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La misión de Editorial Vida es ser la compañía líder en comunicación cristiana que


satisfaga las necesidades de las personas, con recursos cuyo contenido glorifique a
Jesucristo y promueva principios bíblicos.
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PRIMER LIBRO DE JOSÉ ORDÓÑEZ A LOS ABURRIDOS


Edición en español publicada por
Editorial Vida — 2009
Miami, Florida

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©2009 por José Ordóñez
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Edición: Carlos Peña


Diseño de interior: Base creativa
Ilustración de cubierta: Jorge Iglesias
Diseño de cubierta: Pablo Snyder

RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS.

ISBN: 978-0-8297-5656-2

CATEGORÍA: Humor / General

IMPRESO EN ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


PRINTED IN THE UNITED STATES OF AMERICA

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Ordóñese
de la risa 1
• Había un circo tan pobre que su león era un perro con peluca.

• El papá le pregunta a Benito:


«Benito, ¿qué quieres ser cuando grande?»
A lo que el niño contesta tranquilamente:
«¡Niña!»
Obviamente el papá queda aterrado, decepcionado, triste:
«¡Oh, Dios mío! ¡Qué he escuchado!»
Queriendo darse una oportunidad para oír otra cosa, le vuelve
a preguntar a su hijo:
«Benito, ¡dímelo otra vez! ¡Quizá fue que no escuché bien! ¿Qué
quieres ser cuando grande?»
A lo que el niño responde con seguridad…
«¡Niña!»
A punto de desmayarse, el padre exclama aturdido:
«¡Oh Señor!, te lo presentamos en la iglesia, asistió cada do-
mingo a la escuela dominical para que se le inculcaran los
valores y principios cristianos, y ahora este niño quiere ser niña.
«Papi, no te preocupes, yo quiero ser niña, “tortuga niña”».

• Aguanta más hambre que piojo en peluca.

• Sentados en la banca de la iglesia, el líder le dice a un hermano:

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—¡Estaré orando por ti para que Dios te dé un
nuevo aliento!
—¿Usted cree que eso es lo que necesito, líder?
—Sin lugar a dudas. ¡Porque el aliento que tienes cuando abres
la boca no se lo aguanta nadie!

• Pablo Remalas está tan de malas que el único día en que le


prendió el auto se lo apagaron los bomberos.

• El bobo Tanainas golpea a la puerta de la casa de su novia. La


novia, que es igual de boba, dice desde adentro:
«¡No estoy!»
A lo que contesta Tanainas:
«¡Ah bueno! ¡Menos mal que no vine!»

• Había una finca tan rica que las ovejas no daban lana sino paño
inglés.

• El pastor había sido teniente de una guarnición militar. No ha-


bía olvidado su militancia, ni siquiera cuando estaba en el púl-
pito. Así, a veces no decía en la iglesia: «¡Vamos a postrarnos!»,
sino: «¡Cuerpo a tierra!»

• Está más cortado que la toalla de Fredy Crugger.

• La señora de la casa está jugando cartas con sus amigas. De


pronto en la cocina se escucha el estruendo de muchos platos
que caen al piso. La señora, aterrada, le grita a la muchacha
del servicio:
«¿Más platos, Merceditas?
A lo que responde con otro grito desde la cocina:
«¡No, mi señora, menos platos!»

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• Pablo Remalas camina por la calle. Pasa una pa-
loma y deja caer su excremento justo en la frente
de Pablo, que dice optimista: «¡Menos mal que no hay vacas
voladoras!»

• Había un hombre tan elegante que tosía en «re menor».

• La muchacha invidente ingresa a la iglesia con su bastón. Un


ujier le ayuda a entrar y la sienta en la última de las bancas. El
pastor está a punto de recoger la ofrenda y habla acerca de la
ley de la siembra y la siega: «¡Si no siembras, no siegas! —como
los que recogen diezmos y ofrendas— ¡Así que vamos todos a
sembrar, para que luego nos lancemos todos a la siega!» La
invidente, al escuchar aquello, se coloca de pie y grita amena-
zando con su bastón: «¡El primero que se me lance encima le
doy su bastonazo!»

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Apaguen
g
esa luz

os humoristas somos de esa clase de personas que con-


tinuamente analizan los cambios en su propia vida para
comunicarlos de manera más afectiva a través del humor.
Es probable que en estas narraciones se haya identifica-
do con algunas de las historias y anécdotas que he escrito.
En mi divertida conferencia «Yo no pedí nacer» dije que la
primera señal de envejecimiento en el hombre era cuando em-
pezaba a apagar las luces de su casa. Algunos pensaron: «Qué
creatividad la del Ordóñez». Pues no. Como les dije en un co-
mienzo, tengo la costumbre de analizar los cambios que
se dan en mi vida.
Este asunto de apagar las luces apareció en mis
treinta (hace muy poco) y fue de un momento a otro. De
pronto se me ocurrió la idea, se me «prendió el bombillo», y
decidí empezar a apagar todos los de mi casa.
Algún día descubrí que mis hijos dejaban las luces de su
habitación encendidas sin que permanecieran dentro. Esa fue
mi primera obsesión eléctrica. Cada tanto pasaba a revisar si

