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Michel Foucault: dichos y equívocos

Mara Bacarlett*

http://www.etcetera.com.mx/2000/397/mb397.html

Un cráneo pulido y brillante, bien afeitado, relumbrante y pasivo bajo la luz que
refleja sus claroscuros a partir de esta superficie lisa, conjuntamente con ese rostro
apenas sonriente, con esa mirada incisiva que parece escrutarlo todo. De las pocas
imágenes que circulan del filósofo francés nacido en Poitiers, en 1926, una cierta
constante flota entre nuestra mirada y su rostro, una especie de inescrutabilidad se
alza entre nuestra superficie y su superficie que nos impide imaginar siquiera cómo
detrás de esta presencia tan nítida, tan pulcra y aliñada puede esconderse un
pensamiento así de rebelde, insumiso, provocador. Reconocido heredero intelectual
de Nietzsche y Bachelard, menos se sabe de su fuerte deuda con el pensamiento
de Henry Bergson, de Georges Canguilhen o del psicólogo existencial Ludwig
Bisawagner; las innumerables influencias ejercidas sobre su obra escapan a toda
mirada rápida y a todo pensamiento reductor. De la ontología a la epistemología, de
la política a la ética, de la filosofía de la medicina a las teorías biológicas, el legado
que Foucault utiliza para construir su obra es vasto y heterodoxo, nada fácil de ser
reducido ni a una sola corriente ni a un conjunto de fórmulas fáciles.

Es precisamente en su pensamiento donde se cumple esa especie de maldición


que Borges tuvo a bien pronunciar: "La gloria es una incomprensión y quizá la
peor". A partir de su desaparición en 1984, víctima de Sida, sus ideas penetran
fuertemente los debates filosóficos en América Latina y de pronto es lugar común
hablar del poder como estrategia más que como posesión, a la vez, más de uno
queda encantado por esa idea de que las relaciones de dominación cruzan todos
los cuerpos haciéndonos víctimas pero también verdugos. Esta popularidad tuvo
ingratas consecuencias. De pronto, todo mundo hablaba de Foucault, en ocasiones
sin haber tenido una lectura suficiente o habiéndolo leído a través de comentaristas,
con lo que de pronto tuvimos la imagen de un Foucault fácil, capaz de resumirse en
algunas fórmulas sencillas. Es posible pensar que este equívoco no sólo se debe a
una mala o insuficiente lectura, sino también a que hasta hace muy poco
contábamos con una ausencia monumental en su obra, aquella parte que se refiere
a las palabras menos formales y más libres de las entrevistas, conferencias, cursos
y artículos periodísticos. La aparición de tres tomos temáticos a cargo de la editorial
Paidós (Entre filosofía y literatura, Estrategias de poder y Estética, ética y
hermenéutica), representa la oportunidad de introducirse a un pensamiento que
resulta, de entrada, demasiado complejo para ser abordado desde las grandes
obras, como Las palabras y las cosas o la Historia de la locura en la época clásica,
así como de saldar todas aquellas dudas y equívocos que la lectura del grueso de
la obra no despejó. Leer sus trabajos menores, no por ello menos importantes, se
presenta como una experiencia innovadora que nos enfrenta a un Foucault menos
rígido, tratando de explicarse a sí mismo, de corregirse, de contradecirse y
comentarse por otros medios. Paradójicamente, el efecto final después de haber
leído dicha recopilación es la contraria: se cae en cuenta de que ahora se entienden
mejor muchas cosas, al tiempo que se vuelve evidente que nos encontramos frente
a un pensamiento más complejo de lo que pensábamos. En suma, lo dicho en estos
tres volúmenes podría ser la piedra de toque para salir de algunos equívocos que
las malas lecturas o ausencia de éstas han construido alrededor de la obra de
Foucault. Veamos cuáles pueden ser algunos de esos dichos que tantos equívocos
han dejado en torno de su obra.

Lo dicho: se ha caracterizado a Foucault como "el filósofo del poder".

