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Soberanía Petrolera
* Federico Bernal.
“No hay fuerza mayor en la historia, que una idea a la que le ha llegado su hora”.
Víctor Hugo.
Despuntado el siglo XXI, las cinco necesidades históricas –fortalecidas con la inclusión
de Brasil y su capacidad cultural, política y económica– no solo encuentran plena
vigencia, sino que, consecuencia de la crisis mundial del imperialismo, a su vez
producto de la descomposición del capitalismo, la ideología libertadora nos brinda la
clave de la revolución latinoamericana: no habrá independencia ni prosperidad sin
unidad.
Es sabido hoy día que nuestro enemigo no es España sino el imperialismo, y como los
libertadores para negociar de igual a igual con Gran Bretaña se proponían –entre sus
varios objetivos– la conformación de una sola Nación, la realidad demuestra que sólo
unificando nuestros intereses y propósitos haremos frente con dignidad, no sólo a Gran
Bretaña, sino a la actual potencia imperial: los Estados Unidos. En este sentido,
testimonian lo acertado de la estrategia bolivariana contemporánea, en primer lugar,
las preocupaciones que en el Norte y en el Viejo Mundo produjo la conformación de la
Comunidad Sudamericana de Naciones, en contraste con las repercusiones positivas
que despertó en los pueblos latinoamericanos. Luego, las conversaciones MERCOSUR-
ALCA con la defunción del segundo; la suscripción de acuerdos y negociaciones
bilaterales entre la Argentina, Brasil y Venezuela; la suscripción del Consenso de
Buenos Aires para alcanzar un tratamiento conjunto de la deuda externa (al que se le
sumará próximamente Venezuela); la consolidación de la unión entre la Comunidad
Andina de Naciones y el MERCOSUR, más la iniciativa de sumar a su homólogo
caribeño, el CARICOM; la propuesta de creación de un Fondo Estructural del
MERCOSUR, un Banco Internacional Latinoamericano y un Banco Sudamericano para el
Desarrollo; la creación de la agencia de noticias latinoamericana: Telesur , en
contraposición al monopolio transnacional de telecomunicaciones; la creación de un
Fondo no Retornable para atender los más agudos problemas que se originan por la
pobreza; la creación de organismos multilaterales regionales (sin el panamericanismo
de la OEA ); la propuesta de fundar una Confederación Latinoamericana de
Trabajadores; la propuesta de crear las Fuerzas Armadas del MERCOSUR y, por último,
la creación de una empresa multiestatal latinoamericana de hidrocarburos:
Petroamérica, que en Sudamérica se denominará Petrosur. Estas iniciativas –algunas
ya funcionando y otras en vías de hacerlo– llevan la impronta de un sello
independentista, popular y latinoamericano. En pocas palabras, es la doctrina
bolivariana y sanmartiniana –la misma que abrazaban Artigas, O´Higgins, Abreu e
Lima, etc.– en acción consciente y resuelta.
Pensando en latinoamericano
Ahora bien, ¿qué significa unidad económica y de qué manera habremos de colocarla
al servicio del desarrollo, la industrialización, la extirpación de la pobreza, la justicia
social y la socialización de los recursos naturales de América Latina? La respuesta lleva
implícita otra pregunta: ¿Puede acaso prosperar la integración al servicio del desarrollo
autónomo, si se le asocia a intereses que se nutren de nuestro atraso y desunión? La
respuesta a estos interrogantes se descubre abrevando del ideario bolivariano, de los
postulados de la Comunidad Sudamericana de Naciones y de los pilares de la
revolución bolivariana iniciada el 4 de febrero de 1992. Es preciso delimitar nuestra
estrategia entre el Río Grande y la Antártida argentina y sudamericana, para luego
crear un mercado único intrínseca y ágilmente conectado, un único sistema monetario,
un solo régimen impositivo, una política industrial, científica y tecnológica equitativa y
común, órganos interestatales de acción diplomática como de protección militar,
programas educativos vinculantes, y por supuesto, una red energética que cumpla el
mismo rol progresivo en todos los países de la Patria Grande, dueños por igual de la
misma.
Pobres para los de adentro y ricos para los de afuera, sabemos que los mayores
problemas por resolver son la pobreza y la desigualdad en contraste con la abundancia
de nuestros recursos. La creación de Petroamérica se proyecta con la finalidad de
superar esta paradoja, pero que sin reciprocidad revolucionaria entre todas las partes
constitutivas no podrá siquiera ponerse en marcha. Llegado a este punto, quizás uno
se pregunte: ¿es necesario tamaño esfuerzo por unos cuantos miles de barriles? En
contraste con una población equivalente al 8,5% del total mundial, América Latina es
una potencia en materia petrolera. Cuenta con el 11,5% de las reservas mundiales de
petróleo convencional, el 5,2% de gas y más del 90% en reservas de crudo pesado y
bitúmenes naturales. No hace falta destacar la importancia geopolítica que esto
implica, de donde un país caribeño, a 5 días de transporte marítimo del mayor
consumidor petrolífero del mundo, detenta prácticamente la totalidad de la mayor
acumulación de combustibles líquidos del planeta. ¿Se justifica Petroamérica? ¿Se
justifica la unidad petrolera? ¿Se justifica la arremetida imperialista contra la revolución
bolivariana? Por supuesto que sí.
