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Monte
Tabor
Jesús nos invita al Tabor, a una experiencia gozosa de Dios, a subir con él a la
montaña, a contemplar, sin dormirnos, la manifestación del Padre.
Subir a la montaña, símbolo de lo inmenso y majestuoso, supone elevación, retiro,
anhelo de limpieza y belleza, silencio gratificante, oración, paz, esfuerzo,
tensión y sacrificio en el ascenso, lucha contra la comodidad, superación...
Siempre más.
En esto, vieron a Moisés y a Elías que conversaban con Jesús.
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Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
-Señor, ¡qué bien estamos aquí!
Si quieres hago tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
La Ley y los Profetas han desaparecido. Sólo queda Jesús, su Voz, su Palabra,
su Persona.
El bello gesto de Jesús, que se acerca y toca a los desconcertados, atemorizados y
torpes discípulos, muestra cariño y deseo de transmitir seguridad y confianza.
Así se acerca a nosotr@s, nos toca y nos quita todo temor, disipa toda angustia y
nos devuelve la serenidad.
No siempre es fácil asumir y aceptar que “sólo Jesús basta”.
Puede resultar más fácil dar importancia a la ley, al templo, al culto, a las imágenes,
a l@s sant@s, a quienes se considera representaciones de Dios...
Lo fundamental es que sea Jesús, sólo Jesús, la luz y el motor de nuestra vida.
No ver ni oír nada fuera de Él. El único al que debemos seguir y escuchar.
Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó:
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Jesús no quiere que se divulgue su mesianismo, hasta que vea los ánimos preparados.
Sólo a la luz de la resurrección será posible comprender la transfiguración en todo
su alcance y profundidad. El atisbo de la gloria pascual anticipada, sólo se podrá
entender y anunciar desde la Pascua.
El desierto de la Cuaresma, con su gozo y sufrimiento, salud y enfermedad, amistad
y soledad, éxitos y fracasos, luz y oscuridad... tiene como meta la alegría de la
Pascua.
Sabemos que el proceso termina con la victoria y la gloria de Jesús y la nuestra.
Todo conduce a la Vida.
Cuando te has olvidado de ti mismo,
cuando te has agotado en el servicio a los últimos,
cuando has aceptado el sufrimiento como compañero,
cuando has sabido perder,
cuando ya no pretendes ganar,
cuando has compartido lo que tú necesitabas,
cuando te has arriesgado por el pobre,
cuando has enjugado las lágrimas del inocente,
cuando has rescatado a alguien de su infierno,
cuando te has introducido en el corazón del mundo,
cuando has puesto tu voluntad en las manos de Dios,
cuando te has purificado de tu orgullo,
cuando te has vaciado de tanto acopio superfluo,
cuando te sientes herido...
brilla en ti, gratis, la luz de Dios,
sientes su presencia irradiando frescura primaveral,
y su perfume te envuelve y reanima.
Ya no necesitas otros tesoros.
Dios te acompaña, te habla, te protege.
Te sientes esponjado en un mar de dicha...