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BATEMAN
Movimientojaimebatemancayon@gmail.com
Este texto podrá ser reproducido, total ó parcialmente, sin el previo permiso
del escritor o del editor.
Con BATEMAN volví a vivir al Flaco. Confieso que se me había perdido y que hacía muchos
días no lo recordaba. Pero de golpe, los testimonios lo pusieron sobre la mesa y el
hombre se me pegó otra vez. Regresó con esa risa medio ronqueta que abría avenidas,
con esa algarabía en los brazos y con esa certeza de que lo que hacía lo hacía porque
tenía que hacerlo. Me he soñado con él todas estas noches.
Las muchas voces que recoge el libro lo llevan a uno de aquí para allá sin consideración
ni descanso, como cuando uno lo acompañaba a hacer una diligencia en la carrera
Décima. El Flaco sale de esas páginas vivo porque la cadena de afectos que lo mantenía
no se ha roto. Él fue hecho por la gente, su gente. Por esos miles y miles de colombianos
con los que, al final, quedó enculebrado. Fue hijo de Clementina que le dio un corazón
loco, pero también de Federico Arango que le dio un argumento, o de Turbay que le dio la
ocasión. De Iván Marino, de Esmeralda, de Peggy.
¿Por qué, me pregunto, queríamos tanto a un tipo que se nos aparecía una tarde y se nos
perdía luego, en cualquier esquina? El libro me ha hecho la pregunta y en este prólogo
quiero ensayar una respuesta: creo que el hombre lo que trasmitía era una enorme, una
ilimitada confianza en su destino. Por eso la gente se jugaba la vida con él. Por eso nadie
se negaba a acompañarlo a cualquier cosa: desde conspirar contra Álvaro Vásquez hasta
ir a comprar cucas. Uno no sabía dónde podía parar cuando le decía que sí, pero nadie le
decía que no. Despertaba confianza porque tenía frescura y sobre todo, fe. No importaba
si fracasaba. Sabíamos que volvería a intentarlo hasta coronar. El EME se fortalecía
cuando lo acababan. Creo que al Flaco lo emocionaba más la tensión, la conmoción de
tratar, que el resultado. Para un luchador de verdad la derrota sólo es un punto y coma.
Uno lo seguía porque esperaba que de tanto joder y joder, de golpe salía con algo. Y
siempre salía con algo. Lo que mata nuestra rebeldía son las doctrinas. Por eso la Iglesia
es tan cara a nuestros estadistas, por eso el Estado es tan grande y tan útil al orden.
El libro no puede ser más oportuno. Encuentro, no obstante, dos vacíos que señalo
porque la tarea apenas comienza. Me quedó faltando el cobre del hombre, los lados flacos
del Flaco, sus contradicciones, sus vicios, sus bajezas. Tenía también, como todos, un
demonio. Los que lo conocimos quedamos debiendo ese capítulo a una biografía que
colectivamente comenzamos a escribir.
Me quedaron faltando también las voces anónimas, las de los que no cabemos en la
radiopatrulla, las voces de la gente que lo vio y lo catió, que no era su amiga de partido,
ni de parranda ni de barrio. Esa gente que constituía su obsesión. Esa gente que lo
siguió, lo buscó y hoy sigue buscándolo en las selvas del Darién y del Caquetá, en las
comunas de Medellín y de Bogotá, en el Magdalena Medio y en el Urabá, en las laderas del
Cocuy y del Sumapaz. Mientras su gente, la chusma, lo siga buscando, el Flaco estará
vivo.
Alfredo Molano
Septiembre 1992
Cordón umbilical
Yo he dividido mis sentimientos en dos partes: una para adorara mis hijos, otra
para venerarlos en el altar de mi espíritu. Fuerzas poderosas, más poderosas aún que
nuestro propio destino, me han unido a mis hijos, especialmente a mi último hijo. He
estado a su lado y lo he respaldado en todos sus actos. He estado unida a él en
espíritu. Como dijo el doctor García Márquez, aún estábamos unidos por el cordón
umbilical.
Jaime quería construir algo que mejorara la situación de toda la gente; construir
algo, servir de algo, dejar un grano de arena... hacer cosas, hacer cosas...
Yo siempre fui izquierdista. Milité con López en el MRL. Recuerdo que íbamos a
Pescadito, un barrio muy grande que tiene Santa Marta, y hacíamos reuniones con mucha
gente. Una vez le avisaron a la policía y vinieron muchos. Le dieron una paliza a López,
que nosotros tuvimos que quitarle a la policía de encima. Quizás él no lo recuerde. Un
periodista me preguntó una vez que si yo había plagiado a mi hijo en la política, y yo le
contesté: "Pero oiga, yo lo parí, quizás la enseñanza la tomó del vientre mío".
Cambió cuando entró al bachillerato, Una vez lo iban a expulsar del colegio porque
le dijo a un cura que le cambiara "el cuento". Eran los relatos de la biblia que les hadan
todos los años. Y le dijo: "Padre, ¿por qué no nos cambia el cuento de todos los años?"
Perdió el último año en el Liceo, pero fue por persecución, Ya en ese entonces reunía a
los muchachos del colegio para hacer mítines. El rector le tenía fobia. En una ocasión, un
profesor le puso cero a todos por castigarlo a él. En el Liceo, los profesores dormían la
siesta. Un mediodía, Jaime sacó a este profesor en calzoncillos y lo arrastró por todo el
colegio. Por eso lo expulsaron.
Yo me acuerdo que de pelao, él tenía amores con una muchacha que vivía al lado
de mi casa. Un día fue al camellón y la encontró con otro novio, sentada. Entonces se
agachó, le quitó los zapatos y se regresó a la casa de ella y los tiró al techo. La muchacha
después fue a acusarlo. Esas eran las cosas de Jaime.
La madre y el mar
Era un nadador insigne. Soñaba con el mar. La última vez que lo vi, vino a darle el
adiós a ese "monstruo", como le decía al mar. Yo le reclamé que era muy peligroso que
viniera a Santa Marta y él me dijo: "Es que vine a verte a ti y al mar".
Garnatón
Después del accidente aéreo, Jaime duró nueve meses perdido. Un día me llamó
Yamid Amat para contarme que habían encontrado la avioneta. Yo no le creí. Luego se
volvió a comunicar y me puso las noticias de Panamá en las que informaban que habían
encontrado el aparato. Entonces emprendí viaje a Panamá. Los del M-19 me recibieron
allá. Desde que llegué, iba todos los días a la Procuraduría: Tuve que pelear con mucha
gente. Los del ejército colombiano querían llevarse los restos. Un militar me dijo en una
ocasión que por qué querían enterrar a un guerrillero como si fuera gente, y entonces yo
me le abalancé y le pegué un garnatón. El Procurador me dio la razón a mí y le reclamó
diciéndole: "¿No ve que es una madre adolorida por la muerte de su hijo?". En Panamá
estuve como tres meses.
El desfile de un pueblo
Manuel Antonio Noriega me puso un avión expreso para regresar al país y envió un
escolta de su ejército para que me acompañara. Jaime estuvo tres días en la funeraria.
Pasó todo el mundo a despedirse. Acudió mucha gente al entierro. El gobierno no
permitió que se enterrara en Bogotá por temor de que se alterara, el orden público. Una
No había tenido mucho contacto con Bateman, pero cuando él fue a Santa Marta a dar
una entrevista, escuché decir que no tenían sino un solo hombre responsable para su
seguridad; iban a estar allí Fayad, Toledo, la Negra Nelly y otra gente, los más buscados
en ese momento; entonces yo me ofrecí y en ésa ocasión tuve la oportunidad de
conocerlo, de acercarme a él. Me vienen a la memoria cosas sueltas... Teníamos casas de
seguridad, de las que debíamos estar saliendo permanentemente porque, según rumores,
el Flaco estaba detectado. Después de esa entrevista, era de suponerse que el enemigo
sabía que él estaba allá. De él se decía que era muy alegre, el prototipo del hombre
caribeño, extrovertido, pero los últimos días de su vida fueron muy tristes... estaba muy
triste. Mientras Toledo y yo conversábamos de las cosas de la organización, el Flaco se la
pasaba por la playa caminando, sumido en una honda tristeza. En una ocasión le
pregunté si quería hablar con alguien (estábamos esperando que se cuadrara lo de la
avioneta); me parecía que a lo mejor era que yo no había sido lo suficientemente abierta
con él y que a lo mejor él necesitaba hablar con alguien. No, él estaba ensimismado,
sumido en sus pensamientos, seguramente con todo el peso enorme del momento
histórico que estábamos viviendo.
Movimiento 19 de abril, M-19
Habló también de la espada. Bateman era todo un diccionario de Bolívar. Vivía en función
de la espada cada segundo, cada minuto de su vida política. Empezó a vislumbrar la
posibilidad de una negociación ineludible y que en la negociación nos iban a pedir la
espada y que había que entregarla. Para mí, como militante, en ese momento, eso era un
golpe en la cara. Yo no podía comprender que cuando estábamos hablando de fortalecer
el ejército y la guerra, Bateman estuviera hablando de la posibilidad de entregar la
espada. Pero, bueno, la historia ha demostrado que él tenía razón y que además estaba
elaborando la política del futuro.
Un día cualquiera, lo sacamos. Hicimos una comida con la familia de él en alguna de las
playas cerca a Taganga, más allá, en un lugar que se llama Playa Linda. De golpe llegó
No quería volar
Fíjense, él no quería volar en esa avioneta, porque desde la venida de: Panamá a Santa
Marta tuvieron problemas. Parece que hubo un vacío y se golpearon contra el techo, y él
no quería, pero temía que salir. Nos vimos en unos líos tremendos para convencer al
piloto de que volviera a llevar al Flaco a Panamá; y llevamos al Flaco hasta el avión.
Estaba muy preocupado, no era el hombre de siempre; no era el Flaco que todos
conocimos.
Otra cosa del Flaco que me impactó mucho es que yo me había hecho a la idea de que un
hombre de la talla de él tenía que ser todo un intelectual. ¡Y me encontré con cosas como
que los compañeros le leían y le hacían resúmenes dé los libros porque a él daba pereza!
Era muy intuitivo en la política, un hombre inspirado; había estudiado ciencias políticas
en la URSS, pero yo me imagino que fue algún cursito. Tenía una inteligencia privilegiada
y una capacidad increíble para ver al país, pera lejos de ser un intelectual. Tenía incluso
ciertas reticencias con los intelectuales. Particularmente esa noche que conversamos y
hablamos sobre la muerte, estuvo hablándome de los intelectuales casi en el tono del
discurso clásico marxista sobre los intelectuales. Eso me impactó de él.
Todo lo que pasó esa vez fue muy rápido, y yo siempre como desde un rincón, viéndolo.
Un día le hicieron una entrevista en una casa unos periodistas extranjeros y yo andaba
muy reacia con ese cuento de tener que ir a cocinar. ¡Qué papel ese!; hasta asumí dar la
vida en un momento de conflicto por él ¿me entiendes? Yo sabía que este era mi deber y
Movimiento 19 de abril, M-19
El Flaco sollado
De pronto volteo a mirar y el verraco llevaba quién sabe cuánto tiempo mirándome, como
si yo fuera un espectáculo; cuando lo descubrí, se hizo el bobo. Fue el único momento en
que pude ver al Flaco, pero a otro Flaco, el morrogoso, el mujeriego, el sollado, pero aún
ese día los ojos de él estaban tristes. Dijo que la revolución era una fiesta; lo dijo con tal
calidez, que para mí él es el hombre que reivindicó la cultura caribeña como la potencia
cultural que se va a tragar a América Latina.
Por la noche Yaneth y Fayad y Toledo se reunían y yo no me podía meter ahí. Yo tenía que
estar vigilando. Yo pasaba y los miraba; por eso tal vez ellos no podían ver lo que yo veía,
o tal vez' necesitaban conservar la imagen del Flaco muerto de la risa. Pero ese no fue el
Flaco de los últimos días. Es que cuando vos hablás con los compañeros que están
rozando los límites de la muerte, su comportamiento cambia totalmente. Entonces
hablábamos de eso, de recorrer los pasos. Esa fue la razón que yo me di de la tristeza
profunda del Flaco. Margot me decía que ella también sabía que el Flaco tenía una gran
tristeza y sobre todo una preocupación muy grande sobre cómo era que iban a sacar
adelante todo este proceso. Parecía muy agobiado por eso, como si tuviera en ese
momento nadie en quién apoyarse. Sobre él recaía el peso de toda la organización, el
peso de las propuestas, el peso de todo en ese Flaco güevón.
Yo lo veo así... Pienso que dentro de su corazón, podía estar intuyendo algo. Lo dejamos
en la avioneta, se fue y nos regresamos a "limpiar" las casas, porque habíamos dejado
libros, camisas, etc.; que no quedara nada, por si después venía un allanamiento o algo
así. De pronto en una de esas casas entró una llamada de Panamá diciendo que "el
paquete" no les había llegado ¿Te podrás imaginar el dolor y la desesperación nuestra?
¡Uno consideraba que Bateman era inmortal, que podrían sucederle muchas cosas, que lo
podían coger, pero morirse no, él no se podía morir! Nos fuimos en un carro, con un
"ESA SABIDURIA HUMANA QUE TENIA BATEMAN FUE APRENDIDA OBSERVANDO y QUERIENDO
A LA GENTE"
Conocí a Jaime en la Juventud Comunista. Recordaba su cara, pero de entrada no fue una
persona que me impactara demasiado. Bateman era encargado de "la cosa" en el monte y
por eso aparecía sólo de vez en cuando. Un día que yo iba con Carlos Ruiz (Arturo Alape),
el Flaco me preguntó: "¿Qué vas a hacer mañana?", y yo le respondí: "No sé, trabajar". "Te
recojo después del trabajo", insistió, y le dije: "Bueno". Luego nos encontramos. Estaba
con Hernando González, un guerrillero héroe de las FARC. Recuerdo a Bateman, con su
nariz grandota, cara chiquita, sonrisa de conejo y tímido.
El día anterior ellos habían estado donde mi papá y me contaron que él había echado a
Bateman de la casa. "¿Cómo así?", pregunté. En mi vida había sabido jamás que mi papá
fuera descortés. El no era capaz de tener esa actitud con un revolucionaría. Le pregunté a
Hernando y contó lo que pasó:
Una vez se pusieron Hernando y El Flaco a jugar a los bandidos con un revólver y
Bateman dijo: "¡Entréguese!" Cuando en esas, se le sale un tiro. Estaban en un inquilinato
en una pieza, y el tiro le pasó a Hernando rozando. El Flaco siempre jodiendo. Toda la
vida siguió jugando a eso, sólo que sin armas. Uno estaba en la casa cocinando y él
llegaba: “¡Manos arriba!” “Yo lo vi primero”. “Déjese amarrar de un palo”. Y así
encontraba a Rafaelito, mi hijo, amordazado, amarrado y haciendo que pidiera perdón
porque él había ganado.
Un día llega y me dice: "¡Se me cuadra!". Yo estaba aspirando. "¡No me joda!", le dije.
"¿Cómo? Yo soy el comandante. Me han nombrado jefe". Le repliqué: "Primero, no fui a
esa reunión y no me pienso poner firme. Más bien ayúdeme a limpiar que tengo que irme
a trabajar". A lo que respondió: “No tengo voz de marido. ¿A dónde voy a ir a ensayar?”.
Luego de un tiempo, en 1979, llegó a La Habana. Ese día yo estaba cumpliendo años y
comimos. Al terminar, le digo: "¡A lavar los platos!" "¿Yo? Si yo ya trabajé. Puse los platos,
arreglé la mesa": '''Yo limpio después, pero usted lava los platos". "Yo no hago eso por
nada". Y argumentó muchas cosas y me dijo: "El problema es que yo soy el comandante".
Yo le respondí: "¡No, mijo! Eso es para el jueguito, pero no para la vida real. ¡Tiene que
lavar los platos!” Se quedó callado y los lavó.
La de Iván Marino y Jaime era una relación muy chistosa porque uno vivía escandalizando
al otro. El uno puyaba al otro, pero ninguno de los dos podía vivir sin el otro. Bateman
era el más tranquilo y decía, refiriéndose a Iván cuando se perdía: "¡Quién sabe en qué
mierdero anda!" Iván Marino se levantaba a las cinco de la mañana, se bañaba, se ponía
los zapatos brillantes y estaba listo a las siete de la mañana y el Flaco seguía durmiendo.
Una vez, estando en la casa, llegó una gente a visitarme en un Mercedes Benz. Yo estaba
sentada en la sala charlando cuando aparece Jaime con un bulto a la espalda. Una de las
señoras del Mercedes, tan encopetada, lo mini extrañamente: "Aquí vine a traer los
plátanos y como no había nadie en la cocina, pasé derecho". Las señoras me miraron. "Sí.
Por favor, déjelos allá en la cocina". Traía como quince pistolas y no sé cuántos tiros.
El 30 de abril de 1983 asistí a una reunión donde Pizarro le pegó un grito a Bateman.
Cuando Bateman empezaba a hablar no soltaba la palabra. Pizarro estaba acostado
porque tenía una clavícula rota y pidió varias veces la palabra. Bateman seguía hablando
y hablando hasta que de pronto Pizarro se paró en la cama y gritó: “¡Que me dejes
hablar, hijueputa, que me dejes hablar!”, y el Flaco siguió hablando y al finalizar dijo:
“¿Quién era el que quería hablar?”
Esa sabiduría humana que tenía Bateman fue aprendida observando y queriendo a la
gente
Eran muy buenas las relaciones del Flaco con la gente. No era nada conflictivo, ni nada
complicado. Creo que eso le facilitó todo. Era ejemplo de trabajo, de desprendimiento, de
sencillez. Esa sabiduría humana que tenía Bateman fue aprendida observando y
queriendo a la gente. Le gustaba ser humano.
En una ocasión llegó a la casa: "Vístase, que nos vamos". Yo estaba con Iván y Rafa.
Cuando fuimos a salir, me metieron una pistola en la cartera. Nos encontramos con un
retén. Ellos, Iván y el Flaco, se bajaron y yo no. Entonces un policía me pipió que me,
bajará y yo le respondí: "¡Las mujeres no nos bajamos!”. "Señora, tiene que bajarse",
insistió el policía y yo le dije: “No, señor, si quiere requise usted con su linterna, yo no
me voy a bajar”. Ellos me miraban pálidos y aterrados. Luego me dijeron: “¡Cómo eres de
verraca! Tienes unas pistola dentro de la cartera”. ¡Qué susto tan verraco! Yo no me
acordaba.
Cuando se decidió lo del Cantón, llegó Bateman a la casa y Rafa le dijo: "Hermano, tengo
una cosa importante que hablar contigo". Y el Flaco le replicó: “¡Yo tengo algo más
importante que lo suyo!” Se fueron a almorzar y Rafael le echó el cuento de un negocio
para el cual necesitábamos un millón de pesos. El Flaco le respondió que no había
problema por el millón, pero que él tenía un proyecto mejor. "Hace meses estamos
tratando de conseguir unas armas y ya sabemos dónde. Son un montón y vamos a
sacarlas". Rafa llegó a la casa. "¡Vengo feliz, es lo mejor que nos ha podido ocurrir!" Le
pregunté: "¿Nos prestaron la plata?" "No. Tenemos una cosa mejor. Mañana viene el Flaco
personalmente a hablar con usted". Ese mismo día llegó. Yo me sentía como rejuvenecida.
Rafael y yo éramos la pareja más amorosa de la tierra. El Flaco se acostó con nosotros a
ver televisión callado. "Bueno, Flaco -le dije- dígame qué es". Y él le preguntó a Rafa:
"¿Cómo, usted no le ha dicho nada?". "No, quiero que usted mismo se lo diga". Yo sentí
que tenía que ser algo muy loco porque el Flaco estaba muy suave y le había gustado la
comida. Entonces me contó: "Es difícil el asunto, pero posible". "¿Cuántas armas hay?",
preguntamos. "Unas quinientas". "No tenemos tantos hombres". Nos vestimos
inmediatamente y nos fuimos a ver el lugar. Después de varios intentos encontramos la
casa perfecta frente al Cantón. Se salía recto. "Cómprenla por el dinero que sea", dijo
Bateman. Esto ocurría a finales de septiembre. Rafa fue a ver la casa. Le cayó muy bien a
la dueña. Era como tener un juguete nuevo. Nos mudamos un 6 de octubre. El Flaco trajo
una compañera embarazada para que se ocupara de los oficios de la casa. La gente hacía
turnos de cuatro horas perforando el túnel y caían rendidos, EI trabajo de Rafa y yo
consistía en la "cobertura" de la casa, Se trabajaba duro y existía la posibilidad de que el
túnel saliera por otro lado. Todo se hizo con base en cálculos a ojo desde una ventana.
¡Nunca hubo una información precisa y sin embargo logramos sacar cinco mil armas!
Soledades
A finales del 82 fuimos al cine con el Flaco y luego a cenar. Nos pusimos a conversar de
una y mil cosas personales y sobre todo de nuestros hijos. Me expresó su gran angustia
por no poder estar aliado de su mujer y sus dos hijitas y le preocupaba no saber sobre
cuántos problemas estarían pasando, cuántos imprevistos, cuántas soledades y él sin
poder estar a su lado.
También recuerdo que aquel día me insistió mucho que en el momento de la negociación
y el diálogo teníamos que plantear que a las madres que perdieran sus hijos en esta
guerra había que pagarles una pensión. Teníamos que incluir las pensiones a las madres
y a las esposas viudas que han perdido sus esposos.
El 3 de abril de 1983, Bateman llegó a La Habana. Nosotros vivíamos en una casa frente
al mar con Lucho Otero, Pizarro, Afranio Parra, Israel, Arjaíd... Éramos un grupo de unos
diez y la casa era grande. Un día todos salieron y solamente nos quedarnos Rafael y yo.
Regresamos a la casa y colocó otra vez el colchoncito en el suelo. Yo pensé: "El Flaco es
tan jodido que cuando se muera, va a venir a jalarnos las patas". Nos quedamos dormidos
y en la mañana me despertaron con el ruido de las cucharas. No sé qué horas serían y
pensé: "¡Cómo será de tarde que el Flaco ya se levantó!" Se levantaba a las 12:00 del día.
Crucé hacia el baño. La disposición del baño era como en cruz. Me senté en el inodoro,
mirando hacia el cuarto, cuando de pronto oí una voz: "¿Te estás echando una meadita?"
Yo me asusté toda y miré, y era que él estaba ahí frente al espejo. Se me habían quitado
las ganas. El vino hacia el centro del baño y yo estaba ahí toda asustada. "¿Usted qué
estaba haciendo aquí?" Respondió que se estaba acomodando una muela postiza. Nunca
lo había visto sacarse una muela postiza ni nada y cuando él se reía se le veían todas las
muelas. ¡Es vanidoso! ¡Qué verraquera que le hubiera descubierto eso! "'¡No joda con
tanta vanidad!" Lo abracé, pensando: "¿Por qué uno pasa junto tantos años y no se toca
físicamente?"
Cuando me agaché, sentí unos ojos clavados. La muerte estaba ahí parada, la vi parada
con guadaña y todo, y me asusté. “¡Vámonos, vámonos! que ya están tomando café".
Cuando íbamos bajando las escaleras, Rafael subía, Me regresé con él: "¡Se va a morir el
Flaco!" El se sentó: "Sí, aprobamos ir a pelear y nadie arranca y se va a dar ejemplo". Le
conté lo que me pasó. "¡Qué vaina! ¿Crees en esas cosas?". “ Pues si”, me dijo, "con los
años he aprendido que usted ha dicho cosas y resultan ciertas. Es una cosa rarísima".
Esa noche esperé al Flaco hasta las dos de la madrugada. Tenía sueño. "Lucho, cuando
venga el Flaco me despierta. No vaya a dejar que se marche porque necesito hablar con él
una cosa urgentísima". Me acosté con la idea de que el Flaco se iba a morir y que no le
iba a poder decir nada. Tenía la absoluta seguridad, pero no sabría decir por qué. Al día
siguiente, cuando me levanté, pregunté: "¿Y el Flaco, vino?" "Si, vino", explicó Lucho,
"entró al cuarto de ustedes, sacó el maletín y dijo que le daba pena despertarlos porque
estaban muy dormidos, que después hablaban”.
Después soñé a los pocos días que el Flaco estaba en una selva y que yo estaba también
allí. El piso era mullido en hojas; yo caminaba y había entrado en una casita que tenía
dos piezas. Luego entré a un cuarto y vi a Bateman con tres personas que lo
acompañaban en una cama semidoble. Eran dos hombres y una mujer en medio. El Flaco
fue la única persona que identifiqué. "¡Están enfermos, pobrecitos!", pensé. Cogí al Flaco,
lo levanté, lo llevé a la otra barbacoa chiquita y lo acosté. Le salía como un líquido
blanco, raro... A mí me dio como pena: "No debo mirar". Me desperté asustada.
El 30 de abril de 1983 en Cuba me encontré con una señora que me preguntó: "Oiga, ¿es
cierto que Bateman se perdió en una avioneta?" "¿A usted quién le dijo?" Y ella me
contestó: "Un chileno que acaba de llegar". ¡Es cierto! Sin embargo, guardaba la
esperanza de que estuviera a salvo.
Fui donde Lucho Otero: "Me dijeron que Bateman se perdió en una avioneta”. Le conté a
Rafael y no me creyó. Nadie lo quería aceptar. Fayad, meses después; me lo confirmó:
“Oiga, parcera, te voy a dar oficialmente la noticia: Bateman murió, y se va a hacer
pública la noticia. Espero que sigas con nosotros”, Le respondí que yo no estaba en la
revolución por Bateman y le agradecí el detalle de venir a decírmelo. ¡Tenía mucha rabia
y tanto dolor! Me fui para Panamá como en septiembre del 83. Pasan unos meses.
A Toledo y a mí nos invitan a cenar y nos cuentan que encontraron los restos. Todavía
guardaba la esperanza de que Bateman estuviera preso o haciendo magia en algún lugar
o con una pata rota, esperando a ver qué hacíamos; mirándonos por un huequito a ver de
qué éramos capaces, pero nunca que estuviera muerto, que lo hubieran matado.
Compatriota
Clementina y su hijo Carlos llegaron a Panamá. Yo había pasado una nota informando
que era pariente de él para que me dejaran reclamar sus restos. Empezó el lío, porque el
ejército colombiano también los reclamaba. "Clementina, hagamos una carta para
Belisario. A usted como madre no se le niega el derecho de reclamar los restos".
Belisario contestó inmediatamente aclarando que ella era quien debía reclamarlos y que
no iban a entorpecer la entrega. Firmó "Compatriota y amigo, Belisario Betancur". La
carta sirvió de orden. Le propuse a Clementina: "Escribámosle una nota de
agradecimiento", y ella me contestó: "Sí, mija, diga todo eso, pero sólo ponga
compatriota, porque yo no soy amiga de él". Fueron unos días terribles, porque el reguero
de huesos... eran cuatro personas. No había pelo. Como había mucha lluvia, el pelo se
había ido. Había alguna ropa pegada a los huesos. El único que tenía un hueso pegado al
otro era Bateman. Tenía la cadera pegada al fémur. Ninguno tenía cráneo. Había algunos
Entre los objetos personales había un libro, pedazos de "Cien años de soledad". Parece
que una piedra lo había protegido y quedaba esa parte buena del libro. Había restos de la
máquina de escribir. De pronto vi sus zapatos: los torcidos que toda la vida usó. Veo las
medias; medias de nylon como medio transparentes... las medias estaban llenas con
todos los huesitos de los pies. ¿Por qué se les habían roto los cráneos y partido los pies?
Me acordé que él usaba plantilla. Metí la mano al zapato y ahí estaba. En ese momento
maté al Flaco. Fue el momento más terrible de todos. Nos fuimos con los restos.
Eran días terribles, muchas entrevistas y la vieja muy valiente. No dejaba que por las
noches se quedara sola. Me decía: "Mija, váyase que a lo mejor usted quiere dormir con
un hombrecito por allá y está durmiendo conmigo". Y yo le respondía: "No, Clementina, no
estoy para ir a dormir con ninguno". La vieja sufría. Se le veía en la cara. Dio una
conferencia de prensa donde la gente fue muy amable y estaban muy admirados por su
actitud tan valiente.
Otro lío fue para que nos entregaran los restos porque no había manera de comprobar
que eran los de ellos. Tocó escribirle al médico en Santa Marta, que todavía vivía, para
que enviara un certificado de, que el Flaco, de niño, tuvo esa fractura. ¡Al fin llegaron
todos esos papeles! Luego, antes de irse, hubo otra rueda de prensa. Recuerdo mucho
una pregunta por la gracia que me causó: "Doña Clementina, queremos que nos cuente
cómo ha hecho para ser una mujer tan fuerte; cómo llegó a su edad así tan bien? ¿Qué
consejos nos da?" y la vieja se les quedó mirando seria y les dijo: "Lo único que les puedo
aconsejar es tirar todos los días". Todo el mundo soltó la carcajada. Inmediatamente se
quedaron serios. Otros hicieron preguntas y entre las cosas que dijo era que "quedaba
contenta porque al menos su hijo había tratado de ser útil y que menos mal que no vino a
este mundo sólo a comer y a cagar... "
Solamente nos vimos una vez, muy largo, en Nicaragua, para hacer la entrevista en marzo
del 83, un mes antes de que se matara. Estuvimos dos días conversando. La gran
diferencia de los dirigentes del Salvador y los sandinistas con el Flaco, era su capacidad
para oír a la gente. Antes que ponerse él a echar discursos, le sacaba el máximo de
información a las personas. Primero oía las diferentes opiniones, sobre todo si venían del
otro lado: Estaba muy interesado en interpretar el proceso centroamericano, para ver
cómo le podía ser útil en Colombia y cómo se veía desde Washington ese manejo.
La primera vez que nos vimos, estuvimos desayunando con mucho ruido porque estaba
ensayando una orquesta. Y por la noche había una fiesta, que fue muy divertida.
Finalmente terminamos él y yo pidiendo canciones. Bateman era un tipo muy discutidor,
discutía hasta encontrar una respuesta. Más tarde empezamos la entrevista; fue como de
siete horas.
Estaba muy preocupado porque no creía en la legalización del M. Ese era el punto de
debate en ese momento. Una corriente decía que Bateman tenía que asumir el liderazgo
en la legalidad, porque era él quien lo representaba y no se lo podía delegar a la comisión
que había salido de la cárcel. El decía que no, porque lo matarían inmediatamente. No
tenía la menor duda que lo matarían.
Bateman tenía una gran capacidad de oír y de canalizar las cosas antes de emitir juicios
o de tomar una decisión. Podía estar respaldando a alguien o defendiendo una tesis y si
escuchaba un argumento contundente, cambiaba de posición sin ningún problema. Esa
era una de sus grandes cualidades. La confianza era Bateman, resolvía las cosas siempre
con un gran sentido común, que llevaba a todo el mundo a aceptar su autoridad.
En esa entrevista se veía muy preocupado por una información reciente que le habían
dado los cubanos y los sandinistas –quienes tenían un sistema de inteligencia bastante
bueno– sobre la existencia de un infiltrado muy cercano dentro de la dirección del M-19,
que les estaba pasando información a los servicios de inteligencia. No sabían quién era,
pero estaban seguros de que estaba pasando información. Bateman andaba muy
preocupado y por eso tuvimos que tomar muchas medidas de seguridad para la
entrevista. Él siempre escogía los sitios más obvios, que se volvían los más descartables
para los organismos de seguridad. Fue una cita frente al aeropuerto, en un hotel. Todo el
que llega en escala a Managua, cruza la calle y llega a ese hotel a tomarse un trago, a
bañarse en la piscina, y él escogió precisamente ese lugar.
Jaime era alguien que le hubiera podido aportar mucho a un nuevo proceso político. A mí
me produjo mucha rabia su desaparición, igual a la qué sintió la gente cuando mataron a
Gaitán. Daba como una rabia decir: "Este tipo, que ha podido aportar tanto, no ha debido
matarse así, de manera tan estúpida..." Sigo convencido de que fue un atentado y no un
accidente.
Bateman tenía mucha angustia de no tener un proyecto político claro ante la posibilidad
de enfrentarse a la lucha legal con los otros partidos. En la entrevista termina afirmando:
"No tengo nada que ofrecerle al país sino la lucha". No tenía una respuesta contundente.
Tenía que reconocer que su lucha era básicamente por abrirle espacios democráticos al
país.
Frente al debate de la entrega de las armas, afirmaba que harían cualquier cosa, llevarlas
para la casa, guardarlas por ahí o enterrarlas, pero que no las entregarían, ni siquiera
en un Estado donde no hubiera enemigos. "Nuestras armas son la garantía de los
acuerdos que hagamos". Así quedó en la entrevista. Bateman decía: "¡Filas de guerrilleros
como los de Guadalupe Salcedo entregando sus armas, nunca las volverán a ver en este
país o no por lo menos de parte del M-19!"
Otros caminos
En la época que estaba enfermo vivíamos en la Calle Tumba 4; sin pavimentar, era pura
arena. Frente a nuestra casa quedaba la Tipografía Escopet y al lado vivían los Rodríguez,
Lady Rodríguez y el capitán Black, que lo conocía todo el mundo en Santa Marta, y
"Polilla". Mi mamá vendía mantecado y helados que hacía para pagar la cuota de la
nevera. Todo el barría le compraba mantecado. Vendía leche también. Nos levantábamos a
las 5:00 de la mañana cuando llegaba el camión con las dos canecas de leche y la gente
empezaba a comprar. Vivía también un peluquero que se llamaba Colacho, que era
guajiro. Vivía Toro Morales y en una esquina estaba la Voz de Santa Marta y el parque.
Jaime no jugaba, pero se sentaba ahí a vernos. Las cosas que Jaime no podía hacer lo
inducían a otros caminos.
Inventaba noticias
Mi papá tenía un noticiero en Santa Marta, el primer noticiero; era a las 7:00 de la
mañana. Jaime le hacía el noticiero los viernes. Mi papá se tomaba sus tragos y siempre
llegaba tarde… Cuando llegaba ya Jaime le tenía el noticiero hecho. Teníamos una
grabadora y un radio que cogía noticias de la BBC de Londres en español y de Bogotá.
Todo eso lo grababa y pasaba las noticias. De vez en cuando metía una noticia que él se
inventaba. Muy niño, de ocho años, ya estaba haciendo el noticiero; por eso aprendió a
escribir a máquina desde esa época, Todo eso lo fue metiendo en otros campos. Mi papá
era Jorge Olarte. Lo mimaba mucho; Jorge era un tipo muy especial. Nunca nos levantó la
mano, nunca, nunca; era un tipo que nos entendía a nosotros y nos quería mucho. La
fuerte, la dura, era mi mamá.
Desbarata-baile
En la Calle del Río, que es la Carreta 2, al lado, vivía el viejo Salvador y unas niñas de
Bucaramanga a las que les arrastrábamos el ala. ¡Jaime era muy enamorado! El viejo
tenía una fábrica de paletas y Jaime tenía su novia ahí. Hicieron un baile un 24• de
diciembre al que no nos invitaron. El 25 ó 26 de diciembre la mamá de las peladas llegó
con la queja a donde mi mamá de que Jaime había echado el "desbarata-baile". Mi mamá
se le enverracó y le dijo: "Mi hijo estaba conmigo". 'Sí, pero él fue". Jaime era, de los hijos
de ella, el más querido. No quiere decir que no me quería a mí o a la Chiqui, sino que,
por su enfermedad, era bien protegido. En otra ocasión nos invitaron a un baile y a él no.
Pues se fue con Salvadorcito y el Pescue y cuando estábamos haciendo el sancocho en el
patio le echaron una bola de jabón. Hasta ahí quedó el sancocho.
A Jaime se le había sanado la pierna, aunque siempre le quedó un pedazo mal. Nos
íbamos al mar. Una vez a las 6:00 de la mañana estábamos cogiendo un bote para El
Morro ó El Rodadero —que era la travesía más larga— a remo puro.
Alquilábamos dos o tres botes donde el viejo Felicidad y regresábamos a las 7:00 u 8:00
de la noche. Nadábamos horas y horas en el mar. Esa inmensidad, el hecho de no tener
nada en frente que quiebre el paisaje... ¡era la magia del mar! Si tú ves el mar de noche,
echa fuego. Te da una sensación... ¿cómo describirlo? ¡Ni los poetas!
Una vez Jaime se perdió y como tenia la vaina de la pierna, todos salíamos en vestido de
baño y él salía en pantalón para que no le vieran la pierna. Cuando llegábamos a la playa,
se quitaba el pantalón, lo enterraba en la arena y se metía al agua. Esa vez nos fuimos
para El Ancón. Estaban haciendo un sancocho y Jaime se quedó con ellos y nosotros
todos nos fuimos para la casa. ¿Y Jaime? ¿Dónde está Jaime? Todos pensamos que Jaime
se venía con el otro, ¡y no! Se quedó. ¡Miércoles! ¿Dónde está Jaime? Mi mamá salió a
buscarlo. Fuimos a la playa y encontramos el pantalón enterrado. "¡Mierda! ¡Se ahogó
Jaime!", y qué lío, y esa casa se llenó de gente y empiezan a buscarlo. ¡De pronto Jaime
llega con Rafael Valenzuela en una borrachera! ¡Rascado, en vestido de baño! ¡Ese día le
dieron una limpia del carajo! Cuando llegó a la cama... vomitó.
Todos los sábados nos íbamos él y yo a buscar a mi papá; que se estaba tomando sus
tragos, para que nos diera plata para ir a cine. Una vez Jaime se consiguió un paraco (un
nido de avispas) y lo llevó en una bolsa a matiné en el Teatro Santa Marta, a las 3:00 de
la tarde. En esa época era un teatro lindo. ¡Soltó el paraco y se armó la de San Vicente!
El mito de la campana
En el Liceo Celedón se hizo una huelga que se inició con el robo de la campana. La
campana era un mito en el Celedón. Con ella se daba la orden para entrar, para el recreo,
para la salida; cada cosa tenía su toque especial. Cuando se robaban la campana, podían
poner otra campana, lo que fuera, pero como no era <el mismo sonido, nadie le obedecía.
Lo primero que hicieron fue robarse la campana, en la parrilla de una bicicleta. Jaime
Bateman se llevaba la campana y así se iniciaba la huelga.
Cuando la candidatura de López Michelsen, en la época del MRL para romper el Frente
Nacional se hicieron unos carteles que decían "De La Habana viene un barco cargado de
armas para asesinar colombianos". Unos carteles con un barquito y en el barquito Fidel
con su barba. Nosotros salíamos todas las noches a despegarlos y se formaban unas
peloteras con cadenas y todo. Jaime y Mencho López Sierra descubrieron dónde los
editaban, ''Llegan con una orden y se llevan todos los carteles de la imprenta. Los meten
en un camión y se los llevan para la Calle 12 con 12. Hicimos una hoguera en la mitad y
bailamos alrededor. No sé cuántos miles de carteles quemamos esa noche.
Morisquetas
EI gran amigo de Jaime fue Iván Marino Ospina; era su llave. Llegaban siempre a mi casa
en el barrio Santafé. Recuerdo cuando salieron los avisos de los parásitos: "¿Qué es el M-
19?", Y mi mujer le preguntó a Jaime: "¿Y qué es eso del M-19?" "Es un vermífugo para
matar gusanos", contestó. Yo tenía mi media sospecha, pero de eso nunca hablamos.
Cuando Jaime llegó por última vez a Santa Marta, nosotros teníamos como cinco años que
no nos veíamos. Me mandó la razón que quería hablar conmigo: Me recogieron y me
dijeron: “Meta la cabeza entre las piernas”. Yo la metí y… ¡qué carajo! la saqué, y los
tipos que meta la cabeza, y yo les dije:
"Vea, hermano, usted donde me lleve aquí en el Rodadero, sé donde estoy". "Déjalo, es
hermano del comandante, él verá". Me traen a una casa y los tipos se van. ¡Toco a la
puerta y me abre Jaime Bateman en calzoncillos! Nos abrazamos. “¡Hombre, no seas tan
irresponsable!”. Estaban allí Carlos Toledo, el Turco Fayad. Toledo era un tipo amable;
inspiraba mucha confianza. Llegué a las 9:00 de la noche y me fui a las 3:00 de la
mañana. Me mamó gallo, hablamos de todo el mundo y nos reímos mucho…
Jaime bailaba, bailaba salsa. Le decían "el fundidor" porque se agarraba a bailar y fundía
a la pelada. ¡El fundidor! Llegaba a un baile y ¡a bailar! Y si le gustaba una pelada, no la
soltaba ni por nada. ¡Buen bailador! Bueno para parrandear. Le gustaba tomar para
parrandear. Tenía un problema: se emborrachaba y perdía el estribo. Creo que es de
familia, estamos predispuestos a eso; cualquier cosa que nos toque, que nos hiera, se
nos vuelve grave; por eso evitamos emborracharnos. Tenía uno que medirse porque
Jaime, cuando se le iba el hilo, formaba la locura. Un día me contaba alguien que cuando
se emborrachaba, expulsaba a todo el mundo del M. Al día siguiente le dicen: “¡Bueno,
comandante, usted expulsó aquí a todo, el mundo!”
Cuando se despidió de mi mamá, que fue la última vez que nos vimos, iba a suceder algo
grande. No iba a continuar la guerra de guerrillas, ¡sino una guerra grande! Pensaba
tomarse ciudades. No habló de muerte. Iba a ser algo así como una guerra de territorios,
de posiciones...
“EN SANTA MARTA, LA VIDA TRANSCURRIA EN LOS BILLARES, EN LAS FIESTAS DE LOS
SÁBADOS, ALQUILANDO BOTES EN LA BAHIA, O DONDE LAS ‘NIÑAS’ ”
Jaime era un muchacho normal, común y corriente; un tipo tranquilo pero muy
arriesgado. Cuando íbamos al mar y alquilábamos un bote, él insistía en que teníamos
que llegar hasta El Morro. Yo no quería ir porque me daba miedo y los otros amigos
tampoco, pero él nos decía que no fuéramos tan pendejos, hasta que un día nos
convenció y llegamos hasta El Morro. A él le gustaba el peligro.
De pelao tuvo amores con Alba Labastidas, una morena muy simpaticona. Después estuvo
enamorado de una muchacha que le decían "la Teté", Pero no se puede decir que él fuera
un tipo apasionado, que se enamorara de una pelada para casarse. Él no le paraba bolas
a eso de tener novia. Yo nunca le conocí un amor en serio. Era medio sollao en eso.
Lo levantó a chapa
El Flaco .era un bailarín de primera categoría, era una especie de “fundidor”; así le
decíamos nosotros porque "fundía" a las peladas. Íbamos mucho a los billares, al
Panamerican; ahí jugábamos "buchacara" con toda la barrita y con su hermano Carlos.
Un día estábamos jugando cuando Carlos, su hermano –que era un trompeador de
primera– se agarró con un pelao y lo tenía en el suelo dándole trompadas y en esas llegó
el papá del pelao y le zampó un taco de billar por la cabeza a Carlos y lo dejó privado. Esa
vaina pasó. Otro día estábamos en el café "Red" tomándonos unos tintos con otros amigos
y de pronto llegó el papá del pelao aquel. ¡Entonces Jaime se paró y lo levantó a chapa!
Jaime era tambor mayor en la banda del Liceo Celedón y por eso usaba el cinturón con
una chapa grande. Tuvimos que apartarlo porque, si no, hubiera matado al viejo.
En Santa Marta la vida transcurría en los billares en los bailes de los sábados, alquilando
botes en la bahía y) veces donde "las niñas". Íbamos donde América Pinedo, donde la
Manuela Torres y donde toda esa gente.
Un tipo sincero
Nosotros de política no sabíamos nada. El que nos metió en la política revolucionaría fue
Carlos Romero, cuando empezó sus amores con la Chiqui, la hermana de Jaime. Por la
influencia de él nos metimos en la Juventud Comunista de Santa Marta. La casa del
partido quedaba en "Pescaito", un barrio popular. Nosotros nos reuníamos allá con
Edison López Sierra, amigo de Jaime y en la casa de la vieja Felipa. En esa época a Jaime
no le gustaba ir a las reuniones, era yo el que lo convencía siempre para que fuera.
Después él se fue para. Bogotá y ahí fue que se metió en firme en la militancia de la JUCO
con Manuel Cepeda y con Carlos Romero. Luego sólo lo veía esporádicamente.
Cuando venía a Santa Marta, siempre conversábamos mucho. Nos íbamos para el
Rodadero y nos sentábamos a hablar y a hablar de política y de todo lo que pasaba en el
país. Jaime era un tipo sincero, un tipo descomplicado, sin problemas; muy humano
siempre. Nunca le gustó el chisme. Le gustaba mucho la lectura. El leía mucho, desde
pelao leía más de literatura que de política.
Cuando niños, yo era la princesa y ellos, mis hermanos, los vasallos. Desde el accidente
de Jaime, mi mamá le empezó a -tener gran consideración. Desde ese momento Jaime fue
un consentido. Pero a él no le hizo daño eso. Cuando era niño se burlaba de todo. Para él
no había nada serio, hasta que conoció a Carlos Romero y se volvió comunista. Cuando
yo andaba ennoviada con Carlos Romero y me dijeron que era comunista ¡uy!, a mi me
pareció tan trágico eso, porque la idea que yo tenía era que los comunistas comían niños.
Era en 1956; cuando los libros marxistas se enterraban. Yo me acuerdo que cuando
Carlos Romero mandaba libros de la Argentina, los enterrábamos. Uno tenía la idea de
que si le encontraban un libro de esos a uno, iba para la cárcel. Entonces uno hacía un
hueco, envolvía el libro en plástico y lo enterraba. Carlos Romero llega a Santa Marta y
comienza a hacer unas reuniones con la gente del Liceo Celedón. Jaime Bateman
escucha. Después llega al Liceo y se vuelve líder estudiantil. De ahí parte, pero él nunca
quiso aceptar que fue por Carlos Romero que se volvió comunista.
Jaime era un tipo especial. Mi mamá le decía: "Deja eso, deja el partido. Vente para acá.
Yo te compro una finca. Yo vendo la casa y haces plata". Él le respondía: "Mientras haya
un niño muerto de hambre en Colombia, yo tengo que estar en esto".
Decían que tenía amores con Alba la Bandida. Jaime prefería tener novias entre las
peladas de por allá, de los barrios. Mientras su hermano, Carlos Bateman, tenía su
noviecita de clase media, las novias de Jaime Bateman no se podían mostrar. No estaban
en el colegio donde uno estudiaba. No vivían en la misma calle, Carlos Bateman se ponía
Un Tiburón
Él tenía una pandilla. Era de pandilla y de mar; sobre todo de mar. Con su pierna enferma
y todo, vivía metido en el mar. Una vez le pusieron las sillas para el velorio porque
encontraron el pantalón y los zapatos en la playa y no lo encontraron a él. La gente lo
daba por muerto. Lo encontraron en El Ancón, más allá de los muelles.
Y él se reía
Entre Jaime y yo había una gran coincidencia: era un hermano que se parece a uno en su
modo de ser y en su modo de ver la vida. Nos entendíamos bien, pero estaba Romero de
por medio y Jaime no gustaba de Carlos Romero.
Yo intuía cuando él tenía problemas serios. Cuando lo veía llegar, yo me decía: algo le
pasó, algo tiene. Empezaba a dar vueltas, vueltas y vueltas. El día que se robó la espada
vino, se sentó a ver televisión conmigo y comenzaron a pasar la noticia sobre el robo de
la espada. Entonces yo dije: "Estos estúpidos. Ahora dizque la pelea es con espada. ¡Uy!,
pero es que si son... ¿Quiénes serían los bobos, brutos, esos que se robaron esa
espada?". Y él se reía y se reía.
Cuando lo expulsaron del partido vino y se sentó: “¡Acabo de hablar con Gilberto y me van
a expulsar del partido!" Esa vaina sí que le dolió a Jaime Bateman. Nunca había visto una
cosa que le doliera más. Yo pienso que de ahí en adelante él quiso ver todo desde otro
lado. A mí me parece que lo mejor de Jaime Bateman es eso, una manera crítica de verlo
todo. Dijo que si no se podía con el partido, había que buscar otro camino. Empezó a
buscarlo por el lado de los Tupamaros; quería ensayar en este país algo... algo que
moviera esto.
Mientras el Eme se convirtió en, un movimiento, Jaime vivió tiempos muy duros. Robó
carros, hizo de todo. Yo no entiendo cómo no se descompone. Para cualquiera hubiera
podido ser un proceso de descomposición: ¡Tengo plata! ¡Tengo dinero! ¡Puedo hacer lo
que quiero! ¡Qué revolución ni qué miércoles!
Nunca tenía ni cinco centavos y andaba con millones. Su mujer pasaba trabajos; pero
para él, la plata que conseguían cuándo robaban o como fuera, esa plata era sagrada.
Una vez me trajo unos campesinos a la casa y me pidió prestada la máquina de coser. Yo
me asomé y les estaba cosiendo las armas en el cuerpo a los tipos. ¡En mi casa! Por eso
le tenía miedo, porque era de una locura increíble.
La acción más audaz de Jaime fue la del Cantón Norte. Una verraquera, y se le ocurrió a
él. Su mujer me contó cómo había sido eso. Iban en su carro, un renolcilo verde, y
pasaron frente al Cantón, cuando se le ocurrió: "Yo creo que a esa vaina se puede entrar".
Y empezó a dar vueltas y a buscar qué calle era la que quedaba más cerca del lugar.
Después se buscó un ingeniero y lo planeó todo. Con ese operativo Jaime hirió el honor
de los militares. Cuando los militares entraron y encontraron las banderas y las
consignas del M-19, casi les da un infarto. Como si uno se cuida de los ladrones y de
pronto el ladrón se te lleva todo y te deja debajo de la almohada un recadito... Te mueres
de la rabia...
Es el hijo de ella
Jaime sufría de mamitis. Jamás le escribía cartas, pero con cualquier persona le
mandaba razones. Para mi mamá, para una costeña, cuando un hijo se le pierde,
entonces ese es el hijo de ella. Mi mamá dice que al que ella más quiere es al que más la
necesita. Vivía siempre muy pendiente de él. Sus relaciones se estrecharon mucho cuando
ella adoptó una actitud de defensa política de él.
Yo a Jaime y a Carlos Bateman los conocí estando pequeñitos. Aparte de ser coterráneos
y paisanos, concurríamos mucho a Bellavista, la playa que está ubicada al pie del río
Manglares, en la desembocadura del río Magdalena. A tres cuadras se encontraba el
famoso campo de los gringos de la United Fruit Company. Era un coto vedado. ¿Por qué?
Porque ahí quedaban los campos de golf de los directivos de la compañía y, además,
estaban las grandes antenas de comunicación que utilizaba la United Fruit Company.
Circundando aquello, se encontraba la casa de ellos, de Clementina.
Luego entramos a la pubertad, la adolescencia, que fue cuando más nos identificamos en
aquel circulo gregario que se llamaba la barra, la rosca del colegio. Allí nos vinimos a
conocer desde el punto de vista del carácter de cada uno. Carlos era el más echado para
adelante.
Eran tiempos cuando el machismo nuestro, muy andaluz por cierto, tenía que resaltarse.
Si jugábamos fútbol, por ejemplo, partido que no terminara en una peleadera, no era
partido. Si jugábamos béisbol, otro tanto. Capar clase significaba bañarse en el mar,
coger mangos, comer jobo, hacer maldades, joder la vida. Eso era lo que disfrutábamos.
En ese momento el grupo nuestro se extendía a unos diez o doce muchachos y Bateman
hacía parte de él. Jaime era una persona grata y simpática. Era un niño formal en cierta
forma; ya era "el mentalista" desde el punto de vista de la previsión de qué deberíamos
hacer, o qué no. Lo teníamos que sancionar, bajo el término de que era un pendejo o un
tonto, sólo porque meditaba, porque era precavido. Lo que me llamaba a mí la atención
era que Jaime nos acompañaba siempre, sin importarle esa situación.
