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El Nanche

Una gota de sol

“Canto los disparates, las locuras,

los furores de Orlando enamorado,

cuando el seso y razón le dejó a oscuras

el dios injerto en diablo y en pecado.”

Francisco de Quevedo.

Para Jorge Emilio, fruto de mi fruto.

Esperanza Toral

Con su dominio del Golfo de México, Veracruz fue, si no la primera, sí la región de más

profundo e intenso contacto entre los primeros españoles y los antiguos mexicanos. Se

convirtió en una zona privilegiada para el mestizaje físico y cultural. Maíz, frijol y chile,

la trilogía alimenticia mesoamericana, fueron también la base de la comida indígena

local. Sólo que es preciso mencionar que la calidad y variedad de estos tres alimentos

adquiere, en el caso veracruzano, un valor excepcional. Se trata, en efecto, de una

cocina mestiza, con plena conciencia de sí misma y de sus bondades.

Más allá de las “nacionalidades”, otro aspecto que también le da a la cocina

veracruzana una identidad singular, es su raíz geográfica. El trópico, el mar, lo costeño

por un lado, y la sobriedad de lo serrano por otro, crean un abanico de opciones

importantes. Se unen de maravilla platillos que son herencia indígena, española, negra,

árabe y a los que con el paso de los siglos se les ha agregado el particular “sazón” de

cada espacio geográfico.


En Veracruz existe una abigarrada combinación de alimentos preparados a partir

de frutales y tubérculos traídos de África durante la conquista, entre ellos el plátano

macho, la yuca o el coco. Panes, postres y dulces son fina muestra de un arte culinario

al que se incorporan las exuberantes frutas que se cultivan con particular cuidado y éxito

en tierras veracruzanas, como se trata, en este caso, del nanche.

Mesoamérica vio crecer árboles de nanche de manera silvestre, formando parte

de la dieta de los nahuas y popolucas. Las frutas que actualmente se consiguen son la

pomarrosa, zapote-mamey, cacao, capulín, caimito, paqui, guaya, huitzama y, desde

luego, el nanche. Los antiguos mexicanos de la zona del Golfo, le decían: “nan-chin”,

“nandzin.” Nance dulce, se le conoce en otras regiones. Nanche amarillo y oloroso,

agridulce de Veracruz. Nanche de piel delgada y pulpa aceitosa, jugosa y blanca.

Quizá uno de los escritos más antiguos, posterior a las cartas y relaciones que

escribieron los misioneros, es “La Relación de Chinameca”, 1777, de Francisco Antonio

Camacho, dando cuenta de la existencia del nanche y de más frutos:

(…)Y de frutos silvestres se da una especie que nombran pitahaya, encarnada y amarilla del
tamaño de un aguacate mediano, dulces y gustosas, que por frescas aprovechan y se cosechan
por septiembre. También hay mucho árbol silvestre, de madera muy fuerte y altura igual a la
palma, y da una fruta como de la avellana, agridulce como el tamarindo, que se da por junio.
Y otro árbol mediano nombrado nanche, que da una fruta amarilla y dulce, menor que la
aceituna, pero de completo redonda, encarnada y de pulpa muy blanca.
Hay muchas piñas y una especie de fruta anteada y dulce, semejante al melón aunque
más pequeña, a la que nombran papaya. Y también se dan buenos melones y caña de azúcar, de
que hacen panela y melado.
En esta región hay mucha naranja dulce, hay mucha lima y limones. Y otra especie de
fruta semejante a la chirimoya nombrada anona, muy dulce, blanca y morada que se cosechan
por junio. Y muchas palmas de coco que se cosechan en todo el año (…).

El árbol de nanche, abuelo de madera recia, juega con los niños y canta su música

verde y en esferas, desde la cima de su fronda. El viejo sabio desinfecta las heridas, cura
el empacho y los resfriados, baja las fiebres y desaparece las dolencias estomacales.

También ofrece agua fresca, bolis, nieve, dulces, compotas y mermelada, y con los

adultos brinda y les desea salud. A las señoras les desinflama los ovarios y les facilita el

parto.

La gratitud de los veracruzanos no se hizo esperar y en honor a este generoso

árbol, varios poblados llevan su nombre: El Nanche, en el municipio de Cuitláhuac; El

Nanche, en Alvarado y en Tierra Blanca y El Nanche, situado en el municipio de Carlos

A. Carrillo. Otro ejemplo es Loma del Nanche, en Cotaxtla y, desde luego, Nanchital de

Lázaro Cárdenas, con su parque ecológico llamado, El Nanche.

De entre la algarabía de frutas que Veracruz le brinda al mundo, el nanche

resuelto en gozo, es una gota de sol que embriaga las papilas de la noche, cuando la

fiesta se anuncia en el cuerpo. Reposan los nanches en alcohol de caña y algunas

semillas han bebido tanto que duermen su borrachera hasta el fondo de la botella. El

aroma provoca fiebre en la lengua, perfuma la sangre y el tacto se encandila en busca de

más tacto.

El licor de nanche es luz de ámbar que lubrica la garganta, para que ardan en

llamas las palabras y acalorados los labios se desnuden. Los ojos ahora son de azúcar

quemada, fluyen de un cuerpo a otro devorándolo todo y las miradas se maceran y se

beben a besos y a carcajadas. El mundo es nuevo en un instante, mientras el cielo

permanece metido en las arterias de la fiesta y el escándalo. Aquí, el tiempo no se añeja

ni se destila, se reconcilia con la espera y el deseo y liba de la carne el azúcar que es

agua, ardiente y espirituosa.

Así, beber una copa de licor de nache es formarse y transformarse

sensorialmente, pues sacia la sed de espíritu, la gula del olfato, la curiosidad del tacto, el

hambre de la vista y la urgencia de la fantasía.

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