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El misterio de nuestra vocación

a la luz del misterio de Cristo


1. Del misterio a los misterios.

a. “Misterio”.
En la Escritura, misterio es mucho más que la cosa inaccesible a la razón que debe ser
objeto de fe1. Para la fe cristiana, misterio es un secreto guardado desde toda la
eternidad y que ahora se ha manifestado (Rm 16,25), gracias al Espíritu (Ef 3,5). Es un
concepto que el Nuevo Testamento toma de la apocalíptica judía (Dn 2,18-22). Hace
referencia al designio misericordioso de Dios sobre toda la creación (Ef 1,9), que
implica el envío de su Hijo amado y del Espíritu Santo para la salvación del mundo y la
glorificación de su nombre. Es el misterio de Cristo (Ef 3,2-5; 1Tim 3,16), o más bien,
Cristo mismo (Col 1,27), revelado y realizado en la historia según un plan, al que Pablo
llama dispensación (Ef 3,9). Es el misterio de la voluntad del Padre (Ef 1,9-11), al que
la tradición patrística denominará economía de la salvación.2

Misterio es entonces la vida de la Trinidad, manifestada en Cristo. Ella es la fuente de


toda identidad cristiana3, y de toda vocación en la Iglesia. Para poder contemplar el
misterio de nuestra propia vocación, tenemos que dejarnos cautivar por el Misterio de
Cristo. Para discernir nuestro llamado y profundizar nuestra opción de vida necesitamos
colocarnos a la luz de este misterio. Es el Misterio el único que puede arrojar luz a
nuestros propios interrogantes.

b. Los misterios de la Vida de Cristo.

Todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. Su humanidad aparece como el


sacramento de su divinidad y de la salvación que viene a ofrecer a los hombres. Lo que
hay de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de
su misión redentora.4

Unido a cada hombre por la Encarnación, la riqueza que brota de la vida de Cristo es
para todos. Ella constituye el bien de cada uno de nosotros. Él no pasó su vida para si
mismo, sino para nosotros.5 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él, y
que Él lo viva en nosotros. Llamados a nos ser más que una sola cosa con Él, Jesucristo
nos hace comulgar, en cuanto miembros suyos, en todo lo que Él vivió en su carne por
nosotros.6

Esta comunión con el misterio no se nos da sino contemplando. Ver, oír y mirar lo que
hace Jesús es la actitud fundamental para acercarse a sus misterios (EE 106-108). No
debemos despreciar la imaginación para sentirnos parte de lo que contemplamos.
1
Enciclopedia Concisa Sopena, Barcelona, 1974, T. II, pág. 327.
2
Cfr. CCE n.1066.
3
PDV 12a.
4
Cfr. CCE n.515.
5
Cfr. ibid. n.519.
6
Cfr. Ibid. n. 21.

1
Actualizar así el misterio de Cristo nos hace oyentes de la Palabra, nos abre el corazón
para ponerla en práctica y obedecerla en la fe. Cada acontecimiento de la vida de Cristo
tiene que ver directa y personalmente conmigo. Sus misterios no son algo del pasado.
Cuando lo contemplo, Cristo está realmente presente a mi. Con Él hablo como con un
amigo. Conocer así a Cristo me permite amarlo más y profundizar en su seguimiento.
Contemplar los misterios de la vida de Cristo es siempre oportunidad para crecer en la
unión con Él.7

Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y los misterios de Jesús, y pedirle con
frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros.8

Considerando ya el ejemplo que Cristo nuestro Señor nos ha dado para el primer estado de
vida, que es de observancia de los mandamientos, viviendo él en obediencia a sus padres; y
asimismo para el segundo estado de vida, que es de perfección evangélica, cuando se quedó en
el templo dejando a su padre adoptivo y a su madre natural por entregarse al servicio exclusivo
de su Padre eternal; a la vez que vamos contemplando su vida comenzaremos juntamente a
investigar y a preguntar al Señor en qué vida o estado se quiere servir de nosotros su divina
majestad. (EE 135)

c. El icono del Bautismo de Jesús.

El comienzo de la vida pública de Jesús es su bautismo. Es también la aceptación y la


inauguración de su misión de Siervo de Yahveh. Apareciendo junto a los pecadores es
ya el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Bautizándose, anticipa
el “bautismo” de su pasión (Mc 10,38). Viene a someterse totalmente a la voluntad del
Padre (Mt 3,15) como modelo de búsqueda de la voluntad de Dios y de obediencia.