Nosotros nos metíamos a los cotos de los gringos con el pretexto de conseguir bolas de
golf, que eran un artículo de lujo para nosotros, o los capullitos o puyas que separan la
bola de golf del césped. No sé si él en algún momento pudo haber servido de caddie a uno
de los gringos.
Hubo un momento histórico. Fue cuando la United ya estaba en vías de retiro del país.
Sobrevinieron una serie de prohibiciones que llegaron inclusive a costarle la vida a un
muchacho de apellido Alemán. Lo que no tengo muy claro es sí sucedió porque el
muchacho se metió en el campo de los gringos y un celador le disparó, o fue por coger
unas naranjas camino al estadio. En todo caso, fue por una de esas picardías nuestras.
En aquel momento aquello se puso bastante drástico. En el entierro se congregó toda la
gente. Fue un momento muy doloroso donde pudo haberse creado una retaliación de
parte nuestra. No se hizo un juicio político contra los gringos, ni nada de eso, pero sí se
echaron vainas. Nosotros seguimos con la idea de volvernos a meter en el coto y así se
hizo.
Movimiento 19 de abril, M-19
Alguna vez en clase de literatura Jaime falló en una frase que era: "Pedro espera en el
zaguán", y él escribió: "Pedro espera en el San Juan"; El profesor tenía una táctica
especial para corregir, que era escribir otra vez la frase correctamente:
De pronto gritó: "¡Carajo, otra vez!", y como tenía una fuerza terrible, con un dedo levantó
en vilo a Jaime y lo colgó de un tabique del tablero. El Flaco era peso aire. Teníamos diez
u once años.
Jaime era retraído para ciertas cosas; sin embargo, en la barra nuestra mostraba su
inteligencia cuando comentábamos de deportes, de juegos o de cine. En eso Jaime
quedaba siempre bien porque era penetrante en sus observaciones, escuchaba a fondo y
sacaba comentarios. Hasta ahí, Jaime era un muchacho con capacidades, pero no
mostraba visos de ser líder o conductor. Para mí, él sufre una transformación. Yo me
resistía a creer en su liderazgo.
Arrancaplumas
En la banca del Camellón, frente al mar, hacíamos en corrillo los comentarios ya eso le
llamábamos "arrancaplumas". Nos sentábamos ahí cuatro o cinco horas a mamar gallo. Si
era de día, bajo el sol, con el propósito de ver pasar las niñas del colegio de La
Presentación, y si era de noche, lo hacíamos para tomar el fresco. Jaime mostraba mucha
inteligencia en los apuntes, le ponía apodos a todo el mundo. Era muy de él acomodar
apodos.
Alguna vez nos pegó un susto tremendo cuando estábamos cogiendo mangos. Se cayó del
palo y se dio un costalazo tremendo. Alguien dijo que a partir de ese momento había
quedado cabezón. La caída fue terrible y Jaime lloró.
4. CONSPIRADOR
“UN CONSPIRADOR EN TODO EL SENTIDO DE LA
PALABRA”
María: El sector era lleno de burdeles y de casas de citas por todos lados. Allá, en esa
zona, teníamos la sede de la Juventud Comunista. El Flaco era un activista estudiantil,
siempre metido compulsivamente en algo, siempre conspirando.
María: Sin embargo, era muy activo, tenía que estar haciendo cosas todo el tiempo.
Generaba una enorme simpatía en la gente más sofisticada y también en la más sencilla.
Tenía la capacidad especial de ser bueno para los unos y para los otros. Era bien recibido
en todos los medios. Desde que lo conocí, parecía que sabía con seguridad para dónde
iba.
La vuelve guerrillera
Álvaro: El que no entendía eso era Cepeda, El siempre pensó que Bateman era un tipo
clave, un tipo cerebral, brillante, que podía dirigir la Juventud Comunista. Yo creía que
no, porque con él en la dirección, la Juventud Comunista hubiera tenido que convertirse
en guerrillera o en un movimiento clandestino armado. Bateman, entre otras cosas, no
fue secretario general de la Juventud Comunista porque en un pleno yo le dije a Cepeda:
"Si usted va a meter a Bateman a dirigir la JUCO, tenga la plena seguridad que la vuelve
guerrillera'. ¡El va para allá, no sea pendejo!"
Álvaro: Con Bateman organizamos las famosas "adelitas", que era comandos urbanos, y la
JPJ, Justicia Patriótica Juvenil. Con el Flaco no se podía hablar sino de la vaina intrépida.
Álvaro: El se va para las FARC —era mucho mejor tenerlo allá—. Ese hombre era un
subversivo todo el tiempo, todo el día; no paraba un minuto de conspirar, no sólo en la
María: El Flaco, con el mismo entusiasmo que bailaba, hacía la guerra. Era un hombre
feliz.
Álvaro: El tipo le ponía salsa a la vaina. Cuando estuvo encargado del regional de Bogotá,
organizó grandes festivales culturales y competencias deportivas. Así se reclutó mucha
gente. Tenía la gran capacidad creativa de inventar siempre cosas nuevas. No sólo desde
el punto de vista de la subversión, sino también de cómo organizar las masas; una
enorme capacidad de trabajo; nunca se cansaba y además vivía cantando. Era sincero. Lo
que pensaba se lo decía a la gente. A nosotros nos quiso mucho. Éramos amigos del alma
los tres, pese a que en su criterio de joven subversivo yo era un hombre de la derecha en
el partido. ¿Qué tal? Claro, en comparación con él, todos éramos de derecha. Yo le decía:
"El Che Guevara era un pobre pingo comparado con usted". Peleábamos mucho también.
Fue esa clase de persona que más que la teoría, lo que le interesaba era conocer a la
gente. Sus libros eran la gente. Nunca fue resentido; sólo, tal vez, con Romero. Pero el
problema no era Carlos políticamente, sino la Chiqui (su hermana), que estaba casada
con él. Era un problema: que tenía mucho de personal. Y, claro, sobre ese asunto el Flaco
le hizo debates interminables a Carlos en la Juventud; sobre lo que él consideraba que
debía ser el comportamiento integral de un comunista.
Cuando regresamos, María y yo, lo que más nos asombró fue constatar cómo el Flaco,
nuestro amigo y compañero, tenía completamente seducida y encantada a la pequeña
burguesía de este país. Claro que también después la asustó. Yo le dije a la gente del
partido que estaba asombrado de la capacidad del M-19 de incrustarse en todas partes. El
Flaco era un hombre muy amplio, muy abierto. Tenía capacidad total de entrega. Por
ejemplo, yo nunca lo vi pelear por un problema de dinero: ¡Jamás! Que le dieran o que no
le dieran. Yo creo que él salía de la casa sin saber si tenía para el bus o no. No pedía
nada, se tomaba las cosas como venían. Cuando salió del bachillerato, que yo lo conocí,
era medio lumpenesco.
María: El problema del Flaco era que, o se mete, a la Juventud Comunista o termina
siendo jugador de billar permanente en los cafés de Bogotá, porque, en realidad, él no
quería estudiar. Hay que reconocer en eso la' sabiduría de un hombre como Manuel
Cepeda, que siempre entendió que ese tipo de gente habla que ganársela. En menos de un
año lo hizo miembro del comité ejecutivo de la Juventud.
El Flaco era muy juvenil. Nosotros establecimos relaciones muy intimas con él. En la
Juventud había dos sectores: uno más fresco en el que estaba el Flaco Bateman, Yira y
Marroco. Y otro, el de los duros: Cepeda, Romero, Alape y Fred Khain. Bateman era la
Nota: Álvaro Marroquín murió el 23 de abril de 1992, día del aniversario de nacimiento
de Jaime Bateman Cayón.
Antes de conocer a Jaime, conocí a "La Chiqui", su hermana, en una fiesta, y después ella
me invitó a la casa a conocer a sus hermanos, a Carlos y a Jaime Bateman, dos jóvenes
que tenían entre 15 y 18 años, quizás menos. De ellos, Jaime era la persona que
despertaba de entrada un sentimiento de amistad en la gente que lo conocía. Se convertía
inmediatamente en amigo de uno. Era gente que tenía fácil comunicación con el recién
llegado. El Flaco estudiaba bachillerato. La primera impresión que tuve fue la de que tenía
dificultades grandes en el colegio. Estudiaba en el Liceo Celedón de Santa Marta y
acababa de ser expulsado por un profesor liberal llamado Alfredo Linares. El Liceo había
sido muy democrático, muy de izquierda. Allí habían estudiado personalidades muy
destacadas; por eso el colegio gozaba de la simpatía y del respeto de quienes estudiamos
allí. La expulsión de Jaime significaba un trauma muy grande para él porque implicaba
que tenía que ir a estudiar a un colegio privado que no tenía el mismo prestigio.
Su madre, Clementina Cayón, reclamaba en voz alta la injusticia que se había, cometido
contra Jaime. Esa fue la forma como lo conocí.
Hombre de mar
Era un hombre de mar. Cuando digo un hombre de mar, me refiero a la tendencia que los
jóvenes de esa época tenían hacia las playas. Joven de mar porque acostumbraba ir de la
orilla al Morro y darle la vuelta a la bahía, un acto bastante intrépido. La mayor parte de
nosotros preferíamos quedarnos nadando a mitad del camino. Él, con toda la naturalidad
del caso, atravesaba la bahía con una facilidad impresionante, con una capacidad y una
resistencia envidiables. Jaime siempre se burló de la muerte; se enfrentaba a las
situaciones más difíciles. Tenía la característica del verdadero joven. Además de ser
audaz, le gustaba la aventura, le gustaba arriesgarlo todo; un hombre de mar, intrépido,
que se reía de la muerte, descomplicado, de fácil acceso a la amistad.
"Ya consulté con el partido y el partido autoriza que se haga el curso, pero piden que dos
compañeros de la dirección asistan". Eran Miguel Ruso y Fermín Montesino.
Hicimos el curso y posteriormente, conversando con Carlos Arias, que era un líder de las
Bananeras, le expliqué que había dictado el cursillo y que había reclutado una cantidad
de jóvenes para la organización y que el partido comunista de Santa Marta lo había
autorizado. "¿Cuál partido comunista? Si allá no hay sino dos comunistas, Miguel Ruso y
Fermín Montesino".
En ese cursillo participaron Jaime Bateman, Carlos Bateman, Sony Caballó, Mauricio
Wasó, Eduardo y Salvador Sánchez, Edison López Sierra, quien fue posteriormente el
secretario político de la Juventud Comunista de Bogotá.
Luego Jaime viajó a Bogotá con nosotros, más o menos en el año 58 ó 59. Vivimos
juntos. El vivía en la casa, terminando el bachillerato y buscando cómo entrar a la
universidad. Apenas ingresó en la Juventud en Bogotá, se convirtió muy rápido en un
activista. Yo diría que da un salto. Él no hablaba mucho en esa época, era muy activo
pero callado.
Ya en Bogotá se convirtió en un hombre que hablaba, que emitía un mensaje, que ganaba
en sociabilidad, que hacía amigos; se convirtió .realmente en el centro de la actividad
juvenil en Bogotá.
Luego se realizó el quinto pleno de la Juventud Comunista, que fue cuando un grupo de
dirigentes de nuestra organización se pasó directamente al Partido Marxista-Leninista,
línea maoísta, encabezado por Francisco Garnica, Uriel Barrera, Alfonso Cuéllar y otros
cuyos nombres no recuerdo. Era un grupo grande.
Y Bateman, que formaba parte del ala izquierda de la Juventud Comunista, por decirlo de
alguna manera, no se fue con ese grupo, a pesar de que tenía afinidades con ellos en
algunas concepciones de las formas de lucha.
La derrota de Jaime
Después me trasladaron a Santa Marta a trabajar en el partido durante casi dos años.
Logramos construir nuevas bases. De pronto, un buen día Gilberto Vieira me llamó y me
dijo: “Mira, Cepeda va a salir de la secretaría general y hemos pensado que tú debes
ocupar ese cargo. Sería bueno que te vinieras a Bogotá nuevamente”. Me tocó hacer
maletas y regresar. Cuando llegué, me enteré de que Jaime aspiraba también a la
secretaría general. En el pleno del comité central se sometieron los dos nombres, el de él
y el mío. Desde luego yo era el hombre del aparato y él salió derrotado en su intento de
llegar a la secretaría general.
La derrota de Jaime se debía más que todo a las prevenciones que existían frente a él
porque formaba parte del ala "izquierdista", que en ese momento pretendía impulsar la
lucha armada.
El tenía mucha acogida porque era un hombre muy popular, muy querido. Sin embargo,
yo tenía una trayectoria muy larga y una influencia muy grande. Bateman no obtuvo sino
un solo voto. En esa época también, como ahora, pesaba mucho lo que decía la dirección
central. El comité central recomendaba que fuera fulano de tal y ese era. El asimiló muy
bien la cosa y pidió cambio de frente. Después, no quiso seguir trabajando en la dirección
de la Juventud y por su propia decisión se vinculó al movimiento armado. De allí en
adelante todo el mundo sabe lo que sucedió. Era un dirigente nato, muy samario. Era
vallenatólogo. A Jaime se le debe la adaptación musical de "La cachucha bacana" a la
canción "Cuba sí, yanquis no". Esa canción recorrió el mundo entero.
Cuando entre a la Juventud Comunista, Jaime Bateman ya era un joven importante que se
distinguía por una gran combatividad y jovialidad. Hicimos una gran amistad y
Tengo recuerdos muy gratos de ese entonces y que marcan la clave de la personalidad del
Flaco. Me parece estarlo viendo en una manifestación que se hizo en solidaridad con la
revolución cubana. En esa época el Colombo-Americano quedaba en la 23 con Carrera 7ª,
y tenía unas vitrinas muy elegantes, llenas de fotografías de ciudades importantes de los
Estados Unidos. Ese día agarraron esa sede a piedra y el Flaco se botó en medio de la
pedrea y derribó los vidrios a patadas. Él siempre que peleaba o que entraba a golpes con
alguien, usaba mucho las piernas, peleaba a patadas. Se hizo un acto de felicitación y
balance de esa manifestación y recuerdo que Manuel Cepeda destacó el valor y la
combatividad de Bateman. Ese era un rasgo de su personalidad: era muy arrojado, tenía
audacia y capacidad para solventar las cosas.
Puso “conejo”
En las luchas al lado de Camilo Torres, antes que éste decidiera abandonar la lucha
política en la ciudad y se fuera a las montañas, una de las personas que estuvo siempre
defendiéndolo fue Bateman. Recibió muchos golpes y nunca se quitó del lado de Camilo
Torres; parecía como si fuera su escolta. Lo fue. Miraba a Camilo como un precursor de
una nueva posibilidad de la izquierda en Colombia.
Bateman tenía algo por dentro, una inquietud permanente. Se le notaba cuando hablaba;
nunca estaba en una sola posición, nunca tenía las manos ni los pies quietos, siempre
estaba haciendo gestos. Era sumamente expresivo cuando hablaba, lo hacía con todo su
cuerpo, con toda su fuerza.
Él dirigió el comité regional de Bogotá. Teníamos una pequeña oficina en la sede del
partido. Las cosas las hacíamos de común acuerdo. Se había conformado un secretariado
de tres personas y él dirigía ese organismo. Para un pleno del comité central de la JUCO,
nos citó para elaborar un material y, la verdad, lo elaboró él solo. El material era
bastante irreverente para esa circunstancia, sumamente radical, beligerante y crítico de
la actividad del partido. Cuando Gilberto Vieira hizo el resumen, expresó que los que
nosotros buscábamos como aliados no se conseguían ni con sotana:. En esa época
Bateman tenía una inmensa capacidad de trabajo y de resistencia física. A pesar de sus
problemas de salud, podía trabajar todo un día, toda una noche y seguir al otro día muy
campante. En el Comité de Solidaridad Sindical, que existía antes de la Confederación, era
muy combativo, organizaba huelgas, paros cívicos y paros nacionales. Se trabajaba
realmente con las uñas. Una vez estuvimos toda la noche imprimiendo propaganda en
mimeógrafo. A las cinco de la mañana terminamos y empezamos a ordenar para salir a
distribuirla. La echamos en cajas de cartón y nos fuimos con los paquetes al hombro. Nos
subimos a los buses a repartir la propaganda y todo el día estuvimos en eso. A las seis o
siete de la noche de ese día se hizo el balance del trabajo y yo me quedé dormido como a
las nueve. Bateman permaneció en la reunión estuvo hasta el final y después se fue a
celebrar con los compañeros hasta la madrugada. Al otro día estaba en pie como si no
hubiera pasado nada. Era de una gran vitalidad y tenía una gran capacidad de trabajo.
Pedía consentimiento
En esa época había un compañero llamado Alfredo Pardo, que pegaba durísimo; era un
peleador tremendo. Cuando estábamos borrachos, para que yo pudiera hacerle las
críticas, el Flaco le agarraba la mano derecha para que no me levantara de un golpe. El
Flaco también tenía sus enredos con las muchachas. Sé que era un hombre muy humano
con ellas. No tenía ningún tipo de machismo, ni era impositivo, era muy condescendiente,
les pedía consentimiento, siendo que en esa época nosotros no lo hacíamos jamás.
Movimiento 19 de abril, M-19
Días antes del cambio, después de que Bateman organizó el M-19, hablé varias veces con
él. Tres días antes del robo de las armas del Cantón Norte nos encontramos de casualidad
en la Carrera 7a. con Calle 72 las 7 de la mañana. Yo venía hacia el Sur y él hacia el
norte. Tenía una chaqueta de cuero; ya no era el Flaco Bateman que conocí, ahora era un
señor corpulento y diferente, pero era el mismo hombre con la misma simpatía y la
misma actitud hacia los que habían sido sus compañeros y amigos. Nunca renegó de eso,
nunca renunció a su pasado. El consideraba que eran etapas de la vida que por mucho
Movimiento 19 de abril, M-19
Bateman estuvo en la escuela del Komsomol en Moscú en el año 1963 con Iván Marino,
Edison López Sierra y Fred Khain.
Nunca creímos la leyenda esa de que Bateman se había ido, con el dinero cuando se
desapareció. Los que Io conocíamos sabíamos que eso no era cierto. La esperanza que
quedaba era que la avioneta hubiera tornado otro rumbo. Teníamos una gran
preocupación y luego una angustia enorme cuando empezamos a saber por los propios
compañeros del Eme que no sabían nada de su paradero. Uno debe reconocer que el
Flaco fue un hombre que abrió una nueva perspectiva para la lucha del pueblo
colombiano y que derrotó con su práctica y con su ejemplo el dogmatismo. Lo que él
predicaba y hacía, hoy son banderas de todos los que se dicen revolucionarios en
Colombia. Fue un precursor de un socialismo de tipo diferente, que se siembra en el
tronco de nuestra nacionalidad, sin copias de ningún lado y sin renunciar a lo que somos.
Esa es la gran lección que Bateman nos dio.
1959. Eran los tiempos. Cuatro años antes, mi familia se había trasladado de Cali a
Bogotá. En esta ciudad ingresé a estudiar mi bachillerato. En 1956, época de lucha
contra la dictadura de Rojas Pinilla, sufrí un accidente en el antiguo parque del Lago
Gaitán y alguna vez el comentario acerca de ese accidente y la forma como al fin se me
Cambio de rostro
En el 59, año del triunfo de la revolución cubana, entré a cursar primero de bachillerato
en el Colegio Aurelio Tobón de la Libre y allí, en el mismo pupitre, conocí a Luis Otero
Cifuentes, quien al igual que el Flaco y yo, había sufrido un accidente de gravedad en la
infancia, al ser atropellado por un camión del Ejército un 11 de noviembre, cerca del
Palacio de San Carlos. Pero a diferencia de los dos, el Flaco nunca pudo totalmente
reponerse de su herida en una pierna causada por un bus en Barranquilla. Pero no sólo
fue la histona de los accidentes lo que en definitiva nos unió a los tres, sino la historia de
los interesantes acontecimientos que se producían a borbotones, cambiándole el rostro al
país y al continente. Historias acerca de pasadas guerras que Lucho se sabía de
memoria, junto a la biografía de Vargas Vila y las más recientes lecturas revolucionarias
que nos llegaban de Cuba o que nos regalaban de sobra en la embajada de ese país. A
Lucho lo hice rápidamente renunciar de las Juventudes del MRL, y ya en las toldas de la
JUCO nos hicimos inseparables para toda la vida intercambiado el estudio con los mítines
que orientaba el querido compañero Hernando González Acosta, quien con el Flaco
Bateman, que estaba responsabilizado de la propaganda, constituía el máximo polo
magnético para los jóvenes que nos afiliamos a la organización comunista.
Bateman fue un gran publicista por la imaginación que tenía, y lo era desde cuando en
abril de 1961 lo encontré en la casa de la JUCO, esa mañana trágica de la invasión a
Cuba, con un sello de caucho, poniéndole con tinta a una cinta de papel engomado a
consigna que decía: "Si los yanquis invaden a Cuba, hallarán la muerte". Papeletas que
fuimos a pegar en las paredes siempre húmedas de Bogotá. Otras veces el Flaco aparecía
en las fiestas y nos decía a las cuatro de la mañana: “Los espero a la seis en la esquina
de la Casa: del Pueblo para subir a los cerros”. Y subíamos a caminar y a leer el
“Reportaje al pie de la horca”, de Fucik. Era la mejor forma de prepararnos para la lucha
que estaba de moda y que sin duda vendría para liberarnos; como había ocurrido en otra
parte.
El Flaco, ante nuestras fallas, se portaba tolerante porque quería hacer de nosotros unos
buenos combatientes y estaba presente en él el ejemplo del Che y de Camilo Cienfuegos,
luchadores cubanos que sin duda pretendía imitar en su ejemplo, pero también tenía algo
muy propio de él y era que, a diferencia de otros, se comportaba con un estilo nuevo. Él y
Hernando conformaban un estilo nuevo, y una amistad revolucionaria que daba confianza
a los que éramos sus compañeros de aventuras. Fue así como se conformó él grupo de
choque de la JUCO, el cual, en octubre de 1962, el mismo día que los Beatles lanzaron su
primer disco, "Let it be", fuimos a Ciudad Techo a arrojarle tomates y huevos podridos a
A finales de 1963 viajó a Cuba un grupo de la JUCO en el cual iba Lucho Otero. A su
regreso, seis meses después, me contó con lujo de detalles sus hazañas en el Escambray
y en marzo del 64 se producía la invasión a Marquetalia, donde encontraría la muerte
Hernando González, el primer mártir de esta generación que irrumpió con tanto fervor en
el ruido del 60. Luego Jaime Bateman también se integraría a las FARC. En la U.RSS,
donde estuvo por un tiempo largo curándose la pierna, coincidió con Luis Otero, quien
estaba allá realizando algunos estudios para poder ser profesional del partido. De sus
visitas al hospital donde se hallaba enfermo el Flaco, se reforzó la entrañable amistad que
siempre los unió, hasta el punto de que Bateman decía que "era el cerebro gris" de su
organización. Cuando el Flaco salió del hospital, viajaron juntos de Moscú a Leningrado y
Lucho contaba que al llegar a esa ciudad habían filmado un documental donde Bateman
había quedado con sus eternos gestos de mamador de gallo.
No puedo decir cuándo fue que el Flaco se volvió serio. Creo que él tampoco lo supo. Ni
cuándo aprendió a pensar políticamente, a utilizar creativamente la teoría aprendida en
los manuales. De la noche a la mañana se convirtió en un brujo y hasta engordó. Se
volvió reconcentrado y a veces se le veía salir por los bolsillos la tristeza. Uno notaba que
tenía arrugado: el sentimiento. Comenzó de pronto a mostrar la parte oculta del costeño,
que era la que no siempre es de baile y alegría. Se había convertido en vallenato antiguo,
de esos que canta, Leandro Díaz.
A él uno lo veía poco. Siempre fue así porque se movía demasiado. La suerte del país no
lo dejaba tranquilo. Iba y venía por el mapa de Colombia como por su casa. Pensaba,
hablaba, organizaba un nuevo proceso revolucionario, el cual marchara acorde con la
naturaleza colombiana. De las cosas que recuerdo de él fue en febrero de 1966, en plena
campaña electoral, en la Feria de Exposición Internacional, donde Carlos Lleras iba a
hablar. Nos reunimos con el Flaco, Lucho, los Carvajalino, para sabotear esa reunión.
Recuerdo que Bateman le cayó encima como un niño a un viejo que portaba una bandera
y ambos rodaron por el suelo disputándose el estandarte. Uno liberal y el otro
adolescente revolucionario. Luego trajo unas bolsitas de "pica pica" que, al arrojarlas
sobre la humanidad del pueblo, todo el mundo cogía las de Villadiego. Más tarde y cuando
Sólo hasta finales de 1969 nos volvimos a encontrar, una tarde de septiembre, cuando
subía hacia el cuarto de Lucho con los pantalones todavía cortos, por encima de los
tobillos. Como yo tenía llave de ese apartamento y Luis Otero no estaba, entramos y nos
pusimos a conversar. Me habló de fundar “Comuneros” y yo de la organización en la que
estaba, los cuales, ante la quiebra de la misma, podíamos llegar a ser parte de sus
sueños. Fue entonces cuando los ligué, a él y a Lucho, con Jaime Galarza, Germán
Lozano, Germán Rojas, "El Chino" García, Pinzón y José Pérez, todos del "FUL-FAL", que
dirigía desde Urabá Mario Giralda Vélez. Estas, para mí, constituyeron las huestes
iniciales de lo que sería posteriormente el famoso M-19.
Cuando regresé a Colombia, me volví a ver con Otero y él me concertó una cita con
Bateman y Ospina en "La Piñata". Allí el Flaco me propuso que trabajara en la impresión
de materiales de su organización. Hasta comienzos del 78 estuve con él, porque no
entendía con suficiente claridad su estilo y postulados para hacer la revolución. Creo que
todo su esfuerzo se orientaba a tratar de ligarse al pueblo y a hacer que éste le
respondiera, cosa que nunca ocurrió, porque mientras el aparato sí funcionaba, Anapo
Socialista representaba un verdadero fracaso. Alguna vez nos dijo que los conceptos
marxistas mal aprendidos nos habían enseñado a automarginarnos de la gente. A veces,
cuando llegaba a visitarnos en la casa donde elaborábamos el periódico, nos decía:
“¡Léanse ‘Cien años de soledad’!”
Hoy, a casi diez años de su muerte, y cuando este Flaco le hace tanta falta a Colombia, lo
saludo con unos versos de Machado: “Si mi pluma valiera tu pistola de Capitán, contento
moriría”.
Jaime Bateman
“IVAN Y EL FLACO SE QUERÍAN MUCHO PORQUE PELEABAN TODOS LOS DÍAS DE LA VIDA”
Yo a él lo quise mucho
Yo en alguna Oportunidad hice una marcha con ellos. Estaba en embarazo de mi segundo
hijo, de Diego Hernán, pero me tuve que quedar en una finquita porque tenía ya siete
meses y me sentí mal. “Bueno, compañera, ¿qué se le ofrece para arriba?”, me
preguntaban los compañeros. “Dígales que estoy bien, que nada todavía, que no ha
nacido el niño, que más bien en qué le podemos ayudar”. Transcurrieron los meses que
faltaban. Un día, cuando menos lo esperaba, llegó el Flaco y yo casi me muero de alegría
porque lo quise como si fuera mi hermano... Él llegó y yo ya tenía mi niño. “¿Qué tuvo?
¿Un niño? ¡Qué bueno! Tenemos que mandarle a decir a Iván que le ofrecemos el niño”.
Me fui con Iván a Venezuela y volví a ver al Flaco cuando ya él se había salido de las FARC
y empezaron los dos a construir el M-19. Entonces estrechamos mucho más la amistad
porque nos visitábamos mucho. El Flaco llegaba a mí casa como si fuera la de él. Llegaba,
comía, dormía. A nosotros nos daba mucha alegría que él llegara. Fue pasando el tiempo
y por ahí en el 70 yo dejé de verlo. Estaban tan ocupados en sus cosas... Una vez Iván
estaba haciendo un trabajo especial en Venezuela, yo estaba embarazada de mi tercer hijo
y el Flaco se creía responsable de mí y me visitaba para saber qué me faltaba. Comía en
mi casa y estaba pendiente de todo. Llegó un 7 de diciembre del 75 a mi casa y me
encontró con los dolores del parto. Entonces se asustó: “¡Hijueputa, me tocó este parto a
mí!” Estuvo ahí pendiente todo el tiempo y me llevó al médico. El médico me examinó y
dijo: “Todavía no es, váyase para su casa. Tiene que caminar mucho”, Y el Flaco se puso
a caminar conmigo, a caminar y a mamar gallo como siempre. “¿Cómo le vas a poner al
niño?” “Iván quiere que lo ponga Camilo Ernesto”. “No, no lo vaya a poner Camilo
Ernesto, hermana, a mí no me gusta ese nombre, póngale cualquier otro nombre, pero no
se deje gobernar así de Iván”, “Ah, bueno, entonces no lo pongo así, pues”. Mis dos hijos
mayores tenían 9 y 10 años; les encantaba que él llegara a la casa porque jugaba y se
tiraba al suelo con ellos y decía que le daba un premio al que fuera capaz de subirlo a la
cama. Jugaba fútbol, parqués, de todo. EI 9 de diciembre llegó Iván y el Flaco le dijo:
“¡Ay!, hermano, siquiera llegó. Aquí le dejo el carro para que movilice a Fanny y yo me
voy en bus”. Y se fue en bus.
Lo recuerdo siempre con mucho cariño porque personas como él hay poquitas en este
mundo. Después vino una etapa muy difícil: el robo de las armas y tantos allanamientos.
Nosotros, detenidos con tanta otra gente. No nos pudimos volver a ver. Después yo viajé a
La Habana en el 81 y me Io volví a encontrar allá varias veces. Él iba a visitarnos
siempre. En esa época lo pude ver con más facilidad y con más tranquilidad, sin miedo de
que lo fueran a coger, de que le fueran hacer algo. Estaba muy, muy pendiente de
nosotros.
Iván y el Flaco se querían mucho porque peleaban todos los días de la vida. Por cualquier
cosita se prendían; peto se querían mucho. Iván hacía mucho caso de lo que Pablo le
decía y él en muchas oportunidades también le hacía caso a Iván.
Jaime era un hombre muy alegre, costeño. Para todo tenía un chiste, todo lo veía con
alegría. Iván era un hombre seco, muy serio. No sé cómo se entendían tan bien. Tal vez
por eso mismo. Cuando la muerte de Baternan, a Iván le dio muy duro. Tan duro, tan
Movimiento 19 de abril, M-19
Se enteró de la muerte del Flaco cuando estaba en el Caquetá, perdido con sus hombres
en la selva y nadie podía encontrarlo para darle la terrible noticia. Llevaba como ocho
meses perdido. Se les habían acabado las pilas y no tenían ni siquiera radio. No habían
escuchado la noticia de la muerte de Jaime. Se mandaron comisiones por diferentes
partes para buscarlos, hasta que los encontraron y Arjaíd les mandó una carta en la que
le contaba a Iván que el Flaco había muerto y que había que prepararse para seguir
adelante.
Iván estuvo enfermo, mal, mal, con la cara paralizada, la boca torcida, por ahí unos
quince días; ya después se fue recuperando, recuperando, pero nunca del todo. Hasta su
propia muerte, Iván Marino no pudo superar la muerte de Jaime. Nunca la superó. Decía:
“Dios mío, ¿por qué se tuvo que morir este tipo, por qué?” Sentía mucho dolor.
Iván le hablaba a todo el mundo del Flaco. A todo el mundo le contaba las anécdotas de
los dos. Por ejemplo, cuando estaban iniciando el M-19, cuando había tan poca gente que
ellos hacían todas las cosas, iban juntos a los operativos. Una vez el Flaco se puso una
peluca porque iban a “trabajar” un banco y al salir corriendo se le cayó la peluca. ¡Iván
siempre contaba eso y se moría de la risa!
Lo vi muy seguido en La Habana. La última vez, a finales de marzo del 83, salió el 7 de
abril exactamente. Ese día fue a despedirse. A las 3 de la mañana tocó la puerta; yo salí,
lo vi y le pregunté: “¿Usted por qué está aquí a estas horas?” “Vengo a despedirme.
Vuelvo dentro ele quince días”. Yo siempre tenía una carta para Iván. “Vine por la carta y
a despedirme”. Le entregué la carta; se estuvo un rato, por ahí unos cuarenta minutos.
Mis hijos estaban dormidos. Le recomendé que se cuidara, que de pronto lo mataban.
“Tranquila, tranquila, a mí no me pasa nada”. Me di cuenta a principios de mayo de que
se había muerto y me dio muy duro, tan duro...
Se mentaron la madre
Recuerdo que Iván y el Flaco tuvieron disgustos, pero nunca delante de mí. Se mentaban
la madre. Iván me contaba por su lado y Jaime también por el otro: “Tuve un disgusto con
ese marido suyo”. A mí nunca me tocó verlos. Yo quería tanto a Jaime que cada vez que
peleaba con mi marido yo le contaba a Jaime y le decía: “Regáñelo, regáñelo porque él le
hace caso a usted”. “Eso no se hace”, le decía. Iván se ponía después bravo conmigo.
“Me hiciste quedar como un zapato delante de Jaime” y yo le contestaba: “¡Para qué
aprenda, carajo!”
Pablo andaba nada más con lo que tenía puesto. Yo le buscaba ropa de Iván, pero los
pantalones le quedaban alquilando, altísimos. A él no le gustaba que yo se los planchara,
que les quitara el quiebre.
Cuando él nos visitaba, para mí y para mis hijos era todo un paseo, pero para Iván era
siempre una reunión. Íbamos a la orilla del rio y hacíamos la comida. Ellos se reunían y
mientras tanto nosotros hacíamos el almuerzo, nos bañábamos y ellos a la reunión, a
planificar. Lo queríamos mucho, mucho.
A la casa de Carlos llegó un hombre alto, inmensamente grande, y preguntó por Mauricio,
Le digo desde la puerta: “No, no está, venga más tarde”, Cuando llega Carlos dice: “pero
Si ese es el jefe del M-19”, “Yo qué iba a saber ni idea quien es ese señor. Ahí comenzó
mi relación con Bateman.
Jaime era un hombre que enamoraba, la gente se enamoraba de él. Había gente que
trabajaba con él sin saber exactamente para qué o por qué. Yo le preguntaba: “¿Cómo
puedes lograr semejante lealtad de la gente?” Tú podías discutir con él y al otro día él te
llamaba a decirte: “Vamos Pa’lante". No sé como hacía, pero estaba pendiente de su
gente.
Cuando el robo de las armas en el Cantón Norte, fue detenida gran parte de la
organización y a nadie se le ocurrió nunca decir cuál era el paradero de Bateman. Nadie
dijo tampoco donde estaba la espada de Bolívar. Eran dos símbolos de la organización.
Uno sentía que no importaba estar preso, porque Jaime estaba afuera y tenía la espada.
La vida sigue
Una vez en Santa Marta nos fuimos a la playa con Helmer, el “ciego” Lara y Boris.
Montamos en una de esas bicicletas acuáticas y en plena altamar empieza Jaime a decir:
“¡Viene el barco pirata!”, y a jugar. Supuestamente íbamos a tener una reunión súper
importante, cerrada, superclandestina, y Jaime jugando todo el tiempo. El “ciego” Lara
estaba furioso porque la gente estaba detenida y era una irresponsabilidad de
comandancia estar jugando en esos momentos. Jaime decía: “El hecho de que la gente
esté detenida no quiere decir que perdamos las ganas de vivir, la vida sigue”.
Otra vez tuvimos una discusión muy violenta. Yo quedé vuelta nada. Al otro día Jaime me
llamó y me dijo: “Bueno, hermana, ¡vamos pa'lante! No ha pasado nada”. O sea, para él
una cosa era la discusión política y otra la cuestión humana, la posibilidad de reír.
Con la historia de que “la revolución es una fiesta” Jaime intentó imprimirle al M-19 un
sello: no debía ser un sacrificio estar en la lucha. El estaba allí por una decisión; además,
con mucha alegría y con mucho amor. Jaime impuso un estilo nuevo en su comandancia.
Te guiaba a vivir la vida con mucha alegría, no a la tragedia.
Cuando estaba embarazada Jaime dejaba todo para que yo me alimentara; él dignificaba
la organización. Cuando Jaime muere, comienza el vacío, un vacío violento.
Una vez le tocó sancionar a Carlos y después de que explicó por qué había que
sancionarlo me llamó, porque sabía que yo estaba confundida, y me preguntó: “¿Tú qué
piensas?” Se preocupaba mucho de cómo podría afectarme la sanción.
En algún momento se sintió cansado en la última época. Estaba preocupado. Era la época
en que le tocó solo con la organización. Decía: “Me siento acompañado porque salió la
dirigencia de la cárcel y ya no tengo que tomar las decisiones tan solo. Hemos intentado
por todos los medios hacer un diálogo. ¿Nos vamos para la guerra? ¿Cómo será esta
guerra? ¿Más humana?” Siempre estaba dispuesto a compartir las decisiones que
tomaba; buscaba el consenso. Proponía una guerra como un último esfuerzo, el esfuerzo
de convencer al país de un diálogo.
Nos estaba pidiendo que lo entendiéramos. Decía que teníamos que llegar con mucha
seriedad a dar el paso de la guerra para buscar otra salida. Estábamos hablando de ir a
la guerra, pero como una búsqueda de diálogo. Insistía mucho en ese tema. Se murió en
la búsqueda de diálogo. Andaba muy preocupado con el relevo del Eme. “¿Te preocupas
por eso?”, le pregunté. “¿Qué pasa si yo no estoy? ¿Quién lo va a asumir?”, decía. Cuando
te comienzas a preguntar eso es porque sientes que algo puede pasar. Eso me impresionó
mucho. “¿Por qué esa preocupación?” Necesitaba que lo entendiéramos.
Nuestra relación no fue muy larga, pero fue muy especial. Para Carlos la imagen de Jaime
fue muy importante. Él decía: “Nosotros no podemos perder la frescura que tenía Jaime.
Las imágenes que tengo del Flaco son muy vagas. Sin embargo, algunas las tengo muy
presentes. Me acuerdo que el Flaco iba siempre a la casa y mi abuelita criticaba mucho a
los amigos de mi papá pero el Flaco era diferente. Nosotros le decíamos Tío Flaco. Mi
abuela cocinaba. Mataba gallina y preparaba todo lo mejor cuando él llegaba. Siempre se
ponía a jugar con nosotros, era muy juguetón, cogía a mi hermano de un brazo y a mí del
otro y como él era tan grande – o por lo menos nosotros lo veíamos altísimo–, nos
levantaba. Casi que le pegaba con la cabeza a la lámpara. Nosotros éramos una familia
muy pequeñita y lo veíamos a él como un supertipo. Nos reíamos mucho porque él tenía
una risa muy contagiosa.
¡Siempre que jugábamos con él nos reíamos como unas pelotas! Jugábamos muy chévere.
Al Flaco le gustaban mucho las novelas y a mi papá no; para él eso era algo terrible. Él,
mi papá, como buen paisa, era muy machista. Al Flaco le encantaban las novelas y a
nosotros nos gustaba verlas con él. Nos poníamos a ver televisión y el Flaco se reía, ¡jua!
¡jua! ¡jua!, y se burlaba de los actores y de todo lo que pasaba.
Bajó viringo
El Flaco era muy espontáneo, todo lo hacía con una gran locura. Esa locura era lo que
hacía que todo el mundo lo quisiera tanto. Un día fuimos a un paseo –por allá como en el
76 ó 77– a un rio. Estaban mi papá y mi mamá y el Flaco se tiraba, subía un kilómetro
río arriba y regresaba bajando. Y cuando llegaba, salía y le preguntaba a mi papá cuánto
se había demorado. Mi papá le decía: “Se demoró tanto”. Volvía y subía: “¿Cuánto me
demoré esta vez?”. “No, tanto”. Entonces el Flaco de golpe dijo: “Me voy a quitar la
pantaloneta”, y bajó viringo. La llevaba en la mano y se le cayó; entonces siguió bajando
derecho. Nosotros no supimos por qué, hasta que hacía señas –era un río que le daba a
uno por las rodillas y el Flaco hágale señas a mi papá–. No sabíamos qué pasaba y era
que el hombre estaba en pelota allá abajo. ¡Qué risa! Y entonces mi papá le dijo: “Flaco,
quédese así”, y nos estuvimos mirándolo, río arriba, poquito a poco, tapándose con las
piedras porque estaba en pelota.
La última vez que lo vi en La Habana él llegó como tres meses o cuatro meses después de
nosotros, con toda su alegría. Entonces nos llevó al parque Lenin y ellos se fueron a
rumbiar. El Flaco no tocaba muy bien la tumbadora, pero le encantaba cogerla y darle al
ritmo. Siempre lo teníamos como un tío. Era un tío para nosotros y nosotros vivíamos
Yo nunca lo vi bravo, muy pocas veces. Sólo un día lo vi bravo, después de lo del Cantón,
cuando cogieron presos a un montón de compañeros. Lo vi en Chía o en Tabio y estaba
muy piedro. Fue la única vez que lo vi furioso, piedro, piedro.
Nariz de pinocho
Más anécdotas tengo del Flaco. Una nariz de pinocho. Le gustaban los niños
verracamente. Nos adoraba. Nosotros éramos niños. Dentro de ese combo, los niños más
bien grandecitos éramos Diego y yo; tendríamos diez o doce años. Catalina, Natalia y la
niña de Pizarro, María José, estaban muy bebitas. Entonces con nosotros jugaba más.
Jugaba fútbol, béisbol.
Lo encarretaba a uno
Amplio de pensamiento
La relación con mi papá era de exigencia mutua. Mi papá era un complemento para el
Flaco en toda la actividad clandestina. Mi papá era un organizador, exigente, disciplinado,
un tipo muy convencido de realizar algo ya. Pero lo que complementaba ese dúo eran las
ideas visionarias del Flaco. El Flaco era muy amplio de pensamiento. Por ejemplo, en este
momento que está viviendo Colombia, ver una lista del Eme donde hay liberales y
conservadores muchas personas no lo entienden, pero si nos podemos a mirar lo que
hablaba el Flaco, era el pluralismo en persona, el pluralismo en todo sentido.
Llegaron a la casa y nos contaron que el Flaco ya no estaba. Nos llenamos de tristeza
inmediatamente; pensamos que faltaba el motor. Nos dio mucha tristeza.
Cuando desapareció Pablo, yo tenía dieciséis años. Fue en el 82, pero encontraron los
restos en el 83. Yo tenía dieciséis y estaba estudiando bachillerato en La Habana. Esa vez
mi mamá se quedó muy callada, muy triste. Mi papá no estaba con nosotros, él estaba en
Panamá.
Mi mamá decía: “Eso no es verdad. El hombre debe estar por ahí en otra parte”. Sin
embargo, sucedió y no sabíamos qué hacer. Cuando volví a ver a mí papá, después de la
muerte del Flaco, lo vi muy mal. Estaba triste y sentía que tenía un gran peso sobre sus
hombros, que como que no sabía qué hacer. Él le exigía a la gente que no vieran en él a
Pablo, que él era Iván Marino, un paisa muy diferente, muy disciplinado, que él no sabía
bailar, no sabía charlar igual, no podía ser tan espontáneo, pero que él estaba
convencido como Pablo de ese proyecto que estaban manejando juntos. Me acuerdo que
mi papá no podía dormir. Estaba muy desesperado. Tal vez fue uno de los momentos
donde vi a mi papá más angustiado.
No cabe duda que todos los hombres que surgieron después eran hombres que intentaron
ser tan mágicos como Bateman. Por ejemplo, Pedro Pacho era así, era la copia en la
ternura, en el cariño, Mucha gente ha querido ser así como él; nosotros mismos.
La decisión de escribir este libro tiene que ver en mi caso con la necesidad de despejar
una gran incógnita. Dos imágenes del Flaco que pervivían en mí parecían no tener un
camino de encuentro.
La primera era la de mi tío, el Flaco. Algo lo distinguía de los demás adultos. Tal vez su
cercanía a nuestro mundo de los niños. Creo que nunca tuve una explicación lógica al por
qué de nuestro cariño hacia él. Era una realidad en la que no tenían espacio las dudas.
Yo lo veía como una especie de tío-hermano mayor, que llegaba de repente y con él los
juegos y el desorden. Esta vivencia se enfrentaba con las versiones familiares que lo
catalogaban como el "loco" del paseo. Algunas de estas historias me aterrorizaban, pero
definitivamente no lograban tocar mis sentimientos más profundos hacia él.
Cuando el Flaco llegaba, lo primero que percibías era su olor. No recuerdo haber
conocido a nadie que tuviera un almizcle tan peculiar. Se sentía su olor mucho antes que
su presencia. Me parece verlo llegar, siempre de improviso; entraba directo a la cocina a
raspar el cucayo, luego, subía al cuarto de mi madre y se tendía, cuan largo era, en su
cama. En seguida nos reuníamos a su alrededor, conversando hasta nunca acabar. No sé
qué imán ni qué calor especial nos llevaba a sentirlo el centro de nuestros encuentros.
Me identificaba mucho con él, con su costumbre de chuparse el dedo hasta viejo,
costumbre que compartíamos. Su mujer Esmeralda nos contaba con aire de picardía que
ella había logrado quitarle la maña, aunque no entraba en detalles sobre cuál había sido
su método para conseguirlo.
Interminables discusiones
Una segunda etapa de nuestra relación estuvo marcada por mis primeros pasos en la
Juventud Comunista. Eran las primeras “fiebres” de la política que se me habían subido
en grado sumo. Como era lógico, estaba sumida en una gran confusión. Mirándolo desde
ahora, me asombra que en esa época el Flaco me tomara tan en serio y se permitiera
hasta sulfurarse en interminables discusiones conmigo.
Dos afectos
Un misterio
Cuando ingresé al M-19, dejé de verlo definitivamente. Creo que una especie de pudor
político lo llevaba a no intervenir de ninguna manera en mi militancia en el Movimiento.
6. LA RUPTURA
Angel Beccassino: Se cuenta que usted quería mucho a Bateman, que Bateman fue
secretario suyo.
Manuel Marulanda Vélez: Pues sí. Compañeros, amigos, claro. Imagínese, ¡cómo no! Pues
uno recuerda de Jaime que era un hombre realmente muy carismático, por una parte, y
por otra, un hombre demasiado humanitario y sencillo con todo el mundo. Eso era él. Él
era capaz de quitarse los pantalones para dárselos a otro y quedarse sin pantalones. Eso
era él. Usted era un fumador de cigarrillos y si se quedaba sin cigarrillos él le daba su
paquete. Él era así. ÉI era humanitario. En eso lo conocí yo. Y fuera de eso, compartir
algunas cuestiones de la lucha revolucionaría.
Cambió de ideas
Por muchos aspectos, el Partido Comunista no estuvo de acuerdo con lo de José Raquel
Mercado y se lo hicimos saber a los amigos del Eme, los cuales mantenían cierta relación
con el partido. De todas maneras, nunca se rompieron las relaciones personales entre los
dirigentes del M-19 y el partido comunista. Nosotros tuvimos ocasión de cambiar ideas
con ellos en distintas oportunidades.
En Panamá
Pasó el tiempo y se consideró que era necesario buscar puntos de acuerdo con el M-19 y
aclarar las perspectivas de la lucha revolucionaria. El M-19 acogió la iniciativa y le
propuso al partido comunista una reunión especial. Se realizó en Panamá y fue muy
Importante. Concurrí con el camarada Manuel Cepeda y nos encontramos con Jaime
Bateman, Toledo Plata y Álvaro Fayad. Los compañeros panameños nos organizaron muy
bien la reunión en una casa de campo. Durante dos días hicimos un análisis general de la
situación, de las experiencias y de las perspectivas. Hay que decir que en esa reunión se
aclararon temas y se llegó a un acuerdo general para la actividad política unitaria entre
el M-19 y el partido comunista. Desgraciadamente esa reunión fue en el año en que murió
Jaime y muchas de las conclusiones que se debieron llevar a la práctica se quedaron
truncas. Como un signo trágico está el hecho de que los tres representantes del M-19 que
estuvieron en esa reunión desaparecieron.
Bueno, “el Flaco”, como le decían, era un hombre de una gran inteligencia. Con una
imaginación muy poderosa. Era un hombre dinámico y muy entusiasta en todo lo que se
proponía.
En Moscú
El M-19 no piensa, por ejemplo, actuar contra el partido comunista. Plantea una
perspectiva distinta; en ningún momento podemos decir que el M-19 hizo anticomunismo.
No hay que olvidar que el tema fundamental que enfrentó al M-19 con el movimiento
comunista internacional fue el tema de la paz en el mundo.
Angel Beccassino: Jacobo, el M-19 nace con un grupo de gente que sale de las FARC.
¿Cómo vio usted ese desprendimiento?
Jacobo Arenas: Yo era el jefe de ellos... (carcajada). Yo trabajaba con ellos. Ellos venían,
cuando yo estaba, a rendirme el informe. Y esto es así, y asá, y bueno, muchachos, echen
para adelante. Y plata para dinamita. Tengan plata para dinamita. Porque hay que poner
bombas. (Risas). Yo no tuve problemas con ellos. Yo no fui el de los problemas. Lo que
pasa es que en la lucha se presentan dificultades, problemas, porque hay una parte del
movimiento revolucionario que no está conforme, que no está de acuerdo con la lucha
guerrillera, y esa es una parte bastante considerable, mientras otros quieren irse para el
otro lado. Y eso no es problema de Colombia, sino de todo el mundo donde se presenta
esta clase de lucha. El problema está en el tratamiento que se da a la gente que de todas
maneras quiere empujar la lucha revolucionaria hacia adelante. A los revolucionarios hay
que tratarlos bien. Hay que llegar hasta ellos, hay que discutir, hay que acordar cosas.
Cuando los revolucionarios se sienten maltratados, su respuesta también es el maltrato.
Eso pudo acontecer aquí con ellos. Y no sólo con ellos. Es que de nosotros se han
desprendido otros. Ahora, no se puede decir que de nosotros se desprendió el M-19,
porque no es exactamente así. De nosotros se desprendió fue una comisión que yo dirigía
desde aquí, que era la comisión que dirigía Bateman allá. Entonces se presentaron las
dificultades, los problemas en Bogotá y en otros lugares. Y llegó un momento en que ellos
montaron casa aparte. Y punto.
Jacobo Arenas: Pues, los mejores recuerdos tengo. Porque es que... como él trabajó
conmigo... El era muy joven, y además costeño... entonces él vivía cantando y bailando, y
trabajando así. Era propiamente un costeño enguerrillerado, un caso muy particular.
Ahora ya no, porque ahora hay muchos costeños revolucionarios, guerrilleros y cosas de
esas, pero antes eso era muy difícil. Entonces nosotros éramos ante todo muy buenos
amigos. Él era el brazo derecho mío. Manejábamos la escuela de formación militar.
Vivíamos juntos. Bateman era un hombre muy capaz. Vivíamos por allá escondidos entre
la selva, escribiendo... Todavía tengo este reloj que él me regaló cuando fue a Europa. Y
bueno, estos relojes son como todas las líneas de relojes: esto dura dos o tres años y se
acaba, se acaba el reloj. Pero ésta va cumpliendo 20 años. Este reloj me lo trajo él
cuando fue a Europa, a hacer unas diligencias y a hacerse un tratamiento en la pierna, en
la que tenía un problema... Y cuando, volvió me trajo este reloj. Y le trajo a mi mujer otro,
a la que era mi mujer en esa época. Nos llevábamos muy bien, absolutamente muy bien.
Me entregó el revólver
Más adelante estuvo en Bogotá en labores reservadas, hasta que resolvió retirarse. De allí
surgió el grupo original del M-19. El se retiró del partido, pero antes de retirarse fue
donde yo vivía, me comunicó su decisión y me entregó el revólver y unos documentos. La
situación conflictiva era por la lucha armada. El insistía en que el trabajo del partido
debía ser la lucha armada exclusivamente. Eso hacía parte de las famosas discusiones
que tuvimos en la década del 60 acerca de las vías de la revolución. Creía que la única
No volví a saber de ellos hasta mucho después, cuando efectuamos una reunión en el
norte de Bogotá. Del partido fuimos Cepeda y yo, y del Eme estuvieron Fayad y
Carvajalino; fue después de lo de la embajada dominicana. Llegamos a algunos acuerdos
y de ahí seguimos, después de muchos conflictos, más o menos con una buena relación,
especialmente con Bateman, Fayad, Iván Marino Ospina y los Carvajalino. Mantuvimos una
relación permanente hasta que, debido a la situación de represión contra el M-19,
tuvieron que dispersarse.
