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FLUCTUACIONES ECONOMICAS E HISTORIA SOCIAL

Ernest Labrousse
Tres fechas en la historia de la Francia moderna: 1848;
1830; 1789

Las transformaciones políticas se realizan a pesar de los hombres


políticos. Cuando el acontecimiento surge y se convierte en realidad
los Gobiernos no creen que sea verdad y el «revolucionario medio» no
lo desea.
Recordemos las revoluciones de 1848, 1830 y 1789: no hay personaje
más tranquilo, la víspera, que Luís Felipe ni hombre más seguro del
porvenir que Carlos X en la víspera de las Tres Gloriosas, ¡Y no
hablemos de la Corte entre mayo y julio de 1789
Nuestro «revolucionario medio» vacila antes de dar el último paso. O,
mejor dicho, nuestro «revolucionario medio», como sucede en 1848,
se niega a darlo, si exceptuamos al pequeño grupo de los comunistas
materialistas. Pensemos en Luís Blanc en la mayoría parlamentaria de
los 221 en el futuro «ministro medio» Laffitte y en el «diputado
medio» del estado llano de París en 1789.
Por esto, para los contemporáneos, estas revoluciones parecen
revoluciones-sorpresa.
No conozco nada más significativo que la prensa del 25 de febrero.
Abramos juntos los periódicos que ustedes hubieran podido leer ese
día en París, entre el tumulto de los vendedores, en el Palais-Royal o
en el Boulevard des Italiens, sentados junto a una mesa del café de
Foy o en el Tortoni.
Ojeemos Le Constitutional del 25 de febrero de 1848. Dice que, por
una cuestión de minutos, el régimen ha sucumbido: «El antiguo
Gobierno ha caído, lo mismo que sus predecesores, por haber
comprendido sus intereses y su deber un día, una hora, un minuto
demasiado tarde».
He aquí ahora—démonos prisa—, hacia la izquierda del «abanico
político», la Démocratique Pacifique de los fourrieristas y de Víctor
Considérant, sin gran entusiasmo por el sufragio universal: «Las horas
que nos separan de nuestro último número ¡son años! ¡Nunca el
tiempo corrió tan de prisa! París acaba de probar a Europa, que se
extrañaba de su silencio, que su despertar debía constituir una
explosión». Y más adelante: «Las consecuencias son incalculables.
Las consecuencias repercutirán hasta los dos extremos del
Continente...». «La unidad federal y liberal de Europa ha sido
facilitada y es irresistible.»
La Reforme nos dice sencillamente: «Los acontecimientos se
desatollan con tal rapidez que no dejan tiempo para comentarlos», y
el National — será mi última cita — escribe también en el número del
día 25: «Nunca hubo revolución tan rápida, tan imprevista. ¡Qué él
pueblo se sienta orgulloso de su victoria! ¡Que Francia conozca con
alegría que los parisienses acaban de juzgar como se merece a un
Gobierno sorprendido en flagrante delito de atentados contra la
libertad! ¡Que Italia, que Suiza, que los pueblos hermanos nuestros
aplaudan nuestro triunfo, que será, así lo esperamos, fecundo en
resultados!».
Tal es la imagen de la prensa del 25 de febrero.
Uno de los invitados a este Congreso, uno de los que más
brillantemente han tomado parte en nuestras discusiones de Milán
nos decía que, en la opinión del hombre de 1848, en las
preocupaciones del «italiano medio», del «revolucionario medio» de
Lombardía y de Venecia, los problemas sociales ocupaban poco lugar.
Desconfiemos de juzgar a los hombres apoyándonos sólo en lo que de
sí mismos piensan.
No pidamos testimonios axiomáticos a los contemporáneos. No
siempre —pensemos en el cine—es el espectador de primera fila el
que ve mejor la película. En nuestro caso, por lo menos, todos los
espectadores de primera fila vieron mal.
La revolución de 1848, revolución de tipo clásico que anuncian
síntomas clásicos, ¿pude considerarse como revolución sorpresa?
No cabe duda de que se dan muchos tipos de revoluciones. Existen
revoluciones populares y pronunciamientos, revoluciones de masas y
revoluciones palatinas. La revolución de 1848, lo mismo que las de
1830 y la de 1789, ha sido una revolución de masas. Pero ¡cuántas
variantes en las revoluciones de masas! Pueden ser «espontáneas» o
dirigidas. Las espontáneas las improvisa el ímpetu popular y escapan
en mayor o menor medida de la influencia directa de las épocas. Las
dirigidas obedecen, por ejemplo, a la influencia decisiva de un partido
de masas.
Nada semejante ocurre en 1848, en 1830, en 1789: No excite un
ejército organizado de la revolución. Es el levantamiento en masa,
voluntario e improvisado.
Así, pues, podemos establecer como segunda característica de las
tres revoluciones que son revoluciones espontáneas dé masas.
Pero hay muchos tipos a estudiar en las revoluciones de esta
naturaleza. Las hay de tipo «endógeno» y de tipo «exógeno», por
ejemplo. La revolución endógena es la que nace de una situación
Interior, y sólo de ella, y que sigue libremente su curso hasta el fin. Es
el caso de las tres revoluciones francesas.
El año 1789, el 1830 y el 1848 no han experimentado la influencia ni
de la invasión ni de la ocupación ni de un choque exterior, como
ocurre en los movimientos del Cuatro de septiembre y de la
Liberación. Se puede establecer la consecuencia de que las
revoluciones del primer grupo presentan un mayor carácter social que
las del segundo. Estas son más bien de tipo nacional o de tipo mixto,
nacional y social.
Tal es la tercera característica que percibo en las tres revoluciones
que voy a estudiar: se trata de revoluciones de carácter endógeno,
(predominantemente sociales
Por último, para realizar una revolución de las del tipo de 1789, 1830
ó 1848, para que las masas se pongan en movimiento, cuando no
existe un programa de acción de un gran partido popular ni el choque
traumático de la derrota o de la ocupación, la única fuerza
suficientemente poderosa será un hecho, un hecho que afecte a las
masas: el hecho económico constituye el tipo más perfecto.
No se traten mi pensamiento, de investigar los orígenes lejanos de
nuestras tres revoluciones sino solamente, si puedo expresarme asi,
el proceso de la técnica de los días que se realiza la revolución.
Limitare mi intervención al hecho intrínsico de la explosión
Como primer elemento explicativo explosión revolucionaria podemos
tomar el estado de tensión económica. Existe tensión económica - en
1789, en 1830 y 1848. Sin duda que los factores son diferentes en
muchos aspectos, pero sin embargo, en el fondo, son bastantes
parecidos. La historia de dificultades económicas de Francia en estas
tres fechas se repite de manera asombrosa.
La tensión de, 1789 comienza por un accidente natural bien.,
conocido: dos, malas cosechas de cereales En el origen de las
dificultades económicas se encuentra un fenómeno natural
espontáneo, que escapa a la voluntad del hombre, y no la infernal
trama de la codicia» de que habla Luis Blanc al describir el alza de los
precios de los granos. El alza violenta del coste de la vida popular en
1788-1789 la provoca la subida los granos, cuya fuerza explosiva
puede comprenderse si se recuerda que, en el presupuesto popular
medio, en el presupuesto del obrero y del peon los gastos en pan
