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La dinámica del capitalismo contemporáneo,


la cuestión social y el trabajo social latinoamericano.

Ana Elizabete Mota€

RESUMEN
El objetivo de mi ponencia es tratar del movimiento del capitalismo contemporáneo y discutir las
posibilidades y los límites de adoptar el desarrollo social y territorial como opción política que fundamente y
materialice la principal estrategia de enfrentamiento de las desigualdades sociales contemporáneas en la
América Latina. El contraste entre el pauperismo y el crecimiento vertiginoso de las riquezas en todo el
mundo es prueba de que las conquistas civilizadoras y el progreso alcanzado con el desarrollo de la ciencia y
de los nuevos modos de vida se dieron con el concomitante empobrecimiento de los trabajadores. Los que
viven del trabajo pasaron a confrontarse con el desempleo estructural y la crisis del trabajo asalariado; el
desmonte del estado, la supresión de derechos sociales y la fragmentación de las necesidades sociales de los
trabajadores, transformándolas en expresiones de cuestiones locales y regionales. Más que ajustes y pre-
scripciones económicas lo que el nuevo capitalismo instala en el mundo es: 1) La redefinición de las bases de
la economía-mundo a través de la restructuración productiva y de los cambios en el mundo del trabajo; 2) La
ofensiva ideopolítica necesaria a la construcción de la hegemonía del gran capital, evidenciando el
surgimiento de un nuevo imperialismo y de una nueva fase del capitalismo, marcada por la acumulación por
expoliación con predominio rentista. Es necesario tener claridad de que los mecanismos de enfrentamiento y
superación de las desigualdades sociales deben ser considerados en dos dimensiones: 1) la que apunta al
enfrentamiento a través de la lucha por la emancipación política –campo de los derechos, del acceso universal
a las políticas sociales, del reconocimiento público y civil de la condición del ciudadano, aunque en los
marcos del orden establecido y que exige la refundación del estado nacional y republicano; 2) la que
vislumbra la superación de este orden, a través de la búsqueda por la emancipación humana de los pueblos,
cuya estrategia puede ser la internacionalización de las luchas de los trabajadores. Es en este ambiente que
están colocados los desafíos de la gestión del desarrollo, como un proceso que puede incidir inmediatamente
en la mejoría de las condiciones de vida de la población, pero concientes de que en el marco de la dinámica
social capitalista tal proceso no supera su condición reproductiva. Al trabajo social latinoamericano le cabe
transformar su producción de conocimiento y su práctica en trincheras por la defensa estratégica de la
emancipación política (campo de ejercicio de los derechos), sin perder de vista el proyecto de emancipación
humana de todos los pueblos.

Comenzaré mi exposición haciendo dos referencias que considero fundamentales para el


tratamiento del tema de mi exposición sobre dinámicas sociales y gestión del desarrollo: la
primera, de orden metodológico, inspirada en el pensamiento marxiano –de que si la
apariencia y la esencia de los fenómenos coincidiesen toda la ciencia sería innecesaria; y la
otra, que trata del papel del sujeto de conocimiento, como son los trabajadores sociales y
las trabajadoras sociales: que es necesario conocer la realidad con el optimismo de la
voluntad y el pesimismo de la razón.


Doctora en Servicio Social; profesora titular de la Universidad Federal de Pernambuco; Presidenta de la
Asociación Latinoamericana de Enseñaza e Investigación en Trabajo Social; bmota@elogica.com.br

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Siguiendo el primer postulado metodológico, discutiré sobre las dinámicas sociales y la