Era un hombre muy terco, caprichoso y muy obsesivo con su tesis de que la única
posibilidad de luchar era la cuestión armada; no veía matices en ese sentido, no miraba
los grises en las discusiones y por eso tuvimos puntos de vista diferentes, pero en general
mantuve con él una buena relación personal.
Bateman llegó a la conclusión de que la guerrilla no iba a poder salir del campo, que se
iba a quedar allí. Después de su experiencia creía que había que crear otro movimiento
en la ciudad: la guerrilla urbana, y con esa base empezó a montar el grupo que lo
acompañó, primero dentro del Partido y luego eh la creación del M-19.
El nunca hizo antipartido. No se prestó para hacer fracciones. Lo que pasa es que
sostenía firmemente sus posiciones. Como en todas las organizaciones, hay tendencias,
matices, opiniones y corrientes, pero, fíjense, a él nunca se le acusó de formar
fracciones.
El seguramente se aburrió en el trabajo reservado, que por supuesto era muy difícil y
tedioso. Eso tal vez lo llevó a buscar otros aires. Era un hombre joven, con gran espíritu y
mucha confianza en la acción. Un hombre de gran audacia. Esas eran sus principales
características, que naturalmente lo obligaron a tomar otros caminos. A Bateman nadie
lo retiró del Partido, ni se le expulsó, ni se le sancionó, ni se le hizo ninguna
investigación. El se fue retirando paulatinamente.
Me tocó vivir el proceso de convertir la red urbana de apoyo, en guerrilla urbana. Ese
proceso lo lidera Jaime Bateman Cayón en las FARC. Nosotros nos encargábamos del
periódico y conseguíamos botas, uniformes, cuidábamos los enfermos, conseguíamos los
médicos y las drogas. Era una red de apoyo. Ahí no había acción militar. De pronto
empieza a circular el discurso de Manuel Marulanda Vélez en la segunda conferencia de
Hicimos el robo de la espada de Bolívar creyendo que tendría mucho más despliegue
publicitario la toma del concejo de Bogotá porque en ese momento se planeaba la Avenida
de los Cerros y la administración distrital tenía que despojar de su vivienda a mucha
gente. Creíamos que por eso iba a tener más fuerza la acción del concejo y esa casi pasó
inadvertida. Lo que, la gente recuerda es el robo de la espada de Simón Bolívar. Estas
acciones fueron el 17 de enero de 1974, y con esto nace a la vida pública el M-19.
Nos presentamos como nacionalistas. Nuestro comandante era el general Simón Bolívar y
La Capitana, María Eugenia Rojas. Nos diferenciábamos en ésto de la izquierda tradicional
y planteábamos la guerra como la única salida válida para este país, porque se estaban
cerrando las posibilidades de lucha legal.
En una ocasión Jaime hizo amistad con alguna gente del ELN: Ojeda Awad, Condorito y
Gulliver. Y llegó a tener tan buenas relaciones con ellos, que los lleva a hablar con el
partido comunista para estudiar la posibilidad de una alianza FARC-ELN-M19. Jaime
resuelve entonces que compremos unas armas para obsequiárselas a la dirección del
ELN. Ojeda Awad llevó el mensaje: “Tenemos 200 hombres, armas, 25 millones de pesos,
una buena infraestructura urbana y estamos dispuestos a la desintegración como sigla
para integramos al ELN; todo eso a cambio de que trabajemos juntos por la democracia
en Colombia”. Ojeda Awad va a la reunión y se salvó de que lo fusilaran por haber
cometido el “crimen” de hablar de democracia y unidad. En el ELN no querían saber nada
de Jaime Bateman Cayón ni del M-19, y mucho menos del partido comunista.
Se realiza la Séptima Conferencia Nacional y por primera vez sale un lineamiento claro
del M-19 en lo estratégico: la búsqueda de la democracia. Allí se habló de la pequeña
industria, de que los pequeños productores tenían intereses afines a nosotros en la lucha
por la liberación nacional con los sectores populares.
Almanaque diplomático
El Flaco estadista
Se acordó luego la entrevista con Germán Castro Caycedo. “Flaco, ¿qué vamos a decir?”
“Le tengo una ‘bomba’ a Turbay... Creo que hay que cogerle la caña. Lo que vamos a
decir, al país le va a gustar", contestó. “¿Lo tienes todo resuelto?” “Sí. Tengo claro lo que
voy a decir”. Se hizo la entrevista y la hicimos coincidir con el 19 de abril. Jaime dijo:
“Vamos a resolver los problemas de este país por la vía de la paz. Todavía es posible
salvarnos de una guerra civil. La paz es posible, pero negociada. Es posible solamente si
nos ponemos de acuerdo entre colombianos. A nosotros nos disgusta la guerra. Estamos
en la guerra para buscar la paz. La paz es nuestra bandera fundamental”. En ese
momento descubrí al Flaco como un gran estadista.
Con Fidel
Otra vez Jaime dijo: “Hay que hacer algo para el 19 de abril y pienso que debe ser una
entrevista. Tenemos, los del Comando Superior, que ir a Colombia”. Estaba preparando el
viaje y un día cualquiera: “Lo están buscando de Panamá. Que llame”. “Estamos listos.
Venga por nosotros”, dijo el Flaco. Fui con Toño Escobar Bravo en su avionetica.
Veníamos cuatro: El Flaco, Fayad, Toledo y yo. Llegando a Santa Marta, pasando en el río
Magdalena, hubo un cúmulo muy grande y el avión se bajó mucho. Cuando el avión se
niveló, dice Toño Escobar: “Mierda, se salvó la revolución”
Bateman fue una especie de arcángel San Gabriel que tuvo como función en la década del
60 “anunciar” a un grupo de artistas que en este país se libraba una guerra. Nos habló
de Marquetalia y de Marulanda. Con él muchos intelectuales descubrimos ese otro país
aldeano que buscaba ser reconocido.
Logró asombrarnos. Nos lo presentaron María Arango y Álvaro Marroquín. Ellos eran una
especie de “maestros de ceremonia” de la subversión de los intelectuales. Ponían en
contacto a todo el mundo; nos conectaban, por un lado, con la familia de los Santos de El
Tiempo y, por el otro, por ejemplo, con Bateman, el guerrillero, o con Upegui y las
invasiones del barrio Policarpa, etc.
Uno se debatía entre el país aldeano y el urbano. Yo venía del nadaísmo iconoclasta y
bohemio y a la vez construíamos la Casa de la Cultura, hoy Teatro La Candelaria;
estudiaba historia del arte en los Andes con Martha Traba y no sabía bien lo que quería
hacer en la vida. De modo que, cuando ese hombre nos descubrió ese otro país
subterráneo en las montañas, lo primero que deseé con toda el alma fue irme para allá.
El contexto internacional ayudaba mucho a eso... la revolución cubana sobre todo, y
después Vietnam.
De todas maneras, durante varios años Peggy, mi amiga, y yo trabajamos con Bateman
para una especie de red misteriosa que él manejaba. Allí se movían muchos hilos,
algunos de los cuales apenas ahora con este libro los estoy desenredando.
Hacíamos muchas cosas y corríamos muchos riesgos. Por ejemplo, con él editamos el
primer afiche del Che a los pocos días de su muerte. Era algo muy peligroso. Con él
también editamos una de las primeras obras gráficas de vanguardia; esa obra tenía nada
menos que la cara de Manuel Marulanda: un rostro sumergido en la identidad nacional.
Fue una serigrafía en la que participaron artistas muy importantes. Tenerla en casa era
algo así como una “identificación cultural”. Esa imagen de Manuel estuvo en muchos de
nuestros muros; era también símbolo del encuentro urbano de los intelectuales con ese
otro país de la guerra. La lucha armada en ese momento era más un acto de resistencia.
Muchas zonas campesinas fueron bombardeadas. Y eso legitimó la lucha armada.
El Flaco cada vez se volvió más amigo de nosotros. Era el novio de Peggy y, claro, ella,
más que nadie, quería irse. Lo vendió todo, absolutamente todo lo que tenía y se fue a mi
casa a esperar el día señalado: Subía mucho a Monserrate a “entrenar”, ¡pero el famoso
día señalado nunca llegó! Mientras tanto, el Flaco venía a la casa a deshoras. Y siempre
había espaguetis para él y para todos. Espaguetis Doria de 80 centavos el paquete.
Él llegaba como un loco, con su gabardina tornasol desteñida de tres cuartos, y nos
proponía montones de cosas a la madrugada. Yo me moría del susto y a la vez me sentía
profundamente atraída. Era toda una gran aventura conspirativa.
La tarjeta roja
Una vez llegó a la casa con una metra. Era la primera vez que veíamos de cerca un
artefacto de esos. Nos enseñó parte por parte del aparato. Lo armó allí frente a nuestros
ojos. A mí se me saltaba el corazón. Me impresionó tanto eso, que propusimos después
editar una tarjeta con el dibujo de un fusil y la descripción de cada una de sus partes. Esa
tarjeta roja le llegó a todo el mundo. Iba firmada por Manuel Marulanda de su puño y
letra.
El Flaco iba a teatro, ¡le gustaba cantidades! A veces entraba a las obras ya empezadas y
lo sacábamos sigilosamente antes de terminar. Y venían después las discusiones tenaces.
Lo protegíamos mucho. Nuestra casa era una especie de centro de encuentro y de debate
cultural y político permanente. Allí se quedaba todo el mundo a dormir. Alape nos leía sus
obras durante noches enteras; allí llegaban todos y se discutía de todo: de cocina, de
teatro, de filosofía.
Escuchando al maestro
Una vez Alejandro Obregón, el poeta del óleo, se fue a vivir con Estrellita a un
apartamento contiguo al nuestro. Éramos amigos del alma. Y allí varias veces estuvo el
Flaco hablando con Obregón, escuchándolo. También le presentamos a Feliza Bursztyn, la
escultora, y según supe después, siguieron siendo muy amigos. Otra vez, en el famoso
Cisne, cuando Bateman se iba para el monte le di una patica de conejo. Era un amuleto
para Manuel Marulanda, para que le protegiera la vida, y se la ha protegido, creo...
Luego vino la expulsión de Bateman del partido comunista. Fue algo muy tenaz. Yo, como
muchos otros, me desgarré. Me dolió tanto que se fuera... Estuve tentada a irme con él,
pero no fui capaz. En ese momento yo creía profundamente en el partido, pero por dentro
sabía que con Bateman se iba algo de aquello que, paradójicamente, fue lo que me hizo
comunista.
Se fue y armó su tolda aparte. Uno le reclamaba la falta de coherencia política pero
admiraba secretamente la audacia, la capacidad de riesgo y de innovación del M-19. Pasó
el tiempo y una vez lo vi por la calle huyendo despavorido. ¡Era él, estoy segura! Iba en un
carro gris a toda. Yo tuve que hacerme contra una pared. Nos miramos por un instante de
manera profunda y ansiosa y él siguió por la vida a toda velocidad.
El molde de Bateman
Nos dimos un abrazote y nos invitó a pasar el año nuevo donde su mamá. Nosotros
habíamos estado antes algunas veces de vacaciones donde Clementina, una mujer que fue
el molde de Bateman: tan dulce como él pero mucho más mágica. De ella sacó la audacia
y la “cadena de los afectos” y ese modo de ser tan suyo, entre la dulzura y la firmeza. Le
advertí ese 31 que yo siempre lloraba en los años nuevos, así que debía prepararse para
mis lágrimas. Y, claro, emocionada de verlo ya siendo comandantísimo del M-19, me
emborraché antes de tiempo y me dormí como a las 11 p.m.
¿Sabe lo que hizo el Flaco en asocio de Santiago García? Grabaron en una emisora la
carreta del año nuevo: el “brindis del bohemio” y todas esas cosas cursis que los
sentimentales escuchamos en el año nuevo. Yo estaba dormida a esa hora y me pusieron
la grabación a la madrugada: feliz año y tal. Yo sentí que algo raro estaba pasando y no
lloré esa vez. Me sentí muy desdichada cuando supe que me habían engañado, pero no
lloré. Luego, como siempre, se fue sin despedirse.
¿Quién es Pablo?
Otro día, en San José de Costa Rica, yo salía de la embajada de Nicaragua –la habían
trasladado hacia 24 horas y estábamos varias personas en la puerta, averiguando la
nueva dirección–. Yo organizaba una gira del grupo; eso fue como en el 79, a un año de
la revolución nicaragüense. De golpe, dos hombres vestidos de militares me llamaron por
mi nombre:
"PATRICIA ARIZA, acérquese". Yo no los reconocí, pero me acerqué creyendo que eran
nicas. Uno era Iván Marino Ospina y el otro Helmer Marín. Iván tenía la cara raspada por
las quemaduras del sol y el otro tenía un brazo descompuesto. “Ayúdeme, hermana.
Ayúdeme, por favor; nos perdimos de Pablo”, me dijo Iván. “¿Quién es Pablo?”, le
pregunté. “El Flaco, Pablo es el Flaco y está aquí, ayúdeme”. “Cálmese”, le decía Helmer,
“cálmese, hermano”. Iván me agarraba las manos desesperadamente. Yo estaba con un
compañero de allí que era del partido costarricense.
Por la noche, de pronto, ¿qué veo en la televisión? Al Flaco Bateman de afro, a Iván de
camisa limpia y a Helmer con el brazo enyesado en una rueda de prensa.
Después, en Nicaragua, al terminar una función de “Guadalupe”, recibí una noticia del
Flaco y de Iván. Nos invitaban a hablar con ellos esa misma noche. No pudimos ir porque
salíamos de viaje para León; al regreso fuimos a esa casa, donde había mucha gente del
Eme, pero no estaban ellos. Fue una reunión algo aburrida.
Las lágrimas del año nuevo las vertí dando vueltas y vueltas por las calles de la zona de
La Candelaria cuando tuve la certeza de la muerte de Bateman. No tenía con quién llorar
y por eso salí a caminar solitaria. Ese día le perdoné lo del año nuevo y lo recordé con
mucho afecto, Por eso necesité trabajar en este libro, para devolverle algo del afecto que
le tenía. No estuve de acuerdo contigo, Flaco, pero sé que tú sí entendías y
presupuestabas las divergencias. No fui guerrillera, pero sí teatrera y eso también vale. Si
vivieras, me gustaría debatir contigo.
“ERA UN TRANCE POR ESTAR CAMBIANDO EL PAÍS, O POR LO MENOS POR ESTAR SOÑANDO
EN ESTAR CAMBIÁNDOLO”
Hablar de Bateman es hablar de los sueños de los 60; los sueños en los cuales estuvimos
toda una generación involucrados. La mayoría de esos hombres soñadores han muerto:
Bateman fue pionero de esos sueños. Quizá uno sea como la voz de los sobrevivientes.
Confluyen en la formación de ese sueño tres grandes epicentros: Cali y la violencia de los
años 50, Bucaramanga con la UIS, Bogotá, la FUN y Camilo Torres. En la cultura, los
nadaístas dinamitaban estatuas con sus palabras. En el contexto internacional, la
revolución cubana y la guerra de Vietnam. En los 60 afloran líderes estudiantiles como
Antonio Larrota, hombres de hermosa transparencia como el poeta Leonel Brand, y
Federico Arango. De la piel de todos ellos surge Jaime Bateman Cayón.
Remarco esta idea porque cuando se mira la historia del M-19, se da como un vacío
histórico y no se piensa en los antecedentes. Los orígenes de la insurgencia urbana
devienen del movimiento estudiantil de los 60, con la aparición de gigantescas
manifestaciones y los enfrentamientos permanentes y directos con la policía. Gestábamos
en la ciudad el sueño libertario, a pesar de los fracasos y los sacrificios de hombres
como Antonio Larrota y Federico Arango. Allí están los orígenes del acercamiento entre la
montaña y la ciudad, en la resistencia en Marquetalia, en el surgimiento de los Elenos. La
defensa de Marquetalia se convierte en un sentimiento nacional, que moviliza el país, que
define la vida de mucha gente. Era talla actitud de compromiso de esta generación, que
de manera muy ilusoria se crea la utopía de las llamadas “repúblicas independientes” en
las universidades, y de hecho, se decretaba a ultranza la autonomía universitaria. En la
Universidad Nacional, por ejemplo, llega a decretarse en una asamblea que a sus predios
no podía entrar la tropa, porque su espacio era ya una “república independiente”. En la
Juventud Comunista, tanto en su dirección como en su base, estábamos dispuestos a
llegar hasta las últimas consecuencias para realizar los sueños de la montaña, de la selva
y la revolución.
Recuerdo dos grandes momentos: una reunión del comité ejecutivo de la Juventud
Comunista y mi despedida del Flaco. Bateman no hacia parte del ejecutivo, aunque era ya
dirigente de la JUCO en Bogotá. Se discutía un asunto definitivo. Se discutía nada menos
que quién iba a ser el cuadro de la Juco que acompañaría a Jacobo Arenas a Marquetalia.
Éramos siete en la reunión y en la votación cada uno obtuvo un voto, ¡el suyo propio! Ese
era el sentido de vida de esa generación.
Se había creado en ese momento, como dije antes, un sentimiento de solidaridad con
Marquetalia, que se expresaba en manifestaciones en los barrios, en los colegios y
universidades, en las fábricas. Marquetalia era un hito que pesaba en nuestra conciencia
y en nuestras decisiones. Quien definió la votación fue Manuel Cepeda. Se consideró que
la persona más adecuada, incluso por su fortaleza física, era Hernando González y él fue
el escogido, después de una gran discusión.
Hernando tenía una particularidad que influyó mucho en Bateman. Era un hombre que
hacía la actividad revolucionaria de manera muy humana, sin amarguras, en forma
festiva. Esa actitud la heredó el Flaco.
Participábamos en las peleas callejeras, peleas directas con la policía. Las primeras
peleas callejeras las lideraron Hernando y el Flaco contra los “gusanos” cubanos que
llegaron a Bogotá. Verdaderos enfrentamientos con cadenas y palos. A Hernando nunca
se le apagaba el humor. Cuando se enfrentaban él y el Flaco con la policía, era todo un
goce. Para ellos, la actividad revolucionaria era como el trance en que se piensa que se
está cambiando el país, o por lo menos se sueña con estar cambiándolo. Era todo una
fiesta. Bateman organizaba manifestaciones, enfrentaba la lucha callejera con la policía,
inventaba formas novedosas de propaganda. Era de una personalidad atrayente, en la que
confluían muchos ríos: capacidad de alegría, hondura en la amistad, transparencia en la
ternura.
Los bomberos
“Hola, comemierda”
Una vez nos metimos una borrachera en la casa de los Marrocos para despedir al Flaco
que viajaba para Moscú, en el año 64. El Flaco tenía que llevarse al otro día 150 fotos de
Marquetalia, para su divulgación y el trabajo internacional de solidaridad. Yo, como
responsable de propaganda, debía entregarle las fotos en el aeropuerto. Pero fue de tal
alcance la borrachera, que al día siguiente me despierta por teléfono la voz jodona del
Flaco: “¡Las fotos!” Cuando llegué en el carro al aeropuerto, el avión con el Flaco había
partido rumbo a Miami, La gente que le organizó el viaje al Flaco no lo mandó por la vía
acostumbrada en esa época, Bogotá-Caracas-Madrid-Ámsterdam-Moscú, y el Flaco terminó
con sus grandes zancadas en Miami. Y en el aeropuerto, por supuesto, lo estaba
esperando la inteligencia norteamericana: un par de policías, más grandes, más altos y,
lógicamente, más fornidos que él. Lo cargaron en vilo y en vilo lo desnudaron en una
requisa hasta de sus huesos. Lo putiaron, le mandaron un par de cubanas que lo
maltrataron con la ferocidad de su vocabulario. Claro que no le encontraron nada porque
yo fui lo suficientemente irresponsable para no alcanzar a llevarle los materiales. Lo
deportaron de inmediato a Panamá y de Panamá a Medellín. Estábamos en una asamblea
en la Universidad Nacional, cuando de pronto oigo la voz del Flaco como golpeándome la
espalda: “Hola, comemierda...” Y veo al Flaco desde su altura, muerto de la risa al contar
la historia de cómo lo había salvado mi irresponsabilidad. A más de putear a la gente,
tenía sentido del humor y sabía que esas cosas sucedían.
“Ahí le dejo a su hija, casada... “ Le dio un abrazo a la madre besó tiernamente a Tania.
Luego, muy seguro de sí, fue donde Cepeda y le dijo: “Compañero, usted perdió un
miembro del comité central” ¡Pero la compañera se casó! La influencia costeña entró a
cambiarnos, a darnos otra dinámica más libertaria... más alegre.
Cerraba filas
Dentro del comité ejecutivo de la JUCO se gesta un grupo fraccional en que estaban Uriel
Barrera, Francisco Garnica, dirigente del Valle, y López Sierra, muy amigo del flaco
Bateman. Es una época de expulsiones de quienes estaban metidos en actividades
fracciona listas, al pretender crear un nuevo tipo de guerrilla, distinto a los llamados
grupos de autodefensa, como Marquetalia y Riochiquito, según ellos. López Sierra tuvo
una muerte muy triste, murió vinculado a la mafia en la Costa. El Flaco era un hombre de
organización y de partido y, ante una situación de esa naturaleza, cerraba filas, inclusive
frente a amigos muy personales como López Sierra, que era de su propia barriada. En ese
entonces el Flaco era el responsable de la JUCO en Bogotá.
En febrero del 66 se constituyen las FARC. Asisten los hombres que vienen con Marulanda
y Jacobo Arenas de Riochiquito, lo mismo que los combatientes de Guayabero y el 26 de
Septiembre. Cuentan que el Flaco Bateman llegó a la conferencia constitutiva con una
indumentaria muy folklórica. Tan alto que era, aparece con su sombrero de gringo,
binóculos de expedicionario colgados al cuello, una cámara de fotografía colgada del
hombre derecho y una pistola, cuya chapuza le llegaba hasta las rodillas. Lo que menos
parecía era un guerrillero. En la conferencia conoció a Ciro Trujillo, quien lo nombró su
secretario. El Flaco se va con Ciro para el Quindío. En la región se encuentran con Iván
Marino. El destacamento de Ciro y el Flaco fracasa por problemas de indisciplina y el
ejército comienza a liquidar paulatinamente al grupo. En pocos meses es un
destacamento en desbandada. Esa experiencia del Quindío debió marcar profundamente
al Flaco y posibilitarle a su vez una doble visión del conflicto campo-ciudad. En los años
70 exactamente dejé de ver a Bateman. Él ya estaba dedicado al trabajo de la comisión
urbana, en que, trabajaba directamente con Jacobo Arenas.
La última vez que lo vi fue en Cuba. Esa vez duré un par de meses en La Habana, invitado
por Fidel mientras él corregía la entrevista para “El Bogotazo”. Recuerdo que fuimos
invitados por García Márquez a su casa en La Habana y como a la media noche del 31 de
diciembre, un cubano dijo que era necesario pasar el año nuevo con los "muchachos".
Cuando hablaron de los “muchachos”, García Márquez me preguntó que si yo me había
visto con el Flaco. Le dije que no había sido posible. “Bueno, lo que pasa es que es difícil
verse con él”, dijo el cubano. Gabo abrió la posibilidad de que me viera con el Flaco. En
Movimiento 19 de abril, M-19
Me paré en su espera cerca de una de las puertas del hotel que dan al malecón y como a
las 7:00 de la noche se detuvo un carro negro. Vi que salió el Flaco con esa su nariz de
corcho al tratar de sacar una de sus piernas por encima del auto y gritaba, como si
estuviera en los años 60 en la Plaza de Bolívar. Con él se bajó Otero. Después del abrazo,
le dije: “¿A dónde vamos a Conversar?” “Aquí en el hotel”, respondió. “La orden es irnos
a otra parte”, repliqué, “No, aquí en el hotel”. Nos metimos al bar y conversamos de
seguido hasta el día siguiente. Fue una conversación en que se trata de aprisionar el
tiempo bajo las imágenes de los recuerdos. Había algo en él como de no poder hablar por
una preocupación profunda. Lo sentía muy nervioso. A cada instante se golpeaba la
palma de la mano con el puño de la otra. Pero no cesaba de hacer bromas y de reír a
grandes carcajadas.
A Bateman lo conocí a fines de los años 60 en la montaña. Él llegó a una escuela que
teníamos, donde venían muchos de los guerrilleros de las FARC, de los auxiliares. Lo que
me impactó de Bateman era que era “antirrevolucionario” para esa época. Un personaje
zafado de toda línea, de todo dogma, muy versátil y muy fabuloso. Tenía una crítica
constante a la escuela nuestra, a la escuela del marxismo. Decía que eso era una mierda,
porque allí se había inventado que en el mundo se resolvía todo con la ciencia. Y que eso
era un absurdo, que había muchas cosas que estaban por fuera de la ciencia. Hablaba de
todas las fantasías y de la magia que había en las montañas. Él se interesaba mucho por
recoger esos mitos. Decía que el territorio de la fiesta era la fantasía; le importaba
mucho el mundo de la magia, lo que no se explicaba científicamente. Del lado mío, no era
muy difícil esa discusión porque mi acercamiento al partido comunista fue a través de la
práctica artística, de la conexión con los artistas.
Allí en la escuela Jaime despotricaba contra el marxismo y uno se preguntaba: ¿Por qué
carajo se metió a las FARC? Uno no se lo explicaba... Pizarro e Iván Marino eran
explicables, pero este tipo no tenía nada que ver con el partido comunista. Creo que se
metió allí porque en esa época los intelectuales lo hacían por la influencia francesa... la
influencia nerudiana. Muchos intelectuales estaban metidos en el partido comunista y él
tenía una vinculación con los artistas, con el teatro, con la literatura y la universidad.
Entonces él tenía que meterse allí. Los otros grupos, los Elenos, y los que estaban
surgiendo, no tenían artistas. Yo creo que la cultura fue el camino de entrada de él a la
política, la universidad fue su conexión con la Juventud Comunista. Su afinidad fue por
allí, por la cultura, y eso a mí me impactaba.
"Viaja o muérete"
Fue al primer tipo al que yo le oí decir que había que hacer otra cosa distinta del partido
comunista. Ahora eso es común, ya no tiene ninguna gracia porque ha pasado mucho
Movimiento 19 de abril, M-19
En las montañas era un verraco y en la ciudad era el guerrillero que asaltaba bancos. Se
movía en la ciudad como pez en el agua; muy ágil y muy hábil. Él era las dos cosas.
¿Dónde estaba Bateman? Se desaparecía siempre. Era muy urbano y se sabía guardar en
la ciudad muy fácilmente. Por eso lo expulsaron; no cabía ya en la guerrilla campesina.
Esa fue la causa de la ruptura definitiva; él vino a hacer su trabajo urbano y le dijeron:
“hasta aquí”. Y él quería hacer más y le decían “hasta aquí”. Esas son las razones
filosóficas profundas de la expulsión, de la ruptura con el partido comunista: estaba en
dos cosas a la vez. “Lo que pasa es que hay un grupo de viejitos chuchumecos que no
dejan avanzar”.
“ERA UNA GENERACIÓN QUE QUERÍA JUGARSE RÁPIDAMENTE LA VIDA POR LA REVOLUCIÓN”
Yo no recuerdo en qué fecha conocí a Jaime Bateman. Fue en el momento en que llegaban
a las filas de la Juventud Comunista, desde todo el país; multitudes de jóvenes. Se había
roto la muralla de los gobiernos conservadores y militares y se había comenzado a
producir un ascenso de masas muy grande en el país, un ascenso político. Y la Juventud
Comunista era un punto de referencia. Comenzaron a llegar jóvenes de todo el país y
teníamos una dirección de la juventud Comunista muy alerta. De esa Juventud hacía parte
Carlos Romero, quien acababa de llegar de la Argentina. Hacía parte Carlos Ruiz,
conocido también con el nombre de Alape, Arturo Alape. Hacía parte Yira Castro.
Teníamos otra serie de compañeros como Iván Marino Ospina, en la dirección. Él venía
del Viejo Caldas y se incorporó a la dirección nacional. De Santa Marta nos llegó Jaime
traído por la dirección.
Comenzó a militar en Santa Marta; en eso jugó un papel importante Carlos Romero, en
atraerlo. Era un momento de mucha informalidad... Nosotros creíamos que si no
hacíamos las cosas ya, en el momento, no se harían nunca, y en el fondo teníamos la
razón. Éramos una juventud sumamente peleadora, con una formación política y de la
vida todavía muy precaria, Podíamos decir que era una dirección de provincianos
Movimiento 19 de abril, M-19
El permanecía en Cali, era de la dirección del Valle; después fue asesinado por el ejército;
lo torturaron y le aplicaron la “ley de fuga”. Si me detengo a analizar quiénes eran los
que más simbolizaban la temperatura que había en ese momento en la Juventud
Comunista tendría que mencionar a Jaime Bateman Cayón.
Quien más simbolizaba ese momento era gente como Jaime Bateman, como Hernando
González, como Yira Castro, porque eran sumamente espontáneos; gente que no partía de
bases ideológicas tomadas dogmáticamente, gente muy unida.
Conseguimos después una casa en la 12 con 8a., en un sitio que era conocido con el
nombre de calle del Cartucho; quedaba en una zona sumamente deprimida, llena de
cantinas, de casas de empeño, de prostíbulos. Sin embargo, ese lugar se convirtió en un
punto de referencia. Fue el sitio donde se logró una implantación integral de los sectores
juveniles y populares. En una ocasión, copiando las cosas que veíamos de Cuba,
resolvimos izar una bandera sobre ese lugar y lo anunciamos en “Voz de la Democracia”,
el periódico del partido. Declaramos ese espacio como territorio libre en Bogotá. Esto nos
trajo, con justa razón, muchísimas críticas y problemas.
Conversaba con la gente que venía de provincia y en su archivo mental iba conformando
un arsenal de personas y de personalidades que posteriormente le sirvieron mucho. Esto
no era premeditado, era sencillamente parte de su manera de ser. Posteriormente, y
dentro de la situación en la que nosotros vivíamos –era una juventud sumamente
perseguida, prácticamente todos pasamos por las cárceles, nos detenían una y otra vez,
nos cogían y nos volvían a soltar–, a Jaime se le encomendó organizar el trabajo
clandestino de la Juventud Comunista y lo hizo. Y es ese trabajo clandestino el que le va a
servir como escuela para su actividad posterior y para su relación con la lucha
guerrillera.
Yo lo veía como un joven muy promisorio. Para mí era la evidencia de que era una
persona que respondía de cuerpo entero a lo que era la juventud en ese momento: una
juventud revolucionaria. Entonces se produce la proximidad de él con el padre Camilo
Torres. Jaime es uno de los hombres a quienes designan, yo no sé si fue el partido o la
Juventud, en el trabajo de la protección de Camilo. En eso, muy cerca de él estuvieron
Mario Upegui, Álvaro Marroquín y María Arango.
En una ocasión en que encerraron al padre Camilo en un local de San Victorino, cerca de
la sede del partido en la 13 con 14, Bateman se fajó y peleó físicamente a trompadas en
la defensa del cura. Recibió mucho bolillo. Y debió guardar algunos días de cama por los
golpes que le dieron. La velocidad de ese tiempo el hecho de que todos los días nos
Movimiento 19 de abril, M-19
Yo tuve una reunión con Jaime, no recuerdo en qué año fue. Él quería darme sus
opiniones sobre el partido; opiniones muy críticas sobre la tardanza de actuar del
partido, sobre su pesantez y su falta de sensibilidad. Críticas que después uno oía en
otras bocas, en otros niveles, pero que revelaban su lucidez. Bateman era un hombre que
no simplemente cumplía tareas, sino que elaboraba juicios, iba elaborando una escuela
de lo que era la política en las filas revolucionarias. Yo diría que su disentimiento con el
partido nunca fue desde el punto de vista de la jerarquía; no, era un disentimiento que
nacía porque determinadas actividades que se podían cumplir no se cumplían. Él tenía ya
sus experiencias en el plano de la propaganda, y luego en la actividad clandestina. Su
disentimiento no implicaba que no tuviera claridad política. En la dirección de la Juventud
Comunista se presentó una lucha muy grande alrededor de las posiciones maoístas. De la
noche a la mañana nos encontramos con que había en el seno de la JUCO un trabajo
fraccional del cual hacían parte Francisco Garnica y otros. Fue en el quinto pleno de la
Juventud y recuerdo mucho la posición de Bateman, una posición enormemente
afirmativa y esclarecida sobre una serie de temas que después se han debatido mucho: el
imperialismo y la coexistencia pacífica entre diferentes sistemas. En ese quinto pleno
tuvieron un papel muy importante Bateman y Hernando González. Yo defiendo de él su
carácter de dirigente político.
Viene el año 66 y yo me fui del país. Bateman salió de la dirección de la JUCO y pasó a
trabajar con las FARC en el trabajo logístico. Yo lo vuelvo a ver después en Praga. Me
anunciaron que llegaba; él iba a la escuela de Komsomol. Nos había llevado a Yira y a mí
una garrafa de vino... Nos la tomamos toda y estuvimos hablando toda la noche de
muchos recuerdos. Fue una sesión sumamente interesante. Para esa fecha habían
matado a Hernando González, que fue el hombre a quien nosotros mandamos a
Marquetalia, y en Bateman comenzaba a aparecer la decisión de separarse del partido.
Cuando regresé a Colombia supe de su disentimiento con el partido y de la fundación del
M-19. En esta nueva etapa lo vi varias veces, ya como jefe del M-19, en contactos que
hicimos para intercambiar información, para intercambiar opiniones, para hablar; nos
reuníamos en un restaurante que quedaba en el norte de la ciudad. Él llegaba
aparentemente solo, aparentemente sin guardias.
En todo este proceso las apreciaciones del partido en relación con el M-19 fueron
variando; de una valoración bastante superficial que teníamos sobre el papel del M-19,
comenzó a aparecer una reflexión diferente, liberada de prejuicios. Para hacer un
Quedamos de coordinarnos
Lamentablemente los actores del lado del M-19 ya no existen. Allí quedamos de
coordinarnos. Súbitamente nos llega la noticia: Bateman desapareció. Esa noticia
comenzó a circular poco a poco. La gente no creía. Se consideraba que era una nueva
jugada que había hecho Bateman para poder pasar a un nuevo plano y reaparecer
después. Durante mucho tiempo creímos eso. Hasta que finalmente se confirmó... Dio la
noticia el M-19. Yo estaba en La Habana y me la informó Iván Marino, quien ya era el
nuevo jefe del M-19.
Para concluir esta visión tan incompleta de Bateman, quiero hablar de una imagen que se
me quedó grabada. En una ocasión, en un acto de la JUCO, el orador principal era el
camarada Filiberto Barrero, un hombre de malas pulgas. Bateman había llevado un
tambor. En momentos en que anunciaron a Barrero como orador, empezó a tocar y
Filiberto se enfureció. Yo diría que estas cosas ilustran un poco sobre las diversas
temperaturas que se daban en el partido, y cómo esas diversas temperaturas, esas
diversas concepciones fueron llevando, incluso, a separaciones. Durante mucho tiempo,
estuvimos en la misma polémica de lado y lado, una polémica sumamente bizantina sobre
si las cosas eran así o eran asá. Yo creo que ahora se está viviendo un momento distinto
en el que hay que re-evaluar las personalidades. Y en ese sentido, una de las
personalidades más grandes de Colombia fue Bateman Cayón.
¡VOLVÉ FLACO!
Tenés razón Flaco. Las cosas se cambian actuando en grande, protagonizando barro y
cosmos a cada paso. Con intrepidez, afecto y magia. Por eso dijiste aquella noche
cuando, cuchara en una mano y con la olla en la otra, devorabas el cucayo del arroz: “Si
Bolívar hubiera aspirado únicamente a la presidencia, máximo hubiera alcanzado la
alcaldía de Santa Marta... Y eso”.
Chamán antes que revolucionario acartonado y temeroso del tramo siguiente, domador
lúcido de tornados políticos y prestidigitador de sueños descomunales, dejabas la teoría
para irla sembrando por el camino. Si en el momento la ruta no estaba del todo
delineada, peor para la teoría porque, según vos, siempre tiene que existir la posibilidad
de realizar algo con pasión desbordada, con imaginación a borbotones, sin menudencias
en descomposición ni zancadillas de penumbra.
Por ello te hiciste blindar la vida con una pócima eterna de alegría, de Mar Caribe
rumoroso y traga eses, de recovecos citadinos y laderas andinas. Y cuando fuiste
expulsado de las FARC, ya venias calentando en tu magín un volcán diferente y
tumultuoso, desabrochado y fértil, con el cráter abierto a todo aquel o aquella que no
estuviese perdidamente cuadriculado. Y a medida que fueron saliendo de la guerrilla por
expulsión o deserción Álvaro Fayad, Iván Marino Ospina y Carlos Pizarro, te apoyaste en
su incandescencia estelar para redondear el germen de su itinerario, que sumó en su
cartografía el anhelo de alguna gente de la ANAPO, el amasijo de voluntades de varios
descarrilados con fatiga de “izquierda marxista-leninista” y la frescura irreverente de
otros aún contagiados por grupos o partidos. Así se perfiló un no sabíamos bien qué en
un sí sabíamos dónde y cuándo: Colombia aquí y ahora, guiados por tu atinado
desparpajo de camisa guayabera que impulsó el compañerismo transparente y desterró la
militancia sordomuda, el temor reverencial y la obsecuencia mediocre. La libertad de
disentir fue la bandera, y la capacidad de proponer fue el viento que la mantendría
ondeando con fogosidad.
Luego... ¿te acordás?... con una tarjeta Diners, una campaña publicitaria en los
periódicos de los dueños del ombligo del país y un nombre que Fayad entresacó de la
fecha cuando le birlaron las elecciones debía retornar a su sitio con el pueblo en el
poder. Fue un maravilloso comienzo de este bello lío llamado porvenir.
Pero Flaco, para qué recontar lo que te sabés de memoria. Mejor decirte que tus hijas
están hermosas, Natalia de universitaria (en Quito, hace unos años, entonó en su flauta el
"Himno a la alegría" en tu homenaje) y Catalina, colmando de regocijo sus catorce años.
Ambas son muy vos, cada una a su modo. Porque en eso sí que eras rotundo: en cuidar
que a cada quien lo dejaran con su manera de ser, con sus raíces y valores,
respondiendo por aquello que supiera hacer mejor. “Sólo así las cosas salen bien,
cuando uno las siente como parte propia y no como un implante”, decías, y seguíamos
añadiéndole vallenato (propusiste que "La ley del embudo" fuese el himno del Eme),
Sonora Matancera (de Daniel Santos preferías "El Anacobero") y whisky Sello Rojo al
“Risk” (ese jueguito marca Parker traído por México, que consistía en tomarse con
soldados, tanques y aviones las posiciones del enemigo... o pactar la paz, si las
condiciones eran favorables). Noches de diálogos humeantes con florecimiento de
fantasías en medio del único mandamiento que debía ser respetado con fe de carbonero
mayor: el júbilo de ser amigos y poder estar juntos. Desenguayabes domingueros con
fritanga (y arroz, mucho arroz blanco o de coco para vos) y como remate, una rica
película de humor, pues “yo no le jalo a los Bergman que no hacen más que retorcerle el
cráneo a uno”.
Pero te tenías que subir a esa avioneta de mierda. Íntimamente siempre he creído que
vos sabias, presentías. Porque muy pocos días antes te había dado por recorrer sitios y
amigos que hacía tiempo no veías. Inclusive pediste hablar hasta con compañeros de
bachillerato del Celedón de Santa Marta. Álvaro Fayad contó que hacía apenas dos
semanas habían ido juntos a un cine en Panamá... y que por primera vez en la vida vos
habías hablado de la muerte.
Volvé Flaco. Y que Álvaro, Iván Marino y Carlos empaquen huracanes y regresen. El
multitudinario y fulgurante carnaval que prendieron para danzar con una revolución
querida y nuestra, se asemeja hoya unas empanadas bailables aliñadas con permiso del
patrón... La Paz que parieron para agigantamos nos está enanizando, nos está volviendo
ajenos, en lugar de izarla como la más deslumbrante y colosal de las conquistas, amamos
el atajo del mendrugo, el pequeño apetito personal y la intransigencia caudillista,
perdiendo la sintonía con un país que esperaba tanto de la magia del Eme. Por fortuna
vos, Flaco, pregonabas con insistencia: “Mientras haya un Eme, el proyecto se salva”. Y
en muchos compas todavía no medran la insignificancia ni la inmediatez, como tampoco
la nostalgia ha logrado cariar su tizón de tercos soñadores.
Volvé, Flaco. Vuelvan, así sea a través de otros: toda la vida es tiempo de cambiar los
tiempos.
Nelson.
En una reunión en casa de Álvaro Marroquín y María Arango vi por primera vez al Flaco
Bateman. Durante esa reunión llegó un joven. Recuerdo su imagen en el marco de la
puerta y desde ese primer instante sentí su magnetismo. Allí hablamos largo y como lo
que a mi más me conmovía e impresionaba del partido comunista eran sus luchas
agrarias —la gesta Marquetalia— la conversación estuvo dedicada a ese tema. Él era muy
apasionado y conocedor del asunto y desde el comienzo su amistad va acrecentando mis
inquietudes por la lucha armada.
Al comienzo tuvimos una amistad distante. Nos encontrábamos en los actos del padre
Camilo Torres, o en la universidad, o en algún paseo; y ocasionalmente me llamaba para
invitarme a algún acto o tarea.
El Flaco nos hizo entrar a mí y a Celmira Yepes a El Cisne y nos recomendó que
actuáramos como sí no hubiéramos tenido nada que ver con la que acababa de suceder y
luego se fue. Era la primera acción en que yo me involucraba y estaba muy excitada. La
policía entró al establecimiento. Pasamos de agache. Con este episodio, el Flaco se me
convierte en héroe, es el héroe que me salva y guía.
Varios meses después, María Arango citó a reunión en casa de Diana Mercuri y, al entrar
allí, lo primero que siento son sus ojos, con su brillo de picardía. Fue muy agradable
volverlo a ver y escucharle sus anécdotas del campo y fue esa noche cuando iniciarnos
nuestros amores.
Nuestro romance en su primera etapa fue muy bello. Yo recorría el país entero para
encontrarme; aunque fuera por pocas horas, con él en cualquier hotelito del camino. Con
él aprendí a conocer a Colombia. El Flaco era una persona muy tierna, muy respetuosa de
lo que uno pensaba o hacía. Confiaba mucho en la persona que quería. Había una
comunicación muy intensa. Era un romántico: le encantaba y se recreaba con un bonito
paisaje, con la luna, con un atardecer o con una rosa amarilla.
A su lado, eran muchas las cosas de las cuales uno se enteraba; cosas importantes. Pero
los asuntos absolutamente reservados no se los decía a nadie.
Tenía el problema de la pierna que realmente lo torturaba, pero él, con una fuerza de
voluntad inmensa, trataba de “no pararle balas” o de “mamarle gallo”. También sufría de
dolores de espalda. Recuerdo que una vez, estando en el Quindío con Ciro Trujillo en las
FARC, lo tuvieron que sacar en camilla hasta Armenia.
A raíz de mi relación con él, fui vinculada a los grupos de apoyo de las FARC y a los
trabajos reservados del partido. En estas tareas, tuve contacto con los excombatientes
venezolanos que iban a amnistiarse y a convertirse en un nuevo partida político, el MAS,
liderado por Teodoro Petkof y Pompeyo Márquez. Por eso tuve hospedado a un personaje
llamado Alejandro, quien manejaba todo lo relacionado con la desmovilización de ellos
aquí en Colombia. El Flaco, como permanentemente visitaba mi casa y siempre se
Posteriormente se alojó Tomás Borges, quien estaba muy paranoico y no quería ver
gente. Cuando lo convencí de que hablara con otras personas diferentes a las de la casa,
conoció al Flaco. Allí también se gestaron unas discusiones bastante complicadas, porque
si bien era cierto que estábamos identificados en la lucha armada, los sandinistas eran
muy extremosos y no consideraban válido ningún aspecto de lucha legal. Nosotros en esa
etapa pertenecíamos al partido comunista y defendíamos la combinación de todas las
formas de lucha.
Con el Flaco me tocó vivir de cerca ciertas situaciones bastante complejas, debido a las
distintas tendencias que existían dentro del partido con respecto a lo que debía ser o no
la lucha armada. Una tendencia decía que los grupos armados se debían mantener como
autodefensas y la otra, que éstos debían desarrollarse como guerrilla móvil y abrir
muchos frentes. El Flaco era partidario de la última posición, lo que le trajo muchas
dificultades.
La tendencia, donde estaba el flaco empieza a poner en práctica sus teorías y se van con
Ciro Trujillo para el Quindío. En un combate les fue muy mal y esto puso en peligro toda
la estructura del partido. Por lo tanto, la tendencia contraria se llenó de argumentos.
Empiezan las persecuciones y las acusaciones yen 'toda esta pelea termina expulsado del
partido Iván Marino Ospina, quien era el amigo entrañable del Flaco. Todo esto le dio muy
duro e inclusive pensó retirarse del partido. Jacobo y Marulanda lo mandaron llamar en
esa oportunidad y lo mantuvieron alejado por varios meses. De esta manera el Flaco se
salvó de la expulsión.
El Flaco era un hombre tan de partido que era muy difícil para él romper la regla casi
sagrada del partido de que no se podía tener relación con personas expulsadas. Él tendía
a creer que el partido estaba sobre todas las cosas, aún sobre los sentimientos. Por eso
en esa época hubo un distanciamiento entre el Flaco e Iván Marino, aunque algunos
seguíamos en contacto con Iván. Algún tiempo después, se reencontraron y se revivió la
gran amistad.
Brincaba y saltaba
Al Flaco le gustaba mucho el cine; se veía todas las películas que exhibían en Bogotá o en
el pueblo en que estuviera. Le gustaba mucho el teatro y estuvo muy al tanto del
movimiento que se inicia con Santiago García en los años 60. Hizo muy buena amistad
con mucha gente de ese medio. Una obra de teatro que siempre mencionó fue “Galileo
Galilei”, de Bertolt Brecht, que se presentó en el Colón, dirigida por García. Colaboró con
Movimiento 19 de abril, M-19
Estoy segura que el Flaco se vio todas las exposiciones del Museo de Arte Moderno en el
tiempo que yo trabajé allí. Algunas le impresionaron. “El pensador”, de Rodín. De esa
escultura habló mucho. Lo hizo recapacitar. Le impactó y se identificó con el pintor
español Genovés, que con pequeñas pinceladas hace una serie donde comienza con un
hombre y termina con multitudes. También lo asombró una obra muy interesante de un
artista venezolano, De Soto, que en el hall del segundo piso del Planetario Distrital colgó
miles de cuerditas de plástico, semejando un aguacero tropical, que el visitante debía
penetrar. Cuando el Flaco se enfrentó con esto, bajó a mi oficina y me dijo:
“Acompáñame. No estoy entendiendo nada de lo que estoy viendo”. Realmente al uno
penetrar en ese espacio, las sensaciones eran estupendas, diferentes, nuevas. El Flaco se
gozó esta obra como un niño. Brincaba y saltaba. Iba todos los días a jugar. Cuando la
descolgaron, estuvo triste.
Otra de las exposiciones que le impresionó y que cuestionó fue una en la que se
expusieron las obras de Feliza Bursztyn, llamadas “Las histéricas”. Se trataba de una
serie de mecanismos móviles que se cubrían con sábanas y producían la impresión de ser
parejas copulando. Al mismo tiempo se exhibía una película de Jorge Pinto en el mismo
sentido. Le causó una gran sorpresa y de allí salió inmediatamente a buscar a Feliza. En
esa ocasión discutieron mucho. Durante Un tiempo, él tomó el Planetario como su sede.
Miles de veces entró a ver las estrellas y las constelaciones. Hablaba con el doctor
Garavito, director del Planetario, porque quería profundizar en los mundos lejanos.
Era un visitador permanente de sus amigos. A través de él, nos uníamos; él era el
contacto permanente de todos. Adquirió la costumbre en estas visitas de casa en casa, de
amigo en amigo, de buscarle el sentido a ciertas palabras, su significado profundo y
nuestro. Por ejemplo, lealtad y su diferencia con la fidelidad; democracia y si realmente
existían diferentes democracias. Igualmente lo hacía con las tesis que se debatían. Era la
conceptualización colectiva para desentrañar la esencia. En esta forma, todos nos
sentíamos partícipes. A través de este método, él se alimentaba y nos unía.
Cuando surge el planteamiento de que los grupos de apoyo a las FARC debían irse
convirtiendo en grupos de conspiración armada, empezamos a palpar el interés que había
por hacer parte de la lucha armada en las ciudades. Los guerrilleros nacían silvestres.
Muchos compañeros militantes del partido comenzaron a tener doble militancia. El Flaco
estaba a sus anchas: su trabajo estaba en ascenso y estaba apoyado por un sector
Importante del Ejecutivo, entre éstos, Jacobo.
Como el planteamiento del trabajo armado en las ciudades era una tendencia dentro del
partido y de pronto por cualquier equivocación se enteraron los de tendencia contraria,
se armo nuevamente la “vaca-loca”. Empiezan las acusaciones, las amenazas, los
señalamientos, los espionajes, las expulsiones. Finalmente, varios nos retiramos del
partido.
La salida del Flaco del partido realmente le dolió. Era una persona tan de partido, que
nunca pensó que lo retiraran. El hacía parte de la tendencia que buscaba cambios dentro
del partido, pero nunca se imaginó por fuera del partido. No sabía qué sería de su vida.
Fuimos sus amigos, muchos de sus amigos que estuvimos a su lado en ese momento, los
que lo convencimos de la posibilidad de crear otro trabajo. Nosotros de una u otra forma
también podíamos aportar a la lucha. Había que buscar caminos. Una de las grandes
preocupaciones del Flaco en esa crisis era la situación de los compañeros que se habían
ido a trabajar en las filas de las FARC: Fayad, Pizarro y otros. Todos los contactos con la
guerrilla habían quedado cerrados y se sabía que a ellos también les había caído el “agua
sucia”. No hubo forma de comunicación por mucho tiempo para explicarles.
Estaba “rezado”
El Flaco se convierte en el líder máximo porque era el que logra unificar a todas las
personas que se involucran en la nueva organización en formación, provenientes de
varios sectores políticos y sociales. Era el jefe indiscutible y, como era el jefe, se resolvió
q,ue había que cuidarlo y que por lo tanto no debía participar en acciones. Esto a él no lo
convencía y no siempre lo acataba e inclusive argumentaba que estaba “rezado” y que
Clementina, a través de unos grupos gnósticos, lo protegía. En el operativo de la espada
de Bolívar, en la Quinta de Bolívar, lo único que él debía hacer era estar con un vehículo
a una distancia convenida, donde algunos debíamos abordarlo a la salida de la acción. Él
decidió colocarse mucho más cerca de la Quinta lo cual desorientó a algunos de los
compañeros. Su angustia por los compañeros que hacían parte de la acción y que de
pronto podían correr peligro y su necesidad de estar cerca a la acción, lo llevaron a
incumplir esta parte del plan.
La campaña de la prensa por la expectativa del M-19 se la gozó el Flaco como un niño.
Durante esos días, a todo el mundo le preguntaba, en la calle, donde fuera: “¿Sabe qué es
el M-19?” El era romo el vocero, al igual que la prensa, de esa campaña y de ese nombre.
El Flaco creía en el poder de la publicidad y conocía bastante al respecto. Era una de sus
aficiones y marcó y guió a la organización en ese sentido. Estaba convencido de que con
la publicidad, el nombre del M -19 y sus mensajes penetrarían en las masas en igual
forma que los productos Colgate o Coca-Cola. Se preocupaba por que el volante, folletico,
etc., tuviera un aspecto o forma agradable, distanciándose en esto de lo tradicional en la
izquierda.