representaban entonces, un año con otro, alrededor del 50 por’ 100
de los gastos totales.
Las malas cosechas de 1788 y de 1789 provocaron pues un alza
considerable del precio de las subsistencias. Esta alza varía
enormemente según Ias regiones y representa para el conjunto del
país, un 50 por 100, si se toma como base la diferencia de los precios
medios anuales. Si se examina la curva con más detalle, de semana
en semana o, para tener una visión más, segura, más regular de los
acontecimientos, de mes en mes, se comprueba un aumento del 100
por 100 para el conjunto del remo en los difíciles momentos de la
«soldadura».
En estos años se produce pues, algo asi como una catástrofe natural.
Un pueblo que vive esencialmente, de ciertos productos se encuentra
con que los precios, de esos productos suben enormemente como
consecuencia de una catástrofe natural y se hacen inasequibles para
la masa de los consumidores.
La mala cosecha y el alza de los precios provocan la disminución
vertiginosa del poder de compra de un importante sector social. En
primer lugar de los campesinos. El poder de compra de la mayoría de
los productores vendedores campesinos disminuye verticalmente
porque en los años de las malas cosechas no tienen nada que vender.
La subida de los precios no compensa la disminución de las
cantidades negociables, de los stocks negociables en sus manos.
Además, el poder de compra de los jornaleros agrícolas, de la masa
de los campesinos consumidores, disminuye: los salarios no
aumentan al subir el precio de los granos.
He aquí que la tensión económica fenómeno espontáneo que escapa
a la dirección gubernamental, se presenta con todas sus
consecuencias y repercute en el conjunto de la vida industrial. La
Francia de 1789 es esencialmente agrícola. Pueden imaginarse las
consecuencias, en el mercado de los productos industriales, de la
desaparición del poder de compra rural y las que inexorablemente se
desprenden de tal situación.
Deben evocarse, con este motivo, los trabajos de nuestros
antecesores y, especialmente, el artículo publicado hace cuarenta
años por Carl Schmidt en la Revue Historique, en el que describe las
diferentes fases de las angustias gubernamentales ante el paro, la
crisis en la industria textil y en todas las demás, desde comienzos de
1788. En el transcurso del año el mal se agrava considerablemente,
hasta el extremo de que aparecen sin velo una superposición de
catástrofes: catástrofe agrícola, industrial, paro disminución del índice
de salarios. Si consultamos la estadística fiscal de las marcas de
plomo -es decir, de los «plomos» que se empleaban para señalar las
piezas después de haber sido objeto de un visado fiscal—
comprobaremos que fueron enviados a las provincias, en 1789, la
mitad de los plomos que en 1788. La disminución de la producción
industrial podemos, pues, valorarla en un 50 por 100. A esto ha de
añadirse la baja del índice de salarios, del 15 al 20 por 100. Todo ello
en el momento en que el coste de la vida aumenta entre 100 y 200
por 100, como - ya hemos indicado.
En esta atmósfera de crisis económica es donde se fragua la
revolución de 1789
Lo mismo ocurre 1830. Téngase en cuenta que las crisis se siguen y
no aparecen. La crisis de 1830 comienza mucho antes de 1830
comienza cuando se termina los bellos, los fáciles años de la
restauración. El corte, en la vida económica de la Restauración, se
produce hacia 1825. Comienza por una especia de mal ingles que
aparece en 1825 transmite el mismo año a los mercados franceses.
Hasta aquí se trata sólo de crisis por contagio de un mal importado
atenuado moderado sin raíces francesas Pero la crisis empieza a
adquirir 1827-1828 un carácter trágico: reaparecen los síntomas de
1789 Primero las malas cosechas y ante todo, una serie de malas
cosechas de patata, en la época en que la patata representaba
alrededor de los tres quintos de la cosecha de trigo y constituida un
importante elemento del consumo popular
Después de la crisis de la patata — o, mejor dicho, añadiéndose a la
crisis de la patata – se presente la crisis de los granos. Esta crisis es
relativamente moderada — los precios aumentan sólo en un 50 por
100 —, pero es mucho más larga que en 1789. Si se comparan las
curvas se comprueba que, en 1789, el alza, el salto de los precios, se
produce en junio-julio; en 1830 aparece la cúspide después de una
extensa altiplanicie de elevados precios, de dificultades y de miseria
que comienza en 1828. Las consecuencias industriales de las
dificultades agrícolas son las mismas que las que hemos indicado
antes: la disminución del poder de compra del mercado rural produce
el cierre de las fábricas y una disminución considerable de la
producción industria. Las quiebras se multiplican: es la época en que
la Banca de Francia se niega á aceptar las letras de cambio firmadas
en Alsacia, porque estas firmas se consideran firmas algodoneras y
porque el segundo tiempo de la crisis es textil. Esto es igual que en
1789. La burguesía ve disminuidos sus beneficios. Los Obreros su
poder adquisitivo.
Para esta época se posee una irformación1e los salarios de la que se
carece para 1789. En el ramo de la construcción, en París, por
ejemplo, el salario baja o disminuye un 30 por 100 entre 1825 y 1830;
en la industria textil, en provincias, según un cierto número de
sondeos, el salario disminuye en un 40 por 100; el salario baja en más
de un tercio en la metalurgia. Y, naturalmente, se agrava el paro
sobre todo después invierno de 1828. Mientras tan el precio del pan
sube alrededor de un 50 por 100.
Al contrario de lo que sucede en 1789, la revolución no estalla en el
momento de máxima presión de tensión económica y social; pero sin
embargo, los precios de julio de 1830 son precios de crisis, precios
anormales. Entonces se encuentra el complejo de miseria, de
dificultades ya analizado: paro, disminución del nivel del salario alza
de los precio de los artículo de consumo. En una palabra el
hundimiento del poder adquisitivo del pueblo.
Podríamos hacer muchas citas de periódicos. He aquí la más corta,
del 2 de enero de 1830:
«El prematuro rigor invernal, el precio elevado del pan, la falta de
trabajo y la miseria de la clases inferiores de la sociedad han
producido en las clases superiores una simpatía y una piedad
generosas.» Se abren suscripciones, se organizan bailes. «!
Tengamos ganas o no, debemos bailar por caridad!».
La crisis social en esta atmósfera de crisis económica. Y en esta crisis
social estalla la crisis revolucionaria de julio. La crisis social abarca
concretamente los años 1828 y 1829. los disturbios mas graves son
disturbios originados por el problema de las subsistencias. Podemos
trazar un mapa de los disturbios que los presenta centralizados en el
oeste, en el nordeste y en el centro de Francia. En algunos lugares el
motín es casi diario. Sólo en el mes de mayo de 1829 veinticinco
informes dan cuenta al Gobierno de nuevos motines, lo que
representa casi un motín por día. La agitación se calma, sin duda, a
fines de 1829 y se ve que la revolución política no concuerda
