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CUENTOS DE RAINER MARIA RILKE

ANNUCHKA

Aquel verano, la señora Blaha, esposa de un No se hubiera podido decirlo. Quizás hasta los
pequeño funcionario del ferrocarril de Turnan, golpes que recibió allá lejos. Con frecuencia no
Wenceslas Blaha, fue a pasar algunas semanas en su sabía qué cosa indefinida que había existido un día,
pueblo natal. Era un burgo asaz pobre y banal, a menos que sólo la hubiera soñado. A fuerza de
situado en la llanura pantanosa de Bohemia, en la reflexionar cada vez que los niños la invitaban a
región de Nimburg. Cuando la señora Blaha, que a ello, lo recordaba poco a poco. Al principio era rojo,
pesar de todo sentíase aún en cierta medida citadina, rojo, después había una muchedumbre. Y luego una
volvió a ver todas esas casitas miserables, creyóse campana, un fuerte sonar de campana, y enseguida:
capaz de una acción caritativa. Entró en casa de una un Rey, un campesino y una torre. Y ellos hablan:
campesina que conocía y sabía que tenía una hija, "Querido Rey", dice el campesino. "Sí", dice
para proponerle llevarse a la muchacha a su morada entonces el Rey con una voz muy altiva. "Lo sé". Y
en la ciudad, y tomarla a su servicio. Le pagaría un en efecto, ¿cómo un Rey no sabría todo lo que un
modesto salario y, además, la muchacha gozaría de campesino puede tener que decirle?
la ventaja de estar en la ciudad y de aprender allí Algún tiempo después, la mujer llevó a la muchacha
muchas cosas. (La señora Blaha misma no se daba a hacer compras. Como se aproximaba Navidad y
cuenta muy bien de lo que la joven debía aprender era el anochecer, las vidrieras estaban muy bien
allá). La campesina discutió la proposición con su iluminadas y guarnecidas de abundantes cosas. En
marido, quien no cesaba de fruncir las cejas y que, un almacén de juguetes Ana vio de pronto su
para comenzar, se limitó a escupir delante de él a recuerdo: El Rey, el campesino, la torre. . . ¡Oh! y
guisa de respuesta. Preguntó por fin: su corazón latió más fuerte que el ruido de sus
-Di, pues, ¿es que la dama sabe que Ana es un pasos. Pero apartó ligero los ojos y, sin detenerse,
poco...? continuó siguiendo a la señora Blaha. Tenía el
Diciendo esto, agitó su mano morena y rugosa ante sentimiento de que no debía ya traicionar nada. Y el
su frente con una hoja de castaño. teatro de muñecas quedó atrás de ellas, como si no
-Imbécil -respondió la campesina-. No iremos sin lo hubieran advertido. En efecto, la señora Blaha,
embargo a...... Así es como Ana fue a la casa de los que no tenía hijos, ni aún lo había visto.
Blaha. Estaba allí frecuentemente sola durante todo Un poco más tarde, Ana tuvo su día de salida. No
el día. Su amo, Wenseslas Blaha, está en su oficina, regresó al anochecer. Un hombre que ya había
su ama hacía jornadas de costura afuera, y no había encontrado abajo, en el café, la acompañó, y ella no
niños. Ana estaba sentada en la pequeña cocina se acordaba más exactamente adonde la había
oscura, cuya ventana se abría sobre el patio y llevado. Le parecía que había estado ausente durante
aguardaba la llegada del organillo. Sucedía cada un año entero. Cuando, fatigada, volvió a
tarde antes del crepúsculo. Se inclinaba entonces lo encontrarse en su cocina en la mañana del lunes,
más afuera posible por la pequeña ventana y, en esta le pareció aún más fría y más gris que de
tanto el viento agitaba sus cabellos claros, ella costumbre. Aquel día rompió una sopera, lo que le
danzaba interiormente hasta el vértigo y hasta que valió violentas reprimendas. Su ama ni siquiera
los muros altos y sucios parecían balancearse uno advirtió que no había regresado por la noche. Con el
frente al otro. Cuando comenzaba a empavorecerse, tiempo, hacia el nuevo año, durmió afuera todavía
recorría toda la casa, descendía la escalera sombría durante tres noches. Luego cesó de pronto de
y desaseada hasta los despachos ahumados donde pasearse a través de la casa, cerró temerosamente la
algún hombre cantaba en los comienzos de una vivienda y dejó de aparecer en la ventana aun
borrachera. Por el camino, encontraba siempre a los cuando tocase el organillo.
niños que vagabundeaban durante horas enteras en Así se deslizó el invierno y comenzó una pálida y
el patio, sin que sus padres advirtieran la ausencia tímida primavera. Es una estación muy particular en
de cada uno de ellos y, cosa extraña, los niños le los patios interiores. Las moradas están negras y
pedían siempre que les contara historias. A veces húmedas, pero el aire es luminoso como lino
hasta la seguían a la cocina. Ana se sentaba frecuentemente lavado. Las ventanas mal limpiadas
entonces junto al horno, ocultaba su cara vacía y arrojan reflejos temblorosas y ligeros copos de
pálida entre sus manos y decía: "Reflexionar". Y los polvo danzan en el viento, descendiendo a lo largo
niños aguardaban con paciencia un rato. Pero como de los pisos. Se escuchan los ruidos de la casa
Annuchka continuaba reflexionando hasta que el entera, las cacerolas resuenan de un modo distinto,
silencio en la cocina oscura les causaba miedo, los su sonido es más claro, más penetrante, y los
niños escapaban y no veían que la muchacha se cuchillos y cucharas hacen un ruido diferente.
ponía a llorar, con una quejumbrosa dulzura, y que Por aquel tiempo, Annuchka tuvo un niño. Fue para
la melancolía la tornaba menuda y lastimosa. ¿Qué ella una gran sorpresa. Después de sentirse durante
recordaba? largas semanas densa y pesada, aquello escapó de
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ella una buena mañana y fue en el mundo, venido súbitamente una delante de la otra. O bien todas
Dios sabe de donde. Era domingo y aún dormían en hacían una reverencia al anciano que no podía
la casa. Contempló un instante la criatura sin que su doblarse, porque era enteramente de madera. Por
rostro se alterase en lo más mínimo. Apenas si se esto es que la emoción en esas ocasiones la hacía
movía, pero de pronto una voz aguda brotó de su caer de espaldas. E1 rumor de los juegos a los
pequeño pecho. En ese mismo momento llamó la cuales jugaba Annuchka corrió entre los niños. Y
señora Blaha y los resortes del lecho crujieron en el bien pronto las criaturas del vecindario, prudentes al
dormitorio. Annuchka cogió entonces su delantal principio, después más y más confiados, aparecieron
azul que estaba todavía tirado sobre la cama, ató su en la cocina de los Blaha, parados en los rincones
cintas alrededor del pequeño cuello y depositó el cuando la noche comenzaba a caer y sin perder de
paquete en el fondo de su maleta. Enseguida pasó a vista los bellos muñecos que repetían siempre las
las habitaciones, abrió las cortinas y se puso a mismas cosas.
preparar el café. Un día Annuchka dijo, con las mejillas enrojecidas:
Uno de los días que siguieron, Annuchka hizo la -Tengo todavía una muñeca mucho más grande.
cuenta de los salarios que había recibido hasta Los niños temblaban de impaciencia. Pero
entonces. Eran quince florines. Cerró de inmediato Annuchka parecía haber olvidado lo que acababa de
su puerta - - abrió la maleta y puso el delantal azul, decir. Dispuso todos sus personajes en el jardín,
que estaba pesado e inmóvil, sobre la mesa de la apoyando contra los bastidores las muñecas que no
cocina. Lo desanudó lentamente, contempló la podían sostenerse por sí mismas de pie. En esa
criatura, la midió desde los pies hasta la cabeza con ocasión apareció una suerte de arlequín de gran cara
ayuda de un centímetro. Enseguida volvió a poner redonda que los niños no recordaban haber visto
todo en orden y se fue a la ciudad. Pero-i qué nunca. Pero su curiosidad se sintió picada más aún
lástima¡-el Rey, el paisano y la torre eran mucho por todo ese esplendor y suplicaron que les mostrara
más pequeños. Se los trajo sin embargo y, con ellos, la "¡muy grande! ¡Tan sólo una vez la "muy
otros muñecos más. A saber: una princesa con rojos grande"! ¡Tan sólo por un momento la "¡muy
y redondos lunares en sus mejillas, un viejo que grande"!
llevaba una cruz sobre el pecho y que se asemejaba Annuchka volvió junto a su maleta. La noche caía.
a San Nicolás a causa de su gran barba, y dos o tres Los niños y las muñecas estaban de pie, frente a
más, menos bellos y menos importantes. Además, rente, silenciosos y casi parecidos. Pero desde los
un teatro cuyo telón subía y bajaba a voluntad, ojos muy abiertos del arlequín, que parecía aguardar
descubriendo o disimulando el jardín que constituía algún espectáculo espantoso, se expandió de pronto
el decorado. un miedo tal sobre los niños que, exhalando gritos,
Annuchka tenía por fin en qué ocuparse durante sus huyeron sin excepción.
horas de soledad. ¿Qué se había hecho de su Llevando un gran objeto azulado en sus manos,
nostalgia? Levantó ese maravilloso teatro (había reapareció Annuchka. De súbito sus manos se
costado doce florines) y se puso detrás, como pusieron a temblar. La cocina, abandonada por los
corresponde. Pero a veces, cuando el telón estaba niños, estaba extrañamente vacía y silenciosa.
alzado, corría delante del teatro y miraba los Annuchka no tenía miedo. Se rió suavemente y
jardines, y entonces la cocina gris desaparecía detrás derribó el teatro de un puntapié, después pisoteó y
de los grandes árboles magníficos. Luego retrocedía rompió las delgadas tablitas que habían figurado el
algunos pasos, tomaba dos o tres muñecas y las jardín. Y enseguida, cuando la cocina estuvo
hacía hablar según ella lo entendía. Nunca era una sumergida en la noche, dio una vuelta por ella y
pieza verdadera; las muñecas se hablaban y se partió el cráneo a todas las muñecas, incluso la
respondían; también ocurría a veces que dos grande azul.
muñecas, como espantadas, se inclinasen

