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Egon Schiele y Lewis Carroll:

Las fantasías prohibidas del imaginario colectivo.

I. Verdad y comunicación.

En los momentos de reconstrucción y entendimiento del mundo exterior, llamado

comúnmente Realidad, el humano se encuentra limitado –o, si se desea, facultado

exclusivamente– por las formas cognitivas que son propias de su especie. Dentro de la

cientificidad seria, esto es aquella que renuncia a misticismos y afirmaciones

paranormales, estas formas cognitivas sólo son agrupables en dos layas: racionales y

sensoriales. Por ello, y tomando en cuenta la disparidad que existe entre capacidades de

percepción e intelecto de sujeto a sujeto así como la enorme diversificación de

experiencias en la vida y la incuantificable diversidad de contextos antropológicos que

marcan nuestra vida particular, resulta que cualquier afirmación proveniente de un sujeto

que pretenda contener una relación de identidad entre el mundo exterior y el interior de

manera necesaria es ciega, estratégica o arrogante. En otras palabras, mucho más

simples, nadie puede afirmar, sin resultar sospechoso a la mirada crítica, que lo

epistemológico-cognitivo, LA verdad, sea idéntico a lo ontológico, LA realidad. ¿Qué es

entonces la verdad? El problema lo plantea Immanuel Kant de la siguiente manera:

“Si la verdad consiste en la conformidad de un conocimiento con su objeto, éste

tiene que ser distinguido de otros en virtud de tal situación. (…) Un criterio

universal de verdad sería aquel que tuviera validez para todos los conocimientos,

independientemente de la universalidad de sus objetos. Ahora bien, dado que ese

criterio hace abstracción de todo contenido del conocimiento (de la relación con su

objeto) y dado que la verdad se refiere precisamente a tal contenido, es evidente lo

absolutamente imposible y lo absurdo de preguntar por un distintivo de la verdad

que sea, a la vez, suficiente y universal. (…) por lo que a la materia concierne, no


 
puede exigirse ningún criterio general sobre la verdad del conocimiento, puesto

que tal criterio es en sí mismo contradictorio”1.

Toda afirmación que de cualquier cosa se haga no resulta sino una consideración.

Qué tan cercana esté alguna de estas consideraciones a LA realidad, es algo que no se

puede determinar con certeza. Si hay una real identidad entre concepto y objeto será sólo

mera coincidencia en el más puro de los sentidos. Todo esto se podría resumir en un

simple principio: la perfección de una idea nada nos dice sobre el contenido de la misma

en LA realidad de manera necesaria, o en palabras del mismo filósofo de Könnigsberg: “ni

la verdad ni la ilusión se hallan en el objeto en cuanto intuido, sino en el juicio sobre éste

en cuanto pensado”2. El camino a seguir para encontrar lo que LA verdad es nos debe

entonces de guiar al campo de la comunicación humana, derivada formalmente de la

interacción de nuestras facultades de concebir y nuestras capacidades lingüísticas, pues

es ella – la comunicación – lo que nos permite acordar y con ello formar estructuras de

interacción de todo tipo. Interacción fundamental en la cotidianidad humana, campo de

acción de LA verdad, pues, finalmente, si no fuera para interactuar, de nada serviría tener

o pretender tenerla, mientras que su búsqueda sería hasta inconcebible, en tanto que

dicha empresa comienza en el preciso instante en que hay desacuerdo entre sujetos que

interactúan comunicativamente. En un mundo donde no hubiera desacuerdo, donde todas

                                                            
1
En el original: “Wenn Wahrheit in der Übereinstimmung einer Erkenntniß mit ihrem Gegenstande
besteht, so muß dadurch dieser Gegenstand von andern unterschieden werden;(...) ein
allgemeines Kriterium der Wahrheit dasjenige sein, welches von allen Erkenntnissen ohne
Unterschied ihrer Gegenstände gültig wäre. Es ist aber klar, daß, da man bei demselben von allem
Inhalt der Erkenntniß (Beziehung auf ihr Object) abstrahirt, und Wahrheit gerade diesen Inhalt
angeht, es ganz unmöglich und ungereimt sei, nach einem Merkmale der Wahrheit dieses Inhalts
der Erkenntnisse zu fragen, und daß also ein hinreichendes und doch zugleich allgemeines
Kennzeichen der Wahrheit unmöglich angegeben werden könne. Da wir oben schon den Inhalt
einer Erkenntniß die Materie derselben genannt haben, so wird man sagen müssen: von der
Wahrheit der Erkenntniß der Materie nach läßt sich kein allgemeines Kennzeichen verlangen, weil
es in sich selbst widersprechend ist”, Idem, p. 79.
2
En el original: “Daher sind Wahrheit sowohl als Irrthum, mithin auch der Schein als die Verleitung
zum letzteren nur im Urtheile, d. i. nur in dem Verhältnisse des Gegenstandes zu unserm Verstande
anzutreffen“. KANT, I. idem. 297.


