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UN MÉTODO COMPARATIVO PARA LA SOCIOLOGÍA

Antonio Villalpando Acuña

Los índices y los indicadores estadísticos no dicen todo sobre la realidad social. En

particular, son endebles cuando se trata de hacer comparaciones entre naciones, culturas

o, según los más radicales, hasta entre situaciones con espacios físicos o temporales no

tan abismales, como los antes y después de una elección presidencial o de una reforma

electoral. A pesar de las críticas y de este hecho que parece ignorarse en los procesos de

investigación de las universidades, los métodos estadísticos son y seguramente seguirán

siendo durante el siglo que comienza la mejor herramienta de un sociólogo para

desentrañar la complejidad de fenómenos actuales y para establecer principios de

causalidad tan necesarios para la ingeniería de políticas públicas de desarrollo humano.

El propósito de la siguiente reflexión es aportar elementos para corregir algunos vicios

de los métodos cuantitativos en las ciencias sociales. Para ello, propongo retomar

algunos elementos del método comparativo como aprioris de la investigación

cuantitativa.

El debate sobre la metodología en las ciencias sociales ha estado presente desde

que Montesquieu urdió la necesidad de una ciencia de lo social hasta el día en que estas

líneas fueron escritas, y seguramente, para cuando esto sea leído, no habrá publicada

ninguna solución a tal cuestión planteada a veces como crisis o problema. Los

sociólogos, los cientistas políticos, los demógrafos y en ocasiones historiadores y

antropólogos cuentan en su haber con extensos ejes de cursos de metodología, que si

bien suelen estar conectados y seriados, resultan en un bricolage para el investigador.

Los métodos cuantitativos suelen aparecer en los estudios de casuística para justificar

correlaciones entre variables cuyas dimensiones pueden cambiar en cuestión de años,

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mientras que los estudios cualitativos suelen describir realidades cuya vigencia suele ser

la de una vida humana. Para los partidarios del behavioral approach de las ciencias

sociales y para los sociólogos cuantitativistas, muy seguramente la cuestión debe

plantearse como lo que no debería de estar sucediendo, dado que es precisamente a

través del perfeccionamiento metodológico que se transitó de la filosofía social a la

ciencia social, tránsito que en cierto momento de la historia intelectual de Occidente se

expresó como el anhelo de crear una ciencia nomotética de lo que era un manual de

prejuicios y preconcepciones sobre la realidad de la vida humana. Claro: semejante idea

requiere de una noción particular de lo que tienen las ciencias sociales de ciencia, tema

que no es para el presente texto. Lo que sí es para estos párrafos es la cuestión del

método y la validez científica de nuestras investigaciones como científicos sociales, más

allá de si éstas pueden producir leyes o no.

El asunto de la metodología aparece con más claridad en la sociología de la

segunda mitad del siglo XX, en virtud de que, desde el mismísimo planteamiento de la

cuestión, no hay consenso sobre qué aspectos son más relevantes para explicar el

cambio o el orden; es más, no hay acuerdo sobre si los mecanismos de la convivencia

humana quedan al descubierto en las revoluciones y coyunturas históricas, o bien, en los

momentos “estables” y más representativos de cada era, edad o periodo de la historia –

o, en todo caso, en ambos. Puede incluso afirmarse que tampoco hay convergencia en la

práctica entre los distintos niveles analíticos que suelen privilegiarse para los estudios

empíricos y teóricos. La pugna entre individuo y estructura vio nacer la sociología, y

aún hoy se colman los debates con discusiones entre neoinstitucionalistas y rat choicers,

o bien, entre partidarios del interaccionismo simbólico y funcionalistas rezagados.

La ciencia, como la ropa, responde a los caprichos de la moda. En la sociología

de la segunda mitad del siglo XX y principios del siglo XXI pueden identificarse varias

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corrientes, de las cuales sin duda la más socorrida es el cuantitativismo producto de la

integración del behavioral approach de la ciencia política a la sociología. En los

mentados ejes de metodología siempre se contempla la enseñanza de estadística

descriptiva, de estadística inferencial y de cuestiones relacionadas. El propósito de estos

conocimientos es darle herramientas al investigador para poder medir y cuantificar las

relaciones entre variables que establece mediante la operacionalización de conceptos

aplicados en esquemas teóricos. Esto ha dado pié a la aparición de estudios tanto

nacionales como transnacionales basados en la medición de relaciones causales en todos

los niveles de la sociología, la demografía y la ciencia política. No obstante, la realidad

de estos estudios es cuestionable cuando se trata de comparaciones transnacionales de

índole estadística.