exactamente con los meses de convulsión social. Sin embargo,
aunque la época de los paroxismos sociales ha ya superada, la causa
sigue vigente: la tensión económica persiste, agravada revolución
hasta 1832
Examinemos ahora la crisis 1847. Esta crisis está caracterizada por la
persistencia del antiguo proceso de tensión y por la aparición de un
proceso nuevo. Es un cúmulo de desequilibrios: desequilibrios natural
de la vieja economía de los granos y de los textiles, y desequilibrio
artificial de la nueva economía metalurgia.
AL principio es crisis de tipo antiguo, es decir, crisis
fundamentalmente agrícola y crisis textil. La crisis de 1847 parace
una repetición de la de 1830. Aquella comienza nuevamente por la
disminución de patatas. Estas ocupan un lugar mucho más
importante en el consumo popular del que ocupaban en 1830. La
disminución de la producción aparece en 1845 – 1846. La cosecha de
cereales de 1846 es mala. Se comprende la importancia de este doble
fenómeno: el elevado precio de la patata, producto de consumo
popular, repercute en el precio del pan producto sustitutivo. El alza
del precio de un producto como la patata provoca, incluso si la
cosecha es buena o normal una importante subida del precio de los
granos. Cuando la cosecha es mala como ocurre en 1846, la
influencia sobre el precio de los granos es aún mucho mayor. Se
reproducen, en la Francia de 1847, casi los mismos acontecimientos
económicos que tuvieron lugar en la Francia de 1830 y de 1789.
Si examinamos el mapa de la catástrofe económica de 1846-1847
veremos que al norte y al nordeste se presenta una mancha
tenebrosa con un alza del precio de los granos del 100 al 150 por 100.
Hacia el este, la mancha es menos negra: la atmósfera se aclara, el
seísmo pierde fuerza a medida que se desciende al sudoeste,
siguiendo los declives del macizo central, para disminuir todavía más
hacia el sur, hacia las playas siempre privilegiadas del Mediterráneo:
¡qué diferencia, en 1847 como en 1789—y ello demuestra
perfectamente la permanencia profunda de nuestras estructuras
económicas—, entre el mercado de trigo en Lorena y el mercado
provenzal!- El Mediterráneo es un mar compensador, una especie de
mercado mundial en miniatura al que acuden el trigo del Norte por el
corredor del Saona y el lejano trigo de Italia, y, de más lejos, el trigo
de África o de Levante. En Provenza el déficit de la cosecha nunca
adquiere un carácter violento. Una especie de compensación de las «
diferencias meteorológicas» tiene lugar en este mundo en miniatura,
en el universo en miniatura representado por la Marsella de todas las
épocas.
En 1847 y en 1789 se producen fenómenos idénticos. Las estructuras
y las coyunturas económicas son asombrosamente parecidas
Además, en el mercado textil, aparecen las repercusiones. Que nos
son ya conocidas. En el momento en que el coste de la vida aumenta,
la producción textil se hunde: el beneficio textil desaparece y, como
veremos mas adelante, igual ocurre con los salarios.
Renace, pues la crisis de antiguo tipo. La revolución de 1848 estalla
en el cruce de las crisis de tipo antiguo y de tipo nuevo. A la crisis de
la economía triguera y textil de añade, como ya hemos dicho, la crisis
de la metalurgia. Por primera vez la economía francesa conoce una
dura crisis metalúrgica. Pueden recordarse algunas fechas bien
conocidas: en 1841 se promulga la gran ley de exportaciones
indispensables construcción de la red ferroviaria en 1842, se acuerda
el estatuto, la carta a dicha red.
Se establece un plan de construcciones bajo la ilusión de la
prosperidad, casi en el momento en que terminaban, en 1846, los
tiempos fáciles. Nadie pensaba en la crisis próxima. El plan establecía
la rápida construcción de ferrocarril gracias a la aportación de
capitales privados y de créditos del Estado. La era del hierro, la
economía del hierro y del acero.
La metalurgia moderna, con el empleo del coque, había logrado ya un
rápido crecimiento. Pero al estallar la crisis disponibilidades
desaparecen, los créditos no tienen lugar y el plan tiene que ser
suspendido. Se renuncia a casi quinientos millones de jornadas de
trabajo precio de dos francos por jornada, como consecuencia de
haberse aplazado las obras publicas. Esto provoca el hundimiento de
la industria metalúrgica y de la minera. Entre 1847 y principios de
1848 la producción de la metalurgia, expresada en valor, disminuye
en un tercio. Muy pronto - disminuye a la mitad. La producción minera
disminuye un 20 por 100. Y más que la producción en valor
disminuye el volumen de negocios al no poder venderse toda la
producción. Por ultimo, el beneficio baja mas que el volumen de
negocios, ya que ciertos elementos del coste de producción sigue
siendo los mismos: alquileres, impuestos y los enormes intereses de
los capitales invertidos.
En lo que se refiere al salario ejercen una violenta presión sobre él las
mismas causas que ya hemos analizado. En la gran industria, por
ejemplo, en la industria textil, la disminución del salario es de
alrededor del 30 por 100 Añadamos el paro como consecuencia del
gran descenso de la producción y la disminución del poder de compra
motivado por el alza del precio de los granos entre 100 y un 150 por
100.
La crisis social alcanza su apogeo en 1847 El precio de los granos
disminuye considerablemente en el segundo semestre de 1847 y a
principios de 1848, situándose en esta fecha al nivel de 1844. Esto no
es aún el precio bajo, pero la enorme, la violenta presión de los
precios ha terminado. La ola de los precios elevados pasa sobre el
país como una inundación y, como una inundación que se retira, deja
tras sí una población damnificada, con sus ahorros destrozados. Con
gran frecuencia incluso los muebles fueron empeñados, como
testimonian los documentos de los Montes de Piedad. ¡Es el paro! La
revolución estalla en un mundo económicamente siniestro.
Lo mismo que en 1830 estalla, no en el momento de las convulsiones
sociales del tipo de la de 1848 que en abril o en mayo de 1847. Pero
permanece la presión económica, una burguesía y un proletariado
lesionado, sin ahorros y sin trabajo.
Este proletariado y esta burguesía ¿cómo van a reaccionar ante la
crisis? O, lo que es lo mismo, ¿cuál es la influencia de las crisis en las
revoluciones?
La crisis es achacada al Gobierno. Naturalmente, no se culpa al
Gobierno de la mala cosecha. Pero se dice que si los precios han
subido es porque el Gobierno ha dejado salir demasiado trigo los años
anteriores, o por que no se ha importado bastante en el año de
cosecha deficiente.
Si la metalurgia se ha parado, si existe una crisis textil es porque las
importaciones de materias primas han sido fuertemente gravadas y
porque no se han ayudado a la exportación como era necesario.
Cuando surge una crisis como la dé 1788 - 1789, en lugar de acusar a
la naturaleza se acusa al tratado de comerció francoinglés, que,
aunque no está exento de toda culpa, no es él quien tiene las
responsabilidades más graves. En una palabra, esta especie de
concepción antropomórfica de la crisis, encarnada en la persona de
un ministro o de un ministerio, se encuentra en el origen de las tres
revoluciones. Podría multiplicar las citas de textos para 1789 y 1830,
pero me orientará hacia 1848. Veamos lo que dice, por ejemplo, La
Reforme.
«La clase obrera y la clase burguesa han sido atacadas por los
desastres económicos que el Gobierno no ha sabido ni prever ni
combatir. ¿Quiénes pueden felicitarse de la prosperidad de Francia?
Aquellos que no han sufrido por tener la panacea del prepuesto al
alcance de la mano.»
No sólo se culpa de la crisis al gobierno, sino que se apunta al mismo
régimen. Ledru-Rollin, en un discurso pronunciado con motivo del
mensaje de 1847, dice:
«Si nuestras industrias, si nuestro comercio, si nuestro crédito
financiero—declara al Parlamento—se encuentran en un estado
alarmante, podría decir de ruina inminente, ¿quién es el culpable? ¿A
quién imputar la responsabilidad? ¡Al sistema que nos agobia desde
hace dieciséis años!
»En vano, para defenderse, invoca como causa de la miseria un
accidente calamitoso, pero pasajero: la escasez de cereales - En
vísperas de 1789, para enmascarar otros planes, cubrir otros
desórdenes, también se le invocaba. En realidad, constituye la última
gota que hace desbordar el vaso. La miseria de las clases obreras, el
malestar de los comerciantes, la escasa de numerario, obedecen a
causas más, generales, fundamentales, permanentes. Así, y
limitándonos al problema de tas aduanas... (de los cinco últimos años)
vemos que Francia ha exportado 551 millones menos de lo que ha
importado y, en consecuencia, que en sólo cinco años, para saldar la
balanza, ha sido necesario sacar de Francia 551 millones de
numerario para enriquecer al extranjero, cifra terrible, a la que
deberíamos quizá añadir 200 millones para mantenernos dentro de la
verdad, pues es conocida la tolerancia que se otorga a las
declaraciones de exportación e importación.»
(Los periódicos, al final de esta frase, escriben: Rumores.)
«Los jóvenes miembros del partido conservador que nos hablan de
reformas, ¿creen que la decadencia de nuestro comercio no obedece
a la política exterior de nuestro Gobierno? ¡Política servil y falaz que
apoyan con sus votos!
»No es también el Gobierno el que ha creado las condiciones para la
ruina de las fábricas, los desastres del comercio intermediario al dejar
en manos de los grandes poseedores de capital la mayoría de
nuestras ramas industriales, creando con sus propias manos una
aristocracia de los «escudos», un feudalismo financiero?
»No es él el que ha lanzado como pasto a los traficantes, a los
jugadores de todas clases, mil millones en primas en la cuestión de
los ferrocarriles? ¡Mil millones!, de los cuales seiscientos han ido a
parar a unas cuantas casas de Francia y cuatrocientos han ido a
enriquecer a los capitalistas de Inglaterra, de Alemania…..
»Una vez más, lugar de esperar las reformas de un tal régimen, lo
que ante todo habría que hacer es dejar de defenderle y tratar de
cambiarle.
»Por las debilidades exteriores, por las faltas interiores del Gobierno
se explican claramente las dificultades del comercio de la industria.»
He aquí la acusación. He aquí cómo un Gobierno cómo un régimen
puede ser objeto de una solemne y eficaz acusación en las
circunstancias difiles de una grave crisis.
Puede objetarse que se trata solo del mundo parlamentario. Pero la
acusación tiene mayor amplitud. Nos muestra toda una propaganda
que causa sus efectos en le mediana y pequeña burguesía, en el
mundo popular. La crisis despierta, intensifica, coliga, sincroniza
todos los descontentos. Con motivo de disturbios recientes se ha
hablado de un «misterioso director de orquesta». El director de
orquesta en 1848, y en las dos revoluciones precedentes, no es otro
que el ritmo anónimo de la producción capitalista: ritmo periódico,
ritmo cíclico, ritmo del final de la producción identificado desde hace
muchísimo tiempo por la ciencia económica, desde Marx hasta
Aftalion y Simiand.
Entendámonos: ¿quiere esto decir que el revolucionario, el jefe de
barricada, levanta y sube a la misma para conquistar el pan? ¿Que
una revolución es sólo una sublevación de hambrientos? De ninguna
manera. Pero todos los agravios políticos contra un Gobierno se
despiertan en esta ocasión; todos los agravios económicos, todos los
agravios sociales despiertan por una crisis precisamente agrava las
desigualdades sociales.
Importante tema sin duda, el de la psicología del sublevado. Aquí solo
puedo dibujar las direcciones, dibujar una respuesta. Un Buen método
consiste en explicar, en estudiar en el presente la influencia de esas
fluctuaciones, de los ritmos de la producción capitalistas en la opinión
política en la opinión general, y llamar en nuestra ayuda a la «historia
regresiva» de Marc Bloch. En la sociedad actual, lo mismo que en la
sociedad de entonces, aparecen dos grandes categorías en la masa
sublevada: los «creyentes» y los «flotantes». Los «creyentes» no
necesitan una crisis económica para empezar una revolución, pero
sus agravios, su hostilidad alcanzan con la crisis el punto máximo.
Ellos solos nada pueden. Necesitan la palanca de todo un pueblo. Son
los «creyentes», sin duda, los que hacen las revoluciones. Pero son
«Ios flotantes», por el peso de su masa, los que transforman el motín
en moviendo victorioso. Se necesita una masa innumerable, una
especia de «unanimismo» popular.
Víctor Hugo, creo que en los miserables, planteo muy bien el
problema. Entre el Gobierno y el motín, ¡qué contraste de fuerzas! De
un lado, las divisiones; del otro, las bandas. De un lado, los arsenales,
los cañones; del otro, unos cuantos barriles de pólvora y un
armamento heterogéneo. Para que la balanza se incline contra el
ejército es necesario una muchedumbre inconmensurable, entusiasta,
y el concurso general, activo o pasivo, de la opinión.
Es necesario en una palabra, un peso y un valor de masa. Es el
fenómeno económico, fenómeno de masa por excelencia el que por
su carácter de generalidad y de agudeza puede provocar una tal
sublevación
La crisis sincroniza contra el gobierno todas las fuerzas hostiles. Al
mismo tiempo dispersa las fuerzas del Gobierno, a veces
materialmente, militarmente. Así sucede en 1789, cuando el Gobierno
ha de enfrentarse en todas partes con los motines provocados por la
escasez de subsistencias. Así sucede en 1830, sin duda en menor
escala, pero es el caso que se da con los incendiarios de Normandía.
Así sucede en 1848, de manera indirecta, pasiva, con la Guardia
Nacional burguesa, que no va a combatir; con esa Guardia Nacional
de comerciantes, lesionados por la crisis, por la escasez de ventas, y
que entrega el fusil al sublevado. Recuérdense las horas de febrero;
la participación de la XII Legión, dé la XII Legión de la rue Mouffetard,
que marcha junto al Panteón, arrastrando tras si, empujando delante
de ella, a un cierto número de sus representantes, que la víspera
mostraban una figura menos gloriosa en los conciliábulos de la
oposición.

II
Así pues, la crisis une contra el Gobierno, al mismo tiempo que
dispersa, a las fuerzas gubernamentales.
Pero ella no hace nada más que contribuir a crear la crisis política.
Explica sólo una parte... y quizá la más pequeña, por importante que
nos parezca, en el disparador revolucionario.
La explicación de las revoluciones por las crisis ha de sujetarse a
muchos límites,
La crisis presenta, grosso modo, una periodicidad decenal. Existen
crisis económicas decenales, pero no hay revoluciones decenales.
Se necesita, para que se constituya esta especie de mezcla explosiva
que va a ser la revolución que intervengan otros elementos, y,
concretamente, es necesario que la crisis económica coincida con la
crisis política. La crisis política se manifiesta por la descomposición de
las fuerzas gubernamentales, de las fuerzas militares, como hemos
visto hace un momento; pero también de las fuerzas parlamentarias y
ministeriales, como vamos a ver ahora.
Ante todo, las dificultades financieras actúan como un disolvente
peligroso y comprometen la posición del Gobierno ante la opinión
pública y parlamentaria. Estas dificultades están, claro es, ligadas a
las dificultades económicas. Quien dice crisis económica dice crisis
del presupuesto latente o declarada. Durante la crisis económica los
impuestos se recaudan con más dificultades; los ingresos son
menores y el crédito público se lesiona. Las cargas, por el contrario,
son mayores, e igual sucede con los gastos de ayuda
Y socorro por todo esto los Gobiernos tienden a ser inestables y
especialmente frágiles, en lo periodos de crisis financiera. Los
Ministerios se suceden unos a otros. Puede hacerse la cuenta de los
«controladores» generales de 1787 a 1789 y se verá el poco
recuerdo que han dejado un Laurent de Villedeuil o un Lambert. En el
interior del equipo gubernamental se considera al ministro de
Hacienda, cuyo presupuesto no es equilibrado, como un compañero
desagradable, pero al que hay que soportar.
Así, pues, las tres crisis están marcadas—en grados diferentes—por
crisis financieras graves que influyen en el Gobierno y comprometen
la estabilidad gubernamental. Conocemos bien el problema entre
1787 y 1789. No olvidemos que de 1827 a 1830 el déficit es continuo,
que el presupuesto de 1827 es equilibrado gracias a los 50 millones
que se obtienen por recursos extraordinarios y que aparecen fuertes
minusvalías en el transcurso del primer trimestre de 1830, mientras
que hay que saldar los gastos de la expedición de Mores a Argelia. Es
entonces cuando aparecen y se despiertan nuevas quejas y cuando la
oposición encuentra un terreno abonado. Recuérdese el famoso
incidente surgido en el comedor de Peyronnet, que alcanza gran
repercusión por haber estallado en un período de «vacas flacas». Las
condiciones son buenas para denunciar las «liberalidades» del
régimen. Por ejemplo, el sueldo de un coronel suizo es de 15.000
francos (¡para los coroneles suizos, para los cuerpos privilegiados de
la Casa real el dinero no falta!). ¡Que se comparen con los 6.000
francos de un coronel francés! La crisis financiera vida, pues, la
atmósfera política o contribuye a viciarla. Encentramos otra vez la
crisis financiera antes de 1848, con un déficit record en 1847 de
millones, el 20 por 100 de los ingresos ordinarios.
La crisis política se caracteriza, además por la extensa división por el
fraccionamiento extremo de los partidarios del régimen, mientras que
la oposición llega a su apogeo.
La crisis política de 1789 es bien conocida. Las fuerzas del régimen se
descomponen. En primer lugar, se produce la «revolución
aristocrática» que Georges Lefebre, en su 1789, nos presenta antes
de la revolución burguesa. Y, además, en el período de la revolución
burguesa la fuerza de atracción de la burguesía disocia a una parte
de las fuerzas de la nobleza y del clero. Y las clases populares forman
bloque con la burguesía. Así, pues, tiene lugar una descomposición de
las fuerzas gubernamentales y, por otra parte, el paso de una parte
de estas fuerzas a las filas de la oposición.
Antes de 1830 se produce la defección. En 1830, bajo el Ministerio
Polignac, el desacuerdo en el seno del Ministerio y la crisis ministerial
se produce en el último instante, mientras que la coalición liberal
alcanza su apogeo, mientras que los 221, de acuerdo con Cavaignac,
y los republicanos, forman un bloque y se transforman en los 274.
En 1848 la oposición alcanza grandes progresos y se produce una
gran crisis política en la Asamblea censitaria de 1846. Posee una lista
de escrutinios, y citará algunos:
La mayoría de Guizot es enorme al principio: tres cuartos contra un
cuarto. Pero cuando se vota, por ejemplo, sobre la reforma electoral,
los jóvenes conservadores vacilan. El Gobierno obtiene todavía una
gran mayoría, aunque mucho más reducida: 252 votos contra 154. La
votación sobre una propuesta de Rémusat, con motivo de la reforma
parlamentaria, produce una reducción de la mayoría gubernamental,
que sólo alcanza 219 votos, mientras que la oposición ya alcanza 170.
En febrero de 1848, con motivo del debate sobre el mensaje de la
Corona, la mayoría gubernamental pierde 43 votos: 228 contra 185,
cifra record. La mayoría disminuye aún más en el voto sobre la
enmienda Sallandrouze, como consecuencia de la actitud de algunos
conservadores.
En todos los momentos, en el transcurso de las tres grandes
revoluciones, la crisis política concuerda con la crisis económica y
constituye el segundo y temible elemento de la combinación a que
antes me he referido.
Podía proponer una explicación dualista. Decir sencillamente, que en
el origen de las revoluciones encontramos, al mismo tiempo que una
crisis económica y social, una crisis política, sin investigar en que
mediad la crisis política refleja una crisis social.
En principio no niego la explicación dualista. Sin embargo, iré más
más allá del dualismo. Una revolución, como todo acontecimiento
histórico, nace de antecedentes múltiples. En cada revolución
¡cuántas causas personales; morales, sentimentales! ¡Cuántas
contingencias! ¡Cuántas contingencias y cuántos azares! La
incertidumbre de los hombres y de los eternos terceros partidos.
Escándalos famosos, como los que conducen, a finales de la
Monarquía de Julio, a un grupo de senadores vitalicios, ladrones y
asesinos, ante el más alto tribunal del reino: el quebranto moral es
considerable. Existe, por último, el hecho nacional, hecho pasional por
excelencia. ¡Cuántos estremecimientos pasionales en 1830 a la vista
de las banderas tricolores! ¡Cuántos odios contra Guizot y contra el
régimen de Julio, cómplices por acción o por omisión de los tratados
de 1815! Pero el «estremecimiento tricolor es también un