Esta aceptación de Jesús está reconocida por el Padre, que desde los cielos abiertos,
símbolo de la nueva creación, pone en Él, su Hijo toda su predilección (Lc 3,22). El
Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a posarse sobre él (Jn
1,32-33) para poder entregarlo a toda la humanidad.9

El relato del Bautismo de Jesús está presente en todos los Evangelios. En él confluyen
todos los grandes movimientos que dieron forma a la Escritura (historia profética,
escuela de sabiduría, apocalíptica, junto a la reflexión del grupo sacerdotal), aquellos
que fueron testigos de la experiencia de Dios que Israel fue adquiriendo a lo largo de la
historia. El relato excede los límites de los acontecimientos vocacionales narrados en la
Escritura: No encontramos allí ni llamado de Dios ni respuesta del que es convocado.
Sin embargo, no podemos dejar de ver en él una etapa significativa del crecimiento de
la conciencia que Jesús tiene de si mismo y de su misión.

Es en este aspecto que nosotros abordamos el misterio de su bautismo para investigar y


preguntar al Señor en qué vida y estado se quiere servir de nosotros, buscando iluminar
con su misterio, el misterio de nuestra propia vocación.
Cuatro momentos marcan el itinerario de esta reflexión. Lo propio de cada relato
evangélico nos permite contemplar y contemplarnos, abriendo en cada paso una
dimensión distinta del misterio de la vocación. Primero descubriremos la vocación
7
FIORITO, MIGUEL ÁNGEL, Buscar y Hallar la voluntad de Dios, Ediciones Paulinas, Julio de 2000, págs.
374-377.
8
SAN JUAN EUDES, Tractatus de regno Iesu. Citado en CCE 521.
9
Cfr. CCE n. 536.

2
como misterio de obediencia, en la medida de la obediencia de Cristo (Mt 3,15).
Luego, la vocación como misterio de solidaridad con la suerte del pueblo (Lc 3,21). En
un tercer momento, la vocación como misterio de nueva creación en el Espíritu (Mc
1,11), para concluir con la vocación como misterio de filiación y de predilección (Lc
3,22b).

2. Misterio de Obediencia, en la medida de la obediencia de Cristo.


“Déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo” (Mt 3,15)

Jesús reconoce en el bautismo de Juan una etapa exigida por Dios en su plan (Lc 7,29-
30) como preparación de la era mesiánica, y se somete a él. Quiere así, satisfacer la
justicia salvífica de Dios, que preside el plan de salvación. Así, obedece al Padre, hace
su voluntad.

a. La obediencia en la Escritura

La historia profética nos trae el caso del rey Saúl que es rechazado por Yahveh cuando
respeta la vida de Agag, rey de Amalec y no entrega al anatema (ver Nm 21,2-3) todos
los ganados y los bienes conquistados. Saúl no cumple con lo que Dios le pide, lo
desobedece y Dios le retira la realeza (1S 15,22). Aún queriendo hacer algo bueno (Saúl
separa lo mejor para ofrecerlo en sacrificio), no hace la voluntad de Dios.

Para los profetas, someterse a Dios es buscarlo, y buscarlo es vivir (Am 5,4). Es el
camino espiritual de los anawim, los pobres de la tierra: se trata de poner en práctica los
decretos de Dios, y buscar la humildad y la justicia (So 2,3). Los pobres son los que se
someten a la voluntad divina. Buscar a Dios es regresar después de la prueba (Os 3,5);
hasta ese momento, Dios promete mantenerse oculto (Os 5,15). El Mesías que Dios
promete a los pobres es un Mesías humilde (Za 9,8).

Los salmos y los escritos sapienciales se dan cuenta de que el culto por si solo no es
suficiente para agradar a Dios (Sal 50, 7-23); y que el culto que más alaba a Dios es el
del corazón humilde (Sal 51,19). Con la destrucción del Templo, este culto interior, en
el espíritu, es el único posible (Dn 3,38-41); se trata de agradar a Dios practicando la
justicia y el derecho (Pr 21,3). Es la ofrenda de la oración (Sal 141,2). La obediencia
por si misma cobra valor de culto. Obedecer es también seguir sus caminos, en el temor
del Señor (Eclo2,15).

