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En los años veinte priman los enfoques descriptivos de los acontecimientos internacionales de la
época, en la que la Historia Diplomática sigue desempeñando un papel dominante. La apertura de
algunos archivos gubernamentales después del conflicto bélico, fue el principal factor que vitalizó
dichos enfoques. La existencia de la Sociedad de Naciones y su proyecto de Sociedad Internacional
dio un gran impulso a los estudios internacionales y centró el interés académico en la esfera del
Derecho Internacional y de la Organización Internacional.
Es a partir de los treinta cuando las Relaciones Internacionales se afirman como disciplina
científica, en gran parte, debido a la aparición de nuevas orientaciones y concepciones en el campo
de la Historia Diplomática y del Derecho Internacional, así como al desarrollo de las ciencias sociales
en general, pero sobre todo la Ciencia Política, la Sociología y la Psicología. La II Guerra Mundial y la
Relaciones Internacionales - Primer Parcial 1
posguerra acentúan esta dinámica, afirmándose las relaciones internacionales como disciplina
científica en los Estados Unidos y Gran Bretaña, a la vez que comienza su andadura en otros países,
aunque no de igual manera.
El debate ha sido y sigue siendo una de las principales características que pueden definir a
las Relaciones Internacionales en su trayectoria científica. Para empezar, la cuestión central del
debate es la delimitación y fijación del objeto y el método de estudio de esta disciplina. Porque si
uno de los rasgos para delimitar las características propias de esta disciplina es la diferencia con
el objeto de otras ciencias sociales, también es cierto que la propia evolución de las ciencias
sociales dificulta cada vez más una perfecta distinción de objeto y método, sin que ello tenga por
qué ser necesariamente negativo. Para Zimmerm, tres son los factores que provocan el
nacimiento y guían el desarrollo de la disciplina: a) el cambio de la realidad internacional, b) el
avance de las ciencias sociales, y c) el modelo que da marco y guía el estudio.
El cambio de la realidad internacional en este siglo adquiere múltiples formas y
consecuencias: si el interés tradicional se basaba en la sucesión de las situaciones de guerra y
de paz entre los Estados, la nueva visión se basará en los efectos (económicos, tecnológicos y
sociales) que produce el desarrollo tecnológico y científico sobre la sociedad internacional. Se
trata de afirmar que el marco histórico es un factor determinante para conocer las razones que
influyen directamente en el objeto y en la elaboración teórica de esta disciplina. La aparición de
fenómenos nuevos comportará la creación de nuevos instrumentos y métodos de análisis.
Por otro lado, la evolución de las ciencias sociales supone la aplicación de métodos
matemáticos a la realidad internacional. En los años cincuenta y primeros de los sesenta surgen
dos posiciones: los partidarios de adoptar métodos desarrollados por las ciencias sociales
(behavioristas), y los partidarios de mantener el esquema de análisis tradicional, más ligado a la
filosofía y a la historia. Este enfrentamiento sigue siendo uno de los grandes objetos de debate.
El modelo que da marco y guía el estudio, señalado por algunos autores como “el debate
sobre los paradigmas”, será otro de los factores condicionantes del objeto, del método, y del
proceso de investigación. El modelo que fija un margo y guía el estudio supone aquella visión o
concepción global del objeto estudiado que inspira el análisis, investigación o teoría.
2.2. Algunos criterios utilizados para determinar el concepto y el objeto de las Relaciones
Internacionales
El criterio del principal actor, al que hace referencia Pettmann, ha sido utilizado por
algunos estudiosos vinculados al planteamiento realista. Esta limitada visión, que tiene como
principal referencia la del Estado como “principal y único actor”, vacía de contenido lo que podría
ser un análisis sincero y rico de los diferentes sujetos en las relaciones internacionales. El
creciente protagonismo de los actores no estatales ofrece una realidad internacional cada vez
más compleja y cambiante. Esta visión usa una metodología casi exclusivamente descriptiva de
las Relaciones Internacionales, limitando el objeto de estudio a un viaje de ida y vuelta, en
donde se parte del Estado y se vuelve obligadamente a él.
Otro criterio adoptado en la conceptualización y delimitación del objeto de estudio de las
Relaciones Internacionales, es lo que tanto Aldecoa como Arenal denominan el criterio de
internacionalidad. La adopción de este criterio supone un avance significativo al estudiar los
flujos existentes en el medio internacional en cuanto tal, y no simplemente la de los elementos
del mismo, por amplio que pueda ser. El objeto de estudio es así, el “complejo relacional
De todo lo visto, surge la necesidad de optar por una visión más amplia y menos restrictiva
en la consideración del medio internacional. Quizá la posición más acertada es la que comparte
el criterio de adoptar el concepto de sociedad internacional como base para conceptualizar y
delimitar el objeto de las relaciones internacionales. La complejidad y dinamismo, principales
características de la realidad internacional, más aún hoy con las modificaciones transcendentales
que estamos viviendo, no nos permite desperdiciar elementos de juicio ni adoptar criterios
restrictivos que dejarían fuera elementos imprescindibles para realizar un análisis crítico de los
acontecimientos internacionales.
La mayoría de los enfoques están condicionados no sólo por la propia realidad
internacional, sino también por la percepción que de esta realidad tiene el estudioso al
determinar sus prioridades de estudio. Por otro lado, existe un claro consenso intelectual y
científico que generaliza una visión estatalista de las relaciones internacionales que guía la
investigación empírica para dar respuesta a los problemas que plantea la “política internacional”.
La noción de sociedad internacional es la más adecuada, en primer lugar, porque es fiel reflejo
del carácter compuesto y complejo de las relaciones que se producen en la escena internacional
de nuestros días, y en segundo lugar, porque introduce la perspectiva valorativa. En palabras de
Truyol, “...se trata de relaciones entre grupos humanos diferenciados [...]. Es una sociedad de
comunidades humanas con poder de autodeterminación, de entes colectivos autónomos”. Esta
interpretación está en consonancia con la de Schwarzenberger, que define las relaciones
internacionales como el estudio de “las relaciones entre grupos, entre grupos e individuos, y
entre individuos, que afectan esencialmente a la sociedad internacional en cuanto tal”.
Partir de una base tan extensa, en donde podría criticarse que cabe casi todo, complejiza
sustancialmente el objeto de estudio; pero toda investigación científica debe tender
necesariamente a la totalidad en la consideración del objeto estudiado. La referencia a la
sociedad internacional permite aprehender las relaciones internacionales desde una óptica
distinta al definirlas como una forma social universal, que es más quela simple suma o
yuxtaposición de las relaciones existentes en su seno; supone afirmar la inter-relación y
dependencia existentes entre ellas. Esta posición no impide considerar al Estado con un papel
relevante en la sociedad internacional, si bien es necesario destacar el protagonismo creciente
de otros actores o colectividades que necesariamente hay que tener en cuenta. Desde esta
perspectiva, cuatro serían las características básicas para establecer el alcance de la sociedad
internacional: a) existencia de una pluralidad de miembros que mantienen entre sí relaciones
estables y no esporádicas; b) un cierto grado de aceptación de reglas e instituciones comunes
para la regulación y ordenación de esas relaciones; c) la existencia de un elemento de orden
precario e imperfecto, lo que significa que es posible y deseable buscar nuevas formas de
convivencia social a través del cambio de las estructuras actuales; y d) el hecho de que esas
relaciones sociales configuren un todo complejo que es más que la suma de las mismas.
3.2. La relación entre Sociedad Internacional y Sociedad Interna
A pesar de que Bull y Watson destacan los intereses comunes o las normas generadas por
consentimiento de la sociedad internacional en la búsqueda de una cooperación y de un orden
del sistema, lo cierto es que existe un bajo nivel de integración entre las partes y una gran
autonomía interna en cada una de ellas. Esa es, precisamente, una de las diferencias respecto
de las sociedades internas: la sociedad nacional está integrada políticamente, aunque tal
integración política sea compatible con estructuras federales. La sociedad internacional es, en
Relaciones Internacionales - Primer Parcial 6
cambio, descentralizada, aunque excepcionalmente se puedan transferir poderes a
organizaciones internacionales o supranacionales. Esto no significa que exista una oposición
entre el medio internacional y el medio interno, sino que ambos deben verse como una realidad
social en íntima relación. Para Merle, la sociedad interna y la internacional no pueden separarse,
dada la profunda interacción existente entre las mismas, existiendo siempre una serie de flujos
de ida y vuelta que hace que la frontera estatal tienda a ser más una separación formal que una
separación radical entre ámbitos de diferente naturaleza.
