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CRÓNICAS PERIODÍSTICAS

El Madrid vuela a las semifinales


El equipo español, punzante y bien plantado, arrolla de principio a fin a un Tottenham
muy ingenuo
JOSÉ SÁMANO - Madrid - 05/04/2011
Al patinazo con el Sporting respondió el Madrid como años atrás en la Copa de Europa, cuando
demolía rivales en Chamartín. Pese a la amnesia europea de los últimos siete años, volvió el Madrid
que espantaba a sus adversarios. Un regreso triunfal que dejó sonado al Tottenham, que recibió una
sacudida devastadora. El conjunto español, de nuevo extasiado en el torneo sobre el que construyó
su epopeya, laminó a un contrincante que primero se inmoló y luego se derritió. La goleada casi
ahorra al Madrid el duelo de vuelta y permitirá a Mourinho administrar sin angustias su plantilla en
este estresante abril. Frente al cuadro inglés, Mou, ajeno a los doctores, se arriesgó con CR, Di María
y Marcelo. Los tres fueron protagonistas y todos, aparentemente, se fueron del Bernabéu sin nuevos
partes médicos. Otro éxito para el Madrid.
Al trepidante comienzo de partido contribuyeron ambos equipos. En positivo, el Madrid; en
negativo, el Tottenham, para el que todo fue un desastre. Salvo la lesión de Lennon, su velocista
derecho, en el calentamiento, los demás desatinos fueron todos imputables al conjunto inglés.
Redknapp, el técnico, se enredó con la baja de Lennon y remendó la alineación de mala manera.
Bale, que vuela como un jamaicano por la izquierda, fue enclaustrado en la derecha, territorio
inhóspito para él, zurdo sin remedio como es. De paso, Modric, el ilustrado de los Spurs, fue
condenado a la orilla habitual de Bale. El Tottenham se quedó a oscuras. O, lo que es lo mismo, a los
pies de sus defensas, que se hacen un ovillo con la pelota. Tampoco tiran de cadenas cuando fijan la
marca. Para colmo, en el primer córner favorable al Madrid, los zagueros se quedaron como momias
ante un ariete de dos cuerpos como Adebayor, cuyo cabezazo burló a Gomes y Modric, que se hizo un
nudo al querer despejar el balón bajo el larguero.
La respuesta visitante al gol del togolés fue aún más calamitosa. Hay futbolistas ingleses demasiado
ingenuos, que no aprenden que hay otro fútbol fuera de la isla. Para el tackle solo hay licencia en
territorio británico, como el permiso para conducir por la izquierda. Los árbitros, fuera de la acotada
Premier, no son condescendientes. Lo debería saber Crouch, futbolista de experiencia internacional
con el Liverpool y la selección inglesa. El chico no es enciclopédico, así que en un cuarto de hora hizo
méritos sobrados para ser expulsado tras segar a Ramos y Marcelo. La pícara sonrisa del brasileño
delató la inocencia de Crouch.
Al Madrid se le puso todo de cara muy pronto. Su puesta en escena fue estupenda. Partió con la
combustión que tantas veces le ha distinguido en la Copa de Europa, con esa mística que destila
Chamartín. El Tottenham era un muñeco ante el empuje local. El Madrid se plantó en el perímetro
del área rival, donde el equipo inglés achicaba lo que podía en la trinchera. Alonso y Khedira
ganaban cada despeje y bien cerca de Gomes, lo que le permitía cerrar cada jugada con un remate,
con frecuencia de Cristiano, que disparaba todo y contra todo. Nadie tenía más pujanza que Marcelo,
un avión por su orilla, y Adebayor era inalcanzable para Gallas, su antiguo compañero en el Arsenal.
Sin embargo, poco después del borrón de Crouch, el Madrid se desconectó de repente, como si
sintiera que podría gobernar el partido a su antojo. Por un momento, Bale le desmintió y le puso en
alerta. El prometedor interior cambió de vía y, en su pista natural, sacó de rueda a Ramos en varias
jugadas, lo que encendió a Mourinho. Con Bale en su puesto, el Tottenham puso con diez el picante
que nunca tuvo con once y hasta provocó la tarjeta que impedirá a Pepe alinearse en White Hart
Line. Desajustado Bale, el Madrid se empecinó en cerrar cada ataque por el pasillo central, donde se
multiplicaba el atasco. Mucho tuvo que ver Cristiano, obsesivo e individualista por momentos. Desde
la izquierda como punto de partida, se empeñó en forzar las jugadas al límite y derivar siempre hacia
el territorio de Özil, que se vio desplazado.
Mourinho corrigió al equipo en el descanso y el Madrid estiró la defensa londinense a lo ancho. Con
Di María y CR bien abiertos, el Tottenham se desabrochó, Özil cogió el compás y Alonso tuvo mejor
panorámica. El Madrid creció en el juego en proporción al resultado. De nuevo tras otro córner,
cabeceó Adebayor, esta vez aún más solo. El equipo español era un vendaval, con el ingles incapaz de
sostenerse en la barricada. El lazo al juego incisivo y arquitectónico del Madrid se lo puso Di María
con el golazo de la noche. El argentino no es Bale: tiene vida propia a pierna cambiada. Con la zurda,
desde el vértice derecho de Gomes incrustó la pelota en la escuadra, a dos lunas del portero
brasileño. El despliegue del Madrid merecía una diana semejante. A la cuarta se sumó Cristiano. Y,
otra vez, Gomes, blando ante el disparo del portugués. Un premio al esfuerzo de CR, llamado a filas
pese a sus problemas musculares. A él no le gusta perderse una. A su técnico, tampoco. En Londres
no necesitará correr riesgo alguno. El Madrid ya tiene pista en las semifinales. El Barça o el Shakhtar
despegan hoy.
CRÓNICAS PERIODÍSTICAS