El Nuevo Testamento, siguiendo el ejemplo de Cristo (del cual los creyentes son
miembros), invita también al culto de la propia vida (Rm 12,1). El cuerpo crucificado y
resucitado de Jesús inaugura una nueva presencia de Dios y un culto nuevo. Se trata de
servir a Dios con una conciencia pura (2 Tim 1,3), y de convertirse uno mismo en
libación (2 Tim 4,6).

La obediencia de la fe (Rm 1,5), es el sometimiento total de la inteligencia y de la


voluntad a Dios. Es la respuesta del hombre a Dios (Rm 16,26). Obedecer en la fe es

3
someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por
Dios, la verdad misma.10

b. La obediencia de Cristo, medida de nuestra obediencia

Por medio de la voluntad humana de Cristo, el querer del Padre fue cumplido
perfectamente. Sólo él puede decir que hace siempre lo que al Padre le agrada (Jn 8,29).
Para Jesús ése es su alimento (Jn 4,34). Todo lo que Jesús dice y hace es el
cumplimiento de la voluntad del Padre. Sus obras son las obras del Padre (Jn 5,19).

La encarnación es la mayor obediencia de Cristo (Flp 2, 6-8), ya anticipada en el


Antiguo Testamento (Sal 40,7; Is 52,13-53,12). En su vida terrena aprende que significa
obedecer, y así alcanza la perfección (Hb 5,7-9), abandonándose a la voluntad del
Padre (Mt 26,42). Llega a entregarse a si mismo por nuestros pecados para liberarnos,
porque esa era la voluntad de Dios (Ga 1,4).

La obediencia de Jesús al Padre, es una luz para que miremos el misterio de nuestra
propia vocación. Necesitamos contemplar mucho esta actitud obediencial de Cristo. En
la oración lo vemos cumpliendo lo que es justo, su actitud de agradar al Padre
recibiendo este bautismo de penitencia y conversión, vemos también sus sentimientos,
su deseo constante por satisfacer lo que quiere Dios. Oímos también lo que conversa
con Juan el Bautista, cómo le expresa que es necesario hacer la voluntad del que lo ha
enviado. Miramos lo que hace, al descender al agua, lo que expresa con su postura
corporal, como se prepara para ser bautizado por Juan. Son los pasos para entrar en
diálogo con Él.

El llamado, cualquiera sea el estado es siempre para cumplir todo lo que es justo. La
misma sed que Jesús tiene por el plan de Dios debe ser nuestra sed. ¿Cuál es nuestra
sed? ¿qué voluntad me mueve hoy? ¿Qué voluntad quiero que rija toda mi vida?

Sin esta actitud obediencial no hay posibilidad de responder a Dios de ninguna forma.
Obedecer en la medida de Cristo es desvivirse por lo que agrada al Padre, buscar
siempre su rostro, como los hombres y mujeres del Antiguo Testamento. Supone
comunión de vida y de amor con Él, al modo de Jesús.

3. Misterio de solidaridad con la suerte del pueblo.


“Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús” (Lc 3,21)

Recibiendo el bautismo de Juan, Jesús se asocia al destino de todo el pueblo. En ningún


momento la pretensión de la singularidad, la presunción de aquel que dice: “Esto podrá
valer para otros, pero no para mi”. Jesús desciende a la hondura de lo humano. 11 Es uno
más de los de su gente. Su bautismo es un misterio de solidaridad.

10
Cfr. ibid. n. 143-144.
11
GUARDINI, ROMANO, El Señor, Editorial Lumen, Abril de 2003, pág. 38.

4
a. En la Escritura…

Entre los acontecimientos fundantes de la historia de Israel, Dios mira la opresión de su


pueblo en Egipto, y para liberarlo llama a Moisés (Ex 3,7-10). Yahveh responde al
clamor de su gente con alguien que los acompañe. Sucede lo mismo en los tiempos de la
conquista (Jc 3,9.15), Dios hace surgir un salvador para su pueblo.

Eliseo es convocado a la misión por Elías, y éste no le impide despedirse de sus padres
y preparar un banquete para su gente, señal de que la cercanía con los de su patria no se
opone al llamado que Dios le está haciendo (1Re 19,19-21). Dios se solidariza con su
pueblo, suscitándole hombres que lo conduzcan en medio de la prueba.