Semejante interpretación de los flujos de ida y vuelta podrían situar esta interpretación de
la sociedad internacional dentro de la clásica concepción sistémica de las relaciones
internacionales. Tal concepción llevaría a la conclusión de que el sistema queda reducido a las
relaciones entre los gobiernos de los Estados (distinción entre un sistema y su entorno). Sin
embargo, es más acertado pensar que la sociedad internacional que estudiamos carece de
entorno externo, y cuenta solamente con un entorno interno que coincide con el universo y con
la realidad internacional que hoy conocemos. Esta realidad implica un variado elenco de
relaciones dependientes entre sí, y también de actores, que van desde los Estados, como
miembros privilegiados, las organizaciones internacionales, las organizaciones no
gubernamentales y las empresas multinacionales, hasta el individuo, pasando por otros
fenómenos sociales, como los grupos de presión, etc. La actuación de tales actores, además,
viene condicionada por una amplia serie de factores de naturaleza política, económica, cultural,
etc.
Wight señala cuatro tradiciones en el estudio de las Relaciones Internacionales, sobre las
que se mantienen cuatro modelos del mundo: la anarquía hobbesiana; la humanidad como
comunidad global, derivada de la romana y cristiana tradición medieval; el modelo kantiano de
sociedad mundial; y la tradicional noción grociana de una sociedad Estados.
Partiendo de estas bases que condicionan una determinada concepción del mundo,
diversas han sido las aportaciones teóricas y metodológicas en el estudio de las relaciones
internacionales. Deutch señala cuatro etapas de progreso en el estudio de las relaciones
internacionales: a) la dominada por el Derecho Internacional, que se simboliza en las dos
Conferencias de la Paz de la Haya (1899 y 1907); b) la Gran Guerra; c) en los años cincuenta,
bajo la influencia de nuevas técnicas metodológicas de las ciencias sociales y del
comportamiento; y d) la del “imperio” de la metodología cuantitativa y la búsqueda de modelos.
De acuerdo con Dougherty y Pfaltzgraff, cuatro han sido las aportaciones teóricas en el
desarrollo de las relaciones internacionales:
1. Fase idealista y nominalista. Viene determinada por el contexto internacional e
intelectual derivado de la I Guerra Mundial. El conflicto había demostrado la fragilidad tradicional
para asegurar el orden y la paz internacional. La creación de la Sociedad de Naciones contribuye
más aún a acentuar el optimismo de cara al futuro de la sociedad internacional, porque pone las
bases de un sistema dirigido a preservar la paz.
2. Fase realista y empírico-normativa. Caracterizada por una creciente inestabilidad
internacional, consecuencia de las conmociones políticas, económicas e ideológicas, internas e
internacionales, y por la constatación del fracaso del sistema ginebrino. Esto abre el debate
entre los planteamientos idealistas y realistas en el campo de la teoría, imponiéndose los
segundos.
3. Fase behaviorista-cuantitativa. Caracterizada por diferentes intentos para aproximarse
en la elaboración teórica en las relaciones internacionales a la sociología. La adopción de
métodos y técnicas cuantitativo-matemáticas, que supuso el máximo exponente en la búsqueda
de una interpretación científica de las relaciones internacionales, entrará en crisis a mediados de
los sesenta.
4. Fase posbehaviorista. Sin abandonar el énfasis científico de los estudios anteriores,
dirige su atención a la conducta humana, a los problemas reales del mundo, a las motivaciones y
valores subyacentes en toda cultura. Es lo que algunos autores califican como la síntesis perfecta
entre el enfoque “científico” y el clásico.
El paso de unas teorías a otras ha venido dado, no sólo por la recepción de la evolución
metodológica de otras ciencias sociales, sino también por la propia evolución de la sociedad
internacional, que al poner de manifiesto las insuficiencias y lagunas de los enfoques
dominantes, propugnan nuevas aproximaciones. Ralph Pettmann sugiere que han existido
históricamente dos aproximaciones a las relaciones internacionales en función del objeto
estudiado: una corresponde con el esquema estatocéntrico, o modelo de “política internacional”,
con una multitud de estados de desigual capacidad persiguiendo intereses nacionales diferentes
y encontrados; la otra, a un enfoque más “globalista”, que pone su atención en el estudio del
“enfrentamiento global en términos de relaciones horizontales que sobrepasan los límites
geográficos y el elemento puramente estatal, en donde las consideraciones, tanto
socioeconómicas como políticas, entre los múltiples sujetos son el principal objeto de estudio”.
Dentro de los diferentes enfoques para entender y analizar el medio internacional y las
relaciones entre Estados, el debate entre idealismo y el realismo es la discusión clásica en la
teoría de las Relaciones Internacionales. Algunos términos o conceptos característicos del
idealismo y, por oposición, del realismo, son:
Idealismo Realismo
Las teorías anteriormente tratadas se denominan clásicas. Ahora daremos un repaso a las
concepciones teóricas que se autodenominan “científicas”. Estas interpretaciones buscarán la
aplicación de métodos “científicamente precisos”, con el deseo de elevar las relaciones
internacionales a la categoría de ciencia en el sentido de las ciencias físico-naturales. Dentro de
este enfoque destacan los estudios “behavioristas”, que centran su investigación en el
comportamiento, actitudes y reacciones de los diferentes actores. Su objetivo es definir la
política en términos de parámetros observables de acción y conducta. Autores como Richardson
y Spykman intentan ajustar la teoría de las relaciones internacionales a criterios científicos
prescindiendo de valoraciones de orden ético y moral. Kaplan distingue seis tipos de sistemas
internacionales en base al número de actores y a la configuración estratégica.
A) Sistema de equilibrio de poder. Característico de la Europa de los siglos XVII a XX.
Sistema configurado por actores nacionales cuyo principal objetivo es el acrecentamiento de su
seguridad; las armas no son nucleares, cada actor puede recurrir al sistema de alianzas, la
negociación es una base para el incremento de las capacidades, y existe una oposición a toda
acción favorable a una organización supranacional.
B) Sistema bipolar flexible. Característica de la sociedad internacional después de la II
Guerra Mundial. Los bloques se esfuerzan por incrementar sus capacidades. El riesgo está
permitido para superar al bloque rival; la entrada en guerra es prioritaria antes que permitir la
hegemonía del otro bloque. Los actores no comprometidos tienden a ser neutrales entre los
bloques excepto cuando existe un gran peligro para la cabeza del bloque.
C) Sistema bipolar rígido. Todos los actores nacionales, directa o indirectamente, se
encuentran vinculados a uno u otro bloque, cada alianza se encuentra fuertemente jerarquizada,
las relaciones entre los bloques son difíciles y prácticamente no existe cooperación.
D) Sistema internacional universal. Sistema integrado y solidario, con un gobierno mundial
-gestor supranacional- con amplias competencias judiciales, políticas y económicas delegadas de
los actores nacionales.
E) Sistema jerárquico internacional. Derivado del internacional universal, pero con una
directiva o autoridad que podría ostentar el cabeza de bloque. Altamente integrado y con un
funcionamiento que podría ser más o menos democrático.
F) Sistema internacional de veto por unidad. Existencia de actores nacionales de bloque
que gestionan el nuclear. Ausencia de cooperación, búsqueda de una estabilidad relativa,
posibilidad de guerras limitadas, estabilidad basada en el respeto mutuo, y decisiones
adoptadas, en todo caso, por unanimidad.
Junto a estos teóricos, existirán otras elaboraciones que ampliarán las visiones anteriores,
como las realizadas por Modelski, Burton, Waltz, Wallensteen, Ardrey, Lorenz y Boulding.
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6.3. Las teorías del conflicto, de los juegos y del “linkage”
En la década de los setenta existirá una revisión de los presupuestos clásicos que incluirán
nuevos enfoques y paradigmas en el estudio del medio internacional, con una serie de rasgos
comunes que hacen referencia a las siguientes cuestiones:
a) coincidencia en la insuficiencia del esquema estatocéntrico para el análisis internacional;
b) intento serio para lograr una síntesis del enfoque clásico y “científico”;
c) abandono de fórmulas anteriores, y estudio de problemas reales del medio
internacional;
Esta visión cubre todas las aportaciones realizadas en torno a la guerra, el conflicto y la
paz, primando en este enfoque un sentido amplio del concepto de paz. La aportación de Galtung
será la de mayor trascendencia teórica y práctica en estas investigaciones para la paz. Este autor
diferencia la violencia personal de la estructural, siendo esta última el centro de su desarrollo
teórico sobre el medio internacional. La violencia estructural, derivada de la propia estructura del
sistema, se basa en la desigualdad de poder. La desigualdad en la distribución del poder
determina el desequilibrado reparto de recursos, siendo la base fundamental de la injusticia
social. Galtung define la paz como ausencia de la violencia, y existe una relación directa entre
paz y desarrollo: los aspectos positivos de la paz conducen a la “cooperación no-violenta,
igualitaria, no explotadora, no represiva, entre unidades, naciones o personas, que no tienen
que ser necesariamente similares”. Además, se reduce la violencia estructural.
Los planteamientos de este autor tienen una relación con las teorías de la dependencia al
señalar la existencia de “naciones centro” y “naciones periferia” entre las que se produce una
violencia estructural que determina relaciones de dominación que desembocan en el
imperialismo. Galtung defiende la necesidad de una “investigación empírica para la paz”,
investigación que debe cumplir tres dimensiones: a) investigación empírica, o análisis de las
situaciones del pasado y obtención de datos aprovechables; b) investigación crítica, o estudio del
presente y de las políticas concretas en él desarrolladas; y c) investigación constructiva, o
realización de prospectivas de posibles políticas de paz. Autores que han ampliado esta visión
son Rapoport y Burton.
