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El Rabinal Achí, en el original Xajooj Tun o "Baile del Tun", es una obra dramática,
consistente en bailes y textos, que se conserva y se representa tal y como se debió
representar originalmente. Se supone que data del siglo XV, y en él se narran los
orígenes míticos y dinásticos del pueblo Kek'chi', y sus relaciones con los pueblos
vecinos. La historia cuenta cómo el príncipe de los Kek'chi' lucha contra las tribus
vecinas y, aunque inicialmente las derrota, posteriormente es capturado y llevado ante el
rey Job’Toj, quien le concede volver a su pueblo para despedirse y bailar con la princesa
por última vez.
Los primeros escritores naturales de Guatemala que emplearon el idioma español en sus
creaciones datan del siglo XVII. Entre ellos cabe mencionar a Sor Juana de Maldonado,
a quien se considera la primera poetisa y dramaturga colonial de Centroamérica, o el
historiador Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán.
En la segunda mitad del siglo XIX triunfa el género novelesco, merced en especial a
José Milla y Vidaurre, considerado como el "padre de la novela guatemalteca", que
firmó algunas de sus obras con el seudónimo de "Salomé Jil", anagrama de su nombre.
Entre sus obras destacan La hija del Adelantado (1866), Los Nazarenos (1867), El
visitador (1867) y El libro sin nombre.
[editar] Siglo XX
Suele dividirse la literatura guatemalteca del siglo XX por generaciones o décadas. Las
más importantes son:
La Crónica India*
El descubrimiento y la conquista fueron narrados exclusivamente en los
primeros lustros de la colonización, por cronistas castellanos. El choque
entre las dos razas, los sucesos culminantes de Cajamarca y del Cuzco, se
relataron únicamente por el vencedor. Se tuvo la versión española de la
conquista, pero faltaba la versión india que explicase el derrumbe del
Imperio y juzgase la derrota y sus causas desde el ángulo de los vencidos.
Es cierto que algo de la voz y el sentimiento de aquellos pudo deslizarse en
algunas de las crónicas castellanas o en las informaciones tomadas a los
quipucamayos por Vaca de Castro, por Cieza de León, por el Virrey Toledo o
por Sarmiento de Gamboa. Pero el hecho mismo del interrogatorio oficial,
con su presión efectiva o tácita y la doble o triple transmisión de los
testimonios a través del intérprete, el escribano y el funcionario informante,
les quita a éstos su carácter primicio de espontaneidad. No importa aún que
en determinadas ocasiones el propio elemento hispánico busque y favorezca
la razón india, como en la época de Gasca, para rebajar la obra y sobre todo
para menoscabar el poder y la influencia de los primeros conquistadores.
Aun en la crónica de Cieza, que es el reflejo de ese estado de ánimo y no
obstante el humanitarismo generoso del autor, que recoge muchas de las
protestas y de los sentimientos del pueblo oprimido, no es el espíritu de éste
el que se transparenta en su obra sino en la propia mentalidad del cronista,
española y cristiana.