Con el tiempo, los profetas comienzan a darse cuenta de que son parte del pueblo
pecador (Is 6,4). Jeremías llega a sufrir por la suerte de los suyos. Su corazón se
conmueve (Jr 4,19-21), se siente abrumado por el desastre de la hija de su pueblo (Jr
8,18-23), quiere ser corregido él en nombre de su Sión (Jr 10,23-25), reprocha a Dios
que actúe así (Jr 14,7-9), se hace voz del pueblo que pide clemencia frente a la desgracia
nacional (Jr 10,17-22). La compasión de Amós que dice “basta”, hace arrepentirse a
Dios (Am 7,1-6). En su misión, los profetas aprenden a conmoverse por las calamidades
de la nación.

A Oseas en cambio, Dios lo hace imagen del pecado de Israel (Os 1,2-9), y él debe tener
hijos con una prostituta, porque el país no hace más que prostituirse. Su matrimonio con
la mujer adúltera adquiere un valor simbólico (Os 3,1-5). A partir de aquí, Dios utiliza a
los profetas directamente, y hace que su vida sea reflejo del proyecto de Dios para con
su pueblo. Ezequiel es antes que nada, un centinela de su gente (Ez 3,16-21), de tal
manera que si el se calla, se hace culpable de la muerte de los suyos y se le pedirá
cuenta de la sangre del pueblo. Su propio cuerpo es un anuncio simbólico del sitio de
Jerusalén (Ez 4). Debe actuar como quien se va al exilio, para anunciar la deportación
(Ez 12,1-16), convirtiéndose él mismo en un presagio para Jerusalén.

b. La solidaridad de Jesús y nuestra solidaridad.

Los evangelios de la Infancia (Lc 2), nos muestran a Jesús rodeado de los pobres de su
pueblo, los pastores en el momento de su nacimiento. Circuncidado como cualquier
israelita. En brazos de Simeón, un anciano que era justo, cuando fue presentado en el
Templo. Peregrina junto con sus padres a Jerusalén como todos los niños judíos de su
época, para la fiesta de la Pascua. Oculto en medio de su pueblo, va creciendo en
estatura y en gracia delante de Dios.

Comienza su ministerio en la tierra de Zabulón y Neftali, para que se cumpla la


Escritura de Isaías, alimentando la esperanza de aquellos que aguardaban que allí el
pueblo que caminaba en tinieblas viera la luz (Mt 4,12-17). Ni bien puede, vuelve a su
ciudad natal para dirigirse a su pueblo (Mc 6,1-6).

De entre todos los miembros del pueblo tiene predilección por los pecadores, porque
ellos tienen necesidad de médico (Mt 9,10-13). Se compadece de la multitud porque los
ve fatigados y abatidos (Mt 9, 35-36). Al enviar a los discípulos (Mt 10, 6) y al
encontrarse con la con la cananea (Mt 15,24) Jesús reconoce que la prioridad de su

5
misión son las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Sabe que debe seguir su camino
porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén (Lc 13,33).

El bautismo de Jesús es un misterio de solidaridad con el destino de su pueblo. Para


contemplar como nosotros tenemos en nosotros este sentimiento, necesitamos
imaginarnos dentro de la escena. Vemos a Jesús entre la gente, cómo mira a los que
están a su alrededor, hombres, mujeres, niños, ancianos, enfermos, unos lloran, otros
rezan, o se lamentan. Los que van siendo bautizados salen del agua algunos en profundo
silencio, en actitud de recogimiento, otros manifestando a los gritos la alegría de haber
sido purificados. Oímos lo que dice a aquellas personas que están a su alrededor, lo que
habla con ellas, como les explica de donde es él, y como les pregunta de donde son.
Oímos también lo que las personas conversan con Jesús. Miramos lo que hace Jesús:
como ayuda a otros a seguir rezando, como se alegra con aquellos que van recibiendo el
bautismo y los abraza, como ayuda a los que van llevando a los enfermos.

Debemos despojar al llamado de todo ropaje intimista. Si Dios me llama, a cualquier


estado de vida antes que tenerme en cuenta a mi, tiene en cuenta las necesidades de su
gente, del pueblo que Él ama con locura. Todavía hoy corremos el riesgo de proyectar
un camino vocacional individualista, y Dios no se mueve de esa manera. Solidarizado
con las necesidades del Pueblo, Dios responde a los clamores de la gente llamando a
unos y a otros para servicios distintos, los cuales siempre miran a las necesidades de la
gente.