gestión del desarrollo desde una perspectiva de totalidad social, la única que me ha
permitido pensar cualquier contexto social a partir de los movimientos de la economía (los
modos de organización de la producción material) de los procesos de reproducción de las
relaciones sociales de producción, encarnados en las instituciones, los valores, ideologías,
modos de vivir y pensar, y las esferas política, cultural y de la subjetividad que definen, en
el siglo XXI, las acciones del estado, de las clases sociales y del gran capital y sus
organizaciones.
Para hacer esta ponencia voy a tratar inicialmente del movimiento del capitalismo
contemporáneo y después discutiré sobre las posibilidades y los límites de adoptar el
desarrollo social y territorial como opción política que fundamente y materialice la
principal estrategia de enfrentamiento de las desigualdades sociales contemporáneas en la
América Latina.
Las iniciativas económicas y decisiones políticas que marcan al capitalismo
contemporáneo dan cuenta de dos grandes mecanismos mundialmente existentes: las
iniciativas globales para la restauración de la dinámica de la acumulación, a partir de final
de los años setenta del siglo veinte, marcadas por la restructuración mundial de la
producción, por la agresividad de la burguesía financiera transnacional y por la situación
de las clases que “viven de su trabajo” (Antunes, 1999).
No hay duda de que las condiciones de vida y trabajo de millones de personas que viven al
margen de la producción y del usufructo de la riqueza socialmente producida, son
reveladoras de que la desigualdad social es inherente al desarrollo del capitalismo y de sus
fuerzas productivas.
Más que nunca, el contraste entre el pauperismo y el crecimiento vertiginoso de las
riquezas es asustador. El mundo contemporáneo observa la dimensión de las desigualdades
sociales cuando apenas el 20% de la población mundial detenta el 82,7% del conjunto de la
renta y los más pobres, 60% de la población mundial, dividen entre sí sólo el 5,6% de la
riqueza producida por el conjunto del planeta. Esto prueba que las conquistas civilizadoras
y el progreso alcanzado en todo el mundo con el desarrollo de la ciencia y de los nuevos
modos de vida se dieron con el concomitante empobrecimiento de los trabajadores. En
Colombia, según la CEPAL, 66% de la población es pobre.

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En el transcurso de este desarrollo histórico, se debe destacar que, en oposición al


comunismo primitivo, cuando la producción de bienes necesarios para la vida estaba basada
en la división sexual del trabajo, en la propiedad colectiva de la tierra, de los instrumentos
de trabajo y en el usufructo colectivo de los productos del trabajo, la producción capitalista
se basa en la socialización del trabajo y en la privatización de la riqueza producida. Al
tiempo que se instituye el trabajador asalariado y el patronato, también se produce el
fenómeno de la miseria, responsable por el surgimiento de la pobreza como cuestión social
(Netto, 2006). Es una cuestión social no porque se limite a ser expresión de las carencias
básicas de los hombres y las mujeres, sino porque estos mediante sus luchas sociales
politizaron sus necesidades y carencias transformando la desatención de sus necesidades
individuales en una cuestión pública y colectiva, requiriendo que las mismas fueron
reconocidas por las clases dominantes y el estado por medio de la legislación social y del
trabajo y por las políticas sociales.
Ya en el siglo XIX estaba la raíz de la cuestión que vendría a desafiar al siglo veintiuno: la
innegable tendencia a la exclusión del proceso de producción y del acceso a los bienes
materiales y culturales socialmente producidos. Una superpoblación relativa a lo que
algunos vienen llamando de nueva pobreza, término con el que estoy en desacuerdo. En
verdad, podemos observar nuevas manifestaciones del fenómeno de la pobreza, pero su
núcleo real y central –el movimiento que genera los sobrantes del capitalismo- se presenta
con la misma lógica de los años iníciales del surgimiento del capitalismo.
La consolidación de los derechos sociales y de los trabajadores y la oferta de servicios
sociales públicos fueron responsables del reconocimiento de la necesidad de protección
social de los trabajadores, propiciando el surgimiento de ideologías que defendían la
posibilidad de compatibilizar capitalismo, bienestar y democracia como en los países
centrales con la expansión de la seguridad en la posguerra. Pero en la periferia mundial no
se asistió a este proceso, y la modernización y el desarrollismo fueron medios de
integración de esos países al orden económico mundial que viene a ocurrir en los años
setenta del siglo pasado, cuando los países subdesarrollados se transformaron en campo de
absorción de inversiones productivas.
En ese periodo el estado asumió el papel de inductor del desarrollo económico, en
detrimento de lo social, propiciando una base productiva integrada a las necesidades de los

