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A partir del siglo III a. C., se produce la romanización de la Península, proceso que se alargará hasta finales del siglo I a. C. Este
proceso afectará a muchos ámbitos de la vida peninsular, incluido el lingüístico. Las lenguas prerromanas van teniendo un uso más
limitado, primero mediante un extensivo bilingüismo en los principales centros de ocupación romanos, y posteriormente la lengua
indígenas queda limitada a las regiones más aisladas. Así en el uso público son sustituidas por el latín, que es la lengua
administrativa del Imperio romano. El caso del vasco es curioso notar que hay escasez de topónimos vascos antes del siglo I a. C. y
estos se van haciendo más frecuentes, lo cual sugiere que pudo haber una migración limitada desde Aquitania durante ese período
hasta por lo menos el siglo VII d. C.
No obstante, conviene señalar algunos factores que van a influir decisivamente en el ulterior desarrollo del latín, que dará el lugar a
la aparición del castellano:
En primer lugar, su situación geográfica: La distancia con el centro neurálgico del imperio, Roma, y el aislamiento geográfico (a
través de los Pirineos) y el Mar Mediterráneo, hacen que las innovaciones lingüísticas lleguen despacio y con retraso.
El origen de los conquistadores: la mayor parte de los romanos que colonizaron la península procedían del sur de Italia, zona en la
que se hablaba una variedad del latín denominada latín que difiere de la reflejada en los textos clásicos.
Aporte de los Visigodos
Las palabras que se incorporaron al latín a partir de esta invasión se llaman germanismos y aún se usan muchas de ellas. Los
germanismos se pueden dividir en dos grupos: el de la guerra y el de la paz.
El grupo de la guerra. Incluye locuciones relacionadas con la batalla, por ejemplo: "guerra", "orgullo", "ufano", "riqueza", "talar",
"robar", "guardar", "botín", "ganar", "galardón", "bandido", "bandera", "guadaña", "espía".
El grupo de la paz. Abarca locuciones derivadas de la convivencia entre romanos y bárbaros, por ejemplo: "jabón", "toalla",
"guante", "cofia", "falda", "agasajar", "arpa", "ropa".
Aporte Árabe
Los árabes reformaron la lengua española, y esta es la que hablamos hoy en día. Esta consiste de una combinación de latín, griego y
árabe. Algunas de las palabras que los árabes trajeron a España son: aceite, aceituna, aldea, almohada, ajedrez, balda, bata, barrio,
cálido, dado, daga, alcachofa, azafrán, alcaparra, albaricoque y berenjena.
La lengua árabe fue decisiva en la configuración de las lenguas de España, pues en la Península Ibérica se asentó durante ocho
siglos la dominación de este pueblo.
El legado de los árabes fue fundamentalmente léxico, pues influyeron escasamente en el sistema fonético, así como en la morfología
y en la sintaxis.
Nos dejaron palabra tales como atalayas, alcalde, ronda, alguacil, almoneda, almacén.
Influyeron en la pronunciación de la s- inicial latina en j- como en jabón del latín 'saponem'. Añadieron el sufijo -í en la formación
de los adjetivos y nombres como jabalí, marroquí, magrebí, alfonsí o carmesí. Se arabizaron numerosos topónimos como por
ejemplo Zaragoza de "Caesaraugusta", o Baza de "Basti". El Diccionario de la Academia incluye 1.385 voces de origen árabe, pero
el total es bastante mayor; probablemente hay en nuestra lengua un acervo de más de 4.000 palabras de ese origen, si se incluyen
sufijos, prefijos y topónimos.