En las etapas que viví en San Andrés; el Flaco me escribía y me mantenía al tanto de la
organización. Una vez recibí una carta donde me decía que debía regresar urgentemente.
Cuando llego a Bogotá, acababan de retener a José Raquel Mercado. Se resolvió mi
vinculación a la gerencia de “Mayorías” y a la Anapo Socialista y me fijan sitio de
vivienda.
Un día cualquiera, cuando todavía no había amanecido siento que alguien entra al
apartamento. Como estábamos en una situación tensa, me asusté y al saltar de la cama
me encontré con el Flaco. Era extraña su presencia allí y su cara de angustia. Le
pregunté: “¿Ya?”, y contestó: “Sí”. Estuvimos varias horas conversando y mirando el
futuro a partir de ese hecho. La decisión de ajusticiar a Mercado ya eran palabras
mayores. Dejábamos de ser los muchachos audaces y simpáticos. El hecho de haberle
quitado la vida a un ser humano era su mayor angustia, su mayor preocupación. El
disponer de la vida de otro, lo cuestionaba. Allí conmigo; se descargó y se fue un poco
más tranquilo. Yo nunca quise saber quién disparó.
Desde que empezaron a salir en la prensa algunos artículos sobre Omar Torrijos, el Flaco
se sintió identificado. “¡Por ahí es! Es el camino nacionalista, es la lucha contra el
imperialismo. Ese es nuestro camino. Con ese hombre tenemos que hablar”. Algunos de
los compañeros negaban las posibilidades de Torrijos por ser militar. El Flaco insistía en
que lo importante del hombre eran sus posiciones. No aceptaba el sectarismo con el que
lo querían mirar y siempre estuvo al tanto del proceso de Torrijos. Gaddafi fue otro
personaje con el que se identificó y que lo impactó.
El Flaco se interesó por muchísimas cosas y muchísima gente. Estaba dispuesto a entrar
en contacto con muchas personalidades de las artes y la política, de igual forma que con
personas sencillas y desconocidas. Era la actitud de la persona que necesita “estar en
todo, porque de todo sacaba enseñanzas. Recuerdo largas horas de conversaciones con
una chica que trabajaba en mi casa, que provenía de la región de dominio de Efraín
González. A través de ella, conoció los mitos que se habían tejido alrededor de este
Movimiento 19 de abril, M-19
La última vez que nos vimos fue en una situación muy dramática. Un día se me apareció
el Flaco a la agencia de publicidad donde trabajaba. ¡Estaba en la puerta! Me extrañé de
su presencia física allí. Normalmente mediaba una llamada o una cita. ¿Qué estaría
pasando? Salimos a una cafetería. El Flaco me cuenta que la cosa se iba a poner dura y
que yo debía viajar con Valentina, mi hija, para México. Yo, en ese momento, no estaba
dispuesta a seguir corriendo por todo el país, y menos internacionalizar la locura. Tenía
la responsabilidad de Valentina, que ya era una adolescente; estaba asumiendo ser madre
y mi hija en ese momento me necesitaba. Él insistía en que no me podía quedar
“volando”. Yo me negué. Debido a mi doble nacionalidad, él veía mi situación muy
compleja y peligrosa. En medio del llanto, se tomó la decisión de que no podía volver a
verlo a él ni a ninguno de la organización. En caso de cualquier cosa, yo no los iba a
negar, pero la verdad es que no tenía la menor idea de dónde encontrarlos. ¡No podía
negar los amigos de tantos años! Al Flaco esto le parecía una locura y temía por mí vida.
Mientras lloraba, vi a mi alrededor muchísima gente vestida de negro, también llorando.
Sentí como un presagio. El Flaco no pudo calmarme. Esa cafetería quedaba al lado de la
Funeraria Gaviria y los deudos entraban allí a tomar café. Era la imagen de la muerte.
Para nosotros, el mes de abril siempre tuvo una significación especial: el 23 de abril
cumplía años el Flaco y adoptamos el 19 de abril como nombre de nuestro movimiento.
Todos siempre esperábamos que el Eme se hiciera sentir el 19 de abril o en abril. En abril
de 1983 tenía esa expectativa. Ya me encontraba en Urabá, pero empecé a sentir que el
Flaco venía. Yo siempre había tenido esas premoniciones antes de que apareciera el
Flaco, era como una sensación de sentirlo cerca una especie de telepatía o transmisión
mental. Estaba segura de su pronta presencia y me estaba preparando para eso. Luego
empecé a soñar permanentemente con dos imágenes: la primera, cuando lo conocí —allí
en el marco de la puerta— y la última, en la cafetería. Estos sueños se me fueron
convirtiendo en pesadillas y me despertaba gritando. De un momento a otro,
desaparecieron. No mucho tiempo después, mi madre, que vivía en Cartagena, me llamó a
contarme que había el rumor de que Bateman había muerto. No lo quise creer. Pensé que
era una de las tantas muertes deseadas por el enemigo. Sin embargo, resolví buscar a
algún compañero. Fue triste saber que esos sueños avisaban el final del ciclo de nuestro
amor.
He estado echándole cabeza: ¿Cuándo sería la primera vez que lo vi? Creo que fue en un
enredo, bregando a prender un jeep... No prendía. Tuvimos que empujarlo por una calle.
Tuvimos que empujar él y yo solos. Nunca lo había visto, Al cabo de dos horas de estar
como a tres cuadras de donde debíamos estar, dijo: “¡Maldita sea! por eso es que yo, digo
que no me den carros que no he manejado”. En todo caso, era gasolina lo que le faltaba.
Por fin arrancó y nos fuimos. Ese día quedé con un susto tenaz. Yo era estudiante y era la
primera vez que iba a un operativo. Bateman era uno de los poquitos guerrilleros de
carne y hueso que yo conocía y no era como uno se los imaginaba: que lo sabían hacer
todo, que lo manejaban todo. La cosa era para morirse de la risa. La palabra de moda
para él en ese momento era imponderable. “Esos son los imponderables que hay que
prever”. Esa fue la primera vez que lo vi y me pareció muy, muy gracioso. Yo antes había
conocido a Iván, que era otro cuento: calmadito y callado. Y el Flaco era otro paseo: hable
y joda y mame gallo... Yo duré mucho tiempo en aterrizar porque venía de esos grupos
camilistas, muy ordenaditos, muy juiciosos, con mucha mentalidad cristiana. Venía
acostumbrado a ese sectarismo.
La pañalera
El Flaco andaba armado a toda hora. Uno le preguntaba: “¿A usted no lo paran en la
calle?”, y él contestaba que nunca lo paraban; o que si lo paraban, no le encontraban el
arma, ni lo esculcaban. A uno sí lo paraban y le pedían papeles, y era por la actitud... Al
cabo de los años uno descubre que era eso, la actitud.
Yo vivía en esa época en el apartamento con el Flaco. Una vez llegó a casa con mucha
piedra. Contó que iban en un jeep y se encontraron un retén; entonces él sacó la pistola y
la echó en la pañalera de la niña que venía detrás. Pasaron el retén, no los pararon. ¡Y en
un semáforo donde se detuvieron les robaron la pañalera con la pistola! ¡Huy!, ¡qué
piedra tan hijueputa!!... “¿Por qué metí esa vaina allá?”; decía. Pero también le dio
mucha risa.
El censo
Otro momento que para mí fue muy bonito fue durante una semana que pasamos en el
apartamento Iván, el Flaco y yo, La mujer del Flaco se había ido con las niñas para Santa
Marta y nos quedamos ahí. Fue por la época del censo, en el setenta y pico, y, por
supuesto, nos censaron. Estuvimos toda una noche preparando el tal censo, pensando: si
el pobre sardina de bachillerato preguntaba: “¿Quién vive en esta casa?”, teníamos que
tener todas las respuestas bien preparaditas, Yo no me acuerdo al fin quién dio toda la
información pertinente, pero lo bueno de ese cuento es que en esa semana nadie en esa
casa lavó un plato. Era todo basura. Iván Marino todos los días alegaba por el desorden,
pero tampoco hacía nada... y decía: “¿Por qué no lavamos los platos? No se puede vivir
así… si pasa algo aquí en este desorden, ¿qué hacemos?” No había plata para hacer
Movimiento 19 de abril, M-19
El Flaco creía mucho en la gente y eso para uno era muy importante. Uno se veía
asumiendo responsabilidades muy grandes y ahora uno se pregunta: ¿por qué? Era
simplemente que nos daba confianza y uno hacía las cosas y las hacía, mal o bien o lo
que fuera, pero las hacía. Lo otro que me impresionó siempre era esa actitud de no estar
haciéndole juicios a la gente. Juicios en ningún sentido, pues el que la cagaba, la cagaba
y siga; nunca nadie fue “ajusticiado”. El Flaco no era un comandante en el sentido de que
uno tuviera que deberle sagrado respeto. Era un tipo muy distinto a todos esos
estereotipos que se habían conformado en los años 70 de lo que era un guerrillero, de lo
que era un revolucionario, de lo que era un mamerto, de lo que era un ML. Había todo un
mito. Y eso no encajaba para nada en la imagen que uno veía del Flaco. No sabía de todo.
No daba cartilla. No estaba en plan de dar lecciones a toda hora.
En esos días en la casa de Iván Marino: “Ustedes no hacen ejercicio. Vea esa barriga que
tiene, Flaco”. “¿Barriga?” Esa que le salía como un corozo. “Sí, usted no hace ejercicio”.
“¿Para qué?” “Cualquier día de estos nos toca volvernos a meter al monte y usted ¿qué va
a hacer?” “Ah, pues vuelve y juega; corre uno y baja la barriga. Si no corre lo joden”. Así
que era eso. Hay que hacer ejercicio pero no porque sí. Iván se levantaba a hacer
gimnasia y se mantenía en forma y el Flaco se engordaba.
Iván y el Flaco: un par de locos siempre juntos. Yo no puedo pensar en el Flaco sin pensar
en Iván. No puedo pensar en el uno sin el otro; un par de personas metidas en el mismo
cuento desde dos ángulos completamente distintos, desde dos estilos muy distintos, desde
preocupaciones muy distintas, pero siempre vibrando en la misma onda. Un caso muy
especial de dos personas que se querían, que se necesitaban, que se complementaban.
Se peleaban... todo el día peleaban, alegaban, se encarretaban. La muerte del Flaco debió
haber sido absolutamente despistadora para Iván. Uno no se imagina que pudieran andar
solos... menos Iván que el Flaco. Iván siempre estaba organizado, aterrizando las cosas,
sin que se pueda decir tampoco que eran como dos funciones distintas, el uno el político
y el otro el militar; no era eso, eran dos preocupaciones que se complementaban.
En una ocasión nos fuimos en tren a Medellín y el tren se descarriló. ¡El Flaco, feliz! Para
él no había ningún afán. “Vamos a ver qué pasó”. Viajaban en un vagón unos caballos
finísimos de unos gitanos y el Flaco, feliz, hablando con los gitanos de caballos; ¡lo
mentiroso que era! Ahí estuvimos catorce horas padeciendo los zancudos; y el Flaco,
dichoso con los gitanos, hablando con ellos, hasta que encarrilaron el maldito tren.
Exageraciones e invenciones
Daba la impresión el Flaco de ser muy liberal porque era muy audaz para entrarle a la
gente. Tenía un sentido práctico de las cosas, pero a la vez mucha seguridad y mucha
convicción de lo que hacía. Una de las características de Bateman era que no tenía un
gran rigor teórico y por eso en ocasiones se valía de exageraciones e hipérboles para
sustentar sus intuiciones políticas, que generalmente eran muy certeras. Uno le creía y
después los acontecimientos probaban la certeza de sus intuiciones. Les ponía tanta
fuerza a sus sustentaciones que a veces caía en exageraciones e invenciones, aún en los
datos estadísticos.
Con el grupo “Los Comuneros”, empezó a perfilarse la creación del Eme. Nosotros
tuvimos un pequeño problema de seguridad y al poco tiempo y sin dudarlo dos veces, el
Flaco nos llevó a otro lugar, donde concurrían todos los Comuneros. Era el apartamento
de Luis Otero.
A la vez que Bateman era muy exagerado, era muy seguro y modesto en la relación
cotidiana y lo engañaba a uno; o quizás yo me engañé, porque cuando lo logré apreciar
por primera vez en una reunión, entendí que estaba al frente de 'un superdotado político.
Me sentí avergonzado porque yo había hablado mucha paja, había dicho cosas que eran
absolutamente teóricas y especulativas...
Desde la primera reunión empecé a sentir su calibre. Era un político nato, con la virtud
insólita de atreverse a ser él mismo, de hacer un discurso propio, de ser auténtico.
Dentro de un medio tan acartonado políticamente, un discurso original era un
atrevimiento, una irreverencia, y sobre todo una enseñanza.
El mundo era de él
Una vez que surgió un operativo en el centro de Bogotá, él decía: “Es sencillo, no es sino
entrar y salir y si hay un policía, se ‘arregla’ y listo. Todos los días a esa hora la policía
se da tiros con los ladrones en la séptima; o sea, que eso ya hace parte de la
‘normalidad’”. Algo que era casi un suicidio, él lo pintaba con unos colores de
“normalidad” que nos parecía una tontería no hacerlo.
El Cantón se hizo a pesar de que los técnicos y los ingenieros dijeran que era imposible
porque el suelo allí no permitía hacer túneles, y él le echó el cuento a la gente de que se
había hecho un estudio el verraco para hacer ese túnel y que sí, ¡que se podía hacer! Y
trajo un minero, que fue el que cavó el túnel, ¡un minero! Otra persona le hace caso al
técnico y no se hubiera lanzado, pero la voluntad y la certeza de que había que hacerlo,
biza que eso fuera posible.
Cuando llegaron las armas, el ejército supo que el Eme podía dar el salto y empezó la
persecución más atroz, no sólo contra el Eme, también contra la población civil. Eso fue
como una maldición.
Logró controlar el sector fundamental del lugar, sacar un dinero de la Caja Agraria,
neutralizar el puesto de policía y salir. La prensa habló montones de la toma de Mocoa.
Le dio mucha importancia y se nos subió la moral. Era un momento muy difícil porque
habían fracasado muchas cosas y nos habían agarrado con un camión lleno de armas. Él
tenía ese sentido raro de que en los momentos difíciles había que salir con algo nuevo.
Otra obsesión suya era la relación con los militares, pero en eso no tuvo éxito. Como que
no eran los tiempos. Desde cuando estaba en las FARC, editaba un periodiquito que se
llamaba “Estrella Dorada”. Luego en el Eme seguimos insistiendo en eso. Era muy difícil
estar haciendo la guerra y por otro lado buscar interlocutor en el “adversario”. Bateman
sabía que dentro de las fuerzas armadas también se movía un sentimiento
antioligárquico, sobre todo contra los políticos, porque ellos, los oligarcas, ponían a los
militares a hacer el “trabajo sucio” y luego se lavaban las manos. “Tenemos que buscar
la manera de hablar con los militares”, decía. “Hay que establecer una línea de
comunicación con ellos”. No se logró. Él muere en mal momento. La paz todavía era un
proceso incipiente. Él muere en un momento muy complicado porque ninguna de sus
premoniciones era cierta todavía, ninguna. Desbrozó un camino y no vio los resultados,
pero presintió el futuro. A nivel nuestro, había muchas dudas sobre los planteamientos de
Bateman. Era el momento de la encrucijada, cuando nos empezábamos a preguntar todo
de nuevo... El papel de las armas era un papel muy indefinido. Descubríamos que el país
estaba en un proceso de paz, que la paz era la única salida posible. Apenas se estaba
avanzando en eso. Él mismo tenía muchas dudas.
Bateman era un hombre capaz de vivir la soledad... La soledad del conector, del que tiene
que aventurarse por un camino incierto, subir a una colina y luego de ver que los vientos
empiezan a silbar, decir: “Vengan que sí es por aquí”. Mientras tanto en esos espacios de
tiempo de la aventura solitaria, nadie aparece. La gente cree que se volvió loco ó prefiere
esperar que el dirigente se equivoque. Bateman tenía: mucha autoridad ganada; tanta,
La grandeza de su sueño
Bateman fue creciendo de una manera acelerada. En el 79, cuando descubrimos que el
eje de la política colombiana era la democracia y no el socialismo, encontramos el
camino del cambio y, como continuamente se estaba superando, nos tomó mucha
distancia. Formó un equipo contradictorio y complementario con Iván y con Fayad. A Iván
le gustaban las cosas tangibles y Fayad trataba de teorizar mucho, de darle
permanentemente rigor a las intuiciones de Bateman. Cuando se lograban poner de
acuerdo los tres, las cosas funcionaban muy bien, y cuando no, era el despelote. Bateman
era el dirigente y nos condujo hasta donde la vida le dio, cagado de la risa.
Yo pienso que lo que él soñó, ahí está, que el poder está ahí. Lo veo diciendo: “¿No era lo
que queríamos?” Frente a los conflictos que ahora se desatan, frente a las pequeñas
competencias, él se engrandece. El sueño de Bateman se concreta en estos momentos,
pero se necesita mucha grandeza para conducirlo.
Alumno aventajado
Bateman logra sacar a las FARC del ostracismo, a pesar de todo lo que las FARC habían
hecho contra él. Desde donde estábamos, les decía todo el tiempo: “¿Qué hubo? ¡Salgan!
¡Ustedes deben salir, hacerse conocer! Díganle a la gente que ustedes tienen valores, no
que solamente son guerrilleros”. Jacobo sabía que Bateman había sido un alumno de él,
un alumno que lo aventajó.
Carlos Duplat (Director de teatro y televisión. Militante del M-19 por muchos años.
Protagonista del operativo del Cantón Norte)
Terminarán echándome
Me fui metiendo con el M en el campo de la impresión y en los trabajos del periódico. Una
cosa que a uno lo motivaba en el M-19 era la presencia humana de Bateman. Para mí eso
fue algo muy importante. Él era una persona que me brindaba seguridad. En él no se
asomaba el deseo de poder. Yo había sido muy escurridizo en las cuestiones de la
militancia. Me le había escurrido a la JUCO, también a los Elenos, a los del ML, a los del
MOIR y a todo ese sector chinista. En cambio, con el Flaco en el M-19 uno veía la
necesidad de un movimiento que desarrollara la revolución colombiana por una vía que
respetara las diferentes posiciones políticas que había en el país; que se apoyara en las
masas y que tuviera una perspectiva democrática; que se inspirara en el pensamiento
socialista. Otro que apoyaba también ese proyecto era Pizarro. Él era la otra parte de la
conciencia de Bateman, el alter ego de Jaime.
También me tocó estar muy cerca de Bateman cuando lo del Cantón Norte. Se planteaba
lanzar la gente hacia los campos; entonces había que conseguir las armas. Nos
propusimos primero organizar un asalto a un camión que salía cargado de armas del
Cantón Norte y realizaba todo un recorrido hasta el Ministerio de Defensa. Bateman
mantenía muy buenas relaciones en ese sector.
Para uno, que provenía de la izquierda, los militares seguían siendo militares. De todas
formas uno tenía ese prejuicio: que el militar era antes que todo militar. Jaime peleaba
mucho por lograr el respeto hacia ellos. Creía que eran personas con las cuales uno
podía llegar a hablar, a discutir y a tratar de ganarlos. Y, además, lo hacía. Conocía gente
de los altos niveles con los cuales mantenía relaciones muy buenas de respeto y
camaradería. Decía que los militares y nosotros estábamos en el mismo paseo y en la
misma Colombia y por lo tanto del ejército había que sacar gente. Toda la información
que tenía sobre el Cantón era perfecta y muy completa.
El Cantonazo
El plan inicial era sobre ese camión; un operativo loco. Era un camión que cargaba cerca
de doscientas armas de diferentes tipos. El camión hacía siempre el recorrido desde el
Cantón hacia el Ministerio de Defensa. Eran las armas que le incautaban a la gente. Lo
que se estaba planeando era un golpe de mano jodido, en la mitad de la calle, con una
gente vestida de policía militar. Estuvieron incluso entrenando un grupo. Bateman
supervisaba todo muy de cerca. Conseguimos cuatro muchachos altos, bien entrenados,
que iban a hacer de PM para desviar y retener el camión. Era una operación tenaz.
Cuando se iba a hacer el operativo, dijo Bateman: “El asunto se suspende, tenemos otro
mayor. Ya no van a ser doscientas. Van a ser como cuatro mil o cinco mil armas que
están en el Cantón”. Nos propuso hacer el Cantonazo. Él tenía ya toda la información. Se
comenzó a preparar y él estuvo todo el tiempo muy metido en el proyecto. Ayudó
personalmente a conseguir la casa y la información de lo que había por dentro; organizó
el plan. A mí me tocó llevarlo a la práctica. El desarrollo del plan fue una cosa muy bonita
y muy chévere, algo muy alegre. Como operativo fue algo muy limpio, muy especial.
Algunos estaban enardecidos con que había que volar el lugar. ¡Se sacaban las armas y
se volaba todo! Bateman se opuso en la forma más radical a ese planteamiento. Él decía
que el golpe de opinión que obtuviéramos con la sacada de las armas era mucho más
importante que el que hubiéramos producido con una mansalviada. Insistió mucho para
que no se hiciera; Fayad, en cambio, quería que se volara el Cantón. Después del Cantón
perdí contacto con el Flaco.
La audiencia nacional que tenía el M-19 en los primeros cuatro meses del 82 era de las
más gigantescas que podía tener cualquier movimiento, cualquier organización política o
revolucionaria en este país. Mucha gente estaba dispuesta a apoyar no sólo el movimiento
sino a un líder carismático como Bateman. Difícilmente se encuentra un apoyo tan
grande. Y con el endurecimiento y el recular hacia el monte comenzó a bajar el apoyo, a
mermarse...
Cuando murió Jaime murió el Eme para mí. Él era quien lo aglutinaba, quien lo
simbolizaba y quien mantenía su existencia. Él le daba credibilidad, mística. Era la fuerza
misma del Eme. Su muerte fue un hecho absurdo. A mí me dolió terriblemente. Eso fue
tenaz, tanto que después de su muerte consideré que hasta ahí habla llegado yo en el
M-19.
De la locura de él yo me alimento
Cagado de la risa
Eso es lo que hace a un artista. Correr riesgos. Apuntándole a lo posible sin tener la
verdad. Buscando. Eso es lo que hace eficaz y posible el proyecto. La búsqueda. Si él nos
imprime a nosotros, en los orígenes de esto, verdades absolutas, pues habríamos llegado
sólo hasta donde nos hubiéramos dado en las narices. EÉl siempre dejó el campo
absolutamente abierto. La capacidad creativa era su impulso vital y nos entendíamos en
lo que nos entendíamos, donde encontrábamos afinidades. Donde no nos entendíamos, no
había problemas; esos terrenos como que no se tocaban. Fíjate que en los momentos más
difíciles, incluso de deserciones y de deserciones costosísimas, él no tenía ningún
problema en reconciliarse con esas personas o en buscar la posibilidad de seguir
trabajando con ellos. Es una persona sin rencores, con mucho amor, lleno de amor todo
el tiempo. Además, con una sonrisa de oreja a oreja. En ese sentido creo que
caracterizaba al hombre colombiano que, a pesar de los padecimientos y los dolores y la
vida tan hijueputa, es un gozón. El proceso creador es un goce, es como hacer teatro. Es
lo mismo que hacer teatro. Uno sufre, pero uno no exalta el sufrimiento sino el placer de
hacerlo. Con todas las dificultades, con todos los factores en contra, con todos los
obstáculos por delante, uno se lo goza, con él se lo gozaba. Creo que es un artista de los
cambios de este país. Lo que los otros vienen haciendo son las consecuencias, los
resultados de esto que el hombre se inventó. Pienso que es el personaje más importante
del siglo en este país.
Es a través de una amiga de teatro que tengo la relación inicial con él. Sentí todo tiempo
que éramos amigos. De la misma manera que estábamos en la conspiración, nos
metíamos en un rumbiadero, o nos íbamos de paseo para Melgar, o estábamos craneando
una picardía. Compartíamos todas las cosas de la vida. Lo conozco en un momento en
que uno está predispuesto para tos grandes sacrificios. Teníamos la figura romántica del
Che, el éxito en ese momento de la revolución cubana y, por otro lado, la herencia de la
violencia que de alguna manera, a través de la familia, uno también ha vivido. Ya
teníamos un cultivo y aparece el hombre abriendo unas ventanas que tal vez uno estaba
buscando, y esto inspira respeto, miedo, pero también una gran seducción. En medio de
la jodedera, en medio de la juerga, en medio del goce, se empieza a tejer una relación de
amistad. Pese a que fuimos rivales, esto no influyó en haber sido grandes amigos. A mí el
Flaco nunca jamás en la vida me inspiró un instante de desconfianza. Esa primera época
Tengo recuerdos de momentos muy difíciles. El impacto más tenaz que he recibido, que
me ha cimbroneado, es cuando con Álvaro Fayad escuchamos la primera noticia de radio
de una avioneta que salió de Santa Marta hacia Panamá, desaparecida. Es la sacudida
más tenaz, el terremoto interior, ¡casi de pánico! Siento que todo el cuerpo me tiembla,
las piernas, la cabeza me da vueltas. Él seguía siendo el adalid de toda esa causa y
cuando aparece la posibilidad de su desaparición, es el caos y el miedo a la orfandad.
¿Qué hacer? Si no hay sol, ¿cómo nos alumbramos? Y empieza uno a descubrir que su
vida ha sembrado todo ese espíritu en una serie de seres que lo retoman. Es el Flaco
corriendo como un loco después de haber fracasado en una acción, cagado de la risa,
brincando, gritando y corriendo para volver a coger fuerza. Es el momento de más temor
que he sentido en mi vida.
Cuando el Flaco desaparece, estoy con Fayad y sigo con él unos dos años en la búsqueda.
Recuerdo los ojos de pavor y de desconcierto de Álvaro. ¡Perdido! ¡Mierda, un mundo por
delante a encarar y ni idea cómo! Las conversaciones nuestras empezaban o terminaban
en Pablo. Era el hilo conductor a través del cual todas las situaciones se daban, se
analizaban y se amarraban. Me imaginaba al Flaco cayendo en esa avioneta: “¡Ay jueputa!
¡Negra, téngase que nos vamos a volver mierda!” Lo imagino dando gritos.
La verraquera del Flaco es que nunca se casó con ningún esquema en su vida, ni siquiera
en su vida íntima.
Nunca tuvimos un altercado. ¡Jamás! En todos los años y en todas las cosas que vivimos
juntos, nunca un roce. A veces lo vi por ahí peleando, discutiendo. Lo más violento que
pudo haber existido fue una vez que dijo: “Claro, como ahora escriben declaraciones
mías, firmadas por mí, sin siquiera habérmelas consultado...”, y se estaba refiriendo a
algo que yo había escrito y que había mandado a los medios. Él no estaba aquí, estaba en
las conversaciones de la tregua y eso lo dijo suave. Era una relación bonita, porque todo
era entendiéndose. Él toma la gente como es, entiende al país como es y no como alguien
quiere que sea. Esa es la diferencia que enseña él. Uno viene de una relación con unos
políticos muy nobles, muy respetables, pero que quieren enseñarle a uno cómo quieren
que sea el mundo, y el Flaco lo que hace es aceptarlo como es y a uno tal cual es. Así uno
se siente bien, aceptado. No existe el mundo de los buenos y los malos; dentro del
moralismo tal vez sí. Es importante la capacidad de tolerancia. Empiezo a encontrar la
existencia de la tolerancia en él y después se convierte la tolerancia en un concepto
dinamizador de todo este proceso de cambio que el país está viviendo. Porque tolerancia
no había por ningún lado, ni en la casa de uno, ni en la vecindad, ni en la iglesia, ni en
las organizaciones políticas, y el hombre ejerce la tolerancia sin mencionarla, pero la
practica.
Recuerdo cuando entramos de Ecuador a Colombia. Llegamos a una casa donde estaban
enterradas unas armas y unos uniformes, los sacamos y nos dan una aguapanela.
Cuando salimos de la casa, escuchamos un “¡Paremos aquí!” Eran como las 9:00 de la
noche y dice el Flaco: “A partir de este momento se acabó la amistad. En adelante este es
un régimen militar. De aquí en adelante este es el Ejército Libertador y vamos a liberar
nuestra patria. Entonces, adelante y silencio todo el mundo”. Imagínese usted al Ejército
Libertador de doce pelagatos. Creo que ni la mitad de la gente sabía manejar los
aparatos, pero la carreta sí hace una mella impresionante para que cada uno se sintiera
Simón Bolívar. Era la manera de estimularlo a uno para atravesar la selva durante varios
días. ¿Cómo atravesarla sin un estimulante? Entre nosotros, un muchacho que venía de
un curso, traía una botella de whisky y, una revista Playboy y le dijo: “¿Hermano, usted
qué hace con esta revista? ¿Eso es para hacerse la paja? No, maestro, eso lo debilita.
¿Qué hacemos con esta botella?” Echamos el whisky en una cantimplora con agua y cada
que teníamos sed, nos parábamos y bebíamos de la cantimplora. A las 3:00 de la mañana
estábamos mamados y llovía. Nos sentamos a descansar y nos quedamos todos dormidos.
Se suponía que eran diez o quince minutos. Nos sentamos y se nos fueron las luces a
todos. Cuando despertamos, se veía la lucecita del día y estábamos todos alrededor de un
charco. Del cansancio y de la borrachera, todos dormidos, fundidos, con las patas en un
charco; o sea, que el Ejército Libertador ha podido terminar ahí no más. La gente se
imaginaba una cosa como de película y la realidad era sólo eso: voluntad.
Estoy convencido de lo que él llamaba la “cadena de los afectos”: “querer a la gente que
me rodea, sentirme querido por la gente que me rodea”, esa fuerza, la magia que él
practicaba. El único amuleto que le conocí en la selva fue una cebolla. Cargaba una
cebolla para arriba y para abajo y decía: “Si yo me pierdo por aquí y me quedo solo, con
esta cebolla puedo vivir ocho días, de a mordisquito diario”. Sería una gran falsedad
intentar describir al Flaco como un brujo con prácticas ocultas. Al contrario, era el tipo
más limpio, más brillante, más iluminado; lo más claro que uno pudo haber conocido
como manera de ser, como manera de hacer realidad un sueño. Es la figura de él la que
se rodea de esa clase de mitos. Yo, el único fetiche que le conocí fue la cebolla cabezona.
La última vez que lo vi fue cuando organicé la entrevista de Santa Marta y al terminar nos
fuimos a la playa a comer mangos de azúcar. Nos sentamos frente al mar a mirar el
atardecer, la caída del sol. Nos pusimos a hablar del origen del sol, de los eclipses;
hablamos de ese atardecer, de esa caída del sol, cómo seria para los hombres primitivos,
cómo interpretarían el fenómeno de que se desapareciera el astro Dios; y empezamos a
alucinar sobre las galaxias y sobre el cosmos y sobre los viajes interplanetarios y sobre la
vida en otros mundos y nos sollamas comiendo mangos de azúcar con el sol al frente y
haciendo fantasías con Álvaro Fayad. Ese es el último recuerdo y es bien poético. Los
mangos tenían el mismo color del sol. Y esa imagen está llena de color.
Cuando se iban a formar las FARC, que surgen de un proceso que en ese momento se
clasificaba como autodefensas, se reunía la gente de Marquetalia, Riochiquito, El Pato,
Guayabero, etc. Yo estaba metido con la carreta del cine y la fotografía y consideré que
eso había que fotografiarlo. Entonces se lo propuse al partido comunista. Yo tenía unas
pocas conexiones. Cecilia Vieira fue la persona que me abrió campo para presentar la
iniciativa de fotografiar la conformación de las FARC. La propuesta les quedó sonando
porque yo les hice ver que se trataba de un documento histórico en la vida del país.
Mientras ellos lo resolvían, se me ocurrió que se debía hacer una película. La respuesta
fue: ¡no! Que no me podían llevar porque se corrían riesgos militarmente. Insistí tanto
que ese momento se debía filmar, que tuvieron que aceptar. Pero lo tendría que hacer
alguno de los compañeros que fuera a participar de ese acontecimiento, y esa persona
era el Flaco Bateman.
“Donde hayan limpiado un poco el monte, ese es un sitio bueno, por la luz”. Le puse una
sola medida de luz para que no tuviera problemas y le indiqué las horas en que podía
filmar sin muchos problemas: de 8:00 a.m. a 4:00 p.m. Lo que no filmara a esas horas,
no aparecería nunca. Y se fue Bateman a filmar ese documento histórico. Yo me acostaba
mirando el techo, pensando si le había dado las instrucciones necesarias para filmar. Era
un asunto clave para la historia y además, de esa película se podían sacar las fotografías.
Yo me decía: “¡El Flaco seguro viene con algo bueno!”
Yo no le eché la culpa a él
Regresó por fin muchos días después con el rollo y lo mandé a revelar. Les alcancé a
avisar a varias personas. Vinieron Obregón, Feliza, Estrella Nieto. El “Chuli” Martínez.
“Tengo una cosa muy importante para ustedes”. Prendimos el proyector y nada. ¡No se
quedó quieto el hombre! Filmó todo trabajo, sino al partido que desconfió de mí a
sabiendas de que se trataba de un momento histórico que se debía registrar de un
momento único e irrepetible...
Y todo sale, pero no se ve nada. La cámara la movía a tal velocidad que se le pasaban los
guerrilleros, se le pasaba el monte, todo... Debió ser para iniciar la filmación cuando tuvo
que quedarse quieto y sólo allí se alcanza a ver al comandante Marulanda y alguien que
está cocinando detrás de una estufita en una cocina provisional. Yo no le eché la culpa a
él por ese error.
Yo creo que más que todo era un personaje mágico que lograba integrarse en la esencia
de lo que es esta nación que despierta en Colombia. Un hombre por fuera completamente
del modelo formal, que ha castrado a cantidades de dirigentes populares, dirigentes
revolucionarios y aún dirigentes de la clase gobernante de este país. Bateman fue un
hombre de esencia bolivariana, lo que le permitía asomarse a la vida nacional con mucha
frescura y percibir la debilidad de la oligarquía, su falta de sentido nacionalista, su falta
de voluntad de modernización, su falta de raíces con este pueblo. Concebía a la
oligarquía como una casta más ligada a lo que pudiera traer de Europa o de Estados
Eso le da a Bateman la frescura para intentar un modelo de liderazgo distinto. Nacido del
pueblo, muy cercano al pueblo, con un impulso permanente hacia las aspiraciones reales
de nuestro pueblo. Un hombre que intentaba en todo momento encontrar la esencia de
nuestra nación.
La euforia de Coronar
Angel Beccassino: También aparece en la línea de acción otro desencuentro entre el Eme
y los marxistas, y es que el Eme parece reivindicar la gozonería frente a esa concepción
trágica del guerrillero heroico que manejan los marxistas. Bateman decía incluso que la
guerra era una fiesta, y muchas de las acciones del Eme sólo se comprenden cuando uno
las mira desde esa óptica.
Carlos Pizarro Leongómez: Es que ésta es una revolución de vida. Entonces no puede ser
más que una fiesta. No puede vivirse más que como una fiesta. Sin gozarse la vida es
imposible que podamos construir un futuro sano. Ahora, yo no sé si el movimiento
guerrillero marxista en Colombia sigue aún atado a aquella actitud. Creo que hay cosas
que han cambiado. Cuando yo empecé, cuando no era M-19, cuando era FARC, en esa
época del 70 había una tendencia a lo trágico. La primera operación a la que fui, yo fui a
la muerte heroica. Pero iba con Bateman. Y con Bateman aprendí qué no había que ir a la
muerte heroica. Que había que gozarse cada día, cada instante de la vida.
Cuando conocí a Bateman, entendí que no había que oír a Piazzolla y mirar al Che
Guevara y despedirse de la vida antes de cada operación, sino que había que ir a gozarse
cada operación. Entonces cambió mi vida. Ya no era la tensión del hombre que se
sacrifica, sino fundamentalmente el disfrute de una actividad que tiene sus riesgos, pero
que también tiene el sabor del desafío, la excitación, la euforia de coronar.
Afranio Parra “El Jaguar” (Dirigente del M-19. Asesinado por la policía después de ser
detenido en Bogotá, mientras se daban los diálogos de “paz”, que desarman mentalmente
a los guerreros y no a los asesinos)
Afronto Parra: Hombre, pues Bateman era un tipo, primero que todo era un gran amigo,
¿no? Un tipo muy amplio para hablar los problemas, un tipo descomplicado, fiestero. Una
vez en mi casa, por allá en el 72, 71, hicimos hasta una tomata tremenda. El hombre
cantó, recuerdo que cantó: esa canción que llaman “Que yo no voy a la mina”; esa noche
cantó esa canción, y cantó otra que le gustaba mucho a él. “Candelillas” me parece que
se llama. Y contó cuentos.
Él sabía manejar mucho el factor humano de la gente, creo que esa era una vaina clave
en el hombre. No se ponía mucho con la cuestión de lucidez política o la perfección en la
línea (risa), sino que él manejaba lo humano de la gente. Esa era clave en él, y la
flexibilidad, la amplitud política con que movía todo. El hombre con más proyección, más
universal que tenía el movimiento revolucionario en ese período era él. Y prácticamente
en el conocimiento de Colombia, porque yo siempre he sostenido que para conocer a
Colombia hay que conocer dos regiones, que son el centro y la Costa. La Costa porque es
un país muy especial, muy particular. Y el centro porque en el centro están todas las
identidades, todas las cosas comunes, del Pacífico hasta los Llanos. Y él es un costeño
que se enamoró del interior. Entonces llegó a conocer a perfección esos dos ejes de lo
que es Colombia. Además de que era un tipo estudioso, y con cancha. Entonces el hombre
llegó a empaparse del país hasta el punto de que comienza a encontrar los hilos de la
identidad nacional. Ese es un gran aporte del hombre. La audacia es otro elemento muy
importante. Un tipo audaz, arriesgado, lanzado como él solo. El era loco. ¡Loco! Loco en
el sentido genial de la palabra. Porque hay dos clases de locura, la locura genial y la
locura estúpida, ¿cierto? Él era genial. Eso te digo de Bateman, así por encima.
El primer recuerdo que tengo del Flaco Bateman fue en la Casa de la Cultura, en la
Carrera 13. Era una época de mucha investigación, de mucho debate y de mucho ajetreo.
Me parece que en ese momento estábamos montando “Marat-Sade”.
Recuerdo una fiesta que hicimos en mi apartamento con personas de teatro o muy
allegadas. En esa fiesta estaban el Flaco Bateman e Iván Marino, que venían emocionados
de ver una obra. Estaba presente monseñor Germán Guzmán, autor de “La violencia en
Colombia” y confesor de Camilo Torres. El Flaco e Iván “aparecían” como unos
muchachos universitarios de la Juventud Comunista. En esa fiesta hubo un altercado
Su pasión, la realidad
Después me hice muy amigo de él porque le gustaba mucho el teatro, cosa rara en los
dirigentes políticos. Le gustaba mucho el trabajo que estábamos haciendo en la Casa de
la Cultura. Iba mucho a las obras y yo sentía que estaba muy interesado. Era un hombre
inquieto, muy abierto a todo, a todas las cosas que sucedían alrededor de él, y
especialmente al teatro. Después se me perdió de vista por muchos años.
Lo más sorprendente de su personalidad era su avidez por saberlo todo, por conocer de
todo, por estar al tanto; por ejemplo, de nosotros, de lo que estábamos haciendo en el
teatro. Las experimentaciones en teatro le interesaban mucho. Él se sentía muy atraído
por esos terrenos tan específicos de la investigación, mostraba mucho interés por las
características del trabajo que estábamos haciendo. De todas maneras, la pasión
fundamental del Flaco, por supuesto, era la política. Era un hombre de mucho humor,
simpático y muy inquieto; un tipo que no podía estarse sentado, tranquilo. Estaba siempre
en una actitud dinámica. La última vez que lo vi encontré que había perdido un poco de
esa dinámica. Lo conocí en el 67... y lo vi por última vez en el 79.
Era una persona muy viva, muy dinámica, que estaba siempre en su propio cuento y al
que uno veía siempre como de paso. No tengo un recuerdo del Flaco sentado; lo recuerdo
parado, corriendo, saliendo, haciendo chistes, sonriente; nunca en reposo, sino hablando
con uno, despidiéndose. Tengo una visión muy fugaz de él, pero agradable.
Congeniábamos mucho porque era muy simpático, eléctrico. Era un hombre divertido.
Documento N° 2, M-19.
Bateman se vuelve muy importante militarmente. Al repasar las últimas tres décadas del
acontecer militar revolucionario en Colombia, la persona más importante es Bateman. Me
explico: el ELN había logrado una ruptura muy importante gracias a la incidencia de la
revolución cubana, pero su accionar se quedó centrado en el campo. Las FARC surgen del
campesinado y su presencia se proyecta fundamentalmente en las luchas agrarias. La
lucha militar había sido sobre todo agraria. El único hombre que generó la ruptura y el
Hoy, algunos ponen en duda la consistencia ideológica del M-19. Yo puedo decir, por el
conocimiento que tengo de Bateman y de Fayad, que eran dos hombres para los que
había una razón muy clara en la lucha, y era la necesidad de llegar al socialismo, y por lo
tanto la lucha tenía que ser fundamentalmente contra el capitalismo. Posiblemente el
M- 19, en su deseo de apertura hacia otras tendencias y otras visiones, pudo desdibujar
un poco esa condición ideológica, pero para ellos era absolutamente claro. Siempre
tuvieron ese horizonte. Bateman era un hombre de gran sencillez, de gran modestia, de
serenidad y de una gran inventiva política. El primer proceso de paz fue fraguado por él.
Se habla del proceso de paz de Belisario Betancur, pero realmente fue el proceso de paz
de Jaime Bateman. Fue la iniciativa de Bateman la que Belisario recoge. Él venía
buscando liberar a sus principales militantes, que estaban presos desde finales del
gobierno de Turbay, presionando esta liberación, que vino a convertirse en realidad en el
gobierno de Belisario Betancur.
La posición de Bateman era una posición íntegra, la de un hombre que buscaba la justicia
social en Colombia. Y lo que se le desviara de allí no estaba en el contexto de su lucha. Él
se ubicó en el ser criollo, en el ser auténtico colombiano. Bateman representa una
ruptura dentro de las ortodoxias marxistas, a pesar de haber sido formado en la Juventud
Comunista. Planteó una perspectiva de lucha autóctona, propia, independiente y
autónoma de los centros de poder marxista.
Su vida quedó trunca en un momento crucial: la primera tregua. Tregua que él mismo
había gestado, que él mismo había fraguado. Lo había hecho sobre la base de que él
mismo iba a estar entre bambalinas durante ese proceso, porque era consciente de que a
él lo podían matar. Varias veces conversamos el asunto; decía que él movería los hilos
desde atrás. Sabía que las cosas se dirigían a la toma del poder y que ésto sólo era una
tregua. Que era como repetir la historia de algo que ya se había dado con Guadalupe
Salcedo.
El 16 de enero de 1983 lo vi por última vez. Tenía la herida del hueso muy mal, la tenía
muy fea, pero era un hombre muy tranquilo en ese aspecto. Su preocupación era sacar la
gente de La Picota.
Espiritualmente, era muy sereno, muy jovial. Era muy costeño. Uno en él reconoce todas
esas características que García Márquez define como lo que es ser costeño.
La experiencia parlamentaria dentro de la Anapo fue muy especial porque era el reflejo
del país. En la Anapo no solamente estaban terratenientes, sino que estaban también
sectores de las capas medias, intelectuales, sectores populares y otra gente proveniente
de los extremos del lumpen proletariado. Estaban prostitutas, gamines, gente descalza,
descamisados, etc., Era un trabajo popular impregnado de ese medio. De alguna manera,
era la respuesta que el país esperaba después del gaitanismo. El gaitanismo se había
prolongado dentro de la Anapo. Éramos un movimiento de masas inmenso. Era,
definitivamente, la posibilidad concreta de tomarse el poder. Así pensábamos cuatro
parlamentarios: Almarales, Toledo Plata, Israel Santamaría y yo. Efectivamente nosotros
marcamos una línea dentro de la Anapo y lo que realizamos fue lo que se incentivó con la
Anapo Socialista.
Hoy María Eugenia reconoce y entiende que el proceso no era contra ella ni contra el
General, sino que era para impulsar y cualificar ese inmenso fenómeno de masas. María
Eugenia logró golpearnos muchísimo y aislar la gente del M-19 y de la Anapo Socialista
dentro de la Anapo. Inicialmente, para nosotros, María Eugenia era una posibilidad.
Considerábamos que iba a ser un personaje, que iba a asumir la dirección que
necesitábamos, e incentivamos su liderazgo al punto de que la consigna que teníamos
era: “Con María Eugenia, con el pueblo, con las armas, ¡al poder!” A mi manera de ver, es
el general Rojas, ya en los últimos años de su vida, quien comprendió mejor lo que estaba
sucediendo. Consideró que nosotros teníamos la razón, que esa juventud tenía la razón,
pero estaba muy enfermo para asumirlo.
La Anapo se disuelve
El Flaco Bateman acertó en buscar en la Anapo una respuesta histórica hacia donde se
debía seguir. El 19 de abril de 1970 demostró que la lucha popular estaba separada del
movimiento armado y que la lucha de masas de la Anapo no había podido hacer respetar
el triunfo en las elecciones. Él repetía cosas muy interesantes, como que “cada bala debía
contener más política que plomo”.
El Flaco Bateman aprendía de todo. Hablaba con todos los movimientos armados y no
armados que estuvieran expresando la rebeldía. Iba a conversar con personas como, por
ejemplo, mi papá, Milton Puentes, que era un hombre que venía de una experiencia
importantísima en el gaitanismo y en la Anapo. De allí la relación entre el viejo y el
Flaquito.
Bateman era un comandante macondiano, caminando sobre la realidad del país, sin
tantas teorías que lo llevaran a copiar esto o lo otro. Convirtió la política en un asunto
que todo el mundo podía hacer. Entonces el Flaco logró lo que él llamó “la cadena de los
afectos”, el amor hacia las tareas que tenían que hacerse. Bastaba que fuera gente de los
sectores populares para que fuera la gente más amada y más respetable.
Me acuerdo una vez que tomamos un apartamento frente al mar, en un diecisieteavo piso.
La dueña vivía en el último piso, un penthouse. Y Bateman me dijo: “Mire, si se llega a
encontrar con esa burguesa, ni me la presente”. Ocasionalmente nos encontramos con
ella en el ascensor. No habíamos terminado de subir cuando el Flaco ya había establecido
una relación maravillosa con esa señora. La había invitado a tomar café en la casa y ella,
a su vez, lo había invitado al penthouse a mirar el mar desde allá. Tenía una capacidad
increíble de ligarse con todo el mundo. Yo no he conocido en mi vida una persona más
carismática.
Otro de los aspectos del Flaco era su capacidad de ser jefe. Me acuerdo que después del
Cantón, el Flaco no descansaba en su decisión de salvar la organización. En el momento
en que él era el más perseguido, estaba en Bogotá de sur a norte, de oriente a occidente,
saltando a Cali, llegando al amanecer a Medellín, guardando a todo el mundo y sacando
gente. No abandonaba su barco. En circunstancias tan adversas, era verdaderamente
heroico moverse.
Reconozco que quien cambió mi vida fue el Flaco Bateman. La muerte del Flaco fue algo
que todos rechazamos, algo que no quisimos creer. Para nosotros iba a aparecer en
cualquier momento. Cuando estudiábamos la zona dónde se había caído la avioneta, yo
siempre decía: “El Flaco debe estar entre la selva y va a salir”. Todos los días recibíamos
noticias porque Fayad llamaba y fue él quien me convenció: “Hermana, está muerto. No
hay nada qué hacer, entiéndalo y acéptelo. Lo hemos buscado tres meses por todas
partes y no está. Hemos pagado a los Kunas, hemos dejado los árboles con señas, todo lo
imaginable. No está, hermana, entiéndalo, está muerto”.
Luego vino el dolor terrible, pavoroso. Nosotros, mi familia y mis hijos estábamos
profundamente ligados a él. Él no tuvo hijos hombres. Bateman tenía dos niñas y mi hijo,
Oscar, quien más tarde murió en combate, era coma su hijo. Él lo entrenaba, llegaba por
El viejo Milton estaba muy enfermo en ese momento. Ya tenía amnesia parcial cuando yo
le dije que posiblemente el Flaco había muerto. El viejo recobró la lucidez: “No puede ser
posible que mataran al Largo...” Bateman estaba integrado a todos y al sentimiento de
cada uno de nosotros. Su desaparición es una injusticia histórica sin precedentes.
Todavía me viene su imagen con sus gestos, sus expresiones, su ternura.
Nuestra amistad también está muy relacionada con el nacimiento de la revista Alternativa.
Esa revista era una aventura de fuerzas nuevas. Estábamos en la junta directiva Enrique
Santos Calderón, representando una parte de los que habían invertido, Gabriel García
Márquez, en su primer entrada pública a la vida política, y yo que representaba la
Fundación Rosca. Un bonito nombre que representa también una tradición: la rosca de
alternativas, una rosca bonita, sabrosa, como todas las roscas y con la diferencia de que
éste era el nombre oficial inscrito en el Ministerio de Justicia. Era la única rosca que se
había inscrito como tal en la historia del país.
Él fue de los que más nos animó a mantener la revista dentro de una orientación
progresista, marxista. Bateman fue muy importante en los primeros pasos que se dieron
con la revista Alternativa, que se convirtió en una universidad de periodismo moderno,
crítico en este país.
Bateman, sin decir nada, estuvo muy al tanto de esta aventura. Cuando vino el problema
de la pelea interna, Bateman se puso de parte de la Alternativa del Pueblo, en contra de
los Santos y de García Márquez. Él me apoyó en la crisis, especialmente cuando se vio
que no se podía sostener Alternativa. Fue una discusión pública que está en todas partes,
en los periódicos. Fue el escándalo del siglo en la izquierda, algo muy vergonzoso, porque
empezamos a tirarnos los cabellos unos a otros y a hacernos acusaciones gratuitas.
El Flaco me parecía fresco. El pensaba y sentía que tenía la razón histórica y eso le daba
a él mucha fuerza. Con su movimiento estaba dentro de los esquemas de construcción del
país, de trabajar con la gente. Estuvo muy preocupado con los compañeros que estaban
en la cárcel, pero tenía la seguridad de que iban a salir tarde o temprano.
Cuando presentó esa propuesta de paz a Turbay, fue un momento muy importante en el
desarrollo del M-19. En esa campaña jugué un papel central porque cuando se elaboró el
mensaje, cuando se multiplicó, fue en un coctel que se dio en mi casa y al que se
invitaron muchos líderes políticos. Allí se lanzó la consigna de la paz. La presión fue tan
grande que Turbay tuvo que ceder cuando se empezó a hablar de diálogo y amnistías.
Todo esto se hizo en contacto directo con Bateman. Él estaba orientando desde el monte,
desde su escondite. Esa fue una jugada política magistral. Era la primera vez, quizás en la
historia del mundo, que una guerrilla ofrecía paz de manera auténtica y no como una
simple treta. Eso arrinconó al gobierno, le quitó argumentos, porque, en el fondo, ¿quién
puede estar contra la paz?, Nadie quiere la guerra como tal. El gobierno perdió la
iniciativa. Esa fue una genialidad de Bateman que marcó todo el futuro subsiguiente de
este país.
Se conformó una especie de movimiento público. Se hizo una carta firmada por todos los
presentes. Eso se le llevó a Turbay. Fue la primera vez que se hizo una comisión de paz.