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oligopolios internacionales y dando origen al endeudamiento externo para costear su


expansión. Esta situación perduró hasta los años ochenta, cuando el mundo capitalista daba
indicios del surgimiento de una crisis de acumulación, obligando a los países desarrollados
a redefinir sus estrategias de producción de la riqueza.
La relación entre el centro desarrollado y la periferia, evidenció las condiciones desiguales
bajo las cuales este proceso se realizó. Sin embargo, la integración de los países periféricos
al orden económico mundial a partir de los anos ochenta –en el marco del Consenso de
Washington- resultó en nueva subordinación a los imperativos del pensamiento neoliberal,
en la retroacción de las políticas públicas de protección social, con profunda regresión en el
ejercicio de los derechos y en otros modos de explotación económica. Este escenario, que
se expande en el siglo XXI, operó una ampliación de la pobreza en la periferia.
Los que viven del trabajo pasaron a confrontarse con cuestiones que afectan severamente su
modo de ser y de vivir: el desempleo estructural y la crisis del trabajo asalariado
(informalización, precarización); el desmontaje del incipiente estado de bienestar y la
supresión de derechos sociales (las reformas neoliberales) la fragmentación de las
necesidades sociales, transformándolas en expresiones de cuestiones locales y regionales y
la regresión en la organización política de los trabajadores.
La restauración capitalista (más allá de la restructuración productiva) implicó tanto en la
restructuración de los mecanismos de acumulación como en la redefinición de mecanismos
ideopolíticos necesarios a la formación de nuevos y más eficientes consensos hegemónicos.
Orquestada por la ofensiva neoliberal, la acción social del estado se retrae, al tiempo que
pulveriza los medios de atención a las necesidades sociales de los trabajadores entre las
organizaciones privadas mercantiles y no mercantiles, limitando la responsabilidad social
del estado a la seguridad pública, a la política fiscal y a la atención de aquellos
imposibilitados de tener renta y trabajo. No es por acaso que en tal momento reaparece la
idea del desarrollo local y territorial a la cual me referiré más adelante.
Si en el periodo expansivo del capitalismo (años setenta del siglo veinte), el estado mediaba
la acumulación capitalista con intervención social, hoy él delega a la sociedad civil y sus
organizaciones denominadas oenegés la responsabilidad de encontrar formas “creativas” de
inclusión social y desarrollo depositando en la solidaridad social, en el voluntarismo
personal y empresarial y en las políticas focales de combate a la pobreza las únicas

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posibilidades de intervención social. De igual forma, transforma aquellos que fueron los
pilares de sustentación de los sistemas mundiales de protección social en servicios
mercantiles y negocios, ocasión en que destituye los usuarios de servicios sociales públicos
y colectivos de la condición de sujetos de derechos, transformándolos en genéricos
ciudadanos consumidores través de los procesos de privatización e de las parecerías entre
el sector público e privado.
Más que ajustes y prescripciones económicas lo que el nuevo capitalismo instala en el
mundo es la construcción de una hegemonía plasmada en la difusión de culturas y valores
de una determinada clase: la de los que acumulan riqueza y poder a costa del trabajo de
millones de hombres y mujeres por todo el mundo.
Los años que siguen a la década de los ochenta del siglo pasado en un doble movimiento:
1. La redefinición de las bases de la economía-mundo a través de la reestructuración
productiva y de los cambios en el mundo del trabajo;
2. Y la ofensiva ideopolítica necesaria a la construcción de la hegemonía del gran
capital, evidenciando el surgimiento de un nuevo imperialismo y de una nueva fase
del capitalismo, marcada por la acumulación por expoliación y por predominio
rentista (Harvey, 2004; Dumenil, Petras 2002; Levy, 2004) que oculta el papel del
trabajo en la producción de la riqueza.
En el nuevo imperialismo (Harvey, 2004), la hegemonía viene siendo ejercida por Estados
Unidos, a través del uso de estrategias que combinan coerción y consenso, ejerciendo una
especie de gobierno mundial que al sitiar la ideología de sus opositores, afirman su
ideología como universal.
En oposición a la acumulación expansiva que marcó la primera mitad del siglo XX, lo que
está en proceso de consolidación es la acumulación por expoliación –que quiebra la
economía local, crean nuevos nichos productivos, en busca de mano de obra barata y de
nuevos mercados, bajo el comando de los países ricos, través de la apertura forzada de
mercados productores y consumidores mediante presiones ejercidas por el FMI o la OMC y
de las más o menos 750 corporaciones empresariales existentes en el mundo.
Este proceso va desde patentar las investigaciones genéticas, pasando por la
mercantilización de la naturaleza a través del derecho de contaminar, hasta la privatización
de bienes públicos y la transformación de servicios sociales en negocios, como viene

