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LA CRISIS, LOS CANDIDATOS Y LAS ELECCIONES DE 2012

Antonio Sánchez García

Nuestro candidato – o candidata - debiera ser una persona culta y preparada, con
una larga trayectoria profesional y política, y con suficiente carácter, inteligencia,
madurez y coraje como para salir airoso de las difíciles pruebas a las que será sometido.
No sólo un buen gerente, sino un estadista capaz de reunificar a la quebrantada sociedad
venezolana. Liderar una coalición de voluntades y representarnos dignamente ante el
mundo.

“Un político piensa en las próximas elecciones, un estadista en las próximas


generaciones.”

James Freeman.

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Venezuela vive la más grave crisis existencial de su historia. Y después de doce
años de desgobierno y despotismo se halla al borde del abismo. Todo lo cual es tan
palmario, tan temibles sus síntomas y tan manifiestas sus consecuencias – derrumbe del
aparato productivo, inflación desbordada, pobreza crónica, desempleo y carencia de
viviendas, inseguridad, anomia y corrupción galopantes, todo lo cual promovido por el
montaje de una descarada dictadura autocrática – que ni debiéramos mencionarlo
Nuestro país vive una enfermedad terminal que podría dar al traste con doscientos años
de historia. Y se encuentra ante la definitoria encrucijada que debiera ser resuelta cuanto
antes: ¿dictadura o democracia? No hay tiempo que perder.

La resolución de esa encrucijada debiera ser el asunto prioritario de nuestra clase


política y la preocupación esencial de los ciudadanos. El régimen ni duda ni posterga las
decisiones para acelerar a su favor el desenlace. Empuja ahora mismo y sin perder un
segundo con todas las fuerzas y medios de que dispone, hacia el establecimiento de un
régimen totalitario, bajo el modelo cubano y la directa asesoría – si es que no ejercen ya
el máximo control de nuestras instituciones civiles y militares – de sus gobernantes. Y
practica la clásica política fascista, como lo hacen quienes pretenden la aniquilación del
adversario y el copamiento total de las instituciones: mediante una guerra a muerte,
apenas solapada por la necesidad de aparentar la legitimidad de un régimen
democrático. Ya tiene su candidato y está en plena campaña con miles de millones de
dólares y un Estado a su servicio: un ejército, una marina, una aviación y todos los
medios del país encadenados a su capricho. ¿Nosotros? Una docena de precandidatos.

Éste es el contexto en que se encuadra la lucha política en Venezuela desde


hace doce años: un enfrentamiento mortal, excluyente y definitorio, -
brutalmente controlado por un Estado al servicio del proyecto totalitario - por el
dominio y el control total de la sociedad. Contra una sociedad civil inerme. Hasta ahora,
las elecciones han sido el pretexto de quienes las controlan para afianzar su
legitimación: las ganen en buena o mala ley, incluso las pierdan, como el 2 de diciembre
de 2007, el 23 de noviembre de 2008 o el 26 de septiembre de 2010. Será la
condicionante de las presidenciales de diciembre de 2012. La tarea que enfrentamos: no
sólo ganar, sino vencer.

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Ante ese monumental desafío y las injustas reglas del juego, siempre a favor del
régimen, asombra la ingenuidad con que algunos precandidatos y sus partidos se
enfrentan al histórico litigio. Nadie parece interesado en encontrar un acuerdo, formar
bloques y facilitar la tarea de definir cuanto antes las reglas del juego. Incluso
abandonando el terreno de la contienda política inmediata. ¿Puede alguien imaginarse
los inmensos problemas de toda índole que dejará en herencia este siniestro
desgobierno? ¿Sabe alguien cómo enfrentar una deuda pública de cien mil millones de
dólares? ¿Cómo reparar el tejido social dañado por trece años de incuria, de
irresponsabilidad, de enfrentamientos, de saqueos y atentados?

Esas preguntas apenas se compadecen de los problemas reales que debiera


enfrentar quien asuma la pesada carga de ponerle orden a un país en bancarrota: ¿qué
hacer con una industria petrolera en ruinas, con una agroindustria por los suelos, con un
sistema productivo devorado por una economía de puertos, con unas fuerzas armadas
ideologizadas, con un hampa desbordada? ¿Cómo recuperar un sistema de salud por los
suelos? ¿Cómo devolverle la alegría, la educación, el respeto a los millones de niños de
nuestros barrios abandonados a su suerte? ¿Cómo poner en práctica una auténtica
revolución moral, que le devuelva la dignidad y el sentido del honor a una Patria
esquilmada, traicionada, y humillada? ¿Cómo resolver los graves cuellos de botella de
nuestros servicios básicos, de nuestro colapsado sistema vial, de nuestro arruinado
sistema de transporte público?

No sólo eso. Habrá problemas infinitamente peores, como someter, controlar y


desarmar a las bandas de milicias, guerrillas y organismos paramilitares fuertemente
armados al servicio de la insurrección castro chavista, amparados y protegidos por todo
un sistema podrido de jueces, escabinos, fiscales, policías y militares al servicio de la
subversión, las narcoguerrillas y el narcotráfico, que han hecho de Venezuela la base de
operaciones de los más graves crímenes contra la humanidad. ¿Cuántas insurrecciones,
cuántos cuartelazos, cuántos atentados nos esperan de parte de quienes no aceptarán
perder el control del inmenso y turbio negociado en que se ha convertido la república?

