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Publicación de género
Clasificaciones de Freud:
Los psicópatas no pueden empatizar ni sentir remordimientos, por eso interactúan con las demás
personas como si fuesen cualquier otro objeto, las utilizan para conseguir sus objetivos, la
satisfacción de sus propios intereses. No necesariamente tienen que causar algún mal, pero si
hacen algo en beneficio de alguien o de alguna causa aparentemente altruista es sólo por
egoísmo, para su único y exclusivo beneficio.
La falta de remordimientos radica en la cosificación que hace el psicópata del otro, es decir que
el quitarle al otro los atributos de persona para valorarlo como cosa, es uno de los pilares de la
estructura psicopática.Los psicópatas tienden a crear códigos propios de comportamiento, por lo
cual sólo sienten culpa al infringir sus propios reglamentos y no los códigos comunes. Sin
embargo, estas personas sí tienen nociones sobre la mayoría de los usos sociales, por lo que su
comportamiento es adaptativo y pasa inadvertido para la mayoría de las personas.
Además los psicópatas tienen un marcado egocentrismo, una característica que pueden tener
personas sanas pero que es intrínseca a este desorden. Esto implica que el psicópata trabaja
siempre para sí mismo por lo que cuando da, es que está manipulando o esperando recuperar esa
inversión en el futuro. Otra nota común es la sobrevaloración de su persona, lo que los lleva a
una cierta megalomanía y a una hipervaloración de su capacidad de conseguir ciertas cosas y la
empatía utilitaria, que consiste en una habilidad para captar la necesidad del otro y utilizar esta
información para su propio beneficio, lo que constituye una mirada en el interior del otro para
saber sus debilidades y obrar sobre ellas para manipular.
Un psicópata puede ser una persona simpática y de expresiones sensatas que, sin embargo, no
duda en cometer un delito cuando le conviene y, como se ha explicado, lo hace sin sentir
remordimientos por ello. La mayor parte de los psicópatas no cometen delitos, pero no dudan en
mentir, manipular, engañar y hacer daño para conseguir sus objetivos, sin sentir por ello
remordimiento alguno.
“Se necesita valor para afrontar conscientemente y con audacia los desafíos de la vida. En esta frase la
palabra decisiva es “conscientemente”, por que solo la conciencia que nos permite observarnos a
nosotros mismos en todos nuestros actos, puede impedir que nos extraviemos en la acción. La ley mas
intima de cada individuo es la obligación de encontrar y realizar su verdadero centro, es decir unificarse
con todo lo que es. El instrumento de unificación se llama AMOR. El principio del amor es abrirse y
recibir algo que asta entonces estaba fuera. El amor busca unidad, no separar .El amor no conoce
fronteras, ni obstáculos, el amor transforma.” Fragmentos de la Enfermedad como camino
Thorwald Dethlefsen y Rudiger Dahlke
Soy la mujer de la población grande-Soy la pastora que esta abajo del agua
Porque todo tiene su origen y yo vengo recorriendo los lugares desde el origen…
Soy la mujer piedra del sol sagrada-Soy la mujer piedra del sol dueña
Soy la mujer aerolito-Soy la mujer aerolito que esta debajo del agua
Por que puedo nadar-por que puedo volar-por que puedo rastrear…
Hierbas
Albahaca: En cultos antiguos se asocia ala fecundidad y pasión.
Anís: se usa para incitar al amor a los recién casados y curar la impotencia.
Cardamomo: en algunos ritos tantricos se usa como símbolo de yoni, genitales femeninos.
Continuara…
Se puso tan furioso que la esposa se asustó. La escena se repitió varias veces hasta que, al
final, la joven esposa acudió desesperada a la cueva de las afueras de la aldea donde vivía la
curandera.
—Mi marido ha sufrido graves heridas en la guerra —le dijo—. Está constantemente
furioso y no come nada. Desea permanecer apartado y ya no quiere vivir conmigo como antes.
¿Puedes darme un brebaje que lo haga volver a quererme y ser cariñoso?
La curandera le aseguró:
—Sí puedo, pero necesito un ingrediente especial. Por desgracia, se me han acabado los
pelos del oso de la luna creciente. Tendrás que subir a la montaña, buscar al oso negro y traerme
un solo pelo del creciente lunar que tiene en la garganta. Entonces te podré dar lo que necesitas y
la vida te volverá a sonreír.
Después entonó el "Arigato zaishö", que es una manera de saludar a la montaña y decirle
"Gracias por dejarme subir sobre tu cuerpo". Subió a las estribaciones de la montaña donde había
unas rocas que parecían enormes hogazas de pan. Subió a una meseta cubierta de árboles. Los
árboles tenían unas ramas muy largas que parecían cortinas y unas hojas en forma de estrella.
Ahora el camino era más duro. En la montaña había unas flores espinosas que le arañaban la orla
del kimono y unas rocas que le rascaban las delicadas manos. Al anochecer, unos extraños
pájaros negros se le acercaron volando y la asustaron. Sabía que eran muenbotoke, espíritus de
muertos que no tenían familia. Entonces les cantó unas oraciones:
Buscó refugio en una cueva muy poco honda en la que apenas podía guarecerse. Aunque
llevaba un buen fardo de comida, no comió nada. Se cubrió con unas hojas y se quedó
dormida. A la mañana siguiente, el aire estaba en calma y aquí y allá se veían asomar a través
de la nieve unas verdes plantitas. "Bueno —pensó—, ahora voy a buscar al oso de la luna
creciente."