Los números no contienen hechos

Tomemos como ejemplo la utilización del coeficiente de Gini, cuyo propósito es

expresar numéricamente la diferencia que existe en la distribución del ingreso de un

país o región dados. Tal coeficiente expresa la relación de un número A, que representa

el tamaño del área por encima de una curva de Lorenz, con el número A + B que

representa el área total de la curva, resultando en un cociente G ≥ 0 y G ≤ 1, donde 0

significa una distribución perfecta y 1 significa una disparidad total –ambos casos

naturalmente inexistentes. Ahora bien, aún cuando existen formas simplificadas de

expresar el coeficiente de Gini, como la fórmula de Brown1, ponerlo en términos de una

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Cuya utilización se ha generalizado en estadística por la forma simplificada
que excluye el uso de la integral y lo reemplaza por el producto de proporciones
acumuladas simplificadas en una sumatoria de rango k = 1 y hasta k = n-1.
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curva asintótica (cuando G ≠ 0 ó 1) nos permite ver la relación entre las variables del

coeficiente:

Donde el eje X expresa el porcentaje acumulado de las familias más pobres y el

eje Y expresa el porcentaje acumulado del ingreso de esas familias. Esto significa que si

A = 0 y B = 1, entonces la distribución sería perfecta, dando como resultado una “curva

recta” y un coeficiente de Gini de 0. Eso se traduciría en que 10% de familias se llevaría

el 10% del ingreso, 20% el 20% y así hasta llegar al total del ingreso y de familias.

Conforme crece A y decrece B, se observa que la curva desciende, lo que ocasiona

nuevos parámetros. En el caso de esta curva, el 40% de los más pobres se lleva tan sólo

el 10% del ingreso.

Ahora bien, lo que expresa el coeficiente de Gini es el nivel de desigualdad que

existe entre los individuos o familias en una sociedad o población. El instrumento no

nos proporciona más información acerca de otras condiciones relevantes para hablar del

bienestar de una sociedad, y, sin embargo, el coeficiente de Gini es utilizado en

investigaciones transnacionales para ilustrar el nivel de desarrollo humano. Si

consideramos que el desarrollo humano es una variable que debe medirse con muchos

más indicadores, es un error utilizarlo de esa forma. Tomemos en cuenta, por ejemplo,

que Ruanda tiene un coeficiente de 0.289, mientras que Estados Unidos tiene un

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coeficiente de 0.452. Si sólo viésemos el número, podríamos inferir que se vive mejor en

Ruanda, o que al menos hay un mayor nivel de desarrollo humano. Sin embargo, el

hecho es que no importando lo desigual que sea la sociedad norteamericana, es

preferible vivir en los Estados Unidos que en Ruanda. Ahora bien, no sólo se trata de

comparar el ingreso per cápita, pues bien podría tener la sociedad norteamericana un

índice de dispersión de los datos del ingreso muy elevado –y de hecho lo tiene. El

secreto no está en los números, o no sólo en ellos. Estados Unidos tiene pobres, pero no

son los mismos pobres que los de Ruanda. Estados Unidos tiene seguro de desempleo,

sistemas de asistencia social y una estructura ocupacional que permite un nivel elevado

de movilidad social. No se vive igual la pobreza en ambos países, hecho que no está

contenido en el coeficiente de Gini. En este caso, el índice nos indica que en Ruanda no

hay desigualdad pero por la escasa presencia de la población en los deciles

encumbrados de la escala económica; es decir, los ruandeses son iguales en la miseria.

El criterio ceteris paribus

El problema metodológico de fondo que supone la utilización de los índices para

ilustrar diferencias entre países es que las magnitudes sobre las cuales se basan los

juicios de hecho (desarrollado, subdesarrollado, desigualdad o igualdad económica),

para poder ser interpretados en función de los contínuums que representan,

necesariamente requieren de la condición ceteris paribus, es decir, que un país C es más

desarrollado que un país D mientras todo lo demás se mantenga constante. El asunto es

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Cifras extraídas del sitio
http://www.nationmaster.com/graph/eco_dis_of_fam_inc_gin_ind-distribution-family-
income-gini-index el 22 de julio de 2008.
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que semejante condición no se da y no puede darse entre países por más parecidos que

sean éstos en ciertos aspectos. No importa si se compara un país de América Latina con

otro país del mismo subcontinente, o si se compara un país anglosajón con otro; no

existe identidad suficiente como para considerar que, por ejemplo, pobreza es lo mismo

en Estados Unidos que en Inglaterra. En ese caso, habría que incluir otros factores de

orden político, jurídico y demográfico. Ser pobre en los Estados Unidos puede implicar

la muerte, pues quien no cuenta con un seguro o mucho dinero en efectivo está a merced

de la enfermedad, mientras que en Inglaterra el pobre puede ser ignorante o un

vagabundo, pero seguramente no morirá por alguna enfermedad infecciosa gracias al

National Health Service. Por lo tanto, para que la medición de la pobreza arrojara un

veredicto certero en este caso, tendría que suponerse que todo lo demás es constante en

ambos países, para que de este modo se pudiera relacionar el factor pobreza con el nivel

de vida; no obstante, dado que no hay tales constantes, no se puede afirmar que el nivel

de vida es menor en Inglaterra, pues suponiendo que existen más pobres (que no es el

caso), esos pobres no morirán de flu a causa de su condición.