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ocurriendo con la salud, la seguridad social y la educación, así como la instalación de


fábricas y la subcontratación de empresas locales por medio del desplazamiento de la
producción de las matrices. También implica degradación del medio ambiente con el
crecimiento de la industria de los desechables y con la producción de mercancías con
obsolescencia programada, creando una sociedad de basuras.
La mercantilización de la esfera de la reproducción también es uno de los nuevos signos de
esta fase actual y repercute en dos aspectos:
1. La expropiación y mercantilización de actividades domésticas y privadas no mercantiles
(alimentación, cuidados con hijos, cuidadores sociales, por ejemplo);
2. La superexplotación de las familias, particularmente de las mujeres, en los países
periféricos que, asumen como parte de sus actividades domésticas, un conjunto de
trabajos que deberían ser de responsabilidad pública y estatal.
También en el ámbito del trabajo hay cambios sustantivos, sea reditando antiguas formas de
trabajo como las de unidad, a domicilio, etc.; sea instituyendo nuevos procesos de trabajo,
externalizando y desterritorializando parte del ciclo productivo o construyendo nuevos
modos de cooperación, donde se incluyen y se ajustan en un mismo proceso productivo,
actividades que implican altas tecnologías, superespecialización y precarización absoluta.
Son ejemplos la industria de confección de Medellín, con el crecimiento de las maquilas, o
las facções en el Brasil que producen para las grandes tiendas como C & A, Zara,
Carrefour, Macro, Wall Mart, etc., cuyo lucro es de la cadena comercial y no de los países
donde se realizan las ventas. También redefinen procesos en que la preservación del medio
ambiente y la producción socialmente responsable significa transferir de los países ricos
para los periféricos, trabajo sucio y precario.
Trátase de un proceso de superacumulación o sea, de la creación de nuevas oportunidades
de acumulación de riquezas, lo que ha requerido renovados modos de organización espacial
y de expansión geográfica, puesto que es imperativa para el proceso de globalización la
superación de las barreras espaciales, determinando otra división territorial del trabajo. Para
sobrevivir es preciso crear otros espacios para la acumulación. El desarrollo del capitalismo
en nuevas regiones es una necesidad para su sobrevivencia. Las nuevas regiones –como es
el caso de algunos países de América Latina, África y del este europeo- son campos de

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absorción de inversiones de capitales superacumulados de los países centrales. Sin duda


crean empleos, pero precarios y sin protección social.
El paisaje criado por el capitalismo en las ciudades muestra las contradicciones y la
dinámica de este proceso: yo he visto el edificio de una antigua industria de confección de
ropas en Medellín que tiene una escultura de un telar en la cubierta y que me han dicho esta
cerrada y al mismo tiempo la construcción de un modernísimo centro tecnológico cerca el
jardín botánico. Es la dialéctica de la destrucción-construcción del espacio.
Estos cambios, mediados por el uso de nuevas tecnologías redimensionan las dimensiones
de tiempo, espacio y territorio también conviven con el crecimiento del desempleo y con
situaciones de pobreza, reditando –a pesar de las nuevas configuraciones- el crecimiento de
una población superflua, de inútiles para la producción capitalista, pero no para el consumo
–como comprueban los que reciben subsidios de los programas focales de transferencia de
renta- y que comúnmente son llamados de excluidos. Es la combinación de poderosos
cambios tecnológicos e movilidad geográfica del capital.
La ofensiva para asegurar la reproducción de este proceso pasa:
• Por la reforma del estado (para obtener consentimiento subjetivo de los que integran la
clase trabajadora y que es político pero no se presenta así, configurando lo proceso de
pasivisación de las ideas e posiciones de las clases subalternas);
• Por la redefinición de estrategias que deben ser formadoras de nuevas culturas y
sociabilidad, imprescindibles a la formación de los consensos necesarios a la
reproducción de esta orden. Realmente, está en gestación una reforma social y moral
que procura establecer nuevos pactos y consensos en la atención de las necesidades
sociales sin romper con la lógica de la acumulación y de la racionalidad del lucro.
Una de las estrategias de lo que se mencionó anteriormente, es la defensa del desarrollo
regional y local, considerado como instrumento de superación de las desigualdades, desde
el argumento de la autosustentabilidad, aliada a la construcción de relaciones locales
autónomas, marcadas por identidades y formas de solidaridad que alimentan la idea del
desarrollo regional.
Además de esto, las relaciones locales son consideradas como comunitarias y solidarias,
difundiendo la concepción de que forman una identidad asociativa y cooperativa. Se
observan también formas de despolitización de las acciones colectivas, que pasan a ser