EL FANTASMA

El conde Pablo pasaba por irritable. Cuando la constantemente a su encuentro. El hecho es que dos
muerte le arrebató prematuramente su joven esposa, años más tarde ya no le quedaba ni un cobre.
lo arrojó todo tras ella: sus propiedades, su dinero y Sin embargo, cuando un día nos encontramos, por
hasta sus queridas. Servía entonces en los dragones azar, en la vecindad de uno de los dominios de
de Windischgrätz. familia de Felderode, el conde nos invitó a
El barón Stowitz le dijo un día: acompañarlo.
-Posees la boca de la difunta condesa. -Es necesario que os muestre el lugar de mi dicha
Esas palabras conmovieron al viudo. Desde -declaró y, volviéndose hacia las damas-: El sitio
entonces, tenía siempre un vaso de vino al alcance donde se ha deslizado mi infancia.
de la mano. Parecíale que era el sólo medio que Un lindo atardecer de agosto llegamos en gran
tenía de ver esa boca amada llegando número a Gran-Rohozec. El buen humor del conde
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nos había demorado. Estaba chispeante de espíritu. Indignado, el espejo mostraba al nuevo castellano su
Nos sentíamos encantados los unos con los otros y propio rostro. Era una figura asaz mezquina. Sin
no adelantábamos. Al fin decidimos, pues la hora de embargo el interesado la juzgaba muy nueva e
las visitas había pasado, ir al castillo recién al día intacta.
siguiente y asistir a la puesta del sol desde lo alto de Entre tanto, también la madre había callado. Estaba
la ruina. como encogida en un rincón de la pieza, y sólo al
"¡Mi ruina!" exclamó el conde, y parecía envolver cabo de algunos instantes el cónsul se explicó el
su esbelta silueta en esas viejas murallas como en entrechocarse que emanaba de ella.
una capa de oficial. Tuvimos la sorpresa de -Mais laissez donc, les domestiques. . . exclamó él,
descubrir allí arriba un pequeño albergue, y nuestro en francés, de pie ante el espejo, cuando hubo
humor se puso más alegre aún. comprendido.
-Estoy apegado a esas viejas piedras con todas mis Luego se olvidó y tradujo él mismo:
fibras-proclamó el conde Pablo, yendo y viniendo -¿Qué van a pensar las gentes? ¡Deja pues eso,
detrás de las almenas del torreón. mamá! Vete a acostar, llamaré a Federico.
-¿Te han anunciado para mañana nuestra visita a Esta última amenaza tuvo un efecto decisivo. Era
allá abajo? una suerte haber conservado al antiguo mayordomo
Y una voz de mujer inquirió: del conde. Si no, cómo se hubiera logrado organizar
-¿A quién pertenece ahora Gran-Rohozec? esa comida. Nunca se sabía qué vestidos se debía
El conde hubiera hecho, de buen grado, oídos poner, y habían tantos otros problemas del mismo
sordos: género. En todo caso algo era cierto, en ese
-¡Oh, un excelente joven!... Financista, momento: no debe contarse por sí misma la platería,
naturalmente... Cónsul, o no sé qué. ¿verdad?
-¿Casado?-preguntó otra voz de mujer. "De modo que deja eso, mamá, te lo ruego".
-No, provisoriamente acompañado por su madre La opulenta matrona en raso negro se retiró. En el
-respondió el conde riendo. fondo, despreciaba un poco a su León. ¿Por qué no
Después encontró excelente vino, encantadora la había adquirido un título más reluciente y cuyo
compañía, regia la tertulia, y grandiosa su idea de brillo se reflejara también sobre ella?
venir aquí. Entre tiempo, cantó romanzas italianas, "¡Cónsul! ¿Y yo?"-se decía-. Era vergonzoso. Sin
no sin pathos, y danzas campesinas ejercitándose en embargo se retiró.
hacer los saltos necesarios. León descuidó vigilar sus manos y las encontró de
Cuando al fin cesó de cantar, juzgué bueno dar la pronto ocupadas en manipular cucharas de plata.
señal de partida. Pretextamos fatiga, lo "25, 28, 29", contaba, como si hubiera recitado
comprometimos a quedarse una corta hora más en versos. Oyó de súbito un grito penetrante. "¿Qué es
"su ruina" y en cuanto a nosotros bajamos al lo que pasa?" -exclamó-, con grosería, como si
albergue del pueblo. estuviera detrás de un mostrador de mercader.
Nuestro camino pasaba delante del castillo que, "30, 32", contaba maquinalmente.
aquella noche, desafiaba la oscuridad por todas sus No habiendo recibido ninguna respuesta,
ventanas. El cónsul ofrecía justamente una comprendió que sólo podría contar hasta la tercera
recepción. docena y, rechazando la 35, atravesó corriendo el
Era casi media noche cuando los últimos carruajes salón amarillo, el salón de juegos y el salón verde.
abandonaron el parque. La madre del cónsul Ante la puerta acristalada que se abría sobre el
apagaba las candelas en el vestíbulo entreabierto. dormitorio de su madre, estaba desplomado una
Cada nuevo paño de oscuridad parecía formar forma negra. Era ella, la mujer sin título. Gemía.
cuerpo con ella. Ella se tornaba de más en más Intentó primero reanimarla; pero de pronto renunció
informe a medida que desabotonaba su vestido de a esa tentativa y, espantado, miró a través de los
raso de talle demasiado estrecho. Parecía ser la cristales de la puerta. Como luchando contra la
oscuridad misma, que no tardaría en colmar el penumbra, una alta y blanca forma se adelantaba
castillo por entero. tanteando a lo largo de la pared, se inclinaba, se
También el hijo iba y venía, puntiagudo y anguloso hundía en las tinieblas, luego reaparecía, imprecisa
como un torpedo; se hubiera dicho que buscaba como un enorme fuego fatuo.
retener a su madre al borde de las tinieblas. En León comprendió, no por un razonamiento, sino por
realidad se movía a causa de la frescura. La madre y el miedo que experimentó, que aquello era
el hijo se cruzaban muy a menudo delante del aparentemente algún difunto y lejano abuelo de los
fastuoso espejo que tenía prisa por arrojar aquella Felderode; después pensó que ese hecho sin
madeja de pliegues y de miembros. Estaba halagado precedentes era particularmente peligroso porque no
por las imágenes que había reflejado esa noche: dos se había borrado el escudo de armas condal del
condes, un barón, numerosas damas y señores muy techo ni de las sillas. Ese fantasma no podía, pues,
presentables. ¿Y ahora querían que se aviniera a ese sospechar que el castillo había sido vendido. De ello
cónsul negro y enclenque? se seguirían complicaciones interminables. A pesar
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de la rareza del acontecimiento, el cónsul olvidó En cambio, León demostró oportunidad y coraje. Se
durante algunos instantes su propia situación y expresó más claramente:
examinó todas las posibilidades. Una aparición -Un extraño, Federico, un ladrón sin duda, se
diabólica, tal fue su conclusión. Lo que dura un esconde en la habitación de la señora. ¡Ve ahí,
segundo pensó en precipitarse en la capilla del Federico! Vuelve a poner orden ahí adentro llama
castillo, pero advirtió que era demasiado novicio y gentes. Yo no puedo ..."
muy inexperto en las cosas del cristianismo para El viejo mayordomo se dirigió prestamente hacia la
mostrarse a la altura de una situación tan difícil. habitación hundida en la sombra. Marchó, por así
En el mismo instante en que recibió a su pobre decirlo, en pos de las últimas palabras del cónsul.
madre entre sus brazos, la decoración cambió en el Los otros le siguieron con los ojos, ansiosos e
interior de la pieza. Se oyó pronunciar una suerte de impacientes.
violenta fórmula mágica y de inmediato la bujía Federico asió el cobertor del lecho e iluminó con un
ardió sobre la mesa de noche. El fantasma se tendió gesto brusco el rostro del hombre tendido. Sus
en el lecho y pareció materializarse movimientos eran tan enérgicos que León se sintió
estrepitosamente, porque sus gestos se tornaban más capaz
y más humanos y más comprensibles. León se sintió de heroísmo y gritó con una voz estridente:
de repente tentado de estallar en una gran risa y se "Echa eso afuera... ese miserable... ese holgazán..."
descubrió agudeza. Trataba de excusarse a los ojos de su madre con su
"¡He aquí otra de esas virtudes aristocráticas! cólera.
Cuando nosotros nos morimos, estamos bien Pero Federico estuvo de pronto ante él, rígido y
muertos. Pero esas gentes hacen como si nada severo como un tribunal. Tenía puesto un dedo
hubiera pasado, todavía cinco siglos más tarde". atento sobre sus labios discretos. Con ese gesto
Llegó hasta demostrar maldad: expulsó suavemente a su amo del dormitorio, volvió
"Naturalmente, antaño esos señores sólo eran vivos a cerrar con cuidado la puerta acristalada, hizo caer
a medias; ahora son sólo muertos a medias..." la mampara, y apagó despaciosamente las cuatro
Juzgó esta observación tan notable que quiso con bujías del candelabro, una tras otra. La madre y el
fines útiles comunicarla a su madre. Esta recobró el hijo acompañaban todos sus gestos con mudas
sentido al tiempo preciso para ver al fantasma sacar interrogaciones.
las sábanas de noche de debajo de la almohada y Entonces el viejo servidor se inclinó
arrojarlas a lo lejos, como al mar. Estuvo a punto de respetuosamente ante su amo y anunció, como se
desvanecerse otra vez, pero su sentido moral ganó anuncia una visita:
terreno y exclamó: "¡Qué individuo grosero! --Su Excelencia el conde Pablo Felderode,
¡Friedrich, Johanna, August!" Luego asió a su hijo comandante de caballería retirado.
por el brazo, haciéndole atragantar su buen humor, y El cónsul quiso hablar, pero le faltó la voz. Se pasó
lo apremió: varias veces el pañuelo por la frente. No se atrevía a
-¡Ve ahí, León, agarra la pistola y ve ahí! mirar a su madre. Pero sintió de pronto que la
León sintió doblárseles las rodillas. anciana le tomaba la mano y la retenía dulcemente
-Enseguida-gimió con una voz seca-, empujando en la suya. Esa pequeña ternura lo conmovió. Ella
con las dos manos la puerta que cedió. Pero una unía a esos dos seres y los elevaba por encima de la
mano se alzó del lecho, como en un gesto de vida cotidiana, haciéndolos participar un instante
advertencia, se elevó, se cernió y volvió a caer sobre del destino de todos aquellos que están sin hogar.
la candela que murió humildemente. Federico se inclinó otra vez, más profundamente
En el mismo instante, el viejo Federico apareció en que antes, y dijo:
el umbral del salón verde. Llevaba ante sí un pesado -¿Puedo hacer aprestar las habitaciones de los
candelabro de plata y permaneció en una posición amigos?
de espera absolutamente inmóvil tanto tiempo como Enseguida apagó la luz en el salón verde y siguió a
la madre del cónsul continuó rugiendo: sus amos caminando sobre la punta de los pies.
"¡Qué individuo grosero! ¡Qué individuo grosero!"