Los elementos comunes que caracterizan a estas concepciones son la búsqueda del
carácter normativo, el rechazo del paradigma estatocéntrico, y las relaciones internacionales
como teoría de la sociedad mundial. Esta “visión idealista” de las relaciones internacionales
aporta, según Clark, cuatro elementos nuevos respecto a anteriores planteamientos:
- búsqueda de nuevos enfoques que lleven a un “nuevo orden mundial” (visión kantiana),
- diseño de “estrategias de transición” de un orden a otro,
- partir de un “enfoque global” en el estudio de la “crisis planetaria”,
- esta visión global no debe centrarse exclusivamente en el problema de la paz, sino
también en el resto de problemas que padece el mundo.
Falk establece tres tipos de alternativas: una vinculada al internacionalismo liberal de
origen occidental y de inspiración no marxista (Hoffmann, Bull); la segunda realiza un análisis de
los problemas del presente para defender una reforma profunda que nos lleve a modelos de
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futuro deseable (“Club de Roma”); una tercera, más radical, que afronta los problemas del
presente, constatando las diferencias de todo tipo existentes en el mundo, y defiende un cambio
profundo para llegar a un nuevo orden mundial aceptable para todos (Falk, Galtung). Esta última
alternativa plantea la necesidad de establecer valores que guíen la investigación (eliminación de
la guerra y la violencia, el bienestar económica, la justicia social, la democracia, los derechos
humanos, el equilibrio ecológico), evaluando las tendencias más destacadas de la actualidad,
como el crecimiento demográfico, el desarrollo tecnológico, el agotamiento de recursos, la
polución ambiental y la carrera de armamentos. Asimismo, desde esta perspectiva, se propicia el
desarrollo de modelos alternativos de orden futuro. Igualmente, se propician estrategias de
transición que permitan superar las actuales estructuras y procesos que impiden el
establecimiento del nuevo orden mundial.
Al revisar todo el material recopilado con respecto a los modelos de análisis teórico, la
primera conclusión a la que se llega es el gran nivel de confusión entre los estudiosos de la
teoría internacional, tanto a la hora de definir lo que entienden por “paradigma” -raíz inicial del
problema-, como a la hora de distinguir si una determinada construcción teórica suponía un
nuevo modelo o concepción del mundo, o era una anterior pero conceptualizada de distinta
forma.
Por ejemplo, Ralph Pettmann sugiere que hoy existen dos “paradigmas”, por un lado el
pluralista, que correspondería con el modelo tradicional estatocéntrico de política internacional,
con una multitud o pluralidad de Estados de desigual capacidad, cada uno persiguiendo su
respectivo interés nacional, en una conflictividad propia del sistema internacional; y por otro
lado, el estructuralista, que estaría a mitad de camino entre el modelo globalista y el de la
dependencia. Para Willetts, existirían tres modelos en competencia: el realista o estatocéntrico;
el funcionalista, que emplea teorizaciones caracterizadas por una multiplicidad de actores
(behaviorista); y el marxista, caracterizado por el estudio de las consecuencias de los cambios
económicos en el sistema capitalista y en el mundo. Arenal y Aldecoa señalan tres paradigmas
actuales: el tradicional, también llamado realista o estatocéntrico; el de la dependencia, también
llamado neomarxista o estructuralista; y el de la sociedad global transnacional o de la
interdependencia.
Sin embargo, la discusión paradigmática es fundamental para conocer claramente la
posición que se mantiene, sin enmascarar los argumentos y el fin último del mensaje, adornados
a veces con un barroquismo teórico y con métodos novedosos que encubren modelos y
propuestas de sobra conocidos. En cualquier caso, la discusión paradigmática no puede ser un
sucedáneo del estudio de los diversos análisis teórico.
1. Idealismo. Entrar en una crítica de los modelos o paradigmas supone valorar los
antecedentes históricos. Todos los modelos o imágenes del mundo nacen por oposición a una
realidad internacional y científica existente anteriormente. La Gran Guerra supuso diferentes
caminos en el acercamiento científico a la realidad internacional, a pesar de que aún seguían
existiendo grandes vinculaciones a enfoques jurídicos, históricos y filosóficos. El idealismo surge
de la Primera Guerra Mundial, ejerciendo una influencia enorme en la valoración de conceptos
claves en los estudios internacionales como el de la guerra y la paz. La corriente idealista
buscaba un conocimiento lo más preciso posible del mundo para preservar la paz dentro de un
orden internacional racional y justo. Pero, además, supuso una nueva visión del mundo: en
primer lugar, llevó el concepto de democracia y justicia al ámbito internacional como fundamento
de orden; en segundo lugar, afirmaba el protagonismo de las organizaciones internacionales
frente a una visión exclusivamente estatalista del sistema internacional; y en tercer lugar, el fin
primero y último de la investigación y reflexión en las relaciones internacionales debía ser la
búsqueda de la paz.
Esta nueva visión del mundo iba acompañada de una propuesta para establecer un
consenso político respecto a estos principios, que fuera aceptado por todos los Estados,
ateniéndose a las bases de racionalidad y respeto de las minorías (sobre la base democrática).
Se trataba de un consenso explícitamente representado en los catorce puntos del presidente
Wilson. En este contexto, la tendencia era la búsqueda de organizaciones lo más ampliamente
aceptadas, donde se armonizaran los diferentes intereses encontrados en el medio internacional.
Así, la guerra era desechada como el “elemento determinantes en las relaciones internacionales,
dejando paso a los elementos racionales en la política internacional y en la toma de decisiones”
(Little). En el libro de Carr, The Twenty Years Crisis, se puede encontrar la crítica más acertada
al idealismo. Los sucesos internacionales de los años veinte y treinta pusieron en entredicho la
visión idealista, al demostrar que la política exterior de los Estados era contradictoria con las
bases asentadas por los enfoques idealistas. Los mecanismos planteados para prevenir la guerra
no habían funcionado y los gérmenes de un segundo conflicto estaban sembrados. El fracaso de
las soluciones diplomáticas y los intereses de las potencias europeas mostraron que los
esfuerzos científicos y académicos para demostrar la disfuncionalidad natural de la guerra habían
sido una ilusión. El proyecto de sociedad internacional entró en contradicción con los intereses
de los dos Estados en donde inicialmente habían encontrado su raíz el idealismo, y éste perdió
su utilidad política.
2. El realismo. La respuesta a la debilidad del idealismo en este período fue la aparición del
realismo como modelo o paradigma alternativo, el cual se ha mantenido hasta hace poco tiempo
como dominante en las relaciones internacionales. Su definitiva configuración será producto de
la experiencia histórica de los años treinta y del período de Guerra Fría, que se abre a partir de
1947. Si los planteamientos filosóficos y políticos hobbesianos habían sido superados por el
Contrato Social, este proceso no había sido posible en la explicación y racionalización de los
comportamientos en la sociedad internacional. En este ámbito, se consolidaba la teoría política
que entronizaba al Estado como suprema unidad política y dividía la vida social en dos mundos
contrapuestos -uno, el propio del Estado, en el que se presupone que a través del pacto social
reina el orden, la ley y la paz, y otro, el de la sociedad internacional, en el que reinan la
anarquía, el estado de naturaleza y la ley del más fuerte-, determinando una visión de la
realidad internacional en la que el Estado y el poder se transforman en el actor y factor de
referencia para la política y la teoría.
Relaciones Internacionales - Primer Parcial 20
La obra de Carr, dura crítica del idealismo, abona el terreno para que surja Politics Among
Nations, de Morgenthau, en donde se exponían las leyes y regularidades de los acontecimientos
internacionales. La esencia del realismo era que el comportamiento estaba basado en leyes
inmutables de la naturaleza humana. Para comprender las Relaciones Internacionales era
necesario elaborar una teoría que, a modo de instrumentos, pusiera en orden acontecimientos
que de otra forma permanecerían irracionalmente explicados y permanentemente ininteligibles.
A la vez, debía ser una ciencia empírica, puesta al pensamiento “utópico” y “normativo”. La
teoría debe brotar de la forma de actuar y pensar en el medio internacional, de la práctica de los
hechos y decisiones de la política exterior. Como principio básico, tenemos que el poder es el
elemento regulador que asegura un mínimo orden en medio de la naturaleza substancialmente
anárquica del sistema internacional, y cuyo fin es la pervivencia y perpetuación de los propios
Estados. La ambición de poder es inherente al hombre, dado el sentimiento de inseguridad con
que se mueve el mundo. Al no existir un poder superior, los Estados han de velar por la
seguridad nacional.
