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a. “Misterio”.
En la Escritura, misterio es mucho más que la cosa inaccesible a la razón que debe ser
objeto de fe1. Para la fe cristiana, misterio es un secreto guardado desde toda la
eternidad y que ahora se ha manifestado (Rm 16,25), gracias al Espíritu (Ef 3,5). Es un
concepto que el Nuevo Testamento toma de la apocalíptica judía (Dn 2,18-22). Hace
referencia al designio misericordioso de Dios sobre toda la creación (Ef 1,9), que
implica el envío de su Hijo amado y del Espíritu Santo para la salvación del mundo y la
glorificación de su nombre. Es el misterio de Cristo (Ef 3,2-5; 1Tim 3,16), o más bien,
Cristo mismo (Col 1,27), revelado y realizado en la historia según un plan, al que Pablo
llama dispensación (Ef 3,9). Es el misterio de la voluntad del Padre (Ef 1,9-11), al que
la tradición patrística denominará economía de la salvación.2
Unido a cada hombre por la Encarnación, la riqueza que brota de la vida de Cristo es
para todos. Ella constituye el bien de cada uno de nosotros. Él no pasó su vida para si
mismo, sino para nosotros.5 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él, y
que Él lo viva en nosotros. Llamados a nos ser más que una sola cosa con Él, Jesucristo
nos hace comulgar, en cuanto miembros suyos, en todo lo que Él vivió en su carne por
nosotros.6
Esta comunión con el misterio no se nos da sino contemplando. Ver, oír y mirar lo que
hace Jesús es la actitud fundamental para acercarse a sus misterios (EE 106-108). No
debemos despreciar la imaginación para sentirnos parte de lo que contemplamos.
1
Enciclopedia Concisa Sopena, Barcelona, 1974, T. II, pág. 327.
2
Cfr. CCE n.1066.
3
PDV 12a.
4
Cfr. CCE n.515.
5
Cfr. ibid. n.519.
6
Cfr. Ibid. n. 21.
1
Actualizar así el misterio de Cristo nos hace oyentes de la Palabra, nos abre el corazón
para ponerla en práctica y obedecerla en la fe. Cada acontecimiento de la vida de Cristo
tiene que ver directa y personalmente conmigo. Sus misterios no son algo del pasado.
Cuando lo contemplo, Cristo está realmente presente a mi. Con Él hablo como con un
amigo. Conocer así a Cristo me permite amarlo más y profundizar en su seguimiento.
Contemplar los misterios de la vida de Cristo es siempre oportunidad para crecer en la
unión con Él.7
Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y los misterios de Jesús, y pedirle con
frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros.8
Considerando ya el ejemplo que Cristo nuestro Señor nos ha dado para el primer estado de
vida, que es de observancia de los mandamientos, viviendo él en obediencia a sus padres; y
asimismo para el segundo estado de vida, que es de perfección evangélica, cuando se quedó en
el templo dejando a su padre adoptivo y a su madre natural por entregarse al servicio exclusivo
de su Padre eternal; a la vez que vamos contemplando su vida comenzaremos juntamente a
investigar y a preguntar al Señor en qué vida o estado se quiere servir de nosotros su divina
majestad. (EE 135)
Esta aceptación de Jesús está reconocida por el Padre, que desde los cielos abiertos,
símbolo de la nueva creación, pone en Él, su Hijo toda su predilección (Lc 3,22). El
Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a posarse sobre él (Jn
1,32-33) para poder entregarlo a toda la humanidad.9
El relato del Bautismo de Jesús está presente en todos los Evangelios. En él confluyen
todos los grandes movimientos que dieron forma a la Escritura (historia profética,
escuela de sabiduría, apocalíptica, junto a la reflexión del grupo sacerdotal), aquellos
que fueron testigos de la experiencia de Dios que Israel fue adquiriendo a lo largo de la
historia. El relato excede los límites de los acontecimientos vocacionales narrados en la
Escritura: No encontramos allí ni llamado de Dios ni respuesta del que es convocado.
Sin embargo, no podemos dejar de ver en él una etapa significativa del crecimiento de
la conciencia que Jesús tiene de si mismo y de su misión.
2
como misterio de obediencia, en la medida de la obediencia de Cristo (Mt 3,15).
Luego, la vocación como misterio de solidaridad con la suerte del pueblo (Lc 3,21). En
un tercer momento, la vocación como misterio de nueva creación en el Espíritu (Mc
1,11), para concluir con la vocación como misterio de filiación y de predilección (Lc
3,22b).
