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EUDEMONISMO: ARISTÓTELES
Otra teoría que se opone al convencionalismo es el eudemonismo, cuyo
representante más conocido es Aristóteles.
Aristóteles parte del hecho de que todos los seres humanos buscamos que
nuestra vida sea lo mejor posible. El problema es buscar ese modo de vida
verdaderamente deseable (la vida feliz), porque no todos entienden lo mismo por
felicidad. ¿Cuál es ese modo de vida que nos permita «vivir bien»? ¿Cómo debemos
comportarnos para ser felices?
La felicidad humana (eudaimonía) es el bien supremo al que el hombre puede
aspirar (lo más valioso que podemos lograr) y el fin último de todo lo que hace (todo lo
que hace es para conseguir la felicidad), pues aunque cada actividad humana tiene
diferentes fines (objetivos), unas las hacemos para conseguir dinero, otras salud,
amigos, etc...; el fin de todas ellas será lograr la felicidad. Por ejemplo, se estudia para
trabajar, y se trabaja para tener dinero, pero ¿para qué se quiere el dinero si no es para
ser feliz? Por tanto, toda actividad tiene un fin, aspira a conseguir un beneficio, pero hay
uno que «se quiere por sí mismo y los demás por él… ese fin será lo bueno y lo mejor»,
la felicidad, el bien supremo o fin último hacia donde se encamina todo esfuerzo
humano, y que se caracteriza por ser autárquico (se basta a sí mismo) y perfecto
(acabado, no se puede añadir nada).
Para averiguar en qué consiste este fin último (la felicidad) se deberá investigar
que es lo propio y distintivo del hombre, ya que en la máxima realización de la función
propia de algo se encuentra su felicidad. La del pájaro será volar, la del pez nadar...,
pero ¿cuál será la función que caracteriza y distingue al ser humano? ¿Qué es aquello
que sólo el hombre puede hacer, y en cuyo ejercicio consistirá su felicidad? ¿Cuál es el
«oficio» o la tarea propia del hombre? ¿Cómo debe ser verdaderamente un ser humano?
¿Cuál es su forma de autorealizarse? (Un buen flautista es aquel que toca bien la flauta:
¿cuándo se es buen hombre? ¿Cuáles son las capacidades del hombre, no como músico,
sino como hombre?). Habrá que estudiar al ser humano delimitando las capacidades
propias del hombre en cuanto hombre.
Al comenzar la investigación sobre el ser humano, lo primero que se descubre es
que es un ser vivo, pues posee en sí mismo el principio de su movimiento o alma (un ser
inerte, por ejemplo, una piedra no se mueve si no la mueve una fuerza externa a ella, sin
embargo, una planta crece o un gato corre por él mismo, por su alma: causa de todo su
comportamiento). Se distingue el ser humano por ser el único que desarrolla todas las
funciones vitales, es decir, comparte con el resto de seres vivos la vida o alma
vegetativa (funciones de nutrición, crecimiento y reproducción) y la vida o alma
sensitiva (funciones de sentir y moverse), pero a diferencia de estos tiene vida racional
(cuya función es pensar). Es el único que es capaz de pensar. Una planta y un animal
reaccionan a ciertos impulsos, pero no pueden deliberar, predecir las consecuencias de
sus actos, abstenerse o resistir tentaciones, etc. De este modo, el hombre tendrá unas
necesidades o apetencias sensibles, como el resto de animales, y unas necesidades
intelectuales, pues se distingue, en el alma humana, una parte racional y otra irracional
(sensitiva y vegetativa).
Si la razón es aquello que distingue a los seres humanos (su función más propia),
la felicidad humana consistirá en el ejercicio de la razón, en la vida racional o
«contemplativa», que consiste en vivir ejercitando actividades racionales: pensar,
razonar con otras personas, plantearse y resolver problemas, leer y aprender de otros...
Dedicarse al pensamiento, a la teoría, a cultivar la filosofía y la ciencia. Quien se
dedique a esta vida (no sólo en breves periodos, sino durante toda su vida) de teoría o
contemplación, de ejercicio racional por sí mismo y no con vistas a otra cosa (a ganar
dinero, a conseguir la gloria, solucionar un problema técnico, tomar decisiones...) será
una persona feliz, y además buena en tanto que desarrolla lo mejor y más propio del ser
humano.
Cualquier otra cosa que haga el hombre debería tener como fin último la vida
contemplativa aunque el propósito inicial sea otro bien. Este será necesario para poder
conseguir el bien supremo, por lo que «la felicidad no puede ser completa sin los bienes
exteriores y corporales». Por decirlo de otra forma, no podemos ejercer la razón teórica
sin comer, sin tener salud, seguridad, etc.