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reconocidas como formas de empoderamiento. Preguntamos: ¿empoderamiento de quién,


para qué?
No se niega que hay situaciones en que las personas tienen más poder personal, todavía esto
no significa construcción de poder colectivo, ni mucho menos de autonomía. Sin embargo
un concepto construido por la ONU en los años sesenta del siglo veinte y resignificado por
el BM en 2000, cuando defiende el llamado desarrollo con equidad. La tesis es que se
puede crecer económicamente en el capitalismo con justicia social y oportunidades para
todos.
Es ante este panorama que quiero reflexionar sobre el concepto de gestión del desarrollo.
La perspectiva que subyace a esa propuesta es la del desarrollo territorial como locus de las
políticas de desarrollo postuladas por la FAO y el BM, presentada como alternativa a las
concepciones tradicionales de desarrollo económico por enfocar el desarrollo social como
prueba las definiciones del IDH que incluyen los indicadores de renta per cápita,
escolaridad y expectativa de vida.
Con rigor, los abordajes acerca del desarrollo pueden ser mapeados en torno de la
modernización económica y del desarrollo humano y social integral, en perspectiva más
amplia. Sin embargo, es forzoso decir que las políticas orientadas al desarrollo,
particularmente en los países de la periferia del sistema económico mundial se han
orientado por la perspectiva economicista, como equivalente del crecimiento económico y
no lograron efectos en el sentido de enfrentar el hambre, la miseria, el analfabetismo, la
violencia, la degradación moral o el agotamiento de los recursos naturales.
Es más, lo que predomina en el momento es la concepción del desarrollo calificado como
autosostenible (Foladori, 2001 y 2005) y local y que supuestamente rompería con las
condicionalidades económicas. No más una consecuencia del desarrollo económico, pero
como otro modelo que puede convertirse en una estrategia de enfrentamiento de la cuestión
social, como lo postula la Comisión para el Desarrollo Sostenible de la ONU. Defienden la
implementación de las metas del milenio a través de la conformación de un ciclo eficaz de
desarrollo sostenible constituido por inversiones inteligentes, responsabilidad social de las
empresas, generación de empleos, aumento de la renta de la población local, del recaudo de
impuestos, generación de riqueza y protección de la biodiversidad.

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En esa formulación surgen dos otros conceptos: el de capital humano (potencialidad) y el


capital social (organización social de determinadas localidades que dan impulso al
desarrollo). Fortalecidos por los llamados nuevos movimientos sociales como los
ambientalistas, feministas, antiglobalización y contra el hambre mundial, tanto el
ecodesarrollo como el desarrollo sostenible tienen por premisa la idea de que la atención de
las necesidades puede realizarse sin comprometer la dinámica de la producción de la
riqueza global. Como se fuera posible atender a las necesidades humanas y sociales
independientes de las de la acumulación.
Ante esto indago sobre la posibilidad de que esta propuesta conviva con la permeabilidad y
las tendencias inmanentes al proceso de mundialización del capital y a la paradoja entre
necesidades globales y necesidades locales. Si lo local se constituye en el espacio de
articulación e implementación de las acciones orientadas al desarrollo social, su
sustentabilidad no estaría garantizada ante las necesidades del gran capital ¿Puede una
comunidad de pequeños productores de manufacturas, como es el caso de la industria de
confecciones o aquellos que viven de la agricultura familiar enfrentar la gran empresa
agrícola y de minería, así como, la ampliación de megaproyectos con inversiones
extranjeras externas como es el caso de los pequeños plantadores frente a las corporaciones
que van a producir alcohol etanol?
Si el desarrollo social fuera sólo una modalidad de enfrentamiento temporal y emergencial
de la pobreza, tal vez a corto y mediano plazo traería beneficios para las poblaciones
pobres, pero si fuera una estrategia para su superación, ciertamente entrarían en choque con
la lógica territorial capitalista. Basta pensar que ante cualquier incertidumbre política los
capitales se alejan de la periferia. ¿Para qué sirve el riesgo país? Para alertar los
inversionistas internacionales y someter las decisiones de Estado a los intereses económicos
transnacionales. Es en esta dirección que pregunto ¿en qué condiciones el desarrollo social
puede encarar la lógica destructiva del capital?
Pienso que es posible defender un desarrollo territorial como concepto empírico e
instrumental vinculado al planteamiento de políticas públicas y mercado por la decisiva
intervención del estado. Siendo el territorio espacio de disputas y conflictos de clase. En
este sentido, el desarrollo territorial es espacio de disputas políticas y de construcción
democrática, siendo imprescindible la construcción de una esfera pública y colectiva, con

