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NARRATIVA
Colección prólogos
Jorge Ruffinelli Domingo Miliani Jaime Alazraki Hugo Verani Biblioteca Ayacucho es una de las expe-
(Uruguay, 1943). (Venezuela, 1937- (Argentina, 1934). (Uruguay, 1941). ecogemos en este primer volumen de la Colección Prólogos riencias editoriales más importantes de la
Crítico e investigador 2002). Ensayista, na- Ensayista y profesor Editor y crítico litera- cuatro textos de críticos que han abordado la obra de significativos narradores de NARRATIVA cultura latinoamericana. Creada en 1974
de cine y de literatu- rrador y poeta. Profe- universitario. Se doc- rio, se doctoró en la como homenaje a la batalla que en 1824
la literatura latinoamericana. Biblioteca Ayacucho ofrece esta obra a quienes de-
ra. Profesor universi- sor universitario. Se toró en Columbia Universidad de Wis-
sean iniciarse en la lectura de los clásicos de nuestro continente, y a su vez inten- significó la emancipación política de nues-
prólogos
tario, dirigió el Cen- doctoró en la Univer- University. Entre sus consin. Entre sus pu-
ta abrir espacios a quienes se quedan en la sombra por develar el misterio de tra América, ha estado desde su nacimiento
tro de Investigaciones sidad Autónoma de publicaciones desta- blicaciones destacan:
otros escritores ya consagrados. Para la Obra completa de Juan Rulfo, el urugua- promoviendo la necesidad de establecer
Lingüístico-Literarias México. Director fun- can: Poética y poesía El ritual de la impos
yo Jorge Ruffinelli escribe un prólogo que nos envuelve en la atmósfera en que una relación dinámica y constante entre lo
de la Universidad de dador del Centro de de Pablo Neruda tura (1981); De la
Veracruz. Ha sido ju- Estudios Latinoameri- (1965); La prosa na vanguardia a la pos se desarrollan las historias, dentro de esa singular realidad-fantástica en que vive contemporáneo y el pasado americano, a
rado de los Premios canos Rómulo Galle- rrativa de Jorge Luis modernidad: narra Pedro Páramo, invitándonos a hacer una lectura que «hoy admira por su endia- fin de revalorarlo críticamente con la pers-
Casa de las Américas gos. Entre sus publi- Borges (1968); En tiva uruguaya (1996); blada sutileza, por la perfección de su diseño». Sobre el conocido escritor vene- pectiva de nuestros días.
y Juan Rulfo. Entre caciones figuran: busca del unicornio, y Las vanguardias li zolano Arturo Uslar Pietri, presentamos el trabajo que Domingo Miliani hace a su 1 En esta colección se agrupan temática-
sus publicaciones Prueba de fuego. Na los cuentos de Julio terarias hispanoame obra narrativa, Las lanzas coloradas y cuentos selectos; este sagaz crítico nos mente algunos prólogos de nuestros libros.
JAIME ALAZRAKI
Rayuela de Julio Cortázar
HUGO VERANI
Novelas y relatos de Juan Carlos Onetti
R
NARRATIVA
Colección prólogos
Jorge Ruffinelli Domingo Miliani Jaime Alazraki Hugo Verani Biblioteca Ayacucho es una de las expe-
(Uruguay, 1943). (Venezuela, 1937- (Argentina, 1934). (Uruguay, 1941). ecogemos en este primer volumen de la Colección Prólogos riencias editoriales más importantes de la
Crítico e investigador 2002). Ensayista, na- Ensayista y profesor Editor y crítico litera- cuatro textos de críticos que han abordado la obra de significativos narradores de NARRATIVA cultura latinoamericana. Creada en 1974
de cine y de literatu- rrador y poeta. Profe- universitario. Se doc- rio, se doctoró en la como homenaje a la batalla que en 1824
la literatura latinoamericana. Biblioteca Ayacucho ofrece esta obra a quienes de-
ra. Profesor universi- sor universitario. Se toró en Columbia Universidad de Wis-
sean iniciarse en la lectura de los clásicos de nuestro continente, y a su vez inten- significó la emancipación política de nues-
prólogos
tario, dirigió el Cen- doctoró en la Univer- University. Entre sus consin. Entre sus pu-
ta abrir espacios a quienes se quedan en la sombra por develar el misterio de tra América, ha estado desde su nacimiento
tro de Investigaciones sidad Autónoma de publicaciones desta- blicaciones destacan:
otros escritores ya consagrados. Para la Obra completa de Juan Rulfo, el urugua- promoviendo la necesidad de establecer
Lingüístico-Literarias México. Director fun- can: Poética y poesía El ritual de la impos
yo Jorge Ruffinelli escribe un prólogo que nos envuelve en la atmósfera en que una relación dinámica y constante entre lo
de la Universidad de dador del Centro de de Pablo Neruda tura (1981); De la
Veracruz. Ha sido ju- Estudios Latinoameri- (1965); La prosa na vanguardia a la pos se desarrollan las historias, dentro de esa singular realidad-fantástica en que vive contemporáneo y el pasado americano, a
rado de los Premios canos Rómulo Galle- rrativa de Jorge Luis modernidad: narra Pedro Páramo, invitándonos a hacer una lectura que «hoy admira por su endia- fin de revalorarlo críticamente con la pers-
Casa de las Américas gos. Entre sus publi- Borges (1968); En tiva uruguaya (1996); blada sutileza, por la perfección de su diseño». Sobre el conocido escritor vene- pectiva de nuestros días.
y Juan Rulfo. Entre caciones figuran: busca del unicornio, y Las vanguardias li zolano Arturo Uslar Pietri, presentamos el trabajo que Domingo Miliani hace a su 1 En esta colección se agrupan temática-
sus publicaciones Prueba de fuego. Na los cuentos de Julio terarias hispanoame obra narrativa, Las lanzas coloradas y cuentos selectos; este sagaz crítico nos mente algunos prólogos de nuestros libros.
JAIME ALAZRAKI
Rayuela de Julio Cortázar
HUGO VERANI
Novelas y relatos de Juan Carlos Onetti
Colección Prólogos
COLECCIÓN PRÓLOGOS
NARRATIVA 1
JORGE RUFFINELLI
Obra completa de Juan Rulfo
DOMINGO MILIANI
Las lanzas coloradas
y cuentos selectos de Arturo Uslar Pietri
JAIME ALAZRAKI
Rayuela de Julio Cortázar
HUGO VERANI
Novelas y relatos de Juan Carlos Onetti
Derechos exclusivos de esta edición
©Fundación Biblioteca Ayacucho, 2009
Colección Prólogos
Hecho el Depósito de Ley
Depósito legal lf 501200
ISBN 978-980-276-448-8
Apartado Postal 14413
Caracas 1010 - Venezuela
www.bibliotecayacucho.gob.ve
Edición :
Shirley Fernández
Corrección :
Silvia Dioverti, Salvador Fleján y Thamara Gutiérrez
Biblioteca Ayacucho
Presentación «7»
ADVERTENCIA EDITORIAL
B.A.
« 8 » Colección Prólogos
JORGE RUFFINELLI
Obra completa de Juan Rulfo
Prólogo a Obra completa de Juan Rulfo.
Caracas: Biblioteca Ayacucho
(Colección Clásica, Nº 13),
1985 (299 p.), pp. IX-XXXVII.
Rulfo entre la tierra y el infierno
Jorge Ruffinelli
Jorge Ruffinelli « 11 »
volumen de 1953) no parecen retroceder más que a 1942. Rulfo no parte
como Rimbaud a la aventura, pero el silencio equivale a ello; la aventura
de Rimbaud fue también silencio literario. Si bien admite y vive cierta
vida cultural (viajes a diferentes países, alguna excepcional participación
en congresos de literatura mexicana), su actividad, desde 1962, se limita
al trabajo antropológico en el Instituto Nacional Indigenista.
El paralelo entre Rimbaud y Rulfo tiene aquí una función: señalar
cómo del mismo modo que la del escritor francés, en su órbita, la obra
pequeña, breve, de Rulfo, con justicia basta para considerarlo uno de
los grandes escritores de la lengua española: la maestría de sus cuentos
y la temible belleza del mundo fantasmal de Pedro Páramo han atraído
la atención durante más de dos décadas induciendo cada vez, en cada
lectura nueva, al descubrimiento de diferentes dimensiones, estilísticas y
significativas, de su espacio narrativo.
Entre las más difundidas lecturas de Rulfo, hoy, tiene su puesto la
lectura mítica. Los personajes, vistos como personas por la crítica tradi
cional o por la actitud directa del lector, se han convertido en arquetipos:
la significación concreta y particular de sus historias casi regionalistas
se ha vuelto universal. Pedro Páramo no es simplemente el cacique re-
presentativo de una estructura económica neofeudal (el porfiriato), es
un Ulises «de piedra y barro», como ha dicho Carlos Fuentes, y su tierra
calcinada y muerta no es otra cosa que un edén invertido, una nueva
versión del Paraíso. «El Jardín del Señor: el Páramo de Pedro» (Paz). Sin
abjurar de esta línea de interpretación tan brillantemente inaugurada
por Octavio Paz, es preciso de todos modos reinsertar la lectura de El
llano en llamas y de Pedro Páramo en enclaves y contextos mucho más
inmediatos.
Si bien la obra literaria posee autonomía, no pueden olvidarse sus
vínculos con la realidad. La autonomía de la imaginación de que habla
Bachelard (y que él hace preexistir a la reflexión) no surge de un vacío ni
se independiza totalmente de aquello que le dio génesis. Sería absurdo
considerar los libros de Rulfo como entidades apartadas de su contexto
nacional, de las preocupaciones que incitaron su escritura, del momento
al que ésta quedó históricamente adherida.
« 12 » Colección Prólogos
Entre dos extremos –regionalismo y universalismo, realismo social y
significación mítica– la obra de Rulfo se sostiene en un difícil equilibrio,
no en oposición, ni en polémica. Tal vez en este punto esté asentado un
error muy común de perspectiva cada vez que debe enfrentársele en una
historia de la literatura, y es que se olvida que sus libros están publicados
en la década del cincuenta y por lo tanto insertos en los condicionamien-
tos de un contexto peculiar: la economía, la política, la cultura, de esa
época.
Dos momentos de la historia mexicana son importantes para leer a
Rulfo: los últimos años de la Revolución Mexicana, incluida la «rebelión
cristera» de 1926-1928 y lo que se da en llamar el período de «exaltación
nacionalista» y afianzamiento constructivo de la Revolución Mexicana (a
partir del gobierno obregonista de 1920), y los períodos presidenciales
de Miguel Alemán (1946-1952) y Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958). El pri-
mero porque Rulfo, nacido en 1918, tenía entre ocho y diez años cuando
el período cristero y ese rebrote de la violencia debió influir en su visión
del mundo; los ramalazos de violencia revolucionaria de sus cuentos
se filian sin error en el México de su infancia: «El llano en llamas», largo
relato que da título al primer libro, está ubicado expresamente en el pe-
ríodo y sus personajes son militantes de Cristo Rey: otros cuentos, como
«La noche que lo dejaron solo», se inscriben igualmente en el tiempo de
la «rebelión cristera», sin mencionar que la Revolución que pasa en el
trasfondo de Pedro Páramo da todos los indicios (por ejemplo, la actitud
del sacerdote del pueblo, las referencias a Obregón) de pertenecer a la
misma época. El segundo momento señalado de la historia mexicana es
importante ya que en él Rulfo escribió Pedro Páramo y la mayor parte
de sus cuentos.
Al revisar esas etapas debería tomarse en cuenta, por ejemplo, un
fenómeno socioeconómico que explicará en parte la atmósfera desolada
del paisaje rulfiano, como el fondo sumergido de un iceberg explica su
presencia flotante: el despoblamiento del campo jalisciense. En el am-
biente físico de los cuentos de Rulfo se palpa la infertilidad de las tierras,
la pobreza absoluta de los personajes, un vagar constante hacia nadie
sabe dónde, y la existencia de pueblos que, si otrora tuvieron épocas de
Jorge Ruffinelli « 13 »
prosperidad (Comala, en Pedro Páramo, sería el mejor exponente), en el
«ahora» del relato son pueblos fantasmas, habitados por fúnebres mujeres
de rebozos negros, o por viejos que ya no pueden trabajar y sólo rumian
la desesperanza hasta que llegue la hora de morir. Pueblos habitados
también por ánimas en pena, convertidos en una imagen secular del
purgatorio.
Todo esto, que por cierto compone como elemento fundamental el
sistema expresivo de Rulfo, no proviene de una imaginación capricho-
sa, que se representa en forma abstracta la idea de la muerte, sino de
la situación del erosionado suelo jalisciense de una zona de Los Altos;
proviene de la diáspora de los campesinos hacia las ciudades principales
(México, o la muy cercana Guadalajara), y también hacia la frontera (Ti-
juana) donde se espera encontrar mejor vida. Efectos negativos de una
Revolución Mexicana que no logró verdaderas reformas en el reparto
agrario (como se propone mostrar deliberadamente el cuento «Nos han
dado la tierra»). Aún en 1976 puede leerse cotidianamente sobre este
fenómeno en el periodismo mexicano: «Bajó en Jalisco la población del
campo: durante los últimos 25 años, la población rural descendió de 57
por ciento a 40 por ciento, debido a la carencia económica del campo,
deficiente planeación agropecuaria, créditos insuficientes e inseguridad
en la tenencia de la tierra (...). La preocupación por mejores niveles de
cultura y el desarrollo de la industria y el comercio, también son causa
del éxodo del campo a las ciudades» (Excelsior, julio 1976). En otras palabras:
la imagen literaria que compone la obra de Rulfo –la soledad de los pue-
blos, soledad tan marcada que en ellos ni siquiera quedan animales, sino
fantasmas, espíritus– no es una extravagancia ni la simbolización de una
soledad espiritual sino la imagen de una realidad verificable.
La raíz de la violencia muda, natural y espontánea de los persona-
jes, no debe sino buscarse también en la realidad de su país durante el
proceso posrevolucionario, aunque esa realidad se transforme en una
«estampa» o en una imagen terrible de sí misma. Juan José Arreola lo ha
expresado de este modo: «Lo digo con toda sinceridad, Rulfo ha hecho,
como Orozco (hay que ver los frescos de la Cámara de Diputados en
Guadalajara), una estampa trágica y atroz del pueblo de México. Parece
« 14 » Colección Prólogos
tan real, y tan curiosamente artística y deforme. Los que somos de donde
proceden sus historias y sus personajes vemos cómo todo se ha vuelto
magnífico, poético y monstruoso». El proceso creativo ha producido en
Rulfo la literatura que conocemos, pero su raíz, su origen, está allí, en el
pueblo nativo.
De ahí que la «rebelión cristera» sea un telón de fondo imprescindible
en su narrativa. No por azar, al hablar de ella o de la tierra de donde pro-
cede, Rulfo siempre se ha referido a ese período, y una vez lo sintetizó así:
«La revolución cristera fue una guerra intestina que se desarrolló en los
estados de Colima, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Zacatecas y Guanajuato
contra el gobierno federal. Es que hubo un decreto donde se aplicaba un
artículo de la Revolución [se refiere a la Constitución de 1917], en donde
los curas no podían hacer política en las administraciones públicas, en
donde las iglesias eran propiedad del Estado, como son actualmente.
Daban un número determinado de curas para cada pueblo, para cada
número de habitantes. Claro, protestaron los habitantes. Empezaron a
agitar y a causar conflictos. Son pueblos muy reaccionarios, pueblos con
ideas muy conservadoras, fanáticos. La guerra duró tres años, de 1926 a
1928. Nació en la zona de Los Altos en el estado de Guanajuato» (Diálogo
con Harss).
Los años 1921 a 1924 tuvieron por rasgo mayor la «exaltación nacio-
nalista», como la ha llamado Monsiváis, y fueron seguidos de un «Perío-
do de decantación revolucionaria» (1925-1934): asesinado Carranza en
Tlaxcalantongo en 1920, el país entró, con el general Obregón y poco
después con Plutarco Elías Calles, en un sendero de afirmación e ins-
titucionalización que no implicó, sin embargo, la inmediata rendición
de las armas; al contrario, fueron múltiples, sucesivos y sangrientos los
levantamientos militares, y fue durante el período presidencial de Calles
que tuvo lugar la «rebelión cristera». Ésta se extendió como un verdadero
levantamiento popular instigado por la Iglesia, cuyos intereses tan mal
parados habían salido del proceso revolucionario y de la Constitución
de 1917. Ya en 1917, a instancias del papa Pío XI, la Iglesia intentó sentar
su protesta y una actitud de desacato ante el poder político: la respuesta
de éste había sido en los años siguientes un mayor endurecimiento –ex-
Jorge Ruffinelli « 15 »
pulsión de sacerdotes extranjeros, encarcelamiento de obispos y curas,
expropiación de conventos– y una más clara oposición eclesiástica que
estalló en 1926 con un enfrentamiento armado: por una parte las fuerzas
federales, por otra los «soldados» descalzos del ejército de Cristo Rey.
La otra cara de esta medalla es una faz de ultracultura: José Vascon
celos creó en 1921 la Secretaría de Educación Pública e inició un movi-
miento cultural afincado en la fe en la educación masiva y en la trans-
formación por el espíritu. México se inundó de ediciones de Platón,
Homero, Tolstoi, Shakespeare, mientras se daba paso a las grandes obras
murales y a una revaloración de la música nacional. Fue también en este
período que surgió la novela de la Revolución Mexicana con espíritu
nacional y popular: Azuela había publicado Los de abajo en 1915, pero la
difusión de su obra no comenzó verdaderamente hasta 1924. Martín Luis
Guzmán dio El águila y la serpiente en 1928, La sombra del caudillo en
1929, y a partir de estos años siguió el curso de una novelística que crearía
tradición: Rafael Muñoz, José Mancisidor, Nellie Campobello, Gregorio
López y Fuentes, Fernando Robles, Jorge Ferretis, Mauricio Magdaleno,
entre muchos otros. La novela de la Revolución Mexicana se extendió du-
rante casi dos décadas y es una de las coordenadas exteriores (así como
el indigenismo, posterior) en que hay que situar la narrativa de Rulfo.
Pedro Páramo es, en todo o en parte, el retrato de un terrateniente,
y recoge, en sus tramos finales, la incidencia directa de la Revolución
en los hechos novelescos. Mejor sería tal vez decir que muestra cómo el
período revolucionario pasó sin dañar a ciertos grandes latifundios gra-
cias a la astucia con que el poder feudal se manejó para terminar usando
en su provecho al movimiento. Enfrentado a los revolucionarios, Pedro
Páramo decide que la mejor manera de combatir su peligro consiste en
ayudarlos. Prometiéndoles dinero –que nunca entregará– y dando de sus
hombres la misma cantidad de tropas de que en ese momento disponen
los alzados, el cacique mediatiza y utiliza en su favor la fuerza popular,
sin base ideológica, que liberaba en actitudes de violencia el descontento
legítimo y una menos legítima ansiedad de pillaje. En textos como «El
llano en llamas» y «La noche que lo dejaron solo» la Revolución aparece
sin grandes variantes.
« 16 » Colección Prólogos
La respuesta más fácil ubicaría a Rulfo en la postrimería de esta
tradición literaria, pero lo cierto es que ni formal ni temáticamente el
autor continúa sus módulos. La novela de la Revolución parecía haber
encontrado su clausura ya en 1943 con El luto humano de José Revueltas
y en 1947 con Al filo del agua de Agustín Yáñez, donde no sólo nuevas
influencias formales tendían a modernizar el discurso narrativo (en par-
ticular, por la gravitación de autores norteamericanos y europeos), sino
que el tiempo mismo hacía imposible que el espíritu de aquella «novela»
se continuase. En efecto, Revueltas, Rulfo o Yáñez vivieron la Revolución
durante la infancia, por lo que en sus obras aparece (o comienza, en otra
perspectiva, a aparecer) no como el testimonio directo sino como una
visión más comprehensiva, más desapegada, analítica, interpretadora,
del período. La crónica se trueca en interpretación. O, si se quiere un
término menos intelectual, en imagen. Y no puede haber una imagen
completa sino de algo que históricamente ha concluido.
Cuando El llano en llamas y Pedro Páramo se publicaron a media-
dos de la década del cincuenta, México había cumplido un largo camino
desde los inicios de su Revolución y ésta ya estaba institucionalizada
en los mecanismos del poder. Ambos libros aparecen en el período
presidencial de Ruiz Cortines (1952-1958), pero la época ya estaba se-
ñalada por el directo antecedente del alemanismo (1946-1952), que no
sólo adoptó una doctrina desarrollista, también alentó las inversiones
extranjeras y una muy grande centralización estatal. La cultura, al mismo
tiempo, buscaba cauces internacionalistas y absorbía con avidez las in-
fluencias extranjeras que trajeran un poco de aire nuevo a las tradiciones
vernáculas de la literatura; en ese sentido, la Revista Mexicana de Litera-
tura (fundada por Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo) cumplió en esos
años el papel que en la cultura rioplatense había logrado Sur: insertar la
literatura europea y norteamericana en la tradición nacionalista. Empresa
tan necesaria como peligrosa: si por un lado combatía el provincianismo
mental, corría también el riesgo de enajenarse ante modelos prestigiosos
pero radicalmente ajenos.
Los cuentos de El llano en llamas se ubicaron rápida y equívocamen
te en el «regionalismo» de la literatura mexicana, pero pronto se advirtió
Jorge Ruffinelli « 17 »
que Rulfo manejaba con soltura y hasta con maestría nuevas estructuras
de narración que nada tenían que ver con las del regionalismo, ni con
el indigenismo (centrado en el más tarde llamado «ciclo de Chiapas»,
con Rosario Castellanos como figura principal), ni con la novela de la
Revolución Mexicana. La novedad que supuso dos años después Pedro
Páramo disipó cualquier duda, y sus primeros modelos aducidos fueron
los norteamericanos, Faulkner en particular. Pero si bien Faulkner parece
presente en algunas técnicas narrativas (el perspectivismo de Absalón
Absalón, por ejemplo) o en algún modelo obvio de personaje (Macario,
del cuento con igual título, es sin duda deudor de Benjy de Faulkner:
El sonido y la furia), las lecturas de Rulfo estaban encaminadas en otra
dirección: ante todo, hacia los novelistas rusos del siglo diecinueve y los
autores nórdicos. Andreiev, Korolenko, Lagerlöff, Björnson, Hamsun,
Sillanpa, Laxness, Ramuz, Giono integran la lista necesaria de los escri-
tores en cuya lectura fue forjándose el estilo de Rulfo. De estos autores
destacaré más adelante al suizo C.F. Ramuz, no sólo porque entre ambos
mundos narrativos hay notables paralelos, sino porque esos paralelos
obedecen a similares bases socioeconómicas del mundo rural que ambos
eligieron novelar. Y porque hay hasta una voluntad de identificación: en
1959 Rulfo le confesaba a José Emilio Pacheco: «Quisiera haber escrito
muchas obras, pero entre tantas una: Derborence, de Ramuz, ese gran
escritor suizo, tan despreciado, tan desconocido».
Una polémica estéril cruza de vez en cuando la vida literaria mexica-
na: ¿es mejor Rulfo como cuentista o como novelista? Desde 1942, y en
especial desde 1945, cuando publicó algunos cuentos en la revista Pan,
dirigida por él, Arreola y Alatorre en Guadalajara, Rulfo había sido admi-
rado por sus cuentos, y en 1953 la aparición de El llano en llamas confir-
mó su enorme talento. Pedro Páramo fue de algún modo una sorpresa
y múltiples leyendas (peyorativas las más) intentaron acomodarse a la
zozobra y explicar la rutilante originalidad de su estilo, la difícil estructura
de un libro que cruzaba campos temporales y entretejía personajes sin
ninguna concesión didáctica hacia el lector. En una reseña de 1955, Alí
Chumacero reprochaba a Rulfo la «desordenada composición» de la no-
vela y el «adverso encuentro entre un estilo preponderantemente realista
« 18 » Colección Prólogos
y una imaginación dada a lo irreal». Estas observaciones son caracterís
ticas del primer momento, de la primera consideración de la narrativa
de Rulfo: detrás de la «desordenada composición» fue descubriéndose,
con el tiempo, una equilibrada estructura, una sutil composición, un
orden interno del desorden, que hacen precisamente uno de sus mayores
atractivos.
A cuatro años de publicado, Pedro Páramo ya había destacado su
originalidad y llamado la atención de los críticos más notables. De ahí la
ajustada anotación que en 1959 hizo Alfonso Reyes de la manera rulfia-
na, de su particular estilo, ese estilo y esa manera que lo singularizan en
la historia de la literatura: «Puede considerarse realista la novela de Rulfo
porque describe una época histórica, pero seguramente su valor reside
en la manera peculiar con la que se supo manejar esa historia, donde la
narración lanzada sobre distintos planos temporales cobra un valor sin-
gular que intensifica la condición misma de los hechos. Una valoración
estricta de la obra de Rulfo tendrá que ocuparse, necesariamente, del
estilo que este escritor ha logrado manejar, en forma tan diestra, en su
extraña novela Pedro Páramo».
Jorge Ruffinelli « 19 »
Arreola y Alatorre, entre otros de Rivas Sainz, Raissa Maritain, André Mau-
rois, André Rousseaux, Rodríguez Puga, Jean Cocteau, Navarro Sánchez,
López Velarde, Edgar Neville, Paul Valéry, Alí Chumacero, hasta que en
noviembre se anunció el viaje de Juan José Arreola a Francia para estudiar
en el Théâtre de l’Athénée con Louis Jouvet y el propio Juan Rulfo ocupó
su lugar junto a Alatorre en la dirección. En el número 7, Rulfo y Alatorre
abandonaron la publicación y Adalberto Navarro Sánchez se hizo cargo
de ella por poco tiempo más, hasta su fin.
