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Maestría Virtual Latinoamericana

en Ciencia, Tecnología y Sociedad

Problemas del
Desarrollo
en América Latina
Problemas del
Desarrollo en
América Latina

Rodrigo Arocena

Carpeta de trabajo
Universidad Nacional de Quilmes
Maestría Virtual Latinoamericana en Ciencia, Tecnología y Sociedad:
Problemas del Desarrollo en América Latina

Segunda edición: marzo de 2003

Diseño de Tapa: Lorenzo Shakespear


Diseño de Interior: Hernán Morfese
Corrección: María Inés Silberberg

La Universidad Nacional de Quilmes se reserva la facultad de dispo-


ner de esta obra, publicarla, traducirla, adaptarla o autorizar su tra-
ducción y reproducción en cualquier forma, total o parcialmente, por
medios electrónicos o mecánicos, incluyendo fotocopias, grabación
magnetofónica y cualquier sistema de almacenamiento de informa-
ción. Por consiguiente, nadie tiene facultad de ejercitar los derechos
precitados sin permiso escrito del editor.

Impreso en Universidad Nacional de Quilmes


Roque Sáenz Peña 180 Bernal. Pcia. de Buenos Aires
Teléfono: (5411) 4365 7100
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Impreso en Argentina
Íconos

Lectura obligatoria
Es la bibliografía imprescindible que acompaña el desarrollo de los conteni-
dos. Se trata tanto de textos completos como de capítulos de libros, artícu-
los y "papers" que los estudiantes deben leer, en lo posible, en el momento
en que se indica en la Carpeta.

Actividades
Se trata de una amplia gama de propuestas de producción de diferentes ti-
pos. Incluye ejercicios, estudios de caso, investigaciones, encuestas, elabo-
ración de cuadros, gráficos, resolución de guías de estudio, etc.

Leer con atención


Son afirmaciones, conceptos o definiciones destacadas y sustanciales que
aportan claves para la comprensión del tema que se desarrolla.

Para reflexionar
Es una herramienta que propone al estudiante un diálogo con el material, a tra-
vés de preguntas, planteamiento de problemas, confrontaciones del tema con
la realidad, ejemplos o cuestionamientos que alienten la autorreflexión, etc.

Lectura recomendada
Es la bibliografía que no se considera obligatoria, pero a la cual el estudian-
te puede recurrir para ampliar o profundizar algún tema o contenido.

Pastilla
Se utiliza como reemplazo de la nota al pie, para incorporar informaciones
breves, complementarias o aclaratorias de algún término o frase del texto
principal. El subrayado indica los términos a propósito de los cuales se in-
cluye esa información asociada en el margen.
Índice

Introducción: sobre la noción de desarrollo .........................................11

Contenidos ........................................................................................14

Observaciones sobre el uso de esta carpeta de trabajo........................15

Objetivos del curso .............................................................................17

1. La Revolución Industrial y las dinámicas de cambio .........................19


Objetivos .............................................................................................19
1.1. La Revolución ..............................................................................19
1.1.1.De la manufactura a la industria maquinizada.......................20
1.1.2. La transformación de la industria del algodón......................25
1.1.3. La Revolución de la Energía ................................................27
1.1.4. Surgimiento del sistema fabril ............................................29
1.2. Sobre causalidades e interacciones ..............................................31
1.2.1. El contexto social y económico ...........................................32
1.2.2. Especificidades de un proceso de cambio técnico................34
1.3. Hacia el matrimonio de la ciencia y la tecnología ...........................40
1.3.1. Difusión de la industrialización, Estado y dependencia .........41
1.3.2. El segundo ciclo de crecimiento industrial ...........................45
1.3.3. Nuevas tecnologías y modificación de las formas
de producción ..............................................................................48
1.3.4. Las cambiantes relaciones entre investigación
y producción ................................................................................53
1.4. La educación y el avance de la industrialización.............................59
1.4.1. La educación y la pérdida de la vanguardia tecnológica .......59
1.4.2. El surgimiento de la universidad de investigación ...............63
1.4.3. Recapitulación: transiciones grandes y conflictivas ..............64

2. América Latina en el orden mundial: del crecimiento hacia afuera


a la industrialización ...........................................................................67
Objetivos .............................................................................................67
2.1. La inserción en el orden “centro/periferias” ...................................67
2.1.1. La expansión mundial del Occidente industrializado.............68
2.1.2. El crecimiento primario exportador......................................70
2.2. Ciertas tendencias profundas de la evolución latinoamericana ........74
2.2.1. Desigualdad y pautas de crecimiento..................................74
2.2.2. La demanda tecnológica hacia afuera .................................77
2.2.3. Una experiencia relacionada con el papel de la
equidad .......................................................................................81
2.3. Orígenes del proceso industrializador ............................................84
2.3.1. Inmigración e innovación industrial......................................84
2.3.2. Agotamiento del “orden neocolonial”...................................86
2.4. La transición a un nuevo tipo de crecimiento..................................88
Universidad Virtual de Quilmes

3. La evolución del crecimiento hacia adentro .....................................95


Objetivos .............................................................................................95
3.1. La consolidación de la ISI ..............................................................95
3.1.1. Del consenso industrializador a la contraposición
de modelos .................................................................................95
3.1.2. La configuración de las políticas industriales .......................98
3.2. La segunda fase de la ISI ............................................................103
3.2.1. Cambio dentro del modelo ...............................................103
3.2.2. La gran expansión ...........................................................106
3.2.3. Industrialización por endeudamiento .................................109
3.3. El agotamiento del modelo .........................................................112
3.3.1. El camino de la crisis ......................................................112
3.3.2. La recesión .....................................................................115
3.4. Una mirada de conjunto..............................................................119
3.4.1. La ISI en perspectiva .....................................................119
3.4.2. Tendencias a la profundización del proceso
industrializador ..........................................................................123

4. Las políticas y la reflexión acerca del desarrollo ............................129


Objetivos ...........................................................................................129
4.1. Atraso y subdesarrollo en el mundo de la Segunda
Posguerra ..................................................................................129
4.1.1. La irrupción del Tercer Mundo ..........................................129
4.1.2. Concepciones alternativas sobre el desarrollo...................130
4.2. La concepción latinoamericana clásica acerca del
desarrollo ..................................................................................132
4.2.1. El estructuralismo cepalino ..............................................132
4.2.2. La temática de la dependencia.........................................137
4.2.3. Resumen de una concepción ...........................................141
4.3. “La industrialización trunca de América Latina”............................144
4.3.1. El papel de la desigualdad ...............................................144
4.3.2. Las políticas industriales .................................................147
4.4. Tecnología y subdesarrollo ..........................................................150
4.4.1. Opciones ante la dependencia tecnológica........................151
4.4.2. Definición de capacidad tecnológica autónoma..................153
4.4.3. La tecnología en los países latinoamericanos ...................155
4.4.4. Lineamientos de política tecnológica ................................157
4.5. Un gran viraje ............................................................................160
4.5.1. La búsqueda de un nuevo orden económico
internacional..............................................................................160
4.5.2. La “contrarrevolución” en la teoría del desarrollo .............163
4.6. Recapitulación ...........................................................................165

5. ¿Hacia la sociedad del conocimiento? ...........................................171


Objetivos ...........................................................................................171
5.1. Tecnología, comunicación e información ......................................171
5.1.1. Investigación y cambio técnico en la segunda
etapa de la industrialización .......................................................171
5.1.2. En los orígenes de una nueva revolución tecnológica .........174

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Problemas del Desarrollo en América Latina

5.2. Acerca de los cambios en el mundo del trabajo............................182


5.2.1. Auge y decadencia del fordismo .......................................183
5.2.2. Evoluciones alternativas de la organización fabril ..............186
5.2.3. Diferenciación del trabajo y perspectivas de
la ocupación ..............................................................................190
5.3. La economía de la innovación......................................................200
5.3.1. El crecimiento económico en la visión original
de Schumpeter ..........................................................................201
5.3.2. Innovación y evolución del sistema productivo...................206
5.3.3. El paradigma técnico-económico de las TICs ......................208
5.4. Ciertos desafíos mayores............................................................213
5.4.1. Centralidad y privatización del conocimiento......................213
5.4.2. La cuestión ambiental y los riesgos del cambio técnico .....215
5.4.3. Población, globalización y marginación ..............................219

6. La cuestión del desarrollo en los albores del siglo XXI.....................223


Objetivos ...........................................................................................223
6.1. Innovación y desigualdad ............................................................223
6.1.1. Crecimiento con inequidad en la economía global ..............223
6.1.2. La desigualdad en el nuevo modelo latinoamericano ..........225
6.1.3. Cambio técnico y evolución de las asimetrías sociales .......226
6.2. Las propuestas neoestructuralistas .............................................230
6.2.1. La transformación productiva con equidad .........................230
6.2.2. La dimensión ambiental de la transformación
productiva..................................................................................236
6.2.3. Conocimiento y educación ................................................241
6.3. Algunos aspectos de la evolución reciente de la región.................246
6.3.1. La reinserción neoperiférica en la economía mundial..........246
6.3.2. La equidad como asignatura pendiente .............................252
6.4. Elementos para una recapitulación .............................................255
6.4.1. Revisitando un enfoque pionero ........................................256
6.4.2. En torno del concepto de desarrollo ..................................259
6.4.3. El cambio técnico y la investigación endógena ...................260
6.4.4. Desarrollo sustentable y autosostenido .............................264

Referencias bibliográficas..................................................................269

9
Introducción
Introducción

Sobre la noción de desarrollo


De acuerdo con lo previsto para los diversos módulos de la Maestría en la
que se inscribe esta carpeta de trabajo, corresponde insertar aquí una
suerte de introducción conceptual a ciertos problemas, cuestiones y ejes
que estructuran la temática del desarrollo. Al respecto, lo que sigue es
apenas una reflexión preliminar.
La estrecha vinculación entre desarrollo económico y crecimiento econó-
mico es, a la vez, cuestión muy importante y una fuente de considerable
confusión, advierte uno de los más reputados especialistas de la discipli-
na, Amartya Sen (1998), en un artículo titulado “El concepto de desarro-
llo”, que nos guiará en los próximos párrafos.
Si no cambian otras cosas, es razonable suponer que el aumento de la
riqueza contribuye a la mejora de las condiciones de vida. Consiguiente-
mente, los primeros trabajos acerca de la teoría del desarrollo -que se
constituyó como un tema en sí mismo tras la Segunda Guerra Mundial- fo-
calizaron su atención en el crecimiento económico, y en particular en el in-
cremento de la producción nacional total, así como en el logro del pleno
empleo. Paralelamente, se fue difundiendo el uso de ciertos índices del
producto de cada país para medir su grado de desarrollo.
El Producto Nacional Bruto (PNB) puede ser definido como la suma de
tres grandes componentes: el gasto privado de consumo en bienes y servi-
cios, el gasto público en bienes y servicios y el gasto de inversión, inclu-
yendo la inversión bruta realizada en toda clase de maquinaria y construc-
ciones (SAMUELSON, 1967, p. 236). Mide pues, grosso modo, el total de la
producción de bienes y servicios generados en el país de que se trate. Por
su parte, el Producto Interno Bruto (PIB) mide el total de la producción de
bienes y servicios para uso final en el país. Por lo tanto, el PNB es igual al
PIB, más los ingresos recibidos del extranjero menos los pagos efectuados
al exterior. Aunque estas caracterizaciones aproximativas nos bastarán
aquí, no deberían ocultar las muy complejas cuestiones, tanto conceptua-
les como de cálculo, involucradas en las nociones mencionadas.
Año tras año, el Banco Mundial publica un “Informe sobre el Desarrollo
Mundial” que, además de estudiar algún tema relevante en particular, ofre-
ce abundante información cuantitativa bajo el título “Indicadores del desa-
rrollo mundial”, PNB y PBI incluidos. Vale la pena citar lo que se dice en el In-
forme titulado “La pobreza”:

❘❚❚ “Por sí mismo, el PNB per cápita no representa ni mide el grado de bienes-
tar o el éxito del proceso de desarrollo. Tampoco establece una distinción en-
tre los objetivos y usos finales de un producto dado, ni revela si se limita a
contrarrestar un obstáculo natural o de otra índole o si es perjudicial o benefi-
cioso para el bienestar. Por ejemplo, el PNB es más alto en los países con un
clima más frío, cuyos habitantes gastan dinero en calefacción y ropa de abri-
go, que en los países con un clima más suave, cuyos habitantes pueden usar

11
Universidad Virtual de Quilmes

ropa ligera a la intemperie. En términos más generales, el PNB no proporciona


información sobre los aspectos ambientales, particularmente la utilización de
los recursos naturales” (BANCO MUNDIAL, 1990, p. 265). ❚❚❘

Son muchas pues las objeciones que pueden plantearse al índice más fre-
cuentemente utilizado para estimar el grado de desarrollo de un país, su PIB
por habitante, medido a precios de mercado y convertido en dólares de
acuerdo con las tasas de cambio correspondientes. Por ejemplo, Arabia Sau-
dita tiene desde hace tiempo un PIB por habitante bastante más alto que el
de otros países donde el analfabetismo o la mortalidad infantil son mucho
menores. En general, no resulta simple la relación entre los índices más o
menos habituales para estimar la producción y las condiciones de vida de la
gente. Países con mayor producción promedio por habitante que otros pue-
den ofrecer, por ejemplo, una expectativa de vida menor. Y la opulencia pue-
de incluso relacionarse con el auge de la criminalidad y la violencia.
Buscando contar con índices más adecuados, el Programa de las Nacio-
nes Unidas para el Desarrollo (PNUD) calcula anualmente el llamado “Indica-
dor del desarrollo humano” (IDH) de cada país. Se trata de un número entre
0 y 1, obtenido como un promedio ponderado de datos relativos a la espe-
ranza de vida, la alfabetización de los adultos, el promedio de años de es-
tudio y los ingresos por persona.
Se puede sin duda discutir lo bien fundado del IDH. En todo caso, como lo
destaca también Amartya Sen en el Informe sobre el Desarrollo Humano de
1999, al evocar la óptica del creador del IDH, Mahbub ul Haq, hace falta un in-
dicador sintético tan simple como el PIB, cuyo uso sea igualmente cómodo,
pero que no sea tan ciego a los aspectos sociales de la vida humana.
Cuando se piensa en el desarrollo como proceso es preciso tener en
cuenta lo que sucede en materia de alimentación, vestimenta, vivienda,
atención médica, posibilidades educativas y otras cuestiones que tienen
que ver con la estructura de la sociedad en su conjunto.
En efecto, temas como los apuntados se relacionan con la producción
pero también con la distribución de lo que se produce. Y, por otra parte, la
mejora o el deterioro de las condiciones de vida están directamente vincu-
lados con las condiciones ambientales y sociales en las que se desenvuel-
ve la vida.
En suma, el concepto de desarrollo es un concepto problemático. Y es
de suponer que no dejará de serlo, pues se relaciona con el logro de condi-
ciones que permitan una vida mejor. Se trata de una noción directamente
dependiente de los valores que cada uno adopte. Bien se sabe que los va-
lores difieren según las personas, las naciones y las culturas; se sabe tam-
bién que los valores cambian a lo largo del tiempo. Parecería, en conse-
cuencia, que el pensamiento acerca del desarrollo debe adoptar una
perspectiva plural, sustentada en el respeto a la diversidad. No pretendere-
mos pues elaborar una definición del desarrollo. Pero ensayaremos una sín-
tesis, como ayuda a la discusión, de lo que cabe entender como temática
propia del desarrollo.
En términos muy generales, puede decirse que la teoría del desarrollo
estudia la evolución y la transformación de los procesos productivos, de las
relaciones de trabajo y de las formas del crecimiento económico, desde el
punto de vista de sus conexiones con las condiciones de vida de la gente.

12
Problemas del Desarrollo en América Latina

Y su propósito es el de colaborar a la mejora de dichas condiciones, ofre-


ciendo elementos de juicio para un más eficiente accionar colectivo en los
ámbitos vinculados con la producción y el trabajo.
Volvamos ahora a considerar las conexiones entre la noción de desarro-
llo y el crecimiento económico. Al respecto, cabe consignar por lo menos
tres enfoques significativos y distintos; intentaremos sintetizarlos a conti-
nuación.
Como ya se anotó, el punto de vista desde el cual fue enfocado habi-
tualmente el tema del desarrollo, desde los países “centrales”, apuntó a
identificarlo con el del crecimiento económico, visto globalmente. Uno de
los pioneros de la disciplina afirma: “La teoría del desarrollo abarca, a mi
entender, las ramas de la ciencia económica que desempeñan papeles cru-
ciales cuando uno intenta analizar el crecimiento de la economía como un
todo” (LEWIS, 1998).
Es de notar, sin embargo, que habitualmente el tema del crecimiento
económico ha sido entendido en un sentido bastante restringido. Un difun-
dido texto dice que “las teorías modernas del crecimiento económico” se
caracterizan por utilizar “un número relativamente pequeño de variables
económicas, definidas de manera precisa, para la elaboración de un mode-
lo formal sobre un aspecto del proceso de crecimiento” (JONES, 1975, p. 6)
El mismo texto diferencia tales teorías de las del desarrollo económico,
que encaran la problemática del subdesarrollo, por lo cual no pueden ocu-
parse sólo de cuestiones económicas.
En los países de la periferia, la reflexión original acerca del desarrollo
tendió a considerar que el mismo incluye al tema del crecimiento económi-
co, pero lo desborda, en la medida en que el desarrollo debe ser visto co-
mo proceso de transformación global, orientado a la mejora de las condi-
ciones de vida de la gente, lo cual no sabría reducirse al aumento de la
producción.
Corresponde todavía destacar un tercer enfoque de las relaciones entre
desarrollo y crecimiento. La idea es que el incremento de la producción ha
llegado a ser más perjudicial que beneficioso para la vida de los seres hu-
manos, en la medida en que supone un acelerado consumo de recursos
naturales no renovables y, más en general, una degradación ambiental ace-
lerada. En otras palabras, el crecimiento habríase convertido en un proceso
contradictorio con los fines del desarrollo, por lo cual la preservación de
las condiciones de vida exigiría poner un “alto al crecimiento”.
Este último enfoque ilumina un problema mayor, directamente vinculado
con el de averiguar si los avances de la ciencia y la tecnología suponen
más beneficios que perjuicios para la vida humana, o a la inversa. El creci-
miento técnico-productivo proporciona medicinas más variadas, armas más
eficientes, mayor cantidad de alimentos, más contaminación… ¿Cuál es el
balance?
No pretendemos responder a tal pregunta. Pero notemos que no tiene
por qué existir una forma única de crecimiento, que se mantenga vigente a
lo largo del tiempo. Precisamente, los “desafíos de la innovación”, a los
que suele hacerse referencia desde hace algún tiempo, sugieren más bien
que las formas de crecimiento prevalecientes hasta hace muy poco tiempo
están en plena mutación.
En cualquier caso, cuando se piensa acerca del desarrollo en los térmi-
nos sugeridos antes,

13
Universidad Virtual de Quilmes

❘❚❚ “[...] nos interesan preguntas del siguiente tenor: ¿Cómo tiene lugar el cre-
cimiento en diferentes tipos de sistemas económicos? ¿Cuáles son las carac-
terísticas institucionales de tales sistemas? ¿Qué clases o grupos sociales
poseen poder político y económico, y qué relaciones existen entre las estruc-
turas de poder y el proceso de transformación social? ¿Bajo qué condiciones
cabe esperar que un tipo de sistema económico se transforme en otro? Se no-
tará que se sigue analizando el crecimiento económico, pero en un sentido
‘causal’ mucho más complejo, en el contexto de lo que a veces se llama eco-
nomía política. Y, por extensión, la frase ‘economía política de la ciencia y la
tecnología’ se refiere al estudio de cómo ‘la ciencia’ y ‘la tecnología’ en tanto
instituciones sociales han incidido en el ritmo y en la dirección del desarrollo
económico y del cambio social, y al análisis de los problemas resultantes”
(CLARK, 1985, p. 24). ❚❚❘

Para reflexionar, con perspectiva latinoamericana, acerca de algunas de ta-


les grandes cuestiones, este texto aspira a ofrecer ciertos puntos de refe-
rencia.

Contenidos

Nuestro curso, titulado “Problemas del desarrollo en América Latina”, se


propone hacer énfasis en los temas de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Se trata de uno de los cursos iniciales de la Maestría en Ciencia, Tecnolo-
gía y Sociedad, al que seguirán otros, más específicos, de Historia, Sociolo-
gía y Política de la Ciencia y la Tecnología, y Economía de la Innovación.
En semejante contexto, se propone abordar la cuestión del desarrollo
con una perspectiva histórica, que no se restrinja a América Latina sino
que tenga como eje la evolución del continente, apuntando a ofrecer ele-
mentos para discutir su problemática contemporánea, lo que coloca la te-
mática “Ciencia, Tecnología e Innovación” en el centro de la atención. En
otras palabras, lo que se está proponiendo de hecho es una “Introducción
a los problemas actuales del desarrollo vistos desde América Latina con
perspectiva histórica”.
Se espera ofrecer así una suerte de prólogo común a los cursos poste-
riores y, también, un terreno apropiado de encuentro para estudiantes que,
presumiblemente, llegarán a la Maestría con formaciones previas muy va-
riadas; en efecto, la temática del desarrollo encarada con perspectiva his-
tórica puede brindarles a todos tanto motivaciones para acercarse a disci-
plinas que no han privilegiado previamente, cuanto ocasiones para sacar
partido de sus estudios anteriores, cualesquiera sean éstos.
El texto que se presenta incluye, con correcciones y actualizaciones, am-
plias porciones de trabajos anteriores del autor (AROCENA, 1993a, 1995), y
aprovecha la experiencia generada por su uso en diversas actividades do-
centes.

14
Problemas del Desarrollo en América Latina

Observaciones sobre el uso de esta Carpeta de Trabajo

Para las diversas carpetas de trabajo de la Maestría Virtual Latinoamerica-


na en Ciencia, Tecnología y Sociedad, se ha previsto que cada unidad o ca-
pítulo incluya una corta lista de lecturas obligatorias y algunas preguntas o
sugerencias de actividad. Respecto de lo primero, la amplia bibliografía que
se incluye al final, las extensas citas que recoge el texto y las numerosas
referencias ofrecen amplias posibilidades al potencial “alumno-lector”; pa-
recería útil que la selección de lecturas pudiera hacerla él mismo, en fun-
ción de las reflexiones y dudas que le suscite la consideración de la unidad
correspondiente, así como de su manejo del inglés. En cualquier caso, con-
vendría postergar la definición de tales lecturas hasta tener cierta experien-
cia de la interacción entre docentes y alumnos a partir del uso de este tex-
to. Será necesario conocer a los alumnos, sus antecedentes y sus
reacciones ante el material que se les presenta. Ello es especialmente im-
portante dada la naturaleza introductoria de este curso, que se piensa ofre-
cer a un conjunto de alumnos de formaciones previas bastante diversas.
Tales consideraciones sugieren también que el tipo de preguntas o activida-
des de cada unidad sólo podrá ser establecido sobre la marcha, al menos
cuando el curso se dicte por primera vez. Sin desmedro de ello, puede sos-
tenerse desde ya que parte de tales preguntas deberían apuntar a una ela-
boración propia del “alumno-lector” en torno de los objetivos de cada uni-
dad, que figuran al comienzo de la misma.

15
Objetivos
Objetivos del curso

Los siguientes son los objetivos del presente curso:


• Ofrecer una introducción, con una perspectiva de largo plazo, a ciertos
aspectos de la temática “Ciencia, Tecnología y Sociedad” directamente
vinculados con la problemática del desarrollo.
• Poner en discusión algunas tendencias profundas que han gravitado en
la historia contemporánea de América Latina y que condicionan podero-
samente su situación actual.
• Esbozar un marco de referencia para el análisis de las perspectivas futu-
ras de la región y de las estrategias alternativas para su desarrollo inte-
gral.

17
1 UNIDAD 1

La Revolución Industrial y las dinámicas


de cambio

Objetivos

• Estudiar ciertas facetas fundamentales del surgimiento y la evolución del


proceso social de la industrialización.
• Analizar las variaciones y permanencias en las relaciones entre ciencia,
tecnología y producción en el curso de la Primera y la Segunda Revolu-
ción Industrial.
• Presentar una introducción de tipo histórico a la consideración del papel
de las políticas públicas y de la educación en los procesos de cambio
técnico.

La gravitación de las interacciones entre sociedad, ciencia y tecnología se


ha ido incrementando aceleradamente a partir de la Revolución Industrial.
Esa inmensa transformación tecnológica y social, desencadenada hace ya
más de dos siglos, también influyó poderosamente en la configuración de
las relaciones entre las distintas naciones y regiones del globo, por lo cual
su estudio de constituye un punto de partida adecuado para esta unidad, en
la cual se aspira a dibujar un marco general de referencia para la considera-
ción de la temática del desarrollo con perspectiva histórica.
La Unidad 1 ha sido organizada como una sinopsis del período que trans-
curre desde la aurora de la Revolución Industrial hasta la conformación del
patrón de relaciones entre ciencia, tecnología y producción características
de las sociedades industriales, al menos hasta la década de 1960, la cual
puede quizás ser vista como un momento de apogeo de la industrialización
y como la víspera de una grande e inesperada etapa de mutaciones, en la
que se inscribe una profunda crisis y también una nueva revolución tecnoló-
gica.
Pese a la vastedad de semejante temática, lo que sigue tiene pretensio-
nes modestas: será primordialmente una síntesis comentada de la lectura
de algunas obras fundamentales. Se busca, a la vez, ofrecer un panorama
mínimamente coherente y destacar algunas cuestiones de importancia per-
durable.

1.1. La Revolución

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, Inglaterra vivió los orígenes de una
gran mutación. “Con la Revolución Industrial se inició un proceso acumulati-
vo de avance tecnológico autoalimentado cuyas repercusiones se harían
sentir en todos los aspectos de la vida económica” (LANDES, 1979, p. 17), lo
cual señala un punto de viraje en la evolución de la humanidad: “el inglés de

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1750 estaba más cercano a los legionarios de César, en términos de bienes


materiales, que a sus propios biznietos” (ibid., p.19).
Durante la prolongada evolución de la humanidad que precedió a esta re-
volución, los incrementos de la producción terminaban habitualmente consu-
midos en gran medida por los consiguientes aumentos de población, mien-
tras que a partir de ese período se inició un proceso autosostenido de
innovación tecnológica y de crecimiento, tanto de la productividad como de
la inversión, que desbordó todos las trabas previamente conocidas.
En dicho proceso, el binomio “Ciencia & Tecnología” ha venido desempe-
ñando un papel rápidamente creciente, pero también cambiante, en la diná-
mica de la producción y de la sociedad. Captar esa tendencia profunda con
alguna perspectiva histórica debería ayudarnos a comprender mejor los al-
cances de las nuevas mutaciones que nos toca vivir.

1.1.1. De la manufactura a la industria maquinizada

“En el siglo XVIII, una serie de inventos transformaron la manufactura de algo-


dón en Inglaterra y dieron lugar a un nuevo modo de producción -el sistema
fabril-” (LANDES, 1979, p. 56). Así comienza el capítulo sobre la Revolución In-
dustrial en Gran Bretaña de la que suele ser considerada como la principal
referencia sobre el tema, publicada originalmente en 1969. Casi treinta
años después, en un estudio de amplio espectro acerca de “la riqueza y la
pobreza de las naciones”, su autor inicia con la misma frase el capítulo so-
bre “la naturaleza de la Revolución Industrial” (LANDES, 1998, p. 186). Pode-
mos pues verla como la síntesis de un estudio a fondo, y tomarla como hilo
conductor para la consideración del tema.
La gran transformación de la industria se nos presenta, en primer lugar,
como el pasaje de la manufactura a la fábrica.
Como las mismas palabras clave son utilizadas a veces con un sentido
muy amplio y otras con uno mucho más restringido, conviene insertar alguna
observación sobre sus significados. En líneas muy generales, son los si-
guientes: “industria” designa la destreza o artificio para hacer una cosa;
“manufactura” -de mano, y factura: hechura- denota lo hecho mediante pro-
cedimientos manuales; “fabricar” alude a la transformación de materiales
para obtener instrumentos y productos que satisfacen ciertas necesidades
o deseos de los seres humanos. Las palabras se refieren pues a activida-
des que los seres humanos han desempeñado desde siempre, pero de ma-
neras cambiantes, y algunas de estas actividades han llegado a identificar-
se con las palabras en cuestión. Una mirada a esos cambios ayudará a
captar la gran transformación que aquí nos ocupa.
Durante la Edad Media el sistema predominante en la industria -en tanto
actividad de fabricación en general- lo constituyó el artesanado. En cada uno
de los diversos oficios organizados en gremios, cada “maestro” artesano,
propietario de sus instrumentos de trabajo y director de su propia actividad,
realizaba su labor en su propio taller, junto a un número muy reducido de
“oficiales” y “aprendices”, y vendía su producto en condiciones estrictamen-
te fijadas por la organización gremial, y sin incursionar en ninguna otra acti-
vidad industrial.
En la manufactura, por el contrario, un número variable y potencial-
mente muy grande de trabajadores son reunidos en un mismo taller, bajo

20
Problemas del Desarrollo en América Latina

la dirección de un mismo “capitalista”, propietario de los medios de produc-


ción y del producto. Es el “empresario”, que reúne los medios necesarios
para fabricar algo -local, herramientas, materias primas-, contrata y paga a
los que han de fabricarlo, organiza su trabajo y dispone de su producto. La
transición del sistema artesanal al sistema manufacturero, en tanto forma
predominante de la organización industrial, gestó el contexto en el cual sur-
gió la industria moderna.
Dicha transición y sus consecuencias fueron agudamente analizadas en
el capítulo XII -“División del trabajo y manufactura”- del tomo I de El Capital,
al que nos referimos en lo que sigue.

❘❚❚ “La cooperación fundada en la división del trabajo asume su figura clásica en
la manufactura. En cuanto forma característica del proceso capitalista de pro-
ducción, predomina durante el período manufacturero propiamente dicho, el cual
dura, en líneas muy generales, desde mediados del siglo XVI hasta el último ter-
cio del siglo XVIII” (MARX, 1979, p. 409). ❚❚❘

La manufactura surge de dos vertientes principales: a) “La primera consiste


en reunir en un taller, bajo el mando del mismo capitalista, a trabajadores
pertenecientes a oficios artesanales diversos e independientes, por cuyas
manos tiene que pasar un producto hasta su terminación definitiva.” (ibid.,
p. 409). Ejemplo: la manufactura de coches empieza así, pero la especializa-
ción de cada artesano (tapicero, latonero, cerrajero) en su labor en el taller
va convirtiendo “una combinación de oficios artesanales independientes” en
una “división de la producción […] en las diversas operaciones particulares
que la componen” (ibid., p. 410). b) “Muchos artesanos que producen lo
mismo o algo similar, por ejemplo papel, o tipos de imprenta, o agujas, son
utilizados simultáneamente por el mismo capital en el mismo taller” (ibid.,
p. 410). Esta concentración y simultaneidad posibilita cambios organizativos
y la emergencia de una división sistemática del trabajo.
El tránsito del artesanado a la manufactura supone un cambio sustantivo
en la relación de los trabajadores con los medios de producción. En el siste-
ma artesanal, los “obreros, en líneas generales, quedaban tan ligados a sus
medios de producción como el caracol a su concha, con lo cual faltaba el
fundamento primero de la manufactura, la autonomización de los medios de
producción, en cuanto capital, frente al obrero” (ibid., p. 437).
Algunas consecuencias del cambio de sistema productivo serán de largo
alcance. Por ejemplo, la manufactura engendra una fuerte tendencia a dismi-
nuir la calificación requerida al obrero respecto de la del artesano, creando
incluso la categoría de los peones:

❘❚❚ “En todos los oficios de los que se apodera, […] la manufactura genera
una clase de trabajadores que la industria artesanal excluía por entero, los lla-
mados obreros no calificados. Así como aquélla, a costa de la capacidad con-
junta de trabajo, desenvuelve hasta el virtuosismo la especialización totalmen-
te unilateralizada, comienza también a hacer de la carencia de todo
desenvolvimiento una especialización. Junto a la gradación jerárquica entra en
escena la simple separación de los obreros en calificados y no calificados. En
el caso de los últimos, los costos de aprendizaje desaparecen totalmente; en
el caso de los primeros se reducen, si se los compara con el artesano, porque

21
Universidad Virtual de Quilmes

se ha simplificado la función. Y en ambos casos disminuye el valor de la fuer-


za de trabajo. La excepción se registra cuando el desdoblamiento del proceso
de trabajo genera nuevas funciones comprehensivas, que en la industria arte-
sanal no existían en absoluto o no habían adquirido un volumen similar”
(MARX, 1979, p. 426). ❚❚❘

Por un lado, la división del trabajo y la especialización permiten al sistema


manufacturero, en comparación con la artesanía independiente, producir
más en menos tiempo. Por otro lado, se mantiene una base técnica estre-
cha del proceso de producción, pues las operaciones conservan su carácter
manual y su dependencia de las condiciones de cada obrero individual para
manejar su instrumento. Pero, precisamente, el marco organizativo del siste-
ma manufacturero posibilitará la expansión de la base técnica de la produc-
ción:

❘❚❚ “La diferenciación de los instrumentos de trabajo, en virtud de la cual ins-


trumentos de la misma clase adquieren formas fijas especiales para cada
aplicación útil particular, y su especialización, merced a la cual cada uno de ta-
les instrumentos especiales sólo opera con eficacia en las manos de un obre-
ro parcial específico, son rasgos característicos de la manufactura” (MARX,
1979, p. 415) ❚❚❘

Ello se constituye en un cimiento para el empleo de la maquinaria: “El perío-


do manufacturero simplifica, mejora y multiplica las herramientas de trabajo,
adaptándolas a las funciones especiales y exclusivas de los obreros parcia-
les. Crea con ello, a la vez, una de las condiciones materiales para la exis-
tencia de la maquinaria, que consiste en una combinación de instrumentos
simples” (ibid., pp. 415-416).
El uso sistemático de la maquinaria no se hará empero realidad sino al
cabo de un largo proceso, en sí mismo muy instructivo por lo que hace a las
dinámicas del cambio técnico.
Como ya se anotó, por compleja que sea la organización de la manufac-
tura, siempre puede considerarse como una combinación en el tiempo y en
el espacio de procesos simples, de tipo individual y artesanal: “A pesar de
las diversas ventajas que presenta la manufactura combinada la misma no
adquiere, sobre su propio fundamento, una verdadera unidad técnica. Dicha
unidad sólo surge cuando la manufactura se transforma en la industria ma-
quinizada” (ibid., p. 423).
Lo dicho no significa, por cierto, que las máquinas empiecen a tener im-
portancia sólo con la Revolución Industrial. Durante los períodos en los que
predomina la producción artesanal y la manufacturera, las máquinas desem-
peñan un papel en general secundario, pero existen e inciden mucho de di-
versas maneras:

❘❚❚ “El período manufacturero, que no tarda en proclamar como principio cons-
ciente la reducción del tiempo de trabajo necesario para la producción de mer-
cancías, esporádicamente desarrolla también el uso de máquinas, en particular

22
Problemas del Desarrollo en América Latina

para ciertos procesos primarios simples que hay que ejecutar masivamente y
con gran desgaste de energías. Así, por ejemplo, en la manufactura papelera
pronto se utiliza el molino de papel para desmenuzar los trapos, y en la meta-
lurgia el llamado molino quebrantador para triturar el mineral. Con el molino hi-
dráulico, el Imperio Romano nos había legado la forma elemental de toda ma-
quinaria. El período artesanal nos deja los grandes inventos de la brújula, de
la pólvora, de la imprenta y el reloj automático. En líneas generales, sin embar-
go, la maquinaria desempeña ese papel secundario que Adam Smith le asigna
junto a la división del trabajo. De gran trascendencia fue el esporádico empleo
que de las máquinas hizo el siglo XVII, pues ofreció a los matemáticos eminen-
tes de esa época puntos de apoyo y alicientes prácticos para la creación de la
mecánica moderna” (MARX, 1979, pp. 423-424). ❚❚❘

Entre otros elementos fundamentales, la cita subraya que ni las máquinas ni


los grandes inventos estuvieron ausentes de los períodos anteriores a la Re-
volución Industrial: la evolución de la técnica combina períodos de acelera-
ción y concentración de los cambios, que pueden tener carácter radical, con
la “larga duración”. En particular, la cita destaca que el “período artesanal”
fue técnicamente muy creativo. En un magnífico capítulo titulado “La inven-
ción de la invención” -en el cual se ocupa con detalle de la rueda o molino
de agua, las lentes o lupas, el reloj mecánico, la imprenta y la pólvora-, Lan-
des (1998) afirma que, a diferencia de lo que se pensó durante un extenso
período, la Europa de la Edad Media constituyó una de las sociedades más
inventivas que la historia haya visto.
La máquina conocióuna evolución lenta y gradual durante largo tiempo;
su papel era todavía secundario en el período manufacturero, cuando sin
embargo su evolución se acelera, hasta que una serie de inventos, de carác-
ter revolucionario, transformarán la manufactura y abrirán la etapa de la in-
dustria maquinizada. Para la caracterización de lo que es la máquina y para
dibujar esa transición, nos referimos a capítulo XIII -“Maquinaria y gran indus-
tria”- de El Capital.

❘❚❚ “Toda maquinaria desarrollada se compone de tres partes esencialmente


diferentes: el mecanismo motor, el mecanismo de transmisión y, finalmente, la
máquina-herramienta o máquina de trabajo” (MARX, 1979, p. 453).

“De esta parte de la maquinaria, de la máquina-herramienta, es de donde


arranca la revolución industrial en el siglo XVIII. Y constituye nuevamente el
punto de arranque, cada vez que una industria artesanal o manufacturera de-
viene industria mecanizada. […] La máquina-herramienta […] es un mecanis-
mo que, una vez que se le transmite el movimiento correspondiente, ejecuta
con sus herramientas las mismas operaciones que antes efectuaba el obrero
con sus herramientas análogas” (ibid., p. 454).

“Con la transferencia, a un mecanismo, de la herramienta propiamente dicha,


antes manipulada por el hombre, la máquina reemplaza a la simple herramien-
ta. […] El número de herramientas con que opera simultáneamente una má-
quina herramienta, se ha liberado desde un principio de las barreras orgánicas
que restringen la herramienta de un obrero” (ibid., p. 455). ❚❚❘

23
Universidad Virtual de Quilmes

Si bien lo que hoy en día llamamos máquina no tiene una fuente de energía
humana o animal, no reside allí la característica primera de la máquina. Lo
que la define es la introducción de un mecanismo que realiza una tarea de-
sempeñada previamente en forma manual. Como lo indica la cita siguiente,
ese mecanismo puede tener que ver con la fuente de energía, pero la trans-
formación revolucionaria de los procesos productivos no se originó a ese ni-
vel, sino al de la máquina-herramienta, mediante la invención de mecanis-
mos que hacen actuar a una serie de herramientas, en principio similares a
las usadas por los artesanos, de modo tal que alguna etapa de un proceso
de fabricación deja de ser realizada en forma manual por seres humanos.

❘❚❚ “En muchos instrumentos artesanales, la diferencia entre el hombre como


mera fuerza motriz y como obrero que manipula la verdadera parte operante
del instrumento, posee una existencia sensorialmente perceptible. En la rue-
ca, por ejemplo, el pie sólo actúa como fuerza motriz, mientras que la mano,
que trabaja en el huso y tira y tuerce, ejecuta la verdadera operación de hilar.
La revolución industrial primero se apodera, precisamente, de esta parte del
instrumento artesanal, y por el momento deja aún al hombre, aparte del nue-
vo trabajo de vigilar la máquina con la vista y corregir sus errores con la ma-
no, el papel puramente mecánico de la fuerza motriz. Por el contrario, justa-
mente aquellas herramientas sobre las que el hombre opera desde un primer
momento tan sólo en cuanto simple fuerza motriz -como por ejemplo al hacer
girar la manivela de un molino, al bombear, al abrir y cerrar los brazos de un
fuelle, al machacar en un mortero, etc.- son las que primero dan motivo a la
aplicación de animales, agua, viento, en calidad de fuerza motriz. Esas herra-
mientas llegan a convertirse en máquinas, en parte durante el período manu-
facturero y esporádicamente ya mucho antes del mismo, pero no revolucionan
el modo de producción” (MARX, 1979, p. 456). ❚❚❘

Lo que inició el gran viraje fue la introducción de mecanismos que, por com-
paración con el desempeño manual previo de la misma operación, podían
movilizar simultáneamente un número mucho mayor de herramientas y, a
menudo, a mayor velocidad. Se produjo así un “desequilibrio” entre la capa-
cidad operativa multiplicada de la máquina-herramienta y la limitada capaci-
dad de su fuente de energía, humana, animal o aun hidráulica. La introduc-
ción y generalización de una nueva y mucho más poderosa fuente de
energía definirá el carácter propiamente revolucionario de esa etapa de
cambio técnico:

❘❚❚ “La máquina, de la que arranca la revolución industrial, reemplaza al obre-


ro que manipula una herramienta única por un mecanismo que opera simultá-
neamente con una masa de herramientas iguales o parecidas a aquélla y que
es movido por una fuerza motriz única, sea cual fuere la forma de ésta. Tene-
mos aquí la máquina, pero sólo como elemento simple de la producción me-
canizada.
Al ampliarse las dimensiones de la máquina de trabajo y el número de herra-
mientas con que opera simultáneamente, se vuelve necesario un mecanismo
motor más voluminoso, y este mecanismo, para superar su propia resistencia,

24
Problemas del Desarrollo en América Latina

requiere a su vez una fuerza motriz más poderosa que la humana” (Marx,
1979, p. 457). ❚❚❘

Recapitulemos. Nos hemos ocupado en esta sección de la manufactura en


tanto sistema productivo y, en líneas muy generales, de las primeras etapas
de su conversión en un sistema de producción basado en máquinas. Como
lo afirma la cita de Landes que nos sirve de guía, esa transformación tuvo
lugar inicialmente en una rama muy definida de la industria, lo cual condicio-
nó al proceso en general. Es tiempo de llevar nuestra atención a la trayecto-
ria específica de la Revolución Industrial.

1.1.2. La transformación de la industria del algodón

La historia inicial del sistema fabril se vio grandemente condicionada por la


rama industrial en la que surgió:

❘❚❚ “La Revolución Industrial no tuvo sus orígenes en el desarrollo de la indus-


tria pesada y el transporte; éstos deben buscarse más bien en el desarrollo
de la principal industria del país [Inglaterra], como de todos los de la época: la
textil. A medida que crecía la demanda interior y exterior de tejidos, los viejos
comercios y la industria artesanal del sur de Inglaterra no podrían crecer al rit-
mo necesario para satisfacerla […] Hacia 1750 la industria empezó a dispo-
ner de una nueva fibra: el algodón. Los tejidos de algodón se importaban de la
India; cuando se prohibió la importación, a instancias de los industriales texti-
les, fue necesario producirlos en el país. [El algodón] exigía nuevas técnicas y
no estaba ligado por las viejas tradiciones de la lana […] en seguida la de-
manda de tejidos de algodón superó la capacidad de los telares movidos a
mano.” ❚❚❘

Así, la industria algodonera llegó a ofrecer

❘❚❚ “[…] un campo ilimitado para la maquinaria sustitutiva de mano de obra.


Los grandes inventos -el torno de hilar de Hargreaves, en 1764, el telar hidráu-
lico de Arkwright, en 1769, y la tejedora de Crompton, en 1779- abrieron la pri-
mera brecha en las viejas técnicas manuales, primero multiplicando la acción
de la mano y luego utilizando la energía en los procesos primarios del hilado.
La producción relativamente enorme de esas máquinas hizo que se emplearan
a tan gran escala que la capacidad de los pequeños ríos próximos a las fábri-
cas acabó por agotarse; en 1785 se dio el último paso lógico, adoptándose la
máquina de vapor de Watt para mover los telares. [Esta revolución] pronto se
propagó a otras ramas con el telar mecánico de Cartwright, en 1785, abarcan-
do la fabricación de tejidos de lana y lino” (BERNAL, 1967, t. I, pp. 399-400). ❚❚❘

Una idea de la magnitud de los cambios surge de unos pocos números rela-
tivos a la productividad del trabajo, medida como la relación entre la canti-
dad producida y el tiempo empleado en producirla. El empleo de la máquina

25
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de Crompton, en 1780, significaba multiplicar por 25 la productividad de un


hilandero manual de la India, y por casi 170 cuando, en 1795, se adaptó la
máquina de vapor a dicha tarea. Casi dos siglos más tarde, las máquinas
más avanzadas de 1990 sólo permitían multiplicar por 7,5 la productividad
alcanzada por el hilado del algodón a fines del siglo XVIII en Inglaterra (se-
gún datos consignados en FREEMAN y SOETE, 1997, p. 40). El salto que signi-
ficó la Revolución Industrial en esta rama resulta evidente.
Habiendo crecido espectacularmente la capacidad de producción, sobre
todo en la industria del algodón, se estableció en torno de ésta una rela-
ción externa que anunciaba el futuro. Para apreciarlo, conviene destacar
que la importación de telas de la India, todas de algodón y a menudo de
hermosos colores, significó un gran impacto del comercio en la Europa del
siglo XVII. Las manufacturas textiles europeas no podían competir con las
nuevas importaciones, que fueron prohibidas en Francia y en Inglaterra,
aunque siguieron ingresando de contrabando (BRAUDEL, 1979, p. 495). El
avance tecnológico ya mencionado de la industria algodonera inglesa, y
también el accionar del gobierno colonial inglés en la India, trastocaron la
relación previa.
Entre 1750 y 1769, las ventas al exterior de tejidos de algodón británi-
cos se multiplicaron por más de 10; entre 1785 y 1850, tanto la importa-
ción de algodón en bruto a Gran Bretaña como la producción total de telas
se multiplicaron por más de 50; la mayor parte de las manufacturas de al-
godón, vendidas al exterior, llegaron a dar cuenta en el período de 1816 a
1848 de entre el 40 y el 50% de las exportaciones británicas. “La India fue
sistemáticamente desindustrializada y se convirtió a su vez en un mercado
para los algodones de Lancashire: en 1820, el subcontinente asiático com-
pró sólo 11 millones de yardas; pero en 1840 llegó a adquirir 145 millo-
nes”, alrededor de la quinta parte de las exportaciones algodoneras británi-
cas. Gran Bretaña empezaba a constituirse en “el taller del mundo”. Puede
afirmarse que “la opinión tradicional que ha visto en el algodón el primer
paso de la Revolución industrial inglesa es acertada.” […] Inicialmente, “las
palabras ‘industria’ y ‘fábrica’ en su sentido moderno se aplicaban casi ex-
clusivamente a las manufacturas del algodón en el Reino Unido”. A su vez,
“la demanda derivada del algodón -en cuanto a la construcción y demás ac-
tividades en las nuevas zonas industriales, en cuanto a máquinas, adelan-
tos químicos, alumbrado industrial, buques, etc.- contribuyó […] en gran
parte al progreso económico de Gran Bretaña hasta 1830” (HOBSBAWM,
1997, pp. 41-45).
Recapitulemos. En la manufactura del algodón y, simultánea o sucesiva-
mente, en otras ramas de la industria, capacidades y esfuerzos humanos
En su fundamental Historia fueron sustituidos por máquinas, y fuentes de energía animal por energía
social de la Ciencia, Bernal
(1967, t. II, pp. 411-413) dibu-
mecánica, cambios que constituyen la Revolución Industrial. Más específi-
ja un esquema de conjunto camente, las grandes transformaciones que la caracterizan fueron, al decir
sobre el curso del progreso de Bernal, el tránsito “de la madera al carbón como combustible, de la ma-
técnico, que incluye la carac- dera al hierro como material, de la energía animal e hidráulica al vapor, de
terización menciona-
da. la acción simple a la acción múltiple en los telares mecánicos”.
Así, un nuevo sistema técnico surgió en una rama productiva específica,
pero como resultado de una conjunción mucho más amplia de fenómenos y,
a su vez, constituyéndose en un impulsor poderoso de cambios en el con-
junto de la economía.

26
Problemas del Desarrollo en América Latina

1.1.3. La Revolución de la Energía

La transformación de la producción manufacturera se asocia con la intro-


ducción de un conjunto de máquinas de nuevo tipo, capaces a la vez de
sustituir y multiplicar el esfuerzo humano en una escala hasta entonces
desconocida. Por consiguiente, como ya fue destacado, devino central el
problema de multiplicar la fuerza motriz disponible, para poner en funciona-
miento la cantidad de herramientas que los nuevos mecanismos permitían
operar:

❘❚❚ “El desarrollo de una industria mecanizada, concentrada en grandes unida-


des de producción hubiera sido imposible sin una fuente de energía mayor
que la que podían proporcionar la fuerza humana y la animal, e independien-
te de las veleidades de la naturaleza. La solución la proporcionó un nuevo
convertidor de energía -la máquina de vapor, y la explotación a una escala tre-
menda de un combustible antiguo-: el carbón” (LANDES, 1979, p. 112). ❚❚❘

El problema se planteaba con urgencia creciente precisamente en la indus-


tria textil, donde los cambios técnicos eran más impactantes y donde más
provechosa estaba resultando la expansión de la capacidad productiva, de
donde mayor era la demanda de nuevas innovaciones para evitar que las
carencias energéticas limitaran las ventas potenciales.
En el ya citado capítulo sobre “Maquinaria y gran industria”, Marx enca-
ra como sigue la cuestión:

❘❚❚ “Las fábricas de hilados equipadas con los throstles (telares continuos) de
Arkwright, desde un principio tuvieron como fuerza motriz el agua. No obstan-
te, también el uso de la fuerza hidráulica como fuerza motriz dominante pre-
sentaba dificultades muy serias. No se la podía aumentar a voluntad, ni reme-
diar su escasez; en ocasiones faltaba, y, ante todo, era de naturaleza
puramente local. Sólo con la segunda máquina de vapor de Watt, la denomi-
nada de efecto doble, se encontró un primer motor que mediante el consumo
de carbón y agua genera él mismo su fuerza motriz, un motor cuya potencia
energética está por entero bajo el control humano; que es móvil y un medio
de locomoción; urbano y no, como la rueda hidráulica, rural; que permite con-
centrar la producción en ciudades, en vez de dispersarla por el campo, como
hacía aquélla; universal en sus aplicaciones tecnológicas; relativamente poco
condicionado, en cuanto a su ubicación geográfica, por circunstancias loca-
les. El gran genio de Watt se pone de manifiesto en la especificación de la
patente que obtuvo en abril de 1784, y en la cual no describe su máquina de
vapor como invento para fines especiales, sino como agente general de la
gran industria” (MARX, 1979, pp. 458-459). ❚❚❘

El proceso de “maquinización”, que apareció con gran fuerza inicialmente


en la manufactura del algodón, no sólo pudo desplegar ampliamente su po-
tencial en esa rama, sino también extenderse progresivamente al conjunto
de la “gran industria” porque la máquina de vapor fue un “agente general”

27
Universidad Virtual de Quilmes

capaz de proporcionar cantidades de energía incomparablemente más gran-


des que antes a una gran variedad de máquinas.
Ello garantizó el carácter revolucionario de la transformación de la manu-
factura. Por consiguiente, la máquina de vapor es un símbolo adecuado de
esta Revolución. Su evolución, que se reseña a continuación, ilustra con elo-
cuencia sus tendencias profundas, particularmente las que tienen que ver
con las cambiantes relaciones entre ciencia, tecnología e innovación.
A lo largo del siglo XVII, la idea de “elevar el agua por medio del fuego”
fascinó a todos los inventores. De Caus resolvió el problema colocando “un
hornillo bajo un recipiente casi vacío de agua, conectado a un pozo median-
te un tubo; cuando el agua hervía y el recipiente se llenaba de vapor, retira-
ba el fuego y cerraba el respiradero, con lo que casi conseguía llenar de
agua la vasija por la succión producida”, pero no era ésta una máquina prác-
tica. La primera que además de funcionar amortizaba su costo fue introduci-
da por Newcomen, en 1712, usando “un pistón abatido por el vapor conden-
sado en un cilindro conectado directamente a una caldera de baja presión”.
Ahora bien: “Es dudoso que la idea […] de la bomba de vacío se le hubiera
podido ocurrir a un mecánico, al menos antes que a un científico; por otra
parte, ningún científico hubiera podido resolver los problemas no menos im-
portantes planteados por la construcción de una máquina capaz de funcio-
nar realmente”. La máquina de Newcomen tenía un funcionamiento dema-
siado irregular como para usarla en otra cosa que el bombeo o como fuelle,
y consumía muchísimo carbón. El gran salto adelante fue obra de Watt,
quien “consiguió una máquina capaz de mover a otras con una velocidad
uniforme incluso aunque se tratara de resistencias muy variables”. Hasta
entonces, el uso de la máquina de vapor estaba prácticamente limitado al
desagüe de las minas de hulla, donde el carbón era muy barato, mientras
que la máquina de Watt, más barata y eficiente, pudo ser usada en la meta-
lurgia pesada, más tarde en la industria textil y luego en las más diversas
actividades. Si casi todas las mejoras de esta máquina fueron aportadas
por ingenieros prácticos y sin ninguna contribución notable de la ciencia, el
estudio científico de su funcionamiento hizo surgir una concepción que en-
globa naturalmente el trabajo mecánico y al calor en la categoría energía,
abriendo así el camino para avances fundamentales:

❘❚❚ “El principio de conservación de la energía […] fue el descubrimiento físico


de mayor importancia de mediados del siglo XIX […] permitió relacionar mu-
chas disciplinas hasta entonces separadas [en particular, las nuevas teorías
del calor con las más antiguas de la mecánica] y representaba muy bien las
tendencias de la época. La energía se convirtió en el punto de concurrencia de
las diversas ramas de la física. […] Toda la actividad humana -la industria, el
transporte, el alumbrado, y en último término la alimentación y la propia vida-
pasaban a definirse a partir de un término común: energía” (BERNAL, 1967, t. I,
pp. 444-453). ❚❚❘

Este papel central de la energía, tanto en el despliegue de la Revolución In-


dustrial como en lo que tiene que ver con sus repercusiones sociales y cul-
turales, debe ser tenido muy especialmente en cuenta a la hora de caracte-
rizar la presente ola de cambios técnico-productivos.

28
Problemas del Desarrollo en América Latina

De la gran transformación de ayer, pudo decir Cipolla (1978) que “todo


comenzó con el vapor”. En este sentido, el punto de viraje tuvo lugar cuando
una larga acumulación de innovaciones incrementales y mejoras graduales
desembocó en una innovación radical, una máquina que posibilitaba el uso
generalizado de una fuente inmensa de energía inanimada, al convertir el ca-
lor en energía motriz para máquinas de muy diverso tipo, haciendo así reali-
dad “la potencia motriz del fuego”. Desde cierto ángulo, la Revolución Indus-
trial puede ser vista como la Revolución de la Energía.

1.1.4. Surgimiento del sistema fabril

La frase de Landes que hemos tomado como guía culmina señalando que la
emergencia de la fábrica constituyó el núcleo del nuevo sistema productivo,
que se impondrá rápidamente sobre las otras modalidades de la producción
industrial, como el artesanado, el sistema manufacturero y la industria a do-
micilio. Esta última tiene carácter capitalista, como la manufactura y a dife-
rencia del artesanado, pues se basa en que un empresario -por lo general,
un comerciante que extiende su actividad- proporciona la materia prima a
los trabajadores y luego se encarga de la venta del producto terminado, pa-
gándoles a los productores directos por los productos que han fabricado en
su propia casa, con sus propias herramientas, lo cual asemeja el sistema al
artesanado y lo diferencia de la manufactura. La industria a domicilio propor-
cionó ciertos ingresos adicionales a familias campesinas, que podían por
ejemplo aprovechar los períodos de escasa labor rural para tejer en conjun-
to no sólo para su propio uso sino para la venta; el sistema también permi-
tió a los comerciantes intervenir en la producción en una forma vedada por
el régimen gremial del artesanado.
La división del trabajo, que permite expandir la producción y favorece la
sustitución, para la realización de ciertas tareas, de la mano humana por
mecanismos, tuvo lugar esencialmente en el sistema manufacturero. Así, el
encadenamiento de cambios sociales y técnicos que desembocó en la in-
dustria moderna pasó por la expansión de la manufactura, en la cual se mul-
tiplicó el uso de máquinas, hasta que, cuando coincidieron la conveniencia
económica y la posibilidad técnica de alimentar los mecanismos motrices de
las máquinas mediante una nueva gran fuente de energía, la manufactura se
convirtió en fábrica. Esta palabra pasó pues a designar una entidad produc-
tiva unificada, en la cual se agrupa bajo una dirección y supervisión común
a un conjunto de obreros, y se usa una fuente centralizada de energía, típi-
camente inanimada; por contraste, cuando falta esa fuente central de poten-
cia, se habla de manufactura (LANDES, 1998, p. 186).
En las décadas finales del siglo XVIII, se arracimaron un conjunto de inno-
vaciones, en la industria textil y en el uso de la energía, pero también en la
metalurgia, en las máquinas usadas en otras ramas industriales y, funda-
mentalmente, en la fabricación de máquinas para fabricar máquinas. Tales
innovaciones no sólo se apoyaban en una larga evolución en sus respectivas
áreas sino que además se respaldaban las unas a las otras, en la medida
en que interactuaban entre sí, difundiéndose con cambios menores o mayo-
res de una rama a otra, inspirando y posibilitando nuevos cambios técnicos,
los cuales, como volvería a suceder en otros períodos, se agruparon en una
suerte de racimo o cluster.

29
Universidad Virtual de Quilmes

Esa ola de innovaciones afectaba tanto lo tecnológico como lo institucio-


nal, las relaciones de producción:

❘❚❚ “Las máquinas y las técnicas por sí solas no hacen la Revolución Industrial.
Supusieron mejoras en la productividad y un desplazamiento de la importancia
relativa del factor de producción trabajo en favor del capital. Pero por revolu-
ción entendemos también, además del cambio de medios de producción, la
transformación de su organización. En particular, nos referimos al agrupamien-
to de grandes masas de obreros en un mismo lugar, con el propósito de que
realizasen sus tareas bajo supervisión y disciplina; en pocas palabras, esta-
mos hablando de lo que se ha venido a llamar el sistema industrial” (LANDES,
1979, p.131). ❚❚❘

La emergencia y expansión del sistema fabril impulsó grandes cambios en


la estructura de las clases sociales, en la medida en que fue acompañada
por el auge del empresariado industrial y por el crecimiento acelerado del
proletariado moderno, con una incidencia, en las dinámicas colectivas, que
no precisa ser destacada.
Las diversas facetas de la mutación integral que venimos considerando
señalan puntos de referencia centrales para calibrar la envergadura de las
transformaciones del presente, sus impactos presuntos en la sociedad y, es-
pecíficamente, en las perspectivas de desarrollo de los países periféricos,
tanto las que se abren como las que se cierran.
La Revolución Industrial supuso una revolución con mayúscula porque apare-
jó cambios mayores e inextricablemente entrelazados en las técnicas producti-
vas, en la organización social de la producción y en las condiciones mismas de
trabajo. El surgimiento de la fábrica textil, y del proletariado disciplinado sin mi-
ramientos que la hacía funcionar, resume ese proceso, uno y triple.
Desde ese foco irradiaron las mutaciones que, andando el tiempo, ha-
brían de generar las relaciones sociales de producción que podemos consi-
derar características del siglo que acaba de terminar:

❘❚❚ “[…] como resultado de las mejoras tecnológicas, las empresas cuyo ritmo
venía marcado por el hombre se orientaron hacia el mismo tipo de precisión y
regularidad que caracterizaba al hilado y al tejido. En las industrias del hierro
y del acero, tanto el taller de laminado como el martinete de vapor y los proce-
dimientos de transporte más eficaces facilitaron la orientación en esta direc-
ción; y en el conjunto de la industria metalúrgica, el desarrollo de máquinas-
herramientas para propósitos especiales y la mayor precisión de las piezas
condujo hasta las cadenas de montaje del siglo XX” (LANDES, 1979, p. 138). ❚❚❘

Notemos, todavía, que la problemática del desarrollo exige tener muy


en cuenta las diferencias entre invención e innovación: se trata de proce-
sos que no sólo no son idénticos sino que ni siquiera están automática-
mente conectados; la realización del uno no garantiza la del otro, como ha
llegado a descubrirlo la moderna política para la ciencia y la tecnología,
uno de cuyos capítulos centrales es el de los puentes entre “invención”

30
Problemas del Desarrollo en América Latina

científico-técnica, por un lado, e “innovación” económico-productiva, por otro.


Pues bien, la fábrica

❘❚❚ “[…] reflejaba la orientación tecnológica implícita en la concentración de la


producción. En contraposición al sistema de producción doméstico, en que el
empresario era ante todo un vendedor, un comercializador de bienes produci-
dos por otros según métodos poco orientados hacia la satisfacción de las ne-
cesidades y oportunidades del mercado, la fábrica ponía énfasis sobre la pro-
ducción: su propietario era ante todo y fundamentalmente un hombre que
producía, capaz, dentro de márgenes bastante amplios, de cambiar a voluntad
las técnicas y condiciones de trabajo. Resultado de ello fue que el estado de
la técnica se hizo más sensible que nunca ante las oportunidades económi-
cas. Las presiones en favor de las innovaciones, inherentes por naturaleza a
la nueva tecnología -con sus cálculos de eficiencia, su sistematización de la in-
vestigación empírica, sus conexiones implícitas y crecientes con un cuerpo ca-
da vez mayor de teorías científicas- se vieron reforzadas enormemente con
ello. La fábrica constituyó un nuevo puente entre invención e innovación” (LAN-
DES, 1979, p. 139). ❚❚❘

Cuando se trata de discutir si en el presente asistimos a una nueva Revolu-


ción Tecnológica, corresponderá analizar si, desde ese punto de vista, la fá-
brica no está siendo sustituida por un conjunto de nuevos puentes entre in-
vención e innovación, por ejemplo los que se construyen en ese proceso
actualmente tan estudiado de relación entre la academia y el sector produc-
tivo, donde está surgiendo quizás, en paralelo con otros desarrollos como el
del trabajo a distancia, la “nueva fábrica”.

1.2. Sobre causalidades e interacciones

No estamos, por cierto, en condiciones de adentrarnos en el tan apasionan-


te como complejo problema de por qué la Revolución Industrial se inició en
Europa Occidental y, más específicamente, en Inglaterra, durante el siglo
XVIII. Quizás interrogantes semejantes no tengan propiamente una respues-
ta. Vale la pena, sin embargo, mencionar algunos aspectos del asunto, pues
focalizan la atención en ciertos factores de importancia recurrente y relevan-
te en los procesos sociales de cambio técnico-productivo.
Como en todo este texto, las observaciones que siguen no pretenden de-
linear una tesis sino tan sólo ofrecer algunos elementos de juicio que a
quien esto escribe le parecen útiles para que los eventuales lectores se for-
men su propia composición de lugar.
Recordemos ante todo una enseñanza de Braudel (1979, p. 465): dado
que toda sociedad experimenta permanentemente un conflicto entre fuerzas
que tienden a preservarla y fuerzas que tienden a trastocarla, el análisis de
una revolución plantea siempre el problema de conectar el largo y el corto
plazo, reconociendo su dependencia mutua. Así, la Revolución Industrial “jue-
ga en dos registros”, pues aparece como resultado a la vez de una serie de
acontecimientos notables, concentrados en un período comparativamente

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Universidad Virtual de Quilmes

corto, y de un proceso muy lento, que refleja la gravitación de la “larga dura-


ción”, la longue durée cuyo papel general el gran historiador francés ha des-
tacado una y otra vez.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la cuestión del desarrollo se vio
fundamentalmente condicionada porque la industrialización avanzó sobre to-
do en los países donde ya había avanzado antes, y porque en ellos se de-
sencadenó, en gran medida, la nueva revolución tecnológica, impresionante
ejemplo de la convergencia de los “dos registros”.

1.2.1. El contexto social y económico

En relación con el tema de la sección, el carácter acumulativo del crecimien-


to económico lo muestra el hecho de que ya a mediados del siglo XVII Ingla-
terra había llegado a ser el primer país de Europa en el terreno de la produc-
ción de manufacturas. Ese carácter acumulativo proviene, en general, de
que el crecimiento exige que se encadenen, complementándose, factores
muy diversos: la producción de alimentos, el suministro de energía, la es-
tructuración de los transportes, la disponibilidad de mano de obra, la oferta
de capitales. La concreción de los encadenamientos requeridos para que
“despegue” el crecimiento económico suele requerir de “la larga duración”.
Así ocurrió en Inglaterra.
Ahora bien: ¿cómo se fue forjando ese contexto económico favorable pa-
ra la aceleración del cambio técnico-productivo? Ciertos análisis de la Revo-
lución Industrial centran la atención en las relaciones sociales y políticas.
Ello nos lleva a recordar que en el agitado siglo XVII, durante el cual dos ve-
ces el monarca reinante en Londres fue derrocado, el absolutismo que pre-
valecía en Europa fue derrotado en Gran Bretaña, de manera definitiva, con
la llamada “Gloriosa Revolución” de 1688, que terminó con la dinastía de
los Estuardo. A partir de entonces, la nación, encabezada por el rey pero con
el poder de la corte en declinación, fue orientada por una clase dominante
secular, letrada, racional y con confianza en el futuro, integrada por la noble-
za, la pequeña aristocracia rural (gentry) y la burguesía (MANN, 1986, p.
469), que impulsó la expansión de las relaciones mercantiles y de una capa-
cidad productiva que llegaría a ser el cimiento de la industrialización.
Hobsbawm conecta, en los siguientes términos, la evolución apuntada
con la transformación de las estructuras agrarias:

❘❚❚ “[...] las condiciones sociales se dejaban sentir mucho en Gran Bretaña, en
donde había pasado más de un siglo desde que el primer rey fuera procesado
en debida forma y ejecutado por su pueblo, y desde que el beneficio privado y
el desarrollo económico habían sido aceptados como los objetivos supremos
de la política gubernamental. Para fines prácticos, la única solución revolucio-
naria británica para el problema agrario ya había sido encontrada. Un puñado
de terratenientes de mentalidad comercial monopolizaba casi la tierra, que
era cultivada por arrendatarios que a su vez empleaban gentes sin tierras o
propietarios de pequeñísimas parcelas. Muchos residuos de la antigua econo-
mía aldeana subsistían todavía para ser barridos por las Enclosure Acts
(1760-1830) [legislación que permitió el cercamiento y la apropiación privada
de las tierras antiguamente poseídas en común] y transacciones privadas, pero

32
Problemas del Desarrollo en América Latina

difícilmente se puede hablar de un ‘campesinado británico’ en el mismo senti-


do en que se habla de un campesinado francés, alemán o ruso. Los arrenda-
mientos rústicos eran numerosísimos y los productos de las granjas domina-
ban los mercados; la manufactura se había difundido hacía tiempo por el
campo no feudal. La agricultura estaba preparada, pues, para cumplir sus tres
funciones fundamentales en una era de industrialización: aumentar la produc-
ción y la productividad para alimentar a una población no agraria en rápido y
creciente aumento; proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales
reclutas para las ciudades y las industrias, y suministrar un mecanismo para
la acumulación de capital utilizable por los sectores más modernos de la eco-
nomía. […] Un considerable volumen de capital social -el costoso equipo gene-
ral necesario para poner en marcha toda la economía- ya estaba siendo cons-
tituido, principalmente en buques, instalaciones portuarias y mejoras de
caminos y canales. La política ya estaba engranada con los beneficios” (HOBS-
BAWM, 1997, pp. 38-39). ❚❚❘

En otras partes de Europa, la expansión del capitalismo de mercado y de la


producción encontraban trabas mucho mayores, no sólo por el peso de la
monarquía absoluta sino también por la mayor gravitación en el agro de re-
manentes feudales y de la pequeña parcela campesina, poco aptos para fa-
vorecer el incremento de la producción agraria. Este último, en cambio, fue
muy notorio en Gran Bretaña, como consecuencia de una evolución original,
posibilitada desde mucho antes por la concentración de la tierra y la apari-
ción del granjero como verdadero empresario. Un largo proceso de mejoras
graduales y pequeñas innovaciones -en la combinación de siembras, el em-
pleo de abonos, el uso alternativo de la tierra, etc.- desembocó en un muy
eficiente sistema que más tarde fue conocido como high farming, cultivo
avanzado que se basaba sobre todo en una prolongada y cuidadosa serie de
observaciones de los distintos fenómenos naturales y actividades humanas
que forman parte de la producción agraria (BRAUDEL, 1979, p. 483). La ex-
pansión de la agricultura constituyó una fuente de riqueza; posibilitó asimis-
mo el crecimiento demográfico y, junto con éste, multiplicó el número de
clientes con recursos como para comprar productos manufacturados.
Para captar más plenamente el peso de este y otros factores, resulta ilu-
minante el procedimiento que utiliza Braudel, en su obra ya citada, cuando
considera, al analizar las causas de la Revolución Industrial, varios ejemplos
de “prerrevoluciones”, o revoluciones industriales fracasadas. Ello ejemplifi-
ca, en sus sugestivas palabras, una de las varias maneras a las que recurre
para “jugar la carta preciosa de la historia comparativa”. Digamos, de paso,
que la importancia de saber “jugar esa carta” en ningún terreno es mayor,
probablemente, que en la cuestión del desarrollo, cuya extrema complejidad
induce a buscar comparaciones que puedan arrojar alguna luz, pero también
previene contra las simplificaciones en las cuales uno de los ejemplos de la
comparación deviene modelo a imitar.
Una de las “prerrevoluciones” que Braudel (1979, pp. 470-473) tiene en
cuenta es la etapa de avance técnico y crecimiento productivo que vivió Eu-
ropa entre el siglo XI y el siglo XIII, la cual desembocó en una tremenda rece-
sión, aproximadamente de 1350 a 1450, cuando la producción cayó abrup-
tamente, la carencia de alimentos se hizo sentir y el hambre y la peste
diezmaron a la población. Ello constituye un ejemplo clásico de los ciclos de

33
Universidad Virtual de Quilmes

crecimiento y decrecimiento característicos de las sociedades agrarias.


Braudel vincula la explicación de ese fenómeno, “la mayor victoria y la mayor
derrota que Europa haya conocido antes del siglo XVIII inglés”, con un avance
demográfico cuyo ritmo no fue seguido por la agricultura. Consiguientemen-
te, cuando todavía crecía la producción total, empezó a disminuir la produc-
ción por habitante, desencadenado una crisis multifacética.
La comparación esbozada destaca el papel que tuvo el crecimiento de la
agricultura inglesa en el éxito de la Revolución Industrial del siglo XVIII. Tam-
bién subraya uno de los aspectos más propiamente “revolucionarios” de
esa transformación: antes, cada impulso de crecimiento había terminado
chocando contra las limitaciones de la producción agrícola, o de los trans-
portes, o de la energía, o de la demanda del mercado; a partir de entonces,
comienza un crecimiento de tipo distinto, mucho más continuo, capaz de
afrontar esas limitaciones (BRAUDEL, 1979, pp. 512-513). En las sociedades
industriales, las crisis no faltarán, pero el crecimiento tendrá un carácter mu-
cho más sistemático y autosostenido.
Otra comparación que Braudel (1979, pp. 475-477) desarrolla muestra
que por cierto no basta con el auge agrícola. Lombardía lo conoció muy tem-
pranamente -ésa sería la causa que le permitió esquivar la gran crisis de los
siglos XIV y XV-, pues allí se inició ese high farming que más tarde se encuen-
tra en Holanda y después sería transmitido a Inglaterra. Milán, la capital de
la región, llegaría a conocer, en tiempo de Leonardo da Vinci, un gran auge,
sostenido por la expansión tanto de una agricultura de tipo capitalista como
de la producción manufacturera. Se sostiene que el estado de la técnica no
basta para explicar que ese auge no haya desembocado en una revolución
industrial, pues es conocida la capacidad mecánica de tiempos del Renaci-
miento, notoria por ejemplo en las máquinas hidráulicas utilizadas en el teji-
do de la seda. Braudel destaca en este ejemplo histórico la carencia de una
condición que estima sine qua non para el éxito de una revolución industrial:
el dominio de grandes mercados exteriores, que generan una gran demanda
de productos industriales e impulsen el cambio técnico como vía para acele-
rar y ampliar la producción.
Este último factor no estuvo por supuesto ausente, sino todo lo contrario,
en el caso de Inglaterra, que en el siglo XVIII se afirma como dueña comercial
y militar de los mares, al tiempo que conoce una “verdadera explosión co-
mercial” exportadora; durante ese siglo, creció 50% la producción de las in-
dustrias que vendían en el mercado interno y 450% la de las industrias de
exportación (BRAUDEL, 1979, p. 497).
Las posibilidades de ampliar sistemáticamente los mercados acicatearon
los esfuerzos para multiplicar las capacidades productivas. Y viceversa. Las
exportaciones constituyeron un importante motor del cambio, en la medida
en que la “explosión comercial” interactuaba positivamente con la introduc-
ción de técnicas que permitían producir mucho más en menos tiempo.

1.2.2. Especificidades de un proceso de cambio técnico

Enfoques como los reseñados en la sección precedente llevan frecuentemente


a entender que las transformaciones tecnológicas tuvieron un carácter induci-
do. Las innovaciones dependían evidentemente de la acción del mercado, y no
respondieron sino a una demanda insistente del consumidor, dice Braudel

34
Problemas del Desarrollo en América Latina

(1979, p. 490), en una sección cuyo título -“La técnica, condición necesaria, sin
duda no suficiente”- sugiere sin embargo algo más matizado. Para suscitar la
reflexión, podemos referirnos a otro de los ejemplos de “prerrevoluciones”, o
revoluciones industriales fracasadas, que el autor estudia.
Braudel recuerda que se ha hablado de una primera revolución industrial in-
glesa, que habría tenido lugar en el período 1560-1640. El uso creciente del
carbón de piedra se estaba constituyendo en el rasgo mayor de la economía in-
glesa; se lo usaba para la calefacción y en la fabricación de vidrio, cerveza, la-
drillos, en la refinación de azúcar, en la obtención de sal mediante la evapora-
ción de agua de mar. Ese dinamismo económico impulsaba la concentración de
capitales y de mano de obra, que a su turno impulsaba a aquél. Se expandía
así el “sistema manufacturero” que, mirado desde el futuro, puede ser descrito
como el sistema de las fábricas sin máquinas, o sea, el agrupamiento en gran-
des talleres de numerosos trabajadores. Se atribuye el primer lugar en la expli-
cación de ese dinamismo al auge del mercado interno, resultado a su vez de un
importante crecimiento demográfico -del orden del 60% durante el siglo XVI- y
del considerable incremento de los ingresos en el agro, lo cual amplió la de-
manda de productos manufacturados (BRAUDEL, 1979, pp. 477-478).
Pues bien, todo ello estimuló los cambios productivos, pero no desencadenó
sin embargo nada comparable al ciclo de innovaciones tecnológicas que algo
más de un siglo después configuró la Revolución Industrial. Para avanzar en la
comprensión de ésta, hace falta pues ir más allá del contexto general que la hi-
zo posible.
El éxito de la Revolución, dicen Freeman y Soete (1997, p.55, nuestra tra-
ducción) “se debió aparentemente a la combinación de una actividad empresa-
rial imaginativa, el ingreso a mercados potencialmente crecientes, el acceso al
capital necesario para la inversión en las nuevas fábricas, y la capacidad de in-
ventiva técnica, a veces pero no siempre protegida por patentes y, a veces pero
no siempre, sustentada por contactos con el mundo de la ciencia”. Destacan
también (ibid., p. 56) que “entre las instituciones más favorables para el creci-
miento económico en Gran Bretaña estaban el espíritu científico que permeaba
la cultura nacional y el apoyo a la invención técnica”.
Las transformaciones de índole revolucionaria aparecen como conjunciones,
en ciertas circunstancias de lugar y tiempo, de oportunidades propicias con ca-
pacidades para aprovecharlas, unas y otras surgidas a su vez del “doble regis-
tro” en el que se combinan la concentración en un período breve de aconteci-
mientos gravitantes con la acumulación gradual que se despliega en la larga
duración.
El cambio técnico no es, seguramente, una suerte de “primer motor” de las
transformaciones, pero la historia no sugiere que sea el mero reflejo de condi-
ciones externas. Por lo general, no tiene lugar en ausencia de una demanda so-
cial, pero ésta no basta para producirlo. Se trata de un proceso social, que in-
teractúa con otros, que sin embargo no lo determinan unívocamente, por lo cual
no cabe soslayar el análisis de sus dinámicas específicas.
Ello puede comprobarse en los orígenes de la industrialización, respecto de
lo cual lo que sigue es muy sugestivo:

❘❚❚ “Parece claro, aunque no es fácil de demostrar, que en la Gran Bretaña del
sigo XVIII existía un nivel de capacidad técnica y un interés en máquinas y ‘ar-
tefactos’ muy superior al de otros países de Europa. Esto no debe confundirse
con conocimiento científico: a pesar de los muchos esfuerzos por relacionar la

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Revolución Industrial con la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII, esta rela-
ción parece haber sido muy difusa: ambas eran reflejo de un gran interés por los
fenómenos naturales y materiales y de la aplicación cada vez más sistemática de
la investigación empírica. Si acaso, fue el progreso del conocimiento científico
quien le debió mucho a los enfoques y a los logros de la tecnología; pero el flujo
de ideas o métodos en la otra dirección fue mucho menor, y continuaría siéndolo
hasta bien entrado el siglo XIX” (LANDES, 1979, pp. 76-77). ❚❚❘

El papel directo de la ciencia en la industrialización, inicialmente subordina-


do y hasta marginal pero creciente, lo ilustra bien la evolución de la metalur-
gia, rama fundamental tanto para la iniciación del proceso como para su pa-
saje de una etapa a otra:

❘❚❚ “La manufactura del hierro era esencialmente una forma de arte culinario -
exigía intuición acerca de los ingredientes, un sentido muy agudo de la propor-
ción, tener cierto ‘instinto’ sobre cuánto tiempo debía pasar el cocido al fue-
go. Los herreros no sabían por qué ciertas cosas funcionaban y otras no; ni
les importaba. No fue hasta mediados del siglo XIX que los científicos lograron
un conocimiento suficiente del proceso de transformación del mineral en me-
tal para poder servir de guías hacia el desarrollo de técnicas racionales y de
medidas de la eficiencia de los procesos” (LANDES, 1979, p. 108). ❚❚❘

Volviendo al período de los orígenes, y a esa vocación técnica que habría ca-
racterizado a la Inglaterra de entonces, se podría tal vez hablar de la difu-
sión de una actitud innovadora a nivel de la práctica productiva, basada pri-
mordialmente en una vocación por la experimentación pero también en el
amplio uso de los elementos básicos del conocimiento científico disponible
a nivel masivo. La cuestión, por cierto cardinal, justifica una cita extensa pe-
ro elocuente. Ciertas investigaciones

❘❚❚ “[…] presentan una imagen impresionante de la energía con que en Lancashire
se movilizó y promovió la capacidad técnica en la segunda mitad del siglo XVIII -im-
portando artesanos de lugares tan lejanos como Londres y Escocia y capitalizando
sobre su propia tradición muy fuerte de mano de obra especializada, para conver-
tir carpinteros en constructores de molinos y torneros, herreros en fundidores, re-
lojeros en modeladores y constructores en mecánicos-. Aún más impresionante re-
sulta el conocimiento teórico de esos hombres. No eran, en conjunto, unos
hojalateros ignorantes, como suele presentarlos la mitología histórica. Incluso un
constructor de molinos ordinario […] solía ser ‘un aritmético aceptable, sabía algo
de geometría, nivelación y medición, y, en algunos casos, poseía conocimientos
muy completos sobre matemáticas aplicadas. Sabían calcular las velocidades, la
resistencia y la fuerza de una máquina: sabían dibujar planos y secciones…’. Mu-
chos de estos ‘conocimientos superiores y capacidad intelectual’ reflejaban la
abundancia de medios para la educación técnica que se daban en ‘pueblos’ como
Manchester durante este período, y que comprendían desde las academias de Di-
sidentes y de las sociedades ilustradas hasta la presencia de conferenciantes lo-
cales o invitados, escuelas privadas de ‘matemáticas y comercio’ con clases por

36
Problemas del Desarrollo en América Latina

las tardes, y una circulación muy amplia de manuales, periódicos y enciclopedias


prácticas” (LANDES, 1979, pp. 78-79). ❚❚❘

El papel en la innovación y la educación de los “Disidentes” -los que no ad-


herían a los cánones religiosos oficiales-, así como la formación científica de
un sector del empresariado, resultan muy sugestivos. Glosamos en este pa-
rágrafo lo que al respecto dicen Freeman y Soete:

❘❚❚ “Entre las causas de la importancia empresarial de los Disidentes pueden ha-
ber estado su actitud general no conformista y su racionalismo, así como su ex-
clusión de las universidades tradicionales y de los cargos públicos, que impulsó a
muchos a hacer sus carreras en la industria. Su celo educativo los llevó a esta-
blecer sus propios colegios y a constituir el sector mejor educado de las clases
medias. De la Escocia Presbiteriana provenía una proporción inusualmente alta
de los inventores más relevantes [Watt incluido], en una época en que Escocia te-
nía el mejor sistema de educación primaria de Europa y algunas de las mejores
universidades” (FREEMAN y SOETE, 1997, p. 43, nuestra traducción). ❚❚❘

Se ha destacado que el impulso a la investigación científica y a sus aplica-


ciones prácticas no provenía de las universidades de Oxford y Cambridge si-
no de las de Glasgow y Edinburgo. “Las academias de los Disidentes hicie-
ron por Inglaterra lo que las universidades por Escocia. Una minoría
significativa de los empresarios más exitosos estaban bien al tanto del
avance reciente de la ciencia y a menudo se ocupaban de mantenerse en
contacto.”
Nos encontramos pues con un terreno específico, abonado por la educa-
ción y la ciencia, que resultó muy propicio para la innovación. Ello también
se vincula con la “larga duración”, y con otra Revolución del siglo XVII que lle-
gó a tener a Inglaterra como teatro principal, la que puso las bases de la
ciencia moderna. No significa ello que la Revolución Científica del siglo XVII
haya sido la causa de la Revolución Industrial del siglo XVIII: ya se destacó el
escaso papel directo del conocimiento científico en los grandes cambios téc-
nicos que marcaron el comienzo de la industrialización. La continuidad entre
ambos procesos está dada principalmente por la nueva actitud ante la Natu-
raleza que define a la Revolución Científica:

❘❚❚ “Los científicos del siglo XVII […] desean matematizar la Naturaleza para ver en
ella una inmensa máquina que idealmente, en sus leyes, podríamos fabricar no-
sotros mismos. […] esta unión de teoría y práctica era entonces una novedad re-
volucionaria, pues oponía a la antigua fórmula ‘conocer es contemplar’ una com-
pletamente nueva: ‘conocer es fabricar’” (TATON, 1972, t. 2, p. 222). ❚❚❘

Este objetivo será, hasta avanzado el siglo XIX, mucho más un programa que
una realidad. Pero, desde el propio siglo XVII, orientará la práctica de no poca
gente. Y en esa influencia cultural de la nueva ciencia, la primacía de Inglate-
rra será todavía más notoria que en la creación científica propiamente dicha.

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En su obra clásica Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo


XVII, dice Merton que

❘❚❚ “[...] este estudio afirma el mutuo apoyo y la contribución independiente a


la legitimación de la ciencia tanto por parte de la orientación valorativa sumi-
nistrada por el puritanismo como por la creencia generalizada en las solucio-
nes científicas -quizá más que por el hecho ocasional de ellas- para los pro-
blemas económicos, militares y tecnológicos acuciantes” (MERTON, 1984, p.
21). ❚❚❘

Nos encontramos pues ya entonces con las raíces de lo que fue un siglo
más tarde uno de los fundamentos de la aceleración del cambio técnico y,
sobre todo, de la contribución de los “Disidentes” a ello: una actitud ante la
práctica basada en valores.
Orientado por el famoso libro que Max Weber tituló La ética protestante y
el espíritu del capitalismo, Merton centra su atención en la “exaltación de los
estudios científicos y empíricos” por parte de la ideología puritana:

❘❚❚ “[…] el estudio de los fenómenos naturales es un medio efectivo de poner


de relieve la gloria de Dios. El estudio de la Naturaleza de un ‘modo convincen-
te, científico’, estimula una cabal apreciación del poder del Creador, de modo
que el científico de la naturaleza debe necesariamente estar mejor equipado
que el observador casual para glorificarlo. De esta manera directa, la religión
dio su sanción a la ciencia y elevó la estima social de los que efectuaban in-
vestigaciones científicas, con la intensificación y la difusión asociadas del in-
terés por tales realizaciones. Una base adicional para la santificación de la
ciencia se halló en [un] postulado principal del ethos puritano: el principio uti-
litario. La relación es evidente: ‘El conocimiento debe ser valorado de acuerdo
con su utilidad’, pues todo lo que tiende a ‘suavizar la vida de los mortales’, a
mejorar su bienestar material, es bueno a ojos de Dios. Por ende, el valor reli-
giosamente asignado a la ciencia es incrementado de modo inconmensurable,
en vista del hecho de que el estudio científico de la naturaleza tiende a au-
mentar el dominio del hombre sobre ella. La ciencia es concebida como una
poderosa herramienta tecnológica, y como tal debe ser altamente estimada”
(MERTON, 1984, pp.100-102). ❚❚❘

Como quiera que sea, la ciencia revolucionaria del siglo XVII en Inglaterra
prestaba gran atención a las cuestiones técnicas. Merton analiza en detalle
los ejemplos de la minería, la tecnología militar y la navegación. Respecto de
este último caso concluye: “En general, pues, puede decirse que los científi-
cos contemporáneos, desde el infatigable y brillante Perry hasta el sin par
Newton, enfocaron definidamente su atención en tareas técnicas, plantea-
das por los problemas de la navegación, y en investigaciones científicas de-
rivadas de ellas” (MERTON, 1984, p. 206). Ésta era la actitud que la nueva
ciencia y su prestigio propagaban.

38
Problemas del Desarrollo en América Latina

Lo que se dibuja, a partir de los enfoques que venimos reseñando en es-


ta sección, es un riquísimo fenómeno de difusión y valoración de una cultu-
ra científico-técnica. Sus raíces incluyen una tradición ya de larga data, ali-
mentada por una activa práctica de investigación, en la cual la ciencia se
consideraba como conocimiento empíricamente fundado y racionalmente
orientado, que permitiría controlar la naturaleza y multiplicar el poder de los
seres humanos.
La difusión de esa cultura científico-técnica se relaciona con el surgimien-
to, durante el siglo XVIII, de ámbitos sociales originales, donde se encuentran
actores distintos pero cuyo común interés en la tecnología los impulsa a
construir canales de comunicación capaces de superar las vallas de los có-
digos sectoriales: “Más que en el siglo XIX, fue en este período cuando los
manufactureros, los científicos y los nuevos ingenieros […] se mezclaron en
su trabajo y en la vida social. Se casaban entre sí, conversaban sin cesar,
experimentaban o se asociaban para nuevos proyectos”. Aparece así un
cuadro mucho más rico que el diseñado desde una visión puramente exóge-
na del cambio técnico. Y se ponen de manifiesto ciertas especificidades del
caso considerado:

❘❚❚ “Esta combinación de ciencia y manufactura sólo se encontró en Inglaterra


a fines del siglo XVIII. Su existencia caracteriza un período de equilibrio dinámi-
co entre la ciencia y la técnica, una transición entre un período en que la cien-
cia tenía más cosas que aprender de la industria que para enseñarle, y otro
en el que la industria llegaría a basarse casi completamente en la cienciA”
(BERNAL, 1967, t. I, pp. 405-406). ❚❚❘

Esta interacción multifacética coadyuvó a dotar de cierta base científica a


los productores más innovadores -lo que constituyó probablemente el aspec-
to principal de la contribución directa, por entonces relativamente menor de
la ciencia al avance de la técnica- y, a su vez, canalizó hacia la ciencia una
creciente “demanda” por soluciones a problemas varios, proceso mayor tan-
to para el desarrollo de la investigación como, a la larga, para su conversión
en herramienta fundamental de la producción:

❘❚❚ “Aunque en sus primeros estadios los cambios técnicos que respondían a
las necesidades económicas podían tener lugar sin intervención de la ciencia,
ocurría con frecuencia que el mismo desarrollo de las tendencias existentes
conducía a dificultades imprevistas que únicamente podían superarse recu-
rriendo a la ciencia. Por ejemplo, podía suceder que disminuyera la fuente de
aprovisionamiento de determinado tinte vegetal debido simplemente a un au-
mento en la producción de tejidos, creándose una demanda para un sucedá-
neo artificial que únicamente podía lograrse recurriendo a la ciencia” (BERNAL,
1967, t. I, p. 387). ❚❚❘

Ahora bien, la mera existencia de una “demanda” -en este terreno, al me-
nos- no suscita de por sí la “oferta” correspondiente: otras condiciones adi-
cionales deben verificarse, entre las que conviene destacar la existencia de

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Universidad Virtual de Quilmes

canales de comunicación entre quienes necesitan cierto tipo de soluciones


y quienes pueden elaborarlas. Los comentarios de Bernal acerca de las vin-
culaciones, en el trabajo y en la vida social, entre “manufactureros, científi-
cos y nuevos ingenieros” esbozan esa comunicación en la Inglaterra de la
que surgió la Revolución Industrial. Se trata, en definitiva, de un proceso de
aprendizaje vivido por actores diversos a través de su interacción, en la pro-
ducción y también fuera de ella, la que potencia sus respectivas capacida-
des para la innovación.
Desde este punto de vista, la argumentación que presenta Landes lleva a
una conclusión cuya importancia no sabría ser exagerada:

❘❚❚ “[…] existen buenas razones para creer que hasta hace muy poco los
economistas y los historiadores económicos tendían a exagerar la importan-
cia de la formación de capital como motor del cambio económico. Las inves-
tigaciones más recientes han puesto en claro que los incrementos de capital
son responsables sólo de una pequeña fracción del aumento en la produc-
ción agregada, y que, de hecho, las contribuciones globales debidas a los
factores de producción tradicionales -tierra, trabajo y capital- representan só-
lo un papel secundario en el conjunto del proceso. ¿De dónde provenían en-
tonces dichos incrementos? Parece ser que se debían a la calidad de los fac-
tores -a una mayor productividad de las nuevas técnicas y a una mayor
capacidad y experiencia por parte de empresarios y obreros-. Y en esto […]
la Gran Bretaña de la Revolución Industrial gozaba de grandes ventajas” (LAN-
DES, 1979, pp. 95-96). ❚❚❘

Los cambios técnico-productivos contemporáneos han focalizado la atención


en “la calidad de los factores” más bien que en su cantidad; Landes nos di-
ce que la misma fue decisiva para los comienzos mismos del proceso indus-
trializador. Y tal vez su importancia no haya hecho otra cosa que crecer des-
de entonces. O puede que sea más correcto decir que la productividad de
tecnologías nuevas, la experiencia de los diversos grupos de productores y
su capacidad para innovar son factores cuya centralidad resurge y aumenta
en cada salto adelante de lo que ha sido sin duda un proceso globalmente
ascendente, pero discontinuo, contradictorio y conflictivo.

1.3. Hacia el matrimonio de la ciencia y la tecnología

En las dinámicas económicas de las sociedades industriales, la aplicación


del conocimiento científico a la producción llegó a tener una importancia
bien conocida. Ello ocurrió a través de un proceso al que se ha bautizado co-
mo el matrimonio de la ciencia y la tecnología. Según ciertos autores, como
por ejemplo NORTH (1984, p.183), ese proceso constituyó lo característico
de la “Segunda Revolución Económica”, y que fue la emergencia de la agri-
cultura lo propio de la “Primera Revolución Económica”. En todo caso, pare-
ce claro que la transición de la manufactura a la industria maquinizada abrió
el camino para el desarrollo de tecnologías cada vez más relacionadas con
las ciencias. El proceso avanzó interactuando con la profundización y la difu-
sión de la industrialización, y con las respuestas que la misma suscitó en

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Problemas del Desarrollo en América Latina

los estados que procuraban superar su retraso tecnológico. De estas cues-


tiones nos ocupamos en lo que sigue.

