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COMENTARIOS A LA OBRA 'A PUERTA

CERRADA', DE JEAN PAUL SARTRE


Francisco Almansa González, filósofo.
http://aletheia-informa.blogspot.com

Con motivo de nuestro próximo acto, que hemos titulado Taller de aproximación a.... Sartre (el
primero de una serie que pretendemos sea larga), publicamos aquí algunos temas que pueden
servir de ejes para la reflexión y el debate sobre la obra en nuestro encuentro, pero también de
manera general. A puerta cerrada constituye una muestra extraordinaria de la imposibilidad de la
comunicación humana en una situación de máximo aislamiento intersubjetivo.
Los temas a los que aludíamos son los siguientes:

-La situación:
Es el aquí y ahora concretos que definen lo existente como conjunto de presencias en las cuales el
«para-sí» (la conciencia) no se reconoce, por lo que el sujeto las percibe como facticidades
absurdas que hay que conjurar, atribuyendo todo a una intencionalidad o designios ocultos (Dios o
el diablo).

-Los otros como presencias que impiden al «para-sí» ser Dios:


Los otros relativizan todo el poder de significación de lo que acontece, pues lo que acontece ya no
tiene un único receptor y por lo tanto no puede darle un sentido único que le haga sentirse el logos
creador.

-Los otros como presencias necesarias:


Los otros como presencias necesarias por cuanto sólo por su mirada la elección del ser o proyecto
puede ser realizada y mantenerse. Como conciencia o para sí, su ser puede ser elegido porque ella
nada es en sí misma; pero el ser que elige, y por el cual busca ser “ella misma”, depende de la
mirada de los otros en una situación. Pero esta elección ha de ser mantenida en todo momento si se
quiere “ser el que se es”, y para ello se sigue necesitando la mirada de los otros. Ahora bien, se
exige que esa mirada le mire conforme a la elección que determina el proyecto.

-La mala fe:


Es el intento del para sí de eludir la responsabilidad de una elección. Para ello se invoca un contexto
o concurrencia de circunstancias que hacen el papel de destino. Se trata de presentar la realización
del acto que después avergüenza ante los otros como una “elección no elegida”.

Es algo que se desprende de la misma concepción sartriana de la libertad, resumida en su célebre


frase: «estamos condenados a ser libres». O sea, siempre elegimos, excepto la libertad. Por eso,
cuando elegimos mal, y por otra parte no podemos sino elegir, dicha elección se presenta como
querida y no querida, y por lo tanto como un “destino que nos hace elegir”.

-La imposible transparencia del “soy”:


El desnudarse de los personajes en la obra no añade un ápice a la pretensión de su conocimiento
recíproco, por el que cada uno sepa a qué atenerse en su relación con los demás, porque nunca
pueden ser lo que pretenden ser. Es más, cuando tratan de ser transparentes ante los otros,
«desnudos como gusanos», es precisamente cuando más ocultan su desnudez: ser una nada para
ocultarse tras la opacidad del ser. Recurrir a un “yo” es para Sartre un recurso parecido al de la
Metafísica clásica, cuando recurre a la categoría de sustancia para anclar un devenir que parece no
llevar a ningún sitio. «El yo es como una piedra en un estanque».

-La mirada cosificadora de los otros:


El proyecto del personaje Garcin de ser un héroe fracasa, porque en definitiva el para-sí no tiene
esencia y, por lo tanto, no se puede ser valiente y producir actos heroicos de la misma manera que
un peral da peras. Pero eso no significa que sea un cobarde, porque estaríamos en el mismo caso
que el ser valiente, ya que el problema estriba en que todo intento de ser fracasa. Sin embargo,
como son los actos los que, en definitiva, están o quedan ahí para siempre, son por ellos por lo que
la mirada de los otros nos objetiva. Para Inés, Garcin es un cobarde, y como tal, lo cosifica a la
manera del busto que hay sobre la chimenea. Ahora bien, para Inés Garcin es un cobarde porque
quiere que sea un cobarde. Se apoya en un hecho que le refuerza en su querer la cobardía de
Garcin, de igual manera que Estelle quiere que sea un hombre seducido. Cada uno quiere ser la ley
del ser de los otros cuando él mismo no es sino un ser a la manera del no ser; o sea, un ser
cuestionable. El amor como entrega desinteresada al otro es, por tanto, imposible. Por eso Sartre
define el amar como «querer ser amado», y además ser amado como un ser que no se es. «El
infierno son los otros» porque dependo de ellos para afirmarme como siendo, pero con ellos se
acaba siendo lo que no se quiere ser.

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