Los primeros textos de Juan Rulfo no pertenecían a la temática rural.
Al contrario, una novela hoy perdida, de la que probablemente proviene
el fragmento conocido como «Un pedazo de noche», intentaba exorcizar
la soledad del joven jalisciense que, como el autor desarraigado de su
Jalisco natal, se enfrentaba a la ciudad de México. Pero el sendero de
Rulfo no estaba naturalmente orientado hacia la novela ciudadana, la que
luego, con mayor pujanza y modernidad, expresaría Fuentes en La re-
gión más transparente (1958). La fidelidad de Rulfo a sus raíces, al medio
en que nació, a los habitantes que transformaría en personajes, estaba
enclavada en las tierras pedregosas de Jalisco. Y con la adustez de ese
paisaje intentó crear un estilo. Rulfo lo ha dicho: la primera novela que
escribió estaba inficionada de «retórica, de ínfulas académicas sin ningún
atractivo más que el esteticado y lo declamatorio»: en una rebelión contra
sí mismo, contra una forma de decir que no sentía como propia, como la
que quería lograr, Rulfo fue «a dar al otro lado», a la aparente y engañosa
sencillez extrema de un estilo.
El cuidado por una forma y el pulimento de un lenguaje al que debía
atención, son notorios en Rulfo, si atendemos por ejemplo a los cambios
de texto surgidos en algunos cuentos entre su publicación original y la
definitiva del libro de 1953, aunque el tratamiento que Rulfo da a su prosa
es deliberadamente esencial, lacónico, «siempre sobre un qué o un cuán-
do», como dice el propio autor. Las versiones de sus cuentos en El llano
en llamas disminuyen el texto siempre, eliminan palabras, popularizan el
lenguaje, sin destruir la estructura ni realizar grandes cambios. Un cuento
breve como «Nos han dado la tierra» tiene más de cincuenta modificacio-
nes cuando se publica en El llano en llamas, y todas atienden a las acti-
« 20 » Colección Prólogos
tudes antes señaladas: suprime frases enteras (como: «¡Tienes que dejar
el llano!, le dice ese viento sabroso a humo»), y los cambios tienden a dar
un mayor sabor popular al lenguaje. Cuando al fin de su larga caminata
por la tierra desértica que el gobierno les ha dado, los personajes llegan
al pueblo, a los ajenos campos fértiles, Esteban, que lleva una gallina
entre sus ropas como única y patética propiedad y compañía, «le desata
las patas para desentumecerla y luego, él y su gallina, desaparecen detrás
de unos tepemezquites. ¡Por aquí me voy yo!, nos dice Esteban». En la
versión de El llano en llamas el texto se altera con una expresión popular:
en vez de que el personaje diga «¡Por aquí me voy yo!», exclama: «¡Por aquí
arriendo yo!», utilizando así una expresión típicamente local.
Los cuentos de Rulfo están repletos de expresiones populares, entre
otros motivos porque en su gran mayoría hay un narrador participante
y ese narrador es uno de sus personajes humildes, un campesino. «Lo
que yo no quería era hablar como un libro escrito, sino escribir como se
habla», ha dicho Rulfo al respecto, y es precisamente esa habla la que
recogen sus libros dando a través de ella, por lo general, todo un univer-
so de humor. Así ingresan los términos populares del habla mexicana:
Macario (en «Macario») dice: «la apalcuachara a tablazos» o «sacarme estos
chamucos del cuerpo»; y en el famoso cuento picaresco que titula «Ana-
cleto Morones» no se pierde oportunidad de poner en expresión de su
personaje Lucas Lucatero, una serie de giros: «¡Viejas carambas! Ni una
siquiera pasadera. Todas caídas por los cincuenta. Marchitas como flori-
pondios engarruñados y secos. Ni de dónde escoger». Bastaría también
este diálogo desarrollado entre los personajes de «Nos han dado la tierra»
para aquilatar el voluntario y deliberado populismo del lenguaje:
—Oye, Teban, ¿de dónde pepenaste esa gallina?
—¡Es la mía! –dice él.
—No la traías antes. ¿De dónde la mercaste, eh?
—No la merqué, es la gallina de mi corral.
—Entonces te la trajiste de bastimento, ¿no?
Jorge Ruffinelli « 21 »
poemas y novelas (La grande peur de la montagne o Derborence) cap-
turan el habla de los campesinos de Vaud, hacía consciente su actitud
ante el lenguaje, y cuando en 1928 le acusaban de corromper la lengua,
él señalaba en defensa: «J’ai écrit (j’ai essayé d’écrire) une langue parlée:
la langue parlée par ceux dont je suis né». «J’ai essayé de me servir d’une
langue-geste qui continuait à être celle dont on se servait autour de moi,
non de la langue-signe qui était dans les livres».
El aspecto de lenguaje en la narrativa de Rulfo es tal vez el mejor
índice para orientar la lectura en la dirección de los propósitos del autor,
de sus mayores preocupaciones de escritura. La adopción de un len-
guaje popular no indica la mera existencia de un procedimiento realista
ni un afán de verosimilitud: indica, más bien, las tendencias que rigen
su producción narrativa y el modo necesario de leerlo. Rulfo no se des-
prende de la realidad que ha dado origen, temática o estilísticamente,
a su literatura. El laconismo del lenguaje o del estilo es el propio de los
hombres y del medio jalisciense, aunque los transforme como señala
Arreola, aunque con ellos llegue a darnos una imagen magnífica, poética
y monstruosa de ese mismo ambiente y de sus criaturas. La narrativa de
Rulfo registra y recupera, en otro orden que el de la crónica, la historia o
el testimonio, una realidad humana circunscrita a Jalisco.
Tal vez el mejor ejemplo de esto es la transformación que Rulfo hace
del tema padre-hijo. La Revolución Mexicana destruyó miles de vidas,
dejó centenares de huérfanos. Niños que vieron morir a sus padres, niños
abandonados, huérfanos y solitarios. A su vez la estructura feudal del
latifundio multiplicó la población con hijos ilegítimos. Cuando Juan Pre-
ciado encuentra a Abundio al comienzo de Pedro Páramo, éste le dirá:
todos «éramos hijos de Pedro Páramo». El caciquismo, la vida nómada
–que durante años constituyó el único modo de vivir para el mexicano– y
el despoblamiento del campo, entre otros factores, dieron el relieve a un
tema poderoso: la ausencia del padre.
Dice Octavio Paz en El laberinto de la soledad: «La Virgen (...) es la
madre de los huérfanos. Todos los hombres nacimos desheredados y
nuestra condición verdadera es la orfandad, pero esto es particularmente
cierto para los indios y los pobres de México». Sobre la imagen del Padre:
« 22 » Colección Prólogos
«En todas las civilizaciones la imagen del Dios Padre se presenta como
una figura ambivalente. Por una parte, ya sea Jehová, Dios Creador, o
Zeus, dios de la Creación, regulador cósmico, el Padre encarna el poder
genésico, origen de la vida; por la otra es el principio anterior, el Uno, de
donde todo nace y adonde todo desemboca. Pero, además, es el dueño
del rayo y del látigo, el tirano y el ogro devorador de la vida». El llano
en llamas y Pedro Páramo ilustran involuntariamente esta ambivalencia
ubicándola en sus seres concretos; pero más allá de una pretendida uni-
versalidad, este desamparo, esta orfandad, esta soledad, como lo dice el
propio Paz, son más ciertos para los indios y los pobres que para los otros
sectores sociales de México; la ausencia del Padre, en su caso, no es sólo
la del progenitor, es también la del Estado, la del sistema que los protege
al mismo tiempo que los expolia.
El tema del padre es algo más que un tema en la narrativa de Rulfo:
es un eje sobre el cual giran sus historias y personajes hasta hacerse
significativos por esa propia imagen, la de una presencia odiada o la de
una nostálgica ausencia. La idea del Estado paternal (la concentración
del poder que se iniciara con Calles en 1924) entra en crisis por la ironía
amarga con que a ella se refiere Rulfo –mediante sus personajes– en
Pedro Páramo o en un cuento como «Luvina». O en «Nos han dado la
tierra», que puede leerse, en clave sociológica y política, como un ale-
gato contra la reforma agraria y la burla que ésta significó para miles de
campesinos.
El narrador de «Luvina», un viejo maestro que monologa casi inco-
herentemente su experiencia ante el «aprendiz» pronto a partir hacia el
infierno del cual él regresó, es claro cuando integra a su desánimo exis-
tencial el provocado por la impotencia individual frente a la injusticia.
«¿Dices que el Gobierno nos ayudará, profesor? ¿Tú conoces al Gobier-
no?», evoca, reconstruyendo el diálogo con los campesinos del lugar: «Les
dije que sí». «También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad». A lo
cual añaden uno de los peores agravios según el mexicano: «De lo que
no sabemos nada es de la madre del Gobierno». La ironía campea en otro
cuento, «Nos han dado la tierra», desde su mismo título, ya que la tierra
otorgada por el Gobierno no es más que árido desierto, una «costra de
Jorge Ruffinelli « 23 »
tepetate» en la que nada puede crecer. Tras una débil protesta ante el de-
legado, los campesinos «beneficiados» sólo obtienen esta respuesta: «Eso
manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que deben
atacar, no al Gobierno que les da la tierra». Burocracia –papeles, oficios,
sellos, inutilidad– y corrupción administrativa son tal vez los males que
Rulfo revela en estos cuentos, mostrándolos con la filosa ironía que de-
trás de la demagogia oficial exhibe la palmaria injusticia dedicada a los
pobres.
El Estado-Padre no es viable sino como una excusa para las propias
clases dominantes. No es socialismo, es burguesía paternalista que or-
ganiza su modo de producción; indios, mestizos pobres, el gran sector
mayoritario de México, obtienen así del Gobierno a un padre que los
abandona aunque viva en la promesa de la protección. El paternalis-
mo estatal es una forma del padre todopoderoso renuente a atender a
sus hijos más necesitados. La figura del Padre, de todos modos, tiene
muchas más variantes que la señalada. Si bien aparece también en un
cuento como «El día del derrumbe» (relata la llegada del Gobernador al
pueblo de Tuxcacuexco después de un derrumbe que ha dejado sin casa
a muchos ciudadanos, y la demagogia de promesas se vuelca sobre los
humildes), hay finalmente otro rasgo que la vincula al tema: el personaje
recuerda con precisión que aquel día era el «veintiuno de setiembre...
porque mi mujer tuvo ese día a nuestro hijo Merencio» y él había llegado
tarde y borracho. La mujer le dejó de hablar porque «la había dejado sola
en su compromiso»: la paternidad está ausente desde el momento mismo
del nacimiento. Y este olvido del padre permanece en los hijos como un
estigma más poderoso que la simple orfandad.
En el final de «El llano en llamas», cuando la vida de bandido parece
clausurarse para el Pichón y éste sale de la cárcel sin futuro cierto, una
mujer que él apenas recuerda lo está esperando. «Tengo un hijo tuyo –me
dijo después–. Allí está. Y apuntó con su dedo a un muchacho largo con
los ojos azorados». Después le aclarará: «También a él le dicen el Pichón.
Pero él no es ningún bandido ni ningún asesino. Él es gente buena». La
figura de la madre intercesora –como Dolores Preciado en relación a su
hijo Juan en Pedro Páramo– aparece muchas veces colocándose entre
« 24 » Colección Prólogos
padre e hijo, en un esfuerzo por evitar que la maldad del padre se trans-
mita a sus criaturas. Una situación opuesta –que de todos modos exhibe
la conflictiva separación de padres e hijos– se da en «No oyes ladrar los
perros», cuento de sugestiva intensidad e imaginación plásticamente su-
rrealista, en que un padre carga en hombros al hijo agonizante, mientras
le recrimina la conducta delictiva que lo ha llevado a su desgracia.
La necesidad de encontrar nuevamente el afecto negado del padre
conduce trechos enteros de El llano en llamas y, más claramente, el
inicio de Pedro Páramo. También el desamor y la frialdad expresiva no
sólo parecen corresponder a un hieratismo de raíz indígena y mestiza,
característico de todos los personajes de Rulfo, y, más ampliamente, del
campesino de Jalisco, sino también a la situación básica que separa al
padre –frío, inexpresivo, «machista»– de los hijos que procrea casi sin
desearlos.
El cuento que tal vez mejor ilustra esta situación es «Diles que no me
maten». En él, un viejo que debe un antiguo asesinato y cuyo fusilamiento
es inminente, le ruega a su hijo interceder ante el coronel. No sabe aún
que ese coronel es a su vez hijo de la víctima que él asesinara treinta y
cinco años antes. Pero su propio hijo, con razón, no quiere ir: lo recono-
cerían como hijo del condenado y lo matarían a él también. La cobardía
del hombre viejo, convertida en la astucia que le ha permitido sobrevivir,
aunque míseramente, durante tantos años, busca acomodo para salvarle
la vida a costa de engañar al hijo con falsos argumentos. «Pero si de per-
dida me afusilan a mí también», le pregunta el muchacho, «¿quién cuidará
de mi mujer y de mis hijos?». «La Providencia, Justino», contesta el viejo
taimado. «Ella se encargará de ellos».
Esta conducta puede atribuirse a la desesperación del hombre por el
miedo a morir, pero el sacrificio de su propio hijo señala algo que va más
allá de la situación: va al desafecto humano.
La orfandad real o meramente afectiva es siempre un conflicto car-
dinal para los personajes de Rulfo. Dentro de ese continuo movimiento
agónico de sus criaturas y la necesidad de respaldarse en el pasado, en
la tradición, en una familia, la orfandad es un desarraigo drástico, exis-
tencial, del hombre mexicano. Al comienzo de Pedro Páramo aunque
Jorge Ruffinelli « 25 »
la madre de Juan Preciado exige de su hijo una venganza, los términos
no son claros. ¿Acaso «Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio...
El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro» no es precisamente
afecto? ¿Y cómo se «cobra» el afecto? La ausencia del amor paterno des-
arraiga, arranca al ser de la tierra, no lo deja afincarse. Esta idea aparece
dos veces en los cuentos de El llano en llamas y tiene claramente una
importancia capital en el mundo afectivo de Rulfo. En «¡Diles que no me
maten!», el coronel recapitula lo que ha sido su vida: «Guadalupe Terreros
era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto.
Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos
para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó». En «La herencia de
Matilde Arcángel» el conflicto padre-hijo está expuesto en sus términos
más crudos: la muerte de la madre –mientras intenta proteger al hijo en
la caída de un caballo– es para siempre atribuida, por el padre, a aquel
niño inocente. El hombre, vencido por la irracionalidad de los hechos
que no puede comprender, vende todas sus propiedades y las va convir-
tiendo en alcohol, con un odio cerril hacia el muchacho, como si tuviera
el propósito de que «no encontrara cuando creciera de dónde agarrarse
para vivir». El final de este cuento permite al lector concebir el parricidio
que Pedro Páramo retomará poco después como la contracara del olvido
paterno: rebeldes y fuerzas del gobierno se oponen, en uno de tantos
momentos de la historia mexicana, como se oponen padres e hijos. El
hijo, precisamente al término de un combate, regresa cabalgando en
ancas de su propia montura, «con la mano izquierda dándole duro a su
flauta, mientras que con la derecha sostenía, atravesado sobre la silla, el
cuerpo de su padre muerto». En «Paso del Norte», finalmente, padre e hijo
se oponen en las recriminaciones recíprocas: el hijo reprocha el abando-
no desde la más incauta edad («Me puso unos calzones y una camisa y me
echó a los caminos pa que aprendiera a vivir por mi cuenta...»), pero el
padre acusa la misma actitud de abandono por parte de los hijos («Cuan-
do te aletié la vejez aprenderás a vivir, sabrás que los hijos se te van, que
no te agradecen nada; que te comen hasta tu recuerdo»). No podría ser
más clara esta polaridad, que en el fondo no hace sino descubrir la misma
situación: la soledad.
« 26 » Colección Prólogos
Otra de las líneas matrices de la narrativa de Rulfo la constituye la
idea-imagen de la muerte, con las diversas formas que ésta tiene para
expresarse y constituir el universo ideológico de los cuentos y la novela.
La noción de la muerte y los sentimientos y mitos en torno suyo no se
corresponden, en los pueblos mexicanos de honda raíz indígena, sólo
con la cultura cristiana sino con el sincretismo de ésta y las concepciones
prehispánicas. Para el indígena, alejado de la modernidad española, no
existe infierno ni paraíso, como tampoco una frontera nítida entre la vida
y la muerte. No hay tampoco el temor cristiano al morir, que es temor al
castigo, pero sí el profundo sentimiento de la culpa y al mismo tiempo
su contraste, la ausencia de una conciencia moral, la posibilidad del ase-
sinato frío y tan natural como una necesidad del cuerpo o del espíritu.
Un breve inventario de situaciones nos colocaría en el vórtice de estos
conceptos y sentimientos, haciéndonos apreciar la importancia que tiene
la muerte en la narrativa de Rulfo.
Sujeto a un mundo conflictual, Macario, en el cuento de igual título,
vive los temores que implanta en él la Iglesia, y así une la superstición
con las ideas de la vida posmortem. Sentado junto a una alcantarilla,
esperando a que salgan las ranas ruidosas para matarlas a golpes, su
acto idiota revela una impecable estructura lógica: si no estuviera allí las
ranas despertarían a su madrina y ésta, furiosa, pediría a los santos que
enviaran al pobre Macario «derechito al infierno». Macario trata de evitar
este peligro a toda costa porque, de ejecutarse la amenaza, supondría
no pasar por el purgatorio y no «ver entonces ni a mi papá ni a mi mamá,
que es allí donde están». El angustioso y patético motivo de la orfandad se
muestra aquí, junto con el concepto de la muerte, diseñando un curioso
sincretismo de religión cristiana y supersticiones populares. «A los grillos
nunca los mato», señala en otro momento Macario. «Felipa dice que los
grillos hacen ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan
los gritos de las ánimas que están penando en el purgatorio. El día en que
se acaben los grillos el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas
y todos echaremos a correr espantados por el susto».
«Luvina» da una clara imagen de los pueblos deshabitados del centro
de México. Si en «La Cuesta de las Comadres» se nos señala ese fenómeno
Jorge Ruffinelli « 27 »
como una especie de desaparición constante de sus habitantes, los que
se quedan en «Luvina» expresan firmes razones para hacerlo: «Si nosotros
nos vamos ¿quién se llevará a nuestros muertos? Ellos viven aquí y no
podemos dejarlos solos». Luvina es una imagen cargada de sentido, y el
primer paso, el umbral, de lo que sería Comala en Pedro Páramo. En su
descripción se indica la inmovilidad del tiempo («como si se viviera en la
eternidad»), o se utilizan metáforas («es el lugar donde anida la tristeza»),
en una actitud notoriamente poética, entendiendo lo poético en la línea
de un romanticismo gótico que se va a dar plenamente, sin la mediación
de la metáfora, en Pedro Páramo. Y esa voluntad poética está toda ella
dedicada a elaborar una imagen de la muerte. Luvina, para el narrador,
«es el purgatorio», y lo que le augura al joven profesor que se apresta a
viajar allá, es una descripción inequívoca de lo luctuoso, de lo que ya no
tiene vida: «Usted verá eso: aquellos cerros apagados como si estuvieran
muertos y a Luvina en el más alto, coronándolo con su blanco caserío
como si fuera una corona de muerto...».
La muerte es una presencia constante en la narrativa de Rulfo. El
sueño, en el cuento «En la madrugada», es un abandonarse, un entregarse
«a la muerte»; en «La noche que lo dejaron solo» el personaje se duerme
en el camino, exhausto, mientras los demás continúan su marcha; al día
siguiente el rezagado verá a sus acompañantes ahorcados por las fuerzas
federales mientras los soldados esperan a que llegue «el otro» –él–, para
matarlo. En «No oyes ladrar los perros» el hombre carga sobre los hom-
bros a su hijo herido mientras le reprocha, cansina y morosamente, por su
vida de bandido; la oscuridad de la noche y las manos del hijo, agarrota-
das sobre su cuello y sus oídos, le impiden ver o escuchar a los perros que
indican la proximidad del pueblo. Por eso, al llegar finalmente, continúa
reprochando, pero esta vez al hijo muerto: «¿Y tú no los oías, Ignacio?
No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza». El relato picaresco de
«Anacleto Morones» quiere ocultar –para revelar al final con el tono del
«humor negro»– la realidad cruda de un asesinato; el que cometiera Lucas
Lucatero con el santero Anacleto Morones, quien finalmente reposa en
paz bajo un montón de piedras: «No te saldrás de aquí aunque uses de
todas tus tretas». Sea con fuertes ramalazos de ese humor negro, sea con
« 28 » Colección Prólogos
escueto patetismo, sea con la imagen del remordimiento, siempre la
muerte y la violencia habitan estos cuentos.
Si en todos los ejemplos aducidos la muerte es pulsada en tonos di-
versos, cuentos como «La Cuesta de las Comadres», «El hombre» y «Talpa»
nos enfrentan a los extremos de la frialdad emocional y de los infiernos
de la venganza y la culpa. En «La Cuesta de las Comadres» el narrador
expresa claramente que él era muy buen amigo de los Torricos, pero su
relato, gracias al cual sabremos paulatinamente que los acompañaba en
robos y depredaciones de la comarca, nos muestra también la frialdad
con que termina por matar a uno de dichos hermanos. La descripción de
ese momento es ejemplar en la narrativa de Rulfo: la falta de una con-
ciencia moral y hasta de mínimas emociones, encuentran en el cuento su
mejor expresión. Para zanjar una discusión que parece ponerlo en peli-
gro, el narrador sólo ejecuta un acto más, sencillo y limpio, entre los que
realiza comúnmente (coser costales): «Al quitarse él de enfrente, la luz
de la luna hizo brillar la aguja de arria, que yo había clavado en el costal.
Y no sé por qué, pero de pronto comencé a tener una fe muy grande en
aquella aguja. Por eso, al pasar Remigio Torrico por mi lado, desensarté
la aguja y sin esperar otra cosa se la hundí a él cerquita del ombligo. Se
la hundí hasta donde le cupo. Y allí la dejé». Lo que podría leerse como
un crimen brutal, un asesinato pasional de los que no hay pocos en la
historia policial del campo mexicano, se transforma aquí en un gesto casi
neutro, identificable a los actos vulgares del trabajo. El narrador continúa
relatando, con su típica imperturbabilidad, que la lástima, único senti-
miento que parece moverlo, lo obliga a terminar su acto: «Por eso apro-
veché para sacarle la aguja de arria del ombligo y metérsela más arriba,
allí donde pensé que tenía el corazón».
Esta frialdad desaparece en «El hombre» o en «¡Diles que no me
maten!» para sustituirse por una pasión elemental: la venganza. «El hom-
bre», hábilmente estructurado en tres perspectivas fundamentales (la del
«hombre», la de «el que lo perseguía» y finalmente la de un testigo), narra
la persecución de un asesino por el hombre a cuya familia aquél ultimó.
La alternancia de las secuencias, los sucesivos retrocesos temporales, los
monólogos y las descripciones del esfuerzo de la cacería (el del uno por
Jorge Ruffinelli « 29 »
huir, el del otro por alcanzar a su presa) crean un tempo narrativo parti-
cular, lleno de suspenso, cuya imagen final concentra la tensión en un
«detalle» muy expresivo: «Primero creí que se había doblado al empinarse
sobre el río y no había podido ya enderezar la cabeza», dice el borreguero
que encuentra su cadáver. «Hasta que le vi la sangre coagulada que le
salía por la boca y la nuca repleta de agujeros como si lo hubieran tala-
drado». Esta imagen final asume en sí el motivo de la venganza y es sufi-
ciente para «imaginar» el odio del cazador al alcanzar a su víctima. Otro
cuento de Rulfo termina de igual manera; en «¡Diles que no me maten!»
Juvencio Nava, condenado al fusilamiento, descubrirá que el coronel que
lo ha apresado es el hijo de su víctima. La violencia del relato no reside
en el simple hecho del ajusticiamiento, sino en la imagen epilogal con
que el relato se clausura y que identifica justicia con venganza personal:
«Tu nuera y tus hijos te extrañarán», le dice al hombre muerto su propio
hijo, mientras sujeta el cadáver encima del burro y le cubre la cabeza.
«Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha
comido el coyote, cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por
tanto tiro de gracia como te dieron».
«Talpa», en cambio, es la historia de un crimen, y a la vez, del profun-
do sentimiento de culpa que lo sigue. En nítido estilo confesional (estilo
que caracteriza varios relatos de Rulfo: «En la madrugada», «Macario», «Lu-
vina», etc.), el narrador cuenta cómo él y Natalia forzaron a Tanilo a hacer
un viaje agónico hasta Talpa para pedir a la Virgen que lo mejorara de su
enfermedad. Esa peregrinación se convierte en un viacrucis y la astucia
torturada de los dos personajes (mujer y hermano de la víctima) toma el
sentido de una intencionalidad criminal pero llena de remordimiento.
Como en «Anacleto Morones», la víctima es finalmente enterrada con pie-
dras encima, cuyo peso, en directa relación con el sentimiento culposo,
pretende que de esa tumba no salga ni siquiera el ánima del muerto.
