Professional Documents
Culture Documents
Javier Sinay
100 crímenes resonantes
que conmovieron a la sociedad argentina
POCHO LEPRATTI,
EL ÁNGEL DE LA BICICLETA
131
las peores represiones que él había vivido. Desde arriba se veía
el campo de batalla. Todo era un caos cuando el patrullero
2270 apareció cortando el aire caliente, implacable, para si-
lenciar el barrio.
“¡No tiren más, hijos de puta, que acá hay chicos comien-
do!”, le gritó Pocho al móvil. Su voz acompañaría el clamor
popular desde entonces.
Como si la demanda hubiera sido una ofensa, el 2270 fre-
nó y de adentro asomó la escopeta calibre 12/70 del agente
Esteban Velásquez. El tipo bajó e hizo fuego contra los que
estaban en los techos de la escuela, y acertó un disparo en la
tráquea de Pocho, que murió antes de llegar al hospital.
Más tarde los uniformados dieron la versión de que habían
sido agredidos desde la terraza, de que habían retrocedido y
de que entonces fueron blanco de dos disparos. Pero la Justi-
cia demostró que ellos mismos habían baleado y destruido el
móvil para simular una agresión. Velásquez fue condenado
a catorce años de prisión. Pocho, en cambio, tenía pasta de
ícono y el pueblo tomó su legado: ahora le dicen el Ángel de
la Bicicleta.
132
JUAN DE DIOS VELAZTIQUI
Y LA MASACRE DEL MAXIKIOSCO
133
42ª. El diario Crónica le había dedicado una página. Y lo había
bautizado “el trotador”. Hijos de puta, si supieran.
Pero ahora Crónica era Crónica TV y en su pantalla aún le
pateaban el alma a ese pobre diablo. Los pibes seguían en la
misma y algo muy oscuro se liberaba adentro del viejo yuta.
El monstruo que muchas veces había estado cerca se le hizo
carne: “Hasta acá, ¡basta!”, les ladró por detrás. Dio unos pa-
sos y desenfundó.
Ese hubiera sido el momento para pensarlo dos veces. O al
menos una.
Pero el policía le gatilló sin más vueltas en la sien a Maxi-
miliano, que no llegó a darse cuenta de lo que pasaba; le dio en
el estómago a Adrián, que quedó tirado y malherido; y baleó
dos veces a Cristian en la nuca. Uno solo alcanzó a salir co-
rriendo, Enrique, aturdido por las detonaciones y el horror.
La escena se congeló. El viejo se dirigió a un teléfono públi-
co. Un empleado de la gomería dijo haberlo escuchado decir
“Intento de robo. Gaona y Bahía Blanca. Maté a tres”, como si
fuera a preparar una escena. Velaztiqui negaría haber prepa-
rado nada. Por detrás, la encargada del maxikiosco, en crisis
de nervios, se animaba a insultarlo a los gritos.
Incidentes en la comisaría
El triple crimen desencadenó la reacción de los vecinos, que a las pocas
horas se dirigieron a la Comisaría 43ª –la que había enviado a Velaztiqui a
trabajar a la estación de servicio– y con bronca e incidentes forzaron el rele-
vo de toda la cúpula. Maximiliano Tasca y Cristian Gómez tenían 25 años; y
Adrián Matassa, 23. Su victimario fue condenado a prisión perpetua.
134
WALTER BULACIO, MUERTO LUEGO
DE UN RECITAL DE LOS REDONDITOS
135
fue el que le molió los huesos a Walter, pero esa declaración
no fue tenida en cuenta y en algún lugar del expediente figura
que el pibe no fue atacado, sino que sufrió un “aneurisma ce-
rebral no traumático”. Lo cierto es que siete horas más tarde
Walter era trasladado en una ambulancia al hospital Pirova-
no, ajeno a cualquier abrigo judicial. El médico de guardia
que lo recibió llegó a escucharlo decir, moribundo, que había
sido apaleado por la policía. Al día siguiente lo reubicaron en
el Sanatorio Mitre, ya con el aval de sus padres. Las heridas
que tenía se habían ido complicado. El final llegó un par de
días más tarde, el 26, cuando Walter murió.
El caso encendió una polémica nacional sobre las deten-
ciones masivas de menores. Pero la causa –que tenía como
imputado al comisario Espósito– quedó varada en una inter-
minable cadena de recursos y apelaciones que se ha prolon-
gado a lo largo de los años. Con valor y dolor, doña María, la
abuela, marchó cada vez que la memoria de Walter la convo-
có. Ella no se resignó nunca a la impunidad: “Si no hubiera
confiado en la Justicia, hubiera aprendido a manejar un revól-
ver”, suele decir.