KISMET

Ancho y pesado, Král el fuerte estaba sentado al suavemente sobre su puerta. Un humo liviano y
borde del camino de tierra surcado de carriles. Tjana azulado se elevó de la angosta chimenea de palastro
se acurrucaba junto a él. Tenía apretado su rostro de y temblando se disipó en el aire. Más lejos, sobre las
niña entre sus manos morenas y aguardaba, con los colinas que parecían formar largas ondas rasas,
ojos muy abiertos, espiando en silencio. Ambos el caballo de tiro fatigado parecía chapotear y
contemplaban el crepúsculo de otoño. Delante de ramoneaba a cortas dentelladas rápidas el escaso
ellos, en el prado pálido y pobre, estaba parado el retoño que quedaba. A veces se detenía, alzaba la
carromato verde; lanas multicolores flotaban cabeza y con sus buenos ojos pacientes miraba el
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mismo crepúsculo en que se encendían y saludaban voluntad, como deben experimentarlo las flores de
las ventanitas del pueblo. tallos delgados cuando el crepúsculo las roza.
-Si -dijo Král, con un aire de salvaje resolución-. Es Temblorosas las rodillas, Král estaba de pie ante
por tu causa que él está allí. ella. Veía el bronce pálido de los hombros desnudos
Tjana guardó silencio. de la bailarina. Y sentía confusamente: Tjana danza
-Si no, ¿qué vendría a hacer aquí Prokopp?- agregó el amor.
Král, con enojo. Cada soplo que atravesaba los prados parecía
Tjana encogió los hombros, arrancó con un vivo confundirse con sus movimientos, como una ligera
gesto algunas largas briznas de una hierba plateada caricia, y todas las flores soñaban en su primer
y, jovial, las tomó entre sus dientes blancos y sueño mecerse e inclinarse de ese modo. Tjana se
brillantes. Siempre silenciosa, parecía contar las acercaba más y más a Král y se inclinó hacia él, tan
luces del pueblo. extrañamente que los brazos del hombre parecían
Se elevó el Ave María, allá lejos. paralizados por su muda contemplación. Estaba de
La débil campanita precipitaba su movimiento, pie como un esclavo y escuchaba latir su corazón.
como impaciente por terminar. El sonido se detuvo Tjana lo rozaba como un aliento, y el ardor de su
de golpe y se hubiera dicho que en el aire quedaba movimiento muy próximo lo alcanzaba como una
suspendida una queja. La joven bohemia echó sus onda. En seguida ella retrocedió muy atrás, sonrió
graciosos brazos hacia atrás y se apoyó contra la con una expresión de orgullo vencedor y sintió: "Sin
cuesta. Escuchaba el canto vacilante de los grillos y embargo, no es un rey".
la voz lasa de su hermana que cantaba una canción El gitano recobraba poco a poco sus sentidos y la
de cuna en el interior del carromato. perseguía como a una imagen de ensueño, a tientas
Ambos prestaron oídos durante algunos momentos. y secretamente. De pronto se detuvo. Algo se unía y
Después el niño se puso a llorar en el carromato, se mezclaba al movimiento mecedor de Tjana. Un
con largos sollozos desesperados Tjana volvió la canto ligero y flotante que parecía desde largo
cabeza hacia el gitano y le dijo, burlona: tiempo contenido en su danza y que, como saliendo
-¿Qué esperas para ir a ayudar a tu mujer, Král? El de un largo sueño, parecía florecer en cadencias más
niño llora. y más ricas y pletóricas. La bailarina vacilaba.
Král agarró la mano de la muchacha: Todos sus movimientos se hacían más lentos, más
-Es por ti que ha venido Prokopp-refunfuñó a modo suaves, como si estuviera al asecho.
de respuesta. Miró a Král y ambos sintieron ese canto como un
La muchacha meneó la cabeza con un aire sombrío. peso que los paralizaba. A su pesar, sus ojos se
-Lo sé. volvieron en la misma dirección y vieron a Prokopp
Entonces Král el fuerte asió su otra mano y la apretó que avanzaba. La delgada silueta de su cuerpo de
contra la tierra. Tjana estaba como crucificada. hombre mozo dibujábase sobre el crepúsculo gris de
Mordió sus labios hasta sangrarlos para no gritar. plata. Caminaba, como inconsciente, con paso
Amenazador, él se había inclinado sobre ella. Tjana somnoliento, y sacaba las notas de su dulce canción
nada veía ya del crepúsculo otoñal. de una simple flauta rústica. Lo vieron acercarse. De
Sólo lo veía a él, con sus hombros anchos y pronto Král se lanzó a su encuentro y arrancó la
poderosos. Era tan grande, sobre ella, que le flauta de los labios del joven. Prokopp, con
ocultaba el carromato, el pueblo y el cielo pálido. presencia de ánimo, asió con sus viriles manos los
Cerró un instante los ojos y sintió: "Král significa brazos del agresor, los apretó con fuerza y sostuvo
rey. Sí, en efecto es un rey". con ojo interrogador la mirada hostil y ardiente de
Pero al mismo tiempo sintió el dolor quemándole Král.
las muñecas como una humillación. Se sobresaltó, Los hombres permanecieron así, cara a cara.
desprendióse con una violenta sacudida y se irguió Alrededor de ellos era el silencio. El carromato
ante Král, furiosos y chispeantes los ojos. verde parecía mirar la comarca, a través de los
-¿Qué quieres?-preguntó él con una voz sorda. resplandores turbios de sus lumbreras, como con
Tjana sonrió. ojos tristes que esperaban.
-Danzar. Sin decir palabra, los dos gitanos se soltaron de
Levantó sus graciosos brazos de frágil muchacha y pronto. Král con una cólera terca, el joven frente a
lenta y ligeramente los hizo girar como si sus manos él, con una confesión suavemente interrogadora en
morenas fueran a trocarse en alas. Inclinó la cabeza sus ojos sombríos. Bajo la mirada de los hombres,
hacia atrás, muy atrás, dejando flotar sus cabellos Tjana se había desplomado. Parecíale que debía ir
negros y pesados, y ofreció su extraña sonrisa a la hacia Prokopp, abrazarlo y preguntarle: "¿De dónde
primera estrella que aparecía. Sus pies desnudos, de viene esa canción?" Pero ya no tenía fuerza para
tobillos finos, buscaban un ritmo, como a tientas; en ello. Estaba acurrucada al borde del
su joven cuerpo había un deseo de mecedura y de camino, inerte, como una criatura que tiene frío, y
caricias, de goce consciente y de abandono sin guardaba silencio. Sus labios callaban. Sus ojos
callaban.
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Los hombres aguardaron un momento, luego Král Tjana oyó los pasos perderse en los prados. Retuvo
echó al otro una mirada hostil y provocadora y tomó el aliento, escuchando en la noche.
la delantera. Prokopp parecía vacilar. Tjana vio los Un soplo recorrió la llanura, cálido y apacible como
ojos tristes del joven gitano despedirse de ella. Ella el aliento de un niño dormido. Todo estaba claro y
se estremeció. Después la silueta delgada y ágil se silencioso; y de ese vasto silencio se destacaban los
hizo más y más imprecisa y acabó por desaparecer sones ligeros de la joven noche: el zurrido de los
en la dirección en que Král se había marchado. viejos tilos, un arroyo en alguna parte, y la pesada
caída de una mañana madura en la hierba de otoño.