Son pocos los argentinos que conocen cómo se tergiversó la historia en relación a
Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la primera empresa petrolera estatal de
América Latina, creada en la Argentina en 1922. Este fraude –no por inexactitudes
historiográficas sino por haberse politizado la historia, la cultura, etc. –, se propuso
entre otras finalidades adulterar el terreno para facilitar el saboteo deliberado y luego
la privatización de tan vital iniciativa. Por tanto, oponerse a la “colonización cultural e
intelectual” permite rescatar la historia verdadera y proyectar en tiempo real una
nítida advertencia a las empresas estatales coetáneas, pues prácticamente las
“excusas privatistas” esgrimidas contra YPF como la mecánica saboteadora fueron y
son, en esencia, semejantes. Venezuela lo vivió recientemente y en reiteradas
oportunidades: la meritocracia petrolera ocultó al pueblo la realidad e historia de
PDVSA. Por tal razón, un final similar al de YPF hubiera sufrido PDVSA de no haber sido
vencida la contrarrevolución de 2002 y 2003. En efecto, dos de los tres golpes de
estado que derribaron gobiernos nacionalistas y populares en la Argentina durante el
siglo pasado tuvieron olor a petróleo. El que pergeñaron Pedro Carmona, Carlos Andrés
Pérez y los Estados Unidos para la Venezuela bolivariana fue, sin resquicio a dudas, un
autentico golpe petrolero. Consecuencia de esa “colonización cultural” es el
desconocimiento alrededor de la experiencia del General Enrique Mosconi, primer
director de YPF. Mosconi, mientras reivindicaba simultáneamente el rol del ejército
sanmartiniano y su importancia en el desarrollo endógeno argentino, difundía su obra
petrolera fuera del país en una intensa campaña latinoamericana (se destacan sus
visitas a Brasil, al Uruguay, a Bolivia y a México) donde proponía la explotación fiscal
de los hidrocarburos y una política común. En realidad, Mosconi aplicó la doctrina
bolivariana y sanmartiniana en relación al petróleo: “El 1° de agosto de 1929 es fecha
memorable en la organización económica de la Argentina y por ende, de la América del
Sur.[...] Nuestro país rompe los trusts petrolíferos que hasta entonces impusieron sus
exigencias y da a la América latina el ejemplo y el impulso inicial del movimiento, [...] y
que se propagará irremisiblemente a los demás pueblos de nuestra raza, hasta el
establecimiento de la independencia integral de Sud América”.
Aquella premonición del ex presidente argentino Juan Domingo Perón “el siglo XXI nos
encontrará unidos o dominados” germinó y maduró en las conciencias de los
latinoamericanos como nunca antes, pues son ellos quienes al derrocar gobiernos
neoliberales señalan el camino de la “unidad e independencia”. Si la voz del pueblo
latinoamericano se hiciera perceptible, muy probablemente responda al caudillo
argentino: “el siglo XXI no sólo nos encuentra unidos, sino conscientes de la
dominación, y por ende, resueltos a concluir nuestra independencia.” Con la fuerza
inquebrantable e impostergable de las masas en el bienio 2005-2006 la nación
sudamericana debe dar el salto adelante en lo político, lo económico y lo social, basada
en la fuerza social y la unidad nacional. El proyecto nacional bolivariano y
antiimperialista ya es reconocido y visualizado no solo por el Sr. Bush, sino también por
el mundo entero. Los latinoamericanos decimos: “estamos resueltos a ser libres, no
habrá poder imperialista que se imponga a los intereses de nuestros pueblos”.
De aquí que la victoria del socialismo latinoamericano sea la llave maestra para la
victoria de las clases populares adormecidas de los países centrales, en otras palabras,
la revolución socialista en esos países como prólogo del socialismo mundial. Jorge
Abelardo Ramos, político e historiador argentino , lo resume con maestría: “la
revolución (unidad) latinoamericana que un día lejano concibió Bolívar, será un paso
gigante hacia la revolución socialista mundial.” Con la unidad de
América latina, el siglo XXI será además el siglo de la unión y la independencia de los
pueblos oprimidos del mundo. Al respecto dijo Bolívar: “La ambición de las naciones de
Europa lleva el yugo de la esclavitud a las demás partes del mundo; y todas esas
partes del Mundo debían tratar de establecer el equilibrio entre ellas y la Europa, para
destruir la preponderancia de la última. Yo llamo a esto el equilibrio del Universo y
debe entrar en los cálculos de la política”.
Pero ese socialismo latinoamericano sólo se hará realidad a medida que logremos
aplicar una política industrial, agropecuaria y científica a gran escala, soberana y
técnicamente avanzada, dirigida desde el Estado sin que ello implique atentar contra el
empresariado nacional ni contra lo foráneo por su sola condición de tal (a diferencia de
épocas pasadas el Tercer Mundo –y no el Primero– es quien debe invertir en sí mismo).
Retomando una de las propuestas planteadas en este artículo, sólo una fusión
multiestatal tendrá el poder para hacer retroceder y liquidar al imperialismo energético
en América latina, pero también para llevar los servicios esenciales a todos los rincones
de la patria. No es sólo para vencer al imperialismo que la revolución latinoamericana
debe su existencia y su destino, sino –y del mismo modo que Bolívar y San Martín se lo
planteaban– para arrancar de la pobreza y la humillación extremas a decenas de
millones de latinoamericanos. Una vez encaminados de esta forma, los trabajadores y
demás sectores sociales oprimidos verán que es posible una América latina
desarrollada, libre, digna y justa.
La Patria Grande soberana será una realidad social, económica, cultural y militar
palpable o será veintitantas patrias chicas eternamente agobiadas por la dependencia
y la depredación imperialista.
Nota: