferioridad numérica, siempre tendieron a permanecer
unidos y que algunos de los territorios ocupados ya tenían una fuerte tradición urbana
(Mesopotamia, por ejemplo) será fácil entender que el mundo musulmán se sintiera particularmente
atraído por el modo de vida urbano.

De todo lo dicho pueden desprenderse dos características de la civilización islámica: su sincretismo


cultural y su carácter urbano.

Ahora bien, sin duda alguna fue la religión islámica la que más poderosamente conformó la
mentalidad musulmana y la que determinó todo un modo de entender la vida, ya que la religión
coránica trascendía al mundo de las creencias para convertirse en una auténtica reglamentadora
del modelo de vida.

La religión islámica

Cuando Mahoma diseñó la doctrina del Islam, lo hizo desde una actitud de claro eclecticismo.
Perteneciente a una familia de mercaderes de La Meca, Mahoma entró en contacto con grupos
judíos y cristianos y conoció así más de una tradición religiosa, cuyos fundamentos también
enlazaban con la religión de los árabes, ya que la “Piedra Negra” de la Kaaba se asociaba al
patriarca Abraham. De ese modo, Mahoma conoció y adoptó el monoteísmo judaico.

Según la tradición, el arcángel Gabriel se le apareció para comunicarle, como profeta elegido por
Dios, la religión que debía predicar. Mahoma se anunció como el último profeta de una lista en la
que se encontraba con Moisés, Abraham y el propio Jesús y su misión era la de transmitir el
mensaje de Alá, el único Dios al que todos debían someterse (Islam significa Sumisión).

Introducir una nueva fe entre un pueblo compuesto en su mayoría por una población inculta debía
ser una tarea difícil y Mahoma, que así debió entenderlo, optó por un dogma sencillo, con un
mensaje de esperanza y con una práctica fácil de asumir. Tampoco debía negar del todo algunas
de las tradiciones religiosas de los árabes si deseaba tener éxito. Así, partiendo del monoteísmo
absoluto de Alá, creador y juez de los hombres, anunció un mensaje de salvación en el que se
prometía un paraíso de goces terrenales, estableció unas pocas y claras obligaciones y dio a todo
su credo una serie de principios éticos a partir de los cuales podía regularse la vida social.

La totalidad de los dogmas y de lo preceptos que debían observar los musulmanes quedó recogida
en el Corán. Este libro, realizado por los discípulos de Mahoma tras su muerte, fue la base principal
del saber religioso islámico y el punto de partida y la referencia obligada de todo derecho
musulmán. Según el Corán, las principales obligaciones religiosas y sociales de los creyentes son:
La oración cinco veces al día (se hace mirando a La Meca y después de haber realizado la
ablución o lavado purificador con agua).

El ayuno durante el mes de Ramadán (prohibición de comer y beber durante el día).

La peregrinación a La Meca al menos una vez en la vida (siempre que la salud y la fortuna los
permitieran).

La limosna o impuesto religioso (dedicado a fines de beneficencia).

A estas obligaciones, pronto se sumó la de la Guerra Santa como medio de expandir el Islam y
cuyo mayor atractivo fue la promesa del paraíso.

Otros preceptos de carácter secundario fueron la prohibición del consumo de bebidas alcohólicas,
de carne de cerdo y de animales cuya sangre no se hubiera vertido (es decir, muertos por
enfermedad).

Por lo demás, el Corán contempla otras muchas cuestiones referentes a la institución familiar y
comentarios precisos sobre el derecho civil, penal y comercial, entre los que cabe destacarse la
condena de la práctica de la usura.

El Islam fue pues una religión enormemente sencilla y carente de culto, por lo que no precisó de
sacerdotes que la interpretaran, ni que se encargaran de práctica litúrgica alguna. Así, la única
actividad religiosa que se realizaba en comunidad era la oración en la mezquita cada viernes; pero
el muecín, que con sus cánticos desde el alminar convocaba a los fieles y el imán, que dirigía la
oración, eran simplemente funcionarios civiles, sin carácter religioso alguno que los diferenciara de
los demás creyentes.

A pesar de que en la religión islámica, por la sencillez de su dogma, no parecía posible que
apareciera un cisma, éste se produjo tras la aparición de un segundo libro, la Sunna (la tradición),
que recogía todo tipo de comentarios referentes a Mahoma (sus dichos, costumbres, actitudes,
etcétera) y que también tuvo gran peso en la concepción del derecho musulmán.

A la llegada de la dinastía Omeya, los grupos puristas que sólo aceptaban como califas a los
descendientes de Alí (el último Califa Perfecto) también renegaron de la Sunna, por entender que
tan sólo el Corán era el libro sagrado. Surgieron así dos grupos religiosos y políticos, los sunnitas,
partidarios de la Sunna y de los Omeyas, y los chiítas, defensores tan sólo del Corán y de los
Abbasidas.

En resumen, puede decirse que la sencillez del islamismo, alejado de dogmas mistéricos, su
carencia de culto y de clero y la profesión de fe como principal obligación del creyente, fue lo que
hizo posible que cada musulmán se sintiera portador de una idea religiosa que era a la vez
creencia y modo de entender la vida.

Todo ello, unido al hecho de que la jefatura política y religiosa se concentraba en la figura del
califa, fue lo que permitió la rápida expansión del Islam.

El pensamiento musulmán

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