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“La lengua, los niveles y la norma”

Temas que se tratan en la conferencia:

1. Qué entendemos por lengua española

1.1. Correspondencia nación-lengua (min. 5 al 14)

1.2. Criterios para establecer la noción de comunidad lingüística: geopolítico, estructural y sociológico
(min. 14 al 35)

1.3. La comunidad lingüística hispánica

1.3.1. ¿Castellano o español?

2. La lengua como abstracción. La distinción saussureana entre lengua y habla (min. 35 al 36)

3. Niveles de lengua (en función del sujeto hablante) (min. 36 al 48)

3.1. Variedades geográficas (coordenada horizontal)

3.2. Variedades socioculturales (coordenada vertical)

3.3. Las “extralenguas”

3.3.1. Lenguas especiales

3.3.2. Jergas

4. Niveles del habla (en función de la situación de comunicación)

4.1. Ejes de las relaciones sociales

4.1.1. Solidaridad (eje horizontal)

4.1.2. Poder (eje vertical)

4.2. Clases de niveles de habla

4.2.1. Formales

4.2.2. Informales

5. La norma o lengua estándar

5.1. Criterios para establecer la norma (de autoridad, geográfico, literario, aristocrático, democrático,
lógico, estético)

5.2. La nivelación lingüística. La misión del lingüista.

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1. QUÉ ENTENDEMOS POR LENGUA ESPAÑOLA

1.1. Correspondencia nación-lengua.

Correspondencia nación-lengua

Según Seco, la correspondencia nación-lengua no es rara, pero no siempre coincide.

Tendemos a identificar las fronteras lingüísticas con las fronteras políticas. El francés es la lengua
de Francia, el italiano el de Italia, pero ¿es el belga la lengua de Bélgica y el suizo la de Suiza? Este
enfoque popular tiene más extensión de la que cabría esperar. En Francia encontramos libros que indican
que son “traducidos del americano”. (Bernard Shaw decía que Inglaterra y EEUU están separados por la
lengua común).

Coexistencia de 2 o más lenguas en una comunidad

Se puede producir la coexistencia de 2 o más lenguas en una misma comunidad, tanto en


situación de igualdad como en otras de preponderancia de una de ellas.

La lengua española es la lengua oficial en toda España, aunque comparte la oficialidad en


algunas comunidades autónomas.

La cuestión no es tan clara como parece. China, por ejemplo, tiene 6 sistemas lingüísticos
diferentes, algunos de ellos totalmente incomprensibles entre sí. Pero se habla el “chino” en general. Sus
hablantes se entienden gracias a la escritura ideográfica, que no guarda relación entre los caracteres y los
fonemas, sino que relaciona el carácter con la realidad. Es lo mismo que ocurre en Europa con los
números, que se representan mediante signos fónicos distintos en las diferentes lenguas (cinco, cinq,
cinque, five), pero que, al representarse con el mismo grafema en todas ellas (5), permite la comprensión
por parte de todos.

Algo parecido a la situación del chino es lo que ocurre con el árabe, que es diferente en las
distintas naciones en las que se habla, pero en la escritura se utiliza el árabe clásico, que es comprendido
por los habitantes de todas las comunidades árabes. Es el mismo caso que se producía en la Europa
medieval con el latín, que era la lengua a la que recurrían los ilustrados para comunicarse.

1.2. Criterios para establecer la noción de comunidad lingüística: geopolítico, estructural y


sociológico.

La noción común de lengua es más bien elástica, a pesar del aplomo con que la definen los
lingüistas.

La validez más discutible del criterio geopolítico y la validez más indiscutible del criterio
estructural deben completarse con el criterio sociológico, que formula Halliday, cuya base es el concepto
de COMUNIDAD LINGÜÍSTICA.

Según estos lingüistas, una COMUNIDAD LINGÜÍSTICA es un grupo de gentes que se


consideran a sí mismas como hablantes de una misma lengua. En este sentido, hay una comunidad
lingüística: los chinos, ya que ellos mismos se consideran hablantes del chino y no del pekinés,
cantonés…; en cambio, no existe una comunidad lingüística “los escandinavos”, sino que los noruegos
hablan noruego, los daneses, danés y los suecos, sueco, lenguas las 3 que no son consideradas por sus
hablantes como variedades de la lengua escandinava a pesar de que las 3 son, en gran medida,
mutuamente inteligibles.