1.3.1. Difusión de la industrialización, Estado y dependencia

El crecimiento de la industria tuvo lugar en la Europa continental con mayor


lentitud que en Inglaterra. Su difusión configuró un proceso grandemente in-
fluido, de manera por cierto múltiple y compleja, por lo que acontecía en el
país que, según Marx, servía a los demás de espejo de su propio futuro. Con
tal proceso se vinculan ciertas cuestiones de máxima actualidad. Entre
ellas: las causas del retraso técnico-productivo, las estrategias destinadas a
enfrentarlo, la irradiación de los avances tecnológicos, las diferentes trayec-
torias nacionales de la industrialización.
En esta sección consignaremos ciertas observaciones sobre los papeles
desempeñados por la capacitación técnica, la educación y la investigación
científica en la situación diferencial de los países de Europa Occidental res-
pecto de Inglaterra, en sus esfuerzos por emularla y en la configuración de
un tipo de desarrollo comparable pero no idéntico, que con el transcurso del
tiempo desplazaría del primer lugar a aquella nación donde la nueva época
viera la luz.
Conviene comenzar por destacar que las ventajas inglesas iniciales no ra-
dicaron en el nivel de la investigación o de la enseñanza superior: “Los paí-
ses continentales formaban parte de una misma civilización común con
Gran Bretaña, y se encontraban en un plano de igualdad, o en algunos as-
pectos superior, respecto a la ciencia y a la educación de las élites” (LANDES,
1979, p.142). Desde este punto de vista recordemos lo anotado en una
sección precedente, según lo cual cabe suponer que una de las principales
causas del adelanto de Inglaterra fue la educación técnica de calidad que
poseía una fracción comparativamente alta de su población.
Ello, a su vez, tiene que ver no sólo con el surgimiento sino con la difu-
sión de las innovaciones. En efecto, ¿por qué los notables adelantos que
surgían en la isla no se trasladaban rápidamente al continente?:

❘❚❚ “Desde luego, las tareas más difíciles parece que hubiesen tenido que ser
las iniciativas creadoras originales que condujeron a la fundición de coque, el
huso mecánico y la máquina de vapor. En vista de la superioridad económica
enorme de estos inventos sería razonable pensar que el resto hubiera tenido
que adoptarlas automáticamente. Entender las razones por las cuales esto no
fue así -por qué incluso los países más activos se retrasaron hasta la tercera
o cuarta década del siglo XIX- es entender no sólo una buena parte de la histo-
ria de estos países sino también parte del problema del desarrollo económico
en general” (LANDES, 1979, p.143). ❚❚❘

Seguramente no hay demasiadas cuestiones históricas que tengan mayor


importancia actual que ésta para un país periférico.
Pues bien, una dificultad mayor parece haber sido la falta de conocimien-
tos técnicos, ya que “la industria continental necesitaba mecánicos tanto
como máquinas”. No fue fácil importar ni éstas ni aquéllos, entre otras

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razones por algunas que mucho dicen sobre el liberalismo de los países
centrales, particularmente en las instancias fundacionales: “La emigración
de artesanos ingleses estuvo prohibida hasta 1825; la exportación de los ti-
pos de maquinaria considerados más valiosos -en particular, los principales
inventos textiles, sus piezas y planos- hasta 1842” (LANDES, 1979, p.165).
¿Cómo fue superando Europa continental su dependencia tecnológica?
“La creciente independencia tecnológica del continente fue en gran parte el
resultado de la transmisión de conocimientos sobre una base individual, en
el propio lugar de trabajo. De menos importancia inmediata, aunque de ma-
yores consecuencias a largo plazo, fue el aprendizaje formal de mecánicos e
ingenieros en escuelas técnicas” (LANDES, 1979, p. 168). La educación fue
vista como una poderosa palanca para la recuperación del tiempo perdido,
sobre todo en Alemania. Allí y en Francia, principalmente, se estructuró una
gama de escuelas técnicas, destinadas a cubrir desde los niveles básicos
hasta los más avanzados.
La Revolución Francesa progresó tempranamente en esa dirección. Ejem-
plo destacado de ello lo constituye la fundación en 1794 de la Escuela Poli-
técnica (inicialmente denominada Escuela Central de Trabajos Públicos), pro-
yectada en un principio como escuela militar para oficiales de artillería e
ingeniería, pero a la cual se dotó desde el primer momento de un cuerpo do-
cente con científicos de primer nivel, con lo que la institución llegó a priori-
zar la formación científica y la capacitación técnica avanzada. Sus egresa-
dos constituyeron la élite tecnocrática e ingenieril francesa, que construyó y
manejó el sistema ferroviario del país, aprendió y adaptó la tecnología meta-
lúrgica inglesa, y dirigió trabajos públicos en el exterior. Otras instituciones -
como las Escuelas de Minas, de Puentes y Caminos, de Artes y Manufactu-
ras-, fundadas antes o después pero integradas en un sistema estatal de
conjunto, brindaban preparación de diverso tipo para el desempeño en la in-
dustria, la ingeniería, los negocios. Junto a ellas se desplegó un sistema de
escuelas vocacionales “de artes y oficios” y otras especializadas en ramas
industriales particulares (LANDES, 1998, pp. 282-283).
En el terreno de la educación fue donde más se destacó el accionar es-
tatal deliberadamente orientado a superar la dependencia tecnológica, nue-
vo rol del Estado que la Revolución Industrial trajo al primer plano del esce-
nario a poco de iniciado su camino. En efecto:

❘❚❚ “Los costes iniciales eran demasiado altos y los beneficios monetarios
demasiado distantes para que la empresa privada hiciera algo más que dar
su bendición y su apoyo a aquellas escuelas de nivel más elemental cuyos
cursos cortos estaban encaminados a preparar para entrar directamente en
las fábricas. Sólo el gobierno podía responsabilizarse de mandar funciona-
rios en costosos viajes de inspección a lugares tan lejanos como los Esta-
dos Unidos; facilitar los edificios y materiales necesarios; alimentar, vestir,
alojar y en algunos casos pagar a los estudiantes durante años” (LANDES,
1979, p. 168). ❚❚❘

Por cierto, el sistema institucional orientado a la introducción y difusión de


las nuevas tecnologías no se componía sólo de establecimientos educativos,
sino que incluía otro tipo de instituciones, como las academias sin finalidad

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Problemas del Desarrollo en América Latina

docente y los museos, así como esos acontecimientos de enorme importan-


cia que fueron las exposiciones. Y, por supuesto, múltiples eran las formas
de la promoción estatal al desarrollo tecnológico:

❘❚❚ “El gobierno proporcionaba orientación y asistencia técnica, concedía sub-


venciones a los inventores y a los empresarios inmigrantes, repartía regalos
en forma de maquinaria y concedía rebajas y exenciones de impuestos sobre
las importaciones de equipo industrial. Algunas de estas disposiciones repre-
sentaban simplemente una continuidad con el pasado -herencia de la fuerte
tradición de interés directo en el desarrollo económico por parte del Estado-.
Gran parte de estas políticas, sobre todo en Alemania, eran síntomas del de-
seo apasionado por organizar y acelerar el proceso de recuperación del tiem-
po perdido” (LANDES, 1979, p. 169). ❚❚❘

Las políticas en cuestión alcanzaron éxitos notables y perdurables, como lo


evidencia el lugar de vanguardia que Alemania alcanzó en la carrera de la in-
dustrialización, durante la segunda mitad del siglo XIX, y el papel relevante
que desde entonces ha mantenido en lo que tiene que ver con el cambio
técnico. Tal experiencia constituye pues una referencia ineludible en el estu-
dio de las políticas públicas para el desarrollo. Es pues éste un lugar ade-
cuado para una primera reflexión en torno de las relaciones entre el accio-
nar estatal y el desarrollo técnico-productivo.
Nos aproximaremos a la cuestión contrastando lo que se acaba de decir
acerca del papel del Estado europeo del siglo XIX con la comparativa debili-
dad del Estado en la Europa preindustrial, que precisamente puede conside-
rarse como una de las causas de que allí surgiera la Revolución Industrial.
Al respecto dice Landes:

❘❚❚ “[…] el ámbito de la actividad económica privada en Europa Occidental


era muy superior al del resto del mundo y fue creciendo a medida que la
economía se expandía y abría nuevas áreas de actividad que no estaban su-
jetas a trabas impuestas por la ley o la costumbre. La tendencia se reforza-
ba a sí misma: las economías más libres crecían más rápidamente. Esto no
quiere decir que el control o la empresa estatal sean intrínsecamente infe-
riores a la actividad privada, sino, simplemente, que, dado el nivel de cono-
cimientos de la Europa preindustrial, el sector privado estaba en mejor si-
tuación para juzgar las distintas oportunidades económicas y asignar los
recursos en forma eficiente. Aún más importante quizás fuera el impulso
que de este modo recibía la innovación: en una época en que la naturaleza
y la dirección más adecuadas para el avance tecnológico eran mucho me-
nos claras que en la actualidad, la multiplicidad de fuentes de creatividad
ofrecía una ventaja fundamental. A mayor número de personas que busca-
ran nuevos modos de hacer mejor las cosas, mayor era la probabilidad de
hallarlos: también aquí el proceso se reforzaba a sí mismo. Las economías
más libres parecen haber sido las más creativas; la creatividad favorecía al
crecimiento, y el crecimiento creaba oportunidades para nuevas innovacio-
nes, intencionadas o accidentales” (LANDES, 1979, p. 34). ❚❚❘

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Sobre este tema fundamental volveremos en las próximas unidades. Desta-


quemos desde ya dos observaciones que surgen de la contrastación que
planteamos. Antes de que la revolución tecnológica cobre envergadura y
muestre en qué consiste, cuando resultan poco claras “la naturaleza y la di-
rección” del avance tecnológico y productivo, “la multiplicidad de fuentes de
creatividad” constituye una ventaja decisiva. Más adelante, cuando lo que
ocurre en el escenario central de las transformaciones sugiere “lo que hay
que hacer” para superar el rezago -para avanzar más rápidamente por un ca-
mino análogo al abierto por otros- el accionar deliberado del Estado puede
constituirse en una palanca fundamental del desarrollo.
Subrayemos todavía que la “apuesta a la educación” no sólo permitió pa-
liar desventajas sino que se convirtió en una importante ventaja:

❘❚❚ “A mediados de siglo, la tecnología seguía siendo aún esencialemente em-


pírica y, en la mayoría de los casos, la forma más efectiva de transmisión de
conocimientos siguió siendo mediante la experiencia directa en el trabajo. Pe-
ro desde que la ciencia empezó a anticiparse a la técnica -y en parte esto ya
comenzó a suceder hacia 1850/60- la educación formal se convirtió en un im-
portante recurso industrial, y los países continentales vieron cómo lo que an-
tes había sido un factor compensador de sus limitaciones pasaba a convertir-
se en una ventaja diferencial importante” (LANDES, 1979, p. 169). ❚❚❘

Así se iría desplazando el centro de gravedad de la industrialización, en un


proceso en el cual, ayer como hoy, mucho incidirán las características espe-
cíficas de las ramas industriales que en cada etapa lo dinamizan, particular-
mente sus relaciones con el uso de la energía y su potencial tanto para sus-
citar como para aprovechar el avance de la investigación científica. Estas
cuestiones, hoy día centrales para comprender las vinculaciones entre pro-
greso técnico y desarrollo económico, encuentran elocuente ilustración his-
tórica en el período al que estamos aludiendo. En efecto:

❘❚❚ “En Gran Bretaña, la Revolución Industrial se edificó sobre la manufactura


del algodón, que creció más de prisa que otras ramas de la industria antes
de 1800 y las arrastró con ella. En el Continente, fue la industria pesada -
carbón y hierro- la que se erigió en sector adelantado. […] El mayor coste del
combustible, en sí mismo una desventaja, servía de incentivo para la innova-
ción tecnológica. Mientras que los industriales metalúrgicos ingleses se-
guían permitiendo que las llamas y los gases de sus hornos iluminasen la
noche, los mejores productores del Continente tomaron medidas para utilizar
esta energía, antes desperdiciada, para refinar el arrabio, calentar la carga, o
alimentar las máquinas de vapor. […] nos consta que los industriales meta-
lúrgicos del Continente sacaban más partido de sus recursos que sus com-
petidores del otro lado del Canal; y como el ahorro de combustible era la cla-
ve de la eficacia en casi todos los estadios de la producción, estas ventajas
iniciales de 1830-40 y 1840-50 fueron el punto de partida de una metalurgia
científica que habría de dar sus frutos, en forma de mejoras sustanciales,
una generación más tarde” (LANDES, 1979, pp. 193 y 199). ❚❚❘

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Problemas del Desarrollo en América Latina

Por otra parte, los avances en la metalurgia combinados con las nuevas
fuentes de energía estaban posibilitando una aceleración de la industrializa-
ción. Los beneficios producidos por la maquinaria engendraron la industria
de la construcción de maquinaria y dieron así origen a una revolución en las
artes mecánicas: la utilización de máquinas para construir máquinas. Aun-
que dicha transformación debía poco a la ciencia, éste

❘❚❚ “[…] fue el camino por el cual la ingeniería mecánica empezó a hacerse
científica. Las más elaboradas aplicaciones matemáticas de la mecánica de
Newton en el siglo XVIII eran de escasa utilidad para los ingenieros prácticos,
porque las máquinas no podían construirse con precisión salvo que fueran
obra de los mejores artesanos o respecto de máquinas excepcionales, como
los relojes. Incluso para las vitales necesidades de la guerra, los cañones no
podían ser construidos con la exactitud y uniformidad suficientes para poder
aplicar seriamente las sólidamente establecidas teorías balísticas. Todo esto
cambió con las cortadoras mecánicas de precisión, de modo que la realización
de artificios prácticos pudo ser calculada por anticipado” (BERNAL, 1967: t. I,
pp. 457-458). ❚❚❘

Ciencia y educación serán fundamentales para el surgimiento de la llamada


“Segunda Revolución Industrial” y ésta convertirá a aquéllas en claves de
los avances futuros.

1.3.2. El segundo ciclo de crecimiento industrial

Entre 1850 y 1873, Europa vivió un período de notable crecimiento económi-


co, que suele asociarse con el desarrollo del ferrocarril, aunque por supues-
to se sustentó en el auge de varias ramas productivas, la textil en particular.
Sin embargo,

❘❚❚ “[…] a partir de mediados de siglo, el ferrocarril, gracias a su demanda de


bienes de capital y mano de obra, y a los efectos acumulativos de estos gas-
tos a través de todo el sistema económico, había desplazado a los textiles co-
mo sector avanzado en la actividad industrial, y marcaba tanto los ritmos de
los ciclos cortos como los de las tendencias a largo plazo” (LANDES, 1979, p.
221). ❚❚❘

Detengámonos brevemente en esta innovación mayor, precedida por varias


innovaciones menores, como el uso ya en el siglo XVII de rieles de madera
para el desplazamiento de vagones cargados de carbón y su sustitución por
rieles metálicos hacia 1767; el éxito de la máquina de vapor como “agente
general de la gran industria” llevó, a partir de 1800, a intentar adaptarla pa-
ra el desplazamiento de los vagones por los rieles; la primera locomotora
apareció en 1814 (BRAUDEL, 1979, p. 506). Tomaba cuerpo una innovación
radical que, para gran parte del mundo, constituiría el signo de los cambios
en curso:

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❘❚❚“Ninguna de las innovaciones de la Revolución Industrial encendería las


imaginaciones como el ferrocarril, como lo demuestra el hecho de que es el
único producto de la industrialización del siglo XIX plenamente absorbido por la
fantasía de los poetas populares y literarios. Apenas se demostró en Inglate-
rra que era factible y útil (1825-1830), se hicieron proyectos para construirlo
en casi todo el mundo occidental, aunque su ejecución se aplazare en muchos
sitios. Las primeras líneas cortas se abrieron en Estados Unidos en 1827, en
Francia en 1828 y 1835, en Alemania y en Bélgica en 1835 y en Rusia en
1837. La razón era indudablemente que ningún otro invento revelaba tan dra-
máticamente al hombre profano la fuerza y la velocidad de la nueva época; re-
velación aún más sorprendente por la notable madurez técnica que demostra-
ban incluso los primeros ferrocarriles. (Velocidades de sesenta millas a la
hora, por ejemplo, eran perfectamente alcanzables en 1830-1840 y no fueron
superadas por los ferrocarriles de vapor posteriores.) La locomotora lanzando
al viento sus penachos de humo a través de países y continentes, los terraple-
nes y túneles, los puentes y estaciones, formaban un colosal conjunto, al lado
del cual las pirámides, los acueductos romanos e incluso la Gran Muralla de la
China resultaban pálidos y provincianos. El ferrocarril constituía el gran triunfo
del hombre por medio de la técnica” (HOBSBAWM, 1997, p. 52). ❚❚❘

A partir de 1873 el clima de próspero optimismo fue cediendo su lugar a


otro de malestar. El crecimiento no se había detenido pero su ritmo había
disminuido:

❘❚❚“Esta desaceleración no cambió de signo hasta que una serie de importan-


tes avances abrió nuevas áreas de inversión, hacia finales de siglo. En estos
años se experimentó el vigoroso crecimiento, si no el nacimiento de la energía
eléctrica y de los motores, la química orgánica y los productos sintéticos, la
máquina de combustión interna y los vehículos automóviles, la manufactura
de precisión y la producción en cadenas de montaje; un cúmulo de innovacio-
nes que se han venido a llamar la Segunda Revolución Industrial” (LANDES,
1979, p. 256). ❚❚❘

Dadas las dimensiones de la mutación histórica que supuso la Revolución


Industrial propiamente dicha, podría argumentarse que es más adecuado
hablar de segunda etapa de la industrialización o de “segundo ciclo de cre-
cimiento industrial”, como lo hace Landes quien -escribiendo en la década
de 1960- consideraba que el ciclo en cuestión estaba todavía en curso.
La expansión en esta nueva etapa se ligó crecientemente con el impre-
sionante incremento de los mercados para los productos de la industria:

❘❚❚ “[…] los grandes avances de estas décadas -acero barato, fabricación de
precisión, electricidad- hicieron posible toda una nueva y extensa gama de
productos, que hoy llamamos bienes de consumo duraderos: máquinas de co-
ser, relojes baratos, bicicletas, luz eléctrica y, más adelante, los electrodo-
mésticos. La consiguiente expansión de la producción, que seguía a una pri-
mera oleada, basada fundamentalmente en bienes de capital y en el conjunto

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Problemas del Desarrollo en América Latina

de necesidades asociadas con el ferrocarril, sólo fue posible gracias a la exis-


tencia de este tipo de mercado” (LANDES, 1979, p. 265). ❚❚❘

Notemos todavía que el comienzo de este segundo ciclo de crecimiento in-


dustrial puede ser visto como un punto de viraje que llevaría a considerarlo
como una revolución con mayúscula. En palabras de Sábato y Mackenzie:

❘❚❚“Es sabido que durante los siglos XVIII y XIX el modo de producción de mer-
cancías se transformó de la artesanía a la manufactura y finalmente a la in-
dustria moderna en un proceso histórico que constituye la llamada Revolución
Industrial. Durante el siglo XX es la producción de tecnología la que está su-
friendo una transformación similar de la artesanía a una actividad industrial,
constituyendo así la característica de una revolución científica y tecnológica”
(SÁBATO y MACKENZIE, 1982, p. 15). ❚❚❘

Más en detalle:

❘❚❚“Mientras que durante milenios el hombre produjo tecnología de manera es-


pontánea, asistemática y casi amateur (en forma artesanal), en las últimas dé-
cadas este modelo de producción de la tecnología ha cambiado drásticamente
y se ha transformado en una actividad específica, organizada, diferenciada y
continua, con su propia identidad, su propia legitimidad y sus propias caracte-
rísticas económicas. Y así como las mercancías corrientes se producen en es-
tablecimientos corrientemente denominados fábricas, lo mismo ocurre ahora
con la tecnología, con la diferencia de que a las fábricas de tecnología se las
designa con nombres tales como ‘laboratorios de investigación y desarrollo’,
‘departamentos de R-D’, ‘centros de R-D’ y similares. Este salto de la produc-
ción artesanal de tecnología a su manufactura industrial es uno de los factores
claves de lo que se ha dado en llamar la Segunda Revolución Industrial. Y así
ha surgido un nuevo proletariado: los científicos, técnicos y asistentes que tra-
bajan en las fábricas de tecnología y que venden su fuerza de trabajo en el
mercado, fuerza de trabajo que se emplea en la producción de una mercancía
muy valiosa, la tecnología” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, pp. 25-26). ❚❚❘

Esta sistematización de la producción de tecnología se hace ya visible en el


laboratorio de Menlo Park, Nueva Jersey, instalado en 1880 por Tomás A.
Edison. En sus propias palabras: “Alguna gente opina que mi mayor invento
ha sido la lámpara incandescente. Lamento estar en desacuerdo: pienso
que mi mayor invención ha sido el laboratorio comercial de investigaciones,
un lugar donde yo pude desarrollar todas mis invenciones”. Cabe sostener
que “en Menlo Park la producción de tecnología dejó de ser artesanal para
ser manufacturada, con toda la intencionalidad y sistematicidad que exige
algo que se había transformado en una mercancía” (SÁBATO y MACKENZIE,
1982, pp. 55-57).
Por cierto, tal sistematización de la producción de tecnología apenas si
se inicia con el advenimiento, en la segunda mitad del siglo pasado, de la

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“Segunda Revolución Industrial”; su expansión es fenómeno principalmente


de este siglo, ligado en particular a los grandes conflictos bélicos y a las for-
mas de generar tecnología con vistas a su uso militar, las que conocieron un
tremendo desarrollo durante la Segunda Guerra Mundial.
Como se anotó antes, con la “Primera Revolución Industrial” surgió la fá-
brica, que constituyó un puente mayor entre invención e innovación. Con la
“Segunda Revolución Industrial” surgió el laboratorio empresarial de Investi-
gación y Desarrollo (I+D, en la jerga española de hoy), que llegaría a consti-
tuirse en un eslabón fundamental en lo que es la cadena de la innovación.

1.3.3. Nuevas tecnologías y modificación de las formas de


producción

El segundo ciclo de la industrialización tuvo entre sus principales caracterís-


ticas las que provienen del auge de ciertos materiales nuevos, de métodos
nuevos de obtener otros bien antiguos y de nuevas formas de energía.
En relación con los materiales, se ha llegado a hablar de la “Era del Ace-
ro” pues “si tuviéramos que escoger la característica más importante de la
tecnología del último tercio del siglo XIX sería la sustitución del hierro por el
acero y el incremento consiguiente en el consumo del metal per cápita” (LAN-
DES, 1979, p. 271).
El acero era conocido desde la Antigüedad, pero su producción de alta
calidad resultaba muy cara, por lo cual durante siglos se organizó primordial-
mente en torno de la fabricación de armas. La introducción de los procesos
de producción de Bessemer, Siemens-Martin y Thomas hizo descender, entre
las décadas de 1860 y 1890, los costos de producción de acero entre un
80 y un 90%. Los dos primeros procesos eran utilizables sólo con minerales
relativamente puros y poco corrientes, mientras que el tercero, al lograr ab-
sorber el fósforo desprendido en la fundición, resultó aplicable a los minera-
les más abundantes. Esta última mejora es también significativa porque

❘❚❚ “[…] fue enteramente científica. Aunque Thomas empezó a ganarse la vida
como empleado en una comisaría de policía […] fue un maestro en teoría me-
talúrgica; comprendía con precisión qué era lo que estaba intentando hacer y
los resultados de sus experimentos, realizados en un sótano de Londres, pu-
dieron aplicarse con éxito tres años después [1879] a la producción en gran
escala. Su obra es una extraordinaria anticipación de la investigación indus-
trial del siglo siguiente” (BERNAL, 1967, t. I, p. 460). ❚❚❘

Notemos de paso que, hacia fines del período antes mencionado, Alemania
había superado a Gran Bretaña en ese rubro, aunque 20 años antes produ-
cía la mitad, y los Estados Unidos habían alcanzado un primer puesto, desti-
nado a la permanencia, en la producción tanto de hierro como de acero.
Por su parte, hacia fines del siglo,

❘❚❚ “[…] la electricidad acapara la actividad de transmisión de energía. Es inte-


resante seguir la historia de este desarrollo -como ejemplo de cooperación

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Problemas del Desarrollo en América Latina

científica y técnica, de invención múltiple, de progreso a través de una canti-


dad de pequeñas mejoras, de actividad empresarial creadora, de demanda de-
rivada y anticipación de consecuencias-. El crecimiento simbiótico de la ener-
gía y de los motores eléctricos es como el de las máquinas textiles y las de
vapor en el siglo XVIII: se disponía de una nueva técnica y de un nuevo sistema
de producción, con posibilidades ilimitadas. Era, de nuevo, el Génesis” (LAN-
DES, 1979, p. 307). ❚❚❘

Tan elocuente como esa comparación con una etapa anterior resulta otra
con una etapa posterior: se ha señalado que la industria de la electricidad
constituía, durante las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, el
equivalente de lo que en el presente es la industria micro electrónica, en la
medida en que era el sector que multiplicaba la eficiencia en el hogar, la ofi-
cina, la fábrica e incluso el transporte público urbano (FREEMAN y SOETE,
1997, p. 64).
Desde cierto punto de vista, el auge de la industria eléctrica se asemejó
más a lo que vendría después que con respecto al pasado, pues el papel
de la ciencia fue mucho más directo y evidente que en el caso de las tecno-
logías mecánicas del período inicial de la industrialización. Los científicos
del siglo XVIII habían investigado diversos aspectos de la electricidad; con la
invención en 1800 del hilo voltaico de Volta se tuvo una primera batería que
posibilitaba el uso de la electricidad afuera del laboratorio; en la década de
1820, Faraday estableció el principio del motor eléctrico y en 1831 anunció
el descubrimiento de la inducción electromagnética. En la década de 1830
se empezó a usar el telégrafo eléctrico; en la de 1870 se inició la explota-
ción comercial del teléfono; hacia la misma época se logró generar y trans-
mitir en gran escala energía eléctrica; el empleo comercial de la misma pa-
ra la iluminación se hizo posible a fines de la década de 1850 y en la de
1880 apareció la lamparilla con filamento de carbono. En 1878, la ilumina-
ción mediante la electricidad se utilizó por primera vez en un partido de fút-
bol, al que concurrieron treinta mil personas (FREEMAN y SOETE, 1997, pp. 64
y 71).
Lo que no era más que un juego científico al comenzar la centuria a me-
dida que ésta avanzaba se fue convirtiendo en una forma de energía de pri-
mera importancia para las comunicaciones, la química ligera y la metalur-
gia, la iluminación, los transportes y el propio funcionamiento de la fábrica,
a la que transformó por su flexibilidad. Sobre esto último volveremos ense-
guida. Aquí queremos destacar la interacción entre las tecnologías decisi-
vas del período, de lo que constituye un caso notable la construcción del
“subte” en Londres, durante los años finales del siglo XIX, “ilustrando la
nueva constelación de acero, electricidad e ingeniería pesada” (FREEMAN y
SOETE, 1997, p. 74).
La industria eléctrica fue uno de los ámbitos donde surgió la nueva forma
de producción de tecnología, como ilustra el ejemplo legendario ya menciona-
do de Edison y el laboratorio que en 1880 instaló en Menlo Park. Allí, habien-
do reunido un grupo pequeño pero competente, que incluía algunos científicos
muy destacados y contaba con buen equipamiento, se propuso producir un in-
vento menor cada 10 días y uno importante cada semestre, a partir de una di-
visión del trabajo que combinaba “un 99% de transpiración y un 1% de inspira-
ción”. En ese laboratorio se inventaron centenares de dispositivos -Edison

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llegó a obtener casi 1.100 patentes a lo largo de su vida- pero lo más impor-
tante fue su propia existencia. Se trataba, sin duda, de una gran innovación
socioinstitucional (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, pp. 55-57).
También en el campo de la electricidad Gran Bretaña llegaría a verse supe-
rada por los Estados Unidos y Alemania, con sus grandes empresas sólida-
mente respaldadas por sus bancos de inversión. Pero el capital no lo era todo:

❘❚❚ “Al igual que en la industria química, el conocimiento científico, la capacidad


tecnológica y los elevados niveles de calidad contaban en el mercado más que
el precio. También en este caso, un país pequeño como Suiza logró éxitos ex-
traordinarios, y nombres como Brown-Boveri, Oerlikon, Eggi-Wyss y CIEM (Cie. de
l’Industrie Electrique et Mécanique) adquirieron renombre internacional. Y, por
las mismas razones, incluso una economía agraria como la húngara fue capaz de
producir una empresa como la Ganz de Budapest” (LANDES, 1979, p. 313). ❚❚❘

Así, en el segundo ciclo de la industrialización se inició el proceso de difu-


sión del equipamiento eléctrico, que ha sido uno de los rasgos notables del
siglo XX, particularmente por su impacto en la vida hogareña. Este proceso
parecía decir que no existe actividad que no pueda mecanizarse y electrifi-
carse. Según Landes, “ésta fue la consumación de la Revolución Industrial”,
tesis que convendrá tener en cuenta al discutir si en el presente vivimos un
tercer ciclo de crecimiento industrial o más bien una nueva revolución tecno-
lógica con mayúscula.
A ese respecto, la relación entre nuevas tecnologías y reorganización de
la producción es en todos los casos cuestión central. Vale la pena pues des-
tacar que la irrupción de la electricidad

❘❚❚ “[…] hizo mucho más que transformar las técnicas y el decorado de las fá-
bricas: al suministrar energía barata tanto dentro como fuera de las fábricas,
invirtió la tendencia histórica del siglo, dando nueva vida y posibilidades a la
industria artesanal dispersa y a los pequeños talleres, y modificó el modo de
producción. En particular, hizo posible una nueva división del trabajo entre
grandes y pequeñas unidades. Mientras antes, y dentro de una misma indus-
tria, estas dos formas se habían visto inevitablemente enfrentadas entre sí -
unas utilizando nuevas técnicas y en proceso de expansión, las otras mante-
niendo las viejas y en proceso de extinción- ahora se hace posible su
complementariedad. Ambos tipos podían utilizar materiales modernos, a partir
de que la fábrica se especializase en productos pesados y artículos estandar-
dizados, que requerían técnicas intensivas en capital, y el taller en actividades
intensivas en trabajo, utilizando herramientas eléctricas ligeras. Y, a menudo,
la complementariedad se convertía en simbiosis: la estructura moderna de
subcontratación en la industria de bienes de consumo duraderos se basa en
la eficiencia tecnológica de los pequeños talleres” (LANDES, 1979, p. 311). ❚❚❘

En especial, la producción de motores eléctricos pronto se hizo masiva pero,


en la mayor parte de los casos, no reemplazaron a sistemas anteriores sino
que permitieron la mecanización de empresas pequeñas, mediante una

50
Problemas del Desarrollo en América Latina

fuente de energía nueva, barata, robusta y flexible. “La revolución fue elec-
tromecánica” (FREEMAN y SOETE, 1997, p. 76).
La transformación desbordó a la industria. A fines del siglo XIX, tras varias
décadas de innovaciones tecnológicas eslabonadas, se habían multiplicado
las oportunidades de inversión basadas en el acero barato y en la energía
eléctrica. Para ello hacía falta una inmensa infraestructura nueva, capaz de
generar esa energía y transmitirla a hogares y fábricas, lo cual a su vez de-
mandó un nuevo marco regulatorio y masivas inversiones. Luego,

❘❚❚ “[…] la combinación de acero barato y electricidad trajo consigo no sólo


una nueva fuente de energía y materiales sino una transformación del con-
junto del sistema productivo y de la estructura socio-económica. Las innova-
ciones organizativas y gestionarias fueron tan importantes como las tecno-
lógicas. La situación era comparable a la de hoy, con sus debates acerca de
la robótica, el teletrabajo, las organizaciones en red y otros aspectos de la
tecnología de la información” (FREEMAN y SOETE, 1997, p. 78, nuestra traduc-
ción). ❚❚❘

Así pues, el segundo ciclo de la industrialización no es sólo la “era del ace-


ro”, o de la electricidad, o de la química orgánica. Importancia no menor a la
de las nuevas tecnologías debe atribuirse, en su conceptualización, al cam-
bio con diversificación de la estructura productiva -según se acaba de notar-
así como a la transformación de las relaciones de la industria con la investi-
gación, que ejemplificaremos en la próxima sección, y a la evolución de las
condiciones de trabajo, de la que nos ocupamos en los siguientes párrafos.
En este período “las industrias de montaje eran el reducto de los artesa-
nos calificados”, dice LANDES (1979: p.331): “Estos hombres eran la aristo-
cracia de la mano de obra industrial. Dueños de sus técnicas, capaces tan-
to de mantener sus herramientas en buen uso como de utilizarlas, cuidaban
de aquéllas como si fueran suyas, aun cuando pertenecían a la empresa. En
el trabajo eran realmente autónomos”.
Para que los ritmos de producción pudieran ser uniformizados y fijados
por la dirección de la empresa, y para que ésta no dependiera de la califica-
ción del mencionado tipo de trabajadores, dos metas debían ser alcanza-
das: en primer lugar, era necesario descomponer el trabajo en un conjunto
de operaciones simples, susceptibles de ser ejecutadas por máquinas ma-
nejadas por obreros sin mayor calificación; en segundo lugar, hacía falta es-
tablecer normas para la producción de modo que las piezas del mismo tipo
resultaran intercambiables y el montaje pudiera convertirse en una rutina.
Los avances en ambas direcciones convergieron en la cadena de montaje,
que constituyó así no sólo una forma para abaratar la producción sino tam-
bién, y quizás fundamentalmente, una innovación orientada al control del
proceso de trabajo.
Notemos que este último objetivo no era en absoluto nuevo; ha sido con-
siderado incluso como un motivo fundamental de la propia emergencia de la
industria maquinizada:

❘❚❚ “La Revolución Industrial se produjo como resultado de los cambios orga-
nizativos dirigidos a mejorar el control de los trabajadores. La disciplina de la

51
Universidad Virtual de Quilmes

fábrica era, en sí misma, un paso más en el control de la calidad, pero tuvo la


consecuencia adicional de sugerir a los empresarios nuevas combinaciones
productivas y, en concreto, la utilización de máquinas para reemplazar el traba-
jo humano en el proceso productivo” (NORTH, 1984, p. 193). ❚❚❘

Una serie de inventos propiciaron, a lo largo de la segunda mitad del siglo


XIX, la mencionada evolución hacia una producción desagregada en pasos
simples y sujeta a normas estrictas. La máquina de coser, la máquina de es-
cribir, la bicicleta y, sobre todo, el automóvil, requerían un elevado grado de
precisión y conquistaron un mercado que rentabilizó los esfuerzos por lograr
la intercambiabilidad de piezas.
Los principales avances en la marcha hacia la mecanización del trabajo
fueron realizados en los Estados Unidos. Allí, a comienzos de los años 1880
Frederick Taylor elaboró los fundamentos de su famoso sistema, la llamada
“organización científica del trabajo”, mientras se desempeñaba como encar-
gado de un taller de maquinaria en “Midvale Steel Works” de Pennsylvania,
tarea en la cual tuvo muy duros enfrentamientos con los trabajadores.

❘❚❚ “Las conclusiones a las que Taylor llegó después del bautismo de fuego
que recibió en la lucha de Midvale pueden ser resumidas como sigue: los
obreros que están controlados tan sólo por órdenes y disciplina generales, no
lo están adecuadamente, debido a que mantienen su iniciativa en los proce-
sos reales de trabajo. Mientras que controlen el proceso mismo de trabajo,
ellos impedirán los esfuerzos para realizar al máximo el potencial inherente en
su fuerza de trabajo. Para cambiar esta situación, el control sobre el proceso
de trabajo debe pasar a las manos de la gerencia, no sólo en un sentido for-
mal sino a través del control y el dictado de cada paso del proceso, incluyen-
do su modo de ejecución. No hay sacrificio demasiado grande ni esfuerzos ex-
cesivos en la persecución de este fin debido a que los resultados pagarán
todos los esfuerzos y gastos empleados en alcanzar esta meta urgente y cos-
tosa” (BRAVERMAN, 1975, p. 124). ❚❚❘

El taylorismo parte de la cuidadosa observación de lo que hacen los obreros


que más rinden, el análisis y la descomposición de su accionar en movi-
mientos elementales, y el cronometraje de estos; luego, se calcula los cos-
tos de cada operación; finalmente se establecen las normas para la realiza-
ción del trabajo como una sucesión de tareas elementales precisamente
establecidas en cada caso. No menos importante es la estricta separación
entre la concepción y la ejecución de las tareas: “Todo posible trabajo cere-
bral debe ser removido del taller y concentrado en departamentos de pla-
neación o diseño”, sostenía Taylor.
Dice Landes:

❘❚❚ “Visto desde la atalaya de mediados del siglo XX, la organización científica
fue la consecuencia natural del proceso de mecanización que constituyó el nú-
cleo de la Revolución Industrial: primero la sustitución de la destreza y la fuer-
za humanas por las máquinas y la energía mecánica; luego, la conversión del

52
Problemas del Desarrollo en América Latina

operario en autómata, para ponerse y mantenerse a la altura del material. El


tercer estadio es el que estamos presenciando: la automación, la sustitución
de hombres por máquinas que piensan, además de actuar” (LANDES, 1979, p.
347). ❚❚❘

El propio enfoque del autor citado, que hemos reseñado en esta sección,
nos previene contra el error de concebir esa “conversión del operario en au-
tómata” como un proceso determinado por la evolución de la técnica: su vin-
culación con ésta no parece discutible, pero tampoco sus conexiones con
las relaciones sociales que los hombres establecen en el curso de la pro-
ducción.
La Revolución Industrial es una Revolución con mayúscula porque desig-
na un proceso histórico de cambio acelerado en el equipamiento tecnológico
de la humanidad, en la estructura de la sociedad, en ciertas instituciones
centrales para la vida colectiva y en las condiciones de trabajo de los seres
humanos. Entre las tendencias mayores de ese proceso -interdependientes
pero también dotadas de cierta dinámica propia- corresponde anotar, por su-
puesto, la impresionante difusión a los más variados ámbitos del uso de
máquinas y de energía mecánica, pero también el crecimiento del empresa-
riado industrial y del proletariado, el surgimiento de la fábrica y su conver-
sión en el corazón de la actividad productiva, y la mecanización y fragmenta-
ción del trabajo industrial.

1.3.4. Las cambiantes relaciones entre investigación


y producción

También la industria química llegó a conocer un auge extraordinario en la se-


gunda mitad del siglo XIX. Consideraremos con algún detalle su desarrollo,
pues el mismo mucho dice sobre la evolución de las relaciones entre la cien-
cia y la industria
Según Bernal, la fundación de la química moderna, racional y cuantitati-
va, fue la mayor contribución científica nueva del período de la Revolución In-
dustrial, comparable en la historia de la ciencia a la gran síntesis astronómi-
co-mecánica del siglo XVII, en cuyo esquema conceptual fue introducida por
las explicaciones atomísticas de los fenómenos químicos. A partir de ello, el
estudio de diversas sustancias llevó a imaginar a las moléculas como es-
tructuras en cuyas propiedades inciden no sólo la composición atómica sino
la configuración espacial de los átomos componentes. “Desde un punto de
vista puramente científico […] la determinación de la constitución molecular
por los métodos de la química orgánica es uno de los mayores triunfos lógi-
cos de la mente humana” (BERNAL, 1967, t. I, p. 487).
La ciencia en cuestión fue impulsada por “el rápido desarrollo de la in-
dustria química, en gran parte auxiliar de la nueva producción mecánica a
gran escala de la industria textil y [por] el consiguiente interés de los cientí-
ficos por los problemas de la materia y sus transformaciones” (BERNAL,
1967, t. I, p .406). A su vez, los más importantes avances de la manufactu-
ra química en el período al que nos estamos refiriendo llegaron a ser el mé-
todo de Solvay para la producción de álcalis y, fundamentalmente, la síntesis
de compuestos orgánicos.

53
Universidad Virtual de Quilmes

A medida que la industrialización avanzaba,

❘❚❚ “[…] la química cambió de color tanto literal como imaginariamente todos
los productos de la industria manufacturera. Materiales nuevos, sintéticos y
más baratos -adulterantes, perfumes y colorantes, obtenidos generalmente a
partir de la hulla- empezaron a sustituir a los productos naturales, demasiado
costosos y raros para cubrir todos los mercados. En esta transición, el centro
de la investigación química se mudó, de su lugar de nacimiento en la Inglate-
rra del siglo XVIII, a Francia donde se amplió y sistematizó, y finalmente a Ale-
mania, que fue el primer país en que se pusieron en práctica sus variadas
aplicaciones” (BERNAL, 1967, t. I, p. 426). ❚❚❘

Como bien se sabe, la nación germana no ha perdido ese lugar de privilegio


que así llegó a ocupar en la química -según Bernal, la ciencia del siglo XIX- a
partir de su temprana comprensión de las relaciones entre investigación y
aplicación. El descubrimiento por Perkin de la primera anilina colorante arti-
ficial, en 1856, “despreciado en Inglaterra, fue adoptado inmediatamente
por los directores de mentalidad más científica de la nueva industria alema-
na, y rápidamente los grandes beneficios de los colorantes sintéticos permi-
tieron crear una enorme y dominante industria química en Alemania” (BER-
NAL, 1967, t. I, p. 487).
El proceso dice mucho acerca de lo que significa la capacidad para la in-
novación, incluso a partir de invenciones ajenas: “A finales de 1860-70 la in-
dustria era todavía pequeña, dispersa, y esencialmente imitadora. Escasa-
mente una década más tarde, la Badische Anilin, Hoechst, AGFA y otras,
controlaban aproximadamente la mitad del mercado mundial; a fines de si-
glo, su participación era de 90%”. Se trata seguramente de uno de los fenó-
menos mayores de la historia del crecimiento económico: “Este salto a posi-
ciones de hegemonía, casi de monopolio, no tiene paralelo en cuanto a
virtuosismo técnico y agresividad empresarial. Fue la realización industrial
más importante de la Alemania Imperial” (LANDES, 1979, p. 298). Resulta in-
cluso superior, en términos relativos, al impresionante avance contemporá-
neo del Japón en el campo de la microelectrónica y la informática.
El desarrollo de la industria química se vio estimulado por el enorme creci-
miento del mercado para algunos de sus productos fundamentales, como la
soda, el amoníaco o el ácido sulfúrico. Desde el punto de vista de lo que nos
interesa aquí, corresponde subrayar que ese desarrollo estimuló y se vio esti-
mulado por el de la profesionalización de la Investigación y Desarrollo (en lo
que sigue: I+D) como actividad propia de la empresa, incorporada a las tareas
de la fábrica. Intercalamos aquí breves observaciones al respecto, basadas
en el tratamiento del tema por Freeman y Soete (1997, pp. 89-92).
Precisamente, fue la industria química alemana la que ya en los años
1870 había establecido el nuevo modelo de I+D “intramuros”, orientado a la
introducción de nuevos productos y procesos. Bayer, Hoechst y la Badische
Anilin (BASF) estuvieron entre las primeras empresas en organizar sus pro-
pios laboratorios de I+D. Aunque fueron inventores-empresarios los que
aportaron las mayores innovaciones del siglo XIX, a su término la escala de
la experimentación requerida desbordaba ya las posibilidades de un químico
actuando individualmente.

54
Problemas del Desarrollo en América Latina

Por otra parte, las tres empresas mencionadas estaban dirigidas por quí-
micos que consideraban como parte de su tarea el mantenerse vinculados
con el progreso de la investigación universitaria. Los nuevos desarrollos de-
pendían de la cooperación entre científicos dedicados a la investigación y
tecnólogos calificados; fueron facilitados por la cantidad de químicos alta-
mente capacitados formados en las universidades e institutos tecnológicos
de alto nivel. Así, por ejemplo, la investigación de Kekulé proporcionó una
base teórica para avances mayores en la industria de colorantes, en la cual
Alemania avanzó vertiginosamente, dando cuenta de un tercio de la produc-
ción mundial en 1880 y del 80% en 1900.
La síntesis del índigo ilustra bien la importancia nueva del proceso de de-
sarrollo sistemáticamente relacionado con la ciencia, tanto por los aportes
de la investigación como por las dificultades, los costos y las demoras para
transformar los descubrimientos en producción rentable. Desde que el pro-
fesor Baeyer, sucesor de Liebig en la Universidad de Munich, sintetizó por
primera vez el índigo en 1880 -lo que le valió el Premio Nobel- hasta que se
hizó económicamente viable su producción en gran escala transcurrieron ca-
si veinte años, se gastaron otros tantos millones de marcos de la época,
otros procedimientos fueron inventados -en el Politécnico de Zurich en parti-
cular-, diversas patentes adquiridas y varios desarrollos técnicamente facti-
bles resultaron económicamente inviables.
Al concluir la centuria, las empresas químicas alemanas y suizas habían
consolidado su supremacía en la técnica y en los mercados, superando el
80% de la producción mundial. Las empresas suizas, estrechamente vincu-
ladas con las alemanas, a las que compraban sus insumos básicos e inter-
medios, se concentraban en remedios y colorantes de alta calidad basada
en la investigación, y exportaban hacia 1900 el 93% de su producción. He
ahí un temprano ejemplo de apuesta de un pequeño país a la alta tecnolo-
gía como una de las claves de su inserción en la economía internacional.
Dicen Freeman y Soete (1997, p. 91, nuestra traducción) que “tal vez el
ejemplo más espectacular del exitoso matrimonio entre la química funda-
mental y la fuerte capacidad en ingeniería de procesos fue el desarrollo del
proceso Haber-Bosch de producción de fertilizantes nitrogenados sintéti-
cos”. BASF había buscado resolver el problema desde antes de 1900, pero
sin éxito; en 1908 Haber sintetizó el amoníaco en el Karlsruhe Technische
Hochschule; la BASF se asoció con él, y puso en marcha un grupo de desarro-
llo que logró diseñar y construir los instrumentos necesarios para iniciar la
producción comercial en 1913. La misma compañía estableció además una
estación agrícola experimental en 1914 y varios centros de asesoramiento,
lo que posibilitó la rápida introducción de los fertilizantes sintéticos en la
agricultura de Alemania y la supervivencia de ésta cuando la I Guerra Mun-
dial la privó del acceso a los nitratos chilenos.
En el curso de la evolución que nos ha ocupado en esta sección, los quí-
micos llegaron a ser más de la mitad de los trabajadores científicos y la na-
turaleza del trabajo de estos experimentó significativos cambios. “El quími-
co, y especialmente el químico de la segunda mitad del siglo XIX, fue
realmente un científico de nuevo tipo, mucho más vinculado a la industria
que el químico de los antiguos tiempos” (BERNAL, 1997, t. I, p. 487). El ma-
trimonio entre la ciencia y la industria, que constituye una de las facetas de-
finitorias de la segunda etapa de la industrialización, transformó a los dos
miembros de la pareja.

55
Universidad Virtual de Quilmes

Ese matrimonio se plasmó en un sistema institucional estructurado en


torno de la Investigación y Desarrollo como actividad profesional, sistema
cuyo crecimiento ha sido considerado por Freeman como uno de los cam-
bios económico y social más importantes del siglo XX.
Recordemos que los primeros laboratorios especializados en I+D a nivel
de la industria fueron instalados durante la década de 1870, en empresas
químicas y eléctricas. A los laboratorios gubernamentales y universitarios
venía así a sumarse un nuevo tipo de institución, a través de la cual las ta-
reas de investigación y desarrollo en la industria -que por supuesto no empe-
zaron entonces- se fueron conformando como una labor diferenciada y espe-
cífica. Y esa institución, a su vez, llegará a ser una componente fundamental
dentro del conjunto de las dedicadas a la investigación en las naciones más
avanzadas. Este proceso, como lo ha destacado Freeman, ha sido paralelo
al desarrollo de ciertas ramas que apenas si existían hace 100 años -elec-
trónica, instrumentos, petroquímica, plásticos, energía nuclear, entre otras-
pero que son características de la nueva industria basada en la investiga-
ción, y en las que tiene lugar una gran proporción de la I+D industrial.
Si el surgimiento de la fábrica constituyó un puente nuevo entre invención
e innovación, la diferenciación en su seno de las labores de I+D sistematizó
esa vinculación, extendiendo la lógica del sistema fabril a la producción de
su propia transformación. Cabe hablar de una suerte de industrialización del
cambio, que llegará a tener enorme impacto en la economía. Ese dinamismo
cobró fuerza en la segunda mitad del siglo pasado; al concluir el período,

❘❚❚ “[…] el sistema alemán había institucionalizado la innovación: el cambio


era parte del sistema. No había garantías de poder lograr descubrimientos im-
portantes; resulta destacable, por ejemplo, el que los avances más importan-
tes de la metalurgia en la segunda mitad del siglo fueran de origen inglés
(Bessemer, Siemens, Thomas-Gilchrist), francés (Martin, Carvès), o belga (Cop-
pée). Pero estaba bastante asegurado que, cualquiera fuera su origen, los
nuevos inventos serían experimentados y utilizados; y en el propio seno de la
industria existía un flujo constante de pequeñas mejoras cuya acumulación
constituyó una revolución tecnológica. Las mayores empresas alemanas de
derivados del alquitrán de hulla registraron 948 patentes entre 1886 y 1900,
frente a las 86 de las correspondientes industrias inglesas. Y, como observa-
ba Schumpeter en su descripción de la industria eléctrica alemana, la varie-
dad y la frecuencia de las innovaciones nacidas al impulso de los departamen-
tos técnicos de las grandes empresas dio lugar a una carrera que, ‘aunque
nunca tuvo las propiedades formales de la competencia perfecta, produjo los
resultados que suelen atribuírsele a ésta’” (LANDES, 1979, p. 378). ❚❚❘

Esa sistematización en Alemania de las relaciones entre investigación y pro-


ducción esboza lo que ha llegado a conocerse como “sistema nacional de
innovación”. Su desarrollo fue causa y consecuencia, a la vez, de una acti-
tud hacia el largo plazo: la preocupación por esta dimensión motivó la crea-
ción de los departamentos de I+D, y éstos ofrecieron una atalaya para la anti-
cipación. Dado que “el empresario alemán, simplemente, tenía un horizonte
temporal más largo e incluía en sus estimaciones variables exógenas de cam-
bio tecnológico que su competidor británico mantenía constantes” (LANDES,

56
Problemas del Desarrollo en América Latina

1979, p. 379), el conjunto de la problemática del cambio técnico fue mejor


encarado por el primero que por el segundo.
A lo largo de la primera mitad del siglo XX, la investigación cambió de es-
cala, en todos sus aspectos y particularmente en lo que tiene que ver con la
gente que se dedica a ella.

❘❚❚ “Las dimensiones del esfuerzo científico han aumentado en el siglo XX de


un modo casi incomparable. En 1896 existían aproximadamente unas 50 mil
personas dedicadas a la continuación de la tradición científica, de las cuales
sólo unas 15 mil tenían a su cargo el progreso del saber por medio de la in-
vestigación. 66 años más tarde el número de los investigadores científicos no
era inferior al millón, y el total de los trabajadores científicos en la industria, la
administración y la educación es casi imposible de determinar con seguridad
pero debía aproximarse a los dos millones de personas” (BERNAL, 1967, t. II, p.
18). ❚❚❘

En un plazo relativamente corto, la investigación en sentido amplio pasó de


ser la actividad de un puñado de personas -que la desempeñaban a menudo
de manera individual, informal y hasta honoraria- a convertirse en la tarea
profesional y en varios sentidos estandardizada de mucha gente, que traba-
ja en lo que ha llegado a ser uno de los centros neurálgicos de la economía
y de la vida contemporánea en general. Esta masificación y profesionaliza-
ción de las tareas de I+D, y su conversión en el cimiento de las actividades
productivas más dinámicas, constituyen efectivamente un cambio económi-
co y social relevante.
Para captarlo en toda su dimensión, es útil mirar con una perspectiva al-
go mayor las transformaciones de los lazos entre investigación y producción.

Esquemáticamente, los siglos XVI y XVII constituyen el período del naci-


miento de la ciencia moderna, mientras que los siglos XVIII y XIX conforman la
etapa del surgimiento y expansión de la industria en el sentido moderno de
la palabra. Pues bien:

❘❚❚ “Si se compara la Revolución científica de los siglos XVI y XVII y la Revolución
Industrial de los siglos XVIII y XIX se advierte un cambio radical en la relación
existente entre la ciencia y la vida económica. En el primer período […] el re-
curso a la ciencia y la respuesta efectiva de ésta se daban en un frente muy
limitado, que escasamente iba más allá de la astronomía y la navegación. En
el segundo, en cambio, ese frente comprende todo el ámbito de la actividad in-
dustrial: maquinaria, energía, transporte, productos químicos y municiones.
Correspondientemente la ciencia del primer período se ocupó principalmente
de los nuevos instrumentos” ❚❚❘

para investigar la naturaleza -telescopios, microscopios, termómetros y baró-


metros- y del análisis matemático necesario para diseñar experimentos e in-
terpretar sus resultados. Aunque, naturalmente, en el segundo período se si-
guió desarrollando el instrumental, “nuevas máquinas -de vapor, turbinas,

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Universidad Virtual de Quilmes

dínamos, motores eléctricos e instalaciones químicas-, todas ellas diseña-


das no ya para investigar la Naturaleza sino para cambiarla, fueron producto
característico de los siglos XVIII y XIX” (BERNAL, 1967, t. II, pp. 508-509).
Así, el centro de gravedad de la actividad científica fue desplazándose de
la búsqueda de conocimientos a un creciente papel en las actividades técni-
co-productivas.
Como ya se ha destacado, la historia de la industrialización es también la
del surgimiento y desarrollo de una tendencia fundamental: la cada vez más
estrecha unión entre Ciencia y Tecnología, encarnada en el cambio en las
condiciones de trabajo de dos grupos humanos cuyo número e importancia
no ha dejado de crecer desde entonces, pues como dice Bernal “los científi-
cos se convirtieron en ingenieros y los ingenieros adquirieron conocimientos
científicos”.
Esa unión constituye un fenómeno relativamente nuevo, pues ambas ac-
tividades eran bastante independientes la una de la otra en los tiempos pri-
meros de la Revolución Industrial, cuando por cierto la influencia que ejercía
la tecnología sobre la ciencia era considerablemente mayor que a la inversa.
La incidencia de la tecnología y de las cuestiones surgidas del ámbito
productivo nunca ha dejado de ser relevante para el avance de la ciencia, pe-
ro desde mediados del siglo XIX la investigación científica viene a su vez co-
brando influencia creciente sobre el desarrollo económico.
Es instructivo considerar tal proceso en relación tanto con la oferta como
con la demanda de conocimientos. Por un lado, las escuelas de ingeniería,
que comenzaron a difundirse desde comienzos del siglo XIX, fueron ofrecien-
do a la industria personas dotadas de cierta preparación específica y entre-
nadas para el análisis de algunos tipos de problemas, lo cual fue quizás lo
más importante de su contribución.
Desde el punto de vista de la demanda, conviene anotar que algunas de
las ramas más dinámicas, y por entonces nuevas -como la química orgánica
y la ingeniería eléctrica- plantean por su propia naturaleza requerimientos
que rápidamente desbordan los conocimientos que pueden proporcionar el
empirismo, la tradición y el sentido común; son, en sí mismas, demandantes
de ciencia. En esas ramas apareció un nuevo modelo de vinculación entre la
ciencia y la industria, que se consolidaría en este siglo, particularmente en
la electrónica, la producción de materiales sintéticos y las plantas de flujo
continuo.
Paralelamente, al crecer a lo largo del siglo pasado la escala de la pro-
ducción, la precisión en el manejo de materiales y de la energía se convirtió
en cuestión económica vital: “más que nunca se insistía en la medición, y
los mismos instrumentos de medida se contaban entre las aplicaciones
más ingeniosas de los principios científicos puros a las necesidades indus-
triales” (LANDES, 1979, p. 349). Ello constituyó pues un poderoso estímulo
para la interacción entre teoría científica y práctica productiva, que tan diná-
mica se ha mostrado desde hace un siglo y medio. Ejemplo notable de ese
tipo de colaboración lo constituyó la turbina a vapor de Parsons, de la que
se ha dicho que exigía una combinación de “todos los recursos disponibles
de las matemáticas, la ciencia, y el diseño de maquinaria”.
Por supuesto, para la vinculación entre ciencia y tecnología, el estableci-
miento de los departamentos de I+D en empresas que se contaban entre
las más dinámicas ofreció un escenario privilegiado. El éxito de las diversas
modalidades de “apuesta a la ciencia” impulsó el financiamiento industrial

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Problemas del Desarrollo en América Latina

de la investigación, no sólo de la aplicada sino a la larga también de la fun-


damental:

❘❚❚ “Esta relación cognitiva entre ciencia y práctica aceleró enormemente el ritmo
de las invenciones. La expansión autónoma de las fronteras del conocimiento
no sólo produjo todo tipo de frutos prácticos inesperados, sino que la industria
pasó a poder hacer encargos especiales a los laboratorios, del mismo modo
que un cliente hace un encargo a una empresa” (LANDES, 1979, p. 350). ❚❚❘

Así se fue gestando un proceso característico del desarrollo económico vivi-


do en el siglo XX: el auge de una industria de tipo nuevo, basada fundamen-
talmente en la ciencia, y la paralela industrialización de la propia producción
científica. En ese contexto han surgido algunos de los grandes desafíos de
nuestra época.

1.4. La educación y el avance de la industrialización

El proceso iniciado por la Revolución Industrial multiplicó la importancia del


conocimiento técnico como factor de poder. El matrimonio de la ciencia y la
tecnología llevó a sistematizar considerablemente la generación y la transmi-
sión de ese conocimiento.
Volviendo a considerar el tema de la Segunda Revolución Industrial, Lan-
des (1998, p. 285) afirma que no fue sólo el extraordinario “racimo” (clus-
ter) de innovaciones lo que la hizo tan importante, sino también y sobre to-
do el papel que llegó a adquirir el conocimiento formalmente transmitido.
Por consiguiente, la educación avanzada empezó a tener importancia cre-
ciente en las dinámicas del crecimiento económico y del poder basado en la
técnica. De ciertos aspectos de ese fenómeno nos ocupamos en la sección
inicial de este punto; buscamos luego señalar algunas conexiones entre la
transformación de la enseñanza superior y el avance de la industrialización;
de este último proceso ofrecemos un resumen en la sección de conclusión.

1.4.1. La educación y la pérdida de la vanguardia tecnológica

En las últimas décadas del siglo pasado la vanguardia de la industrialización


se desplazó de Gran Bretaña a Alemania. Comprender ese proceso tiene un
interés y una importancia práctica, para el accionar en el presente, compara-
ble a la que ofrece el estudio del surgimiento mismo de la Revolución Indus-
trial. Y también desborda nuestras posibilidades. Sin embargo, es impres-
cindible destacar una de las causas más relevantes de ese desplazamiento
ocurrido en el liderazgo económico; nos referimos a lo que sucedía en el ám-
bito educativo.

❘❚❚ “Por educación entendemos en realidad la transmisión de cuatro tipos de


conocimiento, cada cual con su propia contribución al funcionamiento eco-
nómico: 1) la capacidad para leer, escribir y calcular; 2) las habilidades del

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artesano y el mecánico; 3) la combinación de principios científicos y experien-


cia práctica de los ingenieros; y 4) el conocimiento científico de alto nivel, tan-
to teórico como aplicado. En las cuatro áreas, Alemania disponía de lo mejor
que podía ofrecer Europa; en las cuatro, con la posible excepción de la segun-
da, Gran Bretaña estaba a la zaga” (LANDES, 1979, p. 365). ❚❚❘

La caracterización precedente de lo que conviene entender por educación


es, seguramente, demasiado unilateral. Y no deja de serlo aun en el caso de
que se refiera implícitamente a los aspectos de la educación con más direc-
to impacto en el funcionamiento de la producción; incluso desde este punto
de vista restringido resultaría parcial, al no tener en cuenta por ejemplo lo
que tiene que ver con la gestión. Pero es indudable que los cuatro tipos de
conocimiento apuntados son relevantes, hoy como ayer, por lo cual resulta
instructivo sintetizar una comparación a ese respecto entre el país que esta-
ba perdiendo la punta y el que la estaba conquistando.
En Gran Bretaña, hacia 1860, alrededor de la mitad de los niños en edad
escolar tenían acceso a alguna forma de instrucción; la escolarización que-
dó, hasta las últimas décadas del siglo, en manos de la actividad privada;
recién en 1880 la instrucción primaria se hizo obligatoria. Pero no dejó por
ello de estar signada por la desigualdad y el derroche:

❘❚❚ “[…] el sistema continuó esterilizado por prejuicios despreciables y por


las limitaciones de unas condiciones sociales patológicas. Así, resultaba ge-
neralmente admitido que la aptitud para la instrucción o, de forma más sutil,
la capacidad para hacer uso de ella, era función de la clase social, y que el
contenido y el nivel de la enseñanza debía adecuarse al destino en la vida de
cada estudiante.” Más explícitamente: “cualesquiera que fuesen los objeti-
vos proclamados de la educación elemental obligatoria, su función esencial
[…] no era la instrucción, sino disciplinar a una masa creciente de proleta-
rios disidentes e integrarlos en la sociedad británica” (LANDES, 1979, pp.
366-337). ❚❚❘

Otro era el panorama en Alemania, en algunas de cuyas regiones la instruc-


ción primaria obligatoria data del siglo XVII. En 1860-1870, el 97.5% de los
niños en edad escolar de Prusia acudían a la escuela. El valor de la educa-
ción, el deber del Estado en la materia y los beneficios que de ello obten-
drían eran convicciones hondamente arraigadas en la nación alemana.
La diferencia de perspectivas no era menos notoria a otros niveles de la
educación:

❘❚❚ “[…] mientras que Gran Bretaña abandonó la enseñanza técnica, al igual
que la primaria, a la iniciativa privada, lo cual condujo en su caso a una provi-
sión de instituciones desigual e inadecuada, los estados alemanes financia-
ron generosamente un sistema completo de instituciones, erigiendo edificios,
instalando laboratorios y, sobre todo, manteniendo un profesorado competen-
te y, a los niveles más altos, verdaderamente distinguido” (LANDES, 1979, p.
369). ❚❚❘

60
Problemas del Desarrollo en América Latina

En 1910 escribía un observador norteamericano:

❘❚❚ “La importancia suprema de la eficiencia como un factor económico fue


comprendida primero por los alemanes, y es este hecho lo que les permitió
avanzar su condición industrial, que hace veinte años era ridícula, hasta el pri-
mer lugar en Europa, si no es que en el mundo. Naturalmente nos interesa sa-
ber en detalle los métodos que han usado, y la respuesta es que ellos han re-
conocido el valor del ingeniero científicamente entrenado como un factor
económico. En los Estados Unidos, nuestros soberbios recursos naturales nos
han permitido progresos fenomenales sin consideración para la enseñanza de
la ciencia y en muchos casos a pesar de nuestra negligencia hacia ella. El pro-
greso de Alemania nos advierte que nosotros hemos alcanzado el punto en
que debemos reconocer que la adecuada aplicación de la ciencia a la indus-
tria es de vital importancia para la futura prosperidad del país. […] Nuestras
universidades y escuelas de alta enseñanza están todavía dominadas por
aquellos para quienes el entrenamiento fue en gran medida literario o clásico
y fallan enteramente en darse cuenta de la diferencia entre una época clásica
y una industrial. Esta diferencia no es sentimental sino real, pues la nación
que sea industrialmente la más eficiente pronto se convertirá en la más rica y
poderosa” (citado en BRAVERMAN, 1975, pp. 193-194). ❚❚❘

Como suele suceder con cualquier explicación interesante de un fenómeno,


aunque sea parcial, ésta suscita más preguntas de las que responde. En
efecto, si la distinta actitud “nacional” ante la educación entre Gran Bretaña
y Alemania es uno de los factores que ayudan a comprender por qué la pri-
mera fue desplazada por la segunda del liderazgo de la industrialización du-
rante la segunda mitad del siglo XIX, ¿cuáles son las raíces de posturas dife-
rentes con tan importantes consecuencias? Y, más específicamente, ¿por
qué sus consecuencias irrumpieron cuando lo hicieron y no antes? No pre-
tendemos ocuparnos más que, muy sumariamente, de la última cuestión,
que nos parece estrechamente ligada con el tema principal de esta unidad.
Recordemos, para situarnos, que la amplia difusión de una sólida forma-
ción técnica ha sido destacada como una de las razones de las ventajas ini-
ciales de Inglaterra en la carrera de la industrialización. Por otra parte, si la
igualdad de oportunidades en materia educativa no caracterizaba a ese
país, la democratización de la sociedad no era por cierto la preocupación ofi-
cial del Estado alemán que Prusia organizó. Conviene pues acotar las dife-
rencias. Lo que parece haberse constituido, al cobrar ímpetu un segundo ci-
clo de crecimiento industrial, en una decisiva ventaja alemana fue la
importancia otorgada a la educación organizada sistemáticamente, a su
prioridad como función estatal, a su obligatoriedad a nivel elemental y a su
vinculación a nivel técnico con la formación científica. La idea, ya avanzada
en una sección anterior, es que la apuesta a este tipo de educación, conce-
bida inicialmente como una estrategia para paliar retrasos, fue siendo cada
vez más exitosa a medida que la ciencia -y por ende la masiva difusión de
una educación científica- se convertía en una fuerza productiva de importan-
cia creciente.
Situada así históricamente la cuestión, interesa captar las motivaciones que
generaron aproximaciones disímiles a la relación entre técnica y educación. Se

61
Universidad Virtual de Quilmes

comprobará así algo sólo en apariencia paradójico, con conocidos paralelis-


mos a lo largo de la historia; a saber: el retraso inglés en la segunda etapa
de la industrialización se liga estrechamente con la magnitud de sus venta-
jas originales.
En efecto, la instrucción técnica tropezaba con toda suerte de escollos
en Inglaterra. “Pero la mayoría sencillamente se oponía a la propia idea: es-
taban convencidos de que era un fraude, de que era imposible una educa-
ción técnica eficaz, y de que la instrucción científica era innecesaria” (LAN-
DES, 1979, p. 370). Miraban su propio pasado -que les llegaba por supuesto
simplificado, embellecido y aun distorsionado- en el cual creían ver a un con-
junto de hombres prácticos, sus antepasados, creando la industria desde la
nada y aparentemente sin saber casi nada más que lo que su propia prácti-
ca les enseñaba. El éxito suele ser conservador y contraproducente, pues
promueve la permanencia de ciertas actitudes al mismo tiempo que socava
las condiciones en las que fueron eficaces. Fue el propio éxito de la Revolu-
ción Industrial, al introducir técnicas más complejas, lo que hizo cada vez
más difícil que la tecnología siguiera avanzando sin apoyarse considerable-
mente en el conocimiento sistemáticamente generado y transmitido. No es
fácil imaginar un período más exitoso desde el punto de vista tecnológico, e
impactante desde el punto de vista ideológico, que la segunda mitad del si-
glo XVIII inglés. Si, como se ha dicho, ése fue de nuevo el tiempo del Géne-
sis, ¿es de extrañar que sus imágenes pesaran como una losa sobre las
concepciones de sus herederos a lo largo de un siglo?
Muy otra era la perspectiva más allá del Rhin:

❘❚❚ “El contraste con las actitudes alemanas resulta difícil de exagerar. Para
una nación ambiciosa, impaciente por elevar su economía al nivel de la britá-
nica, vejada, si no humillada, por su dependencia de expertos extranjeros, un
sistema de educación científica y técnica eficaz era una base y una esperanza
de riqueza y engrandecimiento. Se desarrolló un verdadero culto por la Wis-
senschaft y Technik [ciencia y técnica]. Los reyes y príncipes de Europa Central
competían entre sí, creando escuelas e institutos de investigación y coleccio-
naban sabios (¡incluso humanistas como los historiadores!) como sus prede-
cesores del siglo XVIII habían coleccionado músicos y compositores; o como
las cortes italianas del cinquecento [el siglo iniciado en el año mil quinientos]
lo habían hecho con artistas y escultores. La gente se quedaba boquiabierta
ante las Hochshulen [escuelas superiores] y las Universidades, con una acti-
tud de respeto que suele reservarse para la contemplación de monumentos
históricos. Pero más importante aún era que los empresarios solían apreciar a
los graduados de estas instituciones, y muchas veces les ofrecían posiciones
respetadas e influyentes -no sólo las empresas gigantes, con sus equipos de
laboratorio de hasta más de cien personas, sino incluso las pequeñas, que
veían en la capacidad propia de los técnicos profesionales su mejor defensa
frente a la competencia de la producción en gran escala-” (LANDES, 1979, p.
372). ❚❚❘

A medida que se abría camino una industria de tipo nuevo, crecientemente


basada en la ciencia, se acercaba a su ocaso la hegemonía tecnológica del
país pionero, donde surgiera la industria primigenia que poco le debía a la

62
Problemas del Desarrollo en América Latina

ciencia, y avanzaban hacia el liderazgo quienes paciente y tesoneramente


habían construido “un sistema de educación científica y técnica eficaz” para
basar en él su desarrollo productivo.

1.4.2. El surgimiento de la universidad de investigación

Centramos aquí nuestra atención en una de las dimensiones más gravitan-


tes de la transformación de la educación a la que recién se ha hecho refe-
rencia:

❘❚❚ “La reforma universitaria alemana en las primeras décadas del siglo XIX,

que habitualmente se relaciona con el nombre de Wilhelm von Humboldt, esta-


bleció como principio perdurable la idea de la unidad entre investigación, do-
cencia y estudio. […] Las acciones realizadas históricamente en nombre del
principio humboldtiano condujeron a la revolución académica. En ocho siglos
de vida universitaria en el mundo occidental, desde las Bolonia y París del si-
glo XII hasta las Stanford y Tokio del siglo XX, ningún otro cambio se puede
comparar con el surgimiento y desarrollo de la moderna universidad de inves-
tigación” (CLARK, 1997, pp. 9-10).
Este proceso avanzó junto con la difusión de la industrialización y convergió
con el matrimonio de la ciencia y la tecnología, que impulsó la “revolución aca-
démica” y, a la vez, se apoyó en ella. Como resultado de esa interacción, la an-
tigua institución universitaria, que había tenido un papel marginal en la Revo-
lución Científica del siglo XVII, se convirtió en uno de los principales ámbitos de
Resumimos aquí el
creación de conocimientos de nuestro tiempo. tratamiento del tema
que, en el marco de una dis-
cusión sobre las “revolu-
ciones académicas”, se pre-
Ese papel creativo reconoce importantes antecedentes en universidades del
senta en Arocena y Sutz
siglo XVIII, particularmente en Escocia y también en Alemania, donde algunas (2000), que incluye
facultades de Filosofía empezaron a cultivar las humanidades con pautas numerosas referencias, entre
características de la nueva ciencia de la época, ante todo el énfasis en lo las cuales corresponde men-
cionar a Ben-David (1984).
empírico, por ejemplo en la filología y en la historia. Ello propició un encuen-
tro entre humanistas y científicos, que coincidieron en concebir a las univer-
sidades como instituciones cuyos integrantes se dedican a la investigación.
Este espíritu informó la fundación de la Universidad de Berlín, en 1809-
1810, bajo la orientación de Humboldt, como parte de la reacción nacional
prusiana tras la derrota militar ante la Francia napoleónica.
En la universidad alemana de nuevo tipo la investigación científica -a la
vanguardia de la cual se ubicaba Francia durante las primeras décadas del
siglo XIX- encontró un campo para un crecimiento notable. Y esa universidad
llegó a convertirse, durante la Segunda Revolución Industrial, en una clave
del poderío económico y militar de Alemania, así como en el modelo acadé-
mico más admirado.
El proceso no tuvo nada de lineal. Primero, porque un conjunto muy des-
tacado de filósofos alemanes manifestaban una fuerte oposición a las cien-
cias experimentales y al estilo de hacer ciencia encarnado por Newton.. Por
otra parte, la investigación, al ser considerada como un medio para la forma-
ción de los miembros de la comunidad universitaria, tendía a concentrarse
en ciertas ramas que, por alguna razón, eran consideradas espiritualmente

63
Universidad Virtual de Quilmes

elevadas, lo que priorizaba las matemáticas y las humanidades en desme-


dro del trabajo de laboratorio.
Aun así, el enfoque experimental se fue abriendo paso y, en conjunto, la
investigación científica se afianzó en las universidades alemanas de la se-
gunda mitad del siglo XIX; en la medicina, la química y la física, sus contribu-
ciones las ubicaron a la vanguardia de la ciencia mundial. En cambio, la in-
geniería era considerada de menor dignidad, tanto por los catedráticos como
por los funcionarios públicos que se ocupaban de la administración universi-
taria. Se planteó así un fuerte conflicto con las escuelas de ingeniería y los
institutos politécnicos, que era también un conflicto entre la orientación hu-
manística de la actividad académica y su involucramiento en el desarrollo de
la tecnología y de la industria. Éste avanzó tanto por la relación directa entre
universidades y empresas -que, según ya observamos, algunos científicos
promovieron activamente-, como por la elevación del nivel académico y de la
relación social de los institutos politécnicos, algunos de los cuales obtuvie-
ron, pese a la oposición de las universidades, la autorización para ofrecer
doctorados.
En definitiva, la “revolución académica” en la Alemania del siglo XIX gene-
ró un sistema de educación superior, basado en la combinación de enseñan-
za e investigación de muy alto nivel, que profesionalizó la actividad científi-
ca, como tarea reconocida y pagada por el Estado, de mucha gente que
trabajaba establemente, por lo general en grupo. Todo ello constituía un
cambio mayor, que incidió considerablemente, tanto en el avance de la cien-
cia como en el poderío de Alemania, país que a fines de ese siglo llegó a te-
ner una proporción de científicos e ingenieros claramente superior al de las
otras potencias.
Sin embargo, la constitución de la moderna universidad de investigación
y su gravitación en el cambio técnico es un proceso que incluye, además de
la emergencia del modelo humboldtiano, su adaptación con significativas in-
novaciones en los Estados Unidos. Las mismas incluyeron la sistematiza-
ción de los estudios de posgrado y la vinculación, en escuelas avanzadas,
de la formación de profesionales con la promoción de la investigación aplica-
da. En ese país, la “importación creativa” del modelo alemán convergió con
una fuerte y antigua tradición propia de vincular la enseñanza con la prácti-
ca. Si la fundación de la Universidad de Berlín, en 1809-1810, signa la
emergencia del modelo humboldtiano, quizás la fundación del Instituto Tec-
nológico de Massachusetts en 1861 pueda simbolizar el propósito decidido
de extender a la ingeniería y a la tecnología en general la idea fundacional
del modelo, la vinculación entre enseñanza e investigación.
La capacidad para la innovación institucional, que permitió combinar la
generación, la transmisión y la aplicación del conocimiento avanzado, consti-
tuyó una de las claves que, a partir de la Segunda Revolución Industrial, lle-
varon primero a Alemania y después a los Estados Unidos a ocupar las po-
siciones de vanguardia en la tecnología y la producción.

1.4.3. Recapitulación: transiciones grandes y conflictivas

La compleja combinación de a) un contexto económico y cultural muy propi-


cio, b) la notable capacidad innovativa emanada de una serie muy específi-
ca de interacciones entre ciertos actores colectivos, c) la concentración de

64
Problemas del Desarrollo en América Latina

capacidad creativa y d) la dinámica propia de un cierto proceso de cambio


técnico, puso en marcha el proceso de industrialización que habría de cam-
biar la faz del globo.
La Revolución Industrial resultó de la convergencia, en determinadas cir-
cunstancias de tiempo y de lugar, de procesos forjados en el “tiempo largo”,
lo cual impulsó ciertos cambios acelerados y, simultáneamente, permitió sa-
car partido de ellos.
En la Alejandría helenística, tuvo lugar una serie de proezas técnicas que
incluyó, en el siglo I antes de Cristo, un antepasado de la máquina de vapor,
capaz de abrir y cerrar la gran puerta de un templo. La ciudad era, a la vez,
un gran centro comercial y la principal sede de una tradición científica bri-
llante. Braudel (1979, pp. 469-470), al comentar este ejemplo, señala que
incluso se llegó a crear en Alejandría una escuela de ingenieros, pero que to-
da esa capacidad técnica no dio lugar a una revolución de la producción in-
dustrial. De esto último considera como principal causa a la esclavitud, que
suministraba la fuerza de trabajo requerida y no impulsaba a buscar nuevas
fuentes de energía.
En todo caso, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, en Inglaterra pri-
mero y en Europa Occidental después, se encontraron las demandas de mul-
tiplicar la producción, las capacidades técnicas para hacerlo y las condicio-
nes sociales para que algunos grupos aprovecharan esas capacidades y
propiciaran su expansión. Se inició así la muy conflictiva y despareja transi-
ción de las sociedades de base agraria a las sociedades industriales.
Grandes fueron los sufrimientos que signaron el crecimiento de la nueva
población trabajadora y, en general, de los sectores más desfavorecidos de
los países en los que emergió el sistema fabril moderno.

❘❚❚ “La situación de los trabajadores pobres, y especialmente del proletariado


industrial que formaba su núcleo, era tal que la rebelión no sólo fue posible,
sino casi obligada. Nada más inevitable en la primera mitad del siglo XIX que la
aparición de los movimientos obrero y socialista, así como el desasosiego re-
volucionario de las masas. La revolución de 1848 sería su consecuencia direc-
ta. Ningún observador razonable negaba que la condición de los trabajadores
pobres, entre 1815 y 1848, era espantosa” (HOBSBAWM, 1997, p. 210). ❚❚❘

Las luchas sociales y políticas que todo ello alimentó se fueron entretejien-
do con los avatares técnicos y productivos para configurar los rasgos espe-
cíficos de las naciones altamente industrializadas del siglo XX.
Paralelamente, la industrialización, cuyos primeros pasos fueron estimu-
lados por la expansión mundial del Occidente europeo, dotó de una fuerza
nueva y enorme a esa expansión.

❘❚❚ “Ante los mercaderes, las máquinas de vapor, los barcos y los cañones de
Occidente -y también ante sus ideas- los viejos imperios y civilizaciones del
mundo se derrumbaban y capitulaban. La India se convirtió en una provincia
administrada por procónsules británicos, los estados islámicos fueron sacudi-
dos por terribles crisis, África quedó abierta a la conquista directa. Incluso el
gran Imperio chino se vio obligado, en 1839-1842, a abrir sus fronteras a la
explotación occidental” (HOBSBAWM, 1997, p. 11). ❚❚❘

65
Universidad Virtual de Quilmes

Con la Segunda Revolución Industrial, el diferencial de capacidad productiva


entre las naciones técnicamente avanzadas y las otras se hará realmente
impresionante, según lo veremos más de cerca en la próxima unidad. En la
década de 1880, Europa Occidental completa formalmente el reparto de ca-
si todo el África, símbolo de un poder llegado a su apogeo, que generará la
formidable reacción anticolonial y antioccidental del siglo XX. Los enfrenta-
mientos suscitados tendrán como un eje mayor las búsquedas de caminos
para la industrialización de las naciones periféricas.
Todo el conjunto conflictivo de transiciones irá poniendo de manifiesto la
gravitación ascendente del conocimiento. La Revolución Industrial abrió el
camino a poderosas dinámicas de cambio y crecimiento económico que, en
medio de contraposiciones y luchas sociales, tienden a reforzarse a sí mis-
mas, pero también puso en marcha un proceso en el cual la combinación de
educación avanzada, ciencia y tecnología constituirá un factor de poder cada
vez mayor.

66
2
América Latina en el orden mundial:
del crecimiento hacia afuera a la
industrialización

Objetivos

• Estudiar las características principales de la inserción periférica de Amé-


rica Latina en el orden mundial modelado por la Segunda Revolución In-
dustrial.
• Analizar la evolución del llamado “crecimiento hacia afuera”, con aten-
ción especial en las tendencias de largo plazo que se gestaron o consoli-
daron durante esa etapa.
• Considerar algunos de los factores que pautaron la emergencia de la in-
dustria en el continente.

2.1. La inserción en el orden “centro/periferias”

Los orígenes de la industrialización en el Occidente de Europa no fueron aje-


nos a la expansión europea que, a partir del descubrimiento de América, cu-
brió el planeta entero. El flujo de riquezas, el auge del comercio, las deman-
das nuevas a las técnicas y las nuevas oportunidades para aplicarlas, la
movilidad social, la diversificación cultural: tales procesos contribuyeron a
desencadenar la mutación global que fue la Revolución Industrial. Y ésta, a
su vez, consolidó el predominio de Europa en el mundo, asentándolo en una
superioridad técnica -para producir, transportar, comerciar y guerrear- que ya
no era de grado sino de naturaleza: la que en tales terrenos establecen las
naciones de base industrial sobre las sociedades de base agraria.
Así, los procesos entrelazados de la industrialización y la expansión de la
Europa del Oeste fueron configurando una suerte de orden económico mun-
dial, en cuyo centro se ubicaron los países que protagonizaban tales proce-
sos, y cuya periferia llegó a incluir a todo el resto del planeta. Esa estructu-
ra consolidó sus rasgos durante el período de la “Segunda Revolución
Industrial”, cuando la expansión del proceso industrializador generó nuevas
demandas y posibilidades también nuevas. En efecto, la urbanización acele-
rada y la multiplicación de las fábricas -en Inglaterra, pero también en Bélgi-
ca, Francia, Alemania y otros países- incrementó notablemente la demanda
de materias primas y alimentos, cuyas posibilidades de ser transportados
crecían también rápidamente con el desarrollo de la técnica. Así, por ejem-
plo, la aparición de los navíos frigoríficos, en la década de 1870, habría de
permitir una sustantiva transformación de la economía del Río de la Plata.
Paralelamente, se abarataba y diversificaba la producción y el transporte de
bienes industriales -productos textiles y químicos de la más diversa índole,

67
Universidad Virtual de Quilmes

vagones y locomotoras, lámparas y motores-, haciendo a la vez posible y ne-


cesario ampliar sus mercados.
El orden de la “economía-mundo” tendía a estructurarse como una “divi-
sión internacional del trabajo” en torno del intercambio entre un “centro”
productor de bienes manufacturados y una “periferia” abastecedora de pro-
ductos primarios. En ese marco tuvo lugar, durante la segunda mitad del si-
glo XIX, la inserción de América Latina en el orden económico internacional,
como periferia de la economía metropolitana cuya posición dominante esta-
ba sólidamente afirmada en su capacidad industrial.

2.1.1. La expansión mundial del Occidente industrializado

Algunos números muestran con elocuencia tanto la expansión mundial del


poder económico del Occidente industrializado como los cambios en las po-
siciones hegemónicas. Nos referimos a la información que presenta Mann
(1993, pp. 261-264) al analizar la cuestión con una perspectiva histórica
amplia, de 1760 a 1914, que permite además complementar algunas obser-
vaciones precedentes sobre los orígenes y la evolución del proceso indus-
trializador. Esa información fue elaborada con enorme esfuerzo por Paul Bai-
roch. A él se debe la siguiente tabla (que ofrecemos en versión abreviada).

Producción industrial bruta por país, 1750-1913


(Base 100 = Gran Bretaña en 1900)

1750 1800 1860 1913

Todos los países desarrollados 34 47 143 863

Francia 5 6 18 57

Alemania 4 5 11 138

Gran Bretaña 2 6 45 127

Estados Unidos 1 16 298

Tercer Mundo 93 99 83 70

China 42 49 44 33

MUNDO 127 147 226 993

Aun con todas las precauciones con que debe tomarse una comparación de
tan amplio alcance, necesariamente muy compleja y discutible, ciertos fenó-
menos encuentran en las cifras transcritas una clara ilustración.
En vísperas de la Revolución Industrial, como lo muestra la primera co-
lumna del cuadro, lo que llegó a ser denominado como Tercer Mundo casi tri-
plicaba, tomado en conjunto, la producción de tipo industrial de los países
desarrollados de hoy.
En 1750, Francia y los estados que a partir de 1871 constituirán la Ale-
mania unificada, más grandes y poblados que Gran Bretaña, tienen una pro-
ducción industrial mayor. No es de extrañar que entre las tres ricas naciones
agrarias de Europa Occidental, la producción industrial más grande corres-
ponda a Francia, debido a su mayor riqueza agrícola que sustentaba el ma-
yor consumo de bienes manufacturados.

68
Problemas del Desarrollo en América Latina

La Revolución Industrial tuvo lugar en Gran Bretaña entre 1750 y 1800:


durante ese período, la producción industrial siguió creciendo, en el mundo
y en cada uno de los países considerados. La comparación de las dos pri-
meras columnas del cuadro sugiere al menos dos observaciones. En primer
lugar, el crecimiento más rápido tuvo lugar en Gran Bretaña, a un ritmo que,
comparado con los otros, basta para sugerir que algo importante estaba pa-
sando, aunque la producción total del país en 1800 no sea en sí misma muy
llamativa. Por otro lado, en ese año todavía China, por sí sola, da cuenta de
una producción industrial mayor que la de todo el mundo hoy desarrollado;
puede considerarse que, durante la larga era en la cual la agricultura fue la
base fundamental de la economía, llegó a ser la nación económicamente
más exitosa.
Entre 1800 y 1860, la industrialización se extiende a Europa Occidental y
a los Estados Unidos, y se acelera en Gran Bretaña. La isla deviene el “ta-
ller del mundo” que, a fines de ese período, suministra casi la tercera parte
de la producción industrial del planeta entero; por sí sola produce más que
Francia y Alemania reunidas, cuyas industrias sin embargo han crecido rápi-
damente, en total más todavía la francesa que la alemana. Aparecen los Es-
tados Unidos, con un incremento acelerado, que se debe fundamentalmente
al aprovechamiento de una fabulosa dotación de recursos naturales.
En este período de difusión de la industria “maquinizada”, la diferencia
de capacidad productiva industrial entre las naciones que están haciendo
uso de las nuevas tecnologías y el resto se hace evidente. Las primeras,
concentradas en una porción reducida del planeta, ya superan ampliamente
en este rubro al conjunto de todas las restantes. En poco más de medio si-
glo, aquéllas multiplicaron por tres su producción industrial total.
La diferencia con las sociedades agrarias ya no es sólo de ritmos, pues
en la misma etapa el futuro Tercer Mundo ve decrecer su producción indus-
trial. Bairoch sostiene que el capitalismo occidental desindustrializó al Ter-
cer Mundo; China e India se vieron inundadas por productos manufactureros
occidentales baratos y reducidas al papel de exportadoras de productos pri-
marios. Este viraje sin precedentes en el poder geoeconómico convirtió al
Occidente decimonónico en una civilización hegemónica (MANN, 1993, pp.
261-262).
En 1857-1858, la India fue el escenario de una gran insurrección contra
el dominio británico. “La gente se sublevó contra lo que creía que era la des-
trucción cada vez más rápida y despiadada de su forma de vida por parte de
una sociedad extranjera” (HOBSBAWM, 1998, p.135). El levantamiento fue
aplastado y la reina Victoria consagrada emperatriz de la India.
En China, una pequeña fuerza naval británica derrotó al imperio durante
la primera “guerra del opio” (1839-1842), obligándolo a aceptar la libre im-
portación de la droga por los comerciantes ingleses y poniendo de manifies-
to la debilidad del país frente al extranjero, lo cual desencadenó una serie
de convulsiones enormes, incluyendo “la mayor de las revoluciones del siglo
XIX”, la insurrección Taiping (1850-1866). Ésta fue derrotada en un proceso
que fue multiplicando las concesiones del gobierno chino a los occidentales
y también a Rusia: “la China imperial se lanzó […] a la completa dependen-
cia de los extranjeros. Desde 1854 un triunvirato anglo-franco-norteamerica-
no controlaba las aduanas de Shangai, pero después de la segunda ‘guerra
del opio’ (1856-1858) y del saqueo de Pekín (1860) que finalizó con la capi-
tulación total”, un inglés llegó a administrar todo el sistema aduanero chino,

69
Universidad Virtual de Quilmes

poniendo de manifiesto “la completa subordinación del gobierno imperial a


los intereses de los occidentales” (HOBSBAWM, 1998, pp. 138-141).
Podemos volver a mirar al cuadro que nos guía en esta sección. No sor-
prenderá que la comparación entre la tercera y la cuarta columna ponga de
manifiesto un retroceso aún mayor que en el período precedente de la pro-
ducción industrial del Tercer Mundo, casi todo él registrado en China. Esa
misma comparación entre los datos de 1860 y los de 1913 muestra lo que
fue la Segunda Revolución Industrial: en aproximadamente medio siglo, la
producción manufacturera de los países desarrollados se multiplicó por
seis. Entre esos países, si bien Gran Bretaña siguió creciendo rápidamente,
su producción industrial total se vio superada por Alemania y sobre todo por
los Estados Unidos.
La última fila del cuadro sintetiza las tres etapas que consideramos an-
tes: entre 1750 y 1800, la producción industrial del planeta creció algo me-
nos del 20%, una parte menor pero significativa que da cuenta de los prime-
ros pasos de la gran transformación técnico-productiva; entre 1800 y 1860,
esa producción se incrementó más del 50%, y el porcentaje fue aún mayor
en los países que iniciaban su tránsito a la sociedad industrial; entre 1860
y 1913, se aceleró el retroceso industrial de las sociedades de base agraria
y el matrimonio de la ciencia y la tecnología se reflejó en un aumento de mu-
cho más del 400% de la producción industrial mundial.
Comentando esas y otras cifras dice Mann:

❘❚❚ “El hegemon indisputado que se revela en estas tablas no es un solo Esta-
do o Potencia en el sentido usual sino la civilización occidental como conjun-
to, capaz de ‘pacificar’ el mundo en sus propios términos. Desde el punto de
vista de los Indios o los Africanos podía importar poco si su contraparte co-
mercial -empleador, administrador colonial- era británico, francés, o incluso da-
nés. La dominación era occidental, cristiana y blanca, presentando institucio-
nes esencialmente similares. Desde una perspectiva global las luchas entre
Francia, Gran Bretaña y Alemania podían parecer epifenómenos. Quienquiera
que ganara, los europeos (o sus primos coloniales) regían el mundo, de mane-
ras bastante parecidas” (MANN, 1993, p. 264, nuestra traducción). ❚❚❘

2.1.2. El crecimiento primario exportador

La incorporación de América Latina a la economía mundial, hegemonizada


por el “centro” en curso de industrialización acelerada, puede ser vista co-
mo la emergencia del “orden neocolonial”, o nuevo “pacto colonial”, que ha-
bría de sustituir al que ataba a estas regiones a España y Portugal. El orden
colonial impuesto a partir de la conquista entró en crisis a fines del siglo XVIII
y concluyó con la emancipación de los países iberoamericanos. A ésta si-
guió lo que el historiador Tulio Halperin ha denominado “la larga espera:
1825-1850”, período de estancamiento en la economía del continente, que
sigue careciendo de fuentes significativas de dinamismo interno, mientras
que sus relaciones con el exterior ya no son las de la época colonial ni han
sido todavía sustituidas por otras de tipo diferente. Esto último es, precisa-

70
Problemas del Desarrollo en América Latina

mente, lo que empieza a cambiar después de 1850, cuando se forjan los


nuevos vínculos con las economías industrializadas.
Se abre así la etapa del denominado “crecimiento hacia afuera” de Amé-
rica Latina, sustentado fundamentalmente en el auge de las exportaciones
de productos primarios a los países centrales, y caracterizado asimismo por
el papel protagónico de los inversores de estos países en la transformación
económica del continente.
El nuevo tipo de relación externa presenta características y ritmos muy di-
ferentes en la diversidad regional del continente. Pero, en conjunto, se pue-
de hablar de un

❘❚❚ “[…] nuevo orden latinoamericano, [cuya consolidación] comenzó a produ-


cirse sobre todo desde que la relación con las zonas económicas metropolita-
nas comenzó a cambiar; este cambio es un aspecto del que a partir de media-
dos de siglo afecta a la entera economía metropolitana. Gracias a él pudo
ésta cumplir las funciones que desde la emancipación se habían esperado va-
namente de ella: no sólo iba a proporcionar un mercado para un conjunto de
producciones tradicionales latinoamericanas, y ofrecerlo para un conjunto de
producciones nuevas; por añadidura, iba a ofrecer los capitales que -junto con
la ampliación de los mercados consumidores- eran necesarios para una mo-
dernización de la economía latinoamericana” (HALPERIN DONGHI, 1993, pp. 215-
216). ❚❚❘

La dinámica industrializadora del Occidente europeo requiere materias pri-


mas para sus fábricas y alimentos para sus urbes en expansión. Además,
genera medios técnicos nuevos para el transporte de mercancías:

❘❚❚ “De importancia decisiva en la transición de la primera a la segunda etapa


de la Revolución Industrial, fue el desarrollo de la tecnología en los medios de
transporte. Las líneas de ferrocarril hicieron posible la rápida integración de los
mercados internos en los países europeos y la mecanización de los transportes
marítimos modificó profundamente las condiciones del comercio internacional.
La invención de la hélice ocurrió alrededor de 1840, y durante el decenio si-
guiente se introdujo el casco de hierro en los navíos, lo que permitió reducir la
resistencia del agua y aumentar las dimensiones de los barcos. A partir de en-
tonces el tonelaje de la marina mercante mundial aumentará con extraordinaria
rapidez: de 6,7 millones de toneladas en 1840, pasó a 12,8 millones en 1860
y alcanzó a 43 millones en 1913” (FURTADO, 1973, p. 45). ❚❚❘

Estos avances técnicos permiten una vinculación mucho más directa de


gran parte del mundo con las economías centrales, que necesitan mercados
donde vender sus productos. Disponen además de capitales para invertir
con el fin de impulsar los circuitos del intercambio; los banqueros metropo-
litanos otorgarán créditos a ciertos gobiernos, en la medida en que los mis-
mos parezcan capaces de apoyar el nuevo orden y ofrezcan garantías de pa-
go; se inaugura así un ciclo de endeudamiento externo en el cual la
dependencia financiera será fuente de dependencia política. Los empresa-
rios metropolitanos quedan a cargo de la mayor parte del transporte por mar

71
Universidad Virtual de Quilmes

y por ferrocarril, de la comercialización en ultramar de los productos latinoa-


mericanos, de la venta en nuestro continente de productos de la industria
europea; paulatinamente, penetran también en la producción primaria, la mi-
nería en especial.
“En 1880 - años más, años menos - el avance en casi toda Hispanoamérica
de una economía primaria y exportadora significa la sustitución finalmente
consumada del pacto colonial impuesto por las metrópolis ibéricas por uno
nuevo” (HALPERIN, 1993, p. 288). Se va estructurando así el denominado “or-
den neocolonial”, en el cual la situación relativa de las distintas áreas del
continente tenderá a ser bastante diferente de la que prevalecía durante el
“orden colonial” anterior a la Independencia, cuando las zonas productoras
de metales preciosos constituyeron la principal fuente de prosperidad para
los conquistadores.

❘❚❚ “Ese nuevo pacto transforma a Latinoamérica en productora de materias


primas para los centros de la nueva economía industrial, a la vez que de artí-
culos de consumo alimenticio en las áreas metropolitanas [y] la hace consu-
midora de la producción industrial de esas áreas” (HALPERIN, 1993, p. 222). ❚❚❘

En la división internacional del trabajo resultante de la industrialización, la


demanda europea de alimentos acelera la expansión de las zonas ganade-
ras y de agricultura templada, así como de las que producen ciertos cultivos
tropicales, mientras que las propias necesidades de la industria y del trans-
porte requieren cobre, estaño y, más adelante, petróleo. Se asiste pues al
auge de la Argentina del trigo y de la carne, del Uruguay de la lana y la car-
ne, de las zonas del cobre en Perú y Chile, del estaño en Bolivia, del Brasil
cafetalero: a fines del siglo pasado, el altiplano paulista contribuía con dos
terceras partes a la producción mundial de café (FURTADO, 1973, p. 52). El
petróleo se convierte en el principal rubro exportable de México y nace la Ve-
nezuela petrolera; el azúcar transforma a Cuba y a Puerto Rico; las grandes
compañías norteamericanas hacen de la banana la principal exportación de
varios países centroamericanos.

❘❚❚ “Al ingreso de diversos productos a la economía mundial corresponde la


aparición de distintos países en el panorama del comercio internacional y de
las inversiones extranjeras. Por lo que se refiere a América Latina, durante una
primera fase, el auge de las exportaciones de lana, de carnes y posteriormen-
te de granos, refleja el desarrollo de estas actividades en Argentina y Uruguay
principalmente y, en cierta medida, en Paraguay y México; debido al desarrollo
agrícola europeo y de estas nuevas zonas, se ampliaron las exportaciones de
guano en Perú y luego de salitre en Chile. Con posterioridad, y a raíz del au-
mento en los niveles de vida del consumidor europeo y norteamericano, se
acentúa la expansión de algunos productos tropicales tradicionales, tales co-
mo el café, el azúcar, el cacao, etc., y más adelante del banano, en los países
del Caribe y de Centroamérica, así como en Brasil, Colombia y Ecuador. Des-
pués, hacia fines del siglo pasado y comienzos del presente, la diversificación
industrial y la producción manufacturera masiva en el centro estimulan ciertas
actividades mineras, tanto de metales ferrosos como no ferrosos, y también la
producción petrolera” (SUNKEL y PAZ, 1970, p. 60). ❚❚❘

72
Problemas del Desarrollo en América Latina

La diferente dotación de recursos naturales exportables da lugar a relacio-


nes externas diferentes. “En este proceso de inserción tienden a configurar-
se tres grupos de países exportadores de productos primarios: a) países ex-
portadores de productos agrícolas de clima templado; b) países
exportadores de productos agrícolas tropicales, y c) países exportadores de
productos minerales”. El primer grupo está constituido básicamente por la
Argentina y el Uruguay:

❘❚❚ “La producción agrícola exportable básase, en este caso, en el uso extensivo
de la tierra y se destina a competir con la propia producción interna de los paí-
ses en rápida industrialización. El uso extensivo de las tierras de buena calidad
permite, desde el comienzo, alcanzar elevados índices de rentabilidad. [El segun-
do grupo de países] congrega a más de la mitad de la población latinoamerica-
na. En él se incluyen Brasil, Colombia, Ecuador, América Central y el Caribe, y
además ciertas regiones de México y de Venezuela. [El tercer grupo] está forma-
do básicamente por México, Chile, Perú y Bolivia” (FURTADO, 1973, pp. 50-52). ❚❚❘

A medida que el “orden neocolonial” se afianza, adquieren un enorme peso en


el continente las grandes empresas extranjeras dedicadas a la producción agrí-
cola y minera. Su poderío financiero suele ser mayor que el de los estados la-
tinoamericanos; se desenvuelven en condiciones oligopólicas o directamente
monopólicas; sus intereses son protegidos por las potencias de la época. Su
influjo político en los países donde están presentes es, por lo general, muy
grande. Su impacto en la economía, sin embargo, suele difundirse comparati-
vamente poco, concentrándose más bien en las zonas en las que actúan, las
que frecuentemente se vinculan mucho más con el exterior que con el resto
del país; se constituyen así las denominadas “economías de enclave”, ámbi-
tos típicos de la producción extractiva, cuya sofisticación tecnológica y elevada
capitalización resultan de su vinculación con la economía metropolitana e inci-
den poco en la economía del país donde están ubicadas.
En las economías de enclave

❘❚❚ “[…] la producción es una prolongación directa de la economía central en


un doble sentido: puesto que el control de las decisiones de inversión depen-
de directamente del exterior, y porque los beneficios generados por el capital
(impuestos y salarios) apenas ‘pasan’ en su flujo de circulación por la nación
dependiente, yendo a incrementar la masa de capital disponible para inversio-
nes de la economía central. [Además] no existen realmente conexiones con la
economía local -con el sector de subsistencia o con el sector agrícola vincula-
do al mercado interno-, pero sí con la sociedad dependiente, a través de cana-
les como el sistema de poder, porque ella define las condiciones de la conce-
sión. [En fin], desde el punto de vista del mercado mundial, las relaciones
económicas se establecen en el ámbito de los mercados centrales” (CARDOSO
y FALETTO, 1978, p. 53). ❚❚❘

Esa inserción periférica de América Latina en la economía internacional es-


tuvo lejos de ser indolora; ciertos sectores sociales se vieron favorecidos y

73
Universidad Virtual de Quilmes

otros gravemente perjudicados. Los rápidos incrementos de la producción,


de los cuales los más espectaculares tuvieron lugar en el Río de la Plata pe-
ro que por cierto no se restringieron a esa región, ampliaron notablemente
la riqueza de las élites dirigentes. En cambio, la “plebe rural”, que constituía
una notable proporción de la población latinoamericana, fue la gran derrota-
da durante la implantación del “orden neocolonial”. Sobre esta cuestión vol-
veremos más adelante, al ocuparnos del papel de la desigualdad durante el
“crecimiento hacia adentro”. En ese período, se asistió a diversos conflictos
sociales y políticos directa o indirectamente vinculados con la conformación
del nuevo orden. Pero los beneficios de éste resultaban tan significativos pa-
ra la mayor parte de los sectores viejos y nuevos con capacidad de presio-
nar y resolver que, a ese nivel numéricamente restringido pero política y eco-
nómicamente decisivo, las grandes opciones vinculadas con el nuevo tipo
de relación externa contaron con amplio consenso.

2.2. Ciertas tendencias profundas de la evolución


latinoamericana
Durante la etapa de la historia latinoamericana que estamos considerando,
se configuraron o consolidaron ciertos rasgos perdurables que, de una ma-
nera u otra, han incidido poderosamente en la evolución posterior del conti-
nente y siguen condicionando sus perspectivas; de algunos de ellos nos
ocuparemos en esta sección.
Intentaremos poner de manifiesto el profundo enraizamiento y las cone-
xiones mutuas de factores como la alta desigualdad, la predilección por el
consumo conspicuo e imitativo, la escasa propensión a invertir, la subvalora-
ción cultural de la ciencia y la técnica y la tendencia a comprar sistemática-
Esta sección incorpora, con mente en el exterior la tecnología incorporada al proceso productivo.
ciertas modificaciones, parte Para ello recurriremos una vez más a la historia comparativa, analizando
de una ponencia de Arocena y
Sutz, presentada en las Jor-
en paralelo ciertos aspectos del “crecimiento hacia afuera” en América Lati-
nadas de Historia Económica, na y de las experiencias de otras regiones que, hacia la misma época, se in-
Montevideo, 1999. corporaron a la economía internacional a partir de posiciones periféricas.

2.2.1. Desigualdad y pautas de crecimiento

Una de las principales herencias del orden colonial fue la alta desigualdad.
Algunos de los proyectos que confrontaron fuerzas durante las guerras de la
Independencia en Hispanoamérica apuntaron a modificar ese panorama. Pe-
ro en conjunto fueron derrotados. En los nuevos países recién emancipados
de la dominación ibérica, las diferencias sociales y étnicas siguieron siendo
por lo general muy marcadas, y el poder quedó altamente concentrado en
pequeños grupos de terratenientes, grandes comerciantes, jefes militares y
abogados prominentes.
Frecuentemente, los miembros de esas élites dirigentes habían impulsa-
do o respaldado la ruptura de la subordinación a las coronas española o
portuguesa como un primer paso a una nueva relación con las naciones
económicamente más dinámicas de la época, Gran Bretaña ante todo.
Cuando esa relación empezó a concretarse, se afirmó entre los sectores di-
rigentes latinoamericanos la intención de vincularse estrechamente con

74
Problemas del Desarrollo en América Latina

sectores dominantes de las nuevas potencias hegemónicas, mucho más que


una vocación nacional.

