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«Voces que llaman» constituye el relato que María
Benedicta Daiber hizo de su propia conversión.
«Amó a la Iglesia y se entregó por ella» completa
la historia de su vida, escrita por su continuadora y
colaboradora, Emilia García Martín.
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Nihil obstat
Imprímase
Jaume Traserra, Vicario General
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ÍNDICE
PRÓLOGO.........................................................................................................6
PRÓLOGO.........................................................................................................6
TESTAMENTO ESPIRITUAL...................................................................105
CRONOLOGÍA.............................................................................................109
CRONOLOGÍA.............................................................................................109
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PRÓLOGO
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Que ella desde el cielo nos proteja a todos y a tantos millares
de personas que alguna vez fueron sus alumnos y colaboradores
en tantas obras, todas «por una Iglesia santa».
Con gratitud, Federico de Alemani y Ferrer, pbro.
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VOCES QUE LLAMAN
1. MI CONVERSIÓN
Mi hogar
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que un día de descanso me vendría bien y accedió a mis ruegos. El
8 de Diciembre es el día tradicional de la primera comunión de los
niños. Yo veía pasar a las niñas vestidas de primera comunión.
Preguntaba: «¿Qué pasa, por qué se visten así?». «Bueno me
contestaban «¡es el día de la Purísima!», «¡Ah, una fiesta en honor
de María, la Madre de Jesús!, quiero celebrarla». Desde entonces,
todos los años celebraba ya la fiesta de la Inmaculada de esta
forma. Pronto supe que había otra gran fiesta en honor de María, la
Asunción, y quise celebrarla de la misma manera. Por fin, agregué
también la de la Purificación.
Además, demostré gran entusiasmo por una estampa de la
Santísima Virgen que había caído juntamente con otras en mis
manos. Estas estampas llegaron a mis manos de la siguiente
forma. Para que no estuviera sola al instruirme mi madre, tomó a
otra niña, un poquito mayor que yo, llamada Matilde, pero que le
llamábamos Tila, y nos instruía a las dos. Tila tampoco era católica,
pero tenía un hermanito que iba a la escuela parroquial y muchos
días volvía el niño con estampas de colores bien chillones, de esas
que les gustan a los niños, y Tila y yo mirábamos y le pedíamos
que nos diera algunas. Él nos daba las estampas que queríamos.
Desde entonces me complacía en hacer capillitas, adornarlas con
las estampas que tenía, hacer un altar y celebrar la primera
comunión de mis muñecas. A nadie le llamó la atención este juego
que se repetía casi a diario: mis padres, gracias a Dios, estaban
ciegos. ¡María, mi dulce María, velaba por mí!
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puesta del sol y filosofando acerca de la causa primera y fin último
de cuanto existe. A los doce o trece años me atormentaban ya
estas preguntas: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿por qué
existo? Y la vida me parecía triste, sin sentido, vacía.
Al mismo tiempo, mi madre quiso enseñarme historia
eclesiástica, y yo la escuchaba con avidez. Pero, ¡ay!, era la
historia vista a través del odio a la Iglesia, y bebí a torrentes ese
odio satánico en las enseñanzas de mi madre. Era el odio al Papa,
el odio al Clero, el odio a la Compañía de Jesús. Y sin embargo
más de una vez me declaré a favor de la Iglesia y discutía con mi
madre en una forma original: «Mamá, no me podrás negar que tal
Papa fue hombre de talento. Lo admiro y me entusiasma.» 0 me
animaba a despreciar el protestantismo y a manifestar mi odio por
Lutero. Más de una vez, mi pobre madre, no poco escandalizada
por esa antipatía mía por el protestantismo, quiso convencerme de
su excelencia. Invariablemente era mi respuesta: «El
protestantismo no tiene lógica: los protestantes no están de
acuerdo respecto de lo que creen, y eso es absurdo». Por las
enseñanzas de mi madre, de historia eclesiástica, conocía
perfectamente la división y subdivisión (el protestantismo en
innumerables sectas), debido a que cada secta interpreta la Biblia a
su manera libremente, y el miembro de una secta que no está
conforme con la doctrina de la misma, se independiza a menudo y
forma secta aparte, como sucede aun hoy día. Yo comprendía muy
bien que esta libre interpretación de la Biblia tiene como
consecuencia la más desastrosa confusión Y era imposible para mí
aceptarla. Es demasiado evidente que un libro no se explica por sí
mismo, sino que necesita una autoridad competente que lo
interprete. Yo no podía admitir que esa autoridad fuera, como
pretenden las sectas, el Espíritu Santo, porque tratándose de
doctrinas opuestas y a menudo contradictorias, habría tenido que
admitir que el Espíritu Santo se contradecía a sí mismo. Por
consiguiente, al convertirme a la religión católica, me parecía lógico
y razonable y no me ofreció ninguna dificultad aceptar plenamente
el magisterio de la Iglesia, que es la única que interpreta
auténticamente las Sagradas Escrituras.
Pero el veneno que se me infundía obraba en el fondo de mi
alma y llegué a un odio apasionado, destructor. ¡Quise combatir a
la Iglesia, quise arrebatar a otras almas el tesoro de la fe! Mis
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tentativas, por suerte, fueron infructuosas: María, mi Madre
dulcísima, seguía velando por mí, aunque yo no lo sabía.
Una poesía
Frente a un cuadro
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quedaba en un saloncito, que las manos de las religiosas habían
arreglado con primor y cuyas ventanas me permitían contemplar el
lago y la cordillera.
Mas naturalmente no habían querido prescindir las religiosas
de un cuadro del Sagrado Corazón del cual mi padre se burlaba
continuamente. Ese cuadro encarnaba para mí, por decirlo así,
todo cuanto odiaba en el catolicismo. Así es que un día me provocó
el cuadro de aquel Corazón que tanto ha amado a los hombres, a
un violento movimiento de ira. Me coloqué frente a él y
amenazándolo con ambas manos, le dije interiormente que le
odiaba, que odiaba a su Iglesia y a sus sacerdotes y por
consiguiente estaba resuelta a hacer todo el mal posible a esa
Iglesia. En ese mismo instante oí (no sé si realmente o si
únicamente resonaron en el fondo de mi alma) estas palabras: «Y
YO TE VENCERE».
Aterrada, toda trémula, presa de espanto, volví las espaldas al
cuadro y por primera vez comprendí que un día, yo, que odiaba
tanto a la Iglesia, sería católica. Experimenté una gran angustia y
un miedo imposible de expresar en palabras. No confesé a nadie lo
sucedido, pero durante meses me negué a acompañar de nuevo a
mi padre al hospital. No quería encontrarme otra vez a solas con
Jesús...
Mis deseos de conocer la religión católica se hicieron
irresistibles; pero si deseaba conocerla, era por odio: hay que
conocer a un enemigo para saberlo combatir, me decía. La ocasión
de satisfacer ese deseo se me presentó de la manera siguiente:
mis padres, pensando en mi porvenir y queriendo asegurarme una
carrera, decidieron enviarme a Santiago para terminar las
humanidades y dar el bachillerato.
En Marzo de 1922, a los diecisiete años, mi padre me dejó en
casa de la señora B., en Santiago, cerca de la Parroquia de San
Saturnino y cerca también del Liceo donde debía terminar mis
estudios. Sin saberlo yo, María Inmaculada me había llevado junto
a sí y preparaba mi conversión.
Era en plena cuaresma, cuando había llegado a la capital y
comencé a meditar cómo podría llevar a la práctica mis deseos de
conocer la religión. Observadora hasta el exceso, traté en primer
lugar de estudiar el ambiente del Liceo; ambiente frívolo y hostil a
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la religión. Quise asistir a la clase de religión de D. Samuel, pero
una de las profesoras, sabiendo que yo no era católica, me lo
impidió. En vista de esto me resolví a escribir a D. Samuel y
averigüe disimuladamente su dirección. Al mismo tiempo manifesté
a una compañera mis deseos de oír Misa, y ella, más amable que
la profesora, prometió llevarme a Misa a San Saturnino, el Domingo
de Pascua.
La señora B., en cambio, era protestante fanática y se
escandalizó al saber que yo no creía en nada. Más aún, resolvió
llevarme el mismo día de Pascua, por la tarde, a la iglesia
protestante. Yo, que quería conocerlo todo, estaba dispuesta a
complacer a la señora B., y experimentaba una gran curiosidad,
porque tampoco conocía el culto protestante. ¿Cuál sería el
resultado de mis observaciones el día de Pascua? Era fácil
preverlo.
Dialogando
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continuó las instrucciones y que me impresionó profundamente, fue
el del primer motor inmóvil, expuesto tal vez en una forma original:
todo movimiento, y en general todo cambio —nacer, crecer,
desarrollarse—, que del huevo salga un pollo, de la semilla una
planta, o que un niño crezca y llegue a la edad adulta, que el
ignorante adquiera conocimientos, que el ser humano se
perfeccione moralmente etc., todo esto no es posible sin un factor
exterior que provoque este cambio. Ahora bien, todo cambia en el
universo, luego hay que admitir la existencia de un Ser supremo,
causa primera de todo este movimiento, y que a su vez no esté
sujeto a cambio alguno; un Ser eterno, inmutable, infinito,
perfectísimo, etc. Este argumento me hizo una impresión tan
honda, que andaba por la calle meditándolo continuamente y, ¡cosa
curiosa!, durante más de veinte años de vida espiritual ha sido
fuente de luz para mí, me ha mostrado la grandeza de Dios y mi
propia pequeñez, y me ha enseñado a entregarme de lleno, yo que
soy nada, al Dios infinito que lo es todo.
Todo fue inútil; refuté todos sus argumentos, o, más bien,
puesto que los había irrefutables, me negué a admitirlos. Mayor
éxito tuvo mi futura madrina, que consiguió de D. Samuel un
devocionario para enseñarme las oraciones. Entonces aprendí el
Avemaría, la Salve, el Acordaos, el Bendita sea tu pureza, y la
jaculatoria «Oh María, sin pecado... », y en las tardes, al toque del
Ángelus, hacía mi visita a la Madre de Dios, me arrodillaba ante su
altar y le repetía una y otra vez las oraciones que había aprendido.
Conductas contrastadas
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por vencer este defecto. Lo veía con frecuencia de rodillas en una
iglesia cerca del Liceo, en intensa oración, y todo esto me
impresionaba profundamente.
«Tanta abnegación me decía no puede existir en un alma que
no cree. Este sacerdote vive su fe». Y entonces seguí razonando:
no es cierto que todos los sacerdotes católicos sean unos
hipócritas; mis padres me han engañado en este punto. ¿Acaso no
pueden haberme engañado involuntariamente, por supuesto, en lo
demás? ¿Será la religión católica la verdadera?
Entretanto la señora B. estaba exasperada al verme
simpatizar con la religión católica; me exigió que de un día para
otro abandonara su casa, no me admitía más a la mesa y me hizo
servir la comida en mi cuarto. Dios sabe cómo. No contenta con
eso, declaró que tenía en su poder «cartas que me habían escrito
sacerdotes católicos» y que daría cuenta de todo a mis padres.
Parece que ella me había sustraído la carta de D. Samuel y la
había leído a escondidas. Efectivamente escribió la señora B. a mis
padres acusándome de querer hacerme católica y agregando que
mi conducta en el Liceo era pésima. Dios permitió así que ella
mezclara lo verdadero con lo falso, para que mis padres no
entraran en sospechas, pues un certificado de excelente conducta
que me dieron mis profesores les convenció de que la señora B.
me calumniaba y no dieron importancia a lo que les decía, acerca
de mis deseos de hacerme católica.
En dos días encontré otro alojamiento en casa de la señora
D., que no se metía en asuntos religiosos. Pero la tempestad había
llegado al Liceo, y D. Samuel, por prudencia, se negó a continuar
las lecciones que me hacía. Yo estaba, sin embargo, decidida a
llevar el asunto adelante y por consejo de mi madrina me dirigí a un
profesor del Seminario, de gran talento, que continuó las clases de
religión, durante dos meses más, pero sin poder convencerme
tampoco de la existencia de Dios. Un día, por fin, ya no supe que
replicar a los argumentos de terrible lógica que me exponía el
sacerdote, y él me preguntó si estaba convencida, «Convencida, sí,
pero... no creo.» «La fe replicó es un don de Dios, y yo no puedo
dársela.» «Y si usted no puede darme la fe, ¿con qué objeto —le
dije decepcionada— hablo con usted?» «Usted debe pedir la fe a
Dios en humilde oración.» «¿Cómo pedirla a ese Dios en quien no
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creo?» «No hay más remedio: es preciso pedirla.» Así comencé a
hacer esa súplica original: Dios mío, si acaso existes, dame la fe.
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tuve constantemente esta convicción: estoy jugando con la gracia y
me pongo temerariamente en el peligro de condenación eterna.
Pero ante mis ojos se levantaba, formidable, un gran obstáculo: el
amor a mi familia.
Aquella noche
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El único tesoro
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¡Qué momentos de dulzura celestial experimentaba mi alma
durante el Santo Sacrificio! Y como mi alma había encontrado la
paz, fui de nuevo ingrata a mi Dios, porque precisamente lo que
buscaba en la religión era la paz y la había encontrado sin hacerme
católica. Entonces, ¿con qué objeto daría yo el paso decisivo?
Una frase
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Fue un día, domingo, del mes de Julio, al volver de Misa,
cuando tuve el valor de presentarme a mi madre para decirle:
«Mama, acabo de tomar una resolución irrevocable: me haré
católica» La escena no puede describirse con palabras.
Mi pobre madre, tan suave y amable de costumbre, lanzó un
grito: «¿Tú, católica? ¡Primero muerta que católica!» Y gemía y
lloraba que partía el alma. «He perdido a mi hija, mi única hija; me
espera una vejez sin consuelo. ¡Degenerada, reniegas de tu raza y
de la tradición de tu familia! Por lo menos espera hasta la muerte
de tu padre; porque si él llega a saberlo, será su muerte, ¿Quieres
asesinar a tu padre? ¡Jamás te daré permiso para hacerte católica,
mientras él viva!»
Pocas veces en mi vida he experimentado un desgarramiento
interior semejante al que sentí entonces. Pero al mismo tiempo
experimenté cómo la gracia me sostenía poderosamente y me
mantuve firme e inflexible. Durante seis semanas traté
repetidamente de arrancar a mi madre su consentimiento, y, como
siempre se repetían de nuevo las mismas escenas dolorosas y no
podía tampoco hablarle a mi padre, resolví dar el paso decisivo sin
esperar más tiempo. Y así dije a mi madre: «Aunque sea sin tu
consentimiento, un día saldré protestante de casa y volveré
católica.» Me dirigí entonces al señor Rector de la Universidad
Católica y le pedí hacer los trámites necesarios en el Arzobispado
para que pudieran bautizarme bajo condición el 8 de Septiembre,
fecha que yo misma fijé parla mi bautismo por ser fiesta de la
Santísima Virgen, que, además, aquel año, por feliz coincidencia,
era sábado.