Todos estos cuentos hicieron que se hablara de un estilo tremendista
en Rulfo, que se advirtiera el intento de sacudir al lector con crímenes
brutales. Lo cierto es que si esos episodios existen nunca son narrados de
una manera brutal: la estilización que como tratamiento recibe la muerte
es tan notoria como los hechos mismos: en «La Cuesta de las Comadres»
« 30 » Colección Prólogos
toda la tensión del crimen está adelgazada por dos elementos sencillos
pero fundamentales: el victimario carece de saña y el gesto de matar a
su amigo es el mismo de coser un costal. El otro elemento, muy común
en la prosa rulfiana, lo proporcionan las figuras del lenguaje (como la
comparación y la metáfora) con una de las cuales se termina por diseñar
ese momento: «dio dos o tres respingos como un pollo descabezado y
luego se quedó quieto». En otros relatos también referidos, la muerte está
elidida: «¡Diles que no me maten!» y «El hombre» son ejemplos. En otras
palabras: el tremendismo, al que peligra constantemente caer Rulfo dada
la bárbara acción de sus personajes, desaparece gracias a un sutil y magis-
tral estilo de narración que está tan lejos del regodeo en la violencia como
de mentir, por el prurito de suavizar, la dura vida del campo mexicano.
La compasión del autor por sus personajes –y a través de ellos, por
los habitantes de Jalisco, por sus modelos originales– es sin duda más
clara en cuentos como «Es que somos muy pobres» o «Nos han dado la
tierra», en que la extrema pobreza de los personajes parece significar una
condición última, desnuda, del hombre, su condición más elemental, y
no obstante están diciendo a la vez de su situación terrena, social, en un
mundo que decididamente no pertenece a los pobres.
De ahí que una verdadera lectura de El llano en llamas esté entre
dos instancias: la que les da origen y hacia la que se dirigen. Si los cuen-
tos alcanzan una significación universal como imagen de la condición
desdichada, desolada, del hombre, hay que reinsertar esa condición en
los hombres concretos que el narrador ha elegido contar: campesinos
y hombres de pueblo, sectores productivos o marginales de la pobla-
ción que, merced al expolio de un sistema, nunca se benefician de su
propio trabajo. En el caso de Pedro Páramo los personajes ascenderán
en la escala social, pero la soledad de Pedro Páramo no es igual a la de
los humildes seres de Comala. En su caso, como en un díptico, Rulfo ha
querido mostrar la contracara de la explotación feudal, la barbarie del
poder y finalmente su ínsita decadencia.
Jorge Ruffinelli « 31 »
De la búsqueda del padre por un hijo. En realidad, sólo la mitad de la
novela corre por los andariveles de este motivo literario; Pedro Páramo
es también una historia de amor, apasionada y romántica como Cum-
bres borrascosas de Brontë; es una historia de muertos y fantasmas en la
misma línea gótica de la novela del siglo XVII; es un breve retablo familiar
con una historia de venganza; es un fresco miniaturizado del período
revolucionario en México; es la fábula de un poder que se estrella contra
el destino, a la manera del Gran Gatsby de Scott Fitzgerald. Las múltiples
historias, las suertes variadas de sus personajes, parecen incluirse unas
a otras como las famosas muñecas chinas [sic], merced a una estructura
narrativa tan singular que si apenas publicada parecía confusa y desor-
denada, hoy admira por su endiablada sutileza, por la perfección de su
diseño.
La maestría o la intuición que guió a Rulfo en ese diseño puede ad-
vertirse, desde el comienzo, en un rasgo significativo. Un año antes de
aparecer Pedro Páramo, la revista mexicana Las Letras Patrias publicó
en su primer número un texto titulado «Un cuento» que no es más que el
comienzo de la novela. Apareció en 1955, fechada en 1954, y, curiosa-
mente, da como «Bibliografía» del autor sus dos libros, El llano en llamas
y Pedro Páramo. Este texto, «Un cuento», abriría luego, con leves pero
importantes modificaciones, Pedro Páramo. «Fui a Tuxcuacuexco», dice
en su comienzo, «porque me dijeron que allí vivía mi padre, un tal Pedro
Páramo. Mi madre me lo dijo. Entonces le prometí que iría a verlo en
cuanto ella muriera. Le apreté las manos en señal de que lo haría; pues
ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo». En Pedro
Páramo, Tuxcuacuexco (el mismo pueblo que se menciona en «El día
del derrumbe») se ha convertido en Comala y la perspectiva del narrador
se ha modificado completamente: ya no dice «Fui a Tuxcuacuexco» sino
«Vine de Comala»; ya no dice «le prometí que iría a verlo» sino «le prometí
que vendría». Las modificaciones no son de detalle, sino que lo cambian
todo: la necesidad de crear una atmósfera y de envolver paulatinamente
al lector en ella haciéndolo vivir las mismas peripecias que sus persona-
jes, se hace notoria, deliberada, en la novela.
Si nos preguntamos cuál es el rasgo distintivo de Pedro Páramo,
« 32 » Colección Prólogos
su originalidad mayor, aquel cimiento que la distingue incluso de los
cuentos de El llano en llamas, no cabe duda que ese elemento es la ins-
tauración de una atmósfera, en la que cooperan el tiempo reversible y
anulable, la noción de las ánimas en pena que habitan la tierra igual que
los vivos, o la muerte que en vez de ser el resultado de la violencia de los
hombres, es aquí el ahogo y la asfixia producida por los «murmullos» de
los muertos, es decir por el relato mismo.
La atmósfera en que se desarrollan las historias de Rulfo es sensible
mente diferente ya se trate de los cuentos violentos de El llano en llamas
o de la realidad-fantástica de Pedro Páramo. La diferencia puede adver-
tirse mejor donde ambos libros se unen: en el cuento «Luvina». En «Luvina»
el narrador-personaje da a su relato un tratamiento particular, buscando
el efecto sobre su interlocutor, pero no se aparta de los cánones del
realismo. En cambio, Pedro Páramo desplaza el nivel narrativo hacia la
connotación: no vive en el significado inmediato de los hechos, ni en
los más cercanos, sino, a menudo, en los más distantes y ambiguos (el
episodio de los hermanos incestuosos es el que mejor instaura la ambi-
güedad y un lenguaje simbólico y rico en alusiones sin una significación
unívoca). En otras palabras: las nociones de tiempo y lugar estallan, en
Pedro Páramo, como en un juego ilusorio, y el rearmado a un código
familiar, tranquilizador, es para el lector la salida más próxima aunque
también la más pobre.
Que la creación de una atmósfera extraña, sugestiva, es deliberada
en los relatos de Rulfo, puede comprobarse en su técnica de contrastes,
tan rica en «Luvina» como en Pedro Páramo. En «Luvina», mientras el
hombre relata su experiencia al joven que lo sucederá, describiéndo-
le la deprimente naturaleza de aquel pueblo, los niños «juegan en el
pequeño espacio iluminado por la luz», y los comejenes rebotan en la
lámpara y se escucha el «sonido del río» humedeciendo, en su creciente,
las ramas de los árboles. Paralelamente, en Pedro Páramo, cuando Juan
Preciado llega al pueblo fantasmal y solitario que es Comala, recuerda
que «todavía ayer» en Sayula había visto revolotear a las palomas, había
escuchado los gritos de los niños, mientras ahora, en el ahora de su re-
lato, «estaba aquí en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre
Jorge Ruffinelli « 33 »
las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas
huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol
del atardecer».
Si nos preguntamos a qué obedece esa tendencia –a una voluntad
impresionista, a una sensibilidad turbada que todo lo ve de manera som-
bría o a un resurgimiento gótico–, tendremos que advertir que Pedro Pá-
ramo, incluso en su primera mitad, es el relato de un muerto; a partir de
esta comprobación –así como de la creación de una atmósfera peculiar
en que aparecen y desaparecen extrañas mujeres envueltas en oscuros
sarapes– podría inscribirse la novela en un género que pervive a través
de la literatura fantástica: el relato terrorífico.
Incluso entonces, sin embargo, es posible una lectura mucho más
realista y documental, como señalamos antes. Y es que Luvina, como
Comala (o Tuxcuacuexco), es ejemplo palmario del campo mexicano
que en pleno siglo XX sufre los mayores desplazamientos demográficos
para constituir un proletariado campesino aherrojado a los cinturones de
las grandes ciudades. Pedro Páramo o El llano en llamas no testimonian
este aspecto pero dan de él –no importa si es su propósito principal o
no– una imagen. No por azar, los personajes rulfianos pueden suscribirse
a dos categorías extremas y casi intercambiables: los que se quedan para
siempre en el lugar donde nacieron, y los que se marchan de ese sitio,
también para siempre.
El texto «La Cuesta de las Comadres» da cuenta del segundo aspecto:
«... de aquellos días a esta parte, la Cuesta de las Comadres se había ido
deshabitando. De tiempo en tiempo, alguien se iba; atravesaba el guar-
daganado donde está el palo alto, y desaparecía entre los encinos y no
volvía a aparecer ya nunca. Se iban, eso era todo». El narrador de «Luvina»
explica una situación semejante: «En Luvina sólo viven los puros viejos
y los que todavía no han nacido, como quien dice... Los niños que han
nacido allí se han ido... Apenas les clarea el alba y ya son hombres. Como
quien dice, pegan el brinco del pecho de la madre al azadón y desapa-
recen de Luvina». ¿En qué se transforma, entonces, este hecho sencillo y
explicable? En imágenes. «Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza»,
señala el narrador haciendo un claro uso de la metáfora. Y luego: «Aque-
« 34 » Colección Prólogos
llo es el purgatorio». O, también: «... lo que llegué a ver, cuando había luna
en Luvina, fue la imagen del desconsuelo... siempre».
Considerando esta alquimia literaria –la transformación de los he-
chos en significaciones, o en símbolos que nos remitan en su entramado
a una realidad poética–, se han mencionado muchas veces, como in-
fluencias literarias de Rulfo, autores como William Faulkner, Jean Giono,
C.M. Ramuz; el primero tal vez por sus técnicas: el perspectivismo que
destruye cualquier noción monolítica de lo real, el monólogo interior
que no sólo revela en forma directa el torrente del pensamiento sino las
maneras ideológicas de estar ante la realidad. La narrativa de Giono y
Ramuz acerca a Rulfo a una temática y a una sensibilidad rural, con tonos
eglógicos, líricos y trágicos: del mismo modo que el francés Giono y el
suizo Ramuz encarnan y reflejan con propiedad la vida montañosa, cam-
pestre, no sólo en su faz descriptiva sino ante todo en la anímica de los
personajes, Rulfo parece hacerlo respecto de los campesinos jaliscienses,
como un fiel exponente de ese mundo. En rigor, la narrativa de Juan
Rulfo se alimenta de la realidad de Jalisco como también se alimenta de
una tradición literaria; la o las que entroncan en el cruce moderno de las
literaturas extranjeras y el venero realista nacional.
Podría hacerse, a modo de ejemplo, una lectura comparativa entre
Pedro Páramo y Derborence, la novela de Ramuz publicada en 1936. En
ésta, por ejemplo, al igual que en los pueblos deshabitados de Rulfo, la
gente en edad adulta se ha marchado dejando detrás de sí la desolación
y el silencio: «Delante de las casas no había nadie, pero detrás, en la ca-
llejuela, constantemente iban y venían mujeres con el rastrillo al hombro,
muchachitas con cubos de agua, y solamente uno o dos hombres, pues
éste es el pueblo estival de donde casi todos los que tienen la edad o la
fuerza parten para la montaña, no quedando más que los lisiados, los
demasiado viejos, los demasiado pobres y los idiotas». Más adelante se
reitera este fenómeno: «En verano casi no hay vacas en el pueblo y, ade-
más, muy pocos hombres válidos: es un pueblo de cabras, de mujeres, de
niños y de viejos». Tal vez la mayor similitud con Pedro Páramo radica en
que esa paulatina desaparición de los habitantes ha acabado por afantas-
mar al pueblo: «... están vivos y no están en la vida: están aún en la tierra
Jorge Ruffinelli « 35 »
y no son de la tierra... Salen, porque nos necesitan: quizás nos ven y nos
reconocen, aunque no sean más que un poco de aire... Tal vez hay uno
por ahí y está enfadado conmigo... No tocan el suelo porque no tienen
peso. No hacen ningún ruido; son como el humo, como una nubecilla;
cambian de sitio como quieren».
Las supersticiones (del país de Vaud en Ramuz; de los desiertos ja
lisciences en Rulfo) sirven a ambos narradores para componer una te-
mática poética: la de las ánimas en pena, la de los muertos queridos –e
inqueridos– que vagan por la superficie de la tierra sin hallar acomodo a
sus huesos, como si se concretaran en esas supersticiones (y en la litera
tura que las absorbe y las transforma en imagen) los remordimientos, los
sentimientos de culpa, el sufrimiento de existir.
A una mezcla de supersticiones y religión, de cristianismo y resabios
de concepciones prehispánicas, hay que atribuir en gran medida la com-
posición fantasmal –por no decir fantástica– del mundo de Juan Rulfo. La
imagen poética lograda al fin está basada en elementos muy concretos de
la comunidad mexicana de la que ha salido el autor, de la que han salido
sus personajes y sus temas, y a la que vuelve con referencias muy claras.
Así por ejemplo, la idea de la vida de los muertos es no sólo un motivo
literario que viene de la antigüedad; en el caso de Rulfo obedece a las
creencias prehispánicas que, venciendo la fuerza del sincretismo cristia-
no, no distinguen entre vida y muerte como la concepción occidental lo
hace. En otros temas –el paraíso: Comala en los ojos de Dolores Precia-
do– hay que acudir a esa civilización judeo-cristiana para confirmar su
presencia, no en la idiosincracia ni en la ideología del pueblo mexicano
sino en la superposición de una cultura religiosa más fuerte.
En este sentido, y ateniéndonos a afinidades literarias, no puede
olvidarse al irlandés J.M. Synge, con cuya obra teatral Riders to the Sea
guarda Pedro Páramo algunas equivalencias notables. También Synge,
al escribir sobre los criadores de caballos en las costas de Irlanda, asume
una deuda con su medio, con el entorno, con los habitantes físicos del
lugar y con las creencias de éstos. Si su obra parece recalar en la fantasía,
es ante todo porque se ha alimentado de un venero popular que él trans-
forma en literario apoyándose también en la tradición culta: «Durante
« 36 » Colección Prólogos
mucho tiempo sentí que la poesía era de dos especies, grosso modo, la
poesía de la vida real –la de Burns y Shakespeare y Villon– y la poesía
de los ámbitos de la fantasía –la de Spencer, Keats y Ronsard–. Esto es
bastante obvio, pero lo más alto en poesía se alcanza cuando el soñador
penetra en la realidad o cuando el realista se evade de ella. De todos
los poetas, los mayores poseen ambos elementos, es decir que están
totalmente comprometidos con la realidad y sin embargo, en la ampli-
tud de su fantasía, constantemente superan lo que es simple y vulgar»,
decía Synge. Muy probablemente es lícito asociar algunas imágenes de
la fantasía rulfiana con antiguos antecedentes literarios: el motivo del
caballo errante de Miguel Páramo, que Dorotea continúa escuchando
galopar en la llanura, desde la tumba, parece salir de un cuento gótico
de Poe («Metzengerstein»), pero su génesis se ubica tanto en este terreno
de la tradición literaria como en el del folclore mexicano. La raíz folcló-
rica es tan fuerte en Rulfo como en Ramuz o en Synge. En Riders to the
Sea (1904, traducida al español por Juan Ramón Jiménez en 1920) existe
también el motivo del caballo y del aparecido. En este caso el muerto,
cuyo nombre es Michael (equivalente al Miguel de Pedro Páramo), se le
aparece a su madre en una imagen episódica de propuesta surrealista,
tan marcado es su ritmo lento, onírico, salmodiado. En la obra de Synge
existe una atmósfera semifantástica, como la de Pedro Páramo, y es una
atmósfera que le debe mucho a la naturaleza misma de esos pueblos
del oeste de Irlanda que viven del comercio equino, y en los cuales el
motivo y la imagen del caballo, como en el medio rural de Rulfo, se da
de manera espontánea, sin mayor significación. La «significación» social
que diferencia una y otra obra estaría en el hecho de que el caballo de
Miguel lo distingue como señor, ya que campesinos y arrieros usan mulas
para el tránsito y el trabajo.
Dentro de la creación de una atmósfera fantástica, el silencio «que
se escucha» es uno de sus elementos principales. En El llano en llamas
se da el siguiente diálogo: «—¿Qué es? –me dijo. —¿Qué es qué? –le
pregunté. —Eso, el ruido ese. —Es el silencio. Duérmete» («Luvina»).
En Derborence de Ramuz se entrega la misma imagen: «El silencio de la
alta montaña... Si se aguza el oído, sólo se oye que no se oye nada». En
Jorge Ruffinelli « 37 »
este silencio sepulcral de la novela, no obstante, lo que no se oye son
sonidos humanos o ruidos de la naturaleza, porque precisamente los
indicadores de las presencias fantasmales son los murmullos. En «Luvi-
na», otra vez, lo que la mujer escucha es «como un aletear de murciéla-
gos en la oscuridad». Esta imagen, la de un «murmullo sordo», es luego
capitalizada en Pedro Páramo para señalar la presencia de las mujeres
–ahora muertas– con sus rebozos negros, moviéndose y desapareciendo
en el aire quieto hasta formar una atmósfera asfixiante: «Me mataron los
murmullos», dice Juan Preciado a Dorotea, después de morir. «Aunque
ya traía retrasado el miedo. Se me había venido juntando, hasta que ya
no pude soportarlo. Y cuando me encontré con los murmullos se me
reventaron las cuerdas».
Los murmullos (uno de los títulos originales del libro, antes del de
finitivo) demuestra la importancia dada a la atmósfera, como el título
Pedro Páramo la da a uno de sus principales personajes. Alguna vez
Rulfo negó que Pedro Páramo fuese el personaje central del libro: ése lo
encarna «el pueblo», Comala, junto a la hacienda llamada Media Luna, y
tan dependiente de ella como los caseríos o pueblitos mexicanos de las
grandes estancias feudales. Como tantas veces sucede en la literatura,
probablemente el libro de Rulfo se originó en la vivencia de esos pue-
blos deshabitados del campo de México, pero la formulación novelística
superó la imagen original y la desvió hacia las historias personales de
sus varios protagonistas. De ahí que quepa preguntarse si Pedro Páramo
es una novela de atmósfera o de personajes, si puede considerarse el
equivalente culto del famoso corrido jaliscience El ánima de Sayula o es
una moderna Telemaquia: la búsqueda del Ulises Padre por el Telémaco
Hijo, para vengar antiguos agravios o, al contrario, para dar solución a
su orfandad conflictiva.
Lo que nos llama la atención en Pedro Páramo está en su atmósfera
pero también está en la serie de historias que se entrecruzan en el relato
configurando su trama novelesca. El aparente caos narrativo, la imagen
de mosaico que nos da en un principio, revela de pronto una sutil y casi
perfecta estructura en la que si a veces no hay nexos obvios para el lector,
tampoco hay contradicciones. La narración final orquestada en las suce-
« 38 » Colección Prólogos
sivas unidades narrativas –suerte de «fragmentos» de una totalidad– no
depende de las relaciones causales de la novelística tradicional, y muchas
veces ordena las partes de su discurso por asociaciones de ideas o por
imágenes (la imagen de la lluvia que une los recuerdos y episodios de la
infancia de Pedro Páramo sería un ejemplo). Sus leyes son otras que las
de la novela realista, pero ello no quiere en ningún momento decir que
carezca de leyes. Hay que encontrárselas.
A las varias preguntas anteriores sobre Pedro Páramo no puede sino
contestarse afirmativamente. La existencia misma de las preguntas indica
su realidad: algún rasgo principal del libro las alude, las señala, las justi-
fica. El gran énfasis puesto por la crítica sobre el motivo de la búsqueda
del Padre obedece al hecho de que ese motivo introduce al lector en
el libro y pauta la entera actividad de uno de sus personajes capitales:
Juan Preciado. Pero una segunda mitad de la novela (si la dividiéramos,
como parece legítimo hacerlo, en dos partes) olvida prácticamente a
Juan Preciado y se concentra en las historias individuales y alternadas de
otros personajes igualmente importantes: el Padre Rentería en el vórtice
de un conflicto (que no fue sólo suyo sino de muchos sacerdotes duran-
te la Revolución) entre el poder terrenal y la representatividad divina;
Miguel Páramo viviendo disipadamente la violencia, marginal a toda ley
o normalidad, tras los pasos de su padre; el propio Pedro Páramo y su
esfuerzo por conseguir lo único que su inmenso poder no alcanza: el
amor de una mujer, esquiva en su locura y en la fidelidad enfermiza al
marido muerto; Susana San Juan, contrapartida de Pedro Páramo, amada
inmóvil e inalcanzable, viviendo en los meandros traumáticos de un
ambiguo incesto y en el febricente recuerdo erótico de su esposo. Per-
sonajes menores llevan asimismo su dolor a cuestas: Bartolomé el viudo,
Dorotea la estéril, Damiana la sirvienta fiel y frustrada, Abundio el hijo
abandonado –uno más– del señor feudal. Todos ellos son figuras en un
paisaje, figuras que, al margen de su importancia individual en la trama,
se destacan entre la masa anónima del pueblo. El pueblo, a su vez, sólo
aparece directamente en algunos diálogos anónimos, o como referente
del odio de Pedro Páramo cuando a la muerte de Susana San Juan, en ré-
plica airada a los redobles de muerto que se extienden hasta los pueblos
Jorge Ruffinelli « 39 »
vecinos y terminan por convocar a fiesta, jura: «Me cruzaré de brazos y
Comala se morirá de hambre».
Precisamente ese abandono de Comala por Pedro Páramo equivale
al abandono del hijo por el padre, de Juan Preciado por Pedro Páramo,
y también de los humildes campesinos por el Gobierno en varios cuen-
tos de El llano en llamas. La orfandad, y como réplica, la búsqueda del
Padre, parecen trazar una línea directa que recorre toda la novela. En el
ejemplo de los tres hijos nombrados en ella –Juan, Miguel y Abundio–,
esta situación puede ilustrarse paradigmáticamente.
El cacique político y neofeudal que es Pedro Páramo actúa en las
tierras de la Media Luna, su hacienda, así como en Comala, con la impu-
nidad que le confiere el poder. «Toda la tierra que se puede abarcar con la
mirada», dice el arriero Abundio en uno de los primeros pasajes. «Es de él
todo ese terrenal». Y añade: «El caso es que nuestras madres nos parieron
en un petate aunque éramos hijos de Pedro Páramo». En la estructura
patriarcal de esta economía rural, la promiscuidad del cacique engendra
hijos por doquier, convierte a las niñas en madres precoces y se precia de
una prepotencia machista tolerada por esa misma ordenación social. De
todos modos, si bien en la novela se alude a los muchos «hijos de Pedro
Páramo», sólo aparecen tres como personajes: Juan, Miguel y Abundio,
y a esos tres hay que limitarse forzosamente cuando se habla de los hijos
de Pedro Páramo.
Separadas sus vidas entre sí, imponen de todos modos a la novela su
diseño particular: una historia de orfandad, abandono paterno, rebeldía
y, finalmente, parricidio.
El comienzo de Pedro Páramo nos reserva un engaño: el de la am-
bigüedad. Célebre es ese inicio, en que Juan Preciado informa: «Vine a
Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo».
Sólo mediada la novela sabremos que el interlocutor de Juan Preciado
no somos nosotros los lectores sino Dorotea, que él está ya muerto cuan-
do inicia su relato y que ambos dialogan en una tumba, enterrados. El
comienzo de Pedro Páramo instaura la razón básica del viaje pero no
sus motivos: la explicación «porque me dijeron...» es un falso indicio,
que oculta precisamente la necesidad de otras preguntas y la obligación
« 40 » Colección Prólogos
a otras respuestas. Por ejemplo: ¿por qué buscaba Juan Preciado a su
padre? La primera respuesta sería demasiado sencilla y se cubre de otros
equívocos, así también la promesa dada a la madre en su lecho de muerte
es engañosamente clara. Ella le pide el cumplimiento de un cobro, que
suena a venganza («El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro»)
y que es también una exigencia del afecto que nunca dio a su familia
(«No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a
darme y nunca me dio...»), pero todo ello se transforma en Juan Preciado
perdiendo formas, convirtiéndose en «sueños», «ilusiones», «esperanza»,
detrás de cuyos velos expresivos se esconden –se esconderán siempre–
las motivaciones profundas de su búsqueda.
Miguel Páramo es todo lo que no es Juan Preciado. En Miguel los
rasgos se invierten hasta crear una antítesis, y si está relacionado con Juan
Preciado en el relato, pese a no haberlo visto nunca, no es sólo por el
contraste entre sus imágenes, sino por un hecho más casual: Juan Precia-
do descansará para siempre en su tumba acompañado por otro muerto,
Dorotea. Dorotea la Cuarraca, la infértil, la no-madre cuyo oficio con-
sistía en buscar muchachas para Miguel Páramo.
La aspiración de Juan Preciado era la búsqueda del padre. En Miguel
Páramo no hay empresa ni aspiración: Pedro vive a su lado, y él es, sin
dudarlo, la propia encarnación del padre. Se ha dicho muchas veces que
Pedro Páramo es un personaje hueco que el relato va colmando desde
las varias perspectivas de los otros personajes: este procedimiento es
mucho más claro en Miguel, cuya muerte y recuerdo son registrados en
la novela desde el punto de vista de su padre, de Dorotea, de Fulgor, del
Padre Rentería, de Ana, de los personajes anónimos del pueblo. También
de Miguel Páramo cabría decir lo que enigmáticamente dice Abundio de
Pedro Páramo: es un «rencor vivo». Miguel, por lo menos en el recuerdo
de la mayoría de los personajes, pervive como un rencor.