El pensamiento de Morgenthau tuvo una gran repercusión en la comunidad internacional
anglosajona y existió una inmediata aceptación de su modelo teórico en el análisis del sistema
internacional debido, sobre todo, a tres factores: a) una conciencia común en la creación de
nuevos valores en el análisis del sistema internacional, partiendo de la afirmación de los Estados
Unidos como mejor modelo para la sociedad internacional; b) una valoración positiva de las
ciencias sociales y, dentro de ellas, de las relaciones internacionales, para cubrir campos de
investigación novedosos; c) una generalizada decepción ante el fracaso del idealismo para evitar
el conflicto. La predisposición intelectual y los factores anteriormente descritos dieron carta de
credibilidad inmediata al modelo de Morgenthau. Sin embargo, justamente en el mismo
momento en el que este autor establecía y consolidaba este modelo de aproximación a las
relaciones internacionales, los métodos en las ciencias sociales tomaron otro camino.
El enfoque más adecuado en estos momentos quizá sea el transnacional, pero con mayor
nivel de compromiso ideológico. Además, hay que negar las relaciones de interdependencia
simétrica, ya que lo habitual es que la relación sea asimétrica. Respecto a las críticas que este
enfoque ha recibido, sobre todo en lo tocante a la importancia del Estado como actor para las
relaciones internacionales, la teoría transnacional no niega el papel de los Estados en la Sociedad
Internacional; lo que hace es intentar superar esta visión estatocéntrica, y asignar un peso
creciente a otros actores y factores que influyen cada vez más en el medio internacional como
consecuencia de nuevas demandas.
Lo que sí es cierto, en contra de esta teoría, es que si en ciertas áreas regionales las
relaciones transnacionales han favorecido un proceso integrador, en otras regiones, a nivel
mundial, han ido en la dirección de acrecentar las tensiones y conflictos, o de promover la
integración en base a una cultura dominante. El estudio de las relaciones transnacionales sólo
tiene sentido si se asocia en parte con las relaciones de dependencia política y económica entre
actores sociales que no tienen el mismo poder, con efectos de dominación. Así, según Keohane y
Nye, “las relaciones transnacionales enriquecen al rico y al poderoso, es decir, a los sectores
modernizados y adaptados tecnológicamente, debido a que sólo estos elementos son capaces de
obtener ventajas de este conjunto de lazos intersocietales”.
A pesar de ser considerado muchas veces como un enfoque acabado, el realismo ha sido
el modelo dominante en las Relaciones Internacionales. Las razones que han logrado que el
modelo realista haya ejercido su influencia, con mayor o menor intensidad, hasta nuestros días,
son su capacidad de adaptación y el dominio que posee sobre una serie de factores que le hacen
perdurable. Los tres principios básicos que han prevalecido son: a) los Estados son los actores
principales; b) hay una amplia distinción entre política interna y política internacional; c) el
objetivo de las Relaciones Internacionales es el estudio del poder y de la paz. La aparente
consistencia teórica del modelo realista llega hasta nuestros días con lo que se ha venido en
llamar neorrealismo.
Las causas del dominio del modelo tradicional en los estudios de relaciones internacionales
son muchos y variados, pero la primera razón es porque la disciplina alcanza su mayor desarrollo
en un país concreto, con una serie de cuestiones específicas en su política exterior. El elemento
determinante en el desarrollo de la disciplina es la comunidad académica internacionalista de los
Estados Unidos, y el proceso se debe al monopolio de la literatura norteamericana sobre las
relaciones internacionales.
El dominio de los temas teóricos y prácticos que conciernen a la política de los Estados
Unidos en la literatura de las Relaciones Internacionales, tiene dos aspectos a destacar: a) el
apoyo institucional que reciben todos y cada uno de los departamentos universitarios e institutos
que trabajan en el ámbito de las relaciones internacionales (en esta labor es necesario destacar
la cantidad ingente de dinero que saldrá de instituciones o fundaciones privadas para financiar
institutos propios o departamentos universitarios), b) las cuestiones de estudio de este modelo, y
que tendrán un reflejo en la producción literaria, tratarán cuestiones cercanas y de actualidad:
estrategia nuclear, control de armamentos, etc. La producción literaria no sólo será reflejo de un
interés, sino que se convertirá, ante la buena acogida del público, en un gran negocio editorial.
Estos factores cierran las puestas de la producción científica, investigadora y literaria, a otros
modelos alternativos, como la concepción transnacional o de la dependencia.
Esta situación de dominio norteamericano de las relaciones internacionales es
especialmente grave para aquellos países que tienen una “agenda” diferente a la de los Estados
Unidos, o para aquellas comunidades científicas que se mueven con intereses diferentes a los del
modelo realista. Si las relaciones internacionales de Estados Unidos han dominado el desarrollo
del objeto en esta disciplina, el realismo ha tenido y seguirá teniendo un impacto en la
producción teórica de las distintas cuestiones que se plantean, especialmente dentro de la
todopoderosa producción anglosajona. Ello es posible por la automática asociación que se realiza
entre el realismo y la “defensa de los intereses nacionales” de los Estados Unidos en el mundo.
La fascinación que existe entre los norteamericanos por poder controlar los acontecimientos,
dirigir los procesos de cambio, y buscar soluciones técnicas para superar las cuestiones políticas
y económicas, también conecta con la forma realista de ver el mundo.
La “discusión paradigmática” también se ve obstaculizada, en primer lugar, porque la
mayoría de los trabajos realizados fuera de los Estados Unidos se centran en aspectos concretos
de las cuestiones internacionales que afectan respectivamente a esos países, existiendo un
declive en la producción teórica. Por otro lado, los trabajos teóricos realizados desde otros
enfoques, perspectivas o modelos, difícilmente podrán competir con el tradicional dominio y
control de las que son verdaderas multinacionales en el mundo editorial y de distribución del
libro. Por último, la penetración en los medios académicos norteamericano y británico, de la
producción de otros ámbitos y áreas geográficas, es difícil, cuando no imposible.
El interés nacional de los Estados Unidos y América Latina madurará con la Administración
de Wilson. Su idea del Destino Manifiesto y de la Doctrina Monroe va a estar ligada a un
necesario y buscado protagonismo de los Estados Unidos en el mundo. Habrá una vuelta a la
interpretación política del interés nacional respecto del área latinoamericana, cercana a Manhan
y Roosevelt, pero desde una visión más protagonista e idealista en cuanto a la necesidad de
exportar el modelo político. Wilson rechazará el concepto de “interés especial” de Taft, pero
afirmará “la madurez política de América” para exportar un modelo acabado de democracia. Sus
principios políticos girarán en torno a dos ideas: a) la de Estados Unidos como Nación entre
naciones (enlazando con el Destino Manifiesto), y b) la del Presidente como líder de una nación y
representante de un proyecto político para el continente. Esta última idea se traducirá en la
necesidad de llevar a cabo una norteamericanización de América Latina, lo que para Wilson
constituía una “alta misión” en la que no había que escatimar esfuerzos, incluso, si era
necesario, la utilización de la fuerza.
Wilson pensaba que la democracia era la forma más humana y justa de gobierno y que
todo pueblo, independientemente de su desarrollo, era capaz del “self government”. Su misión
en Centroamérica era la de “guardián del espíritu de justicia, democracia y progreso”. El legado
de Wilson completa el proceso de maduración de los principios políticos hasta los años
cincuenta.
El siglo XIX estaba dominado por la lucha por un orden constitucional y social nuevo. En
todos los estados de Europa, el liberalismo, apoyado por la burguesía ascendente, dirigió su
ataque contra el orden monárquico establecido y con ello contra el fosilizado predominio social y
político de las clases aristocráticas. El nuevo programa que el liberalismo ofrecía constaba de la
garantía de los derechos humanos y civiles, la participación de la nación en la vida política dentro
del marco de un sistema constitucional, la libertad de acción espontánea de cada individuo en la
economía y la sociedad, la abolición de leyes anacrónicas, y la máxima limitación del Estado en
favor de los ciudadanos. Debido, sobre todo, al hecho de haberse aliado con el moderno
concepto de nación, y a pesar de enfrentarse a la dura resistencia de las clases dominantes, en
los años setenta el programa político esencial del liberalismo europeo se había impuesto en gran
medida, al menos en Europa occidental y central. El liberalismo era la fuerza progresista por
excelencia de la política europea.
Los dos frentes importantes a los que se enfrentaba el liberalismo eran: el socialismo, que
de momento apenas representaba un peligro real, aun a pesar de que la doctrina anarquista
(basada fundamentalmente en Bakunin) movilizara la opinión pública europea mediante
numerosos atentados; el otro rival era la democracia radical, que propugnaba la realización de
los principios de soberanía del pueblo, sin contentarse con el “Estado de derecho” ni con el
constitucionalismo, que esta dirigido por las capas superiores de la burguesía y con ellas las
antiguas fuerzas conservadoras. Sin embargo, la debilidad de los socialistas y los radicales hacía
que el liberalismo fuera el único movimiento político con posibilidades de disputar con éxito a los
grupos aristocráticos tradicionales el poder en el Estado.
