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Anexo IX.b. Presentación del contexto.

(A)

Con la aparición de la Diana de Montemayor, en 1558 ó 1559, se inicia en España la popularidad


–casi diríamos, la moda- de otro género de novela, la pastoril, que en cierto modo viene a
reemplazar la boga, ya declinante, de los libros de caballerías. Pese a su difusión, la novela pastoril no
debió, sin embargo, alcanzar a públicos tan amplios; sin las maravillosas peripecias de los relatos
caballerescos, mucho más remansadas en su acción y pulidas en su envoltura, las novelas pastoriles
debieron de limitarse a círculos más cultos. [...]

Suele decirse que así como los libros de caballerías representaron la idealización de la vida guerrera y
la novela sentimental la de la pasión amorosa, la pastoril significaba la idealización de la naturaleza, o, más
bien, la de la vida natural.

ALBORG, Juan Luis. Historia de la literatura española, Tomo I, Madrid, Gredos, 19815, pp. 923-925.

(B)

El panorama de la prosa narrativa en la época de Felipe II se completa con la llamada “novela


morisca”, manifestación dentro del género novelesco de aquel mismo espíritu que describimos a propósito
de los romances de igual nombre (maurofilia).

ALBORG, Juan Luis. Historia de la literatura española, Tomo I, Madrid, Gredos, 19815, p. 934

(C)

La literatura de la época del Emperador se completa en los finales de su reinado con la publicación , en
1554, del Lazarillo de Tormes, libro que significa a la vez la aparición y el triunfo de la novela picaresca,
uno de los géneros más representativos, genuinos y populares de nuestra historia literaria.

Aunque con el tiempo evolucionó –o varió, más bien- en muchos de sus rasgos, en su traza esencial el
pícaro, protagonista de estos relatos y de quien el género tomó su nombre, es un personaje nacido en los
bajos fondos de la sociedad, sin oficio determinado, criado de muchos amos, hombre de cortos escrúpulos
y vida irregular. Dado a la holganza y al vagabundaje, para proveer a sus necesidades más inmediatas
prefiere con frecuencia mendigar, o aplicarse a pequeñas raterías y a ingeniosas tretas, que someterse a la
tiranía de un trabajo fijo. Sin embargo, no vive al por entero al margen de la ley, ya que para enfrentársele
abiertamente anda tan falto de ambiciones como sobrado de cautela. Su bajo origen y la estrechez de su
vivir le convierten en un desengañado irremediable frente a todas las excelencias y valores de la vida
social; la necesidad de soportar las desventuras de su condición determina su filosofía pesimista no menos
que su estoica resignación para aguantar los daños que vinieren; y la intimidad con que trata a las gentes a
quienes sirve le hace ver las miserias de la supuesta grandeza humana y le apareja el dardo de su sátira.

ALBORG, Juan Luis. Historia de la literatura española, Tomo I, Madrid, Gredos, 19815, p. 746

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