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Bancos y crecimiento

Los bancos son esenciales para que una economía funcione con eficiencia. Pueden ser, al mismo tiempo, fuente
de inestabilidad. En México, desde la crisis de 1994-95, los bancos no han cumplido con su función. Explican el
mal desempeño económico. No han generado, hasta ahora, inestabilidad. La crisis económica mundial que hemos
vivido a partir de 2007 está explicada fundamentalmente por la aparición de un nuevo modelo de funcionamiento
bancario. La operación bancaria del siglo XXI se ha descrito resumidamente en la expresión originar y distribuir”.
Los bancos otorgaban crédito, una vez formalizado y ejercido, lo vendían a entidades financieras de propósito
especial. Esos financiamientos se empaquetaban y distribuían en estructuras complejas por el mundo. Este modelo
funcionaba con una oferta de crédito extraordinariamente grande, que provocó un apalancamiento considerable.
Los bancos privados que operan en México no participaron en esta euforia crediticia. No lo hicieron porque para
lograr altos niveles de rentabilidad no era necesario dar crédito.
Las filiales de los bancos extranjeros que operan en México están entre las más rentables de su empresa, pese a
que los volúmenes de préstamos que otorgan son muy limitados. El éxito del “modelo” bancario mexicano está
basado en los ingresos generados por los pagarés Fobaproa-IPAB, por la intermediación en la compra-venta de
divisas y papel comercial, y por los bajos niveles tributarios. La colosal expansión mundial del crédito es una de
las razones que explica al auge económico vivido durante los primeros años del siglo.
La crisis hizo que muchos bancos desaparecieran –los poderosos bancos de inversión estadunidense fueron
borrados del mapa– y los que lograron sobrevivir se ocuparon de administrar sus activos tóxicos para lograr
mantenerse en la línea de flotación. El crédito se colapsó. Casi cuatro años después del estallido de la burbuja
inmobiliaria los bancos siguen estando en el centro de las dificultades de muchas economías. En México, donde el
crédito como proporción del PIB es muy bajo, el estallido de la crisis global inmediatamente provocó que el
otorgamiento de crédito cayera significativamente.
De tasas de crecimiento anual de otorgamiento de crédito al sector privado a mediados de 2007 de 25 por ciento,
en 18 meses se había llegado a cero y a partir de allí hubo reducciones que llegaron a cerca del menos 10 por
ciento en el tercer trimestre de 2009. La recuperación de la economía mexicana, lo mismo que la de todas las
economías, requiere que el crédito se recupere. La contracción del flujo de crédito llegó hasta octubre de 2010 y
volvió a tener crecimiento en noviembre, aunque a una tasa muy reducida de 0.3, y ya en diciembre crecía a tasas
anuales cercanas de 2.6 y para enero de 2011 alcanzó 4.8 por ciento.El crecimiento del crédito es importante, pero
también interesa el volumen de crédito con el que opera la economía. En este indicador se muestra la carencia
verdadera de crédito. El saldo de la cartera de crédito vigente al sector privado en el pico del tercer trimestre de
2008 fue de poco más de 15 por ciento, y para mediados de 2010 se había reducido a 13.3. Esta proporción da
cuenta de la notoria falta de crédito con el que tienen que funcionar las empresas del país.La mediocridad del
desempeño de la economía mexicana está asociada a la escasez de financiamiento. Pese a ello, Bancomer,
Banamex, Santander, HSBC remiten un volumen de utilidades, por supuesto en dólares, a sus matrices que han
resultado ser de las mejores de sus respectivos grupos financieros. Lo han hecho desde que fueron adquiridas y lo
fueron en los años críticos de 2008, 2009 y 2010.
Son empresas que sirven eficientemente a sus dueños. Presumen de ellas. A México, a sus empresas, a sus familias
no les prestan el mismo servicio. No cumplen cabalmente con el cometido de ser fuente de financiamiento de la
inversión privada, ni de la adquisición de viviendas. No son palanca para el crecimiento.
Monopolios y doble moral
Voraces y desbocados, los monstruos económico-financieros creados por el poder político neoliberal se han
salido de control. Presumidos por aquel como símbolo inequívoco de la modernidad” mexicana (Salinas dixit) y
del sólido avance de la “democracia de, por y para los empresarios” (Fox ídem), sus copatrocinadores ya no saben
qué hacer con ellos ni cómo meterlos al redil. Sometido por su propia creación, el gobierno mexicano no hace nada
para remediar esta situación, mientras la embajada estadunidense en México se dice “sorprendida” y “preocupada”
por el sostenido avance y la creciente “influencia” de los barones autóctonos en la toma de decisiones en los
ámbitos Judicial, Legislativo y Ejecutivo de México.
