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Apuntes de Clases
Juan Christian Jiménez
UAHC

Discurso e institucionalización de la sociología durante el siglo XIX

Habitualmente en cualquier empresa científica se distingue un doble carácter: la


disciplina intelectual por un lado y, la profesión por otro. Aspecto que está formado
por lo que se denomina comúnmente como una argumentación racional continua y
por sus encarnaciones institucionales. Existe entonces, un discurso sociológico y
existen los sujetos como tales, es decir, los sociólogos, que ya sea individual o
colectivamente contribuyen a su desarrollo.
El propio término <sociología> fue aplicado a un cierto tipo de discurso sobre la
sociedad y al conocimiento de su evolución, acuñado por primera vez por Auguste
Comte en 1838. En este período la sociología tuvo un bautizo nominal y al menos
una década después de la muerte del autor, John Stuart Mill escribe acerca de su
<intento, más especial (que el de la filosofía positiva), pero igualmente ambicioso
de crear la Ciencia de la Sociología. Pero es evidente que la pretensión nominal
de un discurso no constituye por si misma una disciplina todavía. En el mejor de
los casos puede ser el arranque de una genealogía de problemas científicos y
como punto de partida de las ambiciones de un gremio profesional.
La disciplina como empresa colectiva avanzó lentamente en su desarrollo hacia
fines del siglo XIX. En el 1900 Durkheim sostenía que esta ciencia había nacido
apenas ayer, pensando que en su momento en Europa no habrían más de diez
sociólogos. (ver 24, 25)

La recepción del positivismo en Chile y su constitución como matriz intelectual


1. Según la tesis conservadora
Uno de los exponentes más importantes de esta tesis en Gonzalo Vial, quien
plantea que la unidad nacional se había perdido en Chile por la disolución del
consenso intelectual y moral que había proporcionado –hasta 1870- una
concepción de mundo católica de raíz hispánica. Surge entonces una generación
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que pierde la fe en la medida en que la enseñanza y práctica de esta fe se habían


vuelto rutinarias y superficiales, a lo cual debe sumarse un deterioro de la moral
social y, muy especialmente, un clima agnóstico y aun ateo, importado a la moda
europea.
Sería esta generación la que habría llevado, con su ruptura religiosa a la crisis de
la unidad nacional, dando lugar a que en el seno de los grupos dominantes
estallara la división entre los bandos laicos y clericales, sin que ninguno pudiera
cerrar de algún modo el abismo causado por la pérdida del consenso religioso.
Tres razones contribuyeron según Vial a ello:
a) ninguna de las dos fracciones tuvo la fuerza suficiente para aniquilar al
enemigo,
b) fueron incapaces de conciliarse, embarcándose más bien en una lucha
sectaria y,
c) el grupo liberal irreligioso, que se constituyó en mayoría, arruinando el
tamiz hispano-católica, no pudo elaborar otra para reemplazarla. Es decir,
su visión del mundo no logró echar raíces en la sociedad.

En esta tesis conservadora, los procesos ideológicos tienen una gran importancia.
En última instancia ello se debe a que, como en el caso de Vial, se parte por
afirmar que la unidad social sólo puede ser asegurada por la religión. Si no hay
solidaridad –como Durkheim llamaba mecánica- no puede el cuerpo social
sobreponerse a las tensiones centrifugas. De modo que para que la dominación
pueda ser estable, un grupo tiene que liquidar a su contendiente o, en caso
contrario, debe al menos ofrecer a la sociedad una visión de mundo que sustituya
a la religión, pero que cumpla su misma función.
En este sentido, el problema que enfrentaban los “incrédulos” era que no había
<verdades laicas absolutas>. En estas condiciones, difícilmente podía el partido
laico constituir, ni siquiera para si mismo, <un sistema común>, ni menos llenar <el
vacío dejado por la fe religiosa que se desintegraba>.
Los integrantes del partido laico eran pues, relativistas, “ninguna especie faltó a
esta fauna ideológica”. Había seguidores de Voltaire; otros tenían como evangelio
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el libro Fuerza y Materia de Ludwing Buchner, materialista crudo y predialéctico;


otros, en fin eran espiritistas o hasta llegar al agnosticismo vía Pascal.
En esta <selva doctrinaria> dos movimientos –afirma Vial- habrían alcanzado una
mayor amplitud, “pudiendo por instantes creerse que lograrían unificar
espiritualmente al partido laico: el Positivismo y el Cientismo”.
El positivismo queda así situado, de entrada, en el contexto de esa variada flora y
fauna de los pensamientos y doctrinas laicos, cuyo patrón –interpuesto por la
mirada de Vial- se da por su capacidad de unificar espiritualmente al bando no-
religioso y, por esta vía sustituir la pérdida de unidad intelectual y moral de la
nación.