❘❚❚ “Tuvieran las preferencias políticas que tuvieran los miembros de la élite
hispanoamericana, sorprende ver la poca confianza que tenían en sus propios
países. Las élites, en gran parte descendientes de españoles, de ninguna ma-
nera se identificaban con los indios, los negros y mulatos de la clase baja y en
cambio se asociaban más a la burguesía europea. […] A veces, la falta de
confianza era tal que las élites querían, de una manera u otra, dejar de ser paí-
ses independientes” (BETHELL, 1991a, p. 96). ❚❚❘

Consiguientemente, cuando el auge del “crecimiento hacia afuera” empezó


a poner en manos de esos sectores un sustancial excedente económico, su
orientación hacia la inversión reproductiva no constituyó la máxima prioridad
ni, mucho menos, su uso para paliar las carencias sociales de las mayorías;
fue notable, en cambio, el nivel que adquirió el consumo conspicuo, imitati-
vo de las costumbres y modas de las clases altas europeas, que a muy al-
tos costos se procuró importar. Se destaca, en efecto, durante este período,
“la gran cantidad de divisas extranjeras que se destinaban a comprar artícu-
los de consumo superfluo en el extranjero” (BETHELL, 1991b, p. 21).

“Con pocas excepciones, parece que las élites gobernantes de la región se entu-
siasmaron con los beneficios de lo que ellas percibían como modernización, una
modernización que, habida cuenta de los vastos recursos nuevos que proporcio-
naba el proceso, en esencia se autofinanciaba. […] Sin embargo, no parece que,
en la mayoría de los casos, los elogios fueran acompañados de una mayor incli-
nación a alterar las pautas de inversión social y las instituciones al objeto de que
los beneficios de la modernización llegasen a segmentos mucho más amplios de
la población. Con mayor frecuencia, el comportamiento social favorecido era un
creciente cosmopolitismo de los estratos elitistas de la sociedad, especialmente
en relación con las preferencias de consumo” (BETHELL, 1991b, p. 42).

Desde entonces, ha constituido un rasgo perdurable de la evolución latinoame-


ricana, considerada en su conjunto, la incidencia del consumo conspicuo en el
nivel de la actividad económica y su peso en el comercio de importación.
La desigualdad heredada del orden colonial se afianzó durante el “orden
neocolonial”, no sólo por la cuantía de los ingresos captados por aquellos
que salieron ganando con la inserción periférica en la economía mundial, si-
no también por lo que sufrieron quienes pagaron los costos de los cambios.
Éstos incluyeron, como se anotó más arriba, a gran parte de los sectores ru-
rales más pobres, que era la mayoría de la población.

“Las víctimas de ese orden nuevo se encuentran sobre todo en los sectores rurales.
[…] uno de los elementos precursores de su aparición fue el comienzo de la ex-
propiación de las comunidades indias, en las zonas en que éstas habían logrado

75
Universidad Virtual de Quilmes

sobrevivir hasta mediados del siglo XIX.” (Halperin, 1993: p.226)

Para aprovechar las nuevas oportunidades de vender productos del agro a


los países metropolitanos, se necesita dedicar más tierra a la producción
exportable y más gente a trabajar en ella. Las relaciones sociales en el cam-
po empiezan a cambiar rápidamente.

“La incorporación a un proletariado rural proporciona muy escasos beneficios a


quienes la sufren: los sectores que dirigen la modernización agraria, escasos de
capitales, no encaran sino cuando no les queda otra salida la constitución de una
mano de obra realmente pagada en dinero; encuentran que los peones asalaria-
dos son no sólo demasiado costosos, sino también demasiado independientes:
un campesino con dinero suele, en efecto, creerse más libre de lo que efectiva-
mente está, y abandonar la hacienda. El sistema de endeudamiento, facilitado
porque el hacendado ha heredado del antiguo corregidor un derecho no escrito
de repartimiento que le permite fijar precios y cantidades de artículos consumi-
dos por sus peones, se revela más eficaz para disciplinar a la mano de obra; [ade-
más] el hacendado tiene el poder político, administrativo y militar a su servicio:
en efecto, la función de hacer producir al campesino y la tierra se ha transforma-
do, en un régimen económico que se apoya en la constante expansión de las ex-
portaciones, en una suerte de servicio público.” (Halperin, 1993: p.226-7)

El ritmo de trabajo propio de los tiempos en que “la rigidez de los mercados de
consumo no empujaba a aumentar la producción” debe cambiar radicalmente;
por lo tanto, “la modernización económica impone a la fuerza de trabajo rural
cargas que ésta no aceptaría espontáneamente”. Hace falta convertir al cam-
pesino latinoamericano en “una suerte de híbrido”, que combine característi-
cas del proletario moderno en materia de productividad y rasgos del trabajador
rural tradicional de América Latina, en lo que tiene que ver con sus escasas
exigencias y su aceptación de una disciplina que “incluye vastos márgenes de
arbitrariedad”. La búsqueda dificultosa de mano de obra con tales rasgos in-
cluye mecanismos que recuerdan la trata de esclavos:

❘❚❚ “[…] en la costa peruana, en Panamá o en Cuba los coolies chinos parecen
ser una respuesta a la clausura definitiva de la fuente africana; jurídicamente
libres, son vendidos, sin embargo, a hacendados (o a compañías de obras pú-
blicas) por los importadores a quienes deben el monto del pasaje; sistemas
análogos se practican, aunque más limitadamente, en el Río de la Plata por
empresarios franceses y españoles respecto de inmigrantes vascos y galle-
gos, en los años entre 1850 y 1870, y en Brasil se conocerán aún en fecha
más tardía para inmigrantes portugueses y sobre todo italianos” (HALPERIN
DONGHI, 1993, pp. 226-228). ❚❚❘

Por supuesto, este tipo de importación de mano de obra extranjera no mejo-


ra la situación de los trabajadores rurales nativos.

76
Problemas del Desarrollo en América Latina

Podría decirse que, al iniciarse el crecimiento en algún sentido de tipo


“moderno” -en tanto motorizado por la relación con los procesos económi-
cos más avanzados-, la desigualdad tradicional fue una fuente de nueva de-
sigualdad, la cual a partir de entonces se inscribió perdurablemente en las
pautas características del crecimiento económico latinoamericano conside-
rado en conjunto.

“La primera ola de expansión correspondió sobre todo a un período de creci-


miento impulsado por la exportación de productos básicos. Sin embargo, la ma-
no de obra escaseaba, un problema que la inmigración palió parcialmente. La es-
casez condujo perversamente no a una buena distribución del ingreso y a un alto
rendimiento para el factor trabajo, sino a instituciones que reprimieron y contro-
laron a los trabajadores y crearon oferta de mano de obra desalojando a los cam-
pesinos. Las comunidades indígenas concretamente fueron a menudo desposeí-
das y desalojadas, al tiempo que diversos modos de trabajo forzado
contribuyeron a que se dispusiera de una fuente barata de trabajadores. La evo-
lución prorrogó sencillamente el legado colonial de concentración de la tierra y
de subyugación de los pueblos indígenas. De esta manera la desigualdad se in-
corporaba profundamente en el tejido del modelo y contribuía a la eficacia de és-
te en la generación de crecimiento” (THORP, 1998, p. 6).
“Puede que el aumento de la población haya empeorado o no la distribución
del ingreso, pero ya a principios del siglo XX toda América Latina mostraba un
alto grado de desigualdad. El proceso socioeconómico de crecimiento impulsado
por las exportaciones, levantado sobre las concesiones territoriales y los mono-
polios del período colonial, cementó la desigualdad” (THORP, 1998, p. 26).

Desde que se tienen registros confiables, la alta desigualdad promedio ca-


racteriza a América Latina en las comparaciones internacionales.

2.2.2. La demanda tecnológica hacia afuera

Además del papel relevante de la desigualdad, hemos destacado la voca-


ción de los estratos dirigentes latinoamericanos por imitar los modos de vi-
da de las élites europeas, a lo que se agregaba su despreocupación por el
avance tecnológico.
Estos dos rasgos constituyen una diferencia significativa con lo que suce-
día en el Japón, que hacia la misma época se incorporaba a una activa rela-
ción externa, pero de manera muy distinta. En efecto, su gobierno había
mantenido país prácticamente cerrado a los contactos con el extranjero,
hasta la década de 1850 cuando, inaugurada con la visita de una escuadra
de los Estados Unidos al mando del comodoro Perry, la apertura comercial a
Occidente fue impuesta por la superior tecnología militar de los países in-
dustriales. Ello puso en marcha un inmenso proceso de confrontaciones so-
ciales internas, signado por el enfrentamiento militar e ideológico de distin-
tas opciones acerca de cómo debía actuar el Japón ante su obligada
incorporación al orden mundial emergente. La reacción ante la incapacidad
para manejar la nueva situación del sistema tradicional de gobierno -el Sho-
gunato- llevó a su derrocamiento, en la llamada “restauración Meiji” de

77
Universidad Virtual de Quilmes

1868, a partir de la cual se afirmó cada vez más firmemente el proyecto a


largo plazo de las élites dirigentes japonesas, orientado a evitar la dependen-
cia de la nación mediante la adquisición del poder de la tecnología occiden-
tal y el mantenimiento de un estilo propio de vida.
En ese caso, como en el de Alemania, impulsada durante el siglo XIX por el
propósito de colmar la “brecha” de poder técnico-económico que la ubicaba
en desventaja respecto de Gran Bretaña, es notorio el vigor de un “naciona-
lismo tecnológico”. Si toda nación es una “comunidad imaginada”, cada ima-
ginario colectivo nacional puede incluir dimensiones muy distintas. La propia
unificación alemana transcurrió paralelamente con el despliegue de una vo-
cación nacional en ciencia y tecnología. Se podría afirmar que se construyó a
la vez la nación y su sistema de innovación.
Adelantándonos a nuestra historia, notemos la conexión de lo dicho con
la teoría de los Sistemas Nacionales de Innovación (FREEMAN, 1987; LUNDVALL,
1992; NELSON, 1993; EDQUIST, 1997) que, surgida durante la década de 1980,
ha llegado a tener notable influencia en la reflexión acerca del cambio técni-
co y la elaboración de políticas en ese campo. Freeman (1987) considera la
experiencia del Japón como gran ejemplo inspirador de esa teoría. En dicho
país la meta nacional, “alcanzar y superar a Occidente”, tenía que ser logra-
da en el campo en el cual la superioridad de Occidente había sometido al Ja-
pón a una apertura impuesta desde el exterior. Ese propósito orientó un gran
esfuerzo que signa la historia del Sistema Japonés de Innovación. En ella, tal
como la presentan Odagiri y Goto (1993), se percibe el vigor de un “tecnolo-
gismo nacionalista” que, partiendo de cierta capacidad técnica propia, busca
acceder por todas las vías posibles a la tecnología extranjera más avanzada,
en lo productivo y en lo bélico. Para ello se puso en juego un destacado pa-
pel del Estado con gran influencia del aspecto militar, una multiplicidad de ini-
ciativas empresariales, el fuerte estímulo a la ampliación de la base educati-
va y la prioridad asignada a la ingeniería. Todo ello convergía al objetivo de
llegar a saber manejar las mejores técnicas en los más diversos terrenos.
No sucedió cosa parecida en América Latina. Por supuesto, estamos ha-
blando de las tendencias dominantes y no del panorama entero. No faltan en
la historia del continente, durante el período al que nos estamos refiriendo,
ejemplos significativos de esfuerzos científicos y tecnológicos, vinculados
con la producción y, sobre todo, con la salud. Entre los más relevantes figu-
ran, ya en las primeras décadas del siglo XX, los desarrollos de la ciencia
aplicada en el Brasil. Pero, sin desmedro de tantos esfuerzos -a menudo ais-
lados y remando contra la corriente- es claro que en los imaginarios colecti-
vos de las naciones latinoamericanas la dimensión científica y tecnológica ha
estado más bien ausente.
Pese a todo lo que han cambiado el mundo y el continente durante los úl-
timos cien años, todavía se registra en el presente esa ausencia, que dificul-
ta considerablemente la construcción del futuro. Vale la pena pues detener-
se, aunque sea brevemente, en el análisis de este fenómeno mayor.
En América Latina, la actitud prevaleciente hacia la ciencia y la tecnolo-
gía era el fruto combinado de procesos de antigua data y de otros nuevos
que estaban alterando rápidamente el aspecto de amplias regiones del
continente. En la desatención a lo técnico confluían tanto las lecciones de
una historia en la cual la prosperidad debía poco al cambio tecnológico y
las pautas de una cultura oficial tradicionalmente ajena a la ciencia -des-
preciativa de lo productivo, de lo manual, del ingenio para hacer cosas-,

78
Problemas del Desarrollo en América Latina

con ciertas características fundamentales del nuevo orden económico.


Sin duda, nos encontramos aquí con el peso gravoso de una larga tradi-
ción. Los reinos ibéricos que impusieron el orden colonial en América Latina
no fueron ámbitos propicios para el Renacimiento ni, mucho menos, para la
Revolución Científica del siglo XVII; prevalecieron en ellos por largo tiempo tra-
zos feudales que nada favorecían el desarrollo interconectado de las activida-
des mercantiles y productivas; por largo tiempo, la cultura oficial permaneció
de espaldas al saber técnico.
Aquella cultura esencialmente medieval fue traída por sacerdotes y funcio-
narios peninsulares a América, donde arraigó profundamente, en las tempra-
nas universidades hispanoamericanas, en la agenda de los gobernantes y en
la forma de ver el mundo de las élites. Un aspecto central de esta última, el
desprecio por los trabajos técnicos y manuales, resultó acentuado cuando a
los clivajes de clase se sumaron los de raza: esas tareas eran propias no só-
lo de subalternos sino de indios y negros. Por otra parte, quienes cruzaron el
Atlántico esperando encontrar grandes riquezas, no era en la elevación del ni-
vel técnico de la producción en lo que pensaban, ni fue éste el factor que hi-
zo las nuevas fortunas.
Pero la historia no es el destino. En otras circunstancias de tiempo y de
lugar, grandes inflexiones ocurrieron, incluso en las actitudes prevalecien-
tes respecto del saber técnico. Ello ocurrió en medida muy escasa en las
nuevas naciones iberoamericanas, porque el peso del ayer era muy grande
y porque los factores que podían contrarrestarlo muy débiles. Ya destaca-
mos el sentido de nación por lo general endeble que evidenciaron sus éli-
tes. El nacionalismo no estuvo ausente de la historia continental, ni duran-
te el siglo que siguió a la Independencia ni después. Pero, en esa etapa, se
hizo presente ante todo entre los sectores perjudicados y aún derrotados
por la modernización “hacia afuera”, motorizada por el comercio exterior;
nos referimos a los productores de manufacturas desbordados por la im-
portación masiva de bienes de consumo más baratos y modernos, a los
productores primarios alejados de los circuitos de exportación o jaqueados
por la aparición de competidores más eficientes, a los núcleos dirigentes
de zonas que perdían importancia frente al ascenso de los grandes puertos
y de las regiones que abastecían las ventas al exterior, a los grupos socia-
les desfavorecidos que de una manera u otra dependían de los sectores
mencionados, a los intelectuales que se pretendieron sus voceros. En la
medida en que un cierto nacionalismo arraigó en esos conjuntos abigarra-
dos y heterogéneos, sus rasgos fueron de tipo reactivo, signados por la tra-
dición y orientados a afirmar su vigencia. Difícilmente hubieran podido cons-
truir proyectos a tono con los desafíos de la modernización, con la cual sus
contactos eran más bien indirectos; sus adversarios directos no eran, en la
mayor parte de los casos, los poderes políticos, empresariales o militares
externos sino las élites internas que se beneficiaban y ascendían con los
cambios en curso. Y éstas no debían su nueva riqueza, ni la que a menudo
traían del pasado, a la atención prestada a las dimensiones técnico-produc-
tivas. Los sectores triunfadores del período no tenían vocación nacional,
tradición cultural o interés material que los moviera a ensayar alternativas a
la modernización inducida por la inserción en las relaciones internacionales
de intercambio.
La reorientación general de las actividades económicas que supuso el
nuevo tipo de relación externa contribuyó a afianzar las tendencias anotadas.

79
Universidad Virtual de Quilmes

“Además de brindar nuevas e importantes oportunidades de crecimiento, esta


reorientación trajo consigo una dislocación del comercio que entrañó costes para
varios elementos de la economía de la región: la mengua de la producción arte-
sanal y la extinción virtual de los talleres manufactureros u obrajes, la decadencia
económica de algunas regiones, el deterioro de los sistemas de transporte interre-
gionales. Pero difícilmente podía preverse en aquel momento lo que a la larga
quizá fue una de las pérdidas institucionales más significativas. La integración de
la región en la economía mundial y la correspondiente facilidad de obtener prés-
tamos del extranjero contribuyeron a sofocar el potencial para la producción lo-
cal de tecnología que pudiera existir aun después de los intentos de moderniza-
ción que la corona española hiciera en los últimos decenios de la época colonial,
así como a obstaculizar el crecimiento de la experiencia manufacturera en el con-
tinente. Las transferencias de tecnología que tuvieron lugar aumentaron la pro-
ductividad en las Américas, y es indudable que con ello la producción total cre-
ció más rápidamente de lo que hubiera hecho sin ellas. A pesar de todo, es un
hecho que este tipo de prestación cultural cruzada no consiguió persuadir ni
ayudar a los países prestatarios a emprender el perfeccionamiento de su propia
tecnología. Debido a la relación coste-beneficio, a corto plazo era mucho más fá-
cil -y más racional- adquirir nuevos métodos de producción en Europa que crear
la clase de ambiente social que hubiera estimulado la generación local de tales
métodos” (BETHELL, 1991b, p. 3).

La “pérdida” resultante no fue consecuencia del recurso a la tecnología ex-


tranjera; los japoneses la procuraron por todos los medios: compra, imita-
ción, espionaje, robo. Pero si supieron espiar y robar técnicas fue porque
se preocuparon de aprender a crear más que de simplemente usar; los
buenos técnicos son buenos espías. Lo decisivo fue que, en ese caso, la
incorporación de tecnología del exterior tuvo lugar bajo formas que estimu-
laron la generación local. Más bien lo contrario aconteció en el caso lati-
noamericano. En lo inmediato, era más barato y rendidor comprar tecnolo-
gía avanzada afuera que esforzarse por generarla adentro; una
racionalidad que incluyera consideraciones de largo plazo sólo podía haber
surgido de políticas y proyectos que fueran más allá de las señales del
mercado.
La demanda hacia afuera de tecnología se vio acentuada por el papel del
capital extranjero en el período del “crecimiento hacia afuera”, mucho más
intenso que en otras zonas que hacia la misma época se insertaron activa-
mente en la economía mundial. Durante gran parte de ese período -hasta la
Primera Guerra Mundial-, las inversiones externas en América Latina fueron
masivas; las impulsaban tanto el auge capitalista en los países centrales
como la escasez de restricciones para los movimientos de capitales.

“Los cuatro o cinco decenios que precedieron a la primera guerra mundial, la era
del alto capitalismo, fueron una edad de oro para las inversiones extranjeras en
América Latina. […] las condiciones para la recepción de capital extranjero mejo-
raron mucho en los decenios anteriores y el movimiento de capital que cruzaba
las fronteras nacionales todavía se hallaba casi totalmente libre de restricciones
oficiales. Aprovechando las condiciones que a la sazón iban manifestándose en

80
Problemas del Desarrollo en América Latina

los mercados de productos, el capital extranjero penetró en América Latina en


cantidades que no tenían precedentes” (BETHELL, 1991b, p. 35).

Las grandes compañías frecuentemente trajeron consigo sus tecnologías,


para las minas, los frigoríficos, los transportes; así se construyeron en el
continente plataformas de exportación que a menudo utilizaban los procedi-
mientos más avanzadas, en un período de acelerado progreso técnico: “en
vísperas de la primera guerra mundial las plantas exportadoras de América
Latina, que eran intensivas en capital, presentaban la misma escala y la
misma estructura que los establecimientos extractivos y de preparación de
otras partes del mundo” (BETHELL, 1991b, p. 239; se ejemplifica con las mi-
nas de Chuquicamata y El Teniente, y los frigoríficos Armour y Swift en Bue-
nos Aires, comparables a los de las mismas empresas en Chicago). Así, “la
combinación del crecimiento de la demanda mundial de exportaciones lati-
noamericanas y el aceleramiento de los cambios tecnológicos tuvo conse-
cuencias profundas para varias industrias exportadoras. Técnicas extracti-
vas o de tratamiento más modernas transformaron la escala y la naturaleza
de la producción. El resultado era con frecuencia la pérdida del control na-
cional” (ibid.).
Ese “saber hacer” avanzado fue importado en bloque, lo que constituyó
una nota típica de la temprana incorporación de América Latina a la econo-
mía internacional hegemonizada por los países industriales. En este aspec-
to, como en otros, fueron grandes las alteraciones con el correr del tiempo,
las idas y venidas, las variaciones según los momentos, los países y los go-
biernos; pero aun así, a lo largo de todo el siglo XX, la canalización “hacia
afuera” del grueso de la demanda tecnológica siguió constituyendo una de
las claves de la evolución continental.

2.2.3. Una experiencia relacionada con el papel de la equidad

En la década de 1990, como lo analizaremos más adelante, se hizo muy


grande la preocupación por las relaciones entre el crecimiento económico y
la desigualdad. Por ello nos parece tan importante encarar el tema en una
perspectiva de largo plazo. En esta sección complementaremos lo dicho an-
tes a partir de otra comparación, que pone de manifiesto el papel potencial
de la equidad, particularmente en el impulso y la orientación del cambio téc-
nico.
Hacia fines del siglo XIX, la desigualdad y las relaciones de poder eran
muy diferentes en América Latina y en Escandinavia, otra región también in-
corporada a la economía internacional como “periferia” exportadora de bie-
nes primarios. Se trataba, empero, de una región cuya tradición no la ubica-
ba al margen de los avances de la ciencia, donde la educación se extendía
Lo dicho parece bastante bien
considerablemente, y en la cual ciertos sectores no privilegiados disponían establecido. Surge, por ejem-
de una significativa capacidad de organización autónoma. En los comparati- plo, de un trabajo de Lingarde
vamente pobres países nórdicos, un mayor grado de igualdad, en un marco y Tylecote (1998) que consti-
tuye una de las referencias
social y cultural propicio, contribuyó a orientar el excedente económico hacia básicas para lo que
la construcción de capacidades productivas propias. A esta cuestión central sigue.
nos referimos aquí.

81
Universidad Virtual de Quilmes

Conviene destacar, como punto de partida de la comparación, que Escan-


dinavia no era por entonces tanto más próspera, como hoy, en relación con
la población, que cualquier área de América Latina. Hacia 1870, Dinamarca,
el país más rico de aquella región, tenía una producción por habitante que
era alrededor de una vez y media la de la Argentina.
En la evolución posterior de Dinamarca, una cuestión clave fue la forma
en que la reinversión de las ganancias impulsó el progreso técnico. Ello se
debió en gran medida al vigor del cooperativismo campesino. En efecto, ese
movimiento permitió un avance importante de la mecanización, impulsada
por las propias familias campesinas, en la medida en que agrupadas podían
poseer maquinaria; si hubieran estado aisladas, ello no les hubiera sido po-
sible, en cuyo caso cada hogar rural habría tenido que seguir efectuando en
forma manual las labores agrícolas. En particular, se atribuye una importan-
cia decisiva al movimiento cooperativo en la configuración institucional de la
pujante industria procesadora de alimentos. El gran impulso para la funda-
ción de las cooperativas en la industria láctea surgió en la década de 1880,
cuando los granjeros individuales reconocieron la necesidad de la propiedad
conjunta para financiar la puesta en marcha de una nueva centrífuga dane-
sa. Poco después se establecieron cooperativas en la industria cárnica. Es-
tas asociaciones funcionaban de manera democrática. En realidad, el finan-
ciamiento mediante asociaciones de ahorro y crédito se había establecido
ya una generación antes, con el movimiento para liberar a las pequeñas pro-
piedades de las cargas remanentes del pasado feudal
Es importante subrayar el papel que la ciencia y la tecnología desempe-
ñaron en la modernización de Dinamarca. La figura de Oersted, físico y quí-
mico danés que trabajó en las primeras décadas del siglo XIX, desarrollando
el área del electromagnetismo, fue sin duda muy significativa para la ciencia
mundial; su impacto social en el nivel local, aunque menos conocido, fue re-
levante por su influencia en la investigación asociada con el desarrollo de la
industria, particularmente la elaboradora de cerveza. El fundador de la Cer-
vecería Carlsberg, que había sido alumno de Oersted, fue uno de los prime-
ros industriales en establecer un laboratorio bien equipado para la investiga-
ción química básica y una fundación para el financiamiento de la ciencia,
cuya importancia para la industria siempre destacó. En la industria de la
manteca Dinamarca era líder mundial en esa época: la tercera parte de la
manteca que se comercializaba en el mundo era danesa a fines del siglo XIX.
Este liderazgo tenía su base en una temprana ventaja tecnológica derivada
de una marcada orientación científica de la industria; a su vez, el éxito ex-
portador proveyó los recursos necesarios para las inversiones tanto indus-
triales como académicas que permitieron sostenerlo por mucho tiempo. En
conjunto, el comparativamente exitoso desarrollo danés parece deberle mu-
cho a la integración de la ciencia y la tecnología, y de ambas con la industria
(JAMISON, 1982, pp. 280-281).
Como ya se anotó, el movimiento cooperativo jugó un papel determinante
en el éxito de la industria danesa de producción de alimentos. Vale la pena
detenerse un poco en cómo se “casaron” la asociatividad productiva y la in-
tegración de la ciencia y la tecnología a la producción, más allá de las accio-
nes de racionalización en el uso de bienes de capital. Un primer elemento
tuvo que ver con la educación: las folk high schools que se desparramaron
por toda Dinamarca al impulso de un religioso nacionalista -Grundtvig (1783-
1873)- jugaron un papel determinante en la modernización democrática del

82
Problemas del Desarrollo en América Latina

espacio rural, proceso en parte responsable del surgimiento del movimiento


cooperativo. A su vez, consolidado este tipo de estructura productiva, varias
consecuencias se derivaron referidas a la innovación. Una fue una demanda
importante de difusión de prácticas productivas estandarizadas entre muchí-
simas unidades pequeñas que debían ofrecer sus productos con calidades
similares, para lo cual hubo que desarrollar procesos específicos. Otra con-
secuencia fue la acción política dirigida a evitar la privatización del conoci-
miento vía el sistema de patentes, en lo cual los campesinos daneses obtu-
vieron un éxito que ha sido reputado como único en el mundo.
Por cierto, la interacción entre la investigación y la producción fue un mo-
vimiento de ida y vuelta:

❘❚❚ “Tras un período de relativo eclipse, se reconstituye, hacia 1880, un clima


favorable a la ciencia bajo el efecto del desarrollo económico, que rompe los
cuadros sociales tradicionales. Este florecimiento se manifiesta primero en Di-
namarca y Noruega, y gana luego a Suecia. Mientras diversas asociaciones di-
funden la ciencia en los medios populares, las antiguas universidades prospe-
ran (Copenhagen, Upsala, Lund) no menos que las recientes (Oslo y Estocolmo,
creadas en 1811 y 1878); se crean nuevos institutos especializados con ayu-
da de fondos públicos o gracias a la liberalidad de fundaciones privadas (Carls-
berg en Dinamarca, Nobel en Estocolmo)” (TATON, 1973, p. 696). ❚❚❘

La evolución posterior -lenta, por cierto- de Dinamarca hacia una estructura


fuertemente industrial estuvo pautada por la interacción entre el éxito eco-
nómico del “complejo de innovación cooperativo agrario” y la especialización
hacia la producción de bienes de capital que dicho complejo estimuló. En
una primera etapa, la elevación del ingreso de los campesinos expandió el
mercado interno para los bienes de consumo, y también fomentó la fabrica-
ción nacional de bienes de capital para la agricultura. Se constituyó así un
sector manufacturero sofisticado que a partir de 1960 se fue orientando
crecientemente hacia la exportación. Los procesos de aprendizaje desplega-
dos en el terreno agroindustrial sirvieron incluso de cimiento para el desa-
rrollo contemporáneo de avanzadas tecnologías de preservación y repara-
ción ambiental (ANDERSEN y LUNDVALL, 1988, p. 11).
Le hemos dedicado cierta atención especial al caso de Dinamarca por-
que del mismo, como también de la evolución de Suecia, Noruega y, poste-
riormente, Finlandia, surgen elementos de peso para cuestionar una tesis
ampliamente difundida en relación con el desarrollo. Suele sostenerse, en
efecto, que el crecimiento económico necesita que, inicialmente, la desigual-
dad sea alta o se incremente; ello concentraría el excedente económico en
los sectores de mayores ingresos, que serían los únicos con capacidad de
ahorro, y de tal forma se haría posible destinar a la inversión una masa de
recursos suficientes para el “despegue” de la economía, es decir, para que
ésta ingrese en una etapa autosostenida de crecimiento y modernización.
La experiencia latinoamericana a la que nos hemos referido más arriba
muestra que la desigualdad inicial no es condición suficiente para el “despe-
gue”, pues no asegura una alta tasa de inversión reproductiva. La experiencia
escandinava, por su parte, sugiere que la alta desigualdad de partida tampoco
es condición necesaria, pues una distribución relativamente igualitaria puede

83
Universidad Virtual de Quilmes

constituirse en un estímulo para el avance técnico y productivo.


Por cierto, no estamos sosteniendo la tesis contraria a la cuestionada:
no decimos que una menor desigualdad asegure el crecimiento económico.
Notamos tan sólo que la historia confirma algo que la razón de por sí sugie-
re; a saber, que debe tenerse en cuenta además de la distribución del ingre-
so, y del poder económico, los rasgos sociales y culturales tanto de las éli-
tes como de los “productores directos”, y en particular los niveles
educativos y las capacidades asociativas de estos últimos.
La incorporación periférica en la economía mundial, tal como tuvo lugar
en el contexto sociocultural latinoamericano, afianzó la desigualdad, mien-
tras que sus efectos fueron muy diferentes en el contexto escandinavo, don-
de la equidad mostró su potencial para impulsar la innovación.

2.3. Orígenes del proceso industrializador

El crecimiento hacia afuera tuvo ritmos y alcances distintos en las distintas


regiones del continente. Sin desmedro de esa diversidad, cabe afirmar que,
en líneas generales, afianzó el “orden oligárquico” que todavía regía en Amé-
rica Latina a comienzos del siglo XX. Pero ese proceso de crecimiento tam-
bién generó tendencias que contribuirían a poner en cuestión las relaciones
sociales prevalecientes. El aumento de la riqueza abrió posibilidades nuevas
a las manufacturas locales, y atrajo también a nuevos contingentes inmigra-
torios, que a su vez aportaron sustantivamente a dos grandes procesos des-
tinados a horadar aquel orden, la industrialización y la democratización.
Durante las últimas décadas del siglo XIX, en algunos países de América
Latina surgió no sólo el entramado productivo incipiente de la industrializa-
ción, sino la base ideológica del proceso, y además ciertas redes sociopolí-
ticas que habrían de promoverlo. En todo ello se destacaron las ligas indus-
trialistas, donde también jugaron un rol preponderante los inmigrantes; ya
por entonces fueron adoptadas medidas gubernamentales y regulaciones le-
gislativas de apoyo a la industria nacional. Ciertas corrientes políticas que
en el siglo siguiente habrían de desempeñar un papel estelar, como el bat-
llismo uruguayo, se nutrieron de esos aportes e integraron la ideología in-
dustrialista en el programa democratizador.
La construcción industrial fue parte del haz de tendencias antioligárqui-
cas que conmovieron a América Latina en las décadas iniciales del siglo XX.
Entre las más destacadas figuran la Revolución Mexicana, el Movimiento de
la Reforma Universitaria, el crecimiento de los movimientos obreros, las pri-
meras instauraciones de regímenes políticos democráticos, los avances de
la legislación social y las construcciones pioneras del Estado de bienestar.
Su entramado conflictivo alimentaría, después de 1930, la emergencia de
un tipo de crecimiento con mayor incidencia de factores endógenos.

2.3.1. Inmigración e innovación industrial

Nos interesa aquí detenernos brevemente en los fundamentos de la inci-


piente industrialización. Ésta se hizo notar especialmente allí donde el creci-
miento hacia afuera incrementó la capacidad de consumo, no sólo de los
sectores altos sino también de las clases medias, lo cual ocurrió tanto por

84
Problemas del Desarrollo en América Latina

la cuantía de las exportaciones como por la proporción del excedente gene-


rado que era apropiado internamente, en lugar de ser remitido a inversores
externos. Diversos factores -tamaño del mercado interno, nivel de vida, polí-
ticas gubernamentales proteccionistas, presencia de personas que suelen
ser inmigrantes con pericia y vocación para la manufactura, etc.- fueron ge-
nerando lo que se ha denominado como una “industrialización temprana”,
anterior a la década de 1930 y a partir de la cual tendrá lugar después el
auge de la producción manufacturera.
Parece posible afirmar que la inmigración fue un gran protagonista de la
industrialización temprana. Ello es particularmente notorio en el caso argen-
tino, pero no se reduce sólo a él.
Entre 1871 y 1915, dejando de lado inmigrantes estacionales y los que
no se quedaron en el país, casi 2,5 millones de personas emigraron a la Ar-
gentina (inmigración neta).

“No sería exagerado decir que la mayor parte de la mano de obra y de las habi-
lidades con que se construyó la moderna economía argentina las proporcionó es-
te gran movimiento de personas. Fue también la razón por la cual la calidad de
la fuerza laboral de que disponía la economía argentina al estallar la primera gue-
rra mundial era muy superior -más culta, más especializada, más sana- a la de
cualquier otro país latinoamericano” (BETHELL, 1991b, p. 31).

En la Argentina, en

❘❚❚ “[…] 1914, dos tercios de los propietarios de establecimientos industriales


habían nacido en el extranjero. Los inmigrantes preponderaban en casi todas
las ramas de la fabricación, con la importante excepción de la industria textil.
El contraste con los hacendados era muy grande: casi tres cuartas partes de
propietarios o administradores de hacienda eran naturales del país. En 1935
la industria seguía siendo coto cerrado de extranjeros, con más del 60% de
empresarios industriales nacidos fuera de Argentina. La cifra había sido de
más del 80% en 1895. Los nativos mantenían una presencia fuerte sólo en
las actividades artesanales, los procesos vinculados a la agricultura y en los
establecimientos situados fuera de la capital federal. La preponderancia de
los inmigrantes data de los comienzos del período nacional. Como país de in-
migración en masa, Argentina sólo era excepcional en el grado en que prepon-
deraban los inmigrantes. El material cualitativo hace hincapié en el papel de
los inmigrantes en la expansión industrial de Chile y los datos accesibles sos-
tienen conclusiones parecidas en el caso de Perú. Los inmigrantes también
fundaron la mayoría de las industrias modernas de Uruguay y, en 1908, ya po-
seían más del 60% de los establecimientos manufactureros de Montevideo.
[…] Las pruebas impresionistas y los datos cuantitativos advierten que no hay
que caer en la fácil trampa de hacer esta generalización extensiva a Brasil,
donde, si bien los empresarion inmigrantes proyectaban una imagen dinámica
en la fabricación, no debe subvalorarse la iniciativa nacional” (BETHELL, 1991b,
pp. 269-270). ❚❚❘

85
Universidad Virtual de Quilmes

La innovación en general, el surgimiento de lo nuevo, suele tener un carácter


interactivo. Su contexto es, a menudo, el de un “encuentro” entre actores di-
ferentes, algunos de los cuales, en particular, se ven inducidos a cambiar
sus comportamientos habituales, en el marco de nuevas situaciones que
dan lugar a mecanismos tipo “desafío -y- respuesta”. Seguramente, ello tu-
vo lugar cuando llegaron a América, en la marejada de la inmigración, nume-
rosas personas que, proviniendo de los suburbios de la industrialización que
estaba transformando Europa y habiendo tomado la decisión de empezar
una nueva vida, sabían hacer ciertas cosas en los ramos manufactureros, o
al menos sabían que esas cosas se podían hacer, y se encontraban con es-
pacio económico para los establecimientos de escala reducida que algunos,
a menudo con inmenso esfuerzo, podían establecer. Si la innovación produc-
tiva consiste en la introducción de algo nuevo en un cierto ámbito, aunque
sea ya conocido en el mundo -criterio incluso menos restrictivo que el que
se adopta en un estudio comparativo ampliamente difundido (NELSON -ed.-,
1993)-, es razonable suponer que los inmigrantes tuvieron un papel desco-
llante en la innovación que constituyó la etapa originadora de la industriali-
zación latinoamericana.

“Aunque los datos que tenemos son muy fragmentarios, parece justificado decir
que los empresarios inmigrantes contribuyeron de forma desproporcionada a la
creación de los cientos de pequeñas fábricas que surgieron en Argentina, Brasil,
México, Chile, Perú y otras partes, aunque es posible que en Colombia los nati-
vos contaran un poco menos con los empresarios y técnicos extranjeros” (BET-
HELL, 1991b, p. 41).

Respecto de esta cita, cabe preguntarse si, en realidad, corresponde hablar


de “empresarios inmigrantes” o de inmigrantes que, en el encuentro con el
mundo al que habían emigrado, se hicieron empresarios.
En cualquier caso, la inmigración masiva y la innovación industrial apare-
cieron juntas en el escenario latinoamericano. En el caso del Uruguay, este
tema ha sido minuciosamente estudiado en obras (BERETTA, 1996; BERETTA y
GARCÍA, 1998) donde se afirma y prueba que la industrialización fue obra de
la inmigración, en el contexto de una rica dinámica de actores sociales. El
análisis que se ofrece de la formación previa de algunos inmigrantes, de su
gusto por la técnica, de su capacidad para la experimentación y aun la inven-
ción, de su trayectoria laboral y empresarial, demuestra algo más: a saber,
que la innovación técnico-productiva fue en gran medida una contribución de
la inmigración.

2.3.2. Agotamiento del “orden neocolonial”

Después de 1900, el “crecimiento hacia afuera” empezará pronto a en-


contrar sus propios límites en grandes áreas del continente, aunque por
cierto no en todas; “al revés de lo que había ocurrido durante casi todo el
siglo XIX, los términos de intercambio se mueven en el siglo XX en sentido
predominantemente desfavorable a los productos primarios” (HALPERIN,
1993, p. 324). La gran demanda desde el “centro” favoreció inicialmente

86
Problemas del Desarrollo en América Latina

a los países de la periferia que primero la atendieron, entre los cuales se


destacaron los de América Latina, que en conjunto llegaron a representar
una parte importante del comercio mundial, y en particular una fuente ma-
yor de aprovisionamiento de productos primarios para las naciones más
avanzadas. La situación fue cambiando a medida que nuevas áreas produc-
toras de materias primas se insertaban en la división internacional del tra-
bajo y se afianzaba la primacía productiva, comercial, financiera y militar de
los países centrales.
Pronto se haría notar

❘❚❚ “[…] la evolución de la tecnología como factor responsable de la tendencia


depresiva de los precios de las materias primas en los mercados internaciona-
les. El nitrato sintético sustituiría progresivamente al salitre chileno, a partir
de la Primera Gran Guerra. Lo mismo sucedería a continuación con las fibras
y el caucho sintético. La mayor eficiencia en la utilización industrial de los pro-
ductos minerales actuaría en el mismo sentido” (FURTADO, 1973, p. 56). ❚❚❘

El cambio tecnológico, escenificado en los países del “centro”, tendía a for-


talecer la posición de éstos en la división internacional del trabajo, mientras
que incidía comparativamente mucho menos en la transformación de las
técnicas productivas tradicionalmente utilizadas en la periferia.
Después de la Primera Guerra Mundial, la gravitación de Gran Bretaña en
la economía latinoamericana empieza a dejar lugar a la de Estados Unidos,
lo cual afectó la inserción externa de varios países del área.

“El lento crecimiento de la economía británica en la década de 1920 fue un gol-


pe para aquellos países latinoamericanos que tradicionalmente habían considera-
do a Gran Bretaña un mercado para sus exportaciones y el ascenso de Estados
Unidos como el poder económico dominante fue un escaso alivio para las repú-
blicas que vendían bienes que competían con los de los agricultores norteameri-
canos” (BETHELL, 1997, p. 7).

En general,

❘❚❚ “[…] a medida que Latinoamérica se incorporaba como área dependiente al


sistema económico que se estaba haciendo mundial, se hacía más vulnerable
a las crisis generales de ese sistema. En 1929 comenzó la más devastadora
de todas esas crisis; de ella y sus consecuencias el lazo neocolonial no iba a
recuperarse nunca; agotado en sus posibilidades, no por eso ha sido reempla-
zado por un nuevo modo de inserción de Latinoamérica en el mundo” (HALPERIN
DONGHI, 1993, p. 368). ❚❚❘

Por otra parte, como ya se destacó, bastante antes de la Gran Depresión ha-
bía comenzado a atenuarse la demanda externa de bienes primarios desde

87
Universidad Virtual de Quilmes

los países centrales, por diversos motivos entre los cuales figuraban tanto la
aparición de sustitutos sintéticos como la protección a la agricultura europea.
Por efecto conjugado de esas tendencias de largo plazo y de la crisis, son
los fundamentos mismos del “crecimiento hacia afuera” los que se encuen-
tran en cuestión; la especialización en la producción de bienes primarios re-
sulta cada vez menos conveniente, dada la menor demanda de los mismos
y sus precios decrecientes en relación con los de los bienes manufactura-
dos; el sector externo tiende a dejar de ser el motor de la economía. La ex-
portación de bienes agrícolas, ganaderos y mineros va tornándose insufi-
ciente para posibilitar la compra en el exterior de bienes industriales,
impulsando por consiguiente la producción interna de una parte creciente de
tales bienes
La producción destinada a la exportación resulta menos rendidora, por lo
cual no ofrece un campo tan provechoso como antes a la inversión, ni gene-
ra muchos empleos, ni permite que la demanda interna siga siendo atendi-
da mediante el crecimiento de las importaciones. Inversamente, atender a
la demanda local mediante la producción local pasa a ser bastante más re-
dituable que en un pasado reciente. Así, en aquellos países latinoamerica-
nos en los que ya antes de 1930 se había asistido a un cierto crecimiento
de la industria productora de bienes de consumo, ésta encontrará en la cri-
sis una ocasión para la expansión. En efecto, por los motivos anotados, par-
te de una demanda antes abastecida mediante importaciones pasa a serlo
mediante productos de la industria nacional, que por lo tanto acelera su cre-
cimiento. Empieza a tomar cuerpo de esta forma el proceso denominado de
Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI).

2.4. La transición a un nuevo tipo de crecimiento

Puede decirse pues que la crisis del “centro”, desatada en 1929, constituye
un punto de inflexión en la evolución económica latinoamericana que, en lí-
neas muy generales, pasa de la etapa del “crecimiento hacia afuera”, duran-
te la cual el dinamismo proviene ante todo de la exportación de bienes pri-
marios, a una etapa de “crecimiento hacia adentro”, en cuyo curso los
incrementos de la producción y del empleo dependerán bastante más de la
industria que produce para el mercado interno. En un balance, se indica que

❘❚❚ “[…] los cambios en los años treinta pueden ser vistos como los que esta-
blecieron los fundamentos para una transición hacia el modelo puro de susti-
tución de importaciones, que alcanzó su fase más intensa en las décadas de
1950 y 1960. Con seguridad, esto es exacto con respecto a Brasil, Chile y Mé-
xico, que se habían sumado a Argentina a finales de los años treinta como los
únicos países que habían impulsado la industrialización y el cambio estructu-
ral hasta conseguir que la demanda interna no fuera ya determinada por el
sector exportador” (BETHELL, 1997, p. 42). ❚❚❘

No fue por cierto la crisis, que golpeó con fuerza al continente a comienzos
de la década de 1930, la “creadora” de esa modalidad industrializadora es-
pecífica que constituyó la ISI, sino la gran ocasión para que la misma cobrara

88
Problemas del Desarrollo en América Latina

fuerza. La crisis agrietó los pilares esenciales del dinamismo económico pre-
vio, imponiendo la búsqueda urgente de alternativas, lo que pudo hacerse en
la medida en que las bases de éstas ya existían.

“A fines de la década de 1930, el sector industrial se había desarrollado en algu-


nas de las repúblicas más grandes (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y
Perú), y también en las suficientemente prósperas como para haber formado un
vigoroso mercado interno (Uruguay). Incluso antes de la primera guerra mundial,
el crecimiento basado en la exportación había generado en la mayoría de estas
siete repúblicas un mercado interior lo bastante amplio como para justificar la
presencia de establecimientos manufactureros modernos. Estas fábricas produ-
cían principalmente bienes de consumo perecedero (por ejemplo, textiles, ali-
mentos elaborados y bebidas) que podían competir con las importaciones gracias
a aranceles que contenían ya un elemento proteccionista. La primera guerra
mundial dio mayor impulso a las manufacturas en unos cuantos países (clara-
mente en Brasil), mientras que las importaciones escaseaban, pero el estímulo
principal para la industria provino del crecimiento del consumo interior, el cual
estaba todavía estrechamente ligado -incluso en los años veinte- a la suerte del
sector exportador. En ningún país el sector manufacturero tenía un tamaño sufi-
ciente para operar como el motor del crecimiento, aunque estaba empezando a
adquirir cierto dinamismo autónomo en Argentina y Chile -las dos naciones don-
de la industrialización había progresado más hasta los años veinte-” (BETHELL,
1997, p. 10).

Ahora bien, la exportación de bienes primarios nunca dejó de ser fundamen-


tal para las economías latinoamericanas, en particular para el financiamien-
to de la industrialización interna. Así pues, el tránsito del “crecimiento hacia
afuera” a un período de otro tipo no implicó que las dinámicas principales
de la etapa precedente dejaran de tener importancia; como suele suceder
en la historia, tampoco ocurrió de la noche a la mañana.
Sin embargo, no debe minimizarse el impacto que significó la caída, a
menudo con caracteres de derrumbe, de las exportaciones a los principales
mercados metropolitanos; la disminución fue notable en volumen y mucho
más en precio. La consiguiente baja de ingresos afectó la capacidad impor-
tadora que, en relación con la población, disminuyó alrededor de un 37% de
1930 a 1934 en nuestro continente, cuya economía en general se vio grave-
mente afectada. “En América Latina la crisis alcanzó dimensiones catastró-
ficas, debido a que, de entre las regiones subdesarrolladas, era una de las
que más se habían integrado en el sistema de división internacional del tra-
bajo” (FURTADO, 1973, p. 59). Los ingresos provenientes de las exportacio-
nes bajaron en 1932 a poco más de la tercera parte de lo que habían sido
en 1929, tanto en América Latina como en la Argentina, por entonces la
principal economía de la región. Los precios de los productos importados
también disminuyeron, pero menos y más lentamente. Se ha calculado que,
como efecto combinado de la disminución de los precios y de la cantidad de
las ventas al exterior, el poder de compra en el exterior generado por las ex-
portaciones latinoamericanas en su conjunto había descendido en 1932 a
menos de la mitad de lo que representaba en 1928. Las importaciones se
contrajeron, los ingresos de los gobiernos disminuyeron junto con el comercio

89
Universidad Virtual de Quilmes

exterior, los intereses de los préstamos crecieron y el peso de las deudas se


hizo bruscamente más gravoso.
La Gran Depresión del “centro”, desencadenada a fines de 1929, golpea-
ba con particular dureza a las zonas de periferia con las cuales más estre-
chos eran los vínculos. Al desnudo quedaba la extrema vulnerabilidad exter-
na del tipo de inserción en el mundo que había dominado hasta entonces la
evolución de la economía latinoamericana. Comenzó a partir de entonces a
gestarse, trabajosamente, un período de crecimiento “hacia adentro” que,
grosso modo, se extiende desde la década de 1930 hasta la década de otra
gran crisis, la de 1980.
El descenso de la capacidad para importar favoreció a la producción na-
cional. Ello impulsó sobre todo a la manufactura, en primer lugar donde ya
antes se había construido una estructura industrial de alguna significación,
como era el caso de la Argentina en primer lugar, y sucedía también en el
Brasil, México, Chile, Colombia, el Perú y el Uruguay. En esos países, la eco-
nomía tenderá así a diversificarse, y también a cerrarse, en la medida en
que las relaciones comerciales con el exterior serán menos fluidas que en el
período anterior, mientras que el comercio externo representará una propor-
ción menor de la producción.
El mismo factor promovió también, en varios casos, la sustitución de im-
portaciones agrícolas. En efecto, el modelo de crecimiento “hacia afuera” in-
centivó la especialización exportadora, concentrando los esfuerzos en pocos
productos, o incluso en uno solo; ello trajo aparejado, particularmente en
América Central y en el Caribe, que algunos cultivos de exportación despla-
zaran a los destinados al mercado interno, al punto de reemplazar la produc-
ción local con la importación de alimentos. La tendencia se revirtió con la
crisis, que impulsó la agricultura destinada a sustituir ese tipo de importa-
ciones.
En los años que siguieron a 1929, como ya se subrayó, no sólo cayeron
las exportaciones sino también sus precios relativos a los de los productos
importados. Se hizo cada vez más urgente la adopción de medidas para pa-
liar los efectos de la crisis, que incluían la pérdida de reservas en monedas
fuertes, el peso creciente de las deudas y la restricción del financiamiento
proveniente de los países centrales. Los gobiernos latinoamericanos empe-
zaron a desplegar políticas económicas activas que, de una manera u otra,
apuntaban a reducir los impactos negativos que estaban teniendo los movi-
mientos de las finanzas internacionales sobre la región y, más en general, la
vulnerabilidad externa de ésta. Se apuntó a intervenir más directamente en
la relación económica con el exterior, por ejemplo mediante controles de
cambios y cuotificación de importaciones; se enfrentó el desempleo median-
te inversiones en obras públicas que no requirieran mayores compras exter-
nas, en particular mediante un amplio desarrollo de la red de caminos; se
introdujeron o ampliaron, según los casos, medidas de protección a la pro-
ducción nacional. En suma: “El cambio más importante en la década de
1930 consistió en sustituir las políticas económicas autorreguladoras por el
uso de instrumentos de política que tenían que ser activados por las autori-
dades” (BETHELL, 1997, p. 42).
La industria sustitutiva de importaciones será promovida en América Lati-
na, como respuesta a la crisis, por gobiernos de variado signo ideológico, que
necesitan compensar la caída de las exportaciones y del empleo en el sector
exportador mediante la contención de las importaciones y la generación de

90
Problemas del Desarrollo en América Latina

otras fuentes de ocupación, a falta de lo cual la problemática financiera y


social podía tornarse explosiva. Por ello se incrementan los aranceles a las
importaciones y se adoptan varias otras medidas de protección a la indus-
tria nacional, las que suponen costos que sólo la recuperación de las expor-
taciones permitirá financiar duraderamente.
El Estado empezaba a convertirse en un protagonista central del aconte-
cer económico. Y aparentemente no lo hacía mal:

❘❚❚ “Los cambios en la política económica de los años treinta fueron general-
mente racionales: una retirada absoluta del sector exportador y la construcción
de una economía semicerrada habría implicado un incremento masivo en la
ineficiencia; un compromiso esclavizante al modelo de crecimiento basado en
la exportación habría limitado la región a una asignación de recursos que ya no
era compatible con una ventaja comparativa dinámica a largo plazo. Los histo-
riadores económicos, que tratan de detectar el período del siglo XX en que la
política y el comportamiento económico de América Latina se descarriaron se-
riamente, deben mirar más allá de los años treinta” (BETHELL, 1997, p. 46). ❚❚❘

La última parte de la cita apunta a una cuestión fundamental, sobre la que


volveremos. Notemos con todo desde ya que, si existió algo parecido a un
“descarrilamiento” en una etapa posterior, su explicación debería segura-
mente combinar elementos propios de la etapa con tendencias de más lar-
go plazo. Ése es uno de los motivos por los cuales hemos destacado, en es-
te capítulo, “ciertas tendencias profundas de la evolución latinoamericana”.
Después de 1932, los términos de intercambio tendieron a mejorar, así
que se fue ampliando la capacidad de importar generada por las exportacio-
nes de bienes primarios. Éstas volvían a tener un papel primordial, pero ya
por entonces la industria latinoamericana crecía más que la economía en su
conjunto.
Al terminar la década de 1930, casi todos los países latinoamericanos
habían recuperado los niveles de producción por habitante anteriores al de-
sencadenamiento de la Gran Depresión.
La recuperación, sin embargo, no retrotraía la situación a diez años an-
tes. La confianza en el modelo tradicional de crecimiento había sido horada-
da por la crisis, la capacidad de la estructura industrial había alcanzado un
reconocimiento superior y los estados disponían ya de un aparato de inter-
vención en la economía bastante más sofisticado que el de poco tiempo
atrás. Había comenzado, además, a construirse una red de empresas públi-
cas que llegaría a ser muy importante en sectores básicos de la estructura
productiva -como la extracción o refinación de petróleo, la generación de
energía eléctrica, la siderurgia o los transportes-, y en el sector de la banca.
Cosa no menos importante, el crecimiento de la industria fortalecía a va-
rios grupos sociales interesados en que los gobiernos ampliasen su apoyo
al sector, los empresarios industriales en primer lugar, pero también los tra-
bajadores y otros sectores urbanos que se beneficiaban, directa o indirecta-
mente, con la expansión de los ingresos generados por la actividad manu-
facturera..
La Segunda Guerra Mundial supuso un nuevo golpe para las modalida-
des antes prevalecientes de la inserción de América Latina en la economía

91
Universidad Virtual de Quilmes

mundial. La Guerra mostró una vez más la vulnerabilidad del modelo de cre-
cimiento hacia afuera, en general por la dependencia muy grande del acon-
tecer externo y, particularmente, en este caso por las trabas que padecieron
las importaciones tradicionales desde los países centrales, pues el aconte-
cer bélico generó tanto restricciones de la oferta como grandes perjuicios en
el transporte.
Además, durante la guerra, los Estados Unidos apoyaron decididamente
la industrialización de algunos de los países que, mediante un suministro
asegurado de materias primas en particular, respaldaron su esfuerzo bélico.
Ejemplos destacados de ello los ofrecen la colaboración en general con el
desarrollo industrial de México y el apoyo brindado a la construcción de la
planta siderúrgica de Volta Redonda en el Brasil (Bethell, 1997, pp. 50-52).
Más en general, la competencia con la producción local de las importa-
ciones se hará menor tanto por la disminución de la oferta de los países en
guerra como por las dificultades y los costos adicionales que el conflicto su-
pone para el transporte de mercancías. Las trabas para importar repuestos
y maquinaria no favorecieron el mejoramiento tecnológico de la industria la-
tinoamericana, pero la impulsaron a ampliar su espectro, sustituyendo me-
diante producción local no sólo la importación de artículos de consumo si-
no, en alguna medida, también la de equipos. Por otra parte, la demanda
metropolitana de productos primarios, en conjunto, aumentó también debido
a la guerra, con lo cual la recuperación de las exportaciones latinoamerica-
nas alimentó el poder de compra local y financió las políticas de apoyo a la
industria.
La combinación de los factores indicados impulsará durante la década de
1940, un avance de la industrialización en el continente considerablemente
más rápido que el de la década precedente.
Ahora bien, las condiciones en que ese avance tiene lugar acentúan su
debilidad tecnológica, lo que más adelante acarreará graves consecuencias.
En efecto, la industrialización por sustitución de importaciones se desarrolla
a partir de la estructura creada en una fase anterior, durante la cual la acti-
vidad manufacturera se reducía

❘❚❚ “[…] al procesamiento de materias primas locales con equipos importados


o a la terminación de bienes de consumo importados semielaborados, siem-
pre sobre la base de equipos adquiridos en el exterior. La limitación de la ac-
tividad industrial a manufacturas de procesamiento de bienes de consumo, li-
mitaba sobremanera los requerimientos de asimilación de la tecnología
moderna. La asistencia mecánica a las industrias existentes se limitaba a la
sustitución de piezas, lo que podía ser hecho por agentes ligados a las casas
importadoras. Esa aparente ventaja de un primer momento, repercutiría de for-
ma extremadamente negativa en la fase siguiente, pues la instalación de in-
dustrias se hacía sin que se crease una auténtica mentalidad industrial, la
cual presupone no tan sólo la formación de administradores sino también de
cuadros con un conocimiento cabal de los procesos tecnológicos” (FURTADO,
1973, p. 109). ❚❚❘

El atraso relativo, en términos de técnicas y máquinas, no será corregido si-


no que más bien se agravará durante la fase de auge de la década de 1940.

92
Problemas del Desarrollo en América Latina

Durante la guerra resulta muy difícil importar equipos avanzados de los paí-
ses metropolitanos, mientras que la restricción general de importaciones
permite a la industria latinoamericana crecer pese a los altos costos que su
primitivismo tecnológico genera en varias de sus ramas.
Otra consecuencia del proceso bélico fue que disminuyó la importancia
de Gran Bretaña y de Europa en su conjunto en las relaciones externas de la
región, al tiempo que se consagró la primacía de los Estados Unidos. Al lle-
gar la paz,

❘❚❚ “[…] era evidentemente el escenario principal de la economía mundial. Su


capacidad productiva se había incrementado el 50% durante la guerra y en
1945 producía más de la mitad del total mundial de los bienes manufactura-
dos. Aún más significativo, Estados Unidos poseía la mitad de la capacidad de
transporte mundial (comparada con sólo el 14% en 1939) y suministraba un
tercio de las exportaciones mundiales, mientras que consumía solamente una
décima parte de las importaciones mundiales” (BETHELL, 1997, p. 57). ❚❚❘

En esas condiciones, no era fácil consolidar una relación externa con la pri-
mera potencia industrial, pero también gran productor agrario, que permitie-
ra un crecimiento basado en las exportaciones de bienes primarios, salvo
en el caso de algunos productos muy específicos, de gran demanda en los
Estados Unidos, como el petróleo. En consecuencia, Venezuela pudo esta-
blecer con la nueva potencia hegemónica una vinculación típica del “creci-
miento hacia afuera”, pero ello resultaba mucho más dificultoso para los
países exportadores de productos agrícolas, sobre todo los de clima templa-
do.
En suma, el “crecimiento hacia adentro” resultará estimulado todavía
más por la Segunda Guerra Mundial que por la crisis del ‘29.
Como se anotó, la guerra amplió considerablemente la demanda de mu-
chos productos primarios y dificultó el que los propios beligerantes pudieran
atenderla; por consiguiente, en varios casos incrementó sustantivamente
los ingresos provenientes de las exportaciones primarias. Como las importa-
ciones no habían podido crecer en medida similar, cuando las hostilidades
cesaron, en varios países existían fuertes reservas acumuladas de divisas.
Y no eran nada débiles los motivos, los sectores sociales y los instrumentos
políticos que apuntaban a utilizar ese excedente en la promoción decidida
de la industrialización. Ésta constituyó el eje del nuevo modelo de crecimien-
to, orientado “hacia adentro”, que se afianzó entre finales de la década de
1940 y mediados de la de 1950.

93
3
La evolución del crecimiento hacia adentro

Objetivos
• Esbozar una perspectiva histórica de un período fundamental para el aná-
lisis de la temática del desarrollo en el continente.
• Presentar ciertos problemas recurrentes de la industrialización latinoa-
mericana e indicar las principales estrategias con las que se intentó su-
perarlos.
• Ofrecer elementos de juicio que constituyan una base para la posterior
discusión sobre las interacciones entre las ideas, las políticas y las reali-
dades del desarrollo latinoamericano.

3.1. La consolidación de la ISI

En este apartado nos ocupamos del afianzamiento de un nuevo tipo de cre-


cimiento, durante la que puede ser considerada como una primera fase de
la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI).

3.1.1. Del consenso industrializador a la contraposición


de modelos

Durante la etapa que termina con la gran depresión, como ya señalamos, se


asiste a una industrialización apenas embrionaria en algunos países de la
región, en el marco de la rápida inserción de América Latina en el orden eco-
nómico internacional fraguado por la “Segunda Revolución Industrial”. Este
proceso tuvo “ganadores” y “perdedores”, pero, en conjunto, las ventajas
obtenidas por los diversos grupos con mayor peso económico y político ge-
neró un consenso bastante amplio entre los sectores dirigentes en torno de
las grandes opciones vinculadas con el “crecimiento hacia adentro”.
Un consenso distinto pero no menos significativo, y socialmente bastan-
te más amplio, tomó cuerpo durante lo que puede considerarse la etapa ini-
cial del “crecimiento hacia adentro”, entre 1930 y el fin de la Segunda Gue-
rra Mundial. Desde muy variadas perspectivas y con muy diversas
expectativas, se coincidió en la promoción de la industria para sustituir im-
portaciones. Las dificultades para abastecerse como antes en el exterior,
causadas primero por la caída de las exportaciones durante la década de
1930 y luego por la Guerra Mundial, impulsaron en esa dirección tanto a los
que la percibían como un rumbo nuevo y más prometedor como a muchos
que la consideraban un remedio transitorio pero inevitable.
Ahora bien, según ya se apuntó, el propio avance de la industrialización le
fue generando apoyos entre sectores que no dejaron de enfrentarse entre
sí, pero cuyos intereses están ligados a la profundización del proceso. Entre

95
Universidad Virtual de Quilmes

ellos se destacan, por supuesto, los propios empresarios industriales, y


también el proletariado industrial, que de clase muy minoritaria antes de la
década de 1930 pasa a constituir un sector con peso significativo en varios
de los países del continente a mediados de la de 1940. El respaldo al pro-
yecto industrializador se extiende incluso más allá de los sectores mencio-
nados, y abarca a buena parte de los estratos populares y medios urbanos,
favorecidos por la ampliación de las actividades económicas y de las funcio-
nes del Estado que tiene lugar junto con la sustitución de importaciones.
Son pues bastante minoritarios los grupos que, en este período, se oponen
frontalmente a las políticas en pro del “crecimiento hacia adentro”, que in-
cluyen una importante y costosa protección a la industria así como un
“avance dramático del estado en el gobierno de la economía” (HALPERIN
DONGHI, 1993: p. 446).
Ese consenso de llamativa amplitud en torno del proyecto industrializador
tendió a resquebrajarse en los años posteriores a 1945. Las disyuntivas
planteadas y las propuestas enfrentadas arrojan luz tanto sobre el panora-
ma de la época como sobre ciertos problemas profundos del desarrollo lati-
noamericano.
Cuando concluyó la guerra, el continente mostraba grandes cambios con
respecto a 1929, pero los cimientos de las nuevas construcciones eran en-
debles:

❘❚❚ “[…] naciones grandes y medias, y aun algunas de las menores de Latinoa-
mérica llegaban a la hora de la paz con un sector industrial a la vez vertigino-
samente expandido y muy frágil, ya que esa expansión se había dado bajo la
protección del aislamiento de guerra, que le permitió prosperar con un nivel
tecnológico muy bajo. Ahora se daba una oportunidad de corregir esas fallas y
seguir avanzando sobre bases más sólidas; para ello se contaba con los sal-
dos acumulados gracias al superávit comercial de tiempos de guerra, y, según
se esperaba, con la prosperidad futura del sector exportador, asegurada por la
acrecida demanda de una Europa en reconstrucción. Esta solución requería
que los fondos creados por el sector primario-exportador fuesen transferidos
al industrial, y era éste precisamente el punto en torno al cual iba a estallar la
discordia” (HALPERIN DONGHI, 1993 p. 445). ❚❚❘

Emergía lo que puede considerarse como el dilema recurrente del período:


el “crecimiento hacia adentro” aparecía como la vía para el avance económi-
co y social pero, simultáneamente, como un proceso con grandes dificulta-
des para sostenerse a sí mismo y más aún para profundizarse.
Consolidar ese crecimiento, motorizado por la industria nacional de va-
rios países latinoamericanos, planteaba exigencias difíciles. Parecía necesa-
rio, en primer lugar, restringir o gravar sustancialmente las importaciones
competitivas con la producción local. Además, se hacía necesario destinar
importantes recursos provenientes de las exportaciones primarias a la finan-
ciación del sector manufacturero. Esta necesidad se hará mayor con el avan-
ce mismo del proceso industrializador, para el cual se precisan equipos ca-
da vez más sofisticados y caros, cuya producción la propia industria
latinoamericana no está por lo general en condiciones de afrontar, debido a
sus varias carencias, en particular tecnológicas.

96
Problemas del Desarrollo en América Latina

En la inmediata posguerra, el dilema indicado se planteó como una con-


traposición bastante aguda entre dos opciones polares, la profundización
deliberada de la industrialización y el retorno a las políticas anteriores a la
crisis de comienzos de la década de 1930.
Los partidarios de la segunda opción creían que había llegado su hora.
En efecto, el alza de la demanda de bienes primarios desde los países cen-
trales parecía ofrecer una alternativa al proyecto industrializador. Se podía
sostener que la coyuntura desfavorable inaugurada por la “gran depresión”
había quedado atrás, por lo cual América Latina debía dejar de lado una po-
lítica válida sólo para tiempos excepcionales, durante la cual había sido ine-
vitable proteger a la industria mediante medidas que tendían a “cerrar” a la
economía. Quienes tenían intereses más directamente vinculados con el in-
tercambio con el exterior argumentaban que la hora permitía retornar a la
ubicación internacional más favorable para la región, que seguía siendo a su
entender la de exportadora de productos primarios, lo cual a su vez requería
“abrir” la economía para facilitar el comercio con los países del “centro”.
Un pilar de esta argumentación lo constituía la tesis clásica de que con-
viene facilitar al máximo los intercambios internacionales, pues entonces ca-
da país o región puede concentrar energías en la producción de los bienes y
servicios en los que es comparativamente más eficiente, lo cual redunda en
mayores beneficios para todos. Desde esta óptica, financiar la industria a
través de importantes gravámenes a las exportaciones era negativo, pues la
baja de los ingresos de los productores primarios disminuiría la inversión y
los esfuerzos en los sectores donde la rica dotación de recursos naturales
ofrecía grandes ventajas comparativas a América Latina.
La opción alternativa -de la que nos ocuparemos más extensamente al
analizar las concepciones de la CEPAL- argumentaba que la especialización
primario-exportadora era intrínsecamente desfavorable para el crecimiento a
largo plazo, al menos en términos relativos a los países del “centro”, pues
implicaba esencialmente quedar al margen de las ventajas del progreso téc-
nico, a las que sólo se podía acceder mediante un proceso deliberado de in-
dustrialización. Ya hemos destacado que esta opción representaba, en me-
dida más o menos directa, los intereses de amplios sectores ligados a la
industria, a la expansión urbana y a la ampliación de las funciones del Esta-
do.
Justamente, el papel del sector público era y siguió siendo el nudo de las
polémicas. En particular, porque la industrialización se estaba configurando
de un modo altamente dependiente de la intervención del Estado, y que ten-
día a incrementar sensiblemente su gravitación en la orientación de la eco-
nomía así como en la distribución de ganancias y pérdidas entre clases, gru-
pos e individuos.
Tanto la contraposición en el plano de las ideas como su incidencia en las
decisiones políticas pueden ilustrarse mediante los avatares de una gran po-
lémica que, en el Brasil de la posguerra, enfrentó a Roberto Simonsen con Eu-
genio Gudin. El primero encabezaba un grupo de industriales que prioritaban
la intervención del Estado en la promoción de la industrialización.

“Gudin encabezaba una sólida facción neoliberal que, aunque no se oponía a la


industrialización en sí misma, se oponía firmemente a cualquier protección, y de

97
Universidad Virtual de Quilmes

hecho a la intervención estatal de cualquier tipo. La fuerza de la facción liberal se


puso de manifiesto cuando se constituyó en la base del primer gobierno de Bra-
sil después de la guerra: la presidencia de Eurico Dutra (1946-1950). La comple-
jidad de la realidad subraya lo que señalamos sobre los elementos contradictorios
en juego. Pese a que la retórica y algunas acciones eran liberales, persistieron
ciertamente sólidos elementos de intervencionismo y autoritarismo. El breve ex-
perimento de reducción de aranceles terminó en 1947, cuando los controles so-
bre la importación fueron reimplantados, a causa de la dimensión del déficit”
(BETHELL, 1997, p. 63).

En el Brasil, como en la mayor parte de América Latina, se fue afirmando la


opción por la ISI. Ello ocurrió en medida variable y de maneras contradicto-
rias, pero en conjunto bastante neta. Había ciertas posibilidades para avan-
zar en el camino de la industrialización, mientras que volver a la etapa pre-
cedente resultaba económica y socialmente muy poco viable.
Inicialmente, se coincidía en un diagnóstico optimista respecto de la de-
manda metropolitana de productos primarios. Las dos opciones esbozadas
dependían grandemente de que esa demanda se sostuviera. En caso contra-
rio, resultaría inviable la revitalización del “crecimiento hacia afuera”, pero
también muy difícil financiar la continuidad de la industrialización.
Precisamente, las trabas para esto último llegarán a ser muy gravitantes
cuando, pocos años después de terminada la Segunda Guerra, se esfume la
bonanza exportadora que la misma generó, y que en algunos casos la Gue-
rra de Corea prolongó. Pero ello venía a confirmar, por otro lado, que la crisis
del “crecimiento hacia afuera” sustentado en las exportaciones primarias
era difícilmente reversible.
Había excepciones, por cierto. La economía centroamericana siguió inser-
ta en el modelo exportador. “Sólo en los años sesenta la influencia cepalina
promovería la idea de una industrialización deliberada dentro del contexto de
un Mercado Común Centroamericano” (BETHELL, 1997, p.78). En conjunto,
sin embargo, el gran viraje de un modelo de crecimiento a otro se consumó
durante la década de 1940.
En el futuro, la evolución del continente no dejaría de estar estrechamen-
te vinculada con lo que aconteciera con su frágil pero importante estructura
industrial. América Latina ya no podría retroceder a la posición en la econo-
mía mundial que se le había asignado durante la división internacional del
trabajo establecida en la segunda mitad del siglo anterior.

3.1.2. La configuración de las políticas industriales

La opción por la industrialización se fue haciendo ineludible. Pero en condi-


ciones no demasiado propicias, en lo que se refiere a los precios y a los vo-
lúmenes de los productos primarios que América Latina vendía a los países
del “centro”. Por supuesto, las variaciones fueron grandes a lo largo del
tiempo y según las materias primas que se tome en cuenta; el petróleo, en
particular, conoció espectaculares incrementos de precios; más aún, a co-
mienzos de la década de 1970, los términos de intercambio mejoraron, tran-
sitoriamente, para la periferia en su conjunto. Pero, globalmente considera-
da, su evolución mostró claro signo negativo.

98
Problemas del Desarrollo en América Latina

Entre alzas y bajas se fue afirmando una tendencia mayor: el cambio tec-
nológico en nuestro tiempo erosiona los rendimientos relativos de la produc-
ción primaria cuyas ventajas comparativas iniciales radican en la dotación
de recursos naturales y/o en el bajo costo de la mano de obra. Ese fenóme-
no, por ejemplo, empezó a comprobarse muy poco después de la Segunda
Guerra en lo que fuera uno de los pilares fundamentales de los avances
más espectaculares, tanto del “crecimiento hacia afuera” como de la finan-
ciación del “crecimiento hacia adentro”, la agricultura argentina, cuyo retra-
so tecnológico se hará más patente por el rápido avance de la norteamerica-
na. En ambas etapas de crecimiento los países del Plata se habían ubicado
en los primeros lugares, pero ya en la década de 1950 constataban que su
privilegiada dotación natural para la producción agropecuaria perdía impor-
tancia ante los avances de competidores cada vez más tecnificados, dentro
y fuera de los países centrales. Por consiguiente, el financiamiento de la in-
dustria sustitutiva de importaciones, y del creciente consumo urbano en ge-
neral, se fue haciendo cada vez más penoso.
Ya bastante antes había quedado en evidencia que la ayuda pública de
los Estados Unidos, la cual jugó a través del Plan Marshall un papel impor-
tante en la reconstrucción de Europa Occidental, no constituiría un puntal de
la industrialización latinoamericana. “Bélgica y Luxemburgo juntas recibieron
más ayuda [de los Estados Unidos] entre 1945 y 1951 que toda América La-
tina” (BETHELL, 1997, p. 58). Esta región no constituía una prioridad económi-
ca ni política para la potencia hegemónica, cuyo predominio se reflejaba tan-
to en el terreno del comercio como en la orientación de la inversión.
En ese contexto fue que no sólo se afirmó el proceso industrializador en
general sino que se configuraron ciertas políticas industriales bastante es-
pecíficas, de las que nos ocupamos en este apartado.
Se ha señalado que, precisamente, en la posguerra habría habido un
desmejoramiento de la calidad de las políticas, con gravosas consecuencias
a largo plazo:

❘❚❚ “[…] en los años treinta el funcionamiento económico de América Latina


estaba aún basado en la exportación de bienes primarios, aunque en la mayo-
ría de los países la industria creció más rápido que el producto interior bruto
real. La política económica logró la extraordinaria hazaña de estimular a la vez
las exportaciones primarias y el desarrollo industrial, lo cual fue un importan-
te logro, ya que las exportaciones primarias eran la principal fuente de divisas
para la importación de bienes intermedios y de capital. Hacia los años cin-
cuenta, sin embargo, América Latina se hallaba totalmente aferrada a la indus-
trialización por sustitución de importaciones, cuya característica clave fue una
fuerte discriminación de las exportaciones combinada con una necesidad ca-
da vez mayor de divisas. Es decir, discriminaba un sector que era esencial pa-
ra su funcionamiento. Debemos comprender, por tanto, cómo y por qué la po-
lítica pasó de la relativa coherencia de los años treinta a las contradicciones
de los cincuenta” (BETHELL, 1997, p. 47). ❚❚❘

Anotemos algunos de los aspectos relevantes de semejante evolución. An-


te el duro impacto de la Gran Depresión, los gobiernos de los países que
ya contaban con una cierta base industrial pudieron actuar con bastante

99
Universidad Virtual de Quilmes

agilidad y autonomía. Las medidas a tomar, en líneas generales, parecían


bastante claras y recibían amplio apoyo; la protección a la industria para
sustituir importaciones, que la caída de las exportaciones hacía muy difícil
sufragar, fue impulsada por gobiernos de muy diversa orientación, como ya
lo subrayamos. Al mismo tiempo, las dificultades de la coyuntura y lo inci-
piente de los nuevos rumbos no permitían exitismos mayores; de hecho, se
estaba “cambiando de modelo”, pero más por presión de las circunstancias
que por decisiones inspiradas por la confianza en una estrategia nueva. Por
otra parte, los sectores directamente favorecidos por la protección a la in-
dustria eran todavía débiles, lo cual permitía al sector público desempeñar-
se con un margen significativo de independencia respecto de intereses sec-
toriales. Ciertas herramientas de la política económica e industrial tuvieron
inicialmente resultados exitosos, que dependían bastante de su carácter
nuevo y de su uso limitado.
En todos los aspectos anotados, el panorama fue cambiando significati-
vamente.
La importancia de la protección y la multiplicación de controles durante
los años que siguieron a la guerra tuvieron como efecto una gran expansión
de las relaciones de tipo clientelista entre estados y empresarios. El empre-
sariado adjudicó al Estado un papel relevante pero en el entendido de que lo
cumpliría bajo su orientación; como se ha dicho en relación con México, se
proponía “más bien la intervención empresarial en el gobierno que la inter-
vención gubernamental en la empresa”. En el conjunto de las economías en
vías de industrialización, el sistema llegó a ser “tal que casi siempre la ma-
nera de aumentar las ganancias era operar en el nivel político antes que con
las variables convencionales que determinan la productividad” (BETHELL,
1997, p. 64).
Ello limitará dramáticamente los esfuerzos dedicados a la innovación tec-
nológica y organizacional, a la expansión de la capacidad productiva en ge-
neral. También incidirá en la baja calidad de las políticas proteccionistas, en
su carácter casuístico, en su reducido horizonte temporal, en su tendencia a
reiterar procedimientos, ampliándolos más bien que modificándolos de
acuerdo con el cambio de circunstancias. Sobre esto nos extenderemos
más adelante, cuando ensayemos una comparación de diferentes políticas
industriales. Destaquemos aquí que el propio avance del proceso industriali-
zador limitó la autonomía del Estado para orientarlo de acuerdo a intereses
de conjunto y a largo plazo, pues aumentó el poder de los sectores ligados
con la industria así como el influjo directo en las decisiones gubernamenta-
les de intereses particulares y de corto plazo.
El avance de la industrialización también robusteció la visión general que
la orientaba, y fue despojándola de matices. Las principales características,
en lo que aquí nos ocupa, de la década de 1950

❘❚❚ “[…] fueron el pesimismo (justificado aunque exagerado) con que la región
consideró las perspectivas para las exportaciones tradicionales de productos
básicos y su acceso a los mercados internacionales financieros, y el optimis-
mo (también justificable aunque exagerado) referente a las perspectivas de la
ISI. Por tanto, el período se caracteriza por una progresiva desvinculación de la
economía internacional y la puesta en marcha de ambiciosos programas de in-
dustrialización” (BETHELL, 1997, p. 93). ❚❚❘

100
Problemas del Desarrollo en América Latina

Es decir que a medida que se disipaba el optimismo de la inmediata pos-


guerra respecto de la futura evolución de los términos de intercambio, se
fue imponiendo la opción que preconizaba una industrialización deliberada e
impulsada por el Estado; los pasos iniciales y exitosos en esa dirección pa-
recen haber generado a su vez un optimismo respecto a sus perspectivas a
largo plazo, que contribuyó a dificultar un análisis más exigente y riguroso de
las perspectivas y de las herramientas utilizadas para conducir el proceso.
Esto último, junto a la escasa autonomía del Estado, ayuda a entender
por qué desmejoró la calidad de la política para la industrialización. En todo
caso, ello parece haber tenido real entidad:

❘❚❚ “[…] la ISI sufrió mucho por el hecho de que las políticas de comercio y de
industrialización fueron realizadas mediante controles burdos, innecesariamen-
te confusos y con bastante frecuencia ineficientes. Surgieron una gran variedad
de restricciones arancelarias y cuantitativas a la importación, múltiples tipos
de cambio sumamente fluctuantes y diversos obstáculos administrativos a la
exportación de productos básicos; estos controles no sólo eran muchas veces
impredecibles y de una complejidad inútil, sino que también, en algunos casos,
estaban sujetos a manipulaciones burocráticas” (BETHELL, 1997, p. 96). ❚❚❘

Ello reflejaba no sólo la ineficiencia burocrática sino el permanente conflicto


entre intereses particulares que, en conjunto, parecían colonizar el aparato
estatal. La escasa capacidad de éste para actuar con un grado de autono-
mía significativo hacía más fácil reiterar procedimientos, tornándolos cada
vez más engorrosos e ineficientes, que cambiarlos sustantivamente a medi-
da que se alteraban las circunstancias que habían motivado su adopción.
Esto podía ser incluso el resultado del éxito de tales procedimientos pero,
por razones fáciles de imaginar, en general es grande la tendencia a persis-
tir en lo que ha dado resultados positivos, aunque su propio éxito haya mo-
dificado las condiciones que lo posibilitaron.
Las consecuencias de semejantes avatares de la política se harían sentir
en toda su dimensión recién bastante después, pues durante la década co-
mentada ciertos indicadores eran realmente promisorios:

❘❚❚ “América Latina consiguió una tasa de crecimiento anual convincente en


las manufacturas durante los años cincuenta (6,6%) -con la producción de
acero creciendo el 13% por año, la celulosa y los derivados del petróleo el
11% cada uno, y las exportaciones manufacturadas (durante la segunda mi-
tad de los cincuenta) el 7%-. En consecuencia, la participación de las manu-
facturas en el PIB creció del 18% al 21%. Las manufacturas fueron también
un efectivo motor de crecimiento para el conjunto de la economía, con la in-
versión interna bruta expandiéndose a una tasa anual del 7,8% y el PIB al
5,1%. Sin embargo, la orientación global de la política económica y una des-
medida cantidad de nuevos recursos fueron dirigidos hacia la ISI, con el con-
secuente descuido de las actividades tradicionales de exportación y de la
agricultura para el mercado interno; a su vez, la ISI estaba constantemente
amenazada por una restricción de divisas producida por el lento crecimiento
de las exportaciones. Al mismo tiempo, muchos de los problemas sociales y

101
Universidad Virtual de Quilmes

políticos que se suponía que la industrialización resolvería permanecían sin


solución” (BETHELL, 1997, p. 98). ❚❚❘

Volvamos a la contraposición de opciones planteadas en la posguerra, para


sintetizar su evolución desde entonces hasta el agotamiento del modelo de
la ISI.

“Por un lado, la concepción estructuralista naciente propugnaba una industria-


lización inducida por el Estado, que utilizara una protección modesta y eficien-
temente dirigida y que confiara en los flujos de capital público extranjero para
aliviar los obstáculos y facilitar el proceso. Esta concepción tenía una confian-
za algo ingenua en la capacidad y coherencia del sector público, y en que los
préstamos extranjeros serían accesibles. La segunda visión respondía a los inte-
reses de Estados Unidos y a los intereses más conservadores en América Lati-
na, y buscaba un retorno radical hacia las fuerzas del mercado con poca pro-
tección y una posición que favoreciera al capital privado extranjero. Cuando
estuvo claro que el capital público extranjero no llegaría en cantidades aprecia-
bles, y que las ventajas de complacer a Estados Unidos con una postura de li-
bre comercio eran insignificantes, la política se consolidó en una desafortuna-
da mezcla de ambas posturas. Se buscó enérgicamente el capital extranjero
privado, que fue atraído por un mercado protegido y por una legislación favo-
rable. Cualquier sensibilidad previa a la deseabilidad de exportar nuevos bie-
nes manufacturados desapareció rápidamente, y la eficiencia se convirtió en
un factor totalmente subordinado a la necesidad de crear oportunidades signi-
ficativas de ganancia a corto plazo. La insistencia de la época bélica en las in-
dustrias básicas desapareció ante el auge del interés en la producción local de
bienes de consumo duradero. Los dirigentes tendieron a descuidar el grado en
que ‘la sustitución de importaciones’ estaba produciendo crecientes gastos en
tecnología importada inapropiada y grandes necesidades de importación. El
prejuicio implícito contra la agricultura y contra las exportaciones tampoco fue
advertido ni discutido, mientras el crecimiento fuera bueno y las nuevas opor-
tunidades surgieran constantemente. El día del ajuste de cuentas llegaría más
tarde” (BETHELL, 1997, pp. 81-82).

En la década de 1950, las dos opciones contrapuestas se veían jaqueadas


por el peso relativamente decreciente, tanto de América Latina en la produc-
ción mundial de productos primarios como de éstos en la economía interna-
cional. Ello, en un continente donde la población había crecido en flecha y
donde también se habían expandido significativamente las expectativas de
consumo, simplemente no permitía retornar al modelo precedente de inser-
ción primario-exportadora en la economía mundial. Pero también hacía cada
vez más difícil apoyar el crecimiento de la industria nacional, orientada pri-
mordialmente hacia el mercado interno. En suma, se consolidó el modelo in-
dustrializador, pero mediante políticas que no resolvieron sino más bien
agravaron el dilema central destacado antes, la limitada capacidad del “cre-
cimiento hacia adentro” para sostenerse a sí mismo.
Las políticas predominantes no contribuían demasiado a diversificar las
fuentes de dinamismo económico ni a limitar los costos de la industrialización.

102
Problemas del Desarrollo en América Latina

Los principales defectos del nuevo modelo llegarían a ser “los prejuicios
contra la exportación y la agricultura, así como la excesiva dependencia de
las importaciones y la tecnología extranjera” (BETHELL, 1997, p. 80). Esta de-
pendencia, en realidad, no tenía como causa única el tipo de políticas carac-
terísticas del período; su comprensión debe prestar atención también a sus
profundas raíces históricas, a las que nos hemos referido al analizar las con-
dicionantes perdurables del desarrollo latinoamericano, que se afianzaron
durante la inserción periférica de América Latina en la economía internacio-
nal. Esa dependencia muy grande de las importaciones y de la tecnología
extranjera, que la ISI no logró alterar sustancialmente y que en ciertos aspec-
tos fue aumentando, operaría como cuello de botella para la profundización
del proceso industrializador, que por consiguiente tendría pocas posibilida-
des de llegar a sostenerse a sí mismo.

3.2. La segunda fase de la ISI

Las dificultades a las que venimos de referirnos indujeron una reorientación


del “crecimiento hacia adentro” en la cual centramos nuestra atención a
continuación.

3.2.1. Cambio dentro del modelo

Durante la década de 1950, particularmente en la Argentina y el Brasil, se


pusieron en marcha intentos de superar el dilema fundamental de la ISI me-
diante las estrategias a veces denominadas “desarrollistas”. Esquemática-
mente, se trataba de superar tres tipos de carencias muy vinculadas entre
sí -de fondos, de tecnología avanzada y de capacidad para desarrollar la “in-
dustria pesada”- impulsando la inversión extranjera en el sector manufactu-
rero. Las Empresas Transnacionales (ET) habrían de contribuir a subsanar las
carencias anotadas. La economía latinoamericana había tendido a “cerrar-
se” a partir de la “gran depresión”, levantando barreras al intercambio co-
mercial que se mantendrían en la posguerra, pero en este nuevo período la
economía se “abriría”, parcialmente, a la inversión externa. A ésta se le
otorgarían condiciones favorables que alcanzarían a las remesas de ganan-
cias al exterior, y que se apoyarían en los propios mecanismos proteccionis-
tas, pues éstos ofrecían un mercado muy protegido a las empresas extranje-
ras que produjeran en el continente.
Cabe decir que la apuesta desarrollista procuraba tonificar el “crecimien-
to hacia adentro” mediante la inversión desde afuera.
Ello puede verse como una nueva vuelta de tuerca en la gran contraposi-
ción de opciones que emergió en la posguerra. A mediados de la década de
1950, el papel central del Estado era ampliamente aceptado, pero la disyun-
tiva reaparecía en torno de la función de la inversión externa. Estaba en jue-
go la orientación de la industrialización y también quiénes habrían de reco-
ger los mayores dividendos del proceso. Específicamente, las dificultades
para sostener y profundizar el crecimiento hacia adentro afectaban la posi-
ción de quienes inicialmente parecían llamados a ser sus principales benefi-
ciarios, los empresarios industriales nacionales.
El caso del Brasil ilustra la cuestión.

103
Universidad Virtual de Quilmes

“Las fuerzas en conflicto también operaban en la década de 1950 respecto al capi-


tal extranjero. Nuevamente, el debate Simonsen-Gudin es representativo. Simonsen
deseaba un acceso ‘selectivo’ del capital extranjero, y veía el capital público como
la solución principal. Era uno de los que favorecía en consecuencia un ‘plan Mars-
hall’ para América Latina. Gudin deseaba, por supuesto, la liberalización total. Sin
embargo, cuando la protección incentivó la penetración de capital extranjero en el
sector manufacturero brasileño el peso relativo de los intereses se modificó. La
burguesía industrial se volvió más fragmentaria. Nuevos grupos surgieron a finales
de los años cuarenta e inicios de los cincuenta cada vez más asociados al capital
extranjero, de tal modo que anularon la resistencia potencial a la legislación final
encarnada en la instrucción 113 de 1955, de la Superintendencia de la Moneda y
del Crédito (SUMOC), la cual daba efectivamente tratamiento preferencial al capital
extranjero. La cuestión se sumió en mayor confusión debido a la política de ‘palo
y zanahoria’ seguida por diferentes gobiernos, que ofrecían incentivos a la expor-
tación, tipos favorables de cambio y por último la reforma arancelaria. La paradoja
implícita en la evolución de un modelo viable de industrialización que provocaría
un rápido crecimiento en la década siguiente, basado en la triple alianza entre el
Estado, las multinacionales y la burguesía nacional donde la última era definitiva-
mente un socio menor, se sintetiza en la frase de un miembro de dicho grupo: ‘Al
final nosotros ganamos, pero no recibimos el premio’” (BETHELL, 1997, pp. 64-65).

En los hechos, la instalación en la región de filiales de grandes empresas in-


dustriales marcó un punto de viraje en el proceso industrializador, al menos
en los países más grandes del área. En efecto, rasgo nuevo y característico
de la posguerra lo constituye la presencia notoria y determinante de las em-
presas transnacionales en la industria continental, en cuya evolución incidi-
rá poderosamente.
Dicho fenómeno es sin duda susceptible de interpretaciones polémicas.
Darcy Ribeiro lo caracterizó como “industrialización recolonizadora”, afirman-
do que

❘❚❚ “[…] la empresa multinacional es el equivalente ultramoderno pero prodi-


giosamente superior de las viejas empresas capitalistas mercantiles de nave-
gación oceánica, de tráfico negrero y sobre todo de minería y monocultura, que
operando con mano de obra esclava colonizaron el Nuevo Mundo. Es el equi-
valente también de las antiguas empresas monopolistas implantadoras de
puertos, vías férreas, servicios de agua y electricidad, merced a las cuales cre-
ció el imperialismo industrial en su etapa de expansión financiera. Su función
es además la misma: movilizar recursos técnicos, económicos, políticos e
ideológicos para imponer nuevas formas de dependencia” (RIBEIRO, 1974, pp.
28 y ss). ❚❚❘

Consignemos un punto de vista distinto:

❘❚❚ “El hecho, frecuente en América Latina, de asignar la responsabilidad por


las insuficiencias de la industrialización a las ET, implica evitar asumir la res-
ponsabilidad que corresponde al sector empresarial nacional, público y privado,

104
Problemas del Desarrollo en América Latina

y a las otras fuerzas sociales que han convergido, en determinados períodos,


en la definición de las políticas internas y, por consiguiente, postergar la bús-
queda de opciones reales para la industrialización eficiente de América Lati-
na” (FAJNZYLBER, 1983, p. 141). ❚❚❘

Conviene subrayar que el fenómeno señalado constituye una diferencia ma-


yor con lo que se comprueba en el sudeste asiático, donde la industrializa-
ción fue protagonizada por empresas nacionales, con una presencia apenas
marginal de las ET. Difiere también de lo que acontecía en nuestro continen-
te en etapas anteriores, cuando la inversión extranjera era ya globalmente
muy influyente, pero todavía escasa su presencia en la industria.
El auge económico de larga duración que se inició en los países del “cen-
tro” tras la Segunda Guerra aceleró la expansión mundial de sus principales
empresas. La inversión extranjera en el sector manufacturero latinoamerica-
no creció, entre otros motivos, porque posibilitó a las ET superar los obstácu-
los que, para la colocación de sus productos en la región, suponían los altos
aranceles a las importaciones, las cuotas y otras medidas orientadas a pro-
teger la producción local; a la inversa, la instalación de plantas fabriles en
nuestros países permitió a las ET acceder en condiciones oligopólicas a mer-
cados protegidos, vender a precios comparativamente altos y en muchos ca-
sos transferir al exterior importantes ganancias, lo cual por cierto no figura-
ba entre los objetivos que se fijaron inicialmente para la política
proteccionista. Semejantes rendimientos fueron obtenidos a menudo a par-
tir de inversiones que “eran sobre todo de maquinarias que en la mayor par-
te habían sido ya abundantemente utilizadas en el país de origen, y cuyo
reemplazo era inminente” (HALPERIN DONGHI, 1993, p. 453).
Las ET instalan en América Latina nuevas ramas industriales, entre las
cuales la del automóvil constituye el ejemplo por excelencia. En tales ramas
la productividad y los salarios son mayores que los promedios continenta-
les, pero su capacidad de generar ocupación es en conjunto mucho menor
que la de las ramas que, como la textil, la química o la farmacéutica, carac-
terizaron la etapa previa de la industrialización. En ella había predominado la
producción de bienes de consumo realmente masivo, mientras que las ra-
mas preferidas por las ET ofrecen productos de altos costos, difícilmente ac-
cesibles a la mayor parte de la población, por lo cual serán sólo las nacio-
nes más grandes las que pueden proporcionarles un mercado suficiente.

“La consecuencia es que serán menos las naciones que ingresarán en esa nueva
etapa; sólo Brasil y menos sólidamente México serán capaces de afirmarse en ella
para avanzar aún más allá en el camino de la madurez económica; en cambio Ar-
gentina encontrará difícil mantenerse en ese nuevo nivel de industrialización e
imposible superarlo, y en Chile y Perú la tentativa de alcanzarlo no será más que
un incidente sin consecuencias significativas para la economía en su conjunto”
(HALPERIN DONGHI, 1993, p. 455).

Como lo sugiere la cita precedente, en el período comentado tuvo lugar un


dramático cambio de posiciones relativas de las economías más grandes

105
Universidad Virtual de Quilmes

del continente. La Argentina, que durante el “crecimiento hacia afuera” se


había afirmado en el primer lugar de América Latina y que a comienzos de la
década de 1950 era a menudo vista como una nación casi desarrollada o in-
dustrializada, fue superada por el Brasil y por México.

“En 1950 […] la economía de la República Argentina era la más grande de la re-
gión, representando un cuarto del PIB; tenía un nivel de producción el 10% más
grande que el de Brasil y el 25% mayor que el de México. Debido a su deficien-
te desarrollo relativo entre 1950 e inicios de los años ochenta, el PIB de Argenti-
na sólo creció por un factor de 2,7, mientras que el de Brasil se multiplicó por
siete. A finales de ese período el PIB brasileño había alcanzado casi tres cuartas
partes del correspondiente al Reino Unido. México logró un crecimiento seme-
jante durante ese período. Hacia 1990 Brasil y México juntos representaban casi
tres quintos del PIB latinoamericano. En ese año, la producción argentina repre-
sentó sólo cerca de un tercio de la brasileña y la mitad de la mexicana” (BETHELL,
1997, p. 108).

En suma, a partir de la segunda mitad de la década de 1950, con ritmos


desparejos y resultados bastante diferentes, en las principales economías
de América Latina se asiste a un “cambio dentro del modelo”. Cobra fuerza
la denominada “ISI 2”, caracterizada por la apertura a la inversión extranjera
en la industria como vía para superar las trabas financieras y tecnológicas
que bloqueaban la profundización de la ISI. Como lo veremos en el próximo
apartado, esa inversión fue un factor importante en el período de auge que
conoció la producción latinoamericana en la década de 1960, enmarcado en
un notable crecimiento a escala internacional. Pero ni en lo financiero ni en
lo tecnológico se accedió por esa vía a una solución de largo plazo: el “cre-
cimiento hacia adentro” no encontraría afuera respaldos para sostenerse y
profundizarse de manera sistemática.

3.2.2. La gran expansión

La economía de los países capitalistas avanzados conoció una notable ex-


pansión desde poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial hasta
comienzos de la década de 1970.
Durante ese período llegó a su apogeo el tipo de crecimiento impulsado
por la Segunda Revolución Industrial, por el relacionamiento entre ciencia y
tecnología que la caracterizan, por las tecnologías específicas y la organiza-
ción del trabajo que formaron parte de la misma. Fue el auge del modelo
técnico-productivo denominado “fordista”, simbolizado por la línea de monta-
je de las grandes plantas automovilísticas y, más en general, asociado con
la gran producción en serie de productos similares, con importancia cardinal
de las economías de escala, tecnologías avanzadas y relativamente madu-
ras, el empleo abundante de mano de obra sin mayor calificación y organiza-
da con criterios “tayloristas”, y el uso masivo de materias primas y energía
comparativamente baratas.
A la gran capacidad productiva de los Estados Unidos se asociaron las de
Europa Occidental y del Japón. En la década de 1950 se afirmó la recuperación

106
Problemas del Desarrollo en América Latina

europea y se inició una inédita experiencia integradora de gran alcance; tras


las devastaciones de la guerra, la ayuda estadounidense, y sobre todo el nivel
educativo y tecnológico de los países europeos, sus tradiciones empresaria-
les y sus capacidades organizativas, posibilitaron una rápida reconstrucción y
modernización del aparato productivo; ello se conjugó con dinámicas sociales
y ejecutorias gubernamentales que dieron lugar a Estados de Bienestar muy
desarrollados; paralelamente, una visión política de largo plazo puso en mar-
cha la “construcción europea” como integración de amplio espectro; tales
procesos se potenciaron mutuamente y alimentaron la notoria prosperidad de
la década de 1960. También en la década de 1950 se definió el heterodoxo
camino del Japón para la construcción de una estructura productiva de primer
nivel, a través de la prioridad asignada a la industria pesada y al avance tec-
nológico, el papel central del Estado, su estrecha asociación con el empresa-
riado, el énfasis en la capacitación de la mano de obra así como en su inte-
gración al esfuerzo productivo, y la consideración “sistémica” de las distintas
facetas e instituciones vinculadas con la innovación.
Así -con vaivenes y conflictos tanto internos como externos, que la tele-
gráfica formulación precedente no debiera ocultar- fue constituyéndose du-
rante el período indicado la “Tríada” -Estados Unidos, Europa Occidental y
Japón- que incide decisivamente en los circuitos contemporáneos de la pro-
ducción y el intercambio. La revolución tecnológica iniciada en la década de
1970, junto con el derrumbe del bloque soviético, afirmarían su posición do-
minante en la economía global.

“El cuarto de siglo después de la posguerra fue un período de prosperidad y ex-


pansión sin precedentes en Europa, Japón y Estados Unidos. Entre 1950 y 1973,
la producción de las EMD (economías de mercado desarrolladas) creció casi el 5%
por año y en términos per cápita alcanzó el 3,8% anualmente. Así, en sólo vein-
titrés años, el PIB aumentó más del triple y la renta per cápita se multiplicó por
un factor de 2,4. Esta tasa de crecimiento económico era doblemente más rápida
que en cualquier otro período desde 1820. Al mismo tiempo, el aumento de la
productividad del trabajo se hizo dos y media veces más rápido que en el perío-
do de 1913 a 1950, mientras que el dinámico crecimiento del stock de capital no
residencial representó un auge de inversión que en su dimensión y continuidad
no tenía parangón en la historia económica de las EMD. Como resultado, la inver-
sión promedio como porcentaje del PIB durante este período también duplicó a la
de cualquier período precedente” (BETHELL, 1997, p. 84).

Esa etapa ha sido considerada como una “edad de oro”, que también se re-
flejó en las cifras promedo del incremento productivo en los países menos
desarrollados (PMD), los cuales sin embargo evidenciaron un comportamien-
to económico cada vez más diferenciado. En ese contexto, América Latina
alcanzó resultados relativos destacados.

