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Afro-reparaciones:
Memorias de la Esclavitud y Justicia Reparativa
para negros, afrocolombianos y raizales
Editores
Claudia Mosquera Rosero-Labbé
Luiz Claudio Barcelos
ISBN : 978-958-8063-50-8
Afro-reparaciones:
Memorias de la Esclavitud y Justicia Reparativa para negros, afrocolombianos y raizales
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informatico, ni la transmisión en ninguna forma
o cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros medios, sin el permiso previo y por escrito de los
titulares del copyright
Ser diferente y reclamar el derecho a serlo, pero alcanzando niveles de
igualdad social y económica. Es la pluralidad étnica que desde hace
unos años se formula el mundo como un perfil de la Democracia en
las naciones contemporáneas. Los grupos étnicos están conformados
por individuos que forman sociedades concretas y que comparten có-
digos comunes: lenguaje, un modo de consumo donde expresan acti-
vidades de trabajo, del hogar, del ritual religioso y festivo. Y una terri-
torialidad que implica la posesión de un espacio real para la práctica
de la cotidianidad y luego el sentimiento y la conciencia de un espacio
simbólico para la vivencia de las memorias históricas, que responda la
pregunta de dónde venimos.
NINA S. DE FRIEDEMANN, La Saga del Negro
Agradecimientos:
Roberto Pinzón Galindo, Andrés Gabriel Arévalo Robles, Michel Maurice Gabriel Labbé,
Martín Abregú, Alberto Abello Vives, Jaime Abello Banfi, Alcídes Figueroa-Reales, Edwin Herazo
Acevedo, Diego García Severiche, Mauricio Pardo, Gloria Evalina Leal, Martha Bello, Maestro
Jaime Arocha, Marlin Romero, Adolfo Meisel Roca, Weildler Guerra, Carolina Cortés, Pedro Ferrín,
Nasly Maura Mosquera, Padre Emigdio Cuesta, Alfonso Múnera, María Beatriz García Dereix,
Rubén Darío Flórez, Ángela Inés Robledo, Mara Viveros, Luz Gabriela Arango, Donny Meertens,
Carmen Cabrales, Gustavo Corrales, Martha Lucía Vergara Rosero, Luz Teresa Gómez de Manti-
lla, Óscar Almario, Germán Márquez, Francisco Ortega, François Correa, Myriam Jimeno, Estela
Restrepo Zea, Gerardo Ardila, Patricia Jaramillo, María Elvia Domínguez, Lázaro Valdelamar, Raúl
Román Romero, Padre Francisco Aldana, Gloria Triana, Eduardo Restrepo, Arturo Escobar, Kenia
Victoria Cogollo, Claudia Leal, Adriana Maya, Miguel Ángel Contreras, Sergio Mosquera, Dolcey
Romero, Carlos Rosero, Hernán Cortés, Alejandro Gaviria, Yusmidia Solano, Rafael Díaz, Bárbara
Zapata, Edgar Malagón, María Himelda Ramírez, Museo Nacional de Colombia, Martha Lucía
Alonso, Cristina Lleras, Carolina Vanegas, Gustavo Tatis Guerra, Augusto Otero, Rubén Darío
Álvarez, Ledis Caro, Gustavo Bell Lemus, Adolfo González Henríquez, Carmen Arévalo, Braulio
de Castro, Vilma Gutiérrez de Piñeres, Fabio Silva, Álvaro Andrés Santoyo, Liliana Angulo, Susa-
na Friedmann, María Esperanza Palau, Steve Cagan, Edwin Padilla “Chaka Zulu”, Ernesto Monsalve
Pino, José Polo, Dorís de la Hoz, Consuelo Méndez, Belén Lorente Molina, Carlos Vladimir
Zambrano, Nestor Bonilla Naboyán, Mirta Buelvas, Rómulo Bustos, Jorge García Usta (q.e.p.d),
Martha Posso Rosero, Farid Samir Vanegas, Clara Lucy Valenzuela Gómez, Nadeyda Suárez Mo-
rales, Paola S. Ríos Cárdenas y por supuesto a Julián Ricardo Hernández Reyes
Capítulo 1
Diálogos geopolíticos y Reparaciones 71
Capítulo 2
Deconstruir las narrativas del Estado-Nación desde las Memorias
de la Esclavitud y el discurso de la República 279
Capítulo 3
Reparaciones desde el conflicto armado interno colombiano 423
Capítulo 4
Las Memorias de la Esclavitud desde otros lugares de enunciación 489
Capítulo 5
Pertenencia étnico-racial y desigualdades socioeconómicas 617
Capítulo 6
Subvertir el discurso afro-reparador homogeneizante 713
Que los académicos puros y los intelectuales activistas pensaran en las relacio-
nes que existen entre conocimientos científicos, ética y política fue uno de los
objetivos que animaron la realización de este libro. El resultado es esta obra, la
cual debe valorarse como una importante y honesta contribución intelectual a
los distintos debates asociados al tema de las Memorias de la Esclavitud y las Re-
paraciones históricas y contemporáneas para la población negra, afro y raizal de
Colombia.
Según el molde estático de identidad social que hasta hace poco regía las
relaciones raciales y sociales se era o no se era un auténtico negro o raizal. Ante
esa tensionante disyuntiva, la salida masiva parece haber sido el llamado blan-
queamiento. Por ello creemos que, de los conceptos que circulan en el campo de
los estudios afrocolombianos, este es uno que debe matizarse al utilizarlo, por-
que cuando se describe a un negro o raizal sin autoctonía se lo juzga, de manera
implacable, blanqueado y se olvida muy a menudo lo difícil que es tanto para los
individuos como para un grupo subalternizado escapar de ella o hacerle frente al
peso de la ideología del mestizaje triétnico promovida tanto por la Iglesia cató-
lica como por las instituciones del Estado –hasta por las más cercanas al
multiculturalismo– y sostenida por las construcciones sociales, históricas y cul-
turales racistas que pesan sobre la raza negra.
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La tendencia anti Justicia Reparativa enarbolada por los negros, afrocolombianos
y raizales que se autoperciben integrados reclama un legítimo derecho a la indiferen-
cia ante el color de su piel y ante los demás rasgos fenotípicos asociados a la raza
negra. Para ellos, la Esclavitud es un hecho incómodo que hay que olvidar. “El
pasado pertenece al pasado”, dicen. Afirman no ser víctimas hoy de la Institución
Económica de la Esclavitud. Algunos admiten portar una diferencia étnica, pero
sostienen que su preservación es un asunto doméstico, de incumbencia exclusiva
de la familia. Aunque son partidarios de las uniones inter-étnico-raciales afirman
que esta diferencia étnica debe preservarse en el ámbito privado por medio de la
gastronomía típica y de los cuentos infantiles, la música y los bailes tradicionales
que se encuentran en cualquier establecimiento comercial del ramo.
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pacidad de no ver el techo de vidrio y que presten oídos sordos a frases
descalificadoras que hacen parte del racismo cotidiano, como inteligente pero
negra, bella pero negra, rico pero negro, ¡lástima que sea negro!.
Pero este esquema individual no puede ser el único modelo o ideario que
exista para las mayorías negras, afrocolombianas y raizales que viven en el país.
Escuchándolos nos preguntamos: ¿por qué serían incompatibles la igualdad de
oportunidades y el reclamo público de reparaciones de una memoria trágica?,
¿por qué no habría de exigírsele al Estado que reescriba la historia de la presen-
cia negra en el país desde la trata negrera transatlántica?, ¿por qué no exigirle
que garantice el desarrollo digno de todos los negros, afrocolombianos y raizales
que conforman la diáspora africana en este país? Estas personas olvidan que el
individuo, por más autónomo que parezca, no es un ser abstracto: hace parte de
un grupo social más amplio que él.
Este libro está dedicado a todas las personas negras, afrocolombianas, raizales
y mestizas que se autoperciben integradas. A ellas las invitamos a pensar que
construir memorias de un pasado doloroso, recordar a quienes padecieron la
Institución de la Esclavitud, no olvidar a quienes perecieron en la travesía
transatlántica y meditar sobre las repercusiones del crimen de lesa humanidad
que fue la trata en relación con la herencia contemporánea de desigualdades
históricas, sociales y económicas que golpean la vida cotidiana de la mayoría de
la población descendiente de africanos esclavizados es un deber constitutivo de
nuestra identidad social:
“los vínculos que nos unen a nuestros ancestros representan, según la ex-
presión de Michael Sandel, vínculos constitutivos. Nosotros no podemos renun-
ciar a una parte de lo que somos. […] Este deber no resulta de una escogencia
del bien particular, sino de nuestra misma identidad. […] Esta responsabilidad
hacia nuestros muertos es reconocida no porque tenga un valor utilitarista, sino
porque es parte integrante de las persona que somos” (Kattan 2004: 46).
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nición social negativa de un grupo por sus características físicas –por ejem-
plo, el color de su piel–. El racismo se presenta bajo diferentes formas: indivi-
dual, institucional, estructural y cultural (Essed 1991; 1997). En consecuen-
cia, como creencia o ideología el racismo es sistémico. Además, por medio de
asechanzas institucionales y estructurales, limita las perspectivas de educa-
ción, de empleo y de participación social y cívica de las minorías, aparte de
amenazar la cohesión social (Ignatieff 1993).
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neral de participaciones de recursos por transferencia como la que está en trá-
mite en el Congreso de la República. De todas maneras, esto hay que hacerlo,
pues es inequitativo que las comunidades indígenas sean beneficiarias de estos
recursos y no lo sean las comunidades negras, que también fueron consideradas
grupo étnico mediante la ley 70 de 1993. Es aquí donde responder a la pregunta
de qué hacer con los problemas de las desigualdades sociales y económicas que
sufren negros y raizales se vuelve complejo.
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Al utilizar sin perspectiva reparativa en zonas negras, dineros públicos desti-
nados a combatir la pobreza y el rezago económico de aquéllas se corre el riesgo
de no hacer mayor cosa para extirpar el racismo estructural y la discriminación
que han generado esa misma pobreza. Se corre también el peligro de defender
una visión de desarrollo única para ambas regiones sin tener en cuenta la com-
plejidad social, antropológica y jurídica de la inclusión social de los
afrocolombianos, negros y raizales. La pobreza de las regiones Pacífica y Caribe
continental e insular no se resuelve únicamente con la aparición masiva de
pequeños empresarios ni con la cultura de los proyectos productivos que buscan
atraer capital privado e inversión extranjera. Tampoco creyendo que la inclu-
sión social y económica se logra construyendo puentes y carreteras, aunque
todo esto sea importante. Se necesita un proyecto ético y político de inclusión
de este grupo subalternizado a la nación pluriétnica y multicultural, y este pro-
yecto, para tener efectos, debe enmarcarse en la justicia reparativa. De lo con-
trario, pensamos, una nueva corrupción y un nuevo clientelismo liderados por
los negros y raizales que se autoperciben integrados a la Nación beneficiarán
sólo a ellos y a sus familias. Es posible vislumbrar un escenario en el cual estos se
enriquecerán sin escrúpulos ante el sufrimiento social de los demás descendien-
tes de esclavizados, pues son líderes que han realizado, en su actuar público,
prácticas endorracistas. Por un efecto perverso, estos recursos también pueden
promover a los sectores medios y altos de estas dos regiones y crear una distan-
cia aún mayor entre los negros y raizales integrados y el grueso de la población
marginada y excluida. En este aspecto, el caso estadounidense puede servirnos
de lección: allá las políticas de acción afirmativa entendidas según un esquema
de promoción de élites individuales o familiares produjeron entre los negros
una bipolaridad socioeconómica sin precedentes en la historia de las luchas
negras de ese país, algo que deberá evitarse en Colombia.
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Cauca, el sur del Valle, la región del Patía y varias regiones de la costa Caribe y
del Magdalena medio.
Empero sabemos que los temas raciales están ligados a los altos índices de
desigualdades económicas y exclusión social, situaciones indeseables que ca-
racterizan a la mayoría de la población afrodescendiente latinoamericana y
caribeña. Y que, aunque la respuesta a la racialización siempre invoque la inclu-
sión de dichas comunidades en el Estado nacional por medio, por ejemplo, de la
Democracia racial en Brasil o de la ideología del mestizaje triétnico en Colom-
bia, hoy estas poderosas ideologías no pueden ocultar la desigualdad social ni
desdibujar las exigencias de derechos.
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plo de ello son, en Colombia, la promulgación de la ley 70 de 1993 y la creación
de la Cátedra de Estudios Afrocolombianos. Así mismo, en Brasil ha habido
iniciativas constitucionales como el Estatuto de Igualdad Racial, aunque allí
éstas han sido criticadas por algunos sectores. Por su parte, Honduras ha creado
el Programa Apoyo a los Pueblos Indígenas y Negros. Perú creó la Comisión
Nacional de los Pueblos Andinos, Amazónicos y Afroperuanos. Otros casos
son los de Argentina y México, países que aunque no han recogido oficialmen-
te datos sobre sus poblaciones afrodescendientes, cuentan con una sólida legis-
lación contra la discriminación que es aplicable a todos los grupos. Sin embar-
go, otros países no han logrado, pese a su importante población afrodescendiente,
consolidar y promover legislaciones y políticas eficaces contra la discrimina-
ción racial.
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construyeron los discursos sobre las identidades de los africanos esclavizados y
sus descendientes. Su intención es mostrar que este tipo de conocimiento tiene
un espesor histórico que se remonta al Renacimiento ibérico y al conjunto de
discursos que surgieron a partir de la exploración y la conquista de América y
África. De este modo, Cháves encuentra en el trabajo de Alonso Sandoval,
Joseph Acosta y Juan Solórzano los primeros discursos de diferenciación funda-
dos en características biológicas, intrínsecas e inmutables con que se definió a
la población bajo dominio colonial. En esta contribución se expone cómo Alonso
Sandoval pretendió explicar el origen del color negro de la piel de los africanos
–y así justificar su esclavitud– mediante la voluntad de Dios o, en su defecto,
como consecuencia de cualidades intrínsecas del semen de los negros. Sandoval
planteó que la Biblia presenta el color negro como signo de maldición.
La autora muestra así que los discursos normativos y las prácticas de repre-
sión y exclusión encuentran su sustento en los saberes que se generan en el
Renacimiento ibérico en virtud del antagonismo entre civilidad y barbarie y
color oscuro y color blanco, y que durante los siglos siguientes tanto la legisla-
ción como las relaciones sociales apuntaron a reproducir dichas formas de dife-
rencia y a reprimir a la población considerada subalterna. Retomando a Michel
Foucault, Cháves inscribe este tipo de conocimiento en lo que llama la “episteme
del Renacimiento”, en la que las cosas se conocían por efecto de una relación de
semejanza y en la que la idea de color de piel se enmarca en el marco de las
relaciones de similitud.
Sin embargo, la autora va más atrás: plantea que el discurso del mestizaje
como elemento contaminante y amenazante tiene sus raíces en el discurso de
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“limpieza de sangre” que aparece en la Península Ibérica con las campañas de la
Reconquista, cuando ya los “mestizos” eran considerados producto de relacio-
nes pecaminosas y delictivas que connotaban suciedad, impureza y contamina-
ción. Así explica que luego surgiera la necesidad de diferenciar entre los mesti-
zos que descendían de africanos y aquellos que no mediante el empleo de
apelativos que hacían referencia a cualidades animales, ubicando en este pro-
ceso de multiplicación de apelativos del mestizaje la plataforma para caracteri-
zar a la sociedad colonial como un régimen de castas donde blancos y mestizos
ocupaban los niveles superiores mientras que indios y negros eran relegados a
los inferiores.
En este punto Cháves resalta que, en el marco epistémico del saber escolás-
tico, sin embargo, no existía la necesidad de establecer un concepto que diera
cuenta de las diferencias individuales, de sus grados y de sus relaciones, tal como
ocurrió posteriormente con el término raza. Expone que los esclavos africanos
nunca fueron considerados entes culturales o sociales por sí mismos y que desde
temprano en la Colonia las identidades del mestizaje en que no intervenía el
elemento europeo/blanco empezaron a definirse con la expresión general castas
de color incierto.
Explica así que, a medida que el imperio español iba perdiendo hegemonía
geopolítica, los poderes noreuropeos iban consolidando la suya, de lo que con-
cluye que estos discursos dicotómicos sentaron las bases para definir la domina-
ción y subalternización de las poblaciones de nativos americanos y de africanos
esclavizados. Cháves afirma que la reproducción de la subalternización y la ex-
clusión social de las poblaciones indígenas y afrodescendientes, sobre la que se
levantaron los Estados modernos, encuentra sus raíces en los sistemas de saber
coloniales. De modo que la reflexión sobre las exclusiones actuales y sobre las
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formas de reparación dentro de los marcos institucionales o de rechazo de estos
marcos y del concepto de nación que los contiene debe pasar necesariamente
por la crítica del entramado histórico de nuestro ser contemporáneo. Dicha
crítica sólo será posible a partir de un doble ejercicio de descolonización: prime-
ro, por medio del reconocimiento de la pervivencia de los sistemas de pensa-
miento hispanocoloniales que han modelado nuestra visión del mundo y de la
necesidad de deconstruir sus fundamentos y, segundo, mediante el rechazo del
imperio de la razón de la modernidad ilustrada como única herramienta para
dar sentido a sistemas de saber y formas de exclusión social anteriores. Con
esto, la autora plantea la liberación epistémica, bajo la activación de esta me-
moria, como único camino para reparar el sentido de nuestra identidad como
activistas, académicos y sujetos sociales afrocolombianos en general.
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diferenciándolos, desde el punto de vista de los derechos políticos, en función
de su patrimonio. Como no era una forma igualitaria de libertad, la difícil reali-
dad se talló más hondo. A pesar de lo reconocido por la Constitución de 1824,
los brasileños no blancos seguían teniendo restringido el derecho de ir y venir,
por cuanto éste dependía de que se reconociera su condición de libres. Si eran
confundidos con cautivos o libertos, quedaban bajo sospecha de ser esclavos
fugitivos. En el estudio de esta dinámica, la autora dialoga sobre las formas en
que la racionalización generó disputas en torno a los significados de ciudadanía
en la joven monarquía brasileña.
El tercer ensayo nos sitúa en los finales del siglo XVII y los comienzos del XVIII,
en el período de remuneración de servicios del Mestre Campo Enrique Dias y
de su yerno, así como de algunos otros esclavos y sus hijos que recibieron mer-
cedes reales por sus servicios militares a la Corona y que ingresaron a formar
parte de una sociedad elitizada por lo económico y la raza. La autora afirma que
las trayectorias de Enrique Dias y Amaro Cardigo ponen en evidencia un mo-
mento en que comenzaba a definirse en la América portuguesa un grupo de
población constituido por descendientes de esclavos africanos, libres pero que
no contaban con un lugar definido en las jerarquías que vendrían a caracterizar
el mundo colonial.
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jo por el capital, dominación etnorracial y cultural y opresión sexual y de géne-
ro. El patrón de poder colonial se entiende como un proceso histórico-mundial
que surge con la conquista de las Américas, el comercio esclavista transatlánti-
co, el sistema de plantaciones y el nacimiento de los imperios europeos moder-
nos, un orden emergente de naciones-Estado e ideología de Occidente que da-
ría sentido a las nuevas formas de dominación cultural.
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de espacios afrodescendientes con instituciones propias, identidades políticas y
movilizaciones definidas por la identidad racial.
El autor inicia en el siglo XIX un largo camino que llega hasta nuestro tiempo
e ilustra de manera coherente el desarrollo de las luchas afrorreparativas en
Estados Unidos, hasta ingresar en las afrolatinidades y las afrorreparaciones.
Aunque existen testimonios de reclamos ante las autoridades imperiales y
posteriormente ante las autoridades de las nuevas repúblicas de América Lati-
na, estos no se registran de la misma manera que en Estados Unidos, ya que las
formas de dominación racial tienen diferentes raíces en esas dos regiones.
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hizo evidente que la pobreza y la desigualdad de los afrodescendientes son
producto de la exclusión social, el racismo, la discriminación racial y la nega-
ción de su identidad étnica y racial. Por lo tanto, la reparación debe entender-
se como compensación económica, garantía de derechos sociales, económi-
cos y culturales y participación amplia y efectiva lograda por medio de todas
las medidas necesarias de asegurar la plena ciudadanía. Para que este proceso
pueda darse es necesario hacer una lectura crítica e histórica, primero, de la
esclavitud y, posteriormente, de las formas como se les ha negado a los afro-
descendientes la posibilidad de ejercer y vivir plenamente su ciudadanía en
condiciones de igualdad.
En concordancia con este propósito, Sánchez explica las razones por las cuales
los afroecuatorianos deben ser reparados. Y se sitúa en diferentes planos: por
un lado presenta las formas en que la negación, el racismo y la exclusión social
han operado como formas de dominación y explotación que han llevado a con-
diciones inferiores a los afroecuatorianos; por el otro aborda los aportes que
estos han hecho a la construcción de la nación ecuatoriana en diferentes esce-
narios. Concluye que dichas condiciones de desigualdad y exclusión sociorracial
han ido insertándose en la sociedad civil, que ha tomado conciencia de la pro-
blemática, lo que hace pensar que la movilización ciudadana puede ser una es-
trategia pertinente de reivindicación de los derechos sociales, económicos, cul-
turales y colectivos, más aún después del mandato constitucional ecuatoriano
de 1998.
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Concluye que dicho proyecto no podrá consolidarse si el pueblo
afroecuatoriano mismo no asume su organización, se moviliza y reivindica,
mediante acciones colectivas, la aplicación y garantía de sus derechos.
Las acciones afirmativas, al igual que las reparaciones, no son fáciles de de-
finir unívocamente pero se pueden entender como pasos positivos para el in-
cremento de representación de las minorías excluidas por razones diferentes en
las áreas de empleo, educación y negocios. Afirma el autor que, tanto para las
reparaciones como para las acciones afirmativas, se pueden identificar elemen-
tos comunes a los frentes de acción y análisis de la problemática, lo que denomi-
na ideas fuerza que, si bien no se busca esencializarlas, pueden servir como tipología
de entendimiento de discursos comunes. Dicho sustrato puede darlo la historia
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en su doble significado de “lo que ocurrió” y “lo que se interpreta”. Esto permite
desentrañar un proceso múltiple a lo largo del tiempo y en diversas pero a la vez
vinculadas geografías que creó, articuló y transformó fenómenos económicos y
culturales como la trata negrera, los esclavismos regionales, la resistencia, la
oposición y la negación, la discriminación y la valoración negativa, la segrega-
ción en contextos específicos y la desterritorialización y el etnocidio, entre otros.
La importancia de la historia es no sólo que sirve como una posibilidad común
de trabajo sino también que genera ideas en torno a estrategias de acción y a su
viabilidad. El autor relaciona sus argumentos con la experiencia norteamerica-
na y aporta algunos ejemplos vividos en el campo jurídico y que terminaron por
ventilar historias invisibilizadas.
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transatlántica y desterrados de la guerra en Colombia”, hace un llamado a pen-
sarse desde la subalternidad para desde allí hablar, que es lo que ella hace. La
entrada del artículo es un fino análisis de la manera como se ha implementado
el multiculturalismo colombiano. Deja entrever que la “acomodación de las di-
ferencias” no puede ser algo que deshistorice el origen de las diferencias, en espe-
cial la diferencia étnico-racial negra. Posteriormente argumenta la importancia
del debate sobre las Memorias de la Esclavitud y la Justicia Reparativa para
negros, afrocolombianos y raizales, debate que emerge con la Conferencia de
Durban (2001). La racialización de la gente negra a través de la trata negrera
transatlántica perpetrada por la institución económica de la esclavitud; la
racialización de la geografía nacional, que les asignó un lugar periférico a las gen-
tes negras dentro del proyecto republicano, y la violencia epistémica por la que,
no habiéndose siquiera valorado los saberes que trajeron los esclavizados y que
aportaron para construir este país, también se les ha negado de manera masiva
a sus descendientes el ingreso al saber académico: estas tres razones deben ser
argumentos que justifiquen de manera ética e histórica la implementación de
Acciones Afirmativas en el país.
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Lane nos ubica en una perspectiva importante para entender la importancia
de las reparaciones. Afirma que en el Nuevo Reino de Granada la producción
de oro ya era importante al menos una generación antes de 1576. Para la Coro-
na española, los dos pilares del sistema imperial fueron el envío de esclavizados
africanos a las minas y el flujo de metales preciosos hacia la metrópoli. En el
siglo XVII las fronteras mineras seguían expandiéndose y en el siglo XVIII la pro-
ducción, hecha por los esclavizados –de los cuales 90% habían nacido en África
o eran de clara ascendencia africana– alcanzaba al menos un millón de pesos de
oro al año.
Concluye el autor que es necesario abrir espacios para desentrañar las dife-
rentes formas de explotación y visibilizar el aporte de los negros descendientes
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de africanos a la construcción de la actual República de Colombia, no como un
relato histórico sino como un escenario para dimensionar las reparaciones. Cree
que es necesario divulgar lo que en los documentos históricos y en la tradición
oral ya es evidente pero que las ciencias sociales, humanas e históricas han he-
cho a un lado, seguramente porque son datos que podrían tener el efecto de
invertir completamente los conceptos más arraigados de la modernidad.
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colombianización en lo que el historiador Francisco Ortega denomina un trau-
ma cultural o una crisis de significación.
Frente a esto resalta el hecho que la resistencia por parte de los isleños tuvo
lugar desde los comienzos del proceso de nacionalización, personificada en pri-
mer lugar en los pastores bautistas e impulsada, en general, por la organización
de movimientos que promueven la autodeterminación de la gente raizal y la
defensa de la cultura y la identidad isleñas como única salida por la dignificación
que, como lo señala el texto, da cuenta de una Memoria ligada al Caribe occi-
dental anglófono. Asumiendo la Memoria como un proceso de negociación y
tomando el caso de las narrativas de la Memoria isleña, que enfatizan episodios
reveladores de las desventuras de la relación con el Estado colombiano y la per-
tenencia y el arraigo a la isla, la autora explica que dichas narrativas se convier-
ten en los argumentos de los activistas del movimiento raizal. Así, la aniquila-
ción de la diferencia es concebida como un crimen peor que el asesinato, en el
que la colombianización vulnera de manera violenta el orden social isleño. La
memoria del ultraje que trajo consigo la colombianización del archipiélago se
presenta entonces como un instrumento para argumentar la soberanía de la
gente raizal y justificar así la urgencia de la autodeterminación y la reparación.
La activación de la memoria muestra en ocasiones una sentida necesidad de
reivindicación.
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torno a la búsqueda de modelos alternativos de desarrollo, que propugnen el
mejoramiento de la calidad de vida de los isleños.
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georreferenciados y relaciones míticas y reales con pasados de un lugar y otro de
la geopolítica mundial.
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Motivado por su interés en conocer sobre el terreno la crisis pesquera que
enfrentaban los campesinos de la región del río San Jorge y la forma como la
manejaban, el autor empezó a dimensionar en la geografía humana de la zona a
la gente de Uré, de cuyas características –con sus continuidades y
discontinuidades– logró adquirir una visión general gracias a lo registrado en
diferentes textos. En este sentido, lo que su artículo presenta es un panorama
documental que da cuenta de esta población. Así aprendemos que Uré es un
corregimiento del municipio de Montelíbano, al sur de Córdoba. Los documen-
tos disponibles indican que el palenque de Uré se formó en 1598 y que su pobla-
ción guarda gran vínculo con los negros de África esclavizados en América. El
autor señala que después de tantos años Uré se mantiene como comunidad gra-
cias a la misma cohesión que permitió el surgimiento de una religiosidad con
características propias que conjuga elementos cristianos con formas propias de
los pueblos descendientes de los africanos esclavizados. Existe un componente
corporal y musical en sus rituales que, junto a las oraciones, conforman un todo
litúrgico particular. El santo como figura religiosa ha adquirido características
propias y el proceso de evangelización trajo consigo otro de aculturación: las
estructuras de la mentalidad mágica africana permanecieron, ya que en lugar
de desaparecer, se sincretizaron con la nueva religión.
Esto muestra que los afrouresanos utilizaron su cuerpo y sus deidades, es-
condidas detrás de los santos, para resistir la imposición ideológica de Occiden-
te, estableciendo una estrecha relación entre cuerpo, religiosidad y resistencia.
La figura del diablo, por ejemplo, se presenta como un claro ejemplo de esto, ya
que, gracias a que en las religiones africanas no existe el concepto de mal puro,
estos pobladores pudieron hacer de él un aliado y protector y utilizarlo como
mecanismo de resistencia.
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como protagonistas de la historia de Colombia y de los afrodescendientes de la
diáspora, y el caso de Uré sirve a tal propósito como ejemplo para otros pueblos.
La historiadora Clara Inés Guerrero comparte con los lectores su pasión inte-
lectual por las “Memorias palenqueras de la libertad” en su artículo así titulado.
Quisimos que ella nos acompañara en este proyecto editorial porque considera-
mos que, pese a la enorme importancia de su trabajo, el campo de los estudios
afrocolombianos ha exaltado poco su valiosa contribución. San Basilio de Palen-
que fue declarado por la Unesco en 2005 Obra Maestra y Patrimonio Oral e In-
material de la Humanidad, lo que lo convirtió en un lugar de memoria colectiva
tanto para los negros, afrocolombianos y raizales como para todos aquellos pue-
blos que conforman la diáspora africana en el mundo. San Basilio de Palenque
está ahora al lado de Haití, la cimarrona, la primera república negra constituida en
el mundo y el primer Estado negro independiente formado en América Latina y el
Caribe. Haití el único pueblo de pintores, como dijo en una oportunidad André
Malraux en su reminiscencia de la insurrección de esclavizados ocurrida en 1791.
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pregunta por el Estado actual y las políticas de reconocimiento de un pueblo
que por su construcción histórica debería reconocerse realmente como autóno-
mo y libertario.
Los cimarrones son los guerreros y los palenqueros son los creadores de un
espacio para la defensa de un territorio de libertad y paz; del cimarrón viene el
palenquero. La historiadora nos cuenta los procesos de construcción del terri-
torio de Palenque, que surgió a medida que se fueron abriendo los terrenos y sus
habitantes se fueron asentando para sembrar y fundar familias. Tal asentamien-
to encontró la oposición de la Corona española, que trató de impedirlo para
evitar que la rebelión se generalizara y eludir otra crisis esclavista. Por su parte,
los cimarrones buscaron defender y mantener vivo el palenque; y esa fue la
concreción del Palenque de San Basilio.
