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Charles Chaplin y Oona O'Neill.

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CHARLES CHAPLIN Y OONA


O ' N E I L L. E L A M O R

SÁBADO 8 DE NOVIEMBRE DE 2008

Cuando el amor llama y ellos se encuentran

Él

Pocos hombres, y aquí me quedo pensando qué otro en todos los tiempos,
han cumplido un destino más hermoso que el de Charles Chaplin.

Creó el personaje más popular del cine,


conocido en todos los rincones de la
tierra, que ha hecho reír y emocionar a
tantas generaciones…
Charlot, con su bigote, su sombrero
hongo y andares patosos abrió nuevos
modos para la expresión de los
sentimientos. Este personaje mudo que se debate contra la fatalidad y las
personas que ostentan el poder, se confundió siempre con el propio creador. Es
así como Chaplin y Charlot eran prácticamente uno.

El advenimiento del cine sonoro supuso la


muerte del trotacalles. La palabra y el
sonido reemplazarían en gran medida al
movimiento y la música. Y el 1936 después
de veinte años de vivir juntos, se
separaron… Había acabado la gran belleza
del silencio.

Muere Charlot pero nace por segunda vez Charles Chaplin. La primera,
había tenido lugar 47 años antes a la orilla del Támesis; en una casita de
ladrillos de East End, un suburbio londinense en donde transcurre su

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infancia que se parece a la de muchos protagonistas de las amargas


novelas de Dickens. Sus padres, cómicos excelentes y artistas de variedades unieron sus ingresos para que
Charlie y su hermanastro Sidney pudieran gozar de ciertos gustos.

Pero en los barrios pobres de la Inglaterra posterior a la revolución industrial, no es difícil


encontrar alcohol donde los artistas bohemios se refugian en él. El padre de Charles fue uno
de ellos; murió alcohólico cuando su hijo tenía cinco años.
Su madre Hannah Hill perteneció a una compañía de operetas y sola con dos hijos a su
cargo, emprendió una dura lucha en la que estaba condenada a perder. En los carteles y
folletos figuraba como “la exquisita e inteligente Lily Harvey, cómica, imitadora y
bailarina.” Terminó su vida, loca, internada en un hospital pero dejando a sus hijos una
gran herencia, enseñanzas que no se aprenden en ningún colegio: procurarse alimento,
confeccionar su propio vestuario, crear música y el maravilloso oficio del baile y la pantomima.

Y así, dos niños de 7 y 9 años viven como pueden, ejerciendo mil labores, desde hacer barquitos, danzar en la
calle al compás del viejo organillo hasta pedir limosna. Vagabundeando por los grises muelles, Charlie aprenderá
lo que es el abandono y el rechazo y guardará en el futuro, a pesar de los éxitos, el miedo y la tristeza.
A esta niñez permanecerá fiel toda la vida porque inspirará el argumento y le prestará el decorado a sus más
grandes películas. De ella vendrá también esa cierta dualidad que lo caracterizaba: una mezcla de candor y
malicia, de fuerza y debilidad, de ingenuidad y ambición.

No faltaron, claro, las experiencias de asilos para pobres y un colegio para niños abandonados del que los
hermanos Chaplin se escaparon.
Después de actuar en míseros teatros y music-halls, se enroló en la célebre compañía de Fred Karno. Con él viajó
a los Estados Unidos, en donde fue contratado por Mack Sennet para la “fábrica de la risa” que era la Keystone.
Pero Chaplin diría adiós al teatro para ingresar en el cine; aquel número que le recordaba las exhibiciones de
linterna mágica que lo acostumbraron en época victoriana.

Su vida de artista jamás se divorció de la lucidez y el coraje civil. Fueron


permanentes sus actitudes públicas en defensa de los valores inherentes a la
dignidad de los hombres.

Ella

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Oona O’Neill podría ser considerada “la mujer milagro” por haber sabido
embellecer la vida de Charles Chaplin cuando fue difamado, denigrado por
políticos astutos y sin escrúpulos y las ratas que vivían de él abandonaron tras
el naufragio,

Es ahí donde aparece Oona cuya historia se pierde en el olvido de los biógrafos,
enmarañados en una selva de información y si alguien por casualidad la
menciona sólo le reconoce el mérito de haber sido su esposa durante años. Pero
fue una mujer cuyo mérito se basó en estar no sólo al lado de un genio que
quisieron destruir los vulgares sino en un trabajo más profundo e inteligente:
hacerlo venturoso y devolverle la confianza.