La consecución de los bienes intermedios también debe ser racional, sometiendo
los deseos irracionales a los designios de la razón (virtudes morales). Esto es posible
dado que la actividad de la razón no es únicamente teórica o contemplativa, sino
también práctica. Si la razón teórica es el instrumento para el conocimiento de la
realidad, la facultad para intuir y demostrar verdades (contempla lo necesario, conoce la
realidad); la razón práctica o calculadora es el instrumento para descubrir la forma de
comportarse, para elegir lo correcto y tomar decisiones correctas, es decir, captar y
aplicar las reglas de acción (contempla lo contingente, las decisiones que le llevarán a la
consecución de los bienes intermedios). Por decirlo de otra forma, se trata de la
capacidad de juzgar con discernimiento, esto es, la capacidad de disponer los medios
necesarios y adecuados para realizar el bien o fin (capacidad de decidir qué conviene
hacer: de predecir las consecuencias de los actos, de abstenerse, de resistir tentaciones,
etc.). Es, por tanto, misión de la razón enjuiciar lo que conviene llevar a cabo, el tipo de
medios adecuados para un fin o el modo de obrar que llama «término medio» razonable
entre dos extremos. Actuar en este término medio es actuar como se debe, es actuar
virtuosamente. La virtud es la expresión del buen juicio.
De este modo, se distinguen dos tipos de virtudes: la intelectual o dianoética
(propias del ejercicio de la razón teórica) y la moral o ética, que es la prudencia, es
decir, el comportamiento ajustado al término medio (propias de la razón práctica). La
virtud ética o moral es, por tanto, la disposición permanente (hábito, costumbre,
«capacidad», pues la virtud no puede ser algo momentáneo: «una golondrina no hace
verano, ni un solo día ni un instante [bastan] para hacer venturoso y feliz») voluntaria
(elegida racionalmente) para cumplir un fin, evitando el exceso y el defecto (es el hábito
de hacer lo correcto, lo justo). El virtuoso será aquel capaz de conseguir un bien, gracias
a la razón (práctica) que determina en cada caso y en cada circunstancia cuál es ese
término medio. Por ejemplo, la valentía sería el término medio entre la cobardía (temer
a lo que no se debe temer) y la temeridad (no temer a lo que se debe temer). Pero la
misma cosa puede ser valentía, cobardía o temeridad según los casos; por ejemplo un
bombero es valiente cuando con las precauciones y medios necesarios entra a salvar a
alguien en un edificio en llamas, pero si lo hace una persona no cualificada y sin ningún
medio, la consideraremos temeraria. Se necesita, por lo tanto, la razón para discernir en
cada caso dónde está el término medio, por lo que la virtud será sólo propia del hombre,
que es el único ser racional.
Desarrollar la virtud, la razón, o lo que es lo mismo, poder alcanzar la felicidad,
requiere una educación. En el caso de las virtudes dianoéticas se necesitará enseñanza,
experiencia y tiempo, mientras que en el caso de las virtudes éticas se deberá inculcar
buenos hábitos que permitan adquirir un carácter adecuado (nadie nace con el carácter
adecuado), es decir, será la costumbre (repetición) la que permitirá a la razón encontrar
el término medio, lo justo para llevar una vida buena. Una persona cuyo carácter es
como debe ser disfruta bienestar, lo mismo que una persona cuya salud es como debe
ser se encuentra bien. El placer va unido a la acción correcta.
Ahora bien, sólo será posible el desarrollo de las virtudes si se vive en un estado
justo que le permita al hombre desarrollarse (actualizarse). El hombre, para Aristóteles,
tiene que vivir en una sociedad (el hombre es un animal político: la propia naturaleza
del hombre le obliga a vivir así). El fin o justificación del Estado es el bien común. El
Estado debe facilitar, estimular y educar a sus ciudadanos asegurando su bienestar,
mientras que los ciudadanos comprenderán el propósito de las leyes y se someterán de
buena gana a ellas. Pero esto no implica una forma de gobierno determinada, Aristóteles
las califica como correctas o incorrectas (justas o injustas) dependiendo de si benefician
o no a todos los ciudadanos y hace posible, a los que son capaces de ello, practicar las
virtudes intelectuales.
5. ESTOICISMO
El más conocido discípulo de Diógenes fue Crates de Tebas, maestro de Zenón
de Citio (333-263 a.C.), fundador de la escuela estoica. Los estoicos también
consideraban que debía vivirse de acuerdo con la naturaleza, de tal modo que la vida
buena es aquella que no se opone a la ley o logos de la naturaleza deseando aquello que
no es posible. Deben eliminarse esas pasiones y aceptarse el orden natural. La felicidad
no es otra cosa que la apatía o imperturbabilidad, que es aquél estado permanente del
hombre mediante el cual no le afecta nada, haciéndose insensible a los deseos,
emociones e incluso dolores. No es que rechacen los bienes, como los cínicos, sino que
se rehúsa inquietarse por ellos. El hombre sabio debe aprender a ser apático, y no
intentar luchar contra aquello que es inevitable, aceptando el destino, resignándose por
lo que no se puede cambiar y luchando sólo por lo que puede cambiar («si lo que te
preocupa tiene remedio, ¿por qué te preocupas?, y si no lo tiene, ¿por qué te
preocupas?»). En otras palabras, el sabio será aquel que acepte el destino, el “logos
divino”, y dirija sus acciones según el querer de la naturaleza, cuyo curso está
completamente determinado, sin posibilidad de azar ni libertad. La libertad humana es
entendida como aceptación consciente de lo que de todos modos ocurrirá, es decir, no
ser arrastrado, sino seguir el camino que de todas formas debe seguirse. De nada sirve
luchar contra las inquebrantables leyes de la naturaleza.