Professional Documents
Culture Documents
¿Qué es un dispositivo?
Giorgio Agamben
Conferencia en la UNLP, 12/10/05
Las cuestiones terminológicas son importantes en filosofía. Como dijo una vez un
filósofo por el que tengo la mayor estima , la terminología es el momento poético
del pensamiento. Pero esto no significa que los filósofos necesariamente deban
definir siempre sus términos técnicos. Platón nunca definió el más importante de
sus términos: idea. Otros, en cambio, como Spinoza y Leibniz, prefieren definir
more geometrico sus términos técnicos. Y no sólo los sustantivos, sino cualquier
parte del discurso, para un filósofo, puede adquirir dignidad terminológica. Se ha
señalado que, en Kant, el adverbio gleichwohl es usado como un terminus
technicus. Así, en Heidegger, el guión en expresiones como in-der-Welt-sein tiene
un evidente carácter terminológico. Y en el último escrito de Gilles Deleuze, La
inmanencia: una vida..., tanto los dos puntos como los puntos suspensivos son
términos técnicos, esenciales para la comprensión del texto.
La hipótesis que quiero proponerles es que la palabra "dispositivo", que da el título
a mi conferencia, es un término técnico decisivo en la estrategia del pensamiento
de Foucault. Lo usa a menudo, sobre todo a partir de la mitad de los años setenta,
cuando empieza a ocuparse de lo que llamó la "gubernamentalidad" o el "gobierno"
de los hombres. Aunque, propiamente, nunca dé una definición, se acerca a algo
así como una definición en una entrevista de 1977 (Dits et ecrits, 3, 299):
"Lo que trato de indicar con este nombre es, en prime r lugar, un conjunto
resueltamente heterogéneo que incluye discursos, instituciones, instalaciones
arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas,
enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas, brevemente,
lo dicho y también lo no-dicho, éstos son los elementos del dispositivo. El
dispositivo mismo es la red que se establece entre estos elementos."
"...por dispositivo, entiendo una especie -digamos- de formación que tuvo por
función mayor responder a una emergencia en un determinado momento. El
dispositivo tiene pues una función estratégica dominante.... El dispositivo está
siempre inscripto en un juego de poder"
"Lo que llamo dispositivo es mucho un caso mucho más general que la episteme. O,
más bien, la episteme es un dispositivo especialmente discursivo, a diferencia del
dispositivo que es discursivo y no discursivo".
Resuma mos brevemente los tres puntos:
1) Es un conjunto heterogéneo, que incluye virtualmente cualquier cosa, lo
lingüístico y lo no-lingüístico, al mismo título: discursos, instituciones, edificios,
leyes, medidas de policía, proposiciones filosóficas, etc. El dispositivo en sí mismo
es la red que se establece entre estos elementos.
2) El dispositivo tiene siempre una función estratégica concreta y se inscribe
siempre en una relación de poder.
3) Es algo general, un reseau, una "red", porque incluye en sí la episteme, que es,
para Foucault, aquello que en determinada sociedad permite distinguir lo que es
aceptado como un enunciado científico de lo que no es científico.
Quisiera tratar de trazar, ahora, una genealogía sumaria de este término, primero
dentro de la obra de Foucault y luego en un contexto histórico más amplio.
A finales de los años sesenta, más o menos en el momento en que escribe La
arqueología del saber, y para definir el objeto de sus investigaciones, Foucault no
1
2
2
3
3
4
4
5
Les propongo nada menos que una repartición general y maciza de lo que existe en
dos grandes grupos o clases: de una parte los seres vivientes o las substancias y,
de la otra, los dispositivos en los que ellos están continuamente capturados. Por
una parte, esto es, para retomar la terminología de los teólogos, la ontología de las
criaturas y de la otra la oikonomía de los dispositivos que tratan de gobernarlas y
conducirlas hacia el bien.
Generalizando ulteriormente la ya amplísima clase de los dispositivos foucaultianos,
llamaré literalmente dispositivo cualquier cosa que tenga de algún modo la
capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y
asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres
vivientes. No solamente, por lo tanto, las prisiones, los manicomios, el panóptico,
las escuelas, la confesión, las fábricas, las disciplinas, las medidas jurídicas, etc.,
cuya conexión con el poder es en cierto sentido evidente, sino también la lapicera,
la escritura, la literatura, la filosofía, la agricultura, el cigarrillo, la navegación, las
computadoras, los celulares y – por qué no - el lenguaje mismo, que es quizás el
más antiguo de los dispositivos, en el que millares y millares de años un primate –
probablemente sin darse cuenta de las consecuencias que se seguirían – tuvo la
inconciencia de dejarse capturar.