Lo detallan los cables de Wikileaks, publicados por La Jornada, y el panorama no es grato. El gobierno mexicano
no atina a tomar decisiones para acabar con monopolios, duopolios y oligopolios, ante el peligro que para él
representa quedar mal con alguno de los involucrados, cada uno de los cuales le significa un jugoso “apoyo”
financiero para sus ambiciones electorales. A su vez, la “preocupación” de la legación estadunidense, y los
intereses que ella representa, se enfoca en el sector mexicano de las telecomunicaciones (y por obvias razones en
los consorcios “dominantes”: Telmex, Telcel, Televisa y Tv Azteca), tal vez por ser éste el único, a estas alturas,
en el que sus grandes capitales no tienen acceso pleno al pastel, y no precisamente por los “resabios” legales en la
materia o por el “patriotismo” gubernamental, sino por el hecho contundente de que tales monstruos representan
un impedimento real para la apertura del mercado y para que las trasnacionales del ramo claven los colmillos en
este exquisito negocio (que incluye una tercera cadena de televisión) hasta ahora reservado mayoritariamente a los
nacionales, hoy en plena “guerra” por el control de los bienes otrora de la nación.
Pero ni el paralizado gobierno mexicano ni la “preocupada” legación estadunidense tienen qué reclamar. Desde la
supuesta oposición, los panistas apoyaron con todo la política privatizadora de Salinas y Zedillo (de la banca a los
ferrocarriles, sin olvidar la telefonía) y a los monstruos empresariales de ella resultantes. Fox sólo llegó
cínicamente a poner la cereza al pastel, mientras los vecinos del norte aplaudían la “modernidad” económica
mexicana y celebraban la “transición” (con el indeleble sello del “Consenso de Washington”) de los monopolios
del Estado a los monopolios privados. Felipe Calderón estaba entre los aplaudidores, pero tiempo después se le
cruzó una candidatura a Los Pinos, y en campaña prometió estimular la competencia mediante el “combate” a
monopolios, duopolios y oligopolios, aunque en los hechos sólo los ha fortalecido.
¿Por qué hasta ahora la “preocupación” de la embajada estadunidense en torno a monopolios, duopolios y
oligopolios?, de acuerdo con las puntuales revelaciones de Wikileaks-La Jornada. ¿Sólo a estas alturas registró que
diez magnates concentran 12 por ciento del PIB mexicano, controlan las áreas más productivas de la economía y
ejercen creciente influencia en la toma gubernamental de decisiones? Sería una reacción por demás tardía de la
diplomacia norteña, toda vez que el desmantelamiento del aparato productivo del Estado mexicano comenzó casi
tres décadas atrás, con Miguel de la Madrid, aunque fue en el salinato cuando se pisó a fondo el acelerador, sin
hacer menos al zedillato. Así, la productiva fábrica de monstruos concentradores de riqueza e ingresos no se limita
a la telefonía y a la televisión (nacida ésta desde el poder en tiempos de Miguel Alemán). El abanico es enorme, e
incluye banca, telecomunicaciones, minería, ferrocarriles, líneas aéreas, acero, azúcar, gas, satélites, carreteras,
aeropuertos y mucho más, por mucho que la legislación vigente lo impida, sin olvidar la existencia de una
institución antimonopolio, la Comisión Federal de Competencia, que tampoco atina ni se anima a poner orden.
No es un hecho novedoso ni aislado lo que ahora “preocupa” a la embajada estadunidense. Es la historia de los
últimos cinco lustros. En política no hay casualidades. Tampoco en los negocios. Por eso llama especialmente la
atención uno de sus despachos (correspondiente a 2007 y registrado por Wikileaks-La Jornada), por medio del
cual la legación reporta a Washington que en manos de Calderón estaría la autorización de una tercera cadena
televisiva, lo que parece una visión simplista de la realidad mexicana. ¿Quién toma las decisiones en el caso, por
ejemplo, de las telecomunicaciones mexicanas?
El siguiente ejercicio, que resume cómo estaba armada la telaraña de intereses en el sector en ese mismo año de
2007, nos da una idea de quién, en realidad, las toma: Cemex es el monopolio cementero en México, y su cabeza
visible es Lorenzo Zambrano, quien también participa en Televisa, la cual es presidida por Emilio Azcárraga Jean,
empresario presente en el consejo de administración de Teléfonos de México, de Carlos Slim, magnate que a su
vez forma parte del consejo de administración de Televisa, consorcio en el que tenía asiento María Asunción
Aramburuzabala (esposa del ex embajador Tony Garza), del Grupo Modelo, del duopolio cervecero en el país, en
el que sobresale Valentín Díez Morodo, a su vez participante en el consejo de administración de Kimberly Clark,
que preside Claudio X. González Laporte, en su momento presidente del Consejo Mexicano de Hombres de
Negocios, éste con asiento permanente en Teléfonos de México y Televisa, emporio en el que aparece Germán
Larrea, cabeza del Grupo México, consorcio en el que también participan Claudio X. González Laporte y Valentín
Díez Morodo, todos ellos beneficiarios de la reprivatización de Banamex, al igual que Roberto Hernández
(también integrante del consejo de administración de Televisa), quien vendió a Citigroup por medio de la Bolsa
Mexicana de Valores, en las que todas las empresas citadas participan.
El gobierno de Estados Unidos conoce a la perfección cómo se manejan las cosas en México, quién toma las
decisiones y quiénes son los capos, pero ahora se dice “preocupado” por el juego del monopolio y la falta de
competencia, especialmente en el sector de las telecomunicaciones. ¿Casualidad?

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