2. La recepción del positivismo en Chile según la tesis liberal


Dicha tesis tiene como a su mejor exponente a Leopoldo Zea y últimamente a
Bernardo Subercaseaux en su estudio sobre Lastarria.
El positivismo vendría a ser una filosofía de impugnación y regeneración social en
el Chile de la segunda mitad del siglo XIX. De allí que su recepción, como señala
Subercaseaux, haya sido hecha, primero en el terreno ideológico del liberalismo; y
que los estratos más receptivos a la nueva doctrina fueran los vinculados a la
minería y a la industria; las capas urbanas de Santiago, Valparaíso y de la zona
norte del país.
En el contexto europeo, el positivismo comtiano fue un pensamiento que
reaccionó, como toda la sociología en sus orígenes, al fenómeno industrial. Tres
habrían sido los rasgos que, en este sentido, llamaron más poderosamente la
atención de Comte y sus seguidores:
a) que la industria constituía una nueva forma de organizar el trabajo sobre
bases científicas; en vez de estar orientada la producción por las
costumbres, ahora se dirigía a maximizar el producto;
b) que, como resultado de la aplicación de la ciencia a la organización del
trabajo, el hombre se enfrentaba a un tremendo desarrollo de la riqueza y
de los recursos;
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c) que la producción industrial, al implicar la concentración de operarios en las


fábricas y en los suburbios urbanos creaba, por tanto, un nuevo fenómeno
social: la existencia de masas obreras.
En el caso de Hispanoamérica, en cambio, el positivismo vino a ser más bien “una
ideología exógena que al cruzar el Atlántico fue siendo amoldada a las
condiciones de cada país” (Subercaseaux). En Chile José Victorino Lastarria –
nacido en 1817- y perteneciente a la generación inmediatamente anterior a la
“incrédula” que menciona Vial, será quién proporcionará la primera aclimatación
de ese pensamiento entre los círculos liberales del país.
Lastarria usará resueltamente el positivismo comtiano en su lucha por abrirse paso
en el campo intelectual dominado por A. Bello y la vieja escuela. En esa dirección
buscará en la ciencia las bases de legitimidad para presentar una nueva visión del
mundo, más acorde con las necesidades de los grupos liberales pero también de
la burguesía financiera, minera e industrial. Como bien señala Subercaseaux, esto
cargara de ambigüedades el proyecto lastarriano, es decir, la receptividad de
intereses entre el comercio, la minería y la industria con el positivismo no
coinciden, al menos con los propósitos liberales de Lastarria. Su liberalismo
político parece ir más adelante que su liberalismo económico, su comprensión de
la industria es más bien abstracta. Sin embargo, se entusiasma con las promesas
del progreso y llama a los ferrocarriles que recorren la pampa y a sus empresarios
como “profecías de la industria” y “apóstol del desarrollo en Sud América”
subsecuentemente. Por otro lado Lastarria se apoya en varios de sus proyectos
intelectuales en esos mismos sectores económicos emergentes, por ejemplo la
Academia de Bellas Artes, fundada por Lastarria en 1873, tiene como “académico
protector” al empresario minero Federico Varela.
En cualquier caso, será esa fusión entre liberalismo y positivismo –que conoce el
autor en 1868- la que se arraigará en Chile a través de Lastarria.
De acuerdo con Zea, un grupo acogerá planamente el comtismo; es el grupo de
los ortodoxos, representado por los hermanos Lagarrigue. Otro grupo seguirá la
línea de Lastarria, <aceptando el comtismo sólo en aquellos aspectos que no
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lesionan el ideal liberal>; son los heterodoxos o escuela del positivismo liberal, a la
que habría pertenecido Valentín Letelier.
Por su parte Subercaseaux, reconoce tres tendencias a partir de la divulgación de
la Lastarria. La primera la denomina Liberalismo positivista, de doctrina más
política que filosófica correspondiente a la heterodoxa de Zea, con Lastarria a la
cabeza. Luego está el pequeño grupo de los positivistas ortodoxos, que este autor
llama comtianos, ya que hacen del filósofo francés un apóstol y del grupo que lo
sigue una suerte de secta religiosa. Finalmente están los que habiéndose iniciado
en el liberalismo positivista, como Valentín Letelier, Alejandro Fuenzalida Grandón
y otros, evolucionan en la década del ochenta a “un positivismo más sólido,
vinculado de modo más coherente a los intereses de las capas medias y provisto
de un espíritu analítico que no se encuentra entre los liberales positivistas. (60,61)