136
MARÍA SOLEDAD MORALES,
EN EL FEUDO DE CATAMARCA
137
se habían quedado con Sole y con otras personas después del
cierre del local. El barman también dijo que la piba se sentía
mal y quería irse. Y que al final el niño bien la sacó, pero no
para llevarla a su casa, sino para seguir la fiesta en otro lado.
El domingo 9 de septiembre todavía es un enigma: Sole
murió en las primeras horas, luego de haber sido violada y
presuntamente obligada a ingerir dosis de cocaína excesiva
que hallaron incluso en sus genitales. Eso fue lo que la mató:
34,6 microgramos por gramo de tejido, cuando la dosis letal
es de 27. Hubo un intento de reanimación con masajes car-
díacos y respiración boca a boca, pero fue inútil. La piba no
volvió. Y el niño bien no supo cómo seguir. El cadáver le que-
maba en las manos. Probablemente haya recibido la ayuda de
otros, que mutilaron el cuerpo para borrar las huellas.
Con el crimen llegó el encubrimiento. Pero también la
reacción popular: una serie de marchas encabezadas por la
rectora del colegio, Martha Pelloni, que animaron a miles a
rebelarse en silencio contra la impunidad.
138
PADRE CARLOS MUGICA,
EL CURA VILLERO
139
A poco de llegar al Renault 4 apareció un tipo de bigotes,
intempestivo. Se abrió paso entre la gente y levantó su ame-
tralladora Ingram M-10. El padre Mugica se echó para atrás:
probablemente supiera que un sicario podía aparecer en su
camino. En el complejo panorama de la política argentina de
1974, Mugica había quedado entre dos fuegos. La Triple A lo
consideraba un cura guerrillero y después se diría que José
López Rega había pagado 10 millones de pesos ley para liqui-
darlo. Esa sospecha tenía nombre y apellido para el verdu-
go: Rodolfo Almirón, de la Policía Federal. Por otro lado, los
Montoneros lo consideraban un traidor por promover el fin
de la lucha armada con la llegada de Héctor Cámpora al po-
der. Los dos grupos se la tenían jurada. Pero el killer bigotudo,
¿a quién respondía?
La ametralladora barrió al cura, que recibió cinco disparos
en el tórax. El padre Vernazza llegó corriendo, para encontrar
a su amigo en un charco de sangre. Algunos lo cargaron en
un viejo Citröen que partió rumbo al hospital. En el camino
Mugica miró, muy serio, a Vernazza: “¡Ahora más que nunca
tenemos que estar junto al pueblo!”, le dijo antes de irse.
En la Villa 31
La obra del padre Mugica en la villa 31 (conocida entonces como el barrio
Comunicaciones) fue tan grande que veinticinco años después de su asesi-
nato, el 9 de octubre de 1999, su cuerpo fue trasladado desde el cementerio
de la Recoleta a la capilla de Cristo Obrero, donde descansa actualmente. Y
con los proyectos de urbanización de la villa, algunos arriesgan que el nom-
bre del barrio será Carlos Mugica.
140
RODOLFO WALSH,
CON LA CERTEZA DE SER PERSEGUIDO
141
línea que luchaba con la determinación del que ya conoce el
horror: su amigo Paco Urondo se había tragado una pastilla
de cianuro antes de ser detenido y su hija mayor había muerto
a los 26 años, descerrajándose un tiro en la sien frente a 150
soldados.
“En la política económica de ese gobierno debe buscarse no
sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor
que castiga a millones de seres humanos con la miseria plani-
ficada.”
Para atraparlo, sus verdugos recurrieron a una carnada.
Sorprendido, Walsh se defendió con la pistola que llevaba
frente a un arsenal que sabía que prevalecería. Un sobrevi-
viente de la ESMA relataría más tarde que ese día el policía
Ernesto Weber, alias 220, le hizo una confesión: “Lo bajamos
a Walsh. El hijo de puta se parapetó detrás de un árbol y se
defendía con una 22. Lo cagamos a tiros y no se caía el hijo
de puta”.
“Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de
su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros
de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de
ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho
tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.”
Un intelectual comprometido
Rodolfo Walsh se convirtió en paradigma de intelectual comprometido. Al-
gunas versiones señalan que no murió en el tiroteo, sino que fue llevado
con vida a la Escuela Mecánica de la Armada, donde falleció a causa de los
tormentos. Otras, que se suicidó. Lo cierto es que en octubre de 2005 se
detuvo a doce represores, entre ellos Jorge “el Tigre” Acosta, Alfredo Astiz y
Ernesto Weber. Hacia 2010 la Justicia no había determinado aún qué ocurrió
exactamente aquel día de 1977.
142