Guerrero concluye con varias reflexiones sobre la vida palenquera y sus for-
mas de organización, ejemplo de resistencia, autonomía y libertad que debería
explorarse, estudiarse y comprenderse como modelo de sociedad armónica y
solidaria, dotada de cualidades humanas ya casi en desuso.
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En su artículo “los afronortecaucanos: de la autonomía a la miseria. ¿Un
caso de doble reparación?”, el conocido antropólogo Alexis Carabalí Angola
nos lleva a otro contexto de gran significación para los negros y afrocolombianos:
se trata del norte del Cauca, tierras ocupadas tradicionalmente por las comuni-
dades negras y que tienen como particularidad histórica su convivencia con las
haciendas ganaderas y azucareras y su demanda para la explotación agrícola,
que ha dado lugar allí a un segundo destierro de los afro –pues, como se sabe, el
primero fue la trata negrera transatlántica–.
Otra estrategia aplicada por los hacendados fue facilitarles a los afro la com-
pra de tierras colectivas aledañas a sus haciendas para tomar de nuevo su fuerza
de trabajo. La relación con la hacienda constituyó un importante espacio de
construcción y consolidación de vida social que vivieron varias generaciones.
Durante las décadas comprendidas entre finales de los años cuarenta y los
años sesenta, a los afronortecaucanos les fue arrebatada la tierra por los terrate-
nientes, muchas veces con la complicidad del Estado, todo en el marco históri-
co del periodo denominado en Colombia la Violencia. Este proceso se llevó a
cabo por medio de la intimidación, el asesinato y prácticas generales de agre-
sión a la población afronortecaucana y a sus principales líderes. El resultado: la
destrucción sistemática de su forma de vida y el empeoramiento de sus condi-
ciones de existencia social e individual.
A pesar de estos graves acontecimientos, nos dice Carabalí, existe una frus-
tración mayor. Las esperanzas cifradas en la Constitución de 1991 se desmoro-
nan frente a la ley 70 de 1993, que no reconoce la región geográfica señalada
como de propiedad de las comunidades negras, omisión que resulta fatal no
solamente porque dicha región es un asentamiento histórico sino también por-
| 40 | Afro -reparaciones
que su adquisición ocurrió por medio de la compra colectiva efectuada por las
comunidades negras.
Introducción | 41 |
cultural de la comunidad y, en consecuencia, volver a la siembra de esos produc-
tos, cuidando la fauna y flora con el objeto de proteger la biodiversidad y acabar
con el monocultivo de la palma africana, innegable forma de control social,
desarrollando asimismo jornadas de salud para controlar las enfermedades pa-
rasitarias que han aparecido en ese contexto. En este sentido, Ramírez afirma
que si el cultivo y el desarrollo del negocio de la palma africana han generado
escenarios nuevos y nocivos para la población, es necesario abordar formas de
reparación para conservar la cultura afrotumaqueña y preservar el medio am-
biente de la zona comprendida entre Tumaco y Pasto.
***
La tercera sección se titula Reparaciones por el conflicto armado interno colom-
biano. En ella, en primer lugar, en su artículo “desde adentro: aproximación a
partir de las víctimas afrocolombianas al tema de Verdad, Justicia y Reparación”,
el prometedor historiador palenquero Luis Gerardo Martínez Miranda toma el
contexto del actual proceso de paz entre el gobierno nacional y los paramilitares,
regulado por la Ley de Justicia y Paz, para narrar cómo las organizaciones
afrocolombianas han dado respuesta a las condiciones y situaciones que han
venido enmarcando el proceso esforzándose por presentar una propuesta en el
campo de la verdad, la justicia y la reparación. Ello, en lo fundamental, porque
los territorios ancestrales se han convertido en escenarios de una violencia polí-
tica que desemboca en múltiples formas de violación de los derechos humanos,
en especial del derecho a la vida, a la libertad y a la integridad personal.
| 42 | Afro -reparaciones
Los resultados que arrojó el proyecto son interesantes, pero éste, ante
todo, dejó una advertencia: aunque la mayoría de las víctimas del conflicto
armado son afrocolombianas, no existen mecanismos que involucren a esta
población en el debate de la Ley de Justicia y Paz o que siquiera la consulten
al respecto.
Introducción | 43 |
ridad de las comunidades afrocolombianas.
Desde las ciencias de la comunicación, Aída Carolina Lancheros y Julián
Andrés Rincón nos entregan una crónica, “Bojayá entre el miedo y los me-
dios”, del enfrentamiento entre los frentes 5 y 57 del Bloque José María
Córdoba de las Farc y el Bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Cam-
pesinas de Córdoba y Urabá ocurrido el 2 de mayo de 2002 en Bojayá, muni-
cipio chocoano asentado a orillas del río Atrato. La historia se nos cuenta
desde varios puntos de vista: el de Luis Eduardo Mosquera, habitante del
pueblo; el del padre Antún Ramos, párroco del mismo, y el de los medios de
comunicación y los diferentes periodistas que fueron en busca de la noticia.
Al respecto se resalta el vacío que significó para ellos obviar sus protocolos
mortuorios, que tradicionalmente, para el caso de los niños, por ejemplo, con-
sisten en una ceremonia tranquila que rememora la celebración que los negros
| 44 | Afro -reparaciones
llegados de África hacían cuando uno de sus hijos moría porque se había
salvado de la esclavitud. En esta crónica se muestra a través de la actuación
del párroco, el padre Antún –quien a la par con sus labores sacerdotales
participaba de las distintas ceremonias de los afrocolombianos–, que en Bojayá
la Iglesia ha guardado cierto respeto por la cultura popular. Ya se ve esto
cuando, años después, en conmemoración de los muertos y en acción de
gracias por la recuperación del pueblo, además de orarles al Niño Jesús y a la
Virgen María, él invoca la protección de Changó, dios de la guerra y la
fecundidad.
Queremos señalar aquí que, para hablar en este libro sobre esa masacre, tam-
bién se invitó al Programa de Iniciativas Universitarias para la Paz y la Conviven-
cia (PIUPC), de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Se les solicitó
un artículo a las jóvenes investigadoras Constanza Millán y Belky Pulido, pero
ellas, por razones ligadas a sus actividades académicas, no alcanzaron a redactarlo
dentro del plazo que se les concedió. Estamos seguros de que la contribución del
PIUPC habría ampliado nuestra visión de los impactos psicosociales de esta ma-
sacre en las gentes negras y en el tejido social de este municipio mártir.
Introducción | 45 |
el caso de la zona de los ríos Raposo y Mallorquín, en relación con la cual
busca reflexionar sobre el efecto del desplazamiento forzado como totalidad
histórica en los conocimientos tradicionales asociados al manejo de la
biodiversidad y al proyecto etnoeducativo que allí se adelanta.
| 46 | Afro -reparaciones
trucción de paradigmas endógenos, alternativos y abiertos que subviertan la
relación de poder legitimada por el patrón de conocimiento europeo. Para
esto, explica, partir del contacto con la vida real implica tener en cuenta dos
aspectos: las visiones comunes en las cosmologías de poblaciones rurales, cuyos
modelos de conocimiento no separan la naturaleza de la sociedad, y la con-
cepción misma de lo local ligado a la tradición en la relación entre medio
ambiente y desarrollo, que muestra una compleja interacción rural-urbana.
Para ilustrar esto muestra que los Planes de Manejo Ambiental de los ríos
Mayorquín y Raposo, vinculando la idea que el Pacífico colombiano debe tratarse
como una unidad integral bajo la categoría de territorio-región, introducen el
conocimiento asociado a la diversidad y se orientan hacia una visión integral de
bienestar colectivo, ligada a fundamentos de autonomía y fortalecimiento políti-
co-organizativo que garantizan la gobernabilidad de los territorios. Sin embargo
se encuentra en este punto con el problema de cómo llevar a cabo este tipo de
planes en comunidades que no están en su territorio. Para resolverlo afirma que la
permanencia de las comunidades afrocolombianas o negras en el territorio de-
pende del principio político del compromiso, articulado a dos estrategias intrínse-
cas: la resistencia y las alianzas. Arboleda enfrenta entonces los interrogantes plan-
teados armado de este triple principio: el compromiso como opción de futuro
anclada en la ancestralidad y la tradición, la resistencia operando a nivel interno,
del territorio, y externo, de los exiliados, como movilidad, y las alianzas como
capacidad de construir nuevos elementos de cultura política.
Por último destaca a nivel local que los Proyectos Educativos Comunitarios
(PEC) se sitúan frente a los Proyectos Educativos Institucionales (PEI), demostran-
do que lo fundamental de la educación reside para ellos en los lazos de la comuni-
dad en la cual la escuela debe inscribirse como institución. En últimas se trata de
una construcción desde la localidad de nuevas opciones de Democracia.
Introducción | 47 |
***
Las Memorias de la Esclavitud desde otros lugares de enunciación es el título de
la cuarta sección. En ella, para empezar, la investigadora de la cultura y
etnomusicóloga Susana Friedmann, en su artículo “subvirtiendo la autoridad
de lo sentencioso: “cantadoras que se alaban de poetas”, propone hacer una
relectura del repertorio festivo de un grupo de cantadoras de Barbacoas, Nariño,
a partir del lugar de enunciación de los estudios culturales. Al tomar la música
como texto social, la autora pretende develar, por medio del repertorio, el senti-
do político y la forma en que emanan las relaciones de poder. Lo primero que
hace es definir lo que significa la música como texto social. La entiende como
acto performativo que, primero, se constituye en una práctica en la cual se ge-
neran, se manipulan y se ironizan significados como acto reflexivo y que, segun-
do, también proporciona mecanismos mediante los cuales se pueden negociar y
transformar categorías de tiempo y de espacio.
| 48 | Afro -reparaciones
discursos de enfrentamiento la Historia, que ha atribuido el desarrollo de la
música europea a la grafía y a la imprenta. Esto lleva a Friedmann a afirmar que
desde los estudios culturales se podría articular un nuevo método para describir
el continuo proceso de rompimiento, realineamiento y recombinación de dis-
cursos, de grupos sociales, de intereses políticos y de relaciones de poder en una
sociedad que necesita escribir y reescribir constantemente su historia para dar-
le sentido, construir y deconstruir perspectivas para responder a nuevos retos,
rearticulándolas ante situaciones nuevas, descartando supuestos antiguos y apro-
piándose de nuevas posiciones. Esto, en términos institucionales, implica abor-
dar la memoria social y la identidad cultural en contraposición al enfoque clási-
co disciplinar, basado en la escritura.
El historiador afropaisa Orián Jiménez nos invita con su texto “los rostros de
la Memoria afrodescendiente. Fiestas, bailes y fandangos” a pensar la Memoria
como un elemento constitutivo que posibilita la historia de los pueblos, funda-
mentalmente por acciones que escapan a la forma institucional, como son las
fiestas, los bailes y las actividades culturales denominadas folclóricas. Inicia el
diálogo con las formas en que el concepto de Memoria ha estado en el pensa-
miento de autores como Philippe Ariès y, en especial, Paul Ricoeur, invitándo-
nos a pensar en cómo la deuda y la Memoria de acontecimientos traumáticos
pueden preformar prácticas políticas y determinadas haciendo que los olvidos
de la Historia marginen la noción de “deuda social”. Aunque nos ubica en va-
rios escenarios de la Historia latinoamericana, el texto da gran importancia a la
época denominada a La Colonia. Para el autor, este tipo de expresiones no sólo
conforman una modalidad de integración dentro de lo afro sino que también, a
veces, posibilitan tender un puente con actores no afrodescendientes –por ejem-
plo, con personajes que ostentaban cargos oficiales tanto en la Colonia como
durante la República–. Pero estas expresiones generaban, por el contrario, una
postura negativa de los poderes eclesiásticos, que los condenaban por ser bailes
insinuantes y eróticos que despertaban la libido de la plebe.
Estos bailes, que se conocían como “bundes” y a los que “concurren indios,
mestizos, negros y zambos, y otros de menor clase”, eran evitados a toda costa
por la sociedad dominante, que los hallaba inmorales y amenazadores del orden
social. El autor encuentra en los bailes una forma de representación de una
sociedad dividida según la raza. Esta expresión social estaba dada por los deno-
minados “bailes primeros, segundos y terceros”, a los que podían concurrir, res-
pectivamente, las blancas puras o de Castilla, las pardas y las negras libres. Evi-
dentemente, a los bailes de salón sólo asistían hombres y mujeres que ocupaban
una posición social privilegiada y que podían llevar atuendos elegantes, mien-
Introducción | 49 |
tras la plebe debía divertirse de forma diferente, sin salones de baile, al aire
libre, por considerar esto natural para ellos no sólo por el hecho de ser inheren-
te a su cultura sino también porque no podían resistir ni acceder a la cortesanía.
Orián Jiménez encuentra una estrecha relación entre las tradiciones espiri-
tuales prehispánicas, las celebraciones rituales del cristianismo y las pervivencias
intencionales y aleatorias de costumbres y patrones cognitivos africanos que
ayudaron a consolidar los ritmos coloniales: ejemplo de ello son los cantores,
las chirimías y los músicos que requerían las celebraciones eclesiásticas con el
fin de ofrecer música para el culto, con el fin tanto de obtener los favores de la
Providencia como de agradar a los moradores. Esto llevó a que las personas
especializadas en las artes musicales desempeñaran un papel importante dentro
de la vida de las comunidades locales, tanto en las celebraciones religiosas como
en las fiestas espontáneas. La música cumplía un papel importante en las labo-
res de conversión y adoctrinamiento como componente atractivo para que la
gente asistiera a la misa. Los festejos se convirtieron en campos de encuentro de
la comunidad y de contradicción entre los actores oficiales, quienes se hallaban
a favor o en contra de los días festivos.
Por último, el autor nos lleva al Pacífico sur colombiano preguntándose por
las acciones que posibilitan mantener viva la memoria lúdica de los afrodescen-
dientes, donde también se condenaban los bailes del currulao y el uso de la
marimba. Desde la década de 1870, la élite blanca y comerciante de Tumaco se
dio a la tarea de condenar la cultura y el folclor negro de la región. Jiménez
termina recordando que en Tumaco y el resto de la costa Pacífica se ha librado
una lucha intensa y marcada entre dos posturas culturales, una discriminatoria,
racial y hegemónica, de corte hispánico, europeizante y católico, y otra de con-
vivencia étnica, tolerancia y recreación de tradiciones ancestrales. En conclu-
sión, “la memoria afrocolombiana debe conmemorarse para no ser olvidada y
consignar en la historia la posibilidad de recordar la crueldad del pasado ha-
ciendo necesaria la construcción de la memoria afrodescendiente”.
| 50 | Afro -reparaciones
En su artículo “un rastro de África central en el Pacífico colombiano: tallas
sagradas entre los indígenas Chocó y su legado africano ( Congo y Angola), la
comunicóloga Martha Luz Machado Caicedo realiza un valioso aporte al tema
de la Memoria a partir de un interesante estudio comparativo en que nos mues-
tra la relación de ciertos bastones Chocó que, fabricados de forma singular, tie-
nen correspondencia con bordones africanos usados en los distintos temas reli-
gioso-terapéuticos de África occidental. Para argumentar su afirmación acude
a las memorias africanas y a fragmentos religiosos bantú en el sistema religioso
amerindio y toma como referente una talla de madera utilizada por el jaibaná
–el chamán– en el ritual religioso-terapéutico del “canto de Jai”.
Kalunga servirá de puente argumentativo para afirmar que entre los afro-
descendientes del Pacífico colombiano y entre los del Palenque de San Basilio
se encuentran expresiones religiosas con elementos compartidos que rememoran
el pensamiento de gentes del Congo, donde Kalunga asume la iconografía de la
esfera de agua, el sitio de la tierra de los espíritus de los muertos.
Introducción | 51 |
Concluye Machado que las representaciones del bastón Jano Chocó mues-
tran claras huellas de la representación de Kalunga y que dichos bastones, ade-
más, tienen una estrecha relación en términos de uso y funciones, como lo son
la sanación y la prevención de enfermedades. Las similitudes, aunque no son
exhaustivas, corresponden a sistemas que involucran a África con los
afrocolombianos, y a estos, a su vez, con los indígenas Chocó, hechos que afir-
man la presencia de vestigios africanos en otros sistemas culturales incrustados
en la cotidianidad.
| 52 | Afro -reparaciones
se han convertido en comisiones de la verdad que ponen al descubierto tanto
los crímenes esclavistas como la dignidad de los esclavizados.
Palenque vuelve a ser abordado en este libro, ahora por el antropólogo Ramiro
Delgado, quien realiza un análisis del problema de la educación ligada al patri-
monio, a la Memoria y la herencia en su artículo “la educación y el patrimonio
cultural. Nodos de los procesos de Reparación de las comunidades
afrocolombianas”.
Introducción | 53 |
La propuesta de investigación se propuso obtener productos finales que pu-
sieran de manifiesto la acción y la circulación de saberes, haciendo que los re-
sultados investigativos tuvieran como beneficiarios a los integrantes de la mis-
ma comunidad por medio de procesos de comunicación. Para poner en escena
estos resultados se gestaron procesos de enseñanza-capacitación y enseñanza-
aprendizaje que terminaron llevando a la realidad un documental etnográfico,
la serie radial Sonidos del Palenque, un archivo y una exposición fotográfica y un
álbum de láminas como propuesta educativo-lúdica para pensar sobre el patri-
monio de San Basilio de Palenque. Dichos productos tuvieron como ejes temá-
ticos la territorialidad, la música, las fiestas, celebraciones y bailes, las comidas
y medicinas y las corporalidades masculinas y femeninas, pensados desde for-
mas educativas y pedagógicas que posibilitaran el aprendizaje de la comunidad.
| 54 | Afro -reparaciones
grafía en el siglo XIX colombiano, donde encuentran los discursos que sobre la nación
elaboraron durante el siglo XIX las élites blancas abstrayéndose de la realidad em-
pírica de sus miembros o acomodándola a sus intereses, ya que, desde la Indepen-
dencia, la intelectualidad criolla se enfrentó al hecho de que más de 80% de los
habitantes del país eran negros, indios y mulatos. Ante la imposibilidad de resol-
ver las tensiones, las clases dominantes comenzaron a construir un modelo exclu-
yente de nación que dejaba por fuera de ella a la mayoría de sus habitantes.
Uno de los puntos focales fue la elaboración de una geografía humana que
concebía a la nación como partida en dos grandes territorios: uno donde vivían
las razas civilizadas y superiores y otro donde habitaban las razas inferiores e
incivilizadas; el primero correspondía a los Andes y el segundo a las tierras ca-
lientes, las selvas y las llanuras. Los mecanismos para imponer esta afirmación
fueron variados: desde la apreciación negativa de África y su presunta tenden-
cia a la degeneración evolutiva hasta el ocultamiento de las poblaciones negras
e indígenas en los censos nacionales. La apreciación andinocéntrica de las razas
hizo creer que Bogotá era el centro de la Historia, quitándoles la perspectiva
geopolítica del continente a los dirigentes del país, que no veían en Panamá el
importante centro que sí percibió Teodoro Roosevelt. Arocha y Moreno nos
muestran los diferentes discursos y procesos que se dieron en el siglo XIX y la
forma en que el andinocentrismo fue su centro vital de existencia.
Para estudiar el siglo XX, los autores se apoyan en el aporte que hace Marga-
rita Serje en su libro El revés de la nación: territorios salvajes, fronteras y tierra de
nadie, de donde deducen el término trópico salvaje. Los territorios salvajes, las
fronteras y las tierras de nadie de Colombia generan una geografía política,
entendible como una mistificación, por medio de tres grandes hitos, que son la
consolidación de la idea de que las fronteras, márgenes o periferias son tierras
incógnitas, territorios salvajes, lugares de miedo, tierras de nadie o zonas rojas,
la romantización del carácter salvaje de estos lugares, por la que sus habitantes
se ven estetizados y erotizados, y la prevalencia del desorden y la anarquía. Ex-
plican los autores que, a diferencia del modelo andinocéntrico, el del trópico
salvaje se volvió global por medio de industrias culturales que fijan en las perso-
nas la idea del Sur exótico, capaz de estremecer la racionalidad del Norte. Estas
estrategias construyen un centro y una periferia por medio de códigos binarios
de civilización/barbarie y se convierten en la cartografía que mueve el sistema
colonial-moderno de explotación.
Introducción | 55 |
señala a esa región como un lugar inferior por ser un escenario de aislamiento y
enfermedades tropicales que han impedido el desarrollo de ciudades y civiliza-
ción, como sí sucede en Bogotá gracias a la geografía y a la raza blanca, que
posibilitan las condiciones objetivas del desarrollo. De esto se concluyó que la
redención del Pacífico no provendría de los negros indiferentes ni de los indios
atrasados sino de extranjeros y paisas emprendedores, convicción que llevó a
desarrollar políticas de civilización de fronteras durante los primeros decenios
del siglo XX.
Al final, Arocha y Moreno tocan la idea del afropesimismo como una forma de
afianzamiento y popularización de los imaginarios de imposibilidad de mejora-
miento de ciertos territorios y personas, ya que les da la razón a quienes conside-
ran que el modelo frontera-salvajismo sigue siendo válido y porque impide perci-
bir y apreciar las importantes recreaciones culturales de los cautivos africanos y
de sus descendientes. La rica argumentación del texto termina por invitar a abrir
debates, a ubicar fijaciones en los discursos que clasifican a los afrocolombianos
según las categorías del trópico-salvajismo y el andinocentrismo y a hacer una
relectura de la situación de los afrocolombianos desde diferentes campos.
***
La quinta sección pertenencia étnico-racial y desigualdades socioeconómicas está
dedicada al análisis de la relación entre la pertenencia étnico-racial negra, las
desigualdades socioeconómicas y sus conexiones con el fenómeno del racismo.
Empieza mostrando las posibilidades de frenar todos estos procesos, indeseables
para el futuro de negros, afrocolombianos y raizales, con un marco normativo
amplio que existe en el país y que sirve en la búsqueda de reconocimiento y
reparaciones. Las Memorias trágicas que trajeron consigo la trata negrera
transatlántica y la institución económica de la esclavitud pueden repararse, y
para ello existe un extenso marco normativo y constitucional.
| 56 | Afro -reparaciones
Para cumplir su objetivo trabaja la ley 70 de 1993, los documentos del Conpes
y la Plan Integral para la Población Negra o Afrodescendiente. De la Ley 70 de
1993 extrae las principales definiciones en relación con el sujeto jurídico cons-
truido por el legislador, presentando la declaración de que la comunidad negra
es un grupo étnico, lo que le confiere un estatus diferencial en materia social y
jurídica a un sector de la población afrodescendiente, y la forma en que le con-
fiere un derecho colectivo.
Introducción | 57 |
de un trabajo empírico realizado en dos escuelas del municipio de Soacha,
Cundinamarca (Colombia), que suscitan en la autora una serie de reflexiones
sobre formas contemporáneas de racismo presentes en el ámbito nacional y, en
particular, en las instituciones educativas.
| 58 | Afro -reparaciones
un amplio concepto que debe ser asimilado bajo una nueva pedagogía para mirar
la diferencia desde otra óptica y romper la circulación, muchas veces inconscien-
te, de prácticas racistas en las instituciones educativas.
Comienza por llamar la atención sobre los pocos estudios antropológicos que
hay sobre los discursos y prácticas de identidad étnica generadas en la educación
superior, por lo que pone de manifiesto la posibilidad de mirar dichas dinámicas
recurriendo a aportes metodológicos como los de Peter Wade y Claudia Mosquera
como referentes para examinar los procesos de migración e inserción de la pobla-
ción afrocolombiana en las ciudades capitales mediante la educación.
Introducción | 59 |
En el campo de la comunidad académica, el trabajo arrojó algunas aprecia-
ciones importantes: 1. existe algún malestar entre miembros de la comunidad
universitaria no negros que sienten cierta desventaja por los beneficios pensa-
dos para los grupos étnicos; 2. no existen espacios de discusión sobre la diversi-
dad étnica donde participe toda la comunidad universitaria, y 3. sólo algunos
profesores acompañan a ciertas reuniones a los estudiantes, lo que demuestra
su alejamiento del proceso.
| 60 | Afro -reparaciones
El texto comienza por presentar la importancia demográfica afrocolombiana
en la ciudad de Cali, principalmente, y en el departamento del Valle, corroborada
por los datos del Censo 2005. Ubicados en este contexto, los autores presentan las
diferenciales de condiciones de vida, como los indicadores de educación y salud y
el Índice de Calidad de Vida (ICV). En el campo educativo, el porcentaje de pobla-
ción analfabeta es superior para los afrocolombianos que para los no
afrocolombianos, al igual que el porcentaje de inasistencia escolar o deserción. En
lo referente a la salud, el porcentaje de afiliación al sistema de salud es menor para
los afrocolombianos –incluso menor que el de la población indígena–, indepen-
dientemente de la región que se considere o de la zona de residencia. Según la
caracterización étnico-racial del ICV, los afrocolombianos presentan una mala con-
dición, apenas un poco superior a la de la población indígena. Además, en contras-
te con los datos nacionales, el Valle del Cauca muestra un puntaje que hace apre-
ciar las pésimas condiciones de existencia de la población afrocolombiana.
Los autores concluyen que la presentación de los datos corrobora una reali-
dad innegable, como es la desigualdad que enfrenta la población afrocolombia-
na tanto a nivel de hogares como a escala individual, realidad entrelazada con
los efectos de la discriminación sociorracial asociados a los componentes que se
analizaron en el texto, tanto para su calidad de vida en general como para su
permanencia en el área educativa o su inserción en el campo laboral.
***
La última sección de este libro –no por último menos importante– la titula-
mos subvirtiendo el discurso afro-reparador homogeneizante. La abren Betty Ruth
Lozano y Bibiana Peñaranda, quienes en su texto “Memoria y Reparación. Y de
Introducción | 61 |
ser mujeres negras ¿qué?” nos invitan a reflexionar acerca de la justicia para las
mujeres negras y cuestionan las reparaciones en el contexto de un Estado
neoliberal, militarista, patriarcal y racista. Entienden que la inequidad étnica y
de género de la globalización económica tiene una de sus expresiones en la for-
ma de mirar a las comunidades negras e indígenas: como poseedoras de riquezas
culturales y naturales, las cuales les son expropiadas, con lo que se las excluye
de los beneficios de la economía global. Junto a ello reconocen una subalternidad
entre subalternos, ya que, además de la división del trabajo, siempre desventa-
josa para las mujeres negras, en las comunidades y organizaciones mismas los
hombres violentan y hacen víctimas de agresiones a las mujeres. Ante ello pro-
ponen que a las comunidades se las sanee y se las cure del sexismo mientras que
en cuanto a lo exterior advierten sobre la necesidad de no crearse expectativas
con las promesas y los discursos del Estado ni de los organismos internaciona-
les, que muchas veces operan como eficaces desmovilizadores de las organiza-
ciones negras y sus propuestas.
| 62 | Afro -reparaciones
tocar uno de los temas más dolorosos, uno de los más eludidos por parte de los
rescatados de la trata negrera transatlántica: nos referimos al lugar de África en
las demandas de Perdón y de Reparación. En un sencillo y poderoso ensayo
contempla tres fenómenos de deportación masiva y destierro: la trata negrera
transatlántica hacia América, la deportación de judíos y gitanos hacia los cam-
pos de exterminio nazis y el destierro de los vencidos republicanos españoles,
concentrados igualmente en los campos nazis.
Las relaciones entre los tres fenómenos y las formas análogas que adoptan
los crímenes de lesa humanidad mostrarán que, aunque se trata de hechos his-
tóricos cronológicamente separados –al menos los dos últimos con respecto al
primero–, en los tres se evidencian la carencia de lugar y el dolor en masa que
produce el destierro forzado. Obviamente, este dolor abre espacio a la resisten-
cia e inaugura posibilidades y gestas de esperanza.
Introducción | 63 |
pescadores cercano a Cartagena de Indias y en riesgo de desaparición a causa
del avance de los proyectos turísticos hacia la zona norte de Cartagena, de las
tensiones no sólo entre la pobreza y la riqueza sino también dentro de la pobreza
misma y de la tensión entre lo local y lo nacional y lo global. La autora hace un
llamado a una transformación colectiva e individual que permita avanzar por
nuevos caminos cambiando no solamente costumbres y patrones negativos para
proyectarse mejor como comunidad ancestral sino también para cuidar y prote-
ger en el tiempo los bienes patrimoniales construidos históricamente.
La Boquilla merece ser apoyada por la Unesco no sólo porque sus condicio-
nes geográficas y culturales lo posibilitan sino también porque hay que prote-
gerla del desplazamiento forzoso por razones económicas. Es vital tratar el tema
de la permanencia de sus pobladores ancestrales en la zona, ya que sus morado-
res se han visto obligados a abandonar su cultura ancestral, lo que se traduce en
el abandono de sus costumbres y sus tierras. Este desplazamiento se viene cum-
pliendo hace 150 años.
| 64 | Afro -reparaciones
de justicia afro. Estos serían el sentido y el contenido de un tejido social étnico
y cultural diferenciado de formas de dominación y esclavización propiciada por
condiciones concretas de poder.
Nos dice Rúa que, en este contexto, los pueblos acuden a lo que han cons-
truido, a lo que conocen y saben, es decir a su propia historia. En la búsqueda de
lo propio, la justicia comunitaria general, y la afrocolombiana en particular,
constituyen un camino para cambiar las condiciones de desigualdad económi-
ca, social, cultural y política y para el reconocimiento de la diversidad étnica,
cultural, de género y biológica. Se trata de una propuesta que recoge la idea de
construir una nueva nación.
Introducción | 65 |
La movilización popular y la distribución de saberes de justicia comunitaria
y justicia afrocolombiana, afirma el autor, deben estar al servicio de un proceso
de articulación del conjunto de los actores sociales y tienen como propósito
fundamental plantearse la construcción de nuevas formas de sociedad, funda-
das en la convivencia pacífica, la Democracia y la paz.
***
Los artículos que aparecen en este libro fueron inicialmente ponencias leí-
das en el seminario Afro-reparaciones: Memorias de la Esclavitud y Justicia
Social para los afrocolombianos, el cual se realizó en Cartagena entre el 19 y el
21 de octubre de 2005. Después del evento se le solicitó a cada participante
convertir su ponencia en artículo científico. Tras una etapa de arbitramiento
por pares evaluadores, algunos de ellos fueron devueltos para correcciones y
finalmente aceptados.
| 66 | Afro -reparaciones
dad Nacional, Sede Medellín, y su actual Vicerrector. La Facultad de Ciencias
Humanas de la Universidad Nacional, Sede Bogotá, realizó un pequeño aporte
financiero para la impresión de este libro por medio del Proyecto de Publicacio-
nes. Agradecemos al Comité Editorial del CES el aporte académico a la línea
editorial sobre Estudios Afrocolombianos y la magnifica gestión administrativa
para llevar a buen puerto este proyecto.