 
las conclusiones de sus sujetos conformantes fueran idénticas, no podría siquiera haber

concepción de verdad o mentira, realidad o irrealidad. Pero el día a día nos confronta con

algo distinto. Siendo el humano consciente de la grandeza y complejidad del mundo, es el

desacuerdo lo que le ha impulsado a intentar corroborar su entendimiento de aquel, y

convertir esta confirmación en la piedra de donde se aferra junto con otros náufragos para

no ahogarse en un mar que pudiera ser de locura. Pensarse poseedor de la verdad es

una garantía de sanidad mental, de cordura, de sentido de la vida… y aún más.

Profundizando en estas implicaciones, se vislumbra entonces que, tal vez, se

hallaría la solución a nuestro enigma si en lugar de buscar LA verdad se buscara

reconocer los resultados del accionar comunicativo humano al consensuar. Kant por su

parte, se refiere al tema de la siguiente manera:

“El criterio para saber si el tener por verdadero es convicción o mera

persuasión es (...) externo, y consiste en la posibilidad de comunicarlo y en

comprobar su validez para toda razón humana. En este último caso parece al

menos que la causa de concordancia de todos los juicios residirá, a pesar de la

diversidad de sujetos entre sí, en la comunidad de fundamento, es decir, en el

objeto.”3

De concordar con esto, se concluye que no es, pues, la determinación que el

sujeto hace de las cosas la que lleva a la verdad, sino el acuerdo encontrado por

miembros en una comunidad de seres comunicantes e inter-actuantes acerca de

determinaciones que se realizan sobre los objetos, teniendo como condición de

                                                            
3
En el original: “Der Probirstein des Fürwahrhaltens, ob es Überzeugung oder bloße Überredung
sei, ist also äußerlich die Möglichkeit, dasselbe mitzutheilen, und das Fürwahrhalten für jedes
Menschen Vernunft gültig zu befinden; denn alsdann ist wenigstens eine Vermuthung, der Grund
der Einstimmung aller Urtheile ungeachtet der Verschiedenheit der Subjecte unter einander werde
auf dem gemeinschaftlichen Grunde, nämlich dem Objecte, beruhen“. KANT, I., idem. p. 532.


 
posibilidad el lenguaje. Encuentro claro entonces que el resultado del accionar

comunicativamente, cuando se traduce en acuerdos entre los participantes sin importar si

son explícitos o implícitos, es precisamente lo que permite la eventual existencia de

aquello que llamamos objetividad, muy similar a la verdad, pero ahora ya escrita esta

palabra en minúsculas.

II. Locura y parafilias.

En concordancia con su facultad clasificadora, los humanos, instituidos en grupos

mayor o menormente excluyentes, crean por medio de su imaginación todo tipo de grupos

y subgrupos de verdad que terminan generando lazos de identidad, tanto en lo interno –al

momento de la reconstrucción de uno mismo– como en lo externo –al momento de la

enunciación de juicios de diferenciación del Otro frente al Yo o al Nosotros–. Esto es una

especie de teoría de conjuntos social. Hay, por lo tanto, clasificaciones para todo, siempre

psicológicas, siempre epistémicas, pero, debe resaltarse, nunca ontológicas.

Si a esto se añade que el humano tiene la capacidad de distinguir aquello que

entiende como siendo de aquello que, una vez hecho cuadro de imagen mental, concibe

como factible (modalidad lógica), deseable (modalidad volitiva), o necesario (modalidades

causal o teleológica), y por lo argumentado en el punto I. se puede afirmar sin temor que

aquello que hemos clasificado como locura junto con todas sus manifestaciones no es

sino la incapacidad, sin importar aquí las causas, de comunicar nuestra subjetividad al

exterior de un modo tal que podamos formar parte de 1) la discusión encaminada a

determinar los parámetros de lo verdadero, y 2) la recíproca actividad intersubjetiva con

los miembros de alguna comunidad de habla que ya haya, para fines prácticos,

establecido ciertos criterios de verdad tanto instrumentales como normativos, mismos que

serán punto de anclaje clasificatorio. A contrario sensu, un sujeto normal es alguien cuyas


 
capacidades discursivo-descriptivas y cuyas acciones de transformación del mundo

externo son objetivas tanto intelectual como políticamente4. Ahora bien, si se es capaz de

lo primero, pero no de lo segundo, los epítetos que juzgan al sujeto serán sólo: neurótico,

pervertido, inadaptado, criminal, inmoral, etc.; mientras que si se es capaz de interactuar

prácticamente, pero no argumentativamente, se le juzga al sujeto de excéntrico, sui

generis, controversial, intransigente, obstinado, necio, tonto o políticamente incorrecto,

etc.. ¿Qué pasa, sin embargo, con aquel sujeto quien sin poder formar parte de la

comunidad en primera instancia termina, por el medio que sea, transformando el discurso

vel las tradiciones, usos y costumbres de la colectividad? Ese sujeto es clasificado como

genio, parte-aguas, paradigmático, líder de opinión, visionario, profeta, etc.