Recuerdo que estaba Apolinar Díaz Callejas, Patricia Lara, quien jugó un papel muy
Movimiento 19 de abril, M-19
Su muerte fue un momento bastante duro que sentí, casi como cuando mataron a Camilo
Torres. Sentí una gran conmoción. Yo no creí al principio la noticia, no me convencí; sólo
hasta después de que se hizo pública por parte del Eme y acepté que había sido una
imprudencia el viajar en esa avioneta. ¿A quién se le ocurre meterse dentro de una nube
como los nimbos? A un loco como Bateman. No tuvo miedo para poder llegar a cumplir
una misión. Parece que eso fue lo que pasó. No fue la CIA que lo abatió ni nada de eso.
Fue un error lamentable, pero imprevisto, un accidente.
Era la primero vez que un costeño llegaba a una posición dominante en el mundo' de la
guerrilla en Colombia. Hasta ese momento, la .guerrilla estaba en manos de cachacos,
muy sanguinarios, muy duros, muy fanáticos, y entra Bateman y le da un sentido distinto,
más macondiano, que me encantó. O sea, le dio un tinte costeño a la guerrilla, cosa que
no se habla visto nunca, porque siempre se había pensado que la Costa había estado libre
de la violencia. Por lo menos en la Costa no se dio la violencia tan dura como en el
interior, en la época clásica de la violencia, años 50 al 60. Cuando surge un líder
guerrillero costeño, tiene que darle un sabor distinto a la guerrilla. Humanizó la guerra,
porque él era costeño y fue un exponente clásico de la manera de ser de la costeñidad. En
la guerra civil, los generales costeños se distinguieron porque no dejaban morir a sus
prisioneros, perdonaban a los enemigos y se presentaban borrachos a las batallas.
Entonces, si ganaban, bien, y si perdían, también. Otra filosofía de la guerra. Mayor
respeto a la vida, a la cultura y a la informalidad. Bateman nunca se puso charreteras.
Comoquiera que en los escritos de puño y letra de Jaime Bateman que hemos tenido
oportunidad de conocer no se encuentra una respuesta directa a ciertos interrogantes,
optamos, años después de su muerte, por hacer esta entrevista al legendario
comandante. Rescatando fragmentos de conversaciones sostenidas con él en muchas
ocasiones y en diversidad de situaciones, ha sido posible “reconstruir” el siguiente
diálogo:
No hay cosa que más tranquilice la conciencia que una creencia errónea. Nosotros somos
una gente alegre y festiva, aparentemente despreocupada, pero eso no tiene nada que ver
con la indiferencia. Nos gusta bailar, y ¿qué hay de negativo en eso? ¿A quién no le gusta
abrazarse en público?
Pero nuestro espíritu, nuestro modo de ser y nuestro sentido de la vida son incompatibles
con la sujeción o el sometimiento. En la Costa, la rebeldía es una virtud regional. El
despelote y la indisciplina no son más que pura rebelión contra las cosas aburridas. El
desorden es otra forma de ordenamiento que no se puede comprender a partir de una
visión amarga de la vida. A la hora de la lucha, es preferible un combatiente alegre.
J.P.I.: Se ha dicho siempre que los costeños son los peores soldados...
Cdte J. Bateman.: Esa es una típica afirmación de la oficialidad del ejército. Es que un
costeño, justamente por lo que acabo de decirte, no encuadra en modo alguno en esa
estructura. En los cuarteles oficiales nos aburrimos, nos morimos de tedio. Además; un
costeño no se hace matar así no más por lo que no cree.
Cdte J. Bateman.: Sí, claro. Pero antes de explicártela quiero hacerte un comentario. Yo
no creo que por simple casualidad García Márquez sea costeño, o que Obregón, el más
representativo de nuestros pintores, también sea costeño. Todo esto es una consecuencia
de la pasión y nosotros somos esencialmente pasionales. En mi juventud un señor
llamado Marx me enseñó que era necesario poner a Hegel patas arriba y, siguiendo esta
recomendación, entendí que había que poner la razón al servicio de la pasión, cosa que la
mayoría de los costeños hacemos espontáneamente sin necesidad de leer a nadie. Sin
pasión no hay creación de ninguna naturaleza.
Hace muchos años vi una obra de teatro “Marat-Sade” me parece, donde se formula que
una revolución no es para sufrir, sino para gozar. En esa obra los personajes exclaman:
“¿Para qué una revolución sin una general copulación?”
J.P.I.: Luego de los cambios ocurridos en el mundo socialista, en sus nueve años de
ausencia, comandante, ¿cree usted que todavía tiene vigencia la revolución en Colombia o
en América Latina?
J.P.I.: ¿El derrumbe del campo socialista no demuestra claramente el fracaso del
comunismo?
Cdte J. Bateman.: Toda revolución produce una serie de cambios estructurales que se
convierten en hechos irreversibles. Hay huellas que no se pueden borrar. La historia no
retrocede; ningún pueblo ha vuelto a la monarquía.
J.P.I.: Como quien dice, los españoles, los ingleses, los holandeses, etc. ¿están todos
locos?
J.P.I.: ¿Si tuviera la oportunidad de volver a vivir, comandante, qué haría diferente?
Cdte J. Bateman.: En una palabra, vivir. En lo personal, volvería a amar. Iría, por ejemplo,
al cine, al teatro, a leer, a bailar. Dejaría todo el espacio posible para el ocio, y sobre
todo me bañaría un millón de veces en el mar. Volvería a ser el mismo revolucionario y
tal vez emprendería las mismas acciones.
“EL DEL FLACO ERA UN TROTE MUY PARECIDO AL QUE LE VI A LOS VIEJITOS CUBANOS
JUBILADOS”
Sólo intentaré recordar cómo era el método de trabajo de Jaime y por qué ese hombre
logró tanta acogida en el país. Básicamente era un irreverente. Ese era el rasgo que más
distingo de su personalidad. La primera vez que supe de él fue por un escándalo que
formó en la casa de un miembro del partido. Gritaba que Gilberto Vieira era un hijueputa.
En esa época pertenecía a la Juventud Comunista. Su irreverencia lo llevó a cuestionar
todo, pero como hombre de acción, no se quedó sólo en lamentos y críticas al partido
comunista, sino que pasó a construir una organización nueva en la que se materializaran
sus ideas, nacidas de tantos fracasos y derrotas. Cuando Jaime inauguró la Octava
Conferencia, dijo que había que acabar con el mito de los hombres perfectos.
Una de las cosas en las que Jaime más evolucionó y de las que nos dejó muchas
enseñanzas fue en el caso del lenguaje. A través de las entrevistas vamos viendo la
evolución; sus declaraciones son cada vez más claras, con lenguaje más sencillo. Sus
declaraciones son un modelo en este aspecto. Logró abandonar la terminología
izquierdista y explicarlo todo con un lenguaje llano y agradable. La entrevista que le dio a
Molano es de lo mejor. Estaba hablando con un compañero y se expresó tan
humanamente. Esa entrevista es un trozo profundo de su personalidad. A nadie en la
organización se le ocurrió grabarle al Flaco nada.
Era característico en el Flaco su trote, un trote suave, como si estuviera mamando gallo;
iba despacito y hablando sobre cualquier tema. Era un trote muy parecido al que le vi a
los viejitos cubanos jubilados en las playas y en los círculos sociales de La Habana.
Nadando sí se empleaba a fondo. Tenía una brazada larga y avanzaba bastante. Nunca le
pude ganar una competencia.
Yo de Jaime tengo recuerdos muy gratos. La relación mía con él comenzó antes de
conocerlo, porque a pesar de que iniciamos el compromiso revolucionario en
organizaciones diferentes, la revolución es una sola. Todos los hombres que participan de
La primera vez que yo oí hablar de Jaime Bateman fue debido a su interés en buscar
relación directa conmigo. Yo estaba preso. Llegó un compañero y me dijo que Jaime me
mandaba decir que estaba interesado en ayudarme a salir de la cárcel, costara lo que
costara. Estaba dispuesto a empujar cualquier actividad para que yo lograra la libertad.
En esa soledad tan verraca que es la cárcel, eso le llena a uno el alma de confianza y de
una esperanza real.
No hubo necesidad de ningún esfuerzo ni sacrificio por parte de los compañeros del
M-19. Salí libre y ellos estuvieron dispuestos a prestarme toda la ayuda para mi
seguridad.
Me encontré con Jaime Bateman y con el Turco Fayad una vez en una casa cercana a la
Universidad Nacional. Fue tal vez por el mes de febrero o marzo de 1978. Así conocí por
primera vez al compañero Jaime y me impresionó bastante su totalidad. O sea, su forma
humana y su pensamiento.
Era un hombre alto, con cara de buena gente, de hombre latino enrazado con africano,
con una sonrisa permanente en los labios. Encontré que teníamos un porcentaje de negro
muy similar, además de esa similitud macondiana de costeños. Yo también tengo raza
costeña.
Por razones que no es de explicar aquí, no logramos participar en las mismas filas en ese
momento. Volví a encontrarme con él en Nicaragua más o menos en el 81. Estuvimos
departiendo muchas horas y fuimos tan recíprocos en la identidad humana y en la
política, que hubo gran confianza.
Lo volví a ver en Trípoli, en un Congreso Mundial que hubo en la tierra de Gaddafi. Allá
también hablamos sobre todos los problemas de la vida y especialmente sobre la
búsqueda de un proceso unitario para nuestro país. Me invitó a la Octava Conferencia del
M-19.
Nos encontrarnos en las montañas del Putumayo, en nuestro medio guerrillero, donde
nunca nos habíamos podido ver antes. Él creyó demasiado en mí, a tal grado que me
llamó al seno del estado mayor del M-19 para que conjuntamente hiciéramos algunos
proyectos de operativos mientras se desarrollaba la Octava Conferencia. El fusil que tenía
en sus manos, me lo entregó aquel día. Nos tomamos fotos juntos, fotos inéditas, que por
medidas de seguridad y debido al proyecto de legalización y de mi participación futura en
la vida legal del país, se consideró que no se podían dar a conocer.
Estoy muy contento, muy feliz de haber compartido parte de mi vida, aunque fueron
escasas horas, escasos días, con Jaime. Me satisface eso.
Jaime Bateman es una síntesis histórica de la idiosincrasia de nuestro pueblo. Él era muy
folklórico, era un hombre que le gustaba vivir. Amaba la vida y quería que los demás
también la viviéramos con alegría. Debido a esa honestidad de él, a esa entrega por la
libertad plena del hombre, llegó a convertirse en un hombre de lucha. Desde muy joven
abandonó las aulas universitarias para tomar un fusil y lanzarse a transformar el mundo.
“Para tomarse el poder hay que ganar la guerra. Y para ganar la guerra hay que llevarla
a donde más les duela… Eso no me lo inventé yo. Lo dijo, en 1968, Manuel Marulanda
Vélez, un campesino a quien aprecio mucho y quien, sin haber tenido acceso a la cultura,
ha adquirido un grado elevadísimo de conciencia política y ha comprendido, realmente lo
que es Colombia. Marulanda es un verdadero líder popular…”
Nunca tuve oportunidad de tener un contacto directo con Bateman. Lo busqué mucho
cuando fui jefe del DAS, porque me correspondió la etapa bastante difícil sobre las
actuaciones del Estado a raíz del secuestro y la muerte de José Raquel Mercado.
Sabíamos muy poco del M-19 en ese momento; sólo conocíamos lo que se especulaba en
la prensa y algunas entrevistas que para esa época Bateman daba a los medios de
comunicación en forma clandestina. Ahí pude darme cuenta de la capacidad intelectual y
los afanes nacionalistas que inspiraban su lucha. El M-19 siempre actuó de manera
desconcertante. Yo decía en alguna ocasión que además de un claro afán publicitario y de
motivación a todos los sectores de la sociedad, el M-19 tuvo acciones demasiado audaces
en relación a la capacidad militar que tenía. Cuando no se tiene una conciencia clara de
qué es, cómo se maneja y cómo opera el poder militar, sino sólo el afán de actuar y hacer
la revolución, se hacen cosas temerarias...
Como decía, era muy poco lo que se sabía del M-19 en esa época. Hablamos del año 76,
cuando efectuaron el secuestro de José Raquel Mercado. El país quedó desconcertado y a
mí me tocó, como jefe del DAS, asumir la investigación por encargo del presidente López
y, además, porque era mi deber.
Lo primero que se nos ocurrió fue reunir lo poco que sabíamos del M-19 y escoger a los
mejores interrogadores que tenía la policía, el DAS y el Ejército, y con esa información
hacer unos cursos intensivos, hasta avanzadas horas de la noche. Solamente teníamos el
robo de la espada y un comunicado, pero ya el M-19 demostraba su capacidad de
conmoción con el secuestro de Mercado. Abrimos 17 frentes de investigación porque al
comienzo había un misterio total. ¿Quién tenía a Mercado? ¿Qué tan ciertas eran las
versiones? No se sabía nada. Lo más lógico era que se trataba de algún problema laboral
o de alguna pugna entre las centrales obreras, o que parlamentarios como Toledo Plata,
que tenía elementos de extrema derecha convertidos al movimiento revolucionario,
estuvieran involucrados. Había que investigar también todas las instituciones capaces de
embarcarse en un secuestro de este tipo; a los partidos políticos, a los grupos
económicos, incluso a ciertos gobiernos extranjeros que podían estar interesados en
crearnos problemas.
Abrimos 17 frentes, y en cada uno de ellos pusimos a la persona más capaz. Hacíamos
una evaluación diaria de lo que se había logrado. Estábamos contra el tiempo porque
antes del 19 de abril de ese año, el caso Mercado iba a tener algún desenlace y lo
importante era impedir que fuera eliminado y rescatarlo antes del 19. El presidente López
encontró muy bien concebida la investigación y le dio todo su apoyo. Estábamos con un
entusiasmo pocas veces visto. Había otro aspecto a nuestro favor y era que en ese tiempo
Movimiento 19 de abril, M-19
Concluimos que Jaime Bateman estaba a la cabeza y estaba Pizarro y estaban todos. La
cosa fue tan exitosa, que en menos de 50 días que duró el viacrucis de José Raquel
Mercado, 96 miembros del M-19 fueron capturados. Jaime Bateman, estoy seguro, no
estaba en el país en ese momento, pero a los 96 hombres los interrogamos con la
máxima técnica que pudimos desarrollar en ese momento. Teníamos una especie de
batería, llamémoslo así, es decir, un paquete de preguntas comunes a todos. Al
desarrollarla, el investigado va dando bases para cruzar los hilos, y así van cayendo en
contradicciones. Me aprecio de haber hecho esa investigación con un absoluto respeto de
las normas procedimentales de ese momento. Yo no tenía sino 72 horas como DAS para
poder interrogar y poner a disposición, en ese caso, de un juez militar a la persona
interesada. Por ahí debo tener una carta de Toledo Plata reconociendo la gallardía con
que en todo momento él y todos los demás fueron tratados en el DAS. Yo entregaba esas
personas a las 72 horas. Solamente en dos ó tres casos, como el de Toledo Plata,
actuamos amparados en un parágrafo de la norma procedimental de ese entonces que
decía que cuando las personas sindicadas fueran más de... no sé cuántas, se podían
tener 24 ó 48 harás más. Nunca les faltó alojamiento, comida, tinto. Naturalmente,
estaban incomunicados.
Hicimos un esfuerzo muy grande, pero el resultado no se vio en ese momento. Después de
mi retiro del Ejército, cuando vino lo de las armas del Cantón Norte, a alguien en el alto
mando se le ocurrió decir: “¿Dónde están las investigaciones del M-19?” Pues ahí estaba
todo; la vida de cada uno de los 90 y tantos individuos que capturamos en la época de
Mercado. Dónde nació, familiares y todo lo que a ustedes se les ocurra. No fue sino
recurrir a esa investigación y encontrarlos a todos de inmediato. Estaban libres, pero
estaban registrados. Por eso fue tan rápida la respuesta cuando lo de las armas. Además
de que el M-19, entre las cosas absurdas que hacía, dejó un reconocimiento al personaje
que había sido el gestor del robo de las armas y que se había matado ese día o el día
anterior en un accidente. El boletín decía: “Fulano de tal, artífice de la operación de las
armas, etc.”. Ese boletín dio la pista .de quiénes eran. No se había perdido al fin y al cabo
el trabajo. Aunque no logramos encontrar a Mercado ni impedir que fuera eliminado,
hicimos una historia del M-19, que hasta ese momento era un misterio en el país.
Por ejemplo, el caso Marquetalia militarmente fue una operación extraordinaria, con
menos de 200 hombres en un terreno al que solamente había acceso, y casi intransitable
a pie. El Batallón Colombia, a mi mando, tuvimos la suerte de tener éxito. En menos de 48
horas, con un ínfimo número de bajas. Pero miremos objetivamente qué fue Marquetalia y
qué eran las Repúblicas Independientes. Eran unos reductos insignificantes en lo más
profundo de la selva, al pie de los nevados. Marquetalia era un lugar donde no llegaba
nadie, donde unos tipos ya influenciados por las ideas marxistas habían resuelto hacer
una comunidad a su acomodo. Una zona del territorio donde un señor llamado Pedro
Antonio Marín o Manuel Marulanda Vélez, mandaba y tenía un grupo armado Defensa
Agraria, Autodefensa Campesina. La toma la hicimos muy bien, ¿Pero las consecuencias
Para ser franco, la primera vez que oí ese nombre, el de Jaime Bateman, fue a raíz de las
informaciones fragmentarias que comenzamos a recoger. Ni siquiera sabíamos cómo se
pronunciaba el apellido, ni cómo se escribía Bateman. La verdad es que había un
desconocimiento tan extendido en los propios organismos de seguridad sobre el M-19,
que todos esos nombres que fueron apareciendo, fue por las delaciones. Pero todos los
interrogados se cuidaban mucho de hacer alusión a Jaime Bateman, “¿Usted conoce o ha
oído nombrar a un señor Bateman?” “No tengo ni idea”. Se decía que había sido
funcionario del Ministerio de Obras Públicas; esa era la única información que teníamos.
Él comenzó a salir a la luz pública después de lo de José Raquel Mercado.
Un hombre admirable. Fue él, Bateman, quien le dio ese impulso, esa mentalidad lanzada
a la organización que orientaba. Le imprimió la gran iniciativa de golpear en distintos
frentes a la vez. Desarrolló una habilidad muy grande para moverse dentro y fuera del
territorio nacional y para improvisar cosas. Levantaba recursos de donde no existían.
Indudablemente era una persona con una convicción muy grande de lo que estaba
haciendo. Bateman era desconcertante. Se comprometía personalmente y salía siempre
adelante. Era muy difícil prever qué estaba haciendo.
“SE ARMÓ LA GAZAPERA PORQUE LAS MUJERES DIJIMOS: 'YA ESTAMOS AQUÍ ¿NOS VAN A
ECHAR?, ¿O QUE?’”
Empecemos recorriendo los pasos: el recuerdo más remoto que tengo de Bateman es el
de una ocasión, hace muchos años, en el Colombo Soviético; entró un señor, alto, flaco;
con un saquito de lana virgen, cortiquitico. Yo no conocía casi a la gente del M-19, pero
lo recuerdo. Esa es la primera imagen que tengo.
Después tuvimos el primer encuentro; el Flaco estaba con Eddie Armando. Quería que le
prestara un vehículo para realizar un operativo. El carro estaba dañado y era un carro
legal. Yo me negué. Le dije que yo no tenía noción de muchas cosas, pero el sentido
común me decía que un carro dañado y legal no servía. Pensé: “¡Se me va a venir la
inquisición encima!”, y me llevó a un bar, donde quedaba el teatro San Carlos: pidió una
Coca-Cola con muchísimo hielo y yo pedí otra. Y Bateman lo que me dijo fue: “Tranquila,
hermana, seguimos hablando”. Fue la primera vez que sentí que el Eme estaba integrado
por gente distinta, no esquemática. Que allí se asumía que somos un proceso, que uno no
nace revolucionario ni nace superdefinido, sino que se construye. Era una actitud muy
chévere, muy fresca, eso de decir: “Bueno, esta vez no, pero no es la última vez, seguimos
hablando”. Una respuesta así marcó una cosa muy clave en mi: ver que de verdad se
asumía en el M-I9 a la gente como seres humanos, que llega, se forman y tienen derecho
a plantear sus opiniones, sus dudas, o a negarse a hacer cosas con las que se está en
desacuerdo.
Pablo era un tipo muy sencillo, muy asequible, muy cercano a la gente, alguien para
escuchar, a pesar de que era un carretudo tenaz.
Otro asunto de debate fue la cuestión de la maternidad. Se decía que las mujeres de la
organización no podían tener hijos. Esa fue una actitud muy drástica que en esa época
uno aceptaba, porque era tal el nivel de incondicionalidad y de entrega de las mujeres al
proyecto, que uno se decía: “Pues sí, hay que decidir, o la revolución o los hijos”. ¿Qué
tal? ¡No podíamos tener hijos porque los niños traían muchos problemas! El Flaco
defendía esa posición. No se entendía para nada la dimensión compleja de la mujer y su
necesidad vital de tener hijos. Y nosotras no teníamos la claridad ni la suficiente
irreverencia para ser capaces de decirle no a esa actitud. Sólo hasta el 86 yo fui capaz de
decir: “¡Quiero tener un hijo y voy a tenerlo! Después veremos qué sucede”. Si uno no
crea el hecho, las cosas nunca cambian.
Permanente movimiento
Una virtud muy grande en el Flaco era su capacidad de ver las cosas en permanente
movimiento, ser capaz de entender que una cosa podía ser verdadera y falsa al mismo
tiempo, que no existen verdades absolutas. Por eso, ante las realidades concretas, podía
pensar una cosa, y de pronto admitir que lo contrario también podía ser cierto. Por eso
tenía gran capacidad de, sobrase, y de generar asombro en los otros. Su formación inicial
era muy marxista y comunista, y eso sin duda le dio una serie de elementos sobre los
cuales actuar, criterios frente a la gente, visión de lo colectivo, etc. Esos elementos le
permitieron generar respeto a algunas cosas: por ejemplo el respeto frente a la
revolución cubana. Para Pablo, el reconocimiento a Cuba y su revolución era algo,
intocable. Eso no quiere decir que no criticara cosas, pero tenía un respeto de principios
que era muy de su esencia. Para él existían unos respetos y unas lealtades básicas que
no se le perdieron por más que cambiaron las circunstancias.
En las relaciones internacionales, algo muy especial en su vida fue la afinidad entre el
Flaco y el general Torrijos. Era una afinidad muy especial en lo caribeños. Bateman llegó
a Panamá precisamente el día en que Torrijos murió, y eso le dio durísimo. Me acuerdo
de una borrachera suya. Estábamos en la casa de un teniente de la Guardia Nacional,
tomando una especie de licor coreano, cuya botella tenía una culebra adentro. Es un
trago fuertísimo y el Flaco se pegó una borrachera increíble. Se suponía que eso no se
debía hacer en la clandestinidad. Empezó a gritar en esa casa: “¡Torrijos y yo somos los
dos únicos verracos en este continente! Tenemos que hacerle un monumento a Torrijos”.
Era una escena patética. Todos estábamos asustados. “Nos van a pillar”, pensábamos, y
él gritaba como loco: “¡Torrijos y yo somos los verracos!” Era un sentimiento lleno de
dolor, pero a la vez hermosísimo: una gran borrachera de la dimensión latinoamericana y
colombiana de ese liderazgo. La independencia estuvo marcada por la conspiración de
Bolívar en el Caribe. De nuevo, el M-19 en Panamá y en general en el exterior tuvo ese
mismo inconfundible sabor, el sabor de la conspiración, la influencia de la piratería. La
solidaridad que se dio en Panamá con nosotros fue algo grande: fue un acto bolivariano.
Pensar que el Flaco se iba a morir era una cosa que a nadie le cabía en la cabeza, ¡a
nadie! Él era para nosotros un tipo inmortal. Asumir eso fue durísimo porque
supuestamente no iba a haber nadie después de él. ¡Pues no! Sí había, y hay. Como él
decía: “Mientras exista un solo hombre Eme y demócrata, existirá el M-19”.
Me iba ir a la guerrilla de las FARC y Milton Puentes, mi papá, llamó al Flaco: “No se lleve
a mi hija, devuélvamela, porque esta desahuciada y no es justo que se vaya a sufrir a la
guerrilla”, El Flaco le contestó: “Le prometo que se la traigo”. Se fue entonces a casa y
me dijo: “Empaque, que nos devolvemos para Bogotá”. Yo no entendí bien por qué.
Una vez en una rumba de un carnaval en Barranquilla, Carmen Lidia, Humberto, el Flaco y
yo nos fuimos a una caseta. El Flaco ya estaba medio tomado y cuando bebía así se
perdía... Pagó las boletas y nos quedamos esperándolo. ¡Se las había comprado a un
ladrón! “No puede ser”, decía. Pasó toda la noche deprimido, casi llorando, porque le
parecía increíble que lo hubieran robado a él. Se la pasó buscando al ladrón. No le
gustaba perder.
Le gustaba muchísimo hablar con mi papa, pero el viejo tenía el temor de que siempre
llegaba a llevarse a su hija. Cuando detuvieron a Esmeralda, pasó toda la noche en la
casa tratando de localizarla por todas partes, hasta que la encontró.
En la finca “Jalisco” de mi papá se hizo la histórica reunión donde, por una propuesta de
Fayad, la organización “Comuneros” cambió al nombre “M-19”. Yo presté la finca a
escondidas. Se lo conté a mi papá muchos años después. Estábamos allí Carlos Pizarro,
Álvaro Fayad, la Negra, Esmeralda, Iván Marino, Elvencio, Peggy, Lucho Otero y muchos
otros. Éramos 30 ó 40.
Un día me llamó a Guayaquil y me dijo: “Hermana, voy para allá”. Hacía diez años que no
lo veía. Llegó con mi mamá y con Iván Marino. Lo vi y era el mismo, descamisado...
Cuando se iba, le di 10.000 sucres “para lo que necesites, hermano”. “¡Qué verraquera
de vieja! Sigue siendo la misma”. ¡Imagínese toda la plata que él debía tener y yo dándole
10.000 sucres! Antes de despedirme me dijo: “Tengo que conocer a Nicolás”. Y al ver a
mi hijo dijo: “Esto era lo que nosotros queríamos que naciera”.
“¿DE DONDE SACARON A ESE NOVATO? ¡NOS VA A MATAR A TODOS ESTE LOCO!”
La primera imagen que tengo del Flaco es una maravilla. Nos habíamos empeñado en la
recuperación de las primeras armas para el Eme. Lo hicimos por una información que
logré obtener de un íntimo amigo mío, Juan Manuel Ponce, con el que estudiaba
antropología. Yo visitaba su casa y me di cuenta que tenía una colección de armas. Y en
ese momento, como todo era para la revolución, se me ocurrió que esas armas servían y
se lo comenté a Iván. Éramos Comuneros. Iván dijo: “¡listo! ¡Nos sirven!” Era nuestro
primer operativo. Reuní la información. Levantamos los planos de la casa y armamos el
operativo. Nos falló las dos primeras veces. Yo quería estar con Juan Manuel en el
momento del operativo porque me daba cierto sentimiento de culpa. “Prefiero estar ahí,
por si algo pasa. De todas maneras soy yo la que lo estoy metiendo en este lío”. Teníamos
una reunión de estudio cuando llegaron. Pasaron frente al portero como amigos que iban
a estudiar. Las armas estaban en la biblioteca donde estábamos estudiando. Entraron.
Había dos muchachas de servicio y un celador. Los papás de Juan Manuel estaban en
Europa. Entraron Iván, Ana María y el Flaco Bateman.
Yo al Flaco no lo conocía. Él llegó con una pistola Walter 9 mm. montada. Iván nos había
dado instrucciones del manejo de armas con una de las pocas que tenía el Eme y nos
había enseñado que las pistolas no se montan sino en el momento de usarlas porque era
“¡Cuál policía!”
Para mí, Iván era la imagen del guerrillero, seguro, pausado. Este Flaco se salía de todos
los parámetros del guerrillero que yo conocía. Nos pusieron esparadrapo en la boca, nos
amarraron para que no hiciéramos ningún movimiento. Yo tenía como misión tenerlos
callados por un tiempo para que los otros se pudieran ir. Mientras tanto, empecé a llorar,
hice la que me daba mareo. Por atenderme a mí, y mientras se desamarraban, pasó como
media hora. Entonces Juan dice: “Vamos a llamar a la policía”, “¡Cuál policía!” Juan
Manuel bajó donde la muchacha de servicio. “¿No se dieron cuenta del asalto?” “Nada”.
Nadie se había dado cuenta. Además, le preguntan a Juan: “¿Qué más hay en la casa?”. Él
estaba mucho más tranquilo que nosotros. Se dio aviso a la policía y a todos los que
estábamos ahí nos montaron seguimiento e indagatorias.
Un libro devuelto
Nosotros dejamos pasar un mes y en una reunión con Iván Marino le pregunto: “¿Quién
es ese novato que ustedes se levantaron?”. Iván se rió y dijo: “Ese no es ningún novato, lo
vas a conocer después”. Pasaron los días y nos organizaron una cita clandestinísima
para que los tres que habíamos estado en la acción nos reuniéramos con el Flaco. Traía
la propuesta de que Juan Manuel, la víctima, colaborara. A esa reunión fui yo. El Flaco le
devolvió el libro y le habló del movimiento que se estaba formando; le dijo que sentía
mucho haber tenido que hacer lo de las armas.
Ese hecho dio para que se riera más de lo usual. Nada lo desanimaba. Era un reincidente
de la esperanza. En los peores momentos sacaba del bolsillo un apunte de humor, una
frase de aliento, una sonrisa.
“Lamparillas”
Compartir con él el sleeping era un castigo, porque dormía con las piernas recogidas
hasta el pecho, y el frío que se colaba no me dejaba conciliar el sueño...
No había operativo donde no estuviera merodeando. Sé bien cómo le costó aceptar que el
comandante general no debía estar en todos los operativos.
Era el menos machista de los hombres, por lo menos con nosotras. Supo reconocemos
los méritos y apoyarse en nuestro criterio para las grandes decisiones. Ester Morón,
Peggy, Esmeralda, La Mona fueron algunas de las mujeres a quienes les consultó
permanentemente.
Detrás de la puerta
Para mí tuvieron que pasar seis años, una separación, un amante y el final de mi
segundo matrimonio. Fui yo la que le insinué que ya podía arrastrarme el ala. Bastó que
mi mano tocara su cuello para que al día siguiente, con el pretexto de felicitarme –estaba
cumpliendo 25 años—, me hiciera el amor detrás de una puerta, mientras mi mamá
dormía en la otra pieza.
Abandonarse en mí
No puedo decir que fui su amante. Sólo que nos encontrábamos de vez en cuando a media
tarde o después de las seis, a la hora menos pensada, cuando le era posible abandonarse
en mí para pensar en él por un minuto:
En una ocasión, hablando de las relaciones afectivas entre los compañeros —porque yo
había tenido una de esas crisis matrimoniales que uno tenía muy a menudo por esa
época—, mandé llamar al Flaco. Ya era un hombre mucho más ocupado. Le mandé
razones como si fuera una cita importantísima de urgencia y se apareció. Después de que
hablamos, le dije:
“Flaco, ¿vos sacaste tiempo para oírme a mí estas pendejadas?” “Si uno no es el mejor
amigo de los amigos, entonces no estamos haciendo nada”.
El Flaco humano era el mejor amigo de sus amigos. No lograron distanciarlo las
jerarquías. Supo ser amigo• aún en los momentos cuando era tan respetado como
comandante, en los momentos de orden cerrado, al final de un curso, todo el mundo
Un día yo le presenté un intelectual de muy alto nivel, y yo pensaba: este hombre tiene
que conocer a alguien importante de la organización porque quiere colaborar con el Eme,
y yo ya no daba más; entonces le presenté al Flaco. Fuimos a la casa de ese señor y yo
esperaba que el Flaco hiciera su debut con la línea política. El Flaco llegó, se sentó y
comenzó a hablar de fútbol, de comidas típicas del país, de cuanta cosa se le fue
ocurriendo. Yo pensaba: “¿A qué horas empieza?” Terminó la charla al amanecer. Al otro
día fui a visitar al personaje y le pregunté: “¿Cómo le pareció el Flaco?” “Ese era el
hombre que yo quería conocer. ¿En qué puedo ayudar? Así es que yo quiero una
organización”. “Pero, ¿qué fue lo que dijo?” “Este es el hombre que el país necesita, el
hombre que está interpretando el país. Con ustedes yo sí trabajo”. Y yo me preguntaba:
¿qué fue lo que el Flaco dijo?
Esto sigue
Lo conocí a principios del año 74. Se paró en la puerta del apartamento de Carlos Pizarro
con una sonrisa de sinvergüenza y nos saludó. Ellos tenían en común la construcción del
M-19, la necesidad de reagruparse en torno a una guerrilla diferente a las FARC. Entre las
personas que empezaron estaban Peggy, Álvaro Fayad, Elmer Marín, el Flaco y Carlos
Pizarro. Bateman era de una alegría impresionante, muy descomplicado. Cuando se
realizó lo del Cantón y empezó la persecución contra nosotros, me perdí y me desconecté
de la organización. Ellos me buscaron y decidieron ir a la casa de mi mamá y allí había
dos personas de la inteligencia militar esperando que llegáramos. De pronto el Flaco y
Álvaro parquean el carro, se bajan y empiezan a preguntarle a mi mamá: “¿Dónde está
Miriam?” Mi mamá no sabía qué hacer. Ella se pasaba la mano por el cuello como
diciendo: “¡la cuchilla!” Medio entendieron y se fueron. Posteriormente regresé y busqué
a Jaime Bateman. “¿Qué te habías hecho?” “Y tú tan bonita como siempre”, dijo. E
inmediatamente me brindó toda la solidaridad. Cuando nació mi hija; María José,
estábamos mal. Su mujer esperaba una hija también, lo mismo que la compañera de
Fayad. Era como una cosecha, y a todas nos llegó una caja con pañales con todo para
bebés porque nadie tenía nada. Todos sabíamos que era obra del Flaco.
“Ven, que yo te enseño a manejar”, me propuso una vez en Santa Marta. Nos fuimos para
el Tairona y de pronto me dice:
“Te toca a ti”. Él me explicaba y yo manejaba. Cuando de pronto se asoma por la ventana:
“Adiós, mamacita divina, ¿cómo estás?” Miré por el espejo retrovisor y no vi a nadie.
Entonces le pregunté: “¿Oiga, usted a quién le está echando piropos?”, y él se volteó y me
miró con unos ojos muy pícaros diciéndome: “Es a la burrita que está ahí al borde del
camino”.
Carlos sentía al Flaco como su hermano mayor, alguien de quien tenía mucho que
aprender. Le tenía un aprecio impresionante. Sentía que era la persona que le podía dar
el espacio de actuar. No tenía con él ningún tipo de rivalidad, de celo, porque el Flaco se
caracterizaba siempre por permitir que la gente hiciera cosas. El decía: “¡Bueno, hagan
La guerra le fastidiaba
Carlos creía ciegamente en el Flaco, le tenía una fe absoluta. Yo creo que Carlos,
mientras existió el Flaco, no tuvo la posibilidad de dudar, ni de sentirse solo. La situación
cambió cuando desaparece el Flaco porque fue la orfandad total. Yo me entero de su
desaparición en el Cauca y para mí y para todos fue un golpe terrible. Como si nos
quitaran el piso. Es que había una confianza inconmensurable alrededor del Flaco. Al lado
de él nos sentíamos siempre seguros. Cualquier locura que se le ocurría, la hacíamos
con fe. Él fue un gran creador; intentó rescatar al hombre colombiano y sus tradiciones
dándole una dimensión de lo que somos. El Eme rompe con los esquemas de la izquierda,
de la guerrilla, con los dogmas, con las sectas. A él la guerra le fastidiaba, cargar armas
le molestaba. Cuando las cosas no se hacían, el Flaco también era muy bravo. Fue un
buen agitador y manejaba muy bien la palabra. Era de una simpatía impresionante.
En Los Alcázares teníamos una casa donde iba mucho el Flaco y nos ayudaba a limpiarla.
Cocinaba, hacía arroz frito. ÉI fritaba el arroz y después le echaba el agua; una fórmula
mágica. En esa época rumbiábamos mucho, nos íbamos a una discoteca que se llamaba
El Paladium y nos daban las 6:00 bailando. Salíamos de ahí en unas rascas terribles,
abrazados, a desenguayabarnos con caldo de menudencias. Éramos entrañables amigos y
compañeros.
Bateman organiza una reunión en Panamá con la gente que había salido de la cárcel,
porque habían estado muy dispersos durante mucho tiempo. Fue la última vez que lo vi.
Estaba muy bravo con Ramiro Lucio. Carlos estaba un poco entre las dos aguas, entre la
indignación del Flaco y manejar el afecto que le tenía a Ramiro. No quería hablar de eso.
A Carlos le dio muy duro.
A veces decía: “Uno quiere tanto a las compañeras que termina deseándolas”. Era un
hombre tan carismático, que atraía a mucha gente con su presencia, con su vitalidad. Era
una persona de una vitalidad arrolladora. De pronto no era un hombre buen mozo, pero
sí era un hombre atractivo, simpático, echado para adelante, abierto. Para él, hacer el
amor era muchas veces como darse un abrazo más larguito.
La segunda vez que lo vi fue después de que habíamos fundado las guerrillas móviles
rurales a nivel nacional: la del Cauca, la de Santander, la del Tolima, la Simón Bolívar y la
Camilo Torres. Y él pensaba que estaban creadas ya las condiciones en el sur para pasar
a una fuerza militar con capacidad de combate. Hablaba de aniquilamiento de las
estructuras del ejército colombiano, a pesar de que habían fracasado las móviles en el
resto del país. Pero en el Caquetá no; allá era toda una fiesta cuando salíamos armados a
las comunidades. Porque allá había nacido yo y allá habíamos trabajado con la gente.
Entonces Bateman decidió concentrar el resto en el Caquetá, y lo que quedaba del fracaso
de las móviles. Hacía el análisis de que el error que había cometido el M-19 era haber
dispersado sus fuerzas, haberlas regado por todo el país y haber mostrado debilidades
políticas y fundamentalmente militares. Entonces concentró lo poquito que nos quedaba,
Allá llegaron Germán Rojas y Antonio Navarro con alguna otra gente, poca. Nos reunimos;
diga usted, no éramos más de 35.
De pronto, llegaron los que habían quedado regados en el país y Bateman decidió dar el
salto de las móviles a la formación de una fuerza militar. Nos habló de la importancia de
construir un ejército que asumiera las banderas de la lucha por un gobierno
democrático, por la paz, por un gobierno de verdad nacionalista; un ejército que
defendiera y enalteciera las banderas y el pensamiento bolivariano, con el objetivo de
convertirnos en el ejército libertador de América Latina. ¡Nosotros que íbamos a
entender!
Me acuerdo que, póngale por mucho, nos reunimos 40 y nos decía: “La tarea de ustedes
es la de enfrentar las fuerzas del Estado y aniquilar al enemigo”. Otra de las tareas que
nos planteaba era la de construir una pista para recibir un gran armamento: el
armamento del avión de Aeropesca que cayó en el río Orteguaza. Nos dijo: “Tienen tres
meses para que recluten setenta hombres”, y nos dio la fecha exacta para que tuviéramos
la pista lista. “A trabajar, y hay que pelear, a pelear; esta estructura se ha hecho para
ganar, no se hizo para perder. ¡Representamos lo mejor del país! Había maestros,
abogados, campesinos y hasta intelectuales. La población urbana estaba representada
por distintas fuerzas…
Todo un cañazo
La tercera vez que lo vi fue cuando se filtró el secreto para descargar el avión en la pista
que habíamos construido, Bateman dijo: “No tenemos otra alternativa, vámonos para otra
pista”. Éramos 188 hombres y nos pusimos, diga usted a quince minutos de una pista
que había en Solita, Caquetá, “Aquí en esta pista vamos a meter el avión y de aquí en
adelante vainas a cambiar la historia de este país. Se nos va a venir el ejército y el mundo
entero encima”. Ciento ochenta y pico hombres, casi doscientos. Bateman nos echa todo
el carreto: “Vamos a empezar a gestar un ejército regular. Nos vamos para Florencia y de
ahí nos vamos para el poder”. Eso nos daba una moral muy verraca. El hombre le
sembraba a uno mucha calor, mucha confianza. No se pudo coordinar la llegada del
avión. Hubo muchos tropiezos. En el año 1981 declaró: “Este año 81 es año de combate.
¡A pelear!” Y nos tomamos Curillo sin armas. Óigase bien, éramos un ejército armado
sólo de voluntad, de fe, de decisión, de esperanza; pero la mayoría de nuestra gente no
tenía ni tan siquiera una escopeta. Estábamos esperando el tal avión. Nos tomamos a
Curillo y no pudimos hacer rendir el puesto. Pasaban camionados de ejército y no
podíamos hacer nada. Sin embargo, en una pequeña operación recuperamos cuatro
armas. Y como el ejército se pasó para Curillo, porque la emboscada no funcionó,
Bateman le había entregado el revólver de él a los compañeros para que se fueran a
ayudar a rendir el puesto, y cuando llegó el ejército algunos compañeros se lanzaron, al
Teníamos las armas del famoso avión y algunas otras y nos despedimos de Bateman a
finales de agosto o a principios de septiembre. El tenía que cumplir algunos compromisos
y salió a eso; pensaba que cuando estuviéramos concentrados todos, empezaríamos las
grandes batallas. Nos tocó demorarnos casi un año en el Putumayo con Iván Marino,
porque el enemigo descubrió las conclusiones de la Conferencia, pero luego hicimos
operaciones muy grandes... Fueron muchos los combates... pero no se pudo cumplir el
objetivo de la concentración de fuerza en la zona.
Uno lo que recuerda mucho del Flaco es la gran capacidad de ver el país tal cual. Era un
hombre muy inteligente, muy capaz, con muchas cualidades humanitarias. Toda una
autoridad, estaba en todo y con todo, con la gente campesina, con las comunidades, con
los niños de la guerrilla —porque allá teníamos niños con las compañeras—, con todo el
mundo.
Jugábamos lo que llamamos esgrima. Yo jugué con él a eso porque él jugaba de todo;
hacíamos recocha y él se metía a jugar con nosotros. Que si con palos, que si con varas...
esas sí eran fiestas muy verracas: diga usted, ciento ochenta o ciento sesenta hombres y
dos plazas públicas, todos jugando con varas por parejas, y él con nosotros. Era muy
chistoso, de veras.
En adelante es capitán
Que los compañeros se pongan al frente y asuman esa responsabilidad. Y me alce: “¡No
seas güevón!” Yo no le voy a entregar esto a nadie más que a usted y tiene que ponerse al
frente”; Yo no le creía, no le creía. “Usted ha sido el líder aquí; ¿yo que le vaya entregar
Cuando las cosas no funcionaban, uno no se ponía triste. Él nos dejaba tareas y nos
dejaba entusiasmados y comprometidos. Salía y volvía a entrar. En medio de semejantes
operaciones él entraba y salía como por su casa. No sé cómo hacía...
“Esta guerrilla va a ser una guerrilla del pueblo y aquí la gente tiene que venir con
conciencia. Aquí no se puede obligar a nadie, aquí no se puede fusilar a nadie porque
ustedes no sean capaces de convencer política e ideológicamente a la gente. Aquí, a
espaldas de nadie se puede fusilar a alguien. Tiene que haber consejos populares, porque
uno de los principios más sagrados por los que estamos luchando es por el derecho a la
vida. Nosotros tenemos que superar los errores que se han cometido”. A él le dio muy
duro un error que cometió Capera. Imagínese: ¡cogió dos miembros infiltrados y los
fusiló delante de la prensa y de la televisión! Eso salió por todos los periódicos. “Este
problema es tan grave para el M-19, que nos puede hacer mucho daño y eso no se puede
volver a repetir. Hay que entender al compañero; él es un indígena que no tuvo la
oportunidad ni siquiera de ir a la escuela; hay que ayudarle a que entienda, pero eso no
se puede repetir”.
Cuando llegamos al Caquetá, casi al año, tuvimos la triste y trágica noticia que nos dieron
a mí y a Iván Marino: la noticia de su muerte, que nos cayó como un baldado de agua fría.
Pues... la recibimos con mucha angustia, ¿cierto? Quedamos como desconcertados. No
habíamos conocido un hombre tan querido, tan integral, tan sencillo. De todas maneras,
había otros cuadros, pero fue muy duro perderlo. Mucha... mucha angustia sentimos,
pero por supuesto que uno siente también más rebeldía. Muy duro tener que llamar y
reunir la gente para pasar esa información, era muy duro para uno. Nos sentíamos como
huérfanos; verdad que uno se sentía, ¿cómo decir?... no desmoralizado, claro que no...
Conocí a Jaime Bateman en 1967 con Luis Otero y otros compañeros. Nos reuníamos
para tratar de formar una organización que pudiera superar el sectarismo. Nuestra
intención era llevar la lucha a los centros urbanos fundamentales.
Bateman es uno de los hombres más integrales que hemos tenido; capaz de sentir a
fondo las injusticias y capaz de entender en qué radicaban sus causas. Cuando
encontraba que había que hacer algo, tenía el valor de llevarlo hasta donde fuera. Era un
revolucionario integral.
Recuerdo el día en que lo conocí. Era un joven de mirada dulce, una mirada distinta a la
de los guerrilleros porque uno se imaginaba a un guerrillero como un hombre duro. Eso
era lo que le habían metido a uno en la cabeza. La mayoría de planes que él elaboraba
eran el resultado del consenso. Él abría la participación, escuchaba a los unos y a los
otros, resumía las ideas y las volvía creativas. Si alguna vez se le ocurría una idea y
entraba el más modesto de los guerrilleros y expresaba lo mismo, él no se ponía bravo,
no decía que ya lo había pensado, sino que lo estimulaba y lo proyectaba. Era capaz de
compartir con un conservador, con un comunista, con un cura, con un liberal, con una
monja, con un guerrillero, con el que fuera.
Era un hombre que inspiraba mucha confianza. Cuando decía: “Vamos a tal vaina”, la
gente se sentía confiada, tranquila. Se iban con él a lo que fuera. En la guerrilla nos
imprimió la decisión de combatir permanentemente. Era necesario superar el esquema de
una guerrilla que se sumergía en la montaña, de unos guerrilleros que decidían vivir
como ermitaños y que no combatían. Él le imprimió una nueva voluntad de combate a la
gente del M-19. Con Bateman fundamos una fuerza militar. Era un intento de crear una
nueva estructura de ejército con un criterio distinto. El planteamiento era concentrar
fuerzas; crear una estructura de ejército y golpear al sector oligárquico y a sus Fuerzas
Armadas. Así surge el Frente Sur del Caquetá y Bateman dice que el jefe de ese frente
debe ser Navarro. Él asume la jefatura, pelea y cae preso en Potosí. Entonces me tocó a
mí asumir el mando hasta la Octava Conferencia.
Bateman le había impreso a esa concepción de la fuerza militar una serie de principios.
En primer lugar, tenía que ser una fuerza que creciera en función del aniquilamiento del
En una ocasión duramos dos años esperando unas armas y construimos un aeropuerto
en medio de las montañas, en un sitio que llaman la Bota Caucana. No, se trabajaba por
recuperar armamento, sino que esperábamos y esperábamos las armas. Bateman estaba
permanentemente creando la expectativa de esas armas. Y me dejó a mí la misión de
buscar el sitio para recibirlas. Yo, finalmente, encontré uno en Solita, cerca del río
Orteguaza. Ahí construimos un campamento con 200 guerrilleros, en meses de duro
trabajo (noviembre y diciembre). Ese campamento lo denominamos “Campamento
Hospital”. A última hora nos llegó un telegrama donde nos hablaban de todo y en el
último renglón decían secamente que las armas no podían llegar.
Con Bateman habíamos trabajado dos planes: uno con las armas y otro sin ellas.
Habíamos quedado luchando en un triángulo muy peligroso, entre Curillo, Solita y
Valparaíso y la actitud de combate no se logró extender por todo el Caquetá. Bateman
quedó aislado del resto de la fuerza y se fue para Mocoa con treinta personas sin armas.
Yo logro saber que Bateman andaba con un chispún, al que hay que meterle la pólvora.
Andaba con unos quince niños y unas veinte mujeres, casi todos desarmados. Logré,
como pude, reunir un poco de gente armada y se la mandé. Él confiaba siempre en lo
estratégico pero no se descontrolaba si eso no le funcionaba. De pronto llegó el
desembarco. El día anterior a la toma de Mocoa cae un camión con las armas. ¿Qué tal?
Lo cogieron porque los compas cometen un error muy grande. Habían camuflado las
armas bajo cargas de chontaduro. ¡Imagínese, traer chontaduro de la Costa a Mocoa, que
es la tierra del chontaduro!
Sin embargo, al otro día, a pesar de todo, Bateman se toma Mocoa y se cambia el curso
de la guerra. Todos los grandes golpes que nos habían dado, el desembarco, la caída del
camión, quedan opacados con la acción sorpresiva de la toma de Mocoa. Bateman no se
dejaba obnubilar por las peores derrotas. Ni siquiera cuando lo del Cantón. Esa vez nos
dieron durísimo. Casi la mitad de la organización cayó. Yo estaba en Córdoba tratando de
crear otro grupo guerrillero, y me llegó una compañera, la Negra Vásquez, y me dijo que
la dirección había decidido que durante dos años mínimo teníamos que desaparecer. A
los quince días llega Bateman al país, reúne a la gente y la convence de lo contrario, de
que es el momento de golpear más duro. Reúne a un grupo que ni siquiera tenía
trayectoria militar y gesta la toma de la embajada dominicana. No se dejaba amedrentar
por las derrotas.
También se las ingeniaba para salvar a la gente. En el caso de Álvaro Fayad, por ejemplo,
cuando dejó las FARC, regresó vuelto una nada. Le había tocado participar en unos
juicios en los cuales condenaron a fusilamiento a un genio de las matemáticas
simplemente porque criticó al partido comunista y a las FARC. Fayad bajó deshecho y
participó en la primera reunión de los llamados “Comuneros”. Un día Fayad envió un
mensaje en un papelito todo roto, diciendo que no participaba más. Bateman lo entendió
y nunca lo abandono. Durante dos largos años siguió consultándolo una y otra vez, hasta
que lo hizo volver y lo elevó a la dirección. No lo dejó, no lo abandonó; no abandonaba a
nadie, nunca. Después de la Octava Conferencia casi nos destrozan nuevamente. Conrado
Marín estaba huyendo y le mataron a casi la mitad de la gente con la que andaba. Tenía
paludismo y así y todo reunió a la gente y les preguntó quiénes querían irse. Esa vez tan
solo cuatro levantaron la mano para quedarse. A Conrado le tocó aceptar la decisión de la
mayoría y por eso lo acusaron de traidor. Sin embargo, Bateman lo recoge, lo incorpora y
muere con él en la avioneta. Él sabía que más allá de esas debilidades había valores en la
gente. No descalificaba a la gente por sus faltas.
Una vez a mí y a Otty nos detuvieron porque cometimos unos errores muy pendejos. Nos
dieron por desaparecidos durante unos días. Sin embargo, Bateman confiaba en nosotros
y siguió como si no hubiera pasado nada. Cuando nos comunicamos, con el seguimiento
atrás y todo, él no se cuestionó si se trataba de una trampa, sino que organizó un grupo y
a los dos días nos sacó de ahí, en medio de la policía. Confió en nosotros y arriesgó su
vida. Era un tipo así. Confiaba en la gente y se arriesgaba por ella.
Bateman era inteligencia con valor y calidad humana. Un campesino que ingresó al Eme
me contó: “Mire, yo me metí porque estaba una vez en una finca y Bateman llegó sin
conocerme y me dijo: ‘Vaya y tráigame una remesa’, y me dio 500.000 pesos. Desde ese
día yo me metí con él y con ustedes, porque sentí que allí dentro podía llegar a ser
alguien, que allí podía ser reconocido y valorado”.
Ejerciendo la alegría
Él lanzó una serie de criterios que alguna gente los tomó como folklóricos. Aseguraba que
el proceso revolucionario era un “sancocho” y que esa era una verdad científica... un
sancocho por la pluralidad, que era lo que le daba la riqueza. Decía que la revolución era
una rumba, una fiesta, porque encontraba una serie de valores culturales en la alegría y
en la convivencia. “Los pueblos se comprometen más cuando están ejerciendo la alegría”.