Jesús reconoce en el bautismo de Juan una etapa exigida por Dios en su plan (Lc 7,29-
30) como preparación de la era mesiánica, y se somete a él. Quiere así, satisfacer la
justicia salvífica de Dios, que preside el plan de salvación. Así, obedece al Padre, hace
su voluntad.
a. La obediencia en la Escritura
La historia profética nos trae el caso del rey Saúl que es rechazado por Yahveh cuando
respeta la vida de Agag, rey de Amalec y no entrega al anatema (ver Nm 21,2-3) todos
los ganados y los bienes conquistados. Saúl no cumple con lo que Dios le pide, lo
desobedece y Dios le retira la realeza (1S 15,22). Aún queriendo hacer algo bueno (Saúl
separa lo mejor para ofrecerlo en sacrificio), no hace la voluntad de Dios.
Para los profetas, someterse a Dios es buscarlo, y buscarlo es vivir (Am 5,4). Es el
camino espiritual de los anawim, los pobres de la tierra: se trata de poner en práctica los
decretos de Dios, y buscar la humildad y la justicia (So 2,3). Los pobres son los que se
someten a la voluntad divina. Buscar a Dios es regresar después de la prueba (Os 3,5);
hasta ese momento, Dios promete mantenerse oculto (Os 5,15). El Mesías que Dios
promete a los pobres es un Mesías humilde (Za 9,8).
Los salmos y los escritos sapienciales se dan cuenta de que el culto por si solo no es
suficiente para agradar a Dios (Sal 50, 7-23); y que el culto que más alaba a Dios es el
del corazón humilde (Sal 51,19). Con la destrucción del Templo, este culto interior, en
el espíritu, es el único posible (Dn 3,38-41); se trata de agradar a Dios practicando la
justicia y el derecho (Pr 21,3). Es la ofrenda de la oración (Sal 141,2). La obediencia
por si misma cobra valor de culto. Obedecer es también seguir sus caminos, en el temor
del Señor (Eclo2,15).
El Nuevo Testamento, siguiendo el ejemplo de Cristo (del cual los creyentes son
miembros), invita también al culto de la propia vida (Rm 12,1). El cuerpo crucificado y
resucitado de Jesús inaugura una nueva presencia de Dios y un culto nuevo. Se trata de
servir a Dios con una conciencia pura (2 Tim 1,3), y de convertirse uno mismo en
libación (2 Tim 4,6).
3
someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por
Dios, la verdad misma.10
Por medio de la voluntad humana de Cristo, el querer del Padre fue cumplido
perfectamente. Sólo él puede decir que hace siempre lo que al Padre le agrada (Jn 8,29).
Para Jesús ése es su alimento (Jn 4,34). Todo lo que Jesús dice y hace es el
cumplimiento de la voluntad del Padre. Sus obras son las obras del Padre (Jn 5,19).
La obediencia de Jesús al Padre, es una luz para que miremos el misterio de nuestra
propia vocación. Necesitamos contemplar mucho esta actitud obediencial de Cristo. En
la oración lo vemos cumpliendo lo que es justo, su actitud de agradar al Padre
recibiendo este bautismo de penitencia y conversión, vemos también sus sentimientos,
su deseo constante por satisfacer lo que quiere Dios. Oímos también lo que conversa
con Juan el Bautista, cómo le expresa que es necesario hacer la voluntad del que lo ha
enviado. Miramos lo que hace, al descender al agua, lo que expresa con su postura
corporal, como se prepara para ser bautizado por Juan. Son los pasos para entrar en
diálogo con Él.
El llamado, cualquiera sea el estado es siempre para cumplir todo lo que es justo. La
misma sed que Jesús tiene por el plan de Dios debe ser nuestra sed. ¿Cuál es nuestra
sed? ¿qué voluntad me mueve hoy? ¿Qué voluntad quiero que rija toda mi vida?
Sin esta actitud obediencial no hay posibilidad de responder a Dios de ninguna forma.
Obedecer en la medida de Cristo es desvivirse por lo que agrada al Padre, buscar
siempre su rostro, como los hombres y mujeres del Antiguo Testamento. Supone
comunión de vida y de amor con Él, al modo de Jesús.
10
Cfr. ibid. n. 143-144.
11
GUARDINI, ROMANO, El Señor, Editorial Lumen, Abril de 2003, pág. 38.
4
a. En la Escritura…
Eliseo es convocado a la misión por Elías, y éste no le impide despedirse de sus padres
y preparar un banquete para su gente, señal de que la cercanía con los de su patria no se
opone al llamado que Dios le está haciendo (1Re 19,19-21). Dios se solidariza con su
pueblo, suscitándole hombres que lo conduzcan en medio de la prueba.