La sexualidad y sus prácticas han sido objeto predilecto de clasificación cultural y,

dada dicha clasificación, de punto de partida para la emisión de juicios normativos que

encierran entre fronteras de sanidad o perversión a quienes los respetan o quebrantan.

No encuentro esfera del conocimiento, sistema de verdad, perspectiva alguna que no

haya hecho las prácticas sexuales objeto de su consideración. El humano se ha

encargado tanto de describir, como de normar la sexualidad creando así una especie de

dieta sexual que se conforma y se transforma históricamente. El impacto de la sexualidad

en el imaginario humano deja rastros desde la prehistoria, mientras que su normatividad

aparece ya en la historia desde los primeros textos descifrados: los Vedas y los Sudras

indios. Desde entonces y hasta el día de hoy, sin que esto sea una hipérbole, las

prácticas sexuales no han cesado de ser atacadas, alabadas, vilipendiadas, ensalzadas,

negadas, enarboladas, analizadas ejercitadas y, por supuesto, clasificadas. La conducta

puede caer en el campo de lo objetivo (para una determinada comunidad de lenguaje) y

entonces será clasificada como normal, mientras que si cae fuera de ese campo y dentro
                                                            
4
No se comenta el error de entender aquí lo político de ninguna otra manera ajena al sentido
amplio de la palabra, esto es, a aquel que nos indica cualquier tipo de relación entre seres
comunitarios.


 
de lo juzgado indeseable, será nombrada perversión, desviación o, más políticamente

correcto, parafilia.

III. Egon Schiele y Lewis Carroll, el genio y las parafílias.

A continuación algunas clasificaciones políticamente correctas que envuelven las

figuras de Egon Schiele y Lewis Carroll.

Egon Schiele, el austriaco-bohemio. Egon Schiele, el huérfano de padre (sifilítico).

Egon Schiele, el académicamente inapto. Egon Schiele, el pintor y dibujante de trazos

firmes y seguros. Egon Schiele, el alumno destacado y protegido de Gustav Klimt. Egon

Schiele, el soldado que fue eximido de ir a la Gran Guerra. Egon Schiele, el viudo de su

esposa embarazada (viudez que duró sólo tres días). Egon Schiele, una víctima más de la

influenza española.

Lewis Carroll, el bautizado Charles Lutwidge Dodgson. Lewis Carroll, el inglés.

Lewis Carroll, el preceptor hijo de obispo anglicano. Lewis Carroll, el alumno genio y


 
posteriormente profesor de matemáticas de Oxford. Lewis Carroll, el tratadista de lógica.

Lewis Carroll, el fotógrafo. Lewis Carroll el escritor de Alicia en el país de las maravillas.

Clasificación de aquello políticamente incorrecto: Egon Schiele, el erótico. Egon

Schiele, el encubridor de adolescentes delincuentes. Egon Schiele, el amante de su

propia hermana. Egon Schiele, centro principal de los constantes menage a trois que

tenían como coprotagonistas a su esposa y su cuñada. Egon Schiele, el amante de

jóvenes venesianas y checas menores de 15. Egon Schiele, el procesado. Egon Schiele

el convicto de los 24 días. Lewis Carroll, el fotógrafo de niñas desnudas, Lewis Carroll, el

eterno enamorado de Alice Liddell. Lewis Carroll el sospechoso de la parafilia de moda,

de la más redituable, de aquella que se publicita y promueve por quienes dicen

combatirla. Lewis Carroll, el paidófilo. Egon Schiele y Lewis Carroll, los genios del

recuerdo ensombrecido por sus prácticas y fantasías sexuales.


 
Todo lo arriba descrito y los eventos que le dieron origen a sus respectivas

historias sigue siendo algo controversial. Lo es no sólo porque Egon Schiele fue

exonerado de la mayoría de los cargos en su contra, al encontrar el juez a todas sus

amantes, sí, sin duda, menores de edad, capaces de volición consciente, sino porque el

cargo por el que se le encontró culpable fue el de mostrar pornografía (sus obras) a

menores de edad. Es controversial no sólo por las más de tres mil fotos que Lewis Carroll

tomó de niñas entre 9 y 12 años de edad desnudas y vestidas en claras posiciones

eróticas, sino porque sus detractores y defensores se ahogan en un mar de

especulaciones, producidas por malos entendidos de la moral de su tiempo y ocultaciones

de datos de la vida del autor inglés, a quien, súbitamente, le fue prohibido el contacto con

Alice Liddell, tras, se dice, haber pedido su mano, cuando esta tenía alrededor de diez u

once años de edad.