“El crecimiento del producto per cápita de los PMD en el período 1950-1973 era
casi tres veces más rápido que sus mejores realizaciones en períodos anteriores.
Como resultado de este dinámico crecimiento, la producción total se triplicó.

107
Universidad Virtual de Quilmes

Pese al aumento notablemente más rápido de su población, los PMD lograron un


aumento mucho más rápido en la renta per cápita en relación con la tasa logra-
da entre 1913 y 1950, llegando casi a duplicarla en veinte años. América Latina
consiguió el mejor resultado, seguida por China, el resto de Asia y después Áfri-
ca. Sin embargo, los países de industrialización reciente (PIR) de Asia mostraban
las tasas de crecimiento más rápidas si se tomaban las cifras de estos países co-
mo un subgrupo. El rendimiento de los PMD fue particularmente bueno en la pro-
ducción manufacturera, logrando un crecimiento promedio del 7% anual durante
este período” (BETHELL, 1997, p. 88).

En una perspectiva de largo plazo se destaca el que, por primera vez des-
de 1820, la expansión económica de los países menos desarrollados fue
similar a la de los países más desarrollados (ibid., p. 90). Si bien ello no
alcanzó a la renta per cápita, dado el crecimiento demográfico más acele-
rado de los países más pobres, tiene gran relevancia histórica, pues sugie-
re al menos una atenuación de la tendencia a la creciente disparidad entre
ambos grupos de países que se hizo patente desde el momento en que se
afianzó la industrialización en Europa Occidental, a comienzos del siglo XIX.
El fenómeno comentado, como lo indica la última frase de la cita conteni-
da en el párrafo anterior, se vincula con la expansión de la producción in-
dustrial en parte del mundo periférico. Este proceso ha tenido característi-
cas muy desiguales, como desigual ha sido la evolución en ese mundo,
donde ciertas regiones como el África subsahariana vieron empeorar su si-
tuación mientras algunos países -los PIR asiáticos ante todo- avanzaban
muy rápidamente.
Los años finales de esa etapa general de expansión contemplaron un
crecimiento rápido de la economía latinoamericana. El auge mundial del
comercio y las inversiones, la relativa madurez de la base industrial cons-
truida en las décadas previas y la instalación de numerosas plantas de
empresas transnacionales colaboraron a una significativa ampliación de la
capacidad productiva. Por cierto, ello no ocurrió en todos los casos; la ISI
ya mostraba para entonces signos de agotamiento en el Uruguay. Pero, en
conjunto, los números dan cuenta de un período bastante excepcional.

“En general, con la excepción de las exportaciones de productos básicos y la


agricultura para el mercado interno (que de todos modos tuvieron una tasa de
crecimiento del 3,3% anual en ambos casos), el período de 1960-1973 fue el más
dinámico de la historia económica de América Latina. La producción manufactu-
rera creció a una tasa anual del 6,8% y su participación en el PIB pasó del 21% al
26%. La inversión bruta interna se expandió un 9% anual, con lo que el nivel de
inversión en 1973 fue más del triple que el de 1960. El PIB creció a una tasa anual
del 5,9%, lo que significa que la producción se duplicó durante este período; y
que, dado el crecimiento anual de la población del 2,7%, la renta per cápita su-
bió al 3,2% anual. El abrupto fin de la ‘edad de oro’ en las EMD, los límites de la
ISI (tal como se estaba implantando en América Latina), las crisis del petróleo de
1973 y 1979, y las consecuencias negativas de la liberalización financiera a partir
de 1973 (con los préstamos excesivos y su uso muchas veces ineficiente), altera-
rían radicalmente gran parte de este veloz proceso de desarrollo en América La-
tina” (BETHELL, 1997, p.102).

108
Problemas del Desarrollo en América Latina

Lo que acontecería después mostraría que el “cambio dentro del modelo”


no había proporcionado una base demasiado sólida para el crecimiento in-
dustrial latinoamericano. El problema de la sustentabilidad tecnológica y fi-
nanciera del proceso reaparecería con fuerza redoblada. Sin desmedro de
ello, el crecimiento productivo del período 1960-1973 fue llamativo.
En este período, se hizo notar una preocupación por el sesgo antiexporta-
dor de las políticas industriales y se empezó a atenuarlo. A partir de enton-
ces fue cobrando significación la exportación de manufacturas de algunos
de los mayores países latinoamericanos.

“El auge comercial internacional de los años sesenta y el éxito de los países de
industrialización reciente asiáticos influyeron también en el intento de diversificar
las exportaciones latinoamericanas. Los países que habían progresado más en su
proceso de ISI tuvieron mayor éxito en aumentar las exportaciones de bienes ma-
nufacturados. Éste fue particularmente el caso de Brasil y México, pero también
ocurrió en otros países como Argentina y Colombia. Todos ellos, en diferente
grado, diversificaron sus exportaciones de bienes manufacturados dentro de los
mercados latinoamericanos, así como fuera de ellos. Era el resultado de los cam-
bios ocurridos en América Latina y los mercados internacionales, así como de las
reformas de la política comercial implantadas por algunos países de la región”
(BETHELL, 1997, p. 121).

También progresó sensiblemente el nivel técnico de la industria, en el marco


del llamado paradigma “metal-mecánico”. Durante esos años alcanzó una
cierta madurez la base industrial, cuya construcción había sido fuertemente
estimulada desde la década de 1930; se incrementó rápidamente la inver-
sión extranjera en la industria, y se recibieron los efectos positivos de la no-
table expansión de la economía internacional. Se trataba de una conjunción
de circunstancias especialmente propicias para políticas que buscaban in-
yectar dinamismo desde afuera al crecimiento hacia adentro. En ese contex-
to, la segunda fase de la ISI llegó a su apogeo.

3.2.3. Industrialización por endeudamiento

Originalmente, el financiamiento de la industrialización se basó en las expor-


taciones primarias, de las cuales los gobiernos obtuvieron importantes re-
cursos para costear sus políticas proteccionistas, las que favorecieron a los
empresarios manufactureros y también a sectores urbanos más amplios.
Esas políticas, junto al fortalecimiento sindical y político de sectores asala-
riados, generaron en varios países transferencias de ingresos que, en líneas
generales, tendían a disminuir la desigualdad. Luego, como ya se destacó,
el financiamiento de una industrialización de mayor envergadura fue pesan-
do más sobre la balanza de pagos, mientras que, en numerosos casos, los
ingresos provenientes de las exportaciones primarias no crecieron en un ni-
vel comparable, o incluso disminuyeron. Es cierto que en la década de 1970
las exportaciones manufactureras de los países mayores del continente co-
braron cierta significación. Pero globalmente se mantuvo la dependencia de

109
Universidad Virtual de Quilmes

los ingresos provenientes de las exportaciones primarias, las inversiones ex-


ternas o los préstamos. Una industrialización cuyo motor había llegado a ser
el alto consumo interno, mucho más que el ahorro propio y la capacidad de
innovación, sólo podía avanzar mientras el financiamiento externo fuera de
fácil acceso.
Durante la década de 1970 en especial, el crecimiento fue impulsado por
la abundante oferta de crédito proveniente de la banca internacional. Ello
fue una consecuencia de la nueva situación generada a partir del incremen-
to brusco del precio del petróleo.

“El acontecimiento económico más significativo de los años setenta fue que el
precio del petróleo se cuadruplicó en 1973-1974, después de varios años de des-
censo en términos reales. El momento para esta inesperada alza de precios fue
sumamente desventajoso (económica y políticamente) para las EMD, pues vino a
sumarse a sus crecientes problemas económicos. La crisis del petróleo y las subi-
das de los precios en otros productos que le siguieron, llegaron en un momento
en que la ‘edad de oro’ estaba mostrando claros signos de desgaste. El régimen
‘Bretton Woods’ había sido socavado por el abandono unilateral de Estados Uni-
dos de la convertibilidad del dólar en 1971 y su ulterior devaluación. Hacia 1973
el nuevo sistema de tipos de cambio flotantes no estaba aún firmemente asenta-
do. Este nuevo sistema tenía que luchar con los abruptos cambios en las balan-
zas de pagos de las EMD y de los PMD, en sólo un año, la subida de los precios del
petróleo hizo que las cuentas corrientes de las EMD pasaran de contar con un ex-
cedente de 10.000 millones de dólares estadounidenses a tener un déficit de
15.000 millones, y las de los PMD pasaron de un déficit de 9.000 millones a uno
de 21.000 millones. Junto con los mercados financieros internacionales privados,
el nuevo sistema de tipos de cambio flotantes se vio saturado por la transferencia
comercial de recursos más grande jamás habida desde las EMD hacia un grupo de
los PMD (OPEP), así como por el reciclaje de una gran proporción de estos recur-
sos que retornaban de los países de la OPEP con baja absorción hacia las EMD y a
los PMD no exportadores de petróleo” (BETHELL, 1997, pp. 102-103).

La consiguiente disposición de la gran banca privada a prestar sumas muy


considerables a intereses bajos y sin exigir mayores garantías fue aprove-
chada como si la situación estuviese llamada a durar eternamente. Se ha
señalado que la disposición a endeudarse constituye un rasgo de larga data
en la evolución histórica de América Latina.

“Los préstamos extranjeros a América Latina han estado determinados básicamen-


te por la oferta. Estos países parecen estar dispuestos a endeudarse tanto como
les permitan los mercados financieros internacionales. De este modo, los cuatro
períodos de grandes incrementos en los préstamos extranjeros que han tenido lu-
gar desde la independencia (a finales de la década de 1810 y comienzos de la de
1820, la década de 1860 e inicios de la de 1870, la década de 1920 y la de 1970)
fueron posibles por los altos niveles de liquidez internacional. […] Lo mismo su-
cedió en el período más reciente de influjos de capital, 1990-1994, a excepción
de los casos de Chile y Colombia” (BETHELL, 1997, p. 93).

110
Problemas del Desarrollo en América Latina

Lo anotado constituye una manifestación de ciertas tendencias perdurables,


que han condicionado profundamente el acontecer económico en el conti-
nente y sobre las cuales hemos llamado la atención en el capítulo anterior,
como la propensión de los sectores dirigentes a priorizar el corto plazo en el
uso de los fondos disponibles y su preferencia por canalizarlos hacia el alto
consumo. Ejemplifica esto último el uso que se le dio a los fondos obteni-
dos en aquel período de “dinero fácil”.
Se destaca, en primer lugar, el enorme crecimiento de las importaciones:
“entre 1973 y 1981, la importación [anual] de bienes de América Latina cre-
ció en términos reales (a precios de 1980) de 44.000 millones de dólares
estadounidenses a 93.000 millones y su déficit por cuenta corriente se ele-
vó de 10.000 millones a 40.000 millones” (BETHELL, 1997, p. 105). Es decir
que en menos de una década la importación de bienes se multiplicó por
más de dos, pero ello no fue solventado por un aumento comparable de las
exportaciones, sino por los préstamos.
La utilización de la bonanza crediticia varió de país a país pero, en térmi-
nos promediales, la inversión productiva no absorbió el grueso de los fondos
obtenidos mediante empréstitos. “En general, los préstamos extranjeros
fueron utilizados para pagar las importaciones de petróleo, para expandir
otras importaciones (de consumo, bienes de inversión y equipamiento) y pa-
ra financiar la fuga de capitales fuera de la región” (BETHELL, 1997, p. 146).
La afluencia de dólares provenientes de los préstamos permitió mantener
tasas de cambio que hacían muy conveniente comprar con moneda nacional
sumas en dólares y depositarlas en el exterior.
El endeudamiento mayúsculo de este período generó una dependencia
notable del acontecer financiero a corto plazo que, con dramáticas conse-
cuencias en la década de 1980, se ha convertido en uno de los condicionan-
tes mayores del panorama latinoamericano desde entonces.

“Los estrechos lazos financieros entre los países latinoamericanos y los mercados
financieros internacionales vincularon el destino económico de la región a las
políticas económicas y al desarrollo de las EMD. Tradicionalmente, los vínculos
entre ambos habían funcionado principalmente mediante flujos comerciales, en
los que el nivel de demanda de productos básicos de las EMD era el factor decisi-
vo. En las nuevas condiciones, se añadió un fuerte e inestable vínculo financiero,
caracterizado por tipos de interés flotantes y grandes sumas de préstamos con
vencimientos a corto plazo” (BETHELL, 1997, p. 105).

Cuando la bonanza inducida se hubo esfumado, de los pocos años de “dine-


ro fácil” una de las principales herencias es esa dependencia muy grande de
la coyuntura financiera internacional que hoy sigue pesando sobre la región.
El crecimiento siguió siendo promedialmente alto durante la década de
1970, incluso por comparación con procesos muy celebrados: de 1965 a
1980 el PBI per cápita se incrementó a un promedio anual del 3,5% en Amé-
rica Latina y del 5% en Asia Oriental, incluyendo a China. Pero el “modelo la-
tinoamericano” de crecimiento no era sustentable o, mejor dicho, no era au-
tosustentable. A fines de la década de 1960 escribía Furtado (1973, p.
300): “parece indudable que las posibilidades de desarrollo apoyadas en la

111
Universidad Virtual de Quilmes

exportación de materias primas y en la industrialización ‘sustitutiva de im-


portaciones’ controlada del exterior, alcanzan o ya alcanzaron los límites de
sus posibilidades”. Durante la década de 1970, la situación financiera inter-
nacional colaboró a mantener abiertas esas posibilidades. Pero las limita-
ciones propias de ese tipo de crecimiento no fueron superadas.

3.3. El agotamiento del modelo

En este apartado nos ocupamos de ciertas características relevantes de la


etapa final del “crecimiento hacia adentro”.

3.3.1. El camino de la crisis

Probablemente, más que el endeudamiento en sí mismo, lo realmente nega-


tivo fue no sólo el uso que se hizo de los préstamos como los procedimien-
tos a través de los cuales se los obtuvo.
Los prestamistas querían colocar fondos, altos funcionarios públicos con-
traer empréstitos y varios otros actores intervenir en el uso de los recursos
así obtenidos; los préstamos se fueron sucediendo sin control centralizado
sobre el endeudamiento ni recopilación de la información por parte de cada
gobierno.

“Como el cobro de comisiones y la corrupción se volvieron características típicas


de los acuerdos más rentables, la falta de información convenía a todas las par-
tes. Se produjo un fuerte incremento de las importaciones, y los regímenes mili-
tares de los años setenta aprovecharon la disponibilidad de recursos para acumu-
lar material de defensa. Los bancos internacionales y los comerciantes de armas
se unieron para ayudar a que América Latina utilizase el crédito de que disponía”
(THORP, 1998, p. 222).

El agotamiento del crecimiento hacia adentro impulsado por el Estado fue,


en parte, consecuencia de las carencias con que el sector público encaró la
política industrial, tema al que ya se hizo referencia y que será retomado
más abajo. A medida que se iban debilitando las fuentes internas del dina-
mismo industrializador, el funcionamiento del aparato estatal se fue degra-
dando en medida significativa debido a las modalidades del sostén externo.

“La combinación de una mayor escala y de un peor control financiero resultó


perjudicial para la calidad del gasto público. Frecuentemente, proyectos enor-
mes y mal concebidos tuvieron consecuencias ambientales y sociales negativas,
tanto directas como indirectas […] ¿Quién iba a dar batalla en favor de mejorar
la calidad del gasto cuando nuevos proyectos atraían recursos nuevos (y, natu-
ralmente, con ello más comisiones)? El sesgo hacia la ‘resolución’ de problemas
mediante nuevos proyectos en lugar de hacer frente a las dificultades existentes
se manifestó claramente en la agricultura, donde problemas como el exceso de

112
Problemas del Desarrollo en América Latina

salinidad o el deterioro de los sistemas de regadío eran mucho más fáciles de so-
lucionar emprendiendo nuevos proyectos que enfrentando los problemas, sobre
todo si no era fácil encontrar recursos en préstamos para los trabajos de mante-
nimiento. La calidad de la gestión y del control financiero en las grandes empre-
sas estatales tendió a empeorar en un ambiente de dinero fácil y de beneficios
personales” (THORP, 1998, pp. 225 y 226).

Se entró así en un camino de riesgo creciente:

❘❚❚ “A comienzos de los años ochenta, América Latina tenía el volumen de deu-
da más grande en el Tercer Mundo. También había adaptado más sus patro-
nes de consumo y producción a la abundancia de crédito externo (como si fue-
ra a ser una situación permanente). Esto colocó a América Latina en una
posición vulnerable frente a una evolución negativa de la economía internacio-
nal” (BETHELL, 1997, p. 142). ❚❚❘

Se llegó a lo que puede ser descrito como una situación de “sobreendeuda-


miento”, porque parte importante de los préstamos no era utilizada para al-
gún fin específico. Consiguientemente, la oferta abundante de divisas llevó
a la disminución de su valor respecto al de las monedas nacionales. Se ge-
neró así un impulso a la compra de moneda extranjera y a la transferencia
de fondos al exterior. Esa baratura relativa del dólar favoreció las importacio-
nes y perjudicó a las exportaciones, con lo cual, además de una fuerte ten-
dencia al déficit de la balanza comercial, aparecieron nuevas dificultades pa-
ra la producción local. Frecuentemente, tales problemas fueron paliados con
nuevos préstamos, dando lugar a una espiral de creciente riesgo, que se
convertiría en ominosa realidad con el cambio de las circunstancias interna-
cionales.

“Los países latinoamericanos se endeudaron por encima de su capacidad para


utilizar divisas. En consecuencia, la abundancia de divisas llevó a la acumulación
de reservas internacionales en los bancos centrales y a una sobrevaluación de sus
monedas, generando desajustes. El ajuste a finales de los años setenta, bajo el es-
tímulo de la revaluación del tipo de cambio, funcionó en una dirección que era
incompatible con un desarrollo sostenible, dadas las tendencias en las economías
reales nacional e internacional. Las cuentas externas se deterioraron rápidamente,
alcanzando un déficit en la cuenta corriente de 40.000 millones de dólares esta-
dounidenses para el conjunto de la región en 1980, cuando la segunda crisis del
petróleo, los desequilibrios financieros mundiales y el estancamiento del merca-
do internacional de productos primarios generaban un sombrío contexto econó-
mico” (BETHELL, 1997, p. 145).

La ISI surgió como un proceso impulsado por actores de poder internos de la


escena latinoamericana; empresarios manufactureros nacionales o naciona-
lizados por la inmigración, dirigencias políticas de base urbana, fracciones

113
Universidad Virtual de Quilmes

de la burocracia pública interesadas en la afirmación del Estado y, tam-


bién, obreros industriales sindicalizados constituyeron las redes de poder
económico y político en las que se basó el “cambio de modelo” que tuvo
lugar a partir de la Gran Depresión. Ese cambio implicó inicialmente un de-
bilitamiento relativo de los actores de poder externo, de la gravitación eco-
nómica del capital extranjero, de la influencia política de los gobiernos del
“centro”, de la preponderancia ideológica de las concepciones “ortodoxas”
acerca del crecimiento económico y la modernización. La ISI se entretejió -
de manera por demás conflictiva, cierto es- con la elaboración de una con-
cepción latinoamericana del desarrollo. A medida que la dinamización en-
dógena de la ISI fue perdiendo fuerza, se debilitaron simultáneamente los
actores de poder internos mencionados y, de alguna manera, volvió a cre-
cer la gravitación de los actores externos. En el nivel económico, las em-
presas transnacionales pasaron a marcar el ritmo del desempeño indus-
trial; en el nivel político, los estados apelaron crecientemente tanto al
financiamiento como a la orientación proveniente del exterior. Ello tuvo con-
secuencias graves, recién destacadas, para el funcionamiento del sector
público; ideológicamente se entretejió con el debilitamiento de la reflexión
interna, de su capacidad de incidir en la generación de políticas y particu-
larmente en el análisis de las perspectivas. En esto último gravitó priorita-
riamente la elaboración de las instituciones financieras internacionales
que -por entonces como en las crisis posteriores- no se caracterizó por su
agudeza.

“El endeudamiento recibía también el aliento de toda una gama de actores inter-
nacionales, comprendidas las instituciones financieras internacionales, que al pa-
recer no percibían peligros de ningún tipo. Una evaluación realizada por el FMI
en 1981 señalaba que ‘la situación global de la deuda en los años setenta se
adaptó por sí sola a las fuertes tensiones surgidas en el sistema internacional de
pagos […] Aunque algunos países experimentaron dificultades, se evitó un pro-
blema generalizado de gestión de la deuda y el futuro inmediato no ofrece moti-
vos de alarma’” (THORP, 1998, 221-222).

Apenas formulado ese diagnóstico tranquilizador, estalló la crisis más grave


de la historia latinoamericana.
A un continente signado por la diversidad, una vez más circunstancias de
origen esencialmente externo lo dotarían de cierta unidad. En un período de
crédito abundante, alimentado por los “petrodólares” que las monarquías
del Cercano Oriente depositaban en los bancos de Occidente, los préstamos
a bajo interés afluyeron a la región, generando un auge tan notorio como
desparejo. Ese flujo de fondos permitió financiar los déficits comerciales ge-
nerados por el tipo de industrialización ya descrito e incluso volver a impul-
sar en ciertos casos el crecimiento de la industria, así como mantener en vi-
gencia las políticas practicadas por los países exportadores de petróleo
cuando éste ya no alcanzaba para pagarlas. El endeudamiento masivo sos-
tuvo una prosperidad cuya fragilidad quedó al desnudo cuando, en 1982,
México se descubrió en una situación de virtual cesación de pagos. La crisis
de la deuda inauguraba la “década perdida” de América Latina.

114
Problemas del Desarrollo en América Latina

3.3.2. La recesión

La alarma venida de México hizo evidentes los riesgos contraídos por los pres-
tamistas, por la facilidad con que habían prestado sumas enormes sin preocu-
parse demasiado por las garantías ni, mucho menos, porque el uso productivo
de los préstamos asegurase la capacidad de pago. Si durante años había entra-
do a América Latina más dinero del que salía, la situación se revirtió brusca-
mente y, entre 1982 y 1990, lo que primó fue la salida de fondos. Ese drástico
cambio de signo desencadenó en la región una gran recesión, cuya magnitud
puede ilustrarse notando que, de 1980 a 1989, el PBI creció a un promedio
anual del 6,3% en Asia Oriental, y decreció un 0,5% en América Latina.
El proceso de renegociación de las deudas acentuó la recesión y el desigual
reparto de los costos de la crisis. Los grandes bancos acreedores actuaron en
conjunto pero impidieron que los países deudores hicieran otro tanto; imponien-
do un tratamiento caso por caso de la situación de estos últimos, negociaron
desde una posición de fuerza con cada uno por separado, con el respaldo de
sus propios gobiernos y del FMI.
Como volvería a acontecer en 1997 con la crisis del Este asiático, la inter-
vención de los grandes actores de poder internacionales agravó los costos in-
ternos y protegió a los principales intereses externos.

“Las primeras reprogramaciones se negociaron en condiciones muy desfavorables


para los países deudores. Si se elabora un índice del costo de renegociación de la
deuda que tenga en cuenta las comisiones pagadas, los plazos de vencimiento y el
margen con respecto al LIBOR y se compara con los costos pagados en 1980-81, si-
tuando éstos en 100, se advierte que con la primera ronda de reprogramación Ar-
gentina pagó 319, México 280 y Brasil 144. Los beneficios de la banca fueron eleva-
dos: los dividendos declarados por los grandes bancos de Estados Unidos en 1984,
sólo dos años después de la crisis, duplicaron los de 1980” (THORP, 1998, p. 233).

Un factor clave del proceso lo constituyó la imposición de que los estados lati-
noamericanos asumieran responsabilidad incluso por la deuda que no habían
contraído ni garantizado.

“Un rasgo común de la renegociación de la deuda durante este período fue el reque-
rimiento de que los gobiernos ofrecieran una garantía ex post a la deuda privada no
garantizada. Ésta era una medida particularmente arbitraria, impuesta a los gobiernos
de la región por los bancos acreedores y los gobiernos de las EMD con el apoyo o
aceptación de los organismos internacionales. No parecía importar que los bancos
hubieran dado voluntariamente estos préstamos sin garantías gubernamentales y hu-
bieran cobrado primas por los riesgos adicionales que habían corrido” (BETHELL,
1997, p. 151).

El uso conjunto del poder económico y político evitó que los prestamistas fue-
sen afectados e hizo recaer sobre el sector público de la región una considera-
ble carga adicional. Fueron frecuentes las “compras de carteras” difíciles de
cobrar, a través de las cuales, entre un acreedor externo y un deudor privado

115
Universidad Virtual de Quilmes

interno, se ubicaba el Estado, asumiendo la responsabilidad de pagar al pri-


mero y recibiendo la remota posibilidad de cobrar al segundo.
Se ha sostenido que ese uso del poder perjudicó no sólo a los países
subdesarrollados y endeudados sino también a los países ricos, salvo a los
bancos acreedores.

“Es revelador que, durante los años ochenta, muchos PMD [países menos desarro-
llados], particularmente en América Latina, hicieron transferencias netas al exte-
rior mayores, como proporción del PBI, que las realizadas por Alemania después
de la primera guerra mundial. Más esencial es el hecho de que la crisis de la deu-
da de los PMD no se limitaron al sector financiero de las EMD con grandes présta-
mos al Tercer Mundo, sino que sus exportaciones (particularmente las manufac-
turas) a los PMD más fuertemente endeudados fueron perjudicadas por la crisis,
provocando pérdidas en la producción, el empleo y la participación en el merca-
do. La evidencia sugiere que una reducción de los flujos de intereses de los PMD
a los bancos de las EMD habría sido casi equilibrada por el aumento de las expor-
taciones de las EMD. Existió una contradicción entre el interés propio de los ban-
cos acreedores y la economía real de los países deudores y acreedores, y fueron
los primeros los que prevalecieron” (BETHELL, 1997, p. 157).

Este enfoque resalta el alcance mundial del fenómeno:

❘❚❚ “La crisis de la deuda del Tercer Mundo en los años ochenta fue un proble-
ma global. Los déficits de los países no petroleros en vías de desarrollo ha-
bían absorbido una parte significativa de los excedentes de la OPEP en los
años setenta, contribuyendo así a suavizar la recesión de las EMD. Desde
1982, el peso del pago de la deuda impuso costos masivos a las economías
de los PMD, particularmente en América Latina. Sin embargo, este ajuste tam-
bién afectó negativamente las exportaciones de las EMD a los PMD, y, por tanto,
la producción, la recaudación fiscal, la inversión y el empleo en los países in-
dustrializados. La crisis de la deuda también contribuyó a la inestabilidad en
los mercados financieros mundiales. Dada la existencia de una interdepen-
dencia creciente en la economía mundial, un planteamiento bien programado y
más equilibrado de la crisis de la deuda habría beneficiado tanto a los países
en vías de desarrollo como a los desarrollados” (BETHELL, 1997, p. 158). ❚❚❘

Pero si la crisis afectó a todos las regiones del globo, lo hizo por cierto de
forma muy desigual. En condiciones muy difíciles, los países latinoamerica-
nos reorientaron sus políticas, de modo tal que devinieron prioritarios el ser-
vicio de la deuda externa y la obtención de superávits en el comercio exte-
rior que permitieran atender ese servicio.

“Todas las áreas del mundo en desarrollo afrontaron similares condiciones exter-
nas durante el decenio [de 1980]: un acceso restringido a nuevos préstamos, no-
tablemente elevados tipos de interés real, un deterioro general de los términos de

116
Problemas del Desarrollo en América Latina

intercambio y una demanda estancada de productos básicos en el Norte. La ma-


yoría de los países latinoamericanos fueron muy vulnerables a estos impactos ne-
gativos y, por tanto, incapaces de lograr un ajuste eficiente durante los años
ochenta” (BETHELL, 1997, p. 152).

Al desencadenarse la crisis de la deuda, América Latina se internó en una de


las etapas más dramáticas de su agitada historia. En materia de producción,
y aún más en lo que tiene que ver con la desigualdad de ingresos, la década
de 1980 constituye sin duda una etapa de retroceso. De 1981 a 1989, el PIB
por habitante bajó un 8,3%, retrocediendo al nivel alcanzado ya en 1977, con
distribución más regresiva (CEPAL, 1990, pp.21-22). Entre 1980 y 1990, la pro-
porción de la población considerada pobre se elevó del 41% al 46%, y la po-
blación indigente pasó del 19% al 22% del total.
A comienzos de la década de 1980 se invierte el signo de los movimientos
monetarios: los préstamos externos dejan de afluir a la región, y ésta debe
dedicar cantidades crecientes para atender los servicios de una gigantesca
deuda externa. La inflación y la inestabilidad crecen, retroalimentándose mu-
tuamente con las masivas transferencias de capitales al exterior. La inver-
sión, fuerte en los años anteriores, disminuye sustantivamente: del 22,7% del
PIB en 1980 pasa al 16,4% en 1989 (CEPAL, 1990, p. 38).
Una comparación de largo plazo resalta la pérdida de dinamismo económi-
co: el PIB total de la región creció a un promedio anual del 5,1% en la década
de 1950, de 5,7% en la de 1960, de 5’5% en la de 1970 y de 1,1% en la de
1980 (CEPAL, 1992: p.36). Entre 1950 y 1980, en medio de grandes disparida-
des regionales y sociales, América Latina había logrado que el índice de creci-
miento bruto de la producción superara al índice de crecimiento de la pobla-
ción. Esa relación se invirtió en la década de 1980.
En un continente de población joven, que se incrementa rápidamente, el
estancamiento económico generó un importante deterioro de los ingresos
más bajos; se estima, por ejemplo, que el salario mínimo real urbano era en
1991 alrededor del 60% del de 1980 (CEPAL-UNESCO,1992). La desigualdad cre-
ció apreciablemente: “se contrajeron severamente los salarios y los ingresos
de los trabajadores por cuenta propia no calificados, en tanto que las ganan-
cias de los empleadores fueron menos afectadas y, en ocasiones, hasta au-
mentaron” (CEPAL, 1992, p. 38).
La crisis llevó a promover las ventas al exterior, de materias primas y tam-
bién de manufacturas, y a reducir los gastos en el interior. Junto a la disminu-
ción ya destacada de los salarios, ello supuso una drástica baja de los gastos
sociales, un debilitamiento del sector público y, en particular, un sensible de-
terioro de la calidad de la educación y la salud públicas.
El crecimiento hacia adentro, mantenido cuando ya había perdido vigor me-
diante el aflujo de créditos externos, llegó a un abrupto final cuando éstos se
interrumpieron. Se inició entonces un gran viraje en la evolución del continen-
te, en el cual se empezó a buscar una nueva inserción internacional mediante
la apertura de la economía, la liberalización financiera y el crecimiento de las
exportaciones, particularmente de bienes industriales en cuyos precios gravi-
tará decisivamente el uso masivo de recursos naturales y los bajos salarios.
En conjunto, se empezó a procesar un “ajuste estructural”, o rees-
tructuración global de la economía, tendiendo a disminuir rápidamente

117
Universidad Virtual de Quilmes

la importancia del sector público mientras aumenta la de los mayores gru-


pos empresariales privados, la del sector financiero, la de los agentes exter-
nos. “La crisis de la década de los ochenta estuvo asociada a un proceso
importante, y probablemente irreversible, de redistribución y concentración
del capital.” Sus formas incluyen el aumento de la importancia relativa de
los activos financieros y de la banca transnacional, así como el más fácil ac-
ceso de los agentes externos al control de activos nacionales y recursos na-
turales, a menudo a precios por debajo de los valores económicos reales
(CEPAL, 1992, p. 44). Los procesos mencionados se conectan estrechamente
a través del proceso de privatización más o menos acelerado que han veni-
do impulsando la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos, debido a
lo cual ha descendido notoriamente la gravitación económica del área de
producción estatal.
En materia social, como ya se apuntó, las implicaciones del “ajuste” fue-
ron claramente regresivas, lo cual era apreciado a comienzos de la década
de 1990 en los siguientes términos: se ha acentuado

❘❚❚ “[…] la excepcional desigualdad en la distribución de los ingresos en Amé-


rica Latina. Mientras que el 20% más rico de la población tiene, en promedio,
un ingreso seis veces mayor que el quintil más pobre en los países industria-
lizados y siete veces mayor en los países asiáticos, en América Latina el quin-
til más rico de la población obtiene un ingreso casi diecinueve veces mayor
que el 20% más pobre de los habitantes. Esta disparidad aumenta a tasas de
26 y 32 puntos en los casos de Brasil y Perú” (LECHNER,1992, pp. 84-85). ❚❚❘

En resumen, los procesos de ajuste apuntaron a la expansión de las expor-


taciones, la contención de las importaciones y la caída del gasto público, ba-
sándose para lograr todo ello en la disminución de la inversión, de los sala-
rios y de los recursos destinados al área social. En lo económico y en lo
social, la década de 1980 representó “la década perdida” de América Lati-
na.

“En América Latina, el largo período de crecimiento sostenido desde 1950 llegó a
un abrupto final en 1980-1981. Durante tres décadas el PIB había crecido a una ta-
sa promedio del 5,5% anual, mientras que el producto per cápita se elevaba al
2,8% anual. Sin embargo, durante los años ochenta la región logró un crecimien-
to de sólo el 1,2% anual, mientras que la renta per cápita descendió casi en la
misma tasa. Casi todos los indicadores reflejan este cuadro general de estanca-
miento y decadencia. La producción manufacturera, por ejemplo, que creció a
una tasa del 6,5% anual entre 1950 y 1981, creció sólo el 1,1% entre 1981 y 1990”
(BETHELL, 1997, p. 92).

En 1980, la participación del sector manufacturero en el PIB era del 25,4%,


mientras que en 1990 había descendido al 23,4%. La ISI ya no era el motor
principal del crecimiento económico. Una etapa fundamental de la historia
latinoamericana estaba definitivamente agotada.

118
Problemas del Desarrollo en América Latina

3.4. Una mirada de conjunto

Ensayamos aquí una valoración global de la etapa de la historia latinoameri-


cana signada por el papel motor de la industria orientada hacia el mercado
interno.

3.4.1. La ISI en perspectiva

Intentaremos en esta sección una recapitulación de los principales rasgos


del “crecimiento hacia adentro”, cuya evolución ha sido descrita en las sec-
ciones precedentes. La siguiente cita sirve como adecuada introducción al
tema:

❘❚❚ “Al concluir la segunda guerra mundial, los esfuerzos de desarrollo de la región
se dirigieron a transformar la estructura de la producción y a reducir la dependen-
cia externa. La industrialización por sustitución de importaciones produjo algunos
resultados positivos. La economía del área se expandió rápidamente: entre 1950
y 1981 el producto interior bruto creció a una tasa anual promedio del 5,3%. Sin
embargo, aunque el ingreso promedio per cápita creció a una tasa anual del
2,6%, persistieron las enormes desigualdades en la distribución de los beneficios
del crecimiento económico en toda América Latina: desigualdades entre los gru-
pos sociales, entre las áreas urbanas y las rurales, entre las regiones de cada
país y entre los distintos países. A su vez, surgieron nuevas formas de dependen-
cia respecto de la economía internacional. La ISI y la diversificación de los patro-
nes de consumo en los años cincuenta y sesenta dieron lugar a la adopción de
tecnologías importadas, cada vez más complejas, intensivas en capital y depen-
dientes de insumos importados. Asimismo, los años sesenta vieron un significa-
tivo flujo de inversión extranjera directa concentrada en la producción de sustitu-
tos de las importaciones de bienes manufacturados, que se beneficiaron de los
altos niveles de protección efectiva. Dado el considerable contenido importado de
estas industrias y las altas tasas de beneficios, los ahorros netos de divisas eran
a veces insignificantes o incluso negativos” (BETHELL, 1997, pp. 84-85). ❚❚❘

Entre luces y sombras, la industria orientada predominantemente al merca-


do interno fue efectivamente el primer motor del crecimiento y se expandió
a ritmos llamativos:

❘❚❚ “América Latina obtuvo altas tasas de crecimiento de las manufacturas en-
tre 1950 y 1981, en que la producción creció más de seis veces. Este creci-
miento [del orden del 6,5% anual] fue más rápido que el de la producción ma-
nufacturera mundial (5,7%), lo que significa que América Latina aumentó su
participación en la producción mundial durante estas décadas” (BETHELL,
1997, p. 115). ❚❚❘

En el período señalado, la participación de la industria en el PIB latinoameri-


cano total pasó de menos del 20% a más del 25%.

119
Universidad Virtual de Quilmes

Ese proceso de crecimiento económico significativo con transformación


de la estructura productiva fue posibilitado por un importante incremento de
la inversión, que llegó a ubicarse bien por encima de su promedio histórico
y de los valores que registraría después de la crisis de comienzos de la dé-
cada de 1980. En efecto, la inversión en América Latina pasó del 18,4% del
PIB en la década de 1950 al 22,2% en el período 1973-1981, para descen-
der al 16,7% como promedio entre 1982 y 1990. La considerable acumula-
ción de capital durante la ISI se reflejó en que “el nivel de inversión en 1981
era, en términos reales, casi nueve veces mayor que el de 1950”; entre es-
te año y 1981, “la inversión en maquinarias y equipos también creció rápi-
do, a una tasa anual del 8%” (BETHELL, 1997, p. 110).
Siempre resulta cuestionable hablar de América Latina en su conjunto,
pues la diversidad de situaciones nunca deja de ser notable. Sin mengua de
lo dicho, la ISI y las formas en las que fue llevada adelante en el continente
generaron ciertas tendencias comunes y no pocas similitudes en el panora-
ma económico, si se lo contempla en perspectiva histórica. En efecto, la ten-
dencia hacia una cierta convergencia de situaciones durante el período del
“crecimiento hacia adentro” contrasta acusadamente con lo registrado an-
tes, cuando la inserción primario-exportadora en la economía mundial tuvo
lugar con grados de vinculación y niveles de beneficios muy diversos, lo que
acentuó la diversidad continental. Probablemente, la primacía de las tenden-
cias divergentes sobre las convergentes haya reaparecido en los últimos
tiempos.
En cualquier caso, la diversidad de resultados no estuvo ausente en la
etapa de la ISI, en la cual se destacó el crecimiento de la producción en el
Brasil y también en México. Ello fue

❘❚❚ “[…] también impresionante en relación con el de las EMD. Durante este pe-
ríodo, los dos países latinoamericanos crecieron a una tasa promedio anual
de aproximadamente el 50% por encima de la tasa de las EMD, de modo que,
pese a su crecimiento demográfico mucho más rápido, lograron aumentar su
renta per cápita en relación con la de los países de altos ingresos de la OCDE

del 16% al 21%” (BETHELL, 1997, p. 109). ❚❚❘

En cambio, países como la Argentina y Chile, donde la industrialización tem-


prana fue especialmente importante, avanzaron luego con mayores dificulta-
des, en parte por motivos que arrojan luz sobre la problemática de conjunto.

“Típicamente la ISI en América Latina comenzaba con la producción de bienes de


consumo ligeros, después pasaba a los bienes intermedios, a los de consumo du-
raderos y a los bienes de capital. Las economías de escala, la especialización y el
tamaño del mercado interno se hicieron cada vez más importantes, y la tecnolo-
gía se volvió más compleja cuando la ISI progresaba hacia etapas más avanzadas.
Algunos países que habían iniciado su ISI con mayor anticipación, como Argenti-
na y Chile, pronto comenzaron a tropezar con dificultades debidas principalmen-
te a la incapacidad para explotar las economías de escala dada la limitada expor-
tación de manufacturas. Estos obstáculos se reflejaron en tasas de crecimiento
más bajas” (BETHELL, 1997, p. 115).

120
Problemas del Desarrollo en América Latina

La cita ilustra un problema capital, que no llegó a ser resuelto durante el


período, y que más bien fue agravándose: la industrialización dependía en
grado sumo de las importaciones. Inicialmente, la ISI colaboró a mejorar la
situación en materia de comercio exterior, pues disminuyó la importación
de productos manufacturados para consumo, pero, con el paso del tiempo,
“la producción interna se hizo cada vez más dependiente de las importa-
ciones de bienes intermedios y de capital” (BETHELL, 1997, p. 118). Las di-
ficultades para avanzar en el proceso de industrialización, hasta el punto
de sustituir también parte sustantiva de las importaciones de máquinas,
tecnología e insumos intermedios, y de compensar las importaciones con
exportaciones considerables de manufacturas, constituyó el problema fun-
damental de la ISI, que se reflejó recurrentemente en las dificultades del
comercio exterior.
“El desarrollo de una ISI de ‘importación intensiva’ (principalmente de
insumos sin sustitutos autóctonos) produjo una creciente rigidez en la de-
manda de importaciones”; así, a pesar de lo que se incrementó la produc-
ción industrial local, durante veinte años, entre 1953 y la crisis del petró-
leo de 1973, que alteró profundamente la estructura de las importaciones
a precios corrientes, el peso en estas últimas de las manufacturas se
mantuvo alrededor del 70% del total de lo que los países latinoamericanos
compraban en el exterior (BETHELL, 1997, p. 119).
El “crecimiento hacia adentro” implica que el comercio exterior -la suma
de las exportaciones y las importaciones- crece menos que la producción
total. Pero ello puede suceder con evoluciones muy distintas de la balanza
comercial. En el caso latinoamericano, esta última tendió a ser deficitaria,
por el carácter “importador dependiente” de la ISI y también por la cuantía
del alto consumo atendido mediante compras en el exterior.

“[…] la ISI, tal como se aplicó en los países latinoamericanos durante este perío-
do [entre 1950 y 1980, aproximadamente], condujo a una disminución de la par-
ticipación del sector externo en el PIB (con una caída más rápida en el porcenta-
je de exportaciones que en el de importaciones y una rigidez creciente en el
porcentaje de importaciones). El resultado fue una tendencia estructural hacia dé-
ficits más grandes en la balanza de pagos hasta la crisis del petróleo de 1973-
1974. De ese modo, la balanza comercial pasó de un excedente de alrededor del
3% del PIB a inicios de los años cincuenta a un déficit de casi el 2% en 1972”
(BETHELL, 1997, p.120).

Ese déficit se ligó a las formas de financiación de la industrialización. En lí-


neas generales, las políticas durante la ISI trasladaron recursos del agro a la
industria y, más en general, a los sectores urbanos, lo que contribuyó a ge-
nerar “un crecimiento agrícola más lento, el cual se convirtió en un obstácu-
lo para el desarrollo industrial cuando el excedente comercial de la agricultu-
ra disminuyó rápidamente durante los años cincuenta y sesenta” (BETHELL,
1997, p. 120).
Las dificultades en la balanza de pagos vinculadas con el proceso indus-
trializador fueron en alguna medida incentivadas por

121
Universidad Virtual de Quilmes

❘❚❚ “[…] el sesgo antiexportador de las políticas comerciales. Una percepción


pesimista de las posibilidades de expandir y diversificar las exportaciones
(particularmente de los productos básicos) llevó a subestimar la capacidad de
la exportación de servir como una fuente dinámica del crecimiento económico.
En retrospectiva, parece evidente que los países latinoamericanos fueron len-
tos en percibir los cambios que estaban ocurriendo paulatinamente en la eco-
nomía mundial, así como en predecir el agotamiento de la ISI (tal como se es-
taba aplicando en América Latina). El hecho es que se mantuvo por
demasiado tiempo el acento en las políticas de desarrollo en los mercados in-
ternos. Sin subsidios a la exportación para compensar las distorsiones de los
precios asociados con la ISI, las actividades de exportación estaban en mu-
chos casos expuestas a una protección efectiva negativa. Esto desalentó la in-
versión y la diversificación de la exportación que, pese al rápido crecimiento
de las exportaciones de bienes manufacturados en los países más grandes,
se mantuvo excesivamente dependiente de unos pocos productos básicos”
(BETHELL, 1997, p. 120). ❚❚❘

Sin embargo, corresponde subrayar que una de las tendencias que se fue
abriendo paso en los tramos finales de la ISI la constituyó precisamente el
incremento de las manufacturas en el total de las ventas al exterior de los
países latinoamericanos. Ya en la década de 1960 habían empezado a to-
mar cierta importancia las políticas de apoyo a la exportación. La capacidad
productiva construida a partir de la sustitución de importaciones fue la base
en la que se apoyó el gran esfuerzo de exportación de bienes industriales
que la región debió realizar durante la década de 1980, para afrontar el ser-
vicio de la deuda y las restricciones al financiamiento externo.
Dicha capacidad se expandió durante la “ISI 2”, en buena medida debido
al nuevo papel de las empresas transnacionales.

“Durante los años sesenta la inversión extranjera directa empezó a participar en


la producción de manufacturas. Éste fue el resultado de una nueva tendencia
mundial de las empresas multinacionales, de las modificaciones en la composi-
ción de la demanda de las economías de mercado desarrolladas por importacio-
nes, de la mejorada capacidad productiva y tecnológica de la región derivada de
la ISI, y de la creciente presión política en muchos países en pro de la nacionali-
zación de las compañías extranjeras involucradas en la exportación de productos
básicos” (BETHELL, 1997, p. 143).

La exportación de manufacturas fue favorecida por otra de las tendencias re-


gistradas durante la segunda fase de la ISI, la búsqueda de acuerdos de in-
tegración a escala regional o subregional.
Las tendencias anotadas ofrecían vías para superar algunas de las tra-
bas de la industrialización, como el reducido tamaño de los mercados nacio-
nales y la gravitación negativa en la balanza comercial. Aunque no alteraron
sustancialmente el tipo de crecimiento predominante, ni evitaron su agota-
miento, representan potencialidades abiertas por la propia ISI para ir más
allá de sus limitaciones, eventualmente mejorando o alterando el modelo.

122
Problemas del Desarrollo en América Latina

Ambas tendencias serán brevemente consideradas en la sección siguiente,


pues son relevantes no sólo para una valoración de conjunto del “crecimien-
to hacia adentro” sino, más todavía, para el análisis de lo que sucedió des-
pués y de lo que puede suceder en el futuro.

3.4.2. Tendencias a la profundización del proceso


industrializador

En la segunda fase de la ISI, la capacidad industrial instalada empezó a ge-


nerar ventas al exterior de cierta significación. Por cierto, el fenómeno varió
mucho de un país a otro, y fue el Brasil el que alcanzó niveles mayores. Sin
desmedro de tal diversidad, la tendencia destacada se manifestó en el con-
junto de la región y llegó a alimentar las expectativas de que el período del
“crecimiento hacia adentro” fuera seguido por otro caracterizado por el pre-
dominio de un modelo industrial exportador. Como lo indica la importancia
de las exportaciones de automóviles en el caso brasileño, la inversión ex-
tranjera en la industria fue uno de los factores que impulsaron esta expan-
sión de las exportaciones manufactureras, particularmente de las que se di-
rigían a otros países de la misma región. La composición tradicional de las
exportaciones a otras regiones varió bastante menos.

“La exportación de manufacturas, que había estado creciendo a una tasa anual
del 3,8% durante los años cincuenta, creció al 11,3% entre 1960 y 1973, y (tras
cuatro años de estancamiento después de la primera crisis del petróleo) cerca del
15% anual entre 1977 y 1990, esto es, la exportación de manufacturas de Améri-
ca Latina en 1990 fue 25 veces más grande que a inicios de los años cincuenta y
la exportación de bienes semimanufacturados cinco y media veces mayor. En
consecuencia, la participación de las manufacturas y semimanufacturas en las ex-
portaciones totales de América Latina se elevó del 9% en 1952-1955 al 12% en
1960, al 15% en 1970, a un tercio en 1980 y a casi el 40% a principios de los años
noventa. El país que más diversificó sus exportaciones fue Brasil, cuyas ventas en
el sector automotriz sobrepasaron a las del café en los años ochenta y cuyas ma-
nufacturas representaron más de la mitad (52%) de las exportaciones en 1990. Sin
embargo, la mayor incidencia de las manufacturas se generalizó en toda la re-
gión. Por ejemplo, en las exportaciones combinadas de Colombia, Perú, Uruguay
y Venezuela el porcentaje de las manufacturas en la exportación total creció del
1% en 1960 al 17% en 1990” (BETHELL, 1997, p. 122).

Este proceso tuvo algunas similitudes con el auge exportador de los países
asiáticos, como lo destaca la cita siguiente. Ahora bien, a pesar de que las
cifras del crecimiento productivo durante las décadas de 1960 y 1970 ofre-
cían algún apoyo a la idea de que en América Latina algunas naciones vi-
vían un proceso comparable al del Este de Asia, ya recordamos que los gua-
rismos de la década de 1980 fueron muy distintos. Más adelante
ahondaremos en esta cuestión a partir de una comparación sucinta entre
las políticas industriales prevalecientes en una y otra región. Como surge
también de la próxima cita, las políticas que moldearon la ISI fueron las que,
reorientadas, se usaron para la promoción de la exportación de productos

123
Universidad Virtual de Quilmes

industriales; consiguientemente, esta alternativa se vio limitada por las ca-


rencias de aquellas políticas, que se hicieron más graves en un contexto de
acrecentada competencia internacional, de aceleración del cambio técnico y
de transformación de los procesos productivos, lo que ha sido presentado
como el tránsito del “paradigma fordista” al “paradigma de las Tecnologías
de la Información y la Comunicación (TICs)”. Las diferencias entre los proce-
sos de industrialización en el Este de Asia y en América Latina hicieron que
dicho tránsito fuera muy favorable para los primeros y más bien al contrario
para los últimos.
Sobre los puntos anotados recién volveremos en secciones posteriores.
Concentrando aquí la atención en nuestra región, vale la pena consignar que
se han señalado

❘❚❚ “[…] tres características principales de la experiencia de diversificación de


las exportaciones de América Latina. En primer lugar, los países grandes tuvie-
ron más éxito en este aspecto, fueron los que realizaron una ISI más efectiva y
tuvieron una base industrial más desarrollada. Este fenómeno es parecido a
la experiencia de algunos países del este asiático en su transición de la sus-
titución de importaciones a la promoción de la exportación. En los países más
pequeños los tipos de cambio favorables y otros incentivos a la diversificación
de la exportación no fueron tan efectivos como en las economías más indus-
trializadas. Es evidente que los mercados internos más grandes ayudaron a la
ISI a aprovechar las economías de escala en una gama más amplia de activi-
dades. En segundo lugar, los países más exitosos en términos de la diversifi-
cación de las exportaciones fueron aquellos en que el Estado intervino activa-
mente con medidas dirigidas a la promoción de la exportación. En otras
palabras, como en el caso de los PIR [países de industrialización reciente del
Asia], se realizó la apertura de la ISI generalmente mediante la reorientación
de muchos instrumentos de promoción directa, como la inversión pública, los
subsidios, la financiación pública y la exención fiscal, junto con la corrección
de algunas distorsiones perjudiciales tales como la protección efectiva negati-
va y un tipo de cambio artificialmente revaluado. Finalmente, la integración
económica regional fue otro factor que tuvo un impacto significativo en la di-
versificación y promoción de la exportación” (BETHELL, 1997, p. 125). ❚❚❘

La frase precedente conecta, de manera muy directa, la tendencia que ve-


níamos comentando con la emergencia de los procesos de integración, otro
proceso que también se destacó durante la segunda parte del período de
“crecimiento hacia adentro” y que, con significativos cambios, tiene en el
presente notoria incidencia en el panorama continental.
Los principales ideólogos de la ISI vieron la integración regional como una
clave para el avance de la industrialización, por un doble motivo: por un la-
do, al ofrecer un mercado mucho más amplio para la actividad manufacture-
ra, posibilitaría aprovechar las economías inherentes a la producción en gran
escala, cosa que, en general, la pequeñez de los mercados nacionales no
permitía; por otro lado, la apertura de los mercados nacionales a los bienes
producidos en otros países de la región supondría para las empresas indus-
triales una competencia mayor que redundaría en una mayor eficiencia. En
suma, protegiendo no tanto a cada mercado nacional sino a un mucho más

124
Problemas del Desarrollo en América Latina

grande mercado regional, se podría profundizar la industrialización al combi-


nar la protección con la ampliación de la demanda y el estímulo de la com-
petencia.
Puntos de vista semejantes se vieron reflejados en la creación, por el Tra-
tado de Montevideo de 1960, de la Asociación Latinoamericana de Libre Co-
mercio (ALALC), la cual incluía a México y a las diez naciones independientes
de Sudamérica (por entonces Guyana y Surinam eran colonias); en 1980, se
convirtió en la ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración). La ALALC fue
constituida, pese a la oposición de los Estados Unidos, en momentos en
que se notaba una considerable disminución del comercio intralatinoameri-
cano. Al comienzo, facilitó un rápido incremento de ese comercio, pero luego
el proceso integrador perdió fuerza y sus resultados quedaron muy por deba-
jo de los objetivos planteados; en conjunto, sin embargo, contribuyó a ex-
pandir los intercambios dentro de la región, sobre todo de manufacturas, lo
que posibilitó una mayor utilización de la capacidad industrial instalada.
Por su parte, el Mercado Común Centroamericano (MCCA) -que llegó a
agrupar a todos los países del área con excepción de Panamá- tuvo inciden-
cia significativa durante la década de 1960, cuando se instaló, y parte de la
de 1970. Luego, el MCCA se vio afectado por las desigualdades regionales y,
especialmente, por la crisis de la deuda.
La comparación entre los dos procesos integradores a los que se ha he-
cho referencia pone de manifiesto que, si bien la ISI impulsada en cada país
mediante un uso amplio de la protección sentó las bases para el avance
posterior de la industrialización, también lo dificultó, al generar redes de in-
tereses opuestos a la integración, en la medida en que esta última afectaba
la protección que los beneficiaba.

“El avance en el intercambio comercial era mucho más significativo en el MCCA


que en la ALALC/ALADI. Como en su mayor parte la industrialización centroameri-
cana estuvo asociada al proceso de integración, los intereses creados se convir-
tieron en una fuerza a favor del comercio intrarregional. Era un caso de ISI basa-
do en la integración. Por el contrario, en la ALALC los intentos para promover el
comercio intrarregional fueron en muchos casos derrotados por los intereses
creados consolidados durante la fase inicial nacional de la ISI entre los años trein-
ta y cincuenta” (BETHELL, 1997, p. 136).

El Pacto Andino se inició como proceso de integración en 1969, llegando a


incluir a Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela; se esperaba que ese
bloque compensara la superioridad económica de los tres grandes países
de la región, Argentina, Brasil y México. Este proyecto se planteaba objetivos
mucho más ambiciosos que la ALALC o el MCCA; en efecto, se apuntaba a una
planificación industrial conjunta; además, a través de la muy comentada
“Decisión 24” del Pacto Andino, se estableció una regulación común y exi-
gente de la inversión extranjera. Durante la primera mitad de la década de
1970, el influjo comercial de este proceso integrador fue muy grande; más
tarde se vio perjudicado por factores como el cambio de política al respecto
a que el golpe de Pinochet dio lugar en Chile, el cual se retiró del Pacto en
1976. En los años posteriores, el impulso inicial se fue debilitando.

125
Universidad Virtual de Quilmes

En 1980, cuando se habían desdibujado buena parte de las esperanzas


depositadas en la integración de las economías latinoamericanas, un nuevo
tratado de Montevideo, menos ambicioso que el de veinte años antes, sus-
tituyó a la ALALC por la ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración), que
procuró mantener los avances logrados facilitando acuerdos bilaterales en-
tre los países miembros. Éstos ya se habían mostrado muy útiles para un
pequeño país como el Uruguay, cuyo comercio con sus dos grandes vecinos
fue grandemente estimulado por el CAUCE (Convenio Argentino Uruguayo de
Cooperación Económica) y el PEC (Protocolo de Expansión Comercial, estable-
cido con el Brasil).
A esa altura, los experimentos integracionistas habían alcanzado ciertos
logros, particularmente en lo que hace a facilitar la expansión de las expor-
taciones industriales, pero no habían logrado revitalizar a la ISI en un marco
regional ampliado.

“En último análisis, los principales obstáculos a la integración económica regional


eran los mismos que constreñían el desarrollo económico en general en América
Latina en este período; a saber: la falta de continuidad de las políticas económi-
cas, los súbitos cambios políticos y financieros, la estrechez de miras de la mayo-
ría de los grupos empresariales, las expectativas demasiado ambiciosas, los
shocks externos y la crisis de la deuda externa” (BETHELL, 1997, p. 140).

En la década de la crisis, reapareció un proyecto integracionista muy ambi-


cioso.

“El acuerdo bilateral más importante de los años ochenta fue el convenio entre
Argentina y Brasil de julio de 1986, que comprendía asuntos tan diversos como la
renegociación de las preferencias arancelarias, las empresas binacionales, los fon-
dos de inversión, la biotecnología, la investigación económica y la coordinación
nuclear. De los ‘dieciséis protocolos firmados’, el más significativo fue el ‘proto-
colo número uno’ que abordaba la producción, el comercio y el desarrollo tecno-
lógico de los bienes de capital” (BETHELL, 1997, p. 138).

Pero lo que pudo ser visto en su momento como la transición de la integra-


ción para avanzar en la sustitución de importaciones industriales a la inte-
gración para cooperar en la promoción de exportaciones industriales más
allá de la región, no tuvo realmente continuidad. Si bien la aproximación en-
tre la Argentina y el Brasil dio lugar al MERCOSUR -que fue creado en 1991 e
incorporó al Paraguay y al Uruguay-, éste trasuntó un proyecto muy distinto al
que inspiraba el convenio de 1986, y además se fue plasmando en condicio-
nes políticas y económicas bastante distintas a las de la década de 1980.
En cualquier caso, el tema de la integración recibe atención creciente en
América Latina, por lo cual vale la pena transcribir una recapitulación de su
evolución hasta comienzos de la década de 1990.

126
Problemas del Desarrollo en América Latina

“El proceso de integración económica de América Latina pasó por tres etapas dis-
tintas. La primera (los años sesenta y comienzos de los setenta) se caracterizó por
la amplia intervención del Estado, y plazos tanto para la eliminación de barreras
comerciales intrarregionales como para el establecimiento de aranceles externos
comunes. Después, hacia finales de los años setenta, la frustración con el paula-
tino desfase entre las grandes expectativas iniciales y los logros reales de la pri-
mera fase de la integración provocó un período de reacción y consolidación. Du-
rante esta segunda fase, los países latinoamericanos abandonaron los objetivos
anteriores y adoptaron un enfoque más prudente, basado principalmente en
acuerdos comerciales bilaterales de alcance parcial. El inicio de la tercera etapa,
la nueva ola de integración regional de finales de los años ochenta y comienzos
de los noventa, coincidió con la transformación de las políticas de industrializa-
ción y comercio. No se veía ya como un estímulo a la ISI ni como un instrumen-
to para la ‘defensa colectiva’ de los mercados latinoamericanos frente a la com-
petencia extranjera; en lugar de ello, se veía la cooperación más estrecha como
una palanca para estimular la participación de las exportaciones latinoamericanas
en los mercados mundiales, particularmente en las naciones industrializadas”
(BETHELL, 1997, p. 126).

Por lo dicho antes, la sugestiva caracterización de conjunto recién transcrita


suscita algunas reservas. Los principales procesos de integración que invo-
lucraron a la región latinoamericana durante los noventa fueron el MERCOSUR
y, sobre todo, el NAFTA, el tratado de libre comercio entre Canadá, los Estados
Unidos y México, que entró en vigencia en 1994. El primero representó en
los hechos un viraje en el proceso de integración entre la Argentina y el Bra-
sil, cuya orientación inicial apuntaba, en efecto, a una estrategia exportado-
ra conjunta, de largo aliento, con atención a los bienes de capital y a la tec-
nología, lo cual no fue prioritado por el MERCOSUR, cuyo énfasis ha estado en
la liberalización comercial más o menos rápida.
En cuanto al NAFTA, es evidente su enorme importancia para la economía
de México, y también para su historia, en la cual puede jalonar un cambio de
rumbo que va mucho más allá de lo económico. Para la región en su conjun-
to, el NAFTA se presenta como un paso hacia la conformación de una zona de
libre comercio de todas las Américas, propuesta por el gobierno de los Esta-
dos Unidos. En otras palabras, lo que está planteado es una reorientación
completa del proceso integrador de América Latina. Se inscribe así en la dis-
cusión de las perspectivas de la región después de que la crisis de la déca-
da de 1980 marcara el agotamiento del crecimiento hacia adentro y abriera
una etapa muy distinta de la historia latinoamericana.

127
4
Las políticas y la reflexión acerca del
desarrollo

Objetivos
• Servir de introducción histórica sumaria al estudio de la teoría del desa-
rrollo y, especialmente, de la contribución latinoamericana a la misma.
• Estudiar las interacciones en América Latina entre el pensamiento acerca
del desarrollo y los procesos de industrialización, cambio técnico y gene-
ración de conocimientos.
• Ensayar, como estímulo para el estudio y la reflexión propia de los lecto-
res, una interpretación de conjunto sobre la evolución de la cuestión del
desarrollo en América Latina durante la segunda mitad del siglo XX.

4.1. Atraso y subdesarrollo en el mundo de la


Segunda Posguerra
En este apartado resumimos el contexto en el cual el tema del desarrollo se
destacó especialmente, tanto a nivel político e ideológico como académico.

4.1.1. La irrupción del Tercer Mundo

En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial cobró gran notoriedad


la problemática del “desarrollo”. Ello se debió en gran medida a la importan-
cia política creciente de las áreas “periféricas”. En efecto, en esa época se
inició el gran proceso histórico de la descolonización, a lo largo del cual al-
canzaron su independencia, particularmente en Asia y África, multitud de na-
ciones que hasta entonces eran colonias europeas. Esas ex colonias, algu-
nos países previamente independientes de ambos continentes y América
Latina en su conjunto constituyeron lo que a partir de comienzos de la déca-
da de 1950 fue conocido como el “Tercer Mundo”, por oposición al “Primer
Mundo”, formado por los países capitalistas avanzados, y al “Segundo Mun-
do”, constituido por el bloque soviético. La “Guerra Fría” entre estos dos úl-
timos realzó la importancia de lo que acontecía en aquel conjunto de nacio-
nes nuevas o con aspiraciones renovadas, capaces de incidencia creciente
en la arena económica y política internacional.
El Tercer Mundo había irrumpido con fuerza en el acontecer mundial, pro-
pulsado por su gravitación estratégica para los bloques enfrentados, por la
importancia económica de su producción y por la activación política de los
contingentes humanos que lo poblaban, muy grandes, muy jóvenes, viviendo
mayoritariamente en condiciones muy inferiores a las prevalecientes en el
Primer Mundo, y potencialmente dispuestos a sostener ambiciosos proyec-
tos de cambio. Todo conducía pues a prestar gran atención a las aspiracio-
nes al “desarrollo” que cundían en los “países atrasados”.

129
Universidad Virtual de Quilmes

4.1.2. Concepciones alternativas sobre el desarrollo

En el contexto sumariamente evocado antes, surgieron las teorías modernas


sobre el desarrollo. En ellas, las concepciones predominantes compartían
ciertos puntos de vista que incluyen los apretadamente resumidos a conti-
nuación. El desarrollo de un país es el proceso a lo largo del cual su capaci-
dad productiva y su estructura económica se van asemejando a las de los
países industriales avanzados, esto es, los países desarrollados. El proceso
de desarrollo es, en sus grandes rasgos, el mismo para todos los países,
por lo cual los países atrasados son los que están ubicados en los peldaños
inferiores de la escala del desarrollo; atraso y subdesarrollo, en esta óptica,
son sustancialmente lo mismo: falta de desarrollo.
Rasgo fundamental de estos enfoques es la identificación entre desarro-
llo y crecimiento económico, por lo cual la teoría del desarrollo resulta parte
de la economía. A su vez, la solución a la problemática del desarrollo ha de
tener como eje central el logro de un nivel de inversión elevado, que garanti-
zará el crecimiento. Esta noción se afirmó sólidamente en los años posterio-
res a la Segunda Guerra Mundial: “Se convirtió en un artículo de fe, reforza-
do por la recuperación y el crecimiento rápidos de la posguerra […], tanto en
la Europa occidental como en la Europa oriental, que el crecimiento depen-
día decisivamente de la inyección de una cantidad adecuada de capital, na-
cional o extranjero” (HIRSCHMAN, 1984, p. 84).
Más detalladamente,

❘❚❚ “[…] el desarrollo se verá más o menos como sinónimo de formación de


capital. W. A. Lewis ha proporcionado un pasaje clásico en este contexto: ‘El
problema central en la teoría del desarrollo económico es el de entender el
proceso por medio del cual una comunidad que previamente está ahorrando e
invirtiendo de 4 a 5% de su ingreso nacional o menos, se convierte en una
economía en que el ahorro voluntario alcanza alrededor de 12 a 15% del ingre-
so nacional o más. Éste es el problema principal, ya que el hecho central del
desarrollo económico es la acumulación rápida (incluyendo al conocimiento y
las capacidades, junto con el capital)’. Durante los años cincuenta, la gran ma-
yoría de los economistas no vio ninguna diferencia entre país ‘subdesarrolla-
do’ y país ‘no desarrollado’. Al observar las diferencias entre los países indus-
trializados y los subdesarrollados, se intentó describir el nivel y los diversos
aspectos del subdesarrollo. Por lo tanto, el problema del subdesarrollo fue ca-
racterizado como un problema de escasez de capital” (BLOMSTRÖM y HETTNE,
1990, pp. 23-24). ❚❚❘

La óptica que estamos resumiendo incluyó entre sus rasgos característicos


una opinión muy definida sobre las consecuencias de la interacción entre
países avanzados y países atrasados: el comercio internacional beneficiaría
tanto a unos como a otros, e incluso era visto como un factor potencial de
igualación de los ingresos en el mundo en su conjunto.
La familia de concepciones que compartían los puntos de vista reseña-
dos corresponde a la que, en su “clasificación simple de las teorías del de-
sarrollo”, Hirschman (1984, pp. 13-16) denomina economía ortodoxa.
El mismo autor señala que, durante las décadas de 1940 y 1950, fueron

130
Problemas del Desarrollo en América Latina

cobrando fuerza ciertas ideas diferentes, que constituyeron lo que llama


economía del desarrollo. Esas ideas compartían dos ingredientes básicos:

❘❚❚ “[…] el rechazo de la pretensión de la monoeconomía y la afirmación de la


pretensión del beneficio mutuo. Entiendo por el rechazo de la monoeconomía
la idea de que los países subdesarrollados se apartan como un grupo -debido
a varias características económicas específicas comunes a todos ellos- de los
países industriales avanzados, de modo que el análisis económico tradicional,
que se ha concentrado en los países industriales, deberá reformularse en sen-
tidos importantes cuando se ocupe de los países subdesarrollados. La preten-
sión del beneficio mutuo es la afirmación de que las relaciones existentes en-
tre estos dos grupos de países podrían adoptar formas tales que se
produjeran beneficios para ambos” (HIRSCHMAN, 1984, p. 13). ❚❚❘

Vale la pena indicar cómo las denominadas “pretensiones de la macroeco-


nomía y del beneficio mutuo” diferencian posiciones contrapuestas en el
pensamiento acerca del desarrollo.

“La posición ortodoxa sostiene las dos proposiciones siguientes: a) la economía


es un conjunto de teoremas simples, pero ‘poderosos’ y de validez universal: só-
lo hay una ciencia económica (‘así como sólo hay una física’); b) uno de estos
teoremas afirma que, en una economía de mercado, fluyen beneficios para todos
los participantes, ya sean individuos o países, de todos los actos voluntarios del
intercambio económico (‘porque de otro modo no participarían en tales actos’).
En esta forma se afirman las pretensiones de la monoeconomía y del beneficio
mutuo.
La posición contraria es la de las principales teorías neomarxistas del desarrollo,
que sostienen: a) que la explotación o el ‘intercambio desigual’ es la característi-
ca esencial, permanente, de las relaciones existentes entre la ‘periferia’ subdesa-
rrollada y el ‘centro’ capitalista; b) a resultas de este largo proceso de explota-
ción, la estructura político-económica de los países periféricos es muy diferente
de todo lo que haya experimentado jamás el centro, de modo que su desarrollo
no puede seguir el mismo camino; por ejemplo, se ha sostenido que los países
periféricos no pueden tener una experiencia de industrialización afortunada bajo
auspicios capitalistas. Aquí se rechazan la pretensión del beneficio mutuo y la
pretensión monoeconómica” (HIRSCHMAN, 1984, pp. 14-15).

Recapitulemos. Cuando, en la segunda posguerra, la cuestión del desarrollo


irrumpe con singular fuerza en los ámbitos políticos y académicos, las con-
cepciones predominantes comparten en líneas generales las afirmaciones
siguientes:
• el desarrollo de los países atrasados es un problema económico que se
resuelve mediante el crecimiento;
• la clave del crecimiento radica en la disponibilidad de fondos para la in-
versión;
• las dinámicas económicas de los países atrasados responden a los mis-
mos determinantes que las de los países avanzados (pretensión de la
monoeconomía);

131
Universidad Virtual de Quilmes

• el comercio internacional beneficia tanto a los países avanzados como a


los países atrasados (pretensión del beneficio mutuo);
• los países atrasados han de desarrollarse según trayectorias similares a
las recorridas previamente por los países avanzados.

A su vez, las concepciones alternativas se fueron definiendo a través del


cuestionamiento a algunas o de todas esas afirmaciones.

4.2. La concepción latinoamericana clásica acerca del


desarrollo

Las observaciones del apartado precedente esbozan el contexto en el cual


tomó cuerpo el pensamiento latinoamericano sobre el subdesarrollo. En es-
ta corriente de ideas jugó un papel fundamental el llamado “estructuralismo
cepalino”, la concepción alimentada por los trabajos realizados en el marco
de la CEPAL, la Comisión Económica para América Latina. A ella nos referimos
a continuación.

4.2.1. El estructuralismo cepalino

El término “estructuralismo” aparece por primera vez en el vocabulario técni-


co del desarrollo durante los debates de la década de 1950 acerca de las
causas de la inflación en América Latina. La posición estructuralista soste-
nía que, en el continente, la inflación no era simplemente un fenómeno mo-
netario. No lo causaba sólo la emisión de demasiado dinero en relación con
la oferta disponible de bienes. La desproporción entre dinero y bienes obvia-
mente estaba presente, pero sus causas eran más globales y residían en la
estructura económica, que creaba rigideces en la oferta de bienes. La impli-
cación para la política era que la solución de este tipo de inflación no podía
encontrarse sólo en la deflación o restricción de circulante. Ella consistía en
desarrollar la estructura económica de modo de eliminar las rigideces exis-
tentes. Exigía pues encontrar formas para reducir la dependencia de la ex-
portación de bienes primarios y de la importación de bienes de consumo y
de capital (Toye, 1987, p. 34).
La CEPAL fue creada en 1948. En las discusiones que condujeron a su
creación se destacó que, hasta ese momento,

❘❚❚ “[…] se había prestado insuficiente atención a la necesidad de acción inter-


nacional en la esfera del desarrollo económico, y que existía una tendencia a
ver los problemas de los países subdesarrollados desde el ángulo de los paí-
ses altamente desarrollados de Europa y América” (SUNKEL y PAZ, 1991, p.
34). ❚❚❘

La CEPAL jugará un importante papel en la redefinición, desde la perspectiva


del subdesarrollo, de la problemática del desarrollo y del concepto mismo.
Los enfoques propuestos por su director, Raúl Prebisch, señalan el comien-
zo de una etapa durante la cual, a través de planteos diversos e incluso

132
Problemas del Desarrollo en América Latina

contrapuestos, los aportes latinoamericanos a la teoría del desarrollo ten-


drán gran impacto no sólo en nuestro continente sino también fuera de él.
El pensamiento cepalino se basa en el cuestionamiento a “la división in-
ternacional del trabajo” en la economía mundial, entre un “centro” productor
de bienes industrializados y una “periferia” productora de materias primas.
En la concepción predominante acerca del comercio internacional, esa situa-
ción era considerada beneficiosa para ambos grupos de países, en la medi-
da en que cada uno se dedicaba a producir lo que hacía mejor y podía por
ende vender con mayor provecho, logrando mayores recursos para comprar
lo que no era capaz de producir eficientemente. En tales condiciones, la di-
visión internacional del trabajo prevaleciente beneficiaría tanto a los países
industrializados como a los que no lo eran.
Prebisch sostuvo que, por el contrario, la experiencia mostraba que los
precios de las materias primas tendían a deteriorarse en relación con los
precios de los productos de la industria, lo cual implicaba que, en el inter-
cambio con el “centro”, la “periferia” tenía que exportar volúmenes crecien-
tes para no ver disminuidas sus importaciones. Se asistía así a un “deterio-
ro de los términos de intercambio”, difícil de evitar en la medida en que los
bienes producidos por los países industrializados resultaban cada vez más
importantes para la economía en su conjunto. Consiguientemente, el inter-
cambio internacional no funcionaba con provecho para todos, sino benefi-
ciando al “centro” y perjudicando a la “periferia”, cuyo rezago productivo y
tecnológico aumentaba. El problema de los países no industrializados ya no
parece consistir sólo en la falta de desarrollo propio sino que es asimismo
una consecuencia del desarrollo ajeno. El “subdesarrollo” no es únicamente
atraso sino también subordinación, ubicación desventajosa en la economía
internacional.
La concepción original de la CEPAL

❘❚❚ “[…] expresa la preocupación que despierta en ciertos países su depen-


dencia del comercio internacional, en virtud de la especialización en la expor-
tación de materias primas; refleja también las aspiraciones de reafirmación de
la independencia política y económica de los nuevos países que han dejado
de ser colonias; alude al bajísimo nivel de vida que prevalece en la mayoría de
los países y de la población mundial, y a los violentos desniveles entre éstos
y los de los países industrializados; traduce la convicción de las naciones re-
zagadas de que el camino para obtener mejores niveles de vida es la indus-
trialización y, en general, la aplicación de la técnica moderna al esfuerzo pro-
ductivo y al aprovechamiento de recursos ociosos; revela el convencimiento de
que la aceleración del ritmo de progreso económico y social requiere cambios
en la estructura productiva y un esfuerzo deliberado de la comunidad nacional
e internacional para lograr esos fines” (SUNKEL y PAZ, 1991, pp. 21-22). ❚❚❘

Semejante enfoque condujo a proponer la industrialización como eje del de-


sarrollo. Se la onsideraba

❘❚❚ “[…] como el único camino válido al alcance de los países de América Lati-
na para aprovechar las ventajas del progreso técnico. La industrialización les

133
Universidad Virtual de Quilmes

permitiría alcanzar un desarrollo más dinámico y autónomo, menos vulnerable


frente al exterior, así como absorber crecientemente mano de obra, elevar la
productividad y mejorar de manera paulatina el nivel de vida de las masas”
(ROSALES, 1988, p. 21). ❚❚❘

Desde comienzos de la década de 1950 se sostuvo que

❘❚❚ “[…] para revertir el proceso de subdesarrollo, se requería una política de


industrialización bien preparada y […] la CEPAL trató de convencer a los gobier-
nos latinoamericanos de esta necesidad, ofreciéndose para ayudar en la pre-
paración de programas de desarrollo detallados para cada país. De aquí sur-
gió la frase de industrialización programada, que después se haría popular”
(BLOMSTRÖM y HETTNE, 1990, p. 62). ❚❚❘

La estrategia impulsada, caracterizada como una Industrialización por Susti-


tución de Importaciones (ISI), se centraba en la protección y el estímulo, me-
diante medidas tarifarias y de otro tipo, a las empresas nacionales capaces
de producir los bienes industriales que constituían gran parte de las impor-
taciones corrientes. Se trataba pues de profundizar y sistematizar lo que en
gran parte del continente se había empezado a hacer como respuesta a la
crisis de la década de 1930. La estrategia de la CEPAL apuntaba a darle con-
tinuidad a lo que en muchos casos había sido visto tan sólo como una polí-
tica transitoria -una serie de medidas extraordinarias para afrontar una co-
yuntura inesperada-, convirtiéndola en el punto de partida para un
crecimiento de nuevo tipo.
También la perspectiva integradora jugaba un rol destacado en la estrate-
gia propuesta:

❘❚❚ “Dadas la estrechez de los mercados internos y la exigencia de tecnologías


de escalas amplias de producción, la integración regional surge como una po-
sibilidad de especialización industrial de las economías, permitiendo reducir la
subutilización del capital y la ineficiencia en el proceso productivo. Del mismo
modo, favorece la diversificación de las exportaciones y actúa como fase de
aprendizaje para luego tratar de penetrar en los mercados de otras áreas del
mundo” (ROSALES, 1988, p. 23). ❚❚❘

Tempranamente, Prebisch destacó que el avance de la industrialización exi-


giría acometer actividades cada vez más complejas, que se verían creciente-
mente trabadas por la pequeñez de los mercados:

❘❚❚ “[…] si la producción continúa realizándose en veinte compartimientos es-


tancos, como con el sistema actual, el retorno de las nuevas inversiones de
capital […] continuará siendo más bajo que el conseguido en los grandes cen-
tros industriales con mercados más amplios a su disposición […]” (BETHELL,
1991, pp. 125-126). ❚❚❘

134
Problemas del Desarrollo en América Latina

escribió hacia 1959. En el mismo lugar Bethell afirma que “para Prebisch, el
desarrollo hacia dentro mediante la ISI era claramente hacia dentro de Amé-
rica Latina en su conjunto”.
Al Estado le correspondía un papel central, según la concepción “estruc-
turalista” de la CEPAL.

“Ésta pone el acento de la política de desarrollo sobre un conjunto de reformas


estructurales, en la acción del Estado como orientador, promotor y planificador, y
en una reforma sustancial de las modalidades de financiamiento externo y del
comercio internacional” (SUNKEL y PAZ, 1991, p.35).

Entre tales “reformas estructurales” se destacan dos: en primer lugar, una


reforma agraria dirigida a modificar formas de tenencia de la tierra muy di-
fundidas e inadecuadas, como el latifundio o el minifundio; en segundo lu-
gar, una reforma fiscal orientada a construir un sistema tributario más pro-
gresivo -es decir, con cargas más altas para los sectores de más altos
ingresos- y con mayor gravitación del impuesto a la renta.
Miremos los planteos cepalinos desde un ángulo que, en estas páginas,
nos interesa especialmente, el de las relaciones entre tecnología y desarro-
llo. Se entiende que las relaciones establecidas entre el centro y la periferia
ubican a ésta en una notoria desventaja para generar e incorporar progreso
técnico, en la medida en que se supone que ambas actividades son más di-
námicas en el contexto de la industria, y particularmente en el de la indus-
tria de bienes de capital, que en el de la producción de bienes primarios. En
ese sentido, la “división internacional del trabajo prevaleciente” tiende a
ahondar las diferencias de capacidad tecnológica entre países desarrollados
y países subdesarrollados.

“Si una de estas ideas de Prebisch hubiera de indicarse como crucial o decisiva,
se encontraría amplio consenso en señalar su modo de percibir el desarrollo co-
mo estrechamente conectado al progreso técnico, y el desenvolvimiento de la
economía mundial como indisociable de lo que llamó ‘proceso de propagación
universal del progreso técnico’.
“La originalidad y especificidad de sus puntos de vista radica en el modo de en-
focar dicha economía: un sistema único compuesto por dos polos -los centros y
la periferia- a cuya dinámica es inherente la desigualdad, en tanto se la deje libra-
da al juego de las fuerzas del mercado” (RODRÍGUEZ et al., 1994, pp. 49-50).

Por consiguiente, la industrialización es concebida como la vía maestra pa-


ra la incorporación de progreso técnico. Ahora bien, “esa propuesta clave
envuelve una concepción del progreso técnico relativamente simple” (RO-
DRÍGUEZ et al., 1994, p.50); se lo considera, en efecto, como incorporado a
los bienes de capital, por lo cual la instalación de plantas industriales ase-
gura el avance técnico. Ahora bien, la historia no respalda esta concep-
ción: para que una nación logre generar e incorporar tecnología adecuada

135
Universidad Virtual de Quilmes

a sus condiciones propias, se necesita mucho más que fábricas más o


menos modernas.
Sobre esta cuestión central, ya tratada en capítulos anteriores, volvere-
mos al ocuparnos de la problemática actual del desarrollo en nuestros paí-
ses. Procedamos ahora a recapitular los planteos que hemos venido consi-
derando.

“La propuesta de la CEPAL apuntaba a modificar la inserción de las economías re-


gionales en la división internacional del trabajo. Abogaba por una industrializa-
ción que se apoyara básicamente en la expansión del mercado interno, sustitu-
yendo importaciones o satisfaciendo desde el comienzo con producción interna
el surgimiento dinámico de nuevas demandas. Este proceso descansaba en el ac-
cionar del Estado como principal agente ejecutor y concertador de esfuerzos con
el sector privado, destacando la importancia del sector público en los aspectos
vinculados al financiamiento, la inversión, la infraestructura y el desarrollo tecno-
lógico” (ROSALES, 1988, p. 25).

El desarrollo, en la perspectiva de la CEPAL, ya no se identifica con el creci-


miento económico, ni la atención se concentra en la inversión y la escasez
de capitales. El desarrollo es concebido, por el contrario, como un proceso
de cambio estructural global.

Tal “enfoque implica el uso de un método estructural, histórico y totalizante, a


través del cual se persigue una reinterpretación del proceso de desarrollo de los
países latinoamericanos, partiendo de una caracterización de su estructura pro-
ductiva, de la estructura social y de poder derivada de aquélla; de la influencia
de la estructura social y de poder sobre la política económica y social, y de los
cambios en las estructuras productivas y de poder derivados de las transforma-
ciones que ocurren en los países centrales y en las vinculaciones entre esos paí-
ses y los periféricos” (SUNKEL y PAZ, 1991, p. 39).

Se apunta a una concepción global, “sistémica”, según la cual el desarrollo


y el subdesarrollo deben ser considerados conjuntamente en el contexto del
sistema “centro-periferia” y de la división internacional del trabajo. Es en es-
te contexto que la dependencia aparece como una causa del atraso de los
países periféricos.
La problemática del desarrollo tiene que ver pues no sólo con la produc-
ción y con la economía sino también con las relaciones sociales y las estruc-
turas de poder, entre otros motivos porque las mismas inciden fundamental-
mente en la suerte de las reformas requeridas para el avance de la
industrialización y la superación del subdesarrollo. El desarrollo es concebi-
do como acción colectiva global, en la cual se prioriza la participación, y la
teoría del desarrollo es pensada como ciencia social para la acción.

136
Problemas del Desarrollo en América Latina

4.2.2. La temática de la dependencia

La evolución económica latinoamericana durante las décadas que siguieron


a la Segunda Guerra -algunos de cuyos rasgos han sido evocados antes- se
entrecruzó con un acelerado cambio social y con un agitado acontecer políti-
co. A comienzos de la década de 1960 se hizo patente el estancamiento
económico de algunos de los países que mayores avances sociales habían
experimentado en períodos anteriores. Al tiempo que la industrialización
sustitutiva de importaciones mostraba sus límites, se levantaban grandes
propuestas de cambio a escala continental, desde la opción socialista en-
carnada por la Revolución Cubana hasta la Alianza para el Progreso impulsa-
da por los Estados Unidos.
Todo ello avivó el debate en torno al desarrollo en los medios académi-
cos y políticos de la región, donde en la segunda mitad de la década de
1960 toma cuerpo la llamada “teoría de la dependencia”. La misma tuvo
una gravitación muy grande, y puede ser vista como la culminación de una
etapa en el pensamiento latinoamericano acerca del desarrollo.
Esta corriente de ideas se expresó a través de diversos autores, no sólo
latinoamericanos, y mediante propuestas también variadas. Un panorama
de conjunto puede verse en la obra de Blomström & Hettne, quienes seña-
lan que, pese a sus diferencias, quienes propulsaban la escuela de la de-
pendencia compartían,

❘❚❚ “[…] en su mayoría, algunas ideas:


i) El subdesarrollo está conectado de manera estrecha con la expansión de
los países capitalistas industrializados.
ii) El desarrollo y el subdesarrollo son aspectos diferentes del mismo proceso
universal.
iii) El subdesarrollo no puede ser considerado como la condición primera de
un proceso evolucionista.
iv) La dependencia, sin embargo, no es sólo un fenómeno externo sino que
también se manifiesta bajo diferentes formas en la estructura interna (social,
ideológica y política)” (BLOMSTRÖM y HETTNE, 1990, p. 15). ❚❚❘

En las formulaciones de esta corriente influían considerablemente los plan-


teos marxistas y, muy en especial, los enfoques de Paul Baran, cuya obra
fundamental, La economía política del crecimiento, fue publicada en inglés
por primera vez en 1957.
Aquí intentaremos tan sólo ubicar la teoría de la dependencia en relación
con “la cuestión del desarrollo mirada desde América Latina”, guiándonos
principalmente por una de las obras más conocidas de esta escuela, el libro
de Cardoso y Faletto que tiene por título Desarrollo y dependencia en Améri-
ca Latina. Ensayo de interpretación sociológica.
Ese libro fue escrito en 1966-1967, casi diez años después de que co-
menzara a desvanecerse la visión optimista de la inmediata posguerra, por
dos sociólogos que trabajaban en estrecha relación con los economistas de
la CEPAL y a quienes interesaba principalmente elaborar “una perspectiva de
interpretación que insiste en la naturaleza política de los procesos de trans-
formación económica” (p. 161). En la Introducción (p. 10) se afirma:

137
Universidad Virtual de Quilmes

❘❚❚ “Falta un análisis integrado que otorgue elementos para dar respuesta en
forma más amplia y matizada a las interrogantes generales sobre las posibili-
dades del desarrollo o estancamiento de los países latinoamericanos, y que
responda a las preguntas decisivas sobre su sentido y sus condiciones políti-
cas y sociales” (CARDOSO y FALETTO, 1966-1967, p. 10). ❚❚❘

En el Postscriptum sostienen:

❘❚❚ “Lo fundamental de nuestro ensayo es la relación de las luchas políticas


entre grupos y clases, de un lado, y la historia de las estructuras económico-
políticas de dominación, internas y externas, por otro” (CARDOSO y FALETTO,
1966-1967, p. 167). ❚❚❘

En su perspectiva, las nociones de “centro” y “periferia” subrayan adecua-


damente las funciones de las economías subdesarrolladas en el mercado
mundial, pero hace falta además poner de manifiesto que la situación de de-
pendencia “supone formas definidas y distintas de interrelación de los gru-
pos sociales de cada país, entre sí y con los grupos externos” (CARDOSO y FA-
LETTO, 1966-1967, p. 28). Ello es necesario para comprender la evolución del
subdesarrollo, que no resulta determinada sólo por las relaciones de cada
país con el exterior sino que también se ve poderosamente influida por su
dinámica interna. Además, “no hay una relación metafísica de dependencia
de una nación a otra, de un Estado a otro. Estas relaciones se hacen posi-
bles, concretamente, mediante una red de intereses y de coacciones que li-
gan unos grupos sociales a otros, unas clases a otras” (CARDOSO y FALETTO,
1966-1967, p. 162).
Cardoso y Faletto analizan la problemática latinoamericana cuando ha
culminado una etapa de crecimiento protagonizada por empresas privadas
nacionales y el Estado:

❘❚❚ “La fase llamada de industrialización sustitutiva de importaciones se carac-


terizó por un doble movimiento convergente: la expansión del sector privado
de la economía y, consecuentemente, el robustecimiento de la burguesía in-
dustrial y la creación de áreas nuevas de inversión, concentradas alrededor de
la ‘industria básica’ y de las obras de infraestructura, en donde fue acentuada
la participación estatal” (CARDOSO y FALETTO, 1966-1967, p. 103). ❚❚❘

Se está viviendo el tránsito a la segunda fase de la ISI, en la cual se desta-


ca la presencia de las empresas transnacionales (ET) y el robustecimiento
del sector industrial a través de su asociación con el capital extranjero, par-
ticularmente en los países más grandes del continente.
Paralelamente se desenvuelve un proceso político caracterizado por el re-
troceso institucional, como lo ejemplifican los golpes de Estado militares de
1964 en el Brasil y de 1966 en la Argentina. El análisis de diversas situacio-
nes lleva a los autores a detectar:

138
Problemas del Desarrollo en América Latina

❘❚❚ “[…] el mismo callejón aparentemente sin salida del estado actual del de-
sarrollo del capitalismo en Latinoamérica: la modernización se hace a costo
de un autoritarismo creciente y sin que disminuya el cuadro de pobreza típico
del ‘desarrollo con marginalidad’. Al contrario, aumenta la magnitud de la po-
blación puesta al margen del sistema económico y político, en la misma medi-
da en que el orden se mantiene gracias a mecanismos abiertos o disfrazados
de presión y violencia” (CARDOSO y FALETTO, 1966-1967, p. 135). ❚❚❘

Lo señalado subraya una tendencia opuesta a la observada durante las pri-


meras décadas del “crecimiento hacia adentro” cuando, por cierto con des-
niveles y vaivenes, se pudo constatar en varios países del continente una
mejora significativa en las condiciones de vida de sectores bastante am-
plios, si bien casi exclusivamente urbanos.
En la nueva etapa, las ET pueden generar “islas de modernidad”, que be-
nefician a ciertos grupos de asalariados, técnicos, empresarios, funciona-
rios, etc. pero que poco inciden en el avance de la producción y de las retri-
buciones en el conjunto de la sociedad. Por consiguiente, el paso del
régimen democrático-representativo, frecuente durante el período inicial de
la expansión industrial, a un régimen de tipo autoritario “que se presenta co-
mo la alternativa probable de la actualidad, se hace por intermedio de revo-
luciones en las cuales son las grandes organizaciones nacionales, como el
ejército y la burocracia pública, más que las burguesías nacionales o inter-
nacionalizadas, quienes actúan y se reorganizan” (CARDOSO y FALETTO, 1966-
1967, p. 155).
Se sostiene así una relevante afirmación de alcance general: todo lleva
“a que el tránsito hacia el establecimiento de un modo capitalista-industrial
de producción relativamente desarrollado en países dependientes se asien-
te en regímenes políticos autoritarios (civiles o militares)” (CARDOSO y FALETTO,
1966-1967, p. 195).
En particular, se pone de relieve una impactante transformación en el pa-
pel esperable del Estado en relación con el crecimiento económico. Se re-
cordará que el sector público se constituyó en un gran protagonista de la in-
dustrialización en los comienzos del “crecimiento hacia adentro”. Las
propuestas latinoamericanas para el desarrollo que, en mayor o menor me-
dida, se inspiraron en las ideas cepalinas coincidieron en atribuir al Estado
un papel aun más importante y decisivo para la continuidad del crecimiento
así como para la extensión de sus beneficios. En la segunda mitad de la dé-
cada de 1960 ya era claro que varios de los principales estados de la región
no estaban cumpliendo con semejante tarea. Tal omisión resultaba aún más
evidente en 1976 -luego de los golpes militares en Bolivia, el Uruguay y Chi-
le, y de un nuevo golpe en la Argentina- cuando Cardoso y Faletto escriben
para su libro un “Postscriptum”, influidos por acontecimientos como los ano-
tados y por la ya larga experiencia brasileña de acelerado crecimiento, bajo
gobierno castrense, tanto de la marginalidad social como de la economía in-
dustrial más avanzada del continente.
Afirman, en ese texto complementario: “El carácter de Estado-empresario
y de Estado-asociado económicamente con las fuerzas imperialistas, sin ser
políticamente un Estado-asociado, dio a la forma estatal contemporánea un
significado distinto del que tuvo hasta mediados” de la década de 1950
(CARDOSO y FALETTO, 1966-1967, p. 195). Destacan las vinculaciones entre los

139
Universidad Virtual de Quilmes

Concepto elaborado “estados burocrático-autoritarios” y el capital internacional que dispone de


por el politólogo ar- los medios tecnológicos y financieros para impulsar el avance de la indus-
gentino Guillermo O’Donnell
trialización. “En el caso de los países industrializados de América Latina que
para caracterizar los regíme-
nes de tipo dictatorial que sur- estamos considerando debe quedar claro que el Estado expresa una alianza
gieron en el Sur de América a (contradictoria) entre los intereses del sector internacionalizado de la bur-
partir de La década de 1960. guesía y de las burocracias públicas y de empresas.” Más aún, sostienen:

❘❚❚ “Lo que es característico del capitalismo dependiente en la fase de la in-


dustrialización de la periferia bajo el impulso del capitalismo oligopólico inter-
nacional es el desarrollo de una forma estatal basada en la alianza entre em-
presa multinacional, empresariado estatal y burguesía local, a través de la
cual estos sectores generan el dominio sobre el resto de la sociedad” (CARDO-
SO y FALETTO, 1966-1967, pp. 204-205). ❚❚❘

Los autores siguen postulando la centralidad del Estado: “Vista desde la


perspectiva de las clases dominantes o desde la de las clases populares,
tanto la pugna entre las clases como la propia relación fundamental de de-
pendencia encuentran en la forma y en la naturaleza del Estado el lugar cru-
cial por donde pasa la historia contemporánea” (CARDOSO y FALETTO, 1966-
1967, p. 192). Y concluyen su escrito afirmando la necesidad de
“transformar la reivindicación de una economía más desarrollada y de una
sociedad democrática, en la expresión de dimensiones que se articulen en
el Estado como manifestación de vitalidad de fuerzas realmente populares,
capaces de buscar formas socialistas para la organización social del futuro”
(CARDOSO y FALETTO, 1966-1967, p. 213).
Hemos resumido ciertos aspectos de una de las versiones de la “teoría
de la dependencia”; no nos internaremos en la descripción de otras, ni en la
de sus intercambios de ideas con los “estructuralistas cepalinos”.
En conjunto, los “dependentistas” subrayan que la sustitución de impor-
taciones ha aumentado la dependencia del exterior, en cierta medida al me-
nos, pues la industrialización depende tanto de la exportación de productos
primarios como de la importación de bienes de capital. Algunos señalan que
la “industrialización transnacional” genera una “nueva dependencia” y hasta
una nueva división internacional del trabajo, en la cual la industria moderna
instalada en la “periferia” viene a ser en realidad parte de la economía del
“centro”.
Los “dependentistas” discrepan entre sí acerca de varios puntos, entre
los cuales figura la posibilidad o no de un desarrollo capitalista en la perife-
ria que, como se ha visto, Cardoso y Faletto no consideran imposible. Los
enfoques más radicales, en cambio, lo niegan, planteando opciones tajantes
y afirmando, con especial énfasis en el caso de André Gunder Frank, que los
obstáculos decisivos para el desarrollo son externos. Theotônio dos Santos
sostiene que América Latina debe elegir entre socialismo y fascismo. Esta
posición apuntaba a señalar, como lo planteara netamente el economista
egipcio Samir Amin, que la relación de la periferia con el centro la condena-
ba al subdesarrollo, por lo cual los países periféricos debían desligarse del
mercado mundial. “Para que esto fuera posible era necesaria una transfor-
mación política más o menos revolucionaria. Tan pronto como los obstáculos
externos hubieran sido salvados, daba por sentado el paso al desarrollo, co-
mo un proceso más o menos automático e inherente” (BLOMSTRÖM y HETTNE,

140
Problemas del Desarrollo en América Latina

1990, p. 104). Compartieran o no la propuesta del delinking -la desvincula-


ción del mercado mundial-, todos los “dependentistas” afirmaban en la dé-
cada de 1960 que las sustantivas dificultades económicas que por enton-
ces se hacían notar en América Latina sólo podían ser afrontadas mediante
soluciones políticas que supusieran profundos cambios, tanto en los aspec-
tos internos como en el orden capitalista mundial.
A lo largo de la década de 1960

❘❚❚ “[…] iba a parecer cada vez más claro a muchos que sería imposible supe-
rar la amenaza de estancamiento sin quebrar el marco del sistema político y
económico internacional en que hasta entonces había debido desenvolverse
Latinoamérica. Esa convicción vino a dar popularidad a las distintas versiones
de la llamada teoría de la dependencia, que partían de un diagnóstico no de-
masiado alejado del de Prebisch y, aunque no se privaban de reprochar al eco-
nomista argentino que no lo hubiera acompañado de una precisa propuesta
de soluciones económicas para los males registrados en ese diagnóstico,
también se abstenían de adelantarla. Es que, a los ojos de los teóricos de la
dependencia, lo que impedía a Latinoamérica superar el subdesarrollo era su
integración subordinada en el orden captitalista mundial, y -aunque no todos
los proponentes de esa teoría veían en la revolución socialista la única vía ha-
cia adelante- todos coincidían en que era preciso introducir en ese orden mo-
dificaciones más hondas que los retoques hasta entonces invocados como
necesarios por las corrientes reformistas latinoamericanas; a sus ojos, si los
problemas eran económicos, su solución sólo podía ser política” (HALPERIN
DONGHI, 1993, p. 536). ❚❚❘

4.2.3. Resumen de una concepción

Durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en el conti-


nente se fue conformando una cierta visión de la problemática del desarro-
llo, sin duda emparentada con grandes corrientes del pensamiento a escala
mundial, pero que también daba cuenta de elaboraciones propias. Esa vi-
sión, que llegó a ser predominante en América Latina, puede ser caracteriza-
da mediante ciertos rasgos compartidos por lo que es en realidad una gama
amplia de concepciones teóricas y políticas, con perfiles bastante heterogé-
neos, pero en los cuales puede empero reconocerse cierto aire de familia.
Nos estamos refiriendo, por supuesto, a las corrientes de ideas conside-
radas en las secciones precedentes, es decir, al pensamiento cepalino y a
ciertos parientes más o menos próximos, como las diversas versiones de la
teoría de la dependencia, enfrentados entre sí con mayor o menor virulencia,
pero no por carecer de ciertos puntos de vista comunes, sino más bien al
contrario. En efecto, la centralidad atribuida por todos los contendientes a
ciertos fenómenos y lineamientos para la acción delimitó un terreno donde
pudieron confrontarse enfoques diferenciados.
Empleando una terminología cuyos riesgos se conocen, diríase que se
trataba de polémicas en el interior de un “paradigma” compartido, sustento
de los contendientes y de la contienda misma. Si, en relación con la investi-
gación vinculada con la comprensión y la resolución de una problemática

141
Universidad Virtual de Quilmes

determinada, un paradigma está conformado por ciertas claves interpretati-


vas fundamentales, direcciones de trabajo priorizadas, tipo de resultados
perseguidos y herramientas o instrumentos preferidos, en la teoría del desa-
rrollo la concepción latinoamericana “clásica” constituye un paradigma de
indudable relevancia.
No pretendemos ofrecer una argumentación cuidadosa de lo afirmado, ni
menos aún embarcarnos en una precisa caracterización del paradigma indi-
cado. Creemos que todo ello puede hacerse a partir de obras bien conoci-
das, como las de Rodríguez (1980), Sonntag (1988), Blomström y Hettne
(1990), y otras que figuran en las amplias bibliografías que las mencionadas
incluyen. Semejante conjunto de estudios lleva a destacar algunos rasgos
característicos de la concepción latinoamericana clásica, que no constituyen
seguramente una lista exhaustiva, pero que colaboran a la comprensión de
las relaciones entre innovación y desarrollo en nuestra parte del mundo.
Nos referimos a cuatro caracteres mayores de lo que fue el tronco común de
las ideas dominantes entre las décadas de 1950 y 1970. A saber:
a) La especificidad de la condición periférica.
b) La prioridad asignada a la infraestructura industrial.
c) La concepción del desarrollo como transformación global, de las estructu-
ras sociales de los países involucrados y del orden económico internacio-
nal.
d) El rol protagónico atribuido al Estado.