Oona conocía las técnicas para


enfrentarse a un talento, estaba acostumbrada a convivir entre
genios. Nació en un hogar acomodado y burgués, formado por
Eugene O’Neill y Agnes Boulton, tenía un hermano que se suicidó.
Desde pequeña usufructuó de la cultura , los estudios y de las
personalidades que frecuentaban su casa.

Quizás en su vida hubo dos nexos de unión con Charles Chaplin. El


primero: el amor por el teatro y la aventura que heredó de sus
mayores. El segundo: como toda niña aprendió a amar a Charlot en
la penumbra de un cine comiendo cacahuetes.
De la mano de su abuelo, un irlandés que emigró a los Estados
Unidos conoció los escenarios. El anciano había llegado a ser un
famoso actor y director teatral y durante muchos años fue popular
personificando al Conde de Motecristo.

Su padre Eugene O’Neill que de joven era marino, se transformó en un importante dramaturgo, el primero que
alcanzó en el nuevo continente, una resonancia internacional reconocida en 1936 con la concesión del Premio
Nóbel.

Educada con esmero, dominaba idiomas y acababa de terminar la Licenciatura de Letras cuando conoció al

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hombre que cambiaría su destino. A pesar de la férrea oposición de su padre, que la desheredó, contrajo
matrimonio en la más estricta intimidad con Chaplin. La diferencia de edad, treinta y cinco años, sería
compensada por el alma de “Chico” del novio, un carácter encantador y jovial y sus reconocidas cualidades como
amante.

Y es así como Oona O’Neill que había emprendido una carrera


interpretativa, y que por su nombre y relaciones tendría abiertas
todas las puertas del arte, cambió de idea para dedicarse al hogar y
marcar el inicio de una nueva etapa en la vida de Chaplin quien
permanecerá fiel al amor de Oona con una pasión ardorosa y
renunciará a todas las aventuras.

Esta
discreta y
leal mujer lo salva, le devuelve la fe perdida en las
crisis íntimas y el escándalo público. Ya no está solo,
a su lado siempre ella, serena, con risa franca y
amplia, ojos pícaros y pequeños; una piel fina y
blanca. “Si hubiera conocido a Oona hace años nunca
hubiera tenido problemas con las mujeres. Toda mi
vida he estado esperándola, sin llegar a
comprenderlo”, dijo él.

Se instalaron en una mansión de Beverly Hill de 40


habitaciones con un ejército de criados. Jugaban al
tenis, nadaban y en románticas tertulias al
anochecer, solían bailar o tocar el piano. Recibían
amigos, nunca más de seis personas.
Oona amaba la música, leía mucho, se vestía
sencillamente. Nunca usaba maquillaje, salvo de
noche. Muy emotiva, reía y lloraba a veces al unísono
porque quizás creía como Chaplin “en el poder de la
risa y de las lágrimas.”

Ellos

El encuentro de Chaplin y de la veinteañera Oona


tuvo lugar en 1942.
Charles escribió: “A medida que iba conociendo a
Oona, la primera vez cuando ella tenía 18 años, me
sentía más subyugado por la generosidad de su
espíritu. Poseía un raro don de situarse a la altura de
los demás. El sentido del humor propio de una
persona madura, lo cual no excluía un alma inocente.
La quiero desde el primer minuto de nuestro
encuentro.”

Este mago de la risa y la ternura contaba entonces 55


años. Para esa fecha, había cumplido ya un fecundo

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ciclo de trabajo y fijado el aporte de un humor insólito, brillante y cinematográfico.


Pero llevaba ya tres divorcios que nadie olvidaba, dos hijos de su segundo matrimonio y una larga lista de
amantes; acusado de libertino y de izquierdista, todo esto aumentado por su segunda esposa Lita Grey que
interpretó La Quimera del Oro y que vendió miles de difamaciones a bajo precio que despertaron la ira de los
intelectuales franceses.