3. Valentín Letelier, precursor de la sociología en Chile


Lastarria fusiona su liberalismo político con elementos de la filosofía de Comte,
todo ello a pesar de que el punto de partida entre ambos autores es muy distinto
como señala Zea. “Mientras Comte partía de la sociedad, Lastarria partía del
individuo. Aceptaba la ley de tres estadios de Comte, ya que en ella vislumbraba
las relaciones de coexistencia y causalidad que pueden explicar la historia; pero
se apartaba de él en cuanto consideraba a la libertad humana como causa
determinante de los hechos sociales”.
Letelier, dará entonces un paso adelante en la formación del discurso positivo
sobre la sociedad.
En el autor hay, primero un nivel político en que su sensibilidad se manifiesta
contraria al liberal-individualismo. “Científicamente escribe, es tan indispensable la
libertad para el desarrollo de las facultades humanas, como lo es la autoridad para
satisfacer las necesidades sociales”. La lucha dice, no es entre el Estado y el
individuo, sino entre poder y poder; esto es entre el Estado liberal y las fuerzas
conservadoras de la “teocracia”. Por esta opción a favor de una intervención más
decidida del estado en la sociedad, Letelier será acusado frecuentemente de
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autoritario, ya que su gran bandera de lucha será la del Estado docente: gobernar
es educar.
Para sustentar este programa, Letelier partía de un diagnóstico de la situación
político-cultural del país que nos recuerda superficialmente a la tesis conservadora
sobre la pérdida de la unidad nacional. Pensaba que el orden social estaba
fraccionado por la diversidad de creencias y doctrinas. Ya que al no existir esta
unidad, los gobiernos se encuentran “sujetos a cambios continuos”; no poseen
“fijeza de miras”; y en fin, no existe un “interés social que ligue a todos en una
cooperación común”. La solución pasaba por Letelier en la educación, pues decía
que “el fin social de la enseñanza es justamente ése, la convergencia de todos los
corazones a un propósito común y de todos los entendimientos a una misma fe,
con el deliberado intento de producir el desarrollo armónico de todas las fuerzas
activas de la sociedad”
Aunque el planteamiento se encontraba inspirado en Comte, no cualquier
enseñanza cumpliría ese propósito de convergencia espiritual. Letelier buscaba un
tipo de educación que pudiera integrar a la nación bajo condiciones de una
emancipación intelectual y moral. “Entre todo lo que nos divide, una cosa nos
une… la ciencia”.
El Estado docente encarnaba precisamente la posibilidad de realizar esa política
educacional que llevaría a una enseñanza “sin tendencias oligárquicas, sin
distinciones sectarias, sin propósitos de lucro”. De paso suponía el autor, asegurar
la hegemonía de las ideas liberales en la sociedad. (73).

3.1. La sociología de Letelier


Nos encontramos así con el Letelier científico social; nuestro sociólogo como lo
llamarían, aunque como era habitual entre los intelectuales de su época era
además, educador, político, filósofo, sociólogo, rector de la universidad etc., en fin,
un hombre que ejerció gran influencia en el desarrollo de la cultura nacional.
Por su parte en su obra la Evolución de la Historia, está efectivamente dedicada a
la sociología y, baste observar la cantidad de citas a autores de la disciplina.
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En 1879 clamaba por una historia que no quedara reducida “a los peregrinos
cuadros cronológicos” ni a una “ociosa exposición de hechos sin causas que las
ocasionen, de tremendas revoluciones sin antecedentes, y de nombres resonantes
sin significación moral”. Sostenía por el contrario, que “la historia no es ciencia ni
sirve para nada su estudio, si no se pone de manifiesto el desarrollo de las ideas,
de las artes, y de la industria; si no hace ver como las formas de gobierno se
modifican con los cambios del estado social; sino se descubre las relaciones
ocultas que encadenan los fenómenos sociales y hacen de cada acontecimiento
un simple eslabón de una cadena interminable; si no se averigua, en fin, las
causas invisibles que producen los grandes sucesos, los trastornos
trascendentales, la decadencia y la prosperidad de las naciones”. (79)

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