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Los caviares tenemos la culpa

Por Eduardo Adrianzén

Tenía que pasar. Ya empezamos a escuchar a la derecha lo mismo de toda la


vida: ahora los caviares somos responsables del alza de Humala por "haber
votado por FS a la alcaldía, porque los izquierdistas ganaron terreno". Somos
culpables, y sin embargo -qué extraño, qué curioso- no decidimos la política
económica, no manejamos las grandes empresas, no tomamos decisiones en
materia fiscal, y mucho menos somos dueños de bancos, minas o
corporaciones extranjeras... pero igual tenemos la culpa.  ¿Será que la tenemos
porque nunca nos gustó, ni nos gustará el Pensamiento Unico, el
Fundamentalismo del Mercado Neoliberal, y no comulgamos con los dogmas
de la Santa Iglesia Bolsa de Valores, y lo escribimos y decimos en voz alta?
¿Tantísimo poder teníamos? Miren pues! Para mí, ser llamado "caviar" es un
halago, porque empezó siendo un insulto senderista, una manera de
descalificar a la izquierda que no se alzó en armas y clamaba por los derechos
humanos y la pacificación. Y si ahora Rafael Rey, los fumoristas, El Cardenal,
y algunos periodistas hablan igualito a los senderistas, por algo será. Quizá
solo han cambiado el eslogan "el poder nace del fusil" por "salvo el
neoliberalismo, todo es ilusión"... pero es el mismo esquema mental solo que
al revés. La derecha de hoy no puede aceptar que existen millones de personas
que no se sienten satisfechas.  Les parece producto de "la pobreza y la
ignorancia", que a millones les moleste que una minoría se jacte de comerse la
pechuga, mientras que a ellos les toca pescuezo o rabadilla.  Les parece un
sacrilegio que alguien proteste porque una trasnacional le revienta su
ecosistema, y no aplauda que las grandes corporaciones ganen aquí
comparativamente muchísimo más que en Chile o Estados Unidos. Y claro:
los caviares somos una especie de traidores a nuestro estrato social, porque
deberíamos votar por el PPC como buenos clasemedieros... Yo tuve la
inmensa, gran suerte, de nacer en un hogar donde nunca faltó lo más
importante: muchísimos libros, diálogo, respeto a todas las artes, todas las
culturas, y -lo principal- la premisa de que toda persona vale exactamente lo
mismo que yo. Que aunque se apellide Vanderbildt o Condori, o sea el dueño
del banco o el vigilante, o viva en San Isidro o en Bagua, es tan persona como
cualquiera. Si algún fundamentalismo tenemos los caviares, es creer que no
existe un pensamiento único. Que todos siempre pueden tener un poco de
razón ante cada situación, y que todo depende de dónde naciste, cuánto
comiste y desde qué lado estás mirando. Por eso detestamos a los autoritarios,
vengan de botas o sotanas.  Y por lo mismo también aceptamos que la vieja
izquierda no le gusta a la mayoría, y podemos adaptarnos a una derecha medio
chicha que -eso sí- no sea tan, tan irresponsable cuando nos pide por favor
(porque eso es democracia: pedir por favor) que le permitamos ser Estado. De
eso sí pueden acusarnos: de que nunca nos quedamos callados, cuando el
Estado nos deja en manos del canibalismo a lo Wall Street.  Caviar soy, y no
me compadezcas.

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