Justin mata a Bieber


Un público mayoritariamente adolescente enloquece en Madrid con
el ídolo pop del momento
TOM C. AVENDAÑO - Madrid - 05/04/2011
Si en vez de cantar Justin Bieber se dedicara a enseñar física cuántica las casi 14.000
personas que le han visto esta noche en el Palacio de los Deportes de Madrid ahora podrían
aspirar al Nobel. La reacción que provoca este canadiense de 17 años sobre la pituitaria de
su público (principalmente chicas adolescentes) es tal que, durante las dos horas que ha
durado su primer concierto en Madrid, no hubo una frase, un gesto, que se le escapara a la
turba de quinceañeras a sus pies. La mayor parte, de hecho, fue celebrado con chillidos
dignos de descenso en montaña rusa, convulsiones de yonki en urgencias y lágrimas
histéricas.
Así se espera que sea el mundo de Justin Bieber, ídolo de masas por antonomasia gracias
tanto a sus canciones de pop y R&B como a su voz de chica y su encanto preadolescente.
Tiene una caterva de niñas dispuestas a morir por él, a comprarle más de nueve millones de
discos y recompensarle con al menos los 100 millones con los que cuenta. Y es el mundo en
el que se convirtió Madrid durante un par de días.
De hecho, si alguien hubiera cerrado los ojos en la plaza de Felipe II a las cinco de la tarde,
no hubiera sabido si estaba en un parque de atracciones o en la plaza de la Liberación en El
Cairo. Entre las hipofíticas estampidas al parking porque pasaba un coche que a lo mejor
transportaba al chavalín de oro, los gritos de guerra ("¡Jus-tin, Bie-ber!"), el impresionante
despliegue de merchandising (camisetas, pulseras, deportivas, sudaderas, linternas...), los
ocho desmayos que tuvo que atender el SAMUR y las caras pintadas de corazones, las miles
de chicas que aguardaban al concierto parecían una masa uniforme y beligerante. "Es el día
con el que voy a soñar toda mi vida, por Dios, el día que vi a Justin en persona", gimoteaba
Adela, cacereña de 15 años. "No sé si podré tomar suficientes fotos".
A las ocho y cuarto, bañado de alaridos, un muchachote subió al escenario. Tenían poco que
ver con él los recortes de revistas que las niñas habían puesto en pancartas. Sin el flequillo
que le ha hecho famoso, levantando metro setenta del suelo, con constitución adulta, y una
voz en transición que metía una docena de gallos por canción, parecía como si su propia
imagen se le hubiera quedado pequeña. Si no hubiera comandado a las fans con esa
característica mezcla de iconografía y sugestión; si no hubiera ejecutado a la perfección las
desopilantes coreografías de Somebody to Love; si no hubiera tonteado tan
profesionalmente con el público antes de cantarle su pegajosa Baby, hubiera parecido un
imitador de karaoke.
Tras un retraso hormonal tan rentable como sospechosamente largo, Justin parece
supeditar a Bieber, esa marca que tantos suspiros y mofas ha provocado. "Sigue siendo él
pero como que no es él", se extrañaba Laura, de 13 años, a la salida. "Guapísimo es. Pero,
¿este? Este no era el de mi disco". Madrid le dio un martes de lujo a Justin Bieber. Justin lo
agradeció con todo el Bieber que le queda.

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