Llegó por fin ese día tan deseado, y a las cuatro de la tarde,
en la iglesia de las Carmelitas —el antiguo «Carmen de San
José‚», que después fue demolido— me bautizó el Sr. Rector.
Terminada la ceremonia, entonaron las Carmelitas el «Magnificat».
Con santa impaciencia, exigí que mi primera comunión tuviera
lugar al día siguiente, aunque el Sr. Rector quiso fijarla para la
fiesta del Dulce Nombre de María. «Me he hecho católica para
comulgar», le dije, y el sacerdote accedió a mis ruegos. Al día
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siguiente hice, pues, mi primera comunión en la capilla de la
Universidad Católica. Sin embargo, aunque yo tenía una
tranquilidad profunda, esa tranquilidad que se siente cuando se
cumple la voluntad de Dios, ni el día de mi bautismo, ni el de mi
primera comunión, tuve consuelos sensibles. Solamente al
comulgar por segunda vez, el día del Dulce Nombre de María,
experimenté en toda su extensión la dicha inmensa de ser católica,
y ese sentimiento de gozo y felicidad duró semanas y meses.
El día de mi primera comunión, por primera vez en mi vida, no
tomé desayuno con mis padres, y esto bastó para excitar las
sospechas de mi madre. Entonces el ayuno eucarístico, como
recordarán, obligaba desde las doce de la noche anterior. Aquella
mañana me serví el desayuno con mis padres y, mirando el reloj,
dije a mi padre: «papá, mira que tarde es, aun he de arreglar mi
habitación y me esperan mis amigas. ¿Puedo llevarme a mi
habitación el desayuno?» «Si, hijita», dijo mi padre. Para disimular
había organizado con mis amigas un paseo. Subí a mi habitación,
tiré el café por la ventana, metí el pan en el armario y salí
corriendo.
Al volver a casa, ella me salió al encuentro y sin rodeos me
preguntó: «¿Qué has hecho?» «Me he hecho católica», respondí
con firmeza. Y se renovaron las escenas de los meses pasados...
Pero, ¿qué me importaba ya todo esto, cuando nadie podría ya
arrebatarme la felicidad de ser católica? Nadie en adelante podría
impedir que comulgara. Simplemente vi delante de mí una tarea,
una misión: la de lograr que también mis padres participaran de mi
dicha y se hicieran católicos.
Mi madre
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me parecía más fácil conquistarla primero, ya que mi padre
ignoraba aún mi conversión. Pero, ¡cuán equivocados los cálculos
humanos! Todas mis tentativas de convertir a mi madre estaban
destinadas a fracasar... Es verdad que por darme gusto, llevada
por el amor a su hija única, mi madre aceptó una medalla de la
Santísima Virgen y consintió, ya en Noviembre de 1923, en rezar
conmigo el mes de María y el Rosario. Es verdad también que cada
vez que mi padre estaba fuera de Santiago, me acompañaba a
Misa y a la visita a Jesús Sacramentado.
Mi madre era —a pesar de la reacción violenta que le provocó
mi decisión de hacerme católica— de un carácter más bien suave y
en cierto sentido algo débil. Es verdad que jamás hubiera sido ella
capaz de ir contra su conciencia y cometer una falta que estuviera
en pugna con su natural rectitud moral; pero en las demás cosas,
ella prefería ceder, sobre todo cuando se trataba de presionarla un
poco. Así se explica que ella, movida por el amor que me tenía
como a su hija única., y cediendo a mis reiteradas súplicas hechas
con tenaz insistencia, consintiera en acompañarme a veces a Misa
y a mis horas de adoración. Además, ella solamente me
acompañaba estando ausente mi padre y aun entonces, por regla
general, solamente de vez en cuando, ejemplo, en día domingo o
de noche. Parece cierto que por más que ella por nada quería
hacerse católica, la asistencia a la Misa y a otros actos fue poco a
poco dejando huellas en su alma, de las cuales ella misma no
acababa de darse cuenta. Así, por ejemplo, recuerdo que un día 11
de Febrero llevé a mi madre de noche a la procesión con antorchas
que se hacía en la Gruta de Lourdes de Santiago, con la imagen de
la Santísima Virgen. Al terminar la procesión, una inmensa
muchedumbre estaba aclamando a la Virgen y con grandísima
sorpresa mía oí gritar también a mi madre con todas sus fuerzas:
«¡Viva la Reina de Chile! ¡Viva la Virgen de Lourdes!» Cuando al
volver a casa pregunté a mi madre por qué había dicho y hecho
esto, ya que ella pretendía no creer, me contestó simplemente que
había sentido sin que se lo pudiera explicar un impulso irresistible a
clamar en esa forma a la Virgen Santísima. Era, sin duda, la gracia
divina que iba obrando en el fondo de su alma.
Por amor mío, mi madre estaba dispuesta a pasar horas
enteras en la iglesia, aun en la noche, pero se obstinaba en su
panteísmo y discutía conmigo tenazmente. Ella no aceptaba un
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solo dogma, ni siquiera aquellos que a mí no me habían ofrecido
dificultad alguna, una vez que yo había aceptado la existencia de
Dios. Recuerdo una discusión que tuvimos acerca de la virginidad
perpetua de María Santísima, que mi madre negaba tenazmente.
«Es imposible me decía, ser madre y virgen a la vez.» Yo me
esforzaba por probarle que se equivocaba; todo fue inútil. Al final,
no sabiendo ya qué alegar, le lancé un argumento desesperado:
«Pero, mamá, ¿de cuándo el Espíritu Santo hace perder la
virginidad?» « Hum... en esto no había pensado», contestó mi
madre, pero sin darse por satisfecha. Y la virginidad perpetua de
María era quizá la menor duda que tenía...
Sin embargo —y podría esto parecer un cuento si no fuera
cierto— mi madre comenzó a creer en algo sobrenatural, de una
manera bastante original. Estábamos en una situación económica
muy difícil, y mi madre estaba buscando clases particulares para
tener con qué mantener a mi padre, que ya no podía trabajar, y a
mí, que estaba haciendo mis estudios en el Instituto Pedagógico de
la Universidad de Chile para graduarme de profesora. Pero mi
madre parecía tener mala suerte y no encontraba nada.
Un día, con cierto despecho, me lanzó un categórico: «Ya que
tu eres católica, has de saber también qué medios debo emplear
para encontrar clases.» No sé por qué —pues en realidad no
empleo casi nunca este medio— le dije que prometiera a las
benditas ánimas una Misa por cada alumno que tuviera. Como
nuestra situación era bastante crítica, mi madre hizo la promesa,
sin pensar más, precisando aún más lo que le había sugerido,
puesto que prometió una Misa al mes por cada alumno. ¡Cosa
notable! Apenas hecha la promesa, comenzó una afluencia tal de
alumnos durante varios años, que mi madre llegó a tener a veces
cuarenta y dos horas semanales. Ella misma se complacía en
contar este hecho y en afirmar que se había hecho la siguiente
reflexión: una vez, dos veces, hasta tres o cuatro, puede ser una
casualidad; pero que la Misa al mes por las ánimas sea un medio
seguro para conseguir clases, no puede ser casual; por
consiguiente las ánimas existen; luego, el alma es inmortal, y luego
hay Dios.
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Mi padre
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el almuerzo. Pero nada me importaban estos sacrificios; y lo único
que anhelaba era la conversión de mis padres, que, sin embargo,
parecía casi imposible.
Una amiga mía me dio entonces el consejo de escribir a todos
los conventos de Carmelitas para solicitar oraciones. Lo hice así, y
no contenta con esto, durante las vacaciones recorría casi todo
Santiago, pidiendo oraciones a las comunidades religiosas. A todos
los sacerdotes conocidos les suplicaba también se acordaran en la
Santa Misa de pedir la conversión de mis padres. Me parecía que
el resultado de tantas oraciones debía ser inmediato; pero Dios
quiso enseñarme a ser más paciente y a esperar contra toda
esperanza. En apariencia, durante varios años, las oraciones no
produjeron ningún resultado, no había llegado aún la hora de Dios.
Una conclusión
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pronto estaría otra vez con nosotros. Pero Dios tenía otros
designios...
Estábamos lejos...
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seguida sin noticias, porque estuvo gravísimo. Apenas un poco
restablecido, nos escribió, tranquilizándonos y asegurándonos que
pronto estaría con nosotras. Pero yo presentía su muerte y quería a
toda costa verlo morir católico. Deshecha en lágrimas, fui un día a
postrarme a los pies de Jesús Sacramentado y le dije con santa
audacia: «Señor, o mi padre muere católico o no me conformaré
jamás. ¡Mira, pues, lo que haces!» Este ultimátum sin duda fue
atrevido, pero el Señor tuvo compasión esta vez de mis lágrimas.
A los pocos días, un telegrama llamó a mi madre al lado de mi
pobre padre, que había tenido una recaída y estaba gravísimo. Fue
el último viernes de Diciembre. Muy de madrugada, deshecha en
lágrimas, me dirigí a la iglesia de los Padres Jesuitas en busca de
mi director. ¡Cosa extraña! No hay nadie menos inclinado a admitir
cosas extraordinarias que un jesuita, y con mucha razón.
¿Qué pasó por la mente de mi confesor mientras yo estaba
desahogando con él mi inmensa pena? Yo lo veía todo perdido, e
imposible la conversión de mi padre antes de morir y mi única
esperanza era obtener para él la gracia de una contrición perfecta,
y mi director, con una seguridad absoluta y con toda la autoridad
que tenía sobre mí, me dijo textualmente: «Yo no soy profeta ni hijo
de profeta, pero le aseguro que su padre morirá católico.» Estas
palabras me tranquilizaron singularmente y con toda calma ayudé a
mi madre en la preparación de su viaje y aquella misma tarde la
acompañé a la estación. Tuve entonces la idea de pasar por el
correo a la vuelta y encontré en la casilla una carta dirigida a mi
madre. Por la letra me di cuenta de que venía del Párroco de
Puerto Octay, R. P. Cristián Harl, S.J. que de vez en cuando
escribía a mis padres. (El Padre Guillermo ya había muerto.)
Supuse que la carta contendría alguna noticia de mi padre y la abrí
resueltamente y... ¡me encontré con el relato detallado de su
conversión! No pude creerlo. Aquello me parecía un sueño... Leía y
releía la carta. El Padre Harl decía con toda claridad que habiendo
ido él, como amigo, a visitar a mi padre, éste espontáneamente le
había dicho: «Sé que voy a morir. No sé nada de la religión católica
y estoy demasiado enfermo para aprender el catecismo, pero
quiero morir católico. Padre, bautíceme.»
El Padre Harl, en dos ocasiones, creyendo que el enfermo
tenía fiebre y estaba delirando, no había hecho caso. Por fin,
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disponiendo un día el Padre, inesperada mente, de un automóvil
que otra persona le facilitó para otro asunto, aprovechó la ocasión
para llevar el Santísimo y fue de nuevo a ver el enfermo. Este, al
ver al sacerdote, le dijo en el acto, en tono suplicante: «Quiero
morir católico; Padre, por favor, bautíceme.» Era el día de San
Esteban, 26 de Diciembre, cuando vencido por tanta insistencia, el
Padre Harl bautizó a mi padre, bajo condición, y le administró los
demás sacramentos.
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Febrero de 1928, gracias a la abnegación del Padre Harl, que muy
de madrugada, aprovechando la combinación para Osorno, pudo
llegar con el Santísimo hasta donde estaban mis padres.
Hogar católico
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3. ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE DE MI MADRE
Confesarse en regla
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mis pecados? «Bueno, hermano, tenga la bondad de llamar al
Padre M.» Así encontró mi madre un director.
Pero ella no había contado con una nueva dificultad. «El
mueble», como llamaba mi madre al confesionario, le infundía
miedo, tanto miedo, que cuando eran tres los pecados que tenía
que confesar no se acordaba sino de dos Y si eran cinco, sólo
recordaba tres. Todos estos detalles los tengo de ella misma,
porque con ingenua sencillez me manifestaba la molestia que le
causaba «el mueble», que le impedía confesarse bien —según ella
—. Por fin el miedo desapareció; pero creo que hasta su muerte mi
madre hallaba desagradables los confesionarios. Pero esto no la
impidió ser buena católica y pronto mi madre comulgaba
diariamente y se confesaba todas las semanas.
Se le ocurrió mortificarse
Amor de obras
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Y no solamente se servía la comida medio cruda y en dosis
homeopática, sino además en tal forma que muchas veces no la
soportaba el estómago delicado de mi madre. Estuvimos cuatro
años en esa casa, hasta establecernos en Valparaíso. Ella se
preocupaba de comprar para mí todo cuanto juzgaba necesario
para alimentarme, pero no tocaba nada. Jamás en cuatro años le oí
una protesta; disculpaba a aquella señora y trataba de atraerla a la
fe con su inalterable mansedumbre, lo que por desgracia no pudo
conseguir. La pobre señora murió poco después de mi madre, casi
repentinamente, después‚s de haber vivido casi veinte años lejos
de Dios.
Mi madre ofrecía de un modo especial todas sus oraciones y
sacrificios por la santificación del clero; con toda sencillez me había
imitado en esto y posponía todas las demás intenciones. Cuando
llegaba, pues, mi día —siempre he celebrado el aniversario de mi
bautismo—, ella me decía: «Hijita, lo ofreceré todo por ti en
segunda intención, porque en primer lugar están los sacerdotes».
Yo misma se lo recordaba a menudo, para que el amor a su hija no
les quitara nada a los ministros del Señor. Y mi hija madre fue fiel
hasta la muerte. Por lo demás, mi madre trabajó activamente por
salvar y hacer bien a todas las almas que podía, y a veces lograba
resultados admirables.
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A mí misma me decía con frecuencia que no alcanzaría la edad de
mi abuela, muerta a los ochenta y seis años; que moriría quizás
pronto y repentinamente. Deseaba morir de enfermedad corta y
tenía singular predilección por la fiesta de la Purificación.