Con el tiempo, los profetas comienzan a darse cuenta de que son parte del pueblo
pecador (Is 6,4). Jeremías llega a sufrir por la suerte de los suyos. Su corazón se
conmueve (Jr 4,19-21), se siente abrumado por el desastre de la hija de su pueblo (Jr
8,18-23), quiere ser corregido él en nombre de su Sión (Jr 10,23-25), reprocha a Dios
que actúe así (Jr 14,7-9), se hace voz del pueblo que pide clemencia frente a la desgracia
nacional (Jr 10,17-22). La compasión de Amós que dice “basta”, hace arrepentirse a
Dios (Am 7,1-6). En su misión, los profetas aprenden a conmoverse por las calamidades
de la nación.
A Oseas en cambio, Dios lo hace imagen del pecado de Israel (Os 1,2-9), y él debe tener
hijos con una prostituta, porque el país no hace más que prostituirse. Su matrimonio con
la mujer adúltera adquiere un valor simbólico (Os 3,1-5). A partir de aquí, Dios utiliza a
los profetas directamente, y hace que su vida sea reflejo del proyecto de Dios para con
su pueblo. Ezequiel es antes que nada, un centinela de su gente (Ez 3,16-21), de tal
manera que si el se calla, se hace culpable de la muerte de los suyos y se le pedirá
cuenta de la sangre del pueblo. Su propio cuerpo es un anuncio simbólico del sitio de
Jerusalén (Ez 4). Debe actuar como quien se va al exilio, para anunciar la deportación
(Ez 12,1-16), convirtiéndose él mismo en un presagio para Jerusalén.
Los evangelios de la Infancia (Lc 2), nos muestran a Jesús rodeado de los pobres de su
pueblo, los pastores en el momento de su nacimiento. Circuncidado como cualquier
israelita. En brazos de Simeón, un anciano que era justo, cuando fue presentado en el
Templo. Peregrina junto con sus padres a Jerusalén como todos los niños judíos de su
época, para la fiesta de la Pascua. Oculto en medio de su pueblo, va creciendo en
estatura y en gracia delante de Dios.
De entre todos los miembros del pueblo tiene predilección por los pecadores, porque
ellos tienen necesidad de médico (Mt 9,10-13). Se compadece de la multitud porque los
ve fatigados y abatidos (Mt 9, 35-36). Al enviar a los discípulos (Mt 10, 6) y al
encontrarse con la con la cananea (Mt 15,24) Jesús reconoce que la prioridad de su
5
misión son las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Sabe que debe seguir su camino
porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén (Lc 13,33).
El relato de Marcos, dicen los exegetas, tiene algo característico que no está en el resto
de los paralelos. La experiencia del Bautismo de Jesús es más bien interior. Los verbos
utilizados en este pasaje revelarían que los que estaban junto a Jesús no habrían visto
6
nada especial cuando Él era bautizado por Juan. Este elemento tan propio del relato de
Marcos nos hace parangonar este acontecimiento de la vida de Jesús con la vida de los
profetas, muchos de los cuales vivieron un acontecimiento vocacional que aunque
maravilloso era incomunicable, permanecía interno a ellos.
a. El testimonio bíblico.
El abrirse de los cielos nos remonta a la apocalíptica judía. El cielo se disipa, señalando
que éste es pasajero, mientras que la salvación y la justicia de Dios es eterna (Is 51,6).
Se trata de la nueva creación, la del cielo y la tierra nuevos, que dejará atrás el recuerdo
del pasado desgraciado de Israel (Is 65,17-18). La Sagrada Escritura llama cielos
nuevos y tierra nueva a la renovación misteriosa que transformará a la humanidad y al
mundo, obrando la realización definitiva del designio de Dios.12 Esta nueva creación es
obra de Aquel que se cernía sobre las aguas del principio (Gn 1,2).
Es el Espíritu que llena de habilidad al artesano para conferirle talento (Ex 31,3). Estaba
sobre Moisés y parte de él fue derramado sobre los ancianos (Nm 11,25), para ayudar al
patriarca a conducir e pueblo. Es el Espíritu de Yahveh que animó a Moisés (Is 63, 11-
12). Es el soplo o aliento de Dios que vida a todos los seres (Sal 104,29-30). Desciende
sobre Saúl para salir a guerrear a los amonitas (1S 11,6) y sobre David al ser ungido rey
por Samuel (1S 16,13). Es el espíritu que acompaña a Isaías (Is 48,16). Es el que llena
de fuerza y de coraje a Miqueas para denunciar la rebeldía y el pecado del pueblo (Mi
3,8), y el que dirige las palabras de los antiguos profetas, palabras que el pueblo no
quiso entender (Za 7,12). Desciende también sobre Azarías (2Cro 15,1) el profeta, y
sobre Iajaziel, para infundir coraje a los israelitas (2Cro 20,14), y sobre Zacarías el
profeta asesinado en el atrio del Templo (2Cro 24,20). Es el Espíritu que enviado junto
con la Sabiduría da a conocer la voluntad de Dios (Sb 9,17).