1.3. La comunidad lingüística hispánica.

Trasladando este concepto a nuestro mundo hispánico, diremos que el gallego y el portugués no
pertenecen a una comunidad lingüística, a pesar de que son tan inteligibles recíprocamente como el
castellano de Soria y el castellano de Río de la Plata, que sí se sienten dentro de una misma comunidad.

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El concepto tiene interés porque refleja la actitud del hablante hacia su lengua y, por tanto, su
manera de usarla. La conciencia de hablar una determinada lengua con un determinado nombre implica
un sentimiento de solidaridad entre todos los individuos que la hablan y actúa de forma más o menos
consciente sobre la utilización individual de ese instrumento de comunicación.

Es un hecho evidente que los españoles, los mexicanos, los cubanos, etc. constituimos todos
una comunidad lingüística puesto que todos nos consideramos, y somos considerados, hablantes de una
misma lengua.

1.3.1. ¿Castellano o español?

Esta comunidad es, ciertamente, una de las 5 mayores del mundo. Curiosamente, y como
manifestación de una de las peculiaridades folclóricas de la gente hispánica, los miembros de esta
poderosa comunidad no sabemos muy bien cómo se llama nuestra lengua.

Su lengua nos une, pero su nombre nos desune. ¿Qué es lo que hablamos? ¿Castellano?,
¿español?, ¿lengua oficial?, ¿o qué? La cuestión es antigua pero todavía no está cerrada. Hay un texto
reciente que pretende darla por zanjada: la Constitución Española de 1978, cuyo artículo 3º, párrafo 1º
dice así:

“El castellano es la lengua española oficial del Estado”

Las Cortes Generales adoptaron el nombre de castellano para referirse a nuestra lengua. Pero el
enunciado da indicios de que no fue “parido” sin cierta tensión:

La estructura de la frase es desacertada, ya que con esa ordenación de sus elementos parece
que responde a la pregunta ¿qué es el castellano? RESPUESTA: El castellano es… La verdadera
pregunta implícita es ¿Cuál es la lengua oficial del Estado? y ello pide un enunciado así: “La lengua oficial
del Estado es el castellano” que ya no es, como la anterior, forma de definición sino de especificación, es
decir, la que corresponde al caso.

Si en el enunciado se nos permitiese restaurar un orden de palabras lógico y objetivo, la forma


sería: “la lengua española oficial del Estado es el castellano”. ¿No parece que hay un elemento superfluo?
Es algo así como si la Constitución francesa dijese “la lengua románica oficial del Estado es el francés”.
La especificación sobre el grupo lingüístico sobraría en estos. Quizá el secreto de esa palabra inútil,
“española”, esté también en la estilística; en el deseo de poner de relieve que el castellano es sólo una de
las lenguas españolas y la hipótesis se confirma leyendo el apartado 2º del mismo artículo 3º:

“Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de
acuerdo con sus Estatutos”

Esta explicación, sin embargo, no es suficiente para que retiremos nuestra opinión de que el
adjetivo “española” en el sintagma “la lengua española oficial del Estado…” está de sobra. La pista se
encuentra en el predicado “es el castellano”. Obviamente, el tal adjetivo, “española”, resultaría
insoportable si en vez de “es el castellano” se hubiera dicho “es el español”: “La lengua española oficial
del Estado es el español”.

El hecho de que los padres constituyentes se decidieran por “castellano” para nuestro idioma fue
el que les indujo a escribir ese redundante “lengua española oficial” con el deseo de que sirviese de terrón
de azúcar para los ciudadanos partidarios de la denominación de “español” para la lengua común.

La aprobación del texto definitivo del artículo se hizo a contrapelo de una nube de declaraciones
y escritos en que tanto la Academia Española como lingüistas de primera fila manifestaron y razonaron la
mayor conveniencia del nombre de “español”, aún reconociendo objetivamente la coexistencia legítima
del uso del nombre “castellano”. Todo inútil: los políticos respondieron que la Constitución era cosa suya y
no de los hombre cultos.

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Esto ya ocurrió con la Constitución de 1931 cuando se debatía la Constitución de la República.
Contra el parecer, entre otros, de Ramón Menéndez Pidal y de Miguel de Unamuno se impuso en el texto
constitucional la denominación de castellano.

En ambos casos, la de 1931 y 1978, en la negación al castellano del nombre de español no sólo
hay una reclamación, muy justa, de que tal denominación también vale para las demás lenguas de
España, sino un trasfondo muy explicable de motivaciones políticas, de intereses prácticos inmediatos y
de sentimientos arraigados.