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José Ordóñez... a los aburridos

alguien estaba dentro de la habitación mientras la luz permane-


cía encendida. Ese asunto se convirtió al principio en una com-
petencia: mientras más ellos la encendían, más estaba pendien-
te de apagarla cuando no la necesitaban.
Me di cuenta de que niños, chicos, adolescentes, jóvenes y
aun las señoras parecen no tener sentido del ahorro con la ener-
gía de la casa.
Al comienzo, solo fue la habitación de los niños. Sin embar-
go, con el tiempo, me di cuenta de que había luces en los pasillos
de la casa que no solo no tenían razón de ser, sino tampoco de
permanecer encendidas. No lo dudé, desenrosqué los bombillos
y anulé esos «chorros» de luz ineficientes.
Detecté que mi suegra no apagaba su televisor cuando, al
estar viendo sus novelas, sentía ganas de ir al baño. La bru…
la señora se levantaba para ir al baño y, durante los tres
minutos que duraba su «micción», dejaba el aparato en-
cendido. Decidí estar pendiente de ella. Al principio,
no se percató de mi tránsito especulativo por el pasillo,
a la espera de que, como todas las tardes a la misma
hora, fuera al baño. Recién entraba a hacer su necesidad, yo
corría y le apagaba el televisor. Ahí me ahorraba tres minutos de
energía, y sentíamos alivio los dos: ella de «miccionar» y yo de
ahorrarme el consumo de energía.
Estaba un día en mi estudio frente al computador cuando vi
pasar a Isabel, nuestra eterna mano derecha con los quehaceres
de la casa. Subía un arrume de ropa perfectamente planchada
para guardarla en los armarios. Ni les cuento el casi soponcio
que me dio al descubrir que en los cinco minutos que duraba la
distribución de la ropa la plancha permanecía emanando vapor
como muestra de que esta «inconsciente» la dejaba conectada.
A la bru… a mi suegra nunca le pude decir nada, no sé si por
respeto o por temor a las represalias de mi esposa. Sin embar-
go, a Isabel sí le advertí que ese asunto no debía repetirse más,
y como toda buena colaboradora hogareña… no me hizo caso.

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Apaguen esa luz

Entonces tuve que alternar las tareas de apagar la luz de la ha-


bitación de mis hijos, vigilar las salidas de la bru… de la suegra
al baño y la distribución de la ropa. Apagaba la luz, el televisor y
bajaba a desenchufar la plancha.
No obstante, a este asunto le siguieron aumentando los
compromisos. Me di cuenta de que la Tatiana, mi hija mayor,
dejaba el cargador del celular prendido a la pared. Lo que no
saben estos inconscientes jóvenes es que los cargadores, a pesar
de terminar de cargar el celular, siguen convirtiendo corriente
ciento diez a doce voltios, y eso consume. Cuando veo un carga-
dor pegado a una pared, me parece estar viendo una garrapata
prendida a su presa mientras le chupa la sangre.
Empecé a convertirme en una especie de guardián eléctrico
en mi casa. Organicé rondas especulativas a doble jornada, puse
temporizadores en las luces de los pasillos, programé brigadas
personales para desenroscar bombillos de día y empezar a
enroscarlos a la seis de la tarde. Empecé a sentir que era
más lucrativo estar en la casa ahorrando energía que ir a
certámenes humorísticos en otras ciudades o asistir a pro-
gramas de televisión.
Los vecinos me han llamado para que colabore con la se-
guridad del sector, así que les dejé la luz de afuera de mi casa
encendida.
Mis programas preferidos son esos especiales acerca del ca-
lentamiento global. Siento a la familia frente al televisor con la
luz de la habitación apagada y la obligo a entender la importan-
cia del ahorro de energía.
Cuando llega diciembre, no puedo ver tanto bombillo en-
cendido; es una pesadilla ver tanta lucecita brillando solo por
vanidad. Este año pusimos el arbolito de Navidad y lo envolvi-
mos con una cinta fosforescente que se ilumina en la oscuridad.
Por esa razón Yasmith me dejó de hablar por tres días y ni el café
de las mañanas me ha dado. Mejor, ahí nos ahorramos la prendi-
da de la estufa temprano.

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José Ordóñez... a los aburridos

No sé si lo que me ahorro en consumo de energía me lo voy


a gastar en un médico especialista que trate con el estrés que
tengo debido a mis pocas horas de sueño. En las noches me le-
vanto durante dos y tres horas para revisar que el calentador
esté en posición de off, les apago la luz de fuera de mi casa a los
vecinos, reviso que no haya cargadores prendidos a la pared y
desconecto la nevera un par de horas.
Sí, lo sé, usted está pensando que me estoy volviendo loco,
pero no es así. Ya me agradecerán mis nietos y las ardillas lo que
estoy haciendo por las futuras generaciones. ¡No estoy loco, las
ardillas me lo dijeron!
Lo siento, no puedo seguir escribiendo más acerca de este
tema. He mantenido encendido este computador el tiempo justo
y ahora debo apagarlo. No se extrañe si no alcanzo a terminar
este escrito, pues le he dado la orden de apagarse lo más pron

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