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CONCURSO LITERARIO DE PROSA Y POESÍA

PREMIO PROSA. NIVEL A

“Viaje en el tiempo” de Nadwa El Madkouri Soto

Entré en la máquina del tiempo, tecleé los botones azulados y giré la


ruedecilla para ir hacia el pasado… Sentí una violenta sacudida y
cuando todo volvió a la calma, abrí la puerta. La máquina me recordó
que sólo disponía de dos días de tiempo.

Me hallaba en la bodega de un antiguo barco… ¿en qué época debía


encontrarme?... sentí un escalofrío… ¿acaso se trataba de un galeón
pirata? Escuché una voz profunda y grave. Un hombre grande y
robusto gritó: -“Maese Colón ¡una niña en la bodega!- ¡Qué bien!
¡Estaba en el mismísimo barco de Colón! ¡Qué divertido!

Colón bajó de la cubierta y me gritó: -“Escúchame bien, polizón de


pacotilla: si te has escondido en la bodega para viajar, tendrás que
pagar el precio del viaje”- Le contesté: -“Perdón Colón, no tengo ni un
maravedí”- Insistió Colón: -“Entonces deberás ser la que limpie mi
camarote… ¡lo quiero como los chorros del oro!”.

¡Qué genio tenía! ¡Qué se había creído!... pero en fin, si ése era el
precio de mi pasaje ¡me tenía que resignar! Me pasé toda la noche
fregando el camarote de aquel mandón ¡qué sucio lo tenía! De pronto
el vigía exclamó: -“¡Tierra a la vista! ¡Se ven las Indias!”- ¡Qué risa!
Todavía no se sabía nada de América y ese hombre creía que eran las
Indias ¡Qué tonto!

Llegamos a tierra firme y bajé del barco. Colón nos abría el paso entre
la maleza. Llegamos a un claro rodeado de árboles por el que pasaba
un río de aguas cristalinas ¡era muy bonito! Pero nosotros no nos
percatábamos de que dos sangrientos ojos amarillos nos seguían
desde la penumbra… De repente, un rugido surgió de la oscuridad y
un tigre se abalanzó sobre nosotros por detrás ¡Qué miedo! Nos
hubiésemos convertido en alimento para la fiera pero un indio nos
salvó de la situación.

Una vez a salvo pude contemplar detenida y minuciosamente a aquel


hombre tan extraño ¡Qué pintas llevaba! Unos ligeros paños cubrían
sus partes, tenía la cara pintarrajeada y plumas multiformes cubrían
su cabeza ¡parecía una gallina!
El nativo nos llevó a unas chozas bruscamente trabajadas. Allí nos
ofrecieron papaya, eso sació el hambre y la sed que teníamos. Conocí
a una muchacha india, ella me llevó a una especie de choza que tenía
dibujos y símbolos raros. Al entrar me quedé asombrada; por dentro
la choza estaba adornada de colmillos y animales disecados. Ella me
dio yuca y batata cocida ¡estaban deliciosas! También me enseñó un
juego muy divertido, parecido al escondite. Me hubiera quedado más
rato si la máquina no me hubiera recordado que se estaba acabando
el tiempo. Corriendo me despedí de Colón, de los marineros y de los
nativos indios. Regresé a mi época ¡qué experiencia tan provechosa!

Otro día sentí curiosidad por saber lo que pasaría en el futuro así que,
de nuevo, me metí en la máquina del tiempo. Cuando noté que el
viaje se había terminado, abrí la puerta. Me llevé una decepción…
había aterrizado en un bosque ¿la máquina se había equivocado? De
repente alcé la vista y me quedé alucinada. Las casas, las tiendas, los
museos… todo estaba edificado sobre plataformas. Dónde ahora
están los edificios, el suelo, había grandes hectáreas de bosque. Por
lo visto, habían tomado medidas contra la polución y la
contaminación del medio ambiente.

La gente se trasladaba en unas naves que funcionaban con un solo


grano de arroz y no emitían ningún ruido ni hacían humo. Los
“peatones” volaban vestidos con trajes espaciales que tenían botas
voladoras. A una señora despistada se le cayeron las botas y pude
ascender con ellas a donde estaba la gente… Los perros y los gatos
hablaban diversas lenguas con ayuda de un artilugio que poseían en
las manos. En las cafeterías los camareros eran robots. Me sentí
anticuada en aquel mundo tan evolucionado.

Una especie de autobús que volaba a toda velocidad llevaba gente


hacia el espacio. Me monté en él en dirección a la Luna. Cuando
llegué me asombré muchísimo, esperaba ver un suelo rocoso y lleno
de cráteres; pero en lugar de eso, me encontré un gran centro
comercial, había ocio y diversión. Después de ver una película en el
cine ciberespacial y montarme en distintas atracciones, conocí a un
anciano extraterrestre. Al principio creía que era un señor disfrazado.
Sin darme cuenta le pisé. Le pedí perdón y él con un descifrador de
lenguas me respondió: -“No pasa nada, ¿cómo te llamas? ¿de qué
Planeta vienes?- Me llamo Lina y vengo del Planeta Tierra ¿y tú? –“Yo
vengo del Planeta Venus. Me llamo Glú. Me pareces una niña
simpática. Ven a mi casa, tengo una hija de tu edad. Te encantará
conocerla, es tan simpática como tú”- Encantada, seguro que me
alegrará conocerla. A propósito, ¿cómo se llama? –“Gluita”- ¡Qué
nombre tan bonito. –“Bueno, acompáñame a mi nave. Venga, date
prisa, mi familia me está esperando”-

Me monté en su nave y en un plís plás llegamos a Venus. Antes de


salir, Glú me ofreció un caramelo para respirar y un aparato traductor
de lenguas para entender a los venusianos… En el viaje pude
disfrutar del paisaje por las redondeadas ventanillas de la nave ¡era
fantástico! Al llegar, Venus también me gustó mucho: tenía la piel
anaranjada, dos cabezas y en cada mano sólo tenían dos dedos. En la
cabeza tenían un mechón de pelo verde y otro azul marino. Tomé
unos dulces hechos con algas de colores y una apetitosa bebida de
una fruta que sólo crecía en aquellos parajes.

Glú me devolvió a la Luna y de allí tomé una nave para ir a la Tierra.


Como todavía me quedaban cuatro horas antes de que se me acabara
el tiempo, paseé por la ciudad y fui a visitar un museo. Cuando se
agotó el tiempo regresé a mi era ¡Sin duda alguna, la mejor aventura
de mi vida!

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