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una de la tarde
vivíamos, era la pequeña reunión de una decena de casillas de madera. Estaba acos-
Los hombres salían todas las mañanas en sus lanchas de madera a recoger los frutos del
cos. Los niños íbamos a la escuela en la ciudad que distaba unos cinco kilómetros. Nos
llevaba don Felipe en una vieja camioneta que luego usaba para vender el pescado.
Resultaba muy divertido para todos nosotros ese viaje a través de los médanos desiertos
Lo cierto es que había llegado el mes de diciembre y la abuela Gerónima estaba muy pre-
ocupada.
Es que para su corazón andaluz era el mes de las fiestas. Recuerdo que los primeros días
escuchar en mi vida.
llanito de telarañas
La yerba mate venía en unos tubos de madera a los que la abuela le quitaba las tapas
que reemplazaba por unos pellejos obteniendo unas zambombas que tocaba con verda-
dera pericia. También rascaba la tabla de lavar la ropa como si fuera una guitarra logrando
muy mala, con escasa agua, con temperaturas agresivas y algunas plagas indeseables.
Vientos desfavorables soplaron durante esos últimos días de primavera negando una cap-
tura que permitiera obtener algún dinero para la mesa navideña. Yo la veía seria, tensa y
Ay tiritando de frío
Recuerdo que para las fiestas limpiábamos bien el galpón grande con piso de tierra don-
de se guardaban las lanchas durante la noche y los feriados, y disponíamos unas mesas
largas con tablones y caballetes. Armábamos el arbolito y el pesebre que la abuela llama-
ba “belén” y al que cada vez le agregábamos una pieza nueva. Después nos reuníamos
todo el vecindario a comer mariscos, pollo, pescados, turrón y polvorones con anís. Al fi-
nal se armaba un ameno baile con mucha música y un pródigo reparto de vino, ponche y
sidra. La abuela Gerónima hablaba entonces, mareada por los efluvios del alcohol, de los
para nuestras necesidades diarias, y los ahorros no llegaban a cubrir los requerimientos
Tan malo fue aquel comienzo de diciembre que vino una semana de tempestad con grani-
zos que destruyeron los últimos vestigios de las quintas, nos mataron algunas aves de co-
rral e impidieron la salida de las lanchas a hurgar los abundantes cardúmenes del canal.
Un domingo, las piedras caídas del cielo alcanzaron el tamaño de las ciruelas. Los niños
que no entendíamos del todo la preocupación de los mayores nos divertíamos mucho con
el redoble de la precipitación sobre los techos de Chapa. La abuela quemó unos sahume-
Al día siguiente un sol radiante y pegajoso confirmó la completa locura del clima.
La abuela recorrió la casa para evaluar los daños provocados por el meteoro. De pronto
Todos corrimos al cuarto y vimos con gran impresión una nítida imagen de Jesucristo re-
cabeza del Cristo dibujada con gran precisión por un fino haz de luz brillante, en tanto los
volúmenes y matices estaban trabajados por una delicada sucesión de sombras. Todos
nosotros nos persignamos con gran reverencia mientras los vecinos comenzaban a llegar
José, un joven carpintero, llegó a la conclusión de que la figura no tenía nada que ver con
una aparición milagrosa ni nada por el estilo. Simplemente, el granizo había causado un
-fíjense ustedes- agregó con absoluta autoridad- es la una de la tarde. Cuando el sol se
dicho y hecho. En quince minutos nuestro Jesucristo se veía alargado como una pintura
La noticia cundió y al otro día a la una de la tarde el párroco del centro nos visitó para
contemplar el prodigio. José le explicó que el granizo había roto los listones de la persiana
y que la casual disposición de los agujeros, al filtrar el sol armaba la bella imagen. El cura
nos dijo que tanta casualidad no dejaba de tener un viso de milagro y bendijo la pared.
Cuando nos quisimos dar cuenta, había una cola de una decena de personas que venían
de la ciudad enteradas del artificio.
Al día siguiente los visitantes eran cincuenta y no procedían solo de la ciudad, sino de la
región.
Alguien comentó que una viejecita que había tocado la pared recibió una gracia, otros
hablaron de milagros. La abuela Gerónima colocó un tarro pintado de colores y pidió una
colaboración a voluntad para mantenimiento del improvisado santuario. Esa noche, ab-
curados y de conflictos destrabados. Un día nos visitó el obispo y se alegró mucho de que
ciembre teníamos juntado el mismo dinero que normalmente juntábamos en todo un año
de trabajo.
Unos días antes de Navidad se desató una nueva tormenta con mucho aparato eléctrico,
vientos y granizo. Los granos de hielo parecían huevos. Al otro día comenzó el arduo tra-
bajo de reparar los destrozos. La ventana del dormitorio de la abuela estaba completa-
mente afectada. A la una de la tarde el sol a través de las persianas nos ofreció un labe-
rinto de líneas brillantes sin sentido. El milagro había terminado. En poco tiempo la noticia
corrió de vecino en vecino y la gente dejó de venir a nuestro apartado rincón de piedras y
mar.
Sin embargo, la sensación de haber sido bendecidos por Jesús quedó latente en nosotros
por el resto de nuestras vidas. Pasamos la mejor Navidad , Noche Vieja y Reyes de mi in-
fancia. Y aún hoy, a más de cuarenta años, los viejos habitantes de la ciudad cuando es-
peran algo de la providencia, suelen decir “...¿Y tú que quieres? ¿Que venga Jesucristo a
la una de la tarde?”