Sigue, por lo tanto, mi aportación a la controversia.

Comenzaré distinguiendo una práctica de diversidad sexual de una perversión

utilizando la voluntad como núcleo de la definición de ambas. Entiendo por práctica de

diversidad sexual todo aquel acto que, empleando al menos el cuerpo propio y

posiblemente el ajeno, siempre en colaboración, produzca placer psicológico, emocional y

genital subjetivo a todas las partes involucradas consensuadamente. Mientras tanto,

entiendo por perversión sexual toda aquella realización de un gusto tal que, utilizando

contra su voluntad el cuerpo ajeno como un objeto, y teniendo como uno de sus medios

de consecución y culminación el placer genital, encuentre su origen en un cuadro de

imagen mental que presenta la real dominación de la libertad del Otro como algo

deseable. Las diferencias entre ambos, aunque la práctica en el mundo externo fuera

exactamente la misma, estriba en la relación psicológica existente entre sus motivadores,

conceptos, medios y fines. Si bien ambos, y ya que los humanos sólo actuamos en

conformidad con conceptos y nociones, tienen como su origen la fantasía, la práctica de


 
diversidad sexual tiene como fin el placer de todas las partes involucradas mediante el

acto, el cual sólo se puede dar teniendo el acuerdo como condición de posibilidad. Se

establece, pues, una verdad objetiva en una comunidad de lenguaje que puede ser tan

reducida como uno o dos participantes. En una práctica de diversidad sexual, tras

haberse dado la fantasía como incitadora de una emoción que promueve la realización del

cuadro de imagen mental a través del acto, se entienden todos los actores como fines en

sí mismos. De esta manera, una vez alcanzado el consenso, la práctica se puede llevar a

cabo sin ningún tapujo moralino reconociéndose las partes mutuamente en total libertad y

por lo tanto dignificándose con su realización. Por el otro lado, el acto de perversión

sexual no reconoce ningún tipo de finalidad en el Otro, quien se convierte en un llano

medio y por lo tanto en un objeto cuya voluntad es ignorada, trayendo como consecuencia

invariable un detrimento en la autoestima del sujeto cosificado. El impacto en la

autoestima de aquel cuya voluntad fue desconocida dependerá de muchos factores aquí

innecesarios de enlistar en su totalidad. Estos factores incluyen, claramente, tanto los

medios internos o psicológicos como los externos o técnicos utilizados en su

sometimiento5. Encuentro fútil dar ejemplos e invito al lector a que, a partir de las

definiciones ofrecidas, encuentre los suyos, tal vez en su propia vida.

                                                            


 
Con base en ello, un sujeto que, como Egon Schiele, es paidófilo declarado no

tiene por qué ser entendido como un abusador sexual infantil. Mucho menos Lewis

Carroll, de quien no se tiene ninguna prueba de realización de acto sexual con menor

alguno más allá de, seguramente, y se concede, su fantasía e imaginación. La paidofilia

es simplemente la excitación al placer sexual que un adulto siente por un niño –e in

extenso, cuestión muy argumentable, por un menor de edad–. La clave, por todo lo dicho,

sería el papel que juega la voluntad del menor en la realización de la fantasía. Si la

perpetración del acto sexual le perteneciera también como un cuadro de imagen mental

propio y éste le resultara tan atractivo que le motivara y decidiera realizarlo, estaríamos en

presencia de una práctica claramente legítima. Considerar el llano deseo sexual por un

menor junto con su realización como una perversión sexual, nos haría caer

inevitablemente en la cuenta de que comunidades de la actualidad localizables en todos

los países del mundo, así como culturas enteras, como la griega clásica y la india

sempiterna, tendrían que ser consideradas pervertidas por sus prácticas internas, lo cual,

por lo definido en el primer punto de este ensayo sería en su propia esfera socio-

existencial una contradicción insalvable. Por el otro lado, un agresor sexual de infantes no

es necesariamente paidófilo, en tanto que su excitación sexual puede provenir de una

fantasía que tenga como víctima a un ser indefenso. La calidad de ser menor de edad

sería, pues, sólo una contingencia. Colocar a Jeffrey Dammer o a delincuentes que

trafican sexualmente con niños al mismo nivel que a personas como Egon Schiele, Lewis

Carroll y muy seguramente varios de los lectores de este texto es un claro y peligroso

abuso que puede llegar a niveles tales de legalismos y exacerbada protección como los

que se encuentran en las noticias de Estados Unidos de Norteamérica donde se procesan

y se les retira la patria potestad a padres que fotografían a sus hijos mientras los bañan o

se encarcela a todo mayor de edad que haya tenido coito, aun consentido, con menores

de 17 años 11 meses.

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