En Enero de 1936 nos trasladamos a Chorrillos, cerca de
Valparaíso, y esto fue para mi madre un gran sacrificio, porque
significaba para ella renunciar a cuanto amaba en Santiago. Ya no
daría clases en su querido colegio del Buen Pastor, ya no tendría la
dirección espiritual del señor J.S., que se había hecho cargo de su
alma al haber se trasladado el Padre M. a Chillán, y Dios le impuso
otros sacrificios más que no quiero enumerar en detalle... Ella hizo
generosamente el sacrificio que el Señor le pedía y Dios
recompensó su fidelidad.
Con el objeto de pasar el mes de Febrero en el Sur —era el
mes de vacaciones que le quedaba—, volvió a Santiago el 31 de
Enero, para seguir su viaje en los primeros días de Febrero. El
hermano de María Benedicta, que quería a la madre de ésta como
si fuera su propia madre, a la que no había conocido, estaba
casado en el Sur de Chile y la había invitado a pasar con ellos el
mes de vacaciones que le quedaba. Se encontrarían en Santiago
para seguir juntos el viaje.
Gozaba entonces ella de perfecta salud, y aquella mañana del
31 de Enero sucedió algo muy especial. Juntas habíamos oído la
Santa Misa y yo tuve naturalmente la intención de salir con mi
madre de la iglesia y darle un abrazo de despedida; pero no sé en
qué momento salió ella calladita en tal forma que nadie se dio
cuenta. Cuando lo advertí, era tarde, y entonces tuve claramente la
intuición de que no la volvería a ver. Quise luchar contra esta
impresión, pero fue inútil y al mismo tiempo comprendía que esto
era lo mejor y por eso el Señor disponía las cosas así.
Entre tanto mi madre llegó a Santiago en perfecta salud y se
alojó en su colegio del Buen Pastor. Al día siguiente se sintió algo
indispuesta, pero no le dio ninguna importancia. El domingo, 2 de
Febrero fiesta de la Purificación, a las tres de la tarde se me avisó
por teléfono que fuera inmediatamente a Santiago, porque mi
madre estaba gravísima.
Durante las dos horas y media de mi viaje en automóvil no
pude pensar sino esto: Dios ha dado gusto a mi madre y satisface
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todos sus deseos. Moría como lo había deseado, de enfermedad
corta, en la fiesta, que amaba tanto, de la Purificación. ¡Qué «Nunc
dimittis» podía entonar ella! Moría después de ocho años
totalmente consagrados a Dios, después de haberlo sacrificado
todo por su amor; moría rodeada de sus queridas monjitas y sus
amigas, asistida por su director. Y sería eternamente feliz; viviría la
única, verdadera y eterna vida...
Y yo misma sentía en mi alma un reflejo de esa felicidad...
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muerte que el pecado; lo que el mundo llama muerte es el
comienzo de la verdadera vida.
¿Por qué había yo de llorar a la que viviría eternamente?
La Misa del día siguiente me parecía de gloria. ¡Estaba yo
más en el cielo que en la tierra! Por última vez, antes de dejar a mi
madre dormir en su última morada, cantamos una vez más el
«Nunc dimittis», con Gloria Patri.
Un solo deseo
40
AMÓ A LA IGLESIA Y SE ENTREGÓ POR ELLA
41
Era miembro de la A.C., pero sin ocupar puestos de dirigente.
Con el beneplácito del entonces rector de la Universidad Católica
de Valparaíso y asesor diocesano de la rama de mujeres de A.C.,
Rvdo. D. Malaquías Morales, daba la Srta. Daiber clases a las
dirigentes que producían grandísimo fruto. Mi parroquia de S. Luis
fue la primera en beneficiarse y hasta el día de hoy se nota una
profunda espiritualidad en las personas que participaron en sus
conferencias, especialmente en sus clases bíblicas.
Conozco íntimamente a la Srta. Daiber, como que fui durante
varios años su confesor y el confidente de sus anhelos de
perfección cristiana y de apostolado».
Me contaba M. Benedicta que, cuando llegó este Padre a
Valparaíso, procedente de Alemania, como no conocía bien el
castellano, ella le traducía sus predicaciones, siéndole muy difícil
descifrar su letra.
Desde su conversión había sentido una gran inquietud por
conocer a fondo el dogma católico. Me comentaba cómo le
desagradó en gran manera la respuesta que les dio un sacerdote,
cuando le pidieron que les enseñara Dogma al grupo de la A.C., y
este sacerdote les dijo que a la mujer le bastaba con saber Moral.
Ella nunca estuvo de acuerdo con esto. Con frecuencia repetía que
la Moral, si no está apoyada en el Dogma, carece de fundamento, y
siempre afirmaba que la falta de coherencia en tantos católicos en
su conducta se debe fundamentalmente a ignorar las verdades de
nuestra fe o a haberlas estudiado como algo separado de la
espiritualidad y de la moral.
Pero entonces no era normal que la mujer tuviera acceso a los
estudios teológicos. Se adelantó, pues, en muchos años a lo que
actualmente desea el Papa Juan Pablo II.
Efectivamente, decía últimamente el Papa: «El acceso de la
mujer a la cultura teológica es un hecho de gran importancia; un
hecho rico en promesas, del que, bien logrado, se pueden obtener
resultados ventajosos para el conocimiento y puesta en práctica de
la Palabra de Dios, para la búsqueda de la perfección evangélica y
la santidad» (Discurso del Papa a las religiosas estudiantes de
«Regina Mundi» el 1 de Abril de 1989. L’Osservatore Romano, 9 de
Abril de 1989).
Y en la exhortación apostólica «Christifideles Laici», agrega:
42
«En el ámbito específico de la evangelización y de la
catequesis hay que promover con más fuerza la responsabilidad
que tiene la mujer en la transmisión de la fe, no sólo en la familia,
sino también en los diversos lugares educativos y, en términos más
amplios, en todo aquello que se refiere a la recepción de la Palabra
de Dios, su comprensión y su comunicación, también mediante el
estudio, la investigación y la docencia teológica» (Christifideles
Laici, n., 51).
Providencialmente los directores espirituales de María
Benedicta comprendieron su inquietud y, sobre todo uno de ellos,
el P. Esteban Standaert (de los P.P. Paules), le hizo estudiar
Teología bajo su dirección. Le dejaba los libros de la biblioteca de
la comunidad y en cada entrevista la examinaba haciéndole
preguntas y poniéndole pegas para ver si lo iba asimilando. Ella
admiraba las dotes pedagógicas de este Padre. Así estudió primero
los tres tomos de Teología Dogmática de Tanquerey, después toda
la Suma de Santo Tomás, de la cuál llegó a tomar más de mil
doscientas páginas de apuntes en muchos cuadernos que llevaba
a la oración ante el Santísimo y los meditaba. Asimiló tan
profundamente a Santo Tomás que cuantos asistieron a sus
numerosas clases son testigos de con cuánta frecuencia lo citaba
de memoria en latín, bien para responder a alguna pregunta que se
le hacía, bien para apoyar algo que afirmaba. Más tarde el P.
Standaert le fue prestando uno tras otro los tomos de la Patrología
de Migne. Todos estos estudios comenzaron sobre el año 1929,
cuando María Benedicta tenía 24, y cuando murió su madre aun
viajaron los libros de Santiago, donde residía el Padre, a
Valparaíso, que es donde entonces vivía ella. Más tarde el mismo
Padre le regaló la Biblia Políglota.
Tal vez convenga aclarar que María Benedicta tenía una gran
facilidad para los idiomas; sobre todo disfrutaba con el latín, en el
que ya destacó en la Universidad. De sus años de universitaria me
contó lo siguiente: Habían tenido en la Universidad un profesor de
Latín que, según ella, tenía grandes dotes pedagógicas, pero este
profesor se jubiló, de forma que sólo lo tuvieron un curso o sólo
parte de él; le sucedió otro profesor, que era un gran sabio, pero no
sabía enseñar, y entró en clase el primer día recitando uno de los
versos clásicos latinos, y sólo ella le pudo seguir.
43
Después de unas sesiones este profesor se dio cuenta que el
resto de los alumnos iban perdidos, e hizo a María Benedicta la
siguiente proposición: él explicaría a ella las lecciones, y luego ella
las explicaría a sus compañeros de clase. Así se hizo. Incluso
formó parte María Benedicta del tribunal que examinó a sus
compañeros de curso. Me con taba divertida a qué jugaba a veces
con este profesor: se esforzaban ambos por citar algún texto latino
para que el otro averiguara de donde estaba tomado; así acudían a
oraciones, antífonas, himnos etc. tanto de la Misa como del Oficio
Divino, y me decía, admirada de la memoria de aquel profesor, que
además no era creyente, lo difícil que era cogerle en un texto que
no conociera. Pero tampoco él la cogía a ella fácilmente.
Con el tiempo llegó a dominar bastante bien también el griego
y el hebreo, aunque ella decía que no era tanto como parecía, y
disfrutaba leyendo la Sagrada Escritura en el texto original,
descubriendo matices que, según ella, nunca pueden dar las
traducciones. Conocía también varios idiomas modernos, no sólo el
alemán, que había sido su idioma materno, sino además inglés,
francés, italiano y portugués. De todos estos idiomas hay libros en
su biblioteca.
Entonces María Benedicta rezaba el Oficio Divino, y
saboreaba la liturgia, tanto del Oficio como de la Santa Misa, sobre
todo con el canto Gregoriano. Me contó que, cuando aun vivía su
madre, pasó un verano en Chorrillos, cerca de Valparaíso, en casa
de una señora amiga. Allí había (y supongo que sigue existiendo)
un monasterio de Benedictinos y ella pasaba largas horas
disfrutando y participando de la hermosa liturgia en este
monasterio. Precisamente un día de estos, se entretuvo más de la
cuenta y llegó un poco tarde a comer; la señora, con tono amable
le dice: «¡Esta María Benedicta!», haciendo alusión a los
benedictinos. A ella le pareció bonito este nombre, y a partir de
entonces empezó a firmarse así, María Benedicta. Como ya dije
anteriormente, el nombre que le pusieron sus padres fue
Hildegarda, la llamaban Hilda. El nombre de María se lo puso ella
misma al bautizarse.
Como dato de curiosidad puedo aducir que entre sus libros
encontré una postal de Montserrat, abadía a la que pertenecía el
monasterio de Chorrillos, dirigida ya a la «Srta. Benedicta», y
44
firmada por el entonces Abad de Montserrat, Antonio María Marcet,
el 30 de Abril de 1935. Ella añoró siempre enormemente la
solemnidad de aquella liturgia, y sobre todo el canto gregoriano.
La manera como pasó su nuevo nombre a los papeles
oficiales fue muy original. En 1942 decidió tomar la nacionalidad
chilena, hasta entonces había tenido la de sus padres, la suiza;
cuando el empleado vio cómo firmaba, no tuvo ningún reparo en
poner este nombre en el registro, y así en la carta de naturaleza
chilena figura con el nombre de María Benedicta Hildegarda.
Siempre amó a Chile, «la patria de su alma», como ella decía, pues
fue allí donde encontró la fe, y aunque en España pudo haber
tenido la doble nacionalidad que, además le habría simplificado los
trámites burocráticos, nunca la aceptó.
Cuando yo le preguntaba el porqué, ella siempre respondía
que porque quería hacer algo por Chile, aunque sólo fuera la
pequeña aportación que le suponía la renovación del pasaporte. Se
sentía en deuda con su amado Chile.
45
tanto le dieron todas las autorizaciones necesarias y le encargaron
hacer un estudio detallado de las sectas.
Tardó varios años en hacer este estudio, primero en
Valparaíso y después‚s en Santiago; pues cuando entregó en el
Obispado de Valparaíso los datos reveladores que obtuvo, el
Vicario General de esta diócesis informó a la Nunciatura de
Santiago y de allí le pidieron que hiciera otro tanto en esta diócesis.
Todos estos informes se enviaron a la Santa Sede con una visión
bastante amplia del movimiento protestante en Chile.
Me contaba infinidad de anécdotas de estos años de
averiguaciones. Cuando le preguntaban de qué «denominación»
era, ella simplemente contestaba: «mis padres eran luteranos, pero
a mi no me gusta esa religión», y ya no le preguntaban más. Asistía
a sus cultos, a veces a altas horas de la noche, acompañada de
una amiga, para la que también pidió permiso.
Se encontró con la bondad y generosidad de la mayoría de los
protestantes. Le interesó averiguar sobre todo las sectas más
modernas que son las proselitistas, pues luteranos, anglicanos etc.
no lo eran. Descubrió el amor a Dios y a la Sagrada Escritura de la
mayoría de sus miembros, generalmente gente sencilla e
ignorante, su espíritu de sacrificio y su sincero esfuerzo para que
también otros descubrieran a Jesús, su «Salvador personal», como
ellos dicen. Pero, junto a esto, palpó el odio a la Iglesia Católica. Y
le apenaba sobre manera verlos en tamaño error.
Pero su gran descubrimiento fueron los estudios bíblicos,
acomodados a aquella gente sencilla, y que les llevaba realmente a
un encuentro con Jesús. El pueblo católico no estaba preparado
para detectar el error, y así, indefensos, caían uno tras otro,
encontrando en el protestantismo el alimento que nadie les había
dado en la Iglesia católica. Cuando alguno alegaba lo que dice el
catecismo, que es lo que suele conocer el católico, los protestantes
le decían: «A ver, traiga su catecismo, ¿quién lo ha escrito?, fulano
de tal, pero lo que yo le digo lo dice Dios, ¿quien tendrá razón?», y
así acababan creyendo que ellos tenían razón.
Este descubrimiento a ella le llegó al alma. Los católicos
tenemos ¡tanta riqueza!, no sólo la Palabra de Dios, legítimamente
interpretada por el auténtico Magisterio de la Iglesia, sino, además,
los sacramentos, sobre todo la ¡Santa Misa! y la presencia de
46
Cristo en la Eucaristía. Y todo este abundante alimento lo tenemos
bien guardado, mientras el pueblo, muerto de hambre, se ve
forzado a alimentarse con las migajas que le ofrecen fuera de la
Iglesia.
Cuando entregó el informe en el Obispado, el Sr. Vicario
General le preguntó: «¿Qué le parece que tendríamos que hacer
los católicos?». Ella, resuelta, le contestó: «Hacer lo que hacen
ellos, pero en católico, es decir, explicar las verdades de nuestra fe
a base de la Biblia». El Vicario General le dijo: «Pues comience
usted». Y así, me decía, salió del Obispado con una gruesa
concordancia la tina bajo el brazo, que le proporcionó el Sr. Vicario,
dispuesta a comenzar.
A partir de este momento dedicó toda su vida a intentar
fundamentar la fe de nuestro pueblo, lo mismo ignorante que culto,
en la Biblia, Palabra de Dios. Veinte años más tarde escribía:
«Han pasado veinte años, en este tiempo hemos dado
innumerables estudios bíblicos. Hasta ahora ni una sola vez nos ha
fracasado un estudio bíblico y, el obrero lo mismo que el intelectual,
la mujer sencilla del pueblo lo mismo que la licenciada y hasta la
pequeña colegiala, todos los que se han decidido a estudiar de
verdad la Palabra de Dios, con el sincero deseo de ponerla en
práctica, han experimentado su eficacia maravillosa. Solamente
han quedado al margen aquellos que únicamente por curiosidad
intelectual han querido discutir algunas cuestiones, pero sin interés
por aplicar la Palabra de Dios a la vida. Y éstos, afortunadamente,
han sido pocos, porque la inmensa mayoría, aunque al principio
predominaba la curiosidad, sintieron muy pronto despertar en sus
almas el hambre y la sed de la Palabra de Dios y comprendieron
que todo lo que se ha escrito, se ha escrito para nuestra
enseñanza (Romanos, 15: 4).
Sería interminable, si quisiera contar todo lo que he visto y
experimentado en veinte años de apostolado bíblico, desde el
protestante convertido a la fe católica, hasta el médico alejado de
Dios y olvidado de la fe de sus primeros años y que vuelve de lleno
a ella, desde el obrero o la obrera que descubren a la luz del
Evangelio las maravillas de la vida cristiana, hasta la señora que,
habiéndose creído buena cristiana, pero viviendo únicamente para
sí, descubre en la Palabra de Dios las maravillas del Cuerpo
47
Místico y olvidándose de sí misma, se lanza en el acto a la
conquista de otras almas en el apostolado... Son todos casos
reales, auténticos... Es la eficacia maravillosa de la Palabra de Dios
en almas de buena voluntad. Es la realización de Isaías, 55: 10-11:
«Porque como desciende la lluvia y la nieve del cielo y no vuelve
allá, sino que riega la tierra, y la fecunda y la hace producir, de
modo que dé simiente al que siembra y pan al que come, así será
mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin fruto, sino que
efectuará lo que yo quiera, y prosperará en aquello a que yo la
envíe».
49
Era tal su amor a la Palabra de Dios que había quienes
ahorraron, a costa de verdaderos sacrificios, el dinero necesario
para poder comprar y así poseer en propiedad, y no simplemente
prestada, una Biblia.
En otra ocasión un enfermo de nuestra barriada se negaba a
recibir los sacramentos. El párroco había ido y el enfermo lo había
rechazado insultándolo. Nuestras obreras enteradas del incidente,
llenas de fe, recordaron las palabras de Nuestro señor: ‘Cuanto
pidiereis en la oración, teniendo fe, lo recibiréis’ (S. Mateo, 2 1: 22)
y se reunieron a hacer oración. Y fue tal la fe de la obrera que las
presidía, que mandaron llamar de nuevo al párroco y le rogaron
fuese otra vez a casa de aquel enfermo, ya que no era posible que
el Señor no escuchara esas súplicas que ellas hacían con tanto
fervor. El párroco, impresionado al ver tanta fe, visitó de nuevo al
enfermo, el cual esta vez aceptó los Sacramentos y murió con las
mejores disposiciones.
Así el estudio de la Palabra de Dios, un estudio hecho con
amor y con el sincero deseo de convertir en vida el Evangelio, en
menos de un año había transformado por completo aquella
barriada. Nuestras obreras querían tomar en serio el Evangelio y
vivirlo. Nada de teorías, nada de discusiones estériles, sino una
auténtica vida cristiana.
Las dirigentes de la Acción Católica, al ver el éxito, desearon
aprender ellas también el método. Y con el beneplácito del asesor
diocesano de la rama de mujeres de la A C. de Valparaíso, Rvdo.
D. Malaquías Morales, comenzó a dar sus clases bíblicas a las
dirigentes de la A.C. de Valparaíso y poco después comenzaron las
giras internacionales, primero a Bolivia, después a otros países
sudamericanos, y por último a Europa. De esta forma la sacaron de
su apostolado obrero de Valparaíso, donde tanto trabajó y gozó.
50
viajes fuera de esta ciudad; primero por Chile, después sobre todo
en Bolivia. De esta forma la sacaron de su apostolado obrero de
Valparaíso, donde tanto trabajó y gozó.
Ella sentía una gran inquietud apostólica, pero aún no veía
claro qué quería Dios de ella en concreto, en lo que al apostolado
estable se refiere. El apostolado bíblico —dar a conocer la Palabra
de Dios en forma viva, vivida y que despierte vida— que inició,
influyó a su vez en su vida de oración. Los textos bíblicos le dan
cada vez mayor luz y fuerza, resuelven sus dudas y le dan ánimos
para aguantar el sufrimiento. La Palabra de Dios llena cada vez
más su vida espiritual. Se siente además a ofrecerse por los
sacerdotes, al conocer en 1941 que un sacerdote, a quien ella
conocía de cerca, se apartó del buen camino y dio un grave
escándalo.
Con toda firmeza defendió siempre su libertad para servir a
Dios, y así, par ejemplo, rechazó la beca que en su día le ofreciera
el gobierno chileno para completar estudios en Europa. ¿Razón?
Me decía que aceptarla habría significado para ella quedar
moralmente obligada a trabajar para Chile.
Se establece en La Paz
Fortaleza de ánimo
52
incomprensiones y hasta quizá enemigos, y ciertamente tuvo que
sufrir alguna calumnia.
Pero su alma estaba tan centrada en Dios, que pasaba muy
por encima de estas pequeñeces humanas y hasta sentía el deseo
de vencerlas pagando con el bien a los que no le comprendían o
calumniaban.
Las vocaciones para el Instituto fueron escasas, parece ser
que no pasaron de tres, y no fueron de voluntad firme. Ella se
esfuerza por formarlas y elevarlas espiritualmente. Es un ejemplo
vivo de lo que expresa Su Santidad el Papa Juan Pablo II, en la
meditación dominical a la hora del «Regina caeli» del 14 de Mayo
de 1989, refiriéndose al don de fortaleza:
«La fortaleza es la virtud de quien no se aviene a
componendas en el cumplimiento del propio deber... El don de la
fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no sólo
en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las
habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer
coherentes con los propios principios... en la perseverancia
valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades... Son
muchos los seguidores de Cristo que, en todos los tiempos y
también en nuestro tiempo, han conocido y conocen el martirio del
cuerpo y del alma, en íntima unión con la Mater Dolorosa junta a la
cruz. Ellos lo han superado todo gracias a este don del Espíritu
Santo».
Salen de Bolivia
53
penurias. La acompaña tan sólo una de las vocaciones que recibió
en Bolivia, la «fiel Rosarito». Esta buena Rosarito permanecerá fiel
a su lado durante unos cuantos años, hasta que al final también la
abandona para seguir otra vocación.
En medio de su pobreza no se olvida de los pobres, y sigue
ayudándoles, dentro de su limitación, confiando en la Palabra de
Dios que dijo «dad y se os dará». Se esfuerza por ayudar a todos
los necesitados que encuentra. Está penetrada de que ¡es a Cristo
a quien da!
54
Sin pensarlo dos veces, escribe al Padre Sayós explicándole
su problema y preguntándole si él podría proporcionarle un Padre
que le ayudara para hacer el libro, y añadiendo que no disponía de
dinero y por lo tanto necesitaba que le proporcionara gratis un lugar
donde estar, que ella ya se pagaría el viaje. No sabía la dirección
del Padre, sólo sabía que vivía en Barcelona, pero piensa que los
Padres Jesuitas han de ser muy conocidos en Barcelona y ya
llegará la carta. Simplemente pone en el sobre: Rvdo. P. Julián
Sayós S.J. Padre Provincial, Padres Jesuitas, Barcelona, España.
Efectivamente, llega la carta a su destino, y el buen P. Sayós
le contesta casi a vuelta de correo aceptando su propuesta. Pondrá
a su disposición un Padre y unas religiosas la acogerán con cariño
en su casa de Ejercicios; puede, pues, venir.
Su director espiritual, Mons. Aspe, ve prometedor su ida a
España, no sólo por el libro, sino también para el Instituto; piensa
que encontrará en España muchas y buenas vocaciones, más
firmes que las que ha encontrado hasta ahora. Pero, ¿cómo
pagarse el viaje? Éste director pide limosna para pagar a su «hija»
el pasaje en barco para España.
Otro buen sacerdote, que la aprecia mucho, enterado de su
proyecto, le dice: «Usted va a España para escribir un libro, pero
para ello necesita una máquina de escribir». Y le da el dinero para
comprarse una sencilla máquina. Y sin más medios se decidió a
embarcar para España.
Rumbo a España
55
cortaré el pelo. A su edad pensaba que sólo era cuestión de tener
el pelo corto.
Goza visitando los distintos lugares donde el barco hace
escala. De un modo especial hablaba de su paso por Río de
Janeiro, que le encantó. Pero lo que más recordará de este viaje es
que el barco va lleno de sacerdotes e incluso algún Obispo que van
a Roma para la canonización de San Pío X. En la capilla del barco
hay una Misa tras otra; el capellán, muy fervoroso, hace el mes de
Mayo, mes de la Virgen, con toda solemnidad. Ella puede pasar
casi todo el día en oración.
Su pensamiento está lleno de proyectos y confianza plena en
Dios, lo que no quiere decir consolada. Le hace suma ilusión llegar
a Barcelona, lugar tan conectado con S. Ignacio, al que profesa
una profunda devoción. Se propone ir a Manresa y ¡ojalá pudiera
hacer los Ejercicios completos allí como el Santo, subir a
Montserrat!
56
paseo y descanse», pero ella se va a la capilla, ¿dónde descansar
mejor? Un hermano que por esas fechas hacía su noviciado me
dijo, años después, la impresión que le hacía ver a aquella mujer
pasar largas horas ante el Santísimo. ¡Cuánto tiempo había
deseado gozar de esa soledad y retiro! Tardará tres mesas en
preparar el libro.
Aprovecha el paso par Zaragoza para visitar la Virgen del Pilar
y depositar a sus pies sus inquietudes. Es una costumbre ya
habitual en ella visitar los santuarios marianos de los países y
ciudades por donde pasa. Repetidas veces me habló de su visita a
la Virgen de Chapi, en Perú, al santuario de la Virgen de
Copacabana de Bolivia, del que ella conservaba un gravísimo
recuerdo, y de tantos otros.
Su gran inquietud
57
verdadera doctrina de Jesucristo y las enseñanzas de la Iglesia,
que es la Madre y Maestra de nuestra fe».
Este desafío fue el que comprendió María Benedicta, y a esta
catequesis dedicó toda su vida, y procuró contagiar a otros esta su
inquietud.
En una de las cartas María Benedicta informa a su director
espiritual lo que le dijo una señorita, al salir de uno de los cursillos
bíblicos que ella daba:
—«Esto sí es la Palabra de Dios y hace un bien inmenso a las
almas. Claro que los sacerdotes también predican la Palabra de
Dios, pero... es muchas veces tan poco la Palabra de Dios y más
palabra de ellos...»
Su director, Mons. Aspe, le contesta: «Esta señorita dijo lo que
experimentó, y dijo la verdad. Lo sé por la experiencia que lamento.
Los fieles tienen hambre de la Palabra de Dios, no de la palabra de
hombres, a la que tan acostumbrados están. Los protestantes nos
dan lecciones y ejemplo sobre esto, aunque mezclados de muchos
errores. Es cierto que mucho se ha reaccionado sobre el
particular... Pero ¡cuánta paja y qué poco grano se predica en
templos sagrados! Doloroso es reconocerlo, más lamentable sería
no reconocerlo aunque sea a la hora nona.»
Experimenta la pobreza
58
—«Lo he dejado todo par Dios, me he abrazado con la
pobreza por Él, y ahora, a causa de esta misma pobreza, todos me
cierran las puertas».
—«Eso es pobreza, le dice su Padre espiritual. Si a la primera
llamada se le abriesen todas las puertas, no sería pobreza, o sería
una pobreza con todas las comodidades de la riqueza sin sus
preocupaciones».
Pero Dios no defrauda la confianza que ha depositado en Él, y
así, providencialmente, uno de aquellos últimos días del mes de
Septiembre, Madre Ana Hörsman, superiora en aquella fecha de
Las Misioneras Hermanas de Betania en Barcelona, chilena como
María Benedicta, se entera que ésta está en Barcelona y va a
hacerle una visita. Ella le expone su problema, y la buena de Madre
Ana, previo consentimiento de la superiora general, la acoge en su
convento, como en otro tiempo las hermanas de Betania del
Evangelio hicieron con Jesús. Aunque no sobradas de espacio,
llenas de caridad, habilitaron para ella una salita que convirtieron
en dormitorio.
«Vagabundeo apostólico»
La sostiene la oración
62
identificación con Cristo creciente y plenamente querida por la
voluntad».
En todas partes la acogen con verdadera hambre y con
cariño, muchas veces no la dejan parar; ella se esfuerza por
mostrarse alegre y sonriente y por ayudar espiritualmente a
cuantas personas acuden a ella en busca de una palabra que
aclare sus dudas o que les consuele; pero en su interior muchas
veces se siente desolada, y se le plantea el problema de
conciencia: ¿será hipocresía o fingimiento conducirse
exteriormente con paz y alegría cuando interiormente siente todo lo
contrario?
—«Eso no es hipocresía (le contesta su director), eso es virtud
que germina y florece en campo árido y cielo nublado».
Muchas personas, de los distintos lugares por donde va dando
cursillos, después le escriben con consultas de conciencia o
simplemente contándole sus penas; de esta manera cada vez le va
aumentando la correspondencia, y procura dar a todos luz y
consuelo. «Sí, hija mía, Dios le ha dado mucho para dar a otros,
reservándose Él el cuánto, cómo y cuándo dar a Ud. misma. Sea
generosa sin reserva», le dice Mons. Aspe.
No sólo seglares, sino incluso sacerdotes se benefician de sus
consoladoras cartas. Hay una (de este tiempo) de un franciscano
español, que conoció en el Perú y que ahora sufre mucho, a quien
María Benedicta escribe consolándole y animándole. Incluso ha
logrado enviarle una ayuda económica, ya que se encuentra en
una situación personal de mucha necesidad.
Un enfermo, que se hizo «socio» de su apostolado, le dice en
otra carta: «Basta oírla, basta ver su sonrisa franca y optimista,
toda dulzura y amor, para estimarla y no olvidarla nunca».