Ofrecemos a todas las personas interesadas en estos temas un libro que pen-
samos importante, realizado con honestidad intelectual y que sabemos que ser-
virá de insumo para animar cualificados debates en torno a la creación de nue-
vas utopías sobre la mejor forma de vivir para negros, afrocolombianos y raizales,
con dignidad y calidad de vida, sin renunciar a su diferencia cultural e histórica
en el siglo XXI y en los venideros.
Introducción | 67 |
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Viking.
“Proyecto de Acto Legislativo número 011 de 2006 del Senado, por el cual se
reforman los artículos 356 y 357 de la Constitución Política’, que regirá a
partir del 1o. de enero de 2008 o 2009, recibió ponencia favorable para pri-
mer debate de la Comisión Primera del Senado (restan 7 debates)”, Gaceta
del Congreso, 443.
Introducción | 69 |
Foto: Liliana Angulo Cortés
Capítulo 1
Diálogos geopolíticos y Reparaciones
Foto: María Esperanza Palau
Color, inferioridad y Esclavización:
la invención de la diferencia en los
discursos de la colonialidad temprana*
MARÍA EUGENIA CHÁVES
Resumen
El epígrafe con que se inicia este artículo está tomado del libro Naturaleza,
policia sagrada y profana, costumbres y ritos, disciplina i catechismo evangelico de
todos los etíopes, publicado por el jesuita Alonso de Sandoval en 1627. Actual-
mente, la enunciación de esta opinión provocaría por lo menos asombro, si no
una franca indignación. Sin embargo, en la primera mitad del siglo XVII estas
ideas gozaban de completa autoridad, eran aceptadas en los círculos eruditos y
formaban parte del gran corpus de discursos construidos con el objeto de dar
significado y hacer inteligibles los “nuevos mundos” que se agregaban al cono-
cimiento europeo. En este artículo intentaré deshilvanar algunas claves para
entender la forma en que, durante los primeros siglos de la colonialidad, se cons-
truyeron los discursos sobre las identidades de los africanos esclavizados y sus
descendientes.
Cada vez se acepta más la tesis de que el pensamiento sobre la raza, las clasi-
ficaciones raciales y la exclusión racial se generó a fines del siglo XVIII (Wade
2000; Graham 1990; Cooper 2000; Andrews 2004). Mi intención es mostrar
que este tipo de conocimiento tiene un espesor histórico que se remonta al Re-
nacimiento español y al conjunto de discursos que surgen a partir de la explora-
ción y conquista de América y África. A continuación voy a presentar de forma
muy sucinta las tesis de algunos de los eruditos hispanos que contribuyeron a
dar significación a las relaciones de dominación coloniales y a construir las iden-
tidades de los africanos esclavizados en el Nuevo Mundo. Este ejercicio me pa-
rece imprescindible para entender los fundamentos discursivos que han impuesto
y reproducido, hasta el día de hoy, una epistemología que mantiene en condi-
ciones de subalternidad a una gran parte de la población afrodescendiente.
De esta forma, Sandoval nos ofrece todo un catálogo de las teorías que tra-
taban de explicar la existencia de los monstruos, entre éstas el efecto de la ima-
ginación y del clima para alterar la “materia generativa” (esto es, el semen) y,
como consecuencia, las características físicas de los seres humanos. Sin embar-
go no cree que estas teorías expliquen satisfactoriamente el fenómeno. Porque,
según opina, el color negro
Como muestra la cita, para Sandoval son posibles dos explicaciones: que
esta diferencia de color sea producida por Dios o, en su defecto, que se haya
producido como consecuencia de calidades intrínsecas presentes en la natura-
leza del semen de los negros. Con esta tesis Sandoval rechaza las causas exter-
nas de la diferencias, como las producidas por el clima o la imaginación, que
son contingentes y por lo tanto reversibles, para establecer una causa inhe-
rente a la naturaleza de las “naciones de negros”, una causa que resulta ser
fundamental e inmutable. Este discurso tendrá profundas resonancias en la
forma en que, durante el desarrollo de las relaciones coloniales, se definirá
la posición de los africanos esclavizados y sus descendientes en la América
hispana.
Hay, pues, gentes imbuidas en una malicia ingénita y como hereditaria, cuyo
pensamiento es tan rebelde, y está tan hundido en la maldad, que será muy
dificultoso arrancarlo de ella. Como no puede el etíope cambiar el color de su
piel, o el leopardo sus manchas multicolores, así tampoco podéis vosotros hacer
el bien, estando enseñados a hacer el mal. […] Esta es, pues la primera causa y la
principal que puede traerse de que en estas regiones con mucho trabajo no se pueda
esperar gran fruto, porque son simiente maldita, destituida del divino auxilio y destina-
da a la perdición (Acosta 1589: 398) (cursiva añadida).
A pesar de todas estas “trabas”, Acosta escribe su obra como una defensa de
la tarea evangelizadora en el Nuevo Mundo y ofrece una guía para quienes de-
cidan enfrentar el reto. La obra de Alonso de Sandoval es, en más de un senti-
do, una emulación de la obra de Acosta, ya que buena parte de su tratado se
dedica a definir un método de evangelización acorde a la naturaleza de las “na-
ciones de negros”. La conversión de los africanos esclavizados debe funcionar
como una herramienta efectiva de salvación. Tanto para Acosta como para
Sandoval, la salvación es un proceso necesario para rescatar a los nativos ame-
ricanos y a los africanos esclavizados del destino al que los ha condenado su
naturaleza, expresada en su poco entendimiento, sus apetitos desbocados y sus
herejías. Es, en definitiva, la única vía de estos pueblos para aspirar a la reden-
ción de su diferencia. Sin embargo se espera que esta redención tenga lugar en
un espacio y en un tiempo que están más allá de la vida y la muerte: el momento
del Juicio Final y de la resurrección. Mientras tanto, los nativos americanos y
las “naciones de negros” deben sujetarse a la autoridad de quienes tienen el
imperio de la fe, la palabra y la fuerza.
Por lo dicho hasta aquí, del modo que los amos tratan a sus esclavos […] me
ha parecido discurrir un poco, para dar a entender a los esclavos, que no por eso
La “mancha del color vario” fue una metáfora usada para aludir no sola-
mente a la mezcla en términos de origen-color sino también a la idea de pecado
y a un sentido figurado de suciedad. La “mancha” no es literalmente una man-
cha, así como lo impuro no es literalmente lo sucio. Su representación se man-
tiene en el claroscuro de una afección casi física que, sin embargo, apunta hacia
una indignidad de tipo más bien moral concretada en formas de exclusión so-
cial y represión. Una de las contribuciones del humanismo no platonizante que
influyó en las estructuras de saber de los siglos XVI y XVII fue la preeminencia del
uso de la metáfora para definir el sentido de las cosas. Es decir la preeminencia
de la palabra sobre las cosas. La metáfora, articulada en el marco de la retórica,
constituía el elemento fundamental de la significación (Grassi 1993). Michel
Foucault (Foucault 1990) ha hecho referencia también a esta forma de saber
como la “episteme del Renacimiento”, en la cual las cosas se conocían por efec-
to de una relación de semejanza. Las cosas llevaban en sí mismas el código que
hablaba de su naturaleza y su significación. Aun reconociendo que la cronolo-
gía de las diversas epístemes que Foucault propone debería revisarse para el
contexto de la colonialidad española, es interesante constatar que la idea del
color de piel como signo de la diferencia y la idea de la “mancha del color vario”
como signo visible de la contaminación del mestizaje se establecen en el marco
de relaciones de similitud.
Por su parte, la importancia del color blanco como signo de mayor estatus se
estableció ya a principios del siglo XVIII:
A continuación cito tres ejemplos de estas tipologías, las dos primeras ela-
boradas en México, en 1715 y entre 1770 y 1780, y la última, en Perú, en 1770:
Desde mediados del siglo XVIII, los poderes coloniales cambian de mano y los
idiomas en los que habla la dominación y que generan las “nuevas verdades”
también. Es preciso revisar la tesis de que el concepto de raza nace en el siglo
XVIII y de que cualquier forma de dominación anterior fundada en criterios de
pureza de sangre adquiere legitimación a posteriori en las teorías raciales de
fines de ese siglo. Este artículo ha pretendido aportar a este ejercicio mostrando
que los discursos eruditos generados durante el dominio colonial hispano esta-
blecieron sistemas complejos para naturalizar las diferencias con base en el ori-
gen-color y perpetuar formas de exclusión social, dominio y subalternización.
También he mostrado la influencia que la esclavización de los africanos tuvo en
este proceso y en la definición del color oscuro como una marca de inferioridad
natural.
La reflexión sobre las exclusiones sociales actuales y las formas, sean de re-
paración dentro de los marcos institucionales o de rechazo de estos marcos y del
concepto de nación que los contiene, debe pasar necesariamente por la crítica
del entramado histórico de nuestro ser contemporáneo. Esta crítica sólo será
posible a partir de un ejercicio de descolonización doble. En primer lugar, el
reconocimiento de la pervivencia de los sistemas de pensamiento
hispanocoloniales que han modelado nuestra visión del mundo y la necesidad
de deconstruir sus fundamentos. En segundo lugar, el rechazo del imperio de la
razón de la modernidad ilustrada como única herramienta para dar sentido a
sistemas de saber y formas de exclusión social anteriores. Esta segunda forma de
descolonización implica liberarse de la colonización epistémica, que –aunque
de influencia más reciente que la del coloniaje español– se ha impuesto como la
única forma idónea de explicación. Sin embargo, su retórica cientificista y “re-
volucionaria” ha servido para cimentar las prácticas y los discursos de los que se
nutren la discriminación, la explotación y el continuo genocidio de los pueblos
que han optado por no “redimirse”, por no aceptar la “salvación”, ni en su ver-
sión del siglo XVII ni en su versión actual.
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Resumen
*
Profesor Asistente. Departamento de Lenguas Extranjeras, Facultad de Ciencias Humanas.
Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá.
Introducción
La esclavitud africana está en el origen mismo de la colonización portuguesa
de América y siguió siendo la principal línea de continuidad de la historia de
Brasil hasta finales del siglo XIX. Más de cien años después de la abolición fue
todavía posible, en Río de Janeiro y São Paulo, desarrollar proyectos de historia
oral con entrevistas a nietos de los últimos esclavos, bisnietos de africanos des-
embarcados clandestinamente en el litoral brasileño, durante el período en el
que predominó el comercio ilegal de esclavos desde las costas de África1 . Por
otro lado, al menos desde los últimos años del siglo XVII una población libre,
formada por descendientes próximos o distantes de antiguos libertos, fue
demográficamente importante en la Colonia brasileña.
Por otro lado, gran parte de la población era o pretendía ser poseedora de
esclavos. En el Recôncavo bahiano, principal área exportadora de finales del
período colonial, la mayor parte de los esclavos vivía en propiedades donde
había menos de veinte, y cerca de 80% de los propietarios de esclavos poseían
menos de diez. Entre estos pequeños señores, la presencia de descendientes de
africanos era común, incluyendo a muchos libertos, algunas veces ellos mismos
venidos de África (cfr. Schwartz 1998, cap. 16; Barickman 1999; Faria 2001;
Mattoso 2004: 225-261).
Hebe Mattos | 97 |
En este sentido, los diferentes proyectos de investigación que dieron origen
a la tesis se enmarcan en el ámbito de una reflexión desarrollada desde 1994 en
la línea de investigación “Historia, Memoria y esclavitud” del Laboratorio de
Historia Oral e Imagen (Labhoi) del Departamento de Historia de la Universi-
dad Federal Fluminense, que aborda, en el largo plazo, las relaciones entre las
experiencias de la esclavitud, la Memoria del cautiverio y los procesos históri-
cos de construcción de identidades racializadas en el Brasil (ver <http://
www.historia.uff.br>). Los casos analizados permitieron abordar, en diferentes
contextos históricos, procesos de identificación individual y colectiva construi-
dos a partir de la apropiación de las marcas de la esclavitud en la sociedad brasi-
leña, buscando comprender cómo desembocaron en formas específicas de
racialización.
Hebe Mattos | 99 |
la tierra, los conflictos sobre tierras vividos en tiempo presente unían el conjun-
to de las “tierras de negro”, habilitándolas para reivindicar su inclusión en la
disposición legal.
Tomando como base el caso del quilombo de San José de la Sierra, en Valen-
cia, Río de Janeiro, busqué entender históricamente las bases de ese proceso de
7
Sobre esta cuestión, cfr. Price 1999; 2002.
8
Sobre el concepto de resemantización, cfr. también Almeida 1996; Gomes 1996; O’Dwyer
2002.
9
Sistema de Información de las Comunidades Afrobrasileñas, en la página de la Fundación
Cultural Palmares, del Ministerio de Cultura <http://www.palmares.gov.br>, visitada el 3 de
septiembre de 2005.
Con la intención de que no hubiera más fugas, los dueños de las haciendas
comenzaron a llevar el jongo a las plantaciones de café. En verdad, a ellos tam-
bién “les gustaba el ritmo”. Toninho relata, así, una cierta rutinización del jongo
dentro de las haciendas, con el aval de los propietarios. Pero Toninho no nos
habla sólo de la historia de la comunidad y de la historia del jongo. Pues no se
rehúsa a hablar de la historia de la esclavitud de un modo más general. Para
hablar del tiempo de la esclavitud recupera narraciones muy próximas a las
encontradas en el acervo Memorias del cautiverio, que reúne entrevistas hechas
en el Labhoi a campesinos negros nacidos en las primeras décadas del siglo XX y
que se reconocían como descendientes de los últimos esclavos de las áreas cafe-
teras del sudeste. Atribuye las historias al abuelo José Geraldo. Rechaza, sin
porque esa fecha del 20 de noviembre para los negros, que viven allá lejos,
es una fecha muy reciente. Eso comenzó a hacer el trabajo a partir de los tres-
cientos años de Zumbí. Hace nueve años. Entonces, como usted ve, es algo
muy reciente. Hoy estamos enterándonos [por] que primero la gente trabajaba
mucho el 13 de mayo, que la princesa Isabel hizo eso, pero hoy nosotros tene-
mos que la princesa Isabel sólo firmó una de las cosas que ya había pasado […]
El negro no fue liberado, el negro conquistó su libertad, pienso que lo que yo
hago es precisamente enfatizar ese hecho en todo lugar donde voy. La libertad
del negro, porque no tenemos todavía tal o sea la “libertad del negro”, no tene-
mos total libertad, fue conquistada, nada de princesa Isabel que haya firmado.
Entonces para nosotros incluso hoy, yo tengo conciencia, que es el 20 de no-
viembre, pero es una fecha bien reciente. Yo fui allá a Guaratinguetá, vi al hom-
bre cantando jongo en honor a la princesa Isabel. Entonces volví allá bien triste,
pues no se puede decir nada porque la gente necesita tiempo para trabajar eso.
Entonces ¿hoy tenemos que hacer qué? Zumbí, trabajar el Zumbí.
[…]
porque de repente el tío Maneco [don Manoel Ceabra] puede estar allá [en
la entrevista con Marta Abreu y Hebe Mattos] hablando en nombre de la prin-
cesa Isabel, defendiendo a la princesa Isabel, entonces la visión es totalmente
diferente a la mía, pero yo tengo que respetar.
[…]
[hoy] la comunidad conmemora incluso el día de san Antonio, es el día de
san Pedro, san Juan, santa Bárbara, que es el día que está un poco ligado a
Umbanda y san José que no tiene mucho que ver, pero es el santo de la hacien-
da, es el dueño de la hacienda y es allí que nosotros estamos buscando nuestro
espacio.
13
Para corroborar la afirmación, en nota de pie de página Spitzer cita los libros de registro de
matrimonios de Salvador, sin precisar no obstante el número y el año del registro específico
del matrimonio de la liberta Rita Brasilia con el portugués Gaspar Pereira Rebouças; cita
también el registro de bautizados de la feligresía de Maragoguipe, donde nació Antonio Pereira
Rebouças, nuevamente sin dar un número de registro específico. En su libro, el nombre de la
madre de Antonio Pereira Rebouças aparece escrito como “Rita Brasilia”, mientras que en los
Henrique Dias recibiría por segunda vez, sin embargo, una merced real sin
haberla pedido. Después de la Restauración y la victoria portuguesa en Recife
fue honrado por decreto del 27 de abril de 1654, esta vez de un rey portugués
(don Juan IV), con una nueva merced21 . En esta nueva merced, sin embargo,
no se hacía ninguna mención de que se lo dispensara de las pruebas, las cuales,
de hecho, no se realizaron, precisamente porque nunca fueron solicitadas por el
beneficiado.
20
Mello y Dutra llegan a la misma conclusión. Según Dutra, la Mesa de Conciencia y Órde-
nes lo afirma textualmente al mostrarse desfavorable a la habilitación de otro oficial negro,
Domingos Rodrígues Carneiro, en la orden de Ávis cerca de cincuenta años más tarde.
21
Cfr. ANTT, Livro de Portarias do Reino, lib. 3, fols. 326, microfilme 4253.
22
“Henrique Dias pide satisfacción por sus servicios prestados en las guerras del Brasil” (con-
sulta de 14 de mayo de 1657) ( AHU, códice 883, fols.. 266v y 267). Ver trascripción completa
en Vasconcelos 1940: 21-24.
23
ANTT, Inventario del libro de las Portarias do Reino, lib. II , págs. 148-149.
Fue la marca de la condición cautiva lo que estableció los límites de las posibi-
lidades de nobilización de los oficiales del Tercio de la Gente Negra de Pernambuco
como súbditos de la Corona portuguesa en la segunda mitad del siglo XVII y en las
primeras décadas del XVIII, cuando peleaban su derecho a las distinciones de órde-
nes militares de las cuales habían recibido mercedes. Las discusiones que se die-
ron entonces institucionalizaron, por primera vez, un espacio racializado de as-
censo social limitado a los descendientes libres de cautivos.
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Resumen
América tiene una deuda con mi gente… hay una deuda con el pueblo negro
que ellos nunca podrán pagar. Al menos deben crear formas de recompensa.
SOJOURNER TRUTH (1863)
1
La expresión intelectuales-activistas ha sido utilizada por Catherine Walsh en el contexto del
Grupo Andino sobre colonialidad del poder.
5
El tercer eje de la colonialidad del poder es el de la dominación patriarcal definida por
jerarquías de género y sexualidad. A diferencia de la dominación racial, el patriarcado es
anterior a la modernidad capitalista. Sin embargo, el poder patriarcal se redefine una vez
articulado al capital, a las jerarquías etnorraciales, al orden geopolítico global y a las nue -
vas formas de subjetividad y colonialidad del saber que emergen con el patrón de poder
moderno- colonial. Por eso debemos analizar fenómenos tales como la división sexual capi-
talista del trabajo a escala mundial. La imagen ideal del sujeto soberano occidental presen-
ta a un hombre blanco, europeo o eurodescendiente, propietario, educado, padre y marido
heterosexual. La soberanía de dicho sujeto imperial radica en la concatenación de su defi-
nición racial, carácter de clase, género y sexualidad con su posesión y dominio de la llama-
da civilización occidental.
6
Para el debate sobre la relación entre redistribución y reconocimiento como principios de
justicia ver Fraser y Honneth (2003).
7
Para el concepto de “era de la revolución”, ver Hobsbawn (1975). Acerca de las discusiones
más iluminadoras sobre la centralidad de la esclavitud y de la revolución haitiana en la mo-
dernidad capitalista, ver Fisher (2004), James (1989), Tomich (2003) y Trouillot (1997).
Para concluir este análisis queremos recalcar que las luchas por
afrorreparaciones en los Estados Unidos son cruciales por su riqueza como ejem-
plo histórico, dada su larga duración y la abundancia de propuestas y debates
sobre justicia reparativa, y en vista de la importancia de la política
afronorteamericana dentro de la política racial en la perspectiva histórico-mun-
dial. Por otro lado se puede argumentar que el mundo afrolatino surge, en el
presente, como locus principal en las Américas de los movimientos negros que
efectúan propuestas sustanciales a favor de la democracia racial como parte de
esfuerzos más amplios en aras de la justicia social en los niveles local, nacional,
regional y global.
Afrolatinidades y Afro-reparaciones
Un interrogante obvio que surge al reflexionar sobre la relevancia de la his-
toria de luchas y propuestas sobre afrorreparaciones es cuál ha sido su trayecto-
ria en Latinoamérica. Resulta importante observar que el historial de justicia
reparativa en relación con los amerindios dentro de los imperios español y por-
tugués se remonta a la modernidad temprana. Sin embargo, hay que hurgar
para encontrar indicios de acciones legales y políticas estatales análogas con
respecto a los afrodescendientes. Esto muestra la marginalización de los afro-
descendientes como identidad colectiva y su negación como categoría legal,
tanto en los regímenes imperiales como en los esquemas regionales y nacionales
de Latinoamérica. La reescritura de la historia de la región a partir de la actua-
ción subalterna debería incluir genealogías de acciones a favor de la justicia
reparativa que, desde el período esclavista, implicaban acciones legales de de-
nuncia del terror de las plantaciones y de demanda de mejores condiciones de
trabajo y vida junto con reclamos de propiedad y libertad, y que, luego de la
abolición, comprendían reclamos contra la discriminación y a favor de la ciu-
dadanía. Sin embargo, en Latinoamérica no se registra históricamente un dis-
curso de afrorreparaciones ligado a propuestas concretas y elaboradas y con
implicaciones legislativas y legales, como sí ocurrió en los Estados Unidos a
Brasil y Colombia son los dos países con mayor cantidad de afrodescendien-
tes en América Latina (y respectivamente primero y tercero en las Américas);
así que no debe sorprender que los debates sobre justicia reparativa sean parti-
cularmente vigorosos en ambos países. En Brasil, el debate público y las discu-
siones intelectuales se han enfocado tanto en las políticas de acción afirmativa
(sobre todo, en el sector educativo) como en los derechos de propiedad colecti-
va sobre los territorios que se dicen descendientes de los quilombos (o espacios
negros liberados del yugo de la esclavitud). Ambas vertientes de justicia
reparativa son producto de las luchas del movimiento negro brasileño, el cual
experimentó un clímax en los años ochenta, cuando se articuló a nivel nacional
y logró abogar por políticas raciales estatales en 1988, cuando se cumplían cien
8
Para el concepto de “justicia histórica”, ver el artículo de Hebe Mattos en este libro
9
Ejemplo de ello es este libro en el cual desde distintas posturas se debate de manera amplia
este tema para Colombia
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Resumen
1
La noción de “racismo estructural” es clave para comprender los procesos de exclusión,
pobreza y desigualdad de los afroecuatorianos. Este término cobró valor durante la III Cumbre
Mundial ( ONU) contra el Racismo, que tuvo lugar en Sudáfrica (2001). Desde Romero
Rodríguez (2004), esta categoría está ligada al contexto económico y social en el cual se
desarrolló la trata esclavista de los africanos desde el siglo XVI. Este proceso trajo una herencia
de exclusión, explotación y colonialismo sobre estos pueblos, la cual se afianza más hoy con la
explotación y la desigualdad auspiciada por la ideología neoliberal de las sociedades capitalis-
tas contemporáneas. Para Dennis Oliveira (2002), la ideología neoliberal trae consigo un
proyecto racista en el que las ideas de igualdad y de democracia se subordinan al sentido
gerencial capitalista: “De este modo afloran procesos continuos de selección, exclusión, afloran
mecanismos raciales como criterios selectivos, primeramente en el mercado del trabajo for-
mal y después como consecuencia del ejercicio de la ciudadanía”. Rodolfo Stavenhagen (2001:
9) considera que “las profundas desigualdades económicas entre indígenas y no indígenas, la
marginación social de aquéllos, su exclusión política y su subordinación cultural forman un
cuadro histórico de discriminación persistente que no puede calificarse más que de racismo
estructural. Es decir: enraizado en las estructuras de poder y dominio que han venido carac-
terizando a las sociedades latinoamericanas durante siglos”.
2
Dentro de las medidas institucionales adoptadas por las Naciones Unidas para combatir el
racismo, esta entidad ha organizado tres cumbres mundiales, de las cuales la primera se cele-
bró en Ginebra en 1978, la segunda en Ginebra en 1983 y la tercera en Durban en 2001.
3
En efecto, el artículo 13 de la Declaración de Durban reza expresamente: “Reconocemos que la
esclavitud y la trata de esclavos, en particular la trata transatlántica, fueron tragedias atroces en la
historia de la humanidad, no sólo por su aborrecible barbarie, sino también por su magnitud, su
carácter organizado y, especialmente, su negación de la esencia de las víctimas, y reconocemos
asimismo que la esclavitud y la trata de esclavos, especialmente la trata transatlántica de esclavos,
constituyen, y siempre deberían haber constituido, un crimen de lesa humanidad y son una de las
principales fuentes y manifestaciones de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de
intolerancia, y que los africanos y afrodescendientes, los asiáticos y las personas de origen asiático y
los pueblos indígenas fueron víctimas de esos actos y continúan siéndolo de sus consecuencias”.
4
Sólo en el Plan de acción, el capítulo referente a “Remedios, reparaciones e indemnizaciones”
hace la siguiente mención del tema de las reparaciones: “165. Insta a los Estados a que refuercen
la protección contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de
intolerancia garantizando a todas las personas el acceso a remedios eficaces y adecuados y el
derecho a dirigirse a los tribunales nacionales competentes y otras instituciones nacionales
para pedir una reparación o satisfacción justa y adecuada por los perjuicios que les ocasionen esas
formas de discriminación. […]; 166. Insta a los Estados a que adopten las medidas necesarias, con-
forme a lo previsto en la legislación nacional, para garantizar el derecho de las víctimas a obtener una
reparación o satisfacción justa y adecuada a fin de combatir los actos de racismo, discrimina-
ción racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia, y a que adopten medidas efectivas
para impedir la repetición de esos actos” (cursivas del autor).
5
En el texto de la Declaración se subraya: “108. Reconocemos la necesidad de adoptar medidas
afirmativas o medidas especiales a favor de las víctimas del racismo, la discriminación racial, la
xenofobia y las formas conexas de intolerancia para promover su plena integración en la
sociedad. Esas medidas de acción efectiva, que han de incluir medidas sociales, deben estar
destinadas a corregir las condiciones que menoscaban el disfrute de los derechos y a introdu-
cir medidas especiales para alentar la participación igual de todos los grupos raciales y cultu-
rales, lingüísticos y religiosos en todos los sectores de la sociedad y para situarlos en pie de
igualdad. Entre estas medidas deberían figurar medidas especiales para lograr una representa-
ción apropiada en las instituciones de enseñanza, la vivienda, los partidos políticos, los parla-
mentos y el empleo, en particular en los órganos judiciales, la policía, el ejército y otros servi-
cios civiles, lo que en algunos casos puede exigir reformas electorales, reformas agrarias y
campañas en pro de la participación equitativa”.
6
“La pobreza castiga al 92% de los afroamericanos”, en El Comercio, Quito, septiembre de
2004, pág. A7.
Frente a esta situación, los ex esclavos tuvieron que diseñar estrategias para
sobrevivir en medio de las condiciones adversas del blanqueamiento, la asimi-
lación y el racismo. De acuerdo con Manuel Zapata Olivella (1989), la
afrodescendencia desarrolló en América procesos culturales deconstructivos y
Desde que la República abrió sus puertas a todas las naciones, ha ido mejo-
rando, aunque con lentitud las castas de sus hijos por medio del mayor número
de europeos y de los americanos ingleses cuyo color blanco y sonrosado se en-
carna admirablemente en la pura, y mejor todavía en la mestiza procedente de
los blancos y bronceados de la serranía (cit. en Guerrero 1994: 217).
7
La ronda que recoge De la Torre (2002: 40) dice así: “¿Quién quiere al hombre negro? /
¡Nadie! / ¿Por qué? / ¡Porque es negro! / ¿Qué come? / ¡Carne! / ¿Y qué bebe? / ¡Sangre!”. El
autor anota que hoy en día la ronda ha cambiado las palabras hombre negro por monstruo verde.
Justamente durante la segunda mitad del siglo XIX cuando, más por razones
económicas que humanistas, se abolió jurídicamente la esclavitud, a los afro-
descendientes –relegados, descompensados y sin reparación alguna– se los ex-
cluyó de los privilegios del liberalismo. Se les negó su condición de ciudadanos
por no saber leer ni escribir ni tener capital ni propiedad alguna. En cambio, el
general José María Urbina, al firmar en 1852 la ley de abolición –sin repara-
ción–, sólo les dio dos opciones a los libertos: volver a la esclavitud y a la servi-
dumbre en las haciendas, en calidad de “conciertos”, o ingresar al ejército. De
lo contrario se los declararía vagos y se los apresaría y obligaría a ingresar a la
milicia (Costales y Costales 1964).
Las cifras no pueden ser más reveladoras. El desempleo urbano de los afro-
descendientes es de 14%, muy superior a la tasa nacional urbana de 11%. Por su
parte, el ingreso mensual promedio del hogar afro es de US$378,80, mientras un
hogar blanco alcanza los US $644,66, siendo de US$500,82 el promedio nacional.
Ahora bien: las cifras de la pobreza en Ecuador están muy relacionadas con
la discriminación racial. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Hogar sobre
el Racismo y la Discriminación que el autor coordinó en 2004 para el Instituto
Nacional de Estadísticas y Censos del Ecuador11 , 62% de los ecuatorianos ad-
miten que en el país existe el racismo, pero sólo 10% se considera abiertamente
racistas siendo los blancos los más racistas (14%). La encuesta afirma que 88%
10
Las organizaciones sociales consideran que los afroecuatorianos superan el 10% de la po-
blación, es decir que son más de 1,2 millones de habitantes.
11
La consulta se realizó en el marco de la Ronda de la Encuesta Nacional de Empleo, Desem-
pleo y Subempleo (Sieh-Enemdu) realizada en septiembre del 2004 en territorio urbano y
rural. Se entrevistó, en las veintidós provincias, a 37.000 personas, pertenecientes a 8.600
hogares, el 65,6% urbanos y el 34,4% rurales. Sus resultados se publicaron en Ecuador. Secre -
taria Técnica del Frente Social 2005.
La encuesta indagó sobre las preferencias y el buen trato que reciben las
personas según su color de piel. Los datos fueron contundentes: 80% creen que
los blancos obtienen un mejor trato, siendo una minoría nacional que no supe-
ra el 10,4% según el censo, mientras que los mestizos, que son más de 77,6% de
los ecuatorianos, sólo reciben un nivel de aceptación de 6%. Entre tanto, los
indígenas y los afrodescendientes son aceptados en apenas 1%, lo que ratifica la
preponderancia de una ideología del blanqueamiento en una sociedad donde la
dominación de los blancos es palpable.