La identificación padre-hijo es explícita con respecto a Miguel y Pedro
Páramo: no sólo el primero es «la viva imagen del padre» (según Fulgor
Sedaño), no sólo la «mala sangre» parece haberse pasado a él (según el
Padre Rentería), no sólo secuestra a las mujeres jóvenes y asesina a los
hombres –como Pedro Páramo–, sino que su propia muerte parece aludir
Jorge Ruffinelli « 41 »
a esa identidad y a la necesidad de exorcizarla, como si fuera Miguel un
endemoniado desesperado por liberarse de un espíritu ajeno. Leído el
episodio de la muerte de Miguel en una clave simbólica (y la reiterada e
insistente evocación de esa muerte parece un subrayado significativo del
propio texto), esa necesidad de separarse de la propia imagen heredada
se hace incontestable. «Sólo brinqué el lienzo de piedra que últimamente
mandó poner mi padre», le comenta Miguel a Eduviges, ya muerto. «Hice
que el colorado lo brincara para no ir a dar ese rodeo tan largo que hay
que hacer ahora para encontrar el camino. Sé que lo brinqué y después
seguí corriendo, pero como te digo, no había más que humo y humo y
humo».
Si Miguel muere intentando superar el obstáculo impuesto por su
padre (obstáculo que es su padre mismo), Abundio en cambio irá direc-
tamente hacia él y lo eliminará. Abundio clausura el ciclo de los hijos de
Pedro Páramo y es el único en quien la tarea del héroe –tarea que parece
desplazarse de uno a otro de los hijos– llega al desenlace. De manera
muy indirecta, es asimismo el único que cumple el mandato original y
ejecuta el castigo del padre. La función de Abundio es significativamente
servicial e instrumental: es un medio, un intermediario, un emisario y un
arma, es quien conduce a Juan Preciado a las puertas de Comala a sabien-
das de que el padre ya está muerto, es quien guiaba a los viajeros hasta
la posada de Eduviges Dyada o traía noticias de allende los montes, y es
también quien lleva a Pedro Páramo la muerte que éste, sentado en su
equipal, añorando a su lejana Susana, parece estar esperando. Abundio
ingresa en la novela al comienzo de la narración y se reinstala en ella al
final: abre y cierra el relato con una circularidad perfecta.
El desamparo y la pobreza del arriero Abundio (enfatizados por el
irónico significado de su nombre) son también consecuencias del aban-
dono del Padre. Y no parece casual que el final de la novela relate preci-
samente la muerte de Pedro Páramo como el resultado de su negativa a
ayudar a Abundio. Borracho, muerta su mujer Refugio (nombre también
significativo pues es lo último que pierde Abundio), el hombre se acerca
a Pedro Páramo en actitud implorante (¿o exigente?): «Vengo por una
ayudita para enterrar a mi muerta». La novela no nos da en ese momento
« 42 » Colección Prólogos
la respuesta del cacique, sino la vertiginosa narración de los hechos: los
gritos de Damiana («¡Están matando a Don Pedro!») y un elíptico relato
del hombre muriendo: «La cara de Pedro Páramo se escondió debajo de
las cobijas como si se escondiera de la luz». Sólo después, en la agonía
de Pedro Páramo, ese hecho, realizado ya y convertido en historia, se
transformará en vaticinio, en futuro cíclico: «Sé que dentro de pocas horas
vendrá Abundio con sus manos ensangrentadas a pedirme la ayuda que
le negué. Y yo no tendré manos para taparme los ojos y no verlo. Tendré
que oírlo: hasta que su voz se apague con el día, hasta que se le muera
la voz».
De esta manera, Abundio Martínez se identifica con sus hermanos
y cumple una tarea interrumpida y frustrada en ellos. El último gesto de
Pedro Páramo, la negativa de compasión y afecto que califica todos los
actos de su vida en torno a los hijos, es el motivo del parricidio, de su
destrucción.
Si la línea inaugural de Pedro Páramo es la que dirige Juan Preciado
en el viaje futuro hacia un padre desconocido, una segunda línea tan fun-
damental como ésa, la constituye la historia del personaje Pedro Páramo
y su amor desgraciado por Susana San Juan. En este motivo la novela
entra en un nítido terreno literario, en que los gestos del romanticismo se
confunden con un nouveau frisson: el goticismo de las novelas del siglo
XVIII, con sus prisiones enajenantes, con sus horribles sufrimientos, con
su borrascosa naturaleza animizada. No por azar sino por una inequívoca
concepción estética, la heroína, Susana San Juan, vive en las fronteras de
la ensoñación y de la demencia. Mario Praz lo ha estudiado en La carne,
la muerte y el diablo en la literatura romántica: estas heroínas desdicha-
das, perseguidas por lo fatídico, componen toda una estirpe paradigmáti-
ca: son la «belleza turbia» que convierte en una «actitud de la sensibilidad»
lo que en el siglo XVIII era una «actitud intelectual». Otro de los temas
señeros del romanticismo –el incesto entre hermano y hermana, la amitié
fraternelle– aparece en el episodio más importante y ambiguo de Pedro
Páramo: el encuentro de Juan Preciado con Donis y su hermana.
En Pedro Páramo cada personaje vive grávidamente su historia per-
sonal: cada uno carga con su propia cruz, con las penas que le tocan en
Jorge Ruffinelli « 43 »
este (y en el otro) mundo. Por eso, Pedro Páramo y Susana San Juan no
pueden encontrarse nunca: mientras ella vive febrilmente el recuerdo
erótico de su marido muerto, Pedro Páramo la ansía a ella, o por lo menos
la imagen de Susana que guarda de la infancia. Como el personaje de
Scott Fitzgerald, Gatsby, Pedro Páramo elabora un gran imperio terrenal
sobre las brasas de una pasión juvenil: «Esperé treinta años a que regre-
saras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que
se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo
el tuyo, el deseo de ti». La pasión romántica, abrasadora y totalitaria, no
podría encontrar mejor imagen que la expresada por el amante: satisfacer
todas las necesidades, pasar todos los límites, vivir todas las vidas, para
finalmente propiciar un encuentro esencial que es el encuentro amoroso
alimentado sólo por sí mismo.
La ironía que le depara la fatalidad a Pedro Páramo consiste en que
el amor de Susana San Juan tiene otro objeto, no él, al cual arraigarse. Su-
sana vive hacia la muerte, lo pasado, lo perdido, lo acabado. «Una mujer
que no era de este mundo», se dice en un momento del texto, y ésa es la
mejor definición para la heroína romántica que Pedro Páramo no podrá
jamás, por mayor que sea el poderío acumulado, alcanzar.
En este motivo del amor imposible, disuelto en ramalazos de recuer-
dos e invocaciones que cruzan constantemente la novela, Rulfo ha explo-
rado los límites del poder y el conflicto entre la voluntad y la impotencia.
Pedro Páramo es el cacique impiadoso y terrible que expolia la comarca,
no se detiene ante el asesinato o la felonía para alcanzar sus más peque-
ños propósitos, pero es también el amante desdichado y débil. El final de
la novela, y lo que se infiere son los años finales de Pedro Páramo, nos
muestra la decadencia de una casta; decadencia exhibida no en términos
sociales sino líricos, pero acabamiento al fin.
Cuando en 1955 apareció Pedro Páramo, el reconocimiento de su
valor no fue tan inmediato como había sucedido dos años antes con los
cuentos de El llano en llamas. La fama de Rulfo estaba cimentada sobre
una ya indiscutible maestría en la narración corta, y la publicación de
una «novela» generó de inmediato la falsa idea de una «competencia», en
el propio escritor, entre dos modos literarios. No sé si la crítica latinoa-
« 44 » Colección Prólogos
mericana ha venido abandonando su lucidez crítica, su independencia
de valoración, o si una obra, a medida que la fama crece en torno suyo,
empieza a transformarse en intocable y «perfecta». Por eso interesa recor-
dar que en 1955 diversos eran los «defectos» señalados en Pedro Páramo
aunque hoy nadie los recuerde. Entonces se mencionaba que la novela
era una mezcla híbrida de realismo e imaginación no perfectamente di-
sueltos uno en otro; que los personajes estaban vistos en una dimensión
inusual, como paisajes, y el paisaje como personaje, anímicamente. Y,
también, que Pedro Páramo era una novela demasiado sintética, sin
respiración, constreñida y apretada en un lenguaje en exceso escueto.
Habría que revisar hoy esas anotaciones y, en parte, reconocer su crédito,
porque de todos modos la novela ha movido a tan incitantes, apasiona-
das y divergentes interpretaciones en veinte años de lectura, que eso sólo
basta para admirarla y ubicar con justicia a su autor entre los máximos
exponentes de la literatura de nuestro siglo.
1. N ueva justificación
Domingo Miliani « 49 »
Concentro la atención preferente en la cuentística de un escritor a quien
consideré y considero maestro en ese tipo de expresión literaria. Reitero
la afirmación de que en el conjunto global de la obra producida por Uslar
Pietri los cuentos representan su aporte mayor a la producción intelectual
venezolana, en tanto aportan capacidad renovadora, sin desconocer que
se trata de un hombre y un nombre de alta jerarquía en nuestro quehacer
literario del siglo XX. Constituye figura equiparable con otras de la esta-
tura de Mariano Picón Salas, Rómulo Gallegos, muy pocos más que han
logrado rebasar la escarpada frontera literaria del país.
Arturo Uslar Pietri despierta asombro hasta en quienes lo combaten.
Su disciplina de escritor, mantenida sin interrupciones por más de cin-
cuenta años a partir de su primera obra lo justifica. Ha llegado a los ochen-
ta años de edad rodeado de cariño unánime. Ha explorado territorios
poligráficos: poesía, teatro, ensayo, novela, periodismo, historia, crítica
literaria, economía, cuento. Tal vez por esa misma capacidad de produc
ción y por los planteamientos ideológicos volcados en sus textos, no
ajenos a contradicciones, se ha convertido en centro de elogios o blanco
de ataques incesantes. Ocurrió así cuando emergió portavoz juvenil de
la vanguardia y redactó el manifiesto de válvula, cuya urticante minús-
cula del título escamó numerosas pieles académicas en 1928. Se repitió
la cadena de puntos de vista encontrados cuando intervino en la vida
pública nacional a partir de los gobiernos de López Contreras y Medina
Angarita. Continúa respetado y rebatido cuando formula iniciativas que
inciden en el fondo de problemas nacionales incandescentes: crisis de
la educación, petróleo, corrupción administrativa, promoción desme-
dida de los juegos de azar por parte del mismo Estado, contradicciones
y purulencias dolorosas que padece aunque intente disimular nuestra
pintoresca democracia cada vez menos representativa.
Los lineamientos de la Biblioteca Ayacucho, el contenido antológico
sugerido por el propio autor para integrar este volumen, la diversidad
de tópicos que aborda el universo intelectual de este hombre dotado de
aplastante formación cultural, privan de intentar siquiera un recuento del
conjunto bibliográfico aportado por él al patrimonio nacional. No estoy
en capacidad ubicua de enjuiciar su ensayística, sus ideas económicas,
« 50 » Colección Prólogos
históricas, políticas, expuestas a lo largo de un período que rebasa el
medio siglo. Otros más capaces lo harán, seguramente. Yo me he limita-
do a leer sus cuentos y proponer claves de lectura a quienes con modestia
acepten indicios para comprender el trabajo de construcción narrativa
donde Uslar se muestra como un clásico y donde un lector que habla de
esos relatos disfruta o se angustia sin pretensiones de juez inequívoco.
Domingo Miliani « 51 »
Gómez, proceso que culmina con un escándalo periodístico alrededor
de la posición asumida por José Vasconcelos, rector de la Universidad
Autónoma de México4.
Nuestros estudiantes universitarios ensayan vanguardia poética alter-
nada con burlas al dictador. No tardará en cebarse reiteradamente sobre
los claustros académicos la persecución, el silencio, la clausura que había
comenzado desde 1912.
Del lado del poder se oficializan inteligencias que la misma Univer-
sidad había formado en las doctrinas del Positivismo o había visto crecer
como integradas en la estética del Modernismo. Esos hombres en su
juventud habían constituido huestes rebeldes enfrentadas a la dictadura
de Antonio Guzmán Blanco. Brillante promoción, los positivistas habían
hecho nacer la ciencia moderna en Venezuela. Ahora, en la madurez,
configuran un pensamiento dirigido a justificar al dictador Juan Vicente
Gómez como un «gendarme necesario».
Identificados en un rechazo común contra el poder, nombres nue-
vos se inclinan literariamente por tres vías que terminarán enfrentadas
al pasar del tiempo. Un primer grupo lleva a fase culminante la línea
criollista –de abolengo modernista– bajo forma de regionalismo: Rómu-
lo Gallegos, Julio Rosales. El realismo social, como segunda tendencia,
es elevado a niveles de grotesco: Miguel Eduardo Pardo, Rufino Blanco
Fombona, José Rafael Pocaterra. La tercera vía apenas despunta: las van-
guardias.
En lo ideológico, un grupo de pensadores nacionalistas proclama
principios éticos en repudio a las ejecutorias poco ejemplares del césar
omnímodo. En ese orden de ideas publica Rómulo Gallegos sus prime-
ros textos ensayísticos en La Alborada. Picón Salas, residente en Chile,
madura su reflexión sobre lo venezolano inserto en contextos hispano-
americanos. Augusto Mijares afina argumentos de refutación a las inter-
pretaciones pesimistas de la sociedad hispanoamericana, que habían im-
puesto como patrón conceptual los positivistas. Son éstas, sin embargo,
posturas idealistas, algunas bergsonianas, débil bagaje para combatir el
terror armado de «orden y progreso». También en el campo de las ideas
una tercera orientación despunta entre los prisioneros. Furtivamente, en
« 52 » Colección Prólogos
las mazmorras se escuchan los primeros planteamientos de una reflexión
marxista introducida por José Pío Tamayo. La conciencia de una transfor-
mación social profunda del país comienza a inquietar.
Todo ese cuadro de corrientes y contracorrientes define una fermen-
tación intelectual cuya fecundidad sólo podrá medirse después de la
muerte del dictador: surgimiento de los partidos políticos y los sindicatos
modernos, las nuevas escrituras artísticas –especialmente plástica y lite-
raria–; la matriz común hay que buscarla en aquellos años cuya oscuridad
represiva, contradictoriamente estimuló la voluntad de cambios de toda
índole. El proyecto de transformación social data de entonces sin lograr
realización efectiva. La palabra revolución actualiza su sentido preciso,
diferenciado del de montonera, asonada o levantamiento armado con
que antes se escamoteaba. Se piensa en ella sin miedo, con lucidez.
Las inconsecuencias y detracciones posteriores indujeron la diáspora
ideológica que mantiene atomizado al país hasta hoy, entre confusiones
y búsquedas fallidas. Muchos prisioneros de aquellos días cambiaron
pensamiento y conducta frente a la lucha por la transformación histórica
integral. Numerosos reprimidos se tornaron represores. Contrariamen-
te algunos que, por temor o ceguera política momentánea, prestaron
servicios menores al régimen, terminaron después reivindicados como
conciencias críticas de extraordinario valor para el cuadro cultural sub-
siguiente al gomecismo. Tales fueron los casos notables de Pedro Emilio
Coll, Mario Briceño Iragorry y Enrique Bernardo Núñez.
Podría afirmarse que también en lo intelectual la era del gomecismo
representa el paso decisivo de una Venezuela modernista y «criollista» a
una renovación de los lenguajes en que se va a expresar el siglo XX. Al
perder vigencia ideológica el positivismo la visión social se amplía con
nuevas conceptuaciones. Si el pensamiento marxista no aportó un Mariá-
tegui, porque la mayoría de aquellos hombres fueron más bien lectores
de marxismo que marxistas convencidos, en cambio el sacudimiento
mental de las conciencias enriqueció notoriamente las meditaciones
sobre nuestro devenir histórico. Si los sistemas ideológicos oficializados
tejieron una brillante pero deplorable corte alrededor del dictador, las
aulas universitarias y las tertulias artísticas fijaron umbroso domicilio
Domingo Miliani « 53 »
en La Rotunda de Caracas, Las Tres Torres de Barquisimeto, el Castillo
Libertador de Puerto Cabello. Allí, en papeles de estraza se escribieron
novelas, cuentos, poemas destinados a revolucionar nuestra cultura. En
aquellos ámbitos son leídos los realistas rusos traducidos en España y
revistas llegadas de Madrid como La Gaceta Literaria y la Revista de Oc-
cidente. Guillermo de Torre, con sus Literaturas europeas de vanguardia
informa sobre las recientes concepciones del arte y la literatura. Dos-
toiewski, Gogol, Andreiev, el francés Henri Barbuse, el norteamericano
Upton Sinclair, coexisten en las manos esposadas de los rebeldes.
Entretanto Gómez recibe a título de huésped distinguido al moder-
nista José Santos Chocano, quien escribe un poema «Al uvero de playa»
lleno de loas alegóricas para el cazurro gobernante.
Fuera de las cárceles la resistencia activa prosperaba desde el levan-
tamiento del 7 de abril de 1928. Llega 1929. El general José Rafael Gabal-
dón se subleva con unos cuantos peones y alguno de sus hijos –Joaquín
Gabaldón Márquez– en la hacienda Santo Cristo de Biscucuy (estado
Portuguesa) el 28 de abril. Otro grupo invadía Curazao el 8 de junio para
iniciar una ofensiva desde aquella colonia holandesa. Entre ellos esta-
ba el dirigente comunista Gustavo Machado y el poeta revolucionario
Miguel Otero Silva. El ejemplo de Sandino –en Nicaragua– había calado
en aquel intento liberador. Por el oriente, otro general, Román Delgado
Chalbaud, secundado por una hueste de estudiantes y poetas procura
una tercera rebelión infructuosa: el desembarco e invasión de Cumaná
el 11 de agosto. La conciencia social de los escritores, minoría levantisca
en medio de un pueblo aterrado y sometido a ignorancia, se perfilaba
simultáneamente con signos ético y épico.
Todo lo anterior transcurría en medio de un cambio económico del
país agrario –productor de café y cacao exportados desde la colonia– al
petrolero. La apariencia de prosperidad con que Gómez justificaba su
permanencia en el poder, se vio ensombrecida con la gran crisis interna-
cional desatada por la quiebra de la bolsa de Nueva York en 19295.
« 54 » Colección Prólogos
3. Los de 1928. ¿Una generación?
Entre los mitos acuñados por la historia literaria de nuestro tiempo ad-
quiere relevancia especial, hacia 1925, el llamado método o teoría de las
generaciones. De origen alemán, propuesto originalmente por Dilthey
(1865) y parafraseado después por Jeschke y Otto Jespersen hacia 1935,
fue divulgado en nuestra lengua especialmente por José Ortega y Gasset
en El tema de nuestro tiempo (1923). Pedro Salinas lo aplicó a la gene-
ración de 1898. Juan Chabás lo reiteró como esquema a propósito del
mismo fenómeno español. Su validez fue cuestionada en Venezuela por
María Rosa Alonso6.
Lo cierto es que el propósito de agrupar a un conjunto de intelectuales
por criterios como 1. nacimiento aproximado a una fecha común (lapsos
de 15 o 30 años); 2. coincidencia de elementos formativos (comunidad
de educación y lecturas); 3. relaciones iguales; 4. caudillismo o caudillaje
intelectual (existencia de un führer literario); 5. lenguaje generacional;
6. parálisis de la generación anterior, todo ello junto constituyó la base
del método. Empuñado con categoría de prejuicio histórico, dominó las
manipulaciones de algunos teóricos que propugnaron en Venezuela la
existencia de las generaciones de 1918 y 1928. Ambas llegaron a confluir
en la integración de un frente común contra la dictadura de Juan Vicente
Gómez.
La validez generacional de los escritores de 1918 –no la importancia
de su obra– planteó hace algunos años un cruce polémico de puntos
de vista entre Rafael Ángel Insausti y Mario Torrealba Lossi. Este último
produjo un pequeño volumen cuestionador del concepto7. Con respecto
a los hombres de 1928 aún continúa el debate y, justamente Torrealba
Lossi reabre el debate con otro libro8.
Con anterioridad, uno de los activistas político y poético del grupo,
Miguel Otero Silva, ha sido el más contundente negador del criterio «ge-
neracional», no sólo aplicado en relación con la época de su iniciación
literaria y política, sino con respecto a su eficacia instrumental. Por lo
importante transcribo en extenso sus ideas expresadas en una entrevista
de 1967:
Domingo Miliani « 55 »
Me veo obligado a repetir, casi textualmente, lo que he dicho en otro sitio:
que en divergencia total con la teoría de Ortega y Gasset sobre los «hom-
bres coetáneos» para explicar la evolución de la historia, rechazo de plano
el término generación (el concepto generacional) como tabulador de los
artistas, de los políticos, de los seres humanos en general. De acuerdo con
su posición dentro del orden de la economía social los hombres se divi-
den en latifundistas, industriales, comerciantes, profesionales, artesanos,
campesinos, obreros, nunca en jóvenes, maduros y viejos. Asimismo los
políticos deben ser catalogados como fascistas, conservadores, liberales,
socialcristianos, socialdemócratas, anarquistas, comunistas, jamás como
ciudadanos de 20 años, de 40 años, de 60 años. En cuanto a la literatura dí-
game usted que un poeta es clásico, romántico, parnasiano, modernista,
nativista, simbolista, surrealista, vanguardista, pero no me diga que perte-
nece a la generación del 98, del 20, del 36, o del 58, porque esos termina-
les no significan absolutamente nada en el lenguaje de la apreciación lite-
raria. Hay escuelas poéticas que sobreviven durante varias generaciones y
otras que no logran subsistir el transcurso de una sola. Hago hincapié en
tantas perogrulladas porque aquí en Venezuela se ha puesto de moda la
anticientífica clasificación generacional con consecuencias desastrosas
para quienes en el campo político pretendieron substituir a la clase obre-
ra como vanguardia de la lucha revolucionaria por la «juventud» (así, en
abstracto, sin explicar qué juventud) y con yerros garrafales para quienes,
en el dominio de la crítica, antes de opinar si un poeta es malo o bueno, le
preguntan qué edad tiene, como si los poetas fueran caballos de carrera o
mozas de bataclán.9
« 56 » Colección Prólogos
a esa obra, muy útil por su excelente documentación. No obstante, si
partimos de otros supuestos y se analizan los constituyentes históricos,
ideológicos –políticos y estéticos– y los demás ingredientes señalados
como factores de integración del método, en el caso de 1928 seguimos
pensando que el resultado es bastante ambiguo.
Nadie pone en duda que el año 1928 tiene importancia particular en
el proceso de formación de las vanguardias literarias que pugnaban por
el derecho a existir en América Latina desde finales de la Primera Guerra
Mundial y forcejeaban por emerger del aplastamiento que significó el
regionalismo institucionalizado como estilo dominante. De otra parte, lo
que caracterizó al vanguardismo fue precisamente su heterogeneidad de
búsquedas, lenguajes, proposiciones teóricas difundidas en manifiestos,
posiciones adoptadas frente al proceso social de cada país y ante el con-
vulsionado mundo que presenciaba el primer enfrentamiento mundial,
pero también el surgimiento de la primera revolución socialista en el país
de los soviets.
Uno de los rasgos comunes de las vanguardias literarias hispano
americanas fue la ruptura iconoclasta con el modernismo o el «ruben-
darismo» como lo lapidó Jorge Luis Borges. Es decir, el rechazo no sólo
de aquella corriente o «generación anterior» –que por lo demás no esta-
ba completamente paralizada– sino el repudio al papel caudillesco (de
führer literario, según la denominación de Jeschke y Petersen) jugado
por el poeta nicaragüense. Pero el modo de enfrentar la cuestión varió
de uno a otro grupo. Todos los «ismos» pugnaron por diferenciarse entre
sí y el conjunto expresa el propósito unánime de sepultar un pasado
normativista. Así cundió lo que Octavio Paz ha denominado tradición
de ruptura.
Es la época en que comienza a hablarse de crisis de las «escuelas»,
«muerte de los estilos», «decadencia de los géneros», sobre todo a partir
del grito irreverente de Dada. En el caso venezolano, la coexistencia de
las vanguardias se produce no sólo con respecto al Modernismo y el Po-
sitivismo (este último insurgente desde 1866, dominante en 1928, como
la corriente dariana lo había sido desde 1892). El Modernismo compartía
en lo literario el favor de estética oficializada y academizada. A ambos se
Domingo Miliani « 57 »
venía oponiendo una actitud regionalista en la narrativa –La Alborada–,
plástico-musical –Círculo de Bellas Artes– y postmodernista –escritores
de 1918. La Alborada irrumpe en 1909. Varios de sus exponentes coin-
ciden con la vanguardia en una misma actitud de respuesta opositora
a la dictadura de Gómez, pero estética e ideológicamente implicó una
posición refractaria tanto al marxismo como a la estética vanguardista.
De ahí que un primer motivo induzca a poner en duda la eficacia del
método generacional como caracterizador genérico de las vanguardias y
singularmente de nuestra vanguardia, que no puede reducirse a un solo
año (1928) en detrimento del proceso extendido en el tiempo hasta por
lo menos 1935.
Los acontecimientos políticos ocurridos en 1928 (Semana del Estu-
diante, en febrero y alzamiento cuartelario del 7 de abril) congregaron a
algunos jóvenes revolucionarios marxistas más avanzados y a militares
de indiscutible dignidad. Incluso las mujeres desempeñaron un papel
activo: Josefina Juliac, Beatriz Peña, María Teresa Castillo, Antonia Pala-
cios, entre otras. La memorable Semana del Estudiante dejó como saldo
el gesto romántico del encarcelamiento de 214 jóvenes solidarizados
con los primeros líderes detenidos: Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba,
Pío Tamayo, Guillermo Prince Lara. Esa primera detención, de apenas
11 días, generó nexos de amistad y solidaridad que, por sobre las dife-
rencias políticas posteriores, cohesionaron a muchos de los dirigentes y
adictos. Debe señalarse que en esos actos no participaron todos los que
se oponían a la dictadura, pero el no haber tomado parte activa en dichas
manifestaciones tampoco puede esgrimirse como adhesión al régimen
dictatorial.
La detención masiva de estudiantes y líderes revolucionarios a raíz de
los actos de octubre de 1928 tiene en cambio la importancia de haber pro-
ducido una momentánea identificación con la ideología marxista sobre
la cual sentaron cátedra en las mazmorras, hombres como Pío Tamayo,
Rafael Arévalo González, Carlos y Jesús Corao y Alberto Ravell. Sin em-
bargo, no puede colegirse que efímeros contactos de oyentes y lectores
de marxismo provocaran una comunidad de ideas entre todos los allí
hacinados. Como tampoco el hecho de haber estado presos fue garantía
« 58 » Colección Prólogos
de comportamiento revolucionario en la praxis posterior de numerosos
individuos. Basta revisar los nombres más resaltantes en la historia de los
últimos cincuenta años para observar las enormes distancias, la tremen-
da heterogeneidad que desde sus comienzos mostró el conglomerado
humano conocido como «generación». Las ideologías estéticas y políticas
en su diversidad hallarán expresión escrita sólo después de la muerte
del dictador. Esto permitió a sus autores la modificación a posteriori de
su textualidad. Por último, la reclusión en cárcel no mejoró la calidad de
escritura literaria, como el haber permanecido en libertad aparente, fuera
de rejas, no anuló la conducta consecuente con principios marcados por
una honda sensibilidad social.
En la nómina de los detenidos en febrero y octubre de 1928 y en otra
de los no detenidos, se observa:
1. Estuvieron presos en los diferentes campos penitenciarios de la
dictadura:
Miguel Acosta Saignes, Esteban Agudo Freytes, Luis Álvarez Marca
no, Luis Castro, Rafael Domínguez Sisco, Carlos Eduardo Frías, Juan
Bautista Fuenmayor, Simón Gómez Malaret, Luis Emilio Gómez Ruiz,
Nelson Himiob, Pedro Juliac, Fernando Key Sánchez, José Andrés López
Octavio, Augusto Márquez Cañizales, Felipe Massiani, Guillermo Mene-
ses, Alejandro Oropeza Castillo, Inocente Palacios, Isaac J. Pardo, Ro-
dolfo Quintero, Pablo Rojas Guardia, Gerardo Sansón, Germán Suárez
Flamerich, Luis Villalba Villalba. De ellos, sólo Rojas Guardia, Luis Castro,
Carlos Eduardo Frías, Guillermo Meneses y –en menor intensidad– Felipe
Massiani, adoptaron lo que podría considerarse una estética vanguardis-
ta. Rojas Guardia y Nelson Himiob produjeron testimonios literarios del
proceso represivo en años subsiguientes.
En lo ideológico sólo mantuvieron una identificación política de
pensamiento y praxis con el marxismo Miguel Acosta Saignes, Juan Bau-
tista Fuenmayor, Pedro Juliac, Fernando Key Sánchez, Rodolfo Quintero.
Otros, paradojalmente, en el devenir político se integraron en gabinetes
de nuevas dictaduras como la de Pérez Jiménez, por ejemplo, o participa-
ron con decoro indiscutible en los procesos de afirmación democrática,
no necesariamente en identidad militante con agrupaciones políticas.
Domingo Miliani « 59 »
2. No estuvieron presos pero participaron en los incidentes de aquel
año, o al menos sufrieron prisiones de muy corta duración en febrero:
Antonio Arráiz, Rómulo Betancourt, Alfredo Conde Jahn, Joaquín
Gabaldón Márquez, Carlos Irazábal, José Tomás Jiménez Arráiz, Raúl
Leoni, Juan Oropesa, Miguel Otero Silva, Guillermo Prince Lara, Ernesto
Silva Tellería, Rafael Vegas, Jóvito Villalba, Armando Zuloaga Blanco,
etc.
No se requiere ojo zahorí para notar los abismos ideológicos que
en materia política muestran el comportamiento y la expresión de este
segundo grupo, entre quienes están justamente tres de los más significati
vos valores literarios de un arte comprometido con la protesta social y el
lenguaje de vanguardia: Antonio Arráiz, Miguel Otero Silva y Gabaldón
Márquez11.
Si en lo literario los escritores señalados en esta lista –y otros no in-
cluidos– constituyeron diáspora estética más que comunidad de ideas, en
lo ideológico político aquel grupo no logró cristalizar un proyecto social
acorde con un pensamiento supuestamente dominante como contrasis-
tema conceptual que adversa el positivismo. La praxis los alejó en posi-
ciones y adopciones de partidos políticos polarizados. La inconsecuencia
con el país y una vocación de caudillismo intelectual no alcanzado plena-
mente por ninguno sobre su generación los relaciona por analogía. Los
integrantes de aquel contingente actuaron y siguen actuando en los
cincuenta años posteriores de la vida venezolana desde posiciones en-
contradas. Tanto, que se plantea lo que ya habíamos mencionado antes:
muchos exrevolucionarios terminaron represores de sus propios herma-
nos de acción en 1928, en coyunturas muy diversas.
Muerto Gómez, los dirigentes de la Federación de Estudiantes que
encabezaron los acontecimientos del 28 comenzaron a formar una cons-
telación de grupos enfrentados ideológicamente. De la división, más que
de la coincidencia, nacieron los partidos políticos venezolanos contem-
poráneos en muy alta proporción. En el conjunto se pueden observar
por lo menos tres bloques diferenciables desde el punto de vista de sus
sistemas de pensamiento: socialdemocracia, en varios matices; socialcris-
tianismo y marxismo12.
« 60 » Colección Prólogos
En plena dictadura, desde el exilio, algunos líderes habían conforma
do plataformas de partidos. Vale mencionar algunos: La Nueva Venezuela
(1918); la Unión Patriótica y la Sociedad Patriótica (1920); el Partido
Republicano y la Unión Revolucionaria Venezolana (1922). En 1926 se
constituye el Partido Revolucionario Venezolano, definidamente marxis-
ta. En él figuran nombres de quienes serán activistas en 1928: Gustavo
Machado, Salvador de la Plaza, Eduardo Machado, Ricardo Martínez, etc.
Su programa, redactado en México, se conoció en 1928. Sus ideas orien-
taron el asalto a Curazao y la frustrada invasión por las costas corianas13.
En cambio la invasión de Cumaná se rigió por los principios del Partido
de Liberación Nacional, gestado alrededor del general Román Delgado
Chalbaud. Entre los intelectuales comprometidos con este último mo
vimiento se hallaban hombres de promociones literarias muy anteriores
y alejadas de la vanguardia: Rufino Blanco Fombona, José Rafael Po
caterra.
Una tercera organización inició sus actividades el mismo año 1928:
ARDI (Agrupación Revolucionaria de Izquierda). Incorporó marxistas y
no marxistas. Destacan como dirigentes Rómulo Betancourt, Gonzalo
Barrios, Carlos D’Ascoli, Alfredo Conde Jahn, Simón Gómez Malaret,
Nelson Himiob, J.T. Jiménez Arráiz, Juan Oropesa, Isaac J. Pardo. El pro-
grama o «Plan de Barranquilla», redactado por Rómulo Betancourt, era un
intento de interpretación marxista «sui géneris» de la realidad venezolana.
El proyecto de acción inmediata (su táctica) era reformista, inspirado en
el APRA peruano; tuvo inmediata respuesta por parte de otros marxistas
que aspiraban a cambios más profundos en nuestra realidad. Uno de los
críticos más enfáticos fue Miguel Otero Silva. Es ésta la etapa llamada de
ARDI en el exilio.
Después de la muerte de Gómez la Federación de Estudiantes resur-
ge con inusitado poder político bajo la presidencia de Jóvito Villalba. Du-
rante el gobierno de López Contreras la Federación emerge consultora
hasta para la designación de altos funcionarios. Si en 1928 los estudiantes
universitarios habían constituido mecanismo de estallido para expresar el
descontento popular y aglutinaron simpatías que se hicieron ostensibles
incluso en la calle, en 1935 el auge de masas del proletariado industrial
Domingo Miliani « 61 »
–que había madurado a la sombra de las industrias imperialistas– rebasó
la prudencia intelectual de muchos líderes.
El 3 de enero de 1936 un memorable manifiesto de los fevistas y de
algunos intelectuales iniciaba públicamente la crítica a la «calma y cor-
dura» con que Eleazar López Contreras buscaba atenuar el descontento y
las demandas sociales. La represión no se hizo esperar y descargó su pre-
sencia contra manifestantes esporádicos. La Federación de Estudiantes
se veía reforzada con numerosos líderes que habían regresado del exilio.
Ahora congregaba en torno a su presidente Jóvito Villalba, destacadas
figuras como Humberto García Arocha, Luis Emilio Gómez Ruiz, Luis
Lander, Ernesto Silva Tellería y otros.
En junio de 1936, a raíz de una huelga de empleados públicos, Jóvi
to Villalba y García Arocha renuncian a sus cargos en una asamblea.
La presidencia es detentada por el dirigente marxista Jesús González
Cabrera. Villalba y García Arocha emprenden la organización de otro
grupo político de igual nombre: FEV, pero con intención de partido. La
intensificación de sus actividades y su notoria tendencia de izquierda
llevaron a que también esa Federación de Estudiantes cayera en la norma
presidencial que disolvió los partidos de izquierda en 1937.
Esa regresión indujo el proceso formativo de organizaciones que se
cuidaban de ser identificadas como «partidos» y a las cuales guiaba una
misma voluntad de liquidar las supervivencias del gomecismo. Surgen
así la Unión Nacional Republicana y ORVE (Movimiento de Organiza-
ción Venezolana). Esta última de nuevo aglutinaba nombres con ideo-
logías divergentes: Rómulo Betancourt, Joaquín Gabaldón Márquez,
Luis Beltrán Prieto, Alberto Adriani, Raúl Leoni, Alberto Ravell, Guiller-
mo Meneses, Mariano Picón Salas, Luis Álvarez Marcano, entre los más
conocidos por su trayectoria anterior. Despuntaban, además, Víctor
Manuel Rivas, Leopoldo García Maldonado, Carmelo Lauría (padre),
Pablo Rojas Guardia, Pastor Oropeza y un descollante grupo de muje-
res intelectuales: Lucila Palacios, Luisa de Jiménez Arráiz, Clara Vivas
Briceño.
De otro lado, en el sector marxista más radical se proyectaban grupos
disidentes como el Partido Revolucionario Progresista de Salvador de la
« 62 » Colección Prólogos
Plaza, Miguel Acosta Saignes, Juan Bautista Fuenmayor, fundadores. Y en
la base intencionalmente proletaria se observaban entre otros los nom-
bres de un veterano luchador revolucionario como Ernesto Silva Tellería
junto a Augusto Malavé Villalba.
En polo opuesto, escisión de la Federación de Estudiantes, surgía la
Unión Nacional de Estudiantes (UNE) de orientación socialcristiana. De
los antiguos miembros de la FEV figuraban en esta agrupación Rafael
Caldera, Pedro J. Lara Peña, Francisco Alfonso Ravard, Francisco Vera
Izquierdo, Hugo Pérez la Salvia, César Tinoco Richter, Héctor Santaella,
Eduardo Acosta Hermoso, Marcel Granier, Gustavo Díaz Solís, etc.
No hemos querido sino recalcar un hecho: la carencia de una comu-
nidad o siquiera de una armonía de ideas entre los integrantes de aquella
«generación» que, por lo demás, jugó un irrebatible papel histórico en las
luchas contra la dictadura de Gómez y en los procesos de afianzamiento
de nuestra democracia.
Uno de los protagonistas de aquella época, en años maduros ha
dejado escrito un valioso testimonio de conjunto desde su perspectiva
ideológica de marxista polémico. Es Juan Bautista Fuenmayor. En su libro
1928-1948. Veinte años de política14 expone conceptos de sumo interés
por la actitud desmitificadora del principio generacional aplicado a los
hombres de 1928:
En la literatura corriente, el conjunto o núcleo fundamental estudiantil de
esta época ha recibido el nombre de «Generación del 28». Mucho se ha ha-
blado de ella y siempre en forma ditirámbica, señalándola como una «ge-
neración predestinada», excepcional; algo así como un fenómeno extraor-
dinario de nuestra historia, sin precedente alguno y sin causas políticas y
económicas que lo expliquen. Para quienes han elaborado estos concep-
tos metafísicos sobre la juventud estudiantil de 1928, se trataría de un fe-
nómeno síquico o estado de conciencia, que produjo hombres excepcio-
nales, no como resultado de las condiciones materiales entonces existentes
en la sociedad venezolana, sino como algo desvinculado de ellas, como si
esa juventud hubiese recibido un soplo divino o un aliento ultraterreno y
estuviese integrada por hombres diferentes a los conocidos hasta enton-
ces en Venezuela, con la única excepción de los Libertadores. Algo así co-
Domingo Miliani « 63 »
mo hombres providenciales, escogidos por el cielo para cumplir una de-
terminada misión.15
« 64 » Colección Prólogos
la pena una observación: por la marcada tendencia histórica a valorar
nuestros fenómenos literarios desde un ángulo político exclusivista, mu-
chos escritores de resaltante producción literaria en aquella época han
sido juzgados más por su respuesta –positiva o negativa– con respecto
a las acciones políticas de calle. Se llega así a extremos de exaltar obras
cuya significación para la historia literaria perdió vigencia en forma casi
inmediata, o no trascendieron el momento de su producción. Se niega o
silencia otras por el hecho de que sus autores no integraron la élite polí-
tica del antigomecismo en conducta pública.
Hacia 1928 coexistieron en su producción y contacto intelectual, sin
ruptura o enfrentamiento, más bien con analogías y afinidades, escritores
cronológicamente alejados como Leopoldo Landaeta, Fernando Paz Cas-
tillo, Pedro Sotillo, Antonio Arráiz, Julio Garmendia, Leoncio Martínez,
junto a casi adolescentes que empezaban a producir sus primeros textos:
Joaquín Gabaldón Márquez, Miguel Otero Silva, Carlos Eduardo Frías,
Nelson Himiob y casi niños como Guillermo Meneses. No sólo en edad
sino en concepciones de su obra convergieron, guardando distancias,
vanguardistas confesos como Frías y Uslar Pietri, junto a neocriollistas
como Julián Padrón, escritores de tendencias marcadamente social-revo-
lucionarias en su temática aunque con adopción parcial de lenguaje van-
guardista, como Pío Tamayo, Miguel Otero Silva, Antonio Arráiz, Gabriel
Bracho Montiel, el primer Díaz Sánchez, Luis Castro, entre otros.
Si en lo político ninguno logró descollar figura conductora, en fun-
ción de führer generacional, sino que los caudillismos más que las dife-
rencias de fondo acicatearon la diáspora de grupos en que se disolvió el
conjunto de 1928, en lo literario tampoco llegó a resaltar una figura capaz
de constituir el centro de atracción centrípeta. En lo político, Betancourt
y Villalba pugnaron por erigirse cabezas caudillescas de la conducción.
En lo ideológico, por respeto, cariño y valentía, destacó el ejemplo de
poeta y combatiente de José Pío Tamayo. En lo literario hubo jóvenes
con clara conciencia estética de las vanguardias, a pesar de las precarias
informaciones que llegaban a sus manos. Entre ellos, Arturo Uslar Pietri
fue impulsor y redactor de los primeros manifiestos donde cristalizaba
la inquietud general de los jóvenes. Pero ninguno es susceptible de ser
Domingo Miliani « 65 »
abstraído como inductor único. Tal vez no los haya. Su invención forma
parte de las mitologías troqueladas por el iluminismo o mesianismo me-
todológico, en lo histórico-político igual que en lo histórico-literario.
Las revistas donde fueron despuntando las nuevas vocaciones de
vanguardia, Cultura Venezolana, Élite y particularmente válvula (vocero
teórico específico) congregaron escrituras afines, sin duda. Esas escri-
turas, sin embargo, convivían junto a otras cuyos códigos entraban en
inexorable desgaste. Así había sucedido también con El Cojo Ilustrado
quince años antes, cuando modernistas y positivistas institucionalizados
alternaban con jóvenes regionalistas que estrenaban primeras letras para
constituirse luego en el grupo de La Alborada: Julio Rosales, Rómulo Ga-
llegos. Gracias a la tolerancia de José A. Tagliaferro, Cultura Venezolana
permitió en sus páginas la coexistencia de positivistas y modernistas al
lado de quienes exploraban nuevas modalidades literarias: Julio Gar-
mendia, Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, Rafael Angarita Arvelo
y, en especial, aceptó colaboraciones del gran difusor español de las
vanguardias: Guillermo de Torre, cuyo texto «El nuevo espíritu cosmo-
polita» debió encontrar atentos y numerosos lectores entre los jóvenes
venezolanos de los años 20.
Élite, desde sus comienzos, acogió las nuevas voces. Luego, a partir
de 1930, dirigida por uno de los ideólogos literarios de las vanguardias,
Carlos Eduardo Frías, asumió papel difusor de primer orden.
Otros grupos, también de inclinación renovadora hallaron más grata
la experiencia de fundar sus propias revistas. Ocurrió así con la revista
Arquero, dirigida por Julio Morales Lara.
Luego de la muerte de Gómez, tal como sucedió en lo político por
la dispersión en pequeños movimientos, las vanguardias entraron en
una fase de enfrentamientos y polémicas signadas por actitudes esté-
ticas o políticas. Así se ilustra el caso de la revista El Ingenioso Hidalgo
(fundada por Arturo Uslar Pietri, Alfredo Boulton, Pedro Sotillo y Julián
Padrón), criticada sistemáticamente por La Gaceta de América, de fran-
ca orientación social revolucionaria, en manos de Inocente Palacios y
Miguel Acosta Saignes. Un testigo de época rememora aquellos debates
intelectuales así:
« 66 » Colección Prólogos
También es conveniente referirse a una publicación de escasa vida –como
todas a las que venimos refiriéndonos– El Ingenioso Hidalgo. Para los que
nos considerábamos entonces muy revolucionarios, esta revista –hecha
por Arturo Uslar Pietri, Alfredo Boulton, Pedro Sotillo y Julián Padrón– re-
sultaba reaccionaria y excesivamente artística. Boulton firmaba con el seu-
dónimo de Bruno Pla sus primeros artículos de crítica de pintura. Padrón
inició algo semejante a una polémica con Carlos Eduardo Frías, quien le
respondía desde las páginas de la Gaceta de América. A tanto tiempo de
distancia y a tan larga distancia como es la que la muerte impone, pode-
mos decir que las respuestas de Padrón resultaban incómodas y fueron
consideradas como implicaciones políticas muy desagradables para en-
tonces.17
Domingo Miliani « 67 »
realismo social difundido a través de los Clásicos de la Colección Uni-
versal de Espasa Calpe, la obra de Barbusse y Upton Sinclair, trazaban
una línea muy diferente a la que proponían los ismos de vanguardia.
Ambas coexistieron. En unos escritores se operó la simbiosis; en otros,
las tendencias se polarizaron. Unos terceros o cuartos asumieron un
eclecticismo estético, localista por la materia, vanguardista o realista
por la escritura. Por lo demás aquélla es una época en que se intensifi
ca un rasgo de la literatura hispanoamericana –y tal vez de todas las
literaturas–. Se trata de que una corriente «universalizada» por criterios
europocéntricos, en cada país adquiere variaciones dialectales seme-
jantes a las de las lenguas «nacionales». Es lo que tipifica «lo nacional»
de un determinado momento en la evolución de una literatura. Esa dia-
lectalización, en nuestro caso es su alejamiento o mezcla de escrituras
con respecto a las «escuelas» o «movimientos» o «estilos» europeos. Nos
parece pertinente transcribir a este propósito una cita que recoge la
opinión de Arturo Uslar Pietri:
La literatura hispanoamericana nace mezclada e impura, e impura y mez-
clada alcanza sus más altas expresiones. No hay en su historia nada que se
parezca a la ordenada sucesión de escuelas, tendencias y épocas que ca-
racterizan, por ejemplo, a la literatura francesa. En ella nada termina y na-
da está separado. Todo tiende a superponerse y a fundirse. Lo clásico con
lo romántico, lo antiguo con lo moderno, lo popular con lo refinado, lo ra-
cional con lo mágico, lo tradicional con lo exótico. Su curso es como el de
un río, que acumula y arrastra aguas, troncos, cuerpos y hojas de infinitas
procedencias. Es aluvial.
Nada es más difícil que clasificar a un escritor hispanoamericano de acuer-
do con características de estilos y escuelas. Tiende a extravasarse, a mez-
clar, a ser mestizo.18
« 68 » Colección Prólogos
de una a otra obra, cuando no se petrifica en un código reiterado que lo
agota en sí mismo.
Pensamos que ahí está la mayor dificultad para establecer la «taxono-
mía generacional» de autores y obras, en especial cuando se trata de la
heterogeneidad de escrituras producidas por las vanguardias.
Desde la Primera Guerra Mundial se agudizaron los cambios de con-
cepciones del mundo –y por tanto del arte– como expresión ideológica
de los grandes cambios sociales estimulados a partir de la revolución
socialista rusa. En el caso hispanoamericano, antes del Modernismo y
con posterioridad a la pérdida de vigencia de los proyectos de unidad
planteados por los ideólogos de la emancipación, «lo nacional» se iden-
tificó o tradujo por «lo rural», como definidor. La nueva estética dariana
propuso una concepción simbólica más universal del arte, pero ésta fue
interpretada globalmente por la crítica regionalista como un «exotismo»
irresponsable donde no aparecía denotada la realidad socio-histórica.
Nuevas investigaciones han comprobado que tales asertos carecían de
base, puesto que en la obra de numerosos modernistas tildados de exoti-
zantes, incluido el propio Darío, nuestra realidad estaba simbólicamente
connotada, es decir, implicitada en el texto aunque no descrita fotográfi-
camente con la técnica paralizadora de «lo pintoresco local», de ancestro
romántico.
Los años 20 encontraban a América Latina en plenitud de una toma
de conciencia nacionalista frente a las reiteradas agresiones del nuevo
adversario político de nuestros países: el imperialismo norteamerica-
no. Ese fenómeno comienza a despertar mentes y brazos desde 1898, a
consecuencia del incidente del «Maine», en el epílogo de las luchas de
emancipación cubana frente a la dominación española. Pero la presencia
imperialista yanqui en Latinoamérica es históricamente muy anterior 19.
Siguió la invasión de Santo Domingo (1909), la apropiación del Canal de
Panamá, la injerencia yanqui en las luchas libradas por el revolucionario
Augusto César Sandino en Nicaragua, cuenta aparte de los sistemáticos
hurtos de territorio perpetrados contra México desde 1835. Todo ello
conformó un cuadro indignante. Abundaron ensayos y panfletos de pro-
testa que tenían abolengo en los textos de Justo Arosemena, Hostos y
Domingo Miliani « 69 »
especialmente en Madre América y Nuestra América, de José Martí, El
continente enfermo, de César Zumeta y el Ariel, de José Enrique Rodó.
Desde entonces la voz de los intelectuales se hizo escuchar alta. A este
comportamiento solidario no escapó siquiera el «cosmopolita» Rubén
Darío con su famosa «Oda a Teodoro Roosevelt».
La Primera Guerra Mundial (1914-1918) y el triunfo de la Revolución
Socialista Soviética (1917) centraban las miradas en un destino universal
común al hombre contemporáneo, fuese en el sentido de una destruc-
ción genocida (guerra mundial) o de una liberación plena (revolución
social). Buena deuda tiene América Latina con la novelística antibélica
de Remarque y Henri Barbusse. Este último fue leído y citado abundan-
temente por nuestros jóvenes antigomecistas.
Esa visión universal del mundo se manifestó literariamente en un
rechazo al pintoresquismo y al neocriollismo solapados en expresión de
vanguardia, aunque hubiera algunos como Padrón y Frías que intentaran
conciliaciones. Otros rompieron francamente e ironizaron el color local.
Sus antecedentes se hallan en dos escritores cronológicamente anteriores
a la vanguardia: José Antonio Ramos Sucre y Julio Garmendia. La con-
tinuidad y actualización entre los vanguardistas tiene en Uslar Pietri su
exponente más claro.
Los indicios de estas rupturas y alejamientos sólo es posible captar-
los y agruparlos como caracterizadores en la totalidad de la producción
intelectual de aquel momento.
Todo lo anterior, a nuestro juicio, induce a concluir que, tanto por lo
que alude al aspecto literario como al político, entre los miembros de la
supuesta generación de 1928 las brechas y oposiciones existieron desde
un comienzo. Esas diferencias colocaron a sus miembros, gradualmente,
en situación de extraños, tanto en actitudes literarias como políticas, y
los enfrentaron en sus comportamientos frente al devenir del país du-
rante los cincuenta años siguientes. Si se agruparon algunos fue en una
misma inconsecuencia de respuesta ante grandes problemas, urgentes
cuestiones sociales que, si en aquel tiempo se consideraban inaplazables,
al no resolverlas desde el poder –cuando lo han ejercido– mantienen
vigencia acusadora. Se conserva entre ellos, sí, una relación de amistad,
« 70 » Colección Prólogos
de solidaridad aun en las mismas diferencias, que abre o cierra puertas a
posibilidades individuales de acceso a altas posiciones políticas y hasta
financieras, pero nada más.
4. Insurgencia de vanguardias
Domingo Miliani « 71 »
ataque vino de las viejas promociones contra los nuevos y no al revés.
Es más, quienes cronológicamente eran mayores y se identificaron con
las modalidades en germinación fueron escarnecidos duramente por los
pontífices del credo imperante, como ocurrió con Leopoldo Landaeta.
Lo cierto es que la vanguardia inundó el espacio intelectual y se impuso
al menos en algunos rasgos de su lenguaje. Ni siquiera en los cuentistas
de más acendrada convicción revolucionaria está ausente la renovación.
Finalmente el proceso cristaliza en una figura inicial, una actitud, una re-
vista y un libro. Esa figura es Arturo Uslar Pietri. La actitud, una posición
iconoclasta, conciencia crítica frente a las estéticas en declive. La revista,
válvula; la obra: Barrabás y otros relatos.
En cuanto a figuras anteriores en las cuales pudieran hallarse ante-
cedentes, Julio Garmendia se manifiesta como el gran decodificador. Sus
primeros cuentos, antes de formar volumen, aparecieron en la revista
Cultura Venezolana, al menos algunos de ellos. Estaban escritos desde
1922, antes de que su autor viajara a Europa21. Garmendia no llegó a
identificarse explícitamente con los nuevos códigos de la vanguardia,
aunque por la vía de un universalismo fantástico anclado en el contexto
venezolano apuntaba hacia el futuro renovador. Su libro se publicó en
París: La Tienda de Muñecos, 1927. En Venezuela circularon pocos ejem-
plares. Sobre estas referencias he sostenido la tesis de su insularidad, en
el sentido de que su obra no ejerció influjo inmediato en la afirmación
de nuestra vanguardia, pero en cuanto a su mensaje estético lo alejó del
grupo intelectual donde estrenó sus excepcionales dotes de escritor: los
autores de 1918. Otros colegas investigadores han refutado mi plantea-
miento. Los cito y respeto sin compartir sus argumentaciones22.
Julio Garmendia escribió notas y comentarios sobre poetas «nue-
vos». Se refería en este caso a innovaciones menores desarrolladas por
compañeros de tertulia en 1918, en quienes despuntaba alguna frase
futurista apenas indicial –Pedro Sotillo– o en cuya obra aparecía cierta
predisposición de alejamiento postmodernista con referencia a las co-
rrientes imperantes, aun en autores que luego aportarían libros de interés
ubicables en la vanguardia. Es el caso, por ejemplo, de Jacinto Fombona
Pachano. De él puede considerarse próxima a la escritura surrealista la
« 72 » Colección Prólogos
expresión de su poemario Las torres desprevenidas publicado en 1940.
Caso diferente fue el de Antonio Arráiz, también comentado por Garmen-
dia, en cuyo libro Áspero eran perceptibles rupturas formales incluso con
el postmodernismo.
En la narrativa continuaba redundando como tendencia oficial el
Modernismo y su variante criollista. De contraparte, los primeros relatos
de un realismo social-grotesco: Pocaterra. Por último, el aporte excepcio-
nal de una novela introspectiva escrita y publicada por Teresa de la Parra
en París: Ifigenia, de la cual el mismo Pocaterra había dado a conocer
fragmentos en su revista La Lectura Semanal (1922). La mayor atención
de lectores seguía concentrándose, no obstante, en Díaz Rodríguez y
Urbaneja Achelpohl, a más de sus epígonos criollistas y cosmopolitas:
Rafael Cabrera Malo, Alejandro Fernández García (Bucares en flor). Dis-
creta pero tímidamente buscaban diferenciarse los regionalistas Julio
Rosales (Aires puros, 1922) y Rómulo Gallegos (El último Solar, 1920).
Las direcciones donde a mucha distancia temporal se observa una
ruptura más profunda, desde la perspectiva de un lector de hoy, pueden
hallarse en «El hombre de otra parte» (1925) de Ángel Miguel Queremel;
en los Cuentos frívolos (1924) de Manuel Guillermo Díaz (Blas Millán)
y en las «Acotaciones de un pesimista» de Joaquín González Eiris. No
podría afirmarse, empero, que fueran estos autores –salvo Queremel–
conscientes introductores de la vanguardia en el cuento. De ahí que en
un panorama escaso en volumen de obras renovadoras, la aparición su-
cesiva de La Tienda de Muñecos (1927) y Barrabás y otros relatos (1928)
significaran históricamente un verdadero impacto. El primer libro, lejano
y destinado a dejar impronta varios decenios después; el otro, puesto a
título de blanco para recibir los dardos de la reacción contra la vanguar-
dia. Y entonces el año 1928 cobra también sentido muy particular para
la historia del cuento venezolano gracias a este primer volumen editado
por Arturo Uslar Pietri.
Domingo Miliani « 73 »
5. válvula, detonante
« 74 » Colección Prólogos
El crítico iniciaba su nota con un irónico párrafo donde todos los
nombres propios aparecen con minúscula, igual que ocurría con la ten-
dencia neotipográfica incorporada en válvula a partir del propio título,
escrito en esa forma. Omite la puntuación y los acentos, ridiculiza, en
una palabra, aquella irrupción de quiebra con las normas formales de
la escritura. La infeliz actitud de quien hasta entonces fuera uno de los
más receptivos críticos de nuestra literatura nueva, el mismo que elogió
las audacias poéticas de José Antonio Ramos Sucre y prologó la primera
edición de La Tienda de Muñecos de Julio Garmendia, hace gala de un
sarcasmo ambiguo donde pone en tela de juicio hasta la hombría de quie-
nes empuñaban las consignas de vanguardia. No aportó, en cambio, ar-
gumentos ideológicos estéticos que pudieran admitirse como refutación
a las ideas inaugurales de aquel movimiento que él calificó de suicida y
donde se habrían inmolado, a su juicio, los nombres de Pedro Sotillo o
Ramos Sucre entre quienes rompieron códigos instaurados desde 1918.
Se alboroza de ver liquidado a Leopoldo Landaeta y lamenta los «extra-
víos» de tantos jóvenes de talento.
Semprum, atado a los cánones del Modernismo y del Criollismo,
perdió la visión crítica entonces. No así José Gil Fortoul. El ex encargado
de la presidencia de la República, ideólogo de la dictadura, manifestó
abierta simpatía por las nuevas orientaciones. Había prometido una con-
ferencia sobre la vanguardia para los festejos de la Semana del Estudian-
te. El rumbo que tomó aquel acontecimiento lo llevó a enfermarse pru-
dentemente con lo que Joaquín Gabaldón Márquez llama «una gripecilla
diplomática»23. El texto de lo que habría sido aquella disertación puede
leerse en Sinfonía inacabada. Por cierto, Gil Fortoul no sólo admitió la
renovación sino que atinó a filiar el movimiento venezolano dentro de
los ismos vigentes en Europa e Hispanoamérica. Expuso con discreción
el propósito básico de los escritores de válvula: «En primer lugar no se
trata de pintar o describir la realidad tal como ella aparece al vulgo, sino
tal como el pintor y el poeta pretenden verla, con la mayor sobriedad y
la mayor sugestión»24.
Aquella reacción contra el realismo y, en particular contra el principio
parroquiano de la literatura «criollista» había sido propuesta por la van-
Domingo Miliani « 75 »
guardia como un imperativo: «Nos juzgamos llamados al cumplimiento
de un tremendo deber, insinuado e impuesto por nosotros mismos, el de
renovar y crear. La razón de nuestra obra la dará el tiempo. Trabajaremos
compréndasenos o no»25.
Nativismo y criollismo como expresiones únicas de una «literatura
nacional» obnubilaron las sensibilidades modernistas y postmodernistas.
Regionalistas fueron la poesía y la prosa narrativa escritas por los grupos
de La Alborada y del 18. Paisajista fue la pintura llamada de la escuela del
Ávila, derivación del Círculo de Bellas Artes. El semanario Fantoches, de
ejemplar valentía en su lucha humorística contra la dictadura de Gómez,
mantuvo su adhesión a la estética del criollismo, durante la dirección
de Leoncio Martínez y bajo la orientación ideológica de su crítico oficial
Jesús Semprum.
Un antiguo dilema vino a plantearse en otros términos distintos al
cosmopolitismo de los modernistas. Para las vanguardias el reto consistía
en oponer el universalismo al nacionalismo rural. Ductor estético de las
vanguardias venezolanas había sido Guillermo de Torre. En el «Frontis-
picio» de sus Literaturas europeas de vanguardia (1925) había señalado:
«Mas estamos desposeídos totalmente de todo espíritu nacionalista: nues-
tra mirada perfora las fronteras y enlaza plurales horizontes»26.
Se intentaba, pues, romper con la tradición académica dominante,
no sólo en la literatura, sino también en el poder político. El manifiesto
aludía explícitamente a las «pomposas escuelas difuntas» y propugnaba
universalidad de temas y lenguajes, para lo cual «el ritmo y el corazón del
mundo nos dará la pauta». Los aferrados a viejos moldes entendieron bien
la provocación, aunque no el lenguaje en que detonaba. Y justamente
en el lenguaje, en los temas, en la anarquía de las imágenes, en la libre
asociación de las metáforas autónomas, en la neotipografía germinaban
los corrosivos más poderosos contra el método siglo XIX que seguía
tiranizando las técnicas del cuento y la novela.
Más urticante que el propio manifiesto debió parecer a los académi-
cos el zumbón «Auto de fe» escrito por un hombre de las viejas huestes
literarias: Leopoldo Landaeta. La enfática manera de aconsejar a los jóve-
nes era un guante lanzado al mismo rostro de los modernistas y criollis-
« 76 » Colección Prólogos
tas entronizados. «El pasado no les ofrece sino retórica: declamaciones
y perifollos de una literatura artificiosa, ajena a la realidad venezolana:
echen todo eso a la hoguera, sin temor de cometer injusticia, que si allí
existe algo valioso, resistirá a la prueba del fuego, y ustedes mismos se
encargarán de recoger entre las escorias el oro de buena ley. Por mi parte,
a ejemplo de Boticcelli con sus cuadros, echaré en el fuego mi carga de
falsa literatura»27.
Con semejantes andanadas dirigidas a la intencional ruptura estética,
que era también cuestionamiento político de las posiciones oficiales,
aquel mes de enero de 1928 terminó convertido en un campo de batalla
literario sobre o contra la vanguardia, víspera de la arremetida burlesca
en lo político, desplegada en la Semana del Estudiante del mes siguien-
te. Semprum abrió los fuegos en contra. Uslar Pietri replicó en prosa de
ironías equivalentes, pero añadió una nota conceptual importante: «el
desligamiento de la tradición» y reiteró la idea de la vanguardia como el
arte de sugerir. Finalmente insiste en la tremenda ignorancia con que fue
recibido el impacto ideológico que significó aquella efervescencia inte-
lectual dentro de un clima de dictadura estética por parte de modernistas
y positivistas oficializados, o los sobrevivientes de un romanticismo ca-
tólico atrincherado en la Academia de la Lengua desde los días de don
Julio Calcaño.
Semprum estableció la modalidad de escribir sin puntuación y con
minúscula como burla. Y terminó implorando: «Que Dios tenga piedad
de la válvula y de los hombres que por ahí se desahogan. La caridad es
lo único divino que hay en el podrido barro humano. ¿Pueden tener fe
ni esperanza estos jóvenes que se despojan de la caridad y se quedan
desnudos a pleno sol, escandalosos de vergüenza?»28.
Uslar, en su réplica insistía en la idea de que «... la vanguardia ha ne-
cesitado de una forma exterior aparatosa para significar su desligamiento
de la tradición, para que al simple golpe de vista se dé cuenta el lector de
que se trata de una cosa distinta, pero, lo gritamos, y lo sostenemos, no
constituye ello lo esencial de su credo, se trata sólo de un fenómeno de
formas exteriores del que no vacilaremos en despojarnos cuando seamos
comprendidos». Y en el párrafo final apuntaba que «... la piedra liminar
Domingo Miliani « 77 »
de nuestro credo es la absoluta libertad personal del artista dentro de su
emoción, con la sola consigna de sugerir lo más posible en el sentido de
lo hondo, de lo alto y de lo amplio»29.
Pese a todos los propósitos de clarificación manifestados por los
vanguardistas, la sorna continuó cebada en el aspecto neotipográfico.
Otros salieron en defensa de la tradición bajo pretexto de amplificar el
vanguardismo; entre ellos Lino Sutil, seudónimo de Rafael Silva30.
En dirección distinta se orientó Antonio Planchart Burguillos, quien
intentaba la identificación del proceso vanguardista de producción de
textos con la fabricación serial de productos manufacturados. Premedita-
damente ligaba el fenómeno de la «rusofilia» de seudónimos terminados
en ich o en iev con la vanguardia. Sobre todo persistía en considerar la
eclosión a partir de válvula como una simple moda que, en verdad, no
produjo obra tan al «por mayor» como él pronosticaba. En el fondo, toda
su argumentación, apoyada en Gabriel Tarde, entraba furtivamente a
defender el «autoctonismo» de la norma literaria contra la apertura uni-
versalizante que propugnó la vanguardia31.
Una defensa más abierta de los cánones modernistas, de las reglas
«racionales» del arte, del impresionismo, como supremo ideal del escritor,
aflora de otro texto escrito contra la vanguardia por Avelino Martínez,
quien considera a los nuevos escritores vacíos de inspiración, hilvana-
dores de perífrasis carentes de sentido, «snobistas»; en fin, entiende la
autonomía y el automatismo del lenguaje como algo que «sugiérenos un
jardín cultivado por loco con la manía de arrancar los rosales y resem-
brarlos con las raíces para arriba»32.
Expediente parecido al de Semprum, de utilizar la minúscula inicial
en nombres propios aplicó Tulio Martínez, un mes más tarde de la apa-
rición de válvula, para embestir contra Leopoldo Landaeta y salir igual-
mente en defensa de la institucionalidad modernista33.
En posición más equilibrada, dotado de extraordinaria cultura, el
filósofo venezolano Gabriel Espinoza dedicó tres notas al tema de «El
vanguardismo, sus extravagancias y sus límites»34. Hombre esencialmen-
te racionalista, no aceptó la posibilidad de que una lógica poética utili-
zara recursos de exigencias mayores al lector, como el automatismo de
« 78 » Colección Prólogos
la escritura, la supresión de signos de puntuación, la autonomía de la
imagen respecto a la realidad –planteamiento extremo del creacionismo
que luego fue rectificado por las vanguardias–; en cambio comprendió
e ilustró con penetración la conquista de la libertad rítmica, la polifonía
del verso y otros aspectos que fueron la base sustentadora de una estética
nueva.
Entre los implicados de una u otra manera en válvula, Rafael Angarita
Arvelo, Fernando Paz Castillo y Uslar Pietri aportaron los argumentos de
defensa. Uslar Pietri refutó una nota bastante insustancial escrita por Car-
los L. Capriles35. El texto es interesante porque el joven redactor del ma-
nifiesto hace justo alarde de una formación cultural temprana. Atribuye
la apertura necesaria hacia nuevos lenguajes al proceso de sacudida que
significó en todos los órdenes la Primera Guerra Mundial. Añade la idea
de que «El arte de las vanguardias no es de atrevimiento y tropel», sino
de mesura y busca responsable de nuevos itinerarios estéticos. Finaliza
con dos planteamientos de enorme importancia: «La vanguardia no se
propone levantar estatuas sino desnudar ideas. Es más lógico y más de
hombres». Se trata, pues, de ir «a la busca de una estética más sincera»36.
Angarita Arvelo puso el acento en el espíritu futurista de la vanguar-
dia; hizo señalamientos a los escritores del 18 y apuntó sus consecuencias
inmediatas en la Primera Guerra. La nota era aún juvenilmente confusa.
Glosaba versos de Byeli y proclamaba simpatías por la Revolución So-
viética, muy entre líneas37.
Fernando Paz Castillo, maduro y dueño de una cultura literaria más
decantada venía de los contingentes de 1918 y se incorporó con entusias-
mo a la vanguardia, pero también con mesura y serenidad reflexiva. En
una nota sobre el tema comenzaba afirmando: «No hay vanguardismo.
Hay muchas formas nuevas de expresión que producen una aparente
anarquía entre los escritores, y digo aparente, porque en el fondo todos
están de acuerdo en una cosa: en darle al arte autonomía, en hacerlo
puro, sin llegar por ello al concepto desinteresado del arte por el arte»38.
Insistía en que «lo que hay es un espíritu nuevo», expandido a otras ac-
tividades más allá del arte, incluso de la ciencia y la reflexión: Spengler,
Einstein. Y dentro de ese espíritu nuevo, con notable penetración seña-
Domingo Miliani « 79 »
laba la existencia de una heterogeneidad de muchos ismos implicados en
el término vanguardia. Su nota aludía críticamente a las observaciones de
Gil Fortoul y de Febres Cordero (¿Tulio?) sobre las vanguardias, entendi-
das por este último como «desorden».
En conclusión, a semejanza de lo que políticamente fue la Semana
del Estudiante de 1928, la insurgencia de vanguardia en Venezuela tuvo
un primer punto de impacto, un detonante, en la aparición del primer y
único número de válvula. Ataques y defensas fueron tejiéndose desde
aquel enero de 1928 hasta septiembre del mismo año, cuando circuló
el primer libro claramente inserto en la nueva estética: los cuentos de
Barrabás y otros relatos. En ambos acontecimientos, la figura de Arturo
Uslar Pietri ocupó primera fila literaria, aunque en lo político no tuviera
participación equiparable.
Arturo Uslar Pietri nació en Caracas el 16 de mayo de 1906, hijo mayor del
matrimonio entre el general Arturo Uslar y la señora Helena Pietri.
Su infancia y adolescencia estuvieron enmarcadas por la provin-
cia venezolana: Los Teques, Maracay, Cagua. Desde 1915 conoció a un
compañero que ejercería en él influjo importante y con quien habría de
compartir el crecimiento intelectual: Carlos Eduardo Frías.
Hay una incidencia particular que podría explicar en cierto modo
la actitud de Arturo Uslar Pietri en sus días juveniles, con respecto a los
acontecimientos políticos encabezados por los universitarios contra Juan
Vicente Gómez. Su abuelo materno, el médico y general Juan Pietri fue
amigo personal del dictador. Estuvo entre quienes lo impulsaron a actuar
contra Cipriano Castro, en 1908. Cuando Gómez asumió la Presidencia,
el general Pietri formó parte del Consejo de Gobierno, primero como
ministro de Hacienda y luego como vicepresidente de la República, en el
desempeño de cuya responsabilidad murió en 191139. Uslar era entonces
un niño de 5 años; sin embargo, esos vínculos de familia y la condición
militar de su padre debieron pesar sobre el joven que desde 1923 cursaba
« 80 » Colección Prólogos
Ciencias Políticas en la Universidad Central. Su conducta en las acciones
estudiantiles fue, pues, muy discreta, de modo particular en las protestas
de 1928, cuando estaba apenas a un año de obtener su título de Abogado.
En cambio, desde temprano se definió en él la vocación literaria. Como
alumno de secundaria en el Colegio San José de Los Teques empezó a
escribir primeras páginas. Ya en 1922 había publicado un texto, «La lucha»
en Billiken. Sus colaboraciones se hicieron frecuentes también en El Uni-
versal y El Nuevo Diario40.
Lector temprano de modernistas y simbolistas, Eugenio de Castro,
Gómez Carrillo, Remy de Gourmont, Darío, Lugones, Herrera y Reissig,
Horacio Quiroga, Valle Inclán, su escritura inicial estuvo señalada por
esas tendencias.
A partir de 1925 cambian las perspectivas: contactos intelectuales
con otros jóvenes universitarios, nuevas fuentes de lectura: los realistas
rusos: Andreiev, Gogol, en especial el libro común de aquellos estudian-
tes: Sashka Yegulev. Además la Revista de Occidente, editada en Madrid
por Ortega y Gasset, y una especie de breviario para el aprendizaje de
las nuevas estéticas: Literaturas europeas de vanguardia, de Guillermo
de Torre41.
De 1925 en adelante se incrementa la producción y publicación de
textos. Fue abundante la escritura de poemas que sólo recogería en libro
ya en plenitud de su carrera literaria: Manoa (1972). Los primeros cuen-
tos empiezan a difundirse por la misma época42. La vida de aquel escritor
de 20 años estaba delimitada. Antes de que estallase la pequeña esca-
ramuza intelectual contra válvula, Uslar había publicado un texto dra-
mático reimpreso luego en la revista: «E ultreja»43. En 1927, un año antes
de redactar el manifiesto editorial de válvula había publicado un ensa-
yo teórico sobre vanguardismo44. El intelectual ostentaba familiaridad
con principios de la filosofía de Spengler. Estrenaba prosa enérgica y el
poder dialéctico de argumentación que no ha abandonado al ensayista.
Cita a Góngora junto a Goya, Whitman, Mallarmé, Wilde, Lautréamont,
Rimbaud, Marinetti, Cocteau, Picasso, Tzara, Huidobro. No le es ajena
la inclinación hacia los problemas de la plástica, tan palpable en el con-
junto de su obra. Lo más sorprendente es que aquel ensayo de juventud
Domingo Miliani « 81 »
está escrito para refutar puntos de vista reticentes sobre las vanguardias,
expuestos nada menos que por César Vallejo. Cobra relieve singular una
cita extensa, si se piensa que fue esgrimida como argumento en aquellos
días de agrio debate a lo largo de toda América:
Pero ha habido sin embargo hombres superficiales que han tomado la
vanguardia como una excentricidad de artistas ociosos, como un aspecto
de la antigua manía bohemia de epatar a los burgueses, localizándola co-
mo propia del grupo que por mayores facilidades de medio y ubicación
ha podido vocearla más; colocados sobre esta falsa base han intentado gri-
tar que las nuevas generaciones de América son plagiarias del arte moder-
no europeo.
Uno de éstos es César Vallejo, sudamericano, quien enrostra a las gentes
jóvenes del continente tamaña vaciedad. Bien se ve que no se ha tomado
el trabajo de saber que pertenecemos a una cultura, en todo el ancho sen-
tido que encierra el puñado de letras, y que un fenómeno de ella ha de
arropar a todos los hombres que la constituyen con las necesidades de las
fuerzas fisiológicas, sin que puedan decirse plagiarios los unos de los
otros, pero sí con el derecho de llamar desertores o rezagados a los que no
tienen el valor de colocarse en su momento histórico.
La vanguardia no es ni individual, ni nacional, es un fenómeno de nuestra
cultura que cae sobre todos y que estamos en el deber de ponerle los hom-
bros para que se apoye.45
« 82 » Colección Prólogos
americanas, de las cuales menciona: estridentismo mexicano, vedrinismo
antillano, nativismo uruguayo de Silva Valdés, creacionismo de Huidobro
y la polémica de éste con Reverdy. Semejantes evidencias en un ensayo
previo a la aparición de válvula plantean una rectificación. El propio
Uslar Pietri, en repetidas ocasiones ha sostenido que por aquellos años de
su iniciación literaria era muy poca y fragmentaria la información maneja-
da por él y sus compañeros46. De ser así, no por fragmentaria puede cole-
girse que dicha información estética no hubiera conectado claramente el
movimiento venezolano con lo que estaba sucediendo en otras partes del
continente. El mejor testimonio lo aporta Uslar. De los textos polémicos
reseñados antes a propósito de válvula, si se excluyen las tres notas bien
meditadas que publicó Gabriel Espinosa, no se halla ninguna otra página
tan medulosa y con manejo más rico de conceptos que el ensayo de Uslar
Pietri, producido, insistimos, antes de que se publicara la revista.
Con lo anterior creemos que puedan disiparse las sospechas de par-
cialidad por preferencias personales cuando se afirma que fue Arturo
Uslar Pietri la figura decisiva, por conciencia y actuación en lo que a estre-
mecimiento literario representó el año 1928 en la vanguardia venezolana.
Y más: su papel intelectual estuvo en todo caso a la altura de quienes en
otro terreno, el político, desplegaron un frente capaz de conmocionar un
país aletargado por represiones de toda especie.
Entre enero y septiembre de 1928 Arturo Uslar Pietri llena un in-
disputable primer plano intelectual, tanto por sus intervenciones en el
escándalo y la polémica de válvula como por la aparición de su primer
libro de cuentos.
En 1929, doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad Cen-
tral de Venezuela, se marcha a Europa. Lleva investidura de funcionario
diplomático en la Legación de Venezuela ante el gobierno francés y
representante ad honorem en la Sociedad de Naciones. Se le ha encar-
gado innumerables veces el desempeño de esas funciones cuando sus
compañeros de aulas universitarias estaban prisioneros o en el exilio.