La situación cambió radicalmente durante los años 80. Antes de que se hubiera resuelto la
batalla por la transformación del antiguo orden estatal y social monárquico de Europa, las
fuerzas del liberalismo comenzaron a declinar, cayendo en un letargo político. En el ascenso de
la clase trabajadora se anunciaba una nueva fuerza política que atacaba a la burguesía como
cabeza del Estado y de la sociedad, y tachaba de usurpación su situación social de propietario.
En consecuencia, el liberalismo concentró sus energías en la defensa de las posiciones políticas y
sociales conquistadas, renunciando a la parte aún no realizada de su programa político. Esta
debilitación del sistema liberal se hizo patente en todos los países europeos, aunque de maneras
diversas dependiendo del país. Las fuerzas conservadoras aún ocupaban importantes posiciones
de poder en la mayoría de los Estados europeos, y en algunos casos incluso poseían el poder
absoluto, como sucedía en Rusia y Austria-Hungría. No menos cierto es que los argumentos
tradicionales de la ideología conservadora, especialmente su insistencia sobre el origen divino del
orden social y política establecido estaban perdiendo fuerza de convicción en una época de
secularización de las relaciones vitales y de creciente legislación estatal. Su principal punto de
apoyo lo encontraba en la Iglesia: el anglicanismo en Inglaterra, el catolicismo en Francia y los
demás países latinos, y el protestantismo, fiel a la monarquía, en Alemania. Las fuertes
tendencias secularizadoras que aparecieron en toda Europa durante el proceso de
industrialización hizo que los conservadores se atrincheraran en las posiciones políticas y sociales
que aún se hallaban en su poder, sobre todo en las fuerzas armadas -la marina en Inglaterra y
el ejército en el continente-. Al final los conservadores se entregaron sin reservas al nuevo
nacionalismo agresivo con el objeto de vencer al rival liberal con una ideología nacional militante.
La idea de la nación como comunidad de acción de todos los ciudadanos pertenecientes a
una misma lengua estuvo en principio estrechamente ligada a las ideas liberales y democráticas.
Relaciones Internacionales - Primer Parcial 32
Especialmente el liberalismo italiano y alemán habían concebido la unidad nacional y la libertad
política como las dos caras de una misma moneda. Este nuevo imperialismo nacionalista ya no
trataba de adquirir territorios en ultramar para la explotación económica o la colonización, sino
para la expansión con el deseo de convertirse en una gran potencia mundial, aprovechando las
posibilidades económicas, las ventajas estratégicas e, incluso, el “material humano” de las
colonias para fortalecer la propia posición de dominio nacional. Otro factor, menos relevante,
que condujo a la expansión del nacionalismo, fue la doctrina humanitaria de Kipling, según la
cual las razas blancas estaban llamadas a dominar a los pueblos de color gracias a su mayor
vitalidad y cultura. La empresa de llevar el cristianismo a los pueblos de África y Asia justificó
demasiadas veces la ocupación imperialista de territorios ultramarinos.
En la encrucijada de estas rivalidades nacionalistas, el capitalismo moderno empezó a
desarrollar rasgos imperialistas sobre la base de aquellas clases sociales que pasaron a un
primer plano con el desarrollo de la sociedad industrial. Este nuevo imperialismo militante, a
menudo aliado a los más bajos instintos de las masas, encontró apoyo en los social-darwinistas,
que trasladaron la doctrina de la “lucha por la existencia” a la vida de las naciones, muchas
veces interpretada como una lucha entre razas superiores e inferiores. Estas ideas encontraron
gran eco entre los pensadores ingleses, pero también en el continente, sobre todo en Alemania,
que se dirigía hacia una política expansionista apoyada por un fuerte potencial militar. Sin
embargo, la idea imperialista constituía un elemento extraño dentro de la ideología liberal
tradicional, lo que dio lugar a divisiones en el seno del liberalismo, provocando una grave crisis
en este sistema, crisis de la que nunca llegó a recuperarse por completo. La contradicción
interna entre una política fuerte de expansión y los ideales libertarios del liberalismo tradicional,
era difícilmente superable. Si Inglaterra estaba a favor de un programa de reformas político-
sociales (abandonando el laissez-faire), donde el principio de la libertad del individuo debía ser
adaptado a las exigencias de la sociedad de masas de la era industrial, otros países se dirigían
en dirección opuesta: hacia un nacionalismo extremo, con elementos antisemitas y racistas, y de
fuerte atracción emocional, donde se oponían las virtudes militares -valor, entrega al Estado y a
la nación, y obediencia absoluta- a los principios liberales de la burguesía. En general, el
antisemitismo empezó a extenderse por toda Europa desde 1880. En Alemania aparecieron
voces que pedían la exclusión radical de los judíos de toda manifestación de la vida nacional,
formulando incluso amenazas de un posible exterminio si éstos no se decidían a emigrar
voluntariamente. En Italia, Mosca define la esencia de toda política como la lucha entre élites por
el poder en el Estado, y Pareto mostraba su desprecio hacia el orden social burgués y justificaba
las ambiciones de poder de la élite política, preparando así la victoria posterior del fascismo en
Italia.
En este contexto, el socialismo de tipo marxista, que aglutinó a la mayor parte del
movimiento obrero en pugna contra la burguesía, se puso a la cabeza en casi todo el continente
europeo, relegando las variantes utópicas y social-reformistas del socialismo a un segundo
plano. Así, la socialdemocracia alemana concentró sus energías en organizar disciplinadamente a
las masas populares dentro del partido y los sindicatos, bajo la bandera de un programa
socialista de carácter casi fatalista. El movimiento obrero alemán, además, fue el gran ejemplo
para los obreros de casi todos los países europeos. El papel dirigente de la socialdemocracia
alemana se volvió a hacer patente en el congreso fundacional de la Segunda Internacional
Socialista, celebrado en París en 1889, donde se impuso tanto el programa marxista como la
fórmula parlamentaria propugnada por la socialdemocracia alemana. La Segunda Internacional
Socialista fue aceptada unánimemente como la organización reconocida del movimiento obrero
internacional, lo que dio a los partidos socialdemócratas de tendencia marxista clara ventaja
frente al resto de los partidos. En 1896 los anarquistas fueron excluidos de los congresos, y su
influencia fue disminuyendo. La decisión del congreso de París de declarar el 1 de mayo “día de
la manifestación internacional del movimiento obrero a favor de la jornada de trabajo de ocho
horas” se convirtió en bandera de la lucha de clases. Hacia 1895 parecía segura la victoria del
socialismo marxista sobre sus rivales ideológicos en Europa.
Relaciones Internacionales - Primer Parcial 33
Sin embargo, esta paz ideológica dentro del movimiento socialista europeo no duró mucho
tiempo. En pocos años se desencadenó la discusión entre los partidarios de una dirección
marxista ortodoxa, y los partidarios de una política de reforma activa en el marco del orden
social activo (revolucionarios contra reformistas), que buscaban llegar al poder con ayuda de los
métodos de la lucha parlamentaria. Objeto de graves discusiones fueron, por ejemplo, el tema
de la actitud que había de adoptar la socialdemocracia frente a los campesinos independientes, o
el de si era o no lícito el pacto electoral con partidos burgueses, etc. A pesar de todo, la
socialdemocracia alemana impuso en el congreso de la Segunda Internacional, convocado en
Amsterdam en 1904, su punto de vista: el socialismo no debía participar en coaliciones
burguesas, no colocarse en el terreno de las simples reformas de la sociedad burguesa existente.
De esta manera, se rechazaba cualquier compromiso con los partidos burgueses: aún no se
quería renunciar al mito de la revolución socialista. A través de una serie de huelgas generales,
la socialdemocracia belga consiguió la reforma parcial de la ley electoral, el movimiento austríaco
conquistó el sufragio universal en 1906, y Finlandia lo hizo en 1905. En Francia, el método
preferido era el de la “acción directa”, por medio de la huelga, el sabotaje y el boicot (para Sorel,
por ejemplo, el movimiento sindicalista era el medio adecuado para destruir la cultura y el orden
social racionalista en decadencia). La doctrina sindicalista era en esencia una doctrina de lucha
nacida directamente de la profundidad de la oposición de clases, y no un sistema político
elaborado como el socialismo; por esta razón el sindicalismo ejercía una fuerte atracción sobre
los trabajadores franceses, y se dirigía directamente contra el enemigo de clase. La lucha de los
diferentes partidos socialistas, por el contrario, se planteaba en un terreno ajeno a los
trabajadores, y sus intervenciones en el engranaje parlamentario les parecían incomprensibles y
poco eficaces.