La historia de la contienda castellano-español ya fue contada, hace muchos años, en un libro de


Amado Alonso, donde se señala que, desde finales del s. XV, siempre se ha alternado el uso de las 2
denominaciones. Al principio, el nombre “español” se usó generalmente en el contraste de esta lengua
con otras lenguas no hispánicas. Por ejemplo, en gramáticas españolas para extranjeros.

En el primer diccionario de la lengua española de 1611 se proclama en la portada el carácter


indistinto de las 2 denominaciones: “Tesoro de la lengua castellana o española”.

Un siglo después, sin embargo, cuando la RAE publica su primer diccionario el título es
“Diccionario de la lengua castellana”. El motivo, según Amado Alonso, era, por un lado, la mentalidad
centralista dieciochesca y, por otro, el empeño casticista que pone su última instancia en el origen
castellano de la lengua.

Pare Fernando Lázaro, en cambio, la explicación es mucho menos trascendental y está en la


simple preocupación estilística de variación léxica; para no decir en un mismo contexto “lengua española”
y “academia española” ya que, en el fondo, a los académicos les era indiferente uno u otro nombre del
idioma.

Sea cual fuere la razón, los diccionarios y las gramáticas publicados por la Academia desde su
fundación hasta 1924 se titularon sistemáticamente “De la lengua castellana”. El hecho de que se
produjese el cambio a “española” en 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera, ha inducido a algunos
a afirmar que se trató de una manifestación más del nacionalismo dictatorial. Esto es falso. La decisión de
adoptar el nombre de “español” había sido tomada por los académicos el 5 de mayo de 1922, según
consta en las actas de la corporación, aunque sólo llegó al conocimiento público al aparecer la edición de
1924 de la gramática.

Cuatro años antes del acuerdo académico, en 1918, Menéndez Pidal había manifestado su
preferencia por lengua española, pues lengua castellana, decía, induce erróneamente a creer, dado su
valor geográfico restringido, que fuera de Castilla no se haya la lengua literaria sino como una
importación.

Según el punto de vista de Manuel Seco:

- Castellano y español parecen igualmente aceptables en el uso común y, de hecho, en muchas


regiones se usan indistintamente las 2 palabras.

- El hecho de que en algunas zonas de España y de América se prefiera castellano se debe, ante
todo, a una larga tradición y, en parte, al apoyo que a esa tradición dio, como hemos visto, la
Academia Española hasta los años 20 de este siglo.

- En América hay que unir a ello, tal vez, un recelo patriótico frente al nombre de “español”, sentido
como una manifestación de colonialismo póstumo.

- Por lo que se refiere a las regiones de España con lengua materna propia, el empleo casi
exclusivo de castellano es explicado frecuentemente como más apropiado porque, sin duda, tan
español es el catalán o el gallego o el vascuence como el castellano.

Los argumentos no son demasiado consistentes:

- Los hispanoamericanos podrían recordar que sus vecinos del norte dicen tranquilamente que
hablan inglés sin pensar que con ello perpetúan la situación colonial con respecto a Inglaterra.

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- Los españoles que tienen lengua materna no castellana, no deben ignorar el uso universal.
Normalmente, en cada país la lengua oficial, sea cual fuere la región en la que surgiera
históricamente, ha tomado el nombre de toda la nación (el francés, el italiano, el alemán…) sin
que ello excluya la existencia de idiomas importantes que no son la lengua oficial.

- El argumento de que el castellano no es la única lengua española se basa, como advirtió Amado
Alonso, en un equívoco, aparentando identificar 2 sentidos o formas interiores porque se
expresan con la misma forma exterior. Cuando se dice que el vasco, el gallego, el catalán son
idiomas españoles, el adjetivo tiene una significación geográfico-política. Cuando se habla del
“español”, la significación es lingüística, puesto que se refiere a un sistema de denominaciones
de los idiomas nacionales como entidades lingüísticas así nombradas.

El empleo sistemático del nombre castellano con negación del nombre español implica una
inexactitud: la de suponer que la lengua oficial de España y de todas las naciones hispanoamericanas es
patrimonio de una sola región. Idea falsa, pues la lengua castellana hace ya muchos siglos que no es
propiedad de Castilla sino de todas las regiones y naciones que la tienen como medio de comunicación
que, por el mismo hecho de utilizarla, colaboran todas en su conservación y enriquecimiento.