Decía que había que combatir todos los días. En un momento dado, dentro del proceso de
paz, Bateman llega y dice: “Si a mí me dice el gobierno: ‘Vamos a hablar y vamos a
Por Bateman, uno era capaz de dar la vida. Esto pocas veces se produce; al menos yo por
ninguno de los otros líderes he sentido eso. Cuando Bateman estaba en peligro, uno
quería lanzarse a dar la vida por él.
Yo era profesor de Ingeniería y militante del M-19, un militante por ratos, cuando me
buscaban. Trabajaba con un programa de desarrollo rural en el cual tenía mucha
relación con los gringos. Entonces me tenían a un ladito para que no me quemara. Una
vez incluso me propusieron que me infiltrara en la CIA. ¡Imagínense! Luego me invitaron
a una reunión en Cali, en un convento, arriba, por el cerro de Cristo Rey, con unos
compañeros muy “importantes”. Yo fui. Éramos unos. 80, entre sindicalistas, estudiantes
y una gente que yo no conocía. El segundo día apareció un hombre flaco, alto, costeño
—año setenta y algo—. Era Bateman. Nos echó un carretazo tremendo, hablaba muy bien.
No me acuerdo de qué habló pero me impresionó muchísimo. Después, en un descanso,
nos fuimos a Jugar basquetbol. Y con todo lo alto que era, era malísimo para el básquet;
no sabía jugar. Me acuerdo mucho que se cayó; quedamos desconcertados con su estilo.
Ahí todavía no le decían Pablo, era “el compañero”. Yo no sabía quién era, solamente que
era uno de los jefes del M-19.
Luego me entrevisté con Bateman un par de veces. Después fui a otra reunión en un
convento cerca de Bogotá, donde unas monjitas; lo llevaban a uno con gafas oscuras para
que no viera el lugar, pero sé que era un convento. Ahí vi por primera veza todos los
dirigentes del M-19; estaban Andrés Almarales, Álvaro Fayad, Pizarro, Duplat, Israel
Santamaría... un montón de gente. Se discutió qué tipo de organización debíamos
construir, si partido o movimiento. Finalmente se defendió con mucho ahínco la idea de
que nos convirtiéramos en una Organización Política Militar (OPM); es decir, una
organización de cuadros integrales que hicieran de todo. Ahí me di cuenta del peso que
tenían dentro de la dirección Pablo y Álvaro Fayad.
Bateman defendía en ese período la necesidad de “hacer”. Decía que teníamos que
construir una cosa distinta de las organizaciones de izquierda, que tenían centros de
estudio y grupos de análisis pero que no hacían nada en el terreno de la movilización ni
en el de las armas. Se impuso la tesis de la Organización Política Militar. Yo no era nadie
en ese momento, ni siquiera era un hombre de mucha reflexión. Me buscaban
esporádicamente. Especialmente tenía contacto con la gente de Bogotá, por lo del Cantón
Norte. Me hacían consultas pero yo no sabía exactamente qué estaba pasando. Me
preguntaban cosas técnicas, logísticas, pero yo no tenía una información exacta de Io que
se preparaba. Sentía que había algo pero mantenía la disciplina de la clandestinidad. Una
vez me pusieron una cita en Villavicencio. Yo fui y allá apareció Bateman, y estuvimos
conversando muchísimo. En esa ocasión me dijo: “¿Qué quieres hacer? ¿Te quieres ir pa'l
monte o te quieres quedar en la ciudad? ¿Qué quieres?” Yo le dije: "Al monte". Y, bueno,
me fui para el Cauca y allá estuve varios meses... en el Páramo de Moros. Éramos cinco
blancos y cien indígenas. El general Guerrero Paz era el comandante de la Tercera
Brigada y nos montaron una perseguidora tenaz.
Al principio dieron mucha información, pero después no, cada vez menos. Nos
enterábamos más de lo que pasaba en la embajada oyendo la BBC de Londres o la Voz de
América. Recuerdo mucho una anécdota de Bateman en el Caquetá. Había una formación
en medio de una placita llena de barro. Éramos unos 35 ó 40 guerrilleros en medio de un
barrizal completo. Eutimio, un campesino a quien ese día le tocó por turno ser oficial,
empezó a dar órdenes de formación. Por lo general los miembros del Estado Mayor no
hacíamos mucho caso de las voces de mando. “¡Atención, fir!”, dijo Eutimio, “…del
comandante para abajo”. Y Pablo se puso firme. Hizo todo muy obediente. Y terminó todo
enredado. Nos reímos mucho. Después él decía: “Hay que hacerlo porque para aprender
a mandar hay que saber obedecer, y esto es una lección que quiero que todo el mundo
aprenda. Eutimio podrá ser un muchacho, pero tiene una responsabilidad y la está
asumiendo”.
Un diálogo nacional
Seguíamos la información de la toma y una vez en un artículo que escribió Luis Carlos
Galán en El Tiempo insinuó la necesidad de un diálogo más amplio. No recuerdo el texto
exacto. Pablo dijo que Galán estaba insinuando o sugiriendo los elementos para ampliar
el diálogo de la camioneta amarilla. “Por aquí es. Esto es lo que hay que hacer. Hay que
proponer un diálogo nacional”. No teníamos la posibilidad de comunicarnos con
Rosemberg para que él lo propusiera desde adentro. Entonces Bateman dijo: “Voy a
aparecer públicamente por primera vez y voy a proponer un diálogo nacional”. Y se
preparó la salida de Pablo. Lo primero fue la entrevista con Germán Castro Caycedo,
donde proponía un diálogo en Panamá. Yo me acuerdo muy bien de ese momento. Nunca
se ha dicho que de alguna manera la pre-idea inicial del diálogo surgió de un artículo de
Luis Carlos Galán en El Tiempo.
Volví a ver a Pablo otra vez porque necesitábamos un plan para meter armas. Empezamos
75 y ya íbamos por 350 y eso porque no dejábamos entrar más gente. Teníamos
muchísima gente desarmada. Entonces nos pusimos una cita con Pablo, tal vez por
Girardot, y elaboramos el plan. “Yo les voy a mandar armas. Construyan una pista, que
van a recibir un avionado de armas”
Vivíamos con síndrome de avión. Todos los días mirando para arriba con un dolorcito
persistente en la nuca, y nada; quince días un mes, mes y medio y el avión no llegaba;
hasta que fue evidente que si nos quedábamos, el avión que iba a llegar era el del
ejército. Entonces nos movimos de la pista y nos fuimos cerca del río Fragua, a un
campamento lindísimo al lado de una playa con un río transparente. La noticia del avión
nunca llegó.
Movimiento 19 de abril, M-19
Nos echaron un sermón: “que a uno siempre lo dejan por fuera”, etc., etc... Me tocó
imponer la autoridad. Éramos una organización jerarquizada y punto. Nos fuimos el 1, 2 y
3 a la famosa reunión de Tocaima y, preciso: nos cogieron presos.
Después yo me fui para el Cauca a fundar otra guerrilla en una zona espantosamente
malsana. De ahí, de ese lugar, bajé a esperar un contacto cerca de la Salvajina. Habíamos
hecho unas claves con Fayad en unos caseticos de máquina de escribir y un día me llegó
uno. Era la primera vez que Fayad me mandaba un mensaje cifrado: Comencé a
desenrollar el casete detrás de una mata de café; lo amarré de una punta y empecé a
estirarlo y a estirarlo. Todo estaba cifrado. Uno miraba con una lupa los numeritos y las
letras de la clave; eran como cien metros de casete y nos pusimos a descifrarlo letra por
letra. Recuerdo que pensé: “Para que haya un mensaje cifrado tan largo, es porque ha
pasado algo”. Nos demoramos casi un día. Cuando terminarnos, decía: “Pablo está
perdido y no sabemos nada de él. Salió en un avión y no aparece. Estamos buscándolo”
En los cien metros de cinta cifrada estaban los detalles de la terrible noticia: “Lo estamos
buscando y no aparece. Tenemos el presentimiento de que le pasó algo malo, pero
todavía no nos lo han confirmado. No le diga nada a nadie, tenga la gente preparada”. Y
teníamos un grupo de sesenta y pico de personas en las montañas esperando las armas,
Nos regresamos tres días pensando y pensando por el camino qué era lo que podía haber
sucedido. Todo el tiempo estuvimos con la esperanza de que pudiéramos llegar primero al
campamento antes que la terrible noticia. Empecé a meterle ánimo a la gente, a crear un
ambiente. Alguien dijo: “En un periódico de Cartagena salió la noticia de que Jaime
Bateman está desaparecido. Eso es mentira, ¿cierto?”. Yo respondí: “Puede que sea
verdad”.
Yo ya estaba convencido. A los dos días apareció la información oficial diciendo que
Bateman estaba perdido y que lo estaban buscando. Sabíamos que por alguna razón no
habían llegado las armas. Fue un momento muy duro, En ese momento Pablo era el
hombre que representaba al M-19 y, además, la esperanza de mucha gente en el país.
Con la muerte de Pablo se ha dicho que se acabó el M-19, que no quedó nada. Para
algunos se acabó en parte, para otros se acabó del todo y nunca más volvieron a
conectarse con el Eme. Bateman nos enseñó que cuando el Eme está en sintonía con lo
que piensa la gente, con lo que quiere la gente, le ha ido bien, y cuando ha perdido esa
sintonía, le va mal.
Bateman tenía una frase que le gustaba muchísimo; se la oí muchas veces y decía: “Al
pueblo en este país le gusta la gente jodida, la gente que no se deja joder”. Decía
también: “Nunca uno puede estar a favor de algo que no sea la justicia. Y donde haya una
injusticia, allí tiene que haber alguien del M-19. Donde alguien le pegue a una anciana,
tiene que haber uno de nosotros”. Esos valores retratan lo que fue el M-19 en la época de
Bateman.
Yo no diría que fui muy amigo de Bateman porque yo lo conocí tarde, pero en la última
etapa de su vida estuvimos juntos en tareas muy importantes. Cuando trabajamos juntos,
hicimos lo que teníamos que hacer. Por supuesto, yo discutía con él las cosas en las que
no estaba de acuerdo, pero sobre todo hicimos juntos cosas que salieron muy bien.
Trabajamos juntos decisiones por la amnistía con Betancur. Yo estaba convencido de que
la paz no podía ser el resultado mecánico de la amnistía; la paz tenía que ser el resultado
de una negociación donde el país participara obligatoriamente. De todos modos, Pablo
llevaba más vida, había estado en muchísimas más cosas que yo, él tenía un kilometraje
larguísimo. Se parecía más a un ejecutivo: hacer cosas y conseguir resultados y hablar
sobre los resultados concretos. Era un hombre anticarreta a morir. Todos los informes
que le llevaban los mandaba verificar: “Que se oiga, que se vean los resultados”.
Un profeta de la paz
Bateman era el político más intuitivo que yo• conocí. El mejor. Fue un hombre capaz-de
entender que el diálogo era la salida al conflicto armado, que la paz era posible. En su
vida de guerrillero combinó de manera muy creativa las armas y la política. En una
entrevista donde le pidieron que se definiera como político, una entrevista que le hizo
Juan Guillermo Ríos, respondió que era un "profeta de la paz". Así se definió, un profeta
de la paz.
Jaime Bateman fue el político intuitivo de más calidad que yo conocí, y conste que en
Colombia he conocido a todos los políticos vivos, a Alfonso López; a Álvaro Gómez, a todos
ellos he tenido la oportunidad de conocerlos. Y ninguno tiene la rapidez de Jaime
Bateman: Era un bárbaro, un conductor. Un político es una persona que sabe interpretar
los signos de una sociedad en un momento determinado; que sabe por dónde es el
camino y eso era Bateman, un conductor.
Su sueño dorado era aprender a manejar computador. Él llevaba una máquina de escribir
muy moderna. Una vez fui recibirlos a él y a Iván Marino a Tulcán, en el Ecuador, y ahí
traía el Flaco un computador. ¡Y dio lora con ese aparato!... “Vamos a aprender, tengo
que hacer la relación de la gente, tengo que organizar el control de las armas, todo. Iván
Marino le decía: “¡Hombre, eso no es un computador!” “Hombre, Iván, vos no sabés de
eso, ¡vos qué vas a saber de esto!” Pues no era un computador, era una sumadora y
después le toco rifarla. Vivía encantado con la tecnología porque tenía la convicción de
que eso le ayudaba a darle solidez a sus argumentos.
Durante los acontecimientos del Cantón, cuando empezaron a encontrar las armas y a
recuperarlas, Bateman iba personalmente en un jeep a varios sitios. A muchos lugares
llegó antes que el ejército. Era de buenas, tenía muchas caletas. Con la “cadena de los
afectos” creía que no se moriría, que no lo matarían.
Cati y Nati:
Mis hijitas del alma, anoche estuve releyendo las carticas que habían mandado y que
estaban muy pero muy lindas sobre todo la de Cati que si no viniera traducción no la
hubiera entendido ni Mandrake. Pero ya Cati podrá escribir como Nati que tiene muy
bonita letra y que espero haya terminado muy bien el año escolar. No se imaginan la
tristeza que tengo por no poderlas ver, pero ya ustedes están creciditas y saben las
dificultades que tiene papá. Pero las quiero y las adoro con todo mi corazón y no deseo
sino verlas y abrazarlas. Cuiden a mamá y me le dan mil besos. Y me saludan a toda la
gente amiga. Escríbanme como siempre ya que me hacen muy feliz. Papi las quiere.
Besos
Papá.
Besos
Papá
Pablo era todo un hombre. Un padre maravilloso. Dejaba cualquier cosa por llegar a la
casa a jugar con sus hijas. Amaba su casa. Yo creo que cuando una persona vive en la
incertidumbre y la zozobra, necesita más que nadie un lugar, un punto de referencia.
Para él, estar allí, amanecer con nosotras en su cama, era una parte del paraíso...
Una vez se enojó conmigo porque le dije que había conocido una niña preciosa: “¿Más
linda que Cata?”, preguntó. “Sí, más linda”. Y me dijo: “Más linda que Cata no puede
ser”.
Él sentía que allí en su casa nada le iba a pasar. Y nada le pasó. Era su refugio. Una vez
dejó una reunión importante para llegar a ver una telenovela que le encantaba. Se
llamaba “El Caballero de Reuzán”. Pablo era un hombre normal.
Otra vez, necesitábamos cambiar de casa, y nos fuimos a buscarla por toda la ciudad. A él
le gustó una que no tenía cocina. “¿Cómo voy a pasarme a una casa sin cocina?” Se fue y
en la despedida le pregunté: “¿Cómo me encuentras cuando regreses?” “Yo veré, no te
preocupes”.
Y así fue. Un día golpeó a la puerta. “¿Cómo lo hiciste?”, le pregunté. “Recorrí todos los
lugares por donde pasamos bus cando casa, menos la que no tenía cocina, y donde vi las
cortinas nuestras, dije: “esta es mi casa. Y aquí estoy”.
Aprendía de todos
Era fácil vivir con él. No gritaba. No era hacendoso, pero tampoco exigente. Era un
excelente compañero, generoso, generosísimo. Todo lo daba, lo regalaba, lo ofrecía.
Amaba a la gente tal como era. Cuando conocía a alguien, no le hablaba de política.
Dejaba que cada uno hablara de lo que hacía, de lo que pensaba de la vida. Y él aprendía
de todos.
Yo lo sentí, no sólo porque no me llamó cuando dijo, sino porque viví algo inexplicable. Yo
no soy una persona depresiva, pero aquel día del accidente sentí una profunda y extraña
pesadumbre.
Todo el M-19 creía que él estaba vivo. Se fueron a buscarlo a la selva. Estaban seguros
que sobreviviría, pero yo tenía la sensación entrañable de que la búsqueda era inútil. Algo
estaba irremediablemente roto. Yo quería creer lo que decían y a veces me aferraba a las
noticias de la radio. Cuando Álvaro me llamaba, por su voz yo entendía que era una
llamada de consuelo. Necesitábamos consolarnos los dos.
Nunca imaginé que yo tuviera que escribir algo así; declararlo perdido, amándolo tanto...
A pesar de que no se lo dijimos, Nati, con sus diez años lo supo. Se despertaba llorando.
Soñaba siempre que estaban en el mar y que su papá se perdía y ella no lograba
encontrarlo. Casi nunca pudimos hablar de él. Llorábamos siempre.
Yo creo que los ritos son necesarios. La gente tiene que enterrar a sus muertos. Eso
ayuda al duelo.
Cuando aparecieron los restos de la avioneta tampoco quise ir. Por él vivo hubiera ido al
fin del mundo. Por él muerto, no quería moverme de la casa.
En el apartamento de la 18
Álvaro Fayad y yo ingresamos y la primera tarea que nos asignaron, tal vez de prueba, fue
ir a la calle 26 y esperar a un hombre que nos entregaría un paquete.
Tal vez no creyó que el contacto éramos nosotros. Después lo volví a ver como en el 69
con Lucho Otero, en su apartamento de la 18. Fayad, que era intelectualísimo, andaba
por esa época tratando de precisar el concepto de autodefensa de masas. Para Álvaro,
todo tenía que ser preciso, y debatía con Pablo todo el tiempo.
Álvaro Fayad fue mi gran amigo de la vida. Él venía del seminario y yo del internado. Tal
vez por eso los dos descubrimos la necesidad de la amistad como algo profundo. Éramos
íntimos amigos. Cuando empecé con Pablo, Álvaro se sintió solitario y nos reclamaba
porque no lo invitábamos siempre a almorzar o al cine. Iba más mucho al cine los dos.
Una vez el Flaco me llevó a su casa. Quedaba por allá por el “7 de Agosto”, como en la
sesenta y pico con la veintitantos. Algún día me gustaría volver a ese lugar. Allí tenía la
imprenta, el mimeógrafo donde se editaba “Resistencia” y “Estrella Dorada”, un periódico
para los militares. El dueño de la casa vivía al lado y el mimeógrafo hacía un ruido
increíble. Era garaje, imprenta y vivienda. Pablo salió a traer la comida y yo me quedé allí
mirando todo. Mirando la vida de aquel hombre que era mi amante… el mimeógrafo, la
tinta, los papeles, la cuerda con su ropa todo. ¡Lo amé tanto!
Estrella Dorada
Una vez Pablo creyó que podríamos “despistar mejor al enemigo” enviando los periódicos
desde diferentes ciudades del país. Y nos fuimos a Cali por tierra con una cajada gigante
de “Estrella Dorada” llena de sobres dirigidos a los militares. En medio de la carretera
nos encontramos con un retén del ejército y pararon el bus. Bajaron a los hombres. Yo vi
a Pablo allí abajo, muy pálido. Tenía mucho miedo. A las mujeres no nos hicieron bajar.
Después subió un soldado y me pidió abrir la caja. Y cuando vio un sobre dirigido a un
general, me dijo:
Era todo un hombre. Otra vez me detuvieron. Yo estaba embarazada. Fue algo
sorprendente. Siempre hablábamos de cuando lo detuvieran a él. Era a él a quien le iban
a pasar las cosas peores. Nunca creímos que yo también podía caer. ¡Qué paradoja! Fue
una vez que los del Eme hicieron un operativo. Había que sacar cosas de un apartamento,
donde además se suponía había mucho dinero en efectivo. ¡Qué va! Solamente había diez
mil pesos. Todo había salido perfecto, pero al final el Flaco borró las huellas con un
Después de borrar las huellas, tiró el pañuelo. Pero no sabía que en un borde había una
marca muy fina bordada en un cuadro que decía ÁLVARO FAYAD.
Álvaro Fayad se había ido hacía poco para la guerrilla. Y les habían dicho 3 sus tías
monjas que se iba a un posgrado. Y ellas, de amables, le marcaron toda la ropa con su
nombre en fino bordado de pelo natural.
La foto en la flor
Esa vez, a la salida del apartamento del operativo, Pablo se encontró con Peggy, una
compañera que había sido novia de él. Y ella le dijo que había recibido una llamada de la
esposa de Iván, que tenía el niño muy enfermo. El Flaco le dio los diez mil pesos del
operativo. Así era él:
Creía en la intuición y la seguía. La oía. Una vez se quedó mirando un afiche donde
habíamos puesto su foto en medio de una flor. “Voy a quitar esa vaina de ahí”, dijo. Y
quitó la foto. Al día siguiente allanaron. La flor estaba vacía.
Siempre supe cómo era él. Todo fue claro. Me dijo que amaba mucho tener un hijo, pero
que no iba a cambiar. Yo lo sabía. Así lo conocí y así lo amé.
Una vez mataron a uno que le decían “el brasilero”. Todo el mundo creyó que era Pablo.
Yo sabía que no era él. Cuando lo vi, cuando nos encontramos, después de la noticia, fue
hermosísimo. Era como robarle el tiempo a la vida. Había que amarse. Nunca hablaba de
la muerte; sólo de las precauciones.
Despedida
En marzo, antes del accidente, me llamó y me pidió que lo visitara. Que era muy
importante que estuviéramos solos, él y yo allí en Panamá. Hacía muy poco habíamos
estado juntos; entonces no era como muy lógico que me pidiera que viajara de nuevo,
pero lo hizo. Y yo fui. Casualmente ese mes era nuestro aniversario. Por eso siempre
quedaré con la sensación de que esa fue la despedida. Y lo fue realmente.
Después del operativo del Cantón Norte, nosotros vivíamos cerquita, muy cerquita de allí,
como a catorce cuadras, en un edificio de apartamentos. Lo buscaban por todas partes.
Cogieron centenares de compañeros. Pero él sabía que allí, en su casa, nada le pasaría.
Cuando la gente estuvo presa, cuando cayó tanta gente del Eme, nadie dijo nada referente
a dónde podían encontrarlo a él. Eso para mí fue un acto de amor. Yo no lo entiendo de
otra manera. Así éramos. Todo era más amable en medio de las dificultades porque había
mucha solidaridad, mucho amor.
Ramiro Lucio (Abogado. Militante del M-19. Gestionador de los Acuerdos de Paz. Concejal
y Parlamentario)
Para mí, hablar de Jaime Bateman, el Flaco, el Comandante Pablo, es una de las cosas
más gratas, porque ahora puede uno decir, después de lo que se está viviendo en nuestro
movimiento, de lo que está pasando en Colombia, que él fue el pionero, el visionario de
todas estas cosas. Yo sabía de la existencia de Jaime Bateman, un hombre legendario en
el partido comunista. Un hombre que por donde pasaba, por su personalidad, por su
inteligencia, por su agudeza y por su compromiso con la revolución, ejercía un papel de
liderazgo, siempre. Aun en las estructuras rígidas del partido comunista, el Flaco era
distinto a todos. Él no cabía en los calzones, ¡qué iba a caber en el partido! Y no cabía en
ninguna parte porque, en mi opinión, el Flaco era de los pocos hombres históricos que ha
dado este país. Siempre he dicho que la gran tragedia colombiana es que el Flaco se
murió antes de tiempo. Cuando uno mira la historia, la dimensión del Flaco, uno tiene
que llegar a la conclusión de que era un tipo de la estatura de Fidel Castro. Un tipo más
grande que Gaitán; de unas dimensiones tipo Che Guevara. En Colombia no ha habido un
hombre con las dimensiones históricas del Flaco.
Lo conocí en una situación muy particular. Cuando Carlos Pizarro se iba para el monte,
me dice: “Te mando un contacto”. Nosotros estábamos jalándole a la cosa urbana,
convencidos de que estábamos iniciando un proceso de guerrilla urbana para las FARC y
con el partido. Cuando llega el Flaco —nunca se me olvida—, da el santo y seña, y para mi
familia él era el señor Carvajal. Nos encontramos con el “señor Carvajal” en una cafetería
en el parque de Chapinero y tengo que decir que desde que lo vi el tipo me manejó, me
impregnó, me obnubiló. Me parece estarlo viendo, un tipo inmenso, descuajalingado, con
unos calzones que le quedaban grandes, con una chaqueta de cuero raída que le quedaba
chiquita, con unos zapatos rotos, con una pistola vieja y con 20 pesos en el bolsillo. ¡Ese
Los Comuneros
Con el Flaco montamos Los Comuneros. En la Javeriana hubo una célula de Los
Comuneros e hicimos, bajo la tutela de Jaime, la primera acción subversiva: una
banderita adhesible que decía: “Unidad de Acción FARC-ELN-EPL”. En ese momento no
existía el M-19. Él nos orientaba hacia un proyecto gremial de la lucha armada.
El señor Carvajal
Mantuvimos una linda relación con el Flaco. El “señor Carvajal” se hace muy amigo de mi
mamá, entre otras cosas porque la mamá de Esmeralda fue la íntima amiga de mi mamá
en Florida, Valle. Entonces el Flaco le entró por ahí a mi mamá y cada que podía iba a la
casa a comer suculentos sancochos vallecaucanos y a echarle carreta a mi mamá sobre
el problema de la falta de creencia en Dios, en la religión. Mi mamá vivía fascinada con el
señor Carvajal y decía: “Ese sí es un buen amigo, un creyente”. Mantenía a mi mamá
tramada.
Quiero recordar una anécdota muy linda. Ya en el M-19, cuando salí de la cárcel,
establecí relaciones con Carlos Lleras —fue por la época de Turbay, en la primera
Comisión de Paz—. El Flaco me mandó llamar a Cuba. Nos sentamos en el Camellón en
una noche de luna muy linda y me pidió que le contara cómo estaba la cosa, qué estaba
pasando, qué había de Lleras, qué había de los compañeros en la cárcel, etc. Yo le
comenté que antes de salir me habían hecho una entrevista y me preguntaron si Bateman
era marxista y que entonces yo contesté que no, que Bateman era nacionalista. Y lo dije
con la clarísima convicción de mostrar un perfil distinto; queríamos diferenciarnos de los
comunistas; queríamos que nuestro movimiento se entendiera como lo que realmente es.
“Yo dije que tú no eras marxista, que tú eras nacionalista”, Nunca se me olvidará la
expresión del Flaco. Se queda mirando el mar y dice: “¡No joda!... ¡si yo soy el único
marxista que hay en Colombia!” Después, con el tiempo, vine a entender que era un
hombre de una profunda formación filosófica, era un marxista en el mejor sentido porque
era dialéctico, no solamente a nivel de la filosofía, sino en el nivel de la política. Y creo
que el gran aporte que le da al M-19, a la democracia y a la política colombiana es que
entendió afondo la política en términos dialécticos, cosa que la izquierda colombiana
nunca entendió. Este es un país donde no digerimos todavía la dialéctica. La gente se
equivoca cuando piensa que el Flaco no era un hombre estructurado. Era un hombre de
una impresionante formación. No era un come libros, pero era profundamente agudo,
sintonizado con la historia de este país. Por eso su idea de crear un movimiento como el
Se murió a destiempo
Lo que está pasando hoy fue lo que el Flaco imaginó. Ustedes ven hoy el proceso de paz.
En la entrevista a Germán Castro Caycedo durante la toma de la Embajada, el Flaco prevé
lo que está pasando hoy. Fue un visionario, un líder impresionante, que
desafortunadamente se murió a destiempo para desgracia de la paz en Colombia. El M-19
es lo que el Flaco fue. ¿Por qué el Eme pegó tanto? Porque el Flaco vino a decirnos que el
himno del M-19 era “La ley del embudo”. Siempre traía las cosas más disparatadas del
mundo y uno no podía entender cómo un jefe revolucionario fuera tan raro. Pero es que
uno definitivamente se estaba moviendo en la ortodoxia y el Flaco, que era un verdadero
dialéctico, había superado eso. Fíjate que después de muchos años llega uno a encontrar
un nuevo “fantasma” que recorre el mundo y es la Perestroika. Creo que el primer
peresrtoiko que hubo en Colombia fue Jaime Bateman.
Hay un inmenso dolor en la vida mía y fue que el Flaco se murió bravo conmigo. Cuando
fracasó la primera gestión de paz, vino Belisario Betancur —estábamos en la Octava
Conferencia— nos pusimos muy contentos cuando escuchamos el discurso de Belisario:
“Ni una gota más de sangre...”
Salí de la Octava Conferencia por el Ecuador y llegué a Bogotá. Una mañana, en mi casa,
recibí una razón de Bateman. “Que vaya a la radio y denuncie a Belisario, Que diga que
es un hijueputa, un viejo hijueputa”. Llamé a Luis Fernando Gaviria, compañero mío de
universidad y yerno de Belisario, y lo invité a mi casa. Y a las seis de la mañana le dije:
“Bateman manda decir que tu suegro es un viejo hijueputa mentiroso, que nos ofrece la
paz y nos tira el ejército”. Luis Fernando me dice:
“Eso no es cierto, eso es imposible. Voy para donde Belisario”. El tipo va a Palacio y le
dice a Belisario lo que Bateman manda decir. Belisario no sabía que se estaban lanzando
esos operativos en ese momento y llamó al general Landazábal, ministro de la Defensa, y
le preguntó: “¿General qué está pasando?” Landazábal le asegura que no había
operativos y Belisario golpea la mesa y le dice: “General, sé que hay operativos en esa
zona”. Belisario, cuando llega a ofrecer la paz, no las tenía todas con el ejército. En ese
momento Landazábal y el alto mando militar no comían lo de la paz. Mi tesis era: “No
Movimiento 19 de abril, M-19
Me fui a París el 21 de abril y él se muere en ese mismo mes. Casi me enloquezco cuando
supe la noticia. Mi situación luego la entendieron Pizarro, Navarro y los otros
compañeros. Sé que si me hubiera vuelto a encontrar con el Flaco, me habría mentado la
madre, tal vez nos hubiéramos tomado unos tragos y se hubiera arreglado el “chico”. Si
el Flaco hubiera vivido más, le hubiéramos ahorrado a Colombia muchos años de guerra
muchos años de sangre y seguro que hubiéramos hecho la Constitución hace rato. ¿Qué
quería él? Apertura democrática. En este momento hay que rendirle al comandante
Bateman el honor que se merece. Si uno conoce la historia del Flaco, tiene que decir:
“Gracias, Jaime Bateman, por existir”
El Flaco es Higuita
El primer dogma que el Flaco superó fue el de la necesidad de una revolución violenta
para destruir el estado burgués y construir sobre sus cenizas la utopía socialista. Un día
le escuché dos cosas que me sorprendieron. Una: la democracia es estrategia, la
A Bateman me lo presentó Carlos Toledo Plata en los contactos iniciales que el M-19
estaba desarrollando con la Alianza Nacional Popular. Fue un encuentro a raíz del triunfo
electoral del 19 de abril. En ese momento no supe que se trataba de Jaime Bateman. Vine
a saber que se llamaba Jaime Bateman después. Le decíamos “el Flaco”. Me empecé a dar
cuenta de que él estaba en una tarea monumental: construir un proyecto político
alternativo al bipartidismo histórico y a la experiencia de la izquierda colombiana, que en
esa época estaba sumida en una crisis profunda de atomización. Era una persona que
estaba en búsqueda de esa alternativa dual.
Jaime Bateman era un gran visionario por intuición; intuición nacida de la experiencia
que había tenido en los países en esa época socialista, en las FARC y en el acercamiento
a dirigentes del partido liberal y conservador. Esto lo hacía poseedor de una visión muy
especial. Era portador de elementos políticos que se derivaban de su ingenio y de su
intuición política, más que de su preparación. Aunque era un hombre muy preparado de
todas maneras. Tenía más olfato político que formación militar.
La última vez que vi a Jaime Bateman fue dos o tres días antes de su desaparición. Nos
tomamos unos tragos con un amigo que venía de los Estados Unidos y ese día hicimos un
compromiso. Yo había estado visitando los Estados Unidos clandestinamente y esa noche
acordamos que Jaime iría también. Lo íbamos a meter clandestinamente para tomarle
una foto frente a la Casa Blanca. Eso fue en abril del 83, dos o tres días antes de que
viajara.
En todo esto hay un elemento muy importante: la diversidad, que ya había sido planteada
en el plano filosófico y en la literatura. Por primera vez sentí con Jaime Baternan que se
podía llevar a la vida política la práctica de la diversidad. Por eso logró que hombres
como Carlos Toledo, que no tenía ninguna tradición en la izquierda, o como yo, o como
Jaime Piedrahíta Cardona quedáramos atraídos por su personalidad. Quiso hacer un
La intención de él era que las acciones político-militares que desarrollaba el Eme fueran
producto de todas las fuerzas de insurgencia, que hubieran dado mayor capacidad de
negociación. Desafortunadamente no se comprendió, pero Jaime hizo los esfuerzos
Él era el hombre que reunía esas condiciones. Ningún otro las tenía. Él era el único que
tenía la posibilidad real de incidir en las otras organizaciones. Por eso fue una pérdida:
Una pérdida para la paz.
En síntesis, para mí, Bateman fue un maestro de la vida y de la política. Era un hombre
excepcional, con una enorme capacidad en el manejo de las situaciones y en la
comprensión de los problemas.
“…No nos gusta la guerra. Por eso hemos hecho lo posible por evitarla. Porque sabemos
lo duro que es matar gente, matar soldados que son gente del pueblo… Eso para nosotros
es muy duro. Pero nos toca porque aquí la educación y la salud son privilegios. Aquí al
gobierno no le da vergüenza que haya cinco millones de analfabetos, ni que haya tres
millones de desnutridos, dos millones y medio de niños que se ven obligados a trabajar
para ayudar a su familia, cinco millones de colombianos cuyo salario mínimo está por
debajo del mínimo legal, nueve millones de compatriotas que carecen de vivienda, un
millón que vive en sus chozas. Aquí tampoco les da vergüenza que cien mil niños mueran
de hambre anualmente… Aquí no les da vergüenza mentir. Aquí no les importa afirmar
El M-19 perdió con Jaime Bateman, si no un ochenta, por lo menos la mitad de lo que era
—con el debido respeto, por supuesto, con los demás dirigentes a quienes más o menos
conocí, y que seguro tienen grandes cualidades— o Pienso que un hombre como Pizarro
indudablemente tenía mucho carisma y le ayudaba mucho la figura, claro. Navarro
también es un hombre inteligente. El Turco era un hombre de grandes inquietudes,
acelerado, con ganas de hacerlo todo de una vez. Pues bien, yo considero que todos esos
atributos reunidos los tenía el Flaco. Era inteligente, tenía un carisma enorme y una gran
cultura. Era mucho más aplacado, mucho más mental, mucho más tranquilo que el Turco.
Por eso yo creo que ese tipo no solamente le hizo falta al M-19 como dirigente, sino al
país. Indudablemente era el hombre. Yo creo que le hizo falta al M-19, entre otras cosas,
para moderara todo el mundo. El tipo sabía cómo había que tratar a la gente y para qué
servía cada uno. Mi experiencia con él fue no solamente interesante desde el punto de
vista de todo lo que conversamos; sino la oportunidad de conocer a un ser humano
íntegro. Con esto no quiero aparecer ahora como hablando bien de un muerto, no. Él era
un ser humano realmente excepcional.
¡Siéntese, güevón!
Yo fui secuestrado por él, por el Eme. Y aclaremos, fui secuestrado en la forma más
cordial. A mí me trataron de la manera más fraternal. Cuando me llevaron a esa casa, yo
duré dos horas esperando a que llegara el hombre. Fueron muy molestas esas dos horas.
Los que me llevaron, excepción hecha tal vez de uno, eran muchachos realmente
aburridos. Estaban cumpliendo estrictamente con la operación, con la orden, etc. Pero, o
no interpretaban bien lo que les habían ordenado o, a lo mejor, mi poca modestia me hizo
pensar que no me conocían. O no me conocían, o sabían quién era yo pero no sabían
cómo era yo. El tratamiento fue bastante, no digamos duro ni violento, pero aburrido. Yo
traté de entablar algún diálogo con ellos. Me acuerdo que intenté alguna broma con una
de ellas que tenía un pañuelo puesto, para distensionar el ambiente: le dije que tenía
unos ojos muy bonitos y también, para divertirnos, le advertí: “Si se demoran mucho yo
tengo un problema, soy un enfermo sexual”. Pero por hacer esa broma, esa mujer me
miró en una forma desagradabilísima. A partir de ahí, pensé: ya no voy a hacer más
chistes, no tienen humor. Les preguntaba: “¿Esto a qué horas se resuelve?” “Va viene el
comandante Pablo”. Llegó él y cambió todo. Me vio, y empezamos a conversar. Se
pusieron firmes y todas esas cosas que hacen. Le dieron el parte correspondiente.
Cantaron el himno. ¡Qué cantidad de tonterías! Él comprendía lo que yo estaba pensando
Whisky de Cafam
De ahí en adelante me di cuenta que Bateman era distinto. Me había tomado ya como
cinco tintos de la jartera de verlos a ellos tan firmes: “Me tomo un tinto”. “No”, replicó,
“vamos a tomar un whisky”. Yo dudé, pero acepté. Me acuerdo mucho que trajeron un
whisky que tenía el sello de Cafam y ahí empezó un diálogo muy gracioso porque yo le
dije: “Esto ni es guerrilla ni es nada. ¿Cómo van a traer whisky con sello de Cafam? Eso
es una vaina infame, ¡un whisky de Cafam! Tenían que haberlo comprado en...” Él se
reía... y empezamos a hablar, grabamos. Yo, infortunadamente, esa grabación no la
tengo. Él tomaba poco, y además creo que debía de ser buen tomador porque en ningún
momento perdió el control ni habló tonterías. Yo sí tomé bastante y llegué a
emborracharme. Hubo un momento en que —entre las muchas cosas que conversamos—
le pregunté: “Bateman, ¿usted cree que va a ser presidente de la república?” “Claro que
sí, voy a ser presidente de la república”, respondió. A todas estas estaban ahí todavía los
muchachos estos con las armas. Siempre estuvieron. Entonces continué retándolo: “No
sea tan güevón, ¡usted qué va a ser presidente!” Entonces me dijo: “Respete, Pacheco,
que el comandante aquí soy yo”. Todo era muy lindo, era una conversación muy, muy
cordial, divertida. Después apostamos. Me pidió que le llevara un mensaje a Turbay. Eso
me lo solicitó desde el principio y me entregó un folder. “Esto es para que se lo lleve al
presidente”. Le pregunté: “¿Y si el presidente no me recibe, qué hago?” “Claro que sí, lo
recibe”, “¿Pero cómo sabemos?” “Sí lo recibe”. “¿Y si no está?” “Sí está”, Y le insistí:
“Pues no estoy tan seguro”. Entonces gritó que si era el caso, se lo entregara al
presidente del Congreso. “¿Y si no me recibe tampoco?” “¿Cómo no lo va a recibir a usted
el presidente del Congreso? Tiene obligación de recibirlo”. “¿Y si de pronto el gobierno se
hace el loco y no quiere?” “Pues no pasa nada”: “Si dicen que no; ¿qué me pasa?” Me
habían tomado unas fotos con ellos. Habló pausado: “Mire, Pacheco, si eso llegara a
suceder, que no va a suceder, va a ser muy bueno para usted porque va a aparecer en
todas las revistas del mundo como rehén. Yo mando las fotos a todas las revistas
internacionales y usted va a salir en la primera página. Yo dudaba: “¿Y si no salgo en la
primera?” “¿Apostamos una caja de whisky?” Acepté. “Bueno, apostemos”. A lo mejor,
esté loco... pues ya había otros personajes, tres o cuatro que se los había llevado “por las
buenas”, a Germán Castro, entre otros, y ya el gobierno parecía cansado. Entonces le
propuse consignar la apuesta en un papel y le exigí: “Firmemos”. Entonces firmamos...
“Una caja de whisky Chivas Regal a que mañana sale la noticia en la primera página de
los periódicos”. Luego le pregunté que cuándo me iba a pagar la apuesta y me contestó:
“No se preocupe, que yo se la llevo personalmente a la oficina”. “No sea tan güevón, a mí
no se me va a aparecer usted en la oficina”. “No se preocupe, no se preocupe, que no le
va a pasar nada. Yo voy y conversamos en su oficina”.
Humor y confianza
De modo que, a ver, sintetizando, tuve una gran experiencia más por el aspecto humano
del tipo que por el aspecto político; de ese tema hablamos mucho menos.
Yo soy un hombre de ideas más o menos de izquierda; socialista. Y además, creo que eso
no tiene ningún mérito. Todas las personas pensamos que este país necesita mil vainas
que son fundamentales: que no se estén muriendo los niños en la calle, que haya
educación, salud, que no haya violencia; son vainas primordiales. Eso era también lo que
él pensaba, con muchas otras cosas más avanzadas. Pero mi gran experiencia fue
conocer al Flaco humano. Le pregunté si él había matado a alguien y me dijo: “Sí. Esto es
una guerra. Hay que matar infortunadamente; yo he matado. Y a mí si me cogen me
Como a la una de la mañana me dijo: “Váyase a dormir, que usted está muy borracho,
pero no lo voy a dejar dormir solo. Tiene que dormir con alguno”. “No me ponga con esos
tipos”. “Hombre, es para que no se atortole usted porque de pronto se…” Había dos
camas y yo me acosté en una. Siete de la mañana y Bateman me dice: “Güevón, me debe
una caja de whisky”. “¿Cuándo se la llevo a la oficina?” Le respondí riéndome: “No se me
vaya a aparecer a la oficina”. No lo volví a ver nunca, lastimosamente, porque me hubiera
encantado volver a verlo. En resumen, lo que te digo... Creo que el M-19 perdió con
Bateman no solamente un tipo que hubiera sido muy útil, sino un hombre nada
comparable, —sin demeritar a ninguno—, nadie es comparable con Jaime. Era un hombre
con algo que no tiene ninguno de ellos: buen humor, y el humor es la clave de todo. Es
una cosa bellísima, ¿no? Los tres, cuatro políticos que hay por ahí con esas
características son gente triunfadora. Samper, por ejemplo. El humor da confianza a la
gente. Había que ver la seriedad, el trascendentalismo de la relación de los otros con él,
pero al mismo tiempo el cariño que le tenían esos tipos. Era un hombre distensionado,
humano, mucho, mucho.
Con el Flaco empezamos a ser amigos cuando él era dirigente de la JUCO en Bogotá en
1965. Él era mucho más amplio políticamente que el resto de sus compañeros de la
JUCO, Con él se podía hablar, dialogar y llegar a acuerdos. Yo en ese momento era pro
Ejército de Liberación Nacional.
“Me interesa la revista Alternativa. Mayorías no debe ser la vocera del M-19. La vocería
del M-19 debe estar en una vaina más amplia, más democrática, en donde participen
otros sectores. Hay que desizquierdizar el nuevo proyecto”, decía. En la primera reunión
que hicimos de Alternativa estaban Gabriel García Márquez, Enrique Santos Calderón,
Daniel Samper y Antonio Caballero. Para un cuadro de la izquierda tradicional de ese
momento no era muy lógico esa revista —donde había gente de la burguesía, de la
pequeña, y de los intelectuales— pudiera ser la vocera de una nueva coyuntura. Sin
embargo, el Flaco no solamente creía que Alternativa podía ser, sino que además
Alternativa vivía de la financiación que él conseguía.
Baternan, cuando llegó a Santa Marta por última vez, fue a recoger sus pasos. Estoy
seguro de eso. Lo primero que me dijo fue: “Ricardo, hazme contacto con Clementina; la
Él amaba a Santa Marta. Fíjate que cuando llegó en el 74 sostenía la tesis de que esa
ciudad no podía ser centro de las acciones guerrilleras. Para él, Santa Marta era como un
“touché” y la gente lo sabía. Cuando murió, El Informador sacó en primera página:
“Posiblemente desapareció el Flaco Bateman”, y agregaba: “La única ciudad donde nunca
lo hubieran delatado era Santa Marta”. En esos días, los últimos, se había dado el lujo de
recorrer Santa Marta, su ciudad, sus pasos... Esa vez cumplía años y dijo: “Quiero
celebrar mi cumpleaños en Taganga”.
Existe una anécdota hermosísima de Bateman con unos cuadros del M-19 que la
embarraron. Realmente lo que hicieron era como para fusilarlos. Pues el Flaco los llamó
y les dijo:
“Les voy a dar su última oportunidad”. Después fueron los mejores cuadros del Eme.
"La revolución es una cadena de afectos", decía. Sólo peleó públicamente con dos
personas del M-19. La primera y la más fuerte, quizás porque fue la última, fue con
Ramiro Lucio. Bateman denunció el compromiso de Ramiro con una beca que obtuvo del
gobierno de Belisario para irse a París, y cuando el Flaco se perdió en la avioneta,
Ramiro le escribía una carta al amigo que quizás ya no era su amigo. La otra
contradicción fue cuando el Comité de Base, liderado por Ever Bustamante, estuvo
implicado en el caso Bitterman y los medios de comunicación colocaron el sector de Ever
como enemigo de la dirección del Eme, ¿Cuáles fueron las actitudes del Flaco en los dos
casos?” En cuanto a Ramiro —y lo cuento porque fue conocido—, fue la primera vez que
Bateman declaró públicamente contra alguien. Nunca antes lo había hecho. Frente a Ever
utilizó otro procedimiento: lo envió al exterior y listo. El manejo de esas dos situaciones
nos da la dimensión del hombre. Con Ramiro, el problema fue porque el Flaco planteaba
en ese momento que la tarea político-militar era lo más importante y Ramiro en Panamá
planteaba que había que llegar de una vez a los arreglos de paz con el gobierno de
Betancur.
La vieja Clementina
Hablando de las mujeres, para Bateman la única mujer en su dimensión total era su
mamá. La sacaba a relucir en la mayoría de las entrevistas. En la entrevista de Patricia
El Flaco presidente
¿Que qué quería el Flaco de mi? “Tú eres un cuadro especial que trabaja con la dirección
de la organización en línea directa”. Me planteó dos tipos de trabajo: uno, el apoyo
logístico encubierto, y otro, el político abierto en todo el Magdalena. Desde 1978 él
planteó la necesidad de tener amigos o simpatizantes en las corporaciones públicas. En
Santa Marta a un compañero y a mí nos pidió que participáramos en las elecciones, y
cuando llegué al concejo de Santa Marta, el primero de noviembre, presenté una
proposición: ¡nombrar presidente honorario del, Consejo del Sesquicentenario de la
muerte de Simón Bolívar al Flaco Bateman! ¡y lo más increíble, los concejales votaron por
unanimidad a favor de esa proposición! Fue un escándalo publicitario en su honor;
además le dimos dimensión bolivariana al concejo de Santa Marta. En el período siguiente
me lancé a la Asamblea y desde allí saqué un documento público, entregando mis dietas
al M-19, que estaba en ese momento en la clandestinidad y con toda su dirigencia en la
cárcel. Presenté también un proyecto de ordenanza donde se declaraba ciudadano
emérito al joven Jaime Baternan Cayón, que había fallecido, y se ordenaba al
departamento la publicación de sus obras, de sus entrevistas y de todos sus trabajos.
Esto se aprobó. Pero un diputado se opuso y entonces me fui donde Clementina Cayón y
le conté. Ella se lanzó al hombre y le dijo de todo; pues al otro día el diputado ese estaba
a favor del proyecto.
Por si acaso
Una vez íbamos con el Flaco en carro por Santa Marta; yo manejaba y no pensé que
hubiera nada sospechoso. Él tenía su cédula de la clandestinidad. De pronto la policía nos
paró y yo de loco me puse a pelear con ellos. Era una arbitrariedad de los agentes porque
no habíamos cometido ninguna infracción. Un policía nos dijo: “¡Vamos para la
Inspección!”. Y cuando estábamos llegando veo que el Flaco se puso a hablar con el
policía: “Hombre, vamos a arreglar esto”. Yo me la pillé y pensé: “Aquí hay alguna vaina”.
Paré el carro antes de llegar a la Inspección y le dije al policía: “Sí, claro, arreglemos”.
Total, arreglamos. ¿Qué pasaba? Pues que él cargaba una pistolita, por si acaso. Un
revólver Magnum de cinco tiros.
Tengo la firme certeza de que el Flaco Bateman nunca tuvo nada que ver con el
narcotráfico. Una cosa es que tuviera contacto eventual con un narcotraficante
determinado, o que uno de ellos le prestara una colaboración por simpatía en una u otra
forma; pero eso es distinto a hacer negocio. Es el caso concreto de Antonio Escobar,
quien era narcotraficante y el Flaco se lo había ganado. Toño quedó encarretadísimo con
el M-19, independientemente de sus negocios, como cualquier colombiano. Jaime Guillot,
Cuando la gente del Eme estaba presa, el Flaco estuvo muy interesado en saber qué
información tenían los captores. Pasado el tiempo, consideró que uno de ellos habló más
de la cuenta y él se interesó en saber por qué lo había hecho. Ahí es donde radicaba su
humanidad. Decide entonces que a esa persona no había que fusilarla y empieza a hacer
un análisis de por qué ese hombre había hablado tanto; según Baternan, era su gran
Edipo. Decía que el problema de ese compañero era que tenía una mamá dominante y que
el gran poder que ejercía sobre él su familia lo convertía en una persona disciplinada,
meticulosa en sus tareas; pero que a pesar de esas cualidades tenía un problema
profundo de afecto desde la infancia. A ese hombre no lo sancionó.
Una vez en Santa Marta, cinco miembros del M-19 utilizaron las armas para robarse una
motobomba, la vendieron y dividieron la plata en seis partes, cinco para ellos y una parte
para el Eme. El Flaco supo la cosa, los llamó y les dijo: “Yo no los hubiera sancionado si
ustedes vienen aquí y me explican cómo fueron las cosas. Yo hasta los hubiera entendido
y a lo mejor hubieran podido seguir con nosotros”. Lo que le indignó a Bateman fue que,
a sabiendas de que él ya conocía la cosa, le mintieran. Entonces les dijo: “Aquí hay mala
fe, y como hay mala fe, vamos a resolver el problema a otro nivel”, y terminó, no
expulsándolos, porque él no expulsaba a nadie, sino buscando la forma de que no
siguieran en la organización. Y evidentemente, no siguieron.
Al Flaco le encantaba echarle a uno historias, no de las acciones donde le había ido bien,
sino donde la habían embarrado. Contaba la historia de un “operativo” que le iban a
aplicar a un hombre de mucho billete. Se metieron en su apartamento y encontraron al
tipo haciendo el amor. ¡Qué mierdero! La mujer gritó y se metió dentro de un closet y el
pobre tipo sólo tenía $3.000. Por supuesto lo dejaron tranquilo.
Cuando el Flaco empieza a mostrarse públicamente, físicamente, tal como era, dijo: “El
país tiene que conocer quiénes son sus guerrilleros, quiénes son sus dirigentes, quiénes
son su cuadros”. Estaba innovando esquemas dentro de la clandestinidad.
La cocina
Pocos eran los mosquitos que molestaban al Flaco en cuanto a la crítica y en cuanto al
rumor, o en cuanto al chisme, o en cuanto a “la cocina” de la izquierda. No era un
Se le derrumbó el mundo
Tuve muchas experiencias personales con él. Por ejemplo, estábamos juntos en el
momento de la muerte de Jorge Olarte. Ese día lo vi derrumbado totalmente, de verdad.
Ese día se le acabó el mundo. Ya era un dirigente, era el jefe, y se le derrumbó el mundo.
No dependía
Sería por el 68 ó 67 más o menos cuando conocí a Jaime Arenas y por intermedio de él,
al ELN. Por esa misma época conocí al Flaco Bateman. Simpaticé tanto con ambos, a
pesar de que en esa etapa ya se producía un distanciamiento ideológico muy fuerte entre
el partido comunista y el ELN. Bateman en esa época no sólo era militante del partido
sino que además estaba vinculado con las FARC, con Jacobo, con el comandante Ciro
Trujillo. No sé por qué se me antojó que se podía buscar un acercamiento entre las dos
organizaciones. Me puse en esa tarea, pero fui desautorizado por el ELN. Entonces me
tocaba reunirme con el Flaco a escondidas. Sin embargo, la amistad con él fue tal, que
siempre, que bajaba a Bogotá buscábamos la manera de vernos. Así pasó un buen
tiempo. Yo le comentaba cosas del ELN y él me contaba cosas de las FARC. Hasta cuando
vino la purga interna de esa organización y salió. Después de la expulsión, estaban el
Flaco e Iván en Bogotá en un despiste y en un descontrol enormes, sin saber qué hacer.