estremecimiento social. La bandera de la Revolución es también una
bandera social: la de la burguesía progresista. Nada tan significativo
como los debates europeos, como los comentarios de las cancillerías
inmediatamente después de los acontecimientos de 1830 o de 1848.
Nunca Europa se encontró tan dividida. Nunca había parecido de
manera tan clara la coexistencia de la vieja y de la nueva Europa. Se
produce el choque, no sólo de dos clases, sino de dos civilizaciones:
de la civilización basada en la propiedad territorial y de la civilización
industrial, el choque de la riqueza estática y de la riqueza en
movimiento, de la inmovilidad, la herencia, la tradición y de la
circulación activa de las minorías selectas; el conflicto de la
aristocracia conservadora y de las audacias burguesas, el antiguo
mundo contra el nuevo. Y cuando, por ejemplo, vemos a Matternich
comparar el acontecimiento de 1830 a la ruptura de un dique,
encuentra la frase más exacta, la comparación más admirable.
Declara que la sociedad está en peligro. Continúa su curso la
Revoluci6n francesa con sus choques de clases. La bandera tricolor, la
extensión a escala internacional de la Revolución francesa constituye
en el fondo el paso de lo nacional a lo social.
Del mismo modo, las crisis políticas que hemos estudiado tienen
también ciertas bases sociales.
Estas divisiones, estas luchas políticas reflejan ampliamente el fondo,
los conflictos sociales permanentes, los conflictos sociales que,
podríamos decir, son eternos, pero que alcanzan entonces un punto
culminante.
Es bien sabido que los choques de 1789 enfrentan aristocracia y
burguesía. Una burguesía cuya riqueza aumenta, lo que no quiere
decir una burguesía que sólo acumula beneficios, sino una burguesía
activa, que dirige la actividad económica, el mercado del trabajo, del
empleo, la producci6n. No conozco nada que contraste tanto con esta
actividad industrial de la burguesía como el absentismo de la
aristocracia. Es cierto que existe del lado de esta última una
acumulación de riqueza, pero es una acumulación de riqueza pasiva.
Esta burguesía que crece en riquezas, e poder económico, crece
también en cultura, en número. No se olvide que la burguesía
prolifera físicamente, pero mucho más económicamente en las
ciudades en plena expansión, en tanto que la nobleza se fija en casta.
Por último, la burguesía crece en conciencia de clase burguesa se
afirma con mayor fuerza, quizás en el siglo XVIII. La gestión burguesa
conduce a todas las clases a la prosperidad general. Es una especie
de una especie de clase misionera, de clase elegida, encargada de
guiar a la humanidad a todas las formas del progreso. Lo sabe y lo
proclama. La literatura no hace más que repetirlo. La clase burguesa
ejerce entonces sobre la sociedad la atracción de clase ascendente y
victoriosa, trae a su orbita a elementos de las fuerzas en
descomposición del viejo régimen. Sus Ambiciones y su prestigio de
clase, ascendente y progresista explican, en el fondo, lo esencial de
los choques políticos de mayo - julio, de 1789.
En 1830 aparece de nuevo, sin duda con muchos matices, la situación
de 1789. Continua siendo, en el conflicto de los 221 y de la antigua
monarquía, aunque renovada por la Carta, el conflicto de burguesía y
aristocracia; pero de una burguesía que ha tenido miedo y que teme
el duro nivel igualitario del año II. La situación es mucho más confusa
1848 Ya no es la lucha burguesía-aristocracia, ni, todavía, la lucha
burguesía-proletariado. Es una forma de lucha de clases triangular,
con dos burguesía, la grande y la pequeña, y el pueblo; pero la clase
es ascendente no es la burguesía; es ya el proletariado: el
proletariado reunido, el proletariado urbano de las ciudades en pleno
desarrollo, el proletariado coagulado de las fabricas y el artesano de
los arrabales, y no el proletariado de antaño, el proletariado disperso
de la manufactura del siglo XVIII. «Manufactura» es un término
abstracto que engloba a los trabajadores diseminados en el país
llano; «manufactura», que preexiste a «fábrica». En 1848 ya ha
nacido un proletariado fabril, reunido, en el que surgen, en mayor
grado que antaño, la conciencia de clase.
El proletariado aparece ya como la clase ascendente. La opinión
política se determina ya en relación con él. Nadie tiene un programa
social, por ejemplo, aparte de las sectas sociales, a no ser los
hombres del National, de La Reforme y los cristiano-sociales. Este
programa social reglamenta la limitación de la jornada de trabajo,
algunas veces el salario mínimo, la iniciación de una legislación del
trabajo y Cajas de retiro. Estas preocupaciones distinguen y clasifican
a ciertos partidos. E incluso el sufragio universal constituye un
aspecto de la cuestión proletaria: el problema del sufragio del pobre.
Esto no quiere decir que el proletariado no continué siendo una clase
política subordinada, auxiliar; pero es a pesar de ello, la clase
ascendente, en un momento en que la burguesía se encuentra mas
dividida, mas disgregada que nunca.
Esta disgregación, de la que tanto podría decirse, la resumiré en
pocas palabras: se explica por la desconfianza de la pequeña
burguesía, que podría llamarse burguesía competitiva hacia la gran
burguesía monopolística. Constituya un hecho bien característico el
ver, después de las dificultades economías de 1837-1840, a los
autores socialistas insistir sobre los peligros que el progreso de las
grandes empresas y de la concentración industrial representa para la
pequeña empresa, para el artesano, para el pequeño telar. Sismondi
había anunciado ya estas sombrías perspectivas, pero ahora es toda
una escuela, una corriente del pensamiento la que proclama el
peligro de los progresos de la gran burguesía para la pequeña.
Además, el Gobierno se inclina del lado de la gran burguesía
claramente, ostensiblemente, en el problema de las compañías
ferroviarias, de la banca, de las minas, de los hornos altos. Se niega a
aplicar la ley sobre las coaliciones—y, desde el punto de vista jurídico,
su posición parece inatacable—a las grandes coaliciones de capitales.
Ataca las coaliciones obreras, entrega a los mineros huelguistas a los
tribunales, pero se niega a ver una coalición patronal en una gran
compañía minera, concentrada por la absorción de pequeñas
empresas. Y al mismo tiempo la gran banca comienza a absorber a la
banca local. La compañía de ferrocarriles—privilegiada, monopolista—
arruina a las pequeñas empresas de transporte. En la metalurgia es el
monstruo, el «peso pesado» cargado de coque el que por primera vez
hace retroceder, de manera definitiva, incluso en número absoluto, al
horno alto de madera.