En Europa central y occidental, por el contrario, se extendía la tendencia opuesta. Sobre
todo en Alemania disminuyeron las huelgas de masas gracias a la consolidación y expansión de
los sindicatos: era inadmisible que los frutos del trabajo sindical de muchos años fueran puestos
en peligro por acciones políticas arriesgadas. Esta opinión se generalizó entre los demás partidos
de la Segunda Internacional. A cambio la minoría radical de izquierdas empezó a declararse
partidaria de los métodos de la huelga general, sobre todo después de que la revolución rusa de
1905 había demostrado todo lo que podían esperar los trabajadores de la huelga de masas
espontánea (Rosa Luxemburg fue el principal defensor de esta dirección). Tras la victoria de
Lenin y los bolcheviques (mayoritarios), éste instauró la “dictadura del proletariado” como la
meta fundamental de toda lucha socialista, concentrando el poder en manos de un grupo
reducido de revolucionarios profesionales y, aunque por razones tácticas aceptó la actividad
parlamentaria del partido bolchevique, siguió siendo un enemigo irreconciliable de todos los
intentos de conseguir la emancipación de la clase obrera por los métodos legales, sobre todo en
colaboración con la democracia burguesa. La primera meta del proletariado sería la destrucción
completa del aparato estatal tradicional para después, mediante la “dictadura del proletariado”, y
tras un período de transición de lucha de clases, dar paso a la sociedad sin clases del
comunismo.
Las diferencias en el grado de desarrollo de las economías nacionales aún eran muy
acusadas en los tres decenios que precedieron a la I Guerra Mundial. Mientras por un lado se
encontraban en los comienzos de la sociedad industrial, por otro permanecían aún a menudo en
el terreno de una economía agraria de estructura patriarcal. Esta situación producía agudos
contrastes políticos y sociales tanto entre las naciones europeas como en el interior de cada una
de ellas, contrastes que influían en la mentalidad de los pueblos. Sin embargo, en general, había
Hacia el fin de los años ochenta del siglo XIX, la fiebre del imperialismo se adueña de los
gabinetes europeos progresivamente y sin que se den apenas cuenta los propios diplomáticos,
pasando los grandes problemas tradicionales de la política europea a un segundo plano, sin
haber sido resueltos. Algunos Estados europeos, como Inglaterra y Francia, ya hacía tiempo que
llevaban a cabo una política de expansión colonial. Hacia 1885 este proceso de expansión de la
civilización europea por todo el globo sufre una violenta aceleración; en pocos años se convirtió
en una auténtica carrera de las potencias europeas tras los territorios de ultramar aún “libres”, a
la que se sumaron también Japón y los Estados Unidos. Al mismo tiempo se transformaba el
carácter de la dominación colonial europea; de la noche a la mañana se convertía el colonialismo
en imperialismo: las potencias europeas empezaron a perseguir sistemáticamente la adquisición
de nuevos territorios coloniales y a respaldar con capital propio la conquista y penetración
económica de los países subdesarrollados.
Al mismo tiempo, la creciente rivalidad entre las grandes potencias supuso el abandono de
las formas tradicionales de dominación más o menos extensiva de los territorios coloniales, a
partir de algunos puntos de la costa. Se desencadenó entonces una lucha encarnizada por la
conquista del continente interior unida al afán de delimitar claramente las fronteras de los
distintos territorios: la firma de tratados de protección con los jefes de numerosas tribus
indígenas ya no bastaba ahora para fundar o ampliar imperios coloniales; a partir de ahora eran
necesarias duras negociaciones con las respectivas potencias rivales para legitimar las propias
En toda Europa se enfrían, a partir de 1906, las pasiones imperialistas. Si hasta entonces
los pueblos habían seguido con febril excitación las grandes pruebas de fuerza por la conquista
de territorios de ultramar, ahora los problemas de política interna vuelven a acaparar el máximo
interés. El gobierno inglés estaba interesado en disminuir los graves gastos militares,
consecuencia de dos decenios de política exterior ambiciosa, y en reducir en lo posible los
compromisos internacionales de Inglaterra. Esta situación era análoga en Francia, Alemania, e
incluso Rusia. Sin embargo, en estos últimos años antes de la guerra, Europa vive una época de
paz no exenta de tensiones; es el período que los historiadores han bautizado de la “paz
armada”. Bismarck había demostrado su gigantesca talla diplomática al conseguir formar un
bloque en torno a Alemania, la Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría e Italia), e impedir la
formación de un bloque de adversarios. Así pues, no comenzaba para Europa un período
tranquilo: al crecer las fuerzas democráticas se liberaron en mayor medida energías nacionalistas
que introdujeron en las relaciones internacionales de las potencias un nuevo factor de extrema
agresividad.
Este nuevo elemento se puso de manifiesto en la evolución de la rivalidad naval entre
Alemania e Inglaterra: el programa alemán de construcción de nuevos buques de guerra de
dimensiones y potencia bélica hasta entonces desconocidas, empezó a representar una sería
amenaza para el dominio inglés de los mares en 1906, con lo cual se inició una carrera por el
armamento naval entre las dos potencias. Inglaterra intentó, a su vez, renovar la flota para no
perder su hegemonía sobre los mares, a pesar de que Guillermo II afirmaba que la flota alemana
no estaba dirigida contra Inglaterra, lo cual, subjetivamente, correspondía a la verdad; para el
Kaiser, ésta constituía un soberbio juguete, símbolo de prestigio mundial. De esta manera, la
relación entre ambos países se fue enfriando. No obstante, otros problemas más urgentes
desviaron la atención de estos temas: la primera y segunda crisis marroquí, la crisis de bosnia, y
las guerras balcánicas.
La penetración de Francia en Marruecos se efectuó a la manera clásica: ofrecimiento al
sultán de ayuda técnica y asistencia militar. Inglaterra por razones estratégicas, y España por
poseer intereses en la zona, miraban con recelo las iniciativas francesas. En 1905, en la visita de
Guillermo II a Tánger, el emperador se erige en protector de la independencia de Marruecos, lo
que provoca una gran crisis internacional. El canciller alemán Von Bülow, al internacionalizar el
problema marroquí, esperaba obtener ventajas o, en el peor de los casos, un medio de presión
para frenar a Francia en otros lugares. En la conferencia de Algeciras en 1906 se acuerda
mantener la independencia de Marruecos, pero también el protectorado francés en la zona,
postura que apoyaron Inglaterra, Rusia e Italia. Las repercusiones internacionales de este
conflicto fueron grandes: la temida posibilidad de una agresiva política exterior por parte de
Alemania, y con ello el estallido de la guerra, provoca que en 1907 se firme la Triple Entente
(Gran Bretaña, Francia y Rusia), el bloque mundial más poderoso, ya que suponía la suma de
tres imperios gigantescos.
En 1911 estalla la segunda crisis marroquí. Alemania acusa a Francia de sobrepasar en su
acción los límites que le fijaba el Acta de Algeciras y de no respetar el principio de “puerta
abierta” para todos en las actividades económicas. La violación de este acuerdo ofrece al Reich
alemán un pretexto para volver a plantear la cuestión marroquí, y envía un buque de guerra
En los comienzos del conflicto se enfrentaba Rusia, Francia, Inglaterra, Serbia y Bélgica
con Alemania y Austria-Hungría. Italia, al no satisfacer Viena sus reivindicaciones adriáticas, se
proclama neutral (aunque entrará en guerra a favor de los aliados un año más tarde). Turquía se
identifica sin titubeos con Alemania, pero no se atreve a entrar en el conflicto inmediatamente.
Es la primera guerra en la que participan casi simultáneamente las principales potencias del
mundo, y los pueblos europeos parten a la guerra con un entusiasmo casi religioso. La lucha por
la patria parecía dar a la vida de repente un contenido nuevo. Los socialistas, las clases
burguesas, los sindicatos y la clase obrera se unieron a esta muestra de nacionalismo. En un
primer momento la guerra trajo en todas partes una estabilización de la situación interna. Sin
dudarlo, los Parlamentos aprobaron los medios financieros necesarios para la contienda,
Relaciones Internacionales - Primer Parcial 39
retirándose luego a un segundo plano y dejando libre el campo a los militares. La iniciativa
perteneció a las potencias centrales. La Entente disponía de una enorme superioridad en
población, en materias primas y en facilidades de acceso a las grandes rutas marítimas, pero los
imperios centrales se habían preparado con mayor meticulosidad para la guerra. Las tropas
alemanas son disciplinadas, están bien provistas de artillería pesada y de armas automáticas. El
Estado mayor alemán tiene en su cartera, desde 1905, el llamado Plan Schlieffen, el cual,
previendo la lentitud de la movilización rusa, dispone un ataque rápido en el Oeste para atender
en una fase posterior el frente este. En un principio, el potencial militar de la Entente es más
débil: el ejército ruso carece de infraestructura logística para una movilización rápida. Inglaterra
no ha establecido el servicio militar obligatorio y, por tanto, no posee suficiente número de
soldados; Francia, que va a sufrir el choque inicial, es una nación menos poblada, menos
industrializada y con armamento menos moderno que Alemania.
La guerra obliga a los beligerantes a movilizar todas sus fuerzas económicas. En principio
se había calculado una guerra corta y ningún país estaba preparado para un esfuerzo sostenido.