La primera característica anotada se engloba en la tesis de Albert Hirschman


acerca de “la inaplicabilidad de la monoeconomía ortodoxa a las áreas sub-
desarrolladas”. Las especificidades comunes a estas áreas, según la con-
cepción latinoamericana a la que nos referimos, tienen una causa mayor en
la relación entre el “centro” y la “periferia” de la economía mundial, que
constituye un orden que tiende a reproducirse a sí mismo. Ello se explica de
maneras diversas, que coinciden empero en la afirmación de que ese orden
preserva las asimetrías que favorecen a los países desarrollados en desme-
dro de los demás, que por lo tanto no deben ser considerados como países
en vías de desarrollo sino subdesarrollados. El tipo de inserción de éstos en
la economía internacional afianza su “heterogeneidad estructural”, dificultan-
do su acceso a la industrialización y por ende al progreso técnico-productivo.
En el pensamiento cepalino, particularmente, explica Octavio Rodríguez
(1980) que lo fundamental reside en la caracterización de la relación centro-
periferia. Durante el crecimiento hacia afuera se conformó una estructura pro-
ductiva de la periferia que se caracteriza por ser heterogénea y especializada
en un número limitado de bienes, por oposición a la del centro, homogénea y
diversificada. En la periferia, coexisten un sector productivo moderno y otro
“arcaico”, con grandes diferencias de productividad; ésta es en conjunto redu-
cida, los efectos de lo cual se ven paliados, pese al lento crecimiento del sec-
tor moderno, por la abundante oferta de mano de obra proveniente del sector
“arcaico”, que mantiene bajos los salarios. Esa dinámica tiende al rezago en
materia de cambio técnico, así como al desempleo estructural, el desequili-
brio externo y el deterioro de los términos de intercambio. En consecuencia,
el sistema centro-periferia, si bien evoluciona dinámicamente en su conjunto,
conoce un desarrollo desigual, de la productividad en especial, que mantiene
la diferenciación estructural y da lugar a una creciente disparidad de ingresos
entre los países del centro y los de la periferia.

142
Problemas del Desarrollo en América Latina

La especificidad de la condición periférica requiere, en definitiva, transitar


por caminos distintos de los que recorrieron las naciones industrializadas.
En la concepción que nos ocupa, sin dejar de tener en cuenta la gran di-
ferencia de los enfoques que la componen, los países centrales lo son, en
gran medida, por haber logrado construir una economía basada en la indus-
tria y motorizada por ella. Esquematizando mucho: la industria es el gran
vector de avance de la producción, en la industria viene incorporada la diná-
mica del progreso técnico, así que para superar el subdesarrollo la gran ave-
nida a recorrer es la que lleva a la instalación de una base productiva indus-
trial.
Ahora bien, esto último es justamente lo que resulta impedido por la di-
námica centro-periferia, tal como la misma se fue estructurando cuando Eu-
ropa y los Estados Unidos vivían las primeras etapas de la Segunda Revolu-
ción Industrial, otras regiones del mundo eran incorporadas a la economía
internacional como exportadoras de productos primarios y América Latina
iniciaba su “crecimiento hacia afuera”, generando o afianzando estructuras
sociales poco compatibles con el desarrollo. Por consiguiente, para la con-
cepción que evocamos, el progreso pasaba necesariamente por una trans-
formación global, incluso del orden económico internacional.
Al escoger las vías para intentar tamaña transformación es, obviamente,
cuando mayor resulta la heterogeneidad de las concepciones que, sin em-
bargo, cabe agrupar en un mismo paradigma. Las propuestas para la acción
incluyeron desde “la revolución” y/o el delinking hasta el intento de conven-
cer a los países avanzados de que les convenía contribuir al desarrollo de la
periferia, combinando la expansión del comercio internacional y el afianza-
miento de los precios de las materias primas con las transferencias finan-
cieras y tecnológicas, así como una variante de dicha estrategia, consisten-
te en sumar a las negociaciones las presiones basadas en el poder político
emanado de la gravitación de los países del Tercer Mundo en el enfrenta-
miento entre el Primero y el Segundo Mundo, y en el poder económico sus-
tentado en el control de los suministros de materias primas, lo que adquirió
vigor en la década de 1970 como reivindicación de un “Nuevo Orden Econó-
mico Internacional”.
Tampoco requiere mayores comentarios, en este contexto, la cuarta ca-
racterística anotada: el papel del Estado fue interpretado de formas muy dis-
tintas, y hasta ferozmente contrapuestas, pero coincidiendo en su centrali-
dad, particularmente en lo que se refiere a los dos aspectos
precedentemente consignados: la construcción de la base industrial y la mo-
dificación del tipo de relación externa. Si “modelo” designa la combinación
de una interpretación de la realidad con una guía para la acción que se ba-
sa en ideas relativamente sencillas a las que se asigna empero gran alcan-
ce, el protagonismo atribuido al Estado en el desarrollo lleva a decir que la
concepción descrita engloba una familia de modelos estadocéntricos.
Respecto del pensamiento cepalino, entre sus aspectos ideológicos des-
taca Octavio Rodríguez la suposición de que el Estado dispone de la autono-
mía y la capacidad que son necesarias para conducir el proceso de desarro-
llo y, en particular, para arbitrar conflictos, integrar a los sectores
postergados y defender los intereses de la nación como tal.
En resumen, la concepción latinoamericana clásica del desarrollo afirma
que la especificidad de la condición periférica supone una dependencia y ge-
nera una postergación que sólo pueden ser enfrentadas mediante estrategias

143
Universidad Virtual de Quilmes

originales, orientadas internamente a la industrialización y a la transforma-


ción de ciertas estructuras sociales, y externamente a la alteración del or-
den económico mundial, estrategias cuya puesta en práctica ha de tener al
Estado como actor estelar.

4.3. “La industrialización trunca de América Latina”

Durante el período de la ISI, el Estado se constituyó efectivamente en un ac-


tor central de la economía en general, y de la industrialización en particular.
Sin embargo, las poderosas élites tradicionales combatieron las políticas
públicas orientadas a promover un crecimiento de nuevo tipo; la también tra-
dicional subvaloración cultural de la tecnología siguió predominando. Facto-
res de ese tipo incidieron en la falta de profundidad y continuidad de las po-
líticas industriales, que no incluyeron un adecuado apoyo público a la
elevación sistemática del nivel tecnológico, como se registró en el Japón y
en otros países del Asia Oriental. Paralelamente, las mejoras en la distribu-
ción fueron en conjunto limitadas y, muy especialmente, no gestaron círculos
virtuosos entre equidad e innovación, como los que ilustra la experiencia es-
candinava. El potencial para la innovación, que creciera hacia el final del pe-
ríodo anterior y posibilitara el surgimiento de la ISI, no dejó de tener un lugar
marginal en las dinámicas del crecimiento latinoamericano.
Todo ello incidió, particularmente, en que no pudiera consolidarse un im-
portante sector de producción de medios de producción. Nos encontramos
así con el motivo central por el cual Fajnzylber ha calificado de “industrializa-
ción trunca” a la que tuvo lugar en el continente durante el crecimiento ha-
cia adentro. Esto a su vez abrió camino al gran viraje hacia lo que cabe de-
nominar como “crecimiento hacia adentro con protagonismo de afuera”, la
segunda etapa de la ISI motorizada por el capital extranjero, que entretejió in-
dustrialización con desigualdad y amplió tanto la escala como la variedad de
la producción manufacturera, pero no consolidó la capacidad endógena para
la innovación.
En este apartado nos ocuparemos de la gravitación de la desigualdad y
de las políticas en la configuración de la industrialización latinoamericana.

4.3.1. El papel de la desigualdad

❘❚❚ “El segundo período de crecimiento comenzó entre los años treinta y cin-
cuenta y finalizó a principios de los ochenta. En este período se logró el creci-
miento más rápido del siglo y se consiguió un progreso notable tanto de la
producción como de la productividad laboral, respaldados por el auge de la in-
fraestructura y la prestación de servicios. Se produjo al mismo tiempo una
transformación de los indicadores de desarrollo humano. En los años sesen-
ta, descendió el porcentaje de personas en la pobreza, y hubo algunos indicios
en unos pocos países de que se había frenado el empeoramiento de la distri-
bución del ingreso y de que, incluso, se replegaba” (THORP, 1998, p. 295). ❚❚❘

Los indicios a los que se refiere la cita precedente reflejaban el impacto de


ciertas tendencias que apuntaban hacia la disminución de las desigualdades,

144
Problemas del Desarrollo en América Latina

por cierto de formas variadas según los países, y no siempre en los mismos
momentos. Entre tales tendencias cabe destacar: i) los procesos de demo-
cratización que debilitaron en muchos casos el control del Estado por élites
reducidas, ii) la expansión de los cometidos económicos y sociales del sec-
tor público, iii) el crecimiento del proletariado industrial y del movimiento sin-
dical, y iv) la disminución de la influencia de las empresas extranjeras, en
comparación con el período anterior y sobre todo durante la primera parte
del período.
Ahora bien, el efecto de tales tendencias se vio contrarrestado por las di-
ficultades con las que fue topando el “crecimiento hacia adentro” y por los
derroteros por los que avanzó la industrialización.
En efecto, la magnitud del esfuerzo industrializador, la profundidad de las
políticas proteccionistas, la capacidad del sector público para adaptarlas a
circunstancias cambiantes de manera exigente y estimulante, así como el di-
namismo y la disposición a invertir del empresariado se vieron limitados por
factores profundamente enraizados en la evolución social latinoamericana:
la vocación por el consumo conspicuo, un imaginario colectivo que valora es-
casamente tanto la tecnología como las capacidades nacionales para desa-
rrollarla, una arraigada costumbre de comprar afuera casi todo el conoci-
miento y el instrumental que las actividades económicas requieren.
Ya se ha llamado la atención del lector acerca de las limitaciones, para el
avance de la industrialización, generadas por lo reducido de los mercados in-
ternos. Pero semejante limitación, en el caso de los países más grandes del
continente al menos, no respondía a la pequeñez de la población en general
sino de la fracción con capacidad de compra. La alta desigualdad promedio
limitó la demanda solvente de bienes industriales.
Por todo ello, como fuera destacado en el capítulo anterior, el proceso in-
dustrializador, una vez culminadas las etapas más sencillas de la sustitu-
ción de importaciones manufactureras, se encontró con crecientes dificulta-
des para pasar a las etapas más complejas y empezó a pesar de manera
cada vez más gravosa en el comercio exterior de bienes y servicios, a través
de la importación de maquinaria y conocimientos técnicos.
Estos problemas fueron enfrentados por vías que, a largo plazo, permitie-
ron el asentamiento de una cierta base industrial, pero no que la misma al-
canzase un nivel elevado y autosustentable de dinamismo tecnológico. En
ese proceso, la desigualdad alta jugó un papel relevante, tanto por la forma
en que modeló la estructura de la demanda como por las limitaciones que
supuso para producir en un nivel avanzado. A la inversa, las modalidades es-
pecíficas que fue cobrando la ISI tendieron a consolidar la desigualdad. En
definitiva, el “crecimiento hacia adentro” no generó dinámicas autososteni-
das de disminución de la inequidad.
En efecto,

❘❚❚ “[…] el profundo enraizamiento de las estructuras sociopolíticas en un sis-


tema desigual persistió durante la primera alteración del modelo de desarro-
llo. Y aún más grave, las nuevas relaciones surgidas reforzaron de hecho la
distribución existente del ingreso. Esto se debió a que dado que las activida-
des económicas en alza eran intensivas en el uso del capital, la creación de
empleo fue más lenta que el crecimiento de la demanda de puestos de traba-
jo y, por otro lado, a que la estructura de la producción atendió a la demanda

145
Universidad Virtual de Quilmes

existente, elaborando bienes durables de consumo para residentes urbanos


de las clases alta y media” (THORP, 1998, p. 7). ❚❚❘

Elaboremos sucintamente las afirmaciones precedentes. En la década de


1950, las “ventajas” emanadas de la crisis y las guerras en el “centro” ha-
bían desaparecido; en cambio, se hacían presentes con fuerza las dificulta-
des para profundizar el proceso de industrialización latinoamericano. En me-
dio de debates y conflictos que habrían de agudizarse notablemente durante
la década siguiente, la opción que predominó, al menos en los países más
grandes del continente, fue el “desarrollismo”, vertebrado por la apuesta a
la instalación en el continente de filiales de las grandes transnacionales, co-
mo vía maestra para acceder a las máquinas, las técnicas y los capitales
que la expansión de la industria requería. Esas filiales se instalaron para
producir bienes que, dados los niveles de inequidad y los tamaños de los
mercados nacionales, sólo encontraban una clientela importante y en expan-
sión en los países de mayor tamaño y en la medida en que se incrementa-
ran sostenidamente los ingresos de los sectores pudientes. Así tomó cuer-
po una segunda etapa de la industrialización, que fomentó y se vio
fomentada por la desigualdad. No es de extrañar que la ISI se haya agotado
tempranamente en países pequeños y comparativamente igualitarios como
el Uruguay; la segunda etapa del proceso se afirmó especialmente en las
naciones más grandes, como la Argentina, el Brasil y México. En este lapso,
dentro de un panorama como siempre colmado de contrastes, ya no son las
tendencias hacia una mayor equidad las que predominan.

“El grado de desigualdad puede empezar a documentarse a partir de mediados


de siglo, cuando las primeras estimaciones colocan a América Latina entre las pri-
meras posiciones de la escala mundial. Para el momento cuando se empieza a
disponer de datos para una amplia gama de países, alrededor de 1970, el ingre-
so del 20% superior de la población como múltiplo del 20% inferior se situaba en
21 veces en Brasil, 24 en Venezuela y 17 en Colombia, mientras que en los paí-
ses desarrollados el promedio fue de 5,5. Las estimaciones del Banco Mundial
efectuadas en 1960 indican que la proporción del ingreso que correspondía al
20% más pobre en América Latina era la más baja de todas las regiones del mun-
do. Si bien los investigadores están de acuerdo en que en el período 1950-70 se
dio una desigualdad extrema del ingreso, las estimación de los cambios ocurridos
presenta serios obstáculos. […] Teniendo en cuenta todas las dificultades, la con-
clusión a la que se llega en varios estudios cuidadosos es que en algunos países
se registró probablemente un empeoramiento continuo de la distribución del in-
greso en los años sesenta y setenta, mientras que en uno o dos países hay prue-
bas razonables de un principio de mejora” (THORP, 1998, p. 28).

Ciertos aspectos de este segundo empuje industrializador pueden ejemplifi-


carse claramente con el caso de la Argentina. Allí el auge inversor que tuvo
lugar entre 1957 y 1961 generó una rápida expansión tanto de la producción
manufacturera como de la productividad. En esos años, alrededor de 200
corporaciones extranjeras instalaron filiales en el país, llevando su participa-
ción en la producción manufacturera hasta un tercio del total, y generando un

146
Problemas del Desarrollo en América Latina

profundo cambio en la cultura industrial local. En este proceso, un papel


central le correspondió a la industria automovilística, cuya producción creció
alrededor de un 25% por año entre 1958 y 1965; a comienzos de la década
de 1950 había un automóvil por cada cincuenta personas en la Argentina,
proporción que en 1975 había bajado aproximadamente a uno cada seis
personas. (Los datos de este párrafo han sido extractados de KATZ y BERCO-
VICH, 1993, pp. 455 y 457).
A fines de la década de 1950 se implantaron en la Argentina y en el Bra-
sil nuevas industrias intensivas en capital, particularmente importantes en
las ramas metal-mecánicas (automóviles ante todo) y químicas, lo que se
inscribe en la denominada segunda fase de la sustitución de importaciones;
la dirección del cambio estructural fue similar en ambos países, si bien la in-
tensidad del proceso y el ritmo de crecimiento fueron mucho más destaca-
dos en el Brasil.
Las multinacionales producían bienes que en los Estados Unidos, y des-
pués también en Europa, podían ser adquiridos por muchas personas. Pero
en América Latina sólo una minoría podía acceder a ellos, así que la expan-
sión fundamental de la estructura productiva se orientó según la demanda
de esa minoría. Si la desigualdad era escasa, esa demanda no resultaba
grande, y por lo tanto el crecimiento económico inducido era también esca-
so. Frecuentemente, los gobiernos latinoamericanos impulsaron la concen-
tración de ingresos como vía para ampliar el mercado de lo que se había
constituido en el sector dominante de la industria. Ello no siempre fue com-
patible con la preservación de la institucionalidad democrática. A partir de la
década de 1960 los gobiernos militares de la Argentina y el Brasil en espe-
cial ampliaron las concesiones a la inversión extranjera e impulsaron el in-
cremento de la desigualdad; ello supuso un cambio particularmente notable
en la Argentina, la economía latinoamericana más avanzada durante la pri-
mera mitad del siglo, donde la equidad había conocido avances importantes
a fines de la década de 1940 y comienzos de la de 1950.
Cabe decir pues que se asistió a una reorientación de la ISI -quizás no en
el continente en su conjunto pero sí en los países más grandes y también
en algunos otros-, de modo tal que en la segunda fase de la industrializa-
ción, el papel dinámico principal correspondió a los bienes producidos para
el sector del mercado interno con poder adquisitivo alto, e incluso fortaleci-
do por las políticas de varios gobiernos. En este sentido, la desigualdad per-
sistente influyó poderosamente en la configuración del proceso industrializa-
dor y éste, a su vez, llegó a convertirse en un factor de acentuación de la
inequidad, revirtiendo así tendencias que habían emergido en las fases ini-
ciales de la ISI.

4.3.2. Las políticas industriales

En la Unidad 3 nos hemos ocupado de la evolución de las políticas industria-


les en América Latina durante el período de la ISI. Aquí presentamos una vi-
sión de conjunto de esas políticas, resumiendo un agudo análisis de Fajnzyl-
ber (1983, en particular pp. 143-146). Su hilo conductor es la comparación
con el papel desempeñado por el sector público en los procesos de industria-
lización acelerada, primero del Japón y luego de Corea del Sur y de Taiwán.
En la comparación entre América Latina y esos países del Asia Oriental,

147
Universidad Virtual de Quilmes

lo primero a subrayar es que en ambos casos se registró un fuerte inter-


vencionismo estatal y, en particular, la protección a la industria nacional re-
sultó decisiva para su crecimiento. Lo segundo a destacar es que las polí-
ticas proteccionistas tuvieron resultados muy diferentes no sólo porque se
aplicaron en contextos económicos, geopolíticos, sociales y culturales muy
distintos, sino además porque se trató de políticas muy diferentes.
Fajnzylber formuló en este contexto la crucial distinción entre el “protec-
cionismo para el aprendizaje”, que caracterizó a los procesos industrializa-
dores más exitosos del Asia Oriental, y el “proteccionismo frívolo”, que en
América Latina signó la industrialización tardía.
En el primer caso, y en apretada síntesis, las políticas públicas de apo-
yo al sector industrial, concertadas con éste y muy variadas, estaban suje-
tas a revisión, y tenían un carácter transitorio. Exigían de las empresas
contrapartidas -en materia de empleo, modernización tecnológica, capaci-
tación para la exportación, etc.-; se mantenían en la medida en que se
avanzara en esa dirección y no más allá de ciertos plazos considerados
adecuados para el logro de tales objetivos. La protección no suponía la se-
guridad de altas ganancias, que induce a la rutina, sino que planteaba exi-
gencias y ofrecía cierto apoyo para satisfacerlas.
En nuestro continente la protección fue también muy alta, pero no tuvo
características similares de selectividad y temporalidad; tampoco se basó
en una visión prospectiva acerca de las ramas que mayor impacto habrían
de adquirir, particularmente en lo que tiene que ver con el progreso técni-
co; no apuntó, en fin, a la construcción de capacidades exportadoras, lo
cual de por sí constituye un estímulo a la innovación en sus diversas mo-
dalidades. El proteccionismo tuvo, en líneas generales, un carácter indiscri-
minado y carente de metas explícitas; sus variaciones dependieron más
bien de las coyunturas financieras que de la evaluación de sus logros.
El Estado en América Latina protegió a la manufactura local para susti-
tuir importaciones, pero no fue realmente capaz de apoyar el desarrollo de
la industria nacional frente a las ET cuando instalaron sus filiales en el
país, y se convirtieron en grandes beneficiarias de la protección. De ellas
terminó dependiendo el avance de la industrialización y ésta reflejó ese rol
predominante. Destaca Fajnzylber que la protección llegó así a estimular
una reproducción indiscriminada pero a escala pequeña de la industria de
los países avanzados, trunca en sus componentes de bienes de capital, li-
derada por empresas cuya perspectiva a largo plazo era ajena a las condi-
ciones locales y cuya innovación no sólo se efectuaba principalmente en
los países de origen sino que, además, era estrictamente funcional a sus
requerimientos.
En la modalidad “frívola”, el sistema proteccionista no preveía una tra-
yectoria para su propio debilitamiento y eventual desaparición, cuando se
hubiera superado la etapa de la “industria infantil”; no se apuntaba a
construir, durante el período de competencia restringida, una competitivi-
dad basada en el conocimiento y la capacidad de innovación que permitie-
ra seguir avanzando en condiciones de mayor apertura económica. Por el
contrario, el “proteccionismo para el aprendizaje” apuntaba a ponerse a ti-
ro de la tecnología avanzada y, cosa aún más importante, con el ritmo y la
dirección de la innovación en los países centrales.
La diferencia tiene mucho que ver con la capacidad y la vocación de los
sectores dominantes para articular estrategias de largo plazo, orientadas

148
Problemas del Desarrollo en América Latina

por una noción bastante explícita y compartida de las posibilidades del


propio país, y para implementar esas estrategias mediante políticas dota-
das de cierta continuidad, que no pierdan el rumbo ante el peso de los
grandes intereses externos o la proliferación de presiones internas.
Concluida la Segunda Guerra Mundial, el Japón se encontró con una es-
tructura industrial devastada y una gran población hambrienta. Los técni-
cos de los organismos financieros internacionales recomendaron que con-
centrara su esfuerzo en industrias ligeras, de escaso equipamiento
técnicamente avanzado y mucha mano de obra. La opción escogida fue
muy otra. Fajnzylber cita a un alto funcionario del MITI, el Ministerio de In-
dustria y Comercio Internacional, que fue durante décadas el organismo
rector de la estrategia técnico-productiva:

❘❚❚ “El MITI decidió establecer en el Japón industrias que requerían la utilización
intensiva de capital y tecnología, y que, considerando los costos comparativos
de producción, resultarían en extremo inapropiadas para el Japón. Se trataba
de industrias como la del acero, refinamiento de petróleo, petroquímica, auto-
motriz, aérea, maquinaria industrial de todo tipo y electrónica, incluyendo com-
putadoras electrónicas. Desde un punto de vista estático y a corto plazo, alen-
tar tales industrias parecería entrar en conflicto con la racionalidad
económica. Pero, considerando una visión a más largo plazo, éstas son preci-
samente las industrias donde la elasticidad de demanda de ingreso es mayor,
el proceso tecnológico más rápido y la productividad de mano de obra se ele-
va más rápidamente. Estaba claro que sin estas industrias sería difícil em-
plear una población de 100 millones y elevar su nivel de vida para igualar al
de Europa y Norteamérica únicamente con industrias ligeras; para bien o para
mal, el Japón tenía que tener industria química e industria pesada” (FAJNZYL-
BER, 1983, p. 144). ❚❚❘

La protección a la industria más avanzada, con mayores requerimientos


técnicos y mayor impacto potencial sobre el conjunto de la estructura econó-
mica, fue definida con claridad en sucesivos “planes” gubernamentales y lle-
vada a la práctica sistemáticamente, incluso mediante drásticas limitacio-
nes a la importación de bienes de capital e impuestos diferenciales al
consumo que beneficiaban a los productos nacionales. Durante décadas,
cada convenio de incorporación de tecnología extranjera requería la aproba-
ción del MITI, que determinaba si era conveniente para la industria nacional y
procuraba mejorar sus términos de modo de favorecer la generación local de
tecnología.
Tales políticas muestran la continuidad de una estrategia secular (véase
antes, sección 2.2.2.), orientada a basar la inserción internacional del Japón
en la capacidad tecnológica y productiva.
En América Latina, reflejando también el peso de tendencias profundas,
las políticas industriales tuvieron un alcance mucho más restringido. Lo ilus-
tra una diferencia medular, la que se refiere a los bienes de capital. Éstos
tendieron a ser comprados en el exterior por las principales empresas que
operaban en América Latina, tanto las estatales como las multinacionales.
La producción nacional de esos bienes recibió por lo general menos protec-
ción que el resto del sector manufacturero.

149
Universidad Virtual de Quilmes

“El efecto de la ISI sobre la demanda de importaciones fue fortalecido por la es-
tructura de protección, que daba una demanda efectiva baja (y con frecuencia
negativa) a la producción de bienes intermedios y de capital. Esta política dejó
sin incentivos a la producción interna de dichos bienes y alentó el uso de tecno-
logías intensivas en capital” (BETHELL, 1997, p. 119).

Ese factor contribuyó grandemente al truncamiento de la industrialización,


en la medida en que no abrió espacios para procesos fundamentales de
aprendizaje ligados a la producción de máquinas herramienta y de sistemas
técnicos relacionados. En lo que hace a la tecnología, su importación care-
ció prácticamente de regulaciones; políticas para la “sustitución de importa-
ciones tecnológicas” fueron ensayadas en muy pocos casos. La demanda
tecnológica hacia afuera, consolidada durante la inserción primario-exporta-
dora en la economía mundial, no dejó de gravitar poderosamente durante el
“crecimiento hacia adentro” y limitó en grado considerable el alcance de las
políticas industriales.

4.4. Tecnología y subdesarrollo

Las versiones más difundidas de las concepciones latinoamericanas clási-


cas sobre el desarrollo no privilegiaron un tratamiento específico de la pro-
blemática tecnológica y de sus relaciones con la economía.
Por supuesto, el estructuralismo cepalino ubicó en el foco de sus preocu-
paciones al progreso técnico del continente, pero tendió a verlo, de manera
un tanto unilateral, ante todo como una consecuencia de la instalación de
plantas industriales, lo que constituyó uno de los principales argumentos pa-
ra priorizar a la industria.
A su vez, los teóricos dependentistas afirmaron que la dependencia tec-
nológica constituye un elemento central en el fenómeno global de la depen-
dencia, uno de cuyos aspectos es precisamente el control de la generación
de tecnología por los países centrales; sin embargo, no atendieron a la diná-
mica propia de la tecnología, cuya generación en la periferia parecieron con-
siderar inviable, lo que demostró ser erróneo.
Blomström y Hettne (1990) afirman que la “escuela de la dependencia
fue la primera contribución real del Tercer Mundo a las ciencias sociales” (p.
247). Tiene pues especial valor su señalamiento de las equivocaciones de
los dependentistas, en ciertas apreciaciones generales y en áreas más cir-
cunscritas.

“Una de estas áreas se ocupaba de los efectos de la ‘dependencia tecnológica’, la


cual estaba considerada como un elemento crucial en todo el fenómeno de la de-
pendencia. Entre otras cosas, los teóricos de la dependencia afirmaban que,
puesto que quienes controlaban la generación de tecnología (es decir, el centro)
también controlaban su explotación, esto hacía que la dependencia tecnológica
fuera permanente. Por lo tanto, las posibilidades de generar tecnología interna
quedaban anuladas […]. Pero los estudios empíricos en América Latina encontra-
ron que esto no se cumplía, particularmente en los países ‘semiindustrializados’.

150
Problemas del Desarrollo en América Latina

Por ejemplo, Argentina, que se encuentra entre este tipo de países, tuvo un desa-
rrollo relativamente rápido de su tecnología interna durante los años setenta. Las
sucesivas adaptaciones a las condiciones locales de la tecnología importada per-
mitieron nuevos hallazgos tecnológicos, muy diferentes de los importados y con
un valor comercial propio. Argentina pudo exportar tecnología. Fueron empresas
nacionales quienes hicieron este tipo de exportaciones, cuyo destino estuvo limi-
tado a otros países latinoamericanos, esto es, países con bastantes similitudes es-
tructurales. […] “El hecho de que las empresas nacionales de los países subdesa-
rrollados comenzaran a generar tecnología suscita nuevos problemas relativos al
papel de las importaciones de tecnología en general, y de las inversiones direc-
tas de corporaciones multinacionales en particular, debido a que estas firmas son
los actores más importantes en la generación, aplicación y transferencia interna-
cional de la tecnología moderna. En la bibliografía de la dependencia, tanto los
aspectos dinámicos de la tecnología, como los efectos de ‘derrame’ de las inver-
siones extranjeras eran ignorados por completo” (BLOMSTRÖM y HETTNE, 1990, pp.
122 y 123).

Varios de los puntos tocados en las citas precedentes serán considerados


en los próximos párrafos.
Esquematizando, puede sostenerse que las corrientes más notorias del
pensamiento periférico subestimaron, no la importancia de la tecnología, pe-
ro sí las características propias del desarrollo tecnológico como proceso so-
cial, y por consiguiente las dificultades específicas que la problemática tec-
nológica plantea para superar la dependencia, así como las que surgen
cuando se procura la transferencia de tecnología desde el centro a la perife-
ria. Parecieron suponer, en sus formulaciones originales, que el debilitamien-
to de las formas habitualmente reconocidas de la dependencia, políticas y
económicas, permitiría afrontar con éxito sus dimensiones tecnológicas. Pe-
ro los hechos tendieron a opinar de otra forma.
Ahora bien, ya en la década de 1970 empezaron a cobrar cierta notorie-
dad los trabajos de estudiosos latinoamericanos que seguían de cerca la re-
flexión internacional en torno de la ciencia y la tecnología, particularmente
en el campo de la economía del cambio técnico, al tiempo que investigaban
lo que al respecto acontecía en nuestro continente e impulsaban tanto una
elaboración como una práctica de carácter autónomo. Esta línea de trabajo
se ha caracterizado por su capacidad para formular e impulsar propuestas
específicas. La misma dio lugar a una obra publicada justo cuando el peso
del pasado desencadenaba la crisis de la década de 1980 -La producción de
tecnología. Autónoma o transnacional, de Jorge Sábato y Michael Mackenzie
(1982)-, que constituye una referencia fundamental para pensar hacia el fu-
turo las relaciones entre tecnología, dependencia y desarrollo. En ella se ba-
sa este apartado.

4.4.1. Opciones ante la dependencia tecnológica

El acontecer contemporáneo sugiere dos conclusiones, bastante obvias y


estrechamente emparentadas. En primer lugar, el cambio tecnológico incide
con creciente velocidad y profundidad en la evolución social y cultural en ge-
neral. En segundo lugar, la capacidad para generar y usar tecnología gravita
cada vez más en la distribución de la riqueza, en las decisiones políticas, en

151
Universidad Virtual de Quilmes

las pautas de conducta y en la difusión de valores.


En consecuencia, “al mismo tiempo que la tecnología ha introducido la
modernización y el cambio en todos los países, ha aumentado el poder eco-
nómico y político de los países más desarrollados y la dependencia tecnoló-
gica y la alienación cultural de los menos desarrollados” (SÁBATO y MACKENZIE,
1982, p. 211).
Ello implica, en particular, que los países del Tercer Mundo enfrentan
grandes dificultades para conseguir las tecnologías más adecuadas para re-
solver sus problemas sociales básicos. La solución ensayada por lo general
-”la ciega importación de tecnología”- ha resultado escasamente satisfacto-
ria. En particular, ha sido muy frecuente gastar sumas considerables en pro-
cedimientos tecnológicos poco adecuados a las propias circunstancias,
mientras que el contexto económico en el cual tuvo lugar el cambio técnico
no lo indujo a priorizar las necesidades de los sectores más carenciados.

“Hoy se admite que la ciega importación de tecnología que ha tenido lugar en las
últimas décadas no sólo ha sido cara en términos económicos sino también -y so-
bre todo- en términos sociales, políticos y culturales. En la mayor parte de los ca-
sos se ha tratado de tecnologías útiles para la producción de bienes y servicios
destinados a las minorías de alto estándar de consumo y no para las necesidades
de las mayorías” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, p.131).

Por otra parte, resulta que por esa vía

❘❚❚ “no sólo se importa un conjunto ordenado de conocimientos, sino también


las relaciones de producción que le dieron origen, las características sociocul-
turales del mercado para la cual fue originalmente producido, etc. Como si fue-
se un ‘código genético’ que estuviese inserto en su estructura, la tecnología
transmite el sistema de valores para el que fue diseñada. Esto confiere a la
dependencia tecnológica alcances mucho más vastos que los estrictamente
económicos” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, p. 231). ❚❚❘

Planteada así la situación, se trata de buscar alternativas. Muchas han sido


propuestas, pero aquí sólo consideraremos algunas, muy sumariamente, a
título de ejemplo.
La introducción de tecnología moderna no sólo genera dependencia sino
que frecuentemente también ocasiona desempleo y desarraigo, impulsa la
destrucción de formas tradicionales de vida y la degradación del ambiente.
No es de extrañar pues que el rechazo al cambio técnico cuente con nume-
rosos partidarios tanto en los países avanzados como en los subdesarrolla-
dos. Pero parece escasa la viabilidad de ese rechazo como alternativa glo-
bal, particularmente para regiones altamente pobladas y notoriamente
carenciadas.
El mundo de hoy se caracteriza tanto por los ritmos demográficos y tec-
nológicos como por la globalización de la economía, de las comunicaciones
y de las aspiraciones. En tal contexto, el conservadurismo técnico conlleva
el retroceso productivo a la par que el incremento de las frustraciones y las
privaciones, todo lo cual acentúa el deterioro ecológico.

152
Problemas del Desarrollo en América Latina

El punto no dejará de ser polémico pero, en todo caso, no debería olvidar-


se que la humanidad usa tecnologías desde que existe, por lo cual rechazar
la innovación tecnológica implica preferir la persistencia de las técnicas de
antes, en condiciones que ya no son las de antes. No son pocos los perjui-
cios asociados con el cambio técnico, pero también son muchos los que
causa el estancamiento tecnológico. Conviene notar que

❘❚❚ “[…] la mayor productividad de las tecnologías modernas las impone casi
inexorablemente. Ello no significa que ellas sean las únicas posibles o que ne-
cesariamente deban ser intensivas en capital y energía. Se pueden imaginar y
eventualmente desarrollar otras soluciones mejor adaptadas a la constelación
de recursos y factores locales, pero ello sólo será posible a través de un inten-
so esfuerzo de investigación y desarrollo y no simplemente con una especie
de romántica ‘vuelta a la naturaleza’. Si la tecnología moderna no es adecua-
da y conveniente, la única respuesta aceptable es producir tecnología más mo-
derna aún (en el sentido de su ‘edad’) y que sea adecuada y conveniente” (SÁ-
BATO y MACKENZIE, 1982, p. 253). ❚❚❘

Si las innovaciones predominantes son escasamente convenientes, la única


salida es buscar innovaciones más convenientes, lo cual obviamente exige
capacidad para la innovación.
Si, por consiguiente, no tiene destino cualquier prohibición de incorporar
tecnología, tampoco constituye una solución la importación de tecnologías
en uso hace medio siglo en los países industrializados; esto último ha sido
sugerido en el supuesto de que la situación de esos países era por enton-
ces similar a la del presente en las naciones del Tercer Mundo, por lo cual
se supone que lo que ayer era conveniente para unos debe serlo hoy para
otros. Ahora bien, los países “atrasados” no están en la situación en la que
se encontraban ayer los países “adelantados” justamente porque hoy for-
man parte con estos últimos de un mismo sistema económico mundial: és-
ta es una característica central del subdesarrollo. Así por ejemplo, una tec-
nología que permitía prosperar a la ganadería norteamericana antes de la
Segunda Guerra puede ser muy poco rendidora hoy en el Sur de América,
precisamente porque otras son las tecnologías con las que no hay más re-
medio que competir y muy otro el contexto económico y político global.
En algún sentido, las opciones por tecnologías anticuadas o estáticas in-
ducen a nuestros países a perjudicarse por partida doble. Mantienen incólu-
me la dependencia tecnológica y limitan el aprovechamiento de los múltiples
beneficios potenciales de la innovación técnica.

4.4.2. Definición de capacidad tecnológica autónoma

Alternativas como las mencionadas, pese a su diversidad, tienen en común


la renuncia a la construcción de una capacidad tecnológica propia, actualiza-
da y específica. Pero, precisamente, esto es lo que se necesita para, en ca-
da caso concreto, escoger la tecnología más conveniente que, en términos
generales, será una mezcla de tecnología importada y tecnología producida
en el país:

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❘❚❚ “Lo más adecuado sería desarrollar una cierta capacidad local, que permi-
tiese a los países alcanzar un grado de autonomía tecnológica compatible con
sus recursos, y que los ayudase a reforzar su soberanía y su personalidad cul-
tural. Esa cierta capacidad autónoma les permitiría elegir con mayor racionali-
dad las tecnologías más convenientes con respecto a factores y recursos, res-
petando al mismo tiempo las restricciones sociopolíticas impuestas por la
sociedad. Se podría pasar así de la importación ciega a un método por el cual,
para cada caso, se proveería una tecnología que sería en verdad un ‘mix tec-
nológico’ entre tecnología importada y tecnología producida localmente. Este
‘mix’ debiera ser entonces el ‘apropiado’ a las circunstancias de cada proble-
ma; y la capacidad autónoma estaría definida entonces por la capacidad de lo-
grar producir los ‘mix’ más apropiados” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, p.132). ❚❚❘

A su vez, el propósito de combinar elementos diversos para obtener el resul-


tado más adecuado al caso encarado se sustenta en una concepción según
la cual cada tecnología es un paquete de conocimientos de variada índole,
procedencia y edad:

❘❚❚ “La tecnología no es una máquina, ni un diagrama, ni una receta, ni un pro-


grama de computadora, ni una fórmula, ni un diseño, ni una patente, sino mu-
cho más. Incorporada, como en una planta industrial, desincorporada, como
en un conjunto de planos, o en una mezcla adecuada de ambos tipos, la tec-
nología es un paquete de conocimientos organizados de distintas clases (cien-
tífico, técnico, empírico, etc.) provenientes de diversas fuentes (descubrimien-
tos científicos, otras tecnologías, libros, manuales, patentes, etc.) a través de
métodos diferentes (investigación, desarrollo, adaptación, copia, espionaje, ex-
pertos, etcétera)” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, p. 25). ❚❚❘

Generar una tecnología implica, pues, producir un paquete tecnológico a par-


tir de la combinación de conocimientos diversos, elaborados en el país o
fuera de él.
La capacidad para efectuar exitosamente semejante selección es lo que
se llama capacidad tecnológica autónoma, y su construcción constituye el
objetivo general que se plantea para las políticas tecnológicas de los países
del Tercer Mundo.
Es decir que el objetivo

❘❚❚ “es que cada país construya una capacidad propia que le permita tener una
tecnología más adecuada a sus propios objetivos, más respetuosa de sus pro-
pios valores culturales y de sus características ecológicas, más interesada en
servir a la satisfacción de las necesidades básicas de su población y más
apropiada a su propia constelación de factores y recursos” (SÁBATO y MACKEN-
ZIE, 1982, p. 212). ❚❚❘

Semejante capacidad implica, en particular, conocimiento, experiencia y poder


para conseguir importar la tecnología más conveniente en las condiciones

154
Problemas del Desarrollo en América Latina

más favorables. A la inversa, la “importación ciega” es una consecuencia


poco deseable pero difícilmente evitable de la falta de capacidad tecnológi-
ca autónoma.
La reivindicación de semejante capacidad no debería pues ser confundi-
da con la aspiración a la autarquía tecnológica, es decir con la absoluta au-
tosuficiencia en la materia, garantizada incluso mediante la prohibición de
importar tecnología. Esto no parece conveniente hasta para un país alta-
mente industrializado y la experiencia no lo muestra como un camino por el
cual se pueda avanzar exitosamente.

“Se ha propuesto que la mejor manera de lograr [un] control efectivo del flujo
tecnológico sería a través de una drástica reducción de la tecnología importada y
aun de su total eliminación (autarquía tecnológica). Hasta el presente, eso no se
ha podido lograr en la práctica, como lo demuestra (una vez más) el reciente
cambio en la política tecnológica de la República Popular China [1978]. Por lo
tanto, debe aceptarse que en el flujo tecnológico habrá siempre un componente
importado. Para que sea posible lograr una mezcla tecnológica, será pues im-
prescindible disponer de una capacidad para producir tecnología nacional, sin la
cual sería ilusorio pretender controlar el flujo y lograr autonomía” (SÁBATO y MAC-
KENZIE, 1982, p. 216).

La construcción de una auténtica capacidad tecnológica nacional no parece


posible sin una relación importante, siempre compleja y a menudo conflicti-
va, con los centros más dinámicos de la innovación tecnológica. Por ello im-
porta subrayar que, en este contexto, el calificativo “apropiada” se utiliza pa-
ra la mezcla “tecnología nacional-tecnología importada”. En efecto, lo

❘❚❚ “[…] corriente es hablar de ‘tecnología apropiada’, pero esto suele llevar a
creer que la tecnología debe ser original, desarrollada especialmente y que no
debe estar ‘contaminada’ con la tecnología importada. En realidad, en muchos
casos, una mezcla de tecnologías viejas -con elementos nacionales e importa-
dos- suministra una respuesta más apropiada que la que podría obtenerse
con una tecnología ‘pura’ y ‘nueva’. Por eso nos parece más adecuado hablar
de flujo apropiado o de mezcla apropiada; de esa manera queda claro que no
se trata de buscar originalidad o pureza por sí mismas, sino de suministrar el
flujo que mejor satisfaga la necesidad planteada” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, p.
217). ❚❚❘

Según el problema por resolver, la mezcla apropiada será más o menos ori-
ginal y tendrá una componente importada mayor o menor; lo que cuenta no
es el grado de novedad sino la capacidad para hallar la “mezcla” adecuada
a los datos específicos del propio problema.

4.4.3. La tecnología en los países latinoamericanos

En conjunto, la producción local de tecnología ha sido escasa en los países


subdesarrollados. Esto es bien conocido. Sin embargo, hace ya tiempo que en
varias naciones latinoamericanas se empezó a generar tecnología a niveles

155
Universidad Virtual de Quilmes

significativos, pero el fenómeno demoró en ser advertido, en parte debido a


sus rasgos informales.
En nuestro continente “una de las fuentes más importantes de la tecno-
logía nacional es la modificación y adaptación de los paquetes tecnológicos
importados, operación que en general no se realiza en instituciones de in-
vestigación especializadas sino en las propias empresas” (SÁBATO y MACKEN-
ZIE, 1982, p. 223). Se trata de una actividad que, por cierto, frecuentemente
aborda problemas complejos, para lo cual hace uso abundante de conoci-
mientos científicos y técnicos. Pero dicha actividad no está diferenciada de
otras en la misma empresa, ni se planifica con antelación; por lo general, se
la lleva a cabo como respuesta a la necesidad de adaptar un paquete a cir-
cunstancias distintas de las que motivaron su elaboración. Constituye una
suerte de I+D (Investigación y Desarrollo) “implícita”, que puede también ser
vista como una forma de “producción artesanal de tecnología”.
Las características informales de tal actividad, junto con las ideas domi-
nantes acerca del desarrollo científico y tecnológico, determinaron que dicha
“I+D informal” fuera prácticamente ignorada en el nivel oficial. Así, a co-
mienzos de la década de 1980, se diagnosticaba:

❘❚❚ “En resumen, la situación actual en los países sudesarrollados con relación
a la tecnología nacional es que la producción artesanal de tecnología, que de
hecho existe y es importante, no recibe prácticamente ningún apoyo guberna-
mental, y que tampoco hay una política decidida encaminada al desarrollo de
la producción industrial de tecnología” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, p. 227). ❚❚❘

Para impulsar esta producción, y la comercialización de tecnología, la obra


que venimos glosando bosqueja una propuesta de “empresas de tecnología
para América Latina”.
Recapitulemos: las estrategias para el desarrollo tecnológico de nuestra
región deben tener en cuenta no sólo el atraso y la dependencia en la mate-
ria, sino también el hecho de que en la producción nacional de tecnología se
ha avanzado no poco, aunque no siempre por caminos previstos de antema-
no.
Por otra parte, en las últimas décadas se han llevado a cabo significati-
vos esfuerzos para edificar una infraestructura científico-técnica y, asimis-
mo, para conocer mejor las relaciones entre investigación y producción, lo
cual plantea una problemática bastante más compleja de lo que se solía su-
poner.
En particular, se llegó a comprobar que la industrialización del continente,
aunque “trunca” en el sentido ya expuesto, ha promovido una creciente “tec-
nologización”. Al concluir la década de 1970 se podía anotar:

❘❚❚ “La producción local de tecnología es pequeña, comparada con el flujo de


tecnología importada, pero se registran algunos éxitos alentadores (PEMEX en
México, maquinaria agrícola en Argentina, máquinas herramientas en Brasil,
etc.) así como avances en la desagregación o ‘apertura del paquete tecnológi-
co’ (central nuclear Atucha, en Argentina; plan siderúrgico brasileño, petroquí-
mica en el Pacto Andino, etc.) y una actividad creciente en relación con la

156
Problemas del Desarrollo en América Latina

adaptación de tecnología importada a las necesidades locales. Por lo tanto,


de ningún modo puede afirmarse que la actividad innovadora sea inexistente.
Incluso se han realizado exportaciones importantes de tecnología incorporada
y desincorporada y se han adoptado medidas para su apoyo y fomento (crédi-
to preferencial, desgravaciones impositivas, tasas de cambio favorables). Las
exportaciones intrarregionales de capital y tecnología, especialmente desde
las tres naciones mayores, ya ha comenzado a tener significación. En 1975,
Brasil exportó tecnología desincorporada por 135 millones de dólares, mien-
tras que en 1967 sólo había exportado por 3 millones” (SÁBATO y MACKENZIE,
1982, p. 232). ❚❚❘

Pero, en líneas generales, el balance sigue siendo deficitario: no se ha logra-


do un funcionamiento relativamente armónico de la estructura productiva y
la infraestructura científico-tecnológica; no se le ha brindado a la producción
local de tecnología la protección necesaria para poder afirmarse ante la
competencia de la tecnología importada; la demanda local de tecnología si-
gue siendo escasa; la fuga de cerebros ha continuado. Salvo excepciones,
los estados no han desempeñado un papel importante y sostenido en este
campo. Al respecto, la siguiente observación es relevante:

❘❚❚ “Se carece aún de una buena teoría sobre el papel del Estado como pro-
ductor y propietario de unidades (industrias, bancos, comercios, seguros, etc.)
que son grandes consumidoras de tecnología y que frecuentemente se com-
portan con respecto a la ciencia y la técnica en forma tanto o más regresiva
que el sector privado, desmintiendo así la creencia de que la nacionalización o
estatización de una unidad productiva basta para terminar con su dependen-
cia tecnológica” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, p. 235). ❚❚❘

Este diagnóstico de comienzos de la década de 1980 sostiene:

❘❚❚ “En ningún país del área, con excepción quizás de Brasil, se ha pasado aún
de una estrategia defensiva (limitada al refuerzo de la infraestructura, funcio-
namiento de registros de tecnología, etc.) a una estrategia ofensiva (con énfa-
sis en la producción de tecnología y en una negociación agresiva con los pro-
veedores externos de tecnología). Es urgente reconocer que la estrategia
defensiva tiene un techo estructural y operativo y que la superación de esa li-
mitación sólo podrá lograrse vía una estrategia ofensiva” (SÁBATO y MACKENZIE,
1982, p. 236). ❚❚❘

Concluiremos este capítulo sintetizando algunos rasgos de la política tecno-


lógica que se propone y destacando ciertos obstáculos que se anticipan.

4.4.4. Lineamientos de política tecnológica

La construcción de una capacidad tecnológica autónoma, en el sentido pre-


viamente definido, requiere fomentar decididamente la producción local de

157
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tecnología, lo cual a su vez exige estimular tanto la oferta como la demanda


de tecnología nacional. Es de notar que lo segundo suele descuidarse aún
más que lo primero.
Para promover la demanda, hay que usar incentivos diversos que promue-
van el consumo de tecnología local y desestimulen el uso innecesario de
tecnología importada. Hace falta pues un cierto grado de proteccionismo tec-
nológico, que no puede ser indiscriminado sino que debe impulsar el uso de
la capacidad local en la medida en que ésta sea de alta calidad y de mayor
especificidad para los problemas a afrontar, lo cual a menudo sucede por
ejemplo en los estudios de consultoría. Empleando por nuestra cuenta la
terminología de otro autor, previamente citado en forma amplia, diríamos
que en materia de tecnología nacional existe un amplio campo para un pro-
teccionismo para el aprendizaje, una de cuyas metas centrales sea la capa-
citación de los técnicos del propio país.

“Para mejorar la oferta habrá que reforzar la infraestructura científico-tecnológica


y fomentar la instalación y operación de empresas productoras de tecnología, de
servicios de consultoría, de servicios de ingeniería y diseño, de servicios técnicos
auxiliares. Dicho fomento deberá también realizarse según los mecanismos y
procedimientos aceptados y en uso en la estructura productiva: crédito bancario,
reducción de impuestos y otros beneficios fiscales, etc. La producción cuasi-arte-
sanal que se realiza en empresas de la estructura productiva también debe reci-
bir promoción adecuada, por ejemplo permitiendo la deducción impositiva de
los gastos dedicados a la producción de tecnología, recibiendo créditos ‘blandos’
para el desarrollo de prototipos y para el montaje y operación de plantas piloto,
etc.” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, p. 243).

La estrategia reseñada no sabría ser vista como una “tecnologización por


sustitución de importaciones”, dirigida esencialmente hacia adentro, pues
se considera que exportar tecnología es a la vez posible e imprescindible
para avanzar en la construcción de la capacidad tecnológica autónoma.

“El fomento de la producción debe complementarse con un enérgico fomento de


la exportación de tecnología, que ya ha comenzado exitosamente en varios paí-
ses de América Latina y que promete crecer explosivamente en las próximas dé-
cadas, sobre todo en dirección al Tercer Mundo, donde países que están aún en
una etapa anterior del desarrollo encuentran que las tecnologías provenientes de
América Latina son más adecuadas que las que provienen de los países centrales.
En particular, la exportación de servicios tecnológicos reviste suma importancia,
especialmente porque prepara el terreno para la posterior exportación de activos
tecnológicos, de bienes de capital, etc.” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, pp. 243-244).

En relación con la importación de tecnología, se anticipa que ella más bien


tenderá a crecer, sobre todo si el desarrollo de América Latina avanza. No se
trata pues de reducir el volumen de la tecnología importada sino de mejorar
su calidad global, disminuyendo las importaciones superfluas y consiguiendo

158
Problemas del Desarrollo en América Latina

en mejores condiciones tecnologías más adecuadas a las necesidades y a


los recursos locales.
Lo que antecede lleva directamente a la cuestión de la capacidad para
negociar en el campo tecnológico, particularmente con las empresas trans-
nacionales. Su

❘❚❚ “[…] dominio de la tecnología les ha dado [a las ET] una fuerte ventaja com-
parativa, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. No sólo saben
producir paquetes tecnológicos sino también incorporarlos a ‘paquetes empre-
sariales’ más complejos, que incluyen recursos financieros, acceso a los mer-
cados (doméstico y extranjero), facilidades bancarias, personal altamente cali-
ficado, experiencia administrativa, publicidad y prestigio” (SÁBATO y MACKENZIE,
1982, p. 209). ❚❚❘

Ahora bien:

❘❚❚ “[…] también hay que tener presente que, al menos en ciertos sectores -al-
gunos de los cuales son muy importantes- hay suficiente competencia entre
las diversas ET como para que un negociador competente y honesto pueda ob-
tener condiciones razonables en la venta o alquiler de tecnología. En otras pa-
labras, hay espacio para negociar, siempre que quien represente a un país
subdesarrollado tenga la capacidad, el conocimiento y el poder necesarios pa-
ra hacerlo con eficiencia” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, p. 210). ❚❚❘

La cuestión aludida se ubica en lugar destacado entre los problemas que


una política tecnológica nacional debe afrontar. Otra dificultad suele plan-
tearla el divorcio entre política tecnológica y política económica, pues fre-
cuentemente la última favorece la importación indiscriminada de tecnología;
en realidad, si se asiste a un divorcio de tal índole, no existe una verdadera
política tecnológica, pues ésta integra la política económica bien entendida.
Para construir una capacidad tecnológica autónoma, concluye la obra re-
señada,

❘❚❚ “[…] habrá que superar un conjunto de obstáculos de variada importancia,


entre los cuales se destacan los siguientes:
a) Los grupos de intereses que se benefician con la dependencia tecnológica
y que no permanecerán pasivos ante un programa enérgico pro autonomía tec-
nológica.
b) La débil competencia del Estado, que debe cumplir uno de los papeles pro-
tagónicos, y su poca capacidad para aplicar y hacer aplicar decisiones de na-
turaleza tecnológica.
c) La alienación intelectual de los grupos de la clase dirigente que postulan
que nada puede cambiar porque ‘no somos capaces’ y de otros grupos que
postulan que nada puede cambiar porque ‘no nos dejan’.
d) La modalidad de la racionalidad existente, según la cual es mejor negocio
importar tecnología que producirla localmente.
e) La dependencia cultural, según la cual ‘toda tecnología extranjera es mejor
… por ser extranjera’.

159
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f) El sistema de valores en vigencia, según el cual atender al consumo super-


fluo de las élites tiene prioridad a atender al consumo esencial de la mayoría
de la población.
g) El mimetismo de la periferia, que lleva a copiar hasta los peores productos
y procesos del centro.
h) Los mecanismos financieros locales, que no proveen de capital de riesgo
para la producción de tecnología pero que avalan toda importación ‘prestigio-
sa’ de tecnología.
i) La escasa articulación entre los protagonistas del proceso: funcionarios del
Estado, empresarios y gerentes y científicos y técnicos” (SÁBATO y MACKENZIE,
1982, p. 254). ❚❚❘

A comienzos del siglo XXI, quien se ocupe de impulsar una política tecnoló-
gica en alguno de nuestros países quizás halle útil revisar la precedente lis-
ta de “obstáculos” y analizar cuáles siguen vigentes. En todo caso, la cita
ayuda a comprender por qué Sábato y Mackenzie hablan de “drama tecnoló-
gico”, con muy variados actores: políticos, empresarios, obreros, burócratas,
científicos, tecnólogos, consumidores, etc. Los autores subrayan que el de-
sarrollo tecnológico es un proceso social que se despliega en “un espacio
de intereses contrapuestos” (SÁBATO y MACKENZIE, 1982, pp. 212-213).

4.5. Un gran viraje

Volvemos aquí a la consideración de la interacción entre las políticas y las


ideas en materia de desarrollo. Como se destacó previamente, ciertas estra-
tegias latinoamericanas para el desarrollo, que llegaron a tener gran impac-
to dentro y sobre todo fuera de la academia, surgieron y maduraron “en diá-
logo” con la evolución del “crecimiento hacia adentro”. Esas estrategias
incidieron en alguna medida en diversas experiencias gubernamentales en-
tre los las décadas de 1950 y 1970, y fueron a su vez grandemente influi-
das por los resultados de las mismas. Lo que aconteció durante los años fi-
nales del período puso de manifiesto el agotamiento de lo que hemos
denominado la concepción latinoamericana clásica para el desarrollo y, más
en general, marcó el inicio de un gran viraje ideológico y político. A ello nos
referimos en este apartado.

4.5.1. La búsqueda de un nuevo orden económico internacional

En la interacción entre el acontecer político y la reflexión académica resalta


la gravitación de lo vivido en Chile entre 1970 y 1973. Allí la coalición de iz-
quierdas denominada “Unidad Popular” -en cuya estrategia económica juga-
ron un papel de primera línea economistas formados en los ámbitos cepali-
nos- procuró plasmar en los hechos esa doble transformación integral, en
las estructuras internas y en las relaciones externas, que preconizaban los
“dependentistas”. Su estrategia intentó hacer del accionar estatal la gran
palanca del cambio que se anunciaba como “la vía chilena al socialismo”.
El gobierno encabezado por Salvador Allende, electo presidente en septiem-
bre de 1970, que impulsó la nacionalización de la gran minería del cobre, la

160
Problemas del Desarrollo en América Latina

profundización de la reforma agraria y una masiva redistribución de ingresos


en favor de los sectores menos pudientes, enfrentó muy pronto el bloqueo
comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos, así como la desin-
versión en la industria privada, la fuga de capitales al exterior y una dura
oposición, promovida por los grupos sociales más poderosos pero que en-
contró apoyos bastante más allá de éstos. La situación económica se fue
deteriorando y el conflicto político endureciéndose, hasta que en septiembre
de 1973 el golpe militar dirigido por el general Pinochet puso fin a la original
experiencia y desencadenó la violencia.
Esos acontecimientos dramáticos incidieron profundamente en lo que
Halperin ha caracterizado como una “mutación en el horizonte político-ideo-
lógico latinoamericano”, en la cual se destaca, según creemos, el desdibuja-
miento de las estrategias clásicas para el desarrollo de la región. No menor
fue la incidencia en ello de lo que aconteció con la demanda, planteada por
los países subdesarrollados, de instaurar un “nuevo orden económico inter-
nacional”, la que se constituyó en el principal impulso al debate sobre coo-
peración y comercio a escala internacional desde comienzos de la década
de 1970. Algunos gobiernos latinoamericanos de esa década figuraron entre
los más enérgicos impulsores del proyecto, cuyos fundamentos se afirma-
ban en la concepción “centro-periferia”.
Grosso modo, se trataba de revertir las asimetrías generadas por la divi-
sión internacional del trabajo entre países industrializados y exportadores
primarios, mediante una negociación entre los gobiernos del Primer Mundo y
los del Tercer Mundo, en la cual éstos habrían de usar como armas de pre-
sión la retención en las ventas de sus materias primas estratégicas y su ca-
pacidad de actuar relativamente unidos en la arena internacional, a fin de
impulsar ciertas reivindicaciones, entre las que se incluían: i) una mejora
sostenida en los términos de intercambio; ii) una sustancial transferencia
de tecnología desde los países del centro a los de la periferia; iii) un control
del accionar de las empresas multinacionales; iv) una reestructuración del
sistema monetario internacional.
El proyecto tomó cuerpo a comienzos de la década de 1970, cuando la
prolongada prosperidad vivida por los países más ricos, junto a modalidades
productivas en las que se hacía un uso masivo de recursos naturales, ha-
bían expandido sustancialmente la demanda y por ende los precios de nu-
merosos productos exportados por la periferia.
El petróleo ejemplificaba lo que se pretendía hacer. Su precio se multipli-
có por cuatro en 1973; la Organización de Países Exportadores de Petróleo,
la OPEP, se convirtió en un primer actor de la escena mundial; parecía enor-
me su capacidad de presión, al decidir unificadamente montos y precios de
la producción petrolera, que suministraba a los países de la OPEP ingentes
recursos que, en cierta medida, se fueron volcando al financiamiento de
grandes programas de industrialización. En algún sentido, se trataba de ge-
neralizar tal estrategia, formando asociaciones de países exportadores de
cada materia prima relevante, para mantener altos los precios y dotar al con-
junto de países subdesarrollados de un poder negociador susceptible de re-
vertir gradualmente las asimetrías generadas por el “orden neocolonial”, po-
sibilitando en consecuencia el desarrollo de la periferia.
Paralelamente, se promovía la conformación, para cada materia prima re-
levante, de acuerdos internacionales entre los principales países producto-
res y consumidores a fin de estabilizar los precios a largo plazo, lo cual no

161
Universidad Virtual de Quilmes

constituía en sí mismo una novedad, pues acuerdos de ese tipo venían fun-
cionando desde tiempo antes, como por ejemplo el del estaño desde 1956
y el del café desde 1962. Lo característico de la década de 1970 fue el im-
pulso que los países subdesarrollados dieron a esta línea de acción, parti-
cularmente en las conferencias e instituciones del sistema de las Naciones
Unidas.
La estrategia esbozada asignaba a los estados del Tercer Mundo, como
se ve, la máxima responsabilidad en la construcción del “nuevo orden”, tan-
to en lo que se refiere a la modificación de las relaciones externas como en
la programación del crecimiento interno. Lo que aconteció con semejante
estrategia dice mucho acerca de las grandes tendencias de la evolución tec-
nológica y económica contemporánea.
La bonanza de los precios de los productos primarios fue en general efí-
mera; la tendencia fue revertida por la recesión de la economías metropoli-
tanas. Ello hizo cada vez más difícil el funcionamiento de los acuerdos para
la estabilización de precios, entre otros motivos porque agudizó las contra-
dicciones entre los propios países productores de productos primarios igua-
les o intercambiables.
El fin de la prolongada prosperidad de la posguerra en los países centra-
les coincidiría con el comienzo de una mutación técnico-productiva que im-
pactaría sobre el planeta entero, y de la cual ni siquiera saldría indemne el
poder de los productores de petróleo, que por entonces lucía avasallante.
Las nuevas relaciones de precios acelerarían los cambios en la producción,
las políticas de ahorro energético y los avances en la tecnología que reduci-
rían el consumo de petróleo en relación con el gasto total así como frente a
otras formas viejas y nuevas de energía. Hacia 1986, en términos reales, el
precio del petróleo había vuelto a niveles similares a los anteriores a la gran
alza de 1973 (TOYE, 1987, p. 141).
Más en general, el cambio de paradigma técnico-productivo tendería a in-
crementar el peso en la economía de la capacidad científica y tecnológica
concentrada en el Primer Mundo, y a disminuir el de los productos primarios
exportados por la periferia en desmedro de su poder de negociación. A co-
mienzos de la década de 1980, el proyecto de “nuevo orden económico in-
ternacional” había perdido vigencia.
Durante esa década, las tecnologías del “complejo electrónico” sustenta-
rían la acelerada globalización tanto de las comunicaciones como de la eco-
nomía, facetas estrechamente vinculadas de un mismo proceso, en el cual
las empresas transnacionales jugarían un papel mayor y menos regulado,
mientras que las instituciones internacionales de manejo de las finanzas no
dejarían de estar controladas por los países más ricos.
Por otra parte, la experiencia había mostrado ya las enormes dificultades
de la “transferencia de tecnología” del Norte al Sur, incluso cuando se dis-
ponía de abundancia de recursos monetarios. Durante la década de 1970
se acumularon los ejemplos de plantas productivas, compradas “llave en
mano” en particular por países de la OPEP, que resultaron un fracaso econó-
mico. En varios casos se trató de equipos más o menos anticuados, adqui-
ridos debido a una combinación de corrupción e ignorancia; el avance técni-
co hacía cada vez más necesario, hasta para saber comprar, el disponer de
capacidad avanzada. Pero incluso cuando las plantas instaladas no estaban
ya atrasadas, y sobre todo cuando eran técnicamente sofisticadas, pesaba
gravosamente en su rendimiento la escasa capacidad local para escogerlas

162
Problemas del Desarrollo en América Latina

en función de las propias necesidades y para llevar a cabo las generalmen-


te imprescindibles adaptaciones a condiciones distintas a las prevalecien-
tes en los países de origen.
Esta problemática se vio agravada por el recién mencionado “cambio de
paradigma”. En efecto, gran parte de los países de la OPEP dedicaron propor-
ciones sustanciales de los fondos que el petróleo les proporcionaba a com-
prar equipos para empresas industriales que resultaban obsoletas incluso
antes de entrar en funcionamiento, pues habían sido planeadas en función
de las técnicas, los criterios de eficiencia y los perfiles de la demanda que
prevalecían todavía en la década de 1960 pero que habrían de cambiar pro-
fundamente a partir de la de 1970. Así, en Venezuela como en Argelia o en
el Cercano Oriente varios proyectos, propios de esa “industria pesada” que
simbolizara el éxito en una etapa anterior del crecimiento económico, queda-
ron como testimonios del fracaso de un tipo de industrialización programada
por el Estado.
Volvamos a concentrar nuestra atención en América Latina hacia fines de
la década de 1970. Los países exportadores de petróleo se acercaban al
término de una bonanza excepcional, que indujo en ellos cambios significati-
vos, pero que no sentó las bases de un crecimiento sostenido. El resto del
continente experimentaba ya desde hacía algunos años, en líneas genera-
les, una reversión desfavorable de los términos de intercambio. Entre las na-
ciones más avanzadas del área, las del Cono Sur vivían bajo “regímenes bu-
rocrático-autoritarios”. Sus estrategias para el crecimiento económico no
privilegiaban por cierto metas como la redistribución y la mejora de las con-
diciones de vida de las mayorías, que ocuparan un lugar central en las con-
cepciones clásicas para el desarrollo latinoamericano. Éstas languidecían
junto con las esperanzas en un “nuevo orden económico internacional”.

4.5.2. La “contrarrevolución” en la teoría del desarrollo

A esa altura de los acontecimientos, el intercambio de ideas en torno de la


problemática del desarrollo se caracterizaba ya por la emergencia de una co-
rriente que críticos y partidarios coincidían en calificar como una “contrarre-
volución” en la teoría y también en la práctica del desarrollo. La misma se En esta parte nos ba-
samos en el libro de
vio estimulada por la amenaza del “nuevo orden económico internacional” John Toye (1987), Dilemmas
reclamado por el “Sur”, con cierto apoyo de opinión en el “Norte”, como lo of Development, cuyo subtítu-
mostró la acogida dispensada al llamado Informe Brandt de 1980. Esta co- lo es Reflections on the Coun-
ter-Revolution in Development
rriente se alzó en defensa del orden internacional vigente. Surgida en la dé-
Theory and Policy.
cada de 1970 fuera de América Latina, sus puntos de vista tendrán sin em-
bargo profunda gravitación en el continente a partir de la década de 1980.
Tal “contrarrevolución” es una concepción caracterizada, en líneas gene-
rales, por la oposición a las ideas centrales de la “revolución” en la econo-
mía asociada al nombre de John Maynard Keynes, a las teorías estructuralis-
tas del subdesarrollo y al uso de la planificación económica para afrontar
los problemas del desarrollo. Dicha concepción sostiene que estos proble-
mas sólo pueden ser resueltos permitiendo el libre juego de los mercados y
limitando al mínimo la intervención gubernamental en la economía. Sus par-
tidarios afirman que el Tercer Mundo no existe como realidad geográfica y
económica, sino como una creación psicológica y política: surge por el senti-
miento de culpa de Occidente frente a las consecuencias de la colonización

163
Universidad Virtual de Quilmes

y consiste, de hecho, en el conjunto de países beneficiarios de la ayuda ex-


terna.
Estos puntos de vista difieren mucho de los que en las décadas de 1960
y 1970 predominaban entre quienes definían la cooperación con los países
del Tercer Mundo. Los voceros de la contrarrevolución en la política para el
desarrollo proponían obtener mejores resultados atacando tres problemas
en particular: i) la hipertrofia del sector público, que a su juicio había daña-
do a las economías de los países atrasados al asumir funciones, especial-
mente en la esfera productiva, que desbordaban los cometidos normales del
Estado; ii) el énfasis excesivo de los gobiernos en la acumulación de capital
físico en desmedro del mejoramiento de los recursos humanos; iii) la prolife-
ración de controles públicos que perjudicaban el funcionamiento de la eco-
nomía.
Esta corriente hizo particular hincapié en la experiencia hindú, que pre-
senta no pocas similitudes con la industrialización latinoamericana median-
te la sustitución de importaciones. Criticó particularmente tres aspectos de
lo hecho en la India: i) la política de industrialización promovida por el Esta-
do, y en particular el énfasis en la industria pesada; ii) la sobrevaluación de
la moneda nacional y el sesgo antiexportador de la estrategia adoptada; iii)
la atribución discrecional por la burocracia pública de las cuotas de importa-
ción así como de los fondos para inversión en la industria, lo cual abre am-
plios espacios para la arbitrariedad y para la corrupción.
La estrategia alternativa, impulsada por los teóricos de la concepción
que estamos resumiendo consistía en usar la ayuda a los países en desa-
rrollo como elemento de presión para inducirlos a disminuir el tamaño del
sector público y a promover la apertura de la economía.
De hecho, tres décadas de experiencia en las políticas para el desarrollo
mostraban que no se puede confiar en que las empresas públicas, la inver-
sión en máquinas y edificios y las disposiciones gubernamentales sean ins-
trumentos suficientes y siempre eficientes para lograr los objetivos busca-
dos. Así, frente a la tradicional insistencia de los “estructuralistas” en los
frecuentes “fallos del mercado”, sus adversarios podían encontrar no pocos
ejemplos para destacar las fallas de los gobiernos.
Esto último centró gran parte de los debates, en los que frecuentemente la
polarización “estado vs. mercado” llevó a descuidar la vinculación que suele
existir entre ambos tipos de fallos. El mercado puede fallar, por ejemplo, en
cobrar a un empresario por el uso que hace de las estructuras públicas de for-
mación o por los daños que pueda infligir al ambiente, o en compensarle por
la formación que pueda suministrar a sus empleados, debido a motivos que
incluyen la falta de un marco institucional adecuado, es decir, por fallos del
sector público. A la inversa, el gobierno falla, por ejemplo, cuando no es capaz
de proteger adecuadamente el interés público debido al peso que tienen en
sus decisiones ciertos monopolios u oligopolios, cuya existencia constituye
un fallo del mercado. Esto lo explica Toye, quien afirma:

❘❚❚ “La tesis según la cual los fallos del mercado son pequeños, pero los fallos
del gobierno son enormes, puede ofrecer un eslogan poderoso. Pero como ele-
mento de análisis económico y político, es totalmente inadecuada para enten-
der la interacción bidimensional entre fallos del mercado y fallos del gobierno”
(TOYE, 1987, p. 65). ❚❚❘

164
Problemas del Desarrollo en América Latina

Por otra parte, todas las economías de los países más avanzados son en
cierto sentido economías mixtas, con un papel preponderante del mercado,
pero también con una intervención amplia y polifacética del Estado.
En cualquier caso, el ocaso de las concepciones latinoamericanas clási-
cas acerca del desarrollo se vio confirmado en la década de 1980 por el au-
ge de puntos de vista diametralmente opuestos, como los sostenidos por la
mencionada “contrarrevolución”. Uno de los principales representantes de
esta última sostuvo que descartar la economía del desarrollo, como discipli-
na de estudio, podía ser útil para mejorar la salud tanto de la disciplina eco-
nómica en su conjunto como de la economía de los países en desarrollo (TO-
YE, 1987, pp.71-72). Las ideas dominantes del momento ponían de relieve
la decadencia de la propia teoría del desarrollo.

4.6. Recapitulación

Lo que ocurrió con el desarrollo en América Latina, particularmente entre las


décadas de 1950 y 1980, puede, en alguna medida, ser comprendido a par-
tir del análisis de la interacción de cinco procesos distintos, los cuales han
recibido por cierto atención amplia o incluso muy amplia en la literatura, y a
los que ya se ha hecho referencia en las secciones precedentes. En ésta,
ensayamos una síntesis que tiene como hilo conductor las influencias recí-
procas de:
1) Un proceso desplegado en los ámbitos de las ideologías y las políticas, el
auge y la decadencia de la concepción latinoamericana clásica acerca del
desarrollo.
2) Un proceso técnico-productivo, susceptible de ser caracterizado tanto él
mismo como su desenlace mediante el título de una obra capital previa-
mente citada (FAJNZYLBER, 1983), la industrialización trunca de América La-
tina.
3) Un proceso en el que se entretejen relaciones de poder económico y polí-
tico, la redistribución por lo general escasamente equitativa del excedente.
4) Un proceso que transcurre en el terreno de las relaciones económicas in-
ternacionales, el impacto en la periferia de la transición en el centro del
paradigma tecno-económico fordista al de las Tecnologías de la Informa-
ción y la Comunicación (TICs).
5) Un proceso que debe ser considerado en el nivel de la cultura -o de las re-
laciones de poder ideológicas-, que da cuenta más bien de persistencias
que de cambios, la preservación de un imaginario colectivo que subvalora
la tecnología.

Esto último hunde sus raíces en el pasado lejano, pues constituye una he-
rencia de la colonización ibérica, que impuso pautas culturales muy distin-
tas a las transplantadas a las zonas de colonización anglosajona. La Espa-
ña que conquistó América fue la que se arruinó a sí misma, cultural y
técnicamente, destruyendo la agricultura morisca, expulsando a los judíos,
sometiendo la sociedad a la Inquisición. Su impronta entre nosotros se ma-
nifestó en las universidades monásticas que perduraron bastante más allá
de la Independencia, en el desprecio al trabajo manual, en el parentesco en-
tre las escuelas de oficios y los establecimientos correccionales. La cultura
oficial asignó un lugar marginal y -con excepción del caso de la biomedicina

165
Universidad Virtual de Quilmes

y la investigación agropecuaria- más bien decorativo a la ciencia, pese a es-


fuerzos y logros relevantes, y prácticamente dejó afuera la tecnología. Causa
y consecuencia de tal fenómeno, el “matrimonio entre la ciencia y las artes
útiles”, que caracteriza a la Segunda Revolución Industrial, en estas tierras
apenas si se consumó.
Cuando se inició el crecimiento hacia afuera, después de 1850, esas
pautas culturales, y sobre todo la estructura de poder económico y político
heredada de la Colonia y de los vendavales de la Independencia, volcaron el
excedente que en algunos casos llegó a ser cuantioso mucho menos hacia
la modernización técnico-productiva que hacia el consumo conspicuo y la
imitación de las costumbres de las clases altas europeas. Se afianzó así la
inequidad que, en términos globales, nunca dejó de ser característica de
América Latina, como también la estrecha vinculación entre el nivel de la ac-
tividad económica y el del gasto de los sectores pudientes. Los factores
destacados tienden a reforzarse entre sí, limitando de esa forma las posibi-
lidades de las políticas encaminadas a canalizar el excedente hacia la redis-
tribución y la inversión. En conjunto, se configuró un tipo de modernización
cuyos rasgos todavía pueden advertirse hoy día: “la modernización no se ha-
ce por la asimilación de la tecnología moderna en las formas y procesos pro-
ductivos, sino a través de la adopción de productos acabados y del trasplan-
te de formas de comportamiento en la utilización del producto” (FURTADO,
1973, p. 294).
Sin desmedro de lo dicho, el crecimiento agroexportador generó en varios
países del continente una demanda interna que abrió espacios para la diver-
sificación de la producción y para la inmigración, que a su vez fue un factor
clave en la forja de una cierta capacidad para atender aquella demanda me-
diante la manufactura local de algunos bienes de consumo. La instalación
de esas manufacturas fue en muchos casos la obra de inmigrantes con al-
guna formación específica, y gusto por la técnica. En el Uruguay, al menos,
puede formularse la conjetura de que el descenso de la inmigración incidió
en la disminución de la capacidad para la innovación tecnológica; ¿podrá de-
cirse, en general, que la tradicional subvaloración latinoamericana de la téc-
nica resultó atenuada sobre todo por ciertas corrientes migratorias, pero
que, en esta fusión de lo autóctono y de lo incorporado, primó más bien lo
primero?
Sea como fuere, la incipiente industrialización, estimulada por la inmigra-
ción y la urbanización, las reforzó; conjugados, esos procesos se constituye-
ron en sostenes de los cuestionamientos democráticos al orden oligárquico,
y frecuentemente la expansión de la democracia amplió el apoyo político a la
industrialización. Se construyeron así los cimientos productivos e ideológi-
cos de la reorientación del crecimiento hacia adentro, desencadenada por la
crisis de la década de 1930 y motorizada por la Industrialización por Susti-
tución de Importaciones. Con ésta tomó cuerpo el carácter “estadocéntrico”
del acontecer económico, y en diálogo con tales procesos surgió la concep-
ción latinoamericana clásica del desarrollo.
Ahora bien, en este nuevo caso de “industrialización tardía”, si el prota-
gonismo del Estado no sólo está presente sino que, en términos relativos al
del empresariado, es acaso hasta mayor que en los casos paradigmáticos
de Alemania y el Japón, lo que está ausente es el “tecno-nacionalismo”, tan
notorio en estos últimos. La vocación nacionalista es por cierto evidente en
la historia de nuestro continente. Se ha manifestado incluso en el propósito

166
Problemas del Desarrollo en América Latina

de construir la nación latinoamericana, al que podría señalársele alguna si-


militud con la unificación alemana del siglo XIX. Esa vocación latinoamerica-
nista no es ajena a uno de los rasgos destacados de la concepción clásica
del desarrollo, pensada no tanto como estrategia para algún país en particu-
lar sino como proyecto de modificación de la inserción internacional de la re-
gión en su conjunto y aun de la periferia toda. En cambio, siempre fue muy
débil el “tecnologismo nacionalista” latinoamericano; muchos ejemplos de
algo así pueden anotarse, pero se trata de anécdotas que no llegan a con-
formar una corriente o tendencia. Los períodos de prosperidad le debieron
poco a la innovación tecnológica endógena, por lo cual ésta no salió del lu-
gar marginal en que la ubicaba la cultura tradicional.
Y esa marginalidad se reflejó también en las ideas predominantes acerca
del desarrollo, que parecieron suponer que la capacidad tecnológica viene
incorporada a la maquinaria, de donde la instalación de la infraestructura in-
dustrial bastaría para poner en marcha el proceso de innovación. Reflexio-
nes mucho más elaboradas acerca de la problemática tecnológica en el sub-
desarrollo, como la de Jorge Sábato, no llegaron a formar parte del
“paradigma” clásico.
Hemos padecido, por el contrario, los perjuicios de un arraigado imagina-
rio tecnológico desvalorizante, que consiste básicamente en no creer que
una actividad tecnológicamente compleja y, además, estratégica, pueda ser
desarrollada o co-desarrollada localmente. No es un imaginario compartido
por toda la sociedad: en general los cuerpos técnicos de las empresas del
Estado, por ejemplo, han solido reclamar una mayor participación en decisio-
nes e implementaciones técnicas de primerísima importancia, basándose
en su mayor capacidad de delimitar los problemas y de definir las pautas pa-
ra su solución que los proveedores “llave en mano”. En algunos casos, co-
mo el venezolano, esos cuerpos técnicos llegaron a darse una organización
colectiva: el Movimiento Antonio José de Sucre dio batallas -y las perdió- en
las empresas nacionales de telecomunicaciones y del hierro a fines de la
década de 1970. La situación fue muy distinta en los países nórdicos y en
Corea, donde un imaginario tecnológico positivo -no vinculado con grandes
proyectos de prestigio- permitió importantísimos desarrollos en áreas de
punta, basados en la demanda interna de productos diseñados y producidos
localmente: sólo así se explica el liderazgo mundial de Suecia en telecomu-
nicaciones y de Corea en memorias de computadoras.
Una ironía de nuestra historia, bastante trágica, es que el ejemplo de na-
cionalismo tecnológico de mayor envergadura en el nivel del accionar guber-
namental sea el de la dictadura militar brasileña, orientada por valores so-
ciales y políticos muy distintos de los que inspiraron la “concepción clásica”
y su noción del desarrollo.
Durante la etapa del “crecimiento hacia adentro”, difícil sería detectar la
emergencia de sistemas de innovación propiamente dichos. En cambio, se
constituyeron en nuestros países verdaderos “sistemas nacionales de in-
dustrialización”, vertebrados por la protección estatal a la industria, nacional
o instalada dentro de fronteras. Un tipo de proteccionismo agudamente ana-
lizado por Fajnzylber (1983) estimuló la construcción de una base industrial
apreciable pero trunca, en tanto se mantuvo limitada su capacidad de “ele-
varse” desde la producción de bienes de consumo a los de equipo y de ac-
ceder a los mercados externos; así, el potencial de la sustitución de impor-
taciones para mejorar la balanza de pagos no mantuvo el ritmo esperado.

167
Universidad Virtual de Quilmes

Factores como los ya apuntados impidieron que la generación endógena de


tecnología fuera priorizada, lo cual se reflejó particularmente en el tipo de
protección practicada; consiguientemente, esos “sistemas de industrializa-
ción” apenas si incluyeron la innovación. El “triángulo” Estado-empresariado-
técnicos, que Sábato propuso como síntesis de una concepción del desarro-
llo, se redujo en los hechos al “segmento” constituido por los dos primeros
vértices. El papel más bien virtual de los otros dos segmentos constituye
uno de los principales motivos para el “truncamiento” de la industrialización
latinoamericana.
Debe subrayarse que durante la etapa de la sustitución de importaciones
hubo innovación tecnológica (KATZ, 1994), probablemente de más envergadu-
ra que en la posterior década de 1980 pero, por razones como las anota-
das, tuvo un carácter altamente informal. Escasamente valorada en las pau-
tas culturales predominantes, desatendida por las corrientes centrales del
pensamiento sobre el desarrollo, ignorada casi por las políticas públicas, la
innovación tecnológica latinoamericana constituyó un fenómeno de naturale-
Para una considera- za bastante intersticial. Según parece, sigue siéndolo (SUTZ, 1998).
ción de distintos as-
pectos de las relaciones entre En los países más avanzados del continente, empero, la industrialización
innovación y desarrollo en sustitutiva de importaciones llegó a conformar una capacidad manufacture-
América Latina, nos referimos ra exportadora (VILLASCHI, 1994; KATZ y BERCOVICH, 1993). Ello estuvo relacio-
a los textos reunidos en Sutz
nado, en buena medida, con el potencial construido en el área metal-mecá-
(ed.) (1997).
nica; los cambios en las tecnologías decisivas, que forman parte de la
emergencia del paradigma tecno-económico de las TICs afectaron ese poten-
cial exportador (KATZ y BERCOVICH, 1993).
La emergencia de este paradigma afectó más en general a la industriali-
zación latinoamericana, haciendo comparativamente más grave que antes
su debilidad para la innovación y ampliando la distancia con la frontera tec-
nológica mundial, pero además disminuyendo la capacidad de presión nego-
ciadora de los países productores de materias primas. La década de 1970
presenció el auge simultáneo de las demandas en pro del Nuevo Orden Eco-
nómico Internacional y de las organizaciones de países productores de bie-
nes primarios, y su decadencia también simultánea, y paralela con la apari-
ción de pautas productivas que tendían a disminuir la importancia relativa
de la periferia en la economía mundial.
Correlativamente, el proceso industrializador en el continente pasó a ser
motorizado en grado creciente por el endeudamiento externo, en las condi-
ciones de crédito fácil de aquella década, mientras que también crecía el pa-
pel de las filiales de las empresas transnacionales, al menos en los países
más grandes. Su producción, primordialmente volcada al mercado interno de
bienes de consumo caros, atendió una demanda importante, sustentada en
la alta inequidad, y contribuyó a acentuarla, porque se construyó un merca-
do para esa oferta acentuando la desigualdad en la distribución del exce-
dente, mediante herramientas varias que por cierto no apuntaron a la pro-
fundización de la democracia. La contracara del “milagro brasileño” puede
verse en la disminución salarial y el crecimiento de la desigualdad que tuvie-
ron lugar a partir del golpe de 1964 (VILLASCHI, 1994, p. 25).
En cierto sentido, la desigualdad mantuvo la desigualdad en un ciclo en
el que la limitación del potencial para el crecimiento aparece como variable
intermediaria: la inequidad relativamente alta mantuvo reducida la demanda
solvente de gran parte de la población así como su capacidad productiva,
debido a las malas condiciones de vida y la deficiente formación, lo cual -

168
Problemas del Desarrollo en América Latina

conjugado obviamente con otros factores, de los que algunos ya fueron men-
cionados- atenazó el crecimiento económico y reforzó sus vínculos con el
consumo privilegiado; propiciar éste fue a menudo la vía maestra para supe-
rar el estancamiento. Con diferencias grandes según los países y los mo-
mentos, la etapa de la Industrialización por Sustitución de Importaciones, si
bien en conjunto mucho más propicia que la anterior para el progreso social,
no forjó un círculo virtuoso en el que se reforzaran mutuamente la expansión
económica y la equidad.
Esta breve recapitulación concluye con el gran viraje de la década de
1980, cuando la crisis marcó el agotamiento definitivo del “crecimiento ha-
cia adentro”, impuso esfuerzos exportadores mucho más grandes y más li-
gados a las manufacturas que antes, acentuó las desigualdades, agravó las
penurias de los más carenciados y desencadenó los procesos acelerados
de apertura, liberalización y privatización que ya han cambiado la faz del con-
tinente.
Por entonces llegó también a su fin el ciclo de la concepción latinoameri-
cana clásica del desarrollo. Durante las agitadas y contradictorias décadas
de 1960 y 1970, esa concepción también se agitó y vivió estimulada por
sus propias contradicciones y sobre todo por las de la realidad. Pero la diná-
mica de los hechos fue desplazando cada vez más su centro de gravedad de
la guía para la acción a la crítica del orden existente y, dentro de esta última,
del análisis de los procesos a la denuncia de las consecuencias, pues las
tendencias de la realidad desbordaban las pautas interpretativas.
El Estado había impulsado la industrialización, y ésta había modificado
profundamente la estructura productiva del continente, aunque sin dotarla
de un dinamismo autosostenido; el accionar estatal y los procesos indus-
trializadores habían alterado la inserción en la economía internacional, pero
la subordinación al centro se mantenía; la especificidad de la condición pe-
riférica sobrevivía mucho mejor que los métodos para afrontarla, quizás por-
que sus causas más profundas no eran las alegadas, quizás porque la de-
pendencia tenía raíces más sólidas de lo supuesto. En cualquier caso, el
mundo rico vivía una nueva revolución tecnológica, los lejanos procesos de
industrialización tardía del Este asiático se revelaban mucho más exitosos
sin cuestionar mayormente el relacionamiento centro-periferia, y América La-
tina se afanaba en la “competitividad espuria” de la década perdida, de to-
do lo cual no era demasiado lo que la concepción latinoamericana clásica
del desarrollo tenía para decir. En ese proceso, paralelo a lo que se ha cali-
ficado como la transición de una matriz social “estadocéntrica” a una matriz
“mercadocéntrica”, la propia temática del desarrollo perdió gran parte de su
vigencia.

169
5
¿Hacia la sociedad del conocimiento?

Objetivos

• Analizar ciertos lineamientos característicos de la evolución contemporá-


nea de la ciencia, la tecnología y la producción, prestando especial aten-
ción a las transformaciones revolucionarias de las últimas décadas.
• Discutir ciertos aspectos definitorios de la economía global, basada en el
conocimiento, motorizada por la innovación y modelada por los procesos
de aprendizaje.
• Poner de manifiesto ciertos desafíos mayores, en términos sociales y
ambientales, que tales procesos generan.

5.1. Tecnología, comunicación e información

Durante el siglo XX, el “matrimonio de la ciencia y la tecnología” y los inven-


tos institucionales a través de los cuales se consumó -la universidad de in-
vestigación y el laboratorio empresarial de I+D - hicieron posible un proceso
de cambio técnico sostenido que transformó la producción, las condiciones
de trabajo y también la vida cotidiana de muchísima gente. En este aparta-
do comenzamos a ocuparnos de algunas de tales transformaciones, cen-
trando la atención en ciertos procesos que ya han tenido impactos muy
grandes y que están en el origen de lo que se considera como una nueva re-
volución tecnológica.

5.1.1. Investigación y cambio técnico en la segunda etapa de


la industrialización

En esta sección ejemplificaremos, mediante la evolución de la tecnología


electrónica, ciertas características medulares de la interacción entre investi-
gación y generación de nuevos productos en el período de consolidación y
difusión de la Segunda Revolución Industrial.
Dice Landes:

❘❚❚ “[…] la radio fue el primer producto de una nueva tecnología electrónica que
desde entonces se ha desarrollado más allá de lo previsible por sus creadores
y continúa dando lugar a innovaciones de importancia económica extraordina-
ria. Algunos incluso la consideran como precursora de una nueva Revolución In-
dustrial. Por otro lado, pocas experiencias ilustran tan bien las características
más importantes del avance tecnológico moderno y, en particular, la combina-
ción entre investigación de grupo y genio individual, entre búsqueda sistemáti-
ca y descubrimiento fortuito.” (Landes, 1969: p.451) ❚❚❘

171
Universidad Virtual de Quilmes

En la década de 1860, Maxwell estableció las bases de la teoría de las on-


das electromagnéticas. Dos décadas después Hertz verificó su existencia
transmitiendo impulsos electromagnéticos a cortas distancias. El trabajo
sistemático en I+D comenzó en 1897 cuando Marconi, prototipo del inven-
tor-empresario, estableció en Londres su compañía de telegrafía sin hilos.

“La fidelidad de Hertz a la ciencia pura, frente a la aplicada, era tan fuerte que
nunca imaginó el valor potencial de su trabajo para las telecomunicaciones. Pe-
ro otros tomaron su lugar, y no hay prueba más significativa de las mejoras ha-
bidas en la experimentación científica y la comunicación intelectual que la ra-
pidez con que los avances en este campo se difundieron de un país a otro.”
(Landes, 1969: p.452)

J. A. Fleming -profesor del University College de Londres y consultor de la


compañía de Marconi- introdujo el diodo durante 1904, en Inglaterra, y Lee
De Forest hizo lo propio en los Estados Unidos con el triodo de malla duran-
te 1906-1907. El funcionamiento de éste era empero insatisfactorio; fue en
1912-1913 que en los laboratorios de investigación de la American Telepho-
ne and Telegraph -que había comprado patentes a De Forest- y de la General
Electric se introdujo una eficiente “válvula resistente” o tubo de vacío. El
mismo “se convirtió en el núcleo de los instrumentos principales de la co-
municación sin hilos”, aunque “cada uno de ellos siguió su propia línea de
investigación, invención y desarrollo”. Se abrió así el camino para la irrup-
ción de la radiodifusión comercial:

❘❚❚ “La emisión regular de programas recreativos empezó en 1920 en Estados


Unidos y Holanda y en 1922 en Gran Bretaña. A pesar del coste relativamente
alto de los receptores […] las ventas crecieron de forma espectacularmente rá-
pida. En los Estados Unidos, los 110.000 aparatos de 1922 pasaron a ser
550.000 en 1923, 1.500.000 en 1924 y alcanzaron una primera cota máxima
de dos millones en 1925.” (Landes, 1969: p.454) ❚❚❘

El impacto productivo y económico de ello no es difícil de imaginar, pero se-


guramente fue mayor su importancia social y cultural:

❘❚❚ “[…] la radio es un ejemplo excelente de lo que podrían llamarse lujos inver-
sos a la renta o estatus, es decir, un producto cuya utilidad varía inversamente
con la renta, por lo que es adoptado con mayor rapidez por los pobres que por
los ricos (la televisión es quizá un ejemplo incluso mejor). Para aquellos a quie-
Las citas de este apartado han
nes sus recursos les permitían un amplio margen de diversión y distracción, la
sido tomadas del libro de Lan-
des (1969), pp. 451-456. En radio fue sólo una fuente más de entretenimiento, por importante que fuera.
relación con la radio, nos refe- Para quienes disponían de menores recursos, la radio se convirtió rápidamente
rimos también a Freeman en la diversión principal, y la audición de ciertos programas casi adquirió un ca-
(1982), p. 73.
rácter de ritual.” (LANDES, 1969) ❚❚❘

172
Problemas del Desarrollo en América Latina

Lo transcrito recién ha sido espléndidamente pintado por Woody Allen en su


película “Días de radio”. Más en general, ¿qué actividad social no se ha vis-
to trastocada por la radio y, después, por la televisión?
Por otra parte, el desarrollo de la radio es característico de las condiciones
del avance tecnológico durante la primera mitad de este siglo. Dice Landes:

❘❚❚ “Pocos utensilios ilustran tan bien la naturaleza de este proceso: las múlti-
ples contribuciones, provenientes de varios países y a veces simultáneamente;
el flujo de ideas de la ciencia a la ingeniería y de ésta al mundo de los nego-
cios; la función de la investigación de grupo y financiada; el alto rendimiento de
las rivalidades tecnológicas. La radio era testimonio de un ámbito de conoci-
miento que compartía un acervo común de ideas, cifras y métodos; un mundo,
además, en el que la mejora de las comunicaciones y la profesionalización de
la ciencia y la ingeniería habían acelerado enormemente la difusión de cada
idea nueva y de cada avance” (LANDES, 1969). ❚❚❘

Se trabajaba ya en lo que han llegado a ser las condiciones habituales de la


investigación, pero todavía quedaba espacio para sustantivas contribuciones
de inventores individuales, como Guillermo Marconi, Lee De Forest, Reginald
Fessenden y Edwin H. Armstrong. “Éstos fueron, sin embargo, un nuevo tipo
de inventores, mejor preparados en cuestiones científicas que sus anteceso-
res de los siglos XVIII y XIX; la electrónica era demasiado esotérica para per-
mitir empirismos ingenuos.” De Forest se doctoró en Yale con una tesis so-
bre la telegrafía sin hilos; Fessenden y Armstrong fueron profesores, este
último en la Universidad de Columbia de 1934 a 1954. Pero hubo otro fac-
tor relevante:

❘❚❚ “Como Marconi y Fessenden, Armstrong tuvo su propia obstinación de genio,


que le permitió defenderse de la indiferencia y hostilidad del mundo de los ne-
gocios, más que de la desesperanza de la ciencia. Su invención de la frecuen-
cia modulada en 1933 fue rechazada por la Radio Corporation of America y
combatida por las grandes compañías de radiodifusión. No obstante, gracias a
un amigo que lo apoyaba consiguió ser escuchado por la pequeña cadena Yan-
kee, de Nueva Inglaterra, y las preferencias de los consumidores hicieron el res-
to” (LANDES, 1969, pp. 456-458). ❚❚❘

El desarrollo de la radio ilustra también el papel del Estado y de las grandes


empresas en el cambio técnico contemporáneo. Hasta fines de la Primera
Guerra las compañías dominantes en la industria eran británicas -del grupo
Marconi en primer lugar- y alemanas. Estas últimas habían comenzado algo
más tarde a ocuparse del rubro, pero recibieron sólido apoyo del Estado -a
impulsos de la Marina- quien las convenció de colaborar en ciertos aspec-
tos; así surgió Telefunken en 1903. Ella y Marconi desarrollaron sólidas po-
siciones en materia de patentes, bien organizados programas de I+D, aptitu-
des para aprovechar los avances que otros introdujeran, servicios técnicos
para sus clientes y escuelas para formar radioperadores -en 1901 Marconi
abrió la primera de las suyas.

173
Universidad Virtual de Quilmes

Como otras innovaciones mayores, la radio no resultó rentable por bas-


tante tiempo: pasaron 13 años desde su fundación hasta que la compañía
Marconi pudo pagar dividendos, en 1910. También cabe subrayar que Tele-
funken aventajaba a Marconi tanto por la solidez de sus recursos financieros
como por lo sistemático del apoyo gubernamental. En los Estados Unidos
una empresa especializada en la electrónica y realmente exitosa surgió re-
cién con la fundación de la RCA en 1919, como compañía unificada de pro-
piedad americana, promovida por el gobierno -también en función de la ópti-
ca de la Marina, para la cual era inaceptable el control de una red
comunicacional por una empresa extranjera, aunque fuera de una potencia
amiga, como era el caso de Marconi-. Notemos, para concluir esta sinopsis
del surgimiento de la industria de la radio, que las trabas ya mencionadas
que encontró Armstrong incidieron en que la primera red experimental de fre-
cuencia modulada no fuera establecida en su país, sino por Telefunken para
el ejército alemán en 1936 (FREEMAN, 1982, pp. 74-76).
La televisión pasó del laboratorio a la distribución comercial en la década
de 1930, durante la cual las grandes compañías -en particular la RCA- afronta-
ron problemas en materia de desarrollo de una escala tal que no podrían ha-
ber sido resueltos sin los recursos de una organización comparativamente
grande. Ello resulta aún más notorio para el caso de la televisión a color, que
la RCA logró hacer rentable en 1960. En este rubro, quizás lo más importante
a destacar es la capacidad del Japón -un actor muy menor del magnífico libro
que Landes escribió en la década de 1960- para colmar su rezago y alcanzar,
hacia fines de la década de 1970, un indiscutible primer lugar. Las causas de
tal éxito se relacionan con la superior productividad – a su vez ligada al enfo-
que integrado de la automación así como a la formación intensiva de los tra-
bajadores – y con la capacidad de innovación, en este caso apoyada en un
esfuerzo de investigación realizado a partir de 1966 en conjunto por varias
empresas, universidades e institutos de investigación, con la promoción del
Ministerio para la Industria y el Comercio, MITI (FREEMAN, 1982, pp. 76-78).
No entraremos en detalles con respecto al caso de la televisión; en lí-
neas generales, pone de manifiesto aspectos similares a los que hemos
destacado en la evolución de la radio. En conjunto, lo que aconteció en este
campo de la comunicación de base electrónica entre, aproximadamente, las
últimas décadas del siglo XIX y la de 1960, ilustra elocuentemente las moda-
lidades del cambio técnico que se hicieron habituales en la segunda etapa
de la industrialización. A cierta altura, los avances en las tecnologías de ese
campo y de otros estrechamente relacionados adquirieron una envergadura
que llevó a hablar de “Tercera Revolución Industrial”. Éste es el tema de la
próxima sección.

