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RELATO: “UN ENAMORAMIENTO BOBO/UN BOBO ENAMORAMIENTO”.

Filomeno era un joven salmantino de dieciocho años que, recién finalizado el

Bachillerato, decidió ingresar en la Academia de la Guardia Civil en Baeza, una

localidad de la andaluza provincia de Jaen.

En vísperas de la Navidad, después de mucho tiempo fuera de casa, regresó a la Capital

charra. Coincidió que el mismo día de su retorno era sábado, por lo que quedo con unos

amigos para salir de fiesta por la noche. Así, hacia las seis de la mañana, tras unas horas

repletas de diversión, se despidió de ellos y enfiló el camino de vuelta a su casa.

Pero, cuando estaba atravesando el conocido parque Picasso, el corazón le comenzó a

latir de forma inesperada. La causa de su agitación no era otra que la esplendorosa

visión de una chica con una edad similar a la suya. Por su parte, la reacción de la joven

fue recíproca y ambos se quedaron paralizados, mirándose embobados.

De repente, dos siluetas surgieron de la penumbra. Eran una pareja de bacaladeros, que

abordaron a la desprotegida desconocida ante la que Filomeno estaba dispuesto a

presentarse. La pareja de malencarados devotos del tecno, sacó de los respectivos

bolsillos de sus pantalones, dos armas de fuego, encañonando la primera pistola a

Filomeno, para que no se le ocurriera moverse mínimamente, y la segunda, a la

desvalida chica, cuyo nombre respondía al de Belinda.

En ese momento, el que hacía las veces de cabecilla, amenazó a Belinda con lo que

Filomeno tanto se temía. “Tú, guapita de cara, entrega a mi compañero tus alhajas y el

dinero que tengas. Y tú, perdonavidas, no te muevas o te frío a tiros”.

No obstante, Filomeno, creyendo que aquellos salteadores iban de farol y que no se

atreverían a disparar a la desafortunada e inocente chica, sacó su pistola reglamentaria.

El bacaladero que llevaba la voz cantante, en un alarde de fanfarronería, trató de

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disuadir al aspirante a guardia civil de su intención. “¡Eh, alto, alto! ¡Pero tú quién coño

te has creído que eres, listillo! ¡El justiciero de la noche o qué!”.

Entonces, el bacaladero que hasta ese instante había ejercido el papel de secundario,

agarró a Belinda de la cintura y apuntó a su sien con la pistola. Y, en un tono chulesco,

le dijo a Filomeno: “¡Venga, baja tu pistolita y tírala al suelo para que nosotros

podamos recogerla”. Filomeno intentó simular que estaba envalentonado, y apuntó

también con su arma a su deslenguado contrincante. Lejos de acobardarse, pues, desafió

a los dos extravagantes malhechores. “¡Los que tenéis que tirar las armas al suelo sois

vosotros dos, colgaos! ¡Escuchad, y escuchad bien! ¡La ley y la justicia están de mi

parte pues soy guardia civil! ¡Soltad a la chica y olvidare que esto ha sucedido! ¿Vale?”.

“¡Vaya, vaya! ¡Así que nos has salido respondón, eh! ¡Más vale que te tranquilices,

Romeo! ¡He visto cómo la mirabas! ¡Como un ternerillo degollado! ¡Qué tierno! ¡Así

que te has enamorado, eh, nen! ¡Vamos suelta la pipa o te dejo en el sitio de un tiro!”.

En nueve de cada diez veces que ante Filomeno se hubiera presentado dicha situación,

éste habría accedido a las pretensiones de aquellos delincuentes de pacotilla, pero estaba

demasiado seguro de que poseía la suficiente velocidad y precisión para abatir a sus dos

rivales y, de paso, evitar que hicieran daño a su rehén.

Por un instante, percibió que la chica temblaba en demasía y que estaba empezando a

mearse encima, que vaciló. Pero, transcurrido ese momento de indecisión, disparó con

frialdad a los dos bakaleros y éstos, por su parte, no tardaron en replicarle.

Quiso el destino que, en tan desgraciado enfrentamiento, los cuatro protagonistas

cayeran a la tierra gravemente heridos. Los primeros en perecer fueron los malvados

bakaleros, mientras que Filomeno y Belinda pudieron, lentamente, como un par de

tortugas, acercarse el uno al otro.

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Por fin, los dos se encontraron, con sus malheridos cuerpos, en el centro de un claro

rodeado de árboles. “¡Dios mío! ¡En qué crueles circunstancias nos hemos conocido!