Equívoco: si algo resalta después de la lectura de estos tres volúmenes es que el


poder, si bien es un elemento de gran importancia en su obra, tiene por función
sustentar y tratar de explicar la génesis de esa figura compleja que es el elemento
central de su proyecto intelectual: el sujeto. Si el poder es importante en este
esquema no lo es más el surgimiento de la ciencia o del humanismo moderno para
construir eso que somos hoy.
Lo dicho: Foucault es el filósofo de la discontinuidad.

Equívoco: en palabras del filósofo mismo, su objetivo ha sido más bien preguntarse
por las "condiciones de posibilidad" de ciertas instituciones, de ciertos discursos y
prácticas que hoy nos parecen incuestionables y connaturales al mundo. Así, más
que afirmar la discontinuidad de la historia, el problema es cuestionar la aparente
ineluctabilidad de las instituciones que nos gobiernan, de la moral que nos ciñe y de
la ciencia que nos conoce y con la que conocemos.

Lo dicho: Foucault es un filósofo postmoderno.

Equívoco: la caracterización del pensamiento foucaultiano como postmoderno tiene


pocos fundamentos, sobre todo si se tiene en cuenta que constantemente, en
entrevistas y en el grueso de su obra, la modernidad es vista como una etapa de la
historia a la que aún no arribamos del todo. Para Foucault, tanto en las ciencias
humanas como en los discursos sobre la sexualidad, Occidente no ha podido
superar el umbral que separa a la época clásica, propia de los siglos XVII y XVIII, y
a la modernidad.

Lo dicho: se ha visto en Foucault a un filósofo fundamentalmente negativo, que


esgrime argumentos críticos que no proponen nada constructivo y que no
encuentran nada positivo en lo que critican.

Equívoco: si bien Foucault se ha distinguido por su pesimismo y aquella famosa


astucia de declarar "la muerte del hombre", en sus escritos éticos realiza un giro
importante: es su regreso al sujeto y su defensa vehemente de la subjetividad como
derecho a la diferencia lo que lo instala en un lugar menos escatológico y más
propositivo. Por otra parte, a pesar de sus recias críticas contra toda forma de
dominación, existe siempre un reconocimiento a la parte positiva de todo poder, es
decir, si bien el ejercicio del poder tiende a excluir, suprimir y marginalizar, al mismo
tiempo incluye, organiza y maximiza las fuerzas que domina, con lo cual se vuelve
aún más compleja cualquier tentativa reduccionista en el análisis del poder.

Así, la lectura de estos tres volúmenes nos da la oportunidad de superar viejos


mitos y prejuicios respecto del pensamiento foucaltiano, al tiempo que nos invita a
realizar lecturas paralelas donde nuevos aspectos pueden resultar interesantes
para interpretar nuestros tiempos, mismas que en ningún modo se reducen al
análisis del poder y penetran esferas aparentemente disímbolas como la literatura y
la locura, la transgresión y la anormalidad, la experiencia de la otredad y la
experiencia de uno mismo. La fuerte influencia literaria que autores como Sade y
Mallarmé ejercieron sobre su obra queda plasmada por este hermanamiento que
Foucault entabla siempre entre la experiencia de la locura y la literatura. Finalmente
es la experiencia de la transgresión y de la anormalidad, como dictados externos al
sujeto que las experimenta, aquellos estados que para Foucault han sido
fundamentales para la edificación de las ciencias del hombre, de las instituciones
políticas modernas, de las estructuras médicas y de los discursos moralizantes bajo
los cuales vivimos hoy. La lectura de estos trabajos es también una forma de
compartir la experiencia de lo Otro, de aquellas subjetividades y formas de pensar
que por su marginación y lejanía nos parecen ajenas y extrañas y que sin embargo
siempre están aquí mismo, en el borde de nuestras vivencias y de nuestros
pensamientos

*Mara Bacarlett es profesora de Filosofía y Etica en la Universidad Autónoma del


Estado de México. Actualmente realiza el doctorado en Filosofía de la Ciencia en la
UAM.

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