LA CRIADA DE LA SEÑORA BLAHA

Cada verano, la señora Blaha, casada con un cubría la pálida y vacía cara con las manos y decía:
pequeño funcionario del ferrocarril de Turnau, - Dejadme pensar.
Wenzel Blaha, viajaba por varias semanas a su lugar Los pequeños esperaban un rato con paciencia. Pero
de nacimiento. Esta aldea, pobre e insignificante, se si Annuschaka seguía pensativa y en la oscura
halla en la llana y pantanosa Bohemia, cerca de cocina se hacía un silencio demasiad o largo, se
Nimburg. Cuando la señora Blaha, que ahora ya se marchaban sin llegar a ver que la joven comenzaba
sentía persona de ciudad, vio de nuevo las míseras a llorar y gemir quedamente, presa de una terrible
casuchas, consideró que podía hacer una buena añoranza que la hacía sentirse perdida e
obra. Entró en la vivienda de una campesina insignificante. Ni ella misma sabía exactamente qué
conocida, de la que sabía tenía una hija, y le extrañaba. Quizás, incluso, los azotes. Pero en
propuso llevarse a la chica como criada. Le pagaría general era la añoranza de algo impreciso, ocurrido
un modesto salario y, además, la joven tendría la en algún momento o tal vez sólo soñado. Sin
ventaja de estar en la ciudad y aprender unas embargo, y de tanto como los niños la hacían
cuantas cosas. (En realidad, ni la propia señora pensar, poco a poco hizo memoria. Primero, de una
Blaha sabía qué podría aprender.) La campesina cosa roja, roja, y luego de una gran muchedumbre.
habló del asunto con su marido, que parpadeaba Por último recordó el sonido de una campana, que
continuamente y, de momento, se limitó a escupir al tocaba muy fuerte, y... un rey, un campesino y una
suelo. Pero al cabo de media hora volvió a la torre...
habitación y preguntó: «Mi querido rey», dijo el campesino.
- ¿Y ya sabe la señora que Anna es...? «Sí -contestó el rey con voz muy orgullosa-. Ya lo
Dijo esto a la vez que su arrugada y morena mano sé»
se agitaba por delante de su frente como una ¡Claro! ¿Cómo no iba a saber el rey todo lo que
marchita hoja de castaño. fuese a decirle un campesino?
- ¡Tonto! -le cortó la mujer-. No seremos nosotros Poco tiempo después, la señora llevó consigo de
quienes... compras a la chica. Dado que se acercaba la
Así fue como Anna fue a parar a casa de los Blaha, Navidad y ya había anochecido, los escaparates
donde solía pasear sola todo el día. Wenzel Blaha estaban muy iluminados y llenos de cosas
estaba en la oficina, la mujer iba a coser a domicilio, maravillosas. Fue en una tienda de juguetes donde,
y no había niños que cuidar. de repente, Anna descubrió lo que había recordado.
Anna se sentaba en la pequeña y oscura cocina, El rey, el campesino, la torre... A la joven le pareció
cuya ventana daba a un patio, y esperaba a que que se oían más los latidos de su corazón que sus
pasara el organillero, cosa que siempre sucedía poco pasos. Apartó rápidamente la vista y, sin detenerse
antes de anochecer. Entonces, la chica se apoyaba ni un instante, continuó el camino junto a la señora
en el alféizar, muy asomada, de modo que el aire Blaha. Tenía la sensación de que no debía revelar
agitaba sus pálidos cabellos, y se ponía a bailar nada. Y así, el pequeño teatro de títeres quedó atrás,
interiormente hasta sentir mareo y tener la sin que nadie le hiciera caso. La señora Blaha, que
impresión de que las altas y sucias paredes se no era madre, ni siquiera se había fijado en él.
inclinaban una contra otra. Al final, Anna se No tardó en llegar el domingo libre de Anna, que no
asustaba y descendía todas las lóbregas y regresó aquella noche. Un hombre al que ya viera
mugrientas escaleras de la casa hasta la humosa alguna vez en la taberna la llevó consigo, y ella no
taberna del callejón, donde, de cuando en cuando, se acordaba luego de adónde habían ido. Le parecía
alguien cantaba en la primera frase de la haber estado un año entero fuera de casa. Cuando el
embriaguez. Por el camino se veía rodeada de lunes a primera hora entró en la cocina, todo
chiquillos que, sin que nadie los echara de menos, resultaba aún más frío y gris que de costumbre.
vagaban días enteros por los patios. Cosa curiosa, Aquel día, Anna rompió una sopera y recibió una
aquellos niños siempre le pedían que les contase áspera bronca. La señora no llegó a darse cuenta de
historias. A veces la seguían hasta la cocina. Pero que la muchacha había pasado la noche fuera, cosa
entonces, Anna se acomodaba junto al fogón, se que Anna repitió otras tres veces, hasta Año Nuevo.
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Entonces dejó de moverse por la casa, cerraba como es debido. Pero a veces, cuando el telón
miedosa la puerta y, aunque el organillero tocase en estaba enrollado, corría hacia delante para
la calle, no siempre se asomaba. contemplar el jardín, y toda la cocina desaparecía
Transcurrió el invierno y dio comienzo una detrás de los altos y espléndidos árboles. Volvía
paliducha y vacilante primavera. Es ésta una luego a su sitio, sacaba dos o tres figuras y les hacía
estación especial en los patios interiores. Las casas decir lo que se le antojaba. Nunca resultaba una
están negras y húmedas y el aire se ve descolorido, función entera, pero sí había conversación y
como la ropa lavada con mucha frecuencia. El brillo réplicas, y también podía suceder que, de pronto,
parece contraer las ventanas mal limpiadas, y dos polichinelas se inclinaran como asustados uno
diversos desperdicios de poco peso danzan en el delante de otro. O que saludasen con una reverencia
viento al pasar por delante de los pisos. Los ruidos al anciano, que no podía hacerlo por ser totalmente
de toda la casa son más perceptibles. La vajilla de madera. Por eso, cada vez se desplomaba de
produce un sonido más claro y agudo, y hasta los agradecimiento.
cuchillos y las cucharas hacían un ruido distinto. Entre los chiquillos del barrio corrió la voz de los
En esa época tuvo Annuschka una niña, que le llegó juegos de Annuschka y, a partir de entonces,
del todo inesperada. Llevaba varias semanas primero con recelo y luego cada día con menos
sintiéndose gorda y pesada cuando, una mañana, la malicia, los niños se reunían en la cocina de los
criatura quiso salir y, de pronto, estuvo en el mundo. Blaha al anochecer y no perdían de vista a los
Sabría Dios de dónde venía. Era domingo, y el polichinelas, que siempre decían lo mismo.
matrimonio Blaha aún dormía. Anna contempló a su Una tarde, Annuschka anunció con las mejillas muy
hija durante un rato, sin que su rostro reflejara encendidas:
ninguna emoción. La niña apenas se movía, hasta - ¡Pues aún tengo un muñeco mucho mayor!
que, súbitamente, del pequeño pecho brotó una Los niños temblaron de impaciencia. Pero
vocecilla muy penetrante. Al mismo tiempo llamó la Annuschka pareció olvidarse de aquello. Colocó
señora Blaha, y en la alcoba crujió un lecho. A toda todos sus polichinelas en el jardín de su teatro,
prisa, Anna agarró su delantal azul, colgado cerca apoyando en los bastidores laterales los que no
de la cama, y con las tiras oprimió el dimintuo querían sostenerse en pie. Apareció también una
cuello, escondiendo luego todo el envoltorio azul en especie de arlequín de cara grande y redonda, que
el fondo de su baúl. Se encaminó seguidamente a las los pequeños espectadores no recordaban haber
habitaciones, descorrió las cortinas y se puso a visto antes. Cada vez más entusiasmados, los
preparar el café. Uno de aquellos días, Annuschka chiquillos pidieron que saliera aquel muñeco
recibió el salario que hasta ahora le correspondía. excepcional.Aunque sólo fuese una vez y por un
Eran quince gulden. La muchacha cerró la puerta, momento.
abrió su baúl y colocó el pesado e inmóvil delantal - ¡Sí! ¡El muñeco grande...!
azul sobre la mesa de la cocina. Abrió despacio el Annuschka se dirigió a su baúl. Niños y polichinelas
atadijo, miró la criatura y la midió de la cabeza a los estaban unos frente a otros, muy callados y, hasta
pies con una cinta métrica. Después lo dejó todo cierto punto, parecidos. Pero los ojos
como antes y salió de la casa. Pero...¡qué lástima! El desmesuradamente abiertos del arlequín, que
rey, el campesino y la torre eran mucho más parecían esperar algo espantoso, inspiraron de
pequeños. No obstante los compró, y también otros repente tal temor a los chiquillos, que sin más
muñecos. Por ejemplo, una princesa de redondos huyeron todos entre gritos.
puntos rojos en las mejillas, un viejo, otro viejo que La joven regresó con el voluminoso paquete azul en
llevaba una cruz sobre el pecho y que, ya sólo por las manos. Súbitamente le temblaron las manos. ¡La
su gran barba, parecía Santa Claus, y luego dos o cocina estaba tan silenciosa y vacía, sin los niños!
tres más, no tan bonitos e importantes. Pero Annuschka no tenía miedo. Rió quedamente,
Además, Anna, había adquirido un teatro cuyo telón volcó el teatro con los pies y pisoteó las diversas
subía y bajaba, con lo que el jardín que hacía de maderitas que habían formado el jardín. Y luego,
fondo aparecía y volvía a desaparecer. cuando la cocina ya se hallaba totalmente a oscuras,
Ahora, Annuschka tenía un remedio para la soledad. partió la cabeza a todos los muñecos. También a
Olvidada quedó la nostalgia. Montó el precioso aquel grande, azul.
teatro (había costado doce gulden) y se situó detrás,