Después les perdí por un tiempo la pista. Un día vino con Iván y me contó lo sucedido con
las elecciones de Rojas y el proyecto que tenían de creación del Eme. Yo me interesé
realmente y participé en unas cuantas reuniones. Inclusive hablé con una gente del medio
para interesarla. Sin embargo, pasaron cosas que me parecieron muy alegres e
irresponsables. Yo acababa de salir de la cárcel y estaba asustado de la manera como se
manejaron ciertas situaciones. Entonces le dije: “Mire, Flaco, a mí me parece que yo
puedo servir más como colaborador. Sinceramente, me parece que algunos compañeros
están haciendo disparates”. Él lo entendió y me respondió diciendo:
Cuando se supo que él era el máximo comandante del M-19, obviamente se perdió,
desapareció. Dejé de verlo... pero un día me lo encontré en Unicentro. ¡Me acuerdo tanto!
Sería un 22 o 23 de diciembre; muchos abrazos, tomamos café. “Bueno hermano, ¿en
qué andas? ¿Cómo van tus cosas?”. Me dijo: “Preparando por ahí una pendejadita; en
estos días sale en el periódico. Seguro que lo vas a leer...” Se trataba nada menos que de
lo del Cantón Norte. Eso ocurrió el primero de enero. Solamente estuve con él después en
dos ocasiones. Una vez me llamó no más que a saludarme. En otra ocasión se había
“llevado” a Germán Castro. Yo recibí una llamada como a la una de la mañana y, click,
colgaron. Me dejó aburrido la tal llamada. Al rato timbran ¿y qué veo? A Germán Castro
en la puerta de mi casa y al Flaco haciéndome señas desde un carro, despidiéndose.
Luego Germán me contó que el Flaco había dicho que el lugar más seguro era mi casa.
Pasó el tiempo. Al otro día de los morterazos contra el Palacio de Nariño se apareció el
Flaco muerto de la risa en mi casa a celebrar conmigo. ¡A mí me tembló todo! “¿Por qué
se asusta, hermano, si al que están buscando es a mí y no a usted?” “Sí, pero es que si lo
encuentran en mi casa, pendejo”. Sin embargo, se quedó allí esa noche.
El Flaco y Gabo
Yo creo que él era el gran mago. El Flaco era ilusionista. O sea, tenía carisma. Jaime
Bateman era el tipo que donde llegaba encantaba a todos. Primero, por brillante;
segundo, porque para él los esquemas no existían. Recuerdo cuando le pregunté por los
que delataron; “¿Qué va a pasar con ellos?” “Hombre, si acaso les haremos juicios de
responsabilidades, nada más, Había que entender su debilidad contra la brutalidad. Yo les
he dicho a los compañeros que cuando a uno lo agarren, se aguante 24 horas mientras
la gente se moviliza. Si a ellos los cogieron, nosotros tuvimos cinco días para cambiar
planes; ¿qué les vamos a pedir? ¿Que se dejen matar como unos mártires del evangelio? Y
nosotros afuera felices. No. Fue mucho lo que los reventaron y lo que les pegaron antes
de que ellos hablaran. Se les hará una amonestación verbal, pero no más”. Imagínate,
eso que en otras organizaciones era motivo de fusilamiento, de pena de muerte, pues con
el Flaco no. Era humanista de verdad. Uno decía: “Esto es otra cosa. Esto es otra
revolución. Esta revolución es con ron Tres Esquinas y con viejas. No es pecaminosa, no
es mala, no tiene resentimientos”.
Una vez a las 5:00 de la mañana salió de mi casa. Yo lo llevé a la puerta: cerré y me fui.
No sentí que arrancara el carro. Miré y vi el carro parado. Estaba coqueteándole a la
señora de al lado que estaba regando las matas. Le pareció lo más espléndido del mundo,
coquetearle a la vieja. ¿Estará loco?
Me llamó un día Fabio Echeverry Correa: “Quiero hablar con usted. Supe que usted es
amigo de Bateman y que habló con él hace poco. Tengo mucho interés en saber quién es
ese personaje”. Le aclaré: “No soy vocero del M-19, pero si usted quiere, pregúnteme”.
Conversando con Alfonso López Michelsen, me dijo: “Me interesa que hablemos. El M-19
es un fantasma. No tengo claridad sobre eso. Usted me puede clarificar un poco de
cosas”. “Pregúnteme y yo le voy a contestar”. Empezamos a hablar y conversamos
muchas veces de ese tema. Y en la campaña, López hacía discursos sacados de
conversaciones que habíamos tenido. “Le caló, le caló”, decía el Flaco.
Diálogo y Constituyente
Fabio Echeverry dijo: “Mire, si lo que propone Bateman es verdad, que si Bavaria se gana
900 millones al año, pues, que ceda 1OO de esos 900 millones, ¡800 es muy buena
ganancia! Entonces, ¿qué pasa? Que los trabajadores de Bavaria solucionan una serie de
problemas elementales y si eso lo hacen todos, se puede vivir en Colombia”. Fabio
Echeverry decía: “No sólo es cierto eso, sino que yo, como presidente de la ANDI, puedo
asegurar que 400 empresas le jalan, si yo me propongo y les despierto esa conciencia.
Eso es lo más sensato, o si no, un día se va a reventar la cuerda porque la gente no
aguanta más”.
Nos volvimos a encontrar en Panamá, donde él tenía relaciones con gente muy cercana al
alto gobierno. El M-19 había despertado gran simpatía en Torrijos. Yo comencé a trabajar
con ellos, ya que el General no manejaba directamente el tema del M-19. Torrijas, en
relación a lo que pasaba en Colombia, estaba siempre buscando fórmulas que
permitieran el entendimiento entre las fuerzas emergentes y el gobierno. Consideraba que
siempre había formas de llegar a entendimientos. Fue dentro de ese marco que se
produjo la relación mía con el M-19, de manera totalmente extraoficial, porque las
relaciones con movimientos irregulares no podían ser oficiales.
Me tocaba buscar a Bateman cada vez que llegaba a Panamá. Yo tenía que ver con la
logística y con la seguridad de él. Unas veces lo recogía en la selva, otras en una playa,
en el mar; llegaba siempre de la forma más impredecible. A veces llegaba en un cañiquito,
en una canoíta o en una avionetica que parecía de juguete. Me tocó estar con él en
actividades de cierta envergadura que se coordinaron desde Panamá y en ese quehacer vi
la dimensión del comandante Pablo. Cuando estaba en Panamá, llevaba una vida
sumamente sencilla, cambiando de lugares y tomando todas las medidas de seguridad. Le
encantaba el cine, había veces que veía dos o tres películas en el día.
Una vez, de regreso de Nicaragua, me regaló un libro del Quijote y una manta que le
había regalado el comandante Ortega. Todavía tengo el libro con la dedicatoria original.
Dice algo como: “Regalo de un amigo de la inquisición”. Ese libro se lo habían quitado a
un somocista y tenía el nombre del dueño Parecía una máquina de producir ideas
La revolución sandinista fue algo muy valioso para él. Los planes que desarrolló Pablo y
que complementó después Carlos Pizarro surgen de esa experiencia. Él creía en la
necesidad de concentrar fuerzas y en provocar impactos significativos en cada golpe. Ese
hombre parecía una máquina de producir ideas y en esa práctica desarrollaba métodos
que se salían de la ortodoxia. Sumaba mucha gente sin tantas complicaciones de filtros y
de segundos y terceros.
A veces llegaba a Panamá con Iván Marino, o con la Chiqui, o con el Cholo Helmer. A mí
me tocaba garantizar que en Panamá no se dieran cuenta de su presencia. No eran
Alguna vez me tocó ver a Bateman caminando por plena Vía España con una compañera,
como Pedro por su casa. No se le veía arma. Caminaba por las calles de Panamá sin
ninguna seguridad. Todavía los retratos de él no habían aparecido.
Después apareció públicamente con un afro inmenso y, claro, ahí sí ya no podía andar
caminando por las calles. Ya le tocaba tomar medidas. Para ese tiempo el ejército tenía la
información de que él tenía algún problema en una pierna. En las requisas que hacían,
cuando veían un sospechoso, le buscaban la pierna izquierda.
Cuando ocurrió el accidente, Pedro Pacho había montado un operativo muy bueno para
recibirlo. Tenía todo preparado.
Pedro Pacho tenía que avisarme cuando ya el avión hubiera llegado. Tenía que decirme:
“¡Vamos ya para el aeropuerto!” Pedro Pacho se quedó esperando y al día siguiente llegó
desesperado: “Mira, no llegó. Compañero, estoy realmente en una situación muy difícil,
Ayer debió llegar Pablo y no llegó”.
La fecha del accidente de Jaime fue el 28 de abril. En Panamá comienzan las lluvias el 15
de abril. Había un frente tremendo sobre Panamá el día que la avioneta se cayó. Ese día
no pudo aterrizar en el aeropuerto de Tucumen un avión grande. Chuchú Martínez, un
piloto, escritor, escolta de Torrijos, decía sin embargo que estaba totalmente convencido
que había sido un atentado contra Pablo.
Yo, de todos modos, creo que ellos tuvieron una desorientación en el aire y cayeron justo
sobre la cordillera en San BIas, relativamente cerca al mar. Realmente ese día había un
frente salvaje sobre la cordillera y ellos volaban en una cascarita. Además, el piloto tenía
más de 500 horas de vuelo. El último reporte fue: “Vamos ascendiendo a 10.000 pies”.
Estaban buscando altura para salirse de la tempestad. La tesis de Chuchú también tiene
sentido porque de todas maneras existen antecedentes, entre otros el caso Torrijos, que
supuestamente fue otro “accidente”. Se puede pensar cualquier cosa.
En el libro de Gutiérrez sobre la guerra sucia de la CIA, se señala cómo ellos comienzan
en esa época a utilizar métodos sofisticados para alterar los instrumentos de vuelo,
Pablo iba hacia Panamá cuando murió Torrijos. Viajaba a una entrevista con López
Michelsen que había montado Torrijos. Cuando se movilizaban por una carretera a
recogerla avioneta para volar a Panamá, Bateman estaba oyendo la radio. De pronto dan
la noticia de Torrijos y casualmente en seguida se encuentran con un retén. Esa vez no le
funcionó la “mosca”, que es la avanzada para detectar los retenes y avisar. Preciso: lo
pararon. Entonces Pablo le dice al teniente del retén: “Oiga, teniente, se acaba de
estrellar el general Torrijos. Están dando la noticia”. Todos empezaron a escuchar. Con
disimulo, Pablo y los otros pasaron el retén. Lo hubieran podido agarrar si no hubiera
sido porque lo salvó una vez más el general Torrijos. ¡Aún después de muerto, lo salvó!
El arrojo y el desprendimiento
El impacto para Bateman de la muerte del General fue demasiado grande. Torrijos le
tenía un cariño y un aprecio muy grande al Flaco. Le admiraba a Bateman el arrojo y el
desprendimiento. Como era muy amigo de López Michelsen, buscaba que los liberales
entendieran que con el M-19 se podía llegar a un acuerdo. Estaba convencido de eso.
Torrijos muere justamente el día de la llegada a Panamá del Flaco y de López Michelsen.
El General iba a jugar un papel de mediador. Se dañó esa reunión y a mí me tocó manejar
la seguridad del Flaco en Panamá en medio de la cantidad de jefes de Estado que
llegaron al sepelio del general Torrijos.
Cuando el Flaco iba a salir de Panamá, estaban saliendo las delegaciones de los distintos
países. Me tocó moverlo por el aeropuerto internacional en medio de la seguridad
colombiana. Los militares colombianos estaban ahí. Lo pasé por la pista para treparlo
sigilosamente en un avión, cuando dice el Flaco:
La última vez que vi a Bateman fue en México y lo vi muy acelerado. Echaba candela y
criticaba todo. Estaba ácido. Había estado más de un año en la montaña y estaba
revisando el trabajo internacional. Me hospedaba en su casa, en donde justamente tenían
una reunión de balance. El Flaco echaba candela, a tal punto que al día siguiente un
compañero me pidió disculpas por los gritos. Esta fue la última vez que lo vi.
La primera vez que me vi con él fue en el 76 o 77. Estaban inaugurando Unicentro. Era
alto y flaco; iba con Esmeralda, su compañera. Me llamó la atención porque me pareció
un hombre muy seguro. Yo no sabía quién era y en esa época no se hacían preguntas: un
compañero, y listo. El que me había invitado a conocer Unicentro dijo: “En este lugar de
la oligarquía tenemos que poner una bomba”. Pablo le replicó: “¿Cuál bomba, hombre?
Lo que tenemos que hacer es que esto en el futuro se vuelva un colegio para los niños”.
Yo pensé: “una mentalidad diferente, aprovechar las cosas sin destruirlas”, y eso me
gustó.
La segunda vez fue cuando lo del Cantón. Nos mandaron a los Llanos mientras bajaba la
persecución. Cuando llegamos a Villavicencio nos recogió “Pablo”, el Flaco. Era el
hombre más buscado del país. Nosotros estábamos siendo buscados, pero no tanto como
él, y sin embargo, él fue a rescatarnos personalmente, por miedo de que nos fueran a
detener. Nos trajo a Bogotá y nos dejó en un apartamento.
Cuando salí de la cárcel me ordenó viajar a México con la Mona Vera. Nunca había
pensado salir del país. Estaba con la idea muy aferrada de quedarme aquí. Cuando llegué
a México me propuso que me quedara en Nicaragua. De ahí en adelante comencé una
relación de trabajo estrecha con él, empecé a conocer su inmensidad. Si hubo un hombre
Yo me enteré el mismo día del accidente porque vivía con unos peruanos y ellos me
dijeron que la avioneta donde iba Pablo se había perdido. “No puede ser”, pensé. Cuando
uno conoce a Bateman uno piensa que no se va a morir nunca. Era secreta la
preocupación. La organización envió una comisión a buscarlo a Panamá. Todos los días
me preguntaban y yo insistía en que no, pero interiormente sabía que era posible. Fue
algo como mágico. Los que teníamos alguna relación con él manteníamos la esperanza de
que no diciéndolo era posible que nos estuviera tomando el pelo. Creímos que iba a
aparecer de un momento a otro.
Tuve muchos sueños... Uno muy hermoso donde había un tubo muy grande y de pronto él
salía de ahí. Era como si volviera a nacer, y como tengo sueños que se cumplen .. él
vuelve a renacer. Casi al año, en febrero, se encuentran sus restos. En ese momento supe
que estaba muerto. Fue supremamente doloroso porque a pesar de la certeza, la mayoría
guardábamos la esperanza... Muy tenaz porque para nosotros él representó muchísimo.
Uno se siente afortunado de haber compartido vida con él. Valoraba a la gente. Les daba
la oportunidad a los demás. Lo aventaba a uno.
Siempre más
Cuando murió, yo trabajé en Nicaragua una propaganda en su memoria. Con los poemas
de Afranio Parra hicimos un disco para él: “La certeza del amor”. Lo hice en Nicaragua
con los conjuntos y artistas que había de toda América Latina. Fue un trabajo muy
hermoso, porque la gente sintió a Pablo de nuevo, aun la gente que no lo conocía. La
gente se sentía muy orgullosa de trabajar en un disco para él.
Un día estaba yo hablando con un muchacho de Costa Rica y me contó que los
salvadoreños integraban muy bien la propaganda y la música, y que eso era muy nuevo,
muy bueno y muy masivo. Le pregunté: “¿Es muy complicado hacer un disco?”
A punta de ron
Empecé a visitar a uno por uno en sus casas; les dejaba las copias, encarretándolos con
los videos. Todos se comprometieron: “Vamos a hacer el disco en solidaridad con
Colombia y por lo que significa Pablo para América Latina”. Fue muy lindo. El disco de
Pablo se hizo a punta de ron. Con un carrito que me había conseguido, salía y ponía tres
botellas de ron en mi mochila y empezaba a recoger a todos los cantantes y músicos y
nos íbamos para el estudio. Mientras grababan, yo les iba sirviendo café y ron. Así lo
hicimos. Cada uno de los compositores escogió el tema que le gustó: “La certeza del
amor” se la di al colombiano y él le puso son guajiro. Quedó muy hermoso. No me
acuerdo cuánto tiempo pasamos garantía. Me volví medio musicóloga. No lo soy, pero
todos los días escuchaba y opinaba. Ese disco es latinoamericano; participaron
costarricenses venezolanos, bolivianos, nicaragüenses, salvadoreños, chilenos, de todas
partes. Fue muy lindo. Una vez hecha la matriz, me fui a México y se imprimió. Los
compañeros vivieron bastante tiempo con lo que les producía el disco. Entré a Colombia
por fin en el 84. Llegué cuando lo de Los Robles y me fui para allá con el disco. El que se
pilló la cosa fue Álvaro Fayad, Me dijo: “Ese disco es tan bueno que usted se va ya para
Bogotá a imprimirlo allá”. Me mandó a Bogotá y lo imprimimos.
Una canción que me recuerda mucho a Pablo, hablando de discos... “Caballo viejo”. Le
gustaba mucho... sonaba cada rato. Le gustaba... Sí, antes de su muerte estaba de moda
ese disco, “Caballo viejo”.
La desaparición prematura del Flaco Bateman posibilitó que algunos buscaran dejarlo
para la historia tan sólo como una consigna. Generó la lucha por el poder en el M-19, El
Flaco era el único que podía aglutinar y controlar esa expresión compleja de
personalidades tan maravillosas y diversas que componían la dirección del M-19. Muerto
él, comienza la orfandad, una orfandad que persiste.
Con su muerte comenzamos a pelearnos entre nosotros y el resultado de eso fue la gran
matazón, matazón que arranca después de la reunión de Los Robles. Comenzaron a morir
los grandes hombres, uno a uno, y en eso tiene que ver la orfandad en que nos dejó la
desaparición física del Flaco Bateman.
La modestia de la sabiduría
Lo conocí en México. Aún no teníamos una estructura muy sólida. El Flaco iba en un
Volkswagen que se varaba todo el tiempo y se bajaba a empujar. Allí opté por ser el
representante público del M-19. Éramos la organización más buscada, más perseguida de
América La tina porque rescató la guerrilla urbana; que estaba prácticamente derrotada,
Las compañeras que rodeaban al Flaco lo protegían mucho. No le protegían la vida
solamente, lo protegían para que nadie lo “tocara”, para que nadie “le cayera del lodo
bien”, para que él no se “encantara” con otra persona, para no perder peso a su lado.
Eran verdaderas cortes. Le prohibían, por ejemplo, que fuera a mi casa; pero él siempre
se escapaba y se presentaba solito.
Voy a contar un episodio que nadie conoce. Estábamos hablando de Cuba y de pronto le
dije: “Oye, Flaco, esa vaina de un tipo treinta años en el poder se la aguantarán los
cubanos, pero eso no lo aguantan los colombianos”. Se ríe y me dice: “¿Qué estás
tratando de decir?” “Tú sabes lo que te estoy tratando de decir; mañana triunfa la
revolución colombiana y entramos al Palacio bailando cumbia contigo en frente”. Se reía,
el maldito. “¿Tú cuántos años vas a quedarte ahí? 'Te insisto, treinta años no se los
aguanta nadie”. Se puso la mano en la cara, con ese gesto suyo tan característico cuando
estaba inseguro de algo, y se me quedó viendo: “¡Mierda, compa, es que cuatro años son
muy poquito! ¡No puedo hacer nada!” “Bueno, está bien, de acuerdo, cuatro años es muy
poquito, pero ¿cuántos entonces?”. “¡Necesito ocho años para cambiar el país!”. Total,
hacemos el acuerdo de que van a ser sólo ocho años. Esto te muestra que él tenía la
convicción de que nunca se iba a morir. Luego pasamos a otro tema. Después de mucho
hablar, me dice: “¡No joda!, y después de esos ocho años ¿qué me vas a poner a hacer a
mí'? ¿Qué me vaya quedar haciendo?” “Te ponemos como asesor, un tipo al cual se le
consulta. Vas hasta ahí, ocho años, y luego te vas a recorrer el mundo, como los grandes
protagonistas de la historia”. Se me queda viendo y dice: “Es cierto, no puedo
permanecer demasiado tiempo”.
Si alguien tuvo influencia sobre Jaime Bateman fue Torrijos. Cuando miro al Flaco y miro
a Torrijos, siento que son de la misma familia. Son parecidos en las concepciones, en la
táctica y en la audacia intelectual. Los veo como a un Don Juan preparando su ataque de
manera impecable. El episodio de los ocho años lo recuerdo con mucho cariño porque me
Movimiento 19 de abril, M-19
Yo venía del ML ¡Imagínate, orinaba rojo!, y el hombre me hace una jugada: decide que
quien tiene que establecer las relaciones con la Internacional Socialista era yo. Y con eso
me obligó a crecer, porque para mí los de la Internacional Socialista no eran
revolucionarios. Me escogió a mí y me obligó a dejar el lenguaje retórico del marxismo
esclerótica y me puso a escribir en serio. Le debo al Flaco que me haya puesto a escribir.
Me forzaba la cabeza para que yo entendiera que el mundo era más ancho. Me pidió que
escribiera el primer documento para la Socialdemocracia. Se lo entregué y ni lo leyó. Le
puso la firma. Algo grandioso, creía en la gente, en las mujeres sobre todo. Era la
influencia de la vieja Clema. Siempre lo veías rodeado de mujeres y muy enamorado. Da
pena decir esas vainas porque Esmeralda seguro piensa que él era un santo y de pronto
se molesta. Era un santo con ella. La quería, o sea, era leal. Podía tener una relación con
otra mujer, pero Esmeralda era Esmeralda. La quería mucho.
Una vez cincuenta pintores mexicanos hicieron una agenda del Eme. ¡Otra vez las
compañeras! ¡Coño, si eran difíciles! Me retrasaron tanto los dineros que hubo que
demorar la edición, ¡y yo con los negativos hechos! Imagínate, por un problema de plata
tantas “truñuñeces”. Estábamos en una cafetería hablando con la Mona Vera, otras
compañeras, el Flaco y yo; de pronto, en la charla, yo le estaba poniendo las quejas de
que me estaban negando el dinero, y de pronto siento la mano de él en la rodilla: Pensé:
“¡Mierda! ¡Se mariquió el Flaco!” Y lo que pasaba es que me había puesto a escondidas
mil dólares.
Cosas del Flaco para su biografía: nace aliado del mar, en la primera ciudad que fundan
los españoles y que sobrevive a la Conquista: Santa Marta. En la misma ciudad muere
Bolívar y allí se hace hombre Gaitán. Esos fenómenos tuvieron en él gran influencia.
Clementina decía que el Flaco leía mucho a Bolívar y a Gaitán desde pelao. Aunque la
tendencia de muchos era ver al Flaco como un hombre que no leía, que era de la “social-
bacanería”. No podían entender que supiera tanto. Leía lo que necesitaba leer y punto.
Se la pasaban en la conspiradera
Era mágico todo en él; incluso hasta la manera corno desaparece, el misterio que rodea
su muerte. Si me preguntas si fue un accidente o fue que le bajaron el avión no te lo
podría asegurar, como tampoco sé si fue verdad que él había visto cuando vendieron la
espada del coronel Aureliano Buendía. Tampoco sé si eso es mentira. Su vida fue eso. El
hecho mismo de que lo encuentren los indígenas en la selva y de Clementina gritándole al
mar: “¡Marrrr... devuélveme a mi hijooo!... ¡devuélveme a mi hijooo!...” lo escucharon los
Cunas. Ese grito va por el viento y cuando le cuentan a Fidel, el hombre se puso a llorar y
dijo: “Se perdió un gran hombre, un gran héroe de América”.
Bateman nos marcó la ruta. Él planteó por primera vez la necesidad del Diálogo Nacional
como salida negociada al conflicto armado. Se adelantó a la guerrilla latinoamericana.
Rompió la lógica de la guerra entre aparatos militares. El gran error es seguir pensando
con la lógica política, creyendo que la nutriente sustancial de los pueblos es la política y
no la cultura; la política lo único que puede hacer es posibilitar el espacio para que la
cultura florezca.
Bateman planteaba la “cadena de los afectos” como enlace político-poético: Decía que el
poder de los seres humanos residía en “la fuerza irresistible del amor” y que esa tenía
que ser la motivación del M-19. Eso no es del Flaco, es de Bolívar. En Colombia, en vez de
haber estado jodiendo tanto con lo del odio de clase, si hubiéramos explotado más ese
concepto del amor; seguro que las cosas hubieran sido distintas. El Flaco encarna la
transformación de la actividad política porque le mete la nutriente del amor, y eso era
difícil esperarlo de un guerrillero. Un guerrillero que comenzó a creer que la alegría era
el elemento más activo en la lucha.
Sabía de la guerra muchísimo. De veras que sabía de eso, pero sobre todo sabía de la
gente. Un periodista terminó escribiendo que el Eme tenía hasta rockets y todo eso fue
por el encarrete que le metió el Flaco.
Conoció a Tomás Borge en Colombia y tenía una gran amistad con él. El impacto
sandinista en él es determinante en la formación de su pensamiento político. Viajó
inmediatamente se dio el triunfo en Nicaragua. Él estaba ahí en ese momento,
constatando la pasión desbordada de ese pueblo. Si le quedaba un pedacito de
dogmatismo comunista, se le acabó en Nicaragua. Extrajo de la experiencia nicaragüense
que si tú quieres ganar, tienes que romper la columna vertebral que es el ejército. Hay
quienes dicen que el Flaco se equivocó en eso, cuando dijo que ¡ni por el putas!, que no
era el tiempo todavía de salir a la calle, sino que había que darle duro al ejército,
ablandarlo para que también se ablandara el sistema político. Decía que el ejército era el
tronco. Si tú tumbas el tronco, se caen las ramas. El proceso político parece no haberle
dado la razón en eso. No lo sabemos todavía con seguridad. Los troncos no se derrumban
sólo con estallidos. El ejército colombiano ha tenido algún cambio en estos años, o si no,
no estarían tolerando el proceso actual.
Bateman planteaba que no era posible encontrar la salida negociada si los militares no se
sentaban a la mesa de las negociaciones. “El Diálogo Nacional no puede ser completo si
los actores, los protagonistas, no se sientan a hablar”. Hay gente que está diciendo eso
ahora. Era un visionario. El pensamiento de Jaime es un pensamiento vivo.
Yo, por ejemplo, ahorita mismo estoy en deuda con él. Tengo que ir a Santa Marta a
visitarlo y contarle qué ha sido de mi vida. Tengo que contarle cuáles son los pasos que
estamos dando; contarle lo que está pasando.
De ahí en adelante nos vimos varias veces en distintas circunstancias, no sólo para
hablar de política; ni para hablar de lo que estaba pasando con el M-19, sino, por
ejemplo, para jugar Risk. Jugábamos Risk con el Turco Fayad y con un amigo Montonero
de ellos y mío que estaba exiliado aquí.
Insensatez
Después volvimos a vernos varias veces en un momento muy duro, que fue cuando lo de
las armas del Cantón Norte. Habían detenido a Fayad, a la Mona, como a 50, no sé a
cuántos más. Y un día me lo encontré casualmente en la esquina de la séptima con la
Avenida Chile. Yo iba en un carrito y, de pronto, un jeep por detrás comenzó a golpearme
el bomper... tan, tan; y entonces me voltié y el Flaco estaba exactamente como era. Se
había dejado el bigote para disfrazarse. Estábamos en un semáforo. Él se bajó del jeep y
me dijo: “Nos vemos en el Cream Helado de allí, en la 70 con séptima”. Bateman en ese
momento era el tipo más buscado de Colombia y a mí me parecía completamente
insensato lo qué estaba haciendo él y lo que estaba haciendo yo, porque él estaba en la
guerra, pero yo no. ¡Estaba en un Cream Helado a la luz del día con el tipo más buscado
del país! Me parecía una insensatez, pero en fin, así eran las cosas con Bateman.
Arrollador
Yo me enteré de la muerte de Bateman en Madrid. Me enteré por un amigo del M-19, una
especie de diplomático que estaba realizando tareas en Europa y que era muy amigo del
Flaco. Me enteré también por García Márquez, porque me llamó a contarme. Una de las
cosas graves que pasaron en este país fue la muerte de Bateman. Hubiera sido muy
importante que viviera unos cinco años más... Digo, cinco años más porque aquí no se
sabe cuánto vive la gente. Me parecía un tipo con una claridad de ideas dentro de la
izquierda colombiana, que es un masacote de organizaciones sin ninguna claridad de
ideas en general, totalmente ortodoxa, sectaria y dogmática, y eso era lo que no era
Bateman. Él estaba mirando lo que pasaba en el país y lo que pasaba en el mundo. Sabía
lo que ocurría en Washington, lo que pasaba en Trípoli y lo que pasaba en Cuba. Una
cosa que me parecía fundamental en Bateman era que ninguno de sus análisis políticos
estaba imbuido por el odio o por razones de venganza estratégica. Buscaba lo que fuera
de verdad bueno para la pacificación de este país. Una pacificación que evidentemente
pasara a través de la justicia. Ya desde esa época se veía que se iban a morir de viejos
todos los guerrilleros en Colombia. Bateman entendía que la guerrilla sólo tenía sentido
si era para lograr algo en un plazo humano pero no un plazo de siglos.
"ME ALEGRO MUCHO DE QUE AL FÍN UN HOMBRE DE MI PAÍS ENTIENDA QUE CONVERSAR
CON BATEMAN NO ES NINGÚN DELITO”
Con motivo de la determinación del Senado de nombrarme ponente del proyecto de ley
sobre amnistía, dije que no solamente hablaría con el gobierno y con los partidos
políticos; sino que también lo haría con la propia guerrilla, porque la paz dependía
también de su determinación.
Me pidieron tres días para localizar a Bateman y concertar la entrevista. A los tres días
me llamó Ramiro Lucio. Bateman me mandó preguntar: “¿Dónde quiere que nos
reunamos?” “No tengo sitio, ni quiero saber. Le propongo lo siguiente: dígame dónde y
usted me recoge y me lleva”. Acordamos la fecha, el sitio y la hora y así se cumplió
nuestra histórica entrevista, en algún lugar del mundo... Llegué a un hotel y me estaba
registrando cuando entró una llamada preguntando por mí. La niña de la recepción
respondió: “Acaba de llegar y se está registrando…” Fui conducido a una residencia
donde me atendieron amablemente. Al cuarto de hora, sonó el timbre de la casa y el
dueño dijo: “Es el comandante”
Entró Jaime. Yo no lo conocía personalmente y él abrió los brazos, que parecían un par
de aspas. “Señor senador Bula, me alegro mucho de que al fin un hombre importante de
mi país entienda que conversar con Bateman no es ningún delito”. “Si así lo creyera, no
estaría aquí”. Se sentó a mi lado, hizo un gesto y los demás se retiraron. “Tú fuiste
ministro de Turbay y a nosotros nos dio muy duro; por eso esta entrevista casi no se
hace”. “Un momentico, para que la conversación sea grata y sincera, comienzo por
decirte que uno de mis orgullos es haber sido ministro de gobierno de Turbay”. “Bueno
—dijo—, es que después supimos que habías sido ministro del área económica y no del
área del orden público”, “Pues yo me solidarizo con todo y te pregunto: si tú eres el
presidente de la república y la guerrilla de ese momento asalta un Cantón y se roba cinco
mil armas y después se toman la embajada dominicana y hay muertos y luego matan a
José Raquel Mercado, ¿saldrías a regar flores por las calles de Bogotá?” “Usted tiene
razón. No hablemos de estas vainas”. Hicimos una charla muy larga y muy interesante.
Después conocí a Julia, que es Vera Grabe.
Le mostré mi ponencia. “Mira, te dejo el trabajo para que lo leas y con base en él me
digas si crees que se puede hacer un convenio de paz con el M-19”. La recibió y aceptó la
presencia de Gamboa, un periodista. Al filo de las dos de la madrugada me dijo: “¿Por
qué no te quedas para que almorcemos?” “Listo. Vine a charlar contigo todo lo que se
pueda”. “Tú tienes un hijo en Bogotá, ¿por qué no vino?”, me preguntó. “¿Por qué no lo
llamas para que venga?”. Germán Alberto Bula Escobar fue fundador del Camilismo. Lo
llamé, pero no podía ir. Bateman se interesó por ver a mi hijo, no sé por qué, me imagino
que para saber cómo pensaba.
En esa ocasión se habló mucho del futuro. Jaime me dijo que era factible el proceso de
paz. “Me encantan los términos de tu ponencia y los comparto. Podríamos instalar una
emisora, una vez que estemos en la legalidad. ¿Te comprometes a ayudarnos? "Pues claro
es lógico que en un acuerdo de estos haya una herramienta de esa importancia en manos
de los que van a ser un nuevo partido político originado en la guerrilla” “Yo ya la tengo,
la tengo en un barco”. “Yo te ayudo”.
De pronto preguntó: “¿Por qué no hacernos política juntos?” “Es posible. Todo es posible.
Si has leído mi ponencia verás que ahí digo que la paz en Colombia con los grupos
guerrilleros ofrece la oportunidad para que todas las fuerzas que se orientan hacia la
izquierda extrema o moderada puedan emprender un proceso de unión que lleve al
poder”
“Tú tienes una finca, yo sé”, afirmó. “¡Carajo, me tienes bien chequeado!” “Una finca
cerca de Sahagún, en Córdoba. “¿Por qué no hacemos algo bien grande?” “¿Qué sería?”
“Yo llego allá y respondo por mí hasta el aeropuerto de Montería; de ahí para allá tú
respondes por mi vida”. “No hay ningún inconveniente, allá no tengo ningún problema
para responder por tu vida”; “'Vamos a tu finca, tú tratas de ir con alguien importante del
gobierno, llevamos un medio de comunicación y desde allá yo doy la orden nacional de
suspender la acciones bélicas”. “Hombre, eso sería de una trascendencia tal, que ojala lo
logremos”. “En nuestra próxima entrevista, que esperemos sea pronto, lo organizamos”,
“Pero te quiero contar que tú no tienes amigos en Córdoba. ¡Deja de estar haciendo
alardes!” “No, no, yo los consigo”. Reímos. A mí, Bateman me dejó la más grata
impresión. Me vine muy contento de ese encuentro.
Pensando en el momento que vive el país, si Bateman hubiera estado vivo, el curso de la
paz habría tomado un camino muy distinto. Era un hombre sumamente serio, que decía
las cosas y las hacía como las decía. Era fiel a sus palabras y, a sus compromisos.
Tenía autoridad y era acatado porque tenía mucha claridad sobre el país. Estaba
convencido de que el país ya no aguantaba más. “La paz debe hacerse ahora porque es el
momento oportuno. El país la necesita y clama por ella. Si el gobierno desperdicia esta
oportunidad y no hace los cambios sociales, económicos y políticos que tú planteas
ahora, no habrá paz nunca; El M-19 de ahora puede deponer las armas y desparece;
después vendrá el M-20, el M-2l, el M-22, otros movimientos, hasta cuando el país
encuentre la paz”.
Era la primera vez, según dijo Bateman, que se entrevistaba con una personalidad de la
política. Yo no fui a nombre del gobierno, ni siquiera a nombre del Congreso. Fui como
ponente del proyecto de amnistía. Desde luego, el Congreso le dio el respaldo a esa
entrevista.
Hay una diferencia muy grande entre Bateman y Tirofijo. En tiempos de Bateman, existía
una potencia igual a los Estados Unidos que era la Unión Soviética, en donde se contaba
con la ayuda marxista para algunos movimientos guerrilleros. Tenían respaldo. Hoy día,
cuando eso ha desaparecido, cuando no es posible una ayuda y cuando ha desaparecido
la ideología comunista, no tienen ya la prestancia de aquel momento. Como Bateman no
era comunista, según su propia afirmación, para él era mucho más fácil entender la
violencia y el problema colombiano. Esa guerra era una guerra estúpida.
Bateman era de una formación humana, muy distinto a Tirofijo. Era un tipo con un
pensamiento impregnado de humanismo. Entendía el problema que estaba viviendo el
país y veía la posibilidad de hacer un alto en el camino de la violencia. Veía muy claro que
se podía y se debía hacer la paz. Entendía que las reacciones del gobierno eran obvias
porque toda acción tiene una reacción. Siempre hablaba en forma positiva y afirmativa.
Se sentía la autoridad, que yo la veo ahora muy diluida, porque mientras, por ejemplo, en
Tlaxcala, México, se hablaba de pacto, aquí se seguían volando refinerías y torres de
energía eléctrica y matando y muriendo en el monte a nombre de unos ideales que yo no
sé cuáles son.
21. ANEXOS
“OBLIGADO A PREGUNTAR”
Bajo el titulo “Obligado a preguntar”, Germán Castro Caycedo escribió para El Siglo una
serie de crónicas en las que narra su insólita e interesantísima experiencia de 36 horas
dentro del M-19.
Castro fue secuestrado por el M-19 en la tarde del 17 de abril de 1980. Allí conversó con
Bateman día y medio. El 19 de abril apareció libre en Bogotá, con una propuesta del M-19
dirigida al presidente para celebrar una cumbre política.
Bateman es un costeño, casi tan alto como la puerta. Lleva parte del “afro” embutido en
una gorra negra de beisbolista, que tiene engarzado al frente un escudo de Colombia.
“Era de la gorra de un oficial del Ejército”, anota. “Yo soy el comandante general del
M-19”.
“Que haga su vida. Que sea un hombre de bien y que no vaya a caer en manos de ninguna
autoridad”.
“Comandante”, le dije, “¿qué cree que le suceda el día que caiga en manos de las
autoridades?” “El enemigo ha dicho con mucha claridad que yo seré ajusticiado y a mí no
me cabe la menor duda de que si les doy oportunidad, me matan”.
“La prensa de esos días dijo que ese fue el primer error de ustedes: dar a la publicidad el
nombre de Rodríguez, porque por ahí comenzaron los servicios secretos del Ejército a
desenrollar la madeja”. “Hoy nosotros creemos que lo que recibimos después del Cantón
fue una lección. Sencillamente así lo entendemos. Aprendimos que al enemigo hay que
valorarlo suficientemente, porque a nosotros realmente se nos subieron los humos a la
cabeza y pensamos que éramos más fuertes de lo que realmente éramos”.
Cómo es el M-19.
Ahora que se me vino a la cabeza, ¿usted sabe cómo se distribuye el presupuesto nacional
de Colombia? El cincuenta por ciento en represión. Y cuando hablo de represión no hablo
solo del Ejército, sino de la Policía, de los servicios secretos, de la Defensa Civil. La
burocracia se come el resto. Gómez Hurtado decía hace poco que el que manejara el
millón de burócratas, mandaba en el país: es un millón de votos casi que seguro. Eso es
lo mas antidemocrático que puede haber. Ahí está otra parte del dinero que
necesitamos... Mire, las grandes partidas que manejan los parlamentarios son lo más
irracional dentro de la dirección de un Estado. Yo doy veinte mil para una escuela. Yo doy
cuarenta mil para un puente. Yo doy un millón no se para que cosa. y ninguna obra se
termina. En esta forma nadie puede dirigir un Estado”.
A penas unas horas antes, Bateman había dicho unas pocas palabras sobre su vida
personal. Son estas: “Nací en Santa Marta en 1940, clase media, hogar modesto. A mí me
crió mi padrastro, Jorge Olarte, que ya está muerto. En mi familia fuimos tres: una mujer
y dos hombres, aunque tengo otros hermanos del primer matrimonio de mi padre. Soy
soltero y me vine a Bogotá luego de terminar quinto de bachillerato en Santa Marta. Pero
no pude hacer sexto y viajé al exterior, pues me dediqué desde muy joven a las
actividades políticas. Estuve en la Unión Soviética, Checoslovaquia y Francia recibiendo
más que todo formación ideológica: principios revolucionarios, marxismo. Volví a Bogotá
por, allá en 1962 cuando se estaban librando luchas muy fuertes, especialmente contra
el alza de transportes.
“El Moec, la Juventud Comunista, las Juventudes del MRL, eran las organizaciones que
más funcionaban con la juventud. Las inquietudes políticas y la influencia de la
revolución cubana contribuyeron a que se formara una generación de jóvenes que en
estos momentos están trabajando con el Estado, o dentro de los partidos tradicionales, o
se mantíenendéntro.de las organizaciones revolucionarias. Desde 1966 he sido un
perseguido político. En 1963 estuve preso por primera vez, pues me capturaron
repartiendo propaganda subversiva y en Colombia ya sabemos cuál es esa propaganda;
estuve preso un mes. La segunda vez caí en una manifestación de protesta por el alto
costo de la vida: otro mes de cárcel. Luego participé en movimientos guerrilleros, como
buena parte de mi generación que tuvo que ver con el ELN, con el EPL o con las FARC. Yo
estuve en las FARC durante cinco años”.
Tres días después, en Santa Marta, doña Clementina Cayón se recostó en su silla
perezosa y dejando que la mirada se perdiera arriba en la enredadera de parra que cubre
el patio de su casa, comenzó a recordar: “Mire, debía ser 1943. Jaime tendría tres años y
nos fuimos a vivir a Guacamayal, en la zona bananera que era de la United Fruit
Company. Y nos fuimos a Guacamayal porque nosotros los colombianos no podíamos
vivir en Sevilla, que era el barrio de los americanos. Ellos tenían cine, club y neveras.
Nosotros vivíamos en tambos con el agua y las culebras debajo. Los tambos estaban
trepados sobre zancos de mangle. Y había mucha malaria. Yo recuerdo que había mucha
malaria y que los americanos ponían a los trabajadores colombianos en filas muy largas
y les hacían bajar los pantalones. Luego pasaban ya uno por uno le inyectaban un
centímetro de quinina en las nalgas. Así, sin cambiar aguja ni jeringa. Y unos años
después en Santa Marta pasó lo mismo, porque nos vinimos a vivir en el barrio El Prado,
que también era de la United Fruit Company. El Prado era un barrio amurallado y allí no
podían entrar sino los americanos y algunos colombianos que vivíamos dentro... Bueno,
no era muralla sino un muro bajito que hoy podemos ver en algunos tramos, porque aún
no se ha caído. Encima de los muros templaron bien una malla de acero grueso para que
nadie los molestara. Los americanos vivían de lo que hoy es la Avenida Hernando Pardo
para arriba y los colombianos sobre el lado del mar en la peor zona. Los americanos
El imperio norteamericano
Durante el diálogo, le había preguntado a Bateman qué sentía por los Estados Unidos, y
sin pensarlo anotó algunas cosas: “Los Estados Unidos”, dijo, “han construido en cien
años lo que la humanidad logró en dos mil. Con eso le digo la mayoría de la respuesta.
Nosotros admiramos a los Estados Unidos aunque desgraciadamente se trata de un
pueblo que cayó bajo las garras de una ideología reaccionaria que quiso dominar al
mundo por la fuerza. Y los Estados Unidos no viven solamente de la explotación del obrero
norteamericano sino de la explotación de la humanidad entera... Sin embargo, la guerra
de Vietnam ha cambiado mucho la mentalidad de ese pueblo y lo ha obligado a aterrizar y
por eso ellos a la larga tienen que estar con nosotros. Usted ha visto todas las
demostraciones de solidaridad en los Estados Unidos durante la toma de la Embajada
Dominicana en Bogotá. Eso no había sucedido nunca”.
Cuando Germán Castro terminó el diálogo con la mamá de Bateman, ésta le dijo: “¿Por
qué no me preguntó la edad?”, Él le contó que no lo acostumbraba a hacer por cortesía y
ella respondió: “Yo tengo 65 años”
Castro la describe como una mujer menuda pero de gran dinamismo, que “apenas sí
revela cincuenta”.
“La señora de Bateman hace diariamente una hora y media de yoga antes de dedicarse a
la meditación, pues pertenece a la secta de los gnósticos. Ella se refiere así al
gnosticismo: “No es una religión, es una ciencia. Nosotros tratamos de averiguar los
misterios que hay en la naturaleza, los misterios del cosmos, y utilizamos mucho la
fuerza mental para todas las cosas. No rezamos sino meditamos, como lo hizo Cristo.
Todos mis hijos son cristianos y los gnósticos somos una familia de gente noble. No
somos capaces de hacerle mal a nadie y, por el contrario, intentamos hacerle el bien a
toda la gente. Vivo en función de servicio a la humanidad y me parece que cuando se hace
eso Dios le ampara los hijos. Por eso soy cada día más gnóstica y medito más, no de
rodillas, porque uno no pide de rodillas. Nosotros creemos que el altar no son mesas de
madera talladas con relieves churriguerescos. El altar está en el corazón. Y usamos el
yoga, es decir, el relax para preparar el cuerpo antes de meditar, porque con este cuerpo
no se puede pedir nada”.
“Antes de fundar el M-19, Bateman fue un guerrillero de las FARC, que operan en las
montañas colombianas al mando de Manuel Marulanda Vélez, “Tirofijo”. Aunque su
Yo lo aprecio mucho
“¿Cuánto hace que lo vio por última vez?” “En 1971, en la selva. Él nunca ha sido del
monte y por eso ahí está lo negativo y lo positivo de una figura como esa: que teniendo
tantas capacidades y tantas posibilidades de liderazgo no sólo en movimientos
guerrilleros, sino de masas, se mantenga tan incógnito... como desconocido por el
pueblo. Es que a Marulanda lo conoce un sector revolucionario, pero yo creo que antes
que eso, que revolucionario, él es un líder popular. Tal vez de lo mejor que existe en este
país. Independientemente de que sea miembro del partido comunista. Al lado de él
participa un hombre que, guardando las proporciones, es una figura también muy
importante y también muy desconocida: Jacobo Arenas”.
La guerrilla rural
“Hablando de todo esto”, continúa Bateman, “el mismo Ejército colombiano lo dice en sus
materiales. Sí existen bandas, sí existen guerrillas, sí existe un montón de cosas, pero
eso no representa un peligro para el Estado. ¿Por qué? Porque el Estado tiene sus fuentes
fundamentales de desarrollo y de crecimiento en las grandes ciudades. Ahora, tenga en
cuenta lo siguiente: yo no estoy dando cátedra. Este problema que estamos analizando se
solucionó hace siglos. Lo que quiero decir es que nosotros, el M-19, no está exenta de
errores. El M-19 ha cometido en estos dos años muchos errores en el desarrollo político-
militar-rural. Nuestro desarrollo urbano es mucho más público pero falta la
correspondencia entre el campo y la ciudad...”
Gaitán
Bateman había mencionado a Gaitán muchas veces durante la charla y algunos días
después, hablando con su madre, le pregunté por eso.
Me dijo que sí, que él hablaba mucho de Jorge Eliécer Gaitán desde muy joven. “El
Tuerto”, que fue uno de sus profesores —señaló— parece que les habló en alguna clase
de lo de la matanza de las bananeras y entonces él se interesó mucho por el tema. Leía
mucho. Parece que el pasado de Bateman se haya esfumado. En su casa materna me
dicen que no hay fotos de la infancia, ni de la juventud. Ni cuadernos de su época de
estudiante. Sin embargo, la señora se quedó pensando un segundo y dijo: “Un momento,
por algún lado debe haber lo único que dejó Jaime hace tiempos. Es un librito. Déjeme se
lo busco”. La señora apareció diez minutos después con una edición pequeña y
amarillenta de “La masacre de las Bananeras”. Es el discurso de Gaitán en el parlamento
colombiano el de septiembre de 1903. “Mírenlo bien”, dijo la señora, “porque hay
algunas páginas con subrayados que hizo el mismo Jaime. Él leía todo lo de Gaitán”.
Apenas abrí el librito, lo primero que vi, encerrado entre líneas, fue esto: “El Decreto
número 4 del jefe civil y militar de la Provincia, Carlos Cortés Vargas…” “En tres
artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y
facultaba al Ejército para matarlos a bala”.
La revolución
“Mire cuando le hablen de revolución, no le tenga miedo a una cosa que es muy sencilla.
Es que la oligarquía le ha enseñado a estos pueblos que la revolución es un desastre y
que la revolución es una hecatombe. Pero el pueblo piensa lo contrario porque para él la
revolución es una gran fiesta… Para nosotros las armas no son un asunto de principios”.
El “Flaco” ya no era flaco, pero seguía alto, altísimo. Había dejado ese aire de muchacho
de provincia en la capital, erizado de frío y fastidio. Había dejado la vieja gabardina negra
que cada día era más verdosa. Ahora tenía aspecto de profesor en derecho penal; lo
esperábamos con ese afro que le distraía la nariz; llegó peinado hacia atrás, engominado,
más narigón que nunca.
Nos abrazó calurosamente con sus largos brazos. Se sacó de la cintura una pistola
inmensa y entregándonosla nos dijo: “¡Guarden esa joda por ahí!, algún día habrá que
dejarlas porque son incomodísimas”. Dio algunas vueltas por el cuarto y se sentó al lado
de la ventana. Enfrente, soldados de la brigada ensayaban un desfile militar. El “Flaco”
sonrió. Era el momento de comenzar a preguntarle.
Alfredo Molano: “Flaco”, no te da miedo verte a media cuadra de ellos? ¿No te impresiona
pensar la ironía que significa encontrarte a tan corta distancia de esos hombres que te
buscan?
Jaime Bateman: No, hombre. ¿Acaso no sabes que yo soy invisible para ellos?, ¿para qué
crees que sirve la cadena mental?...
J.B.: Mira, lo que pasa en el fondo es que mi mamá es gnóstica, mi mamá fue responsable
de la organización de la gnosis en Santa Marta. Y ellos hacen todos los sábados una
cadena para protegernos a nosotros, a la organización.
A.M.: Te sientes, pues, protegido. Pero ¿qué es eso de la cadena mental, en serio qué es?
¿Crees realmente en ese rollo?
J.B.: Pues eso es simplemente creer que la mente tiene poder. Mira, yo creo básicamente
en mi mamá. Yo no sé si la cadena es o no eficaz. Pero a mí me ha funcionado muy bien.
No sé si porque creo en mi mamá y ella en la cadena, pero ahí hay algo raro. Yo me
siento seguro. Yo he estado en situaciones muy difíciles, desesperadas. He estado muchas
veces prácticamente preso. En otras me he dado por muerto. Y nada, hermano, ahí sigo.
A.M.: ¿Ahora de grande? ¿Ahora como jefe del M 19, o cuando eras estudiante?
J.B.: No, ahora. Por ejemplo, una vez yo llegaba en una Wartburg a un apartamento que
teníamos en el centro. De repente veo a una vecina en la acera; la miro y caigo en cuenta
de que habían allanado. Fue sólo una mirada, un rayo, e inmediatamente volví a acelerar
A.M.: Pero también fue tu experiencia guerrillera la que te ayudaba. Tu experiencia con
las FARC. Saber ya sobre las tácticas de los campesinos en la violencia...
J.B.: Claro, eso también juega su papel. A la gnosis hay que ayudarla, la cadena hay que
fortalecerla. Otra vez me cogieron en un carro robado. Me pararon, me requisaron, me
pusieron preso. Estaba preso... y de buenas a primeras me soltaron sin saber por qué. ¿Y
cuando lo de Lucho? A Lucho lo andaban siguiendo hacía días, un mes o más. Nos
encontramos, charlamos, nos reímos, nos separamos. Cuando volteo la espalda lo
interceptan y le preguntan: ¿quién es ese tipo alto con quien usted estaba hablando?
Hombre, es inexplicable. Si yo estoy buscando un tipo que es el jefe de una organización y
sé que es alto, yo le echo mano aunque sea para investigarlo. Pero no, me dejan ir. Ni
siquiera tuve que apresurar el paso. ¡Inexplicable!
Bueno, yo creo un poquito de todo. Por lo menos la cadenita esa me da mucha frescura,
mucha seguridad. Sin que ello signifique que yo sea un irresponsable que ande dando
papaya.
J.B.: No, yo me cuido, me cuidan y desde luego nos cuidamos. Yo creo que hay algo ahí,
yo hablo con mi mamá continuamente. Necesito hablar con ella, me da fuerza. Entre cosa
y cosa me pierdo para hablar con ella. La organización se asusta cada rato, pero cuando
vuelvo a aparecer siguen respirando tranquilos. Hace poquito conversé mucho con ella.