Se pasó todo el día buscando y al anochecer descubrió unas gruesas cuerdas de
excrementos y ya no tuvo que seguir buscando, pues un gigantesco oso negro avanzó por la
nieve, dejando a su espalda las profundas huellas de sus garras y sus plantas. El oso de la luna
creciente soltó un temible rugido y entró en su cubil. La mujer introdujo la mano en su fardo y,
tomando la comida que llevaba, la echó en un cuenco. Depositó el cuenco delante del cubil y
corrió a ocultarse en su refugio. El oso aspiró el olor de la comida y salió pesadamente de su
cubil, rugiendo con tal fuerza que hizo estremecer unas pequeñas rocas y éstas se desprendieron.
El oso rodeó el cuenco desde lejos, olfateó varias veces el aire y después se zampó toda la
comida de un solo trago. El gran oso se levantó sobre las patas traseras, olfateó nuevamente el
aire y volvió a ocultarse en su cubil.
Al anochecer, la mujer hizo lo mismo, pero esta vez, en lugar de regresar a su refugio,
retrocedió sólo hasta la mitad del camino. El oso aspiró el aroma de la comida, salió del cubil,
rugió con una fuerza suficiente como para sacudir las estrellas del cielo, volvió a rodear en
círculo el cuenco y olfateó el aire con sumo cuidado, pero finalmente se zampó la comida y
regresó a su cubil. La escena se repitió muchas noches hasta que una noche profundamente azul
la mujer tuvo el valor de detenerse a esperar un poco más cerca del cubil del oso.
La mujer estaba temblando, pero no cedió terreno. El oso se levantó sobre las patas
traseras, abrió las fauces y rugió con tal fuerza que la mujer le pudo ver el velo rojo y marrón del
paladar. Pero no huyó. El oso soltó otro rugido y alargó las patas como si quisiera agarrarla
mientras sus diez uñas colgaban como largos cuchillos por encima de su cabeza. La mujer
temblaba como una hoja agitada por el viento, pero se quedó donde estaba.
—Por favor, querido oso —le suplicó—, por favor, querido oso he recorrido todo este
camino porque necesito una cura para mi marido.
El oso volvió a apoyar las patas delanteras en el suelo en medio de una rociada de nieve y
contempló el rostro atemorizado de la mujer. Por un instante, la mujer tuvo la impresión de ver
cadenas enteras de montañas, valles, ríos y aldeas reflejados en los gélidos ojos del oso. Se sintió
invadida por una sensación de paz e inmediatamente cesaron sus temblores.
—Por favor, querido oso, te he estado dando de comer todas las noches. ¿Me podrías dar
uno de los pelos de la luna creciente que tienes en la garganta?
El oso la miró. Aquella mujercita hubiera sido un bocado muy sabroso. Pero de pronto se
compadeció de ella.
—Es verdad —dijo el oso de la luna creciente—, has sido buena conmigo. Puedes tomar
uno de mis pelos. Pero tómalo rápido, después vete de aquí y regresa junto a los tuyos.
El oso levantó el enorme hocico para dejar el descubierto la blanca luna creciente de su
garganta y la mujer vio en ella los fuertes latidos del corazón del oso. La mujer acercó una mano
al cuello del oso y, con la otra, apresó un grueso y reluciente pelo blanco. Dio rápidamente un
tirón. El oso se echó hacia atrás y soltó un grito como si lo hubieran herido. El dolor dio lugar a
unos malhumorados resoplidos.
La mujer hizo varias reverencias. Pero el oso soltó un gruñido y avanzó pesadamente
hacia ella. Después le rugió a la mujer unas palabras que ella no entendió, pero que, a pesar de
todo, conocía muy bien. Acto seguido dio media vuelta y corrió montaña abajo a la mayor
velocidad que pudo. Corrió bajo los árboles cuyas hojas parecían estrellas. Y, entretanto, no
paraba de repetir "Arigato zaishö", para dar las gracias a los árboles por haber levantado sus
ramas para que ella pudiera pasar. Más adelante tropezó con las rocas que parecían hogazas de
pan y gritó "Arigato zaishö" para dar las gracias a la montaña por haberle permitido subir sobre
su cuerpo.A pesar de que tenía la ropa hecha jirones y de que llevaba el cabello desgreñado y el
rostro sucio, bajó corriendo por los peldaños de piedra que conducían a la aldea, recorrió el
camino de tierra que la atravesaba y entró en la choza donde la anciana curandera permanecía
sentada al amor de la lumbre.
—¡Mira, mira! ¡Ya lo tengo, lo he encontrado, se lo he pedido, un Pelo del oso de la luna
creciente! —gritó.
—Ah, muy bien —dijo la curandera con una sonrisa. Estudió detenidamente a la joven,
tomó el purísimo pelo blanco y lo acercó a la lumbre. Sopesó el pelo en su vieja mano, lo midió
con un dedo y exclamó—: ¡Sí! Es un auténtico pelo del oso de la luna creciente.
De pronto se volvió y arrojó el pelo al fuego donde éste crujió y se consumió con una
brillante llama anaranjada.
—Te ruego, hija mía, que regreses a casa con los nuevos conocimientos que has
adquirido y obres de la misma manera con tu esposo.
Cuento del libro:”Mujeres que corren con los lobos” de Clarissa Pinkola Estes
ADIVINA – ADIVINADOR
Zumba el vuelo vibrador, en su casa todo es oro,