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relativa autonomía en relación con los intereses del capital. Es espacio de lucha social y de
resistencia organizada contra la concepción liberal que defiende lo local como
independiente y apenas requiriendo del capital social –empresas, oenegés, sociedad civil,
etc. es sinónimo de descentralización del estado.
Pero es necesario tener conciencia de los límites de esa propuesta que tiene el mérito de
movilizar los movimientos sociales para resistir a la ofensiva capitalista y modificar la
relación de fuerzas actuales para enfrentar la desigualdad social; pero no significa la
erradicación de la pobreza y la desigualdad. Solamente la construcción de otra sociedad,
basada en el pleno desarrollo humano puede liberar política y humanamente a hombres y
mujeres del camino de la explotación. Y esto sólo será posible con la construcción de otra
sociedad que supere al capitalismo.
Al tiempo en que el proceso de mundialización consigue articular y juntar los capitales de
todas las partes del mundo, fragmenta las identidades y necesidades de aquellos que viven
de su trabajo. Razón por la cual es necesario construir interfaces con el movimiento de la
antiglobalización -anticapitalista y antimperialista- con destaque para la tensión entre lo
global y lo local, en una perspectiva critica, como la única forma de revertir el proceso
social en curso.
Esto no es una tarea exclusiva de los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales;
todavía tenemos la obligación y compromiso éticopolítico, cada cual desde su lugar y país,
de conocer críticamente este proceso. Es necesario tener claridad de que mecanismos de
enfrentamiento y superación de las desigualdades sociales deben ser considerados en dos
dimensiones: 1) la que apunta para el enfrentamiento a través de la lucha por la
emancipación política –campo de los derechos, del acceso universal a las políticas sociales,
del reconocimiento público y civil de la condición del ciudadano, aunque en los marcos del
orden establecido e que exige la refundación de lo Estado nacional e republicano; 2) la que
vislumbra la superación de este orden, a través de la búsqueda por la emancipación
humana de los pueblos, cuya estrategia puede ser la internacionalización de las luchas de
los trabajadores;.
Es en este ambiente que están colocados los desafíos de la gestión del desarrollo, como un
proceso que puede incidir inmediatamente en la mejoría de las condiciones de vida de la
población, pero conscientes de que en el marco de la dinámica social capitalista tal proceso

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no supera su condición reproductiva. Al trabajo social latinoamericano le cabe transformar


su producción de conocimiento y su práctica en trincheras por la defensa estratégica de la
emancipación política (campo del ejercicio de los derechos), sin perder de vista el proyecto
de emancipación humana de todos los pueblos (campo de la libertad y superación del
capitalismo).
Para esto es necesario estar atentos a las dinámicas sociales de la realidad –sus
posibilidades y límites- sin abrir mano de la condición de profesionales críticos,
formadores de cultura y protagonistas de la construcción de una otra sociedad. Es al
servicio de este propósito que, desde mi punto de vista, deben colocarse los trabajadores
sociales y las trabajadoras sociales en todos los lugares del mundo.

Referencias Bibliográficas

Amin, Samir; Houtart, F. (Orgs., 2003), Fórum mundial das alternatives. Mundialização das resistências. O
estado das lutas/2003, Cortez Editora, São Paulo.
Antunes, Ricardo (Org., 2006), Riqueza e miséria do trabalho no brasil, Boitempo, São Paulo.
Dumenil, G.; Lévy, D. (2004), “O imperialismo na era neoliberal”, en Políticas sociais: alternativas ao
neoliberalismo, Gráfica e Editora Kaco, Brasília.
Foladori, G.; Pierre, N. (2005), Sustentabilidad. Desacuerdos sobre el desarrollo sustentable, Universidad
Autónoma de Zacatecas y Miguel Angel Porrúa, México.
Foladori, G. (2001), Limites do desenvolvimentismo sustentable, Editora Unicamp, São Paulo.
Harvey, David (1995), Condição pós-moderna, Loyola, São Paulo.
Harvey, David (2004), O Novo Imperialismo, Loyola, São Paulo.

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