Si tienen un alto grado de aceptación social en Ecuador, los blancos son, por
lo tanto, los preferidos en distintos ámbitos de la sociedad, incluyendo el del
empleo. Por ello no debe sorprender que sobre los afroecuatorianos recaigan no
sólo la más alta tasa de desempleo sino también la mayor discriminación racial
de tipo laboral12 . En efecto, la encuesta sobre racismo revela que las poblacio-
nes afro e indígena son las que mayor discriminación han sentido en sus lugares
de trabajo (13% y 10% respectivamente).
Por otra parte se calculó un índice de prejuicio racial indirecto hacia los
afroecuatorianos, con un resultado de 76%; es decir, que de cada veinticinco
ecuatorianos, diecinueve sienten algún grado de prejuicio racial frente a los
afroecuatorianos. Este prejuicio es mucho más pronunciado en la Sierra que en
la Costa.
12
De acuerdo con el censo del 2001, la población afroecuatoriana económicamente activa se
dedica en un 29,4% a actividades no calificadas, en un 17% a la construcción y en un 14,7% al
servicio doméstico. Y, por si esto fuera poco, en Ecuador no existe un solo alto funcionario o
ministro afrodescendiente. Gran parte de los jóvenes negros se ven obligados a trabajar como
vigilantes o policías o, cuando esto no es posible, como “coteros” en los puertos marítimos.
13
Datos aún sin procesar de la encuesta realizada a las organizaciones afroecuatorianas en 2005
por la Secretaría Técnica del Frente Social, Sistema Integrado de Indicadores Sociales (Siise).
14
Cfr. Banco Interamericano de Desarrollo y Consejo de Organizaciones de la Sociedad Civil
Afroecuatoriana (2004). Así mismo ver el proyecto de la Ley de Derechos Colectivos del Pue-
blo Negro o Afroecuatoriano que actualmente cursa segundo debate en el Congreso de la Re-
pública de Ecuador, presentado por el diputado por la provincia de Esmeraldas, Rafael Erazo.
En el caso de Ecuador, las reparaciones son más que justas y necesarias. Pese
a que han hecho importantes contribuciones a la consolidación del Estado y de
la sociedad misma, los afroecuatorianos aún son invisibilizados, relegados,
estigmatizados y sólo tenidos en cuenta en escenarios exóticos como el folclor
–danza y música– o las pistas atléticas y los estadios de fútbol. Datos estadísti-
cos del Sistema de Indicadores Sociales del Pueblo Afroecuatoriano (Sispae)
ubican a estas comunidades dentro de los indicadores más bajos en cuanto
alfabetismo, acceso a la educación en todos sus niveles, empleo, productividad
e ingresos. Las diferencias sociales con la población blanca son abismales. Por
otra parte, los medios de comunicación alimentan a diario representaciones
sociales y discursos que ponen al afroecuatoriano en condición de inferioridad
y estereotipo. Y, por si fuera poco, aun en los textos escolares oficiales y no
oficiales la exclusión de sus aportes a la historia es notable.
Otro paquete importante dentro del contexto de las reparaciones tiene que
ver con las medidas de acción afirmativas para el pueblo afroecuatoriano. Di-
chas medidas se orientan a superar las inequidades sociales y económicas exis-
tentes y persistentes. Cuando hablamos de medidas de acción afirmativas nos
referimos específicamente a políticas públicas en el campo de la educación, del
empleo, de la salud y del fomento de la productividad. Esto por cuanto sólo
mediante una legislación clara en estos aspectos podrán los afroecuatorianos
superar las barreras de racismo y discriminación que a diario enfrentan cuando
de encontrar trabajo o lograr acceso a la universidad se trata, barreras que, como
hemos sostenido aquí, están enquistadas en el racismo estructural que sostiene
el actual sistema de inequidades, característico de la sociedad capitalista movi-
da por la ideología neoliberal.
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Resumen
1. Introducción
En el plano internacional, la Conferencia de Durban (Sudáfrica), de 2001,
consideró la trata transatlántica –por medio de la cual millones de africanos
fueron arrancados por la fuerza de sus territorios, sociedades y culturas– un
crimen de lesa humanidad. Por su parte, el Foro Social Mundial se ha promovi-
do como contrapunto del Foro Económico Mundial de Davos, que se viene rea-
lizando desde 1971. De este movimiento, que se inició en 2001, surgió la idea de
un Foro Social de las Américas, el cual se reunió por vez primera, en Quito,
entre el 25 y el 30 de junio de 2004, es decir, hace poco más de dos años. En tal
Este tipo de medidas, por ejemplo, miran más hacia el futuro que hacia el
pasado y se inscriben en un proyecto de más largo alcance que en el fondo busca
–se supone– alterar para bien las condiciones sociales y económicas de grupos
Desde mediados de la década del noventa del siglo pasado, en el plano inter-
nacional, la ONU –particularmente a través de la Unesco– se ha embarcado en
una estrategia reparativa en la que se busca ante todo una sensibilización histó-
rica con respecto a la trata esclavista y sus consecuencias. “Romper el silencio”,
“La ruta del esclavo” y “Archivo de la trata esclavista” –este último en el con-
texto del proyecto “La memoria del mundo”– son planes de tipo cultural,
investigativo y educativo que pretenden proyectar el recuerdo de este oscuro
capítulo de la historia humana 3 y fomentar su análisis de la forma más profesio-
3
Precisamente, la Unesco proclamó en 1997 que cada 23 de agosto sería el Día Internacional
del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición.
Existen también puntos de vista muy interesantes con respecto a los daños
causados por los planes de acción afirmativa y de preferencias raciales, sobre
todo en el campo de las admisiones escolares, área acerca de la cual se han
Ahora bien: si, en un caso particular como el colombiano, algún tema llegara
a los tribunales de justicia bajo la directriz de un reclamo por acción afirmativa,
¿cuáles serían las opciones tanto para los miembros de nuestro sistema judicial
como para los interesados? Éste es otro de los retos que hemos de enfrentar y que
han de enfrentar nuestros sectores étnicos y nuestras minorías, máxime si se
tiene en cuenta el precedente de las circunscripciones especiales de las “comuni-
dades negras” en la Cámara de Representantes; representatividad, entre otras
cosas, mínima y que ha sido –hay que reconocerlo– mal aprovechada4 .
Por último –pero esto no es menos importante– cabe considerar las gravísimas
consecuencias del conflicto interno colombiano sobre la gente negra e indíge-
na, los territorios étnicos y sus organizaciones (Mosquera, Pardo y Hoffmann
2002: 15-42; Pardo, Mosquera y Ramírez 2004; Restrepo y Rojas 2004), con
todo su cortejo de “desplazados”, poblaciones vaciadas de habitantes o aterrori-
zadas y procesos organizativos étnicos interrumpidos o interferidos6 . Como si
6
Discuto que el término desplazados sea el adecuado para describir, sobre todo, la situación de
afrocolombianos e indígenas de la costa Pacífica colombiana (cfr. Almario 2003), pero es el
que se usa en el lenguaje corriente y académico. Los “desplazados”, aparte de la tragedia que
significa ser objeto de violencia y despojo de sus territorios étnicos, después, en sus lugares de
destino, deben padecer la reproducción y ampliación de todas las formas de discriminación y
exclusión conocidas. En otras palabras se puede afirmar sin rodeos que, en las circunstancias
Por supuesto, estos problemas han sido abordados por muchos investigado-
res con distintas perspectivas y metodologías; pero, para los efectos de esta co-
municación, quiero apoyarme en un trabajo reciente que sintetiza buena parte
8
Los trabajos al respecto son muchos, pero, por lo novedoso, sintético y controversial, véase,
especialmente, Pizarro Leongómez 2004.
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Resumen
1
Agradezco los generosos aportes y comentarios críticos que hicieron a este escrito Farid
Samir Benavides, Andrés Gabriel Arévalo, Ángela Inés Robledo, Fernando Visbal Uricoechea,
Michel Maurice Gabriel Labbé, Michèle Baussant y al maestro Bogumil Jewsiewicki-Koss,
director de la Cátedra de Historia Comparada de la Memoria en la Universidad de Laval
(Canadá) e investigador del Celat. Los argumentos que expongo son de mi entera responsa-
bilidad y en ningún momento estas personas están comprometidos con ellos. En este escrito
0. Reflexiones sobre los impactos del multiculturalismo
constitucional colombiano en la discusión étnico-racial
negra, afrocolombiana y raizal
Quince años después de la expedición de la Constitución de 1991, adjetivada
de pluriétnica y multicultural, sus desarrollos retan hoy al campo académico a
responder con honestidad intelectual a una serie de cuestionamientos que han
aparecido y a analizar en detalle las paradojas, las contradicciones y los efectos
perversos que han surgido en la implementación del multiculturalismo en el
país. Por medio de la exposición de casos y a través de anécdotas podemos dar
cuenta de las complejas dinámicas de las políticas de la cultura y de las políticas
identitarias (Poirier, 2004: 9; Rojas 2004; 2005; Zambrano 2006).
Es cierto que los colectivos organizados que representan las diferencias cul-
turales constitutivas del espectro multicultural –los géneros, las discapacidades,
las opciones sexuales, los cultos, las generaciones, la diversidad étnico-racial,
etc.– hacen uso de esencialismos estratégicos, es decir, de solidaridades tempo-
rales dirigidas a la acción social, por medio de los cuales aceptan de manera
transitoria una posición esencialista en cuanto a sus identidades para poder
actuar como bloque (Spivak 1994).
3
Coordinadora del Centro de Estudios Africanos de la Universidad Externado de Colombia.
5
Se denomina crimen de lesa humanidad a aquel acto que agravia, lastima, ofende e injuria a la
humanidad en su conjunto. Según lo establecido por el Estatuto de Roma de la Corte Penal
Internacional se consideran tales las conductas tipificadas como asesinato, exterminio, de -
portación o desplazamiento forzoso, encarcelación, tortura, violación, prostitución forzada,
esterilización forzada, persecución por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales, étnicos
u otros definidos expresamente, desaparición forzada o cualesquiera actos inhumanos que
causen graves sufrimientos o atenten contra la salud mental o física de quien los sufre, siem-
pre que dichas conductas se cometan como parte de un ataque generalizado o sistemático
contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque. El crimen de lesa humanidad
es uno de los delitos más graves según el derecho internacional, pues se atiene al principio de
imprescriptibilidad, cualquiera que sea la fecha en que se haya cometido.
Aquí podría estar la explicación de la poca importancia que se dio a los re-
sultados de la Comisión Corográfica, los cuales en el fondo justificaban cientí-
Esto implicó que en las zonas de mayorías negras o mulatas como el Caribe y
el Pacífico […] se dio una relación entre región, desigualdad social y estructura
de clase, cabe decir que en la región tendieron a coincidir fronteras las sociales
con las fronteras étnicas, dado el escaso mestizaje, mulataje y zambaje, el am-
plio predominio demográfico de los negros, la baja cantidad de efectivos blan-
cos y la casi despreciable inmigración de estos o de mestizos hacia la región, así
como por la precaria movilidad social y geográfica que se presentó en la región
y desde ésta hacia otras regiones y zonas del país (Almario 2003: 95).
¿Serán las suficiencias íntimas y los relatos apologéticos los que justifican la
negación sistemática que el grueso de la población negra, afrocolombiana y raizal
hace del racismo y de las discriminaciones, primero, en sus vidas y, luego, en la
sociedad colombiana? ¿Tendrá esto que ver con la insensibilidad y la falta de
movilización social frente a la intersección de todas las discriminaciones en
negros, afrocolombianos y raizales? ¿Por qué no nos conmueve la “fragmentaria
y discontinua Memoria de la Esclavitud” que señala Anne Marie Losonczy?
¿Por qué no nos impresionan los fenómenos de olvido promovidos por el Estado
y el ala más tradicional de la Iglesia católica sobre la execrable institución? La
ausencia de respuestas sociales y culturales a la tal victimización no es incom-
patible con procesos de reflexión sobre un crimen que causó y sigue generando
daños sociales, sufrimiento y condiciones de vida infrahumanas.
6
En su artículo “Can the subaltern speak?” (1994), Gayatri Spivak la define como ”la altera-
ción, negación y, en casos extremos como las colonizaciones, hasta extinción de los significa-
dos de la vida cotidiana, jurídica y simbólica de individuos y grupos”. La violencia epistémica
es una forma de invisibilizar al otro arrebatándole su posibilidad de representación.
7
El profesor Farid Samir Benavides, de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional,
Sede Bogotá, me recuerda con tino que también se podría hablar de una violencia hermenéu-
tica que hace parecer universal lo meramente local –de Europa–. El discurso de la globalización
repite y consolida esa violencia.
Me interesa, pues, extender una invitación ampliada a las personas que in-
tegramos a este grupo subalternizado a hablar una vez más sobre este silencio
histórico, a analizar estos procesos de olvido y a desenmascarar la naturaliza-
ción de las desigualdades sociales y económicas que golpean al grueso de la po-
blación negra, afrocolombiana y raizal que vive en los departamentos, ciuda-
des, municipios, caseríos, veredas, ríos, archipiélagos e islas donde somos mayoría.
Busco unir la mía a las voces de buscadores de utopías que denuncien y se opon-
gan al racismo estructural, social y cotidiano, que se pronuncien frente a todas
las discriminaciones y que le exijan al Estado que eleve los indicadores de cali-
dad de vida para el grueso de los descendientes de esclavizados, sometidos a
situaciones inaceptables de pobreza y extrema pobreza y cuyas vidas se desarro-
llan en medio del sufrimiento debido a esta condición.
Negros de todos los colores: si bien es verdad que no hablamos de la trata negrera
o de la institución de la esclavitud en nuestras familias y hogares, sí nos sabe-
mos, aunque sea inconscientemente, descendientes de una misma tragedia hu-
mana imperdonable cuando en la vida de todos los días usamos palabras como
familia, tío, primo, mi sangre, mi raza, mi corracial o mi gente para dirigirnos a per-
sonas con quienes no tenemos parentesco biológico alguno, pero con las que
nos sentimos conectadas por hilos invisibles como parte de una imaginada fa-
milia afrodiaspórica.
8
En Estados Unidos se habló de reparación después de la Guerra Civil. Pero luego se dio la
segregación racial legal. Es interesante traer a colación este hecho, pues se reconoce el deber
ético y jurídico del Estado de reparar un daño que es imprescriptible.
9
Ver la crítica que realizan Barbary, Ramírez y Urrea (2004: 245).
A escala nacional, el ICV tuvo una mejoría de 3 puntos entre 1997 y 2003,
llegando a 77 puntos. Todas las regiones, con excepción de la Pacífica, registra-
ron avances en el indicador, que recoge las variables calidad de la vivienda (ri-
queza física), acceso y calidad de los servicios públicos domiciliarios (riqueza física
colectiva), educación (capital humano individual) y tamaño y composición del hogar
(capital social básico).
Al lado de Libia Grueso, Leyla Andrea Arroyo Muñoz, Julia Cogollo, Zulia
Mena, Betty Ruth Lozano, Teresa Cassiani, Dorina Hernández, Isabel Mena,
Doris García y Rosa Carlina García, por nombrar sólo a algunas, yo hago parte
de un grupo de intelectuales activistas que sostenemos que los descendientes de
los esclavizados traídos en el marco de la trata negrera transatlántica a la Nue-
va Granada son un grupo subalternizado al cual el Estado colombiano actual
debe reparar por tres razones.
10
Ver el artículo del maestro Jaime Arocha y Lina del Mar Moreno Tovar en este mismo libro.
Por los estudios acerca de la colonialidad del poder sabemos que los rasgos
fenotípicos y culturales son insuficientes para producir diferenciaciones racia-
les y que en efecto existe una confusión entre los rasgos fenotípicos utilizados
para justificar la construcción de la idea de raza y las características sociales,
culturales e históricas atribuidas a los grupos racializados (Li 1994; 1998). Por
ello, los negros, afrocolombianos y raizales son un grupo social racializado como
inferior, situación que naturaliza el que hoy sufran y vivan en condiciones de
vida infrahumanas.
Este país, que desea ser inclusivo con su diversidad étnica-racial, no puede
avanzar en este desideratum sin el reconocimiento público de la existencia de la
institución de la esclavitud y de su carácter ignominioso, vejatorio y racializante.
No puede continuar en la subvalorización del peso que ella tuvo en la base de la
construcción de la diferenciación étnico-racial asimétrica en Colombia.
Hoy esas zonas de Frontera contienen los recursos que una parte del capita-
lismo trasnacional necesita, es decir, los recursos asociados a la biodiversidad.
En Colombia son las áreas de mayor pobreza. Mostrar el hecho histórico, social,
cultural y político de la creación de una geografía imaginada tendría el efecto de
desnaturalizar el alarmante abandono estatal que viven los departamentos ne-
gros, que durante la Colonia, antes de la imposición del mito de la nacionalidad
andina, constituido durante el siglo XIX (Múnera 2005: 197), tuvieron inmensa
importancia. Es bueno recordar que el Chocó, uno de los departamentos más
pobres de este país, fue el área más productiva para la minería esclavista duran-
te el siglo XVIII. Los negros y afrocolombianos han sobrevivido hasta hoy en con-
diciones de gran desventaja frente a otros grupos sociales –habitantes de geo-
grafías de tierras frías– y se los acusa de vivir con los peores indicadores de calidad
de vida por carecer de iniciativa individual y empresarial, por poseer un ethos de
la dejadez que les impide ver que son dueños de zonas de gran riqueza y por
haberse acostumbrado a sobrevivir en un mar de pobreza, discursos que los ne-
gros y afrocolombianos en unos casos han aceptado y a los que en otros se han
opuesto afirmando que ellos han creado cultura en la adversidad, establecido
pautas pacíficas de convivencia con los indígenas, cuidado la selva húmeda tro-
pical antes de que llegara la guerra a estos territorios y, por medio de una eficaz
ética del parentesco y de procesos de movilidad dentro y fuera del país, garanti-
zado la permanencia en la zona de familias negras que han sido las guardianas
de la hoy codiciada biodiversidad.
La última razón tiene que ver con la forma como el Estado colombiano sal-
vaguarda una memoria nacional neutra sin pensar que ésta nunca puede ser úni-
ca, que la memoria nacional “debería estar compuesta de una multiplicidad de
tramas e hilos narrativos, a menudo heterogéneos y contradictorios, que remi-
tan a una diversidad de interpretaciones del devenir histórico” (Kattan 2003:
50). Con la salvaguarda de esta memoria nacional neutra se han promovido el
olvido y el silencio ante la institución colonial de la esclavitud, algo que se ha
logrado de manera parcial. Reconozco que, en la Modernidad, el olvido hace
11
Santiago Castro Gómez (2005: 68) amplía esta idea cuando nos dice que ”ser blancos no
tenía que ver tanto con el color de la piel, como con la escenificación de un imaginario
cultural tejido por creencias religiosas, tipos de vestimenta, certificados de nobleza, modos de
comportamiento y formas de producir conocimientos”.
Desde otra orilla, Veena Das se pregunta sobre cómo hablar del pasado sin
formar una comunidad de resentimiento. Y encuentra que ante esta preocupa-
ción parecen existir dos respuestas: “en la primera, el énfasis en el sufrimiento
de las víctimas dentro de una cultura popular herida hace difícil reconocer el
pasado, y por lo tanto, comprometerse con la creación de sí en el presente. En
el segundo se pregunta si el resentimiento es visto como el destino inevitable de
un intento por enfrentar el problema del sufrimiento y la reparación” (Das 2003).
Ante esta bipolaridad, la misma autora se interroga: “no obstante, aún me pre-
gunto si es posible una imagen diferente de las víctimas y de los supervivientes
en la que el tiempo no esté congelado sino que se le permita hacer su trabajo”
13
En la Escuela de Francfort se resalta la idea de la ”Memoria del sufrimiento”. Pues debe
recordarse que el presente se funda en el dolor de sujetos pasados, y recordar ese dolor permi-
te determinar la justicia o la injusticia del bienestar presente. En todo caso es curioso -parte
del prejuicio eurocéntrico- que las sociedades occidentales acepten con más facilidad la re-
paración cuando las víctimas son grupos blancos (Alemania) que cuando la reclaman sujetos
de color.
Creo comprender por qué Das se aparta de la creación del metarrelato que
parece defender Achille Mbembé (2002) y muestra la importancia de lo micro
en la reconstrucción de una historia trágica. Para el caso colombiano asumo el
riesgo de parecer esencialista, pero aunque comparto que “no hay un sujeto
Pienso que esto no sólo es posible sino también deseable, sin necesidad de
quedarse en el tropo de la víctima. Por otra parte, Das habla de la necesidad de
impedir que la victimización les arrebate a personas la vida cotidiana (ibíd.). En
defensa de su propuesta nos dice
Ante cada persona que nos llega me pregunto qué espera del Estado o de la
sociedad en relación con la Justicia, qué sentimientos morales abriga respecto
de sus victimarios o qué les transmite a sus hijos respecto de lo que le ocurrió.
Las respuestas son diversas y no es procedente generalizar, pero la impresión
que recojo es que la gente busca ante todo vivir en paz, asegurar el futuro de sus
hijos, poder llorar a sus muertos, poder saludar a sus vecinos y poder ofrecer
algo al visitante en vez de tener que mendigar. No es la venganza ni el castigo lo
que aparece en primera línea en la mayoría de los casos.
Ante estos casos habría que esperar, en efecto, que la vida cotidiana de estas
personas se reestablezca, pero en un mundo irrigado por el derecho internacio-
nal, por el discurso de los derechos humanos, por pactos éticos aceptados por la
Humanidad (Heller 1990: 51-66). Las personas que han sido víctimas de actos
de barbarie y atrocidades de la guerra tienen el derecho a saber qué paso, a
conocer la verdad, a que se haga justicia, a que se castigue a los culpables y a que
el Estado se comprometa a que algo así no se repita.
los pobladores negros de las áreas rurales del Pacífico labraron un mundo
social guardando silencio sobre la esclavización, experiencia que desapareció
de la memoria narrada, de su historia. El silencio remedió el dolor pasado, ce-
rrando antiguas cicatrices […] una suerte de amnesia tácita de un grupo subal-
terno sirvió para distanciar el dolor que inflige el recuerdo y así persistir, la lu-
cha explícita, racional y emocional a la vez (Gnecco y Zambrano 2000: 20).
Dios hizo a los hombres de un solo color. Queriendo diferenciarlos, los dividió
en tres montones y les ordenó bañarse cierta mañana que hacía mucho frío. A la
hora de caer al pozo hizo tronar, llover, relampaguear y ventar. El primer grupo,
sin decir esta boca es mía, se dedicó a hacer lo que se le mandaba. Al hundirse en
el agua cada hombre notó que cambiaba de piel a medida que se frotaba la mugre.
En una hora quedaron blancos los bañistas. Al salirse se arrodillaron y dieron
gracias a Nuestro Señor por el beneficio que les había proporcionado. Como pre-
mio a su humildad Dios los puso de gobernadores de otros hombres. Al ver esto, el
segundo montón se metió al agua, que se iba secando a medida que la tocaban los
hombres. Para estos ya no hubo liquido bastante, por lo que quedaron del color de
la caña amarilla y con el pelo pasudo. Fueron los mulatos. Quedaron como algua-
ciles o segundones en el gobierno que se formaba. Tarde, después de muchos rue-
gos, pasó el tercer grupo al pozo, que ya no tenía agua. Los componentes sólo
pudieron tocar la arena del fondo con los pies y con las manos. Puesto que no se
hicieron ni blancos ni morenos, no bendijeron al que los había criado. Fueron, en
Por otra parte, Óscar Almario también realiza valiosos aportes a esta discu-
sión con la información empírica de su trabajo de campo realizado en el Pacífico
sur y un fino análisis de esta Memoria, en el que nos plantea:
Lo que queda claro es que, si bien es cierto que no hay un relato de la memo-
ria de la esclavitud ni de la ancestralidad africana, sí existe
Esta importante sentencia tiene otro mérito adicional: puso en evidencia las
distintas denominaciones que el Estado y las legislaciones internacionales han
construido para designar a los descendientes de los africanos que viven en el
país: “población constitutiva de la diversidad étnica y cultural de la nación en
situación de riesgo”, “grupo étnico”, “pueblo”, “población vulnerable”, “raizal”
y “población afrocolombiana en extrema pobreza y discriminación”.
Antes indiqué tres razones con las cuales se podrían argumentar las
afrorreparaciones en Colombia. En estos tres argumentos deben asentarse las
políticas públicas que concreten un programa viable de Acciones Afirmativas
temporales.
Como la honorable Corte sentenció que “en este sentido, la Ley se propone
integrar dicho grupo humano a la sociedad de una manera más plena. De ahí
que la función de la norma sea la de suprimir barreras que se opongan a la igual-
dad material y enfrentar las causas que la generan, sin eliminar –desde luego–
los rasgos culturales típicos de una determinada comunidad”, es necesario que
Por ello, la universidad debe responder a los retos que contiene la construc-
ción de una nación pluriétnica y multicultural como Colombia, para lo cual se
debe pensar en otras formas de acceso a los cupos universitarios. Si bien es cier-
to que la Universidad Nacional se asienta en la idea del mérito y de la excelen-
cia académica, ésta no puede desconocer que ha existido una violencia epistémica
que ha excluido a grupos sociales y a personas portadoras de diferencias cultu-
Deseo ilustrar la experiencia del dolor de las víctimas de la guerra con una
narración del ya citado Antonio Caicedo, un interviniente de una ONG que atien-
de a diario a personas y familias desterradas por la guerra del Pacífico colombia-
no en la más brasilera de las ciudades colombianas desde el punto de vista de las
relaciones raciales –me refiero a Cali–, relato que muestra cómo esta persona
comprende la fuerza del impacto diferencial de la guerra en las mujeres negras
cuando se las inscribe en un continuum histórico de destierro; ayer el de la trata
negrera transatlántica, hoy el del desplazamiento forzado:
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Resumen
Con una perspectiva histórica o, tal vez mejor, desde un punto de vista empí-
rico es bastante fácil vibrar al unísono con estas reacciones emocionales de
Espero que este breve ensayo provoque una reflexión más profunda sobre
cómo calcular concretamente esta profunda contribución afrodescendiente a
la formación de Colombia. El enfoque adoptado en este texto es el de la produc-
ción minera en la Colonia, la cual formaba parte de un amplio y complejo siste-
ma de sectores como la producción agropecuaria, la construcción, la artesanía
y el transporte, entre otros. He escogido los metales preciosos por tres razones:
1. Tenemos varias series de datos acerca de este sector, mucho más comple-
tos y exactos que sobre otros sectores de la economía temprana.
2. La minería del oro –pero también de la plata, el platino, las esmeraldas y
las perlas– fue el motor de la economía colonial y republicana hasta que co-
menzó la época del café.
3. Dentro de la documentación manuscrita sobre el sector minero se puede
encontrar una gran variedad de pruebas no solamente de crueldades padecidas
por ella sino también de las innovaciones y la alta productividad de la pobla-
ción esclavizada.
Es cierto que la producción de oro del Nuevo Reino era muy importante al
menos una generación antes de 1576, pero también es seguro que ya por estos
años una gran parte de dicha producción fue lograda por esclavos de ascenden-
cia africana. En los inicios de la industria minera fueron importantes la Enco-
mienda y, en algunas zonas, la Mita indígena. Por otra parte, las zonas más pro-
ductivas de oro en esa época –entre ellas, Zaragoza, Remedios y Popayán– estaban
dedicadas a la esclavitud negra. El gran total que Sluiter nos presenta sin añadir
un porcentaje de contrabando o de cuentas perdidas –que son bastantes– supe-
ra los sesenta millones de pesos, convertidos los pesos de oro en pesos de plata
de a ocho reales. A falta de una estimación para Cartagena, y gracias al trabajo
que he realizado en las Cajas Reales de Quito, puedo añadir un mínimo de otro
millón de pesos de oro –o dos y medio de plata– procedentes de Popayán que
pagaron impuestos en Quito. Con base en estos cálculos, y teniendo en cuenta
el contrabando y las cuentas perdidas, no sería exagerado estimar una produc-
ción anual de oro de un millón de pesos de plata entre 1550 y 1650. Tampoco
sería absurdo afirmar que por lo menos la mitad –o tal vez más– de este oro fue
producido por esclavos africanos y sus descendientes a comienzos de la Colo-
nia. Esto sin hablar de la plata, las esmeraldas y las perlas.
Para la segunda mitad del siglo XVII es mucho más difícil calcular con exacti-
tud la producción minera del Nuevo Reino por la creciente tasa de contraban-
do y la negligencia o la corrupción de los Oficiales Reales. Lo que sabemos por
fragmentos documentales es que seguían ampliándose las fronteras mineras,
casi todas abiertas por colonias de africanos esclavizados. En esa época, las élites
de Popayán y Cali y algunas de Antioquia y Panamá empezaron a trasladar sus
cuadrillas hacia zonas selváticas que no habían sido conquistadas, especialmente
Acerca de la cantidad de oro producido a lo largo del siglo XVIII tenemos los
estudios de Jorge Orlando Melo, Salomón Kalmanovitz, Germán Colmenares,
Guido Barona y otros. Pero, otra vez con el interés de ser breve en este esbozo
preliminar, voy a ofrecer un resumen global del historiador inglés Anthony
McFarlane. Tomando sus cifras de una mezcla de fuentes primarias y secunda-
rias, y sin añadir especulaciones sobre contrabando y cuentas perdidas,
Sabemos que la mayor parte de los españoles llegados a estas tierras no te-
nían experiencia alguna en minería. Dependían, al menos al principio, del co-
nocimiento y las técnicas indígenas para todo el proceso, desde la prospección
hasta el beneficio. Con el tiempo llegaron algunos alemanes y otros europeos
con conocimientos acerca de minas y metales, pero la mayoría de ellos se con-
centraron en las zonas de oro y plata de filón, y algunos en las minas de esmeral-
das. Casi todos los africanos que llegaban a las minas también carecían de tal
experiencia minera –pues, en general, los nativos de África eran, como todo el
mundo entonces, campesinos–, pero, en las minas de aluvión, muchos esclavos
aprendieron entre sí y adquirieron, al menos, algún conocimiento de prospec-
ción. Seguramente los diestros en métodos de irrigación y manejo de agua du-
rante los períodos de sequía eran muchos, y su conocimiento fue de importan-
cia fundamental en las minas neogranadinas, aun en zonas sumamente húmedas
como el Chocó y Barbacoas.
El trabajo minero se dividió muy pronto por sexos y edades: los hombres ma-
nejaban pesadas barras y azadones, y las mujeres manipulaban bateas, cachos y
otros instrumentos ligeros, como se acostumbraba en algunas partes de África
occidental; los ancianos ejecutaban tareas como la preparación de comida, el cui-
dado de criaturas y la refacción de ropa, y los niños se encargaban del transporte
de las herramientas entre ranchería y mina y prestaban ayuda en general. En las
minas de la costa Pacifica se cumplía la peligrosa tradición mencionada por Taussig
de bucear para recoger arenas ricas alrededor de rocas sumergidas, lo que común-
mente era realizado por mujeres y niños. En Timbiquí y otras zonas de terrazas de
cascajo profundo, la excavación de socavones también se dio, con todos sus peli-
gros. Como se sabe, el trabajo de las minas de aluvión siempre ha implicado ries-
gos de uno u otro tipo, pero más comunes eran accidentes como deslaves,
ahogamientos en ríos caudalosos y picaduras de víboras.
En otro caso del Chocó nos consta que algunos esclavos nacidos en África
trabajaban más de lo normal para que sus amos prosperaran. ¿Será justo llamar-
los “colaboradores”? Dadas las circunstancias, creo que no. En 1724, un hombre
llamado Francisco Arará testimonió, con otros integrantes de su cuadrilla, que
durante varios años habían trabajado de noche, a la luz de la luna o con candi-
les, para aumentar la productividad de una mina. A cambio se les había prome-
tido la libertad, compromiso que su ocioso amo, un tal Saavedra, no cumplió
(AGNC [4]; ver también Sharp 1975, 1976). Este caso no es único. La promesa
de libertad actuaba siempre como un poderoso imán, si no para un individuo sí
para su familia y sus hijos.
Conclusión
De forma muy breve he intentado en este ensayo abrir un espacio tradicio-
nalmente “histórico”, con su énfasis más o menos conservadurista en el examen
de la documentación del pasado, para pesar –y pensar– las múltiples contribu-
ciones económicas de los esclavos al sector minero colonial de la Nueva Grana-
da. Ofrezco sólo una especie de Memoria que quizá sea pertinente al debate
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Resumen
A lo largo del presente texto hago un uso recurrente de los términos nacio-
nalización y colombianización, con los cuales identifico el proceso mediante el
cual el Estado colombiano ha puesto en marcha diversos mecanismos orienta-
dos a la búsqueda de la integración cultural, económica y política del archipié-
lago con la nación colombiana. Una constante en este proceso ha sido la puesta
en marcha de estrategias de asimilación cultural que han desconocido la diver-
sidad cultural isleña (Clemente 1991: 127). Aunque en este documento desig-
no el mismo fenómeno con ambos términos, la noción de “nacionalización” es
adoptada por autores como Pedraza (1986) mientras que la de
“colombianización”, además de figurar en la bibliografía, también es común-
mente utilizada por los líderes raizales consultados.
Parsons (1985: 47) indica que a comienzos del siglo XVIII San Andrés fue
poblada por colonos provenientes de Jamaica, quienes se encontraban más in-
teresados en la agricultura que en la piratería. Las confrontaciones entre ingle-
ses y españoles por el dominio de las islas atravesaban un momento de relativa
calma, por lo cual no era imprescindible contar con fortalezas y cañones que
actuaran como defensas. Fue así como se inició un asentamiento permanente en
San Andrés, mientras que Providencia parece haber sido abandonada casi por
completo (ibíd.). A finales del siglo XVIII, San Andrés estaba habitada por colonos
ingleses y esclavizados de origen africano; al parecer, algunas mujeres miskitas
también se habían trasladado a la isla como esposas de colonos (ibíd.: 50).
A finales del siglo XVIII, el archipiélago de San Andrés y Providencia y las islas
Mangles o Corn se encontraban sujetas a la Capitanía de Guatemala, pero fueron
integradas al territorio de la Nueva Granada mediante una real cédula de 1803
(Eastman 1992: 6). En 1822, como ya se dijo, los isleños se anexaron voluntaria-
mente a la Constitución de Cúcuta, con lo cual se convirtieron oficialmente en
parte de la naciente república colombiana. No obstante mantuvieron fuertes vín-
culos históricos, políticos, económicos y sociales con otros pueblos del Caribe
occidental. La relación del Estado colombiano con las islas debió enfrentarse, por
una parte, con el hecho de que éstas habían sido ocupadas por ingleses y holande-
ses, con diferentes tradiciones culturales, y, por otra, con su distancia respecto a
los centros administrativos del interior del país (ibíd.: 4).
Junto con San Andrés y Providencia, las islas Corn o Mangles también ha-
cían parte de la llamada “Provincia de Providencia”, cuya administración de-
pendía de Cartagena. No obstante, Colombia no ejerció su soberanía sobre ellas,
lo cual facilitó que Nicaragua tomara su control desde la década de 1890 (Parsons
1985: 59). Petersen, un historiador local, cuenta que “en contraste con la indi-
ferencia de los gobernadores colombianos”, cincuenta habitantes de la Costa de
la Mosquitia, originarios de San Andrés, se organizaron para contener el avan-
ce nicaragüense en la región (Petersen 2002: 65). Pero poco tiempo después, en
1928, Colombia cedió la posesión de las Corn Islands y de la costa de la Mosquitia
mediante la firma del tratado Esguerra-Bárcenas, mientras que Nicaragua re-
nunció a sus reclamaciones sobre las islas de San Andrés y Providencia y los
cayos circundantes (Parsons 1985: 71). En el tratado no se hacía mención de
los habitantes de los territorios involucrados a lado y lado de la nueva frontera;
“y la mayor injusticia de todas: los isleños nunca fueron consultados sobre un
asunto tan serio que afectaba sus vidas” (Petersen 2002: 75).
Durante el siglo XIX, la relación entre el Estado colombiano y las islas fue
distante. El acercamiento se produjo bajo los preceptos de la Constitución de
1886, según la cual la nación colombiana debía consolidarse mediante la ho-
mogeneidad. A partir de una identificación de lo colombiano con el catolicis-
mo y la lengua española –concepto que no dejaba espacio para la diversidad–
(Clemente 1991: 129), las políticas integracionistas empezaron a ejercerse en
dos espacios fundamentales en la vida social de los sanandresanos: la escuela y
la iglesia.
La mayoría de la gente de las islas hemos pasado de una vida sencilla pero
buena a una vida de dependencia y necesidad. Hemos tenido que adaptarnos
a una nueva lengua, a una nueva religión, y acostumbrarnos a las comidas,
costumbres y valores ajenos: a cercas, a robos y a chapas en las puertas.
RUIZ y O’ FLIN 1992: 23
En los años veinte se decidió que San Andrés tenía que colombianizarse y
se definió la colombianización así: Teníamos que ser católicos, teníamos que
hablar español, teníamos que conocer los símbolos patrios, recitar el himno
nacional, identificar el escudo y la bandera, entonces yo hablo español, yo soy
colombiano… Decían que no conocíamos a Dios, ya gracias a Dios yo reaccio-
né a eso, ya no soy católico, no lo encuentro una desgracia saber hablar espa-
ñol, es una ventaja pero es una desgracia no dominar mi propio idioma como es
debido y como consecuencia ni el uno ni el otro (entrevista, octubre 3 de 2004).
Si yo me siento muy fuerte aquí, muy bien donde estoy, y usted llega y dice:
señor, esto no es tuyo, a partir de hoy cambia, lo que tú comes a partir de hoy
cambia, en quien tú crees a partir es otro, tu rutina diaria cambia, tu visión debe
cambiar porque todo lo que tú eres no es nada, sino lo que yo traigo, entonces
tu arquitectura también, tu comida también, tus costumbres cambian, tu san-
gre, inclusive la mezcla sanguínea cambia porque tú ya no puedes seguir siendo
quien eres sino que tienes que mezclarte con otros, usted necesita perfeccio-
narse, entonces… no seguirás siendo el negro negro negro ni serás blanco, pero
mi meta es que tú no sigas siendo ese isleño con una visión de isla, con una
visión diferente (entrevista, octubre 13 de 2004).
informaron a las niñas a su cargo que iban a iniciar un estudio bíblico al día
siguiente y que cada estudiante debía llevar la Biblia de su familia a la escuela.
Las monjas habían preparado una mesa con un mantel sobre la cual todas las
2
El término Spaniard, abreviado como “paña”, se utiliza en el archipiélago para hacer referen-
cia a los colombianos continentales.
3
Zona norte de la isla, donde se concentra la mayor cantidad de población proveniente de la
Colombia continental, así como el comercio y los hoteles.
4
En el original: “… informed the girls in their charge that they were going to begin a Bible study
the next day, and that each student should bring her family Bible to school. The nuns had
prepared a table with a tablecloth on which all the Bibles were placed as the girls entered. After
all were seated, the nuns tied the four corners of the tablecloth together and then proceeded to
carry the sacred books outside, pouring kerosene on them and igniting them! As the children
cried seeing their Bibles burning, some of the parents who lived nearby heard the commotion
and came running to see what was happening. Upon witnessing the wanton destruction of
God’s Word, they began crying too, pleading for a reason from the nuns. Soon the news spread
over the whole island with many protests. This unfortunate event took place in 1928.
Interestingly, island lore has it that just a few days afterward, the coconut palm under which the
Bibles were burned became infected with a disease and died. This disease spread and most of the
remaining coconut palms on the island became infected. What is documented is that two years
after the Bible burning incident, there were no coconuts on the entire island, and 90% of the
palm trees had died! It then became necessary to replant all the farms of the island. Many native
people believed that this tragic event marked a curse from God upon the island’s most important
industry at the time, due to the wanton destruction of His sacred Word”. Escuché esta historia
por primera vez durante una conversación con un lider raizal cuando hablábamos acerca de los
efectos de las políticas de colombianización sobre la gente isleña. Tiempo después constaté que
se encuentra registrada también en el libro de Petersen.
5
Thomas Gómez aborda los “lugares de la memoria”, noción acuñada por Pierre Nora, como
cristalizadores de la identidad nacional.
¿Cuál es el papel que desempeñan estas memorias para la gente raizal y, en espe-
cial, para los activistas de la autodeterminación? Ya he señalado que estas memorias
se convierten en instrumentos políticos de la defensa de la autodeterminación. Las
causas de la lucha del movimiento raizal actual se ubican en un plano externo al
grupo social: los relatos muestran que las políticas de aniquilación de la diversidad
alteraron el orden social, dando lugar a dinámicas concebidas como externas al
“propio desarrollo” de la gente raizal: “En nuestra sociedad ya tenemos drogadictos,
tenemos locos, tenemos prostitutas, tenemos delincuentes, tenemos todos los fenó-
menos sociales que no salieron de la dinámica de nuestro propio desarrollo, sino
que son resultado de choques culturales, de cambios inexplicables, para lo cual las
personas no tienen una razón” (entrevista, octubre 3 de 2004).
En las narrativas que contrastan el pasado con el presente es claro que el Esta-
do colombiano ha sido el causante de la resistencia isleña al ejercer mecanismos
que vulneraron las particularidades de un pueblo que, pese a provenir de una
tradición cultural diversa, asumió voluntariamente la nacionalidad colombiana e
incluso ha participado en episodios significativos de la historia nacional:
Después del 1902 cuando el sanandresano reniega y echa de las aguas co-
lombianas al buque Nashville porque no querían separarse de Colombia, viene
1912 y son los sanandresanos los que piden a Colombia reconocerles y darles
un mejor estatus dentro de la división política territorial, porque dieran el estatus
Nosotros tenemos que ser colombianos, y ser colombiano ¿qué significa eso?
Portar una cédula no más, dejar de ser lo que nosotros somos, entremezclarnos,
aceptar la imposición económica que traigan, primero está el puerto libre, aho-
ra está la globalización… ¿Qué papel jugamos nosotros ahí? Víctimas; para todo
lo que hacen aquí quien pierde el espacio somos nosotros, quien pierde la tierra
somos nosotros (entrevista, octubre 13 de 2004).
A manera de conclusión
San Andrés Isla: acciones en torno a la Reparación
La trata transatlántica y la esclavitud marcaron de manera indeleble las
memorias de los esclavizados en América y el Caribe. La reparación es un deber
de las sociedades implicadas en este crimen, las cuales sustentaron su desarrollo
industrial y capitalista en el trabajo forzado de un número incalculable de hom-
bres y mujeres africanos, reducidos a la condición de bienes muebles para justi-
ficar su comercio.
No pretendo afirmar que los ancestros africanos de la gente raizal del archi-
piélago no hayan sufrido las consecuencias nefastas del comercio esclavista; no
obstante considero que en la memoria isleña ha predominado la identificación
con la cultura anglosajona, por lo que se ha dejado de lado la reivindicación de
las raíces africanas, lo cual habría inhibido el surgimiento de la conciencia de
los perjuicios de la trata y de la necesidad de reparación. Pero, en cierto sentido,
la memoria de la esclavitud ha continuado viva en la gente raizal: la
inferiorización de lo africano, que funcionó con éxito durante la trata como
una justificación ideológica del crimen cometido por las potencias coloniales,
ha dejado su impronta en la memoria isleña mediante la afanosa reivindicación
de un origen europeo y la negación de las raíces africanas, consideradas
incivilizadas (Clemente 1991: 67). Por fortuna, la creciente reivindicación de
La educación
En comparación con los del resto del país, los estudiantes de San Andrés y
Providencia presentan uno de los más altos niveles de deficiencias escolares (El
Tiempo, 17 de junio de 2005, pág. 1-3). La calidad de la educación que se impar-
te en la isla atraviesa uno de sus puntos más bajos y enfrenta la falta de perti-
nencia de sus contenidos como uno de sus problemas más serios (Sanmiguel
2002: 69). Esta situación no es fortuita: su origen radica en el desconocimiento,
en el ámbito educativo, de la realidad sociolingüística de la isla. Como sabemos,
la censura de la lengua criolla y el inglés en las escuelas data de la década de
1920 con la llegada de misioneros capuchinos, pero fue decretada en 1954
(Dittman 1992: 46). Las sugerencias realizadas por inspectores escolares y pre-
fectos acerca de la necesidad de formular “un programa pedagógico bilingüe
La política
El proceso de reparación para San Andrés debe ser incluyente con los diver-
sos sectores de la población actual de la isla mediante la puesta en común de
diversos saberes en torno a la búsqueda de modelos alternativos de desarrollo
que no obedezcan a intereses particulares sino a una mejora de la calidad de
vida de la mayoría de los isleños. Las acciones encaminadas en este sentido son
urgentes, y las reparaciones no deberán buscar un regreso imposible al pasado
sino el reconocimiento de los errores que en él se cometieron y deben consistir
en iniciativas incluyentes que, en cierta forma, subsanen el desconocimiento de
la diversidad cultural grabado en las memorias de la colombianización.
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Resumen
Introducción
Providencia y Santa Catalina son los lugares del caribe insular colombiano
donde me ubico para dar contenido a este texto. Es en sus memorias donde todo
toma sentido, por lo que el lector se encontrará con un importante contenido
de voces isleñas que revelan sus arraigos, desarraigos, dolores y afectos imagina-
dos. Y esto no es una apología a la tragedia o la creación de una literatura donde
sólo hay víctimas y victimarios. Son hechos sociales tan palpables como lo fue
la esclavitud hace siglos y tan visibles como el mapa físico y mental de Provi-
dencia hacia finales de 2001. Aquel donde ciertos sectores y grupos sociales se
reconocen con orgullo “descendientes de ingleses” mientras otros se asocian,
con vergüenza o sin ella, a la descendencia esclava africana. El resultado es una
sociedad con fracturas sociorraciales sentidas en sus conversaciones, en sus
modos de relacionarse y pensarse. También, en la profunda exclusión económi-
ca, política y social del Estado colombiano. A lo que se suman las interminables
disputas por privilegiar sus diferenciadas formas de autopercibirse y por narrar
las memorias de las presencias culturales en las cuales se reconocen.
Por eso, la insistencia en que Reparar no sólo es un proceso que tiene que ver
con el Estado sino también uno que ocurre entre los propios paisanos, ya que
los dos son procesos con fronteras frágiles, por lo que hay que trabajarlos de la
mano. De lo contrario, ¿de qué nos serviría la hipotética e idílica escena de un
Estado que perdona y trabaja –realmente– en procesos de justicia reparativa si
dentro de la sociedad isleña se apropian estas mismas herramientas para la per-
petua exclusión?
1
Si bien en este artículo se llama la atención sobre la memoria como pilar fundamental de la
construcción de identidad, esto no significa que se desconozca el esencial papel que desem-
peñan otros elementos en tal configuración. Que las comunidades reconozcan rasgos comu-
nes de su pasado no es suficiente; éste hay que vivificarlo, recrearlo, ponerlo en escena, para
que no se interrumpa o se petrifique y no se pierda el sentido político del proceso identitario.
Por ello, la identidad como momento político de la conciencia requiere otros elementos, a
saber: la tradición, el folclor, los rituales, las costumbres, la lengua, el territorio, los mitos, la
música, las artes, las comidas, los deportes, la literatura, la religión, los juegos, los hábitos, las
prácticas y labores cotidianas (por ejemplo, la pesca), los estereotipos mediante los que las
personas imaginan a los “otros” y con los cuales crean y recrean sus fronteras, etc.
2
La historia no es un lugar de infranqueables verdades pero tampoco es una invención azaro-
sa. Hay hechos que ocurren, hay datos objetivos, hay coyunturas críticas sobre los cuales
trabaja la memoria. La historia entonces es el material básico sobre el cual se va confeccio-
nando la memoria (Rivera 2002).
3
Porque está abierta –a diferencia de las formas de comunitarismo y fundamentalismo étni-
co– a una exigencia de participación y reconocimiento en la gran sociedad, a una voluntad
de cambio y modernización y a un deseo de integrarse para recibir recursos y acceder a ciertos
beneficios que sólo el Estado u otros actores externos a las comunidades (iglesias, ONG, orga-
nizaciones internacionales) están en condición de brindar (Gros 2000).
Dando una mirada rápida se pensaría que tales referentes se deben a una
concepción ingenua, romántica e inclusiva del Estado. Pero no. Hay un claro
juego de poder en esta postura. Invocar imágenes esencializantes de otredad es
una estrategia de control social y en ocasiones de explotación. Al convertir la
ancestralidad en un dato natural se codifica al Otro, desdibujando su identidad
real, su otredad histórica, política, social y económica. El peligro será la cons-
trucción de identidades exiguas de contenido político que entorpezcan la solu-
ción de las necesidades más sentidas por los indígenas y los negros (muchas
veces profundas por su desigualdad y posición histórica) para transformar su
situación en la sociedad moderna en la que se inscriben.
4
No se insinúa aquí que otras comunidades étnicas –indígenas o negras– sí tengan un origen
esencial objetiva y empíricamente ubicable en el pasado, compartido por todos sus miembros.
Como diría Gros (2000), no todas las comunidades indígenas están seguras de su pasado, de
sus orígenes, y algunas más que otras se interrogan sobre la consistencia de su identidad
cultural y, en este sentido, crean y re-crean sus orígenes. El problema no es la construcción
de la identidad sino la “vía” por la cual se tiende a pensar esa configuración étnica, la “ruta”
indígena que se le ha dado, donde el encauzamiento que legitima la etnicidad es la narrativa
del “único” origen, de la esencia y lo exótico, excluyendo otro tipo de particularidades que
también pueden dar cuenta de su singularidad y que pueden resultar mucho más útiles en la
escena política.
La segunda problemática sobre la cual me detendré en estas páginas tiene que ver
con que las riñas entre las disímiles memorias isleñas han revelado heridas y abierto
cicatrices, generando nuevas formas de un dolor histórico que se manifiesta en dis-
criminación racial y exclusión social, política y económica en la isla. Situación que es
urgente atender para encontrar formas y prácticas novedosas que permitan una re-
paración y un perdón hacia “adentro” sin olvidar el “afuera”, puesto que el “adentro”
se enmarca en los discursos hegemónicos construidos en el centro, ilustrando cuán
frágiles son las fronteras simbólicas creadas para resistir lo de “afuera”.
Las miradas de los isleños a sí mismos están cargadas tanto de las resonan-
cias del discurso nacional de la Carta Política de 1886 , esto es, lo indígena y lo
negro ubicado en los dos vértices inferiores del triángulo de la jerarquía social
donde se les imputaba una imagen de primitivos, incivilizados, pobres, rústicos,
salvajes, brutos e inferiores (discurso que perduró por muchos años, y pervive
hoy, en la mente de los colombianos), como también del discurso de nación
multicultural propuesto en la Constitución de 1991, donde se reconocen y va-
loran la diferencia y la diversidad.
Pero, antes de describir los modos en que se vivifican esas memorias y los efec-
tos producidos, es importante atender a las características generales sobre las cua-
les se tejen las diversas memorias caribeñas y el juego histórico que las sustenta.
5
Para una mejor comprensión de esta primera problemática enunciada, ver Rivera (2004).
6
Estas islas forman parte del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, junto
con los cayos de Serrana, Quitasueño, Bolívar, Haynes, Johnny y Alburquerque, entre otros.
Están localizadas en el mar Caribe, aproximadamente a 160 kilómetros al sureste del cabo
Gracias a Dios en Nicaragua, a 400 kilómetros de Jamaica, a 350 kilómetros de Panamá y a
640 kilómetros del puerto colombiano de Cartagena. Una distancia de 77 kilómetros separa a
San Andrés de Providencia y Santa Catalina (Desir 1991).
Luego de Morgan, las islas permanecen casi despobladas hasta 1786 cuando
quedan bajo el dominio español, lo que lleva a los pocos habitantes (cultivado-
res blancos y negros) a pedir autorización al rey español para permanecer allí y
a declarar, a cambio, su sometimiento a tal Corona; situación que aprovechan
varios capitanes-cultivadores ingleses y escoceses, quienes, siguiendo las mis-
mas reglas, se asientan en Providencia y establecen plantaciones esclavistas8 .
Entre las figuras más representativas de la época está Francis Archbold. Tal
capitán inglés, proveniente de Jamaica, es reconocido en la historia isleña como
el tronco ancestral de muchos de los actuales habitantes, porque tuvo las plan-
taciones más extensas y la mayor cantidad de esclavos, quienes tomaron su ape-
llido al momento de la manumisión (Desir 1991).
10
“Comunidad imaginada” porque, aun cuando todos sus miembros no se conocerán jamás,
en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión (Anderson 1983).
Ésta es pues, la memoria negra que se crea y recrea hoy entre algunos isle-
ños, quienes también enuncian la exclusión y la discriminación que les implica
reconocerse allí. Pero no la marginación que llegó con la trata esclava –aun
cuando ésta se enuncie en sus narrativas– sino la que en la actualidad han teni-
do que soportar algunos al ser etiquetados por otros grupos sociales isleños –y
también por la sociedad y el Estado colombianos– como descendientes de escla-
vos y, por tanto, descartados para acceder a cargos públicos o casarse con hijas
o hijos de familias “respetables” de las islas. Insisto: no es el África petrificada
que cuestiona Hall, ya que ésa es el África que se quiere que se reclame en los
discursos de etnicidad para restarles movilidad y sentido político.
Por último está la presencia americana, la del Nuevo Mundo, que no significa
tanto en cuanto poder como en cuanto suelo, lugar y territorio. Se trata del
punto, del espacio de encuentro
The others, por su parte, se asocian con el color oscuro de los esclavos africa-
nos, con el empleo del creole en vez del “apropiado” inglés, con su ubicación en
Bottom House y Southwest, con la pesca y la agricultura –oficios menos respe-
tables– y con la “reputación”. Esta última entendida como la constelación de
valores que estructura a este grupo social –la expresión autóctona de la respeta-
bilidad, la resignificación y la resimbolización de los códigos socioculturales del
mundo dominante (el de los high-class)–, donde una posición distintiva se gana,
no se hereda como en el caso de los high-class (Wilson 1973).
En el caso de los hombres, por ejemplo, goza de gran reputación quien de-
muestra fuerza física y sexual, tiene varias mujeres e hijos a la vez, exhibe habi-
lidades de conquistador y detalles con las mujeres y da muestras de generosidad
y responsabilidad con sus padres y su familia. La poligamia no resta reputación
siempre y cuando se responda por las necesidades –básicamente económicas–
de los hijos y sus madres. Otra cualidad que aumenta la reputación es el saber o
erudición, pero no el derivado de una “buena educación” sino el adquirido a
través de vivencias, viajes y experiencias con las mujeres. A esto se suma que la
madurez, el número de los años vividos, es algo fundamental para la reputa-
ción de una mujer o un hombre. Por su parte, la reputación de las mujeres
depende de la lealtad a su pareja, el buen cuidado de los niños y su óptimo
desempeño en las actividades domésticas, puesto que las mujeres tienen la
autoridad y el poder dentro de la casa (Wilson 1973), aunque, con los cam-
bios económicos contemporáneos, cada vez más mujeres salen a trabajar para
conseguir ingresos monetarios.
11
Traducción de la autora.
12
Las entrevistas que se presentan en este texto son parte del trabajo de campo realizado en
Providencia por la autora para la elaboración de su monografía de grado.
La tensión es que la gente de Casa Baja, como se ha dicho que los esclavos
se ubicaron en ese sector, tienen problemas de inferioridad porque son negros.
Ellos viven con esa mentalidad y están encerrados en sí mismos, casi no salen
de allá. Se casan entre familiares, entre primos… Uno va y si se enamora de una
muchacha de allá y eso te tiran piedra y te sacan de allá, entonces es mejor no
ir por allá. Pero uno no para bolas, porque somos iguales. Es que todavía hay
como unas raíces de ignorancia en ellos, y eso es difícil de sacar. Como por estos
lados vive la mayoría de la gente de piel más clara, que de pronto son morenos
pero tienen el pelo más suavecito, me imagino yo porque de pronto conservan
más como sus genes ingleses o algo así, entonces ellos piensan que por eso son
menos. Además, como los de acá se creen más ricos que los otros, como la parte
social, donde viven los high-life… Y de pronto sí hay diferencias culturales entre
los de este lado y los de ese lado. Hay como diferencia en el idioma, los de ese
lado hablan diferente que los de acá, como el acento, y hablan más duro que los
de acá, gritan mucho, no entienden tanto el español como acá, se visten como
con colores muy vivos para llamar la atención y aquí de este lado uno no se
pone eso. Otra cosa diferente es la religión. Los bautistas de Casa Baja tienen
otra forma de adoración. O sea, ellos se mueven mucho y saltan y gritan y aplau-
den, eso es como fanaticada, en cambio nosotros cantamos serios, normales; es
diferente. Otra cosa, cualquier cosa se molestan y se sienten dispuestos a pelear
de una vez, no se pueden sentar a hablar para arreglar las cosas, ellos no sirven
Delineadas por sectores, hay fronteras entre unos y otros –color de piel, len-
gua, religión, costumbres, actitudes y “nuestras” y “sus” mujeres–, además de
una cierta correlación de esos estereotipos con las desigualdades socioeconómicas
–unos “más ricos” y otros “más pobres y marginados”–, lo que pone en eviden-
cia que, a pesar de ser una isla de menos de cinco mil habitantes, las estructuras
históricas dejadas por su experiencia colonial, junto con los discursos de Esta-
do, penetran la sociedad para organizar sus jerarquías. Así, los subalternos leen
su realidad y organizan sus imaginarios, memorias, valoraciones y jerarquías en
torno a los códigos dominantes. No hay escape (Rivera 2002).
Realmente hoy la tensión racial es peor que nunca porque es entre negros,
o como algunos dicen, “entre morenos”, cosa que me ofende porque eso no
dice nada, los que lo dicen es como para sentirse mejor, un tris más blancos.
Bueno, pero el caso es que como aquí hay tanta mezcolanza no se puede decir
los negros y los no negros, entonces la discriminación es entre los negros y los
menos negros, que es peor, porque es falta de aceptación a nosotros mismos
[…] y son divisiones entre familiares, eso se ha llevado por muchos años y toda-
vía existe (entrevista No. 3: Providencia, noviembre 11 de 2001).
Es que aún se ve, pero anteriormente era muy común que se marcara la
diferencia entre la gente de decir “yo soy de descendencia [sic] africana” y otros
“yo soy de descendencia [sic] inglesa”. Y hoy también se ve. Mira: por ejemplo,
alguna gente de Casa Baja y Suroeste dice que ellos sí son negros afrocolombianos
y que nosotros acá no, que nosotros venimos de Inglaterra, cuando no es así.
Entonces de ahí deriva el problema de pronto por el color de la piel, de la me-
moria que se tiene de eso (entrevista No. 7: Providencia, noviembre 20 de 2001).
Si, dada esa distinción de clase, se aceptara la “raíz” africana, ello afectaría
negativamente la posición social de un isleño dentro de su sociedad:
Hay que decir que quien habla en el fragmento anterior es una mujer vincu-
lada a los procesos posteriores a la Constitución de 1991 y a las proyecciones de
la ley 70 de 1993. En este sentido, ella, como otras voces que hoy aceptan ser
negras –independientes de las de Casa Baja–, provienen de una élite que se ha
Consideraciones finales
En definitiva, la sociedad de Providencia, lejos de congelarse en un muestra-
rio de ancestros, está abierta a creolizar los elementos distintivos de las diversas
presencias socioculturales que han convergido –y siguen convergiendo– en su
territorio insular para construir lo suyo. Entre los elementos que se insertan en
estos espacios insulares se ubican el esquema de plantación esclavista dirigido
por ingleses, los aspectos ordenadores del discurso hegemónico de 1886 que
resuenan mientras el Estado intenta configurar nuevas formas de integración
bajo el reconocimiento de la diferencia, los módulos de turismo, moderniza-
ción, desarrollo, comercio y –¿por qué no?– contrabando y las influencias reco-
gidas en los viajes y las migraciones a otras islas o ciudades del Caribe y Norte,
Centro y Suramérica.
Por un lado han producido una relación conflictiva de resistencia –y, para-
dójicamente, complicidad– entre Providencia y el Estado para construir un vín-
culo nacional. La postura mediante la cual éste imagina y reconoce lo étnico –
reduciéndolo a un refugio ancestral, homogéneo y armónico– desconoce la
diferencia a la vez sustantiva y política de la sociedad de Providencia: sus diver-
sas presencias y memorias. Aquellas que difícilmente pueden empotrarse en la
imagen hegemónica de una de ellas, en la búsqueda de lo inalcanzable –o quizá
alcanzable pero inútil–: la única y domable memoria histórica que sustente una
identidad vacía de contenido político, llena de estereotipos exotizantes que ter-
giversen su propósito real y original, esto es atender y reparar los daños vitales,
hablar de economía, redistribución e injusticias de clase.