Ella repetía que todos estamos llamados a la santidad, para la
cual Dios nos ha elegido desde antes de la constitución del mundo
(Efesios 1:4, texto que ella citaba continuamente en sus clases). Y
consideraba que dicha santidad no es sino el desarrollo normal de
la gracia bautismal. Ella decía que la «receta» universalmente
valedera para alcanzar la santidad personas de cualquier condición
social, estado o edad, era: «hacer lo que Dios quiere, como lo
quiere, cuando lo quiere y por todo el tiempo que Dios lo quiere».
Ciertamente se esfuerza por vivir esa «receta» y, cuando ve que
63
algo es voluntad de Dios, no hay nada ni nadie que la detenga para
hacerlo; y Dios cada vez le da más luz.
Hacia 1956 en Valencia se multiplican los cursillos. Conserva
una fotografía del cursillo que dio al Magisterio de esta ciudad; el
día de la clausura del mismo el aula magna de la Universidad
Literalmente está a rebosar.
En el cursillo que da en Játiva (Valencia), un maestro que
asiste y que tiene facilidad para la poesía, le dedica el siguiente
acróstico:
64
Firmado: Dolores Conejero Vda. de García
Amiga de bromas
65
Vasco», salió el reportaje, con una amplia fotografía de ella. Entre
otras cosas el periodista decía:
«A María Benedicta Daiber hay que oírla hablar con calor de
temas que le han llevado muchas horas de estudio, de problemas
que ha acometido de frente y con valentía inusitada, de cuestiones
que domina a la perfección...
»No es una conferenciante ni una propagandista al uso.
Quienes esperen de ella unas charlas más o menos amenas,
dichas con voz profesoral y ademanes de monja sabihonda, que no
acuda al salón S. Vicente durante esta semana. María Benedicta
ha hecho de sus lecciones algo vivo, algo que prende en el alma de
todos sus oyentes, algo desusado en estas latitudes donde apenas
si estamos acostumbrados al diálogo entre público y
conferenciante, a la polémica trascendental, al coloquio valiente».
Entre otras cosas le pregunta el periodista:
—¿Cuántos cursillos lleva dados en España?
—El de Bilbao hace el número 70.
—¿Podría establecernos un cotejo entre el protestantismo de
Hispanoamérica y el español?
—El de España está en su estado inicial. Pero en el fondo
ambos protestantismos tienen las mismas características... En
todos los lugares se valieron de un arma excelente: la ignorancia
crasísima de los católicos en materia bíblica.
—¿No cree que el calificativo puede sonar mal?
—Si gusta puede «dulcificarlo», (termina por decir ella).
El Sr. Obispo quedó tan contento que ya la comprometió a dar
un cursillo bíblico sobre la Virgen para el mes de Abril. También le
piden otro para Algorta.
También le piden cursillos desde Portugal. De esta manera
pudo ir, con gran ilusión, a Fátima y allí confía, una vez más, sus
proyectos y apostolado a la Santísima Virgen. Siempre recordó
este santuario como un lugar de profunda y austera piedad
mariana.
Ella, con la facilidad que tiene para los idiomas, se afana por
aprender portugués y me explicaba que los cursillos eran bilingües,
66
los asistentes leían la Biblia en portugués y ella les explicaba en
castellano, pero se entendían perfectamente.
Se establece en Barcelona
69
»b) Debo seguir siendo fiel, cueste lo que cueste, a mi vida de
oración y a mi reglamento y esforzarme por tener paciencia
amorosa para soportar y para aguardar.
»c) Y a pesar de que actualmente, a causa del piso y a causa
de todas las dificultades del principio que hay que vencer, la
situación económica se me presenta extraordinariamente difícil, a
pesar de todo esto debo seguir siendo generosa en dar. Siento que
Cristo me pide esto y sé que le doy a Él. Y estoy resuelta a hacerlo
así.
»Oh Cristo mío, Amor mío, ayúdame tú a hacer todo esto: en ti
confío. Sé que me pides también esta confianza, dámela tú, pues
todo, todo tiene que venir de ti... ¡Ayúdame, Amor mío!»
De esta forma, a pesar de su tremenda situación económica,
sigue mandando cada mes el paquete de alimentos a la viuda de
Badajoz, que sin ello, dice ella, moriría de hambre, y tiende la mano
a todo pobre que se le pone delante. «El que da al pobre no pasará
necesidad», dice el libro de los Proverbios (28:27).
En este tiempo escribe cuál debe ser la característica de los
miembros de la «Obra de Cursillos Bíblicos Católicos»:
«Esta Obra que Dios nos confía, las que somos llamadas a
ella, debemos vivir de fe de un modo especialísimo. Hemos de
hacer vida en nosotras la Palabra de Dios con todo su contenido
dogmático, moral, ascético, místico. Solamente así podremos llevar
esta misma vida a otras almas. Esto es importantísimo, pues en el
momento en que nos limitásemos a un conocimiento meramente
intelectual, frío y racional de la Escritura, nuestra misión se habría
acabado y habríamos traicionado nuestra vocación.
»Hemos de resistir a la tentación de limitarnos al conocimiento
meramente teórico de la Escritura—realmente quedarse en este
punto y limitarse al placer intelectual que esto proporciona es
mucho más fácil—pero en cambio hemos de vivir la Palabra de
Dios, vivirla en toda su extensión en la medida de nuestras fuerzas,
hemos de desentrañar la lección profunda que nos ofrece la
Palabra de Dios para cada circunstancia de la vida y así vivir
plenamente de fe. Aquí radica el poder de irradiación de nuestra
vocación, y esto no lo hemos de perder de vista jamás.
70
»Y de un modo especial, a la luz de la Escritura, hemos de
vivir nuestra incorporación en Cristo, hemos de llegar a dejarnos
llenar del todo de Cristo y que Él solo viva, ore, trabaje, sufra en
nosotros».
71
hasta el punto que Teresita, con gran dolor de su alma, tiene que
marchar. El 7 de Junio anota María Benedicta en su cuaderno:
«Tal vez la crisis interior que estoy pasando es la peor de mi
vida, a pesar de que la oculto en el silencio. Pero es tal el
cansancio moral de todo, que es como un decaimiento no sólo
total, sino como que quiere ser definitivo, de todas mis fuerzas, de
todo anhelo de perfección... Veo el peligro que encierra semejante
estado de ánimo...
»Ayer por fin el Señor me hizo ver en la oración una vez más,
pero con mayor claridad que nunca, que no es amor el que no lo
soporta todo hasta el fin. El verdadero amor lo sufre todo sin
desfallecer jamás... Lo que hace desfallecer es el egoísmo, y el
egoísmo es lo más diametralmente opuesto al amor. La cosa está
clara: cueste lo que cueste debo seguir adelante, pues mi amor a
Dios debe ser sin desfallecimiento... y también mi amor a mis
hermanos...»
En medio de esta extreme pobreza, sigue practicando con
toda generosidad la caridad.
Una señora de Zaragoza muestra sus deseos de estudiar a
fondo la Biblia para después ella poder hacer apostolado. Le pide
un cursillo intensivo en su casa. Ella, contenta, acepta. Pero esta
señora tiene dos hijas pequeñas y su marido la ha abandonado, lo
cual quiere decir que no podrá ayudar ni a pagar los gastos que
ella ocasionará con su estancia. Se trata de estar un mes en casa,
y esto en el mes de Agosto, cuando lo poco que le solían dar en los
cursillos no entraba, pues todo el mundo está de vacaciones. Pero
se trataba de ayudar a otros en su fe y, con todo cariño, le ofrece
su pobreza. Una señora le regala una cama mueble para poderla
recibir. Y no sólo a ella, sino que en principio iban a ser tres las
personas que acogerían en casa, aunque, por razones imprevistas,
sólo vino la señora de Zaragoza.
A este cursillo de verano se unieron otras dos personas de
Barcelona. Era un cursillo intensivo de un mes de duración, con
dos horas por la mañana y una por la tarde. La señora de Zaragoza
se marcha feliz, pero María Benedicta no tiene dinero para acabar
el mes. Más de una vez me contó este episodio.
72
Me refería que entonces acudió a Dios y le dijo: «Ya ves que
necesito mil pesetas para acabar el mes, tú verás de dónde han de
salir».
Aquel mismo día, a media mañana, llega un giro inesperado
de 100 pesetas. Ella le dice al Señor:
—«Señor, yo te agradezco las cien pesetas, pero ya ves que
necesito mil».
Y Dios no la defrauda una vez más: aquella misma tarde llega
de nuevo un giro con mil pesetas. Ella me decía que el Señor probó
su confianza, pero le dio más de lo que le pedía. Y la generosidad
de Dios no terminó aquí, ya que pocos días después, el 28 de
Agosto, le dan dos fuertes donativos inesperados, con los cuales
puede pagar al pintor y decidirse a comprar el termo para el baño.
73
hecho. Acoge siempre con todo cariño a cuantos hermanos
separados se ponen en contacto con ella, sea personalmente, sea
por carta, y siempre sin ánimo de polemizar, sino de iluminar
respetando la libertad del hermano. Son numerosas las cartas que
se conservan de estos «hermanos», generalmente cartas
acogedoras; pero no falta también quien le escribe con la finalidad
de atraerla a sus ideas y polemizar, y en esos casos ella corta,
como en el de una señora que, no obstante, durante años se
felicitaron para Navidad.
Como es lógico, ella goza muy especialmente cuando alguna
de estas almas se acerca a la Iglesia Católica. A varias de ellas
preparó para su bautismo en Ella.
Un día un grupito le pide asistir a un cursillo más prolongado
en casa. Pero ¿cómo hacerlo si no tienen sillas suficientes? Con
buena voluntad todo se arregló, cada alumna trajo su silla. Así se
montó la sala de clase, hay sillas de todos los tamaños y modelos,
«para todos los gustos», como decía ella. De esta manera se
comenzaron varios grupos con una clase semanal durante todo el
curso.
74
«El que da al pobre no padecerá necesidad» (Proverbios,
28:27).
Y los alumnos, contagiados de su espíritu de caridad,
colaboraban con toda ilusión; cada cual traía lo que podía o quería.
Y ¡cómo disfrutaban todos cuando después se leían en clase las
cartas de agradecimiento de estas monjitas! Sobre todo ellos
apreciaban las oraciones que éstas hacían por ellos en
agradecimiento. Un día acude un alumno manifestándole con pena
que él estaba mandando una ayuda a un seminario pobre y este
año no podía mandarlo. Se trata, pues, de ayudar a un miembro de
Cristo y por añadidura futuro sacerdote, el gran amor de su vida.
En seguida pone en movimiento a sus alumnos y los interesa para
acudir a esta necesidad. En adelante se encargaron de pagar la
boca de un seminarista. Sólo Dios sabe los esfuerzos que esto le
costó y a cuántas puertas tuvo que llamar. Pero poco a poco, a lo
largo del curso salía cada año la beca, y generalmente crecida. El
Señor Rector de este seminario, un hombre verdaderamente de
Dios, le escribe cartas alentadoras y varias veces que vino a
Barcelona visitó los grupos animándolos. Fue ésta realmente una
amistad espiritual que duró toda la vida.
Por otra parte ve que no es posible anunciar la Palabra de
Dios a quienes sufren toda clase de angustias y estrecheces
económicas si no se esfuerza por aliviarlas en la medida de sus
posibilidades, y así pagan a varios jóvenes para conseguir un
oficio, buscan trabajo a otros, etc.
Y esto a pesar de que su situación económica sigue siendo
angustiosa. Después de la primera Navidad lanzan un SOS
solicitando si acaso fuera posible conseguir cincuenta personas,
que diera cada una mil pesetas al año. Con ello tendrían asegurado
el pago del alquiler, que era lo más angustioso. Pero en realidad
sólo respondieron cinco. Hasta pocos años antes de su muerte
vivió con esta angustia.
Vida de fe
76
por la simple luz de la razón natural no me puede dar la verdadera
perspectiva de las cosas, ya que éstas son como las ve y juzga
Dios. Quiero, pues, ahondar en lo que significa vivir de fe y orientar
plenamente mi vida en este sentido».
»Vivir de fe es algo más que creer simplemente nuestros
dogmas. Hay un grado mínimo que se limita a hacer lo
indispensable y nada más para alcanzar el cielo... y hay el grado
máximo en que la fe informa y penetra todos los detalles y cada
momento de la vida. Todos los santos alcanzaron este grado. Entre
el grado mínimo y el máximo hay todos los grados imaginables,
¿Dónde estoy yo? Ciertamente la fe penetra gran parte de mi vida,
pues sin ella, mi Reglamento y mis votos serían imposibles. Pero
hay baches e intermitencias y si he de avanzar en mi vida
espiritual, es preciso superarlos.
»¿De dónde sacar fuerzas para seguir adelante? De la fe.
Debo, quiero cerrar los ojos a todo lo demás y vivir solamente de
fe. ¿Me siento al cabo de mis fuerzas? Pues he de creer que Dios
me sostendrá. Cuanto menos vea, cuanto más vea todo lo contrario
de lo que me dice la fe, tanto más debo cerrar los ojos a lo que veo
y creer, creer, creer... Creer como la Virgen (‘la que creyó’: S.
Lucas 1:45), creer como los Santos, creer contra todas las
apariencias... Creer en la Palabra de Dios...»
»Nunca tanto como ahora se me ha presentado la Pascua
como un misterio de fe. Y sin embargo, de hecho, en el misterio
pascual, todo es invisible: ni veo a Cristo glorioso y resucitado, ni
veo o percibo con los sentidos la vida nueva que Cristo nos trae.
No veo ni palpo mi justificación, la aplicación a mi alma de los
méritos redentores de Cristo. Y aunque los Sacramentos son
signos sensibles, su efecto es invisible... Todo se reduce a la fe.
Hay que creer y obrar de acuerdo con la fe. Sin duda muchas
veces he sentido y experimentado la acción profunda de Dios en mi
alma, pero cuando Dios retira estas experiencias sensibles ¿qué
queda? Nada más que la oscuridad de la fe... Y sin embargo, la fe
es más cierta que todo lo demás, porque el que cree se apoya en
Dios, Verdad infalible. Hay que vivir de fe: es la única manera de
estar en la verdad, mientras aun no veamos a Dios cara a cara. Y
este vivir de fe debe penetrar todos los detalles de la vida, porque
en cada instante es preciso obrar de acuerdo con la fe. Luz
77
oscura... pero al fin y al cabo luz... y me aprovecho tanto más de la
Redención de Cristo, cuanto más viva de fe...
»Quiero seguir adelante e ir por este camino con la gracia de
Dios... y la ayuda de la Virgen mi Madre que vivió plenamente de
fe... El Evangelio es fuerza de Dios—dynamis—para todo el que
cree, parece evidente que es fuerza de Dios tanto más, cuanto más
viva sea la fe. A mayor fe, mayor experiencia de la fuerza de Dios.