LA FUGA

La iglesia estaba desierta. tintas palidecidas del tapiz puesto sobre las gradas.
Por encima del altar mayor, un rayo del sol poniente El coro alto, con sus columnas barrocas de madera
irrumpía en la nave central a través del vitral de esculpida, cortaba a continuación la iglesia; la
color, ancho y simple como los antiguos maestros lo obscuridad se cerraba y las pequeñas lámparas
representan en la Anunciación, y reanimaba las
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eternas parpadeaban, más y más atrayentes, delante -Dí.
de los santos obscurecidos. Suavemente, ella dijo que sí con la cabeza.
Al amparo del último y macizo pilar de piedra, Él se encolerizó:
reinaba una dulce penumbra. Allí estaban sentados -Está bueno. Es justamente lo que pensaba. Al fin
ellos, y sobre ellos había un viejo cuadro eso debía suceder. ¡Todas esas charlatanas! ¡Ah si
representando el camino de la cruz. La pálida pudiera!...
muchachita, vestida con una saya amarilla se Hundió la cabeza entre sus manos.
apelotonaba en el rincón más sombrío del negro y Ana se apoyó en su hombro. Dijo con sencillez:
macizo banco de encina. La rosa que adornaba su -No estés triste.
sombrero rozaba la barbilla del ángel de madera, Se quedaron así.
esculpido en el respaldo, y se hubiera dicho que lo De pronto el jovencito se irguió y dijo:
hacía sonreír. Fritz, el colegial, tenía las dos manos -¡Ven, marchémonos juntos!
finas de la muchachita, calzadas con guantes rotos, Una sonrisa reprimida apareció en los bellos ojos de
como se tiene una avecilla, con una dulce firmeza. Ana que estaban llenos de lágrimas. Meneó la
Era dichoso y soñaba: van a cerrar la iglesia, no cabeza, pareciendo poseída de una profunda
advertirán nuestra presencia y nos quedaremos aflicción. Y el colegial retomó las pequeñas manos
solos. Ciertamente vienen espíritus aquí, durante la calzadas de guantes gastados. Miraba hacia la nave
noche. central. El sol había desaparecido, los vitrales de
Se apretaban estrechamente el uno contra el otro, y color eran ya sólo manchas grises y amortecidas. La
Ana cuchicheó, inquieta: "¿No nos hemos iglesia estaba silenciosa.
demorado?". Luego hubo en la cima de la nave un piar. Ambos
Ambos tuvieron en el mismo instante el mismo alzaron los ojos. Descubrieron una tierna golondrina
pensamiento afligente: Ella se acordó de pronto de extraviada que, revoloteando, desesperada, buscaba
su sitio habitual, en la ventana, donde cosía cada escapar.
día; desde allí descubría sólo un negro y horrible ***
muro medianero y jamás recibía el menor rayo de Haciendo camino, el colegial se acordó de un deber
sol. Él, entre tanto, volvía a ver su mesa de trabajo, de latín que había descuidado. Decidió trabajar a
cubierta de cuadernos del curso, y en la cima de una pesar de su repugnancia y su fatiga. Pero sin
pila, abierto, el Symposion de Platón. Ambos quererlo hizo una vuelta asaz larga y estuvo a punto
miraban delante de ellos, y sus ojos siguieron la de extraviarse vagando a través de las calles de la
misma mosca que peregrinaba a lo largo de las ciudad que sin embargo conocía muy bien. Era de
ranuras y las runas del reclinatorio. noche cuando volvió a su pequeña habitación. Sobre
Se contemplaron en los ojos. los cuadernos de latín encontró una carta. La leyó a
Ana suspiró. la luz indecisa de una bujía:
Con un gesto tierno y protector, Fritz la abrazó y "Lo saben todo. Te escribo llorando. Papá me ha
dijo: "¡Ah! si pudiéramos irnos!" Ana lo interrogó pegado. Es terrible. Ahora nunca más me dejarán
con la mirada y vio la nostalgia brillar en sus ojos. salir sola. Tienes razón. Partamos. A América,
Bajó los párpados, enrojeció y lo oyó proseguir: adonde tú quieras. Iré mañana, a las seis, a la
-Por otra parte, en general los detesto, detesto a estación. Hay un tren que papá toma siempre para ir
todos. Me horroriza la manera cómo me miran a cazar. ¿A dónde va? No lo sé. Me detengo,
cuando vuelvo de nuestras citas . ¡Nada máis que alguien viene.
desconfianza y una alegría mezquina! Ya no soy un "De modo que espérame. Está decidido, Mañana, a
niño. Hoy o mañana, tan pronto como pueda las seis. Tuya hasta la muerte.
ganarme la vida, nos iremos juntos, muy lejos de Ana.
aquí. ¡Y a pesar de ellos! "Falsa alarma. No era nadie. ¿Adónde crees que
"¿Me amas?" podríamos ir? ¿Tienes dinero? Yo tengo ocho
La pálida criatura prestó oídos. thalers. Envío esta carta con nuestra criada a la
-Te adoro. vuestra. Ahora, ya no estoy más intranquila.
Y Fritz recogió la pregunta que iba a despuntar en "Creo que es tu tía María la que ha soltado la
sus labios. lengua.
-¿Me llevarás pronto?-inquirió la pequeña, "Nos habrá visto, entonces, el domingo último".
vacilante. El colegial iba y venía en su habitación, a largos
El colegial se calló. Maquinalmente alzó los ojos, pasos resueltos. Sentíase como liberado. Su corazón
siguió con la mirada la arista de la maciza pilastra latía violentamente. Se dijo de pronto: ¡ser un
de piedra y leyó sobre la vieja estación: "Padre, hombre! Ella tiene confianza en mí. Puedo
perdonadlos . . . " protegerla. Sentíase muy dichoso y lo sabía: ella
Indagó con impaciencia: será toda mía. La sangre se le subía a la cabeza.
-¿Dudan de algo, en tu casa? Tuvo que volverse a sentar y se preguntó de súbito:
Apremió a la muchachita: ¿pero a dónde ir?
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Era inútil, esa interrogante retornaba sin cesar. Luego revolvió: Voy a ir a la estación para
Intentó alejarla haciendo los preparativos para la convencerme de que no vendrá.
partida. Lió un poco de ropa blanca, algunos trajes, Imaginaba ya la alegría que experimentaría si no
y metió sus economía en su cartera negra. Estaba venía.
pletórico de ardor. Abrió inútilmente todos los Temblando con la frescura de la mañana, fatigadas
cajones, tomó y volvió a colocar objetos, arrojó sus las rodillas, fue a pie hasta la estación. La sala de
cuadernos a un rincón de la pieza y manifestó con espera estaba vacía.
un entusiasmo demostrativo a las cuatro paredes de Semi-inquieto, tranquilizado a medias, miró a su
su habitación: Desde aquí, cambio de programa. alrededor. Ninguna saya amarilla. Fritz respiró.
Esta es la partida decisiva. Recorrió todos los pasillos y las salas. Viajeros mal
Había pasado la medianoche cuando él estaba aún despiertos e indiferentes, iban y venían; había
sentado en el borde de su lecho. mozos de cordel parados junto a las columnas;
No pensaba en dormir. Acabó por tenderse gentes humildes estaban sentadas entre sus bultos y
completamente vestido, porque a fuerza de haberse sus cestas, en bancos polvorientos, en los nichos de
inclinado, la espalda le causaba daño. Se preguntó las ventanas.
todavía varias veces: ¿Adónde ir?-terminó por El portero gritó algunos nombres en una de las salas
contestarse a sí mismo, en voz alta: "Cuando se ama de espera y agitó una campanilla de sonido agudo.
de verdad . . . " Luego repitió, más cerca, con una voz gangosa, los
La péndola hacía tic-tac. Afuera pasó un carruaje, mismos nombres de estaciones, y recomenzó igual
haciendo vibrar los cristales. La péndola, todavía ejercicio en el andén, agitando cada vez su maldita
sofocada de haber sonado los doce golpes de campana. Fritz regresó sobre sus pasos y, con aire
medianoche, dijo con pena: "Una hora". No pudo despreocupado, las manos en los bolsillos, volvió al
continuar. hall central de la estación. Estaba satisfecho y se
Y Fritz la escuchó aún desde muy lejos. Soñaba: decía con un gesto de vencedor: Ninguna saya
"Cuando se ama... de verdad..." amarilla. Bien lo sabía.
Pero a los primeros resplandores del alba, se Vuelto fanfarrón por el alivio, se acercó a la
estremeció, columna de los anuncios de horarios para saber por
sentado sobre la almohada, y se dio clara cuenta de lo menos adónde iba ese fatal tren de las seis. Leyó
que ya no amaba a Ana. Su cabeza estaba pesada. maquinalmente los nombres de las estaciones, con
No amo más a Ana, se decía. ¿Era eso la expresión de alguien que contemplara una
verdaderamente serio? ¿Querer marcharse a causa escalera en la que hubiera estado a punto de caer.
de unas bofetadas? ¿Y adónde ir? Se puso a De pronto, pasos presurosos resonaron en las losas.
reflexionar como si ella se lo hubiera confiado. Alzando los ojos, Fritz tuvo apenas el tiempo de ver
¿Adónde, pues, quería irse ella? A alguna parte, no la saya amarilla y el sombrero adornado con una
importa adónde. Él se indignó: ¿Y yo? rosa desaparecer tras el portillo que se abría sobre el
Naturalmente, tendría que abandonarlo todo, mis andén.
padres, y... todo. ¿Y después? ¿Y el porvenir? ¡Qué Fritz miró con ojos fijos desaparecer la muchacha.
estúpida era esa Ana, qué fea! ¡Merecería ser De pronto se sintió; poseído de un espantoso miedo
castigada, si de verdad fuera capaz de eso ! hacia esa pálida y frágil muchachita que quería
¡Si ella fuera capaz de eso! jugar con la vida. Y como si hubiera temido que
Cuando el claro sol de mayo invadió muy pudiera regresar sobre sus pasos, juntársele y
gayamente la habitación, él se dijo: No es posible obligarlo a partir con ella por el mundo
que ella haya hablado seriamente. Se sintió desconocido, se echó a correr, huyó, cuan ligero
tranquilizado y sintió ganas de quedarse en el lecho. pudo, sin darse vuelta, en dirección a la ciudad.