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Resumen
Sin embargo, la parte alta del río no sólo es morada de indígenas y campesi-
nos criollos. Un día, un campesino ribereño me habló de los “negros de Uré”.
Me dijo que eran una comunidad de personas muy diferentes a las demás que yo
había conocido hasta el momento: “Son unos negros grandes que tienen acento
diferente y son muy devotos a San José; son –haz de cuenta tú– como los
cartageneros, pero con rasgos más bruscos. Son una gente rara porque hasta
hace unos años no se mezclaban con gente de afuera, y hay quienes le llaman a
ese pueblo el palenque de Uré”. Desde ese día, mi curiosidad investigativa em-
pezó a crecer, pues yo creía hasta ese momento que los palenques que otrora
existieron en el San Jorge eran sólo una referencia histórica de pueblos que
habían desaparecido.
Así pues, inicié una búsqueda bibliográfica por la que me enteré de que no
existía texto alguno que tuviera como protagonista a la gente de Uré. Al con-
trario, lo que encontré fueron referencias cortas dentro de textos que tratan
temas de la región y cuyos autores, en sus estudios, se encontraron por el cami-
no con ese “pueblo de negros” y dedicaron algunos párrafos a contar lo que
vieron. Con esas diferentes impresiones y descripciones fui armando una visión
general de la gente de Uré y, en alguna medida, basándome en las diferentes
épocas en que fueron escritos dichos textos, adquirí una visión general de algu-
Nina de Friedemann (1987: 59) plantea que los palenques fueron “comuni-
dades de negros que se fugaban de los puertos de desembarque de navíos, de las
haciendas, de las minas, de las casas donde hacían servidumbre doméstica y
aun de las mismas galeras de trabajo forzado”, situación que le imprimía ciertas
particularidades a su organización social y política y a la vez se constituyó en
una forma de resistencia contra los esclavistas y el régimen colonial.
Tras la muerte del capitán Gil en 1779, los terrenos pasaron a manos de la
momposina Ana María Santos, quien, según cuenta Negrete (ibíd.: 22), no hizo
mayor presencia en la zona. Tiempo después llegó un español que inició la ex-
plotación de las minas pero corrió con la mala suerte de que en 1853, al cabo de
dos años de la abolición de la esclavitud, los negros se rebelaron y no volvieron
a trabajar en las minas (ibíd.).
La aldea de Uré, en el valle del San Jorge, tiene a los chocoes como vecinos.
Está localizada sobre el río Uré, tributario del San Jorge, a dos días de caballo
desde Montelíbano y a un día desde Cáceres. Por su situación en las colinas,
Uré estaba, hasta hace poco tiempo, aislado en la selva. Sus fuentes principales
de ingresos son la minería (oro), las sementeras y el comercio con los chocoes
(Gordon 1983: 23).
Supimos allí que Uré era desconocido de todos y se tenía de él la idea terri-
ble de lo desconocido. Sólo don Luis Paniza nos dio algunos informes consola-
dores. Nos dijo que verdaderamente el camino no existía; pero que Uré era un
pueblo de negros, descendientes de los que habían traído en la época de la Co-
lonia para laborar las minas, procedentes del África; pero que aquellos paganos
todavía eran inclinados a las cosas buenas (ibíd.: 608).
Una vez que se encontraron en Bocas de Uré tuvieron sus primeros contac-
tos con unos “negros” que las recogieron en este punto para llevarlas río arriba,
pues su llegada a la población ya había sido anunciada: “El [río] Uré, arriba, es
correntoso y pendiente, de modo que no va la canoa, sino que la llevan en hom-
bros aquellos negros, africanos de pura cepa” (Santa Catalina 1963: 289).
Una combinación del fenotipo con las costumbres y las formas de ser generó
en los autores la idea de una especie de “africanidad” de los “negros de Uré”. La
madre Laura describió sus sensaciones al llegar al poblado con las siguientes
palabras:
En una de sus cartas misionales escribió con respecto al lugar: “Éste es for-
mado de negros color de azabache, de cabezas lanudas y dientes blanquísimos
de una calidad excepcional. Son los descendientes de los que cristianizó san
Pedro Claver hace quizá cuatrocientos años, sin mezcla ni roce directo con otra
raza” (Santa Catalina 1963: 289).
Aquel pueblecito contaba, entre las muchas gracias que tenía, la de haber
conservado por más de cuatrocientos años una especie de dinastía religiosa. La
religión, mezcla de catolicismo y de paganismo y superstición africana, estaba
representada por un anciano siempre en cadena o sucesión no interrumpida,
porque en el lecho de muerte de uno nombraban el otro, y a éste se sometían
todos en lo religioso, sin poner ninguna suerte de reparos jamás. Este anciano
Ese jueves 19 de junio por la tarde se pensaba hacer la procesión del Santísi-
mo; pero no se hizo debido a la infernal fiesta que en ese día acostumbran al
diablo. Y en verdad que es un horror. Cuatro o más, vestidos de diablos, van en un
baile por las calles, y el pueblo detrás llamándolos con dichos soeces y poniéndo-
les la cruz delante para hacerles retroceder; los seguían hombres y mujeres.
Lo cierto es que este crisol de ideas y prácticas cristianas y africanas, más las
que fueron producto del propio desarrollo cultural de los uresanos en comuni-
dad, dieron como resultado las manifestaciones religiosas que, como la “danza
del diablo”, la tuna uresana” y la “fiesta de las muchachas”, la madre Laura
presenció y que hoy se aprecian no sólo en los rituales sino también en la vida
cotidiana. Negrete (1981: 30) cuenta que en la danza del diablo seis personas se
visten de rojo asumiendo diferentes roles como demonios, mujer del diablo y
Cucamba, un ser de pico largo que se arropa con palma. La tuna es un grupo de
ancianos y ancianas que cantan letras religiosas al son de los tambores y otros
instrumentos. En la fiesta de las muchachas, dice Negrete, los diablos se apode-
ran de las jóvenes, y sus novios deben ir a “rescatarlas” a cambio de una botella
de ron. Los ancianos consideran que, de no realizarse la danza, el diablo, bailan-
do y tocando tambor, los asustará en el momento de su muerte.
fenómenos como el canto, las juntas, los bailes, las máscaras, el cimarronaje,
el reniego y la africanización del demonio, entre otros –todos considerados
mecanismos de resistencia– no hubieran sido posibles sin los presupuestos que
la concepción del cuerpo y la religiosidad africana proporcionaban a los negros
esclavos para interpretar el escenario colonial y afrontarlo (ibíd.).
Conclusiones
Los afrouresanos
Bibliografía
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––– 1990. “Córdoba, todas las aguas”, en Colombia, qué linda eres, t. 2. Bogotá,
Educar.
Resumen
1
La documentación de este texto y algunas partes del relato se tomaron de Guerrero G.
(1998). Algunos fragmentos provienen del texto que presente al Icanh para proponer ante la
Unesco a Palenque como patrimonio de la humanidad. La investigación que sustenta lo aquí
consignado se realizó durante cuatro años de trabajo colectivo de campo y tres años de traba-
jo en archivos y bibliotecas y se ha venido nutriendo con los años. De este trabajo resultó un
método de indagación de la memoria colectiva que contempla lo sensible-sensorial, lo con-
ceptual-simbólico y la expresión creadora según la lógica de relación múltiple.
Hasta que los leones tengan sus propios historiadores los cazadores serán siempre
los buenos.
Proverbio africano
Memoria cimarrona
En la noche, el silencio es denso, y un calor húmedo, pegajoso, atrae a los
mosquitos del pantano del canal del Dique; duermen inquietos los perseguidores
de cimarrones. Furtivamente, unas sombras se confunden con las hojas de los
árboles y como una lluvia imprevista caen bolitas de guayaba que se adhieren a las
ropas y armas de los soldados. Con el primer toque del tambor de guerra llegan en
bandada miles de murciélagos que atropelladamente buscan la fruta. Los solda-
dos se levantan despavoridos, los tambores resuenan amenazantes y los murciéla-
gos desaparecen veloces. La tropa estupefacta se retira y no hay poder humano
que los haga volver. “¡Esos negros vuelan!”, dirán aterrados en sus casas. Los tam-
bores siguen sonando en la lejanía y los cimarrones recogen las armas y las vitua-
llas de la tropa y demarcan así nuevos territorios. Todavía algunos viejos campe-
sinos de la zona recuerdan que a ellos les contaron que los cimarrones volaban.
Se puede decir que en esa época convivían dos sociedades: la oficial –la co-
lonial, organizada en torno al poder, la administración del gobierno y la econo-
2
Se consideraba “huidos” a los esclavos que duraban entre dos y diez días fuera de sus lugares
habituales, y los que tenían más de dos semanas de fugados eran “cimarrones”. Los “huidos y
alzados” eran los cimarrones que se organizaban para formar palenques. Estas especificacio-
nes son frecuentes en la documentación del Caribe insular. Cfr. Nuevo reglamento y arancel
cubano para la captura de esclavos prófugos o cimarrones (Reglamento de Arango), dado en San
Lorenzo el 23 de diciembre de 1796.
Con los gobiernos ilustrados, sobre todo en el período de Carlos III, se reco-
nocieron estos pueblos cuando se intentó efectuar una reorganización territo-
rial y una delimitación de fronteras. Dicho reconocimiento permitió el control
oficial y la tributación, pero el Palenque de San Basilio logró que se reconociera
su autodeterminación. Esto se debió al carácter político de sus negociaciones y
a su persistencia como territorio de paz.
3
Véanse Peredo (1971,1972), Ybot León (1952) y Montenegro (1974).
La paz concertada con Benkos duró dieciséis años, desde 1605, fecha del
primer pacto, hasta unos meses después de su ahorcamiento. Este último lapso
sirvió para que los cimarrones se reagruparan, se reasentaran con sus familias y
sus medios de subsistencia y se prepararan para la guerra a muerte que se des-
ataría con fuerza brutal.
Domingo Criollo, jefe de los cimarrones del palenque de San Miguel, uno de
los cuatro de los Montes de María –los otros eran el de Matudere, el de Arenal
y el de Betancur–, había nacido palenquero y vivió hasta una avanzada edad
ejerciendo como heredero de Benkos en al acaudillamiento de su estirpe. Los
encargados de arrasar el palenque de San Miguel lo encontraron intentando
esconder a las mujeres embarazadas, a los niños y a los ancianos. Fue asesinado a
mansalva por un soldado, quien le propinó dos tiros de arcabuz, según relata el
gobernador en su informe; aunque se intentó esconder el hecho del asesinato, no
se dejó de resaltar lo indefenso que se encontraba. La recompensa en dinero y
honores por la cabeza de los líderes palenqueros era considerable, y Domingo
Criollo simbolizaba la rebelión a finales del siglo XVII (Arrázola 1970: 241).
La real cédula desató la guerra, pues, como era de esperarse, las autoridades
y los esclavistas no aceptaron la decisión del rey y procedieron de la manera
como lo hacían ante las órdenes reales de difícil cumplimiento: “se obedecen
pero no se cumplen”. Debido a la gravedad de la situación se acordó, en reunión
del 31 de mayo de 1693, que se les reconociera la libertad solamente a los cima-
rrones que, por haber nacido en los arcabucos de los Montes de María, no te-
nían dueño, es decir a los criollos sin amo, porque era imposible pagarles a los
dueños el valor de la libertad de sus esclavos huidos y alzados. Así se cumplía
con la cédula y no se daba pie a la oposición de los amos y los hacendados.
6
Carta de Jerónimo de Badillo al rey, de abril de 1716, citada en Gutiérrez Azopardo (1996:
173). La primera referencia directa la hace el obispo Peredo en su Noticia historial de la Provin-
cia de Cartagena de las Indias, año 1772, donde da noticias de Palenque como sitio pertene -
ciente al partido de Mahates. Antonio de la Torre y Miranda se refiere a él en su Diario hecho
por D. Antonio de la Torre de un viaje hecho en la Provincia de Cartagena para establecer nuevas
poblaciones (agosto de 1774 a febrero de 1776). De Peredo toma la información José Urueta, y la
consigna en Documentos para la historia de Cartagena, publicados en 1890. Aquiles Escalante
publica en 1954 su monografía sobre el Palenque de San Basilio y recoge el documento de
Urueta. Arrázola (1970) relata el suceso y denomina al pacto una entente cordiale, y así lo
refiere Nina S. de Friedemann (1979).
Recuerdos palenqueros
Después de haber sembrado comida, fundado familias, construido casas, pre-
parado defensas contra el exterior, organizado un modo de vivir; después de
haber logrado lo básico de la existencia de un pueblo, los palenqueros notaron
que sólo les faltaba un cielo que fuera réplica de Palenque y donde pudieran
vivir sus ánimas, porque todavía no habían tenido muertos en esta nueva vida.
Las almas de los muertos de la insurgencia cimarrona habían sido enviadas al
más allá de la tierra perdida, en la remota África. Entonces se reunieron y deci-
dieron pedirle al guardián del cielo que se llevara a algún vecino para inaugurar
el más allá palenquero. San Pedro no se atrevió; entonces les dio la misión de
conseguir un muerto propio. La mujer elegida por la muerte era una madre con
muchos niños y que en ese preciso momento estaba dándoles de comer. A ella le
tocaba, porque la muerte es despiadada y puntual. Nadie quiso hacerlo; sólo
María Lucrecia tuvo el ánimo suficiente: cogió un garabato y le dio un golpe
7
El documento citado por Navarrete aclara los hechos. De todas maneras, para la memoria
palenquera la palabra empeñada tiene un valor excepcional. El completar con la memoria
impresa la historia de Palenque le da entonces carácter fundacional al documento citado.
Corrían los primeros años del siglo XVIII cuando las condiciones para fundar
el pueblo estuvieron dadas: se contaba con la autonomía de un territorio, se
tenían los frutos obtenidos de la tierra y del agua y se habían construido las
casas y los lugares que les permitirían crear y recrear su legado cultural y espiri-
tual. En la memoria colectiva de este acontecimiento fundacional aparecen como
personajes imprescindibles el legendario héroe Benkos, la mítica María Lucrecia
–encargada de recordar la importancia del lumbalú10 sobre la tierra palenquera–
y la imagen trascendente de Catalina Luango, mediadora entre los habitantes y
sus familiares muertos, sus ancestros y sus antepasados. San Basilio, procedente
del panteón católico, es otra de las figuras que orbita alrededor de este evento.
Según algunos relatos, un día la estatua del venerable era llevada de San Agustín
de Playa Blanca con destino a un pueblo del interior y, al pasar por los dominios
del palenque, de repente quedó anclada en un lodazal cercano al pueblo, sin
que fuera posible moverla. Este hecho se interpretó inmediatamente como un
buen augurio enviado del más allá; sin demora, san Basilio fue incorporado al
imaginario espiritual de este pueblo: de ahí su nombre11 .
Para los palenqueros de los Montes de María, los siglos XVI y XVII fueron los
años de construcción del espacio de su libertad en tiempos de guerra. Para los
palenqueros de San Basilio, el siglo XVIII fue el de su asentamiento centrípeto en
tiempos de paz, porque en el resto de la geografía colombiana se había agudi-
zado la lucha contra los cimarrones. Los ejemplos de los palenques establecidos
8
Grupo juvenil de música palenquera de comienzos de los años noventa.
9
Taller de Oráculos y Sueños, parte de los Talleres de Construcción Comunitaria de la Histo-
ria Indagada en la Memoria Colectiva (Programa de Etnoeducación, Palenque de San Basilio,
julio y agosto de 1993). El eje de esta indagación colectiva de su propia memoria dio como
resultado la propuesta inicial del Programa de Etnoeducación que luego sería uno de los
pilotos del programa nacional asumido oficialmente por el Ministerio de Educación Nacio-
nal. Ver Saldarriaga (1994) (entre las “Fuentes audiovisuales” de la Bibliografía).
10
Voz africana de origen bantú. Lu es prefijo colectivo y mbalu con el significado de recuerdo
simboliza el canto funerario. La religión palenquera esta cimentada en este ritual de
muerto.Véase los trabajos de Armin Schwegler y Nina Fridemann.
11
El nombre ha sido motivo de controversia en Palenque: el maestro Casiani, por ejemplo,
dice que “San Basilio es de Palenque y no Palenque de San Basilio”, de manera que la nomi-
nación no importa tanto por la intencionalidad de poner al pueblo bajo la advocación del
santo como por quién es de quién.
El siglo XIX fue el del aislamiento. Son mínimas las menciones de esta situa-
ción tanto en la historia oral como en la escrita. Al parecer, las guerras que
produjo la conformación de la República, y sus secuelas de violencia, afectaron
poco a Palenque, y las referencias a este tiempo se enmarcan más en las anécdo-
tas personales que en el tejido de recuerdos colectivos; así pues, dos leyes signi-
ficativas –la de manumisión de vientres de 1821 y la de abolición de la esclavi-
tud de 1851– no tienen lugar en la memoria oral de Palenque. Al fin y al cabo,
sus habitantes eran libres hacía más de dos siglos. La expansión de las grandes
haciendas, en cambio, sí fue un factor decisivo que alteró la economía y la vida
de los palenqueros, como se recuerda en la memoria histórica.
Espejo revelador
“En la noche Palenque es inmenso”, dicen con picardía las abuelas. Con el
tiempo comprendí que el Palenque diurno, visible y práctico es la otra cara del
Palenque nocturno, invisible y mágico. Es cierto: no se ve casi nada pero se oye
muchísimo, como silbidos de insectos, susurros de aves, presencias, muchas pre-
sencias, casi sombras en las noches de luna.
Hasta el olor cambia con el transcurrir de las horas y, justo antes del amane-
cer, cuando todo es penumbra, se disipa la sensación de muchedumbre que ha
acompañado a la noche. A Palenque llegan en la noche muchos brujos, sanadores
y viajeros del espacio-tiempo. La noche invisible se llena de juegos de magia, los
niños duermen y los sueños casi siempre traen noticias del más allá. Y los
“guaruma”12 , totalmente ajenos a esta vivencia intensa y plena, dormimos con
la rara sensación de ser observados.
Entonces vuelven los sonidos del día; las mentes, los cuerpos y los corazones
se disponen a la tarea de vivir una cotidianidad de trabajo campesino, colecti-
vo, alegre, corriente, sencillo y familiar. Esa sensación de serenidad en medio
del bullicio me ha fascinado desde el primer día que amanecí en casa de Dorina,
hace dieciséis años.
12
‘Extranjeros’, en criollo palenquero.
Es una memoria que se renueva a medida que se van descifrando sus secre-
tos y sus olvidos. Este hecho es notorio en la proliferación de artículos, trabajos
de grado, investigaciones, textos y documentos que se han producido en los
últimos diez años, tanto de los mismos palenqueros como de personas de afuera.
Entonces, la indagación del pasado ha resignificado su historia.
Una de las primeras preguntas que hice al llegar por primera vez a Palenque
fue ¿cómo se dice “gracias” en palenquero? Me contestaron que en esa lengua
no existe una expresión equivalente. Se utiliza la palabra castellana, y no es
precisamente una de las más usadas. La reflexión nos llevó a indagar el sentido
y el sentimiento de la solidaridad palenquera, por la cual los favores se realizan
de manera natural y no se espera a cambio un simple “gracias” sino una recipro-
cidad en actos que permita sentir el hálito protector del afecto para que las
relaciones perduren.
La cruenta guerra que vive hoy el país ha herido a un pueblo que durante
cuatro siglos sólo tuvo cuatro muertes violentas, pues ahora las masacres, el
desplazamiento, el miedo y la desintegración social tocan profundamente su
corazón y tratan de arrebatarle de las manos los hilos maestros de su identidad.
Los kuagros son grupos de edades unidos por la solidaridad y el afecto. Están
signados por la ética de la solidaridad, los lazos afectivos entre ellos son de por
vida y el compañerismo se entiende como un sentimiento de filialidad. Están
divididos internamente en dos mitades: la masculina –los kuagros– y la femeni-
na –las cuadrilleras–, de la misma manera en que lo está el pueblo: arriba y
abajo. En los kuagros constituyen los ejes de la organización social y sostienen
los tejidos simbólicos de la cultura palenquera.
14
Testimonio de Gabino Hernández –palenquero, abogado y dirigente de comunidades ne -
gras–, recogido durante el Taller Audiovisual que hizo parte de los Talleres de Construcción
Los hilos sutiles que tejen las relaciones sociales de Palenque están impreg-
nados de un sentimiento sublime que ritualiza los momentos definitivos de los
entramados de la memoria sagrada y llena de espiritualidad la vida diaria.
La comunicación con el mundo del más allá es tan natural como el diálogo
con el mundo animal o vegetal, la naturaleza está llena de mensajes y todo con-
duce a otras dimensiones, todo tiene su secreto y todo tiene significado, tanto en
el mundo visible como en el mundo invisible.
Sugiere Omar Vesga que el palenque fue una forma histórica de introversión
colectiva en defensa de la sacralidad del alma de un pueblo frente a la devastadora
fragmentación individualista generada por el capitalismo, que le cercena sus
raíces al ser humano16 .
Son signos de esa identidad y del legado histórico y cultural del Palenque de
San Basilio la libertad como sentimiento, la dignidad solidaria como ética y la
paz como eje de la organización social y política.
15
Los arrochelados no necesariamente eran negros, pues en las “rochelas” había todo tipo de
personas: criminales, excéntricos, rebeldes, huidos, inadaptados, etc. Su forma de organiza-
ción, muy similar a la de los palenques, y los muchos cimarrones que allí vivían les dan una
notoria herencia afrodescendiente.
16
Conversación con Omar Vesga, escritor e investigador de mitos.
Fuentes audiovisuales
Fuentes manuscritas
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Ybot León, Antonio. 1952. La arteria histórica del Nuevo reino de Granada. Bo-
gotá, ABC.
Resumen
El sur del Valle del Cauca y el norte del Cauca han sido tierras ocupadas
tradicionalmente por las comunidades negras que han convivido con las ha-
ciendas ganaderas y azucareras en una dinámica que se configuró desde la abo-
lición de la esclavitud. Con la demanda de tierras para explotación agrícola se
inició el nuevo destierro de esos pobladores hasta destruir la base de su econo-
mía y llevarlos a su total empobrecimiento.
Junto a este proceso está la Ley de Vagancia (Mateo Mina, seudónimo usado
por M. Taussig 1975: 65), que fue una disposición legal retardataria de la ten-
dencia abolicionista que ordenaba que todo afro que fuese descubierto en va-
gancia debía ser sometido a trabajos de esclavizado por parte del hacendado que
La proximidad a la hacienda tenía sus ventajas, siendo los más notorios los
casos de la zona plana de Padilla, Guachené, Puerto Tejada y Villa Rica. Los
afronortecaucanos no sólo vendían su fuerza de trabajo a la hacienda sino que
también mantenían relaciones cordiales con los hacendados, de modo que mu-
chas de las innovaciones productivas les eran accesibles, como los cultivos de
cacao, las razas nuevas de ganado y las semillas de diversas especies, entre otros
aspectos.
Así pues, hasta finales del siglo XIX se tenían comunidades que habían logra-
do estabilidad económica y autonomía en una relación no hostil con las ha-
ciendas, a pesar de lo que significó la segunda mitad de esa centuria, tiempo de
conflictos permanentes en los que las comunidades debieron vivir en perma-
nente zozobra y se vieron involucradas en conflictos como la guerra de los Mil
Días, con personajes casi míticos como Cinecio Mina.
Los papás de mi mamá vivían en Tierra Dura, caserío cercano a Padilla, perte-
neciente al municipio de Miranda. Y nos contaba ella que los habitantes los ha-
bían llevado a la cárcel a Caloto, que era la única cárcel que había por aquí; los
habían llevado porque llegaron aquí, diga usted, serían los Solano; los tuvieron
presos noventa días y cuando venían de allá para acá, ya estaban las fincas en
ganado y les habían dejado la plata de lo que valía eso por allí en Caloto, en el
juzgado. Entonces ellos ya se pasaron y compraron a este lado del río Güengüé, lo
que hoy son Las Cosechas (Rodolfo Vidal [65 años], Tierra Dura, 1992).
En síntesis se puede decir que esta es, a grandes rasgos, la dinámica regional
que perdura en la memoria colectiva de los afronortecaucanos, quienes han
visto la sucesión de “violencias” que ha habido en Colombia como formas de
despojar de las tierras ricas a sus pobladores pobres, lo que queda sintetizado en
esta sentencia: “Todas las guerras han sido por la tierra” (Luis A. Cañizales [70
años], vereda El Chamizo, Padilla, 1992).
Como este caso hay muchos que ilustran la situación sociopolítica que los
afronortecaucanos debieron sortear en ese momento, pues aunque algunos lí-
deres pudieron escapar, otros murieron. Con lo que, por supuesto, se logró el
propósito de los terratenientes: aterrorizar a las comunidades y segar sus formas
de liderazgo dentro del proceso de apropiación de los territorios colectivos de
estos pobladores.
4. La doble reparación
Partiendo del postulado de que la reparación se origina en el reconocimien-
to de un crimen de lesa humanidad cometido contra lo que se ha llamado “raza
negra” y materializado en un proceso de rapto, esclavización y explotación que
generó una memoria de oprobio y ultraje por parte de los esclavistas (Kalulambi
2002: 458), en el caso aquí mencionado se trata de un segundo proceso de veja-
ción, respaldado por instancias políticas nacionales y fundamentado en concep-
ciones de desarrollo nutridas de prejuicios sociorraciales coloniales que han so-
brevivido en las sociedades latinoamericanas y particularmente en la colombiana.
5. Conclusiones
El reconocimiento de la trata esclavista –consistente en el secuestro de la
población de un continente y en su sometimiento durante varios siglos– como
un crimen contra la humanidad lleva a plantear la necesidad de una reparación
del daño causado. En este contexto se enmarca lo ocurrido en el norte del Cauca,
donde las poblaciones de afrodescendientes, luego de abolida la esclavitud, cons-
truyeron una forma de vida, basada en la finca como unidad productiva, que les
aseguró la estabilidad económica suficiente para emprender el camino del me-
joramiento de la calidad de su propia vida y de la de las generaciones sucesoras,
proceso truncado por intereses macroeconómicos que codiciaban dominio de
las ricas tierras en las que esta población se había asentado.
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conflicto entre reputación y respetabilidad. Medellín, L. Viecco e hijas.
Resumen
Preámbulo
A partir del estudio del universo alimentario de la vereda Vuelta de
Candelilla, municipio de Tumaco, intentaré dar cuenta de las nuevas dinámi-
cas sociales, económicas y culturales surgidas en el Pacífico sur colombiano a
partir de las políticas y los planes de desarrollo que se vienen implementado
en el área del cultivo de la palma africana. Cuando realicé el trabajo de cam-
po –esto es, en 1997 y 1998–, el estudio de las comunidades negras de esta
zona del país era prácticamente nulo. Eduardo Restrepo (2004) ha realizado
un trabajo exhaustivo en el cual hace un balance de estos estudios. Para esta
publicación he vuelto sobre el texto que dejé inconcluso por años. En la mo-
nografía de la que extraigo este resumen dediqué páginas a la ley 70 de 1993 y
a sus vicisitudes y avatares. Creo que los estudios de las comunidades negras
han superado su primera etapa, coronada con algunos logros, por ejemplo en
etnoeducación. Esta es la razón por la cual aquí apenas menciono dicha ley
pese a la importancia y la trascendencia que tiene para los afrocolombianos y
para los tumaqueños en concreto.
El desarrollo no puede volverse una amenaza para las gentes del lugar ni,
mucho menos, debe ser un proceso que justifique su desaparición. Bajo su nom-
bre no pueden quedar sepultados siglos de lucha y conquista. Hasta allí no pue-
den llegar las imposiciones del resto de la nación y sus imaginarios de progreso
y bienestar; de permitirlo interferiríamos en una de las formas más originales de
vivir. De hecho, el desarrollo se puede volver el modo más mordaz de dar al
traste con reivindicaciones sobre el territorio. Arturo Escobar (1997: 188) nos
dice que “hay una conexión entre historia, identidad y significados, que regulan
las prácticas ambientales locales. Casi siempre uno encuentra en los bosques
tropicales del mundo que los patrones de significado-uso dan cuenta de las prác-
ticas sobre la naturaleza, las cuales son ostensiblemente diferentes de aquellas
típicas de la modernidad occidental”.
Nunca había estado tanto tiempo sentado: medio país desfiló por las distintas
ventanillas de los carros que me llevaron a Tumaco. Finalmente, en el puerto –
¡oh sorpresa: allí todos eran negros!–, comprendí por primera vez lo que es ser
minoría étnica. En tal situación pasé, por la simple curiosidad que me había mo-
tivado a emprender ese viaje, a ser el Otro: encarnaba la alteridad de una manera
extraordinaria. No llevaba allí dos minutos cuando uno de los negros, enorme y
de manos inmensas, se acercó. Era José Santos, joven líder comunitario de la zona.
Yo sólo quería reponer fuerzas, pero José, sin pensarlo, me invitó a un “alabao” en
la parte media del río Mira. Fue mi rito de iniciación a la cultura afrotumaqueña.
1
Emplearé el término negro siguiendo a Peter Wade (1997: 20).
En Tumaco no era yo el único que buscaba tema para una tesis; otros tam-
bién estaban a la caza de información. Recuerdo que en aquel tiempo –enero de
1997– hubo una Consultiva Departamental de Comunidades Negra en el Pa-
lenque de Nariño y que uno de sus representantes instigaba permanentemente
a los otros consultivos a cuidarse y no dar ningún tipo de información a inves-
tigadores, científicos sociales y tesistas. Argumentaba que “ellos” se llevaban la
información, saqueaban los recursos y no volvían una vez tenían lo que que-
rían. Como yo estaba presente, los consultivos clavaron sin disimular sus mira-
das en mí. Hubiera querido pasar desapercibido –“que la tierra me trague”–,
pues era claro que yo era uno de esos “ellos”. A la salida, José me presentó a don
Francisco Hurtado.