Seguimos creyendo que este criterio puede tener validez histórica para
juzgar su conducta política de juventud, pero no como expediente para
negar su obra. Además, vistos los hechos desde una perspectiva contem-
Domingo Miliani « 83 »
poránea y en contraste con la actitud posterior de muchos protagonistas
estudiantiles de 1928 se pueden considerar los hechos sin que medien
resentimientos de grupo. Para efectos de la historia literaria, aun así, este
criterio resulta estrecho a la hora de valorar obras. En esos mismos años,
Julio Garmendia desempeñaba también modestísimos cargos diplomá-
ticos y otro tanto ocurría con Enrique Bernardo Núñez, para citar sólo a
aquéllos no involucrados en la cohorte oficial de modernistas y positivis-
tas, plegados incondicionalmente al régimen. En los casos de Garmendia
y Núñez, como en el de Uslar, la excepcional calidad de la obra legada
diferencia campos. Se hace innegable.
En Europa, Uslar Pietri tuvo oportunidad de afirmar como expe-
riencia lo que en Caracas había sido vislumbre asimilado en páginas de
libros y revistas donde se hablaba de nuevas modalidades culturales. El
gusto por la pintura se acentúa. Lee con avidez a Bretón, Eluard, Maurois,
Mauriac, Giono, Michaux, Céline. Frecuenta las tertulias surrealistas de La
Coupole. Se actualiza en las controversias generadas a partir del Segundo
Manifiesto Surrealista y las ácidas disensiones provocadas entre Bretón
y sus seguidores, que terminan en detractores. No hace, pues, ni más ni
menos, que otros hispanoamericanos con quienes entabla contacto in-
mediato: Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Luis Cardoza y Aragón,
Max Jiménez. Conoce a intelectuales europeos que estaban en primera
línea de las transformaciones literarias: Rafael Alberti, Robert Desnos,
Max Darieux, Jean Cassou, Adolphe de Falgairolles, George Pillement,
Curzio Malaparte, Massimo Pontempelli y otros47.
Continuos viajes amplían su visión de Europa. Recorre Italia, España,
Inglaterra. Lo estimulante para él, sin embargo, sigue siendo la conviven-
cia con la capital francesa:
Hace veinte años yo era muy joven y vivía en París. Estaba entregado a esa
ciudad como con una fascinación mágica. Su color, su olor, las formas de
su vida, me parecían el solo color, el solo olor, las únicas formas de vida
apetecibles y dignas de un hombre verdaderamente culto. A veces me
ocurría soñar que me había marchado y me despertaba, en mitad de la no-
che, con el sobresalto de una pesadilla. Cuando salía a algún corto viaje,
el regreso me parecía una maravillosa fiesta.48
« 84 » Colección Prólogos
En cuanto a escritura, el cambio más notable operado en el novel
cuentista de Barrabás y otros relatos fue su incursión afortunada en la
novela, quizá la más afortunada. Fue inducido tal vez por la amistad de
dos latinoamericanos que lo animaron, con quienes intercambió expe-
riencias y lecturas de originales: Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias.
Este último residía en Europa desde 1923. Luego de un corto paso de
cinco meses por Inglaterra se había radicado en París. Cursaba con Geor-
ge Reynaud algunas materias relacionadas con las culturas mayenses de
Mesoamérica. Tomaba conciencia a fondo del contexto cultural de su
propio ámbito nativo, irónicamente desde Francia. Es la famosa búsque-
da de una perspectiva de distancia, que los novelistas contemporáneos
latinoamericanos han revivido. Asturias ampliaba un cuento, «Los men-
digos políticos», para convertirlo en El señor Presidente. En 1930 había
publicado en Madrid sus Leyendas de Guatemala, que tanto admiraron
a Paul Valéry.
Carpentier, por su parte, se ocupaba de preferencia en asuntos mu-
sicales y de radiodifusión en la emisora francesa, mientras escribía su
novela Ecue-yamba-O, editada en Madrid en 1933.
En los tres escritores había común preocupación por las nuevas téc-
nicas literarias, particularmente algunas aportadas por el surrealismo, no-
toria presencia en la obra producida por ellos en aquellos años parisinos.
Además, había un común desvelo por estremecer los gastados esquemas
académicos del español:
En esa época hablábamos de un modo inagotable de literatura, de lo que
estábamos haciendo, de lo que había que hacer, de lo que estaban hacien-
do los demás, con un verdadero amor delirante de la palabra, que era muy
curioso. A veces nos daban las dos de la mañana elucubrando sobre pala-
bras y dándole vueltas a giros idiomáticos. Yo me acuerdo, anecdótica-
mente de una cosa... ¿Usted recuerda la frase con que comienza El señor
Presidente? Yo me la sé de memoria porque se la oí a Miguel Ángel ocho-
cientas veces. Dice: «¡Alumbra lumbre de alumbre, Luzbel de piedralum-
bre!». Y después añade «maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra
en la luz». Ese «maldoblestar» es producto de algo muy gracioso. Un día es-
tábamos hablando del empobrecimiento general del español; se había
Domingo Miliani « 85 »
empobrecido pero había sido muy rico en los comienzos. Luego había caí-
do en una pobreza retórica y dramática muy grande. Yo le decía que una
de las cosas que revelaban la riqueza inicial del castellano y de la libertad
con que lo usaban, algo que luego se perdió, eran los libros que hizo pu-
blicar Alfonso X El Sabio y, particularmente, la General Estoria y las Siete
Partidas. Leyendo las Siete Partidas uno se quedaba asombrado de cómo
usaban la lengua; la riqueza, variedad y propiedad con que la usaban de
una manera creadora, espontánea, con una especie de juego del valor de
las palabras y le decía yo a Miguel Ángel una frase que había encontrado
leyendo las Siete Partidas –ya no recuerdo en qué punto–; allí, en lugar de
decir «de cualquier naturaleza que fuese», dice: «de cualnaturaquier que
fuese». Miguel Ángel se impresionó mucho y de ahí salió el «maldoblestar»
que escribió luego en El señor Presidente.49
« 86 » Colección Prólogos
En París, Uslar no sólo maduró con la asimilación de nuevas técni-
cas que se imponían a través de Bretón y que tuvieron largo expediente
de antecesores, sino que también reafirmó sus convicciones hispano-
americanas, al igual que sus otros dos compañeros más próximos. Un
americanismo mágico fue el resultado, algo que más tarde evolucionó
hasta generar la versión mágica del realismo. Esto es indicio de que la
aceptación de algunos cánones surrealistas obedeció a estudio crítico, a
discernimiento y reflexión. No fue un simple contagio de modas y modos
de escribir. Más tarde los tres escritores –Asturias, Carpentier, Uslar– fue-
ron desechando la cadena de prejuicios –favorables o adversos– sobre
el regionalismo y volvieron los ojos a la realidad neocontinental con otra
óptica más moderna, en busca de temas propios que permitieran un
tratamiento nuevo o maravilloso de lo real, como reiteradamente lo ha
venido proponiendo Carpentier.
Los tres escritores radicados en el París de 1931 no estaban ajenos,
por lo demás, a la fuerte manifestación de un antiimperialismo literario e
ideológico que estaba vigente entre los escritores de toda América y que
estimulaba en Europa la incansable combatividad de Henri Barbusse. La
literatura de combate fue más violenta en Asturias, más doctrinaria en
Carpentier, atenuada por una visión artística del mundo en Uslar. Asturias
había fundado en París la Asociación General de Estudiantes Latinoame-
ricanos junto con el uruguayo Carlos Quijano. En diversas formas exte-
riorizaban su solidaridad con las luchas antiimperialistas de Sandino en
Nicaragua52. Carpentier funda y es jefe de redacción de la revista Imán,
patrocinada por Elvira de Alvear. Ya para entonces, el novelista cubano
escribía en la revista Carteles de La Habana sobre la nueva visión –mara-
villosa– de lo americano53.
Aquel año de 1931, Uslar Pietri había concluido Las lanzas colora-
das. Viaja a Madrid para editar la novela en las prensas de Zeus. Con ella
alcanzaría consagración en el ámbito de la lengua española. La obra es
seleccionada entre las mejores del mes en Madrid, por un jurado que
integraban Azorín, Ramón Pérez de Ayala, José María Salaverría, Enrique
Diez-Canedo, Pedro Sáinz Rodríguez y Ricardo Baeza.
Los años siguientes transcurren entre viajes. Periódicamente va a
Domingo Miliani « 87 »
Ginebra, como Delegado de Venezuela ante la Sociedad de Naciones.
Conoce Marruecos acompañado por Miguel Ángel Asturias. En febrero
de 1934 emprende regreso a Venezuela.
El país vivía entonces los estertores de la dictadura gomecista. El viejo
cacique andino había reasumido directamente la presidencia en 1932.
La bonanza fiscal procedente del auge petrolero había permanecido y
se incrementaba año tras año. El país se había remozado materialmente
en algunos aspectos.
El 17 de diciembre de 1935 muere Juan Vicente Gómez. El país grita
y desborda su júbilo. Eleazar López Contreras asume provisionalmente
la Presidencia. Quedaba cerrado así el siniestro período de 27 años de
dictadura, que Eustoquio Gómez –hermano del dictador– y el coronel
Tarazona habían pretendido alargar mediante la liquidación física de
López Contreras, en una conjura que resultó fallida. El Presidente de
transición termina contando con el apoyo de la mayoría y la adhesión
casi inmediata de numerosos intelectuales.
Uslar se incorpora, desde el momento de su regreso, a la vida cultu-
ral del país. Ingresa en la Facultad de Derecho de la Universidad Central
como profesor de la primera cátedra de Economía Política. En lo literario,
ya afirmado, tanto por la consagración que le valió Las lanzas colora-
das, como por la traducción de algunos cuentos suyos a otras lenguas,
rápidamente volvió a entrar en contacto con antiguos compañeros de
faenas intelectuales. Seguido por Pedro Sotillo, Julián Padrón, el fotó-
grafo Alfredo Boulton (Bruno Pla) funda la revista El Ingenioso Hidalgo.
El primer número circuló en marzo de 1935. Allí publicó su ensayo «Pies
horadados», donde se interna en la reflexión sobre el mito y su proyec-
ción literaria. Ideológica y estéticamente, otra revista entró en polémica
con El Ingenioso Hidalgo. Se trataba de La Gaceta de América, dirigida
por Inocente Palacios y donde colaboraron, entre otros, escritores mar-
xistas como Miguel Acosta Saignes. La Gaceta consideró la revista donde
escribía Uslar, como un tanto arte-purista en materia intelectual. El seña-
lamiento se originó a propósito de ciertos artículos firmados por Julián
Padrón. Uslar sale a responder en una apostilla titulada «Asteriscos». Allí
la prosa se muestra madura, ponderada en la adjetivación. Expone sus
« 88 » Colección Prólogos
ideas discrepantes con discreta lucidez. En el texto vuelve a insistir sobre
la idea del conocimiento mágico, en tanto categoría válida del arte, más
allá de su utilitarismo:
El conocimiento no es sino la noción de nuevas relaciones entre las cosas.
A él se llega por los métodos científicos, pero hay cierta categoría de fenó-
menos, de parentescos, de aproximaciones, a los que el científico aún hoy
no puede aspirar. Este es el dominio del poeta. Un conocimiento mágico,
una iluminación inesperada; en la materia de los más bellos versos se vis-
lumbra una noción que todavía no podemos catalogar, ni definir, pero por
donde el espíritu, en cierto modo, entra en posesión de un reino que está
casi más allá de nuestros medios. Es en este sentido que todo verdadero
poeta es metafísico.54
Domingo Miliani « 89 »
años planteaba Malraux, a propósito de la novela y de las formulaciones
teóricas de Vladimir Weidlé –Les abeilles d’Aristé (1935)– a propósito del
realismo mágico o realismo del mito. Son planteamientos que numerosos
teóricos han reactualizado en nuestros días.
En la novela caben, y sobre todo deben caber, todas las partes y maneras
del hombre: el sexo y el sueño, el lirismo y la matemática, el estudio y la
aventura, la construcción y el delirio. Tiene de su abuelo el poema épico
la manía de relatar alguna ejemplar aventura, de la ciencia, su compañera
e instigadora, el prurito de la observación exacta de la realidad; de la vida,
su materia, el riesgo de caer en lo trivial o en lo absurdo; de la palabra, su
vehículo, el peligro de estancarse en literatura vacua. Por todo ello si no
es el género más artístico, es, sin duda, el género más difícil de lograr ar-
tísticamente.
« 90 » Colección Prólogos
lluvia», el primer premio de un concurso promovido por la revista Élite.
Se trata de uno de sus trabajos narrativos más antologados y traducidos.
Unos meses después editó su tercer libro: Red. Cuentos (1936).
Cuando el país superaba a medias las convulsiones sociales surgi-
das a raíz de la muerte de Gómez y el régimen de López Contreras, ya
afianzado, se orientaba hacia una persecución sistemática contra organi-
zaciones populares de izquierda, Uslar desempeñó modestos cargos en
el Ministerio de Relaciones Exteriores, mientras dedicaba la mayor parte
de su tiempo a la docencia universitaria.
En 1938 figura, al lado de otros catedráticos, entre los fundadores
de la Facultad de Economía de la Universidad Central. Para entonces
era director de Política en el Ministerio de Relaciones Exteriores, cargo
que deja para desempeñar el de director del Instituto de Inmigración y
Colonización. Había ingresado en la vida pública. Y también en la po-
lítica. En el seno del poder alternaban posiciones paradójicas. De una
parte se había configurado un sector eminentemente cerrado, proclive
a un gomecismo residual. De la otra, un sector liberal más progresista.
El segundo se aglutinó en torno al Partido Agrario Nacional, que pro-
clamaba pequeñas reformas. Entre los fundadores estaba el nombre de
Arturo Uslar Pietri, al lado de personalidades políticas relevantes que
desempeñarían, después de López Contreras, funciones de importancia.
Entre ellas destacaban Manuel R. Egaña, J. González Gorrondona, e inte-
lectuales como Ramón Díaz Sánchez, Manuel Felipe Rugeles, Julio Mo-
rales Lara y el eminente pediatra Pastor Oropeza. Representaban todos
inteligencias de la burguesía progresista liberal. Sus buenas intenciones
duraron poco.
En medio de una nueva conmoción bélica que puso en expectativa
al mundo entero, la situación política de Venezuela se complicaba. La
ilegalización de las fuerzas de izquierda y el clima general de desconten-
to ocupaban el escenario nacional. En el poder, el gabinete de Eleazar
López Contreras hacía crisis. El afamado científico venezolano, Enrique
Tejera, renunció al Ministerio de Educación. Fue reemplazado por Uslar
Pietri, quien se convirtió en el ministro más joven del nuevo equipo eje-
cutivo. Su actuación fue brillante y se le reconoció una voluntad de mo-
Domingo Miliani « 91 »
dernizar las anticuadas estructuras pedagógicas del país, a pesar de que
aún eran exiguos los recursos asignados a esta área vital de la nación. En
el desempeño de sus funciones redactó una Ley de Educación conocida
como Ley Uslar Pietri o Ley del 40, cuya modernidad fue indiscutible.
En 1941 asume la Presidencia de la República el general Isaías Me-
dina Angarita. Hay unanimidad en admitir que se trató de un régimen
de amplias libertades, caracterizado por el libre juego de opiniones y de
organizaciones políticas. En el gabinete del nuevo gobernante, Arturo
Uslar Pietri tuvo figuración desde el comienzo. Primero, fue secretario de
la Presidencia de la República y se le atribuyeron condiciones de ser el
gran consejero presidencial en las medidas de distensión política. Luego
actuó como ministro de Hacienda y, finalmente, para el momento en que
fue derrocado aquel militar admirable en su respeto de la libertad, Uslar
sería su ministro de Relaciones Interiores.
Medina introdujo medidas de liberalización ideológica, legalizó las
organizaciones de izquierda, mantuvo un amplio clima de amnistía. En
el momento de ser derrocado no había un solo prisionero político en las
cárceles venezolanas. La importancia de Uslar como figura descollante
en esos momentos en que se liquidaban las ejecutorias del caudillismo
andino en nuestra política, la significa Ramón J. Velásquez en la siguiente
forma:
Por otra parte, Arturo Uslar Pietri ya para 1942 se ha convertido en la gran
figura del régimen. A Uslar Pietri se le asigna entonces el papel de sumo
inspirador de los grandes cambios de estilo en el gobierno, al tiempo que
sus enemigos lo acusan de atizar la división entre los generales López Con-
treras y Medina Angarita. Para los ya reducidos grupos regionalistas, Uslar
es antiandino y para los conservadores es un peligroso aliado de los co-
munistas.
Correspondan o no estos elogios y estas acusaciones a la verdad, es lo cier-
to que Uslar Pietri, desde Miraflores, tendió un puente entre la mayoría de
los escritores, poetas y artistas y el gobierno, y abrió el camino de los re-
presentativos de la generación del año 28 que no quisieron aceptar la je-
fatura de Rómulo Betancourt.56
« 92 » Colección Prólogos
En realidad, a partir de aquella época, la equidad demostrada por
Uslar Pietri en materia política le ha granjeado respeto hasta de sus más
encarnizados adversarios.
El 18 de octubre de 1945, Medina Angarita fue derrocado por un
golpe cívico-militar al que se le quiso imprimir nuevamente el sentido de
una «Revolución». En él se habían confabulado políticos como Rómulo
Betancourt, Raúl Leoni, Gonzalo Barrios, Luis Beltrán Prieto Figueroa,
Luis Augusto Dubuc, Luis Lander, Alejandro Ávila Chacín, en connivencia
con militares de graduación intermedia: Mario Vargas, Carlos Delgado
Chalbaud, Luis Felipe Llovera Páez, Marcos Pérez Jiménez y otros. Se
constituyó en seguida una Junta «Revolucionaria» de Gobierno presidida
por Rómulo Betancourt. Los funcionarios del medinismo son hechos
prisioneros. Entre ellos Arturo Uslar Pietri, quien comparte una celda
de la Escuela Militar con el general Eleazar López Contreras. Entonces
el escritor sabe del exilio, de la persecución, de la enajenación de sus
bienes, medida ésta adoptada por un Jurado de Responsabilidad Civil y
Administrativa que gozaba de poderes extraordinarios otorgados por la
Junta Revolucionaria de Gobierno.
A fines de noviembre Uslar es «extrañado» del país con los ex pre-
sidentes López Contreras, Medina Angarita y otros altos representantes
del régimen depuesto. Reside en Estados Unidos. En ausencia se le juzga
bajo acusación de haberse apropiado 1.400.000 bolívares. Le son con-
fiscados sus bienes57. Desde Nueva York, en marzo de 1946, escribe una
carta pública a Rómulo Betancourt, donde se defiende por el atropello
contra su dignidad, puesta en entredicho en un juicio que, por lo demás,
fue arbitrario, como lo demostró el tiempo.
En Estados Unidos, Uslar Pietri se dedica al ejercicio de la docencia
en la Universidad de Columbia. Enseña nuestra literatura a los estudian-
tes de español. Producto de sus cursos es el volumen Letras y hombres
de Venezuela. Colabora, además, semanalmente en el diario El Nacional
de Caracas, actividad que mantiene en forma ininterrumpida hasta hoy.
Por aquellos años sostiene una valiente posición crítica sobre asuntos
políticos y económicos, desde su perspectiva ideológica.
Mientras tanto, Venezuela se abocaba a un proceso de elecciones po
Domingo Miliani « 93 »
pulares directas, las primeras del presente siglo, la única reivindicación
permanente concedida por la Junta de Rómulo Betancourt. Rómulo Ga-
llegos es electo presidente de la República. Su mandato será efímero.
Los mismos militares que habían echado del poder a Medina Angarita,
acechaban en la sombra. El 24 de noviembre el novelista fue derrocado,
puesto en prisión y lanzado fuera del país. La conjura se expandía en un
corto mandato de Carlos Delgado Chalbaud quien sería asesinado por
sus propios compañeros para abrir cauce sangriento a otra dictadura: la
de Marcos Pérez Jiménez.
En Norteamérica, la actividad intelectual de Uslar se intensifica. Con-
cluye su segunda novela: El camino de El Dorado (1948) con la cual le
es concedido en Venezuela el Premio Arístides Rojas. Era el reconoci-
miento nacional a un gran ausente. Además termina y publica un tercer
volumen de cuentos: Treinta hombres y sus sombras (1949), conjunto de
extraordinaria calidad renovadora. Por último, concluye y edita en Chile
una serie de ensayos bajo el título de Las nubes, cuyas páginas están
cargadas de inquietantes reflexiones sobre nuestro devenir cultural. La
plenitud llegaba.
En julio de 1950 regresa a Caracas. Se integra en la docencia supe-
rior, en la Universidad Central de Venezuela y el Instituto Pedagógico
Nacional. La brillantez de sus exposiciones sobre Literatura Venezolana
no demoró en granjearle prestigio y simpatía. Combina esta labor con
actividades de la empresa privada. Con su amigo de infancia, Carlos
Eduardo Frías, funda una compañía publicitaria, que dirige hasta 1963.
Dirige también el «Papel Literario» de El Nacional, en cuya tarea destacó
por su receptividad y amplitud frente a nuevos valores literarios.
El asesinato de Carlos Delgado Chalbaud, perpetrado en 1950, había
sumido a Venezuela en umbrosa situación política. Gradualmente cesó
el libre juego de los partidos. Los sindicatos, clausurados primero, se
oficializaron bajo el control de la dictadura. Una inmigración anárquica
provoca el desempleo y el descontento general. La ciudad sufre una
metamorfosis endemoniada dentro de una improvisación arquitectónica
que desfigura su ya maltrecho rostro. Uslar mantiene una conducta dis-
creta. No obstante, en su columna periodística deja traslucir, entre líneas,
« 94 » Colección Prólogos
observaciones críticas valiosas. La censura de prensa no permitía que
nadie fuera más explícito. Quien lo intentaba estaba expuesto a sufrir
la misma suerte de una figura que por la valentía de sus mensajes debió
salir expulsada y terminó padeciendo atropellos físicos en el exilio: Mario
Briceño Iragorry.
El proceso represivo se agudizó a partir del desconocimiento de elec-
ciones libres convocadas y realizadas en noviembre de 1952. El ganador
había sido el partido URD, donde convergía todo el descontento y el
rechazo unánime contra el régimen de Pérez Jiménez.
Los campos de concentración y las cárceles, la tortura y la persecu-
ción, los atentados y las liquidaciones físicas de dirigentes democráticos
campean nuevamente en la escena venezolana.
La labor cultural de Uslar Pietri comienza a difundirse desde 1952 a
través de un programa de televisión denominado Valores Humanos. Su
marginamiento de la vida política del país será prolongado, casi hasta
vísperas de la caída de Pérez Jiménez. El régimen dictatorial entra en
descomposición y crisis a mediados de 1957. La resistencia clandestina
se organiza de manera unitaria. Insurge una Junta Patriótica donde con-
vergen sectores políticos y clases sociales sin excepción. Las protestas
estudiantiles y sindicales se intensifican. El 1 de enero de 1958 emerge un
primer movimiento militar de la Fuerza Aérea. Los grupos económicos
y religiosos apoyan las sacudidas que desde distintos ángulos cristalizan
en un gran movimiento nacional. El 10 de enero aparece en la prensa un
manifiesto firmado por numerosos intelectuales. Entre ellos está Uslar
Pietri. Los firmantes son detenidos en la Cárcel Modelo de Caracas. El 23
de enero de ese año el país queda liberado del dictador y se restituyen
las libertades públicas.
En el quinquenio de 1952 a 1957 la tarea de escritura es fecunda
para Uslar. Desde 1950 en que editó De una a otra Venezuela sus ideas
liberales, proclives a la defensa de la libre empresa, son discutidas con
calor pero también con respeto hacia un hombre consolidado ya de
manera indiscutible en la historia intelectual. Alterna la crítica con los
ensayos de temas económicos, sociales o literarios. Así van sucediéndose
ininterrumpidamente sus libros: Apuntes para retratos (1952), Arístides
Domingo Miliani « 95 »
Rojas (1953), Breve historia de la novela hispanoamericana (1954), El
otoño en Europa (1954), Pizarrón (1955). Las academias lo incorporan
como Individuo de Número: en 1955, la de Ciencias Políticas y Sociales.
Su discurso relativo al problema petrolero hace recordar al hombre que
muchos años antes había acuñado una frase: «Hay que sembrar el petró-
leo». La polémica no se hace esperar. En 1958 es sucesivamente recibido
por las Academias de la Lengua y de la Historia.
El retorno a la normalidad política del país lo inserta nuevamente
en actividades públicas. En 1958 es electo senador independiente. Llegó
a constituir la inteligencia parlamentaria llamada a la toma de grandes
decisiones. Es la década de los 60, de turbulencia política inusitada. En
efecto, entre 1959 y 1964, durante el ejercicio presidencial de Rómulo
Betancourt, Venezuela vive una de sus más tremendas crisis político-so-
ciales. La división de Acción Democrática y la aparición del Movimiento
de Izquierda Revolucionaria como desprendimiento de aquella organi-
zación en el poder, señalan una tormenta política inminente. En 1961, el
Partido Comunista de Venezuela emite, a través de su secretario general,
Jesús Faría, la tesis de que hay que prepararse para la toma del poder por
cualquier vía, sin descartar la lucha armada. La Revolución Cubana ilumi-
na de esperanzas transformadoras con su ejemplo insoslayable. Se veía
entonces la vía armada como salida para solucionar en forma revolucio-
naria los problemas sociales y económicos, la dependencia, económica y
política, vigentes a lo largo de todo el siglo. La respuesta oficial del parti-
do de gobierno fue la persecución y las provocaciones contra los grupos
de izquierda. Aquello generó una cadena de convulsos movimientos que
culminaron con el allanamiento de inmunidad parlamentaria ejercido
contra los líderes del Partido Comunista y del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria. Las guerrillas proliferaron en la ciudad y el campo. Dos
levantamientos armados de carácter militar tuvieron como escenario las
ciudades de Carúpano y Puerto Cabello. Esta última fue teatro de una
masacre ordenada personalmente por el presidente constitucional y co-
mandante en jefe del Ejército: Rómulo Betancourt.