LA RISA DE PÁN MRAZ

La historia de Pán Václav Mráz exige este portada del castillo, no os dirán que esto ocurrió
complemento: hace veinte años. Pero ellas recuerdan, como si el
No ha sido posible establecer a qué ocupación se acontecimiento fuera ayer, que Pán Mráz escupió
dedicó el señor Mráz hasta sus cuarenta años de delante de él cuando se le tendió una gran garba de
edad. Por otra parte es indiferente. En todo caso no rosas cortadas en el jardín del presbiterio. Por otra
había derrochado el dinero, porque a dicha edad parte fue por casualidad y sin malicia.
había comprado el castillo y la propiedad de Vesin Al día siguiente, el nuevo amo recorrió todas las
con todas sus dependencias a su propietario, el piezas del antiguo castillo. No se detuvo en ninguna
conde de Bubna-Bubna, que estaba endeudado hasta parte. Sólo una vez se quedó parado durante algunos
el pescuezo. momentos ante un rígido y solemne sillón imperio y
Las viejas doncellas que acogieron al nuevo se echó a reír. Esos pequeños veladores de patas
castellano con blancos vestidos de muchacha ante la retorcidas, esas presumidas chimeneas con sus
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relojes detenidos y esos cuadros llenos de sombras, —Me causa preocupaciones—dijo—. No es bueno
todo aquello parecía divertir mucho al señor Mráz, para nada. Y si mañana yo cerrara los ojos...
en tanto alargaba el paso delante del sofocado Un visitante respondió un día:
intendente. —Pero veamos, querido señor Mráz, si el porvenir
Pero el salón gris de plata, bañado de una luz os inquieta verdaderamente... Dios mío, sois joven...
descolorida, alteró su humor. Los ávidos espejos Haced una nueva tentativa, casaos...
que aguardaban desde hacía tiempo un visitante se —¿Cómo?—vociferó el señor Mráz, y el forastero
arrojaron el uno al otro la cabeza roja del señor se apresuró a despedirse.
Mráz, como una manzana gigantesca y Pero apenas quince días más tarde, Pán Václav se
excesivamente madura, hasta que Pán Václav salió pone su levita negra, y se va a Skrben.
golpeando la puerta de cólera y dio orden de Los Skrbensky son de muy antigua nobleza y se
clausurar para siempre ese edificio con sus muebles mueren de hambre en silencio en su último dominio
ridículos y sus habitaciones. de familia. Es allí que el señor Mráz va a buscar a la
Así se hizo. menor, la condesa Sita. Sus hermanas la envidian,
El señor Mráz ocupó el antiguo departamento del porque Mráz es muy rico. Las bodas tienen lugar
intendente, amueblado con sillas macizas y anchas casi de inmediato, sin ningún fasto.
mesas lisas. Allí se le puso asimismo el lecho doble De regreso a su casa, el señor Mráz descubre cuán
de encina. Durante algún tiempo Pán Mráz se acostó delicada y pálida es Sita. Comienza por tener miedo
solo entre las grandes sábanas; pero una noche se de quebrar "esa pequeña condesa".
movió hacia la derecha del lecho e hizo sitio a la Enseguida se dice: "Si hay justicia, ella debe darme
honorable Aloïsa Mráz, Hanus por nacimiento. un verdadero gigante".
He aquí como sucedió la cosa: Todo el mundo sabe Y espera.
que las amas os roban; es por esto que es bueno Pero no hay justicia, aparentemente.
tener una esposa valiente y vigilante. Y Aloïsa La señora Sita continúa semejante a una criatura.
Hanus poseía, al parecer, las cualidades necesarias. Solamente sus ojos asumen una expresión de
Además, un castillo necesita un heredero. Ahora asombro. No sucede nada. Se pasea incesantemente
bien, el inventario no lo incluía. Por consiguiente a través del parque, el patio o la casa. A cada
era necesario producirlo. Pán Václav pensó momento hay que ponerse en su búsqueda. Hasta
entonces que lo mejor sería pedírselo a Aloïsa; que un día no fue a comer.
porque era rubia, vigorosa como una campesina y "Es como si no tuviera mujer de ninguna manera",
de buena salud. Y era justamente lo que deseaba el exclama el señor Mráz jurando. En aquel tiempo sus
señor Mráz. cabellos albearon rápidamente y comenzó a caminar
Pero la excelente Aloïsa desempeñó muy mal su con esfuerzo.
tarea. Comenzó por dar a luz una criatura tan Sin embargo, una tarde él mismo se puso a buscar a
pequeña que Pán Mráz la perdía de vista la señora Sita. Un doméstico le señaló el ala
continuamente, como si hubiera caído a través de un habitualmente cerrada del castillo. Deslizándose en
cedazo, y cuando aún se asombraban de que ese sus pantuflas de fieltro, el señor Václav atraviesa el
pequeño ser fuera verdaderamente vivo, él mismo se semi-día perfumado de esas habitaciones
murió sin decir oxte ni moxte. Y de nuevo fué el descaecidas. Refunfuñando pasa delante de aquellas
reino de las amas. chimeneas suntuosas y aquellos sillones solemnes.
Pán Mráz no ha olvidado esa doble decepción. Se No está de humor para reír.
recuesta en los anchos sillones y no se levanta sino Al fin llega al dintel del salón gris de plata, donde
cuando llegan visitas. Lo que es bastante raro. Hace están los innumerables espejos, y se queda herido de
subir vino y habla de política, con su manera asombro. A pesar del crepúsculo que cae ve
melancólica y lasa, como de un asunto reflejarse en esos espejos a la señora Sita y a su hijo,
profundamente entristecedor. No concluye ninguna el pálido Václav.
frase, pero se enfada cada vez que su interlocutor la Están sentados muy lejos el uno del otro, inmóviles,
completa mal. A veces se levanta y llama: en las sillas de seda clara, y se miran. No se hablan.
"¡Václav!" Podría creerse que nada se han dicho aún. ¡Extraño!
Después de algunos instantes se ve entrar a un joven "¿Y?", piensa el señor Mráz, con un punto de
alto y delgado. interrogación detrás de cada palabra. "¿Y?" Hasta
—Ven aquí, hazle una reverencia al señor -— que pierde la paciencia. "¿En qué puedo serviros?",
vocifera Pán Mráz. Y luego dice a su visitante—: vocifera, "¡Os lo suplico, señoras y señores, no os
Excusadme, es mi hijo. Sí, no debiera confesarlo. molestéis!" Su hijo se sobresalta y se vuelve hacia la
¿Creeríais que tiene diez y ocho años? Me oís bien: puerta, pero Pán Mráz le ordena estarse.
¡diez y ocho años! Desde entonces, tiene un entretenimiento, durante
¡Hablad sin ceremonia! Vais a decirme que aparenta las tardes demasiado largas. Cada vez que se siente
a lo sumo quince. muy disgustado, recorre con su silencioso calzado la
¿No tienes vergüenza? Después despide a su hijo. sarta de habitaciones dormidas hasta el pequeño
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salón de los espejos. Ocurre que los dos jóvenes no Ve los ojos del joven y de la joven huirse
estén todavía allí. En ese caso los hace buscar. mutuamente y encontrarse, no obstante, sin cesar en
—"Mi mujer y el joven señor",—vocifera al todos los espejos. No se le escapa que temen caer el
doméstico. uno en los ojos del otro, como en un abismo sin
Y he aquí que ellos deben sentarse frente a frente, fondo. Y que, a pesar de todo, se arriesgan hasta el
en las mismas sillas de costumbre. "No os aflijáis borde de la sima. De pronto los posee un vértigo; y
por mí", exclama el señor Václav con una voz ambos cierran los ojos al mismo tiempo como si
lánguida, y se instala cómodamente en el gran sillón fueran a saltar juntos desde lo alto de una torre.
central. A veces parece dormir, o por lo menos Entonces Pán Mráz ríe y ríe. Después de un largo
respira como si durmiera. Pero tiene, sin embargo, intervalo ha recobrado su risa. Es buena señal:
los ojos entreabiertos y observa a los dos jóvenes. ciertamente, se hará muy viejo.
Se ha habituado poco a poco a la penumbra. Ve
mucho mejor que la primera vez.