En Medellín volví una y otra vez sobre las fotografías que había tomado du-
rante el viaje mientras recordaba con tremendo pesar toda aquella palma afri-
cana que no sólo rodeaba la vereda sino que también, claramente, había lleva-
do a sus habitantes a una nueva esclavitud al cambiar los usos del suelo, las
relaciones personales y la unidad familiar. Ahora bien, ¿es posible una titula-
ción colectiva cuando la gente no tiene tierra? Es sencillamente absurdo: sin
tierra no hay titulación. Aquí el camino sería la titulación individual. La ley
podía existir, pero sin tierra sería una ilusión, una utopía. Además, “sembrar
palma es sembrar hambre”, como lo había expresado don Francisco en las re-
uniones con otros líderes de la vereda. Ellos lo sabían; al fin y al cabo se come
yuca, maíz, plátano, arroz, frutas, más no aceite ni, mucho menos, pepa de pal-
ma. Sus tierras estaban siendo invadidas por una planta que los dejaba sin ani-
males de monte y contaminaba el agua del río. Por si fuera poco, en época de
fumigación y durante algunas horas de la tarde las plantas exhalaban un hedor
insoportable sobre la zona de carretera.
2
Ver Jaime Arocha Rodríguez (1999).
Para mí era claro además que la alimentación es uno de los soportes funda-
mentales de parte del conocimiento ancestral del afrocolombiano –y, en gene-
ral, del de cualquier cultura o nación– y que en la vereda esta práctica cultural
sufría cambios drásticos. La alimentación es efecto y causa de procesos de con-
quista del medio físico y simbólico, lograda a lo largo del tiempo por todos los
grupos culturales, de manera que “cambiar bruscamente los entornos, los rit-
mos de vida y la relación productiva, hace cambiar la visión del mundo, la es-
tructura social y, por supuesto, todos los valores y símbolos que constituyen el
ámbito de una cultura” (Vanin l993: 557).
Para finales de la década del cincuenta (1958) llegó al país Maurice Ferrand.
Escobar nos dice además que “Maurice Ferrand no era el primero en hablar
de palma de aceite en Colombia. Las primeras semillas de esta oleaginosa ha-
bían sido introducidas al país en 1932 por el director del Jardín Botánico de
Bruselas. Desde los jardines botánicos en las metrópolis –de Francia y Bélgica–
la semilla se esparce por los territorios coloniales, incluyendo a la América tro-
pical” (ibíd.: 111).
Pero, de otro lado, Enrique Pérez Arbeláez (1994: 573) comenta: “El incon-
veniente que se ha hallado a una agricultura extensiva de la palma de aceite
africana es doble: el costo de la maquinaria y el que las semillas han de benefi-
ciarse en seguida de tumbarlas del árbol, porque el aceite se rancia en ellas con
rapidez. En la Granja de Palmira se ha encontrado que la palma de aceite africa-
na en suelos húmedos pierde pronto su fertilidad”.
Hay quienes son más cautos cuando se trata de opinar sobre dicho cultivo,
pues, para hacer cualquier tipo de juicio medianamente justo, es necesario co-
nocer de cerca la vida del campesino bajo las condiciones de trabajo de las em-
presas palmicultoras:
Colombia es, hoy por hoy, el quinto productor mundial de aceite de palma
africana: “Esto representa en dólares el 3% del total de sus exportaciones en
agricultura. Se trata de una actividad muy significativa que ha transformado el
paisaje biocultural” (Escobar 1997: 182).
Examinando la historia del Pacífico con los viejos, esta visión de deterioro
alimentario adquiere una profunda importancia. “No se puede hablar de auto-
nomía comunitaria si no se tiene el control de nuestro propio sistema
alimentario”, alegaba un dirigente de la Asociación Campesina Integral del
Atrato, una organización que anda buscando alternativas a los desastres que
ocasionó el fomento del monocultivo del arroz con variedades foráneas y alta-
mente dependientes de insumos externos.
• Hay que empezar a hacer tertulias en la vereda, cuyo objetivo básico sea
reunir a la gente mayor con las nuevas generaciones e iniciar el rescate de la
memoria colectiva, haciendo especial énfasis en el cultivo, el consumo y la pre-
paración de alimentos. Es necesario insistir en que el concepto de comida va
atado al de memoria, al de pertenencia y al de patrimonio cultural.
Conclusiones
El cultivo de la palma africana ha ocasionado daños irreparables en todos
los ámbitos de la cultura afrotumaqueña y en el medio ambiente de la zona de
carretera entre Tumaco y Pasto; ello tiene su origen en el modelo de país pensa-
do en los centros andinos de poder y en las nuevas dinámicas del capital global,
que ve en el Pacífico una zona de provisión. De manera que uno de los proble-
mas más graves y urgentes por solucionar es el del impacto de las distintas acti-
vidades extractivas, una de las cuales es el cultivo de la palma africana.
Bibliografía
Angulo, Nianza del C. 1996. Los impactos socioculturales causados por las indus-
trias palmicultoras y camaroneras en el municipio de Tumaco. Proyecto
Biopacífico. Tumaco, Ministerio del Medio Ambiente – PNUD .
––– y ––– 1993. “Marco de referencia histórico-cultural para la ley sobre dere-
chos étnicos de las comunidades negras en Colombia”, América Negra, 5.
Machado, Absalón. 1993. “La agricultura del litoral Pacífico”, Pablo Leyva (ed.),
Colombia Pacífico. T. II. Bogotá, Fondo para la Protección del Medio Ambien-
te “José Celestino Mutis” – FEN.
Mosquera, Gilma. 1993. “La vivienda rural en el Chocó”, en Pablo Leyva (ed.),
Colombia Pacífico. T. II. Bogotá, Fondo para la Protección del Medio Ambien-
te “José Celestino Mutis” – FEN.
Pérez Arbeláez, Enrique. 1994. Plantas útiles de Colombia. Medellín, Víctor Hugo.
––– 2004. “Hacia los estudios de las Colombias negras”: 127-165, en Mauricio
Pardo, Claudia Mosquera et al., Panorámica afrocolombiana. Estudios sociales
en el Pacífico, Bogotá, Icanh – Universidad Nacional de Colombia.
Revista Chinango, 1: 5.
Revista La Negrita, 1, 2.
Vanin, Alfredo. 1993. “Cultura del litoral Pacífico. Todos los mundos son rea-
les”, en Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico. T. II. Fondo para la Protección
del Medio Ambiente “José Celestino Mutis” – FEN.
Wade, Peter. 1997. Gente negra, nación mestiza. Dinámicas de las identidades ra-
ciales en Colombia. Bogotá.
Resumen
* Una primera versión de este artículo se publicó en la revista Afroamérica, 5, con el título
“Visibilización de las voces de las víctimas afrocolombianas en la implementación de la Ley
de Justicia y Paz”.
Introducción
El presente documento incorpora discusiones, aportes y comentarios de lí-
deres y líderezas, de las organizaciones sociales Afrocolombianas y las comuni-
dades implicadas en el proceso de reivindicación de los derechos de que deben
ser garantes los afrodescendientes. Son estas las líneas conductoras de un docu-
mento que pretende recoger de manera puntual sugerencias acerca de las dis-
tintas experiencias que en el país se vienen generando alrededor de un tema tan
complejo como es el de la verdad, la justicia y las reparaciones. Para el caso del
pueblo afrocolombiano, es necesario avanzar en esta reflexión, de tal manera
que abordemos, tanto las reparaciones históricas como las emanadas de la gue-
rra de los últimos años, en ambos casos sentimos que hay una deuda de Colom-
bia para con los y las descendientes de africanos que somos parte constitutiva
de las alegrías y esperanzas de este país.
De igual modo muestra como la ley de Justicia y Paz o 975 aprobada por el
Gobierno, no es legitimada por la población afrocolombiana, puesto que no
reivindica los derechos a la Verdad, la Justicia, y la Reparación del pueblo
afrocolombiano si se considera que la violación de los derechos humanos impli-
ca repararlos, es decir, devolver a la victima a su estado anterior.
1
La suma de estos episodios violentos en todas las regiones del país donde existe población
afrodescendiente puede tipificarse como etnocidio.
2
El articulo 55 transitorio de la Constitución política vigente, desarrollado posteriormente por
la ley 70 de 1993 como norma especial, les reconoció a las Comunidades Negras del país el
derecho a la propiedad colectiva sobre los territorios que han venido ocupando ancestral e
históricamente en el Pacífico colombiano y en otras regiones del país en condiciones similares.
De cualquier forma que se haga se debe tener en cuenta a las personas que
han sido víctimas y que, en nuestro caso, son un pueblo entero que ha sufrido
daños casi imposibles de reparar.
La pregunta cobra importancia si se tiene en cuenta que, con todas las fallas
de la actual Ley de Justicia y Paz, cualquier testimonio de cualquier víctima
podría inmediatamente convertir al individuo o a su comunidad, o a ambos, en
objeto de represalias del actor armado acusado como responsable de la viola-
ción sus derechos.
Otra exigencia es que las víctimas afrocolombianas del conflicto deben par-
ticipar activamente como sujetos procesales en todos los procedimientos de in-
vestigación que se adelanten. La ley 729 establece el esclarecimiento de la ver-
dad sólo a partir de la confesión de los víctimarios y no tiene en cuenta a las
comunidades que fueron víctimas de la violación de sus derechos. Por tal razón
es evidente que la vinculación de las víctimas afrocolombianas a estos procesos
garantizaría mejor que cualquier otra medida el esclarecimiento de los hechos.
4
Este tema debe ser motivo de una profunda investigación que aporte elementos a la discu-
sión sobre los derechos, la verdad, la justicia y la reparación del pueblo afrocolombiano.
Dicha recuperación territorial debe estar asociada a que cesen las presiones
que los distintos grupos armados ejercen sobre los territorios de las comunidades
afrodescendientes, lo cual facilitaría el acceso a los recursos naturales necesarios
para la “reconstrucción” de las comunidades y, en sentido amplio, del país.
5
Ver Rosero, Carlos La insistencia en lo propio como alternativa, http://www.carlosrosero.com/
index.php?option=com_content&task=view&id=21&Itemid=1
Antes de abordar este aparte es necesario aclarar que los casos colombiano y
sudafricano son disímiles. No obstante, aquí sólo consideraremos algunos as-
pectos que sería importante tener en cuenta para asegurar el buen funciona-
Otro aspecto que hay que considerar es lo referido a los procesos de designa-
ción de los miembros de comisiones de este tipo, todos los cuales, incluyendo el
de la CNRR en Colombia, han sido distintos al de Sudáfrica. En éste se hizo una
convocatoria pública, a través de los medios de comunicación, a postularse para
conformar la comisión. Se recibieron cerca de trescientas nominaciones y se
eligió a quienes salieron airosos de una entrevista pública. Luego, de una lista
de veinticinco personas, el presidente del país y su gabinete designaron a dieci-
siete comisionados, que fueron presididos por el arzobispo Desmond Tutu.
A manera de conclusión
El proyecto “construcción colectiva de una propuesta marco para el ejerci-
cio de los derechos a la verdad, la justicia y la reparación desde las comunidades
afrocolombianas” es una experiencia novedosa que se enmarca dentro del con-
cierto de lucha y resistencia del movimiento social afrocolombiano. Esta inicia-
tiva recoge elementos importantes para alimentar las discusiones y debates que
se presenten sobre el tema de verdad, justicia y reparación para el pueblo
afrocolombiano.
El Estado debe adoptar las medidas necesarias para garantizarles a las vícti-
mas afrocolombianas del conflicto su seguridad y su bienestar físico y psicológi-
co, puesto que, siempre que se cause un daño antijurídico –es decir ocasionado
por un error, una omisión o cualquier operación administrativa–, el estableci-
miento tiene la obligación de indemnizar al particular, quien no tiene por qué
soportar en silencio tal perjuicio.
Bibliografía
Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR). 2006. Hoja de ruta,
marzo 26.
Resumen
Ya habían pasado cuatro meses desde el jueves 2 de mayo, cuando los pobla-
dores de Bojayá, municipio chocoano asentado en la otra orilla del Atrato, jus-
to en frente de Vigía del Fuerte, buscaron refugio en la iglesia en medio de una
batalla campal entre guerrilleros y paramilitares y una pipeta de gas se coló por
el techo del templo y segó la vida de 119 personas.
Declinaba el fatídico año en que Luis Eduardo, sus hermanos y otros sobre-
vivientes de la masacre habían huido como desplazados hacia Quibdó y ahora,
tentados por las promesas del gobierno y cansados de su situación de hacina-
miento y miseria en la capital, habían decidido retornar a Bojayá.
El teatro de operaciones
La población sentía una presencia amenazante desde el domingo 21 de abril
de 2002, cuando las autodefensas decidieron recuperar esta zona clave para el
Aunque legalmente las negritudes pueden poseer sus tierras, hay intereses
económicos de multinacionales, narcotraficantes e insurgentes que procuran
su desplazamiento para explotar las tierras baldías y que, con la ayuda de fun-
cionarios públicos corruptos, tramitan las licencias.
Después de navegar río arriba con el beneplácito de las fuerzas armadas co-
lombianas llegaron en siete pangas –embarcaciones de alto cilindraje que alcan-
zan grandes velocidades– hasta el casco urbano de Vigía del Fuerte.
Esa mañana se llevaba a cabo en Bojayá una misa para conmemorar el día de
los sacerdotes. Luis Eduardo Mosquera, su familia y gran parte del pueblo se
encontraban en la homilía celebrada por Antún Ramos, quien se ordenaría el 6
de mayo, después de un año de preparación. A las once de la mañana se entera-
ron de la llegada de los paramilitares y, sorprendidos, esperaron lo peor porque
horas antes habían visto hombres de las Farc deambular por las calles.
Entre tanto, los habitantes, liderados por Luis Eduardo Mosquera, se prepa-
raban para leer la “Declaratoria de autonomía” que exige a los violentos el res-
peto por los lugares de habitación y por los sitios de encuentro de la población
civil, y que surgió luego de que los paramilitares asesinaran en 1999 al padre
Jorge Luis Mazo y al cooperante vasco Íñigo Egiluz, pertenecientes a la ONG Paz
y Tercer Mundo, cuando terminaban un día de entrega de alimentos.
El escenario de guerra
A las 6 de la mañana del 1o. de mayo, cuando regresaban en un bote a Vigía
del Fuerte después de escuchar la “Declaratoria de autonomía”, los paramilitares
fueron sorprendidos por disparos de la guerrilla.
Desde entonces se le conoció como Chan, apodo que años más tarde vino a
consolidar cuando, como el actor Jackie Chan, alcanzó el cinturón negro en
taekwondo.
Ese 1o. de mayo, después de oír las ráfagas y de ver morir a Diego Luis, corrió
a la casa, que quedaba a tres cuadras de la iglesia y a cinco de la vivienda que
compartían sus hermanos y su padre, y donde lo esperaba su mujer.
Era un rancho de madera, como muchas viviendas del pueblo. Pero la de sus
vecinos, una pareja con dos hijos, estaba mejor construida; ellos les ofrecieron
asilo y allí pasaron el día las dos familias mientras los disparos arreciaban.
Ya la casa había recibido algunos disparos por donde se filtraba la luz oblicua de
los primeros relámpagos de una tormenta que se acercaba. Entonces Chan tomó la
tranca de la puerta y con una camiseta blanca improvisó una bandera de paz.
Salieron en medio de la noche, que ya dejaba caer las primeras gotas, y, mien-
tras ubicaban el lugar de la siguiente pisada con el agua hasta la cintura, de sus
gargantas salía un coro que suplicaba respeto por sus vidas.
Adentro, el padre Antún lideraba el trámite del refugio y las plegarias que
imploraban la ayuda del cielo para que pasara pronto ese trance aterrador. Lo
acompañaban el padre Janeiro Jiménez y el padre Antonio.
Buscando comodidad, entre todos corrieron las bancas hacia las paredes y
colocaron en el piso las colchonetas de los ejercicios aeróbicos que, con el aval
del padre Antún, coordinaba Chan tres días a la semana.
Media hora después lanzaron la primera pipeta. Cayó en una casa, a cin-
cuenta metros de la iglesia. Seguidamente cayó otra en el patio trasero del pues-
to de salud.
Itsmenia, la loca del pueblo, empezó a gritar por la calle que subía del río y
terminaba en la puerta del templo. Coherencias o incoherencias, ya nadie po-
nía atención a sus palabras. Sólo un disparo la calló.
Murieron 119 personas. Eran 49 niños y 70 adultos que segundos antes ha-
bían escuchado las explosiones y las ráfagas y habían sentido el impacto que
segó la vida de Itsmenia y que, luego, tras un eco ensordecedor, perdieron la
vida.
En medio del caos, el padre Antún vio a un hombre sin cabeza caminar por
el centro de la iglesia y, perplejo, invocó a Dios y al ánima de su madre, muerta
dos meses atrás.
El objetivo ahora era salir de la iglesia y llevar a los heridos a la casa de las
Hermanas Agustinas Misioneras, pero esta labor resultaba imposible porque el
ataque de los guerrilleros recrudeció.
Como la noche anterior, Luis Eduardo improvisó una bandera de paz que
entregó al religioso. Antún, que en una lengua africana significa ‘salvador’, en-
cabezó una marcha de trescientas personas que coreaban a viva voz: “¿Qué so-
mos? Población civil. ¿Qué exigimos? El respeto por la vida”.
Así marcharon unos 150 metros en medio del combate hasta la orilla del río
y se embarcaron en dos botes plataneros. Mientras bajaban a los heridos en
Entre tanto, Luis Eduardo, que ya se había reunido con sus hermanos María,
Miguel Ángel y José Abricel, continuaba buscando a su padre. Con el ánimo de
encontrarlo se ofreció de voluntario con otros cuatro hombres a ir a Bojayá a
recoger los cadáveres. Al llegar al templo lo vio de golpe. Estaba muerto, con un
disparo en el pecho que indicaba que, después de la explosión, la guerrilla había
seguido disparando.
Ella, que se siente la matrona de los negros del Atrato, les contó que esa
noche salvó personas y juntó cuerpos y que, a veces, cuando las partes no coin-
cidían, juntó dos manos derechas o dos pies izquierdos e incluso intentó unir
cráneos a espinas dorsales sin dueño.
Para Colombia fue un episodio más de la guerra por entregas que se vive en
los medios de comunicación. Para Paco y Jesús Abad, el hecho ocurrido en Bojayá
era el resultado de un conflicto que azota a la región Pacífica desde hace varios
años y que pocos se han ocupado de contar.
El cariño que sentía por esta tierra desde hacía cinco años, cuado llegó de
España a hacer sus pasantías en El Colombiano de Medellín, motivó a Paco
Gómez, ahora periodista de El País de Madrid, a viajar hasta Bojayá a acompa-
ñar a los atrateños.
La alternativa fue viajar en una lancha de la Defensoría del Pueblo, que, con
el aval de la Diócesis de Quibdó, les permitió hacer parte de la comitiva porque
conocía su trabajo y sabía que, por ser periodistas independientes, no pondrían
en riesgo la misión.
Pero los militares habían prohibido viajar a Bojayá con el argumento de que,
mientras no se recuperara el control de la zona, no podían garantizar la seguri-
dad de los comunicadores. Sin embargo, algunas versiones insinúan que la ver-
dadera razón de la negativa era demorar la llegada de los periodistas para evitar
la consecución de información sobre una matanza que se habría podido evitar.
Fueron los relatos de los desplazados que iban llegando a Quibdó lo que les
permitió a los periodistas comenzar a narrarles al resto de colombianos la situa-
ción que se vivía en el medio Atrato.
Paco y Jesús Abad hacían lo propio en Vigía del Fuerte. A las 4 de la tarde
del domingo, un guerrillero autorizó que ellos, el padre Jesús Flórez y una reli-
giosa cruzaran el río hacia Bojayá.
Llegaron a la otra orilla, pero uno de los comandantes guerrilleros les negó
el ingreso y debieron permanecer dentro de la champa, adonde llegaba el olor
nauseabundo que salía de las bolsas negras de la panga abandonada.
Paco se acercó y habló con ellos. El médico repetía incesante que el infierno
no lo había conocido Dante sino los habitantes de Bojayá, pueblo que decía
querer de todo corazón. No hay certeza, pero muchos dicen que fue el dolor de
la tragedia el que meses después le produjo el infarto que terminó matando a
este hombre alcoholizado.
A pesar de que expuso toda una filosofía para justificar el ataque, éste reco-
noció que la explosión en la iglesia había sido un error. Tras esa revelación les
permitió ingresar al sitio de la masacre.
Permanecieron sólo veinte minutos allí, porque el alma no les dio para más.
El olor era ya lo de menos. Ahora lo que importaba era mantenerse de pie sobre
ese revuelto de sangre y escombros que amenazaba hacerlos caer. Encontraron
manos, orejas, pies…; ayudaron a sacar dos cuerpos aprisionados por un muro
y salieron abrumados de allí.
En este operativo murió María Ubertina Mena, y dos personas más resulta-
ron heridas. Las balas mortales provenían de la infantería de marina. La mayo-
ría de las viviendas ubicadas en la orilla del río, incluida la iglesia, recibieron
impactos de armas de fuego en sus frentes y techos.
Jesús Abad llegó a Napipí y, asombrado de que las fuerzas armadas dispara-
ran contra la población civil, fotografió lo sucedido.
La situación era diferente para los periodistas extranjeros. Los grupos insur-
gentes, que, por un lado, amenazan e intimidan a los medios nacionales, por el
otro privilegian con su información a los internacionales.
Así sucedió con Karl Penhaul, enviado de CNN, quien llegó por cuenta pro-
pia a Bojayá la noche del domingo y a la mañana siguiente fue invitado por los
guerrilleros a ver los maletines decomisados a los paramilitares en sus operacio-
nes. Según las Farc, los periodistas extranjeros sí cuentan la realidad del con-
flicto colombiano.
Ese día, por fin, cesaron los enfrentamientos. Las fuerzas militares tomaron
el control de los cascos urbanos de Vigía del Fuerte y Bojayá mientras los habi-
tantes, aturdidos por el suceso, se sentían acongojados por no haber podido
realizar los rituales tradicionales de la muerte.
Los sobrevivientes sentían que los muertos no estaban en paz. Los velorios y
el novenario, los “alabaos”, las oraciones, los adulatorios y los responsorios, ri-
tuales propios de los negros, se quedaron sin realizar. Las “cantaoras”, que desde
Los 49 niños que murieron también se quedaron sin el “gualí”, esa costum-
bre africana, conocida también como el “chigualo”, en la que el cuerpo sin vida
del pequeño se alza y se pasa de mano en mano mientras se canta, se baila y se
juega con él.
Por eso entiende que lo que más afectó a la comunidad fue no haber hecho el
ritual autóctono para enterrar a los muertos: “Nosotros sólo hicimos una ora-
ción a nivel cristiano realizada con urgencia ante la putrefacción de los cuerpos
y los combates incesantes, pero dentro del quehacer religioso africano sentimos
que los muertos no han descansado, que están todavía deambulando por ahí, en
el aire”, concluye.
A las 6 de la tarde del martes 7 de mayo, un buque nodriza del ejército co-
lombiano atracó en las poblaciones ribereñas del Atrato. Aunque los guerrille-
ros habían anunciado su repliegue para evitar enfrentamientos, los bojayaseños
temían por su seguridad y nuevamente corrieron a buscar refugio con los sacer-
dotes, que en esas zonas olvidadas del país tienen más poder y credibilidad que
políticos y militares. Allí, el ejército infunde mucho más temor que respeto.
Afanados, los periodistas se olvidaron del pacto en el que horas antes ha-
bían decidido que al menos un cupo fuera para un comunicador de la región. A
empujones y arañazos intentaron subir todos. Según algunos periodistas, el pro-
blema lo resolvió el general Montoya con una orden: “Se suben dos de RCN , dos
de Caracol y dos de Noticias Uno, y el resto miren cómo se acomodan”.
Aunque la idea de viajar con uno de los bandos en conflicto no era buena,
estaban tranquilos al pensar que por fin, después de siete días, podrían llegar a
Bojayá para después contar lo que hubieran visto.
Desde el helicóptero, Donaldo Zuluaga consiguió una de las fotos más signifi-
cativas para él: una imagen panorámica que mostraba el techo de la iglesia perfo-
rado por el impacto letal y el sitio desde donde se habían disparado los artefactos.
Un actor armado
Esa imagen, que conmovió el corazón de los colombianos, muestra una de
las situaciones más controvertidas de la masacre de Bojayá. De un lado están
quienes se niegan a dar valor a las lágrimas del militar; del otro están quienes las
defienden como una expresión de profundo dolor frente a un hecho atroz.
Los que no creen argumentan que es poco probable ver a un niño calzado en
un pueblo tan pobre. Además, la hora en que comenzaron los combates tomó por
sorpresa a los pobladores y muchos llegaron a la iglesia vistiendo sólo pantaloneta.
El detalle final que agregan para cuestionar la actitud del general es una pregun-
ta: entre tanta sangre y escombros ¿cómo podría quedar impecable un zapato?
Por su parte, Adriana Aristizábal, quien junto con los enviados de Caracol y
Noticias Uno transmitió la escena, asegura que destacó el hecho porque le sor-
prendió ver acongojarse de esa manera a un general de la República que ha
combatido a la guerrilla y se ha formado como un hombre duro. Ella lo interpre-
tó como un sentimiento espontáneo y se niega a creer que haya sido un montaje
planeado en Medellín.
El jueves 9 de mayo, Jesús Abad Colorado regresó a Medellín con los padres
de la Diócesis. Dejaba atrás una tierra que ha visto bajar centenares de cadáve-
res por su río y cuyos habitantes han sido víctimas de restricciones alimenticias,
de abusos, de desplazamiento y de olvido.
La salud mental del pueblo tampoco anda bien. Según el psicólogo Carlos
Arturo Rojas, del puesto de salud de Bojayá, después del atentado el alcoholis-
mo y los deseos de morir han aumentado. Así mismo, los núcleos familiares han
venido sufriendo una rápida descomposición, pues, ante el miedo de perder a
los seres queridos, la gente prefiere no crear nexos estables con nadie. Los
bojayaseños no quieren querer.
Ese Cristo descansa hoy dentro de una urna de cristal. Esta urna, el piso y el
techo de la iglesia –instalados recientemente– y la pintura de la escuela son las
únicas novedades en el pueblo. Ahora, una valla sobre el muelle de la entrada
del pueblo recuerda:
Resumen
Varios autores (Escobar 2000; Coronil 2000) han indicado que la narrativa
de la globalización y, de manera más general, la de las ciencias sociales occiden-
tales, en su afán abstraccionista, tiende a ocultar cualquier referencia especifica
al lugar o a la localidad, especialmente de los territorios colonizados o que son
objeto de nuevas arremetidas de explotación, como una clara estrategia para
encubrir, a la vez, los efectos de la colonialidad en sus dos caras –como imposi-
ción y como violencia epistémica, con las correspondientes medidas prácticas
que implica– y las resistencias y maneras de sortear tales efectos por parte de las
poblaciones locales. De tal suerte que este tipo de narrativas perpetúa las
asimetrías mediante un artificio discursivo de homogenización y normalización
de las historias en un único formato en el que no se da cabida a lo distinto, a la
diferencia, a lo “disonante”.
De ahí, entonces, que la perspectiva local les exija a los países del sur del
planeta instalarse en el actual debate y, como parte de ésta, hacer énfasis en el
lugar: espacio inmediato, enraizado, vivido y memorizado en el cuerpo de los
sujetos individuales y colectivos. Es en la construcción de cierto tipo de identi-
dad con base en el entorno más sentido donde se desarrolla una conciencia del
lugar en cuanto sentimiento expresado de valoración, en confrontación y rela-
ción con agentes externos y/o ante la evidencia de cambios bruscos, como ocu-
rre en la actualidad, que amenazan la estabilidad o, de plano, la perduración de
un determinado grupo étnico o campesino. En la misma dirección, consideran-
do los paradigmas y marcos de referencia científicos –constructos histórico-
sociales correspondientes a geografías específicas–, se ha reconocido la necesi-
dad de generar conocimientos contextualizados, nutridos de experiencias locales,
que aporten a la construcción de “paradigmas endógenos, alternativos y abier-
tos”, subversores de la relación de poder legitimada por el patrón de conoci-
miento eurocéntrico. Aquéllos deben partir del contacto con la vida real y posibi-
litar la complementariedad de saberes. A esta crítica, que busca superar el
colonialismo intelectual, se la ha llamado “endogénesis” (Mora Osejo y Fals
Borda 2002).
El mapa que se configura revela profundas dificultades para que los planes
de manejo, al menos en el mediano plazo, incidan en la realidad local, por las
condiciones internas de los sujetos –analfabetismo, desorientación, etc.–, agra-
vadas por la violencia; no obstante, para la dirigencia del PCN y de las organiza-
ciones étnico-territoriales de los ríos, estos planes facilitan sus posibilidades de
gestión de recursos externos, que deberán orientarse a las localidades. Aun así,
las opciones transformadoras se nos muestran bastante limitadas, siendo alta-
mente inquietante la situación por la velocidad a la que se mueve el capital en
la región:
El proyecto de ley “por medio del cual se establecen medidas para la protec-
ción de los sistemas de conocimiento tradicional y el acceso a los recursos bio-
lógicos a los cuales están asociados” propone de manera sucinta lo siguiente:
Frente a los clásicos planes de desarrollo propuestos por el Estado para ser
“incluidos” dentro de los planes nacionales, estos movimientos responden des-
de sus localidades con los planes de vida o etnodesarrollo, cuyo énfasis está pues-
to, como se ha enfatizado, en el cuidado de la vida natural y humana en su
interrelación. A los Proyectos Educativos Institucionales (PEI) responden con
los Proyectos Etnoeducativos Comunitarios ( PEC), demostrando que lo funda-
mental de la educación reside, para ellos, en los lazos de la comunidad, en la
cual debe inscribirse la escuela como institución. Así insertan sus propuestas en
la legislación correspondiente, a la vez que desarrollan de manera autónoma
experiencias que dan salida a dichas propuestas, inaugurando con ello una nue-
va época, creando nuevos paradigmas para hacer y pensar los caminos de des-
envolvimiento social. Estamos frente a una semántica que profundiza la diver-
sidad y la diferencia construyendo en las localidades nuevas opciones de
democracia participativa y comunitaria pese a los obstáculos de la guerra, que
pretende segar definitivamente esta sorprende filosofía cotidiana, construida
por mujeres y hombres de la diáspora afrocolombiana. Mantengamos y enri-
Bibliografía
Almario, Oscar. 2004. “Dinámica y consecuencias del conflicto armado colom-
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Resumen
Nada más impactante que esta frase, emanada de las entrañas de una canta-
dora del Pacífico colombiano durante la celebración de un velorio de santo1 y en
la intimidad de su casa. ¿Qué hay detrás de este pronunciamiento, tan paradójico
como improbable, que proviene de una aislada comunidad de las tierras bajas
colombianas, poblada aún hoy, en gran parte, por descendientes de esclavizados?