Con gran ilusión sigue también los acontecimientos del
Concilio Vaticano II. Apenas se publicaba un documento, lo
adquiría, leía y comentaba generalmente en la mesa. En Marzo de
1963 escribe lo siguiente en el diario:
«Nuestros alumnos han firmado y hacen circular con gran
entusiasmo las hojas en que se recogen firmas pidiendo al Concilio
declare solemnemente la maternidad espiritual de María respecto
de todos los hombres y su mediación universal de todas las
gracias».
No podía dejar de aplaudir e impulsar cuanto se refiera a la
Santísima Virgen.
Quedamos solas
78
hasta encontrar todos los regalos. Nosotras también le
escondíamos a ella cosas de igual manera. Era una fiesta muy
divertida.
María Benedicta gozaba con las salidas de excursión. Desde
luego el lunes de Pascua era «sagrado», es decir, no perdonaba el
no salir ese día, aunque sólo fuera al Tibidabo si hacía mal tiempo.
Y cuando salía, a veces era como una chiquilla. Recuerdo que en
una ocasión se lanzaba por un tobogán de un parque infantil como
cualquier niño.
A mediados de 1969 Soledad decidió seguir trabajando en los
cursillos bíblicos aunque desligada de la Obra, y así lo hizo, de
forma que quedamos María Benedicta y yo solas.
Hasta entonces con frecuencia había hablado de sus
proyectos sobre la Obra; pero a partir de entonces, y sin que se
notara ninguna amargura por su parte, sino con toda serenidad,
siguió trabajando con todas sus fuerzas sin mostrar la inquietud
que tenía antes como responsable de la Obra ni pensar en
vocaciones para la misma.
El año 1953, aún en Bolivia, había hecho el voto, como ya
dije, de no abandonar la Obra ni en Bolivia ni fuera de ella,
mientras no le constara con evidencia que era ésta la voluntad de
Dios. Pero también había prometido en aquel voto: «en el momento
que me conste sin lugar a duda razonable, que es tu voluntad
divina que yo te haga el sacrificio de esta Obra, lo haré en el acto,
sin vacilaciones, par encima de todos mis gustos y repugnancias,
porque quiero en todo y siempre cumplir lo más perfectamente
posible, tu voluntad y no la mía».
Pero ella seguía pensando en la necesidad de esta Obra y
conservaba la certeza, y así me lo manifestó en varias ocasiones,
de que Dios de alguna manera la haría surgir después de su
muerte.
79
4. EL MOVIMIENTO PRO ECCLESIA SANCTA
80
Yo diría que hasta ahora ella había luchado con todas sus
fuerzas por defender la fe del pueblo de Dios, la fe del pueblo
católico, de los enemigos que le venían de fuera; y ahora se
encuentra con que los peores enemigos surgen de dentro, de
quienes menos se podía esperar. Sus alumnos acudían a ella
desconcertados par lo que oían y veían, y ella se esforzaba por
fundamentarles firmemente su fe en la Palabra de Dios, verdad
infalible. Cuánta vigencia cobraban entonces las palabras de S.
Pablo a Los Gálatas: «Aunque nosotros o un ángel del cielo os
anunciase otro evangelio, distinto del que os hemos anunciado, sea
anatema» (Gálatas, 1: 8).
Comienza, pues, a partir de entonces una intensa
correspondencia entre ella y el P. Menor. Ambos sintonizan
perfectamente, tanto que pronto es nombrada promotora para
España del Movimiento, cargo que ocupará durante algún tiempo.
Una vez nombrada promotora, se pone en marcha para darlo a
conocer a personas que ella piensa que podrán afiliarse. Sobre
todo piensa en las monjas contemplativas que conocía y en los
sacerdotes, también en algunos seglares, entre ellos algunos
alumnos. Para afiliar a las monjas y darles a conocer los fines del
Movimiento aprovechará los veranos.
81
Las monjas se entusiasman de tal manera que se pasan la
voz de un monasterio a otro, de forma que cada verano necesita
más tiempo y al final, dedicando todo el verano, ni siquiera llega a
visitar a todos los conventos que se lo piden.
Ya en 1973 no es suficiente un viaje y comienza a hacer dos,
disminuyendo cada vez más los días de descanso. Le resulta cada
año más imposible atender a todos los monasterios, dado el
aumento constante del M.O.P.E.S., a pesar de que hay años que
comienza la primera gira el 31 de Mayo, suprimiendo en Barcelona
todos los grupos bíblicos de Junio.
Providencialmente el verano de 1974, gracias a la
generosidad de un grupo bíblico de una parroquia de Barcelona, le
proporcionaron un viejo coche (un 600 de tercera mano), al que
María Benedicta bautizó con el nombre de «la tartanita» y que se
portó muy bien. Con «la tartanita» y yo novata en el volante,
acompañé a María Benedicta aquel verano, aliviándole un poco la
fatiga del viaje con los consiguientes transbordos y equipaje; sobre
todo si se tiene en cuenta que ya sus pobres pies estaban tan
deformados que casi no podía andar sino con mucha dificultad, y
encontrar calzado era una verdadera pesadilla.
Comienza así a dedicar todo el verano a visitar sus «queridas
monjitas» como ella las llamaba; con lo cual deja de tomar sus
apetecidos baños de mar, que tanto bien le hacían. Claro que, al
poder viajar en coche propio, se le hace menos pesado, e incluso
disfrutaba cuando, por falta de pericia mía, nos perdíamos, o
cuando nos sobraban algunas horas y nos desviábamos de la ruta
para hacer alguna escapada y conocer algún lugar pintoresco.
En una de esas escapadas, pasamos por el puerto de
montaña de Piqueras y fue para ella un motivo de gran alegría al
descubrir en el mismo el monumento que hace alusión a Chile. Fue
tal su alegría que, siendo así que no le agradaba se le hicieran
fotografías, en esta ocasión pidió que se le hiciera una junta al
monumento; fotografía que luego se hizo ampliar y poner en un
cuadro. Es que conservaba un gran amor a Chile, la «Patria de mi
alma» como ella decía, por haber encontrado allí la fe.
Mientras íbamos en el coche generalmente ella iba recogida
oración; era muy frecuente que me dijera: «no me hables que voy a
hacer oración». Así que buena parte del viaje íbamos en silencio.
82
De esta manera, el tiempo que íbamos de viaje era un verdadero
descanso para ella.
Las monjas realmente se desvivían por ella y no sabían cómo
atenderla; pero al mismo tiempo era tal el hambre de la Palabra de
Dios que mostraban, que no le dejaban tiempo para nada, como ya
queda dicho; por eso, para sacar las cincos horas de oración que
hacía, con mucha frecuencia era necesario quitarse horas de
sueño, y esto la deshacía. Pero jamás, por muy cansada que se
encontrara, no pocas voces incluso con fuertes dolores de
estómago, dejó de atender una petición de monja alguna, sea para
atenderla a solas, sea en comunidad. Y siempre se esforzaba por
disimular su cansancio de tal manera que generalmente las monjas
no se daban cuenta de ello. Estoy segura que, si lo hubieran
sospechado, ni siquiera se lo habrían pedido.
Pero cuando nos encontrábamos solas realmente había veces
que se hallaba al borde de su resistencia física. Del voto que
pronunciara muchos años atrás (en 1949) de no retroceder ante
ningún sacrificio exigido por la mayor gloria de Dios, fui realmente
testigo. ¡Con cuanta fidelidad y heroísmo lo vivió durante estos
largos viajes veraniegos por los monasterios y sin jamás perder la
paz! El año 1978 escribe al respecto a su Padre espiritual:
«Me dejo guiar por algo así como una voz interior, inmaterial
desde luego, que me dice con frecuencia (traducido al lenguaje
humano): Haz esto o no hagas aquello. Y en el acto digo ‘Sí’ y lo
hago. Siempre se refiere a algún sacrificio o pequeño acto de
vencimiento. De esta manera puedo ahora ciertas cosas que no
podía antes. Por ejemplo, no puedo impacientarme, cuando sin
embargo éste es (¿o era?) mi defecto dominante.
»No hay infidelidades advertidas a la gracia. Estoy segura que
hay infinidad de cosas que no están bien, pero no las advierto,
pues si las advirtiera estoy segura de que el Señor no me las
dejaría pasar. Hay en mí un dolor creciente por todos mis pecados
pasados y presentes y hasta —ya puede Ud. reírse—de los futuros
que se me escapan.
»Aumenta en mi alma una inmensa gratitud por todo en la
medida que me penetra la luz sobre mi nada y pecado y cómo todo
lo que no es infierno, es favor para mí, me invade un sentimiento
de gratitud al mismo tiempo que de confusión ante todas las
83
bondades de Dios conmigo. Le agradezco todo, lo sabroso y lo
amargo, segura de que detrás de todo está el infinito amor de Dios
que solamente quiere mi santificación y siempre en cada momento,
me da lo más conducente a ello.
»Últimamente me ha pasado, mejor dicho, me está pasando a
ratos algo ‘raro’. Una especie de ‘voz’ inmaterial que parece
pedirme ciertas cosas, buenas en sí, pero la impresión de esta voz
es distinta de la que me causa la voz de Dios. No sabría explicar en
qué está la diferencia; es algo raro; hay imponderables. Entonces
me pongo en guardia y pido a Dios que Él indique qué debo hacer,
le digo que quiero darle TODO, pero le suplico que me dé la plena
seguridad de ser Él quien pide esto o aquello. Normalmente
entonces esta voz rara calla. Tengo la impresión de que se trata en
estos casos de un asalto del enemigo, bien camuflado por cierto—
Satanás transfigurado en ángel de luz—y que quiere perturbarme e
inducirme a escrúpulos. Hasta ahora no lo ha logrado. Cuando veo
con claridad las cosas, hago en el acto lo que Dios me pide. Sé que
de no hacerlo así, perdería la paz.»
85
del intestino que sufrió al terminar el curso en Barcelona. Con gran
pena de ella quedaron 17 monasterios, de los que estaban
programados para aquel año, sin poderse visitar. Así se lo escribe
ella al Padre Menor:
«Me sobrevinieron muy fuertes molestias de estómago y no
podía salir de Barcelona en esas condiciones. Pero no se
preocupe. Después de veinte días de esas molestias y consultas
médicas y radiografías etc. se vio que todo era debido a una hernia
del diafragma. No se trata, pues, de nada que inspire temor o
cuidado. La cosa puede repetirse; pero, de momento y con el
tratamiento seguido, estoy muy bien, hasta cuando Dios quiera...
«No necesito decirle, Padre mío, que todo lo ofrezco a Dios
por nuestros sacerdotes. Todo es un regalo del amor infinito que
Dios nos tiene y es pedagogía divina para hacernos participantes
de su santidad (Hebreos, 12: 10). Y hay que corresponder con
amor al Amor».
De hecho habían sido unos días terribles, casi no podía comer
nada y algunas de las pruebas que le hicieron fueron
tremendamente dolorosas. Pero apenas se encontró algo mejor,
emprendió la gira que había interrumpido.
Después de cada gira hacía un informe. En estos informes
explicaba, a grandes rasgos, los lugares donde había ido, los
temas que había tratado, etc. Tomo uno al azar. Es el
correspondiente al año 1984. Entre otras cosas, dice:
«Esta vez llevamos a los conventos un ciclo de tres temas,
aunque en muchos solamente se desarrollaron dos, con alusión al
tercero y a veces solamente fue posible desarrollar el primer tema,
que fue el básico: LA OBEDIENCIA DE LA FE, tema completado
por una parte por ABRAHAM, MODELO DE FE y por otra, por el
tema de SAUL, UN FRACASADO EN LA VIDA, precisamente por
su desobediencia. La lección sobre la Obediencia de la fe causó en
todas partes gran impacto y creemos poder afirmar que, aunque
todos los años nuestros temas causan impacto, este año ha sido
más que nunca.
»Visitamos un total de cuarenta y tres conventos.
Comenzamos el 3 de Julio... Por fin el 29 de Agosto regresamos a
Barcelona dando gracias a Dios por su visible y palpable ayuda en
todo momento. Recorrimos un total de algo más de cuatro mil
86
kilómetros y sin cansancio excesivo... Atribuimos el éxito de la gira,
en gran parte, a las muchas oraciones que se han hecho por
nosotras y pidiendo a Dios que el fruto sea abundante. Damos
gracias a Dios por todo».
87
adelante por este camino sin detenernos jamás. Detenernos sería
perder el tiempo. Dios nos libre de ello.
»Cada detalle de nuestra vida diaria, ya está previsto por Dios
y nos trae un mensaje, nos exige una tarea, un ejercicio de virtud
etc. Hay que aprovechar bien todas estas ocasiones. Nada se
escapa a Dios, que lo sabe todo y todo lo dispone Él de la manera
más conveniente para nuestra santificación. Hay que vivir diciendo
siempre ‘si’ a Dios.
»Le deseo esto, mi querida hermana, de todo corazón, para
que vaya corriendo velozmente par el camino de la santidad en
alas de la máxima fidelidad a las exigencias divinas en los detalles
de cada día.
»Reciba un muy fuerte y espiritual abrazo de su affma en el
Hijo y en la Madre.
»María Benedicta Daiber.»En las cartas procura contagiar su
gran amor a la Iglesia:
«Que todo nos sirva de estímulo para ir corriendo, sin
pararnos, por ese camino maravilloso, hacia la unión eterna y
definitiva con Cristo, todo en beneficio de la Iglesia: si nos hacemos
santas, aun en el Cielo, nuestro poder de intercesión por la Iglesia
militante estará en proporción con el grado de santidad alcanzado
en la tierra».
Son muchas las religiosas que le abren su alma con toda
confianza, la gran mayoría; e incluso algunas llegan a tomarla
como directora espiritual. Ella, con todo cariño, trata de
solucionarles sus dificultades y dudas. Una, por ejemplo, acaba de
hacer sus ejercicios en media de gran sequedad, y así se lo
comunica un tanto desconcertada. Ella le responde extensamente
animándola y haciéndola ver el enorme valor de esa sequedad si lo
sabe aprovechar.
A una monjita enferma le escribe haciéndole ver el valor de su
sufrimiento:
«Mire, querida, todo lo que le pasa a Ud. es en el fondo lo más
normal del mundo. Verá. Dios desde toda la eternidad nos quiere
conformes a la imagen de su Hijo. Cristo es el Crucificado. Ud. ha
elegido a Cristo por Esposo y una esposa, más que nadie, ha de
compartir todo con el esposo... Ud. será tanto más esposa cuanto
88
más sea ‘hostia’ con Cristo... No necesito decir a Ud. cuanto la
encomiendo en la oración. Mucho ánimo y no decaiga jamás. Dios
la ama mucho, no lo dude.»