5.1.2. En los orígenes de una nueva revolución tecnológica

La microelectrónica, la computación y las telecomunicaciones – a cuyo con-


junto suele denominarse complejo electrónico – se constituyeron a la largo
del siglo XX en foco principalísimo de surgimiento de “cosas nuevas”, con
impresionante capacidad de irradiación hacia los más variados ámbitos de
la actividad humana, en los que suelen inducir alteraciones mayores. Han
llegado a ser por ello una referencia central de gran parte de las reflexiones
contemporáneas vinculadas a la temática “ciencia, tecnología y sociedad”.

174
Problemas del Desarrollo en América Latina

No es exagerado decir que el “complejo electrónico” constituye una ilustra-


ción inmejorable de los desafíos – económicos, políticos y culturales – que
supone la innovación en nuestra época.
Una sólida introducción al estudio del tema la constituye el capítulo 7 del
libro de Freeman y Soete (1997), que constituye una referencia central para
la breve síntesis ofrecida aquí.
Las aplicaciones de las tecnologías electrónicas, tras la aparición de la
radio y de la televisión – procesos a los que se hizo referencia en el aparta-
do precedente –, se expandieron principalmente, durante y después de la II
Guerra Mundial, a los sistemas de detección y navegación –el radar–, al con-
trol de una variedad de procesos industriales y al procesamiento de datos
mediante las computadoras.
Según Freeman (1982: p. 71), la introducción de computadoras electróni-
cas eficientes de bajo costo constituye la más revolucionaria innovación tec-
nológica del siglo XX.
El mismo autor (op. cit., p. 82) inicia su estudio del desarrollo de la com-
putación destacando que, como continuación de los esfuerzos pioneros pa-
ra la construcción de máquinas de calcular, realizados por Leibnitz, Pascal,
Schickard, Jacquard y otros, Babbage inició el trabajo hace más de 100
años en una “máquina analítica” que ya incluía todos los rasgos principales
de la computadora moderna. Babbage había recibido uno de los primeros
grandes grants para desarrollo tecnológico del gobierno británico, que alcan-
zaba a 17.000 libras a lo largo de 20 años, para construir su “máquina de
diferencias”, con el propósito específico de realizar cálculos. Más ambicioso
fue su proyecto de crear la “máquina analítica”, concebida como una “má-
quina universal”, de propósito general, con memoria y programa. Recorde-
mos que Watt describió a la máquina de vapor que patentó en 1784 no co-
mo un invento de propósito específico sino como el agente general de la
gran industria. Ninguna de las dos máquinas de Babbage fueron completa-
das, porque los componentes y técnicas disponibles eran inadecuados para
tales objetivos.
Durante largo tiempo se luchó, sin demasiado éxito, con las dificultades
para implementar materialmente los procesos aritméticos y lógicos. La
construcción de dispositivos para el tratamiento mecánico de datos se inició
en el propio siglo de la Revolución Científica:

❘❚❚ “Wilhelm Schickard, astrónomo, matemático, mecánico y catedrático de len-


guas orientales de Tubingia construyó en 1623 una de las primeras máquinas
de cálculo, si prescindimos de los modelos de la antigüedad [del tipo del ába-
co, cuyos antecedentes se ubican en el tercer milenio antes de Cristo]. De to-
das formas, sólo podía sumar. El joven filósofo y matemático francés Blaise
Pascal presentó en 1645 una máquina de calcular, desarrollada por él tres
años antes y de la que se construyeron quince ejemplares, que se pusieron a
la venta. El gran impulso lo consiguió en 1671 el erudito alemán Gottfried Wil-
helm Leibniz con la invención de la ‘máquina con cilindro de dientes escalona-
dos’, que permitía realizar saltos de cálculo automáticos de una posición deci-
mal a otra. La máquina podía operar en las cuatro reglas fundamentales o,
mejor dicho, podría haberlo hecho si entonces hubiera sido posible fabricar con
la necesaria precisión su complicado mecanismo.” (Crónica de la Técnica,
1989, p. 157) ❚❚❘

175
Universidad Virtual de Quilmes

Máquinas de cálculo de ese tipo se empezaron a construir en serie recién


en el siglo XIX, usando discos, palancas y, más adelante, teclados. Tuvo lu-
gar así un proceso de mejoras incrementales de las calculadoras mecáni-
cas, que realizaban sus tareas sólo como respuesta a instrucciones directas
de sus operadores. El proyecto de “máquina analítica”, concebido en 1833
por el matemático británico Charles Babbage, apuntaba al funcionamiento
automático, mediante una unidad de almacenamiento de datos y de otra
que operaría sobre los datos; para seleccionar los mismos y para definir las
operaciones a realizar con ellos, se pretendía usar tarjetas perforadas. Es-
tas habían sido introducidas por Joseph Jacquard, para controlar el funciona-
miento del telar que construyó en 1801.

❘❚❚ “La construcción de la máquina nunca se completó, aunque Babbage traba-


jó en ella alrededor de veinte años. El principal problema de esta máquina fue
que aunque era enteramente realizable, constaba de tan gran cantidad de rue-
das, engranajes y bielas que la hacían inutilizable. No obstante, los conceptos
básicos de esta máquina primitiva han sido integrados en los actuales ordena-
dores, con órganos electrónicos que reemplazan a los aparatos mecánicos.”
(Crónica, pp. 908-909) ❚❚❘

Un uso efectivo con gran impacto de las tarjetas perforadas para el procesa-
miento mecánico de datos fue implementado en las tareas del censo de
1890 en Estados Unidos, a partir de los trabajos del estadístico de ese
país, Herman Hollerith. Ello constituyó una innovación relevante, a partir de
la cual se desarrollaron diversas tabuladoras electromecánicas y constituye-
ron varias empresas, en particular la IBM en 1924 (Ibid., pp. 909-910).
Ese tipo de máquinas no constituían pues una implementación de la
idea de “máquina universal” propuesta por Babbage. El primer computa-
dor “que funciona según un programa que trabaja de forma satisfactoria
en todos los sentidos” (Ibid. p. 622), el Z3, fue construida en Berlín por
Konrad Zuse entre 1936 y 1941. Su segundo modelo, el Z4, fue usado ya
en 1942 para cálculos de diseño de aviones. Ese mismo año fue retirado
el apoyo gubernamental al proyecto de Zuse para construir una computa-
dora electrónica; Z3 y Z4 usaban tecnología electromecánica, como el
computador ASCC (Automatic Sequence Controlled Calculator) o “Mark I”,
más caro y menos rápido, construido por la Universidad de Harvard e IBM
entre 1937 y 1944.
En la computación como en tantos otros campos, la II Guerra constituyó,
evidentemente, un estímulo fundamental para el avance técnico. Freeman y
Soete (p. 171) destacan la eficiencia, que tardó mucho en ser sobrepasada,
del computador “Colossus”, desarrollado en Gran Bretaña para descifrar el
código alemán “Enigma”. Asesoró su construcción el notable matemático
Alan Turing, cuyo trabajo sobre lógica y algoritmos desempeñó un papel cen-
tral en la evolución de la informática. Incluía ya elementos electrónicos y em-
pezó a operar en 1943. El primer computador electrónico construido en Es-
tados Unidos entre 1942 y 1946, el ENIAC (Electronic Numerical Integrator
and Calculator), recibió apoyo financiero de la Marina para usarlo en cálcu-
los balísticos; “presentaba un avance importante: la capacidad lógica junto
con la capacidad aritmética. La adquisición de la capacidad lógica represen-

176
Problemas del Desarrollo en América Latina

ta el verdadero punto de separación del ordenador respecto a la máquina de


calcular” (Crónica, p. 911).
La computadora propiamente dicha – a veces denominada “ordenador” –
puede, a diferencia de las máquinas de cálculo, implementar cualquier algo-
ritmo. Ello significa que es capaz de seguir cualquier conjunto o sistema su-
ficientemente explícito y preciso de instrucciones para la realización de las
operaciones que deben ser ejecutadas para encontrar la respuesta a las
preguntas de un tipo o clase determinada. Esto constituye a la computadora
en “máquina universal” para el tratamiento de la información, mediante pro-
cedimientos de tipo algorítmico, en el sentido recién esbozado.
Es interesante destacar cómo la comprensión de las computadoras, por
parte de quienes las desarrollaban, fue pasando de verlas como calculado-
ras rápidas a algo mucho más amplio. Un estudioso de la historia de la in-
formática ha escrito que, a comienzos de la década de 1950, ya se estaba
en condiciones de concebir a la computadora como algo más que un “mas-
ticador de números”. A medida que se expandían las aplicaciones – en la re-
solución de problemas numéricos, el manejo de grandes conjuntos de da-
tos, la modelización y simulación de sistemas complejos, etc. – se llegó a
ver a la computadora como “un manipulador flexible de símbolos” (Sutz,
1984: pp.25-26)
Pero la captación de las posibilidades de la nueva máquina más allá del
terreno militar y científico no fue rápida. Antes de 1950, en general no se
creía que hubiera demanda comercial para las computadoras. Esta era la
opinión del propio presidente de la IBM, Thomas Watson, quien además pen-
saba que la máquina exhibida en sus oficinas de Nueva York podía resolver
todos los problemas del mundo vinculados con cálculos científicos. Casi to-
da la demanda inicial en los Estados Unidos tuvo origen militar; tanto en la
industria como en el gobierno se pensaba fundamentalmente en aplicacio-
nes científicas y bélicas; pocos encaraban el procesamiento de datos en
gran escala. La IBM produjo su modelo 650 impulsada por la Guerra de Co-
rea; su Departamento de Planificación de Producción y Ventas predijo que la
misma no tendría colocación comercial ordinaria, mientras que su Grupo de
Ciencia Aplicada estimó que se venderían unas 200 máquinas: llegaron a
venderse 1.800 y la “650” fue conocida como el “modelo T” de la industria
de la computación.

❘❚❚ “Esto muestra con mucha fuerza las limitaciones de las teorías de la deman-
da guiada por el mercado en materia de innovaciones radicales y el papel clave
de la paciente promoción gubernamental en el período temprano de una tecno-
logía radicalmente nueva”. (Freeman, 1982: pp.83-84) ❚❚❘

El papel del Estado fue decisivo para que el liderazgo en el desarrollo de las
computadoras, fuera asumido por Estados Unidos, tras sus orígenes en Ale-
mania y Gran Bretaña. Las Fuerzas Armadas tuvieron pronto una clara idea
de para qué podían servirles esas máquinas. Promovieron y coordinaron la
investigación científica requerida, financiaron su construcción, definieron las
características técnicas a las que debían ajustarse y fueron durante bastan-
te tiempo sus principales usuarios. La asignación sistemática de grandes
sumas a ese desarrollo constituyó una verdadera política de largo plazo, que

177
Universidad Virtual de Quilmes

hizo posibles los largos, costosos e inciertos trabajos de I+D en el área; el


masivo financiamiento acordado a empresas y universidades garantizó los
rendimientos de las primeras, la movilización de las grandes capacidades
científicas de las segundas, y la estrecha colaboración entre unas y otras.
La demanda militar indujo algunas de las primeras aplicaciones más sofisti-
cadas de la computadora; por ejemplo, en 1959, la IBM construyó una má-
quina cuyo principal propósito era la simulación de situaciones de combate
para el entrenamiento de la oficialidad. En USA, a comienzos de la década
de 1970, el Departamento de Defensa de USA financiaba el 66% de la in-
vestigación en electrónica y el 94% de las computadoras adquiridas por el
sector público en 1972 fueron ubicadas en instalaciones militares. (Sutz,
1984: pp. 40, 61, 65).
Ese apoyo del Estado no se evaporó posteriormente: “en la década de
1980, cuando el ultraliberal gobierno de Reagan sintió el pellizco de la com-
petencia japonesa, el Departamento de Defensa financió SEMATECH, un
consorcio de empresas electrónicas estadounidenses, para apoyar costosos
programas de I+D en la fabricación electrónica por razones de seguridad na-
cional.” (Castells, 2000: 101)

La introducción de computadoras electrónicas inauguró una acelerada reducción


de los tiempos de cálculo, con disminución de los costos operativos. Las primeras
computadoras electromecánicas , Z3 o ASCC, demoraban unos 5 segundos en ha-
cer una multiplicación; a comienzos de la década de 1950, se podían hacer unas
2.500 multiplicaciones por segundo, y unas 375.000 a mediados de la década si-
guiente, mientras que entre esos dos momentos el costo de un determinado núme-
ro de operaciones se redujo en más del 98 % (Freeman & Soete, pp. 159 y 171).
Se hizo así posible y redituable manejar mediante computadoras una lista de ta-
reas siempre creciente y, en particular, controlar “en tiempo real” procesos variados
- reacciones químicas, la navegación aérea, secuencias de bombardeos, etc. -, a
menudo muy complicados, porque llegó a ser posible realizar los cálculos involu-
crados a la velocidad requerida para intervenir efectivamente en el manejo de tales
procesos.

Los avances en la computación han estado directamente relacionados con


los realizados en el área de los componentes de los equipos electrónicos. Al
respecto, las innovaciones y mejoras han dependido fuertemente de los pro-
gresos no sólo en materia de desarrollo sino también en lo que tiene que
ver con la investigación fundamental.
Casi todas las compañías en esta industria dedican importantes recur-
sos a las tareas de desarrollo, pero pocas lo hacen en relación a la investi-
gación básica. Una de las que lo ha hecho a escala notable es la Bell Labo-
ratories, la que ofrece un elocuente ejemplo de la “fábrica de tecnología”
estudiada por Sábato y Mackenzie. En sus palabras:

❘❚❚ “La perfomance actual de los célebres laboratorios Bell es realmente ‘indus-
trial’, como lo pone de manifiesto un aviso comercial reciente de esa empresa
refiriéndose al desarrollo de ‘burbujas magnéticas’: ‘Inventos tales como las
burbujas magnéticas no ocurren todos los días en los laboratorios de la Bell.

178
Problemas del Desarrollo en América Latina

Pero la innovación es algo que sí ocurre diariamente […] Nuestras patentes so-
bre burbujas es una de las 19.000 que hemos recibido desde nuestra funda-
ción en 1925. Es decir, un promedio de dos por día de trabajo’.” (Sábato y Mac-
kenzie, 1982: p. 64) ❚❚❘

Allí se obtuvo el mayor de los avances en este rubro, la invención del transis-
tor en 1948, que constituye un notable ejemplo de la interacción entre cien-
cia, tecnología y producción. El primero que se construyó “estaba compues-
to por un trozo de germanio sobre el que se había dispuesto dos electrodos
con puntas de contacto muy próximas. La resistencia de uno de los puntos
dependía de la intensidad de corriente que circulaba por la otra. Debido a
que dicha resistencia era transferible, el dispositivo así construido era desig-
nado como TRANsference reSISTOR (resistencia de transferencia), quedan-
do así el acrónimo de dicho concepto de la siguiente forma: TRANSISTOR.”
(Crónica de la Técnica, p. 885)
El transistor es un dispositivo que utiliza materiales que se comportan
como semiconductores respecto a la electricidad – germanio en una prime-
ra etapa y silicio a partir de los años sesenta, en los que se introduce “im-
purezas” de otros materiales –, de modo tal que puede ampliar, corregir, de-
tectar o cortar corrientes, generar ondas de alta frecuencia, y abrir o cerrar
circuitos, para lo cual insume extraordinariamente poco tiempo y espacio.
La Bell ya contaba con una importante tradición de trabajo en mecánica
cuántica cuando en 1945 estableció un grupo de investigación en física del
estado sólido, y un subgrupo dedicado a los semiconductores. A partir de
1948 se empezaron a obtener transistores – a cuya invención estuvo direc-
tamente ligado un equipo de 13 personas – pero su conversión en produc-
tos comerciables exigió tiempo adicional y más dinero del que se había in-
vertido en la investigación fundamental. Y su desarrollo se convertiría en
“la piedra fundamental del desarrollo de la industria electrónica japonesa”.
En 1953, la Sony compró una licencia para un cierto uso restringido de
transistores; luego, “a través de su propia capacidad, modificó el paquete
adquirido a la Western y produjo un transistor para ser empleado en radio-
telefonía. En 1955 puso en el mercado japonés la primera radio a transis-
tores. Eso no fue más que el comienzo, porque en 1957 presentó la prime-
ra radio a transistores de tamaño reducido, que pronto se difundiría por el
mundo entero, produciendo un gigantesco impacto sociocultural.” (Free-
man, 1982: pp 91-94)
La “transistorización” de la computación, mediante el recurso de la tec-
nología de los semiconductores, permitió reducir notablemente tamaños y
costos así como aumentar la velocidad del procesamiento de datos de ma-
nera no menos impactante. En ello tuvo una incidencia fundamental el pro-
ceso de “miniaturización” de los elementos empleados, en el cual un paso
característico fue la fabricación en 1958 del primer circuito integrado o
“chip”: la tecnología de los semiconductores permitía construir un circuito
completo, con transistores, resistencias y condensadores, en una misma
laminilla de germanio. Un chip puede incluir un enorme número de transis-
tores y otros elementos en un pequeño bloque, cuyo material de base pasó
a ser el silicio; el chip cuya introducción más impacto tuvo fue el micropro-
cesador.

179
Universidad Virtual de Quilmes

“La realización técnica más espectacular de la microelectrónica fue el microproce-


sador, desarrollado por Edward Hoff, del centro de investigaciones de Intel, en
1971. Un microprocesador es un circuito integrado de alta escala de integración
[…], que tiene capacidad para constituirse como una unidad central de control y
tratamiento. Este circuito puede ejecutar programas y controlar las unidades nece-
sarias para que se realice la ejecución de las instrucciones. En general es un circui-
to que realiza las funciones de control y cálculo de un ordenador.” (Crónica de la
Técnica, p. 887)

Cada vez más pequeños, rápidos y “memoriosos”, los microprocesadores


son utilizables en las más variadas actividades: la capacidad de procesar in-
formación puede instalarse en cualquier parte mediante un objeto muy pe-
queño. Durante la propia década de 1970 se avanzó rápidamente hacia la
construcción de una computadora que tuviera un microprocesador como uni-
dad central, vale decir, un microcomputador; la competencia fue grande e
ilustra, una vez más, la diferencia entre invención e innovación. Esta última,
en el caso que nos ocupa, se plasmó en 1977 con el Apple II, primer micro-
computador efectivamente comercializado. El primer PC (Personal Computer)
de IBM apareció en 1981; su nombre, tan sugestivo, se convirtió en la deno-
minación genérica de estos objetos característicos de nuestro tiempo. En
1984, el lanzamiento del Macintosh facilitó inmensamente su uso. El soft-
ware especialmente adaptado a los “micros” se había empezado a desarro-
llar en la década anterior, en un proceso durante el cual se constituyó la em-
presa líder del área, Microsoft.
A lo largo del proceso de innovación en las tecnologías del “complejo
electrónico”, las conexiones entre las empresas y la investigación científica
han sido muy variadas, pero en general muy importantes. En las mismas ha
desempeñado un papel relevante la “proximidad” - geográfica pero también
social y cultural - con los centros académicos, como lo muestra el ejemplo
tan famoso del “Silicon Valley” en California.
Los orígenes de la vitalidad innovativa del lugar pueden remontarse al es-
tablecimiento, en 1951, de un parque industrial por la Universidad de Stan-
ford. La conjunción de capacidades académicas y empresariales lo convirtió
en foco principal de “la revolución de la tecnología de la información; allí se
constituyeron empresas de “capital de riesgo”, con capacidad técnica y mo-
netaria para seleccionar y financiar proyecto innovadores; allí se desarrolla-
ron el circuito integrado, el microprocesador y el microcomputador. El proce-
so se alimentó a sí mismo, atrayendo capital y capacidades de todas
partes. Este tipo de interacción geográficamente concentrada constituye lo
que se ha denominado un “medio (milieux) de innovación”; los ejemplos no
son pocos, y no se restringen a Estados Unidos ni al caso de las TICs, pero
sus características dependen en alto grado de la historia y de las condicio-
nes específicas de cada emplazamiento. (Castells, 2000: 94-100)
Recién se destacó la importancia del “capital de riesgo”, vale decir, de la
disponibilidad de recursos financieros para intentar innovar. El alto grado de
complejidad e incertidumbre que ha caracterizado a la industria de semicon-
ductores - particularmente la introducción de los sucesivos tipos nuevos de
transistores y chips - requirió grandes y riesgosas inversiones, hizo difícil la
entrada de nuevas empresas al área y mantuvo el carácter intensivo en I+D

180
Problemas del Desarrollo en América Latina

de la microelectrónica. También en este terreno el papel del gasto militar fue


muy relevante para el avance de la industria en Estados Unidos. Se afirma,
sin embargo, que las empresas japonesas fueron capaces de utilizar el mer-
cado de la electrónica de consumo, de manera parecida a cómo las esta-
dounidenses se basaron inicialmente en los “mercados de la defensa”, pa-
ra asegurar un volumen suficiente de demanda para la industria de
semiconductores. Esa estrategia fue tan exitosa que, hacia fines de la déca-
da de 1980, cuatro de las cinco mayores empresas fabricantes de semicon-
ductores eran japonesas. Pero durante los ’90 las competidoras estadouni-
denses recuperaron terreno, apoyándose en esfuerzos compartidos de I+D y
en el respaldo de su gobierno. (Freeman & Soete, 1997: p. 182-3)

Desde el punto de vista de las tecnologías de la información y la comunicación,


la última década del siglo XX fue, ante todo, la década de Internet. Con ella surgió
“quizá el medio tecnológico más revolucionario de la era de la información.” Su
creación y desarrollo “en las tres últimas décadas del siglo XX se derivó de una
combinación única de estrategia militar, cooperación de grandes proyectos científi-
cos, espíritu empresarial tecnológico e innovación contracultural.” (Castells, 2000:
77) Fue promovida inicialmente por el Departamento de Defensa de USA, para
conformar un sistema de comunicaciones invulnerable ante la eventual destrucción
de sus centros. La primera red, Arpanet, que empezó a operar en 1969, vinculaba
a centros científicos que cooperaban con el mencionado Departamento. Otras re-
des, por iniciativas académicas, se fueron creando o escindiendo durante la déca-
da de 1980, durante la cual se estructuró la “red de redes”, Internet, que llegó a te-
ner como “columna vertebral” una red gestionada por la NSF (National Science
Foundation, USA). “Sin embargo, las presiones comerciales, el desarrollo de redes
corporativas privadas y redes cooperativas no lucrativas condujeron a la clausura
de esta última columna vertebral de Internet gestionada por el gobierno en abril de
1995, lo que abrió la vía a la plena privatización de Internet cuando una serie de
entidades comerciales derivadas de las redes regionales de la NSF sumaron sus
fuerzas para constituir dispositivos cooperativos entre redes privadas.” (Ibid.: 78)

En el proceso reseñado, Castells destaca la aparición de invenciones y usos


inesperados para quienes primero lo impulsaron y utilizaron. Ejemplos nota-
bles son la comunicación por correo electrónico, las innovaciones que posi-
bilitaron las conversaciones electrónicas generalizadas y la organización de
los “sitios” en la “world wibe web”, con la introducción de los “navegado-
res”, todo lo cual contribuyó a que los usuarios de Internet pasaran de me-
nos de 20 millones en 1996 a unos 300 en el 2000 (Ibid.: 37, 80-83).
Volvamos, para concluir este apartado, a considerar el papel del Estado y
de la demanda del mercado en la evolución de estas tecnologías. Castells
(2000: 102-103, itálicas en el original) coincide con la relevancia ya consig-
nada del papel del sector público, a la par que destaca otros elementos y
ofrece una síntesis en los siguientes términos:

❘❚❚ “[…] el Estado, no el empresario innovador en su garaje, tanto en los Esta-


dos Unidos como en el resto del mundo, fue el iniciador de la revolución de la
tecnología de la información. Sin embargo, sin estos empresarios innovadores,
como los que estuvieron en el origen de Silicon Valley o de los ordenadores cló-

181
Universidad Virtual de Quilmes

nicos de Taiwan, la revolución de la tecnología de la información habría tenido


características muy diferentes y no es probable que hubiera evolucionado hacia
el tipo de herramientas tecnológicas descentralizadas y flexibles que se están
difundiendo en todos los ámbitos de la actividad humana. En efecto, desde los
comienzos de la década de 1970, la innovación tecnológica se ha dirigido esen-
cialmente al mercado; y los innovadores, aunque aún suelen ser empleados de
las principales compañías, sobre todo en Japón y Europa, continúan estable-
ciendo sus propias empresas en Estados Unidos y, cada vez más, a lo largo del
mundo. Ello provoca la aceleración de la innovación tecnológica y la difusión
más rápida de esa innovación, ya que las mentes creadoras, llevadas por la pa-
sión y la codicia, escudriñan constantemente la industria en busca de nichos
de mercado en productos y procesos. En efecto, es por esta interfaz de progra-
mas de macroinvestigación y grandes mercados desarrollados por el Estado, por
una parte, y la innovación descentralizada estimulada por una cultura de creativi-
dad tecnológica y modelos de rápido éxito personal, por la otra, por lo que las
nuevas tecnologías de la información llegaron a florecer. Al hacerlo, agruparon a
su alrededor redes de empresas, organizaciones e instituciones para formar un
nuevo paradigma sociotécnico.” ❚❚❘

No ha sido nuestro propósito intentar siquiera un resumen telegráfico de


ciertas facetas relevantes en la evolución del “complejo electrónico”, sino
tan sólo recordar algunas de sus características, las que ilustran elocuente-
mente las relaciones entre ciencia e industria durante la segunda mitad del
siglo XX, como lo hace la evolución de la química respecto al siglo XIX. La in-
dustria química fue a la vez estimulada y transformada por el advenimiento
de la Revolución Industrial; llegó a convertirse en terreno privilegiado de en-
cuentro entre investigación y producción; se constituyó, a partir de la intro-
ducción de los colorantes sintéticos, en ejemplo por antonomasia de los ras-
gos propios del segundo ciclo de crecimiento industrial. En el curso de este
último, surgió la industria electrónica y se imbricó con el procesamiento y la
transmisión de la información, revolucionando la comunicación. El poder de
difusión de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) se
asemeja al de la mecanización misma. Su renovado auge, a partir de la dé-
cada de 1970, ha sido caracterizado como el comienzo de un tercer ciclo de
crecimiento industrial o como una nueva revolución tecnológica. Esta cues-
tión será reconsiderada en una próxima sección, tras haber reseñado otros
aspectos de las grandes transformaciones en curso

5.2. Acerca de los cambios en el mundo del trabajo

En este apartado centramos nuestra atención en la interacciones entre


transformaciones técnicas, organización del trabajo y evolución de la estruc-
tura ocupacional.
A partir de la Segunda Revolución Industrial fue emergiendo y afirmándo-
se un tipo de organización productiva bien definido, que llegó a ser conocido
como “fordismo” por el influjo que Henry Ford tuvo en su estructuración y di-
fusión. El fordismo se asocia a las fábricas de gran tamaño, donde las ta-
reas se organizan alrededor de la línea de montaje y en las que prima tanto
la mecanización como la fragmentación del trabajo, puestas al servicio de la

182
Problemas del Desarrollo en América Latina

producción en serie de una gran cantidad de objetos iguales. Sin desmedro


de la diversidad de formas organizativas que se registran en la industria a lo
largo del siglo XX, el fordismo ha sido la modalidad predominante durante el
segundo ciclo de la industrialización y constituye uno de los procesos que
caracterizan a este ciclo. El análisis de su evolución constituye pues la vía
de entrada al tema del apartado.

5.2.1. Auge y decadencia del fordismo

Este tipo de organización productiva alcanzó sus expresiones más nota-


bles en la industria del automóvil, una de las más gravitantes en la produc-
ción contemporánea, tanto por sus dimensiones como por su producto. Su
influjo múltiple en la vida cotidiana ha llevado a decir que el siglo XX ha sido
la era del automóvil, sin que el fin de esta última esté a la vista, por cierto.
Los primeros vehículos a motor surgieron en la última década del siglo
XIX, pero fue en el siglo siguiente cuando su impacto llegó a ser comparable
al de la introducción del ferrocarril, estimulando la demanda, planteando
nuevos problemas técnicos, generando grandes inversiones en infraestructu-
ra y también oportunidades de empleo.

❘❚❚ “El camino hacia su crecimiento vino marcado por los desarrollos que se
produjeron en Estados Unidos, con la introducción de la manufactura de preci-
sión, las piezas intercambiables, y la cadena de montaje, que pusieron al auto-
móvil incluso al alcance de los obreros que lo fabricaban. El modelo T data de
1908 y costaba 1.000 dólares al principio. En 1924 … su precio había bajado
a menos de 300, y, hacia 1926, Henry Ford había vendido 15 millones de sus
cochecitos motorizados. Se los daré del color que quieran, decía, con tal de
que sea negro. En consecuencia, los Estados Unidos tenían en 1913 el triple
de coches registrados que los tres mayores países europeos juntos; hacia
1921, debido a la guerra, la relación pasó a ser de 13 a 1, y de 10 a 1 para el
conjunto de Europa.” (Landes, 1969: p.470) ❚❚❘

El taylorismo había dado origen al fordismo, la producción en serie a gran


escala estructurada en torno a la cadena de montaje, que fue la forma domi-
nante de organización del trabajo a lo largo de por lo menos medio siglo, du-
rante el cual tuvo mucho que ver con el crecimiento del producto y del em-
pleo industriales y, en los países más desarrollados, del nivel de vida de los
obreros de la gran industria.
Sus principios fundamentales habían sido ya establecidos por Taylor:
estricta separación entre las actividades de concepción y dirección, por un
lado, y las de ejecución, por otro; descomposición de éstas últimas en
operaciones elementales, susceptibles de ser sistematizadas al detalle y
encomendadas a personas con mínima preparación previa; consiguiente
especialización de la mayor parte de los asalariados en la repetición ruti-
naria de tareas simples. Semejante sistema posibilitó una reducción gene-
ral de los costos salariales, tanto por el pago de menores retribuciones
por tareas no calificadas como por el ejercicio de un mayor control sobre
el proceso de trabajo. El propósito de avanzar en esta última dirección –
conviene siempre recordarlo – ha constituido históricamente uno de los

183
Universidad Virtual de Quilmes

grandes impulsos para desarrollar la técnica y para modificar la organiza-


ción de la producción.
Diversos avances técnicos ya mencionados, y típicos del segundo perío-
do de crecimiento industrial – como la mecánica de precisión –, hicieron ren-
table la gran producción en serie con las características anotadas. El creci-
miento productivo llegó a niveles que hicieron posible incluso un sostenido
aumento del salario industrial, lo cual es propio del “modelo fordista” de las
grandes empresas, y a través del cual se amplió y diversificó notablemente
el mercado interno de los países más ricos. Producción masiva, uniforme y
en expansión; despliegue del consumo, masivo y uniforme. Las grandes fá-
bricas norteamericanas de automóviles constituían, durante la década de
1950, los ejemplos por antonomasia del modelo. Las actitudes y la econo-
mía vinculadas a éste se encarnaban en sus productos, propios de una épo-
ca de materias primas baratas, energía también barata y ausencia de preo-
cupaciones ambientales.
En las décadas siguientes, el modelo confrontó desafíos de envergadura
creciente en los países “centrales” donde surgió y llegó a ser dominante. En
primera instancia, por su propio éxito, que propulsó su irradiación a países
de nivel de vida en promedio muy inferior, donde la producción con tecnolo-
gías que se habían vuelto bien conocidas podía llevarse adelante con gastos
salariales mucho menores. Y frecuentemente también con menos conflictos
con los asalariados, dado el férreo control de éstos y de sus organizaciones
sindicales ejercido por regímenes represivos. Ello constituyó una manera de
esquivar el creciente descontento de los trabajadores ante las condiciones
“fordistas” de trabajo, descontento que alcanzó niveles altos en los países
más desarrollados a comienzos de los ‘70. De ese fenómeno dio cuenta en
Estados Unidos un informe oficial, “Work in America”, citado por Braverman
(1975: pp. 45-50).
El desplazamiento de plantas a diversas regiones del Tercer Mundo se
vio más tarde acelerado por las preocupaciones ecológicas, que generaron
en los países más avanzados reglamentaciones crecientemente estrictas y
por ende costosas, mientras que la despreocupación ambiental en el mundo
del atraso se convirtió en un nuevo lujo impuesto por la pobreza.
La vigencia del modelo en los países centrales se vio así cuestionada por
su extensión a la periferia. Desde una cierta perspectiva, este proceso pue-
de ser visto como una incipiente globalización de la división y segmentación
del trabajo: empresas de alcance mundial pasan a distribuir entre sus filia-
les repartidas a lo largo y a lo ancho del planeta las diversas fases de la
producción para el mercado mundial.
En una segunda etapa, el modelo fordista conocería un ataque global mu-
cho más serio, proveniente no ya de la maduración que permite la difusión
de la tecnología sino de la innovación, que parece indicar que su época ya
ha pasado. El desarrollo del complejo electrónico – a través de la automati-
zación flexible, de la manufactura asistida por computadora, etc. – ha res-
quebrajado los cimientos de la rentabilidad de la producción repetitiva en se-
rie de índole taylorista.
Al reducirse los costos y los tiempos que la diversidad requiere, las ven-
tajas de la uniformidad en gran escala se van esfumando, y la innovación
consigue un lugar en lo que hasta ayer era el santuario de la repetición. Pe-
ro éste abría ciertos espacios a bastante gente, que al perderlos difícilmen-
te encuentra otros, salvo en condiciones de labor deterioradas, mientras

184
Problemas del Desarrollo en América Latina

que quienes los sustituyen son menos y se sienten menos seguros que los
que allí estaban en tiempos no lejanos. No parece fenómeno coyuntural sino
tendencia profunda esa mayor “dureza” del mundo del trabajo, tanto por la
dificultad de acceder a él como por la tensión que lo signa.
Antes de abordar las cuestiones anotadas, conviene sintetizar la evolu-
ción del empleo en las regiones más industrializadas, donde más directa es
la incidencia de la innovación técnico-productiva. Castells la estudia en deta-
lle para los países del denominado Grupo de los Siete, G-7, constituido por
Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Canadá, Reino Unido e Italia. Dis-
tingue dos períodos, 1920-1970 y 1970-1990, que grosso modo correspon-
den, respectivamente, al auge y a la decadencia (al menos relativa) del for-
dismo. A continuación glosamos su análisis y consignamos algunos de los
datos que el mismo incluye.

El enfoque nos introduce a la cuestión del “postindustrialismo”. Se afirma en


efecto que: “La principal distinción analítica entre los dos períodos proviene del
hecho de que durante el primer período las sociedades en consideración se con-
virtieron en postagrícolas, mientras que en el segundo período se convirtieron en
postindustriales. Por tales términos entiendo obviamente el declive masivo del
empleo agrícola en el primer caso y el rápido descenso del empleo industrial en
el segundo período.” (Castells, 2000: 263)
El proceso varió de país a país pero, hacia 1970, tanto en Estados Unidos co-
mo en Japón el empleo industrial constituía un 26% del total, algo menos en Ca-
nadá y una proporción mayor en las otras naciones del G-7, constatándose que
“el cambio en la estructura del empleo en este medio siglo (1920-1970) fue de la
agricultura a los servicios y la construcción pero sin dejar la industria.” (Ibid.)
En los veinte años siguientes, el empleo industrial disminuyó, pero a ritmos
diferentes: cayó rápidamente sobre todo en el Reino Unido (de 38,7% a 22,5%) y
Estados Unidos (de 25,9% a 17,5%); el descenso también fue considerable en Ita-
lia (de 27,3% a 21,8%) y Francia (de 27,7% a 21,3%), así como en Canadá (de
19,7% a 14,9%); la disminución apreciable en Alemania (de 38,6% a 32,2%) man-
tuvo empero en un alto nivel al empleo industrial, que en Japón disminuyó bas-
tante menos (de 26% a 23,6%).
En el mismo período 1970-1990 se expandieron los “servicios de producción”
que “se consideran los servicios estratégicos de la nueva economía, los que pro-
porcionan información y apoyo para el aumento de la productividad y la eficiencia
de las compañías”; también se expandieron los “servicios sociales”. Sumando el
empleo en ambos, “observamos un incremento considerable en lo que podría eti-
quetarse de ‘categoría de servicios postindustriales’ en todos los países” del G-7,
que llega casi al 40% del empleo total en Estados Unidos y el Reino Unido. (Cas-
tells, 2000: 266 y 269)

Recapitulemos. Los cambios tecnológicos e institucionales mayores de la


denominada Segunda Revolución Industrial impulsaron importantes transfor-
maciones de la estructura ocupacional y modalidades de expansión de la
producción que se hicieron especialmente notables después de la I Guerra
Mundial. Durante el medio siglo siguiente, en las naciones más industrializa-
das se pasó notoriamente a una estructura ocupacional “postagrícola”
mientras el fordismo se consolidaba y llegaba a su auge, haciendo del em-
pleo fabril masivo uno de los rasgos fundamentales de la estructura social

185
Universidad Virtual de Quilmes

de la época. El período desembocó, cuando la paz se instaló en aquellas na-


ciones después de la II Guerra Mundial, en lo que ha sido considerada como
una “edad de oro” de la economía capitalista, que duró hasta la década de
1970. Paralelamente, las dinámicas generadas por la Segunda Revolución
Industrial, y particularmente la consolidación del llamado matrimonio de la
ciencia y la tecnología, interactuaban con otros procesos para inducir una
nueva aceleración del cambio técnico, cuyas manifestaciones más destaca-
das fueron discutidas en una sección anterior. Sus impactos en la organiza-
ción de la producción devinieron muy grandes hacia la misma década cuan-
do, conjugados con tendencias de otra índole, pusieron en cuestión la
primacía del “modelo fordista”. A partir de entonces se asiste a una deca-
dencia de lo que puede llamarse el empleo industrial “tradicional”, propio
del proletariado fabril, tanto por su disminución relativa a la ocupación total,
recién consignada, como por la transformación organizativa de la produc-
ción, a la que nos referimos a continuación.

5.2.2. Evoluciones alternativas de la organización fabril

Lo que ocurre en el nivel laboral constituye una de las cuestiones centrales


para apreciar los rasgos fundamentales de la Revolución tecnológica que se
ha venido desplegando a partir de la década de 1970. Puede afirmarse que
se trata efectivamente de una Revolución, de un cambio de época, en la me-
dida en que involucra tanto las relaciones técnicas como las sociales.
Entre lo que suele denominarse “modo de acumulación fordista” y otro
“post-fordista”, cuatro diferencias mayores se registraban hacia fines de la
década de 1980. Ellas tienen que ver con el criterio rector de la organización
productiva, el fundamento de la competitividad, el contraste entre lo global y
lo individual, el papel del trabajo. Más en detalle, según Kaplinsky (1990), al
que glosamos en los próximos parágrafos:

1) El fordismo se basa en la estandarización, las economías de escala y un


tipo de producción impulsada por la oferta de productos estandarizados
fabricados con maquinaria de propósitos específicos. El post-fordismo
tiene como características centrales la flexibilidad y la organización de la
producción en función de la demanda.
2) En el fordismo la competitividad depende básicamente del precio, mien-
tras que en el post-fordismo predominan la innovación y las característi-
cas propias de cada producto.
3) Un contraste de índole más general tendría que ver con la importancia re-
lativa atribuida a las partes y al todo. En el fordismo, la atención se con-
centra en la máquina individual, la empresa individual y el trabajador indi-
vidual. En el post-fordismo son las vinculaciones sistémicas entre grupos
de unidades individuales las que devienen prioritarias. De allí la relevan-
cia productiva de conceptos como “gestión de calidad total” (total quality
management) y “producción justo en tiempo” (just-in-time production), de
tecnologías como la “manufactura integrada por computadora” (computer
integrated manufacturing), y de las redes interempresariales.
4) Afirma Kaplinsky que en la vieja época de la competencia mediante el
precio, el trabajo era visto como un costo de producción a minimizar, en
los casos más extremos mediante el uso de mano de obra femenina ubi-
cada en las zonas de procesamiento de exportaciones de los países me-

186
Problemas del Desarrollo en América Latina

nos desarrollados, mientras que en la nueva época el trabajo es conside-


rado como un recurso cuyo potencial debe ser maximizado.

La transición de una forma de producción a otra demanda reestructuras en


las que el aspecto social prima sobre el propiamente tecnológico. Ello surge
de lo que ha venido sucediendo en el corazón del modelo fordista, la indus-
tria automotriz de los Estados Unidos. Esta, al verse desbordada en su mer-
cado interno por la penetración japonesa, atribuyó el fenómeno a un grado
superior de inversión en automatización, a la cual apostó, con resultados
modestos. Numerosos estudios orientados a comparar rendimientos llega-
ron a conclusiones del tipo siguiente: la industria japonesa a comienzos de
la década de 1980 tenía más bien un grado de automatización menor que
sus competidores norteamericanos y europeos; sus ventajas competitivas
emanaban de los cambios en el proceso de trabajo, las relaciones entre em-
presas y la organización de la fábrica. Habiéndose concentrado en una pri-
mera instancia en ese tipo de transformaciones organizativas, a partir de
mediados de la década de 1980, los japoneses impulsaron una muy rápida
difusión de las nuevas tecnologías de la automatización flexible.
Estas conclusiones relativas al sector automotriz fueron confirmadas por
el estudio de otros sectores, en los que también resulta que la reestructura
organizacional tiene importancia primaria, y sólo después que la misma ha
sido completada puede sacarse partido del cambio técnico basado en la
electrónica. Afirma Kaplinsky que es precisamente el hecho de que no se lle-
gue a ser competitivo mediante la introducción de nuevas tecnologías en el
marco de las formas prexistentes de organización lo que muestra que se vi-
ve una transición entre dos épocas.
Uno de los aspectos más relevantes de tal transición, en caso de hacerse
realidad, será la denominada “crisis post-fordista del autoritarismo fabril”. En
el esquema organizativo de inspiración tayloriana, la autoridad concentrada
en el vértice tiene un papel central que signa las relaciones entre el capital y
el trabajo, mientras que en el post-fordismo la cooperación pasaría a ser cla-
ve. Esta última se extendería también a las relaciones entre las empresas,
las que tienden a ser más estables, y en las que la calidad, la predictibilidad
y la capacidad para la innovación se van haciendo más importantes que los
precios a la hora de escoger proveedores. Estos y sus clientes colaboran en
el desarrollo de técnicas de interés común. Esta tendencia suele resaltarse a
partir de la colaboración flexible entre pequeñas empresas de algunas regio-
nes italianas, que han afrontado conjuntamente esfuerzos de gran escala –
en materia de diseño y mercadeo o de costosas inversiones en equipo de
computación, por ejemplo – sin perder la agilidad de la pequeña escala.
Pero retomemos la cuestión fundamental de los cambios en las relacio-
nes de trabajo en la industria. En el modelo fordista, las mismas tienen un
carácter intrínsecamente conflictivo – focalizado en el nivel de los salarios –
y se basan tanto en la existencia de un “ejército laboral de reserva” como
en la fácil entrada y salida del empleo. Este esquema ha dejado de ser efi-
ciente. Se ha argumentado que el mismo iría cediendo su lugar a una nueva
forma de organización del trabajo, que realza la cooperación, se apoya en la
creatividad de la fuerza de trabajo, promueve la capacitación múltiple de ca-
da trabajador, se aparta de la fragmentación de tareas y requiere de la esta-
bilidad del empleo, sin lo cual tales aportes potenciales de los asalariados
no pueden hacerse realidad.

187
Universidad Virtual de Quilmes

Se verían así erosionadas algunas de las bases tradicionales del autori-


tarismo fabril: el monopolio por la gerencia del saber y la información, la es-
casa vinculación entre lo que hace cada trabajador y la tarea de los otros, la
facilidad con que cada uno puede ser reemplazado.
Según Kaplinsky, el autor del que glosamos las consideraciones prece-
dentes, se pueden identificar al menos dos rutas mayores hacia el post-for-
dismo, a las que con trazo grueso cabe describir como la vía sueca y la japo-
nesa. Esta última pone en primer plano una forma de autoridad con bases
muy distintas a las del modelo fordista, pues se sustenta en la legitimación
consensual de la dominación jerárquica, con raíces en el Japón feudal. El
modelo japonés tiene rasgos corporativos acentuados; los beneficios socia-
les tienden a ser suministrados por la empresa – más bien que por el “esta-
do de bienestar” –, lo que le permite retener a la mano de obra “multicalifi-
cada”; la división del conjunto de los trabajadores en segmentos con
situaciones e intereses muy variados se ve así promovida. En Suecia, el mo-
delo de innovación tecnológica tiene rasgos considerablemente más coope-
rativos y democráticos, ligados a la tradición socialdemócrata. Pero su afir-
mación tropezó con las dificultades que la economía sueca experimentó a
fines de los años ’80, las que pusieron en cuestión aspectos importantes
del modelo sueco de atención social integral.
Comentemos brevemente lo que antecede. Por un lado, cabe conjeturar
que la enconada competencia económica internacional impone ese ya men-
cionado “endurecimiento” en el mundo del trabajo, que parece difícilmente
compatible con el despliegue de formas relativamente democráticas e igua-
litarias de cooperación; éstas constituyen una variante del “post-fordismo”
que se vería bloqueada por las tensiones de lo que es una verdadera guerra
de la competitividad a escala planetaria. Por otro lado, en esa confrontación
no resultan tampoco eficientes los regimientos fabriles, carentes de motiva-
ción, cuya estructura responde a los moldes clásicos del autoritarismo for-
dista.
En semejante contexto, cabe prever que se confirmará el retroceso del
fordismo como modalidad predominante de organización de la producción,
pero ello no significa que vaya a dejar de tener importancia en ciertas regio-
nes y ramas de la economía. Tampoco resulta fácil sostener que se esté
configurando con claridad algún modelo “post-fordista” predominante. En
particular, el “modelo japonés” parece demasiado ligado a su historia social
y cultural específica como para que se extienda ampliamente; además, du-
rante la década de 1990, la pérdida relativa de dinamismo del Japón y el re-
novado vigor de la economía de Estados Unidos han debilitado tanto la vi-
gencia como el atractivo de tal “modelo”.
Ahora bien, las evoluciones posibles de las relaciones laborales constitu-
yen uno de los terrenos donde mayor impacto tienen para la vida colectiva
las cambiantes interacciones entre ciencia, tecnología y sociedad. Su análi-
sis es insoslayable, en particular, cuando se buscan nuevas estrategias pa-
ra el desarrollo.
Por tanto, como insumo para la reflexión del presente, puede ser útil con-
siderar diversas hipótesis que se manejaron en un pasado cercano. Con tal
fin, reseñamos a continuación las partes pertinentes de un enfoque más
global, contenido en un trabajo de D.Leborgne y A.Lipietz (1987).

188
Problemas del Desarrollo en América Latina

¿Qué va a pasar con la clásica división del trabajo “fordista” ante la “revolución
tecnológica” de la electrónica? Ante esta pregunta, los autores mencionados enca-
ran tres alternativas hipotéticas.
La primera llevaría hasta sus últimas consecuencias la lógica del taylorismo, pri-
vando de toda iniciativa al operario y consolidando el triunfo de la “oficina central
de métodos”, en una fábrica tendiente a la automatización total, con unos pocos
“cuellos azules” no calificados cumpliendo tareas de limpieza y acarreo, y algunos
profesionales encargados de la modulación del proceso. En esta dirección se avan-
zó en muchas plantas donde mayor había llegado a ser el cuestionamiento social
de comienzos de los ‘70, particularmente en las de la FIAT en Turín; allí fue elimi-
nada la presencia misma de los trabajadores en algunos de los lugares más conflic-
tivos. Esta fue una opción primordialmente política; habiéndose recuperado el con-
trol de las relaciones de producción, no se justificaría económicamente la
construcción de plantas de un grado extremo de automatización. Para las empresas
sería preferible, en líneas generales, lograr un mayor involucramiento de los equi-
pos de trabajadores, de modo que en particular su “aprender haciendo” en la tarea
cotidiana constituya una fuente sistemática de mejoras, asimilables y formalizables
por los equipos de diseño, métodos e ingeniería. “De hecho, el problema es reco-
nectar lo que el taylorismo desconectó: los aspectos manuales e intelectuales del
trabajo.” Ahora bien, dado que esta opción tiende a incrementar la independencia
de los trabajadores - la reducción de la cual fue precisamente motor central de la
taylorización -, desestimar la automatización radical abre otras dos alternativas. Una
busca el involucramiento individual del trabajador ofreciéndole mejores ingresos y
avances en su carrera. La otra procura que, en la elevación de la productividad y
de la calidad de la producción, haya un involucramiento colectivo, garantizado por
el sindicato, que obtiene a cambio el derecho de controlar las condiciones de tra-
bajo y de sustitución de la mano de obra, así como la participación de los trabaja-
dores en los beneficios emanados de una mayor productividad. Una vez más, Ja-
pón ejemplificaría una opción y Suecia la otra.

Los autores que glosamos resumen así las tres alternativas dibujadas: (A)
crecimiento de la polarización en las relaciones de trabajo y de la “descapa-
citación” de la mano de obra; (B) involucramiento negociado individualmen-
te; (C) involucramiento negociado colectivamente. Consideran que ninguna
se ha impuesto como un “nuevo modelo hegemónico de industrialización”,
sino que las tres coexisten en la mayoría de los países, dentro de las mis-
mas empresas e incluso de las mismas plantas. La primera tendería a una
creciente polarización social, planteada en términos de capacidades e ingre-
sos. La segunda apuntaría en la misma dirección, al impulsar en la sociedad
en su conjunto la lógica de la competencia individual, inclusive al nivel de la
formación. Sólo la tercera podría llevar a una promoción social y cultural co-
lectiva de los asalariados.
Señalan también Leborgne y Lipietz que las indicadas formas (A), (B) y (C)
de reorganización del proceso de trabajo deben ser consideradas en conjun-
to con dos formas típicas de contratación salarial: (I) “rígida”, y (II) “flexi-
ble”. Así, la combinación (A.II) configura una variante adecuadamente deno-
minada como “neotaylorista”, que fue la predominante a comienzos de la
década de 1980. Pero, a fines de la misma, los éxitos de la industria en Ja-
pón, Alemania, Italia, y sus dificultades en Estados Unidos, robustecieron
las tesis según las cuales otras variantes tienen mejor en cuenta los intere-

189
Universidad Virtual de Quilmes

ses de corto y largo plazo, no sólo de los asalariados sino también de los
empresarios, en lo que tiene que ver con el aprovechamiento de las nuevas
tecnologías.
La evolución durante la década de 1990 no parece mostrar el predominio
neto de alguna de las alternativas mencionadas, aunque cabe notar el avan-
ce de las formas de contratación “flexibles” y las dificultades del “involucra-
miento negociado colectivamente”. Según Castells, se ha venido afirmando
la individualización de la inserción de los trabajadores en los procesos labo-
rales; de esta tendencia mayor nos ocuparemos específicamente más ade-
lante, conectándola con el impacto diferencial de los cambios técnicos en
los distintos tipos de inserción ocupacional.
Refiriéndonos a uno de los enfoques reseñados en esta misma sección,
parece admisible la tesis de que la complejidad del desarrollo tecnológico
contemporáneo origina una fuerte correlación positiva entre competitividad
de la empresa e involucramiento de los trabajadores. También parece válido
sostener que ciertas características salientes de la innovación tecnológica
en nuestra época requieren no sólo mayor capacitación y participación de
los trabajadores sino también su creciente disposición a la labor en equipo.
Ello surge, muy grosso modo, de la flexibilidad, rapidez de adaptación y diver-
sidad de respuestas a la demanda que, posibilitadas por la explosiva varie-
dad del instrumental originado en la microelectrónica, se convierten en re-
quisitos difícilmente eludibles de la competitividad. Se configura así una
tendencia objetiva, mayor y claramente contrapuesta a la taylorización tradi-
cional. Pero no es evidente que esta tendencia lleve a una mejora general
de las condiciones de trabajo. Apuntan en sentido contrario, junto a la agu-
dización de la competencia económica internacional, el mayor poder de ne-
gociación empresarial basado en cambios técnicos acelerados, que hacen
más heterogéneas las condiciones de trabajo, permiten prescindir de gran-
des contingentes de mano de obra y agravan la amenaza del desempleo, to-
do lo cual debilita a los sindicatos y disminuye la capacidad de negociación
de los sectores asalariados.
En conjunto, la realidad va mostrando una creciente segmentación del
mercado de trabajo. La misma se vincula a una diferenciación en tipos de
ocupación cuyas perspectivas de aprovechar o sufrir los cambios técnicos
en curso son bastante distintas.

5.2.3. Diferenciación del trabajo y perspectivas de la ocupación

El avance de la robotización y la automatización en general ha encendido las


polémicas acerca del futuro del trabajo. La preocupación por el desempleo,
abierto o encubierto, se ha ubicado al tope de las agendas colectivas. En la
periferia, la conjunción de una dinámica tecnológica que tiende a disminuir
la demanda de ciertas labores tradicionales con un crecimiento poblacional
aún promedialmente rápido y con sistemas de seguridad social muy débiles
hace aún más urgente la cuestión de la ocupación, en sus dos vertientes: la
degradación del empleo y el afianzamiento de la desocupación, lo cual afec-
ta particularmente a los jóvenes.
No se trata por cierto de un problema propio de la periferia. A mediados de
la década de 1990, el entonces primer ministro de Francia, Alain Juppé, afirmó
en su primer discurso ante la Asamblea Nacional: “Todo el programa de traba-
jo que les he presentado hoy cabe en una sola palabra: empleo”. El posterior

190
Problemas del Desarrollo en América Latina

cambio de gobierno tuvo mucho que ver con el escaso éxito en el enfrenta-
miento a la desocupación, para lo cual se han venido ensayando, en Francia y
en otras partes, una gama muy amplia de medidas. En los países más avan-
zados de Europa ha tomado cuerpo el llamado “desempleo estructural”, que
no resulta de factores circunstanciales o de los avatares de la coyuntura eco-
nómica, sino de la dinámica profunda de la evolución productiva y de la estruc-
tura social, en el marco de la cual un número importante de personas simple-
mente no encuentran lugar para trabajar. En consecuencia, si bien la
desocupación desciende cuando crece la producción, se mantiene a niveles al-
tos, al menos en la mayor parte de los países donde la existencia de seguros
de desempleo permite a ciertos contingentes de desocupados subsistir sin te-
ner que aceptar una sustancial degradación de sus condiciones de labor
En Estados Unidos, el desempleo abierto ha sido bastante menor que en
Europa Occidental, en parte debido a la razón apuntada recién, y ha dismi-
nuido sensiblemente durante la sostenida expansión económica iniciada a
comienzos de la década de 1990. Todo ello hace, en cierto sentido, más vi-
sible la evolución de las condiciones de trabajo. Vale la pena resumir un en-
foque muy sugestivo de las tendencias en la materia, elaborado a comien-
zos de la década citada (Reich, 1993: pp. 174-176).

❘❚❚ “Básicamente, están surgiendo tres amplias categorías de trabajo, que co-
rresponden a las tres diferentes posiciones competitivas en las cuales se en-
cuentran los norteamericanos. Estas mismas categorías están tomando forma
en otras naciones. Las denominaremos servicios rutinarios de producción, servi-
cios en persona y servicios simbólico-analíticos.” ❚❚❘

La primera categoría – los servicios rutinarios de producción – abarca el con-


junto de tareas más o menos repetitivas que se realizan particularmente en
la industria tradicional – trabajo manual poco calificado, supervisión y geren-
cia rutinarias, etc. – pero también en las empresas de alta tecnología, pues
buena parte del procesamiento de datos, por ejemplo, es de tipo repetitivo.
Hacia 1990, alrededor de la cuarta parte de los empleos en Estados Unidos
correspondía a esta categoría, y el total de la misma tendía a disminuir.
La segunda categoría – los servicios en persona – comprende a los servi-
cios, en general también simples y repetivos, que se proporcionan de perso-
na a persona, no requieren tampoco demasiada formación y están estrecha-
mente supervisados (vendedores minoristas, cajeros, servicios de limpieza,
en bares, de secretaría, guardias de seguridad, etc..). “En 1990, este tipo
de servicios comprendía casi el 30% de los puestos ocupados por los nor-
teamericanos y su número aumentaba a un ritmo acelerado.”
La tercera categoría – los servicios simbólico-analíticos – “incluye las acti-
vidades de los expertos en intermediación estratégica, identificación y reso-
lución de problemas”, que pueden ser ingenieros, investigadores, ejecutivos,
abogados, consultores, publicistas, arquitectos, editores y escritores, gente
de la prensa y de las artes, etc. Cubrirían no más del 20% de los puestos la-
borales en Estados Unidos.
Las tres categorías incluyen más del 75% de los puestos laborales en
ese país; alrededor del 5% trabaja en el sector primario (agricultura y mine-
ría), y la mayor parte de los restantes son empleados públicos.

191
Universidad Virtual de Quilmes

Grosso modo, la tercera categoría descrita cuenta con ingresos al alza, lo


que amplía la brecha que la separa de las dos primeras, cuya condición es-
tá signada por la precariedad del empleo.
Comparemos este análisis de Reich, acerca de la evolución de la ocupa-
ción en Estados Unidos, con las conclusiones a las que llega Castells, a par-
tir de su estudio, ampliamente glosado en la sección (V.2.a), de lo que ha
acontecido en los países de más avanzada industrialización.

“Nuestra observación empírica de la evolución del empleo en los países del G-7
muestra algunos rasgos comunes fundamentales que parecen ser característicos
de las sociedades informacionales:
• desaparición progresiva del empleo agrícola;
• descenso constante del empleo industrial tradicional;
• incremento tanto de los servicios de producción como de los sociales, sobre
todo de los servicios a las empresas en la primera categoría y los de salud en
la segunda;
• creciente diversificación de las actividades de servicios como fuentes de pues-
tos de trabajo;
• rápido incremento de los puestos ejecutivos, profesionales y técnicos;
• estabilidad relativa de una cuota de empleo considerable en el comercio mi-
norista;
• incremento simultáneo de los niveles más elevados y bajos de la estructura
ocupacional;
• aumento relativo del nivel de la estructura ocupacional a lo largo del tiempo, ya
que el crecimiento de la cuota asignada a las ocupaciones que requieren mayor
preparación y educación superior es en proporción más elevado que el obser-
vado en las categorías del nivel inferior.” (Castells, 2000: 283-4)

Los enfoques considerados son diferentes y, en particular, se refieren a dis-


tintas clasificaciones de las ocupaciones, pero aportan elementos comple-
mentarios. Tomados en conjunto, dibujan un panorama bastante nítido de la
estructura ocupacional en los países centrales a fines del siglo XX.
Dice Castells (2000: 337, itálicas en el original): “El modelo prevalecien-
te de trabajo en la nueva economía basada en la información es de una ma-
no de obra nuclear, formada por profesionales que se basan en la informa-
ción y a quienes Reich denomina ‘analistas simbólicos’, y una mano de obra
desechable que puede ser automatizada / despedida / externalizada según
la demanda del mercado y los costes laborales.”
Para calibrar la afirmación precedente y, más en general, para avanzar en
el análisis de las principales tendencias que van configurando las perspecti-
vas de la ocupación a comienzos del siglo XXI, es necesario considerar, de
manera un poco más pausada que antes, el impacto de las TICs en el mun-
do laboral. Para ello nos referimos a la sección que Castells (2000: 295-
306) dedica a “el proceso de trabajo en el paradigma informacional”. La si-
guiente cita, en la cual el subrayado es de nuestra responsabilidad, define
ajustadamente – y de manera por cierto convergente con el enfoque de
Reich – lo que nos parece la tendencia central al presente en lo que hace a
las interacciones entre tecnología y trabajo.

192
Problemas del Desarrollo en América Latina

“La amplia difusión de las tecnologías de la información ha ocasionado efectos bas-


tante similares en fábricas, oficinas y organizaciones de servicios. Estos efectos no
son, como se había previsto, el cambio hacia el trabajo indirecto a expensas del di-
recto, que se automatizaría. Por el contrario, el papel del trabajo directo ha aumen-
tado porque la tecnología de la información ha otorgado poder al trabajador direc-
to de los talleres (ya sea en el proceso de comprobación de chips o de suscripción
de pólizas de seguros). Lo que tiende a desaparecer mediante la automatiza-
ción son las tareas repetitivas de rutina, que pueden precodificarse y pro-
gramarse para su ejecución por máquinas. Es la cadena de montaje taylorista la
que se convierte en una reliquia histórica (aunque sigue siendo la dura realidad
para millones de trabajadores del mundo industrializado). No debe resultar sor-
prendente que las tecnologías de la información hagan precisamente eso: reem-
plazar el trabajo que puede codificarse en una secuencia programable y
realzar el trabajo que requiere análisis, decisión y capacidad de reprogra-
mación en tiempo real, en un grado que sólo el cerebro humano puede do-
minar. Todo el resto de las actividades, dada la velocidad extraordinaria de pro-
greso en la tecnología de la información y su descenso constante de precio por
unidad de información, son potencialmente susceptibles de automatización y, por
lo tanto, el trabajo que impliquen es prescindible (aunque los trabajadores como
tales no lo sean, dependiendo de su organización social y capacidad política).”
(Castells, 2000: 297)

Parece indiscutible la centralidad de la tendencia al debilitamiento acelerado


del poder de negociación de los trabajadores que desempeñan tareas ruti-
narias, repetitivas y fragmentables o parcelables, en el sentido taylorista, se
trate del taller, la oficina o el comercio. Esas tareas pueden ser realizadas,
de forma cada vez más amplia y barata, por máquinas. Lo que efectivamen-
te suceda dependerá, en cada situación concreta, de una constelación de
factores que no son sólo técnicos.
La diversidad de trayectorias sociales que puede seguir el cambio técni-
co volvió a quedar en evidencia durante el proceso de automatización de la
década de 1980, cuestión a la que ya nos hemos referido y de la cual la
perspectiva del tiempo transcurrido permite ratificar conclusiones relativa-
mente sólidas. El enfoque que glosamos en estos parágrafos ratifica lo con-
signado antes y en algunos aspectos lo profundiza.

❘❚❚ “El contexto social, y en particular la relación existente entre capital y traba-
jo según las decisiones específicas de la dirección de las firmas, afecta de for-
ma drástica la forma real del proceso laboral y las consecuencias del cambio
para los trabajadores. Ello fue particularmente cierto durante la década de
1980, cuando la aceleración del cambio tecnológico fue a la par del proceso de
reestructuración capitalista […. Así un estudio] sobre el impacto de la introduc-
ción de robots en la industria automovilística de Japón, Estados Unidos, Francia
e Italia, mostró de forma sustancial los efectos diferentes de una tecnología si-
milar en la misma industria: en los Estados Unidos e Italia, los trabajadores
fueron desplazados debido a que la meta principal de introducir nueva tecnolo-
gía era reducir los costos laborales; en Francia, la pérdida de puestos de traba-
jo fue menor que en esos dos países debido a las políticas gubernamentales

193
Universidad Virtual de Quilmes

para amortizar los impactos sociales de la modernización; y en Japón, donde


se obligaba a las compañías a mantener el empleo vitalicio, éste aumentó y se
disparó la productividad como resultado de la formación y de un trabajo en
equipo más intenso, que aumentaron la competitividad de las firmas y consi-
guieron cuotas de mercado antes estadounidenses.”
“Los estudios realizados sobre la interacción del cambio tecnológico y la rees-
tructuración capitalista de la década de 1980 también mostraron que, con mu-
cha frecuencia, se introdujeron las tecnologías, en primer lugar, para ahorrar tra-
bajo, para someter a los sindicatos y para recortar costes, más que para
mejorar la calidad o aumentar la productividad por otros medios que no fueran
la reducción de tamaño.” (Castells, 2000: 304) ❚❚❘

La tendencia fundamental destacada – la creciente prescindibilidad de los


trabajadores que realizan tareas “taylorizables” – abre posibilidades a estra-
tegias empresariales muy distintas. En algunos casos se ha resuelto llevar
hasta el final, en cierto sentido, el proyecto taylorista, sustituyendo masiva-
mente trabajadores no calificados por máquinas, para de esa manera liqui-
dar las bases objetivas que el fordismo ofreció a la organización de podero-
sos sindicatos industriales. Pero – como surge del enfoque de Leborgne y
Lipietz sobre las evoluciones posibles de la evolución fabril, discutido en el
apartado anterior, y como lo confirma la cita precedente – esa no es necesa-
riamente la mejor estrategia para incrementar la competitividad; este objeti-
vo también ha sido perseguido buscando calificar e involucrar más a los tra-
bajadores, utilizando el avance técnico para aprovechar mejor sus
capacidades antes que para simplemente sustituirlos. Esa es, de manera
muy esquemática, una segunda posibilidad que abre la tendencia que veni-
mos comentando. Una tercera – bien ejemplificada en los países del “cen-
tro” pero mucho más en los de la periferia – apunta a la degradación de las
remuneraciones y de las condiciones de trabajo en general, que el desem-
pleo tecnológico real o potencial permite efectivizar.
En cualquier caso, la tendencia en cuestión ahonda la divisoria entre las
posiciones ocupacionales, en la terminología de Reich, de los analistas sim-
bólicos y de los servicios rutinarios de producción. Semejante polarización
no es una consecuencia ineluctable de lo que pasa a nivel tecnológico, pero
resulta difícil negar que esto último ha debilitado considerablemente la si-
tuación de quienes desempeñan tareas de tipo rutinario, repetitivo y frag-
mentable.
En la conclusión de la sección arriba mencionada, Castells se refiere a
esa divisoria, o “bifurcación”, destacando facetas centrales de la misma, co-
mo sus conexiones con la educación y sus raíces en una transformación tec-
nológica que quizás de lugar a una mutación muy grande de lo que se ha en-
tendido durante mucho tiempo por desempeño laboral.

“[…] la nueva tecnología de la información está redefiniendo los procesos labora-


les y a los trabajadores y, por lo tanto, el empleo y la estructura ocupacional.
Mientras está mejorando la preparación para una cantidad considerable de pues-
tos de trabajo y a veces los salarios y las condiciones laborales en los sectores
más dinámicos, otra cantidad está desapareciendo por la automatización tanto en
la fabricación como en los servicios. Por lo general, suelen ser puestos que no

194
Problemas del Desarrollo en América Latina

tienen la cualificación suficiente para escapar a la automatización, pero que son


lo bastante caros como para merecer la inversión en la tecnología necesaria para
reemplazarlos. El aumento de preparación educativa, ya sea general o especiali-
zada, requerida en los puestos recualificados de la estructura ocupacional segre-
ga aún más a la mano de obra en virtud de la educación, en sí misma un sistema
muy segregado porque institucionalmente se corresponde en cierto modo con
una estructura residencial segregada. El trabajo degradado, sobre todo en los
puestos de picado de datos para una nueva generación de trabajadores compues-
ta por mujeres, minorías étnicas, inmigrantes y jóvenes, se concentra en activida-
des poco cualificadas y mal remuneradas, así como el trabajo temporal o los ser-
vicios diversos. La bifurcación resultante de las pautas de trabajo y su
polarización no es el desenlace necesario del progreso tecnológico o de tenden-
cias evolutivas inexorables (por ejemplo, el ascenso de la ‘sociedad postindus-
trial’ o la ‘economía de servicios’). Está determinada por la sociedad y diseñada
por los gestores, en el proceso de reestructuración capitalista que tiene lugar en
el nivel inferior, dentro de la estructura y con la ayuda del proceso de cambio
tecnológico, origen del paradigma informacional. En tales condiciones, el trabajo,
el empleo y las ocupaciones se transforman, y las propias nociones de trabajo y
jornada laboral quizá cambien para siempre.” (Castells, 2000: 306)

Los argumentos presentados a lo largo de este apartado apuntan pues a


prever que la estructura ocupacional seguirá transformándose en profundi-
dad, en un proceso en el cual se destacan ciertas tendencias a la polariza-
ción y a la degradación de la situación laboral de gran cantidad de gente. Es-
to último incluye, por supuesto, las dificultades muy grandes que tienen
muchísimas personas para encontrar empleo, particularmente los adultos
desempleados tras largos años de desempeño en algún “servicio rutinario
de producción” o actividades de tipo “taylorizable” en general, así como los
jóvenes, sobre todo si su nivel educativo es bajo. Una de las manifestacio-
nes del fenómeno es la alta proporción que ha alcanzado lo que puede de-
nominarse como “desempleo estructural”.
Ahora bien, las tendencias registradas no necesariamente apuntan a algo
así como la desaparición del trabajo asalariado en tanto consecuencia direc-
ta del cambio tecnológico. Las perspectivas de futuro son variadas, pero no
cabe sostener que en las décadas finales del siglo XX, todas las economías
de los países “centrales” hayan evidenciado un incremento unilateral y ma-
sivo del desempleo abierto. Castells (2000: 307-9) cita datos según los
cuales “las economías industriales más avanzadas en cuanto a tecnología,
Japón y Estados Unidos, son precisamente las que han creado más puestos
de trabajo durante los años ochenta y noventa”, mientras que “el empleo
empezó a crecer en Europa en 1997-1999, momento en el que los países
europeos intensificaron la difusión de las tecnologías de la información en
sus empresas, al tiempo que reformaban aquellos aspectos del mercado de
trabajo que frenaban la creación de empleo. En octubre de 1999, por prime-
ra vez en la década, la tasa de paro de la Unión Europea en su conjunto ca-
yó por debajo del 10%.”
Recordemos que el análisis se refiere a los países donde se está esceni-
ficando la revolución tecnológica; cabe suponer que, en el resto, el panora-
ma será muy variado pero, en su conjunto, bastante distinto. En particular,
es altamente probable que la transformación técnico-productiva en curso su-
ponga destrucción de empleo e incremento del desempleo, abierto o encu-

195
Universidad Virtual de Quilmes

bierto, sobre todo en los países donde esa transformación tenga impactos
primordialmente indirectos, siendo sus manifestaciones locales más débiles
e inducidas esencialmente desde afuera, con escasa incidencia de las diná-
micas endógenas. A esta cuestión volveremos al referirnos al panorama
ocupacional de la periferia.
Ensayemos antes una síntesis, necesariamente muy precaria, de los
cambios recientes en el mundo del trabajo allí donde más rápido está sien-
do el cambio técnico. Lo que sugieren tanto la reflexión teórica más afinada
que conocemos como el análisis de los datos disponible es una mutación
profunda de las condiciones ocupacionales, que incluye: (i) la desaparición
de gran número de puestos de trabajo, sobre todo de tipo rutinario y repeti-
tivo; (ii) la aparición de otros muchos, aunque no necesariamente tantos co-
mo los suprimidos ni ocupados, en general, por quienes perdieron sus colo-
caciones, en particular porque gran parte de los nuevas oportunidades exige
calificaciones comparativamente más altas; (iii) una importante “bifurca-
ción” o polarización en las condiciones de trabajo, en gran parte ligada al ni-
vel de preparación requerido, que separa en particular a los “analistas sim-
bólicos” de quienes realizan tareas rutinarias y poco calificadas, sean o no
automatizables; (iv) una tendencia a la degradación de la situación ocupa-
cional de las muchas personas que sólo pueden aspirar a realizar este últi-
mo tipo de actividades, lo que se manifiesta de maneras muy variadas, de-
sempleo abierto, empleo informal y precario, alargamiento de la jornada
laboral, privación de derechos, etc.
Para discutir otra tendencia mayor, recordemos que, según lo consignado
en el apartado anterior, a fines de la década de 1980, Leborgne y Lipiets
consideraban que las tres principales alternativas, en materia de evolución
de la ocupación, podían caracterizarse como: a) crecimiento de la polariza-
ción en las relaciones de trabajo y de la descalificación de la mano de obra;
b) involucramiento negociado individualmente; c) involucramiento negociado
colectivamente. Los argumentos que hemos venido presentando esbozan
una evaluación de esas alternativas. Respecto de (a), cabe decir que la ten-
dencia a la polarización luce muy real, pero lo que parece registrarse no es
un retroceso generalizado de la calificación de los trabajadores, sino una ex-
presión relevante de esa misma polarización, según la cual un conjunto
grande de tareas exige escaso o nulo avance en materia de formación mien-
tras que crece notoriamente otro conjunto de tareas que requieren niveles
educativos comparativamente muy superiores. Respecto de las otras dos
posibilidades consideradas, que se refieren al tipo de involucramiento de los
trabajadores, abunda la evidencia del debilitamiento de la alternativa (c), la
de la negociación colectiva. Asociada a la difusión de los llamados modelos
laborales flexibles, es la alternativa (b), en tanto relacionamiento individuali-
zado con la actividad laboral, la que parece afirmarse.

❘❚❚ “La reestructuración de las empresas y organizaciones, permitida por la tec-


nología de la información y estimulada por la competencia global, está llevando
a una transformación fundamental del trabajo: la individualización del trabajador
en el proceso de trabajo. Estamos siendo testigos de la inversión de la tenden-
cia histórica hacia la salarización del trabajo y la socialización de la producción,
que fueron los rasgos dominantes de la era industrial. La nueva organización
social y económica basada en las tecnologías de la información pretende des-

196
Problemas del Desarrollo en América Latina

centralizar la gestión, individualizar el trabajo, personalizar los mercados y, por


lo tanto, segmentar el trabajo y fragmentar las sociedades. Las nuevas tecnolo-
gías de la información permiten, al mismo tiempo, la descentralización de las
tareas laborales y su coordinación en una red interactiva de comunicación en
tiempo real, ya sea entre continentes o entre pisos del mismo edificio. El surgi-
miento de los métodos de producción escueta va a la par de las extendidas
prácticas comerciales de subcontratación, outsourcing, ubicación en el exterior,
consultoría, reducción de tamaño y personalización.” (Castells, 2000: 322, itá-
licas en el original) ❚❚❘

Constituye un tema apasionante, que sólo podemos mencionar, el análisis


de las conexiones entre esta “individualización del trabajador en el proceso
del trabajo” – posibilitada por las TICs, promovida por la ampliación de la
competencia económica y hecha realidad a través de las nuevas estrategias
empresariales – con el tipo de valores predominante en la posmodernidad.
Los modelos laborales emergentes se destacan por la variabilidad de la
jornada laboral, la falta de estabilidad tanto en el empleo como en las ta-
reas que se realizan, y la diversidad de las relaciones entre empleados y
empleadores. Se afirma que “la forma tradicional de trabajo, basada en un
empleo a tiempo completo, tareas ocupacionales bien definidas y un modelo
de carrera profesional a lo largo del ciclo vital, se está erosionando de mane-
ra lenta pero segura.” (Castells, 2000: 332, itálicas en el original)
Diez o quince años atrás, se discutía, como vimos, acerca del “modelo
sueco” o el “modelo japonés”. Ambos se han visto fuertemente cuestiona-
dos, en términos temporales primero el sueco, según lo destacamos antes.
Más recientemente, la vigencia del modelo japonés ha sido puesta en duda,
lo que constituye sin duda un tema mayor.
Un hecho de por sí muy llamativo es que “en 1999 el MITI publicó un in-
forme en el que aconsejaba a las compañías, por primera vez, que se recon-
virtieran hacia el empleo no vitalicio para la mayoría de sus trabajadores.”
Castells (2000: 336-7) lo consigna y luego afirma:

❘❚❚ “[…] parece que Japón ha venido practicando durante cierto tiempo la lógica
de mercado de trabajo dual que se está extendiendo por las economías occi-
dentales. Al hacerlo, ha combinado los beneficios del compromiso de una ma-
no de obra nuclear con la flexibilidad de un mercado de trabajo periférico. La
primera ha sido esencial porque ha garantizado la paz social mediante la coo-
peración entre la dirección y los sindicatos de las empresas, y porque ha au-
mentado la productividad mediante la acumulación de conocimiento en la firma
y la rápida asimilación de las nuevas tecnologías. Esto último ha permitido una
rápida reacción a los cambios de la demanda laboral, así como a las presiones
competitivas de la fabricación fuera del país durante los años ochenta. En los
noventa, las cifras de la inmigración extranjera y los jornaleros comenzaron a
subir, introduciendo una selección y flexibilidad adicionales en los segmentos
menos cualificados de la mano de obra. En conjunto, parece que las compa-
ñías japonesas fueron capaces de afrontar las presiones competitivas median-
te la recualificación de su mano de obra nuclear y la adición de tecnología,
mientras multiplicaban su mano de obra flexible, tanto en Japón como en sus
redes de producción globalizadas. Sin embargo, como esta práctica laboral se

197
Universidad Virtual de Quilmes

basa en esencia en la subordinación de las mujeres japonesas educadas, que


no durará para siempre, propongo la hipótesis de que es sólo cuestión de tiem-
po que la flexibilidad oculta del mercado laboral japonés se difunda al núcleo
de la mano de obra, poniendo en tela de juicio el que ha sido el sistema de re-
laciones laborales más estable y productivo de finales de la era industrial.” ❚❚❘

A fines de la década de 1980, un análisis de Kaplinsky, glosado antes, seña-


laba que dos de las rutas mayores hacia el “post-fordismo” podían ser de-
signadas como la vía sueca y la vía japonesa. Diez años después, la prime-
ra se había desdibujado en grado significativo y la segunda parecía menos
capaz de constituir una alternativa en vías de expansión.
En los últimos tiempos, se ha hablado bastante del “modelo holandés”,
presentándolo como una manera de adoptar la flexibilidad laboral que conju-
garía bastante bien el crecimiento económico y la protección social; parece
comparable a un “modelo escandinavo”, en tanto versión de alcance bastan-
te más limitado que el atribuido ayer a menudo a la “vía sueca”.

“En el contexto europeo, una aproximación interesante para detectar los nuevos
modelos laborales emergentes es el denominado ‘modelo holandés’, que tuvo un
enorme éxito en la creación de empleo y el crecimiento económico sin pérdida de
protección social durante los años noventa. Enfrentados a un desempleo creciente
en los ochenta, el gobierno, las empresas y los trabajadores holandeses alcanzaron
una serie de acuerdos para reestructurar el mercado laboral. En el marco de estos
acuerdos, los sindicatos accedieron a moderar los aumentos salariales a cambio de
la preservación de empleos del núcleo de la industria. Pero además de este acuer-
do (que ya es habitual en las negociaciones entre sindicatos y patronal en todos los
países), los sindicatos holandeses también accedieron a la ampliación, en la perife-
ria de la mano de obra, de nuevas formas flexibles de empleo, principalmente tra-
bajo a tiempo parcial y contratos eventuales. El gobierno también creó programas
para estimular la iniciativa de las pequeñas empresas. Sin embargo, el elemento
clave de este modelo es que, a diferencia de los Estados Unidos, los trabajadores a
tiempo parcial y eventuales reciben la plena cobertura del sistema sanitario nacio-
nal y de los planes de pensiones de incapacidad, desempleo y jubilación. Y las
mujeres, principales receptoras de los nuevos empleos a tiempo parcial, disfruta-
ban de subsidios para el cuidado de sus hijos. Como resultado de esta estrategia, la
tasa de desempleo de los Países Bajos, en un momento de intensa innovación tec-
nológica, bajó de un promedio del 9% en los ochenta a un 3% a finales de 1999.
Desde el punto de vista macroeconómico, los Países Bajos disfrutaron en los años
noventa de un aumento de la inversión privada, crecimiento económico y del em-
pleo y un crecimiento salarial moderado pero positivo. Este modelo de flexibiliza-
ción negociada de los mercados laborales y de las condiciones de trabajo, junto
con una definición de la responsabilidad institucional y fiscal de los sistemas de
bienestar social, parece estar también en la base de la experiencia de crecimiento
económico equilibrado y bajo desempleo de Suecia, Dinamarca y Noruega.” (Cas-
tells, 2000: 330-1)

A partir de los enfoques resumidos, volvamos a mirar brevemente a la peri-


feria. La consideración específica de la situación latinoamericana nos ocu-
pará en el próximo capítulo. La heterogeneidad del “Sur” en su conjunto im-

198
Problemas del Desarrollo en América Latina

pide, seguramente, llegar a conclusiones precisas a partir de la clasificación


tripartita de Reich. Pero ello no implica que sus categorías ocupacionales
carezcan de interés para anticipar algunas tendencias incluso en la perife-
ria. En todo caso, tal categorización parece bastante más útil que la división
tradicional en sector primario, industria y servicios, que puede ubicar en la
misma categoría a quien sólo alcanza a cultivar de forma que no llamaría la
atención a un agricultor del neolítico y a un agrónomo, a una persona reduci-
da a cargar bolsas en una fábrica y a un ingeniero químico, al empleado en
servicios de seguridad y al de una empresa de elaboración de vacunas.
Cabe suponer que los empleos relativamente bien remunerados y esta-
bles en los “servicios rutinarios de producción” disminuirán rápidamente,
particularmente en la industria tradicional, sometida a dura competencia e
impulsada hacia la automatización. Las empresas multinacionales, como
parte de la globalización de sus estrategias, seguirán instalando parte de
sus circuitos productivos allí donde encuentren mano de obra más barata y
disciplinada, pero ello será probablemente muy inestable: la tecnología se-
guirá disminuyendo la importancia de ese factor de producción, las intalacio-
nes se mudan con rapidez en función de los datos cambiantes del panora-
ma global y, si mejoran las condiciones de trabajo, suelen aparecer otros
países donde se paga menos y se controla más a los trabajadores; así ha
venido sucediendo en el Asia Oriental.
El trabajo en el sector primario, agricultura ante todo, engloba a una pro-
porción de la población por lo general mucho mayor en los países periféricos
que en los del centro y, aún en los casos en que ello no es tan así, ese sec-
tor suele tener una importancia comparativamente mayor en la economía na-
cional. En relación a todo ello el cambio técnico plantea una gran incerti-
dumbre, que comenzará a develarse posiblemente en las primeras décadas
de este siglo, cuando según algunos pronósticos la biotecnología llegará a
inducir transformaciones aún mayores que las propiciadas en las últimas dé-
cadas por la microelectrónica. Se anticipa, en especial, que la ingeniería ge-
nética reducirá drásticamente la importancia relativa de la localización geo-
gráfica, de la tierra, de sus especificidades y de las del clima, e
incrementará el papel de la técnica, en lo que hace a la cantidad y calidad
de la producción agropecuaria.

❘❚❚ “Así pues, a largo plazo, la revolución biotecnológica supone potencialmente


una importante redistribución de la producción agrícola (o sustitutos) fuera del
mundo en vías de desarrollo, empeorando su posición comercial, su deuda y su
dependencia general de los países más ricos. Además, aún cuando los países
en vías de desarrollo superaran todos los obstáculos (falta de laboratorios,
científicos, sistemas de suministros, información patentada) y fueran capaces
de desarrollar una producción in vitro propia, sería en detrimento de millones
de puestos de trabajo agrícolas y con el riesgo de provocar una rebelión campe-
sina.” (Kennedy, 1993: p.104) ❚❚❘

Aún si esta predicción se revelase exagerada, o al menos prematura, como


suele suceder con las predicciones en materia de impactos del cambio téc-
nico, es muy probable que tienda a decaer la cantidad y/o la calidad de la
ocupación ofrecida por “los servicios rutinarios de producción” en la agricul-

199
Universidad Virtual de Quilmes

tura. En efecto, es notorio que la expansión de la producción agropecuaria


se ha vinculado muy de cerca con la introducción de nuevas técnicas y con
la racionalización general del manejo de los recursos, lo cual va obviamente
en detrimento de gran parte de las tareas rutinarias y repetitivas.
En el heterogéneo conjunto de los “servicios en persona” buscan un lu-
gar proporciones crecientes de las poblaciones periféricas; sus condiciones
de trabajo suelen ser deficitarias en más de un sentido; a menudo, la dis-
tancia que separa ese tipo de ocupaciones de las de índole informal es es-
casa. A su vez estas últimas son, frecuentemente, modalidades apenas en-
cubiertas del subempleo que, junto al desempleo abierto, han afectado,
durante la década de 1990, a no menos del 40% de la población latinoame-
ricana que busca trabajar.
Las consideraciones precedentes apuntan a la escasa viabilidad de un
desarrollo industrial sostenido a largo plazo de la periferia que pretenda ba-
sarse en la baratura de la mano de obra no calificada. Esta última tendrá im-
portancia rápidamente decreciente en los rubros productivos dinámicos, y
por ende también en los costos relativos de los mismos. En cualquiera de
las alternativas que se esbozan para los tiempos “post-fordistas” – con ma-
yor o menor grado de automatización y/o de involucramiento de los trabaja-
dores, participativas o “neo-tayloristas” – el uso abundante de mano de
obra escasamente paga y pobremente calificada tiende a ser una apuesta
perdedora. Visto desde este ángulo el proceso de crecimiento industrial, pa-
rece cierto que un segundo ciclo ha concluido y que vivimos ya en un terce-
ro, signado por la irradiación del complejo electrónico, ante la cual el trabajo
repetitivo y rutinario en sus diversas formas se bate en retirada, como ayer
el trabajo manual en la manufactura ante el avance de la maquinización.

5.3. La economía de la innovación

El análisis del nuevo ciclo de cambios mayores, en la tecnología y en la or-


ganización de la producción, ha inspirado una reflexión renovada en torno de
cuáles son los principales factores del crecimiento económico, sus ritmos y
ciclos, sus interacciones con la dinámica social en general.
En las primeras páginas de La economía de la innovación industrial -libro
reputado que ya hemos glosado más de una vez- Freeman señala que no se-
ría poco razonable ver a la educación y a la I+D (Investigación y Desarrollo ex-
perimental) como los factores básicos del proceso de crecimiento, relegando
la inversión de capital al papel de un factor intermediario. En esta perspecti-
va, el proceso de inversión es tanto uno de producción y distribución de cono-
cimiento como de producción y uso de bienes de capital, los que simplemen-
te corporizan el avance de la ciencia y la tecnología (FREEMAN, 1982, p. 4).
Este enfoque parece ir más allá de las formas y apuntar a ciertos rasgos
centrales de la dinámica interna del crecimiento. No le faltan por cierto pun-
tos de apoyo en la experiencia histórica, según surge aun de una exposición
rápida, como la presentada en el primer capítulo. En esa dirección apunta
Landes, hacia el final de su obra fundamental que nos ha servido de guía:

❘❚❚ “Irónicamente, hubo una época, no hace mucho tiempo, en que pocos eco-
nomistas concedían demasiada importancia a la tecnología, la calificación labo-

200
Problemas del Desarrollo en América Latina

ral, la organización y el espíritu empresariales. Fue sólo cuando al ajustar las ci-
fras de la contabilidad nacional con distintas funciones de producción, y quedó
demostrado que los inputs tradicionales sólo podían explicar una parte del cre-
cimiento económico, que se abandonó la tradicional indiferencia ante lo que se
había visto hasta entonces como consideraciones externas. Incluso en este ca-
so, para algunos la nueva revelación se hizo difícil de aceptar, en parte por te-
mor a lo desconocido y en parte porque no es fácil tratar estos elementos con
las técnicas de análisis tradicionales, o integrarlos dentro del cuerpo de teoría
establecido. No obstante, los mejores economistas se han interesado con en-
tusiasmo por esta nueva área de investigación, intentando domesticar (uso es-
te término deliberadamente) e incorporar dentro de un marco analítico toda una
gama de factores cualitativos recalcitrantes; éstos van desde las consecuen-
cias educativas y científicas de los nuevos conocimientos, pasando por la
transmisión de este conocimiento a las aplicaciones económicas, hasta la cali-
dad de los agentes (lo que suele llamarse ‘capital humano’), de las institucio-
nes y de las decisiones empresariales que gobiernan su actuación. En el mun-
do de la posguerra, el más prominente de estos elementos ha sido el del
conocimiento -el crecimiento del saber científico y su traducción en un conjunto
impresionante de nuevos productos y técnicas-” (LANDES, 1969, p. 544). ❚❚❘

Fue precisamente durante el período posterior a la Segunda Guerra que los


países más desarrollados vivieron una expansión productiva realmente sin
precedentes que duró casi treinta años, los “treinta gloriosos” tan mencio-
nados. A comienzos de la década de 1970 se abrió de manera bastante
inesperada una crisis económica profunda, algunas de cuyas secuelas ha-
brían de revelarse persistentes, como las que se refieren a la problemática
del empleo. Paralelamente, se asistió a una nueva aceleración del cambio
técnico, proceso cuyas relaciones con la evolución de la crisis, lejos de ser
simples, son sin duda relevantes. Ambos fenómenos trajeron al primer pla-
no la reflexión sobre el conocimiento y la innovación en relación con la eco-
nomía y con las políticas. En este apartado resumimos algunas de las face-
tas de tal reflexión que parecen tener más incidencia en la cuestión del
desarrollo.

5.3.1. El crecimiento económico en la visión original de Schumpeter

El estudio económico del cambio técnico ha sido impulsado, en especial,


por varios investigadores que en la materia reconocen su deuda con el enfo-
que pionero de Joseph Schumpeter. Éste fue elaborado a lo largo de prolon-
gados estudios, y se ha llegado a distinguir en el mismo dos etapas: una pri-
mera en la cual el empresario individual desempeña el papel central en la
innovación, y otra posterior, en la que ese papel pasa a ser desempeñado
dentro de la gran empresa. En todo caso, según dicho enfoque, el surgimien-
to de las innovaciones tiene un carácter discontinuo, y aun explosivo, con
fuerza suficiente para desestabilizar el funcionamiento de la economía y exi-
gir grandes esfuerzos de adaptación a las nuevas condiciones.
Esta visión parece especialmente penetrante cuando se trata de compren-
der ciertos rasgos diferenciales de nuestro tiempo. Comentándola, Freeman
(1982, p. 210) subraya que las industrias más intensivas en I+D son las que
presentan tasas de crecimiento excepcionalmente altas en el siglo XX, antes

201
Universidad Virtual de Quilmes

del cual la mayoría -electrónica, aviación, productos farmacéuticos, instru-


mentos científicos, materiales sintéticos- simplemente no existían. Resulta
bastante obvio, agrega, que esas tasas se relacionan con un flujo especial-
mente grande de innovación tecnológica en materia de nuevos productos y
de nuevos procesos así como con el acelerado ritmo de difusión de tales in-
novaciones en el seno de la economía mundial. Las diferencias observadas
en las tasas de crecimiento de la producción y de la productividad se relacio-
nan sistemáticamente con la intensidad de I+D y con las modalidades del
cambio técnico.
Parece pues que la inspiración original de Schumpeter puede constituir
un aporte fecundo para la tarea de repensar la problemática del desarrollo a
la luz de las transformaciones tecnológicas en curso y, más en general, del
papel que juega la innovación, que ha devenido permanente sin dejar de ser
turbulenta. En esta sección nos ocuparemos pues de su temprana obra so-
bre la teoría del desarrollo, considerada clave de su pensamiento, aunque la
primera versión de la misma fue concluida en 1911, cuando el autor no te-
nía aún treinta años.
En el prólogo preparado para la edición en español de 1941, titulado
“Teoría del desenvolvimiento económico”, dice Schumpeter:

❘❚❚ “Clasificando todos los factores que pueden ser causantes de cambios en
el mundo económico, he llegado a la conclusión de que, aparte de los factores
externos, existe uno puramente económico de importancia capital, y al que yo
he dado el nombre de Innovación. He tratado de demostrar que el modo en que
aparecen las innovaciones y en que son absorbidas por el sistema económico
es suficiente para explicar las continuas revoluciones económicas que son la
característica principal de la historia económica” (SCHUMPETER, 1941). ❚❚❘

Y agrega, sintetizando una imagen dinámica, discontinua incluso, del discu-


rrir de la vida económica -poco compatible, por cierto, con los enfoques más
convencionales-:

❘❚❚ “Mis teorías pueden ser equivocadas; mis esquemas, con seguridad, no son
más que una de tantas posibilidades; pero hay dos cosas de las que estoy se-
guro: primero, que se debe tratar al capitalismo como un proceso de evolución,
y que todos sus problemas fundamentales arrancan del hecho de que es un
proceso de evolución; y, segundo, que esta evolución no consiste en los efec-
tos de los factores externos (incluso factores políticos) sobre el proceso capita-
lista, ni en los efectos de un lento crecimiento del capital, de la población, etc.,
sino en esa especie de mutación económica, me atrevo a usar un término bio-
lógico, a la que he dado el nombre de innovación” (SCHUMPETER, ed. de 1957,
pp. 9 y 12; todas las citas de esta sección corresponden a esa edición). ❚❚❘

El desarrollo, para Schumpeter, es algo muy específico: sintéticamente, con-


siste en la aparición en la producción de lo nuevo. Más en detalle:

202
Problemas del Desarrollo en América Latina

❘❚❚ “Producir significa combinar materiales y fuerzas que se hallan a nuestro al-
cance. Producir otras cosas, o las mismas por métodos distintos, significa com-
binar en forma diferente dichos materiales y fuerzas. En tanto que pueda surgir
la ‘nueva combinación’ de la anterior por el ajuste constante a pasos peque-
ños, existe indudablemente cambio, y posiblemente crecimiento, pero no pode-
mos hablar de un fenómeno nuevo, ni de desarrollo en nuestro sentido. En la
medida en que no sea éste el caso, y que las nuevas combinaciones aparezcan
en forma discontinua, podremos afirmar encontrarnos ante los fenómenos que
caracterizan al desarrollo. En consecuencia, solamente nos referiremos a este
último caso cuando hablemos de nuevas combinaciones de medios producti-
vos, por razones de conveniencia expositiva. El desarrollo, en nuestro caso, se
define por la puesta en práctica de nuevas combinaciones” (SCHUMPETER, ed. de
1957, p. 76). ❚❚❘

Se habrá notado algo que, empero, conviene subrayar: las “nuevas combina-
ciones” no se identifican necesariamente con la introducción de nuevas téc-
nicas; pueden tener lugar, por ejemplo, en la organización de la producción.
Este enfoque no lleva necesariamente a ver la tecnología como el determi-
nante o el primer motor de la vida económica, sino que abre espacios para
una concepción plurifacética del papel de la innovación, incluso en el nivel
institucional.
Es en relación con la introducción de lo nuevo que, según Schumpeter, se
define el empresario, cuya autoridad suele invocarse al usar el vocablo aun
cuando se esté manejando un concepto que no coincide con el del autor.
“Llamemos ‘empresa’ a la realización de nuevas combinaciones, y ‘empre-
sarios’ a los individuos encargados de dirigir dicha realización.” La definición
es más restringida que la usual, pero también más amplia: “empresario”
puede ser un empleado. Cualquiera sea el tipo,

❘❚❚ “[…] solamente se es empresario cuando se ‘llevan efectivamente a la prác-


tica nuevas combinaciones’, y se pierde el carácter en cuanto se ha puesto en
marcha el negocio; cuando se empieza a explotar igual que los demás explotan
el suyo. Ésta es naturalmente la regla, y es en consecuencia tan raro que una
persona conserve durante toda su vida el carácter de empresario, como lo es
para un hombre de negocios no ser empresario, ni aun siquiera un momento y
en forma modesta, durante todo el curso de su vida” (SCHUMPETER, ed. de 1957,
pp. 84 y 88). ❚❚❘

Es interesante señalar que Schumpeter resume su posición global mediante


tres pares de oposiciones:

❘❚❚ “Primero la oposición entre dos procesos reales: la corriente circular, o


la tendencia al equilibrio, de un lado, y una alteración de los canales de la
rutina económica, o de los datos económicos que resultan del propio siste-
ma, de otro. En segundo lugar la oposición entre dos aparatos teóricos: la
estática y la dinámica. En tercer lugar la oposición entre dos tipos de con-
ducta, que podemos representar, siguiendo a la realidad, por dos tipos de

203
Universidad Virtual de Quilmes

individuos: los simples gerentes y los empresarios” (SCHUMPETER, ed. de


1957, p. 92). ❘❚❚

Estas alternativas polares existen en el mundo de la práctica y tienen su va-


lidez en el de las ideas. Los “simples gerentes” administran el funcionamien-
to relativamente rutinario de la economía, la denominada “corriente circular”
con sus tendencias al equilibrio, de las que la economía neoclásica ofrece un
modelo. Por su parte, los “empresarios” fracturan los equilibrios mediante la
introducción de esas “nuevas combinaciones” que constituyen el desarrollo,
cuya comprensión demanda una teoría dinámica en un sentido muy fuerte de
la palabra: una teoría de lo que no tiene un funcionamiento de tipo periódico
sino esencialmente cambiante, pasando de una etapa a otra que no puede
ser vista como una reproducción eventualmente ampliada de la anterior.
Por cuenta nuestra podríamos todavía notar que, si el “empresario” de
Schumpeter no tiene porqué ser un empresario en el sentido corriente de la
palabra, tampoco parece necesario que sea un actor individual. Sin desme-
dro del aporte personal, es propia de nuestra época la creciente relevancia
de lo colectivo en la introducción de lo nuevo. Ejemplo ya reiteradamente
mencionado de ello lo ofrece el proceso de generación y aplicación de cono-
cimientos científicos. Cabe pues apuntar a una concepción del desarrollo
que atribuya centralidad a los actores del proceso social de innovación.
En definitiva, el gran tema de la obra que estamos reseñando es la intro-
ducción de lo nuevo, su rol fundamental en la vida material, y las trabas, so-
bre todo de índole espiritual, que a ello se oponen.

“No es sólo objetivamente más difícil realizar algo nuevo que lo habitual y lo
que ha sido probado por la experiencia, sino que el individuo siente repugnan-
cia por ello, y la sentiría aun si no existieran las dificultades objetivas. Igual
ocurre en todos los campos. La historia de las ciencias es una gran confirma-
ción de las dificultades que impone la adopción de un nuevo punto de vista
científico, o de un nuevo método. El pensamiento vuelve una y otra vez a sus
caminos trillados, a pesar de que se hayan revelado como ineptos, y aun cuan-
do la innovación adecuada no presente dificultades particulares. La propia na-
turaleza de los hábitos fijos del pensar, y su función ahorradora de energía, se
funda en el hecho de que han llegado a ser subconscientes, dan sus resultados
automáticamente y a prueba de crítica, y aun de contradicción, por parte de los
hechos individuales. Pero es precisamente a causa de esto por lo que se trans-
forman en pesadas cadenas una vez que ha pasado su utilidad. Y así ocurre
también en el mundo económico. Las fuerzas del hábito se rebelan y se enfren-
tan al proyecto en embrión de quien pretende acometer algo nuevo. Es nece-
sario, por tanto, un nuevo esfuerzo de la voluntad, para conseguir a pesar del
trabajo y las preocupaciones de la vida diaria, tiempo y alcance para la concep-
ción y aplicación de nuevas combinaciones, llegando a verlas como posibilida-
des y no como un soñar despierto. Esta libertad mental presupone un gran ex-
cedente de fuerzas sobre las demandas diarias, y es rara y peculiar por
naturaleza” (SCHUMPETER, ed. de 1957, pp. 95-96).