Sobre el Rey-Mesías de los tiempos futuros, reposará el Espíritu del Señor (Is 11,2),
porque el mismo Espíritu que acompañó a los profetas le será dado. Le confiere las
virtudes eminentes de los antepasados (Is 11,3): la sabiduría y la inteligencia de
Salomón; la prudencia y bravura de David; el conocimiento y el temor de Yahveh de los
Patriarcas y los Profetas, Moisés, Jacob y Abrahám.
Al ser concebido como hombre en el seno de María, el Hijo único del Padre es Cristo,
el ungido por el Espíritu, desde el principio de su existencia humana (Lc 1,35). Toda su
vida manifestará como Dios lo ungió con el Espíritu Santo y con poder (Hch 10,38).
Toda la misión del Hijo y del Espíritu en la plenitud de los tiempos se resume en que el
Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo, el Mesías.13
12
Cfr. ibid. n. 1042.
13
Ibid. n. 727.
7
Comienza su ministerio en Nazaret afirmando que se ha cumplido el pasaje de Isaías:
El Espíritu del Señor está sobre mi (Lc 4,16-21). En virtud del Espíritu Jesús pertenece
total y exclusivamente a Dios.14 Anuncia que va a ofrecerlo a todos los que tengan sed
(Jn 7,37-39) en el momento de su glorificación. Es el Espíritu que mueve a Jesús a
ofrecer su sangre (Hb 9,14). Jesús lo entrega en la hora suprema de la cruz (Jn 19,30).
Es el Espíritu Santificador que lo levanta de entre los muertos y lo hace Hijo de Dios
(Rm 1,4). Lo transmite a sus discípulos en la tarde de la primera Pascua (Jn 20,22).
En el cielo de mi camino vocacional, hay espacios donde el cielo se abre, ¿cuáles son
esos resquicios, donde lo que está cerrado cede? Que se disipe el cielo es señal de que
hay algo permanente (Is 51,6) ¿qué es eso permanente que descubro en mi, cuando todo
se cae? ¿Es Dios? ¿Me dejo recrear por el Espíritu de Dios? ¿Busco la novedad del
Espíritu, o estoy anclado en la vejez espiritual, la acedia, etc.? ¿el camino que voy
haciendo, es camino de novedad de vida?
5. Misterio de filiación.
“Tú eres mi Hijo(mi Siervo17) muy querido,
en quien tengo puesta toda mi predilección (yo hoy te he engendrado18) (Lc 3,22b)
14
Cfr. PDV n. 19a.
15
CCE. n. 1699.
16
Cfr. PDV 19c.
17
Is 42,1-2. La respuesta del Padre desde el cielo está tomada de este pasaje con el que se abre el primer
poema del Siervo de Yahve.
18
Sal 2,7. La Biblia de Jerusalén no acepta la variante que unifica las palabras de Dios reconociendo a
Jesús como el Hijo común a Mt, Mc, y Lc. Acepta en cambio esta variante como genuina de Lc, tomada
del salmo segundo. El Nuevo Testamento utiliza el salmo segundo para anunciar la Resurrección (Hch
8
Al salir del agua, se abren los cielos, el Espíritu Santo como una paloma desciende
sobre Jesús y se oye la voz del Padre. Dios reconoce que éste que ha bajado al río y ha
salido de él es nada menos que su Hijo, su Servidor, el predilecto en quien se complace,
y a quien ha engendrado.
En el Antiguo Testamento, Hijo de Dios es un título dado a los ángeles (Dt 32,8), a
Israel (Ex 4,32; Os 11,1). Los egipcios al ver morir a sus primogénitos confiesan que el
pueblo es hijo de Dios (Sb 18,13). Los reyes y los jueces son también hijos de Dios (2S
7,14; Sal 82,2). Es una filiación adoptiva que reviste una intimidad particular. El Rey-
Mesías prometido también es llamado hijo de Dios (Sal 2,7; 1Cro 17,13).
Pedro confiesa a Jesús como el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16), Pablo también (Ga 1,15-
16; Hch 9,20). Es el centro de la fe apostólica, desde el principio.19
13,33), y para descubrir que la dignidad sacerdotal de Cristo viene de aquel que es su Padre (Hb 5,5)
19
Cfr. CCE n. 441-442.
20
Cfr. ibid. n. 443-445.
9
El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma, dándole
la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo.21 No hay discernimiento posible sin esta
experiencia de la filiación. Discernir es crecer en la conciencia de ser hijo del Padre del
cielo. Esta experiencia de saberme su hijo, va echando luz sobre el misterio de mi
vocación, como ayudó a Jesús a crecer en la conciencia que tenía de si mismo y de su
misión.
21
Ibid. n.1709.
10