Responder al llamado de Dios, y madurar en él supone esta actitud de solidaridad con


mi pueblo que es propiedad del Padre. Exige de nosotros una mirada contemplativa,
para poder percibir en los anhelos, necesidades, sufrimientos, esperanzas de la gente, la
voz de Dios, el llamado de Jesús. La actitud de Jesús con los de su pueblo es la medida
de toda vocación en la Iglesia.

El pueblo concreto en el que me descubro llamado, es parte fundamental de mi


vocación, porque Dios me ha llamado a mí para entrar en comunión de vida con Él y
atender a las necesidades de mi gente, necesidades que conmueven las entrañas de Dios,
como conmovieron las de Jesús, mientras estuvo en la tierra. Dios me ha puesto en
medio de un pueblo y no en otro, y eso es un signo de su providencia. ¿Qué siento por
los hombres y mujeres de mi pueblo? ¿Soy capaz de compartir la vida con los más
pobres, con los anawim de hoy? ¿Estoy dispuesto a encarnarme para siempre al estilo
de Jesús, en este pueblo concreto en el que Dios me ha colocado?

4. Misterio de nueva creación en el Espíritu.


“Al salir del agua, vio que los cielos se abrían
y que el Espíritu descendía sobre él como una paloma” (Mc 1,11)

El relato de Marcos, dicen los exegetas, tiene algo característico que no está en el resto
de los paralelos. La experiencia del Bautismo de Jesús es más bien interior. Los verbos
utilizados en este pasaje revelarían que los que estaban junto a Jesús no habrían visto

6
nada especial cuando Él era bautizado por Juan. Este elemento tan propio del relato de
Marcos nos hace parangonar este acontecimiento de la vida de Jesús con la vida de los
profetas, muchos de los cuales vivieron un acontecimiento vocacional que aunque
maravilloso era incomunicable, permanecía interno a ellos.

a. El testimonio bíblico.

El abrirse de los cielos nos remonta a la apocalíptica judía. El cielo se disipa, señalando
que éste es pasajero, mientras que la salvación y la justicia de Dios es eterna (Is 51,6).
Se trata de la nueva creación, la del cielo y la tierra nuevos, que dejará atrás el recuerdo
del pasado desgraciado de Israel (Is 65,17-18). La Sagrada Escritura llama cielos
nuevos y tierra nueva a la renovación misteriosa que transformará a la humanidad y al
mundo, obrando la realización definitiva del designio de Dios.12 Esta nueva creación es
obra de Aquel que se cernía sobre las aguas del principio (Gn 1,2).

Es el Espíritu que llena de habilidad al artesano para conferirle talento (Ex 31,3). Estaba
sobre Moisés y parte de él fue derramado sobre los ancianos (Nm 11,25), para ayudar al
patriarca a conducir e pueblo. Es el Espíritu de Yahveh que animó a Moisés (Is 63, 11-
12). Es el soplo o aliento de Dios que vida a todos los seres (Sal 104,29-30). Desciende
sobre Saúl para salir a guerrear a los amonitas (1S 11,6) y sobre David al ser ungido rey
por Samuel (1S 16,13). Es el espíritu que acompaña a Isaías (Is 48,16). Es el que llena
de fuerza y de coraje a Miqueas para denunciar la rebeldía y el pecado del pueblo (Mi
3,8), y el que dirige las palabras de los antiguos profetas, palabras que el pueblo no
quiso entender (Za 7,12). Desciende también sobre Azarías (2Cro 15,1) el profeta, y
sobre Iajaziel, para infundir coraje a los israelitas (2Cro 20,14), y sobre Zacarías el
profeta asesinado en el atrio del Templo (2Cro 24,20). Es el Espíritu que enviado junto
con la Sabiduría da a conocer la voluntad de Dios (Sb 9,17).

Sobre el Rey-Mesías de los tiempos futuros, reposará el Espíritu del Señor (Is 11,2),
porque el mismo Espíritu que acompañó a los profetas le será dado. Le confiere las
virtudes eminentes de los antepasados (Is 11,3): la sabiduría y la inteligencia de
Salomón; la prudencia y bravura de David; el conocimiento y el temor de Yahveh de los
Patriarcas y los Profetas, Moisés, Jacob y Abrahám.

b. Presencia del Espíritu en la misión de Jesús y en la nuestra.

Al bautizar a Jesús, Juan descubre que Él es el que bautiza en el Espíritu Santo y en el


fuego, porque el Espíritu está sobre Él (Jn 1,33).