PRIMAVERA SAGRADA

"¡Nuestro Señor recibe extraños huéspedes!" Tal era sacerdocio, conduciendo ligeramente por el brazo
la exclamación favorita del estudiante Vicente una compañera morena o rubia. De ordinario, la
Víctor Karsky, y la profería en toda ocasión, pequeña reía con todo el rostro, en tanto Karsky
oportuna o no, con cierto aire de superioridad, que hacía un gesto de los más serios, que parecía
provenía quizá de que se encontraba a sí mismo en significar: "¡Infatigable al servicio de la
el número de esos "extraños huéspedes". Desde humanidad!" Pero cuando se contaba que tal o cual
hacía largo tiempo sus compañeros le tenían, en miembro de la gentil pandilla era "atrapado" y se
efecto, por un original. Lo estimaban por su veía constreñido a casarse, nuestro profesor
cordialidad, bien que ella frisara a menudo en el ambulante y aureolado de éxito encogía sus anchos
sentimentalismo, compartían su humor alegre, y lo hombros eslavos y dejaba caer con desdén: "¡Sí, sí-
dejaban sólo cuando estaba triste. Por lo demás, Nuestro Señor tiene extraños huéspedes!"-. Pero lo
soportaban y perdonaban gustosamente su más extraño, en Vicente Victor Karsky, es que había
"superioridad". algo en su vida de que ninguno de sus amigos más
Esta superioridad de Vicente Víctor Karsky íntimos sabía nada. Se lo callaba a sí mismo; porque
consistía en que hallaba para todas sus empresas no había hallado nombre para eso; y sin embargo,
logradas o abandonadas, denominaciones soberbias. pensaba en ello, en estío, cuando iba a la puesta del
Y sin vanagloria, con la seguridad de hombre sol, solitario, por un camino blanco; o en invierno,
maduro, agregaba sus actos uno al otro, como se cuando el viento giraba en la chimenea de su
construye un muro de piedra sin defecto, capaz de piecita, y densos montones de copos de nieve
desafiar los siglos. asaltaban sus ventanas, remendadas con papel
Después de una buena comida, hablaba pegado; o también en la pequeña sala crepuscular
gustosamente de literatura, sin pronunciar jamás una del albergue, en el seno del círculo de amigos.
palabra de blasfemia o de crítica, pero limitándose, Entonces su vaso permanecía intacto. Contemplaba
por el contrario, a honrar con una adhesión más o fijamente delante suyo, como deslumbrado, o como
menos íntima, las obras que aceptaba. Profería así se mira un fuego lejano, y sus manos blancas se
sanciones definitivas. En cuanto a los libros que le juntaban involuntariamente. Se hubiera dicho que le
parecían malos, no tenía costumbre de leerlos hasta había llegado alguna plegaria, por azar, así como
el fin, y sencillamente no hablaba de ellos, aunque llegan la risa o el bostezo.
gozaran del favor general. ***
Por otra parte, no afectaba ninguna reserva hacia sus Cuando la primavera hace su entrada en una
amigos, relataba con una amable franqueza todo lo pequeña ciudad, ¡qué fiesta se organiza! Semejantes
que le acontecía, hasta los hechos más íntimos, y a los brotes en su reprimida premura, los niños de
aguantaba buenamente que lo interrogaran sobre sus cabezas de oro se empujan afuera de las
tentativas de "elevar hasta él" a pequeños habitaciones de aire pesado, y se van remolineando
proletarios. Era, en efecto un rumor que corría por la campiña, como llevados por el alocado viento
acerca de Vicente Víctor Karsky. Sus ojos azules tibio que tironea sus cabellos y sus delantales y
profundos y su voz acariciadora debían contribuir a arroja sobre ellos las primeras florescencias de los
sus éxitos. Parecía, en todo caso, decidido a cerezos. Gozosos como si volvieran a encontrar,
aumentar sin cesar el número de aquéllos, y después de una larga enfermedad, un viejo juguete
convertía con un celo de fundador de religión, del cual hubieran estado mucho tiempo privados,
innumerables muchachitas a su teoría de la reconocen todas las cosas, saludan a cada árbol, a
felicidad. Ocurría, ciertas noches, que uno de sus cada breña, y se hacen contar por los arroyos
camaradas lo encontrase, en el ejercicio de su jubilosos lo acaecido durante todo ese tiempo. Qué
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enajenamiento correr a través de la primera pradera claras y transparentes por encima de una manta de
verde, que cosquillea tímida y tiernamente los verde obscuro, que envolvía sus rodillas y sus pies.
pequeños pies desnudos, brincar en persecución de Sus labios eran de un rojo tierno de flor apenas
las primeras mariposas despuntada, y una leve sonrisa los asoleaba. Así
que huyen en grandes zig-zags enloquecidos por sonríe el niño dormido, la noche de Navidad, con su
encima de las magras breñas de saúco y se pierden nuevo juguete apretado entre los brazos. El rostro
en el infinito azul pálido. Doquiera la vida se agita. pálido y transfigurado era tan bello que el estudiante
Bajo el sobradillo, sobre los hilos telegráficos que recordó de pronto viejos cuentos en los cuales desde
rojean, y hasta sobre el campanario, muy cerca de la hacía mucho, mucho tiempo. no había pensado más.
vieja campana gruñona, las golondrinas realizan sus Y se detuvo, involuntariamente, como se hubiera
citas. Los niños miran con sus grandes ojos detenido ante una madona al borde del camino,
asombrados los pájaros migradores que vuelven a invadido por ese sentimiento de gran
hallar su amado viejo nido; y el padre retira de los reconocimiento solar y de íntima fidelidad que
rosales sus mantos de paja, y la madre, de pequeñas sumerge a veces a aquél que
impaciencias, sus calientes franelas. ha olvidado la plegaria. Entonces su mirada
Los viejos también trasponen su umbral con paso encontró la de la muchacha. Se contemplaron, los
temeroso, se frotan las manos arrugadas, parpadean ojos en los ojos, con una comprensión dichosa. Y
en la luz chorreante. Se llaman el uno al otro: con un gesto semi-inconsciente, el estudiante arrojó
"¡pequeño viejo!", y no quieren dejar de ver que por encima de la cerca la joven rama florida que
están conmovidos y dichosos. Pero sus ojos los tenía en la mano, y que vino a posarse con un dulce
traicionan, y ambos agradecen en su corazón: estremecimiento en el regazo de la pálida niña. Las
¡todavía una primavera ! blancas y delgadas manos asieron con tierna prisa la
*** flecha fragante, y Karsky recibió el luminoso
En un día semejante, pasearse sin una flor en la agredicimiento de los ojos mágicos, no sin una
mano es un pecado, pensaba el estudiante Karsky. medrosa voluptuosidad. Luego se fue a través de los
Por eso blandía una rama perfumada, como si le campos. Solamente volvió a encontrarse en espacio
hubieran encargado hacer propaganda a la libre, bajo el alto cielo solemne y silencioso,
primavera. Con paso liviano y rápido, como para advirtió que cantaba. Era una canción antigua, feliz.
huir lo más pronto del aire frío del ancho pórtico ***
obscuro, iba a lo largo de la vieja calle gris de casas A menudo he deseado-pensaba el estudiante Vicente
con tejado, saludando al posadero sonriente y obeso Víctor Karsky-haber estado enfermo durante todo
que se hacía el importante delante de la ancha un largo invierno, y regresar lentamente, poco a
entrada de su establecimiento, y a los niños que, poco, a la vida, con la primavera. Estar sentado ante
sobre el mediodía, se lanzaban fuera de la estrecha mi puerta, llenos de asombro los ojos, conmovido
sala de la escuela. Iban primero juiciosamente, de a por un agradecimiento infantil hacia el sol y la
dos, pero a veinte pasos de la salida el enjambre existencia. Y todo el mundo, entonces, se muestra
reventaba en innúmeras parcelas, y el estudiante muy gentil y amistoso, la madre viene a cada
pensaba en esos cohetes que, muy alto en el cielo, se momento para besar la frente del convaleciente, y
resuelven en estrellas y en bolas de luces. Con una sus hermanas juegan alrededor de él y cantan hasta
sonrisa en los labios y un canto en el alma, se el crepúsculo. Pensaba en esas cosas porque la
apresuraba hacia ese barrio exterior de la pequeña imagen de la rubia y enfermiza Elena volvía sin
ciudad donde se avecinaban casas de apariencia cesar a su recuerdo, tendida bajo los pesados
campesina y confortable, y villas nuevas rodeadas cerezos en flor y soñando extraños sueños. A
de jardincillos. Delante de una de las últimas casas menudo abandonaba bruscamente su trabajo y corría
admiró una olmeda sobre cuyos ramajes corría ya hacia la silenciosa y pálida muchacha.
un estremecimiento de verdor, como un Dos seres que viven la misma dicha se encuentran
presentimiento del esplendor próximo. Dos cerezos rápidamente. La joven enferma y Víctor se
florecidos hacían de la entrada un arco de triunfo, en embriagaban de aire fresco y perfumes
honor de la primavera, y las flores rosa pálido primaverales, y sus almas resonaban con igual
inscribían allí una luminosa bienvenida. júbilo. Él se sentaba al lado de la rubia niña y le
De pronto Karsky se detuvo, como herido de relataba mil historias, con su voz suave y
estupor: en medio de la floración, veía dos ojos acariciadora. Lo que decía entonces le parecía
azules profundos, que soñaban, perdidos en la extraño y nuevo, y espiaba con arrobado asombro
lejanía, con una beatitud tranquila y voluptuosa. Al sus propias palabras puras y perfectas, como una
principio sólo advirtió esos dos ojos, y fue como si revelación. Debía ser algo verdaderamente grande
el cielo mismo lo mirara a través de los arboles en lo que anunciaba; porque la madre de Elena misma,-
flor. Se acercó, maravillado. Una pálida muchacha mujer de cabellos blancos y que debió oír muchas
rubia estaba acurrucada en un sillón; sus blancas cosas en el mundo-lo escuchaba con frecuencia,
manos que parecían asir algo invisible se levantaban discreta y pensativa, y había dicho cierta vez con
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una sonrisa imperceptible: "Deberíais ser poeta, -No siento mucho frío, y la primavera es tan bella.
señor Karsky". Elena pronunció estas palabras con una íntima
Sin embargo, los compañeros meneaban la cabeza nostalgia. Su voz tenía la resonancia de un canto.
con aire cuidoso. Vicente Víctor Karsky sólo rara ***
vez iba a su círculo; y cuando iba, callaba, no Los cerezos ya no estaban en flor, y Elena se
escuchaba sus chanzas ni sus preguntas, y se encontraba sentada un poco más lejos, en la sombra
contentaba con sonreír misteriosamente, al más densa y más fresca de la alameda. Vicente
resplandor de la lámpara, como si espiara un canto Víctor Karsky había ido a despedirse. Iba a pasar las
lejano y amado. No hablaba ni aún de literatura, no vacaciones de estío al borde de un lago lejano, en el
leía nada ya, y cuando se intentaba malhadadamente Salzkammergut, junto a sus viejos padres. Hablaban
arrancarlo a su ensoñación, rezongaba con como siempre de cosas diversas, de ensueños y de
brusquedad: "¡Os lo ruego! ¡El Señor tiene recuerdos. Pero no pensaban en el porvenir. El
verdaderamente huéspedes extraños!" rostro menudo de Elena estaba más pálido que de
Todos los estudiantes estaban de acuerdo para costumbre, sus ojos eran más grandes y más
estimar que el buen Karsky pertenecía ahora a la profundos, y sus manos temblaban a veces,
especie más extraña de esos "huéspedes". Ya no débilmente, bajo la manta verde obscuro. Y cuando
hacía sentir ni su virtuosa superioridad, y privaba a el estudiante se levantó y tomó esas dos manos entre
las muchachas de su humanitaria enseñanza. Era las suyas, con precaución, como se toma un objeto
para todos un enigma. Cuando, de noche, se lo frágil, Elena murmuró:
encontraba -¡ Bésame !
por las calles, estaba solo, no miraba a derecha ni a El joven se inclinó y rozó con sus labios fríos y sin
izquierda, y parecía preocupado por disminuir el deseo la frente y la boca de la enferma. Como una
resplandor extrañamente dichoso de sus ojos, e ir a bendición, bebió el cálido perfume de esa casta
ocultarlo con la mayor prisa a su pequeña habitación boca, y en ese instante le volvió un recuerdo de su
solitaria, lejos del mundo. lejana infancia: su madre levantándolo hacia una
*** madona milagrosa. Se fue entonces, fortificado, sin
-¡Qué hermoso nombre llevas, Elena!-susurraba dolor, por la olmeda crepuscular. Se dio vuelta una
Karsky, con voz circunspecta, como si confiara un vez aún, hizo una señal a la niña que lo contemplaba
misterio a la muchacha. con una sonrisa lasa; luego le arrojó una tierna rosa
Elena sonreía: por encima de la cerca. Elena tendió la mano para
-Mi tío me lo reprocha siempre. Piensa que sólo asirla, con una pasión dichosa. Pero la flor roja cayó
princesas o reinas debieran llamarse así. a sus pies. La joven enferma se inclinó con
-¡Pero tú también eres una reina! ¿No ves que llevas esfuerzo, tomó la rosa entre sus manos unidas y
una corona de oro puro? Tus manos son como lirios, apretón sus labios sobre sus tiernos pétalos sedos.
y creo que Dios debió decidirse a romper un poco Karsky no había visto nada.
de su cielo para hacer tus ojos. Con las manos juntas, marchaba entre el resplandor
-¡Sentimental!-decía la muchacha, con una mirada del estío.
agradecida. Cuando estuvo en su habitación silenciosa, se echó
-¡Así es como quisiera poder pintarte!-suspiraba el en su viejo sillón y contempló, afuera, el sol. Las
estudiante. Luego callaban. Sus manos se juntaban moscas bordoneaban detrás de las cortinas de tul,
involuntariamente, y tenían la sensación de que una una tierna yema había brotado en el alféizar de la
forma descendía sobre ellos, llegada desde el jardín ventana. Y de súbito sobrevino en el espíritu del
atento, dios o hada. Una espera dichosa colmaba sus estudiante la idea de que ella no le había dicho hasta
almas. Sus ávidas miradas se encontraban como dos luego.
mariposas enamoradas, y se abrazaban. ***
Luego Karsky hablaba, y su voz era semejante al Quemado por el sol, Vicente Víctor Karsky había
rumor lejano de los álamos: regresado de sus vacaciones. Marchaba con paso
-Todo esto es como un ensueño. Tú me has maquinal por las calles de viejas casas de tejado, sin
encantado. Con esa rama florida, yo mismo me he ver los frontispicios que la luz otoñal volvía
dado a ti. Todo está cambiado. Hay tanta luz en mí. violáceos. Era la primera vez que tomaba ese
Ya no sé lo que era antes. No siento más ningún camino desde su retorno, y sin embargo se hubiera
dolor, ninguna inquietud, no, ni aún un deseo en mí. dicho que era su trayecto cotidiano. Traspuso la alta
Así imagino siempre la beatitud, lo que está más verja del apacible cementerio y, aún allí, prosiguió
allá de la tumba... su camino entre los montículos de tierra y las
-¿Tienes miedo de morir? bóvedas como si estuviera seguro de su propósito.
-¿De morir? ¡Sí! Pero no a la muerte. Se detuvo delante de una tumba cubierta de césped,
Elena llevó dulcemente su mano pálida a su frente. y leyó sobre la sencilla cruz: Elena. Había sentido
La sintió muy fría. que allí era adonde debía ir para encontrarla
-Ven, entremos,-aconsejó él con ternura.
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nuevamente. Una sonrisa de dolor tembló en la -¡Ah! ¡Nuestro Señor! . . .
comisura de sus labios. -¡Tiene extraños huéspedes!...-completaron a coro
Repentinamente, pensó:-¡Qué avara ha sido su los amigos-. ¡Lo sabíamos ya !
madre! Sobre la tumba de la muchacha, entre Después de algunos momentos, como nadie
marchitas rosas, no había más que una corona de esperaba respuesta, agregó, con mucha seriedad:
alambre y de flores de mal gusto. -Creedme, todo depende de esto: haber tenido, una
El estudiante fue a buscar algunas rosas, se vez en la vida, una primavera sagrada que colme el
arrodilló, y recubrió el mezquino alambre con corazón de tanta luz que baste para transfigurar
frescos pétalos, hasta que no se vio ya el metal. todos los días venideros.
Luego, se fue, con el corazón claro como ese Todos estaban tendidos hacia él, como si esperaran
anochecer rojo de precoz otoño, solemnemente algo más. Pero Karsky calló, brillándole los ojos.
expandido sobre los techos. Nadie lo había comprendido, y sin embargo sobre
Una hora más tarde, Karski estaba sentado a la mesa todos ellos flotaba como un encanto misterioso.
del círculo. Sus viejos compañeros se apretaban Hasta que el más joven vació su vaso de un trago,
alrededor de él, y para responder a su bullanguero dejándolo ruidosamente sobre la mesa y
deseo, relató su viaje de estío. Hablando de sus exclamando:
correrías por los Alpes, volvía a encontrar su -¡Creo que os ponéis sentimentales, niños! ¡De pie!
antigua superioridad. Bebían sus palabras. Os invito a todos a mi casa. Es más confortable que
-Dinos, pues, -expresó uno de los amigos- ¿qué esta sala de albergue, y además tal vez lleguen
tenías antes de las vacaciones? Estabas... cómo algunas muchachas. ¿Vienes tú también?-dijo,
decirlo... Vamos, anda, ¡sácanos de esto! vuelto hacia Karsky.
Vicente Víctor Karsky replicó, con una sonrisa -¡Naturalmente! dijo gayamente Vicente Víctor, y
distraída: vació con lentitud su vaso.