Ya hemos dicho como vivía ella la caridad y no es extraño que
se volcara con sus queridas monjitas necesitadas. A los
monasterios que ve especialmente necesitados, tiene suma
delicadeza para pedirles que le muestren con sencillez y confianza
sus necesidades. De esta forma, para Navidad se mandaban casi
una tonelada de alimentos y otras cosas necesarias a diez
comunidades, y se esforzaba por aliviar otras necesidades que
algunas de ellas le exponían durante el año. Todo eso, eso sí,
gracias a la generosidad de los alumnos animados por ella.
Las monjitas también se interesaban por su salud. La artrosis
cada vez le molesta más y tiene fuertes dolores de rodillas, cosa
tremendamente molesta en esos viajes, si tenemos en cuenta que
la mayoría de las hospederías de los monasterios tienen escaleras
que hay que bajar y subir constantemente. Ella contesta con
naturalidad, pero quitando siempre importancia a sus achaques:
«Tengo días en que las rodillas me duelen más, otros que me
duelen menos. ¿Para qué me voy a quejar, mientras aún pueda
sembrar la Palabra de Dios».
En otra carta:
«Ante todo gracias par el interés que me demuestran par mi
salud (no lo merezco)... la verdad es que no hay nada grave, pero
sí, la fatiga—inevitable en muchas ocasiones—repercute en mi
caprichoso y poco mortificado estómago y me fastidia un tanto.
Cuando disminuye la fatiga, desaparece el dolor, pero la fatiga en
la mayoría de los casos, resulta poco menos que inevitable... Dios
lo quiere así y lo importante es que todo sirva para nuestra
santificación y bien de la Iglesia.»
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sin decir que era de ella. Como podremos apreciar, corresponde a
lo que se esforzaba por vivir; es la siguiente:
«ORACION PIDIENDO SUPERAR EL MAL CON LA
ABUNDANCIA DEL BIEN (Rom. 12: 21) «SEÑOR: Te suplico que,
viendo a los que se alejan de Ti, me acerque a Ti cada vez más;
que los que van perdiendo la fe, me sirvan de estímulo para vivir
cada vez más de fe; que los que dudan y vacilan, me estimulen a
afianzarme cada vez más en Tu Verdad; que los que te olvidan, me
sirvan de aguijón para llenar mi pensamiento cada vez más de Ti;
que los que pregonan el error, me inciten a proclamar cada vez
más alto las verdades de nuestra Fe; que los que se imaginan
poder amar al hermano sin amarte primero a Ti, me sirvan de
acicate para amarte a Ti sobre todas las cosas y amar a todos en y
por Ti; que al ruido y vacío de hoy, oponga el silencio y la plenitud
de una vida de intimidad contigo; que a la falta de fe, esperanza y
caridad, oponga un crecimiento constante en fe, esperanza y amor;
que al ver bajar el nivel espiritual de tantas almas, procure,
apoyado en Ti sólo, subir cada vez más hacia Ti; y que de esta
manera convierta con Tu ayuda, sin la cual nada puedo, todo lo
negativo en positivo y ayude a muchos a hacer lo mismo. Sea todo
para gloria tuya y bien de tu Iglesia santa. AMEN ».
Ella sufría enormemente par la crisis de la Iglesia y
comprendía y procuraba ayudar a cuantas personas sufrían por
esta misma causa. En muchas de sus cartas pide oraciones
especiales para estas almas.
La Pascua
90
que gozaba con el gozo de Cristo resucitado, al que ella tanto
amaba.
«Este gozo de Cristo en nosotros es fruto del amor que le
tenemos, pues ¿cómo no gozarnos intensamente en la gloria del
Amado? Y cuanto mayor sea nuestro amor, mayor es también este
gozo tan por completo sobrenatural, capaz de reducir a su mínima
expresión nuestras propias penas...»
Viviendo intensamente todo esto, se comprende que para ella
la muerte fuera algo muy entrañablemente deseable y deseada: el
encuentro con el Amado.
Amor a la Iglesia
91
¿Podemos jamás pagar a Cristo y a la Iglesia los beneficios que les
debemos? ¿El beneficio que significa en nuestra vida cada Misa,
cada Comunión, cada santa absolución sacramental?
»Realmente nuestro deber obvio es santificarnos y
sacrificarnos sin reserva por la Iglesia. Sin duda en esta vida, aun
están mezclados peces buenos y malos, trigo y cizaña, y la Iglesia
del todo santa e inmaculada solamente la tendremos en la
eternidad. Pero ya aquí, santificándonos, vamos tejiendo el traje
nupcial de nuestra santa Madre la Iglesia, ya que el lino finísimo de
que se ha de vestir en las bodas eternas del Cordero, son las obras
justas de los santos (Apocalipsis 19: 7-8).
»Ayúdeme Ud. a corresponder lo mejor posible al don
inmerecido de ser católica y que hasta el último momento de mi
vida, el Señor, si le parece bien, me conceda la gracia de vivir
totalmente de cara a la Iglesia y sus sacerdotes, porque Dios Uno y
Trino recibe todo honor y toda gloria en Cristo y en la Iglesia
(Efesios 3: 20-21). Perdone Ud. el desahogo... pero ya sabe que de
la abundancia del corazón, habla la boca...»
Su amor a la Iglesia la lleva a un profundo amor al sacerdote;
sufre con el sacerdote que sufre, y se siente responsable de
sostenerle o aliviarle con sus oraciones y sacrificios; pero también
busca ayuda en sus buenas «monjitas». Dice a una:
«Ya que ahora Ud. está tan clavada en la cruz con Cristo,
¿quiere ayudarme a sostener a un sacerdote—éste es realmente
santo—y que pasa por graves tribulaciones y no de cualquier
clase? Es un sacerdote realmente víctima con Cristo y realiza así
su auténtica vocación a plena conciencia. Es un alma maravillosa.
Yo pido por él no tanto el alivio en sus sufrimientos, que alcanzan
una profundidad insospechada, sino que ante todo realice
plenamente su vocación de sacerdote y víctima y que el Señor le
sostenga. Con sumisión absoluta a la voluntad divina, naturalmente
pido que si es posible, pase de él el cáliz. Me siento respecto de él
un poco como María Santísima al pie de la cruz, ofreciendo a su
Hijo y ofreciéndose con Él. Nuestra oración por esa alma
sacerdotal ha de alcanzarle la fuerza necesaria para no desfallecer
y podemos procurarle todas las gracias necesarias en abundancia.
Ayúdeme a rogar por esa alma sacerdotal...»
92
Cómo ella hace su oración
Conciencia de su miseria
94
dolor dulce, suave, lleno de inmensa paz, pero sí, dolor, por haber
alguna vez ofendido al infinito Amor.
»Sé que cometeré innumerables faltas y tonterías —es lo
propio de mi miseria—pero te lo ruego, que ninguna sea
consentida. Que caiga en la cuenta después—muy bien—esto me
humillará dulcemente, pero que jamás mi voluntad tenga parte en
hacer lo que yo advierta serte menos agradable. Esto no, mil
muertes antes. Tu amor es demasiado grande, para que yo juegue
con él; me has perdonado demasiado para que pueda permitirme la
menor infidelidad consentida...
»Todo esto lo experimento como un don absolutamente
gratuito de Dios, sin el más mínimo mérito de mi parte, don, esto sí,
merecido par Cristo, el Hijo amado, en quien soy colmada de
gracias (Efesios 1:5) y gracias a Cristo he recibido el espíritu de
filiación que me hace clamar (¡como nunca!): ¡Abba, Padre!». Y del
fondo del alma brota, más ardiente que nunca, esta súplica: Padre,
no te pido ni la vida ni la muerte, pero esto sí, que si he de seguir
viviendo, esta vida sea tan sólo para derramar en otras almas las
riquezas de tu amor que me estás comunicando y que jamás,
jamás te ofenda en nada...
»Y asoma la pregunta dolorosa: ¿por qué hay almas que se
apartan de tanto amor?... ¡Cómo se ensaña el misterio de iniquidad
contra el misterio del Amor!»Siento unas ansias inmensas, dentro
de la más profunda paz, de ayudar a las almas a encontrar el
camino al Padre, siendo pobre y humilde instrumento en manos de
Cristo, para que las almas que Él pone en mi camino vivan a fondo
el misterio de la Pascua... y no pierdan eternamente lo que con
incomparable amor nos ofrece el Padre y el Hijo en el Espíritu
Santo... El infierno—y esto es lo más terrible—no es más que la
pérdida eterna del Amor, con todas sus consecuencias de sumo
dolor para el alma y el mismo cuerpo para siempre jamás... Me
llega hasta el fondo del alma este contraste terrible y eterno entre
la posesión eterna de Dios Uno y Trino en plenitud de amor y
libertad de hijos de Dios, y la pérdida eterna de esta felicidad en la
esclavitud sin fin del demonio y un dolor que no acaba y del cual en
esta vida no es posible siquiera formarse una idea, aunque el solo
vislumbrar algo de esto en una experiencia mística, ya es imposible
de expresar en palabras.»
95
5. ÚLTIMOS AÑOS DE SU VIDA
Vaca filistea
97
En el relato que le hacía al P. Menor de su última gira le decía:
«Si Ud. se acuerda, ruegue un poquito por mí, para que el Señor
me siga dando fuerzas para las giras, si tal es su voluntad. Este
año me ha costado más que nunca, no por la parte espiritual, sino
físicamente. Tengo la columna vertebral muy mal y me cuesta
mucho andar, sobre todo subir y bajar escaleras (cosa que en las
giras hay que hacer continuamente) y tengo fuertes dolores de
espalda. Naturalmente mientras de alguna manera pueda seguir
adelante con las giras, no dejaré a las monjitas. Pero es Dios quien
tiene la última palabra en esto y en todo... Sé que todo cuanto Dios
nos manda o permite que suceda, es, en su plan eterno, el medio
más eficaz en cada momento, para llegar a ser ‘santos e
irreprochables en su presencia en el amor’. Todo nos llega envuelto
en el amor infinito de Dios siempre en acto y ha de recibirse con
amor. Todo es para nuestra santificación y la realización de nuestra
misión en el Cuerpo Místico. La teoría está clarísima... Lo que no
es tan fácil es la práctica.»
En esta última gira de 1986 salimos el 2 de Julio para regresar
el 25 de Agosto.
En todas partes nuestras lecciones calaron muy hondo. El
tema principal, aunque no exclusivo, de este año y que se trató en
dos lecciones largas en casi todas partes, fue el pleno desarrollo de
la gracia bautismal con las virtudes infusas y dones del Espíritu
Santo, hasta llegar a la santidad. Las monjitas estaban
entusiasmadas con esta doctrina.
De un modo especial recalcamos que esta vida espiritual en
todo su esplendor se desarrolla en nosotros, en y por medio de la
IGLESIA. Toda gracia nos viene del Sacrificio Redentor de Cristo
actualizado en el altar por nuestra salvación y la de todo el mundo.
Hicimos notar cómo este Sacrificio Redentor de Cristo actualizado
en la Santa Misa, así como los Sacramentos, supone y exige el
Sacerdocio Ministerial, y que de este modo, todo cuanto somos y
podemos llegar a ser espiritualmente, se lo debemos a la Iglesia y
al maravilloso don del Sacerdocio Ministerial.
La Iglesia es el don incomparable del amor redentor del
Corazón de Cristo: Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella
(Efesios 5: 25-27), para hacerla santa e inmaculada.
98
Hoy día hay una fuerte tendencia a criticar a la Iglesia y
atribuirle todos los males imaginables. Sin duda la Iglesia, que
peregrina en la tierra, es semejante a una red echada en el mar
que recoge todo género de peces (Mateo 13: 47-49), buenos y
males. No negamos ciertamente que ha habido y habrá hasta la
segunda venida de Cristo, fallos humanos en la Iglesia, pero queda
en pie la verdad innegable que esta Iglesia, don del amor redentor
de Cristo, es real y verdaderamente MADRE nuestra y gracias a
Ella, a través de veinte siglos, se han ido salvando y santificando
innumerables almas.
Más que nunca hoy día, hemos de vencer la crisis que sacude
a la Iglesia, santificándonos de cara a esta misma Iglesia, con
santidad creciente, ininterrumpida hasta la muerte. La Iglesia, del
todo sin mancha e inmaculada, la tendremos infaliblemente en la
eternidad, como Esposa gloriosa del Cordero, cuando Cristo venga
al final de los tiempos. Entre tanto, santifiquémonos y
sacrifiquémonos sin reserva par nuestra Santa Madre la IGLESIA.»
Sus Matemáticas
99
se puso enferma, era insoportable estar tantas horas en aquel
pobre colchón y se lo cambié por el mío, aunque contra su
voluntad. No era nuevo, pero estaba mejor que el suyo.
Apenas se puso bien me compró a mí uno nuevo y ella se
quedó con el viejo, que además era muy pesado, y su cama había
que levantarla de forma que, cerrada, queda como si fuera la
puerta de un armario. Me costaba mucho levantarla, dada su peso,
¡cuánto más a ella!; pero no me permitía prestarle esa ayuda;
cuando lo intentaba, ya se había adelantado ella. En estas
condiciones era imposible pensar en poner una tabla debajo del
colchón o cosa que se le pareciera, pues, además, ello habría
supuesto un gasto que ella no consentía, prefería aguantar sus
dolores de espalda.
Tenía además una manera muy original de entender las
Matemáticas. Cuando hacía algunos años se presentaron
dificultades económicas especiales, un día me sorprende con la
siguiente proposición: «¿Qué te parece si en adelante damos para
limosnas el diezmo de las entradas que tengamos?». Esta era la
manera más acertada que encontraba ella para superar las
dificultades económicas, la práctica de la caridad.
De hecho así lo hizo y llevaba rigurosamente anotado todo
para deducir el diez par ciento. Pero pronto no sólo daba el diez par
ciento de lo que efectivamente entraba, sino que, como daba más,
anotaba lo que decía ella «nos debía Dios» (por supuesto esto lo
decía en broma, ya que ella repetía que nunca pagaremos lo que
Dios nos da). De esta forma, cuando murió había dado por
adelantado el diezmo correspondiente a casi seis millones de
pesetas.
Últimos días
100
ello yo no puedo sentirme triste, pues tampoco me siento separada
de ella.
Tiempo atrás había sufrido mucho con sus pies deformados y
la columna, que tenía totalmente desestructurada; pero en
Septiembre de 1985 la operaron de los pies, con lo que
desapareció aquel dolor y últimamente había recibido un
tratamiento que le había quitado la pesadez de las piernas y los
dolores de la espalda, por lo que estaba mejor que nunca.
Como yo entonces trabajaba en un colegio fuera de
Barcelona, ella pasaba prácticamente el día sola, felicísima, pues
amaba la soledad, viviendo habitualmente en la presencia de Dios,
según me confidenció ella misma en más de una ocasión.
El miércoles, 4 de Febrero de 1987 regresé a casa sobre las
nueve de la noche. Al llegar me extrañó ver la luz del oratorio
encendida, pues ella, cuando podía, solía acostarse sobre las
nueve. La pobrecita al oír la puerta me llama y me dice que había
pasado toda la tarde allí, sin poder moverse con un fuerte dolor en
el vientre y muchas náuseas, sin poder levantarse ni para atender
la puerta ni el teléfono, etc.
La ayudé a acostarse y llamé rápidamente al médico. El
jueves lo pasó muy mal, con constantes vómitos sin admitir ni el
agua. Como ella vivió siempre de la Providencia de Dios y olvidada
de sí misma, no tenía ningún tipo de seguro, por lo que el doctor se
lo pensaba antes de ingresarla en el hospital. Ella tenía, desde
hacía años, una hernia gigante en el vientre y es lo que todos
temíamos. El médico pidió que se le hiciera un análisis de sangre;
había una fuerte infección que podía complicarse par momentos;
pensaba que era urgente ingresarla en alguno de los grandes
hospitales donde había todos los mejores adelantos para
controlarla. Pero posteriormente mejoró notablemente, dejó de
tener náuseas, comenzaba a tomar líquido, la fiebre tendía a bajar.
Comenzó a comer un puré y todos esperábamos que en un
par de días máximo comenzaría a hacer su vida normal, aunque,
eso sí, se sentía muy débil y no encontraba postura en la cama,
pues a causa de su hernia no podía estar boca arriba, sino de lado,
con lo que comenzó a dolerle la espalda. Así las cosas, cual fue mi
sorpresa cuando veo que el domingo por la tarde viene su confesor
y le administra la Santa Unción, (en latín como a ella tanto le
101
gustaba); aunque no me extrañó demasiado, pues yo misma le
había dicho que por qué no pedía este Sacramento que le daría
gracias para soportar la enfermedad. Después me dijo el sacerdote
que el viernes le había dicho: «mañana me trae la Comunión y
pasado mañana la Santa Unción». El sacerdote le preguntó que
por qué, si ya estaba mejor, pero ella le respondió que «porque el
lunes ya estaría en el cielo».
Y al despedirse el sacerdote, que la quería mucho, le dijo:
«ahora ya puede irse al cielo, pero no se vaya, que todos la
necesitamos», y me dijo: «vámonos, dejémosla sola con Dios».
Acompañé al sacerdote hasta la puerta, pero apenas oyó cerrar la
puerta me llamó a su lado. Esto me extrañó un poco ya que, como
digo, amaba mucho la soledad y más acabando de comulgar, pero
la verdad es que el domingo no quería que me apartara de su lado.
Después me acordé cuando el Evangelio dice que Jesús, en el
Huerto de los olivos, se «arrancó» de sus discípulos; parece que el
Señor en su tremenda desolación de aquellos momentos
encontraba alivio en la compañía de ellos. Algo así tenía la
impresión de que le pasaba a ella y, si se tiene en cuenta los años
que llevaba pidiendo morir desolada como Cristo, no tendría nada
de extraño que el Señor la escuchara.
Al cabo de un rato comenzó a arrojar por la boca un líquido
oscuro, sin vómito, cosa que ya le había pasado por la noche y que
el médico, cuando se lo dije por teléfono, no le dio importancia.
Sobre las ocho de la tarde se tomó una taza de zumo de
manzana y otra de naranja, que era lo que más le apetecía. Se
levantaba a ratitos; uno de ellos estuvimos juntas en el oratorio, y
sus pulmones parecían más cargados; esto me preocupaba.
A las nueve vino la enfermera, pues tocaba la penúltima
inyección; yo intenté llamar al médico, pero me dijeron que llegaba
a casa a las nueve y media. La enfermera le puso la inyección y
aumentaba la dificultad para respirar; por mementos parecía que se
ahogaba; llamamos urgentemente al médico. Este vino, la auscultó
y nos dijo: «tiene un edema pulmonar, hay que ingresarla».
Llamamos urgentemente a una ambulancia. El doctor trataba
de buscar por teléfono una clínica donde llevarla. Ella, pobrecita,
estaba sentada con los pies hacia el suelo, pues debido a su hernia
no podía sentarse en la cama; la teníamos apoyada con
102
almohadas. Llega la ambulancia y ella misma, con nuestra ayuda,
se sienta en la silla, con la que la bajaron en el ascensor; aquí
comenzó a arrojar un líquido en abundancia y, al meterla en la
ambulancia, tuvo un paro cardíaco y se quedó sin vida.
Cuando a primera hora de la mañana del lunes llamé a su
confesor, éste, profundamente emocionado, me dijo que ella le
había dicho par dos veces que el lunes ya estaría en el cielo, pero
que él no se lo había creído al ver que estaba mejor.
De hecho su muerte fue tal como ella deseaba y pedía hacía
muchos años a Dios. Ella deseaba morir de repente, de hecho
murió cuando todos pensábamos que estaba fuera de peligro.
Después de haber comulgado, y sólo hacía unas horas que lo
había hecho. Estando ella sola con Dios, es decir que nadie le
hablara ni rezara, en voz alta se entiende, pues decía que esto la
distraería en su diálogo con Dios. Y morir en Pascua, su fiesta
favorita. Esto último parece que el Señor no se lo ha concedido,
pero últimamente me decía: «ya no me importa que no sea Pascua
el día de mi muerte», ¡tanto lo ansiaba! Pero yo pienso ¿acaso el
domingo no es la celebración de la Pascua?
Una de las cosas que más la mortificaba durante estos días
de su enfermedad era el no poder dormir, ni de día ni de noche;
con todo, cada día se puso el despertador para antes de las seis de
la mañana. Cuando yo le indicaba que, si en aquel momento había
logrado dormirse, la despertaría, ella me miraba, con aquella
peculiar mirada suya que me decía: «No me entiendes, ¿cómo voy
a dormir a esa hora?».
Es que ella, se encontrara como se encontrara, cada día se
levantaba entre cuatro y media y cinco, como máximo, para hacer
oración. Su oración diaria era un mínimo de cinco horas, de ahí en
adelante, lo que sin duda hacía que todos viéramos en ella esa rica
vida interior de donde brotaban todas sus enseñanzas.
El entierro fue el miércoles 11 de Febrero, día de la Virgen de
Lourdes, después de la Misa funeral en la Parroquia de S.
Olegario. Durante la Misa pusieron su cuerpo junta al ambón, como
si fuese la última lección que nos quería dar. Mientras metían su
cuerpo en el nicho yo pensaba: se siembra cuerpo animal y
resucitará cuerpo espiritual, se siembra cuerpo corruptible y
resucitará incorruptible (I Corintios, 15: 42-44), y ¡qué hermoso será
103
este su cuerpo en la resurrección!, ese día que tanto anhelaba ella,
la PARUSIA.
También recordaba aquel pasaje que ella explicaba con tanta
unción, cuando el Señor dirá a los que han sido fieles: «Entra en el
gozo de tu Señor» (S. Mateo, 25: 23); ahora ella se ha sumergido
en ese inefable gozo de Dios y por toda una eternidad.
104
TESTAMENTO ESPIRITUAL
A su confesor en Barcelona
Padre mío:
Quiero una vez más y desde lo más profundo de mi alma,
darle las gracias por todas sus bondades que ha tenido conmigo.
Jamás podré pagarle —y no es ninguna exageración: Ud. conoce
bien lo que significa para mí el maravilloso Sacramento de la
Penitencia— su constancia en venir coda semana para
comunicarme los tesoros de la gracia de este Sacramento y que
tanto santifica a mi alma.
Durante tantos años Ud. me ha dado espiritualmente más,
inmensamente más de lo que pueda sospechar y mi gratitud para
con Ud. queda muy por debajo de esta deuda. Dios le ha de pagar
todo, todo cuanto sacerdotalmente Ud. me ha dado. Le suplico: no
se entregue al desánimo. Más que nunca la Iglesia tiene necesidad
de Ud. como SACERDOTE para llevar a las almas que tienen
hambre y sed de Dios, los tesoros de la Redención de Cristo. ¡Qué
sería del ‘resto de Israel’ sin sacerdotes, otros Cristos, que nos
apliquen los méritos de la Redención!
Le ruego que avive su Fe más y más. A la luz de la Fe, la
misión sacerdotal ¡es tan incomparablemente grande y necesaria!
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AHORA precisamente, el sacerdote ha de ser, si puede decirse,
más sacerdote que nunca. Por caridad, no nos defraude... Más que
nunca, identificado con Cristo en su Pasión, identificación
divinamente fecunda, tiene Ud. una misión que cumplir. En esta
lucha gigantesca entre la luz y las tinieblas, el triunfo final es de
Dios, de Cristo, de todos nosotros. Y esta es la victoria que vence
al mundo, nuestra Fe (I S. Juan 5: 4) Y mayor es el que está en
nosotros que el que está en el mundo (I S. Juan 4: 4). En nosotros
está Cristo que tiene vencido al mundo (S. Juan 16: 33).
Si el Señor me lo permite, le ayudaré desde el Cielo, y Ud. no
me olvide en la Santa Misa. Una vez más, gracias por todo lo
mucho que me ha dado, gracias desde el fondo del alma. Adiós.
A sus alumnos
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ADIOS. HASTA EL CIELO.
María Benedicta
A su continuidora y colaboradora
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Perdona que no haya sabido siempre demostrarte mi amor,
que a menudo mis nervios me hayan traicionado... Pero no dudes
de mi amor en y por Dios.
Fíate de DIOS siempre y en todo, Sé fuerte con la fortaleza de
Cristo, apoyada siempre en El y en la Virgen nuestra Madre y en la
intercesión silenciosa, pero eficaz del santo más grande, S. José, el
único que, aunque en forma extrínseca, pertenece al orden
hipostático. Que Jesús, María y José te bendigan y amparen
siempre.
Adiós en un último, fuerte y espiritual abrazo,
María Benedicta
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CRONOLOGÍA
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1925 El 8 de Diciembre hace voto perpetuo de castidad. Con
anterioridad lo había hecho temporal, renovado cada año.
1927 Hace por primera vez los Ejercicios de San Ignacio. El 27 de
Diciembre se convierte su padre.
1928 Los primeros días de Enero se bautiza su madre. El 12 de
Agosto muere su padre.
1929 En la Octava de Corpus, al leer las palabras de S. Juan:
«Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mi mora y yo en él»,
comprende en un instante la doctrina del Cuerpo Místico.
1931En la Noche de Navidad, hace voto de pobreza.
1932 Hace voto perpetuo de obediencia con la intención de hacer
más perfecta su oblación de víctima, dejando prolongar en ella la
obediencia y martirio de Cristo.
1934 El 11 de Junio, al comenzar el rezo de Completas, se ve
delante de Dios, de la Virgen y de todos los Santos con toda su
nada y todos sus pecados. A partir de entonces le resulta imposible
creerse algo o gloriarse de algo propio. Todo con profunda paz.
1936 El 2 de Febrero muere su madre. Ella lo deja todo para
dedicarse plenamente a Dios; viviendo en adelante de la
Providencia. Entre los años 1936 y 37, leyendo Romanos 9:16,
comprende la gratuidad de la gracia en una experiencia íntima.
1937 Una de sus alumnas de religión se hace protestante. Por
encargo del Obispo investiga los métodos de las sectas y nace su
vocación al apostolado bíblico.
1938 Comienza su apostolado bíblico en una barriada de la
parroquia de S. Luis de Valparaíso (Chile).
1943 Va por primera vez a Bolivia. En Julio llega a sus manos la
copia de una carta de Mons. Aspe y desde entonces, hasta la
muerte de éste, ocurrida en 1962, será su director espiritual.
1947 Requerida por el Sr. Arzobispo de La Paz, Mons. Antezana,
fija su residencia en esta ciudad para organizar y dirigir el Instituto
de Cultura Religiosa Superior.
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1948 Escribe su «Reglamento de vida» con el que se compromete,
entre otras cosas, a hacer un mínimo de cuatro a cinco horas de
oración.
1949 En el Jueves Santo, en La Paz, hace voto perpetuo de no
retroceder ante ningún sacrificio exigido por la mayor gloria de
Dios.
1953 El 20 de Febrero, hace voto de no abandonar Bolivia ni el
Instituto que Dios le ha confiado, mientras no le conste claramente
ser esa la voluntad de Dios, pero que en el momento que Dios le
muestre ser su voluntad que le haga el sacrificio de esta Obra, lo
hará en el acto sin vacilación. En Julio sale de Bolivia, con licencia
del Sr. Arzobispo, por un tiempo indefinido a causa de las
dificultades económicas y de todo tipo.
1954 El 27 de Abril se embarca en el Augustus, desde Montevideo,
camino de Barcelona (España), donde llega el 11 de Mayo. En
Veruela (Zaragoza) redacta el «Manual de Estudios Bíblicos
Católicos». En Diciembre de este mismo año comienza en Mérida
(Badajoz) los Cursillos Bíblicos que la llevaran, en años sucesivos,
a casi todas las provincias de España y hasta Portugal.
1955 En Octubre sale de la imprenta su libro «Manual de Estudios
Bíblicos Católicos».
1959 El 1 de Mayo comienza la obra de «Cursillos Bíblicos
católicos» en Barcelona.
1960 Comienza los envíos de Navidad a comunidades de clausura
necesitadas.1967 En Navidad comienza la correspondencia con el
P. Pablo Menor S.J.
1969 El P. Pablo Menor la nombra Promotora del Movimiento Pro
Ecclesia Sancta en España.
1971 Inicia los viajes de los veranos por los monasterios de
contemplativas de España para impartirles sus lecciones de
espiritualidad bíblica.
1985 El Dr. Lafuente le opera los dos pies.
1986 Del 2 de Julio al 25 de Agosto realiza su último viaje por los
monasterios. Visita cuarenta y un monasterios.
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1987 El domingo 8 de Febrero, después de recibir, totalmente
consciente, todos los sacramentos, inesperadamente, muere. El
día 11, fiesta de la Santísima Virgen de Lourdes, es enterrada en
espera de la resurrección de los muertos.
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