Me contó que cuando salió la noticia de que me habían matado en Tocaima dijo: “No lo
han cogido, no lo cogen”. Estaba absolutamente segura que a mí no me cogían. Cuando
mataron a un tipo González, dijeron que me habían matado; fueron donde mi mamá y le
dijeron: “Señora, acaba de morir su hijo”. Ella les contestó: “No, no es cierto, estoy
Pero cómo, me dirás tú, cómo es posible que tú creas en eso, pues sí hermano, lo que
pasa es lo siguiente: a los tipos que les hacen cadena los vuelven inmortales. Te voy a
decir cómo. Si una persona es absolutamente sentida, constantemente querida, si en ella
se dan cita una cantidad de afectos fuertes, el afecto de la mamá, de las hermanas, de la
amante, de los amigos, esa cadena de afectos lo defiende de la muerte, del peligro, lo
vuelve casi inmortal. Por lo menos impide que lo maten a uno así no más. Puede que uno
se muera, pero esa cadena de afectos absolutos impide que a uno lo maten. No que uno
no se muera, contra eso no han inventado remedio. A cada uno le llega su hora y a esa
hora no se le puede mamar gallo, pero, la cadena de afectos es una especie de inmunidad
contra el azar. Cuando a uno le toca, le toca. La cadena lo preserva a uno y lo ayuda a no
caer cuando no le toca; es la fuerza del afecto. Del amor de un poco de gente que lo ama
a uno y que uno ama. Esa es la cadena. Los hombres que no tienen amores constantes,
absolutos, inflexibles, no son amados y por tanto están solos. Son vulnerables, mortales.
Hay que amar con verraquera y hay que despertar el amor con verraquera. Esa es una
vaina clave en este paseo. Es una vaina clave para los líderes, es una vaina que siempre
olvidan. En un momento azaroso, imprevisible, sólo la fuerza que sobre uno han puesto y
que uno ha despertado puede salvarlo. Porque el amor es la certeza de la vida. Es la
sensación de la inmortalidad.
A.M.: “Flaco”, te has vuelto místico. No te conocía esa debilidad, siempre te había creído
un marxista.
J.B.: ¿Marxista? ¡Bah! Místico o no, hermano, estoy persuadido que eso funciona. En este
paseo de la revolución, la pasión es la gran palabra, es verbo, y tú sabrás qué es eso...
J.B.: Sí. Apasionado, sí, un gran apasionado. Pero ¿sabes cuál era el problema? Que a
Camilo lo acompañaba una contrapasión. Siniestra. Terrible. Fabio Vásquez deseaba que
Camilo muriera y eso equivalía a matarlo en realidad. A Camilo no lo protegieron. A mí no
me dejan hacer ni siquiera una guardia, y no porque yo sea más bonito que los
compañeros. Allí hay un problema de concepción.
A.M.: Pero Jaime, de verdad verdad, ¿tu actúas diariamente con esa lógica?
J.B.: Llámalo como quieras, idealismo, por ejemplo. Estoy de acuerdo. Sobre todo porque
nosotros, la izquierda, debemos despertar al idealismo. Nos hemos negado el idealismo
que es el puro sabor de la utopía, la fuerza de la crítica. Claro que despertar ese
idealismo en nosotros mismos y en la gente, no lo puede hacer cualquiera. Ese es el
problema. Los gnósticos llaman a los tipos que tienen esa capacidad de transmitir la
pasión y despertar el ideal, “comunicadores”. Porque al fin y al cabo se trata de un ideal.
Si uno llega donde los campesinos, donde los obreros y les dice: Compañeros, la patria
está perdida, la patria está sufriendo, etc, etc... Pues la gente comienza a llorar. Hay que
decir las cosas positivamente con ganas de hacerlas: queremos comer bien, queremos
vivir bien. Eso cala, eso despierta, eso anima. En este punto sí hay una diferencia con los
gnósticos porque ellos tienen una concepción errada de la acción. Ellos tienen una
carreta complicadísima sobre el amor y el placer; dicen que el amor no se puede echar
adentro sino afuera para que el placer no se lleve la fuerza. En eso están equivocados. Mi
mamá les dijo: “Déjense de pendejadas que polvo es polvo, esto es Macondo y no el
Himalaya”. Como si dijéramos, la vieja le aplicó al gnosticismo el desarrollo del
J.B.: Sí, hermano, ¿por qué crees que me hacen cadena? Van a la cárcel a visitar a
nuestros presos, nos ayudan de un modo o de otro. Y no solamente los gnósticos,
también los protestantes. Las mil sectas protestantes que hay en Colombia. Porque
Colombia dejó de ser un país exclusivamente católico.
Esos son cuentos de la Constitución del 86. A la gente hay que tratarla, hay que oírla, hay
que sentirla. La izquierda tradicional con la posición pendeja y racionalista del marxismo,
que supone que la única manera de mirar el mundo es a través de la ciencia, se ha
negado a ver la riqueza y las potencialidades de las manifestaciones mágicas, religiosas,
culturales, y de sus cambios rapidísimos, ligerísimos. La ciencia anquilosa el mundo y
anquilosa el pensamiento. Cuando a un marxista se le aparece un brujo con barbas y
cucharas, con yerbas y sonajeros no sabe qué hacer, se caga del susto, no lo mira, no lo
respeta, porque el brujo no es científico, no es marxista... Olvida que este país está lleno
de brujos y de brujerías. La izquierda tradicional se niega a ver la importancia que tienen
las sectas, el pensamiento mágico, las manifestaciones religiosas. Se niega a ver la
pasión del pueblo. La gente de izquierda la única posibilidad idealista que se permite es el
marxismo leninismo y la teoría de la plusvalía.
A.M.: Parte de la crítica que le haces a la izquierda tradicional, me parece que plantea
indirectamente un problema vital: el pluralismo en la revolución. Y no me refiero al
pluralismo de ideologías orgánicas sino a algo más sencillo, al pluralismo de las ideas
cotidianas que tiene la gente sobre uno u otro tópico, religioso, político, etc. ¿Cómo
enfocas esto?
J.B.: El Estado tiene que respetar, y sobre todo garantizar la posibilidad de que puedas
organizarte como mago con otros magos, que los gnósticos puedan organizarse como
gnósticos y los protestantes como tales. Esta es la libertad religiosa, pero
fundamentalmente la verdadera democracia; el derecho a la asociación y a la acción
asociada y de todas sus expresiones: su culto, su literatura, su liturgia, su música. A la
izquierda hay que hacerle ver la riqueza y la potencialidad que encierra la cultura del
pueblo, pero no la que le atribuyen los folcloristas, sino la cultura del pueblo, así,
sencillamente. A la izquierda hay que hacerle ver que la música popular es muy superior
a la Internacional, que por lo demás es un himno pasado de moda. Un bambuco, por
ejemplo, claro, un bambuco, un vallenato, una rumba de la Sonora, un corrido, una
cueca.
J.B.: Usted no puede decir eso. La música de los chilenos es una música que encierra una
historia de luchas, que habla de gestas obreras. Ahí está la Cantata de Iquique para
contarlo. Eso fue tan verraco como lo de las Bananeras.
J.B.: Lo bailamos, que es mucho mejor. Hay que bailar, hermano, hay que bailar. Hay que
bailar y hay que cantar, y no sólo a la muerte, ni cantar sólo las derrotas. Hay que cantar
a la vida, porque si se vive en función de la muerte, uno ya está muerto. Las personas que
viven sólo de los recuerdos están muertas, el recuerdo sin porvenir lo único que trae es
tristeza, y la tristeza no genera lucha nunca, nunca.
Jaime Bateman era un jefe guerrillero: andaba por el monte echando tiros. Pero por lo
que de él se decía, y por lo que decía él mismo, daba la impresión de no ser un jefe
guerrillero común y corriente. Para empezar, no le gustaba hacer la guerra. En una
admirable entrevista que le hizo poco antes de su muerte el sociólogo Alfredo Molano, y
que publicó en estos días la revista Semana, Bateman, de entrada, tiraba lejos la pistola:
“'Guarden esa joda por ahí. Algún día habrá que dejarlas, porque son incomodísimas”.
¿Incomodísimas las pistolas? Con las guerras suele suceder —y eso es lo peor que
tienen— que las hacen aquellos a quienes les gusta hacerlas, aquellos a quienes les
encantan las pistolas. Los guerrilleros son por lo general tan militaristas como los
militares que hacen contraguerrilla desde enfrente. Entonces pasa que, cuando ganan
—como cuando ganan los de enfrente—, toda la vida del país que ha sufrido la guerra
queda militarizada. Y la militarización puede ser útil para hacer las guerras, pero es
catastrófica para vivir en paz.
A Jaime Bateman no le gustaba hacer la guerra, sino hacer In rumba: lo más contrario a
la vida militar que queda imaginar. “Hay que bailar —le decía a Alfredo Molano— y hay
que cantar. Y no sólo a la muerte, ni cantar sólo a las derrotas. Hay que cantar a la vida,
porque si se vive en función de la muerte uno está ya muerto”. A Bateman no le gustaba
la muerte, ni matar, ni estar muerto. Si hacía la guerra, era sólo porque le parecía
indispensable para poder después hacer la rumba en paz. Es eso lo que piden los
manifiestos del M-19, tan poco radicales, tan moderados, tan despojados de pretensiones
ex-tremas, extremistas; simplemente una democracia honrada, y un poco de justicia y
paz. Y es trágico que la situación de Colombia sea tal que un hombre que por otro lado
desplegaba tanta imaginación como Jaime Bateman, tanta inteligencia y apertura de
Y citaba a su mamá, que les decía a sus compañeros de la secta gnóstica: “Déjense de
pendejadas, que polvo es polvo y esto es Macando y no el Himalaya”. Porque la mamá de
Bateman es gnóstica. En un país de brujos con cucharas y de teóricos marxistas-
leninistas, y de gramáticos defensores de la pureza del idioma, y de adoradores de José
Gregorio Hernández, y de coqueros que hacen fiestas con los Rolling Stones, y de
atracadores de bancos que huyen con su botín en un bus amarillo, y de curas de buena
familia que se van a la guerrilla, y de bobos amarrados a un papayo, y de hechiceras que
se presentan a elecciones, y de banqueros presos, y de asesinos de la moto y de premios
Nobel de literatura, y de reinas de belleza, y de mafiosos que defienden la soberanía
nacional, y de ministros de guerra que escriben poesía, y de magnates que van a visitar a
Fidel Castro, y de presidentes que a veces son hijos de un arriero y a veces hijos de otro
presidente, y de cardenales que son brigadieres generales, es apenas natural que la
madre de un jefe guerrillero sea por lo menos gnóstica. (Un hermano de Jaime Bateman,
Desvergonzadamente colombiano
Jaime Bateman había entendido que Colombia era así, y que eso no era motivo de
vergüenza. Por eso había sido capaz de dirigir un grupo guerrillero tan
desvergonzadamente colombiano que se anunciaba en la prensa en avisos limitados como
si fuera un vermífugo contra los parásitos, para gran escándalo de la izquierda colonial,
sin el menor respeto por la teoría y la praxis correctas del marxismo. Y que como
primera acción política, para escándalo de la derecha colonizada, se robó de un museo la
espada de Bolívar, sin el menor respeto. No por Bolívar, sino por el museo.
A Jaime Bateman le importaba más Colombia que el marxismo, y más los colombianos
que los museos. Era un patriota, y por eso mismo un compatriota del cual se podía sentir
verdadero orgullo. Porque luchaba justamente para que Colombia fuera de verdad
colombiana, y orgullosa de serlo, y no un país colonizado y colonial del cual, por serlo,
hubiera que sentirse avergonzado.
Todo esto suena un poco pomposo. Pero es que los colombianos también tendemos a ser
algo pomposos cuando hablamos de la patria y de cosas así.
Ramón Jimeno
Ramón Jimeno: ¿En qué términos se puede dar esa alianza de las FARC y el M-19?
La verdad absoluta
R. J.: ¿Entonces el planteamiento del M-19 se resume en que toman las armas para pelear
y llegar finalmente a una mesa de negociaciones?
J.B.: Encontrar Fórmulas de arreglo para la situación económica, política y social que se
vive en el país.
La negociación es consecuencia
R. J.: ¿No es una contradicción tomar las armas para luchar por el poder y que de un
momento a otro se plantee es una solución negociada en una mesa?
El hombre nuevo
El hombre colombiano
R. J.: El M-19 siempre ha utilizado banderas populares, pero ¿expresan éstas una
identidad cultural nacional? ¿Hay sentimientos y valores marcados en el hombre
colombiano, como los tiene el argentino del brasileño?
R. J.: ¿Por qué el M-19 no asumió el reto que le planteó Belisario Betancur al abrir
relativamente el espacio legal, cuando unos meses antes el Eme justamente pedía espacio
legal para participar? ¿Por qué no lo utilizó siendo que Betancur dijo que lo ofrecía?
J.B.: A menos que haya una apertura democrática, el M-19 no puede salir a las calles; las
masas nos despreciarían. Nosotros hicimos un comando legal, salimos a las calles, la
gente iba a donde tenía que ir. Pero ya en la mecánica diaria de la actividad política, los
compañeros dicen: “No, eso es imposible, no podemos, nos vemos todo el día
perseguidos, vigilados, nos damos cuenta que están vigilando a nuestros amigos, están
recogiendo las direcciones de nuestra gente, están preparando las condiciones para
darnos un golpe mucho más fuerte que el que nos dieron en otras épocas y vamos a
perjudicar a montones de personas que a lo mejor de buena fe quieren vincularse a un
proyecto democrático, amplio. Le estamos dando herramientas a la inteligencia militar
para que recojan mayor y mejor información de la que tiene el M-19. Nosotros tenemos
J.B.: Si no hay condiciones para hacerlo en la legalidad, tenemos que hacerlo desde la
clandestinidad. Será más reducido, pero siempre y cuando la fuerza militar nuestra
ejecute las operaciones como hay que hacerlas... Fíjese que en el año 81-82 no hicimos
operaciones de masas; sin embargo, tenemos más prestigio que todos los partidos de
oposición juntos, gracias a las operaciones militares. Eso lo que hay es que
profundizarlo, ampliarlo y convertirlo en alma y corazón de todo el mundo”.
J.B.: El general Landazábal, el ministro de Defensa, piensa que sí. Su último artículo en la
Revista de las Fuerzas Armadas plantea claramente que esa perspectiva está abierta. Yo
creo que la respuesta la da es él, no nosotros. Nosotros creemos que la solución es
política, negociada, que hay que sentarse a buscar soluciones políticas, pacíficas. Pero ya
el general Landazábal dio 'esa respuesta. Dice: “En Colombia estamos en una guerra
civil”. No dice que va a haber una guerra civil, dice que estamos en una guerra civil y
llama a todos los estamentos para que se coloquen al lado del ejército, para que la
opinión pública se coloque al lado del ejército para combatir al movimiento popular y
revolucionario. Esa respuesta la dio él, no nosotros. Esa declaración tiene un peso muy
grande. Nosotros lo único que podernos hacer es ser consecuentes con esas palabras del
general, porque sabemos que cargan una estrategia de liquidación de la rebeldía de
nuestro pueblo, del cual nosotros somos parte, representantes. Nosotros entonces
tenernos es que estimular esa rebeldía, porque ya sabemos que sólo con la lucha se
consiguen las cosas, si no se consiguen a las buenas: lucha política, social, armada,
reivindicativa.
R. J.: ¿Cómo se afectó la sociedad colombiana con el narcotráfico y cómo afecta a los
movimientos políticos y guerrilleros?
J.B.: Los burgueses son de doble moral. Hablan que la coca, que el M-19, que Jaime
Guillot, pero Betancur está creando una amnistía para los capitales obtenidos gracias a
la cocaína y la marihuana. Son unos bandidos. El Estado colombiano se ha favorecido con
los miles de millones de dólares que han ingresado a la economía por ese negocio. Por
eso había una reserva de 5.000 millones de dólares. En Latinoamérica hay una
producción expansiva porque hay 27 millones de norteamericanos que lo consumen.
Entonces los que tienen que controlar el consumo son ellos. Nosotros no tenemos por qué
controlarlo. Nosotros no tenemos por qué ser gendarmes de los gringos para defender
esa mierda. Porque así como ellos defienden su economía, nosotros también tenemos
derecho a defender la nuestra. ¿Por qué no se preocupan de la deuda externa de
Colombia, que vale huevo frente al negocio de coca? Son apenas 5.000 millones de
dólares lo que le debe Colombia a los Estados Unidos. ¿Por qué los Estados Unidos no
paga la deuda externa de Colombia y ahí si les ayudamos a exterminar el problema de la
droga? ¿Por qué más bien no hacemos ese negocie? Porque en Colombia el pueblo no se
favorece con el negocio de la droga. Son nuevos sectores oligárquicos, las mafias, las que
se benefician.
Todos saben
Marzo. 1983
Este primer gran reportaje de Gabriel García Márquez después de haber ganado el Nobel
de Literatura, tiene su origen en una reunión informal con la redacción de esta revista.
Durante una discusión sobre la desaparición de Bateman, García Márquez manifestó su
extrañeza ante el hecho de que semanas después del accidente, los medios de
comunicación no hubieran realizado la obvia investigación que imponía un suceso de esta
naturaleza.
Criticó el “síndrome de la chiva” que, según él, vive el periodismo colombiano y apostó
que podía demostrar que un tema bien investigado podía ser más interesante que
cualquier "chiva", aun cuando apareciera con retraso. La apuesta, como verán nuestros
lectores, la ganó García Márquez y aquí está el resultado.
Sólo ellos y unos pocos miembros de la organización sabían que la avioneta debía hacer
una escala clandestina en otro aeropuerto fuera de servicio cerca de Montería, donde
estaba prevista una reunión con delegados del Ejército Popular de Liberación (EPL), para
discutir los pormenores de un programa de acciones conjuntas. Después debía proseguir
hacía Panamá, donde se suponía que iba a llegar un emisario personal del presidente
Belisario Betancur, para entablar conversaciones de paz. La avioneta hizo un último
contacto con el control aéreo de Panamá 2 horas y 17 minutos después de decolar de
Santa Marta, y cuando se encontraba a 55 millas náuticas del aeropuerto de Paitilla, pero
no aterrizó nunca. Esto es todo cuanto se sabe con seguridad absoluta cuatro meses
después de la desaparición de Jaime Bateman, y al cabo de una búsqueda intensa por
tierra, mar y aire durante 70 días. Todo lo demás son suposiciones.
La suposición más arraigada --contra toda evidencia- es que no ha muerto. Cada quien
tiene un argumento propio y una esperanza distinta para seguir en el engaño, como
ocurre con Emiliano Zapata en México, como ocurrió durante tantos años en el mundo
con Adolfo Hitler, y como ha ocurrido desde siempre con otros tantos que han sido
Movimiento 19 de abril, M-19
Había llegado a la costa caribe el 19 de abril, cuando concedió la que había de ser su
penúltima conferencia de prensa en algún lugar cercano a Cartagena, con motivo del
decimotercer aniversario de su movimiento. Si bien trataba siempre de darle algún
contenido histórico a aquella fecha, nunca fue muy cuidadoso con su propio cumpleaños -
-cinco días después--, y muchas veces, inclusive, lo olvidaba.
Este 24 de abril sería diferente. A pesar de los riesgos enormes que corría
permaneciendo en una región donde todos los servicios oficiales de seguridad debían
saber que se encontraba, se empeñó en celebrar su cumpleaños en la ciudad de su
nacimiento --Santa Marta--, a donde no iba por razones de prudencia elemental desde
hacía 7 años. Allí estaban las querencias de su juventud: nombres y lugares que le
revolvían la nostalgia. Las relaciones con su padre eran más bien inciertas, y las que
mantuvo con sus hermanos eran buenas pero ocasionales. En cambio, las que mantuvo
con su madre --la brava Clementina Cayón-- tenían la misma esencia pasional de las que
tuvieron con las suyas el padre Camilo Torres y el Che Guevara, que parecían
condicionadas por una dependencia umbilical al mismo tiempo entrañable y conflictiva.
Algunos compañeros cercanos de Bateman han contado que en las noches de peligro de
la clandestinidad, o en las erráticas y solitarias de la selva, soltaba un largo suspiro que
le salía del alma: “¡Ay, Clementina Cayón, qué será de tu vida!”.
Se veían con frecuencia, siempre en lugares distintos y secretos, porque la casa de ella
estuvo sometida durante mucho tiempo a una vigilancia constante. Una vigilancia que
tenía la misma carga de humanidad de quien la soportaba y de la ciudad donde se
ejercía, que es tal vez la más doméstica del país. Clementina Cayón --no se sabe si por
indulgencia o por astucia- veía al pobre vigilante parado en la esquina bajo el tremendo
sol de las doce, y le ofrecía una silla para sentarse, le mandaba un jugo de guanábana, o
un plato de sancocho, o un cigarrillo, y al poco tiempo tenían que cambiarlo porque ya se
había vuelto como si fuera de la familia. Con todo, el riesgo del cumpleaños en Santa
Marta era enorme, pero Bateman lo decidió de un modo tan terminante, que hasta sus
servicios de seguridad, tan contrarios a esta clase de complacencias sentimentales,
tuvieron que doblegarse.
En cada sitio del camino hizo una evocación. Después del estrecho puente que separa el
mar y la Ciénaga Grande --muy cerca de donde había de abordar una semana después la
avioneta de su mal destino-- ordenó una parada para desayunar con mojarras fritas y
tajadas de plátano en una de las fondas de la carretera. Luego no pudo resistir la
tentación de volver a su tierra cómo había vuelto tantas veces en su juventud, y le quitó el
volante al conductor y siguió manejando él hasta Santa Marta, con una parada más para
tomarse una cerveza matinal en el Rodadero. Días antes, Bateman había visto en Panamá
la película española Volver a empezar", que este año obtuvo el Oscar de la mejor película
extranjera, y que cuenta la historia de un hombre que vuelve, ya maduro y famoso, a su
pueblo natal de Oviedo. Aquella mañana tuvo de pronto la revelación --y así lo dijo a sus
compañeros- de estar protagonizando una versión viva de aquella película.
Ni en ese momento, ni en ninguno de los días siguientes, Bateman hizo nada por
ocultarse ni por disimular su identidad. Visitó en Santa Marta todos los lugares que
habían dejado algún rastro en su memoria, y tal vez lo único que no volvió a hacer como
en su juventud fue jugar fútbol con bolas de trapo en la playa. Se vio varias veces con su
madre, por supuesto, pero nunca en la casa de ella, y le pidió noticias de los amigos más
remotos y de varias novias olvidadas. Recordaba de un modo especial a sus condiscípulos
del Liceo Celedón, donde no pudo terminar el bachillerato por su conducta revoltosa.
Todos, hasta donde fue posible, recibieron una invitación verbal para la fiesta de sus 44
años.
Tiempo de mangos
Cómo no fue descubierto en una ciudad donde todo el mundo se conoce y donde andan
por todas partes los agentes secretos de la guarnición militar, de la policía y de la
Dirección Administrativa de Seguridad, es algo que cuesta trabajo creer. Una razón, sin
duda, es que Bateman era muy popular en su tierra, y había muy pocas probabilidades de
encontrar a alguien que quisiera denunciarlo, aun si estuviera en desacuerdo con él. Pero
había otra razón real y además divertida. Uno de los varios hermanos de Bateman se
parecía a él como si fuera su gemelo, y al igual que él era un mamador de gallo de los
grandes. Desde que aparecieron en la prensa las primeras fotografías del comandante
clandestino, el hermano hizo todo lo posible por aumentar el parecido: un peinado afro,
un escuálido bigote de lampiño, una camisa azul, unas botas de monte. Durante un
tiempo se burló de los policías amigos, sembró el desconcierto en los lugares públicos de
Santa Marta, se divirtió y divirtió cuanto quiso, hasta que todo el mundo se acostumbró a
la suplantación. Pero cuando el que apareció fue el Jaime Bateman de verdad, muchos
que lo vieron en los mismos sitios de siempre debieron pensar que no era él sino el otro,
que había resuelto seguir mamando gallo con una gorra de lobo de mar. En todo caso, ni
el detective más perspicaz se hubiera atrevido a creer que el Bateman real fuera capaz de
andar por la calle con su propia cara.
Las rígidas normas de seguridad enrarecieron mucho más la fiesta. Por lo menos cien
invitados estuvieron en ella a lo largo del día, pero nunca hubo más de 10 al mismo
tiempo. En efecto, el único modo de llegar eran los botes del alquiler al otro lado de la
bahía, y sólo cabían ocho personas en cada viaje. Un bote iba y otro venía para evitar
aglomeraciones en la fiesta. De todos modos, cerca de la casa había dos lanchas rápidas,
dos automóviles, y toda una columna guerrillera de seguridad que hubiera podido
enfrentarse a cualquier ataque sorpresivo.
Bateman era un hombre de parranda, pero a su modo. Bailaba bien la salsa y el vallenato,
y le gustaba hacerlo, pero era un bebedor moderado. Como buen caribe, era tímido y
triste, pero disimulaba esa doble condición con su simpatía natural explosiva. Su
comportamiento de cumpleaños fue lo menos convencional que pueda imaginarse.
Recibía a sus invitados en pantalón de baño, brindaba con ellos, conversaba entre
grandes carcajadas, bailaba un poco con un conjunto de vallenatos contratado, y comía
mangos. De pronto se echaba al agua y nadaba por un largo rato mientras sus invitados
seguían la fiesta, y tal vez era ese su momento más feliz, pues desde niño era un nadador
rápido y ágil. Clementina Cayón llegó hacia el medio día con un cargamento de refuerzo
de piña colada, y su presencia alborotó la parranda. Alguien grito, en la pausa de un
vallenato: "Clementina Cayón: tienes una matriz de oro". Los servicios de seguridad, en
todo caso, estuvieron pendientes de que a nadie se le fuera la mano con la piña colada.
Mensaje intempestivo
Hasta ese momento, Bateman no pensaba ir a Panamá. Su proyecto era atravesar por
tierra todo el país para entrevistarse con el segundo comandante del M-19, Iván Marino
Ospina, quien dirigía las guerrillas del Caquetá. Por su parte, Álvaro Fayad iría a Bogotá y
Toledo Plata a Cali, y todos volverían a encontrarse tres meses más tarde en las selvas
del Putumayo para una reunión plenaria del comando superior. Estos planes cambiaron
de pronto porque Bateman recibió un mensaje intempestivo de Panamá, según el cual se
esperaba allí un emisario personal del presidente Betancur que deseaba entrevistarse con
él. Al parecer, el mensaje no era muy explícito, pero hacía suponer que se trataba de una
personalidad de alto rango y Bateman esperaba una ocasión como esa desde que se
frustró la posibilidad de entrevistarse con el presidente de Colombia en Nueva Delhi
durante la conferencia de los No Alineados. De modo que en menos de 24 horas cambió
todos sus planes inmediatos y decidió el viaje imprevisto que lo condujo al desastre.
Piloto de confianza
Durante su semana en Santa Marta, Bateman se vio varias veces con un viejo amigo: el
político conservador Antonio Escobar Bravo a quien había conocido muy joven, y con
quien había vuelto a hacer contacto a través de Toledo Plata, cuando ambos eran
representantes a la Cámara. Muy pocos sabían entonces que Escobar era un piloto con la
experiencia necesaria para andar por cualquier parte del país en su avioneta monomotor.
Había hecho su curso completo en el Aeroclub del Atlántico, en Barranquilla, donde había
obtenido la licencia de piloto privado número 767 por resolución número 3550 de la
Dirección Aeronáutica Civil en 1976. Esa licencia le permitía pilotear una nave con un
peso máximo de 5.670 kilos, y su avioneta sólo pesaba 1.156. De acuerdo con su hoja de
vida, su conducta como aprendiz había sido buena, su aptitud también buena, y además
entusiasta y constante. Su chequeo de vuelo el 15 de febrero de 1983 --dos meses antes
del accidente-- había sido satisfactorio, y su examen médico fue calificado como perfecto
para volar. Sin embargo, en términos profesionales estrictos, no podía considerarse un
piloto experto, pues esta calificación requiere entre 3 mil y 4 mil horas de vuelo, y
Escobar sólo tenía 800, incluidas las de la escuela.
Su avioneta estaba bien equipada con un sistema doble de radio VHF, un sistema doble de
navegación VOR que permite determinar desde tierra la posición de la nave, un sistema
Bateman ocupó el asiento en que viajaba siempre: el del copiloto. Había viajado tanto allí,
que estaba seguro de poder improvisar un aterrizaje de emergencia, sólo por lo que había
visto en tantas horas de vuelo. Viajaba tranquilo, con su buen humor de siempre, pero
había declarado alguna vez que era capaz de todo en la vida menos de lanzarse en
paracaídas. Cuando se movía en automóvil llevaba una pistola Browning metida en el
cinturón debajo de la camisa, una metralleta, y por lo menos una granada al alcance de
la mano. Pero antes de aquel último vuelo le había dejado la metralleta a Álvaro Fayad, y
llevaba sólo la pistola y dos granadas.
No era extraño, pues su afición por los juguetes electrónicos fue siempre objeto de burlas
cordiales de sus compañeros, pero sus amigos caribes lo habrían interpretado sin duda
como un acto premonitorio. Más tarde, durante las búsquedas inútiles en la selva, la
certidumbre de que Bateman llevaba aquella máquina de salvación fue una de las
esperanzas más firmes de las comisiones de rescate. Pero cuando la avioneta partió del
viejo aeropuerto de Ciénaga nadie debió pensar en eso. El cielo era diáfano y sin una sola
nube, como para un viaje feliz. Sin embargo, a esa hora exacta, el satélite meteorológico
de los Estados Unidos estaba fotografiando la vasta extensión desde Urabá hasta
Nicaragua, que empezaba a cubrirse de espesas nubes e malos presagios.
Álvaro Fayad llegó a Bogotá esa misma tarde, después de una larga noche de carretera, y
pensó que a esa hora Bateman debía estar tranquilo en Panamá. Se alegró de que no lo
hubiera acompañado en el largo viaje por tierra, como estaba previsto, porque su
automóvil había sido detenido seis veces por patrullas del ejército, de la policía de
aduanas y del control de tráfico de drogas. En todos los casos, los ocupantes habían
tenido que identificarse, por lo menos en tres les iluminaron las caras para compararlas
con los retratos de las cédulas de identidad, y los sometieron a rápidos cacheos. Tal vez
Bateman no hubiera podido pasar por tantos filtros, no sólo por su estatura
inconfundible y porque ya había sido visto muchas veces en la televisión, sino porque
tenía una seña de identidad más reveladora que las mismas huellas digitales: su pierna
derecha.
En efecto, a los 9 años de edad, Bateman fue atropellado por un camión cuando jugaba
fútbol con una bola de trapo en una calle de Santa Marta. La pierna le fue enyesada sobre
la herida y con el hueso astillado, y aquella chapucería le causó una gangrena cuyos
estragos no sanaron jamás. Fueron inútiles incontables tratamientos y varios injertos de
hueso. Su tibia sin carne estaba apenas cubierta por una piel tensa y apergaminada que
volvía a ulcerarse al menor tropiezo. Las largas marchas en la selva eran un martirio
perpetuo, y en muchas ocasiones tuvo que retirarse de la lucha para someterse a nuevos
tratamientos. Era una marca imborrable que todos los servicios secretos conocían, y
siempre que encontraban a alguien que pudiera ser Bateman le levantaban la bota del
Fayad durmió aquella noche sin recibir ninguna noticia de Bateman. Al día siguiente muy
temprano, dos miembros del equipo de comunicación de Bogotá le avisaron que la
avioneta de Escobar no había llegado a su destino, pero él pensó que tal vez había
aplazado el vuelo. Sin embargo, poco después le confirmaron que en efecto la avioneta
había salido de Santa Marta a la hora prevista, pero no había hecho la escala en Montería
ni había llegado a Panamá. Entonces llamó a Toledo Plata, que aún estaba en Santa
Marta, y éste le confirmó la verdad: la avioneta había sido declarada en emergencia el día
anterior a las 12.28 por la Aeronáutica Civil de Panamá, y la búsqueda aérea había
empezado de inmediato. Hasta el momento, 24 horas después, no se había encontrado el
menor rastro. Fayad sólo dijo una palabra cuando colgó el teléfono: “¡Mierda!”. Días
después, hablando con unos amigos, resumió el impacto de aquel día con una frase: “Se
me apagó la luz”.
El 30 de abril, “El Tiempo” publicó en su página 9 una foto de Escobar, con la noticia de
que se había perdido en su avioneta sobre territorio panameño. No eran más de 20
personas que sabían, al leer aquella noticia, que detrás de ella había otra mucho más
espectacular. Lo sabían, por supuesto, Fayad y Toledo Plata, los miembros de la
seguridad que estaban en el aeropuerto de Santa Marta, y los dos miembros del equipo de
comunicaciones que habían manejado la noticia en Bogotá. Lo sabían además otros seis
miembros del equipo de seguridad, los dos miembros de la dirección nacional que
seguían con Toledo Plata, el representante del M-19 en Panamá y el encargado de la
seguridad de Bateman en ese país que se habían quedado esperando en el aeropuerto, y
por último los seis que se quedaron esperando en Montería. Aunque Santa Marta es una
ciudad donde resulta casi imposible guardar un secreto tan grande, lo cierto es que éste
logro controlarse durante 22 días, hasta que el jefe de redacción de "El Universal" de
Cartagena, Angel Romero, lo descubrió por una casualidad que parece inverosímil. Poco
antes, sin embargo, la base Howard del Canal de Panamá --a la que la Aeronáutica Civil de
Colombia había pedido ayuda para buscar la avioneta de Escobar-- contestó con un cable
que hace pensar sin ninguna duda que allí sabían quiénes iban en ese vuelo. “Esa nave
no llevaba droga --decía el cable--sino otro tipo de contrabando”.
Lo que ocurrió en realidad desde que la avioneta salió del aeropuerto de Ciénaga, sólo ha
sido posible vislumbrarlo por la grabación de los distintos contactos que hizo Escobar
con el control aéreo de Panamá. Gracias a la Dirección de Aeronáutica Civil de Colombia,
y de sus técnicos mejor calificados, que nos ayudaron a descifrarla, se puede decir que el
primer contacto fue hecho a las 9:52. Después de identificarse, le preguntaron a qué
hora había salido de Santa Marta, y Escobar contestó que a las 7:51. El dato era falso: en
realidad había salido 6 minutos antes, pero el piloto acumuló los seis que había
necesitado para recoger a sus pasajeros en el aeropuerto secreto, de modo que no
En su primer contacto informó que estaba ascendiendo de 6 mil pies --que era la altura
autorizada sobre el mar- para alcanzar la de 9 mil pies. La maniobra era normal, porque
en frente debía estar viendo la serranía de El Darién, que es la más alta de Panamá.
El rumbo que llevaba era correcto para llegar al aeropuerto de Paitilla. A las 9.57,
volando ya a 9 mil pies, volvió a hacer contacto para decir que tenia mal tiempo en frente.
El controlador de vuelo le sugirió que subiera a 10.500 pies, donde el tiempo era mejor, y
que se mantuviera allí mientras consultaba con el control de radar cuál era la ruta con
mejor tiempo. El controlador de radar se la comunicó a través del controlador de radio. El
problema en ese momento era que la avioneta de Escobar no podía ser identificada en el
radar, porque no disponía del equipo adecuado para darse a conocer. En cambio, era
posible localizarla en el DF (Direction Finder), mediante una señal de radio emitida desde
la avioneta.
Escobar hizo un nuevo contacto a las 10.04 para informar que volaba a 10.500 pies de
altura, y que tenia mal tiempo adelante, pero que veía algunos huecos en las nubes por
donde podía pasar. Su voz era tranquila, y sus cálculos y decisiones eran las de un buen
navegante. Entonces el control de radio le pidió que oprimiera el botón de radio para
localizarlo en el DF, y Escobar lo hizo por un instante, antes de que su señal se
interrumpiera para siempre. En ese momento se encontraba a 55 millas al noroeste del
cerro de Ancón, que está en el límite de la ciudad de Panamá con la zona del Canal. Esto
quiere decir que aún tenía combustible para volar 2 horas y 40 minutos más, pero aún
estaba sobre el Atlántico y a 30 millas de distancia de la serranía del Darién. Si el
percance ocurrió en el momento en que se interrumpió la señal de radio, no hay ninguna
duda de que cayó en el mar.
Pero no hay ninguna prueba de esto. Pudo haber volado todavía todo el trayecto marino
sin hacer un nuevo contacto radial --que tal vez ya no fuera necesario-- y encontrarse con
el mal tiempo insalvable cuando ya volaba sobre la serranía del Darién. Entonces no es
probable que hubiera podido intentar un nuevo contacto, pues cuando una nave como esa
penetra en una mala turbulencia es como si atravesara una batidora inmensa: el piloto
más experto tiene que concentrar sus cinco sentidos en mantener a toda costa la
estabilidad del avión, y no tiene ni manos ni alma para ocuparse del radio. Una sacudida
demasiado violenta puede arrancarle un ala de cuajo. Pero si penetra por error en un
cumulo nimbus, se destroza en pedazos, y sus escombros pueden dispersarse a muchas
millas a la redonda.
Una de las patrullas que buscaban la avioneta de Escobar encontró los escombros de un
avión desaparecido en 1963, y estaban enredados entre la maleza, a sólo 20 metros de
un camino muy transitado. Otras encontraron equipos de comunicaciones de la defensa
de los Estados Unidos, perdidos desde quién sabe cuánto tiempo. Es un reino sin límites
de frondas y pantanos donde apenas si penetran unas gotas de sol, y que se cierran de
inmediato tan pronto como alguna nave cae en el fondo de sus entrañas.
En los métodos de orientación hay discrepancias entre los guerrilleros urbanos y los
campesinos. Aquellos se sienten perdidos si no tiene una brújula. Los campesinos, en
cambio, se orientan más por el instinto, y creen que las brújulas pueden ser alteradas
por distintos fenómenos. Los cálculos que hizo el M-19 desde el principio indicaban que si
Bateman o Marín estaban sanos después del accidente, podían salir por sus propios
medios al cabo de 15 días, que es el tiempo en que podían cruzar completa la selva de
Panamá. Si quedaban vivos, pero heridos como para no poder moverse, hubieran podido
hacer campamento y esperar hasta un mes y medio. Después de ese tiempo, aun un
hombre con la fuerza física y psicológica de Bateman no hubiera podido sobrevivir.
Los brujos
Por esa época —el 20 de mayo— el jefe de redacción de El Universal de Cartagena, Ángel
Romero, descolgó el teléfono de su jaula de vidrio para hacer una llamada de rutina a las
7 de la noche, y su línea se cruzó con la conversación de una mujer y un hombre.
Hablaban sin reservas de la angustia que sentían por la desaparición de Bateman, que
según ellos había sido víctima de un accidente de una avioneta en Panamá. Romero voló
a Bogotá al día siguiente y trató de establecer algún contacto con el M-19, pero no logró
la información. Sin embargo, una fuente militar le contó que, en efecto, Bateman estaba
desaparecido, pero que la historia de la avioneta era una simple cortina de humo del
M-19 para ocultar la verdad. Al parecer el servicio de inteligencia de las Fuerzas Armadas
estaba convencido en ese tiempo de que Bateman había muerto en el asalto a la
población de Paujil (Caquetá), el 9 de mayo, y que el movimiento había inventado la
patraña de la avioneta para no admitir su pérdida en combate. Tal vez esta sea la razón
por la cual, aún hoy, las Fuerzas Armadas siguen observando en este taso una discreción
que se parece mucho a la incredulidad.
Sin embargo, con un criterio certero, Angel Romero prefirió la hipótesis de la casualidad
telefónica, y dio por primera vez la noticia de la muerte de Bateman en la primera página
del periódico el 30 de mayo. A pesar de la indiferencia con que fue recibida por los otros
medios del país —sobretodo por los más grandes—, aquella información fue sin duda la
primicia más importante y bien concebida en lo que va del año. Nadie la creyó. Sin
embargo, los mismos periódicos que la rechazaron como una simple especulación,
cayeron meses después en la trampa de una noticia sin origen, según la cual Bateman se
había fugado del país con los fondos de su movimiento.
Mucho tiempo después de que la noticia era ya de dominio público, en el interior del M-19
continuaba la discrepancia de cómo emitir la confirmación oficial. Los partidarios de salir
al paso de las especulaciones inevitables opinaban que debía darse después de la primera
semana de búsqueda infructuosa. Sin embargo prevaleció el criterio de continuarla
dentro del secreto más estricto, entre otras cosas para impedir que detrás de las
patrullas de exploración aparecieran en la selva las patrullas del ejército. De modo que la
búsqueda continuó, aún más allá de toda esperanza, y cuando ya empezaba a invadir las
arenas movedizas de la magia.
Dos eran muy débiles y la otra era muy fuerte, pero ésta no se atrevía a caminar por el
temor de ser descubierta. Aquella coincidencia inexplicable por medio de la razón
occidental hizo reverdecer las esperanzas en los corazones menos crédulos, y la
búsqueda continuó, sin pausas ni fatiga, hasta que aún los más temerarios tuvieron que
mirar de frente a la realidad. Solo entonces, nueve semanas después del accidente,
tomaron la determinación unánime de hacer el anuncio oficial de la muerte de Bateman.
Lo único que faltaba era la opinión de su sucesor, Iván Marino Ospina, que fue uno de los
últimos en conocer la noticia en el corazón de la selva del Caquetá. Esa opinión llegó en
el último instante, en un papel escrito de su puño y letra y macerado por el sudor,, que
alguien llevó hasta Bogotá escondido dentro de un zapato. Marino Ospina aprobaba la
divulgación de la noticia, y mandaba su primera orden: “Insistan en el diálogo”.
EI M-19 es una organización política, que debe llevar hasta sus últimas consecuencias lo
que dice, con toda la seriedad del caso.
Si queremos que esto sea parte del pueblo, entreguémoselo, incítenoslos a la subversión,
a la protesta.
De la legalidad o la ilegalidad
Yo creo que si nos cogió de sorpresa el triunfo del señor Belisario Betancur. Y yo creo
que se avecina un gobierno al cual no sólo hay que enfrentarlo con la fuerza, sino
también con la inteligencia, porque nos va a atacar con la fuerza y con la inteligencia. El
señor Turbay nunca en los cuatro años tuvo una actitud inteligente, nunca. En cierto
modo era más fácil combatir al señor Turbay; por eso lo jodimos tanto, por su estupidez.
Pero este tipo sale con un nuevo estilo, este tipo nos está diciendo: “Ojo, les tiendo la
mano de la paz”: Por primera vez un presidente de este país pronuncia frente a los
militares esas palabras.
Por fin alguien dijo: “Yo soy del M-19 y vamos a hablar aquí en lo público”. La legalidad o
la ilegalidad del movimiento no la determinamos nosotros y si hay condiciones tenemos
que utilizar todo lo que se nos presente.
La concepción militar hay que discutirla. No podemos seguir alargando esta guerra
interminablemente, porque eso le hace más daño al pueblo. Hagámosla lo más corta
posible.
El M-19 ha renacido siete veces. Una forma figurada, compañeros, de mostrar que el
enemigo nos ha dado donde es. ¡Los golpes han sido gravísimos! Y el M-19 siguió
existiendo y el M-19 siguió desarrollándose, y el M-19 siguió ese proceso. Lo mejor de
este país es la rebeldía.
Revolucionario de verdad-verdad es aquel que si hoy hace dos, mañana hace veinte y tiene
ese espíritu ofensivo, ese espíritu ambicioso.
La pasión revolucionaria
Compañeros, mientras no suenen los tiros no nos tienen en cuenta. Es el valor militar que
tiene la política, y en este país con mayor razón. ¡En este país sólo se le paran bolas al
que tiene fuerza, sí, y en que no chilla no mama, hermano!
La pasión revolucionaria nosotros no la podemos esconder con una falsa decencia. ¡Yo
creo que los compañeros que hemos vivido estas etapas, las hemos vivido es con el
corazón!
El dogmatismo
-¿Usted es marxista?
-Yo no soy marxista... Ser marxista hoy en el mundo es ser dogmático. Yo no soy
dogmático.
Rebeldía
Rebeldía, rebeldía, rebeldía. En eso está el M-19. Nosotros no nos vamos a dejar humillar,
nosotros creemos que este pueblo tiene todo el derecho de protestar, tiene todo el
derecho a rebelarse, porque se está muriendo de hambre y son millones de personas. Esa
es nuestra posición, rebelar a la gente.
(Fragmento de lo entrevista concedida por Jaime Bateman a Juan Guillermo Ríos. 1982).
Mire, moralizar el país es tal vez de las campañas más importantes que hay que
desarrollar. Proponer medidas de moralización es cambiar el estilo de trabajo de la
sociedad, es cambiar a los vagabundos de esta sociedad. Hay que cambiarlos. Hay que
cambiar las instituciones que se han creado para manejar las elecciones. Es lo que se ha
llamado clientelismo. Es toda una institución nacional, la cual hay que derrotar. Nosotros
Queremos hechos
Propuestas de paz
Debemos tener claros nuestros propósitos estratégicos para no tenerle miedo a que la
propuesta de paz sea una realidad. No nos de miedo ir a hablar con estos oligarcas.
Estos tipos son igual que nosotros, con la diferencia de que nosotros debemos tener una
moral mucho más alta que ellos. No importa que no sepamos leer ni escribir, porque este
no es un problema de intelectuales, compañeros, ¡esto es un problema de fuerza!
(Fragmento de fa intervención de Jaime Bateman en la Octava Conferencia del M-19,
agosto de 1982)
El desorden de la paz
El M-19 desordenó todo. El M-19 acabó con la paz social de este país. El M-19 se volvió un
monstruo que desordenó todo. Como decía Turbay Ayala, “en 150 años las instituciones
no habían padecido tanta angustia, ni se habían sentido en tanto peligro”
Esa paz en que todo el mundo hablaba de guerra pero nadie echaba un tiro... todo el
mundo hablaba de la lucha de clases; pero nadie se atrevía a golpear a un latifundista...
todo el mundo hablaba de guerra y todo era paz... (Jaime Bateman, en la Octava
Conferencia, agosto, 1982).
La mentalidad de poder
¡Queremos tomarnos el poder! Y sabemos que esa palabrita de tomamos el poder tiene
una significación muy profunda y llene unas consecuencias muy graves.
El M-19 impuso un estilo, porque le hemos dado salidas al momento, porque hemos
puesto la lucha política en un plano de realidades, en el plano de lo concreto. EI M-19 no
puede seguir siendo la organización que somos. Se trata de adquirir una mentalidad de
poder. Las propuestas que se hacen a nivel nacional hay que hacerlas a nivel regional; las
salidas que se proponen a la industria nacional hay que proponerlas a la industria aquí
en Florencia. La gente cree que la política de la organización es sólo esa gran política.
No, es la pequeña política, la que se hace con el pueblo. (Jaime Bateman, en la Octava
Conferencia, agosto 1982).
La paz es el salario
¿Usted iría a Palacio a hablar con el presidente? -Claro que iría. Yo estoy dispuesto a ir a
donde sea necesario, pero yo para eso no necesito acogerme a nada. Si el presidente me
invita a mí, yo voy por encima del ejército y por encima de todas las personas. Yo no
necesito acogerme a nada. Pero además, porque acuérdese que yo represento a un
movimiento y yo no vaya traicionar al movimiento. Mientras haya un preso político en este
país, mientras haya un guerrillero dispuesto a defender su país, yo voy a estar ahí.
Nosotros pensábamos, no porque lo quisiéramos, pero creíamos que iba a ganar López.
Además, López tenía un programa mucho más abierto en la cuestión de la paz, mucho
más concreto. A nosotros en el fondo —ese fondo que usted dice— nos interesaba que
ganara López.
No, no tanto como seducción, pero sí nos atraía. Es que de todos modos el gobierno
López tampoco fue una belleza. Entonces tampoco es que se pueda decir que nosotros
pensábamos que López iba a arreglar el país. Habíamos pensado que había un compás,
pero parece que el señor Belisario Betancur resultó mucho más consecuente. Aunque no
lo hubiera planteado. La realidad política del país lo ha llevado a plantear con mucha más
honestidad, digámoslo así, porque él es un hombre honesto, sincero.
-Totalmente. Y no de ahora, sino desde el primer día que llegó al gobierno. La primera
organización política en este país, incluidos los partidos tradicionales, la primera
organización política que apoyó a Belisario Betancur fue el M-19 en esta campaña por la
paz.
¿Y lo seguirá apoyando?
-Lo seguiremos apoyando si sigue este rumbo de apertura. Se está haciendo show
publicitario con la amnistía y eso no está bien. Eso le hace mucho daño al país, porque
van a venir las frustraciones posteriormente y esas frustraciones no son beneficiosas
para el país, ni son beneficiosas para el proceso que se ha abierto en el país. No le
digamos mentiras al pueblo. Se le está haciendo juego a un factor reaccionario militarista
del país. La amnistía es un paso para la paz. La amnistía es la apertura para la paz, pero
nadie ha firmado aquí la paz. En este país hay una guerra. Por Dios, entremos a negociar.
Entremos a discutir. Pero no el M-19 y el gobierno. El pueblo y el gobierno, porque el
-Desde que asumió la presidencia Belisario Betancur, nosotros le dijimos desde la selva
del Caquetá, con la periodista Ligia Riveros, le dijimos al país cuál era nuestra posición.
Estábamos a la expectativa. Hoy estamos convencidos de que el señor presidente de la
república está enredado, está presionado; está cercado, está emboscado por las fuerzas
reaccionarias de este país, que no permiten que la paz sea una realidad porque la paz no
es la amnistía, la amnistía es un primer paso hacia la paz. Nosotros creemos
personalmente en el presidente de la república, creemos que es un tipo de buenas
intenciones. Sin embargo, vemos con mucha preocupación y hemos hecho la crítica
pública, que el señor presidente comenzó a conciliar. El señor presidente comenzó a
ceder. El señor presidente comenzó a darle fuerza al sector culpable de la suerte de este
país. (Entrevista a Juan Guillermo Ríos).
La tregua
-Ahora, ¿si el presidente aceptara ese espació, ese cese del fuego, para no hablar de
tregua?...
El diálogo
Queremos hechos y nosotros los guerrilleros tenemos la autoridad moral para exigir
hechos, y si no hay hechos, entonces tendremos que decirle al pueblo que se levante, que
proteste, que se rebele, que no se deje explotar como lo están haciendo. Es nuestro
deber.
-¿Cuáles son los hechos que va a presentar el M-19 en el futuro inmediato del país?
-Entre todas las personas interesadas en la paz. Yo no sé quiénes son. Yo creo que el
presidente está interesado en eso. Entonces el presidente tiene que dialogar con nosotros
y tiene que dialogar con las centrales obreras, y tas decisiones políticas y las decisiones
económicas y todas las decisiones de este país hay que tomadas con los gremios
económicos, de acuerdo, con los capitalistas, pero también hay que tomarlas con los
obreros. ¿Por qué a las multipartidarias no se invitan a los obreros?
La bandera de la paz
-Ya hemos comprobado que la gente nos apoya, con las banderas estas reformistas,
porque la propuesta de la paz es una bandera reformista, que nosotros la hemos
transformado en revolucionaria, por sus perspectivas de poder, que es diferente, pero si
nos quedáramos en la propuesta de paz. ¡Seríamos unos vulgares y cretinos reformistas!
Yo propongo, compañeros, que vayamos sin temores a las discusiones con el gobierno del
señor Belisario Betancur, porque estamos convencidos de nuestro proyecto estratégico.
Que hagamos realidad la propuesta de paz. Si el M-19 se tiene que legalizar, ¡se tendrá
que legalizar el M-19 y tendremos que tener las mismas ganas y los mismos cojones con
que hemos cogido las armas! (De la intervención de Jaime Bateman en la Octava
Conferencia Nacional del M-19, agosto 1982),
movimientojaimebatemancayon@gmail.com