No obstante, con semejantes episodios, ambos se volcaron a un


amor apasionado y tierno. Él tenía fama también de amante
fogoso, divertido y obsequioso. “Ningún arte puede ser aprendido
de inmediato y hacer el amor es un arte sublime que necesita
práctica, si ha de ser verdadero y trascendente.”, afirmó.

Tuvieron ocho hijos, el último cuando Chaplin cumplió los 70 años. Además de cuidar a los dos hijos que tuvo
con Lita Grey que pasaban con ellos asiduas temporadas.

El famoso y nefasto Comité de Actividades


Antiamericanas, que podría decirse que representó la
segunda gran inquisición, “quemando” el arte
y “cazando brujas” que sólo habitaban como
fantasmas en sus retorcidos cerebros, va contra él
también, lógico; a pesar de la persecución rueda en
sus propios estudios “Candilejas”. Recordemos que
Chaplin fue el compositor y director de la música de

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todos sus Films, es así como orquestó la sinfonía del


ballet Candilejas que se haría popular en el mundo y que por su partitura recibiría veinte años después un Óscar.

En Candilejas, siguió como siempre construyendo los


decorados de los barrios de su juventud, dibujando y
cosiendo los trajes, Oona dobló a la primera actriz en
la escena de la cama. Dirigió a su hijo mayor, a su
hermanastro, a los tres primeros hijos de su
matrimonio y a muchos actores sin trabajo, entre
ellos al genial Buster Keaton, casi olvidado.

Al terminar el rodaje la pareja decidió marcharse y se


embarcaron con sus hijos en el Queen Elizabeth
rumbo a Europa. Cuando el barco estaba en alta mar,
la radio difundía un mensaje del ministro de justicia
americano en el que declaraba a Chaplin una persona
indeseable y comunicaba que se había abierto una
investigación por sus actividades antiamericanas.

Sin embargo cuando llegaron al viejo continente toda


la prensa y el público le expresaron su afecto. Feron
ovacionados y homenajeados en París, Roma, Londres… allí Chaplin le enseñó a Oona los muelles donde
aprendió a vivir.

Las campañas mundiales que se hicieron a su favor, mediante


recepciones multitudinarias y premios, obligaron al gobierno
americano de aquel entonces a la rectificación de la medida
tomada.

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No obstante terminaron por establecerse en Suiza y en el marco del chalet construido a gusto de ellos nacieron
los cuatro hijos restantes.

Ese niño del suburbio inglés, abandonado a su


suerte, fue nombrado en la misma ciudad Caballero

del Imperio Británico: Sir Charles Spencer Chaplin. Y recibió un Óscar, pero no por su carrera cinematográfica
sino por la banda sonora de Candilejas, cosas de los Óscars.

En el invierno de 1977, un anciano sentado en una silla de ruedas realizaba su último paseo por el lago de
Ginebra, junto a su villa de Vevey. Empujaba la silla su esposa; una mujer menuda, peinada hacia atrás, vestida
de oscuro y detrás caminaba un perro pequeño.
Chaplin se despedía del mundo con esta imagen. Sería la última vez que los admiradores de Charlot verían junta
a la pareja que simbolizó el amor durante 34 largos, difíciles, felices y entrañables años.

El día de Nochebuena Oona reunió a sus hijos, adornaron el abeto y la


mesa. En la madrugada del día siguiente a los 88 años Chaplin falleció
mientras dormía. Oona, en silencio, con ocho de los nueve hijos vivos,
dijo adiós al hombre amado bajo una fina llovizna, en la neblina que
cubría el lago y las montañas de Vevey.

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Él dijo

La belleza es la única cosa preciosa en la vida. Es difícil encontrarla, pero quien lo consigue descubre todo.

Pensamos demasiado y sentimos poco. Más que máquinas precisamos humanidad. Más que de inteligencia,
afecto. Son esas las virtudes o la vida será violencia y todo estará perdido.

No soy político. Soy principalmente individualista. Creo en la libertad, en eso se resume mi política.

Fui y soy apenas un payaso; eso me coloca muy por encima de cualquier político.

No soy panfletario. Escribo lo que considero vital, cómico o dramático.

PUBLICADO POR MIGUEL SCHWEIZ EN 17:41

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