Algunos elementos de la pequeña burguesía se sienten, pues


amenazados en su existencia, y se irritan o inquietan por los favores
concedidos al capitalismo monopolista, temible en sí, por el Gobierno
de la Monarquía de Julio.

El desacuerdo sobre la política exterior es otro tema de división


burguesa. Una fracción importantísima en número de la burguesía
acerca, a principios de 1848, el peligro de la continuación, a escala
europea, de la obra de la Revolución francesa, y ello a pesar del
peligro ‘de favorecer en todas partes—e incluso en su propio país por
un efecto ulterior—el espíritu revolucionario. También hay
desacuerdo, como todo el mundo sabe, sobre la política interior: la
pequeña burguesía y el artesanado no censitarios quieren votar.

Por último, la descomposición de la burguesía se manifiesta por el


reparto casi igual en dos bloques de la Cámara de 1848. Pero esta
burguesía oposicionista, competitiva, nacional, liberal, no pude unirse
para gobernar. Lo mismo que sería imposible que gobernasen de
acuerdo Molet y Garnier- Pages lo sería también que lo hiciesen
Barrot y Ledru-Rollin. Aquí nos encontramos ante uno de los aspectos
esenciales del drama de 1848: aquel pequeño proletariado y aquella
burguesía tan dividida abre una especie de vacante en el Poder.

¿Y cuáles son las consecuencias de la grave crisis política de 1848, de


la Revolución, de la que acabamos de bosquejar los motivos sociales
internos?

La crisis política da a la crisis social un objetivo político, y la crisis


económica da a la crisis política una enorme fuerza social.