TÍA BABETTE

Tía Babette hizo otra profunda inspiración. El sol de y miraba a su alrededor en la habitación. Todas las
la mañana guiñó, como un nieto díscolo, a través de cosas tenían no se sabía qué de brillante, de nuevo,
las cortinas de tul inundadas de blancos reflejos, y se regocijaba con ello. Un delicado perfume de
cogió el rayo más largo, rodeó, como con una pluma jacintos se elevaba de las flores, que guarnecían la
de oro, el blanco gorro de dormir y la frente muelle ventana y se mezclaba a un relente de lavanda que
de la anciana, luego se estremeció y vibró sin cesar subía de sus almohadas. La vieja señorita echó una
alrededor de los ojos, de los labios y de la nariz mirada rápida a la imagen de la virgen cuyas
hasta que la tía hizo esa profunda inspiración y sombras tenían en pleno día reflejos verdes. Sus
volvió tímidamente sus ojos enrojecidos y manos magras y duras describieron una rápida señal
asombrados hacia la ventana: ¡Ah! Hizo un bostezo de la cruz e, inmediatamente después, regañó al
de bienestar y se estiró. canario dormido cuya jaula estaba suspendida sobre
A pesar del gesto perezoso, había en el sonido de la ventana y que a pesar de la hermosa mañana no
ese bostezo algo de resuelto y concluyente: se se decidía a cantar. Regresando de la ventana, sus
hubiera dicho el rasgo que se trazara al pie de un miradas quedaron pegadas al canapé. Allí había,
trabajo acabado y logrado. ¡Ah. . . ! alineados cuidadosamente, un sombrero negro, con
Volvió a cerrar los ojos y permaneció tendida con la un ancho velo de crespón que caía a lo largo del
expresión de alguien que acaba de tragar una respaldo como un torrente nocturno, un par de
cucharada de café azucarado o de decir una maldad guantes negros, cada uno de su lado, como
que ha tocado. La pieza era clara y tranquila. El sol separados por alguna irremediable enemistad, un
precipitaba allí más y más rayos, los clavaba como antiguo libro de plegarias más negro aún, y, más
dardos vibrantes en las claras maderas del piso, en lejos, dos pañuelos muy blancos brillaban en medio
los resplandecientes veladores imperio, y algún de todo ese duelo como una pareja de caballos
trasgo se los devolvía, desde el fondo del espejo, en blancos enganchados a la carroza fúnebre de una
plena cara. muchacha.
Como una lejana música de batalla, una orquesta de La tía contempló esos objetos con una mirada
moscardones bordoneaba en las ventanas, sorprendida, y todas las arrugas reaparecieron, como
acompañando el claro vaivén de ese gayo lanzador sombrías orugas, en su viejo rostro. Calculó: lunes
de dardos; el ligero susurro penetraba en el 12, martes 13, miércoles 14, jueves 15, viernes 16.
semisueño de la buena tía, y las frescas ondas de un Y con un meneo de cabeza laso y resignado
reflejo de primavera borraban poco a poco las comprobó: hoy justamente, 16 de abril, viernes, es
arrugas con rasgos sonrientes. el séptimo aniversario de mi difunto hermano, el
Parecía verdaderamente joven en el momento en inspector de finanzas Johann August Erdmanner. Él
que se erguía asaz enérgicamente en sus almohadas, tenía tres años más que ella y al morir en el rigor de
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los cincuenta, munido de los santos sacramentos, por la voz del rojo oficiante, exclamaba con una voz
había dejado una viuda inconsolable y dos hijos hueca: "¡Oremos, hermanos míos!", de toda la
menores. Había muerto por la tarde, a las cuatro, en compañía sólo quedaba una confusa madeja de
el preciso instante en que todos habían salido para ir crespón y paño negro. La emoción había pasado
a tomar una taza de café. Y la habitación iluminada como un tren sobre los sobrevivientes en duelo;
por un rayo de sol se desvaneció en los ojos de la estaban dispersos, entre los bancos lustrosos, como
vieja señorita. Recordó al excelente Johann, magro mutilados entre los rieles.
y reseco, y la joven viuda que había vivido apenas Todo eso habíase repetido seis años seguidos, y la
cinco años a su lado, y el doctor de cara purpúrea. vieja tía, sobre su almohada perfumada de lavanda,
(Y Herminia, la viuda, que osaba pretender que ese sabía que el hecho se reproduciría por séptima vez,
no bebía!) ¡Y la religiosa, que también entendía de exactamente igual.
tirar las cartas, en cruz ! Echó sobre el cuadrante de nácar del pequeño reloj
¡Sí, ciertamente, las cartas le enseñaban todo a esa! imperio de péndola una mirada tan desesperada
¡Y todo había sido tan hermoso al día siguiente! como si las agujas hubieran marcado su propia hora
Aquellas columnas enteras en los diarios, y las final. Quiso levantarse; pero tras un gesto brusco
visitas: todos esos rostros graves y bañados de sus manos se deslizaron sin fuerza a lo largo del
lágrimas, la mezquina corona del avaro del blanco edredón, como bajo el peso de un formidable
propietario y todas las demás bellas; coronas. ¡Sí, iceberg. Sintió de nuevo en los riñones y en la
había tenido un magnífico entierro el señor espalda los dolores violentos que se manifestaran
inspector de finanzas Johann August Erdmanner! Y pocas semanas antes. Un estremecimiento recorrió
se conmemoraba dignamente cada año el su espalda; su cabeza estaba pesada y floja.
aniversario de su muerte. A las diez, toda la familia, Palideció y gimió. Si, justamente así era como había
con gran duelo, se reunía en la iglesia de la muerto su padre; en una hermosa mañana, después
Asunción, con guantes negros, mejillas pálidas y de una mala noche. Y la anciana recordó de pronto
ojos enrojecidos. Y durante todo el día, todos que ella tampoco había pegado los ojos durante la
hablaban en voz baja y ronca, como ahogada, y se noche última. No, no había pegado los ojos, estaba
hacían solemnes signos de cabeza. Cuando bien segura de ello. Un sudor helado brotó por todos
penetraban en la cavernosa iglesia, agradecían a las sus poros. Y recordó que la buena hermana que
viejas que tenían las hojas de la puerta, con una voz tiraba tan bien las cartas había tenido que enjugar
alterada por la emoción, y sumergían tan largamente tantas veces, al acercarse la agonía, la frente de su
sus guantes negros en el agua bendita que cada pobre padre difunto.
señal de la cruz dejaba al punto marcas negras sobre ¿Habíale llegado verdaderamente su turno? Con un
sus rostros sobresaltados y resignados. Los pañuelos gesto convulsivo, juntó las manos sobre el cobertor
blancos bajo los dedos doblados tenían el aire de blanco.
asechar el momento de ser llevados a los ojos El canario reanudaba sus trinos incesantes. Los
desbordantes de lágrimas. Tenían frecuente ocasión jacintos parecían ya lasos, y el día claro y puro, se
para ello. En el fresco rostro del propio sacerdote se estiraba, ancho y frío, sobre el piso de madera.
dibujaban algunas arrugas dolorosas alrededor de Tía Babette sentíase soñolienta. Se preguntó de
los labios hartos, y se hubiera dicho que recogía con pronto: ¿cómo había muerto su padre? El esfuerzo
lengua recalcitrante las últimas gotas de un brebaje que hacía para recordarlo arrugó su frente. Respiró:
agrio. Cuando, un poco más tarde, descendía las justamente así, lo habían traído. Había caído en
gradas del altar obscuro y su silueta se recogía síncope en la calle. Y ella pensó: no obstante es una
abajo, como un pudding frustrado, y, acompañado gracia... así... en su lecho... Y no se movió más.
Fin

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