La prolongación del conflicto obligó a los gobiernos a improvisar una organización en gran escala
para la fabricación de municiones y material de guerra. Los estrategas sueñan con perturbar la
estructura del adversario, preparando y asestando golpes en sus comunicaciones y en sus
sistemas de producción. Así, el bloqueo de los suministros del enemigo, perjudicó de manera
especial a los imperios centrales. Aunque hubo fisuras, en los años 1917 y 1918 la escasez de
alimentos en Alemania llegó a ser muy grave. La réplica alemana al bloque, la guerra submarina,
fue creciendo en intensidad: en 1915 Alemania sólo disponía de 30 submarinos, mientras que en
1917 tenía 154.
Siguiendo las previsiones del Plan Schlieffen, basado en el cálculo de que el ejército ruso
necesitaría varias semanas para colocar en el frente toda su potencia, los alemanes atraviesan
Bélgica y se lanzan sobre Francia, en dirección a París, por lo que el 2 de septiembre el gobierno
francés consideró prudente abandonar la capital. En Marne, cerca de la capital francesa, los
franceses contraatacan, y los alemanes corren el peligro de ser desbordados, fracasando así el
Plan Schlieffen. Fracasado el avance en punta hacia París, los alemanes inician las batallas de
Flandes, la carrera hacia el mar, asegurando sus comunicaciones a través de las llanuras belgas
y renunciando al hundimiento de Francia. En el Este, en los últimos días de agosto y primeros de
septiembre, los alemanes derrotan a los rusos en Tannenberg y en los Lagos Masurianos, pero
los austríacos retroceden en Galitzia y en los Balcanes. En agosto, Japón declara la guerra a
Alemania y en pocos días ocupan sus posesiones en China y el Pacífico. Turquía entra en la
guerra como aliado de Alemania en noviembre, y bombardea los puertos rusos de Odessa y
Sebastopol.
El año 1917 se caracteriza por tres acontecimientos: la intervención de los Estados Unidos
en el conflicto, la retirada de Rusia después de la revolución, y una crisis profunda, de
cansancio, que afecta a todos los países. En enero el presidente Wilson rompe sus relaciones
diplomáticas con Alemania, y Estados Unidos declara la guerra. Este cambio de actitud fue
provocado por el bloqueo alemán a las costas inglesas y francesas, amenazando con hundir a los
neutrales que transportaban mercancías con este destino. El comercio de los Estados Unidos con
Inglaterra y Francia era muy intenso: la guerra submarina suponía una amenaza para muchas
empresas de exportación norteamericanas. La intervención de los Estados Unidos supuso el fin
de la angustia financiera inglesa y francesa, un bloqueo más eficaz contra Alemania, el apoyo de
los Estados de la América Latina, y un aumento de reservas demográficas e industriales.
En Rusia, los sufrimientos de la guerra contribuyeron a la caída del régimen zarista, y los
rusos se retiran. Los alemanes, sin embargo, no muy confiados, mantuvieron aún un millón de
hombres en el frente oriental. La desaparición del frente del Este permite a Alemania disponer
de más efectivos e iniciar una gran ofensiva en el Oeste. Es entonces cuando Alemania se da
cuenta de la debilidad de sus líneas: el nuevo material de guerra norteamericano había
producido ya la inferioridad germana, y su hundimiento es muy rápido. El 11 de noviembre de
1918 se firma el armisticio; dos días antes ha huido Guillermo II y se proclama la República en
Berlín.
La guerra mundial no fue en absoluto el resultado directo de la voluntad de Alemania de
incorporarse a la política mundial, o de la lucha competitiva entre los diversos imperialismos
europeos; la guerra fue desencadenada más bien por un conflicto que hacía tiempo que estaba
latente en el interior del sistema tradicional de las potencias europeas, aunque bien es verdad
que los contrastes en el campo de la política mundial contribuyeron a agudizar la situación. Una
vez desencadenada la guerra, las energías nacionalistas e imperialistas de los pueblos se
abrieron paso en una explosión incontrolada, una lucha sin cuartel cuyo único fin legítimo era la
destrucción del enemigo. Al final de la I Guerra Mundial, la vieja Europa de las cinco grandes
potencias se había transformado tanto que resultaba irreconocible. Europa tuvo que ceder su
función hegemónica en el mundo a los dos grandes bloques opuestos, los Estados Unidos y la
Unión Soviética, esta última impotente en aquel momento, pero no por mucho tiempo.
13.2. Los tratados de Versalles
Los ciudadanos y los políticos de los principales países que lucharon en la I Guerra
Mundial, excepto los italianos y los japoneses, creían firmemente que estaban comprometidos en
una lucha defensiva. El gobierno austrohúngaro lanzó su ataque en 1914 para salvar a la
monarquía de las secretas maquinaciones de Serbia; Rusia se consideraba obligada a resistir el
avance alemán que se extendía en el sudeste de Europa y los Estrechos; Alemania intentaba,
antes de que fuera demasiado tarde, evitar los peligros de verse cercada, así como defenderse
de un complot eslavo que proyectaba la destrucción de su aliado, complot fraguado en San
Petersburgo con el apoyo de Francia y la connivencia de Inglaterra. Francia se vio invadida, en
Inglaterra consideraba que el equilibrio europeo estaba amenazado por Alemania; los Estados
Unidos entraron en guerra para defender el derecho internacional y la moralidad pública. Sólo
Relaciones Internacionales - Primer Parcial 41
Italia y Japón hicieron la guerra alentadas por ambiciones territoriales. En una palabra, todas las
grandes potencias estaban convencidas de que el culpable de la guerra era el otro.
La paz de París estaba formada por el tratado de Versalles con Alemania, el de St. Germain
con Austria, el de Trianón con Hungría, el de Neuilly con Bulgaria, y el de Sèvres con Turquía. En
el bando aliado, al finalizar la guerra, se hallaba firmemente arraigada la convicción de que
Alemania era la culpable de todo. Para Francia, Inglaterra y América, Alemania había sido el
principal y más formidable enemigo, y se concluyó, sin más, que la contribución de Austria-
Hungría al estallido de la guerra había sido tan escasa como su participación a lo largo de la
misma. Por consiguiente, en el tratado de Versalles, los aliados consideraron a Alemania como la
responsable de las consecuencias de la guerra y que, por tanto, estaba obligada a ofrecer una
reparación económica a estos países. Para los que redactaron el tratado, se trataba de algo
razonable; para los alemanes suponía una flagrante tergiversación de la verdad. Así, para los
alemanes, la justicia implicaba diferentes contenidos que para los aliados. Esto es importante, ya
que, antes de que se firmara el armisticio en noviembre de 1918, al gobierno alemán le fue
hecha la promesa de que la paz sería justa; éste fue el mensaje del presidente de los Estados
Unidos. Woodrow Wilson, que se erigió en árbitro entre los dos campos al ser el primero en
recibir la oferta de armisticio. Con anterioridad, Wilson había realizado públicamente un
programa de paz preciso que se conocería como “los catorce puntos del presidente Wilson”.
Estas resonantes declaraciones contenían un fastuoso plan que configuraría la posguerra
garantizando una paz perpetua. Los discursos de Wilson dejaban bien sentado que la paz sólo
podría estar basada en la justicia, y la justicia internacional significaba esencialmente el ejercicio
del derecho de autodeterminación por parte de todos los pueblos, lo que equivale a decir que las
fronteras deberían ser trazadas de acuerdo con los deseos de las poblaciones afectadas.
Entonces los pueblos del mundo cesarían de ambicionar el cambio de fronteras, y la principal
causa de la guerra desaparecería. Las formas democráticas de gobierno asegurarían una política
exterior pacífica, por medio de una diplomacia abierta. En caso de surgir roces, las restantes
naciones del mundo, alistadas en la Sociedad de Naciones, harían que se impartiera justicia. Sin
un Estado cayera en manos de diplomáticos del viejo estilo o militares irresponsables y llegara a
mostrarse agresivo, los otros Estados del mundo ejercerían presiones bajo la dirección de la
Sociedad de Naciones. La presión económica o incluso moral sería suficiente; si no fuera así, los
miembros de la Sociedad quedarían autorizados para usar la fuerza armada.
En abril de 1918 se prometió justicia para Alemania, pero ¿qué era lo justo para Alemania?
Para los alemanes, cualquier clase de mengua de un tratamiento igualitario sería una injusticia;
para los que hicieron la paz, la justicia para Alemania no significaba un tratamiento igual para
ésta, ya que un criminal debe ser tratado de manera diferente a sus víctimas. La paz de París se
componía de cuatro tratados, con Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria, y Turquía. El tratado de
Alemania, el tratado de Versalles, fue el más importante.