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Es promisorio que ante un panorama de tantos riesgos y peligros surjan
ciudadanos dispuestos a asumir ese terrible y pesado lastre que les podría costar la vida.
Sobre todo si poseen los atributos que se requieren para satisfacer los anhelos de nuestro
sufrido pueblo y tienen la capacidad de dirigir el destino de nuestro país en medio de un
mar tan proceloso. Pues el desafío al que podrían enfrentarse constituye un duelo
definitorio de vida o muerte ante un antagonista que antes que un adversario se quisiera
un mortal enemigo.

En vista del cúmulo de inmensas dificultades que deberemos enfrentar – más


complejas y mayores que las que resolvieron los españoles o los chilenos para salir de
Franco o de Pinochet –no nos queda sino desear que nuestra docena de precandidatos de
todos los estratos sociales, todas las regiones y todas las edades, con o sin experiencia
en las grandes ligas de la política, de ser elegidos para enfrentar al tirano, tengan el
auxilio de Dios y los hombres, y la perseverancia y la voluntad suficientes para superar
tantas adversidades.

No nos hemos cansado de señalar la imperiosa necesidad de que nuestros


ciudadanos, nuestra clase política y todos los amigos que en el mundo respaldan
nuestras luchas por la recuperación de nuestra institucionalidad democrática
comprendan que nuestra transición – de llegar a darse luego de una victoria electoral, lo
que bajo una tiranía como la presente no es asunto de coser y cantar – podría resultar
inmensamente más compleja y difícil que todas las transiciones vividas en nuestro
ámbito de influencias en los últimos cincuenta años. La Venezuela del 58 no heredaba
una sociedad en ruinas. Salía de una dictadura, inclemente, como todas las dictaduras,
pero no de una sociedad material y espiritualmente devastada. Al igual que la Cuba de
Batista. Ambas sociedades eran prósperas y en pleno proceso de desarrollo. La España
de Franco como el Chile de Pinochet, estaban pacificados y estructuralmente en vías de
transición. Ambas economías habían sido saneadas y un poderoso proceso de desarrollo
hacia la modernización se encontraba en curso. Suárez y los firmantes del Pacto de La
Moncloa, así como Aylwin y los partidos de la Concertación Democrática no hicieron
más que asumir, continuar y acelerar los cambios estructurales previamente iniciados.
La tarea fue, antes que nada y principalmente, de índole política. Ni España ni Chile
estaban medularmente dañados, pervertidos y saqueados. Como sí es el caso de la
Venezuela de hoy. ¿Tendrán nuestros precandidatos conciencia de este conflictivo
panorama? ¿Sabrán realmente a qué infierno se enfrentan? Ojalá lo sepan y se preparen
en consecuencia.

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Una elemental muestra de cordura debiera ponernos de acuerdo en la definición
de tres asuntos elementales: 1) el perfil que debiera satisfacer el candidato que tendrá la
pesada tarea de enfrentar a Chávez, vencerlo e iniciar el desmontaje de su parafernalia
totalitaria; 2) un programa común de acción para el gobierno de coalición nacional que
encabece el período de reconstrucción que se abre eventualmente en el 2013; y 3)
decidir desde ahora mismo una agenda, para mantener las precandidaturas dentro de
normas de elemental buen vecindario y subordinación a los máximos intereses
nacionales, con la fecha definitiva de la realización de las primarias. Es esencial impedir
que las primarias se conviertan en una pelea a cuchillos de la que salgamos debilitados.
Deben ser, por el contrario, el inicio de la reconstrucción nacional.

Nuestro candidato – o candidata - debiera ser una persona culta y preparada, con
una larga trayectoria profesional y política, y con suficiente carácter, inteligencia,
madurez y coraje como para salir airoso de las difíciles pruebas a las que será sometido.
No sólo un buen gerente, sino un estadista capaz de reunificar a la quebrantada sociedad
venezolana. Liderar una coalición de voluntades y representarnos dignamente ante el
mundo. El monstruoso y gigantesco error cometido en 1998 no debe repetirse nunca
jamás: entregarle el Poder a un golpista, sin cultura ni preparación alguna. Los
resultados de ese dislate están a la vista.

Acerca del programa: se trata de elaborar un estudio multidisciplinario de


nuestro mapa de necesidades en todos los ámbitos de la vida pública y trazar las rutas de
mediano y largo plazo hacia la estabilidad, la modernidad y el desarrollo. Las tareas
serán de inmensa envergadura: asegurar la institucionalidad democrática, desmontar el
clientelismo y la estatolatría para situar al individuo en el centro de las preocupaciones
del Estado y al sujeto emprendedor en la base del emprendimiento y el desarrollo. Se
trata de una revolución en el campo de nuestros paradigmas. Un giro de 180º. No un
simple cambio de gobierno.

La Unidad será la clave maestra de la maravillosa aventura hacia nuestro futuro.


El Pacto de la Moncloa y la Concertación Democrática debieran inspirarnos para
encontrar la fórmula del Gran Acuerdo Nacional que dirija nuestras luchas. Es hora de
acordarlo.

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