Al ser concebido como hombre en el seno de María, el Hijo único del Padre es Cristo,
el ungido por el Espíritu, desde el principio de su existencia humana (Lc 1,35). Toda su
vida manifestará como Dios lo ungió con el Espíritu Santo y con poder (Hch 10,38).
Toda la misión del Hijo y del Espíritu en la plenitud de los tiempos se resume en que el
Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo, el Mesías.13

12
Cfr. ibid. n. 1042.
13
Ibid. n. 727.

7
Comienza su ministerio en Nazaret afirmando que se ha cumplido el pasaje de Isaías:
El Espíritu del Señor está sobre mi (Lc 4,16-21). En virtud del Espíritu Jesús pertenece
total y exclusivamente a Dios.14 Anuncia que va a ofrecerlo a todos los que tengan sed
(Jn 7,37-39) en el momento de su glorificación. Es el Espíritu que mueve a Jesús a
ofrecer su sangre (Hb 9,14). Jesús lo entrega en la hora suprema de la cruz (Jn 19,30).
Es el Espíritu Santificador que lo levanta de entre los muertos y lo hace Hijo de Dios
(Rm 1,4). Lo transmite a sus discípulos en la tarde de la primera Pascua (Jn 20,22).

Necesitamos contemplar a la luz del misterio del Bautismo de Jesús, el misterio de


nuestra vocación como misterio de nueva creación en el Espíritu. Para eso, vemos a
Jesús invadido por el Espíritu al Salir del Agua, como desciende sobre Él, lo llena
penetra todas las fibras de su existencia. Lo unge para la misión, lo prepara para el
bautismo de su sangre. Oímos lo que el Espíritu le dice a Jesús al venir sobre Él, al
invadirlo, y todo lo que Jesús responde al Espíritu. Miramos lo que hace el Espíritu con
Jesús, como lo cubre, lo protege, lo llena. Miramos también como Jesús se deja cuidar
por el Espíritu, como se deja desbordar por Él, para poder derramarlo sobre todos los
hombres.

La vida en el Espíritu realiza la vocación del hombre.15 Revelándonos y


comunicándonos la vocación, el Espíritu se hace en nosotros principio y fuente de su
realización; Él, el Espíritu del Hijo, nos conforma con Cristo Jesús.16

El misterio de nuestra vocación anticipa la renovación del cosmos. Ser llamado es


formar parte del misterio de novedad que es como la firma de toda la acción del
Espíritu en el mundo y en la historia. Podemos caer en la vejez espiritual, apagando en
nosotros la acción del Espíritu. Contemplar el misterio de nuestra vocación es mirar
asombrados como Aquel que habló por los profetas, quiere hablar hoy por nosotros.
Responder a la vocación es entonces, colaborar en la consumación del universo, porque
siempre es poner a Cristo por cabeza de todo (Ef 1,10).

En el cielo de mi camino vocacional, hay espacios donde el cielo se abre, ¿cuáles son
esos resquicios, donde lo que está cerrado cede? Que se disipe el cielo es señal de que
hay algo permanente (Is 51,6) ¿qué es eso permanente que descubro en mi, cuando todo
se cae? ¿Es Dios? ¿Me dejo recrear por el Espíritu de Dios? ¿Busco la novedad del
Espíritu, o estoy anclado en la vejez espiritual, la acedia, etc.? ¿el camino que voy
haciendo, es camino de novedad de vida?

5. Misterio de filiación.
“Tú eres mi Hijo(mi Siervo17) muy querido,
en quien tengo puesta toda mi predilección (yo hoy te he engendrado18) (Lc 3,22b)

14
Cfr. PDV n. 19a.
15
CCE. n. 1699.
16
Cfr. PDV 19c.
17
Is 42,1-2. La respuesta del Padre desde el cielo está tomada de este pasaje con el que se abre el primer
poema del Siervo de Yahve.
18
Sal 2,7. La Biblia de Jerusalén no acepta la variante que unifica las palabras de Dios reconociendo a
Jesús como el Hijo común a Mt, Mc, y Lc. Acepta en cambio esta variante como genuina de Lc, tomada
del salmo segundo. El Nuevo Testamento utiliza el salmo segundo para anunciar la Resurrección (Hch

8
Al salir del agua, se abren los cielos, el Espíritu Santo como una paloma desciende
sobre Jesús y se oye la voz del Padre. Dios reconoce que éste que ha bajado al río y ha
salido de él es nada menos que su Hijo, su Servidor, el predilecto en quien se complace,
y a quien ha engendrado.

a. El Hijo de Dios en la Escritura.