La mayor parte de los franceses deseaban debilitar a Alemania, desarmarla, privarla de su
integridad territorial, ocuparla militarmente, quitarle su dinero y rodearla de poderosos
enemigos: el gobierno francés deseaba una paz que aplastara a Alemania. Poncairé, Foch y la
derecha francesa opinaban que Alemania debía ser debilitada y mantenida en este estado
prescindiendo de la opinión anglosajona; Clemenceau, jefe de la delegación francesa en la
Conferencia de Paz, y la izquierda preferían mantener un entendimiento con Inglaterra y
América, y estaban dispuestos a un compromiso en su política con respecto a Alemania. La
Alemania de entreguerras tuvo mucho que agradecer a la voluntad de Clemenceau de llegar a
un compromiso. Lloyd George, el primer ministro británico, quería convertir a Alemania en un
país pacífico, llevar la prosperidad a este país y, consiguientemente, a Europa, y evitar el
deslizamiento de Alemania al bolchevismo. Fue Lloyd George, y no Wilson, quien luchó más
ardientemente por los intereses alemanes en Versalles. El tratado de Versalles fue la obra
personal de estos tres hombres, Clemenceau, Lloyd George y Wilson. Las principales cuestiones
que el tratado de Versalles intentaba resolver eran las reparaciones, las fronteras de Alemania,
Relaciones Internacionales - Primer Parcial 42
el desarme alemán y la suerte de las colonias alemanas.
1. Reparaciones. Las principales preguntas a las que se debía encontrar una respuesta
eran cuánto tendría que pagar Alemania y cuánto podría pagar. Los catorce puntos de Wilson
dejaban bien sentado que Bélgica y las regiones francesas que habían sido invadidas debían ser
reparadas. Por medio del tratado se obligaba a Alemania a aceptar que debía pagar mucho más
de lo que con toda probabilidad podía, quedando para más tarde el cálculo de la cifra exacta.
Estas cláusulas del tratado motivaron una comprensible decepción en Alemania. Lloyd George
ambicionaba tres objetivos: que la vida en la futura Alemania fuese soportable, que Inglaterra
obtuviera la mayor parte posible de los pagos efectuados por Alemania, y que la opinión pública
inglesa quedara convencida de que Alemania iba a ser tratada con la máxima dureza. El segundo
y el tercer objetivos quedaban automáticamente garantizados gracias a la cuenta que se iba a
presentar a Alemania de las pensiones a pagar por los aliados a las viudas, a los soldados
mutilados y a las personas dependientes de los que lucharon durante la guerra. Clemenceau
deseaba obtener para Francia el máximo de estos pagos. Wilson y sus consejeros deseaban
calcular lo que se podía esperar razonablemente de Alemania, teniendo en cuenta que Inglaterra
y Francia habían sufrido los efectos de la guerra con mayor intensidad que su propio país. Así, se
determinó una comisión compuesta de delegados de las grandes potencias para determinar el
importe de los daños.
2. Las fronteras. Hubo una cuestión que fue decidida sin ninguna dificultad: Alsacia y
Lorena deberían ser devueltas a Francia. Francia fue aún mucho más lejos y propuso una
ocupación militar, francesa o aliada, de duración indefinida, de la orilla izquierda del Rin y de sus
principales cabezas de puente: el argumento esgrimido era la convicción de que no se podía
confiar ni siquiera en una Alemania republicana; era necesario el empleo de la fuerza para poner
coto a estas tendencias agresivas. Esta propuesta desagradó a Lloyd George, que estaba a favor
de una Alemania próspera: “no podemos desmantelarla y simultáneamente esperar que pague”.
Sin embargo, su intención era firmar pronto la paz para devolver la estabilidad a Europa, y para
ello era necesario hacer condiciones al lado francés. Finalmente, prevaleció la teoría de
Clemenceau de que la ocupación podría darse por finalizada antes de los quince años si
Alemania cumplía las obligaciones estipuladas en el tratado. Asimismo, se introdujeron algunos
cambios en la frontera germano-belga, aumentando la extensión de Bélgica; también se
ampliaron las fronteras de Dinamarca y las de Polonia, con lo que más de un millón de alemanes
quedaron bajo el control polaco. Igualmente, varios millones de alemanes quedaron dentro del
nuevo Estado Checoslovaco, y un número aún mayor dentro de la nueva Austria. Con toda
probabilidad, la mayoría de los austríacos alemanes deseaban formar parte del Reich alemán;
pero el tratado dejó bien sentado que no podrían hacerlo sin el permiso francés, y Francia no
estaba dispuesta a favorecer de ninguna manera el engrandecimiento alemán.
3. El desarme alemán. El desarme y la prohibición del rearme alemanes suscitaron escasas
diferencias de opinión entre los participantes en la conferencia de paz. El ejército alemán quedó
limitado por el tratado a 100.000 hombres que servirían no menos de doce años, y se
restringieron cuidadosamente las armas permitidas. Se prohibió a Alemania contar con una
fuerza aérea.
4. Las colonias alemanas. El tratado de Versalles reza: “Alemania renuncia a todos sus
derechos y títulos sobre sus posesiones ultramarinas en favor de las potencias aliadas principales
y asociadas”. Las dificultades surgieron al afrontar el problema de la redistribución de los
territorios alemanes, de sus derechos en China y del modo en que se administrarían en el futuro
estas colonias. La solución era preparar los territorios pertinentes para su autogobierno en un
futuro más o menos remoto, bajo la supervisión internacional de la Sociedad de Naciones. Estas
disposiciones fueron acogidas en Alemania como un caso de trato desigual.
En general, el tratado dejó una Alemania potencialmente fuerte y llena de resentimiento.
En Francia se extendió el sentimiento de que de alguna manera se les había escamoteado la
seguridad que la victoria debiera haberles proporcionado, mientras que Inglaterra
Relaciones Internacionales - Primer Parcial 43
experimentaba cierta culpabilidad por el hecho de que Alemania había sido tratada injustamente.
La primera parte del tratado con Alemania, era “El pacto de la Sociedad de Naciones”,
configurada como una organización mundial que “promovería la cooperación internacional” y
“conseguiría la paz internacional”. La humanidad liberal y progresista fundaba sus esperanzas en
este documento. El órgano directivo de la Sociedad era el Consejo, compuesto de representantes
de las grandes potencias, los principales países aliados y asociados, junto con representantes de
otras cuatro potencias. Los miembros se comprometían a respetar y defender la integridad
territorial y la independencia política de todos ellos, y en caso de agresión el Consejo les
asesoraría sobre la manera de desarrollar estas garantías. Sin embargo, para el uso de la fuerza
armada, la Sociedad sólo podía contar con las grandes potencias amigas. Consecuentemente, la
Sociedad tuvo un escaso impacto real, sobre todo debido a la abstención de los Estados Unidos.
El hecho más importante del acuerdo austrohúngaro era que Austria-Hungría dejaba de
existir. Ya antes de la Conferencia de Paz, la monarquía de los Habsburgo se había disgregado,
surgiendo nuevas entidades como Austria, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia. Estos Estados
hacían reclamaciones, con frecuencia incompatibles entre sí, sobre determinadas partes de los
territorios de la caduca monarquía; al mismo tiempo, Polonia, Italia y Rumanía hacían valer sus
propias peticiones. La monarquía de los Habsburgo había parecido útil a cada una de las
nacionalidades existentes dentro de sus fronteras como medio de refrenar a las restantes; ahora
el mediador entre las naciones no sería el rey y emperador, sino la Conferencia de Paz. Las
decisiones tomadas en la Conferencia estaban dirigidas a respaldar las aspiraciones nacionales
Checoslovacas y Yugoslavas. Las poblaciones de lengua alemana, de la parte austríaca fueron
anexionadas a Italia y a Checoslovaquia; la nueva frontera con Yugoslavia también se vio
favorecida al ser trazada de acuerdo con límites étnicos. A esta reducida Austria le fue impuesta
la independencia e, incapaz de sobrevivir económicamente por sí misma, fue condenada desde
entonces a una dura lucha contra el hambre y el desempleo.
Hungría también quedó reducida tras satisfacer las demandas de Checoslovaquia, Rumanía
y Yugoslavia. Checoslovaquia obtuvo Rutenia, y escamoteó a Hungría casi un millón de
magiares, un cuarto de millón de alemanes, y algo menos de dos millones de eslovacos.
Transilvania fue cedida de Rumanía; grandes zonas de Croacia y Eslovenia que pertenecían a
Hungría fueron cedidas a Yugoslavia. Por otro lado, Polonia se constituyó como un Estado
independientes. El tratado húngaro, lo mismo que el alemán, creó resentimiento en el país
vencido.
El tratado de Neuilly con Bulgaria era menos drástico que los demás tratados europeos;
cedía a Yugoslavia dos pequeñas zonas del este de Bulgaria por razones estratégicas, y
transfería la Tracia occidental de Bulgaria a Grecia, separando así Bulgaria del mar Egeo. En
cuanto a Turquía, ésta fue negociada, no impuesta, ya que los aliados no eran lo
suficientemente fuertes como para imponer la paz por la fuerza: la separación de todas las zonas
asiáticas del Imperio otomano, excepto Anatolia, fue impuesta sin dificultad. El acuerdo sobre el
Oriente Medio de los años de la posguerra elevó a la cumbre el poder de Francia e Inglaterra en
dicha zona.