You are on page 1of 2

El pulso del mundo

7:30 a.m.

De nuevo se me hizo tarde, el despertador no me pudo sacar de la cama, el día


anterior había sido terrible… sin embargo, tenía que regresar, no podía
simplemente desertar. Al menos no tendría que escuchar a la maestra
Eustaquia esa mañana, después de todo ese día si tendría algo bueno. No tenía
intenciones de apurarme, después de todo, ya no tenía caso, ya había perdido
la primera clase. Desayuné, me cambié, tomé las llaves… vi la puerta, y el
cerrojo, y me armé de valor para salir.

Crucé la calle, y cuando volteé vi un enorme grafiti en la fachada de mi casa,


seguramente fue Rui. No dije nada. Esperé la combi, subí, todos me miraron,
pagué. Ahora cuesta cinco! Me contestó el chofer gruñendo. Pagué. Vi por la
ventana, imaginé que no estaba ahí, por un momento mi imaginación vago por
los cielos. Bajé la vista. Un chico fumando fuera de su escuela. Miré adentro.
Cejas fruncidas, caras contraídas. Pensé. En mis amigos, en cómo nos reíamos,
pero recordé que Ricardo ya no iría hoy. Imaginé. Una paloma volando, un
halcón se la come… Me ahogaba, me constreñía, presionaba mi pecho. No dije
nada. Llegó mi parada.

8:00 a.m.

Entré, todos me miraron. Pasé rápido, pero no sirvió, ellos no me veían, pero yo
sentí sus miradas. Me senté; y el maestro empezó a hablar. Escuché, lo
absorbí, Adolfo decía, yo apuntaba, no pensé. Me dio sueño, anoche casi no
dormí. Fue la hora de receso, platique con mis amigos. Hablábamos, y
hablábamos, y no dijimos nada. Regresé. Dictó. Apunté. Dijo. Hice. Terminé.

2:30 p.m.

Salí, pero la constricción me acompaño a casa, ese día estaría conmigo. Subí a
la combi, no vi afuera, me desconecté. Llegué. Vi la tele. Hice la tarea. Dormí.

11:00 p.m.

No hubo paz, ni sueño, ni reposo, ni descanso. Me ahogue. Terminó su trabajo,


ahora seguiría alguien más.

3 días

Todo se resolvió, yo ya no tenía problemas. Ahora era popular, me dijeron que


fuera a la fiesta, fui. Me dijeron que hiciera, hice. Ellos, no yo. Yo me ahogue.

1 semana.
Pasé los exámenes, a penas. Mis padres se preocuparon. Me preguntaron. No
dije nada. No era yo, eran ellos. Yo, me ahogue.

2 meses

Nosotros, no yo, y yo… la colectividad. Cada quien ve por lo suyo, pero nadie
es, estamos ahogados, sofocados. No pensamos, no amamos, no somos.
Nosotros, no yo, y yo… me absorbió, traté de luchar durante dieciséis años,
pero lo logró. Me ahogó. En la amalgama social no hay lugar para nada más.
Vacio, vacio, y más vacio.

6 meses.

Un día, un año, qué más da. Vivo con prisa, el tiempo no alcanza pero no
importa porque nada cambia. Gris, negro, oscuridad.

1 año

Subí a la combi.

Alguien me vio. No nosotros, no un aquél, sino un él. Me vio. Me vio! Él mismo.


Por si mismo. Él pensó, le dio miedo. Pero me observó, él mismo. Se incomodó.

30 segundos

¿Necesitas ayuda? Me preguntó. ¿Qué te importa? Le dije. Mucho, me dijo. Eres


tú. Yo… me habían llamado tú, muchísimas veces, pero nunca a mí, siempre al
ello, a aquel, al nosotros. ¿y qué? Dije. A nadie le importo. Dije. A Cristo sí, él
todavía se preocupa por ti. Me impactó, me absorbió. No contesté. Él te quiere
salvar. Dijo.

Salí, de mi mismo, del nosotros, del ello. Respiré, aire, aire verdadero, aliento,
tuve aliento, como cuando te sumerges en el agua demasiado tiempo, y sales,
y respiras, y sabes un instante más y habrías sucumbido.

Le dije. Háblame de él.

Hoy. No importa que día es hoy. Que hice? No importa. Quién soy? No importa.

La historia es real? No importa. Te ahogaste? Si. Estuviste muerto? Si, en


pecado. Quien te salvó? Cristo. Cristo puede salvar a alguien? Si. Me salvó a mí.
Que haces después de que te salvo? Tu ya lo sabes, que vas a hacer tu?

Por Antonio Barajas Martínez

You might also like