204
Problemas del Desarrollo en América Latina

Schumpeter sostiene con énfasis que la aplicación de un progreso cualquie-


ra es tarea esencialmente distinta de su invención, por lo cual lo que él de-
nomina “empresario” y el “inventor” son figuras muy diferentes, más allá de
que en algunos casos puedan coincidir en la misma persona. Más aún, las
innovaciones que los empresarios practican pueden no tener nada que ver
con invención alguna.
En esta visión, los motores del desarrollo deben vincularse prioritaria-
mente CON las motivaciones del empresario, de las que se destacan tres: la
ambición de poder, la voluntad de luchar y el gozo de crear. La propiedad pri-
vada resultaría esencial sólo en relación con el primer tipo de motivos. A su
vez, los rasgos inherentes a la sociedad “adquisitiva”, la necesidad de crear
fondos para la inversión. y en particular el carácter objetivo de la ganancia
hace a ésta muy difícilmente reemplazable como motor del desarrollo. A es-
ta altura, empero, Schumpeter anota un comentario sugestivo:

❘❚❚ “Sin embargo, es cierto que el segundo y tercer grupo de motivos del empre-
sario podrían ser sustituidos por alguna organización de la sociedad, que no
presupusiera la ganancia privada como resultado de la innovación económica.
La clase de estímulos con que pudieran sustituirse esos motivos de la activi-
dad del empresario, y la forma en que se conseguiría que operaran satisfacto-
riamente, así como lo hacen los capitalistas, queda fuera de nuestro tema. Los
reformadores sociales no prestan bastante atención a estos puntos y los igno-
ran totalmente los partidarios del radicalismo fiscal. Pero no son insolubles, y
pueden ser determinados por la observación detallada de la psicología de la
actividad del empresario, al menos para lugares y momentos dados” (SCHUMPE-
TER, ed. de 1957, pp. 102-103). ❚❚❘

La cuestión no puede ser marginada de los debates orientados a la renova-


ción de los proyectos para el desarrollo, pues los estímulos a la innovación
constituyen probablemente el mayor problema a encarar en ese campo. En
efecto, en términos sumarios y a cuenta de mayor cantidad, notemos que la
esterilidad de las estrategias “tercermundistas” para el desarrollo, tan en
boga hace un cuarto de siglo, y más aún el estrepitoso derrumbe del mode-
lo soviético, pueden ser vistos desde un cierto ángulo como el resultado de
su impotencia para fomentar la innovación. Hasta podría aventurarse que
las dificultades que en los últimos años llegaron a poner en entredicho al
tan exitoso “modelo sueco” tienen muchísimo que ver con esta cuestión. A
la inversa, los impulsos a la innovación de corte típicamente “capitalista” no
sólo parecen dar dividendos colectivos escasos en la periferia y agravar los
problemas sociales, incluso en los países centrales, sino que además susci-
tan serios riesgos de naturaleza ambiental. Los motores subjetivos del de-
sarrollo están en entredicho.
Hacen falta nuevas formas de estimular el surgimiento de lo nuevo: qui-
zás la expresión no sea un mal resumen de un problema central al comen-
zar el siglo XXI.

205
Universidad Virtual de Quilmes

5.3.2. Innovación y evolución del sistema productivo

Para analizar la gran mutación técnico-productiva de nuestra época, convie-


ne discutir con cierta perspectiva las formas de la innovación y sus relacio-
Esta sección se basa
nes con la evolución del sistema productivo.
especialmente en el
capítulo 4 de Freeman (1992)”. En el presente, la trascendencia de las grandes innovaciones tecnológi-
cas no requiere ya ser destacada. Pero la transformación de la producción
está lejos de reducirse a una serie de saltos de esa índole.
Las “innovaciones incrementales” tienen lugar durante todo el ciclo de vi-
da de un producto. Son necesarias para posibilitar la real utilización de las
innovaciones radicales, lo cual suele exigir el rediseño de productos y proce-
sos a partir de las experiencias de usuarios y productores. Mejoras incre-
mentales también surgen cuando se llega a la etapa de difusión rápida, a
partir de la cual la combinación del “aprender haciendo”, el “aprender usan-
do” y las economías de escala pueden generar importantes aumentos de
productividad, incluso durante largo tiempo. Esos frutos del aprendizaje no
se reducen, por cierto, al cambio técnico en sentido restringido, sino que in-
volucran otras dos dimensiones fundamentales de la innovación, que se vin-
culan con la organización y con la formación.
El análisis del proceso de cambio técnico lleva a distinguir entre inven-
ción, innovación propiamente dicha y difusión.
En los laboratorios y gabinetes de estudio se descubren nuevas propie-
dades de la naturaleza y se construyen dispositivos nuevos para incidir en
la realidad. Se constituye así un reservorio potencial para la labor innovati-
va. Esta última, en el contexto en el cual la consideramos aquí, consiste en
la introducción de lo nuevo en el nivel de la actividad económica: se trata
de forjar combinaciones nuevas, de elementos técnicos y/o de otra índole,
conocidos o no; ésta es la tarea específica del empresario según Schumpe-
ter. Un invento puede o no inducir una innovación, pero nunca lo es de por
sí. Por su parte, una innovación puede o no incluir la aplicación de un inven-
to, pero nunca se reduce a ello. Y, a su vez, una innovación no supone una
difusión automática: muy diversos factores pueden acelerar o retrasar lo
que en cualquier caso es una actividad específica, tanto como la invención
y la innovación.
Ahora bien, si conviene no confundir los procesos mencionados, tampo-
co cabe suponer que se trata de actividades relativamente independientes.
En particular, el proceso de difusión es también un proceso de generación
de novedad, y por cierto uno de los más interesantes, pues lo nuevo resul-
ta de la interacción de muy variados actores sociales. El descubrimiento de
la importancia que ello tiene signa la reflexión contemporánea sobre el
cambio técnico. Lo simboliza el auge de expresiones como “aprender a par-
tir del uso”, “aprender haciendo”, y de una más general: “aprender interac-
tuando”.
En esta época de tantos inventos que causan sensación, corresponde
subrayar el papel fundamental que sigue teniendo la corriente permanente
de mejoras incrementales y descubrimientos poco destacados. Pero, a cier-
ta altura, las mejoras incrementales resultan insuficientes para superar de-
terminados límites técnicos y económicos, por lo cual nuevos avances en la
productividad requieren innovaciones radicales. Éstas pueden generar ra-
mas productivas enteramente nuevas; ocasionan cambios estructurales en
la economía; constituyen así una causa mayor del dinamismo económico.

206
Problemas del Desarrollo en América Latina

Ahora bien, la historia subraya la interdependencia entre diversos cam-


bios radicales e incrementales, lo cual lleva a hablar de “redes” o “siste-
mas” de innovación. Ejemplos elocuentes son la evolución de la electrici-
dad, los ferrocarriles o las telecomunicaciones. En contextos semejantes,
un cambio sustancial genera “desequilibrios” o cuellos de botella que pue-
den a su vez inducir otras transformaciones. En particular, el éxito de una in-
novación sustancial depende de que tengan lugar otras modificaciones, por
ejemplo, en relación con los materiales disponibles, los instrumentos y má-
quinas, la formación de las personas involucradas. Ello, a su vez, suele re-
querir nuevas inversiones. En suma, los grandes avances en la capacidad de
producción tienen un carácter sistémico. No es pues de extrañar que el
aprovechamiento efectivo de las potencialidades contenidas en ciertas inno-
vaciones mayores requiera a menudo más tiempo del inicialmente supuesto.
Así, los mayores incrementos de productividad asociados con una gran
innovación no suelen tener lugar en su fase de introducción, sino posterior-
mente, cuando se ha ampliado la escala de producción, asegurado el sumi-
nistro de los nuevos materiales e instrumentos requeridos y difundido los
nuevos conocimientos que se precisan. La potencialidad de una gran innova-
ción técnica suele hacerse realidad sólo cuando se ve acompañada por
otras, en materia productiva, pero también y fundamentalmente en los ámbi-
tos de la organización, la gestión y la formación. Cabe decir que los grandes
cambios se concretan sólo como resultado de una “constelación” de nume-
rosas innovaciones interconectadas pero distintas y que tienen lugar en ám-
bitos variados.
Precisemos un poco más ciertas nociones útiles para captar las facetas
del cambio técnico-productivo en una cierta perspectiva histórica sumaria.
Freeman propone clasificar las innovaciones en los siguientes tipos:

a) innovaciones incrementales, que tienen lugar prácticamente a diario, sin


efectos dramáticos, pero cuyo efecto acumulado sobre el incremento de
productividad es muy grande;
b) innovaciones radicales, como el ferrocarril o los reactores nucleares;
c) cambios de “sistema tecnológico”, basados en una combinación de inno-
vaciones incrementales y radicales, técnicas y organizacionales, que tie-
nen amplio impacto en la economía, como la “constelación” de innovacio-
nes en los materiales sintéticos que tuvo lugar entre las décadas de
1930 y 1950;
d) cambios de “paradigma tecno-económico” o “revoluciones tecnológicas”.

A partir de la Revolución Industrial se distinguirían cinco paradigmas tecno-


económicos, cada uno de los cuales incluye una “mejor práctica” y aprove-
cha algún insumo particularmente barato. Intentaremos presentar de mane-
ra casi telegráfica el esquema de Freeman.

1) 1770-1780 a 1830-1840: período de la (Primera) Revolución Industrial y,


luego, de los llamados “tiempos duros”; introducción de la mecanización;
centralidad de los textiles y de la industria del hierro; organización fabril
de las ramas productivas fundamentales; competencia entre empresa-
rios individuales y pequeñas empresas (de menos de 100 empleados).
2) 1830-1840 a 1880-1890: prosperidad victoriana y más tarde la “gran de-
presión”; difusión del uso de las máquinas a vapor y del ferrocarril; cen-

207
Universidad Virtual de Quilmes

tralidad de su producción y del carbón; nuevo sistema de transporte; apo-


geo de la competencia entre empresas pequeñas, y aparición de empre-
sas que emplean miles de empleados.
3) 1880-1890 a 1930-1940: la llamada “Segunda Revolución Industrial”, la
“belle époque” y la nueva “gran depresión”; difusión de la electricidad y
de la ingeniería pesada; centralidad de las máquinas eléctricas, el acero
y la química, colorantes en particular; estandarización; monopolios, oligo-
polios e intervención estatal en la economía.
4) 1930-1940 a 1980-1990: la época de oro del crecimiento y del pleno em-
pleo keynesiano, seguida por la crisis; difusión de la producción en masa
de tipo fordista; centralidad de las industrias de automotores, aviones,
armamentos motorizados, bienes de consumo durables, materiales sinté-
ticos, etc. y de la energía, del petróleo especialmente; producción en se-
rie, a partir de la línea de montaje, la plena estandarización, las econo-
mías de escala y la energía barata; competencia oligopolística y auge de
las corporaciones transnacionales.
5) Iniciado en 1980-1990, sería el paradigma de las Tecnologías de la Infor-
mación y Comunicación (TICs); se caracterizaría por: la difusión de los dis-
positivos asociados con esas tecnologías; la centralidad de la microelec-
trónica; la producción flexible, las economías de alcance (scope
economies) y la integración del diseño, la producción y el mercadeo; las
redes de colaboración entre empresas grandes y pequeñas (FREEMAN,
1987, pp. 61 y ss.).

A esta última etapa se ha hecho referencia en el apartado 1 de esta uni-


dad, desde el ángulo de los cambios técnicos, y en el apartado 2, desde el
punto de vista de la organización del trabajo; la noción de paradigma técni-
co-económico ofrece una interpretación integrada del proceso, que reseña-
mos en la próxima sección. De esa noción, elaborada en particular por Free-
man y Carlota Pérez, se ha afirmado:

❘❚❚ “Un concepto clave es el de ‘paradigma técnico-económico’, definido como


el conjunto de tecnologías ubicuas y principios organizativos genéricos que con-
forman y condicionan las oportunidades en cada período. Dado que cada revo-
lución tecnológica conduce a un cambio de paradigma, es vital comprender sus
principales características, pues su aplicación puede rejuvenecer la mayoría de
las tecnologías establecidas y experimentadas y servir de criterio para diseñar
instituciones adecuadas y políticas eficaces” (PÉREZ, 2000, p. 2). ❚❚❘

5.3.3. El paradigma técnico-económico de las TICS

En el enfoque que estamos sintetizando, cada cambio de un paradigma a


otro tendría entre sus causas la aparición de innovaciones, no sólo en ma-
teria de productos y de procesos sino también en el plano de la organiza-
ción de la producción y en las instituciones. Las depresiones podrían ser
vistas como inadecuaciones entre paradigmas emergentes y marcos insti-
tucionales preexistentes, mientras que los períodos de auge - los booms -
indicarían la adecuación entre el paradigma dominante y el “clima socio-ins-
titucional”.

208
Problemas del Desarrollo en América Latina

“Cada revolución tecnológica aporta tecnologías genéricamente ubicuas y


nuevas prácticas organizativas que dan lugar a un aumento significativo del
potencial de productividad de la mayoría de las actividades existentes.” (Pé-
rez, 2000: p. 16) Esto último no tiene lugar inmediatamente sino tras un
cierto período donde se hacen sentir las inadecuaciones (o contradicciones)
entre aspectos técnicos y aspectos organizacionales.
En esta perspectiva, la crisis estructural de la década de 1980 es vista
como la transición de la economía mundial a una nueva etapa en la cual la
tecnología se basará en productos y procesos “intensivos en información”,
tal como la crisis estructural de los ‘30 habría marcado la transición a un
sistema de producción en masa y en serie, “intensivos en energía”.
Los “cambios de paradigma” generan gran inestabilidad, entre otros mo-
tivos porque afectan a todas las decisiones ligadas a la inversión, y acen-
túan el desarrollo desigual, requiriendo por ende que se conforme un nuevo
contexto institucional de regulación.
Freeman y Soete (1997: 184-5) subrayan que la asimilación de una nue-
va tecnologí de gran envergadura en el sistema económico y social no insu-
me años sino décadas. Consideran que ello es más o menos inevitable,
pues la efectiva difusión de una tecnología como la de la máquina de vapor,
la energía eléctrica o la electrónica sólo se hace posible cuando se realizan
numerosos cambios de tipo educacional, social y organizativo, así como la
conjunción de innovaciones técnicas en diversos campos de aplicación y
también cambios de escala en ciertos procesos. Consideran pues que te-
nían razón quienes, allá por 1950, anticipaban las potenciales aplicaciones
de las computadoras en fábricas y oficinas, pero que a menudo se equivoca-
ron seriamente al estimar los plazos. Por ejemplo, entienden que Norbert
Wiener no tomó en cuenta lo que tardaría en construirse las ramas de bie-
nes de capital y de componentes asociadas a la computación, prestó aten-
ción insuficiente a los costos y - lo que fue quizás aún más serio - subesti-
mó el tiempo que demandaría la formación y capacitación de millones de
personas en las diversas tareas relacionadas con la nueva tecnología, des-
de el diseño hasta el mantenimiento. Tales requisitos se fueron cumpliendo
entre las décadas de 1950 y 1970; recién en la de 1980 habría cobrado
fuerza - en un contexto de crisis estructural - la transición al paradigma de
las TICs, cuya capacidad de impulsar un crecimiento de nuevo tipo se habría
evidenciado durante los años finales del siglo XX.
Castells considera que la noción de paradigma técnico-económico ayuda
a comprender las interacciones de la transformación tecnológica en curso
con la economía y la sociedad. En su visión, cinco son los rasgos que cons-
tituyen “el núcleo del paradigma de la tecnología de la información”:

1) “la información es su materia prima: son tecnologías para actuar sobre la in-
formación, no sólo información para actuar sobre la tecnología, como era el
caso de las revoluciones tecnológicas previas”;
2) “la capacidad de penetración de los efectos de las nuevas tecnologías”, que in-
ciden en todo el acontecer individual y colectivo, puesto “que la información
es una parte integral de toda actividad humana”;
3) “la lógica de interconexión”, que posibilita la configuración en red de “todo ti-
po de procesos y organizaciones mediante tecnologías de la información de
reciente disposición”;

209
Universidad Virtual de Quilmes

4) “el paradigma de la tecnología de la información se basa en la flexibilidad”,


que permite, a quienes manejan las organizaciones, realizar ciertos cambios
muy profundos en su funcionamiento sin destruirlas;
5) “la convergencia creciente de tecnologías específicas en un sistema altamente
integrado”, con lo cual “la microelectrónica, las telecomunicaciones, la optoe-
lectrónica y los ordenadores están ahora integradas en sistemas de informa-
ción.”
(Castells, 2000: 103-105, itálicas en el original).

La insistencia de Schumpeter [y de Marx] en la interdependencia entre inno-


vaciones técnicas e innovaciones organizativas se hace evidente en el caso
de la tecnología de la información. “La mayor parte de las ventajas económi-
cas y técnicas que la misma hace posibles dependen de cambios en la orga-
nización y el desempeño de la gestión. Muchas de ellas dependen de cam-
bios estructurales de largo alcance, incluyendo cambios institucionales e
innovaciones sociales en una escala más amplia.” (Freeman, 1987: p. 110)
Amplia atención ha prestado Carlota Pérez a este tema fundamental de
las relaciones entre cambios técnicos y cambios organizativos. La siguiente
cita resume bien su punto de partida:

❘❚❚ “... la microelectrónica es ampliamente reconocida como el núcleo de una


revolución tecnológica llamada a transformar el aparato productivo mundial de
manera múltiple, masiva y prolongada. Bastante menos visible es la otra cara
de la actual transición tecnológica: el cambio organizativo o, más exactamente,
el desmoronamiento del viejo sentido común gerencial y su reemplazo gradual
por un modelo distinto de máxima eficiencia productiva.” (Pérez, 1990) ❚❚❘

Por ende, el éxito competitivo tiende a vincularse con el énfasis puesto en la


transformación organizativa, que es por cierto bastante más difícil que el
cambio en el equipamiento. Ciertas tendencias profundas señalan el surgi-
miento de un “nuevo sentido común”.
En primer lugar, asistimos al decaimiento de “las estructuras pirámi-
dales jerárquicas y cerradas”, modelo organizativo centralizado y vertical,
con compartimentación de las diversas especializaciones, que predominó
durante largo tiempo en todo tipo de instituciones, generando crecientes ri-
gideces y lentitudes. Tiende a ser sustituido por un modelo de “redes pla-
nas, interactivas y abiertas”, dotadas de autonomía, en las que se reúnen
competencias diversas para un trabajo interdisciplinario en función de obje-
tivos no parcelados.

❘❚❚ “Esta forma de estructura en red es el paralelo humano de la que en siste-


mas computarizados se denomina inteligencia distribuida. En lugar de tener
un solo gran computador central dirigiéndolo todo, se da capacidad de capta-
ción y procesamiento de información a los diversos puntos de la red, dotándo-
los de condiciones para la toma de decisiones. Estos a su vez envían la infor-
mación pertinente para el seguimiento central, teniendo a menudo
posibilidades de optimización de nivel intermedio, a través de la comunicación
horizontal.”(Pérez, 1990) ❚❚❘

210
Problemas del Desarrollo en América Latina

Parelelamente, va perdiendo sus viejas ventajas la producción estandarizada


en gran escala y cobran fuerza las estructuras flexibles y adaptables a con-
diciones rápidamente cambiantes. Ello tiene que ver con la capacidad para
diversificar la producción, para impulsar una formación polivalente de los tra-
bajadores y para llevar adelante cambios tecnológicos.

❘❚❚ “La llamada organización científica del trabajo se basó en la premisa de que
la gerencia posee todo el conocimiento necesario para la organización óptima
de la producción, por lo cual, dado un buen diseño de la planta y de los pues-
tos de trabajo, acompañados de manuales bien escritos y un adecuado siste-
ma de disciplina, es posible moverse hacia un sistema de operación óptimo y
mantenerse allí. Independientemente de si esto funcionaba así en la práctica o
no el hecho es que esas han sido las ideas guía de la ingeniería industrial y la
gerencia de operaciones.” ❚❚❘

Pero, cuando el cambio se hace permanente, un sistema de producción es


eficiente si es a la vez un sistema de aprendizaje permanente y colectivo.
Ello demanda una transformación en lo que tiene que ver con la estabilidad,
la participación y el estímulo a la innovación de los trabajadores, que posi-
blemente resulte la más difícil entre las que plantea el “nuevo sentido co-
mún”, que requiere nuevas formas de cooperación, al interior de las empre-
sas, entre distintas empresas, entre ellas y sus clientes – tendiendo a
fabricar un producto como se brinda un servicio –, con el sector público.

❘❚❚ “El tan debatido rol del MITI en el desarrollo japonés puede entenderse co-
mo una forma de superar el dilema entre el control del Estado y la libre compe-
tencia: un sistema de economía de mercado orientado por un plan diseñado
con participación de todos los actores y acordado entre ellos. En el fondo esto
no es más que aplicar a nivel de todo un país el mismo principio de organiza-
ción en red con alta autonomía de cada unidad y con una orientación estratégi-
ca común que fortalece a todos los integrantes del conjunto.” (Pérez, 1990) ❚❚❘

Los criterios modernos para la eficiencia buscan combinar “lo mejor de dos
mundos”: las grandes empresas crean unidades de tareas con la agilidad, la
creatividad y la autonomía de las pequeñas empresas, y éstas forman redes
de colaboración – en investigación y desarrollo, por ejemplo – que les ofre-
cen economías de escala y les permiten conseguir “masas críticas” para
afrontar grandes desafíos.
Como ya se anotó, Carlota Pérez subraya la coherencia interna entre el
nuevo modelo de gestión y las características propias de la tecnología infor-
mática, viendo a la adopción del primero como un prerrequisito para el me-
jor aprovechamiento de la última: en Estado Unidos se originó la denomina-
da revolución microelectrónica, pero fue en Japón donde mejor se la
aprovechó para elevar la productividad.
La necesidad de cambios tanto en materia de organización como de equi-
pamiento diversifica las rutas hacia una mayor productividad. Es de notar
que si se atiende primero al cambio de equipos, los costos pueden ser mu-

211
Universidad Virtual de Quilmes

cho mayores. Pero priorizar la adopción de una estructura interactiva y parti-


cipativa puede ser una decisión mucho más difícil para los que tienen el po-
der de realizarla.
El trabajo que venimos glosando concluye así:

❘❚❚ “A la larga … la frontera de la competitividad será tecnológica; estará dada


por el uso integral y dinámico de las tecnologías genéricas y por el constante
mejoramiento de las tecnologías específicas. El dominio tecnológico, anclado
en una sólida base organizativa y en recursos humanos cada vez más califica-
dos, cada vez más creativos y nutridos de experiencia práctica, es y será la con-
dición determinante de alcanzar y mantener la competitividad. Fue la vieja men-
talidad, asociada al patrón tecnológico y gerencial hoy caduco, la que imaginó
que la microelectrónica y la automatización expulsarían a los seres humanos
del proceso productivo. Gradualmente se va comprendiendo más nítidamente
que en la sociedad de la información la clave del éxito será el factor humano.”
(Pérez, 1990) ❚❚❘

El enfoque reseñado capta varios rasgos definitorios de la gran mutación ini-


ciada en las décadas finales del siglo XX. Pero, en su compartible afán por
encontrar sustentos objetivos para los cambios deseables, puede que atri-
buya demasiado peso relativo a ciertas tendencias. Un ejemplo de esto últi-
mo lo ofrece la cita precedente. Parecería que, en la realidad de los últimos
tiempos, han coexistido una importancia mayor del “factor humano” como
clave de éxito y la expulsión de numerosos trabajadores de sus empleos, la
apertura de mejores oportunidades que las ofrecidas por el paradigma “for-
dista”, para no poca gente – por lo general de alta calificación –, con la de-
gradación de las condiciones de trabajo de muchas personas, particular-
mente en los “servicios rutinarios de producción”, según la terminología de
Reich.
Comentemos brevemente la cuestión, a partir de una idea central en la
concepción de los paradigmas técnico-económicos, según Freeman y Pérez.
Nos referimos a la que resalta las relaciones cambiantes entre tecnologías
e instituciones, viendo –según ya se anotó– a los períodos de depresión, du-
rante los cuales tiene lugar la transición de un paradigma a otro, como eta-
pas de inadecuación entre las innovaciones tecnológicas emergentes, carac-
terísticas del paradigma que surge, y el marco institucional propio del
paradigma que se agota. En esta noción, próxima a la de concepción de
Marx sobre las contradicciones entre evolución de las fuerzas productivas y
relaciones de producción, los períodos de auge de la economía aparecen
cuando las instituciones se han adecuado a las nuevas tecnologías. Ahora
bien, esto último no implica necesariamente que las condiciones de vida y
trabajo de la mayoría de la gente mejoren. En particular, para que se expan-
da la producción en las condiciones del presente, parece necesario contar
con mucha más gente calificada que antes, así como establecer relaciona-
nes de nuevo tipo en el mundo del trabajo y entre organizaciones diversas;
pero ello involucra a una fracción no demasiado grande de la población del
planeta. Además, el éxito económico sigue vinculado con la capacidad de
asegurar que un número suficiente de personas acepten realizar un conjun-
to de tareas rutinarias y/o poco agradables – desde la limpieza hasta la se-

212
Problemas del Desarrollo en América Latina

guridad –, a cambio de retribuciones bastante magras. En otras palabras, la


“adecuación” – cultural, institucional, educativa – a las nuevas tecnologías
puede ser económicamente exitosa y, a la vez, socialmente excluyente. Des-
de el punto de vista del desarrollo, éste es el núcleo de los problemas que
plantea la economía de la innovación.

5.4. Ciertos desafíos mayores

Las grandes revoluciones tecnológicas suelen tener ganadores y perdedo-


res, en términos absolutos y relativos. La cuestión del desarrollo cobró fuer-
za por la muy desigual transición a la sociedad industrial y, más precisamen-
te, porque la industrialización se concentraba en ciertas áreas
comparativamente restringidas del planeta, pero afectaba de una manera u
otra a todas las regiones, con una muy despareja distribución de beneficios
y perjuicios. Algo similar está sucediendo con la transición a la sociedad del
conocimiento. En este apartado, destacamos sumariamente algunos aspec-
tos de esa transición y los vinculamos con algunos de los mayores proble-
mas que la misma plantea.

5.4.1. Centralidad y privatización del conocimiento

En los tres apartados anteriores de esta misma unidad nos hemos referido
al ciclo de transformaciones tecnológicas y sociales a las que, desde pers-
pectivas distintas, se coincide en atribuir carácter realmente revolucionario.
Parece necesario señalar que ello va más allá incluso del impacto inmenso
de las TICs, pues involucra un nuevo salto en el papel del conocimiento cien-
tífico y tecnológico en general, así como, por consiguiente, de la universidad
y de la educación superior.
Muy esquemáticamente, en el primer ciclo de la industrialización – que
se inicia con el desencadenamiento de la Revolución Industrial - el desarro-
llo tecnológico y productivo deben muy poco a la ciencia; ésta, en cambio,
llega a desempeñar un papel mucho más importante en un segundo ciclo de
crecimiento industrial, cuyos orígenes son también los de la industria basa-
da en la I+D, o, si se prefiere, en la “industrialización de la ciencia”.
Este proceso, sugestivamente designado como “el matrimonio de la cien-
cia y la tecnología”, constituye uno de los aspectos más relevantes de la Se-
gunda Revolución Industrial.
Desde cierta corriente de ideas muy influyente, ha sido considerado in-
cluso más trascendente que la (Primera) Revolución Industrial y comparable
a lo que se considera como la “Primera Revolución Económica”, la emergen-
cia de la agricultura: “la verdadera revolución de la tecnología -la Segunda
Revolución Económica- [...] se caracteriza por el maridaje de la ciencia y la
tecnología” (NORTH, 1984, p.183). Más en detalle:

❘❚❚ “El período que hemos venido a llamar Revolución Industrial no significa una
ruptura radical con el pasado, como parece suponerse a menudo. Fue, en cam-
bio […] la culminación de la evolución de un conjunto de sucesos anteriores.
La revolución real tuvo lugar mucho después, en la última mitad del siglo XIX.

Los acontecimientos tecnológicos del período de la Revolución Industrial fue-

213
Universidad Virtual de Quilmes

ron, en gran medida, independientes de los desarrollos en las ciencias básicas.


Sin embargo, los acontecimientos tecnológicos del pasado reciente han reque-
rido, en su mayor parte, avances científicos significativos. El aprendizaje por ex-
periencia puede explicar la tecnología desarrollada durante la Revolución Indus-
trial, pero sólo la experimentación científica puede ofrecer una explicación del
desarrollo de la energía nuclear y de la industria petroquímica. Los grandes
avances tecnológicos de los últimos cien años dependen de la revolución cien-
tífica; y la combinación de la ciencia y la tecnología ha producido la Segunda
Revolución Económica” (NORTH, 1984, p. 185). ❚❚❘

Como quiera que sea, a partir de la segunda mitad del siglo XIX las mayores
innovaciones tecnológicas pasaron a basarse crecientemente en el conoci-
miento científico, formalizado y sistemático.
Ahora bien, durante bastante tiempo el cambio técnico se basó, por lo ge-
neral, en conocimiento científico ya maduro, sedimentado y ampliamente difun-
dido. Ello mantuvo una separación variable, pero en conjunto notoria, entre las
actividades científicas y las tecnológicas, así como criterios distintos para el
reconocimiento de la investigación y la difusión de los resultados en uno y otro
terreno. Podría decirse que el matrimonio de la ciencia y la tecnología consti-
tuía una pareja de tipo tradicional, con papeles bien establecidos y distintos.
En las décadas intermedias del siglo XX ello empezó a cambiar, insinuán-
dose una tendencia que luego se expandió hasta constituirse en uno de los
aspectos fundamentales del cambio técnico en el presente. En breve, las in-
novaciones tecnológicas más trascendentes se van relacionando cada vez
más con la “ciencia de punta”, la que se está haciendo y no sólo la que es-
tá -o parece- ya hecha. Los plásticos y la energía nuclear ejemplificaron tem-
pranamente esta tendencia, que luego se vio amplificada por las tecnologías
espaciales, las del complejo electrónico y las de los nuevos materiales -del
tipo de las cerámicas y los plásticos especiales-; probablemente llegue a
ser aún más impactante en el mundo de las biotecnologías.
El matrimonio entre la ciencia y la tecnología ha devenido una pareja mo-
derna, donde los roles, valores y comportamientos no son necesariamente
fijos ni distintos.
Las fronteras entre ciencia básica, investigación aplicada, tecnología, de-
sarrollo y producción no desaparecen, pero se vuelven mucho más comple-
jas, más variados los puentes entre tales áreas y más cortos los tiempos
que insume el cruzarlos en uno y otro sentido. Por consiguiente, se va des-
dibujando la frontera entre, por un lado, los científicos que buscan respues-
tas a los “porqués” y publican abiertamente sus resultados, según los cáno-
nes académicos tradicionales, y por otro lado los tecnólogos, que aspiran a
responder a los “cómo hacer”, cuyos resultados tienen valor económico y
son a menudo protegidos mediante patentes. Todo ello tiene mucho que ver
con la creciente importancia directa para las aplicaciones de la investigación
básica, que se va convirtiendo en factor de inmediata incidencia en la pro-
ducción. Por consiguiente, se extiende el manejo reservado de sus resulta-
dos y su protección mediante patentes. La privatización de la tecnología se
expande hacia la ciencia.
En conclusión, se asiste a una elevación sustancial de la incidencia eco-
nómica del conocimiento científico y tecnológico en su conjunto, así como a
su creciente privatización.

214
Problemas del Desarrollo en América Latina

La primera tendencia, junto con otra estrechamente interconectada, la


creciente gravitación de la educación avanzada en muy diversas facetas del
acontecer social, sugieren pensar, más bien que en términos de “sociedad
posindustrial” o “sociedad de la información”, en la probable emergencia de
una “sociedad del conocimiento”. En todo caso, semejante proceso parece
al menos tan desigual como lo fue durante el siglo XIX la emergencia de la
sociedad industrial, proceso que afectó a todo el planeta pero de maneras
muy distintas, en particular, porque sólo en una pequeña porción del globo
se constituyó efectivamente una sociedad industrial, mientras que en las de-
más regiones las sociedades seguían siendo esencialmente agrarias pero
se veían integradas, de forma más o menos subordinada, a una “economía
mundo” hegemonizada por las naciones industriales.
En el presente, son muy grandes las diferencias en materia de conocimien-
to científico y tecnológico. La inmensa mayoría de la investigación mundial se
realiza en países de la “tríada” Estados Unidos-Europa Occidental-Japón y en
función de agendas que reflejan los intereses prevalecientes en esos países.
El Informe sobre el Desarrollo Humano (PNUD, 1999) ofrece ejemplos claros de
esto último. La privatización del conocimiento incide poderosamente no sólo
en qué se puede usar la investigación sino también en qué se investiga. Afir-
ma el Informe recién mencionado que en la agenda de investigación pesa más
el dinero que las necesidades básicas de los seres humanos.

5.4.2. La cuestión ambiental y los riesgos del cambio técnico

En las décadas finales del siglo XX se fue extendiendo la preocupación por


los daños y los riesgos asociados con la expansión de la ciencia, la tecnolo-
gía y la producción. La fabricación de bombas atómicas supuso un salto cua-
litativo en materia de capacidad técnica para la destrucción, y un duro golpe
para la identificación entre investigación y progreso. Posteriormente, se fue
comprobando que los peligros no concernían sólo al uso bélico de la tecno-
logía. Cabe suponer que el poder de las nuevas tecnologías -especialmente
las que surgen del avance de la biología- generarán en los próximos tiempos
problemas y conflictos de gran envergadura, complejamente entretejidos con
sus logros y las esperanzas que suscitan. Semejantes cuestiones se ubican
ya en el centro de los estudios acerca de las interacciones entre Ciencia,
Tecnología y Sociedad, ampliando la reflexión planteada desde la ecología, a
la que nos hemos referido en esta sección, y recordando algunos aspectos
de su evolución reciente que ayudan a contextualizar la temática de los ries-
gos generados por el cambio técnico-productivo.
Como bien se sabe, los problemas que plantea la aceleración del creci-
miento económico, desencadenada por la industrialización, han llegado a
ser especialmente graves en lo que se relaciona con el medio ambiente. La
destrucción de la naturaleza resulta ser una consecuencia cada vez más pe-
ligrosa de los proyectos orientados a dominarla. La globalización de la eco-
nomía se hace particularmente evidente en la creciente interdependencia
ecológica de las distintas áreas del planeta. Los modos de desarrollo lleva-
dos a la práctica tienden a erosionar ciertos cimientos insustituibles del de-
sarrollo, y devienen así incapaces de sostenerse a sí mismos. Por ello ha
cobrado creciente relevancia la problemática del “desarrollo sustentable”.
La óptica ambiental constituye, por ende, un punto de vista fundamental pa-
ra analizar los desafíos de la innovación.

215
Universidad Virtual de Quilmes

Plantear así la cuestión no apunta a ningún tipo de “alto al crecimiento”


y al cambio técnico, que pretendiera congelar la situación presente. Ello se-
ría, por cierto, inviable. Pero además luce indeseable, pues supondría renun-
ciar al uso de nuevos recursos técnicos, así como a producir más y mejor,
para enfrentar los diversos males que padece la humanidad y, en particular,
sus sectores más pobres.
Para escapar a una disyuntiva paralizante, se trata de saber en qué me-
dida la técnica, mediante la cual los seres humanos han intentado discipli-
nar a la naturaleza hasta el punto de amenazar su reproducción, puede ser
Sylvie Deraime, 1993
(p. 12); en esta obra puesta al servicio del ambiente. El problema tiene que ver con la investiga-
se basa gran parte de la pre- ción y el desarrollo técnico, pero aún más con el cambio institucional y cul-
sente sección. tural.
La noción de polución -tan corriente hoy- surgió ya con fuerza a comien-
zos del siglo XIX, junto con la difusión de la industrialización, el crecimiento
de la urbanización y la aceleración del crecimiento económico. Pero, hasta
hace poco más de 30 años, la preocupación global por la preservación de la
naturaleza permaneció confinada a círculos restringidos.

“A fines de los años ‘60 emerge una nueva conciencia. La conservación de la


naturaleza deviene denuncia de todas las poluciones generadas por un produc-
tivismo forzado. La protección del ambiente se radicaliza a partir de mayo del
68, cuando una generación denuncia la sociedad de consumo a ultranza y más
en general los fundamentos de la sociedad del lucro y del individualismo” (DE-
RAIME, 1993, p.18).

En las décadas finales del siglo XX las grandes catástrofes vinculadas con
la industria abrieron camino al movimiento ecologista.
En 1967, el petróleo de un barco naufragado contamina las costas fran-
cesas e inglesas, constituyendo una de las mayores mareas negras de la
historia, y la primera con amplia repercusión tanto en los medios como en
la opinión pública. En el cuarto de siglo siguiente, 17 grandes mareas ne-
gras serán contabilizadas, incluyendo las causadas por la guerra en el Me-
dio Oriente. En 1984 tiene lugar lo que fue considerado como el más grave
siniestro de la historia industrial hasta ese momento: las fugas tóxicas en
una fábrica de pesticidas de la Union Carbide en Bhopal, India, matan a
cuatro mil personas y afectan irreversiblemente a decenas de miles de
otras. En 1986 explota un reactor de la central de Chernobyl, Ucrania, ma-
tando a decenas de personas, irradiando gravemente a centenares y des-
plazando de sus hogares a unas 135.000: “Ni un árbol en la zona maldita;
3.300 kilómetros cuadrados de tierras desoladas en Ucrania, Bielorrusia y
Rusia. Centenares de miles de hectáreas fértiles contaminadas” (DERAIME,
1993, pp. 40-41).
El mayor número de víctimas sigue, no obstante, siendo consecuencia de
las catástrofes naturales. Pero las consecuencias de las mismas se han
agravado justamente por la alteración humana de la naturaleza. Así, por
ejemplo, la tala de las laderas montañosas del Nepal permite que las lluvias
arrastren masivamente sedimentos que causan mayores desbordes del
Ganges y del Bramaputra: las inundaciones de 1991 en Bangladesh ocasio-

216
Problemas del Desarrollo en América Latina

naron 140.000 muertes y dejaron a la intemperie a unos 10 millones de


personas (DERAIME, p. 46).
Fenómenos menos espectaculares que las catástrofes evocadas pueden
empero resultar no menos dañinos. Durante la década de 1980 se llegó a la
conclusión de que, a lo largo de los últimos 20 años al menos, ha disminui-
do globalmente la capa de ozono atmosférico, suerte de filtro que nos prote-
ge de la parte más peligrosa de los rayos ultravioletas. Diversas actividades
industriales envían a la atmósfera cloro bajo cuya incidencia el ozono se
destruye, convirtiéndose en oxígeno. Diversas convenciones han sido esta-
blecidas para conjurar los riesgos. En particular, los CFC (cloroflorurocarbo-
nos, utilizados en sistemas refrigerantes, aerosoles, plásticos, etc.) dejarían
de ser producidos, pero su larga vida mantendrá vigente el problema mucho
después. Ciertos cálculos sugieren que el ozono estratosférico seguirá dis-
minuyendo por lo menos hasta el 2050. Otras emisiones acrecentadas por
la actividad industrial, como las de anhidrido carbónico, incrementan la con-
sistencia de la capa atmosférica constituida por impurezas, vapor y otros ga-
ses, que bajo el impacto de los rayos infrarrojos genera el “efecto invernade-
ro”, fenómeno que estaría ligado a la tendencia al alza de la temperatura
promedio de la Tierra. Las conferencias internacionales no han generado
aún acuerdos operativos para enfrentar semejante desafío.
Óxidos de azufre o nitrógeno, emitidos por vehículos y fábricas, retornan a
la superficie terrestre como parte de lluvias ácidas, con lo cual, en particular,
la polución del aire genera la del agua de lagos y ríos. Hasta la de los océa-
nos se ve afectada, como lo señaló ya en la década de 1950 la “enfermedad
de Minamata”, bahía japonesa en la cual una fábrica vertió sales de mercurio
que, vía la pesca, mataron y lisiaron a no pocos seres humanos. El agua se
contamina y también desaparece: la irrigación masiva y el uso de pesticidas,
en particular, han tenido esas consecuencias en el Mar de Aral, cuya superfi-
cie ha disminuido 40% en treinta años y donde hoy puertos de ayer se en-
cuentran en medio de las tierras. No es raro que en el presente se pregunte
si el agua limpia llegará a ser un bien raro (DERAIME, 1993, pp. 48 a 55).
Más en general, cabría inquirir si el crecimiento desencadenado por la
Revolución Industrial ha sido mayor en la producción o en la polución. Ahora
bien, a mediano o largo plazo, la primera se verá afectada por la segunda.
¿Cuáles son pues los indicadores de un desempeño económico eficiente? El
Producto Bruto Interno (PBI), cuya variación domina al respecto toda discu-
sión, ignora los eventuales desgastes generados en materia de recursos na-
turales. Sería absurdo que una empresa sólo contabilizara “ganancias bru-
tas”, sin descontar lo que corresponda a la amortización del “capital fijo”
-edificios y máquinas, en particular- que se va desgastando a lo largo del
proceso productivo. Al no tomar en cuenta el deterioro del “capital natural”,
lo que se menosprecia es al futuro. Pero éste suele cobrar sus cuentas.
Se trabaja ya desde hace bastante tiempo para confeccionar índices y
elaborar estadísticas de producción que incluyan los costos ecológicos. Su
peso creciente hace cada vez más antieconómica la frecuente práctica eco-
nómica de privilegiar los indicadores de corto plazo. Y, más en general, hace
urgente el innovar para poder producir de otra manera: reutilizando materia-
les, y reciclando o valorizando energéticamente lo que no se puede reciclar;
disminuyendo consiguientemente la contaminación generada por los dese-
chos de la producción; privilegiando el ahorro de energía, depurando en el
propio lugar de producción el aire y el agua, etcétera.

217
Universidad Virtual de Quilmes

Freeman (1992, p.193) observa que, como en las próximas décadas los
países del Tercer Mundo muy probablemente incrementarán su consumo de
energía y materiales, serán necesarios avances muchos mayores que los re-
cientes para reducir los insumos de materiales y energía por unidad de pro-
ducto. Habiendo sido más bien lento el progreso en el uso de energía reno-
vable, como la que proporcionan el sol y las olas, se requerirán no sólo
innovaciones incrementales sino también radicales.
Han proliferado los especialistas en tratamientos de residuos de diversa
índole. La polución ha generado una nueva rama de la economía. Ya a co-
mienzos de la década de 1990 se calculaba que el mercado mundial de bie-
nes y servicios ligados con la protección del ambiente crece al 5,5% anual,
bastante por encima del conjunto de la economía (DERAIME, 1993, p. 84).
En suma, la problemática ecológica se constituye en uno de los mayores
desafíos planteados en el presente, en el nivel tecnológico pero -digámoslo
una vez más- también y fundamentalmente a nivel cultural e institucional.
Ello es especialmente notorio cuando se pretende afrontar las grandes y di-
versas formas del deterioro de la calidad de vida vinculadas con el creci-
miento de los transportes: mucho puede hacerse al respecto en materia téc-
nica, pero no parece que ello sea suficiente sin cambios en las costumbres,
por ejemplo en lo que tiene que ver con el uso de autos privados.
La relevancia de la dimensión social de la innovación es aún más eviden-
te cuando se recuerda que la degradación ambiental se ve acentuada por el
subdesarrollo.
Por ejemplo, como bien se sabe, la deforestación es especialmente gra-
ve en las áreas más pobres, donde se usa masivamente la madera como
combustible y se practica una agricultura primitiva que agota pronto la tierra,
impulsando a seguir talando bosques.
También es sabido que los países más ricos exportan hacia los más po-
Se recordará que, a bres las formas de producción cuyas poblaciones rechazan por contaminan-
comienzos de 1992, tes, e incluso desechos tóxicos que todos quieren tener lo más lejos posible.
tomó estado público un me- Pero la deforestación y, más en general, la expansión en el “Sur” de for-
morándum interno del Banco
mas productivas contaminantes que en el “Norte” están siendo erradica-
Mundial en el cual el jefe de
asesores económicos de la das, acentúa la contaminación global.
institución recomendaba que Luego, un desarrollo sustentable puede llegar a ser inviable, incluso en
las plantas productivas más las áreas más prósperas, si no se extiende a todo el planeta.
contaminantes y dañinas para
Resulta pues crucial determinar si existen tendencias relativamente obje-
los seres humanos fueran ins-
taladas en países del Tercer tivas en la evolución del sistema técnico-productivo que hagan viable el sur-
Mundo, dado que en ellos son gimiento de la tan reclamada “nueva economía ecológica”.
menores los costos de la Es indudable que toda esta temática se vincula profundamente con la
atención a la salud.
cuestión del desarrollo, al menos si esta última es comprendida -según lo
propusiera la tradición clásica latinoamericana- como reflexión específica
acerca de la condición periférica, que no es sólo de atraso sino también de
subdesarrollo y dependencia, y como una búsqueda de alternativas distintas
de la imitación de las trayectorias seguidas por los países del “centro”. En
efecto, por un lado, la cuestión ambiental no se plantea de la misma mane-
ra en el “Norte”, donde refleja ante todo el despilfarro de recursos naturales
inducido por la exacerbación del consumo y posibilitado por el avance técni-
co, que en el “Sur”, donde entre sus causas se destacan las formas de su-
pervivencia propias de contingentes humanos pobres, desarraigados y en rá-
pido crecimiento. Por otro lado, es precisamente la evolución ambiental la
que hace insostenible la repetición en la periferia de los estilos de creci-

218
Problemas del Desarrollo en América Latina

miento practicados en el centro: ¿cuáles serían las consecuencias para la


vida en el planeta si Asia, África y América Latina alcanzaran los niveles de
gasto energético por persona de los Estados Unidos o Europa? ¿Cuáles son
ya los costos ambientales de la modernización china?
El alcance de los problemas ambientales, de los que nadie está a salvo,
constituye un interés mayor y objetivamente compartido por todos los seres
humanos en la búsqueda de “otras” formas de producción y consumo. Esto
ya no puede ser visto como un problema que sólo afecta al “Sur” y del cual
el “Norte” debería ocuparse sólo por razones de conciencia. Desde este
punto de vista, el cambio necesario de las pautas prevalecientes en materia
de desarrollo económico y social deja de ser una urgencia sólo para los sub-
desarrollados.

5.4.3. Población, globalización y marginación

La cuestión del desarrollo depende muy directamente del panorama demo-


gráfico. Dado un cierto territorio, las formas adecuadas para afrontar la pro-
blemática de la alimentación, salud, vivienda, educación, ocupación y medio
ambiente difícilmente puedan ser las mismas si la población se multiplica
por cinco o por diez.
Pues bien, el cambio técnico ha posibilitado un crecimiento explosivo de
la población mundial, que probablemente se estabilizará durante el siglo XX,
pero no sin antes haber cambiado radicalmente la faz del globo.
Cuando la industrialización se difundía por el Oeste de Europa, hacia
1825, la población total del planeta llegaba a unos 1.000 millones de per-
sonas. Un siglo después prácticamente se había duplicado. Entre 1925 y
1976 pasó, aproximadamente, de 2.000 a 4.000 millones, y llegó a los
6.000 millones poco antes de terminar el siglo XX.
No es fácil prever su evolución en las décadas futuras. Las proyecciones
que incluye la obra L´Etat du Monde 2000 estiman en algo más de 7.800
millones la población del globo en el 2025. En dos siglos, la población se
habrá multiplicado por alrededor de 8.
Más importante aún que los números totales resulta su previsible distri-
bución regional. Se ha estimado que más del 90% del crecimiento demográ-
fico de las próximas tres décadas tendrá lugar en la periferia. África, que en
1950 contaba con la mitad de la población de Europa, ya la ha superado.
Tal evolución no dejará de repercutir en el “centro” pues,

❘❚❚ “[…] si el mundo en vías de desarrollo permanece atrapado en la trampa de


la pobreza, los países más desarrollados se verán asediados por decenas de
millones de emigrantes y refugiados deseosos de residir entre los prósperos,
pero envejecidos, habitantes de las democracias. De un modo u otro, es proba-
ble que los resultados provoquen malestar en la sexta parte más rica de la po-
blación del planeta que en la actualidad goza de unas desproporcionadas cinco
sextas partes de su riqueza” (KENNEDY, 1993, p. 61). ❚❚❘

Por cierto, los mayores desplazamientos de población tienen lugar dentro de


la periferia. Ésta presenta abismales diferencias en las condiciones de vida
de la gente; incluso en un mismo país, las diferentes perspectivas de creci-

219
Universidad Virtual de Quilmes

miento generan migraciones internas como la que ha llevado tanta gente


desde el Nordeste brasileño al área de San Pablo. Los pequeños islotes de
comparativo bienestar y lento crecimiento demográfico existentes en el mun-
do del subdesarrollo no permanecen ajenos a los impactos de la multiplica-
ción de las poblaciones carenciadas que los rodean.
En definitiva, la reproducción ampliada de los pobres del mundo -reto fun-
dacional de la reflexión y las prácticas para el desarrollo- tiende a afectar ca-
da vez más lo que acontece en el planeta entero.
En general, en las últimas décadas la expansión de la innovación y de la
producción se ha visto acompañada por una tendencia al incremento de la
desigualdad a la vez que de la interdependencia entre las distintas regiones
del planeta.
En un mundo donde la diversidad de situaciones en las que viven los seres
humanos sigue siendo enorme, y en ciertos sentidos incluso se ha incremen-
tado, la globalización de la economía y de las comunicaciones ha adelgazado
considerablemente ciertas divisorias entre las naciones. Imágenes y flujos mo-
netarios atraviesan las fronteras a escalas inimaginables veinte años atrás.
Gran parte de la población del planeta visualiza muy directamente algunos as-
pectos de las condiciones de vida de otros, por lo cual la heterogeneidad de
las realidades coexiste con una cierta homogeneización de las aspiraciones.
La capacidad de control de la coyuntura económica por parte de los estados,
incluyendo a muchos de los más grandes, ha disminuido sensiblemente, así
como su incidencia en la redistribución de la riqueza, al tiempo que las empre-
sas transnacionales han expandido considerablemente la escala de sus ope-
raciones. En realidad, el influjo mundial de las grandes compañías data de an-
tiguo y caracteriza la expansión industrial desde las últimas décadas del siglo
pasado, pero parece llamado a gravitar aún más en el futuro próximo.

“[El] movimiento desigual de la prosperidad global ha tenido lugar al mismo


tiempo que -e interactuando con- el surgimiento de grandes compañías multi-
nacionales cada vez menos apegadas a los intereses y valores particulares del
país de origen. Al competir con firmas rivales por sectores del mercado mun-
dial, han desarrollado una estrategia mediante la cual dirigen la inversión y la
producción de una parte a otra del planeta con la ayuda de una revolución fi-
nanciera y de las comunicaciones, que ha creado un mercado global para bie-
nes y servicios. Importantes en el mundo actual, dichas compañías lo serán
aún más en el futuro gracias al derrumbe de las barreras comerciales que había
impuesto la guerra fría y la cada vez mayor integración de la economía global”
(KENNEDY, 1993, p. 69).

Las tendencias anotadas se vinculan directamente con la aceleración del


cambio técnico y sus ambivalencias; más allá de valoraciones contrapues-
tas y consecuencias diversas, el acontecer tecnológico se presenta sin duda
como una causa mayor de desestabilización e irreversibilidad. En efecto, la
evolución en ese terreno suele generar impactos bruscos e incluso explosi-
vos, raras veces se vuelve a estadios técnicos anteriores, y ciertos grandes
cambios vinculados, como el crecimiento de la población o la transforma-
ción de la naturaleza, parecen difícilmente reversibles.

220
Problemas del Desarrollo en América Latina

Además, la dinámica técnico-productiva ha alterado la relación entre


“centro” y “periferia” hasta un punto en el que cabe preguntarse si el eje de
tal relación no se está desplazando desde la “dependencia” a la “margina-
ción”. En un artículo publicado el año de su acceso a la presidencia del Bra-
sil, Fernando Henrique Cardoso (1994) ha encarado este interrogante, des-
tacando que parte del “Tercer Mundo” se ha convertido en un “Cuarto
Mundo” extremadamente carenciado, que no ocupa ni siquiera intersticios
de la economía internacional; su explotación ya no interesa al “centro”, cuya
prosperidad no depende en las formas de antaño de la pobreza de la perife-
ria; inmensos contingentes de seres humanos se ven confrontados así a la
perspectiva de la marginación, que es aún peor que la dependencia.
En la medida en la que se afiancen tendencias como las anotadas, y por
ende también la diferenciación entre privilegiados y carenciados, mientras
se acentúa la gravitación de las grandes corporaciones transnacionales, lle-
gará a ser realmente acuciante la pregunta que plantea Paul Kennedy: “¿có-
mo coexistirá una cultura tecnológicamente sofisticada, transnacional, cor-
porativa, desleal a cualquier gobierno y por encima de toda reglamentación
local con las masas políglotas, hambrientas e insatisfechas previstas en
una población mundial de 8.000 o 10.000 millones de personas?” (KENNEDY,
1993, p.78).
Por supuesto, detectar algunas tendencias no equivale a desentrañar el
porvenir. Aunque el análisis fuera ajustado, intervienen otros factores, que
frecuentemente contrarrestan y siempre complican el accionar de los que
han sido tomados en cuenta. En el tema que nos ocupa, además, todo
apunta a destacar la diversidad de situaciones y perspectivas en el mundo
de la periferia, por lo cual se puede conjeturar sin mayor riesgo que el curso
de los acontecimientos en ese mundo será extremadamente variado.
Más en general, no cabe suponer que la evolución social está determina-
da de antemano; en cualquier caso, su complejidad desborda toda capaci-
dad humana de predicción. Reina pues la incertidumbre. Y ella abre espa-
cios a la libertad de los seres humanos para intentar construir su propia
historia. Las sociedades se han mostrado más de una vez capaces de afron-
tar grandes desafíos con respuestas innovadoras que alteraron las tenden-
cias forjadas por el pasado. Es por ello que resulta tan interesante analizar
los retos y las oportunidades que se dibujan en el horizonte.
Las estrategias para enfrentar la dependencia, elaboradas durante las
décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, apuntaron a unificar el
accionar del Tercer Mundo con el fin de lograr el control de su producción pri-
maria y utilizarlo como sostén de su industrialización. Esas estrategias se
han agotado; la situación de la periferia luce hoy aún más heterogénea que
ayer; hacen falta alternativas nuevas y diversificadas, atentas a las especifi-
cidades de la geografía y de la cultura. Pero, en todos los casos, ellas debe-
rán ofrecer respuestas a las nuevas dinámicas científico-tecnológicas y am-
bientales, que han trastocado tanto el panorama como la definición misma
de la periferia.
Los procesos contemporáneos de crecimiento económico han alterado
los límites del “Sur”, cuya dinámica productiva se ha diversificado y cuya
geografía social incluye grandes enclaves de la tecnología y el consumo del
“Norte”, dentro del cual a su vez se descubren impactantes bolsones de
marginación. La “periferia” se conformó históricamente como zona de apro-
visionamiento de materias primas y reserva de mano de obra barata para el

221
Universidad Virtual de Quilmes

“centro”; esa función pierde importancia relativa en la producción contempo-


ránea. Tienden pues a reconfigurarse tanto los límites respectivos como las
relaciones mutuas del “centro” y la “periferia”; y, paralelamente, surge con
fuerza la pregunta de si parte del “Sur” transita de la dependencia a la mar-
ginación. Este interrogante domina el nuevo contexto en el cual se replan-
tea, de cara al porvenir, la cuestión del desarrollo.

222
6
La cuestión del desarrollo en
los albores del siglo XXI

Objetivos
• Vincular la reflexión precedente con las perspectivas de América Latina.
• Completar los elementos de juicio ofrecidos previamente mediante la
consideración de las tendencias recientes de la evolución continental a
la luz de las cuestiones destacadas en la unidad anterior.
• Ofrecer al lector ciertos elementos adicionales de juicio que pueden ser-
le útiles para elaborar su propia visión de la problemática del desarrollo.

6.1. Innovación y desigualdad

El cambio técnico acelerado de las últimas décadas se ha visto acompa-


ñado de un rápido crecimiento de la riqueza, y de un notable crecimiento
de la desigualdad. Esas tres grandes tendencias condicionan fundamen-
talmente la evolución contemporánea y, más específicamente, las similitu-
des y las grandes diferencias que se registran en un mundo cada vez más
interconectado pero -pese a ello y también debido a ello- impactantemen-
te fragmentado. En este apartado presentamos ciertos elementos de jui-
cio acerca de las interacciones entre tales tendencias.

6.1.1. Crecimiento con inequidad en la economía global

Según datos del Informe sobre el Desarrollo Humano de 1999, la produc-


ción por habitante en moneda constante creció, entre 1975 y 1997, alre-
dedor del 50% como promedio en los países en desarrollo y algo más en
los países industrializados más ricos, mientras que descendió en Europa
del Este y en los territorios de la antigua URSS. Ahora bien, el heterogéneo
conjunto de los “países en desarrollo” evidenció comportamientos muy di-
ferentes, desde el crecimiento excepcional del Asia Oriental, donde el va-
lor monetario de la producción por persona se multiplicó por más de cua-
tro en el período anotado, hasta el alarmante retroceso del África
subsahariana, donde ese valor cayó más del 20%.
Junto con la producción aumentó la desigualdad: la relación del ingreso
promedio de la quinta parte de la población mundial que vivía en los países
más ricos con el ingreso promedio de la quinta parte que vivía en los países
más pobres era de 30 a 1 en 1960, y de 74 a 1 en 1997. La inequidad, a
partir de comienzos de la década de 1980, tiende a crecer no sólo entre paí-
ses sino dentro de los países, incluso en los más prósperos. La expansión
del consumo y las dimensiones de la pobreza caracterizaban al mundo de la

223
Universidad Virtual de Quilmes

década de 1990: entre 1990 y 1997, el consumo real por habitante se in-
crementó promedialmente a un 2,4% anual, mientras que alrededor de mil
millones de personas no podían atender sus necesidades de consumo
más elementales.
Esas desigualdades se vinculan con calidades de vida muy distintas, y
con diferencias en la duración misma de la existencia humana, que se ha
incrementado sensiblemente, pues la esperanza de vida pasó de un pro-
medio mundial de 59 años en 1970 a uno de aproximadamente 67 años
en 1997, aunque manteniendo y aun ampliando ciertas distancias, como
las que separan a los países industrializados, donde superaba los 78
años, del África subsahariana, donde todavía era inferior a los 50 años en
1997.
Quizás la combinación de avance global y enormes disparidades se re-
fleje con máxima elocuencia en la mortalidad infantil. La mayor disponibi-
lidad de bienes, los avances de la investigación y la difusión de las tecno-
logías médicas y sanitarias, y el progreso de la educación permitieron
disminuir, entre 1970 y 1997, la mortalidad en el primer año de vida por
cada 1.000 niños nacidos vivos de 98 a 58 como promedio mundial; la
disminución fue de 20 a 6 en los países industriales más prósperos, de
37 a 26 en Europa Oriental y la ex URSS, de 46 a 15 en Asia Oriental (sin
China), de 86 a 33 en América Latina y el Caribe, de 137 a 105 en el Áfri-
ca subsahariana. No sólo los números absolutos son muy distintos: tam-
bién los ritmos de avance.
Incontables datos y elementos de juicio corroboran la envergadura de
las tendencias anotadas, la aceleración del cambio técnico, la expansión
de la producción material y el acentuamiento de las desigualdades. Ahora
bien, ¿cuáles son las conexiones profundas entre ellas? El auge de las ca-
pacidades para la innovación, a cuyas diversas facetas hemos dedicado
ya bastante atención, conecta entre sí a las dos primeras: la multiplica-
ción de resultados de la investigación da lugar a la multiplicación de bie-
nes y servicios, a través de procesos que no tienen nada de automático,
en los que intervienen actores varios y que sólo cobran vigor a través de
aprendizajes interactivos, jalonados por conflictos.
En la medida en que la innovación desempeña un papel central en la
vinculación entre investigación y producción, la distribución de esos bie-
nes y servicios, cuya cantidad y variedad se multiplican, depende fuerte-
mente de las formas que adoptan los procesos sociales de innovación, de
las relaciones de poder que en torno de ellos se constituyen. Cabe pues
esperar una creciente incidencia de las modalidades de la innovación en
las distintas facetas de la equidad y la inequidad. Pero no se trata de una
influencia en un solo sentido. De maneras variadas, incluyendo algunas
muy sutiles, los factores más relevantes en la cuestión de la equidad gra-
vitan sustantivamente en los ritmos, las orientaciones y las consecuen-
cias de la innovación.
Las interacciones entre innovación e inequidad se están ubicando en
un primer plano de la escena contemporánea. Sus distintas configuracio-
nes gravitarán poderosamente en las dinámicas sociales, tanto en los
“Sures” como en los “Nortes”. A algunos de los muchos problemas invo-
lucrados nos referiremos en este capítulo, discutiéndolos en conexión con
el panorama y las perspectivas de América Latina.

224
Problemas del Desarrollo en América Latina

6.1.2. La desigualdad en el nuevo modelo latinoamericano

Este continente constituye un terreno adecuado para el estudio de la cues-


tión planteada por el peso que la inequidad ha tenido en la configuración de
sus procesos de crecimiento y por la atención que recibe en el presente. En
la materia, el panorama actual es muy variable, pero en conjunto es recono-
cidamente grave; de una forma u otra, la cuestión resulta priorizada por casi
todos los que analizan las dinámicas sociales latinoamericanas y sus pers-
pectivas.
Como ya lo subrayamos, esa inequidad promedialmente alta hunde sus
raíces en el pasado, donde aparece tempranamente vinculada con la muy
desigual distribución de la tierra. Es llamativo que el tema de la reforma
agraria, tras haber sido uno de los grandes ejes de las luchas sociales y po-
líticas latinoamericanas durante largas décadas, para luego virtualmente es-
fumarse de la agenda reconocida en la década de 1980, haya vuelto al tape-
te en la década de 1990, impulsado por grandes movimientos sociales,
como en el Brasil, pero también por analistas que nada tienen de radicales.
Estos últimos suelen destacar algo bien establecido, pero que no recibía si-
milar atención hace poco tiempo: la gravitación que en los notables proce-
sos de crecimiento del Japón, Corea del Sur y Taiwán, tuvieron las reformas
de las estructuras agrarias, que disminuyeron el poder de las élites tradicio-
nales y contribuyeron sustantivamente a la disminución de la inequidad.
Ahora bien, un círculo virtuoso de interacciones entre incremento de la
producción y disminución de la inequidad es, precisamente, lo que no se ob-
serva en el presente en América Latina. Se ha señalado (TOKMAN, 1997, pp.
467-468) que, al emerger un nuevo sistema de crecimiento económico, se
van dejando de lado dos pilares del sistema anterior: la búsqueda del pleno
empleo y la “solidaridad sistémica”, como meta de políticas redistributivas.
Ambos objetivos van perdiendo vigencia, en la medida en que se los consi-
dera escasamente compatibles con las nuevas exigencias de la economía.
Se dibuja así un gran viraje, en las ideas y en las políticas, con consecuen-
cias sociales de primera magnitud.
Particularmente durante los primeros tiempos del “crecimiento hacia
adentro”, la expansión del empleo formal constituyó la gran avenida para el
mejoramiento de la situación de los sectores más postergados, así como
una tendencia hacia una mayor homogeneidad de la sociedad. La nueva eta-
pa, por el contrario, se caracteriza por la expansión del empleo informal, de
mala calidad y baja productividad, que poco contribuye a la modernización
del sistema productivo. En términos estrictos, no se trata de un “crecimien-
to sin empleo”, sin incremento de la ocupación, sino más bien de una diso-
ciación entre los sectores técnicamente más dinámicos de la economía y
los sectores donde se genera la gran mayoría de las nuevas oportunidades
de trabajo. Ello apunta hacia el agudizamiento de la heterogeneidad social,
e incluso hacia una polarización bastante neta entre quienes acceden a los
beneficios del cambio técnico y del crecimiento económico, a través de in-
serciones ocupacionales que brindan ingresos considerables y posibilidades
de buena educación para sus hijos, y quienes no logran insertarse fuera de
los ámbitos cada vez más amplios de la precariedad y de la informalidad la-
boral, donde no se obtiene por lo general una capacitación que ayude a
avanzar, ni ingresos que permitan educar a los hijos de modo que ellos pue-
dan progresar. Por supuesto, se trata sólo de tendencias, que además no

225
Universidad Virtual de Quilmes

cubren todas las posibilidades: no pocos se ubican en empleos bastante es-


tables, como son o eran los del aparato estatal, si bien esta fuente de ocu-
pación ha ido disminuyendo tanto en tamaño relativo como en el total de in-
gresos que genera. En todo caso, la población latinoamericana en estado de
pobreza, calculada en el 30 % del total al comienzo de la “década perdida” -
la de 1980- y casi en el 40% al final, apenas si disminuyó en términos rela-
tivos durante el crecimiento económico de nuevo tipo de la década de 1990,
al término de la cual incluye a unos doscientos millones de seres humanos,
mientras que en el continente en su conjunto la inequidad no se ha abatido.
Con vistas al futuro, estas comprobaciones -tan importantes como suma-
riamente referidas- plantean interrogantes mayores: ¿La pobreza extendida y
la alta inequidad son características transitorias del nuevo tipo de crecimien-
to, destinadas a disminuir su gravitación a medida que este último se conso-
lide, o son más bien factores que tienden a limitar las posibilidades de ese
crecimiento? ¿En qué medida esas características se relacionan con los ras-
gos fundamentales de los procesos contemporáneos de innovación técnico-
productiva en general y cuánto dependen de las formas específicamente la-
tinoamericanas de tales procesos? Aproximarse a respuestas adecuadas
parece imprescindible para encarar otra pregunta, más urgente: ¿Qué mar-
gen de acción existe para políticas que apunten simultáneamente al fomen-
to de la innovación y a la disminución de la desigualdad?
Sin pretensión alguna de contestar tamaños interrogantes, pero esperan-
do ofrecer algunos elementos de interés para su discusión, nos referimos a
continuación a la incidencia de las nuevas dinámicas del acontecer científi-
co y tecnológico en ciertas dimensiones de la equidad.

6.1.3. Cambio técnico y evolución de las asimetrías sociales

Tomemos como punto de partida algo ya destacado: el amplio consenso


acerca de las crecientes desigualdades registradas en las décadas de 1980
y 1990 en la mayor parte de las regiones del mundo. Paralelamente, se ha
observado un gran desplazamiento en la agenda política: temas como la
preocupación por la redistribución, la igualdad y la innovación de tipo social,
que en las décadas de 1960 y 1970 recibían atención prioritaria, han perdi-
do relevancia relativa frente a asuntos como la innovación tecnológica, la efi-
ciencia y el crecimiento.
Freeman (2000) sugiere que esos fenómenos suelen registrarse cuando
una nueva tecnología mayor se expande por el sistema económico, en el cur-
so de lo cual emerge una vigorosa tendencia hacia la desigualdad, y correla-
tivamente las prioridades políticas se concentran en la producción; a medi-
da que madura el nuevo sistema técnico y las desigualdades se hacen más
graves, se comprobaría un efecto de péndulo, según el cual las preocupacio-
nes por la redistribución volverían al tope de la agenda.
En esta perspectiva, estaríamos todavía en la primera fase de un ciclo en
el cual la nueva aceleración del cambio técnico, que tiene como eje las Tec-
nologías de la Información y la Comunicación -según algunos, la Revolución
de la Información, iniciada en la década de 1970-, genera nuevas tenden-
cias hacia una mayor inequidad.
Una justificación de la tesis reseñada puede sintetizarse como sigue.
La centralidad que cobran las nuevas tecnologías altera el conjunto de las

226
Problemas del Desarrollo en América Latina

dinámicas económicas y las claves de la eficiencia. Se abren grandes posi-


bilidades empresariales y ocupacionales nuevas, que en una primera etapa
pocos están en condiciones de aprovechar, lo que genera beneficios consi-
derables. Paralelamente, numerosas actividades resultan trastocadas, deva-
luadas o incluso suprimidas, sin que quienes se desempeñan en ellas dis-
pongan, por lo general, de las capacidades requeridas para adaptarse
exitosamente a la rápida modificación de su contexto; la disminución de in-
gresos, la inseguridad laboral y la desocupación tienden así a crecer. Hay
pues “ganadores” y “perdedores” de la revolución tecnológica. Ni unos ni
otros están determinados de antemano, pero claramente las mejores posibi-
lidades se encuentran del lado de la gente con mayor preparación, mejores
relaciones y más cercana -geográfica y socialmente- a los centros neurálgi-
cos de los cambios; por ende, si bien entre los “ganadores” hay personas,
grupos o regiones que vienen “de abajo”, lo más probable es que se los en-
cuentre entre quienes ya estaban bastante “arriba”, mientras que los otros
tienen más probabilidades de “perder”. En términos muy generales, se dise-
ña así una tendencia a la acentuación de las desigualdades.
También cabe entender en estos términos los cambios indicados en la
agenda de las prioridades políticas: cuando se alteran rápidamente las
pautas prevalecientes de la economía, en ella se concentra la atención;
cuando la innovación tecnológica aparece como causa central de semejan-
te alteración, los gobiernos y actores sociales con mayor capacidad de ini-
ciativa tienden a priorizarla; cuando son comparativamente pequeños los
grupos preparados para sacar partido de las nuevas oportunidades, su po-
der crece y el énfasis en la redistribución no parece la mejor política para
contentarlos o atraerlos. En algún sentido -y sin desmedro de diferencias y
tendencias contrapuestas- la política tiende a robustecer, durante un cierto
período, las tendencias hacia la desigualdad que surgen de la transforma-
ción tecno-productiva.
En semejante perspectiva, no resulta extraño que, a comienzos de la dé-
cada de 1990, el 1% más rico de la población de los Estados Unidos fuera
dueño del 40% de la riqueza, el doble de la proporción que le correspondía
a mediados de la década de 1970 y algo similar a lo que poseía a fines de
la década de 1920, es decir, justo antes de que el Estado empezara a prac-
ticar activamente políticas orientadas hacia el pleno empleo y la redistribu-
ción de la riqueza.
Tales metas cobraron importancia central en la agenda política después
de la Segunda Guerra Mundial, impulsadas por factores de diverso orden,
incluyendo la preocupación por evitar las depresiones y la reaparición del
desempleo masivo -considerados como causa relevante en el ascenso del
nazismo-, el auge de las ideas keynesianas como orientación para encarar
tales problemas y el vigor de los sindicatos y partidos de base obrera. Va-
le la pena recordar la gravitación de elementos de naturaleza ideológica y
política, como los recién apuntados, en la prioridad atribuida a la innova-
ción de tipo social y a la equidad hasta comienzos de la década de 1970
aproximadamente, es decir, durante el período de apogeo del paradigma
tecno-productivo fordista. Éste ha sido caracterizado, entre otros elemen-
tos, por la producción en serie, las ventajas de la gran escala y las condi-
ciones relativamente homogéneas de trabajo de grandes conjuntos de asa-
lariados, rasgos que objetivamente favorecieron el avance de la
sindicalización y, por ende, de la redistribución. Luego, si esa mirada hacia

227
Universidad Virtual de Quilmes

el pasado reciente muestra un proceso de tipo pendular, no se trata de al-


go automático, que garantice una próxima reaparición de las prioridades y
los avances vinculados con la equidad. Ello dependerá de una gran varie-
dad de factores, como por ejemplo las conexiones entre las características
específicas de las nuevas condiciones tecno-productivas con las posibilida-
des del accionar colectivo.
El amplio fresco de la evolución contemporánea que ofrece Manuel Cas-
tells (1996, 1997, 1999) confirma en alguna medida el enfoque antes rese-
ñado en lo que se refiere a los impactos sobre la equidad de una ola emer-
gente de cambio técnico. La transición que describe a una sociedad
informacional y a una economía global se caracteriza por un difundido dete-
rioro de las condiciones de vida y de labor para los trabajadores. A media-
dos de la década de 1990, numerosos estudios destacaban tendencias co-
mo las siguientes: el incremento del desempleo en Europa Occidental, que
no reflejaba una mala coyuntura transitoria ni disminuía sustancialmente
con el crecimiento económico, es decir que tenía un carácter “estructural”;
la inestabilidad laboral, la desigualdad de remuneraciones y la disminución
de los salarios reales en los Estados Unidos; el subempleo en el Japón y las
muy diferentes condiciones de trabajo, particularmente desfavorables en las
empresas de reducidas dimensiones así como para las mujeres; la expan-
sión de la informalidad y la degradación del empleo en gran parte de los paí-
ses de desarrollo intermedio y la marginalización de la población rural en los
países más atrasados.
En conjunto, afirma Castells, se asiste en el alba de la era de la informa-
ción a una restructuración de las relaciones entre el capital y el trabajo en
beneficio del primero, que ha sido posibilitada por las nuevas tecnologías y
las formas organizativas que las mismas favorecen.
Gran parte del trabajo repetitivo de producción ya no lo realizan seres hu-
manos; no hace falta concentrar grandes cantidades de asalariados en una
sola planta, ni ubicarla cerca de la clientela de mayor poder adquisitivo; las
tareas son más variadas y cambiantes; pueden ser coordinadas sin demo-
ras, aunque estén repartidas entre regiones muy alejadas; cada una de
ellas puede ser ubicada donde mayores sean las ventajas específicas. La
amenaza del desempleo crece, la situación de los asalariados se hace me-
nos segura y más heterogénea; disminuye el proletariado industrial y la sin-
dicalización en general retrocede, con excepción eventualmente de la fun-
ción pública; el trabajo se fragmenta, y las relaciones de poder se modifican
en su contra.
Cuando la economía pasa a depender cada vez más de la generación y
utilización del conocimiento, los procesos de innovación y aprendizaje se tor-
nan decisivos; el trabajo más o menos rutinario y escasamente calificado
pierde relevancia, con lo que disminuye el poder de negociación de quienes
lo desempeñan, y tienden a degradarse sus condiciones de labor; paralela-
mente, aumenta la relevancia de la formación avanzada, de la capacidad pa-
ra hacer cosas nuevas y para adaptarse a situaciones cambiantes. No ca-
sualmente, los más diversos estudios coinciden en señalar el peso
promedio cada vez mayor del nivel educativo en los ingresos así como la am-
pliación de las diferencias materiales entre quienes acceden a una forma-
ción relativamente avanzada y quienes no tienen semejante oportunidad.
Las desigualdades generadas por el acceso diferencial a la educación se ex-
tienden al manejo de información, a la incidencia en la toma de decisiones,

228
Problemas del Desarrollo en América Latina

al grado en que se aprovechan los beneficios y se eluden los perjuicios que


generan los nuevos procesos técnicos.
Las asimetrías asociadas con la emergencia de la economía del conoci-
miento se despliegan tanto en el interior de cada país como entre países y
regiones. Junto a las diferencias entre personas y grupos sociales, ya subra-
yadas, se registran otras entre áreas geográficas.
No se trata de una situación cristalizada. Por el contrario, una etapa de
acelerado cambio lo es también de trastocamiento de las relaciones esta-
blecidas y de nuevas oportunidades. Las transformaciones asociadas con
las Tecnologías de la Información y la Comunicación han sido ampliamente
aprovechadas por personas, empresas y países. La rápida y eficiente adap-
tación a las condiciones generadas por el auge de dichas tecnologías cons-
tituye una de las causas mayores del avance del Japón, Corea del Sur y Tai-
wán durante las décadas de 1970 y 1980, y del desafío que llegaron a
plantearles a los países más poderosos de Occidente; también es notorio
que numerosas empresas “intensivas en conocimiento”, de creación muy re-
ciente en varios casos, han sacado gran partido de las oportunidades abier-
tas por el cambio técnico.
Pero las oportunidades son muy desiguales. El potencial científico y tec-
nológico no se distribuye por cierto de manera más o menos pareja a lo lar-
go y a lo ancho del globo, sino todo lo contrario: la gran mayoría de los inves-
tigadores, de las instituciones de investigación y de los recursos materiales
necesarios para la creación de conocimientos se concentra en un pequeño
número de países; de manera bastante similar se concentran las capacida-
des para la innovación tecno-productiva, para la introducción de lo nuevo en
las diversas actividades prácticas. Estos países -los Estados Unidos y tam-
bién Canadá, las naciones de Europa Occidental, el Japón así como Taiwán y
Corea del Sur- se constituyen así en los “centros” dinámicos de la economía
del conocimiento.
La situación de las restantes naciones es extremadamente diversa, dentro
de un panorama que no es en absoluto estático. En varias regiones externas
a los “centros” se hace sin embargo uso muy amplio de tecnología moderna,
con significativa capacidad de adaptación y aun de generación, ligada a un
cierto potencial científico; en otras regiones, la modernización productiva re-
sulta casi exclusivamente de la importación, y la investigación tiene muy esca-
sa incidencia; todavía, en un tercer grupo de regiones y naciones el gran atra-
so tecno-productivo tiende a marginarlas de la economía internacional. No hay
pues nada parecido a un “Tercer Mundo” relativamente homogéneo, ni siquie-
ra desde el punto de vista que aquí consideramos, sino un conjunto extrema-
damente heterogéneo, en el cual el conocimiento, la innovación y la formación
avanzada NO son las claves de las dinámicas económicas.
En este sentido, una “brecha” separa a los “Sures” de los “Nortes”, ubi-
cando a los primeros en una situación subordinada y dependiente.
La situación se asemeja a la del siglo XIX, cuando los impactos de la indus-
trialización se iban difundiendo por todo el planeta pero de manera muy desi-
gual, pues sólo un puñado de países se industrializaban, con lo cual su rique-
za crecía rápidamente y también su poder sobre los demás. En ese período se
constituyó una “división internacional del trabajo”, entre productores de bienes
industriales y productores de bienes primarios, como rasgo principal de un in-
tercambio en el cual las naciones técnicamente más avanzadas afianzan su
primacía al concentrarse en los rubros más dinámicos de la producción.

229
Universidad Virtual de Quilmes

En los últimos años, en América Latina se ha planteado con inquietud la


posibilidad de que se esté generando otra vez una divisoria de ese tipo, en
la cual los países del continente se concentrarían no exactamente en los ru-
bros de ayer sino en las modalidades menos intensivas en conocimiento de
las diversas ramas productivas, menos demandantes de investigación endó-
gena, de capacidades propias para la innovación, de trabajo altamente capa-
citado. No se identifica a la industria o a los servicios con el avance ni a la
agricultura con el atraso: lo decisivo es el “valor intelectual agregado” a los
bienes y servicios generados -fruta o aceros o turismo-, pues de ello depen-
den el dinamismo de la producción y sus posibilidades de competir durable-
mente en los mercados internacionales de mayor poder adquisitivo.
El Secretario Ejecutivo de la CEPAL, Gert Rosenthal (1997), al señalar las
semejanzas del presente con la “división internacional del trabajo” percibida
por su institución en 1949, comentaba que sería irónico que los países en
desarrollo, o al menos los de América Latina y el Caribe, se encontraran en
la economía global otra vez atrapados en una trampa de baja productividad.
Si tal fuera el caso, cabría calificar de “neoperiférica” a la nueva inser-
ción internacional del continente. En realidad, se trata de dilucidar si, en las
nuevas condiciones tecno-productivas, América Latina tiende a quedar atra-
pada en una combinación de innovación más bien débil e inequidad prome-
dialmente alta.

6.2. Las propuestas neoestructuralistas

La crisis de la década de 1980 generó, en los ámbitos vinculados con la CE-


PAL, una revisión de los planteos para el desarrollo, en una perspectiva que
sus impulsores han denominado “neoestructuralista”. En este apartado nos
ocupamos de tal enfoque, basándonos fundamentalmente en ciertos docu-
mentos cepalinos que tuvieron amplia difusión durante la primera mitad de
la década de 1990.

6.2.1. La transformación productiva con equidad

El nuevo enfoque de la CEPAL fue presentado bajo el título Transformación


productiva con equidad. La tarea prioritaria del desarrollo de América Latina y
el Caribe en los años noventa. El punto de partida lo constituye una aprecia-
ción de la reinserción internacional de la región tal como ella se fue desple-
gando durante la década de 1980. Se entiende que dicha reinserción se ha
basado en una “competitividad espuria”, que surge de los bajos salarios y
del uso indiscriminado de los recursos naturales, por lo que incrementa la
inequidad y tiende a agotarse.
Por un lado, ese tipo de crecimiento tiene graves consecuencias en rela-
ción con el medioambiente y con las condiciones de vida de grandes contin-
gentes humanos:

❘❚❚ “El estilo de desarrollo predominante en América Latina y el Caribe ha ge-


nerado una elevada marginalidad, tanto urbana como rural. Las poblaciones
pobres tienden a asentarse en áreas de baja habitabilidad, frecuentemente

230
Problemas del Desarrollo en América Latina

vulnerables a los desastres naturales, con riesgos de derrumbes, inundacio-


nes, etc., y en el sector rural, en ecosistemas más frágiles y vulnerables” (CE-
PAL, 1992, p. 217). ❚❚❘

Por otro lado, en las condiciones técnico-productivas contemporáneas, ello


constituye una apuesta perdedora para la competencia económica interna-
cional de los próximos tiempos y no permite realmente superar el atraso:

❘❚❚ “América Latina y el Caribe, como región en desarrollo semiindustrializada,


continúa ocupando una posición periférica en la especialización productiva
mundial, con más del 70% de sus exportaciones (incluidos los combustibles)
compuestos por productos primarios” (CEPAL, 1990, p. 43). ❚❚❘

Ello nos ha ubicado en lugares poco dinámicos del comercio internacional.


En efecto, entre 1962 y 1985 el promedio anual de crecimiento de las ex-
portaciones puede desglosarse como sigue:
• productos primarios, 1.6 %;
• manufacturas basadas en recursos naturales (principalmente alimentos
procesados), 3.7 %;
• manufacturas tradicionales no basadas en recursos naturales (principal-
mente bienes de consumo intensivos en mano de obra), 6.8 %;
• nuevas manufacturas (complejo electrónico, biotecnologías, nuevos mate-
riales, etc.), 8.1% (CEPAL, 1990, p. 43).

En general, puede afirmarse que las “manufacturas no basadas en recursos


naturales, que por cierto incluyen los equipos e insumos utilizados en la
transformación de los recursos naturales, constituyen una proporción mayo-
ritaria y creciente del comercio internacional”. En ese contexto se dibujan
ciertas apuestas ganadoras:

❘❚❚ “[...] entre los países de competitividad ‘creciente’ predominan los de Euro-
pa occidental y asiáticos que, a pesar de sus diferencias, comparten dos carac-
terísticas principales: la primera, cooperación estrecha gobierno-sector empre-
sarial, que se expresa en una amplia gama de incentivos y mecanismos
institucionales de apoyo a la competitividad internacional; y la segunda, posicio-
namiento especializado en torno a rubros dinámicos” (CEPAL, 1992, p.120). ❚❚❘

La marginación del continente crece sobre todo por su participación decre-


ciente en la gran mutación técnico-productiva en curso, lo cual puede apre-
ciarse por ejemplo por su comparativamente débil esfuerzo en materia de in-
novación científica y tecnológica, así como por su deficiente panorama
educativo.

“El nivel educacional promedio es apenas de 6 años de estudio y casi la mitad


de la fuerza laboral latinoamericana no ha completado la educación primaria. La

231
Universidad Virtual de Quilmes

masificación [de la enseñanza] se realizó con poca inversión y tuvo un impacto


inequitativo, pues benefició en mayor medida a los hijos de los grupos de ingre-
sos medianos y altos. [Así] de mantenerse la tendencia histórica de la última dé-
cada, la región contaría todavía con un 11% de analfabetos en el año 2000, y un
40 % de los jóvenes no habría logrado terminar la enseñanza primaria; […] el tra-
bajador promedio […] apenas podría esperar recibir un mes de capacitación du-
rante su vida laboral” (CEPAL-UNESCO,1992, p. 77).

Como alternativa para una nueva ubicación de la región en el escenario


mundial se propone la denominada “Transformación Productiva con Equi-
dad” (abreviadamente TPE), en la cual la equidad es vista como marco para
la construcción de una “competitividad auténtica”, sustentada en la incorpo-
ración de progreso técnico.
Las siguientes citas resumen la médula del enfoque:

❘❚❚ “Penetrar […] mercados [internacionales] exige absorber progreso técnico e


innovar de modo de mantenerse en ellos por la única vía que no se agota: la
agregación de valor intelectual a los bienes y servicios exportados. [Además], la
solidez de la posición en el mercado internacional está determinada en general
por el nivel de calificación de la población y por su capacidad para participar en
el proceso permanente de innovación tecnológica” (CEPAL, 1990: p. 77). ❚❚❘

Notemos que la primera parte de la afirmación es indiscutible pero que la


segunda, si bien fundamental, es parcial: la innovación que se requiere no
es sólo tecnológica sino también social e institucional.
La TPE constituye una propuesta articulada en torno de las siguientes
“ideas fuerza”:
1) la clave fundamental de la transformación, como ya se mencionó, ha de
ser la incorporación de progreso técnico;
2) la competitividad a la que se aspira debe tener un carácter sistémico, re-
flejado en la red de relaciones entre las empresas, el sector público, los
sistemas educativo y financiero, la infraestructura tecnológica, energéti-
ca, comunicacional y de transportes, etcétera;
3) la estabilidad y la coherencia de la gestión macroeconómica son impres-
cindibles, pero no son suficientes para impulsar la transformación desea-
da, la que requiere además de políticas sectoriales;
4) es preciso remover las divisiones sectoriales herméticas, impulsando en
particular las vinculaciones de la industria con el sector primario de la
economía y con los servicios;
5) tan importante como la transformación productiva es la equidad; no se
puede avanzar en una dirección sin hacerlo al mismo tiempo en la otra;
6) la integración y la cooperación en los marcos regionales son fundamenta-
les;
7) la elaboración de políticas debe tener lugar en un contexto democrático,
pluralista y participativo, donde las estrategias que se adopten puedan
ser el fruto de consensos amplios;
8) el accionar estatal debe renovarse, priorizando la construcción de la

232
Problemas del Desarrollo en América Latina

competitividad que se basa en la incorporación de progreso técnico y el


continuo avance hacia mayores niveles de equidad y de sustentabilidad
ambiental (CEPAL, 1991, p.15).

El enfoque se precisa a partir de la confrontación de las siguientes tres al-


ternativas:
i) La apertura generalizada y rápida, con irrestricta sujeción a las señales
del mercado, vista como la “ortodoxia de la década de 1980”.
ii) La profundización de la industrialización hacia adentro, catalogada de “or-
todoxia de las décadas de 1950 y 1960”.
iii) La propuesta de “transformación productiva de la década de 1990”, ca-
racterizada sintéticamente por: la búsqueda de la competitividad auténti-
ca y de la equidad que se basan en la incorporación de progreso técnico;
la preocupación por los equilibrios macroeconómicos complementados
con políticas sectoriales selectivas; la prioridad atribuida a la generación
de empleo productivo y a la inversión en recursos humanos; la “concerta-
ción estratégica y transparente entre el Estado y el sector empresarial”;
el fortalecimiento del “Sistema Nacional de Innovación”, y la “reorienta-
ción de la industria hacia los mercados externos” (CEPAL, 1990, p. 85).

Esquematizando un tanto, podría decirse que esta tercera alternativa se pre-


senta, frente a las anteriores, como una “industrialización hacia afuera”, con
apertura gradual y controlada. La cita siguiente parece reveladora:

❘❚❚ “Distintas corrientes de pensamiento y posturas políticas concuerdan en la


actualidad en que el destino económico de la región está ligado a las caracte-
rísticas de su inserción en la economía internacional. Este consenso se apoya
en argumentos teóricos, históricos y prácticos. Para las corrientes neolibera-
les, esta postura se basa en los principios de la teoría ortodoxa del comercio
internacional y su análisis de las ventajas comparativas. Para las corrientes
estructuralistas, la apertura se hace necesaria pues la exportación -sobre to-
do de productos no tradicionales- es la etapa natural siguiente para aprove-
char la plataforma industrial creada por la sustitución de importaciones” (CE-
PAL, 1992, p. 109). ❚❚❘

Ahora bien, no cabe identificar apertura con reinserción, si esta última ha de


tener algún significado positivo; en efecto, no es difícil mostrar ejemplos de
apertura completa que refuerzan la marginación. Como la propia cita lo su-
giere, lo que está en juego es la construcción de ventajas comparativas que
puedan sustentar una ubicación dinámica en la economía internacional, la
autoexclusión de la cual parece difícilmente compatible con el progreso téc-
nico, condición no suficiente pero sí necesaria para mejorar las condiciones
de vida de las mayorías. Más aún:

❘❚❚ “La competitividad que conduce a la elevación del nivel de vida se basa en
el aumento de la productividad y en la incorporación y difusión del progreso
técnico. Por su carácter sistémico, requiere un grado razonable de cohesión
social y de equidad. Por su parte, esta última, en un mundo que tiende hacia

233
Universidad Virtual de Quilmes

una creciente homogeneización, difusión y convergencia de las aspiraciones a


acceder a bienes y servicios modernos, no se sostiene si los países no logran
una auténtica competitividad” (CEPAL-UNESCO, 1992, p. 34). ❚❚❘

Subrayado lo que antecede, conviene reiterar sin embargo que la identifica-


ción entre el afianzamiento de “ventajas competitivas”, el avance técnico-
productivo y la “industrialización hacia afuera” no es evidente. Por ejemplo,
pueden llegar a constituirse enclaves exportadores, dotados incluso de una
gran sofisticación productiva pero de una escasa capacidad para difundirla a
su alrededor. Justamente por su carácter sistémico, el desarrollo es poco
viable sin estrategias que eleven el nivel técnico de un conjunto muy amplio
de actividades, estrategias por ende que no pueden ser sino específicas, y
que deben incluir trayectorias para la generación e incorporación de progre-
so técnico que se adapten a las características propias de cada sociedad.
Sobre esta cuestión volveremos.
No nos internaremos en las especificidades de las políticas propuestas,
pues sólo apuntamos a bosquejar sus recomendaciones generales. Entre
éstas se destacan las siguientes:
a) El estímulo a la formación de empresas y empresarios, en el entendido
de que la

❘❚❚ “[...] ampliación de la base de empresarios de un país tiene, como efecto


principal, el de fortalecer la capacidad de iniciativa de la sociedad para enfren-
tar en forma descentralizada los desafíos que plantean el acelerado proceso
de cambio tecnológico y el dinamismo de los mercados internacionales” (CE-
PAL, 1990, p. 126). ❚❚❘

Además:

❘❚❚ “Para que el crecimiento sea sólido y sus frutos lleguen a las grandes ma-
yorías, la modernización debe movilizar al grueso del empresariado y de la
fuerza de trabajo nacional, lo que implica incorporar en esta dinámica a la em-
presa pequeña y mediana (PYME), ámbito en que se forman y gestan la mayoría
de las nuevas empresas, así como las nuevas generaciones de empresarios
del futuro, donde se produce el grueso del valor agregado de la región, y don-
de se emplea la enorme mayoría de la fuerza de trabajo.” ❚❚❘

Se entiende por PYME “toda empresa que no transe en la bolsa ni tenga


acceso a créditos internacionales o nacionales, salvo de corto plazo. Se
trata no tanto de la microempresa o pequeña empresa informal, sino so-
bre todo del grueso de las empresas del sector formal que no tienen un
acceso fluido al mercado de capital” (CEPAL, 1992, p. 174).
b) La reivindicación, en el interior de la empresa, de la cooperación en vez
de la confrontación, debiendo aquélla tratar a los trabajadores como so-
cios colaboradores y los sindicatos incluir entre sus objetivos la producti-
vidad. La modernización de las relaciones laborales tendría como eje la
vinculación entre productividad y remuneración, particularmente a través

234
Problemas del Desarrollo en América Latina

de la participación en los resultados, para lo cual se destaca el mecanis-


mo de los “salarios participativos”. Se sostiene que ello permite además
disminuir la inestabilidad laboral, al hacer menos rígidos los costos sala-
riales.
c) El énfasis en el reforzamiento de la articulación productiva, mediante polí-
ticas industriales que prioricen áreas para la intervención gubernamental,
que debe afrontar “la conducción de un proceso de apertura gradual y se-
lectivo [...] en un contexto de restricción financiera y de debilitamiento
institucional del sector público” (CEPAL, 1990, p. 128), y también median-
te el desarrollo de una amplia gama de servicios de apoyo al productor,
los que van desde los estudios de factibilidad hasta la distribución y pue-
den llegar a representar el 90% del precio final, pese a lo cual -se afirma-
ba en el documento citado- en América Latina sigue vigente una concep-
ción de los servicios como sector retardatario.
d) La redefinición del papel del Estado, al que se atribuyen en el presente
ciertas tareas cruciales -”participar en la superación de las carencias
acumuladas en los ámbitos de la equidad y la competitividad internacio-
nal”- para cuyo desempeño tendrá que seleccionar y simplificar sus inter-
venciones, so pena de una pérdida aún mayor de incidencia real y de ca-
lidad en sus prestaciones. En particular, la reforma fiscal es vista como
el eje de la reforma del Estado. Al respecto se sostiene que

❘❚❚ “[...] las comparaciones en el ámbito internacional indican que existe un


importante margen para elevar la carga tributaria en varios países de la región
y para modificar su estructura, sin afectar significativamente el bienestar co-
lectivo ni la competitividad internacional” (CEPAL, 1992, p. 93). ❚❚❘

La estructura tributaria, sesgada hacia los impuestos indirectos y menos


progresivos, tiene una escasa capacidad redistributiva.
e) El impulso a la interacción entre los sectores público y privado, de la cual se
destaca un aspecto frecuentemente olvidado, la tarea prospectiva, pues

❘❚❚ “[...] asume especial relevancia: la necesidad de conocer, aunque sea mínima-
mente, los escenarios futuros hacia los cuales podría evolucionar cada sociedad
nacional. Esta labor de prospectiva ha sido muchas veces perjudicada durante
los años ochenta, cuando los desequilibrios y ajustes de corto plazo absorbían la
atención de los gobiernos. Durante el próximo decenio, surge como uno de los
nuevos papeles que deberán asumir los organismos nacionales de planificación y
de coordinación de políticas públicas” (CEPAL, 1990, pp.154 y 156-157). ❚❚❘

f) El desarrollo de una política de fomento a las formas de asociación coo-


perativa y autogestionaria. Estas han tropezado frecuentemente con obs-
táculos que incluyen

❘❚❚ “[...] la insuficiencia de la organización empresarial; la ausencia de perso-


nal ejecutivo y técnico; la falta de asistencia técnica; la carencia de canales

235
Universidad Virtual de Quilmes

propios de comercialización; los problemas de financiamiento y la falta de ade-


cuación de los marcos jurídicos”. ❚❚❘

Hace falta pues actuar de modo de dar “aliento a proyectos y empresas eco-
nómicas viables conforme a una noción distinta de organización y de distri-
bución social” (CEPAL, 1990, p. 161).
Tanto en su enfoque general como en sus recomendaciones de índole
sectorial, los planteos que comentamos se basan en la centralidad del pro-
greso técnico y el conocimiento, y de alguna forma también en una cierta vi-
sión de las mutaciones que se están procesando en esos ámbitos. Vale la
pena pues analizar específicamente tales temas, cosa que haremos tras ha-
ber indicado las conexiones de los mismos con la temática ecológica y lo
que esta última implica para la cuestión del desarrollo.

6.2.2. La dimensión ambiental de la transformación productiva

Según se anotó, el crecimiento exportador latinoamericano durante la “déca-


da perdida” se basó grandemente en la “competitividad espuria”, es decir,
en la capacidad de producir bienes sin mayor valor agregado a precios com-
parativamente bajos, a partir de los muy bajos salarios y el uso masivo de
recursos naturales, factores que tienden a perder importancia en la econo-
mía contemporánea al tiempo que acentúan la inequidad social e impulsan
la degradación ambiental. Las relaciones de estos problemas, particular-
mente el último de los citados, con la “transformación productiva con equi-
dad” fue tratada en un documento específico de la CEPAL de 1991, algunos
de cuyos aspectos comentaremos en esta sección.
Como se sabe, ciertos mecanismos empleados para incrementar rápida-
mente las cantidades producidas han generado serios problemas de polu-
ción, afectando la salud de los seres humanos y de los animales. Un ejem-
plo de ello lo constituye el uso masivo de pesticidas en la agricultura de
América Central (CEPAL, 1991, pp. 35 y 37-38). En particular, el uso del DDT
permitió una rápida expansión de la producción de algodón en condiciones
que generaron un rápido deterioro del “capital natural”, lo cual a su vez ele-
vó los costos y desembocó en una crisis que obligó a revisar las formas de
producción para elevar su calidad. Para afrontar la crisis fue necesario prohi-
bir los pesticidas sintéticos, volver a usar pesticidas orgánicos e introducir
enemigos naturales de los causantes de las pestes así como otros métodos
biológicos de control.
En los últimos años se ha prestado bastante atención a la deforestación
de las zonas tropicales del continente, impulsada especialmente por la ex-
pansión de la agricultura y de la ganadería. A comienzos de la década de
1990 se estimaba que América Latina y el Caribe poseían más de la mitad
de las selvas tropicales del mundo entero, y también el más alto ritmo de
deforestación en el mundo en desarrollo (CEPAL, 1991, p. 39).
La degradación generada en los ejemplos mencionados no es ajena a
las políticas públicas practicadas, incluyendo el subsidio al uso de pestici-
das en el primer caso, y las ventajas fiscales otorgadas a ciertos grandes
proyectos de inversión en la Amazonia, en el segundo caso. Las consecuen-
cias contaminantes de ciertas políticas pueden detectarse no sólo en las
áreas rurales sino también en las urbanas.