La investigación cuantitativa presenta tres problemas fundamentales: a) no se

pueden identificar tendencias de largo plazo, pues son existe la información necesaria

sobre casi ninguna variable de 150 años para atrás; b) en consecuencia, no se pueden

crear nexos explicativos convincentes con ciertos procesos históricos y; c) dejan de lado

la interpretación de los hechos sociales como hechos culturales de enclave local, pues la

comparación requiere ignorar estas condiciones. Es por estas razones que el uso de

métodos cuantitativos requiere de una correcta operacionalización e interpretación de

las condiciones de aplicabilidad cuando se trata de la elaboración de comparaciones

transnacionales.

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Una “solución inicial”: el método comparativo “B”

El problema tiene varias soluciones. Puede ser tan sencillo como no osar hacer una

comparación nunca más, o bien, puede tratarse de apostillar las crosstabs y los

recuadros con explicaciones y justificaciones. Sin embargo, la propuesta que se hace en

el presente artículo gira en torno a una solución genérica: la fusión del método

comparativo utilizado en la ciencia política como punto de partida para la elaboración

de explicaciones causales convincentes.

El método comparativo no es nuevo. Arend Lijphart propuso su aplicación para

la ciencia política empírica en 1971 en su artículo “Comparative Politics and the

Comparative Method”3, donde distinguía entre tres métodos de aproximación a la

realidad político-social: el experimental, el estadístico y el comparativo. El primero de

ellos consiste en controlar dos grupos, sometiendo a uno a un estímulo y al otro no.

Naturalmente, la realidad social no es controlable por el observador, por lo que no es un

método que pueda aplicarse en las ciencias sociales. El segundo de ellos, el método

estadístico, consiste en, como se expuso más arriba, medir conceptos a través de

variables bajo el supuesto de que todo lo demás se mantiene constante. Como se explicó

anteriormente, no es posible encontrar o generar esas condiciones, pues siempre habrá

un caos de multifactorialidad que lo impedirá del todo. El tercer y último método, el

comparativo, es cuestión de polémica. Al respecto, Lijphart señala que el método

comparativo sigue el criterio de las variaciones concomitantes, es decir, que surge de la

observación de un fenómeno en un caso que tiene similitudes en cuanto a todos los otros

factores con un caso en que el fenómeno esta ausente. El problema de este enfoque

3
American Political Science Review, vol. 65, no. 3, 1971.

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comparativo, que denominaremos el enfoque “A”, es que sigue trabajando bajo el falso

supuesto de ceteris paribus. No se puede realizar una prueba de hipótesis satisfactoria a

través de las diferencias concomitantes, pues la presencia o ausencia de un fenómeno

puede atribuirse a un número indefinido de factores que, seguramente, no se presentarán

de manera constante. La solución al problema puede hallarse en lo que denominaremos

el método comparativo “B”. Adam Przeworski y Henry Teune nombran a estos

enfoques A y B como los métodos de sistemas más parecidos y de sistemas menos

parecidos4.

La utilización del método B supone que la comparación que se lleva a cabo entre

instancias nacionales o incluso locales debe hacerse en función de las diferencias, no en

función de las similitudes. Este enfoque implica un cambio radical en la concepción de

los indicadores, pues supone que el valor explicativo de la variación de un factor

determinado está en función de las diferencias que existen entre los demás factores, y no

en la supuesta similitud o constancia de éstos. Este enfoque da pie, sin duda, a un

análisis cultural de los fenómenos sociales. La pobreza de un país puede explicarse en

función de su particularidad, lo cual incluye un arreglo de factores históricos,

geográficos, materiales, idiomáticos, climáticos, etc. Se asume que estos factores son de

índole intrascendente en estudios intrasistémicos y de índole híper-trascendente en

estudios transnacionales e incluso intersistémicos. Eso implica que si tomamos dos

muestras de los pobres de Inglaterra, lo que hallemos en ambas será igual en función de

que las similitudes pertenecen al sistema local, dígase la cobertura del NHS. Si

tomamos muestra de Estados Unidos y de Inglaterra, éstas deberán de presentar pocas

coincidencias, pues las constantes intrasistémicas son de índole local. La trascendencia

de las diferencias intersistémicas es lo que nos interesa para la comprensión de las

4
“Research Designs”, The Logic of Comparative Social Inquiry, E.E.U.U., John Wiley & Sons, Inc.,
1970, p. 31. [Most Similar Systems y Most Different Systems].

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dimensiones analíticas posibles de un estudio cuantitativo. En virtud de lo anterior, se

propone la utilización de este modelo comparativo con el propósito de responder

preguntas como ¿en qué se diferencia el país C del país D? Suponiendo con esto que el

hallar tal diferencia puede originar un nexo explicativo fortísimo. El problema que

presenta tal idea, claro está, es la pérdida de capacidad de hacer generalizaciones

empíricas. La ausencia de factores universales provoca la ausencia de efectos

universales. Sin embargo, el potencial del estudio comparativo-estadístico y su mayor

fortaleza es la producción de explicaciones cada vez más elaboradas, complejas y

cabales acerca de los fenómenos sociales, que, innegablemente, son reproducciones en

cierta medida de órdenes de enclave cultural no susceptibles de control y

estandarización categórica o numérica.

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