Existen, sin embargo, 2 casos en que lo adecuado es, precisamente, el empleo de castellano:

- uno es por exigencia de exactitud histórica y científica, cuando se trata de designar la lengua que
durante la Edad Media fue privativa del Reino de Castilla; o bien el conjunto de modalidades
particulares que en los tiempos modernos presenta el habla de la región castellana frente a la
lengua general. “El castellano es una lengua hecha y el español es una lengua que estamos
haciendo” (UNAMUNO)

- El otro caso es cuando en un mismo contexto aparece mencionada esa lengua general al lado de
otra lengua de España. El contraponer en tal situación, por ejemplo, “lengua catalana” y “lengua
española”, puede resultar equívoco e interpretarse como una actitud separatista. Semejante,
aunque en sentido inverso, a la interpretación que se puede producir en informaciones como
ésta: “el presidente del gobierno vasco se entrevistará con el presidente del gobierno español”.

2. La lengua como abstracción. La distinción saussureana entre lengua y habla.

Pero, hasta este momento, hemos estado hablando de la lengua española o castellana como
una entidad de rasgos bien definidos. En realidad, hemos estado hablando de una abstracción. Porque,
cuando hablamos de una lengua, nos estamos refiriendo a un sistema de signos, a un código de
comunicación que está al servicio de una comunidad. Pero al hacerlo así omitimos conscientemente la
diferencia que existe entre el sistema en sí y su utilización concreta en cada momento por cada individuo
de la comunidad.

La lengua es un conjunto de posibilidades, de las que cada uno de los hablantes aprovecha unas
pocas en cada acto de comunicación.

Se trata de la distinción que Saussure nos enseñó entre la lengua y el habla.

“La lengua es la parte social del lenguaje, exterior al individuo, que, por sí solo, no puede crearla ni
modificarla. No existe más que en virtud de un contrato de los miembros de la comunidad.”

“El estudio del lenguaje comporta dos partes: la una, esencial, tiene por objeto la lengua, que es social en
su esencia e independiente del individuo; la otra, secundaria, tiene por objeto la parte individual del
lenguaje (…)” (SAUSSURE)

El lenguaje es la capacidad de la especie humana para comunicarse por medio de un sistema de


signos que constituye la lengua.

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Saussure establece la oposición lengua/habla. Considera la lengua como un producto social,
mientras que el habla es un producto individual del lenguaje:

- La lengua es una institución social en tanto que el individuo la recibe y la interioriza de forma
pasiva y no puede ni crearla ni modificarla, puesto que consiste en un conjunto de impresiones
depositado en la conciencia de todos los miembros de una comunidad hablante. Constituye un
código común a todos los hablantes de una lengua. Se trata de un sistema de signos cuyos
elementos toman valor precisamente por las relaciones que los vinculan entre sí. En la lengua,
cada elemento adquiere su valor por oposición a los demás.

- El habla, al contrario que la lengua, es un acto creativo; la manera personal de utilizar ese código
que es la lengua. Como opuesta al acto pasivo de recepción y asimilación que constituye la
lengua, el habla es el dominio de la libertad creadora individual.

3. Niveles de lengua (en función del sujeto hablante) (dialectos o niveles de uso)

El concepto de lengua que manejan los lingüistas es más abstracto de lo que parece a simple
vista. Para cada hablante, la lengua se presenta determinada por 2 coordenadas: una horizontal
(geográfica) y otra vertical (sociocultural).

3.1. Variedades geográficas (coordenada horizontal)

Pueden estar determinadas por el bilingüismo. El catalán tiene peculiaridades gramaticales (han
habido, fue por esto que, la mayoría de veces, le dijeron de que esperase). En el léxico, se observan
calcos semánticos (pedir por preguntar, vengo por voy, locuciones como hacer faenas, préstamos como
chafardear, empreñar, encante = subasta, baratillo, etc.).

Igual pasa con el gallego y sus peculiaridades fonéticas (caráter, no llovió por no ha llovido),
léxicas (préstamos y calcos como sacarse la gorra por quitarse la gorra, la suba por la subida).

La fonética andaluza, la canaria, extremeña, murciana, etc., ofrecen también rasgos muy
acusados.

En el plano gramatical, son típicos de Castilla el leísmo (Castilla la Vieja: estos árboles no les he
visto) y el laísmo.

Se producen variaciones de región en región, de comarca en comarca y de aldea en aldea.