236
Problemas del Desarrollo en América Latina

Por ejemplo, la Región Metropolitana de la capital chilena se ha estado


convirtiendo rápidamente en una de las áreas urbanas más polucionadas
del mundo. Se afirma que el grado de contaminación del aire y del agua en
Santiago puede ser visto como una advertencia acerca de los efectos dañi-
nos de ciertas prácticas desregulatorias y de la aplicación de regulaciones
inapropiadas, particularmente en lo que concierne al transporte. Al instalar-
se en 1990 el nuevo gobierno democrático, el enfoque empezó a ser revisa-
do (CEPAL, 1991, p. 43).
Los ejemplos podrían multiplicarse, aludiendo también a otros países,
para mostrar el nivel alcanzado por la problemática ecológica. La misma de-
be ser analizada en el contexto de una de las más gravitantes transforma-
ciones experimentadas por nuestro continente en el período posterior a la
Segunda Guerra Mundial: en cifras redondas, la triplicación de la población,
y su desplazamiento, que convirtió a la población urbana de una minoría en
las tres cuartas partes del total.
Ambos procesos conjugados tienen obvias consecuencias ambientales,
dramáticamente ilustradas por la ciudad de México, donde se estima que vi-
ven ya más de 20 millones de personas, mientras que en 1950 lo hacían
unos 5 millones; allí la calidad del agua y la cantidad de que dispone en pro-
medio cada habitante bajaron significativamente, al tiempo que crecían los
perjuicios ecológicos debidos a la búsqueda de fuentes de abastecimiento
más profundas y más lejanas; también crecieron los problemas de polución
que sufre la ciudad, los que frecuentemente llegan a niveles muy alarman-
tes. Se estima que la primera causa de los mismos la constituye el parque
automotor, compuesto ya a fines de la década de 1980 por alrededor de dos
millones y medio de vehículos, a cuyas emanaciones se agregaban las de
unos treinta mil establecimientos industriales en el área del Gran México
(CEPAL, 1991, pp. 51-52).
El incremento acelerado de la población se sumó, en su impacto sobre el
medioambiente, con otros procesos ya destacados en capítulos anteriores: el
crecimiento de la inversión extranjera en diversos sectores de la producción
a partir de la década de 1950; el auge de esa inversión en la década de
1960 y la consiguiente expansión de ciertos tipos de gran industria en los
países más grandes del área; los considerables flujos monetarios de la déca-
da de 1970; la crisis de la deuda de la década de 1980, con el agudizamien-
to tanto de la pobreza como de la presión para exportar. Este conjunto de fac-
tores ha alterado profundamente el uso de los recursos naturales de la
región. En ello han incidido tanto las actividades en pequeña escala desple-
gadas por mucha gente -los pobres que se arraciman en los cinturones urba-
nos o queman y deforestan para plantar- como las actividades a gran escala,
por ejemplo las implementadas por empresas mineras o pesqueras.
Sostiene la CEPAL que la región ha sufrido una significativa e irreversible
pérdida de su biodiversidad genética, así como pérdidas de suelos debidas
a la erosión y de bosques nativos. En términos económicos y sociales, los
problemas ambientales más serios se vinculan con la irracional expansión
urbana. Se destacan asimismo los deterioros de ciertas áreas costeras y de
las aguas interiores. Se afirma que el daño más directo para la población es
causado por la contaminación del agua, mientras que la polución del aire,
aunque seria en muchas ciudades, tendría un alcance comparativamente
menor, si bien está asociada a sistemas productivos que sólo pueden ser
modificados y controlados a muy alto costo.

237
Universidad Virtual de Quilmes

Varios de los ejemplos que suelen mencionarse, como apoyo para las
afirmaciones precedentes, aluden a los efectos recíprocos de la pobreza y la
degradación ambiental. El desarrollo escaso y los diferentes promedios de
hijos por pareja según los sectores socioculturales se reflejan en un creci-
miento de los estratos más carenciados superior incluso al de la población
en su conjunto. La mayoría de los pobres viven en el presente en áreas ur-
banas; frecuentemente se instalan en las laderas de los cerros y en las ribe-
ras, agravando los riesgos de deslizamientos de tierras, la acumulación de
desperdicios y la contaminación de las aguas, de todo lo cual son las prime-
ras víctimaso. Pero también sigue siendo pobre la mayoría de la población
rural, a la que resulta más difícil hoy más que ayer conseguir agua y leña, ta-
rea por lo general reservada a las mujeres y a los niños en familias frecuen-
temente reducidas a la práctica de una agricultura migratoria, que agrava la
deforestación y la degradación de los suelos.
Este círculo vicioso de las relaciones entre miseria y medioambiente su-
pone uno de los mayores obstáculos para el desarrollo en un continente
donde la extrema pobreza afecta a gran parte de la gente. Si se tiene en
cuenta, además, que la población total de América Latina, inferior en 1970
a los 300 millones de personas, orilla en el presente los 500 millones, re-
sulta bastante claro que el urgente enfrentamiento a ese círculo vicioso no
tendrá éxito a partir de procedimientos unilaterales ni de los intentos de re-
tornar a las condiciones prevalecientes en alguna etapa del pasado. Hace
falta innovar, en los más diversos ámbitos.
La problemática de la “transformación productiva con equidad”, basada
en la incorporación y difusión del progreso técnico, y la cuestión de la sus-
tentabilidad ambiental del crecimiento económico se conectan entre sí por
vías múltiples. En el enfoque de la CEPAL se destaca la idea de que, en el fu-
turo, serán cada vez más estrechos los vínculos entre el avance tecnológico
en lo que hace a la protección ambiental y la competitividad internacional.
Se anota, en particular, que los países más prósperos son los más exigen-
tes en materia ambiental, e imponen condiciones cada vez más severas en
ese sentido a los productos que acceden a sus mercados.
Las relaciones entre cambio técnico, competitividad y sustentabilidad am-
biental resultan particularmente claras en el terreno de la energía. El uso de
la misma incide directamente en cuestiones de alcance mundial, como el
efecto invernadero, la destrucción de la capa de ozono, las lluvias ácidas y
la proliferación de residuos nucleares. La polución de la atmósfera depende
muy directamente de la intensidad energética de cada actividad. Se señala
que un consumo equivalente al de una tonelada de petróleo implica la emi-
sión de entre 2,4 y 4,5 toneladas de dióxido de carbono; hace falta una hec-
tárea forestada para absorber la cantidad de ese dióxido generada por la
quema de una tonelada de carbón (CEPAL, 1991, p. 86).
Desde la década de 1970, en los países industrializados ha venido dis-
minuyendo la relación entre el consumo total de energía y la producción bru-
ta, debido al avance tecnológico y también al crecimiento mucho más lento
de la industria pesada “intensiva en energía”, como las ramas del acero o
del cemento, por comparación con la industria “intensiva en tecnología”, ti-
pificada por las ramas del complejo electrónico. Se estima que el progreso
técnico da cuenta de entre el 66% y el 75% de esa disminución relativa del
consumo energético en los países más avanzados, lo cual representa un
uso más eficiente y menos contaminante de recursos naturales. Se destaca

238
Problemas del Desarrollo en América Latina

que semejante mejora en el aprovechamiento de la energía no se registraba


en la industria latinoamericana (CEPAL, 1991, pp. 82-83).
La dimensión ecológica genera pues nuevas exigencias de índole técnico-
productiva y, paralelamente, da lugar a nuevas demandas, particularmente
en lo que se refiere a productos y servicios para la protección ambiental. Da-
do que los problemas en este campo tienen frecuentemente características
muy específicas y propias del lugar, ello puede constituir una oportunidad in-
teresante para empresas locales, incluso medianas y pequeñas, en la medi-
da en que dispongan de flexibilidad y capacidad de innovación.
Se estima que la demanda latinoamericana de “equipamiento ligado al
ambiente” crecerá rápidamente y, también, que parte significativa de tal de-
manda puede ser atendida por la propia industria de los países más adelan-
tados de la región (CEPAL, 1991, p. 92).
La importancia de la capacidad tecnológica endógena en el área de la
ecología se ve subrayada por los costos involucrados. Se ha calculado que
la región debe invertir no menos de dos mil millones de dólares al año en
bienes y equipos destinados a prevenir o controlar problemas ambientales
causados por actividades productivas, manufactureras y mineras en primer
lugar. Si a ello se le agrega lo que insumiría reparar errores del pasado, la ci-
fra indicada podría multiplicarse por cinco. Y aún ello no sería mucho si se
tiene en cuenta que los países desarrollados invierten en la materia entre el
1% y el 2% de su producción total (CEPAL, 1991, p. 109).
Por otra parte, se ha comprobado fehacientemente que las industrias
más contaminantes y que mayor uso relativo hacen de los recursos natura-
les crecen más rápidamente fuera de los países desarrollados. Las corpora-
ciones transnacionales suelen trasladar sus plantas más polucionantes des-
de sus países de origen a otros donde la legislación ambiental es más
permisiva. Esto constituye un argumento adicional para promover la genera-
ción y la transferencia de tecnología ambiental, imprescindible para imponer
controles adecuados y hacerlos realidad, así como para paliar daños y sobre
todo para anticiparlos.
El círculo vicioso de las relaciones entre pobreza y degradación ambiental
debe ser atacado por varios flancos, entre los cuales no debe olvidarse el
que dice relación con la ciencia y la técnica. El informe comentado de la CE-
PAL sostiene que las tecnologías que facilitan la acumulación de capital natu-
ral, las tecnologías “limpias” que posibilitan el acceso a los mercados inter-
nacionales de los productos de la región, las tecnologías eficientes que
mejoran la competitividad internacional, y las tecnologías no polucionantes
utilizables en actividades de pequeña escala, que suelen dar trabajo a mu-
cha gente, son todas ellas imprescindibles para mejorar la calidad de vida
de la población latinoamericana (CEPAL, 1991, p. 133).
La ecología se vincula indisolublemente con la cuestión del desarrollo,
ante todo porque la problemática ambiental se plantea de manera específi-
ca en el subdesarrollo. Si en los países avanzados ella tiene que ver ante
todo con el consumo desenfrenado y con el despilfarro de los recursos a
que induce la riqueza, en las regiones menos favorecidas esa misma pro-
blemática suele estar ligada a la carencia de recursos y, más en general, a
la falta de desarrollo. Esa clara diferenciación de situaciones resulta ahon-
dada por los intentos, ya destacados, que se realizan en el “centro” para
transferir a otros ámbitos los mayores riesgos de contaminación que sus
formas de producción generan, todo lo cual demanda un abordaje de la

239
Universidad Virtual de Quilmes

cuestión ecológica propio de la “periferia” e integrado a la reflexión acerca


del desarrollo.
Semejante abordaje exige un “esfuerzo sistémico” que tenga en cuenta
dimensiones muy variadas pero estrechamente relacionadas, como el tipo
de políticas económicas practicadas, el nivel y la orientación de la inversión,
la gestión de los recursos naturales, la investigación y el desarrollo tecnoló-
gico, el panorama de la educación, la evolución de las instituciones, las for-
mas y los alcances de la participación de la población (CEPAL, 1991, p. 10).
En especial, tanto en el nivel de la reflexión como de la ejecución, hace fal-
ta ir más allá de los enfoques puramente sectoriales, confinados en el inte-
rior de una especialidad temática, de una repartición administrativa o de
una frontera territorial, para ensayar aproximaciones más integradas, en las
cuales tanto las prioridades ambientales como las de los usuarios puedan
ser efectivamente tenidas en cuenta durante los procesos de adopción de
decisiones (CEPAL, 1991, p. 63).
Propósitos como los indicados han orientado los esfuerzos en pro de un
“desarrollo sustentable”, noción cuyos antecedentes y contenidos en el nue-
vo enfoque cepalino resumimos para concluir este capítulo, intentando al
mismo tiempo ubicarla en la evolución de la temática del desarrollo en nues-
tro continente.
Las teorías tradicionales del crecimiento económico influyeron sobre la
reflexión acerca del desarrollo de modo tal que, inicialmente, los principales
problemas encarados fueron los del nivel y el ritmo de la formación de capi-
tal, en el entendido de que las carencias más importantes eran las de capi-
tal físico y financiero, mientras que se daba como un hecho la abundancia
de “capital natural”. Estos puntos de vista se reflejaron en la prioridad acor-
dada hasta comienzos de la década de 1970, en el marco de la promoción
del desarrollo, a la infraestructura energética y de transporte, así como a la
obtención de recursos monetarios. En los aspectos organizacionales, se
prestó especial atención a las grandes empresas e instituciones estatales
dedicadas a las obras y servicios públicos, y se impulsó la fundación de ins-
tituciones financieras para la promoción del desarrollo.
A medida que se evidenciaban las limitaciones del crecimiento económico
para superar la pobreza -especialmente cuando se registraban llamativas ta-
sas de incremento de la producción-, las prioridades se fueron desplazando y
se fue configurando una segunda etapa en las políticas para el desarrollo; en
ella, la atención se focalizó directamente en el problema de la pobreza. Las
estrategias ensayadas tendieron a priorizar el involucramiento directo de los
beneficiarios potenciales, y la participación fue vista como un aspecto funda-
mental del desarrollo entendido como proceso de cambio global.
Esta visión, cuya preponderancia puede ubicarse según los distintos paí-
ses entre fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1980, inspiró
programas orientados, por ejemplo, al desarrollo rural integrado, la autosufi-
ciencia alimentaria o la expansión de los servicios básicos en las áreas ca-
renciadas. En términos organizativos, la complejidad imaginable de proyec-
tos semejantes se vio agravada por las dificultades halladas para
institucionalizar niveles significativos de participación así como por la ines-
tabilidad de muchos gobiernos de la región.
Una tercera etapa -iniciada en la década de la crisis y a su influjo- se ca-
racterizó por la primacía acordada a la gestión de la coyuntura económica y
a la implementación de los llamados programas de ajuste estructural, dirigi-

240
Problemas del Desarrollo en América Latina

dos a disminuir el tamaño del sector público, a impulsar las privatizaciones


y a acentuar la importancia de las instituciones gubernamentales dedicadas
al manejo de las políticas financieras y monetarias. Durante este período,
prácticamente desapareció de la escena la cuestión del desarrollo en tanto
transformación integral.
Por otra parte, desde la década de 1970 fue tomando cuerpo en la re-
gión la preocupación por la sustentabilidad ambiental y por el deterioro del
“capital natural”. Ello condujo, por un lado, al cuestionamiento de las ideas
recibidas acerca de las formas productivas y, por otro lado, al impulso de va-
riados programas conservacionistas.
Ahora bien, si la importancia de tales programas no sabría ser cuestiona-
da, su priorización unilateral no puede dejar de ser discutida en países don-
de abundan las carencias de todo tipo.
En las dos últimas décadas se ha abierto camino la conciencia de que el
crecimiento económico, tal como ha tenido lugar históricamente, tiende a
ser insustentable, pues agrede y daña a la Naturaleza. Pero el círculo vicio-
so de las relaciones entre pobreza y degradación ambiental muestra que la
sustentabilidad es inviable sin desarrollo. Y éste a su vez no puede ser en-
carado de forma unilateral, como cuando se lo asimila con el incremento de
capital físico o monetario, sino que exige tener en cuenta una gran variedad
de “recursos” y requisitos, naturales, humanos, institucionales, culturales,
científico-técnicos, productivos.
En la década de 1990 se intentó revitalizar los esfuerzos en pro del de-
sarrollo, impulsando lo que podría llegar a constituir una cuarta etapa en la
evolución de la cuestión en nuestro continente, la que estaría signada por la
aspiración a compatibilizar el crecimiento económico, la equidad social y la
sustentabilidad ambiental.
Por vías como las apuntadas se ha ido prestando atención creciente al
“desarrollo sustentable”, entendido como el que satisface las necesida-
des del presente sin generar el riesgo de que las futuras generaciones no
puedan satisfacer sus propias necesidades. Esta noción involucra a muy
diversos actores: el sector público, los empresarios, los trabajadores, dis-
tintas comunidades, la población en general. Los objetivos que esa noción
incluye requieren transformaciones institucionales profundas, que sólo
pueden ser el fruto de esfuerzos de largo aliento, pues las organizaciones
fuertes y efectivas no se construyen en poco tiempo, y además en este ca-
so lo que hace falta es cambiar pautas de comportamiento muy arraiga-
das y generalizadas.

6.2.3. Conocimiento y educación

La propuesta neoestructuralista de comienzos de la década de 1990 afirma-


ba que conocimiento y educación constituyen el eje de la transformación
productiva con equidad.
En estos temas, el punto de partida de los enfoques cepalinos lo consti-
tuye la bien conocida tesis según la cual asistimos a la conformación de un
nuevo paradigma tecnológico, que “constituye una verdadera revolución [y]
combina la revolución microelectrónica originada en los Estados Unidos, con
el modelo flexible de organización y gestión desarrollado con mayor plenitud
en el Japón” (CEPAL, 1992, p. 111).

241
Universidad Virtual de Quilmes

En la economía internacional, en el presente signada por la globalización


de los mercados y por el rol decisivo del progreso técnico en la competitivi-
dad, se destacan aspectos como los siguientes:
avance de la automatización;
• difusión horizontal de las tecnologías de la información, que en particular
favorecen el uso eficiente de los recursos naturales y, sobre todo, el aho-
rro de energía;
• erosión de las ventajas comparativas basadas en la disponibilidad de
mano de obra barata y de recursos naturales;
• emergencia de un nuevo paradigma de organización y gestión empresa-
rial;
• acortamiento del ciclo tecnológico e intensificación de la flexibilidad para
responder a la demanda;
• heterogeneidad tecnológica y posibilidades de que los países avanzados
desplieguen un proteccionismo creciente en el mercado de tecnología.

Los rasgos considerados realzan la importancia de la investigación básica, de


la educación y de la política pública; esta última tiene que ocuparse de las
dos primeras, entre otros motivos porque “la aparición de nuevas tecnologías
y los avances científicos de importancia se fundan, necesariamente, en inves-
tigaciones básicas de largo plazo, que sólo un número reducido de grandes
empresas está en condiciones de realizar” (CEPAL-UNESCO, 1992, p. 31).
Es en tal contexto que se sostiene que “educación y conocimiento” cons-
tituyen el “eje de la transformación productiva con equidad”, pues se “hace
impostergable la transición hacia un período cuyo dinamismo y desempeño
estarán marcados por el grado de centralidad que las sociedades otorguen
a la educación y a la producción de conocimiento” (CEPAL-UNESCO, 1992, p.
18). En efecto, los nuevos y variados “modelos de crecimiento” desarrolla-
dos durante la década de 1980 incluyen un motor de crecimiento común: la
producción endógena de conocimiento.
“Las tasas de crecimiento de largo plazo de distintos tipos de países son
muy diferentes, pero tienden a exhibir una estabilidad excepcional a lo largo
del tiempo.” ¿Qué puede producir cambios radicales en tales tasas, como
los ocurridos en el SE de Asia? A partir de decisiones posiblemente ajenas
en sus orígenes al sistema económico, “la acumulación de capital humano,
el aprendizaje y la especialización recibieron, en esos países, empujes ini-
ciales que luego les permitieron entrar en trayectorias de alto crecimiento y
fuerte acumulación de conocimientos” (CEPAL-UNESCO, 1992, pp. 103-104). En
relación con la muy citada obra de Michael Porter, La ventaja competitiva de
las naciones, se anota que su investigación

❘❚❚ “[...] deja pocas dudas de que la educación y la capacitación son factores
decisivos en las ventajas competitivas nacionales. Las naciones estudiadas
que invierten más en educación (Alemania, Japón y Corea) tienen ventajas en
muchos sectores, las que pueden fácilmente ser atribuidas a los recursos hu-
manos. Más aún, en todas las naciones estudiadas [Alemania, Dinamarca, Es-
tados Unidos, Italia, Gran Bretaña, Corea, Singapur, Suecia y Suiza] las indus-
trias más competitivas eran aquellas en que las inversiones especializadas en
educación y capacitación ascendían a sumas excepcionalmente elevadas” (CE-
PAL-UNESCO, 1992, p. 110). ❚❚❘

242
Problemas del Desarrollo en América Latina

En lo que tiene que ver con la visión de Peter Drucker, se enfatiza que en “la
sociedad del conocimiento” el concepto de educación terminada carece de
sentido y que la educación no podrá permanecer confinada dentro de las es-
cuelas. Por otra parte, no son pocos quienes creen, como André Gorz, que
un nuevo tipo de empleo estable y creativo será disfrutado sólo por una mi-
noría de la clase trabajadora, cuya segmentación y desintegración se ve ace-
lerada por el cambio técnico. Para combatir la dualización de la sociedad, lo
más eficaz es generalizar la alta calificación.
El enfoque reseñado puede resumirse a partir de las siguientes conclu-
siones:
1. El conocimiento es el elemento central del nuevo paradigma productivo.
2. La transformación educativa deviene clave de avance.
3. La misma debe sustentarse en la descentralización, autonomía, experi-
mentación y vinculación con la comunidad.
4. Todo ello conlleva riesgos de creciente diferenciación y segmentación.
5. “El acercamiento entre el sistema educacional, el mundo de las comuni-
caciones y la esfera del trabajo resulta fundamental para desarrollar per-
sonas internacionalmente competitivas y ciudadanos activos en el mun-
do del próximo siglo” (CCEPAL-UNESCO, 1992, p. 119).

Se dibuja así una neta contraposición entre lo que debe hacer y lo que ha
venido haciendo el sistema educativo en América Latina y el Caribe, dado
que su evolución desembocó en

❘❚❚ “[...] una radical separación entre el sistema de formación de recursos hu-
manos y las necesidades del desarrollo, al punto de volverlo casi impermeable
a las inquietudes y desafíos que nacen del nuevo contexto socioeconómico y
del debate internacional sobre el destino de la educación” (CEPAL-UNESCO, 1992,
p. 77). ❚❚❘

Se entiende empero que existe una nueva oportunidad para recuperar el


tiempo perdido, pues todos los países deben revisar sus sistemas educati-
vos en función de las nuevas exigencias.
A la búsqueda de caminos, se destacan ciertas experiencias internacio-
nales que, hacia 1990, eran consideradas muy sugestivas. Entre ellas, la de
Suecia. Una

❘❚❚ “[...] originalidad de la política educativa sueca es el establecimiento explícito


de un continuo educación-capacitación-empresa, que permite una permanente
adaptación de los programas de enseñanza a la realidad del mercado de trabajo.
La apertura hacia la vida laboral como componente explícito de los programas
escolares suecos desde la más temprana edad permite contrarrestar la abstrac-
ción y la tradicional distancia entre la enseñanza y el mundo de la producción.
Los esfuerzos por acercar la cultura general y la cultura técnica, con programas
de formación general menos teóricos que en otros países y mediante programas
de capacitación técnico-profesional menos estrechos o especializados, cumplen
de manera simultánea con el doble propósito de una mayor equidad y una mayor
utilidad económica” (CEPAL-UNESCO, 1992, p. 239). ❚❚❘

243
Universidad Virtual de Quilmes

También se considera la tan frecuentemente invocada “estructura dual” de


la educación en Alemania, la cual establece una divisoria entre los jóvenes
que se orientan hacia la formación técnica -centrada en su inserción como
aprendices en las empresas, las que asumen un papel fundamental en el
sistema- y los que optan por una formación académica. Esta última vía, lar-
ga y selectiva, es la principal para acceder a la universidad, pero existen
puentes que permiten la reincorporación posterior de los aprendices al sis-
tema formal. Al sistema se le atribuyó tradicionalmente buena parte del éxi-
to industrial alemán. Empero, se nota que forma mano de obra calificada,
pero muy especializada y poco flexible, con dificultades para mantenerse al
día. Por otra parte, la formación general goza de mayor valoración social.
En lo que tiene que ver con la preparación requerida de los trabajadores,
se subrayan las lecciones emanadas de la experiencia de la FIAT en Italia. La
empresa se convirtió durante la década de 1980 en una de las más automa-
tizadas del mundo, pero en la capacitación de sus trabajadores para las
nuevas tecnologías se encontró con dificultades inesperadas.

“Más allá del manejo técnico, las nuevas formas automatizadas de producción re-
quieren de los operarios una comprensión global del proceso, la capacidad de
resolver problemas complejos y el establecimiento de nuevas líneas de comuni-
cación. Las dificultades con que se ha tropezado en el uso eficiente de los nue-
vos equipos, aun después de tal esfuerzo de capacitación, han demostrado la im-
portancia de considerar, ante la introducción de esas tecnologías, las
modificaciones requeridas en la organización de la producción y la paralela des-
centralización de responsabilidades, sin las cuales la automatización no es real-
mente efectiva. Paradójicamente, la automatización, que fue inicialmente conce-
bida como medio para controlar el poder relativo de los sindicatos, terminó
aumentando en cierta forma su importancia como interlocutor en las relaciones
industriales” (CEPAL-UNESCO, 1992, p. 253).

También la experiencia de Corea es tratada con alguna detención:

❘❚❚ “El caso coreano suele presentarse como el ejemplo más patente de la
asociación entre el crecimiento económico y una buena política educativa. Con
frecuencia se ha relacionado el crecimiento excepcional de la escolarización
en Corea, a partir de los años cincuenta, con el desarrollo posterior de la es-
tructura industrial y espectacular aumento del ingreso por habitante.” ❚❚❘

En especial, la “magnitud del esfuerzo coreano refleja en buena medida el


concepto de que la inversión en educación debe adelantarse a las necesida-
des de la producción, por su tiempo relativamente largo de maduración”.
Una “deficiencia del sistema educativo coreano es su escasa capacidad de
investigación propia”. Sin embargo

❘❚❚ “[...] los gastos en investigación y desarrollo de las empresas privadas han
aumentado de 32% del total en 1971 a 80% en 1987. Ese aumento, asociado

244
Problemas del Desarrollo en América Latina

con un mayor gasto en este rubro en el conjunto del país (de 0.3% a 1.9% del
PIB), es indicador de una estrategia de las empresas decididas a invertir para
poder seguir adelante en su evolución con tecnología de vanguardia” (CEPAL-
UNESCO, 1992, pp. 252-255). ❚❚❘

Se destaca también que ese país logró prácticamente quintuplicar el alum-


nado de la enseñanza superior entre 1975 y 1987 (ibid., p. 64).
El planteo contenido en el documento conjunto de la CEPAL y de la UNESCO
de 1992 -que hemos citado reiteradamente en los últimos párrafos- culmina
dibujando una estrategia de transformación educativa, basada en la descen-
tralización del sistema educativo y en una mayor autonomía de los centros
de enseñanza, entendido cada uno de ellos como un proyecto con su propia
identidad, “sin la agobiante dependencia burocrática de un organismo cen-
tral”, con capacidad de inserción en el medio y participación de los docentes
en la gestión.

“En vez de reconocer y aprovechar la diversidad de la cultura moderna, la plura-


lidad de sus formas y la enorme variedad de enfoques posibles sobre la forma-
ción, el sistema educativo, aferrado a las tareas y modalidades del siglo pasado,
busca la uniformidad, el centralismo, las jerarquías y la rigidez. Por eso cae en la
rutina y provoca rechazo y rebeldía” (CEPAL-UNESCO, 1992, p. 132).

Superar el aislamiento del sistema educativo es visto como la fuente más


fértil de dinamismo y cambio. Ello requiere de la participación de la comuni-
dad en los consejos de establecimiento, así como de la autonomía de cada
centro educativo para innovar, y para concertar. Su contrapartida debe ser la
capacidad del Estado para atender complejas cuestiones de regulación, cer-
tificación, evaluación, apoyo y coordinación.
La transformación educativa tiene que sustentarse en la profesionaliza-
ción y el protagonismo de los educadores, mediante la formación que permi-
ta su titulación, la capacitación permanente usando incluso los mecanismos
de la educación a distancia, la redignificación de la docencia, la preparación
especial de los directores de establecimiento.
Para tales fines, y para la mejora de la educación en general, se reco-
mienda desarrollar la cooperación regional e internacional.
En lo que hace al compromiso financiero de la sociedad con la educa-
ción, se reclama: estabilidad y coherencia del financiamiento público; diver-
sificación de las fuentes de recursos; mecanismos que estimulen el uso efi-
ciente de los fondos estatales, incluyendo la competencia entre los
establecimientos y diverso tipo de préstamos para proyectos en Ciencia y
Tecnología; asignación de los recursos públicos en función de las priorida-
des educacionales.
En materia de costos, es de resaltar que el gasto público en educación
ascendía, como promedio de América Latina y el Caribe hacia 1990, a algo
menos del 4,5% del PIB, mientras que el gasto total (de los gobiernos, los ho-
gares y las empresas) se estimaba en alrededor del 7% del PIB. El documen-
to glosado considera que la estrategia propuesta requeriría dedicar a la

245
Universidad Virtual de Quilmes

educación un monto adicional equivalente a un 3.9% del PBI (CEPAL-UNESCO, 1992,


p. 218). Para ello se estima viable lograr un financiamiento privado adicional
del 1% del PIB, y obtener hasta 0.5% de financiamiento externo, por lo que el
sector público debería agregar como mínimo un 2.4%, lo que a su vez significa
aumentar en más del 50% la inversión del sector público en educación.
Recapitulando, la estrategia planteada por la CEPAL para la década de
1990 apuntaba a paliar los rezagos de la región en la emergente economía
del conocimiento y presuponía un gran esfuerzo en materia educativa.

6.3. Algunos aspectos de la evolución reciente de la


región
Las recomendaciones glosadas en el apartado anterior no parecen haber
encontrado demasiado eco en la realidad. Una transformación productiva li-
mitada con poca equidad está teniendo lugar en América Latina, de cuya
evolución económica y social durante la década final del siglo XX nos ocupa-
mos en este apartado.

6.3.1. La reinserción neoperiférica en la economía mundial

El título de esta sección resume una visión de lo que aconteció en América


Latina entre los años de 1990 y 2000. La misma se basa en elementos de
juicio como los que se presentan a continuación, tomados principalmente
del capítulo 2, “El legado de los años noventa”, de un informe reciente de la
CEPAL (2000), al que pertenecen, salvo mención en contrario, las citas inclui-
das en los párrafos siguientes. Una presentación muy interesante de la evo-
lución económica del continente entre 1980 y 1995 es ofrecida en un infor-
me anterior (CEPAL, 1996)
Se reputa como logro sobresaliente “la estabilización de la inflación de
América Latina en los niveles más bajos en medio siglo, que alcanzaron al
10% por año desde 1997 y cifras de un dígito a partir de entonces en la ma-
yoría de los países”. Entre 1945 y 1980, durante el “crecimiento hacia
adentro”, la inflación fue en promedio del 20% anual. Y, durante la década
de 1980 e incluso después, el continente sufrió agudos procesos inflaciona-
rios, que en más de un caso desembocaron en una hiperinflación.
En materia de crecimiento, la evaluación es más matizada: el desempeño
productivo fue mejor que durante la década de 1980, cuando la producción
promedio por habitante retrocedió, pero ese incremento estuvo por debajo
no sólo de lo que sería necesario para afrontar los problemas pendientes,
sino también de los ritmos que la propia región conoció antes de la crisis de
la deuda. En efecto, en América Latina “el ritmo promedio de expansión del
producto interno bruto (PIB) supera el de la década pasada (3,2% anual entre
1990 y 2000 frente a 1% en la década de 1980, o 1,4% frente a -0,9% en
términos del crecimiento del PIB per cápita)”. Sin desmedro de ello,

❘❚❚ “[...] el crecimiento promedio de la región sigue siendo inferior no sólo a lo


que hace falta para cerrar la brecha que nos separa de los países más desarro-
llados sino también a lo que la CEPAL ha considerado deseable y necesario para

246
Problemas del Desarrollo en América Latina

superar los graves problemas de pobreza que aquejan a la región (6% a 7%


anual). Asimismo, ha sido significativamente inferior a los ritmos que experi-
mentó América Latina entre 1945 y 1980: 5,5% por año o 2,7% per cápita”. ❚❚❘

Ese crecimiento de la década de 1990, importante pero promedialmente no


muy significativo, fue además irregular y tendió a aminorarse durante la se-
gunda mitad de la década, pues en promedio el PIB creció un 2,5% anual entre
1995 y 2000, bastante por debajo del 4,2% registrado entre 1990 y 1994.
Este último período se inició cuando, por primera vez desde 1982, el flujo de
fondos hacia la región pasó a ser positivo, y concluyó cuando la crisis conoci-
da como “efecto tequila” disminuyó o incluso hizo negativos los índices regis-
trados en 1995 de incremento de la producción, la que sin embargo se recu-
peró en general más rápido de lo previsto en los años siguientes, si bien,
como ya se notó, no alcanzó los niveles medios anteriores.
La irregularidad del crecimiento tiene mucho que ver con la acrecentada
influencia del flujo de fondos del exterior, que se hizo muy inestable en la se-
gunda mitad de la década de 1990. En conjunto, corresponde subrayar que
el “comportamiento de la actividad económica refleja […] un patrón de de-
pendencia acentuada frente a los altibajos del financiamiento externo”,
constatándose en particular una “tendencia a sustituir ahorro interno por
ahorro externo que caracteriza las fases de reactivación del crecimiento aso-
ciada al ingreso de capitales”.
Una vez más, préstamos e inversiones provenientes del exterior vuelven
a desempeñar un papel central en un continente cuya debilidad para canali-
zar el ahorro interno hacia la inversión productiva constituye una tendencia
perdurable de su evolución histórica, que ya hemos destacado, la que de-
pende menos de la insuficiencia del excedente económico generado que de
su amplio uso con fines de consumo conspicuo, fenómeno a su vez estre-
chamente ligado con los altos niveles de desigualdad que caracterizan en
conjunto al continente latinoamericano. En los últimos tiempos se vuelve a
registrar la alta incidencia del consumo de los sectores pudientes en el nivel
general de la actividad productiva.
El agotamiento del “crecimiento hacia adentro” llevó a proponer nuevas
estrategias de desarrollo, basadas en la dinamización de las exportaciones
y en una inserción en la economía mundial más estrecha que en la etapa
pasada. Es un hecho que el comercio exterior es, en relación con el conjun-
to de la producción, bastante mayor que en el período anterior, lo que cons-
tituye una de las facetas de la apertura de las economías latinoamericanas.
Durante la década de 1990, se registró “el crecimiento más rápido de las
exportaciones reales de la historia regional (8,9% anual entre 1990 y 1999),
superior, además, al que alcanzó el comercio mundial”. Es de notar que gran
parte de ese incremento se debe a México, que, NAFTA mediante, en 1999

❘❚❚ “[…] concentró cerca de la mitad de las exportaciones latinoamericanas


de bienes. En cambio, Brasil se destaca por el crecimiento relativamente len-
to de sus exportaciones (3,2% anual), inferior no sólo en relación con el pro-
medio regional de la década, sino con su propia historia desde los años se-
senta. El resto de los países muestra, sin embargo, un crecimiento
dinámico, cercano al 8% por año. Aun así, la participación de América Latina

247
Universidad Virtual de Quilmes

y el Caribe en el total de exportaciones mundiales sigue siendo muy baja, só-


lo ligeramente superior al 5%”. ❚❚❘

Ahora bien, las importaciones han crecido aún más rápido que las expor-
taciones, de manera particularmente dramática en lo que hace a los bienes
de capital, generando importantes déficits externos, que alcanzan en el pre-
sente “niveles similares a los de la década de 1970”. La apertura económi-
ca ha venido acompañada pues no sólo de una mayor dependencia financie-
ra sino también de una preocupante fragilidad comercial. Esto último surge
del análisis tanto de los niveles como de los contenidos de las exportacio-
nes y las importaciones. No sólo las primeras tienden a ser menores que
las segundas sino que, en líneas generales, se concentran en bienes que
van perdiendo importancia relativa en el mundo de hoy, en tanto dependen
relativamente menos de la incorporación de conocimientos y del uso de ca-
pacitaciones de alto nivel. Ello constituye un rasgo mayor de la incipiente
reinserción de América Latina en la economía mundial.
El crecimiento productivo y la relación externa se basan mucho menos en
la innovación que en los recursos naturales y en la inversión externa. Se han
señalado dos tipos principales de especialización. El primero es el que se
destaca en México, y también en Centroamérica y algunos países del Caribe.
“En lo que respecta a México, refleja el auge de las exportaciones industria-
les hacia Estados Unidos, que abarca un amplio conjunto de productos, in-
cluidos aquellos asociados a actividades de ensamble (maquila).” Por otro
lado, en Sudamérica “se sigue observando una alta participación de las ex-
portaciones de bienes primarios, así como de las manufacturas de uso in-
tensivo de recursos naturales o tradicionales.” Se dibuja así un segundo ti-
po de especialización, que

❘❚❚ “[…] combina el predominio de exportaciones primarias o industriales de


uso intensivo de recursos naturales hacia afuera de la región, con un comer-
cio intrarregional mucho más diversificado. Éste es el modelo que impera en
los países sudamericanos y se combina, en el caso de Brasil, con algunas ex-
portaciones de uso intensivo de tecnología y, en éste y varios otros países,
con exportaciones manufactureras de uso intensivo de mano de obra y con
una importante producción industrial destinada a los mercados internos”. ❚❚❘

Dentro de un panorama variado, en la relación económica externa de la re-


gión se destaca pues el peso, por un lado, de las actividades ensamblado-
ras, y, por otro lado, del uso intensivo de los recursos naturales.

“Estos patrones de especialización han implicado que, mientras México y algunos


países centroamericanos y caribeños han venido ampliando sus exportaciones en
renglones que son dinámicos dentro del conjunto de las importaciones de la Or-
ganización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) [entre estos renglones
se mencionan las confecciones, la industria automotriz, la maquinaria, el equipo
electrónico, las computadoras y la industria químico-farmacéutica] -aunque,
nuevamente, con un peso importante de las actividades de ensamble-, los países

248
Problemas del Desarrollo en América Latina

sudamericanos han hecho lo propio en bienes que tienden a perder participación


en las compras de los países desarrollados”.

Un estudio cuidadoso de las economías del MERCOSUR muestra que, si bien el


perfil exportador ha evolucionado de modo tal que los productos industriales
tienen importancia creciente, la inserción en el mercado internacional sigue
signada por la exportación de commodities que son intensivas en recursos
naturales y/o energía así como en bajos salarios. Este tipo de bienes han
mostrado una tendencia al bajo dinamismo y al exceso de oferta, con el con-
secuente estancamiento de los precios (LASTRES, 2000)
En conjunto, las pautas prevalecientes del intercambio se basan esen-
cialmente en la exportación de bienes y servicios de escaso valor agregado
y la importación de bienes y servicios de alto valor agregado.
Como se anotó, la gravitación creciente de la inversión extranjera consti-
tuye uno de los rasgos mayores de la integración del continente en la econo-
mía internacional. El auge de la inversión extranjera directa

❘❚❚ “[…] responde a diferentes fuerzas: la desregulación de sectores de uso in-


tensivo de recursos naturales, la privatización de sectores tradicionalmente re-
servados al Estado, el aprovechamiento de acuerdos de libre comercio o de
preferencias comerciales otorgadas por países o regiones más industrializa-
das (el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la Iniciativa para la
Cuenca del Caribe, en particular) y la reestructuración de los sectores produc-
tivos en el marco del proceso de integración regional”. ❚❚❘

La gravitación de la inversión extranjera se destaca también debido a la fra-


gilidad financiera del continente:

❘❚❚ “Dada la inestabilidad que han acusado los flujos financieros hacia la re-
gión, la inversión extranjera directa se ha constituido, además, en la fuente
fundamental del retorno a una situación de transferencias netas de recursos
positivas desde el exterior, revirtiendo de esta manera la transferencia negati-
va propia de la ‘década perdida’. Sin embargo, en 1999 la región tuvo, por pri-
mera vez en casi una década, una transferencia neta de recursos ligeramente
negativa.” ❚❚❘

Dicha inversión gravitó especialmente en las transferencias de propiedad:

❘❚❚ “El auge de la inversión extranjera directa no se ha traducido en su totalidad


en la ampliación de la capacidad productiva, ya que su componente más diná-
mico han sido las fusiones y adquisiciones de activos existentes, primero públi-
cos (privatizaciones) y más recientemente privados. En los últimos años (1997-
1999), en particular, los flujos asociados a las fusiones y adquisiciones han
representado alrededor del 40% de la inversión extranjera directa. El rápido

249
Universidad Virtual de Quilmes

crecimiento de dicha inversión ha redundado en un aumento acelerado de la


participación de las empresas extranjeras en la producción y las ventas, ese-
pecialmente desde mediados de la década.” ❚❚❘

Se observa que, en las ventas de las 500 empresas mayores de la región,


la parte de las empresas extranjeras pasó del 26,6% del total en 1990-
1992 al 38,7% en 1998.
El documento de la CEPAL que venimos glosando destaca varias causas
de la debilidad promedio del crecimiento económico en la región, las que in-
cluyen “la insuficiente recuperación de las tasas de inversión”, la “incapaci-
dad de los distintos sectores de enfrentar la competencia externa y la ruptu-
ra de las cadenas productivas, especialmente en el sector manufacturero”,
así como

❘❚❚ “[…] el predominio de estrategias ‘defensivas’ de adaptación de las empre-


sas al nuevo contexto (reestructuraciones organizativas, productivas y de es-
trategia de comercialización con baja inversión) en vez de estrategias ‘ofensi-
vas’ (en que se combinan las reestructuraciones anteriores con aumentos
importantes de la inversión en nuevos equipos y tecnologías y alianzas estra-
tégicas de todo tipo).” ❚❚❘

Se destaca que en “términos de la metáfora schumpeteriana de la ‘destruc-


ción creativa’ típica de los procesos de reestructuración productiva, el proce-
so de reforma se ha caracterizado por un peso relativamente fuerte de los
elementos ‘destructivos’ y una relativa debilidad de los ‘creativos’”.
Particular atención merece la situación de la industria:

❘❚❚ “Entre los sectores de bienes transables, la industria manufacturera ha si-


do, en general, la más afectada en relación con su propia historia, especial-
mente las industrias más tradicionales de uso intensivo de mano de obra
(confecciones, calzado y manufacturas de cuero, muebles, etc.), con excepción
en este último caso de aquellas asociadas a la maquila. Entre los sectores in-
dustriales que han tenido un buen desempeño se destacan precisamente la
maquila, la industria automotriz, favorecida en México por el acceso al merca-
do de los Estados Unidos y en Sudamérica por mecanismos especiales de
protección en el marco de los procesos de integración, algunas industrias pro-
cesadoras de recursos naturales y ramas orientadas al mercado interno du-
rante los períodos de auge de la demanda (materiales de construcción, bebi-
das, algunos alimentos, etc.).” ❚❚❘

Se dibuja así un panorama de transformación productiva real pero, en con-


junto, poco innovadora y de resultados limitados. Resalta la comprobación
de que,

❘❚❚ “[…] aun en sectores donde la productividad ha aumentado, en la mayo-


ría de los países la brecha correspondiente en relación con las economías

250
Problemas del Desarrollo en América Latina

industrializadas -Estados Unidos, especialmente- ha tendido a ensancharse en


la década de 1990. Éste es, en particular, el caso de la industria manufacture-
ra”. ❚❚❘

La evolución despareja de la productividad conduce a ciertas conclusiones


centrales para la caracterización de la evolución contemporánea de América
Latina:

❘❚❚ “Este patrón heterogéneo de aumento de la productividad revela una de las


características más destacadas de los procesos de reestructuración producti-
va que se han desarrollado en la región: el aumento de la heterogeneidad in-
terna de los sectores productivos, de la ‘heterogeneidad estructural’, como la
ha denominado tradicionalmente la CEPAL. Esto indica que las reestructuracio-
nes no han sido ‘neutrales’ en términos de sus efectos sobre los distintos
agentes económicos. Las principales ganadoras han sido las empresas multi-
nacionales y algunas grandes empresas nacionales, dando lugar a un proceso
de concentración económica que, acorde con el patrón internacional, es evi-
dente en casi todos los países.” ❚❚❘

Rosenthal (1997, p. 198) destaca que los segmentos más perjudicados por
los cambios incluyen las empresas pequeñas y medianas, las empresas pú-
blicas como conjunto y las actividades intensivas en ingeniería.
Más adelante nos ocuparemos del impacto en el empleo y la capacita-
ción de esta diferenciación entre “ganadores” y “perdedores” de las trans-
formaciones en curso. Notemos desde ya que los “ganadores” no parecen
estar elevando sistemáticamente las capacidades para la innovación; varias
experiencias en el Brasil muestran que la toma del control de las activida-
des de empresas locales por transnacionales tuvieron efectos negativos pa-
ra esas capacidades en las empresas involucradas; más aún, sorprendente-
mente, incluso en varias de las empresas de alta tecnología del país, las
actividades de Investigación y Desarrollo fueron disminuidas cuando las mul-
tinacionales las compraron. (CASSIOLATO, 2000).
Ensayemos una recapitulación. El modelo económico prevaleciente tiene
como uno de sus rasgos centrales la gravitación externa tanto en su impul-
so como en su orientación, debido al influjo de la inversión extranjera, direc-
ta y de portafolio, así como al peso de la dependencia en lo que hace a las
finanzas y también a las políticas. La actividad productiva está altamente
concentrada en el procesamiento de recursos naturales, con incorporación
comparativamente escasa de tecnología avanzada, por lo general generada
en el exterior y no diseñada específicamente. Por consiguiente, el crecimien-
to económico se basa primordialmente en la abundancia de riquezas natura-
les, la baratura relativa de la mano de obra, la capacidad de consumo de los
sectores ricos y el ingreso de fondos externos. En suma, el estrechamiento
de las relaciones con el exterior puede ser visto como una inserción neope-
riférica en la economía mundial, signada por el débil papel que en América
Latina tienen los procesos endógenos de generación de conocimientos, in-
novación y aprendizaje, que son factores fundamentales del dinamismo eco-
nómico a escala global.

251
Universidad Virtual de Quilmes

6.3.2. La equidad como asignatura pendiente

La alta desigualdad sigue caracterizando a América Latina. Según el Informe so-


bre el Desarrollo Humano de 1997, la relación del ingreso promedio per cápita
del 20% más rico de la población al del 20% más pobre era 4 a 1 en el Japón, 5
a 1 en Asia del Sur, 7 a 1 en el conjunto de los países desarrollados, 8 a 1 en el
conjunto del mundo en desarrollo, y de 19 a 1 en América Latina y el Caribe.
Cabe, no obstante, señalar una evolución positiva de los últimos años:

❘❚❚ “En el frente social, el avance más importante ha sido la creciente canaliza-
ción de recursos públicos hacia el gasto social, que aumentó del 10,1% del PIB
en 1990-1991 al 12,5% en 1996-1997, alcanzando de hecho los niveles más
altos de la historia de la región” (las citas sin otra mención siguen siendo de
CEPAL, 2000). ❚❚❘

Pero la evolución reciente de la economía no ha inducido tendencias socia-


les más promisorias que las observadas previamente.
El problema ocupacional se ha agravado:

❘❚❚ “[…] el desempleo abierto aumentó cerca de tres puntos porcentuales du-
rante la década y se elevó súbitamente en algunos países, en particular duran-
te las crisis del tequila y asiática. Los indicadores de deterioro de la calidad
del empleo son aún más generalizados, según se aprecia en el incremento re-
lativo del empleo en sectores de baja productividad, particularmente del sec-
tor informal -donde se han generado seis de cada diez puestos de trabajo en
las zonas urbanas durante la década” [de 1990]. ❚❚❘

Más aún, un reputado experto en la materia sostiene que el empleo informal


se expandió, como proporción del empleo no agrícola, del 40% a más del
50% entre 1980 y comienzos de la década de 1990, siendo de carácter in-
formal ocho de cada diez empleos creados durante los últimos quince años
(TOKMAN, 1997, p. 450).
Los dos patrones predominantes en materia productiva, antes señala-
dos, tienen consecuencias disímiles en materia laboral:

❘❚❚ “[…] el tipo de especialización internacional que ha venido surgiendo en


México, Centroamérica y algunos países del Caribe es de uso más intensivo
de mano de obra (en muchos casos, sin embargo, de baja calificación), en tan-
to que el sudamericano es, en general, de uso más intensivo de capital y re-
cursos naturales”. ❚❚❘

Como panorama de conjunto, cabe subrayar la “débil generación de empleo


y su concentración en trabajos de baja productividad”. A tales factores “se
atribuye el desempeño insatisfactorio que ha mostrado la productividad
laboral en los años noventa”.

252
Problemas del Desarrollo en América Latina

En términos salariales, se constata el profundo impacto de una tenden-


cia que es mundial:

❘❚❚ “La considerable ampliación de la brecha de remuneraciones entre trabajado-


res calificados y no calificados -que se ha acrecentado entre el 18% y el 24% en
promedio para la región- ha sido un proceso aún más extendido que el lento cre-
cimiento del empleo, básicamente como resultado del aumento de la brecha de
ingresos entre trabajadores con educación universitaria y el resto.” ❚❚❘

Esta brecha de las remuneraciones, junto con la baja calificación de la gran


mayoría de los nuevos empleos, hace muy difícil revertir la alta inequidad.
Recordando lo anotado antes acerca de la productividad, cabe decir que la
falta de avances en materia de equidad constituye una limitación mayor pa-
ra la transformación productiva.
En definitiva, la pobreza sigue siendo realmente terrible en América Lati-
na. Hacia 1950, alrededor del 50% de la población vivía por debajo de la lí-
nea de pobreza; la proporción disminuyó al 35% en 1980, y luego volvió a
crecer, alcanzando el 41 % a fines de la década de 1980; disminuyó algo, a
38% en 1997, tras varios años de crecimiento, pero se incrementó en los
años finales del siglo, ubicándose según ciertas estimaciones otra vez por
encima del 40%.
Son varios los países donde los niveles de desigualdad son menores que
al término de la “década perdida”, si bien en otros, como en México, son to-
davía mayores. Ahora bien: “posiblemente no existe ningún país de la región
donde se hayan reducido los niveles de desigualdad en relación con los im-
perantes hace tres décadas”.
No es de sorprender que el documento glosado afirme que “la región vie-
ne enfrentando un deterioro de la cohesión social, es decir, del sentido de
las personas de pertenencia a la sociedad, de identidad con propósitos co-
lectivos y de desarrollo de lazos de solidaridad”.
Si la transformación productiva en curso no está mejorando apreciable-
mente las condiciones medias de vida en el presente, tampoco parece ga-
rantizar las del futuro.
La sustentabilidad del modelo de crecimiento no es evidente.

“El grueso de las políticas ambientales explícitas existentes, así como los instru-
mentos de regulación directa e indirecta en la región, es de carácter reactivo, es
decir, tienen por objeto mitigar los efectos negativos que se derivan de la conta-
minación producida por la expansión urbana e industrial, la deforestación, la ero-
sión de los suelos, el deterioro de los recursos del mar y la actividad minera. Las
políticas ambientales de carácter preventivo y de fomento, tendientes a incre-
mentar la excelencia ambiental vinculada a la competitividad productiva, han re-
cibido una atención mucho menor. Más aún, en lo relativo a temas emergentes
como la bioseguridad y el comercio de organismos modificados genéticamente,
la dispersión institucional es particularmente grave y se enfrenta a empresas
transnacionales muy bien agrupadas para defender sus intereses.”

253
Universidad Virtual de Quilmes

En consecuencia, los motivos de preocupación son varios:

❘❚❚ “[…] no hay todavía señales claras de la detención de los procesos de dete-
rioro ambiental en la región. Aproximadamente en la mitad de los países, las ta-
sas anuales de pérdida de bosque natural han aumentado entre 1980-1990 y
1990-1995, en tanto que en la otra mitad continúan a ritmos similares o un po-
co más lentos. Otros indicadores sobre degradación de los suelos y sobreexplo-
tación de los recursos marinos son también de signo negativo. Más de 300 mi-
llones de hectáreas están afectadas por procesos de degradación en la región;
en la mayor parte de los casos se trata de procesos de erosión del suelo por
deforestación y sobrepastoreo y, en menor medida, por degradación química.
Más del 80% de las reservas comercializables de pescado en el Atlántico su-
doccidental y el 40% en el Pacífico sudoriental están explotadas, sobreexplota-
das o agotadas. Al vincular los impactos ambientales con la estructura exporta-
dora y las estrategias económicas de los países de América Latina y el Caribe,
se pone de manifiesto que las ramas manufactureras basadas en recursos na-
turales, productoras de bienes industriales intermedios altamente estandariza-
dos (productos básicos industriales), han logrado un buen desempeño exporta-
dor durante las últimas décadas. Se trata de industrias que forman parte de las
consideradas ‘ambientalmente sensibles’” [como el hiero y el acero, productos
petroquímicos, celulosa y papel, cobre y aluminio]. ❚❚❘

Dirijamos nuestra atención a las perspectivas futuras de las interacciones


entre transformación de las estructuras productivas y evolución de la proble-
mática social. El capítulo que venimos glosando de un documento cepalino
concluye así:

❘❚❚ “El interrogante básico que se plantea […] es: ¿en qué sentido el nuevo
‘estilo de desarrollo’ alienta este proceso?, ¿en qué medida, en otras pala-
bras, la penetración de las reglas de mercado y la creciente penetración del
concepto del esfuerzo individual, como guía básica del ordenamiento social,
terminan por erosionar el capital social que el propio modelo económico (y, ob-
viamente, cualquier ordenamiento social) requiere? Ésta es, sin duda, la dis-
yuntiva más paradójica que encara el modelo, una de las ‘paradojas de la mo-
dernización’. Detrás de ella subyace una gran controversia, posiblemente la
más importante de comienzos del nuevo siglo: aquélla entre la visión de los
elementos del desarrollo humano -la educación, la salud, el trabajo- como ‘de-
rechos’, consagrados por lo demás como tales en el Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales, y la concepción de quienes los
visualizan como bienes o mercancías que cada individuo debe adquirir con el
fruto de su esfuerzo. ¿Hasta dónde llega el mundo de las mercancías y dónde
comienza el de los derechos? ¿Hasta dónde, en otras palabras, llega el mun-
do de los consumidores y dónde comienza el de los ciudadanos? Éste es ac-
tualmente uno de los dilemas esenciales que deben dirimir las sociedades de
nuestra región y del mundo entero” (CEPAL, 2000, p. 74). ❚❚❘

Las preguntas son sin duda relevantes. Pero no se plantean de la misma

254
Problemas del Desarrollo en América Latina

manera a lo largo y a lo ancho del mundo. En otras palabras, las “paradojas


de la modernización” no son idénticas porque los denominados procesos de
modernización son bastante diferentes. En la transición global a la “socie-
dad del conocimiento”, los problemas son muy distintos cuando las dinámi-
cas socioeconómicas impulsan la profundización de los procesos individua-
les y colectivos de aprendizaje que cuando no lo hacen. Esta última tiende a
ser la situación prevaleciente en América Latina.
Recordemos que el proceso en curso ha generado, entre los diversos ti-
pos de empresas, “ganadores” que son ante todo las transnacionales y cier-
tos grandes conglomerados nacionales, y “perdedores”, representados por
las empresas públicas como conjunto y por gran parte de las empresas pe-
queñas y medianas. Se notará que los “perdedores” son fundamentales pa-
ra la generación de empleos, mientras que los “ganadores” crean muy po-
cos puestos de trabajo.
Consiguientemente, es bastante probable que la demanda de trabajo téc-
nicamente avanzado no se incremente significativamente en el futuro próxi-
mo, con lo cual el “aprender haciendo” de nivel relativamente avanzado pro-
bablemente seguirá restringido a una fracción pequeña de los trabajadores.
Por otra parte, las oportunidades de aprendizaje avanzado que ofrece el
sistema educativo latinoamericano son todavía comparativamente peque-
ñas. En 1993, la matrícula secundaria del tramo de edad correspondiente
ascendía al 53% en América Latina y el Caribe, y a 93% en los países desa-
rrollados, mientras que en el nivel terciario las cifras respectivas eran 18% y
42% (CEPAL, 1997, p. 197).
En suma, para la gran mayoría de los habitantes del continente es muy
difícil acceder a una educación formal avanzada, a empleos formales moder-
nos o a ingresos que les permitan costear por sí mismos su formación. Las
consecuencias sociales de ello las ha enfatizado elocuentemente un autor
al decir que no sólo se registró una “década perdida” para el crecimiento si-
no que podría registrarse una “generación perdida”, desprovista de habilida-
des básicas y de las capacidades para adquirirlas (FISHLOW, 1997, p. 414).
Cuando la acumulación individual de conocimientos es escasa, resulta
muy difícil escapar de la pobreza, por lo cual la desigualdad genera desigual-
dad. Cuando la acumulación colectiva de conocimientos es escasa, resulta
muy difícil alcanzar un desempeño exitoso en las ramas económicas más di-
námicas. Así, la alta desigualdad que sigue prevaleciendo en América Latina
contribuye poderosamente a consolidar su situación neoperiférica. Cabe agregar que la
“inserción neoperiféri-
ca” constituye el escenario
tendencial, en el lenguaje habi-
6.4. Elementos para una recapitulación tual de la prospectiva, pero en
modo alguno el destino ineluc-
table de América Latina. En
Buscamos concluir esta monografía sobre la problemática del desarrollo en Arocena (1997) discutimos es-
América Latina destacando su proposito central: ofrecer al hipotético lector cenarios alternativos para el
una gama variada de elementos de juicio que puedan servirle para hacerse futuro de las relaciones entre
transformación productiva y
su propia composición de lugar. En lo que sigue se encontrará, primero, una equidad en nuestro continente.
presentación sumaria de un enfoque pionero sobre la teoría del desarrollo y
de su revisión por el propio autor, lo que en conjunto tiene gran actualidad;
se avanzará luego hacia una reconsideración de la noción misma del desa-
rrollo, la que a continuación se vinculará con la temática científica y tecnoló-
gica, para concluir con una reflexión sobre la sostenibilidad de los procesos
de desarrollo.

255
Universidad Virtual de Quilmes

6.4.1. Revisitando un enfoque pionero

La visión original del desarrollo que Albert Hirschman ofreció hace ya largo
tiempo, y que continuó elaborando durante décadas, sigue constituyendo un
sugestivo punto de partida para repensar la temática. Como pequeña introduc-
ción a un pensamiento riquísimo, recordamos algunas de las tesis centrales
de su obra clásica, La estrategia del desarrollo económico, escrita a partir de
una intensa experiencia latinoamericana y publicada originalmente en 1958.
La siguiente cita resume su visión del asunto:

❘❚❚ “[…] el desarrollo no depende tanto de saber encontrar las combinaciones


óptimas de recursos y factores de producción dados como de conseguir, para
propósitos de desarrollo, aquellos recursos y capacidades que se encuentran
ocultos, diseminados o mal utilizados” (HIRSCHMAN, 1981, p. 17). ❚❚❘

Al analizar las perspectivas de avance, y a diferencia de los enfoques usua-


les, el autor no pone el énfasis en diversos “obstáculos para el desarrollo”
sino en las visiones colectivas prevalecientes:

❘❚❚ “Nuestro diagnóstico es, simplemente, que los países no aprovechan su


potencial de desarrollo debido a que, por razones relacionadas principalmente
con su imagen del cambio, encuentran difícil tomar el número adecuado de de-
cisiones para desarrollarse y hacerlo con la rapidez necesaria” (HIRSCHMAN,
1981, p. 36). ❚❚❘

Más en particular, “el desarrollo se ve frenado principalmente por el proble-


ma de canalizar los ahorros existentes o potenciales hacia las oportunida-
des productivas disponibles, es decir, por una escasez de la capacidad de
tomar y llevar a cabo las decisiones de desarrollo” (HIRSCHMAN, 1981, p. 45).
A esta última Hirschman la denomina “capacidad para invertir”. En su pers-
pectiva, el problema central es el de expandir esa capacidad de usar recur-
sos para el desarrollo mediante decisiones que, generando desequilibrios,
necesidades o posibilidades, impulsen o incluso presionen a adoptar nue-
vas decisiones y a aprovechar otros recursos:

❘❚❚ “La forma en que la inversión conduce a más inversión a través de comple-
mentariedades y economías externas es una ‘ayuda’ inapreciable para el de-
sarrollo, que debe utilizarse conscientemente durante el proceso de desarro-
llo. Añade una presión especial a todo un grupo de decisiones de inversión e
incrementa de esta manera aquel recurso escaso e imposible de economizar
de los países de escaso desarrollo: la capacidad de tomar nuevas decisiones
de inversión” (HIRSCHMAN, 1981, p. 80). ❚❚❘

Por consiguiente, no se trata de impulsar procesos de crecimiento equilibra-


do, que exigen precisamente usar en muy diversas áreas una capacidad

256
Problemas del Desarrollo en América Latina

para adoptar decisiones que constituye el “recurso escaso” de los países


subdesarrollados. “En otras palabras, si un país pudiera aplicar la teoría del
crecimiento equilibrado no estaría subdesarrollado” (HIRSCHMAN, 1981, p.
61). El subdesarrollo es considerado como “un estado donde existe una dis-
ponibilidad potencial de la fuerza del trabajo, del capital, del espíritu de em-
presa, etc. [que] pueden combinarse, a condición de que se consiga un ‘fac-
tor de unión’ suficientemente fuerte” (ibid., p. 180). Para promover tales
combinaciones, se trata de mpulsar avances generadores de desequilibrios
en tanto éstos harán necesarios nuevos avances: “el desarrollo también ob-
tiene nuevas fuerzas de las tensiones que crea” (ibid., p.180).
Hirschman ilustra su punto de vista mediante un ejemplo curioso, el pro-
blema del mantenimiento.

❘❚❚ “Quizá ésta sea una de las fallas más características y extendidas del pa-
norama económico de los países subdesarrollados. La erosión del suelo, los
camiones parados, los techos con goteras, la maquinaria que se estropea pre-
maturamente, los puentes inseguros, las presas de irrigación atascadas, to-
das muestran la misma característica paradójica y penetrante: una atención
inadecuada al capital existente en países con escasos recursos de capital”
(HIRSCHMAN, 1981, p. 144). ❚❚❘

Frente a la alternativa más obvia o sencilla -priorizar actividades con esca-


sas exigencias en materia de mantenimiento- reivindica la opuesta: “la ob-
servación confirma nuestra hipótesis de que lo mejor que pueden hacer los
países subdesarrollados es dedicarse a aquellas actividades donde el man-
tenimiento se impone ineludiblemente” (ibid., p. 145). La idea es que ello
obligará a prestarle atención, lo cual a su vez puede enseñar a hacerlo y a
tenerlo en cuenta también en otras actividades. Es decir,

❘❚❚ “[...] los países subdesarrollados bien pueden tener un éxito sorprendente
acometiendo empresas con una tecnología complicada que debe mantenerse
en estado óptimo de operación. En estas industrias es donde puede adquirir-
se el hábito del mantenimiento y de ahí extenderse al resto de la economía.
Por otra parte, las industrias ‘simples’, que a menudo se aconsejan como pri-
mer paso a los países más pobres, pueden ser precisamente aquellas que ex-
hibirán una fuerte tendencia al deterioro. Pues al mismo tiempo que la falta
de mantenimiento no tiene consecuencias drásticas inmediatas (y por lo tanto
es probable que se le dé rienda suelta), a un plazo más largo puede represen-
tar un fuerte golpe adverso para la eficiencia y el estado de ánimo” (ibid., pp.
145-146). ❚❚❘

Hirschman “generaliza” la solución que para el problema del mantenimiento


propone, sugiriendo que lo que conviene a los países subdesarrollados no
es impulsar tareas donde el margen para la ineficiencia pueda ser mayor:
“Como estos países tenderían a hacer mal los trabajos que pueden hacerse
o bien o mal, tendrían una ventaja comparativa en trabajos que han de ha-
cerse bien si se hacen” (ibid., p. 147).

257
Universidad Virtual de Quilmes

Por detrás de la aparente sencillez de las formulaciones, se dibuja una


concepción profunda de la problemática del desarrollo, que apunta a la es-
tructura de las oportunidades y de las exigencias, a las motivaciones de los
actores, a los factores que inducen nuevas combinaciones, a los procesos
de difusión de los cambios.
Ese enfoque llevó a Hirschman a introducir una noción capital, la de los
eslabonamientos o enlaces. Al revisar décadas más tarde la obra glosada, di-
ce el autor: “Los enlaces hacia atrás y hacia adelante han pasado a formar
parte del lenguaje de la economía del desarrollo” (HIRSCHMAN, 1984, p. 87).
Su conexión con el enfoque antes reseñado surge claramente de su caracte-
rización misma:

❘❚❚ “He definido los efectos de enlace de una línea de productos como las fuer-
zas generadoras de inversiones que se ponen en movimiento, a través de las
relaciones insumo-producto, cuando son inadecuadas o inexistentes las insta-
laciones productivas que aportan insumos a esa línea o utilizan sus produc-
tos. Los enlaces hacia atrás conducen a nuevas inversiones en instalaciones
proveedoras de insumos y los enlaces hacia adelante conducen a nuevas in-
versiones en instalaciones usuarias del producto” (HIRSCHMAN, 1984, p. 89). ❚❚❘

Los enlaces o eslabonamientos son algo así como hilos con los que se van
tejiendo los procesos de desarrollo:

❘❚❚ “Los enlaces constituyen gran parte de la experiencia del desarrollo por
una razón que ya ha sido señalada: el desarrollo es esencialmente el indica-
dor de la forma en que una cosa conduce a otra, y los enlaces son ese indica-
dor desde un punto de vista específico. Los enlaces se centran en ciertas ca-
racterísticas inherentes a las actividades productivas que ya están en proceso
en cierto momento. Dadas sus características estas actividades empujan -
más modestamente: invitan- a algunos operadores a asumir nuevas activida-
des” (ibid., p. 102). ❚❚❘

Cuando la temática de la innovación ha cobrado gran importancia, en parti-


cular en relación con el desarrollo, cabe subrayar que los enlaces constitu-
yen asimismo verdaderos inductores de innovación: “Existe un enlace siem-
pre que una actividad origina presiones económicas o de otra clase que
conducen a la realización de una actividad nueva” (ibid., p. 103).
Este enfoque puede ser entendido como una mirada a lo “micro”, desde
muy cerca, que focaliza la atención en las especificidades de los procesos
técnico-productivos:

❘❚❚ “El pensamiento marxista se ha centrado tradicionalmente en muy pocas


constelaciones de fuerzas productivas -como los modos de producción feudal
o capitalista- que dominan amplias zonas geográficas y persisten durante lar-
gos períodos; se supone que de estas macroondas derivan ciertas configura-
ciones sociales y políticas. El enfoque de los enlaces también parte de los

258
Problemas del Desarrollo en América Latina

rasgos característicos de la tecnología y los procesos productivos para el en-


tendimiento de los hechos sociales, pero lo hace a escala mucho menor, en
detalle mucho mayor, y en un marco temporal mucho más limitado. Por lo tan-
to, el ‘micromarxismo’ podría ser un término adecuado para este intento de
demostración de que la forma del desarrollo económico, incluidos sus compo-
nentes sociales y políticos, puede imputarse a las actividades económicas es-
pecíficas de un país” (ibid., p. 119). ❚❚❘

El lector no debería descartar el valor del enfoque de los enlaces porque la


última frase pueda sugerir una interpretación “monocausal” de la evolución
social. Conviene subrayar que la cita proviene de un volumen en que, justa-
mente, el autor se propuso “traspasar” las fronteras disciplinarias, yendo
“de la economía a la política y más allá”. Inicia dicho volumen un ensayo fa-
moso sobre el ascenso y la decadencia de la economía del desarrollo, que
subraya las limitaciones de un enfoque puramente económico de la cuestión:

❘❚❚ “[...] la economía del desarrollo surgió como la punta de lanza de un esfuer-
zo que habría de lograr una emancipación general del atraso. Para que tal es-
fuerzo cumpla su promesa, el desafío planteado por la política mala deberá
enfrentarse, en lugar de eludirse. Ahora está fuera de duda que esto no pue-
de hacerse sólo por la ciencia económica. Por esta razón no puede frenarse
por completo la declinación de la economía del desarrollo: nuestra subdiscipli-
na había alcanzado su considerable prestigio y atractivo gracias a la idea im-
plícita de que podría derrotar al dragón del atraso virtualmente sola, o por lo
menos que su contribución a esta tarea era decisiva. Ahora sabemos que no
es así; quizás nos consuele pensar que hemos ganado en madurez lo que he-
mos perdido en entusiasmo” (ibid., p. 38). ❚❚❘

La revisión crítica de la teoría del desarrollo abre camino a una perspectiva


que “traspase” las contribuciones disciplinarias y analice desde diversos ángu-
los los procesos a través de los cuales los cambios se van procesando y enla-
zando. A través de enlaces de distinto tipo, se originan nuevas combinaciones,
se usan potencialidades previamente desaprovechadas, se vinculan activida-
des y se aprende a realizarlas. Es posible afirmar que los enlaces van constru-
yendo los sistemas de innovación en las condiciones del subdesarrollo.

6.4.2. En torno del concepto de desarrollo

La recapitulación que ensayamos en este apartado lleva a reconsiderar la


noción misma de desarrollo y sus conexiones con el cambio productivo,
asuntos que han aparecido más de una vez, de una forma u otra, en las pá-
ginas precedentes. A esta altura, sugeriríamos al lector que vuelva al co-
mienzo, relea la “Introducción: sobre la cuestión del desarrollo”, y la recon-
sidere a partir de las reflexiones que le haya suscitado la lectura de las
diversas partes de este texto.
La mencionada introducción concluía destacando las conexiones de la
“economía política de la ciencia y la tecnología” con la cuestión del desarrollo.

259
Universidad Virtual de Quilmes

En el curso de esta recapitulación, corresponde pues retornar a la temática


de la ciencia y la tecnología.

6.4.3. El cambio técnico y la investigación endógena

Nos referiremos aquí a temas antaño muy discutidos en nuestro continente,


pero a los que hoy se presta una atención insuficiente, pese a que son toda-
vía más importantes que ayer y a que deben ser reconsiderados a la luz de
las dinámicas contemporáneas. Puede ser útil sugerir algunos puntos para
el análisis a partir de las propuestas cepalinas, cuyos lineamientos genera-
les fueron presentados en un apartado anterior.
Dichas propuestas, según ya se destacó, plantean la incorporación del pro-
greso técnico como columna vertebral y también como hilo conductor. En un do-
cumento al que nos hemos referido reiteradas veces, se sugieren lineamientos
de acción que incluyen “impulsar la creatividad en el acceso, difusión e innova-
ción científico-tecnológicos”. Se habla de fortalecer la oferta de tecnología, la
demanda de la misma y los enlaces entre ambas, así como de vincular el siste-
ma de Ciencia y Tecnología (CyT) con el aparato productivo. Se describen

❘❚❚ “[...] cuatro áreas clave en materia de política tecnológica y de la corres-


pondiente infraestructura de apoyo:
- adquisición de la tecnología extranjera más adecuada para reducir la diferen-
cia entre la mejor práctica y el nivel internacional;
- uso y difusión racional de la tecnología, especialmente con el fin de reducir la
dispersión de la eficiencia económica entre empresas en diferentes sectores
y entre sectores;
- mejoramiento y desarrollo de tecnologías para mantener el ritmo de los avan-
ces más recientes;
- formación de recursos humanos que estén en condiciones de realizar eficaz-
mente las tareas señaladas” (CEPAL-UNESCO,1992, p. 169). ❚❚❘

Signficativamente, la investigación propia en CyT no es mencionada. Esa


omisión luce contradictoria, por ejemplo, con el elocuente ejemplo de la si-
derúrgica coreana POSCO que se menciona en este contexto (ibid., p. 177) y
que cuenta con un Instituto de Investigación y un Centro de educación de
máximo nivel, a los que se atribuye ser una de las claves del éxito competi-
tivo de la empresa.
Se evidencia así lo que nos parece una carencia significativa de estos enfo-
ques cepalinos, en los que no se expone con claridad la estrecha relación que
existe en cada país entre la deseada incorporación de progreso técnico y el de-
sarrollo de la investigación. Éste es un punto neurálgico para el análisis de las
relaciones entre ciencia, tecnología y desarrollo, y para la reconsideración de
la cuestión del desarrollo en general; requiere pues atención especial.
Los planteos de la CEPAL se vertebran en torno de la incorporación de pro-
greso técnico, su urgencia y su centralidad para la construcción de una
“competitividad auténtica”. Creemos que tal proceso incluye dimensiones y
requisitos que no han sido tenidos en cuenta o cuya importancia ha sido in-
debidamente subvaluada.

260
Problemas del Desarrollo en América Latina

El “cambio de paradigma técnico-productivo”, la “tercera revolución in-


dustrial”, o como se prefiera designar a la gran mutación en curso, tiene un
eje que de una u otra manera han señalado todos los que se ocupan del te-
ma, y que los planteos cepalinos destacan ampliamente: la centralidad del
conocimiento. Pues bien, una de las principales facetas de ello es el nuevo
papel de la ciencia, tanto en la producción como en la actividad económica
en general.
Sintetizando considerablemente, puede decirse que hasta hace unos
treinta años casi todo el conocimiento científico que se aplicaba habitual-
mente estaba constituido por la denominada “ciencia madura”, la que ya ha
obtenido su lugar en los libros de texto, si se quiere decir así. Un cambio
fundamental, que tiene que ver con el acortamiento del ciclo de tantos pro-
ductos y se ejemplifica notablemente en la evolución de las llamadas “nue-
vas tecnologías”, lo constituye el papel central que tiene hoy en el desarro-
llo tecnológico la “ciencia de punta”, la que se está haciendo, a un grado tal
que las fronteras entre ciencia y tecnología prácticamente se esfuman en
áreas relevantes. Dicho con pocas palabras, pero no mal, la capacidad de
manejar la “ciencia calentita”, recién salida del horno y a veces sacada an-
tes de tiempo, es cada vez más importante para afrontar las cuestiones de
la incorporación del progreso técnico.
En suma, al mismo tiempo que el cambio técnico gravita crecientemente
en la sociedad en general y en la producción en particular, la actividad cien-
tífica pasa a incidir de forma mucho más inmediata y poderosa sobre la ge-
neración de tecnología y sobre el conjunto de las prácticas sociales.
Hoy, para los países de la periferia, es pues todavía más importante que
ayer tanto la construcción de una estructura científica y tecnológica propia y
sólida como el estrechamiento de sus lazos con el mundo que está afuera
de las bibliotecas y los laboratorios, priorizando su relacionamiento con el
sector productivo.
Semejante estructura no puede dejar de lado las denominadas Ciencas
Básicas, como a veces se sugiere, alegando sea que ellas no incidirían en
las aplicaciones, sea que a sus resultados se accedería directamente con-
sultando la literatura científica internacional. Lo primero es cada vez más
falso; en realidad, cada nueva etapa en el avance técnico a partir de la Re-
volución Industrial ha estado caracterizada por un drástico incremento del
papel de la ciencia fundamental en el desarrollo tecnológico, y ello, como ya
se apuntó, constituye uno de los rasgos mayores del período en curso. En
cuanto a lo segundo, ha sido desmentido por los economistas del cambio
técnico que, al estudiar la utilidad económica de la investigación básica, su-
brayan que el aporte de la misma consiste sobre todo en la formación de
gente con una competencia que les permite afrontar problemas nuevos y va-
riados. Así lo destaca Keith Pavitt, en un análisis de las relaciones entre las
Ciencias Básicas y la Innovación (UNESCO, 1993, p.134), donde subraya que,
al revés de lo que comúnmente se cree, el beneficio económico principal de
la investigación básica no es un conocimiento directamente aplicable a un
conjunto estrecho de sectores, sino conocimiento de base, capacidades pa-
ra la investigación, instrumentos y métodos que rinden dividendos positivos
para un conjunto muy amplio de actividades. Entre otras cosas, agrega Pa-
vitt, esto plantea un desafío para analistas y decisores políticos que siguen
asumiendo que el “output” económico principal o único de la investigación bá-
sica está constituido por información cuya aplicación es fácil o virtualmente

261
Universidad Virtual de Quilmes

gratuita, en vez de un imprescindible insumo para un más complejo y costo-


so proceso de desarrollo tecnológico.
El desarrollo de la investigación propia y de alto nivel es requisito ineludi-
ble para afrontar con perspectivas de éxito las diversas facetas incluidas en
un proceso de incorporación de tecnología adecuada a las propias necesida-
des. Las mismas incluyen la generación, la selección, la adaptación, la
transferencia por acuerdo o por apropiación; ninguna de ellas es realizable
sin capacidad científica y tecnológica propia, ni siquiera la compra. La com-
plejidad de los factores involucrados -desde las necesidades específicas del
comprador hasta los poderes de persuasión de los grandes vendedores de
tecnología, pasando por la creciente sofisticación de la misma- determina
que incluso para saber comprar haya que tener ese grado de comprensión
en la materia que sólo puede alcanzarse a partir de la realización de activi-
dades creativas vinculadas. La historia de la transferencia de tecnología es-
tá repleta de casos de compras “llave en mano”, o sea, “sin desatar el pa-
quete”, que supusieron fiascos productivos y despilfarros.
La expresión “paquete tecnológico” fue acuñada por Jorge Sábato, quien

❘❚❚ “[...] era un gran amante del tango, y contaba que cuando comenzó a traba-
jar sobre el tema de la transferencia de tecnología, le vino a la memoria aquel
tango de Discépolo [“Victoria”] que en una de sus estrofas dice: ¡Cuando de-
sate el paquete y manye que se ensartó! La conclusión es obvia. Cuando se
compra tecnología en forma acrítica, en ‘paquete’, el riesgo de equivocarse es
muy grande” (E. Fliess y M. Posada (eds.), Cuadernos de Ciencia y Tecnología
de la Universidad Nacional de Luján, No. 1, p. 5). ❚❚❘

Ningún país puede pretender generar toda la tecnología que usa; no lo preten-
den los más avanzados. Pero ningún país que aspire a lograr algo parecido a
una “competitividad auténtica” puede esperar comprar toda la tecnología que
ha de emplear. Tal competitividad ha de basarse en el uso inteligente de cier-
tas especificidades, y ello no puede sino incluir la construcción de determina-
das soluciones técnicas también específicas, que sería muy difícil y/o muy
oneroso obtener en el mercado mundial de la tecnología.
Por otra parte, son numerosos los casos en los cuales la búsqueda de so-
luciones con significativo contenido endógeno a problemas propios ha consti-
tuido el punto de partida para la construcción de ventajas comparativas diná-
micas, las que se basan en la permanente incorporación de trabajo altamente
calificado, como bien dicen los textos de la CEPAL. Pues bien, para ello es im-
prescindible contar con investigación propia, original, de alta calidad.
La actividad económica contemporánea es un “continuo” en el cual la efi-
ciencia se relaciona directamente con la capacidad para innovar en todos
los escalones de la cadena productiva: investigación científica básica, apli-
cada y tecnológica; desarrollo experimental; relaciones de trabajo y estructu-
ra de la cooperación; innovación en productos y procesos; organización y
control de la producción; gestión en general; información; distribución y co-
mercialización; relaciones con los usuarios, etc. Supone pues una grave ca-
rencia tanto la ausencia de algún eslabón de la cadena -es decir, la falta de
capacidad propia a un nivel cualquiera- como la eventual desconexión de los
eslabones.

262
Problemas del Desarrollo en América Latina

Por ello, en particular, deviene central toda la cuestión de la relación en-


tre la investigación y el sector productivo, uno de los ámbitos más relevan-
tes en los que se entreteje el tejido social de la innovación. Sin ocuparnos
de sus diversas modalidades -convenios y proyectos conjuntos de todo tipo,
parques tecnológicos, etc.- hoy en pleno florecimiento, notemos que las mis-
mas constituyen vías privilegiadas para ciertos procesos en los que se en-
carnan las cada vez más estrechas relaciones entre ciencia y producción.
Ejemplo significativo lo constituye la incorporación a las empresas más
avanzadas tecnológicamente de investigadores provenientes de los laborato-
rios de ciencias básicas, provistos de una formación que resulta fecunda pa-
ra la producción, lo cual incluye la tan destacada conversión en empresarios
exitosos de investigadores también exitosos, cuya propia trayectoria materia-
liza la transformación de una invención en innovación.
Notemos todavía que sin investigación propia de alta calidad la apuesta
a la educación para la innovación está destinada al fracaso. Cuando lo deci-
sivo es despertar el gusto, la capacidad y los hábitos para poder seguir
aprendiendo toda la vida, pasan a ser decisivas las vinculaciones entre for-
mación y creación. Cada disciplina debe ser presentada como una actividad
abierta y en curso de transformación permanente, con énfasis en sus desa-
fíos y posibilidades. Por lo tanto, los docentes tienen que haber sido forma-
dos en ámbitos próximos a la investigación, y mantenerse en contacto con
ellos. Si lo único que realmente se puede aprender es a seguir aprendiendo,
la preocupación debe desplazarse de los contenidos informativos y de los
programas uniformizados al entrenamiento para abordar nuevos problemas.
Y esto se aprende y se enseña trabajando cerca de los ámbitos donde se re-
suelven problemas, donde se realiza tarea creativa.
El saber técnico es ya un factor central -y lo será cada vez más- en la de-
sigualdad, entre los seres humanos y entre las naciones. La educación para
la innovación, ligada con la creación, no es sólo imprescindible para el avan-
ce productivo; es en sí misma clave de equidad y de democratización.
Los niveles y las formas de la incorporación del progreso técnico resultan
pues relevantes no sólo en relación con el crecimiento económico sino tam-
bién desde el punto de vista de la democracia y en relación con la depen-
dencia de nuestros países, tema este último más bien olvidado en los nue-
vos textos cepalinos. Es difícil no advertir que la capacidad para generar,
dominar y utilizar la Ciencia y la Tecnología constituye un factor cada día
más gravitante en la “brecha” entre el centro y la periferia.
En definitiva, en lo que hace a la cuestión del desarrollo, tiene importancia
primordial el fenómeno de la introducción dependiente de progreso técnico, que
no sólo reproduce la subordinación a la cual debe su origen sino que además re-
sulta poco eficiente. Ante todo, resulta más bien pasiva que activa: no favorece
las apuestas propias que constituyen la raíz de la competitividad auténtica.
Conviene todavía subrayar las consecuencias culturales -en el más am-
plio sentido de la palabra- de la incorporación dependiente de progreso téc-
nico, es decir, de la que tiene lugar bajo modalidades que no se apoyan en
el fomento a la creatividad a todos los niveles. Cabe comparar sus efectos
con los de una enseñanza que, en lugar de preparar para encontrar solucio-
nes propias a problemas nuevos, se centra en la transmisión de métodos
estandarizados para encarar ejercicios conocidos. Ello genera costumbres
rutinarias y actitudes dependientes, que no se circunscriben al ámbito invo-
lucrado, pues la desconfianza en las propias capacidades es expansiva.

263
Universidad Virtual de Quilmes

La dinámica de la tecnología está conformada por un conjunto de proce-


sos cuyas especificidades fueron bastante descuidadas por el pensamiento
latinoamericano “clásico” acerca del desarrollo. Las propuestas cepalinas
que hemos comentado prestan especial atención al tema, pero su enfoque,
en términos globales, luce excesivamente optimista en relación con lo que
denomina como “progreso técnico”.
Ninguna reflexión sobre el presente puede olvidar la centralidad polifacé-
tica del acontecer tecnológico, pero tampoco puede limitarse a destacar los
aspectos positivos de lo que está lejos de ser sólo “progreso”. Múltiples
son los problemas que suscita la evolución de la Ciencia y la Tecnología, in-
cluyendo los de tipo ambiental -de los que algo se dijo antes- pero sin redu-
cirse en absoluto a ellos.
Quizás en ningún terreno la investigación ha recibido tanto apoyo guber-
namental ni cosechado tantos “éxitos” como en lo que hace al arte de ma-
tar. La capacidad de destrucción masiva generada por la ciencia moderna,
que Hiroshima y Nagasaki pusieron brutalmente de manifiesto, no se reduce
a su empleo militar, como Chernobyl lo muestra más allá de toda duda. Las
nuevas tecnologías ofrecen nuevas posibilidades pero también generan toda
clase de nuevos problemas, particularmente en el campo de la ética. La in-
formática amenaza la vida privada y suministra un sustento potencial a nue-
vas formas de discriminación. Aún más preocupantes lucen ciertos desarro-
llos de la ingeniería genética. Estas cuestiones pueden afectar de manera
especial a los países de la periferia. Pero aquí no intentamos listar proble-
mas sino tan sólo recordar que la ciencia y la tecnología avanzan, vertigino-
samente, para bien y para mal.
Una postura acrítica ante el cambio técnico conduce fácilmente a identifi-
car progreso y modernización con imitación, impulsando en particular la
compra indiscriminada, por lo general costosa y a menudo ineficiente, de las
novedades técnicas disponibles en los países del “centro”. No pocas veces
esa actitud convierte a los países periféricos en compradores de dispositi-
vos en proceso de descarte, reactores u otros.
Más en general, semejante postura alimenta las tendencias a imitar las
pautas de consumo prevalecientes en los países más ricos, lo cual se trans-
forma en uno de los mayores obstáculos para una auténtica “transforma-
ción productiva con equidad”.
Todo lo que antecede no hace sino reforzar la urgencia de construir una ca-
pacidad propia en Ciencia y Tecnología. Ella es imprescindible en particular
para afrontar los riesgos emanados del cambio tecnológico que, como siem-
pre ha sucedido a lo largo de la historia, son mayores para quienes los viven
pasivamente que para quienes los impulsan, pues los últimos disponen de
mejores medios para transferir los costos a los primeros. Una capacidad pro-
pia en Ciencia y Tecnología es imprescindible para disponer de capacidad de
crítica y alternativa ante la dinámica tecnológica, a defecto de lo cual se parti-
cipa bastante menos en sus beneficios que en el pago de sus platos rotos.

6.4.4. Desarrollo sustentable y autosostenido

De cara al futuro, hace falta pensar en procesos de desarrollo sustentables


y, más aún, en términos de desarrollo autosostenido, pues no se trata sólo
de evitar que el proceso de desarrollo socave sus propios sustentos sino,

264
Problemas del Desarrollo en América Latina

además, de lograr que sea capaz de robustecer sus aspectos endógenos,


las fuentes sociales y culturales de su propio dinamismo.
En tal perspectiva, parecería que la confluencia (el matrimonio, si se pre-
fiere) entre tecnología y ecología ha de constituir una preocupación central.
La preservación y recuperación del ambiente es inviable sin incorporación
y generación de tecnología, específicamente para tales fines y más en gene-
ral para enfrentar las tendencias a la degradación ambiental que surgen de
la miseria y del estancamiento económico.
A la inversa, el crecimiento técnico-productivo prevaleciente en nuestra
época es ambientalmente cada vez menos sustentable, por lo cual urge al-
terar sus lineamientos; ello supone, entre otras cosas, una reorientación de
las prioridades de la investigación para impulsar la innovación técnico-ecoló-
gica, conjugando una “I+D” apropiada a los requisitos ambientales con
transformaciones a nivel de la gestión y la participación.
La magnitud de los problemas que se dibujan en el horizonte permite
sospechar, por otra parte, que volverá a confirmarse una y otra vez una de
las lecciones de la historia más firmemente establecidas: las respuestas
que pueden considerarse exitosas, de pueblos y naciones confrontados a re-
tos sustantivos, no suelen estar asociadas con la simple reproducción de
experiencias ajenas sino más bien con la capacidad de adaptar con una al-
ta cuota de originalidad y aun de hacer cosas enteramente nuevas.
En esa perspectiva, parece imprescindible volver a hacer un lugar a la
búsqueda de los “caminos propios” hacia el desarrollo, caminos que apun-
ten no tanto a lo que ya existe -y a las best practices de hoy, que serán las
de ayer cuando se logre eventualmente replicarlas- sino a lo que se dibuja
como posible, en tanto conjunto probable de consecuencias de la dialéctica
entre tendencias objetivas y necesidades percibidas.
Ilustra elocuentemente este punto de vista lo que dice Christopher Free-
man (1992, pp.207-209), cuando plantea la cuestión de pensar, diseñar y
construir las instituciones y las tecnologías que pudieran combinarse en un
nuevo paradigma técnico-económico “verde”.
Obviamente, las dificultades e incertidumbres técnicas y económicas
asociadas con semejante propósito no sabrían ser minimizadas: en el mejor
de los casos, esa idea no puede ser más que una guía para la reflexión y la
acción.
Notemos, sin embargo, que a este respecto no todo es incertidumbre, en
particular, porque el surgimiento de un nuevo paradigma es en gran medida
un fenómeno de difusión, que incluye aplicaciones nuevas de tecnologías ya
existentes.
En tal perspectiva, la noción de “nuevo paradigma técnico-económico ver-
de” puede ofrecer ciertas orientaciones a la acción informada por la refle-
xión prospectiva, en el entendido por cierto de que avanzar hacia su concre-
ción “requerirá innovaciones sistémicas radicales”, al decir de Freeman,
quien sostiene:

❘❚❚ “Semejante programa debiera estructurarse a partir de redes de trabajo,


debido a la gran variedad de participantes. Es esencial incluir en el mismo a
los usuarios potenciales de los nuevos productos y sistemas así como a los
innovadores, e incluir a las universidades así como a las industrias, para ase-
gurar que las soluciones más imaginativas y radicales sean exploradas.” ❚❚❘

265
Universidad Virtual de Quilmes

Por otra parte, “la multidisciplinariedad constituiría un rasgo esencial del


programa y sería vitalmente importante incorporar al mismo desde un co-
mienzo tanto a científicos sociales como a científicos naturales”.
La expansión de las actividades científicas y tecnológicas ha llegado a
constituir, en nuestro tiempo, el principal factor del crecimiento económico y
uno de los grandes impulsores de los procesos de innovación en general.
Todo ello supone desafíos mútiples, que no se reducen por cierto a los que
se relacionan con el medio ambiente, pero que desde este punto de vista re-
velan toda su entidad. En efecto, la cuestión ecológica evidencia la necesi-
dad de buscar alternativas a las formas del crecimiento económico que pre-
valecen en el presente. Resulta pues fundamental averiguar si semejante
búsqueda de alternativas puede sustentarse en ciertas tendencias objetivas
de la evolución técnico-productiva contemporánea.
Lo que antecede realza la importancia de la labor prospectiva, particular-
mente en lo que tiene que ver con el proceso del cambio técnico y sus rela-
ciones con la sociedad; la construcción de alternativas para el desarrollo re-
sulta de la interacción entre tendencias relativamente objetivas y proyectos
colectivos; el futuro ni está predeterminado ni puede seguir cualquier derro-
tero. Escudriñar las grandes tendencias de la evolución social contemporá-
nea, intentar calibrar a tiempo peligros y oportunidades, elaborar escenarios
alternativos que ayuden a prevenir los primeros y aprovechar las segundas:
esos cometidos, propios de la tarea prospectiva sistemática, son parte ne-
En Arocena (1993b)
nos ocupamos de las
cesaria de las políticas para la innovación.
posibilidades de la labor pros- La prospectiva es pues una de las herramientas requeridas por “la era
pectiva en América Latina. de la incertidumbre” en la que nos hemos encontrado al llegar a las déca-
das finales del siglo, y en la cual se agigantan algunos desafíos mayores a
los que ya se hizo referencia, entre los que se destaca la tendencia a la mar-
ginación de grandes contingentes de seres humanos.
Afrontar tales retos exige cultivar el potencial de creación propia: corres-
ponde reiterarlo al reivindicar la necesaria confluencia de tecnología y ecolo-
gía, elocuentemente ilustrada por la idea de apuntar a la construcción de un
nuevo paradigma técnico-económico verde. Todo ello, en efecto, requiere ex-
plorar trayectorias muy dependientes de las especificidades regionales y cul-
turales, para lo cual es imprescindible disponer, en cada país y en cada re-
gión, de un potencial propio para la innovación, tanto tecnológica y
productiva como institucional y cultural. Entre los sustentos de semejante
potencial, dos llamados a tener relevancia creciente han sido destacados en
secciones anteriores:
a) la generalización de una educación superior de calidad, susceptible de
permanente renovación, cuya diversificación le permita llegar a la mayoría
de la población;
b) la construcción y permanente ampliación de una capacidad endógena de
investigación.

Ahora bien, ¿a quiénes corresponde impulsar esas y otras tareas cuya con-
jugación constituye el desarrollo autosostenido? Al intentar reformular la
cuestión del desarrollo en el contexto de la problemática contemporánea de
la innovación, es preciso reconsiderar esa interrogante central: ¿quiénes
son los protagonistas del desarrollo?
La propia noción de Sistema Nacional de Innovación apunta a una plura-
lidad de actores y a una diversificación de escenarios que desbordan los

266
Problemas del Desarrollo en América Latina

marcos más tradicionales del pensamiento acerca del desarrollo, pero que
empalman de manera natural con la reflexión latinoamericana específica
acerca del enfrentamiento a la dependencia tecnológica. En efecto, hace ya
tiempo que entre nosotros se maneja la noción del “triángulo de Sábato”,
cuyos “vértices” representan tres agentes fundamentales del desarrollo -el
Estado, los empresarios, los técnicos- y cuyos “lados” simbolizan las nece-
sarias conexiones entre ellos. Esta metáfora puede verse como una antici-
pación del concepto de Sistema Nacional de Innovación y, también, como el
bosquejo de una concepción del desarrollo a partir de la confluencia de ac-
tores colectivos. En esta dirección parece necesario avanzar.
En efecto, definitivamente superadas -en la práctica y en la teoría- han
quedado las concepciones que hacían del Estado el primer actor y máximo
rector del desarrollo. Nada, en la teoría como en la práctica, demuestra que
el mercado pueda reemplazarlo como garante y orientador en exclusividad
de un proceso de desarrollo autosostenido. Una y otra visión, simplificado-
ras en un grado que resulta altamente contraproducente de cara a la com-
plejidad de nuestra época, resultan anacrónicas en el contexto de las for-
mas del pensar contemporáneo. No se trata de seguir buscando el demiurgo
del desarrollo sino de encarar la problemática de la pluralidad.
El prolongado y no demasiado fructífero debate “estado vs. mercado” ha
dejado empero algunas cosas en claro. Entre ellas, la importancia estratégi-
ca de la intervención gubernamental para fomentar la construcción local de
capacidad tecnológica, particularmente en lo que hace al manejo de la infor-
mación, a la asimilación efectiva de nuevos conocimientos, a la negociación
de tecnología, a la asunción de riesgos, a la disponibilidad de crédito, a la in-
fraestructura requerida para el funcionamiento de los mercados, a la racio-
nalización de la industria y a la minimización de los costos sociales asocia-
dos y, en general, “a la navegación por los mares, para los que no existen
mapas, de las potenciales ventajas comparativas dinámicas” (BARDHAN,
1988, p. 62).
Políticas públicas, en áreas como las mencionadas, son seguramente im-
prescindibles. Pero también son insuficientes para impulsar el desarrollo au-
tosostenido. Para ello hace falta avanzar hacia la conformación de un “polí-
gono”, que amplíe el “triángulo de Sábato” mediante la inclusión de otros
“vértices”: trabajadores organizados, organizaciones estudiantiles y juveni-
les, movimientos ambientalistas, educadores, comunicadores, una diversi-
dad de ONGs, etc.; es preciso asimismo avanzar hacia el funcionamiento
“sistémico” del “polígono” a partir de las vinculaciones entre sus “vértices”,
de lo cual el hoy tan a la moda relacionamiento universidades-sector produc-
tivo-gobierno es un aspecto relevante, entre otros. No menos importante ha
de ser, por ejemplo, el relacionamiento entre el sistema educativo, los insti-
tutos tecnológicos de I+D y los sindicatos.
Pero semejante enfoque -que tiende a ver al desarrollo como el fruto de
confluencias variadas, difíciles y hasta conflictivas, de una pluralidad de ac-
tores colectivos- es más bien parte del problema que de su solución, en la
medida en que creemos asistir a una cierta fragmentación y al debilitamien-
to de los actores colectivos con inspiración laica, orientados hacia el futuro
y con capacidad de iniciativa histórica.
Así encarada, la cuestión del desarrollo es también, y fundamentalmente,
la de la revitalización y renovación de los actores colectivos, en un mundo
donde parece haber poco espacio para ellos entre el nivel más global, de la

267
Universidad Virtual de Quilmes

economía y las comunicaciones planetarias, y el nivel individual.


Esta última observación, como otras previas, señala una de las conexio-
nes de nuestro tema con el del “desarrollo local” y con la valorización de la
“comarca”, como ámbito donde es posible que las especificidades y las
identidades sean realmente tomadas en cuenta, donde las dimensiones in-
volucradas y la trama de relaciones sociales abren posibilidades a la colabo-
ración de agentes diversos en torno de proyectos concretos, donde tales ex-
periencias pueden ir configurando simultáneamente una estrategia de
desarrollo y una confluencia de actores en torno de ella.
El problema de la acción colectiva se vincula, asimismo, con la importan-
cia de nociones orientadoras como las que se refieren a un paradigma téc-
nico-económico “verde”. En efecto, a la vista de la relevancia de la cuestión
ambiental y de su comprensible impacto entre los jóvenes, incluyendo a mu-
chos que tienen o aspiran a tener altos niveles de formación, cabe conjetu-
rar que tales nociones pueden ofrecer un “horizonte de sentido” que interac-
túe positivamente con el surgimiento o la renovación de actores colectivos,
orientados hacia formas del desarrollo autosostenido y vinculados con la
educación, la generación de conocimientos, la problemática local, las for-
mas alternativas de producción y gestión, o la revalorización de las identida-
des colectivas como fuentes de respuesta a los desafíos de la innovación.
En última instancia, la cuestión del desarrollo desemboca en la proble-
mática de los valores, los estilos de vida y los proyectos colectivos.

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