Ahora vemos la composición de nuestra mezcla explosiva. Es, en los


tres casos, el encuentro de una gran conmoción económica y de una
crisis política. La crisis política traduce, en gran medida, los
antagonismos sociales anteriores y divide profundamente a la clase
dominante o a las clases dominantes.

Pero esto no es aún suficiente para la explosión. Para que estas dos
fuerzas reunidas, tensión económica y tensión política, hagan saltar
todo es necesario que encuentren una resistencia: será, en 1789, la
preparación del golpe de mano real; en 1830, las ordenanzas, y en
1848, el negarse a prometer la reforma del Estado y la prohibición de
las manifestaciones pidiendo la reforma.

…¡Sir Charles Webster! ¡Cómo vuestros Gobiernos [los ingleses] han


sabido evitar esta «resistencia» en los momentos más peligrosos!
Pienso en la extraordinaria técnica para destruir minas el fulminante
revolucionario del gran partido conservador inglés. En Inglaterra la
política es flexible: se cede a tiempo y nada salta. En Francia se
resiste y salta todo.
No intento explicar de esta forma las diferencias entre las evoluciones
inglesas y nuestras revoluciones francesas. Ello constituye sólo un
aspecto, me atrevería a decir casi secundario, improvisado y literario
de la cuestión. Pero me pregunto si este fenómeno no explica la
presencia del carácter explosivo en nuestra historia interior y la
ausencia notable de este carácter en el transcursote los últimos siglos
de la historia inglesa.

Pero no quiero aventurarme en una historia comparada. Me he


propuesto sólo el estudio de un caso francés, el estudio de tres
explosivos francesas. Insisto en la palabra “explosiones”, puesto que
mi estudio se limita a los días de las jornadas revolucionarias.

He presentado sólo un bosquejo elemental, sugestiones sencillas, a


profundizar, a trabajar, a completar.

Me encontrado frente a las revoluciones más favorables para una


interpretación económica y, sin embargo, hemos visto que otras
causas que no son económicas intervienen también: causas
personales, morales factores a la vez ideológicos y sociales, como los
que derivan del hecho nacional.
A fortiori, la parte de los hechos no económicos sería mayor si se
tratase de otros tipos de revoluciones.

No se crea que me inclino por no sé qué explicación unitaria,


totalitaria de la historia. El hecho económico representa para mi el
hecho capital, pero no, ni mucho menos, el hecho único.

No comulgo ni con la historia materialista ni con la historia idealista.


Me inclino por una historia positiva: la que intenta abarcar todos los
problemas, estudiarlos tan a fondo como sea posible, sin
menospreciar lo superficial ni lo hondo. La historia que plantea, a la
vez, los problemas de estructura y de superestructura, la que va de
las economías a las ideologías.

Esto quiere decir que nuestra historia es al mismo tiempo, sociológica


y tradicional. (Tradicional) porque no menosprecia, en el
acontecimiento, al individuo y al azar. Nueva, porque tiende a
penetrase de sociología, a estudiar los conjuntos, a buscar el hecho
dominante. Pero al penetrarse de sociología, al establecer lazos con
las disciplinas afines, las renovará, las revolucionara, al
proporcionarle nuestro método, el método histórico, sustituyendo
concretamente, en la sociología económico, la vieja económica
positiva de observación estadística, de psicología social reconstruida
por encuestas en su permanencia o en su variación; una ciencia
económica que colocará, al lado de cada afirmación.

Ahora vemos la composición de nuestra mezcla explosiva. Es, en los


tres casos

¡Sir Charles Webster! ¡Cómo vuestros Gobiernos [los ingleses] han


sabido evitar esta ‘«resistencia» en los momentos más peligrosos!
Pienso en la extraordinaria técnica para destruir minas, para quitar el
fulminante revolucionario del gran partido conservador inglés. En
Inglaterra la política es flexible: se cede a tiempo y nada salta. En
Francia se resiste y salta todo. No intento explicar de esta forma las
diferencias entre las evoluciones inglesas y nuestras revoluciones
francesas. Ello constituye sólo un aspecto, me atrevería a decir casi
secundario, improvisado—y literario...—de la cuestión. Pero me
pregunto si este fenómeno no explica la presencia del carácter
explosivo en nuestra historia interior y la ausencia notable de este
carácter en el transcurso de los últimos siglos de la historia inglesa.
—- -
Pero no quiero aventurarme en una historia comparada. Me he
propuesto sólo el estudio de un caso francés, el estudio de tres
explosiones francesas. Insisto en la palabra «explosiones», puesto
que mi estudio se limita a los días de las jornadas revolucionarias.
He presentado sólo un bosquejo elemental, sugestiones sencillas, a
profundizar, a trabajar, a completar.
Me he encontrado frente a las revoluciones más favorables para una
interpretación económica y, sin embargo, hemos visto que otras
causas que no son económicas intervienen también: causas
personales, morales, factores a la vez ideológicos y sociales, como los
que derivan del hecho nacional.
A fortiori, la parte de los hechos no económicos sería mayor si se
tratase de otros tipos de revoluciones.
No se crea que me inclino por no sé qué explicación unitaria,
totalitaria de la historia. El hecho económico representa para mí el
hecho capital, pero no, ni mucho menos, el hecho único.
No comulgo ni con una historia materialista ni con una historia
idealista.
Me inclino por una historia positiva: la que intenta abarcar todos los
problemas, estudiarlos tan a fondo como sea posible, sin
menospreciar lo superficial ni lo hondo. La historia que plantea, a la
vez, los problemas de estructura y de superestructura, la que va de
las economías a las ideologías.
Esto quiere decir que nuestra historia es, al mismo tiempo,
sociológica y tradicional. Tradicional, porque no menosprecia, en el
acontecimiento, al individuo y al azar. Nueva, porque tiende a
penetrarse de sociología, a estudiar los conjuntos, a buscar el hecho
dominante. Pero, al penetrarse de sociología, al establecer lazos con
las disciplinas afines, las renovará, las revolucionará, al
proporcionarles nuestro método, el método histórico, sustituyendo
concretamente, en la sociología económica, la vieja economía
conceptual, abstracta, introspectiva, por una economía positiva de
observación estadística, de psicología social reconstituida por
encuestas en su permanencia o en su variación; una ciencia
económica que colocará, al lado de cada afirmación, un documento.

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