¿Cómo, cómo, cómo,.., te llamas?”, acertó a decir Belinda de modo renqueante.

“¡Maldita sea! ¡Esto, esto, esto,.., no puede ser verdad! ¿Sientes como yo, que el amor

ha llegado a tu vida cuando es ella la que se nos escapa?”, respondió Filomeno. “¡Oh,

sí! ¡Claro que sí, amor mío! ¡Siento que pronto dejaré de respirar! ¿Cómo te llamas?”,

aseveró Belinda. “Filomeno, me llamo Filomeno. ¿Y, y, y tú?”, preguntó él. “Belinda,

sí, soy Belinda. Bésame, por favor. Creo que será la única garantía para que nos

volvamos a encontrar en el cielo”.

Entonces, Filomeno no quiso añadir nada más y pasó a la acción, besándose

apasionadamente. Acto seguido, expiraron. Sus almas se despegaron de sus cuerpos, y

las primeras, se hallaron transitando por un estrecho y sinuoso camino. Ambos estaban

levitando, pero iban cogidos de la mano, como cualquier pareja terrenal. Y, no muy

lejos de allí, avistaron a sus dos despreciables adversarios, que habían llegado al final

del sendero.

En un montículo, estaba situado un ángel de mirada severa y gesto imperturbable. Aquel

poderoso ser celestial, proclamó una sentencia dirigida a los bacaladeros. “Sé de buena

tinta que habéis sido malos y perversos en vida, por lo que yo, el Arcángel Miguel,

ordenó que dirijáis vuestros pasos, en esta bifurcación de caminos, por el que observáis

a vuestra izquierda, que os conducirá donde os merecéis, al infierno”. Las almas de los

devotos del tecno hicieron ademán de protestar, pero el imperativo gesto que adoptó el

Arcángel les persuadió de tal cosa. Así, los rivales de Filomeno y Belinda,

cariacontecidos, tristes y cabizbajos, acataron su suerte.

Por su parte, la pareja de enamorados, libre ya de intermediarios, avanzó hacia el ser

celestial, esperando a que éste dictará una resolución sobre ellos. “¿Y nosotros? ¿Qué

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vas a hacer con nosotros?”, clamó descorazonada Belinda. “Vosotros, parejita, vais a

tener que echarlo a suertes. Es sencillo, lanzareis una moneda al aire y, si sale cara, iréis

al cielo, pero si sale cruz, os tendréis que encaminar al infierno. Lo siento, pero para

vuestro caso, es la solución más acertada que he hallado. Yo rezare para que la suerte

esté de vuestro lado. Así, intercederé ante nuestro Señor por vosotros”, sentenció el

Arcángel Miguel. “¡OH, Dios mío! ¡Qué va a ser de nosotros! ¿Tienes una moneda,

Filomeno? Yo ahora recuerdo que, bueno, no yo como soy ahora, más bien mi cuerpo,

gasto todo lo que mis padres me dieron”. “¡Sí, sí!”, replicó Filomeno de manera

entusiasta y ansiosa. “¡No te preocupes, cariño! ¡Seguro que sale cara! ¡Yo siempre he

sido un afortunado jugador de cartas y de bingo! ¡Y seguro que esta vez la suerte

tampoco me resulta esquiva!”. Entonces, sacó con diligencia una moneda del bolsillo de

su pantalón.

“¡Mira, es de un Euro! ¡Eso demostrará, ante los ojos del Todopoderoso, que tanto tu

como yo, hemos sido personas humildes y buenas! ¡Estoy seguro que él estará de

nuestra parte en tan delicado dilema! ¡No te preocupes! ¡Que ya la lanzó! ¡Ya la

lanzó!”, finalizó Filomeno.

La moneda voló por el aire y ambos esperaron, con la mirada escrutadora y el corazón

encogido, el resultado. Arrodillados, contemplaron, con gesto contrariado, que en la

moneda se adivinaba el dibujo de una cruz. “¡Oh, no! ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¡Ha

salido cruz!”, maldijo Filomeno. “¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! ¡Por qué! ¡Por qué nos

haces esto!”, añadió suplicante Belinda. “Lo siento mucho, jovencitos, de verdad.

Tomad el camino de la izquierda y, animo que, después de todo, el infierno no es tan

malo como lo pintáis los terrestres”.

Y fue así como los dos desdichados enamorados tomaron el camino que les llevaba al

inframundo.

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