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La leyenda de la Mora Quilama

Don Rodrigo trataba de sorprender a sus enemigos atacando el 19 de julio a los que deseaban su
reino, su oro y su amada. En cuanto se enteró de la invasión bereber del rey Táriq Ibn Ziyad de
Tánger, llamado por el despreciable de Agila II bajó al sur a repeler a los usurpadores. La estrategia
era clara, debía atacar inmediatamente antes de dar tiempo a sus enemigos de hacerse fuertes en las
inmediaciones del río Barbate, debía aplastarlos sin piedad. Ya volvería a ocuparse de las revueltas
de los vascones más adelante.
Cuarenta mil hombres ansiaban la sangre de los que buscaban el ocaso de su tierra, o al menos
muchos de ellos. En el fatídico momento del comienzo de la batalla, los seguidores de Witiza
traicionaron a Rodrigo y al reino cristiano de Toledo y atacaron a sus hermanos. Cuando Rodrigo
vio a los desertores, la desesperación le embargó, se volvió a su hombre de confianza y dio una
sencilla orden. “Prepáralo todo para escondernos, reúne a mis mejores hombres, nos vamos de
aquí.”
Durante la huida, dejando atrás su reino capitulando, se toparon con una patrulla de Táriq, la batalla
se llevó por delante al caballo de Don Rodrigo, que cayó traspasado por una saeta junto al río. Pero
el rey pudo escapar, y junto a él su amada Quil'ama, hija de Táriq, sus mejores hombres y el tesoro
del rey Alarico, el oro de los reyes visigodos del reino de Toledo.
Y fueron a refugiarse a la sierra de Francia, construyeron un castillo, que después llamaron Castillo
Viejo de Valero, y elaboraron una red de pasadizos subterráneos hasta algo parecido a un palacio
bajo la fría piedra de la sierra. Y allí fueron felices los amantes, durante un tiempo.
La larga marcha del ejército de Táriq y Don Julián, conquistándolo todo a su paso, se detuvo para
hacer frente al destino de Rodrigo y Quil'ama. En cuanto vio en la lejanía las largas filas de lanzas
que se acercaban, ordenó a sus hombres que prepararan la defensa imposible de su refugio de amor.
Quil'ama, desconsolada, veía cómo su padre llegaba, inexorable, para acabar con su romance y
asesinar a su amado.
La batalla fue larga, pues el castillo era fuerte y sus defensores diestros, pero en medio del combate,
la mora no pudo soportar más ver cómo luchaban a muerte las dos personas que más amaba, la
batalla no era por el oro, ni siquiera por el reino. La batalla era por ella. Su padre no podía soportar
que un sucio infiel poseyera a su hija, su bien más preciado, su pura y blanca flor. Y Don Rodrigo
daría su vida antes de entregar al amor de su existencia. Y en esta desdicha, la princesa murió de
pena, de desesperación al no poder burlar al destino, de no poder unir los dos mundos separados por
el odio.
Cuando Rodrigo se enteró de su desdicha, rajó el lino de su camisa y ordenó poner el cadáver de
Quil'ama junto al grandioso tesoro de Alarico. Sus dos bienes más preciados descansarían juntos y
nadie los encontraría jamás. Enterrados en lo profundo de la piedra hasta que Cristo o Allah la
resucitara para llevarla a su lado. Y ordenó que la entrada fuera tapiada con piedra, y maldijo a
quién se atreviera a buscar sus tesoros en la montaña.
Usando otra de las cuevas, él mismo escapó de las huestes que lo amenazaban, rindiendo así el
castillo a sus atacantes.
Varias vueltas dieron los ejércitos de Táriq en busca del tesoro, de la reina Quil'ama y del
escurridizo rey, pero no dieron con ello, así que, después de varios días, desistieron.
Cuentan que Don Rodrigo huyó hacia el oeste y fundó un nuevo reino en Lusitania, y que nunca
volvió a por el cadáver de su amor ni a por el oro. Para él, ya nada quedaba en aquellas piedras. Y
dicen que su tumba está en Viseu, cerca de la actual Guarda.
Pero el alma torturada de Quil'ama no descansó entre el oro. Cuentan que su ser vaga por las
entrañas de la sierra que lleva su nombre, llorando su desgracia. Incluso cuentan que algunas noches
de luna llena se la ha visto bajar al río Quilamas a buscar agua. Otros cuentan que de las cuevas de
los alrededores se pueden escuchar ruidos infernales y que allí hay una puerta que lleva al mismo
Averno.
El tesoro del rey Alarico, escondido por Don Rodrigo, último rey visigodo, en la sierra de las
Quilamas, sigue aún por ser encontrado, y no faltan historias de incautos que lo han buscado y han
perecido por su codicia.
Y esta es la historia de la mora Quil'ama, torturada por su destino, el rey Rodrigo, traicionado por
sus hermanos y el tesoro del reino godo de Toledo. Una historia trágica en que el odio triunfó sobre
el amor y la muerte sobre la vida.

Situación actual de la Cueva

En la actualidad la cueva se halla atascada unos diez metros por debajo de la entrada debido a la
cantidad de piedras lanzadas en su interior a lo largo del tiempo y a los posibles derrumbamientos
internos.
Los más viejos del lugar cuentan que en su interior había habitaciones hechas de cristal y que sus
galerías fueron atoradas por orden de don Rodrigo para que los tesoros de la Reina de Quilama no
fueran robados ni por moros ni por cristianos.

Entre los habitantes de la zona circula un refrán que dice: " Entre Quil y Quilama hay más oro que
en toda España" (Quil es otro de los nombres que se le da a la zona de la cueva)

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