Resumiendo, tenemos así dos grandes clases, los seres vivientes o las sustancias y
los dispositivos. Y, entre los dos, como un tercero, los sujetos. Llamo sujeto a lo
que resulta de la relación o, por así decir, del cuerpo a cuerpo entre los vivientes y
los aparatos. Naturalmente las sustancias y los sujetos, como en la vieja metafísica,
parecen superponerse, pero no completamente. En este sentido, por ejemplo, un
mismo individuo, una misma sustancia, puede ser el lugar de múltiples procesos de
subjetivación: el usuario de celulares, el navegador en Internet, el escritor de
cuentos, el apasionado del tango, el no-global, etc., etc. A la inmensa proliferación
de dispositivos que define la fase presente del capitalismo, hace frente una
igualmente inmensa proliferación de procesos de subjetivación. Ello puede dar la
impresión de que la categoría de subjetividad, en nuestro tiempo, vacila y pierde
consistencia, pero se trata, para ser precisos, no de una cancelación o de una
superación, sino de una diseminación que acrecienta el aspecto de mascarada que
siempre acompañó a toda identidad personal.
No sería probablemente errado definir la fase extrema del desarrollo capitalista que
estamos viviendo como una gigantesca acumu lación y proliferación de dispositivos.
Ciertamente, desde que apareció el homo sapiens hubo dispositivos, pero se diría
que hoy no hay un solo instante en la vida de los individuos que no esté modelado,
contaminado o controlado por algún dispositivo. ¿De qué manera podemos
enfrentar, entonces, esta situación? ¿Qué estrategia debemos seguir en nuestro
cuerpo a cuerpo cotidiano con los dispositivos? No se trata sencillamente de
destruirlos ni, como sugieren algunos ingenuos, de usarlos en el modo justo.
Por ejemplo, viviendo en Italia, es decir en un país en el que los gestos y los
comportamientos de los individuos han sido remodela dos de cabo a rabo por los
teléfonos celulares (llamados familiarmente "telefonino”, telefonito), yo he
desarrollado un odio implacable por este aparato que ha hecho aún más abstractas
las relaciones entre las personas. No obstante me haya sorprendido a mí mismo,
muchas veces, pensando cómo destruir o desactivar los “telefonitos” y cómo
eliminar o, al menos, castigar y encarcelar a los que hacen uso de ellos; no creo
que ésta sea la solución apropiada para el problema.
El hecho es que, con toda evidencia, los dispositivos no son un accidente en el que
los homb res hayan caído por casualidad, sino que tienen su raíz en el mismo
proceso de "hominización" que ha hecho "humanos" a los animales que clasificamos
con la etiqueta de homo sapiens. El acontecimiento que produjo lo humano
constituye, en efecto, para el viviente, algo así como una escisión que lo separa de
él mismo y de la relación inmediata con su entorno, es decir, con lo que Uexkühl y,
después de de él, Heidegger llaman el círculo receptor-desinhibidor. Partiendo o
5
6
nuestro tiempo de tal modo total, que aun los tres grandes profetas de la
modernidad (Nietzsche, Marx y Freud) conspiran, según Benjamin, con él; son
solidarios, de alguna manera, con la religión de la desesperación. “Este pasaje del
planeta hombre a través de la casa de la desesperación en la absoluta soledad de
su recorrido es el éthos que define Nietzsche. Este hombre es el Superhombre, esto
es, el primer hombre que comienza conscientemente a realizar la religión
capitalista”. Pero también la teoría freudiana pertenece al sacerdocio del culto
capitalista: “Lo reprimido, la representación pecaminosa... es el capital, sobre el
cual el infierno del inconsciente paga los intereses”. Y en Marx, el capitalismo “con
los intereses simples y compuestos, que son función de la culpa... se transforma
inmediatamente en socialismo”.
Tratemos de proseguir las reflexiones de Benjamin en la perspectiva que aquí nos
interesa. Podremos decir, entonces, que el capitalismo, llevando al extremo una
tendencia ya presente en el cristianismo, generaliza y absolutiza en cada ámbito la
estructura de la separación que define la religión. Allí donde el sacrificio señalaba el
paso de lo profano a lo sagrado y de lo sagrado a lo profano, ahora hay un único,
multiforme, incesante proceso de separación, que inviste cada cosa, cada lugar,
cada actividad humana para dividirla de sí misma y que es completamente
indiferente a la cesura sacro/profano, divino/humano. En su forma extrema, la
religión capitalista realiza la pura forma de la separación, sin que haya nada que
separar. Una profanación absoluta y sin residuos coincide ahora con una
consagración igualmente vacua e integral. Y como en la mercancía la separación es
inherente a la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso y valor de
cambio y se transforma en un fetiche inaprensible, así ahora todo lo que es
actuado, producido y vivido –incluso el cuerpo humano, incluso la sexualidad,
incluso el lenguaje– son divididos de sí mismos y desplazados en una esfera
separada que ya no define alguna división sustancial y en la cual cada uso se
vuelve duraderamente imposible. Esta esfera es el consumo. Si, como ha sido
sugerido, llamamos espectáculo a la fase extrema del capitalismo que estamos
viviendo, en la que cada cosa es exhibida en su separación de sí misma, entonces
espectáculo y consumo son las dos caras de una única imposibilidad de usar. Lo
que no puede ser usado es, como tal, consignado al consumo o a la exhibición
espectacular. Pero eso significa que profanar se ha vuelto imposible (o, al menos,
exige procedimientos especiales). Si profanar significa devolver al uso común lo que
fue separado en la esfera de lo sagrado, la religión capitalista en su fase extrema
apunta a la creación de un absolutamente Improfanable.