3.2. Variedades socioculturales (coordenada vertical)

Estratos culturales: niveles culto y popular. Empleo de determinadas formas fonéticas,


gramaticales y léxicas. No hay una rígida separación de los estratos. Borrosa caracterización. Pero es
evidente su existencia para los propios hablantes:

El individuo de nivel alto evita los rasgos populares, mientras que el de nivel más popular evita
hablar fino o cursi. Las interferencias son abundantes (tacos en boca de hablantes pertenecientes a la
clase educada).

La coordenada sociocultural está en estrecha relación con la geográfica. Cuanto más bajo es el
nivel sociocultural, más acusados los particularismos locales que se encuentran en el habla; y viceversa,
cuanto mayor es el nivel sociocultural, menos se aprecian las diferencias dialectales.

3.3. Las “extralenguas”

Además de la lengua común, existen las extralenguas:

3.3.1. Lenguas especiales

Lenguaje técnico (ramas del saber). Quienes las usan se pueden considerar bilingües, puesto
que las utilizan solo en su trabajo. Muchas ramas.

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3.3.2. Las jergas

Oficios y profesiones, de los delincuentes y de los marginados. Este último se distingue por su
carácter críptico (propósito de no ser comprendido por los demás).

Todas estas variantes de las extralenguas usan el mismo nivel fonológico y gramatical de la
lengua común. Se distinguen por el léxico.

Las variedades están en función del sujeto hablante. Son estables para un mismo individuo; cada
hablante usa una determinada variedad y la usa siempre. Es lo que los lingüistas denominan dialectos o
niveles de uso, o mejor niveles de la lengua.

4. Niveles de habla (en función de la situación de comunicación)

Están determinadas por las circunstancias en que pone en uso esa variedad de lengua que le ha
sido dada. No dependen del hablante mismo sino del destinatario de su mensaje.

Por tanto, dentro de la serie de disponibilidades suministradas por el nivel de lengua en que el
hablante está “encasillado” tiene que escoger, según las circunstancias concretas del momento de la
comunicación, una concreta manera de expresarse que sea la adecuada a esas circunstancias.

El surtido de variedades entre las que en ese instante puede y debe elegir el hablante se suele
llamar RESGISTROS. Seco prefiere llamarlo NIVELES DE HABLA, porque afectan exclusivamente a los
actos de uso de la lengua, es decir, al habla.

4.1. Ejes de las relaciones sociales

Cualquier clasificación que intente hacerse de los registros o niveles de habla está basada en los
2 ejes de las relaciones sociales: un eje horizontal, el de la solidaridad, y un eje vertical, el del poder.

4.1.1. Solidaridad (eje horizontal)

4.1.2. Poder (eje vertical)

Cuando nos dirigimos a otra persona llamándola de “tú” es o porque nos consideramos
socialmente solidarios con ella (porque es miembro de nuestra familia, porque es compañero de trabajo,
etc.); o porque nos consideramos socialmente poderosos con respecto a ella, que es lo que ocurre
cuando un adulto le dirige la palabra a un niño, o la señora a la sirvienta, etc.

El tratamiento de “usted” está, naturalmente, determinado por los mismos factores. Llamo de
“usted” a un señor desconocido con quien comparto media hora en la parada del autobús, caso en el que
la relación de solidaridad que la desesperación común nos depara queda inhibida por la más fuerte
relación de no-solidaridad debida a que no nos conocemos y a que nuestro trato es puramente ocasional.
Llamo de “usted” al dueño de mi lugar de trabajo porque, aunque trabajamos juntos, él es el jefe y yo soy
el “esclavo”, caso de relación de poder.

El sistema de uso de los pronombres “tú” y “usted”, aunque hoy bastante inestable, es la
manifestación más elemental de los niveles de habla de que estamos tratando. Naturalmente, las
manifestaciones son muchas más. Uno no se expresa con iguales palabras, construcciones gramaticales
e incluso pronunciación cuando habla ante los amigos de la tertulia que ante el Ministro.

4.2. Clases de niveles de habla

En líneas generales, suelen clasificarse los registros (o niveles de habla) en formales e


informales.

Esta clasificación es demasiado esquemática y tendría que subdividirse en muchos matices de


acuerdo con la abigarrada gama de las posibles situaciones de la comunicación. Pero, en todo caso, es
factor esencial es el interlocutor.

5. La norma o lengua estándar

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5.1. Criterios para establecer la norma (autoridad, geográfico, literario, aristocrático, democrático,
lógico, estético)

Todo este complejo mundo lingüístico se aloja dentro de cada uno de los hablantes de una
lengua, dentro de cada uno de los hablantes de la lengua española. ¿Cómo es posible en medio de toda
esta maraña de variedades reales y potenciales encontrar un hilo clave que sea “la lengua”? ¿Cómo es
posible que todos hablemos un mismo idioma si cada uno habla distinto idioma? Porque hay una pequeña
pieza dentro de nuestro cerebro que es el sentimiento de comunidad lingüística y que forma parte de
nuestro instinto social. Ese sentimiento se monta sobre una noción fundamental que es la de NORMA.

Entre la lengua (sistema de signos a disposición del hablante) y el habla (utilización concreta e
individual de ese sistema) se intercala una serie de imposiciones y condiciones que la sociedad tiene
establecidos y que actúa de filtro entre lo que teóricamente se podría decir y de lo que de hecho se puede
decir.

La norma tiene siempre su fundamento histórico, aunque muchas veces carezca de fundamento
lógico. Podemos no estar de acuerdo con ella, pero tenemos que someternos a ella.

En una comunidad lingüística, la base es el sistema de signos, pero acompañado del inevitable
complemento de la norma.

En una comunidad lingüística extensa, es necesaria una codificación: sistema formal de normas
reconocidas por el conjunto de los hablantes y que definen el uso correcto.

Ahora bien, ¿Quién define, cómo se define ese sistema formal de normas? ¿Con qué criterio se
establece?

La primera exigencia de un sistema de normas es la eficacia de la comunicación. Y es evidente


que la comunicación es tanto y más perfecta y más amplia cuanto más se neutralicen los factores que
perturban la transparencia del código utilizado.

5.2. La nivelación lingüística. La misión del lingüista.

La diversidad de formas lingüísticas coexistentes dentro de una comunidad hace o puede hacer
defectuosa la buena comunicación entre los distintos miembros de la comunidad. Se hace necesario,
pues, aspirar a una forma de lengua unitaria que sea reconocida por el conjunto de los usuarios.

Esa forma ideal de lengua fue definida por Jespersen en 1890 referida al danés como el modo de
hablar de aquellos cuya pronunciación no denota de qué parte de Dinamarca proceden.

Refiriéndose por su parte al inglés, Suit(?), en 1908, dijo que los que mejor hablan son aquellos
cuya pronunciación, y en general cuyo lenguaje, revela en menor grado su localidad.

Estas 2 definiciones son incompletas porque versan principalmente sobre la pronunciación, que
es sólo uno de los componentes del lenguaje; y consideran como único factor de diversidad el geográfico.
De todos modos, responden al sentimiento de la necesidad de esa lengua unitaria superadora de
particularismos de que estamos hablando.

Esa forma de lengua de importancia vital para una comunidad lingüística y que recibe el nombre
técnico de lengua estándar es el medio de comunicación considerado óptimo, por lo cual es el que se
aspira a utilizar corrientemente, prescindiendo de las variedades locales o sociales de cada individuo o de
cada grupo.

Para Seco, es necesaria la existencia de una lengua unitaria para toda la comunidad lingüística, que
esté desprovista de particularismos, lo que se denomina lengua estándar, un medio de comunicación
considerado óptimo.

Numerosos lingüistas se oponen a las normas y abogan por que “se deje en paz” a la lengua.
Otros, como Rosemblat, defienden la postura contraria y afirman que no se puede “dejar a la lengua en
paz”, sino que es necesaria una nivelación para garantizar la intercomunicación. Se imponen unos modos
comunes de comunicación.

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La nivelación lingüística es deseable, pero no se puede hacer hacia abajo. El nivel popular
carece de unidad, precisión y caudal suficientes. Solo es apto para el medio en que se usa, para cubrir las
necesidades primarias.

La nivelación debe realizarse hacia arriba. El uso de los sectores más cultos debe marcar la
pauta para lograr el enriquecimiento mental. Hay una estrecha relación lengua/pensamiento (los griegos
unían en una sola expresión, logos, “decir y pensar”).

El lingüista, como especialista del idioma, tiene la misión de examinar y analizar el lenguaje
constantemente, pero además tiene la responsabilidad de exponer su opinión de usuario públicamente
para influir sobre el idioma común en un sentido de mayor unidad y mayor utilidad en todos los hablantes.

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