En 1963, dentro de un clima de gran agitación, el país se preparaba
para una nueva contienda electoral. Las coaliciones de partidos y los
« 96 » Colección Prólogos
frentes originan numerosas fórmulas. El nombre de Arturo Uslar Pie-
tri, respaldado por su enorme prestigio intelectual y por su irreductible
oposición contra Acción Democrática participará en la campaña como
candidato a la Presidencia de la República. Inicialmente se le consideró
como el más llamado a constituir una candidatura de unidad nacional.
Ramón J. Velásquez refiere así aquella circunstancia:
Además de su nombre como literato y humanista había sido la principal fi-
gura política en el gobierno de Medina Angarita. (...) Además había sido el
primer político que utilizó la televisión como medio para llegar al gran pú-
blico con el sistema semanal de charlas sobre los grandes personajes del
mundo. Y era un vocero del más duro e intransigente antiacciondemocra-
tismo. El AVI desilusionado por la respuesta de Acción Democrática po-
dría respaldar su empresa, así como los numerosos sectores nacionales
que simpatizaron con Medina Angarita y también el Partido Comunista
que recordaba las excelentes relaciones mantenidas durante su gestión
como consejero político del presidente Medina. En su primera presenta-
ción como posible candidato presidencial de la oposición, Uslar criticó se-
veramente al gobierno de Betancourt por «no haber sabido liberar al país
del proceso de divisionismo y violencia imperante y por no resolver nin-
guno de los problemas nacionales, poniendo en peligro la estabilidad del
sistema democrático».58
Domingo Miliani « 97 »
da (grupo disidente de Acción Democrática y de una subdivisión llamada
ARS) y algunos otros grupos reiteraron el apoyo a Uslar Pietri.
Ese mismo año, dentro de las acciones insurreccionales, un grupo
guerrillero urbano asalta el Museo de Bellas Artes. Roba unos valiosos
cuadros que formaban parte de la exposición Cien años de pintura fran-
cesa. La acción, que procuraba efectos publicitarios para el diezmado
movimiento guerrillero venezolano, manifestó la voluntad de entregar
dichas obras en manos de una persona de comprobada honradez. Eligió,
justamente, a Arturo Uslar Pietri. Aquel gesto dejó disipada, de una vez
por todas, cualquier sospecha de apropiación indebida con que se le
había acusado a raíz del derrocamiento de Medina Angarita.
Concluidas las elecciones del 1 de diciembre de 1963, Uslar Pietri
resultaba favorecido con una alta cifra de votos (469.240), por sobre la
figura de Wolfgang Larrazábal, quien había sido el carismático líder del
retorno a la democracia en 1958. Alcanzó, pues, un cuarto lugar, supera-
do sólo por el candidato triunfante –Raúl Leoni–, Rafael Caldera y Jóvito
Villalba. Era además un tenso proceso donde las izquierdas insurrectas
habían proclamado una fallida política de abstención militante. Por lo
demás, Uslar logró aglutinar electores de clases contrapuestas: los secto-
res marginales de la capital, la clase media y los grupos económicamente
más fuertes de Caracas.
Triunfante Raúl Leoni, para el ejercicio de su mandato buscó y logró
una alianza triple en el poder: Acción Democrática –su partido– URD y
los sectores que habían apoyado a Uslar Pietri. Este fenómeno se conoce
históricamente como gobierno de Amplia Base. Uslar invita a los distin-
tos grupos que lo habían secundado en su campaña electoral, para que
se unifiquen. Funda un nuevo partido, del cual será presidente: Frente
Nacional Democrático. Por primera vez su nombre asume públicamente
una connotación de líder partidista. Esta actitud le fue recriminada por el
hecho de que su candidatura presidencial había nacido con signo inde-
pendiente. Su comportamiento amplio y tolerante, sus esfuerzos por lo-
grar una política de pacificación y de retorno a la legalidad para los grupos
de izquierda, fueron el balance en favor de aquella participación breve
en el gobierno de amplia base. Esto le fue reconocido unánimemente, al
« 98 » Colección Prólogos
igual que sus sinceras gestiones por conseguir la inmediata libertad de los
numerosos prisioneros políticos que Betancourt había legado al gobier-
no de Leoni como lastre muy incómodo. Solicitaba, además, la revisión
de cuantiosos juicios militares seguidos a civiles que habían participado
en las luchas insurreccionales. Poco éxito habrían de obtener sus plan-
teamientos. Las guerrillas prosiguieron sus actividades, por lo menos en
tres estados del país: Lara, Falcón y Trujillo. Del lado oficial, las torturas y
la represión se mantuvieron inmodificadas; el enorme aparato represivo
montado por Betancourt, permaneció incólume. Sólo a fines de 1964 se
atenuó el enfrentamiento con la medida de conmutación de penas de
prisión por exilio, para los dirigentes revolucionarios en armas.
Aquel experimento tripartita de gobierno duró poco tiempo. En
marzo de 1966 Uslar Pietri anuncia públicamente el retiro de su partido
político, en carta al presidente Leoni. ¿Razones? El poco éxito alcanzado
en el cumplimiento del programa común y la carencia de consenso en
las decisiones políticas. En realidad, su propio partido estaba conmovido
por contradicciones y divergencias internas que habrían de concluir con
la disolución de la militancia en varios grupos. El primero de ellos acom-
pañó a Ramón Escovar Salom. Se avecinaba un nuevo proceso electoral.
Uslar entra en alianza con otras fuerzas dentro de un Amplio Frente de
Oposición promovido por Miguel Ángel Capriles, secundado por Wolf
gang Larrazábal y Jorge Dáger, entre otros. El amplio frente resultó es-
trecho. Un sector era partidario de lanzar la candidatura presidencial de
Miguel Ángel Capriles. El otro, dentro del cual se insertó Uslar, proponía
respaldar la candidatura de Rafael Caldera, quien habría de resultar el
nuevo triunfador. Posteriormente, Uslar, Miguel Otero Silva y otros inte-
graron un nuevo frente llamado de la victoria, que respaldó la candida-
tura de Miguel Ángel Burelli Rivas. Eran momentos dramáticos para el
partido de gobierno, que nuevamente se escindió por divergencias en
la elección de su candidato. De un lado afloró el Movimiento Electoral
del Pueblo, cuyo candidato presidencial fue Luis Beltrán Prieto Figueroa.
Lo que restaba de Acción Democrática acompañó en la derrota la candi-
datura de Gonzalo Barrios. Las nuevas elecciones expresaron el eclipse
político de Arturo Uslar Pietri. Volvería a ser electo al Congreso Nacional,
Domingo Miliani « 99 »
pero su partido entraba en franco declive hasta la disolución posterior.
Uslar renuncia a la Secretaría General de su grupo, cargo que entrega a
Pedro Segnini La Cruz. Queda como asesor político, solamente. Retorna
de manera predominante a su labor intelectual que, por lo demás, en los
últimos cinco años, había quedado reducida a una mínima producción.
En efecto, si se revisa su bibliografía entre 1962 y 1967, se observará
que publica dos novelas integrantes de una trilogía titulada El laberinto
de fortuna. Ellas fueron: Un retrato en la geografía (1962) y Estación de
máscaras (1964). Ambas novelas dejaron mucho que desear en lectores
acostumbrados a la impecable escritura literaria del autor. No ocurrió así,
en cambio, con el cuarto volumen de cuentos, Pasos y pasajeros (1966)
de excelente elaboración.
En la ensayística, entre 1958 y 1962, aportó tres libros de importancia:
Venezuela, un país en transformación (1958), Materiales para la cons-
trucción de Venezuela (1959), Del hacer y deshacer de Venezuela (1962).
Publicó además una serie de textos sobre la educación, bajo título La
universidad y el país (1961) destinado a encender polémicas un tanto
ácidas. Como se ve, los años de mayor actividad en la vida política fueron
de escaso incremento literario para su obra.
En 1969, Caldera toma posesión de la Presidencia de la República.
Uslar actúa como parlamentario. La política de pacificación del nuevo
gobernante fue recibida con alguna reticencia por ciertos sectores par-
lamentarios, especialmente el derrotado partido Acción Democrática. La
legalización de los partidos de izquierda comienza con el retorno a la
vida abierta de un maltrecho Partido Comunista. El MIR propone acoger-
se a la legalidad y pide que sea Uslar Pietri el vocero de su decisión ante
el Gobierno. Nuevamente su nombre está señalado por el respeto a la
amplitud de ideas y la tolerancia de puntos de vista contrarios al suyo.
En el mismo período de gobierno de Rafael Caldera, Uslar Pietri pasa
de la vida política al periodismo, como director del diario El Nacional.
Mantiene el prestigioso periódico en una línea de eclecticismo y obje-
tividad informativa y continúa escribiendo semanalmente su columna.
De esa labor sólo habría de retirarse con otro cambio de poder, operado
con el triunfo aplastante de Carlos Andrés Pérez para la Presidencia de
8. Red. Cuentos
47. Las informaciones sobre estos contactos 55. «Interludio a la novela», ibid., agosto, 1935,
intelectuales fueron referidas por Uslar Pietri Nº 3, p. 1.
en el cuestionario citado antes (v. nota 41 de
56. Ramón J. Velásquez, «La evolución política
este trabajo) y utilizadas en el libro Uslar Pietri,
de Venezuela en el último medio siglo», Vene-
renovador del cuento venezolano. Algunas fue-
zuela moderna. Medio siglo de historia. 1926-
ron reiteradas o ampliadas por él en la
1976, Caracas, Fundación Eugenio Mendoza,
entrevista del 16 de mayo de 1976 (v. nota 46).
1976, p. 44.
48. «El faro de la Torre Eiffel», Obras selectas,
57. Cfr. al respecto Alfredo Peña, op. cit., donde
p. 888.
Uslar, por primera vez, rememora con detalles
49. Entrevista en El Nacional del 16-5-76. aquel incidente.
50. Cfr. Tientos y diferencias, México, UNAM, 58. Op. cit., p. 240.
1964. Especialmente el ensayo «De lo real mara
59. G. de Torre, op. cit., pp. 369-370.
Cuento
Novela: lecturas
Estructura aleatoria
9. Carlos Fuentes, La nueva novela hispano- 24. Rainer María Rilke, Cartas a un joven
americana, México, Joaquín Mortiz, 1969, poeta, Buenos Aires, Sociedad Editora Ameri-
pp. 67-68. cana, 1941.
10. Julio Cortázar, Rayuela, Buenos Aires, 25. Canto (Buenos Aires), Nº 1 (junio de 1940).
Sudamericana, 1963, pp. 434-435. Citas subsi Citado por Graciela de Sola en J.C. y el hombre
guientes indicadas con el número de página de nuevo, Buenos Aires, Sudamericana, 1968, pp.
esta edición. 12-13.
11. Robert Musil, op. cit., p. 40. 26. Julio Denis, «Rimbaud», Huella (Buenos Ai-
res), Nº 2 (1941). Citado por Graciela de Sola,
12. André Gide, The Immoralist, New York,
op. cit., p. 14.
Vintage Books, 1958, pp. 43, 80.
27. Graciela de Sola, op. cit., p. 20.
13. Margarita García Flores, op. cit., pp. 10-11.
28. Julio Denis, Presencia, Buenos Aires, El Bi-
14. C.G. Jung, The Undiscovered Self, Boston,
bliófilo, 1938, p. 94.
Little, Brown & Co., 1957, p. 82.
29. Julio Cortázar, Pameos y meopas, Barcelo-
15. Lionel Trilling, «Authenticity and the Mo-
na, OCNOS, 1971 (contratapa).
dern Unconscious», Commentary, v. 52 Nº 3
(septiembre) 1971, p. 39. 30. Graciela de Sola, op. cit., pp. 26-41.
16. Julio Cortázar, Rayuela, p. 432. 31. Julio Cortázar, Pameos y meopas, pp. 10-11.
17. No publicado fuera del largo ensayo dedi- 32. Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta
cado a «La urna griega en la poesía de John mundos, México, Siglo XXI, 1967, p. 89.
37. Julio Cortázar, «Situación de la novela», 50. Para una definición de lo fantástico, véase
Cuadernos Americanos (México), v. 9 Nº 4 Roger Caillois, Imágenes, imágenes... (Buenos
(jul.-ago. de 1950), p. 228. Aires: Sudamericana, 1970); Louis Vax, L’art et
la littérature fantastique (Paris, 1960) y Peter
38. Julio Cortázar, Último round («Planta baja»),
Penzoldt, The Supernatural in Literature (New
p. 196.
York, 1965).
39. Boris Eichembaum, «La teoría del método
51. Véase nuestro artículo «Cortázar: entre el
formal», Tzvetan Todorov (ed.), Teoría de la li-
surrealismo y la literatura fantástica», El Uroga-
teratura de los formalistas rusos, Buenos
llo (Madrid), v. 6 Nos 35-36 (nov.-dic. de 1975),
Aires, Ediciones Signos, 1970, p. 31.
pp. 103-107, o en su versión inglesa «The Fan-
40. Sobre este aspecto de «La casa de Asterión» tastic as Surrealist Metaphors in Cortázar’s
véase nuestro ensayo «Tlön y Asterión: metáfo- Short Fiction», Dada/Surrealism (New York),
ras epistemológicas» incluido en La prosa na- Nº 5 (1975), pp. 28-33.
rrativa de J.L. Borges, Madrid, Gredos, 1974,
52. Julio Cortázar, «Algunos aspectos del cuen-
pp. 275-301.
to», pp. 3‑4.
41. Julio Cortázar, Los reyes, Buenos Aires,
53. Véase Claude Lévi-Strauss, Arte, lenguaje,
Gulab y Aldabahor, 1949, p. 49.
etnología, México, Siglo xxi, 1968, p. 132.
42. C.G. Bjurström, «Entretien», La Quinzaine
54. Jorge Luis Borges, Otras inquisiciones,
Littéraire (du 1er au 31 août 1970), p. 16.
p. 156.
43. Véase Haydée Flesca, Antología de la litera-
55. Ernest Cassirer, Language and Myth, New
tura fantástica argentina, Buenos Aires,
York, Dover, 1953, pp. 7-8.
Kapelusz, v. 1, 1970.
56. Jorge Luis Borges, op. cit., p. 156.
44. Rita Guibert, Siete voces, México, Novarro,
1974, p. 127. 57. Arthur Schopenhauer, «Fantasía metafísica»,
Los Anales de Buenos Aires, año I, Nº 11 (dic.
45. Luis Harss, op. cit., p. 264.
de 1946).
46. Julio Cortázar, La vuelta al día..., p. 94.
58. Luis Harss, op. cit., p. 288.
Sobre este aspecto de la ficción breve de Cortá-
zar, véase nuestro ensayo «Dos soluciones esti- 59. Julio Cortázar, «Irracionalismo y eficacia»,
lísticas al tema del compadre en Borges y Cor- p. 253.
tázar» incluido en La prosa narrativa de J.L.
60. Julio Cortázar, «Muerte de Antonin Artaud»,
Borges, pp. 302-322.
Sur (Buenos Aires), Nº 163 (mayo de 1948), p.
47. Julio Cortázar, «Algunos aspectos del 80.
cuento», Casa de las Américas (La Habana), Nos
61. Ibid.
15-16 (1961), p. 3.
109. Umberto Eco, op. cit., p. 49. 133. Véase «El Zen y el Occidente» en Umberto
Eco, op. cit., pp. 187-208.
110. Véase el capítulo 141 de Rayuela.
134. Ibid., p. 205.
111. D.T. Suzuki, An Introduction to Zen Bud
dhism, New York, Grove, 1977, p. 109. 135. Ibid., p. 207.
112. Ibid., pp. 38-39, 55. 136. Luis Harss, op. cit., p. 300.
114. Ibid., pp. 75-76. 138. Margarita García Flores, op. cit., pp. 10-11.
Tierra de nadie y Para esta noche (1943) son las novelas de Onetti
que responden más directamente a la problemática social de la realidad
urbana y a contextos históricos determinados –la repercusión en el Río
de la Plata de conflictos bélicos europeos. En ellas predominan destinos
colectivos en lugar de destinos individuales, las aventuras personales
–más intensas, concentradas y despojadas de toda dependencia del de-
venir histórico– que dan la tonalidad particular a sus grandes novelas. En
su autocrítica de Tierra de nadie (citada en la solapa de la primera edición
y eliminada en las siguientes), Onetti presenta la novela como una obra
Y agrega:
Varios libros atrás podría haberle dicho cosas interesantes sobre los alca-
loides –dijo el médico, alzando una mano–. Ya no ahora (p. 200).
5. Réquiem por Faulkner y otros artículos, ed. 17. Mario Benedetti, «JCO y la aventura del
de Jorge Ruffinelli Montevideo, Arca/Calicanto, hombre», en Juan Carlos Onetti, ed. de H.J.
1975, p. 16. Las ocho citas siguientes se hacen Verani, Madrid, Taurus, 1987, p. 69.
de esta edición.
18. Las citas vienen, respectivamente de Emir
6. «Encuesta entre escritores nacionales», Rodríguez Monegal, «Conversación con JCO»,
El Popular (Montevideo), (26 enero 1962), Eco, Nº 119 (1970), p. 460; y «Por culpa de
Suplemento, p. 4. Fantomas», Cuadernos Hispanoamericanos, Nº
284 (1974), p. 228.
7. «Divagaciones para un secretario», Acción
(Montevideo), (24 octubre 1963), p. 19. 19. Véase H.J. Verani, El ritual de la impostura,
pp. 247-263.
8. Ángel Rama, La generación crítica 1939-
1969, Montevideo, Arca, 1972, p. 123. 20. Jorge Ruffinelli, «Onetti antes de Onetti»,
en Juan Carlos 0netti, p. 39.
9. Francisco Espínola, «El pozo, de JCO», El País,
(18 septiembre 1940). Recogida por Ana Inés 21. Josefina Ludmer, «Contar el cuento», Juan
Larre Borges. «Espínola escribe la primera Carlos Onetti, p. 305.
valoración de El Pozo», Brecha (Montevideo),
22. María Esther Gilio, «Un monstruo sagrado y
(23 octubre 1987), p. 31.
su cara de bondad», La Mañana (Montevideo),
10. Alberto Zum Felde, Índice crítico de la (20 agosto 1965).
literatura hispanoamericana: la narrativa
23. Jorge Ruffinelli, «JCO. Creación y muerte
(México, Guaranía, 1959), p. 463.
de Santa María», Palabras en orden, Buenos
11. Mario Vargas Llosa, «Novela primitiva Aires, Crisis, 1974, p. 77.
y novela de creación en América», Marcha
24. José Donoso, «Prólogo» a El astillero, Ma-
10 enero 1969, p. 31.
drid, Salvat/Alianza, 1970, pp. 12-13.
12. Obras completas, México, Aguilar, 1970, pp.
25. Mario Benedetti, «Desde un lugar en el
75-76. Todas las citas se hacen de esta edición,
mundo», Brecha (Montevideo), Nº 3 (25 oct.
con tres excepciones: La muerte y la niña,
1985), sección «La Lupa», p. 2.
Buenos Aires, Corregidor, 1973; «Matías el
telegrafista», Cuentos completos, Buenos Aires, 26. José Manuel García Ramos, «Entrevista con
Presentación 7
Advertencia editorial 8
jorge ruffinelli
Obra completa de Juan Rulfo 9
domingo miliani
Las lanzas coloradas y cuentos selectos de Arturo Uslar Pietri 47
jaime alazraki
Rayuela de Julio Cortázar 133
Hugo verani
Novelas y relatos de Juan Carlos Onetti 223
E ste volumen de la Fundación Biblioteca Ayacucho
se realizo el mes de octubre de 2009,
En su diseño se utilizaron caracteres
ITC Adobe Garamond light, light italic, book, book italic,
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y en las capitulares Bickham Script MM
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www.bibliotecayacucho.gob.ve
revoluciónde laconciencia
R
NARRATIVA
Colección prólogos
Jorge Ruffinelli Domingo Miliani Jaime Alazraki Hugo Verani Biblioteca Ayacucho es una de las expe-
(Uruguay, 1943). (Venezuela, 1937- (Argentina, 1934). (Uruguay, 1941). ecogemos en este primer volumen de la Colección Prólogos riencias editoriales más importantes de la
Crítico e investigador 2002). Ensayista, na- Ensayista y profesor Editor y crítico litera- cuatro textos de críticos que han abordado la obra de significativos narradores de NARRATIVA cultura latinoamericana. Creada en 1974
de cine y de literatu- rrador y poeta. Profe- universitario. Se doc- rio, se doctoró en la como homenaje a la batalla que en 1824
la literatura latinoamericana. Biblioteca Ayacucho ofrece esta obra a quienes de-
ra. Profesor universi- sor universitario. Se toró en Columbia Universidad de Wis-
sean iniciarse en la lectura de los clásicos de nuestro continente, y a su vez inten- significó la emancipación política de nues-
prólogos
tario, dirigió el Cen- doctoró en la Univer- University. Entre sus consin. Entre sus pu-
ta abrir espacios a quienes se quedan en la sombra por develar el misterio de tra América, ha estado desde su nacimiento
tro de Investigaciones sidad Autónoma de publicaciones desta- blicaciones destacan:
otros escritores ya consagrados. Para la Obra completa de Juan Rulfo, el urugua- promoviendo la necesidad de establecer
Lingüístico-Literarias México. Director fun- can: Poética y poesía El ritual de la impos
yo Jorge Ruffinelli escribe un prólogo que nos envuelve en la atmósfera en que una relación dinámica y constante entre lo
de la Universidad de dador del Centro de de Pablo Neruda tura (1981); De la
Veracruz. Ha sido ju- Estudios Latinoameri- (1965); La prosa na vanguardia a la pos se desarrollan las historias, dentro de esa singular realidad-fantástica en que vive contemporáneo y el pasado americano, a
rado de los Premios canos Rómulo Galle- rrativa de Jorge Luis modernidad: narra Pedro Páramo, invitándonos a hacer una lectura que «hoy admira por su endia- fin de revalorarlo críticamente con la pers-
Casa de las Américas gos. Entre sus publi- Borges (1968); En tiva uruguaya (1996); blada sutileza, por la perfección de su diseño». Sobre el conocido escritor vene- pectiva de nuestros días.
y Juan Rulfo. Entre caciones figuran: busca del unicornio, y Las vanguardias li zolano Arturo Uslar Pietri, presentamos el trabajo que Domingo Miliani hace a su 1 En esta colección se agrupan temática-
sus publicaciones Prueba de fuego. Na los cuentos de Julio terarias hispanoame obra narrativa, Las lanzas coloradas y cuentos selectos; este sagaz crítico nos mente algunos prólogos de nuestros libros.
JAIME ALAZRAKI
Rayuela de Julio Cortázar
HUGO VERANI
Novelas y relatos de Juan Carlos Onetti
R
NARRATIVA
Colección prólogos
Jorge Ruffinelli Domingo Miliani Jaime Alazraki Hugo Verani Biblioteca Ayacucho es una de las expe-
(Uruguay, 1943). (Venezuela, 1937- (Argentina, 1934). (Uruguay, 1941). ecogemos en este primer volumen de la Colección Prólogos riencias editoriales más importantes de la
Crítico e investigador 2002). Ensayista, na- Ensayista y profesor Editor y crítico litera- cuatro textos de críticos que han abordado la obra de significativos narradores de NARRATIVA cultura latinoamericana. Creada en 1974
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la literatura latinoamericana. Biblioteca Ayacucho ofrece esta obra a quienes de-
ra. Profesor universi- sor universitario. Se toró en Columbia Universidad de Wis-
sean iniciarse en la lectura de los clásicos de nuestro continente, y a su vez inten- significó la emancipación política de nues-
prólogos
tario, dirigió el Cen- doctoró en la Univer- University. Entre sus consin. Entre sus pu-
ta abrir espacios a quienes se quedan en la sombra por develar el misterio de tra América, ha estado desde su nacimiento
tro de Investigaciones sidad Autónoma de publicaciones desta- blicaciones destacan:
otros escritores ya consagrados. Para la Obra completa de Juan Rulfo, el urugua- promoviendo la necesidad de establecer
Lingüístico-Literarias México. Director fun- can: Poética y poesía El ritual de la impos
yo Jorge Ruffinelli escribe un prólogo que nos envuelve en la atmósfera en que una relación dinámica y constante entre lo
de la Universidad de dador del Centro de de Pablo Neruda tura (1981); De la
Veracruz. Ha sido ju- Estudios Latinoameri- (1965); La prosa na vanguardia a la pos se desarrollan las historias, dentro de esa singular realidad-fantástica en que vive contemporáneo y el pasado americano, a
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y Juan Rulfo. Entre caciones figuran: busca del unicornio, y Las vanguardias li zolano Arturo Uslar Pietri, presentamos el trabajo que Domingo Miliani hace a su 1 En esta colección se agrupan temática-
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JAIME ALAZRAKI
Rayuela de Julio Cortázar
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