En el Antiguo Testamento, Hijo de Dios es un título dado a los ángeles (Dt 32,8), a
Israel (Ex 4,32; Os 11,1). Los egipcios al ver morir a sus primogénitos confiesan que el
pueblo es hijo de Dios (Sb 18,13). Los reyes y los jueces son también hijos de Dios (2S
7,14; Sal 82,2). Es una filiación adoptiva que reviste una intimidad particular. El Rey-
Mesías prometido también es llamado hijo de Dios (Sal 2,7; 1Cro 17,13).

Pedro confiesa a Jesús como el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16), Pablo también (Ga 1,15-
16; Hch 9,20). Es el centro de la fe apostólica, desde el principio.19

b. Jesús, Hijo de Dios. Hijos en el Hijo.

Pedro puede confesar el carácter trascendente de la filiación de Jesús, por el testimonio


de Jesús mismo. Él se designa como el Hijo que conoce al Padre (Mt 11,27; 21,37-38),
distinto de los siervos (los profetas) enviados antes por el dueño de la viña (Mt 21,34-
36). Jesús distinguió su filiación de la de sus discípulos (Mt 6,9; Jn 20,17).

Las palabras del Padre en el Bautismo vuelven a resonar en la Transfiguración (Mt


17,1-8; Mc 9,2-8: Lc 9,28-36). Con este título Jesús afirma su preexistencia eterna (Jn
10,36). Es la confesión cristiana que aparece ya en labios del centurión que ve morir a
Jesús (Mc 15,39). Luego de la Resurrección, su humanidad glorificada es manifestación
de su filiación divina (Rm 1,4).20

Para crecer en la experiencia de nuestra propia filiación y vocación, necesitamos


contemplar a Jesús el predilecto del Padre, su Siervo. Para eso vemos a Jesús oyendo la
voz que viene de lo alto, como todo su ser se conmueve escuchando la voz del Padre. Es
la voz que lo ha engendrado eternamente, al reconocerlo como su Hijo. Es la misma voz
que hoy lo reconoce frente a la multitud. Jesús se estremece de gozo invadido por el
Espíritu como cuando afirmó que Él solo conocía al Padre (Lc 10,21-22). Oímos lo que
dice el Padre, como lo llama su Hijo, y como Jesús conversa con Él y agradece a Dios
este gesto, como lo alaba y bendice estremecido por el Espíritu. Miramos lo que hace
Jesús, como da libre curso a la alegría que llena su corazón humano. Toda la humanidad
de Jesús manifiesta el regocijo de ser nada menos que el predilecto de Dios.

Toda vocación, todo llamado es misterio de filiación. Todo llamado se constituye en


cuanto Dios ama con amor paternal a éste ser concreto. Somos llamados a una misión
porque somos hijos de Dios. Somos hijos de Dios porque somos llamados por Él a la
existencia en una misión dentro de la historia.

13,33), y para descubrir que la dignidad sacerdotal de Cristo viene de aquel que es su Padre (Hb 5,5)
19
Cfr. CCE n. 441-442.
20
Cfr. ibid. n. 443-445.

9
El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma, dándole
la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo.21 No hay discernimiento posible sin esta
experiencia de la filiación. Discernir es crecer en la conciencia de ser hijo del Padre del
cielo. Esta experiencia de saberme su hijo, va echando luz sobre el misterio de mi
vocación, como ayudó a Jesús a crecer en la conciencia que tenía de si mismo y de su
misión.

Saberme predilecto de Dios es reconocerme de su propiedad. Ser hijo es ser entonces,


preferido del Padre, pertenencia suya. En este sabernos hijos del Padre se encuentra la
raíz del radicalismo evangélico que encierra todo llamado en la Iglesia. No hay
radicalismo para aquellos que son extraños. Solo se le pide todo a aquellos que son
preferidos a todo por Dios, a aquellos que son sus predilectos. Mi camino vocacional,
¿está fundado en la experiencia del amor de Dios? ¿Qué imagen tengo de Él? ¿Siento
que las respuestas a su llamado me van haciendo su hijo más querido, su consagrado?

21
Ibid. n.1709.

10

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