Lo que parece vislumbrarse aquí es tan sólo una huella mínima del dolor que
se manifiesta veladamente en un repertorio de cantos festivos recopilados du-
rante varios años en Barbacoas, Nariño, en el transcurso de una investigación
que pretendió abarcar el corpus festivo de un grupo de cantadoras. A primera
vista, este repertorio parece construido de fragmentos inconexos, de reiteracio-
nes encajonadas y de citas formulaicas cuyas fuentes parecen desentrañables, como
si se sustrajeran de contextos que nada tienen que ver entre sí (Friedmann 1987).
En cierto nivel se percibe aquí un ejemplo singular que ilustra una concepción
de cultura de lo afroamericano (no-europeo), pero vista desde afuera. Parece que
en esta ocasión Carmen Dora Cortés mira su mundo desde el exterior, desde la
cultura dominante. Esto encaja con los términos de Fernando Ortiz –a quien se le
debe el concepto de transculturación como reacción al de aculturación, que se
detiene más en la pérdida cultural que se da en el proceso del encuentro con otra
cultura, con la cultura dominante, que en un posible intercambio, en lo que res-
pecta la cultura afrocubana), puesto que indiscutiblemente se percibe un proceso
recíproco entre culturas, específicamente entre la cultura hispana y la afroamericana
1
Ceremonia doméstica que se celebra en honor de un santo (el Nazareno, la Virgen de Ato-
cha, etc.) todas las noches antes de la fecha respectiva del calendario festivo católico
(Friedmann 1995).
Tres décadas más tarde, Ángel Rama señaló que, en su proceso de aproxima-
ción a la transculturación, Ortiz aún no vislumbraba el enorme potencial que
existe para dar respuesta creativa al fenómeno de la transculturación (Rama
1982: 104), aspecto que se pretende explorar en las páginas que siguen.
Este trabajo no habría sido posible, en primer lugar, sin entender lo que implica
el concepto de la música como texto social. Si bien este concepto se ha venido
utilizando en estudios tan diversos como los estudios sobre la identidad –sea de
nación, de región, de etnia, de género, etc.– y hasta sobre la hermenéutica de la
misma, es un hecho que los contornos sociales y culturales que hemos construido
difícilmente se pueden imaginar sin la música. Nuestra comprensión de la vida
Para completar esta idea vale la pena apuntar que la mirada de los estudios
culturales como herramienta conceptual ha sido fundamental para develar la
conciencia de las relaciones de poder en el discurso del repertorio en cuestión.
Una figura central de esta reconstrucción del sentido es Franz Fanon. En su
libro Black Man. White Masks (1952), el autor martiniqueño señala cuán fácil es
desplazar el concepto de autoridad al colocar una cesura en el lugar indebido o
equivocado dentro de un texto cualquiera. Así, al dictamen: “El hombre negro
no es más que el hombre blanco”, Fanon le confiere un sentido totalmente dife-
rente simplemente agregándole una interrupción o cesura, así: “El hombre ne-
gro no es. Más que el hombre blanco” (1967: 59). Las implicaciones de este
cambio sorprenden por la reinscripción de la diferencia y del significado cultu-
ral debida a la relocación en términos valorativos. Este aparente juego de pala-
bras ha llevado a teóricos posteriores a reconsiderar el carácter fijo y sentencio-
so del texto narrativo según la posición del que escucha o lee el texto, postura
propia de los estudios poscoloniales y de los estudios subalternos.
Para Homi Bhabha, en el análisis del discurso poscolonial hay un atraso tem-
poral que se manifiesta como un “entremedias” híbrido, de relocación y
reinscripción, insólitamente productivo para el análisis cultural. Este corte tem-
poral de la sincronicidad produce una verdad que está fuera del conocimiento
del sujeto, de la frase, de lo sentencioso (Bhabha 1994: 4). En términos de tiem-
po y espacio, hay un desfase que rompe continuamente el discurso lineal y
predecible propio de la colonialidad y que se traduce en un desplazamiento de
la posición de autoridad, lo que cumple con la función de construir sentido y de
producir conocimientos y prácticas de otra índole.
Con el uso de estas herramientas conceptuales surge una nueva lectura del
repertorio de las cantadoras a que nos hemos referido. En el caso de la cita con
que se inicia este escrito, vista desde los estudios culturales hay en ella una
dislocación del sujeto. Al hablar en términos del ausente (los africanos), la can-
tadora se distancia de su comunidad y hasta de su identidad étnica. Inferimos su
pertenencia a la cultura dominante cuando invoca inequívocamente al “santo
Dios” de la cultura hispanocatólica, aunque quedamos perplejos por la asocia-
ción a la vez simple y algo asombrada, como si se pudiera reemplazar el “¡santo
Dios!” por una exclamación como “¡Dios mío!”. En términos de Homi Bhabha,
el mecanismo al que se acude en este caso es el de la inversión del sujeto (1992:
65). Siguiendo el pensamiento de Freud sobre los orígenes de la melancolía, con
esta inversión del significado y de la alocución –al incorporar la pérdida o la
ausencia a su propio cuerpo y al exhibir sus heridas–, también se está incurrien-
do, en el discurso mismo, en el acto de “desincorporar” la autoridad del patrón,
lo que constituye una rebelión melancólica con una desincorporación proyectiva
desde el sujeto marginal hacia el que domina (Bhabha 1992: 64):
Es como si se dijera: todos estos retazos y pedazos en los que está fragmenta-
da mi historia, mi cultura suturada, mi identificación desplazada; estas rajaduras
en mi cuerpo también constituyen una revuelta. Y hablan de una verdad terri-
ble. En sus elipsis y omisiones, desmantelan la autoridad: la vanidad de sus na-
rrativas miméticas y su historia monumental; los emblemas metafóricos en los
que ustedes inscriben El Gran Libro de la Vida. Mi revuelta es de enfrentar la
vida de la literatura y de la historia con los desperdicios y fragmentos que cons-
tituyen al doble, quien vive como sobreviviente, o sea, como melancolía.
Pero, bajo la mirada de los estudios culturales, ¿no podría esto reflejar otra
posibilidad: la de una resistencia cultural velada? Al distorsionar la pronuncia-
ción de una palabra ¿no se estaría poniendo de manifiesto, en lugar de una sim-
ple adaptación pasiva a la cultura dominante, una resistencia creativa a la mis-
ma? Lo que se observa en este caso podría considerarse lo que Homi Bhabha
llama el “mecanismo de negociación cultural”, en un continuo tira y afloja en-
tre dos culturas antagonistas.
Es cierto que hay unas señales mínimas que permiten marcar la diferencia
de manera explícita, pero son sumamente infrecuentes. Por ejemplo, la con-
ciencia plena del desarraigo y de esa diferencia cultural se manifiesta en el si-
guiente estribillo –o, como lo llaman las cantadoras, “respondida”–:
Para Homi Bhabha (1992: 40), el vacío dejado por el desarraigo de las co-
munidades y del parentesco se traduce al lenguaje de la metáfora. En este caso,
Así las cosas, en un contexto oral y a través del acto performativo del canto
–una forma abierta, una no-escritura maleable y que se acomoda a diferentes
contextos y necesidades–, se inscriben marcas en un discurso en que el sujeto se
espacializa y se mueve en un “entremedias”, un discurso que logra inscribir fron-
teras de sentido, pero en el lenguaje afectivo –o, si se quiere, subjetivizado– de
la diferencia cultural. Se manifiesta entonces, en la ambigüedad de las relacio-
nes de poder, una negociación entre poderes: el poder de quien tiene una posi-
ción de autoridad por su estatus profesional, político y pedagógico –la Iglesia y
el sistema educativo implementado en la comunidad–, contrapuesto –en térmi-
nos de la teoría poscolonial– al de aquel a quien le corresponde un poder disyun-
tivo, fragmentado, dislocado, propio de quien ha sufrido la opresión de la histo-
ria –dominación, subyugación, diáspora y desplazamiento–. El resultado de esta
ambivalencia obliga a pensar desde afuera la certidumbre de lo sentencioso
(Bhabha 1992: 56).
Aquí se exaltan, por un lado, la cultura del cuerpo y del ritmo fisiológico –
“Denle duro al bombo”– de una cultura cíclica y ritual y, por el otro, la cultura del
tiempo mecánico, automatizado y lineal, propio de la modernidad –“Al golpe del
reloj”–. Esta doble articulación del discurso revela, en su representación vacilante
y ambivalente, una etnografía de ese estado liminal que hace insostenible cual-
quier supremacía cultural, pues la posición del control narrativo no es ni monocular
ni monológica (Bhabha 1992: 51): “El sujeto es aprehensible sólo en el pasaje
entre el contar y lo contado, entre el ‘aquí’ y el ‘alguna parte’, y, en esa doble
escena, la condición misma del conocimiento cultural es la alienación del sujeto”.
Así, en canciones como la que comienza con el íncipit “¡Oíd, oíd, oíd, oh
pues!”, la interpelación inicial impacta como un llamado proveniente de una
posición de autoridad, de lo letrado, del púlpito o del ámbito de la política:
Este tipo de diálogo informal, que representa un juego jocoso y que parodia
una situación de diferencia social –¿cómo puede preguntársele algo a una santa y
recibir una respuesta tan deferente como “no señora”?– en medio de un referente
religioso, evoca un mecanismo que se mencionó antes, denominado por Veena
Daas “escritura afectiva”. Al interrogar en tono familiar –es más: dirigiéndose a
ella en diminutivo– a la Virgen de Atocha, santa patrona de la comunidad de
Barbacoas, se comete la transgresión de omitir la distancia abismal entre santos y
mortales y se establece una relación de familiaridad poco usual. Al preguntar por
María y José, la implicación es que ellos están aquí presentes, entre los humanos,
como cualquier otro ciudadano. Todo esto ocurre en medio de la recitación de un
texto apócrifo producto de una tradición oral de aproximadamente ciento cin-
cuenta años de antigüedad.
Se me pudrió la garganta,
Se me llenó de gusanos.
Por otra parte, sin embargo, en el trabajo de campo constaté la otra cara de
la misma moneda: la infranqueable imposibilidad de aprehender al sujeto y la
ambigüedad que surge al partir de un discurso manejado desde un quiebre
sincrónico que constituye una posibilidad de negociación –en la que se expre-
sa una verdad que está fuera del conocimiento del sujeto, de la frase y de lo
sentencioso en el repertorio referido– se reflejó no sólo en los textos de las
canciones de las cantadoras sino en varios diálogos que tuve con ellas. En
varias ocasiones, ante todo cuando la conversación se prestaba para indagar
los orígenes de una canción, de un texto, de un fragmento del mismo o de
aspectos de la tradición, se presentó una situación que dejaba en entredicho
la veracidad de lo que afirmaban mis informantes y a la vez no daba cabida a
una conclusión lógica o racional de mi parte. Así, cuando le pedí a Carmen
Dora Cortés que me contara cómo había surgido la canción “El Jueves Santo
tembló”, me contestó lacónicamente que “se la habían enviado” de Cali. Sa-
biendo que la mayoría de las cantadoras no sabían leer ni escribir y que care-
Un incidente parecido ocurrió con la decana de las cantadoras, Rosa Tigre, una
anciana que había sido la informante, para su tesis doctoral sobre el romancero en
su tradición escrita y oral en Colombia (Beutler 1969), de la primera investigadora
de este repertorio a finales de los años sesenta. Al pedirle que escuchara su voz en
una de las grabaciones que yo había rescatado me contestó que no conocía la can-
ción que sonaba y que ésta era de “río abajo”. Es más: cuando le pregunté quién le
había enseñado a cantar ese repertorio, me contestó que su padre, a quien denomi-
nó “cantor”. La figura del “cantor” suscita más preguntas que respuestas, puesto
que se ha comprobado que la transmisión de este repertorio, tanto en los años
sesenta como cuando yo fui a la región, se atribuye a las mujeres de la comunidad,
y, por otra parte, el término cantor generalmente se utiliza –en el contexto de la
Iglesia– al referirse a la música sacra, especialmente a la del período barroco. Más
aún: ¡es improbable que una persona de color ejerza el cargo oficial de cantor en
nuestro medio! Como se puede ver, el resultado de estas indagaciones, indudable-
mente, dejaba entrever lo poco seguro que era el terreno sobre el que yo pensaba
hacer mi dictamen sentencioso como investigadora (Titon 2003: 175).
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Resumen
Otro estudio de Ricœur enfoca “la memoria herida y la historia” y resalta los
abusos e insuficiencias de la memoria y su relación con el olvido y la constitu-
ción de la identidad personal y colectiva. Para ello enmarca la discusión dentro
de los límites del psicoanálisis –tanto teórico como en su condición de práctica
terapéutica–, examinando en particular la problemática de la elaboración del
duelo y el “trabajo de la memoria”. En este estudio también se plantean las dife-
rencias entre el discurso de la memoria y el discurso de la historia ubicándose en
tres niveles: documental, explicativo e interpretativo. La historia tiene preten-
siones de verdad de las que la memoria carece, aunque en ocasiones se ve atra-
pada en las paradojas propias de la memoria y, por supuesto, en las de cualquier
investigación científica. De entrada, el simple hecho de buscar pruebas docu-
Los fandangos
Los bailes de ancestro africano presentaban un particular desarrollo a pesar
de que el fuero eclesiástico los condenara por insinuantes y eróticos, pues se
consideraba que despertaban la libido de la plebe. Los “bundes”, como se cono-
cían estos bailes, eran bastante comunes, pero la sociedad dominante trataba
de evitarlos a toda costa. Uno de los casos más significativos de confrontación
entre esta tradición popular y el moralismo eclesiástico lo describió Joseph Díaz
de la Madrid, obispo de Cartagena, quien consignó sus opiniones y desvelos al
respecto en una carta que envió al virrey Caballero y Góngora en 1782. En
dicha epístola detallaba los pormenores de lo que ocurría en su diócesis y las
Igual remedio se necesita con los más estrechos encargos a las justicias rea-
les para que celen y eviten en las vísperas de fiestas los bailes que vulgarmente
llama Bundes, a lo menos desde las nueve de la noche en adelante para que se
consiga que las gentes que asisten a ellos no dejen de oír misa en el siguiente
día, como frecuentemente acontece, no sólo en los sitios y lugares, sino tam-
bién en las villas y ciudades sin exceptuar ésta que es la capital de la provincia.
[…] los Bundes comúnmente se hacen de noche en las calles, patios o plazas o
en los campos. Los que concurren son indios, mestizos, mulatos, negros y zam-
bos, y otras gentes de inferior clase: todos se congregan de montón sin orden ni
separación de sexos, mezclados los hombres con las mujeres; unos tocan, otros
baylan y todos cantan versos lascivos, haciendo indecentes movimientos con
sus cuerpos. En los intermedios no cesan de tomar aguardiente y otras bebidas
fuertes que llaman guarapo y chicha, y duran estas funciones hasta cerca del
amanecer. Ya se dejan considerar las proporciones que traen para el pecado la
oscuridad de la noche, la continuación de las bebidas, lo licensioso del paraje;
la mixturación de los sexos y la agitación de los cuerpos; de todo lo cual han de
resultar las fatalísimas consecuencias que puede inferirse. Y de aquí dimana
que, embriagados los unos, entorpecidos los otros y cansados y rendidos del
sueño todos, no vayan a misa en la mañana siguiente (que es lo más ordinario)
o no puedan oírla con la competente devoción. (A.G.N., Curas y obispos, tomo
13, ff. 989v-990r)
El baile que estas “gentes” practicaban al son de los instrumentos del regi-
miento fijo de Cartagena, de las milicias blancas y de las milicias pardas, respec-
tivamente, según la clasificación indicada, se iniciaba con un minué –o
“minuete”, como también se lo llamaba– que bailaba la pareja principal, segui-
do de otros minuetes que bailaban tres o cuatro parejas más. Dicho protocolo
daba paso a “la animada contradanza española”, luego de la cual se daba lugar
al valse “españolizado” y adaptado “a nuestro clima de fuego”. Después de la
medianoche, la música para el baile alternaba los valses y contradanzas men-
cionados con bailes autóctonos o “de la tierra”. No obstante, dentro de este
A los bailes de salón asistían hombres y mujeres que ocupaban una posición
social privilegiada y podían vestirse bien, pues la plebe vivía sus experiencias
festivas y lúdicas de manera distinta:
El general Posada percibía en los bailes de los negros una alegría y una
vitalidad que propiciaban una especie de olvido de la esclavitud, mientras que
en los bailes de los indios detectaba una nostalgia y una tristeza propias del
recuerdo de la “antigua independencia y libertad de los bosques” –actitud
idealizadora del indio propia del siglo XIX– y de su desdén por los blancos, los
negros y sus mezclas, todos ellos ocupadores de una tierra que no les pertenecía.
Según Posada Gutiérrez (Ibíd.: 199), las diferencias entre los desarraigados de
que le informa que siendo como es cantor de dicha iglesia y que acude a la
celebración del culto divino todos los días sin faltar aunque sea en tiempo de
hacer sus sementeras sin llevar cosa alguna sino antes bien desprendido a su
costa, y sin embargo de lo que refiere y de que es costumbre asentada no ocupar
a los cantores en servicios personales, el cacique le hace servir y tratar de
consertarle en que le hace agravio de más de impedir con esto se celebre el
culto divino con la licencia que se debe.
Pide a V. Ex.a se sirva mandar reservar a este indio de servicios personales
pues además de las q.e representa a veinte años sirve de tal cantor a dha iglesia.
(Ibíd., tomo 12, f. 114r)
[D]igo que desde edad de nueve años poco más o menos me pusieron a la
escuela y me enseñaron a cantar y siempre he servido a la iglesia de cantor y
tocar chirimía con otros de mi pueblo y por que soy tributario que siempre he
pagado mi demora y requinto, y en mi tierra me suelen ocupar en servicio per-
sonal así de los vecinos como de comunidad a mi y a un hijo mío llamado Agustín
que así mismo es tributario y a mi mujer y otros hijos. Vengo a que Vmd me pida
provisión real para que me reserven de todo servicio personal a mí y al dho mi
hijo y a mi mujer y familias y que solo cumplamos con acudir a la iglesia los días
que fuere necesario para nuestro oficio de cantores que lo es mi hijo, y así mis-
mo en pagando nuestro tributo no nos obliguen a otra cosa y por quanto somos
cantores no nos obliguen a que paguemos en especie de manta la demora y que
la reciban en plata según la tasa y que por la tal reserva no nos quiten nuestras
labranzas ni solares ni nos hagan algún agravio. (Ibíd., tomo 10, f. 423r y v)
A estas últimas fiestas también asistían los indios del pueblo de Popoa. Por
tanto, a la celebración asistían los indios de todos esos lugares, acompañados de
sus clarines, chirimías y estandartes, y recibían como retribución por su partici-
pación lo que los alcaldes y jueces de la ciudad les daban de comer y otras cosas
que voluntariamente quisieran regalarles. Todos estos pueblos eran comarcanos
a Vélez, no estando a una distancia mayor de una legua de allí. En este caso se
presentaban dentro del mismo marco una costumbre y una concepción utilita-
rista. Finalmente se mandó que “se guarde la costumbre de que los indios con-
curran a las festividades, que se enuncian; pero este se entiende con la precisa
calidad de que se les haya de asistir con el jornal correspondiente; y que de otro
A la hora de los festejos no había tiempo que perder. Los días festivos eran
aprovechados como espacios de ocio en los que también se podía bailar y beber,
con mayor razón si el objetivo era celebrar un pasaje importante de la vida so-
cial o ritual, como un bautismo o un matrimonio. Así sucedió en la parroquia
de Barichara en 1807, cuando con motivo de las fiestas de san Juan hubo mu-
chas celebraciones durante los últimos días de junio, las cuales enfrentaron a
dos de los alcaldes de la localidad. Uno, de apellido Pradilla, permitía y partici-
paba de los juegos de envite, prohibiendo al mismo tiempo que el otro, José
María Acevedo, patrocinara y participara de bailes y fandangos nocturnos, ani-
mados por varios músicos y celebrados para animar tanto dichas fiestas como
un matrimonio que se había efectuado. En efecto, cuando en la noche del 22 de
junio se celebraba un fandango en la casa de María Claudia y Antonio Gómez,
llegó allí un criado […] y dijo ante su amo el señor alcalde Pradilla les man-
daba decir se retiraran y que a esto respondió el señor alcalde Acevedo dicien-
do: yo soy el que ha dado licencia para que se baile, yo el que estoy aquí, y el que
me quiero divertir, y que esto lo hizo muy alterado, diciéndole al criado: ya estás
despachado; y que se previno a todos los asistentes que en caso de haber alguna
cosa, todos le acompañaran; que había mandado al alguacil no diera quieta en
las noches de San Juan, y San Pedro, que eran noches de diversión, y que todo
el año estavan esos pobres infelices sujetos, y se les había de dar alguna diver-
sión. (A.G.N., Policía, tomo 6, núm. 18, ff. 2v-3r)
Vemos, pues, que el baile desbordaba sus fronteras. Así, en el culto y la vene-
ración de los santos, al igual que en las muertes de infantes –o “angelitos”–,
también se bailaba. Acaso por dicho desborde fue por lo que se prohibieron los
“bailes fatiga y zaraza” en la década de 1760, bajo pena de excomunión a quien
osara practicarlos. (Ibid, tomo 80, doc. 2220, ff. 2r y v)
Por otro lado, en una edición de 1913 de un periódico local dirigido por
Pedro A. del Pino, uno de los columnistas sintetizó la imagen que de la marimba
se habían hecho los comerciantes y acaudalados “burgueses” del puerto:
Por otro lado, en 1879 se creó una Escuela de Música, dirigida por José Ma-
ría Llona, con la idea de que “al juzgar del porvenir de este puerto por los ele-
mentos de educación, es seguro que tendremos lindísimos conciertos, exquisi-
tos bailes y deliciosas reuniones sociales”. (El Elector, Tumaco, feb. 5 de 1879,
trim. 2o., núm. 8) Ahora bien: cuarenta años después de que se diera inicio a
este proyecto, la gente negra de Tumaco se las arreglaba para conservar sus tra-
diciones, que para entonces se condenaban con más ahínco:
Cuando Beto Escrucería repartió televisores entre los tumaqueños, las imá-
genes fílmicas ya habían hecho su aparición en la ciudad, aunque no como es-
trategia proselitista sino como parte del proyecto hegemónico cultural de la
élite local. En efecto, desde los comienzos de la década de 1910 se empezaron a
verificar en el Teatro Municipal y en el salón Kosmos funciones de “Cine Co-
lombia”. Esta compañía, propiedad de “Morcillo Hermanos”, difundía imáge-
nes que inculcaban, con sus temas recurrentes –como el de la apertura del Ca-
nal de Panamá–, la idea de progreso de la época. Ahora bien: ya que el cine no
se popularizó de manera efectiva, sobre todo por razones técnicas, las activida-
des teatrales siguieron teniendo un papel privilegiado. (El Litoral Pacífico, Tumaco,
feb. 14 de 1912, año V, núm. 142; oct. 16 de 1915, año VI, núm. 209; El Micrófago,
Tumaco, ago. 7 de 1914, serie IV, núm. 38; oct. 10 de 1914, serie IV, núm. 43;
oct. 24 de 1914, serie IV, núm. 45)
Insisto: habrá que afirmar cada vez más la identidad personal y colectiva con
base en la función narrativa. Se trata de que los sobrevivientes y sus victimarios –
en el caso particular del conflicto colombiano– eleven su memoria lastimada al
plano de la expresión verbal por medio del relato. Si los rostros de la memoria
afrocolombiana no se someten a continuas instancias de conmemoración y re-
flexión como aquellas a las que hoy asistimos, quedarán depositados en el olvido,
y entonces habremos perdido la oportunidad política de recordarle a la humani-
dad cuán crueles fueron nuestros antepasados y habremos evadido nuestra res-
ponsabilidad de construir y profundizar los rostros de la memoria afrodescendiente.
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1914, serie IV, n°. 43; oct. 24 de 1914, serie IV, n°. 45.
El Litoral Pacífico, Tumaco, feb. 14 de 1912, año V, n°. 142; oct. 16 de 1915, año
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Resumen
actuales religiones suramericanas están impresos los rastros de África. Por su parte, los traba-
jos de Friedemann y Arocha (Friedemann y Arocha 1986; Friedemann 1993; Arocha 1999b)
sobre las huellas de africanía en Colombia muestran que, investidos de nuevos significados e
inmersos en las creencias religiosas, en la danza y en la música, entre otras expresiones cultu-
rales, renacieron aquí fragmentos y siluetas africanas.
6
He adoptado la designación África central para referirme ampliamente a las regiones congo
y angola y a sus áreas vecinas.
7
Es importante aclarar que, si bien cierto que entre 1640 y 1662 Cartagena no recibió escla-
vos procedentes de África central, de acuerdo con los datos que arroja la investigación de
Birmingham (1966) dicha zona proveyó esclavos para las colonias de América durante todo
el curso de la trata. Efectivamente, Centroáfrica aportó 44,2% de los esclavos que salieron de
ese continente durante el curso del comercio negrero (Warner-Lewis 2003: 10). El documen-
to de Maya (2005:182-183) afirma que en Brasil y Perú, el final del siglo XVII se caracterizó por
la presencia angoleña, circunstancia que diferencia la situación de Cartagena del modelo
general de la trata, lo que lleva a pensar en el tráfico ilícito que existía entre las factorías del
Caribe y la Nueva Granada.
8
Distribuidos así por etnónimos: 88 congos, 3 luangos, 1 bato, 1 bamba, 1 pango y 1 mayomba.
Había también 28 chamba (Granda 1988: 72-73).
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos que los pueblos bantú en el Áfri-
ca central poseen un complejo sistema religioso terapéutico (nkisi). Se trata de
una especie de “recipientes” que “contienen” el arte de la curación y pueden ser
conchas, hojas, paquetes, vasijas de cerámica, imágenes de madera y estatuas,
entre otros objetos. Estos artefactos de culto se usan en los rituales terapéuticos
hamba (pl. mahamba). Encarnan, además, los espíritus de los ancestros y, como
tales, desempeñan un papel de intermediarios entre el dios creador y los hom-
bres (Bastin 1961: 36). Estas unidades poseen una fuerza subyacente, un poder
ligado a los antepasados –que son objeto de gran veneración–, y por ello están
dotadas de atributos especiales y son muy manipuladas por las personas, quie-
nes las inundan de propiedades. Lima (1971: 19) ha clasificado los hamba, de
acuerdo con la función que cumplen, en tres categorías generales: cosas cuyo
propósito es repeler daños y resguardar del mal –amuletos–, objetos regresivos y
memorativos –que representan en la tierra a los jefes ancestrales míticos–, y
figuras que contienen fuerzas “positivas” pero también energías “negativas” 9.
Dentro de esta clasificación de objetos mágicos-religiosos quiero referirme a las
tallas de madera, especialmente a las figuras usadas en los rituales terapéuticos
de cura individual. Las estatuas bifrontes o “janiformes” mencionadas al co-
mienzo de este ensayo se inscriben en esta categoría.
9
La doble función de estas energías convierte al objeto en un elemento “positivo” –hamba– o
en una unidad “negativa” –wanga–. Un gran número de figuras hamba son ambivalentes en
cuanto a su significado y a su función; de ahí que muchas sean llamadas wanga en lengua bantú.
En su importante estudio sobre los hemba del nordeste de Zaire, Neyt (1977)
presenta la imagen janoforme de la que hablamos como una figura mítica y un
objeto de culto que aparece en las tradiciones genesíacas del clan. En la vida
normal, Kabeja –nombre sagrado de la deidad representada en la pieza– es el
protector de la salud y la fertilidad, y a su imagen se le hacen ofrendas de sangre
(ibíd.: 483-485). Rodrigues de Areia (1977: 105) presenta una figura semejante
–Tukuka–, que es utilizada por los adivinos quiocos del centro de Angola y par-
ticipa en los ritos de bienestar y de curación. Lima (1971) muestra figuras seme-
jantes, usadas por los quiocos de la región de Canzar-Chitato, y las inscribe en
la categoría de las estatuas mbanji, que son unas figuras bifrontes talladas en
madera cuya altura oscila entre 50 centímetros y 2 metros y cuyas caras son una
femenina y la otra masculina, la primera pintada con arcilla roja y la segunda
con carbón vegetal, cada una de las cuales representa por lo general un ancestro
masculino y uno femenino de la línea paterna, respectivamente. Son objetos
hamba polivalentes a los que corresponde proteger a los cazadores, a los viajeros
y las cosechas; atraen la riqueza, propician la fertilidad de las mujeres y preser-
van la salud (Rodrigues de Areia 1977: 266). Este diseño también aparece en la
región del medio y alto Kwango, al suroccidente del Zaire. En efecto, las inves-
tigaciones realizadas por Bourgeois (1984: 107-108) sobre los suku y los yaka
atestiguan la presencia entre ellos de la figura la doble, adscrita a la institución
de curación khosi (fig. 1); es una figura ambivalente que sirve para perturbar el
bienestar o atraer la prosperidad, y en ambos casos la estatua se resguarda en un
gabinete o en una repisa bajo el cuidado del jefe de la aldea o del sacerdote.
Como sus vecinos legba, cokwe, hemba, yaka y suko, los luba del Congo
veneran tradicionalmente una efigie similar. El estudio de Colle (1913) sobre
los baluba evidencia la existencia de la representación descrita y la reseña con
el nombre del ser supremo de la cosmología bantú, Kalunga. Este autor (1913:
439) se refiere a esta talla como un “ser todopoderoso” burdamente tallado en
un tronco de árbol de 70 centímetros de alto y representado con dos rostros
humanos unidos por detrás. La escultura-bastón muestra un orificio en el crá-
neo que se llena de pócimas mágicas apropiadas para la cura de enfermedades.
Podemos concluir que el motivo del “Jano” esta asociado, en función tera-
péutico-religiosa, con el bienestar y la salud y que está unido a un nombre que
Sea como sea podríamos aseverar, que seguramente los esclavos congo, angola,
luango, bato, bamba, pango, mayomba y chamba –es decir, el pueblo bantú–
trajeron consigo memorias de este elemento sagrado, la figura bifronte tallada
en madera que seguramente reverenciaban antes de ser encadenados en Áfri-
ca 11 , lo que valida el concepto, ya enunciado, de “huellas de africanía”
(Friedemann 1989).
Fundado entre 1650 y 1700 por guerreros cimarrones africanos y sus descen-
dientes, el Palenque de San Basilio –ubicado en costa Atlántica–, al igual que
todos los palenques, germinó como un baluarte de resistencia a la esclavitud y,
como tal, fue un ámbito cerrado con su propia estructura cultural, sociopolítica y
10
Kalunga tiene además otras representaciones. A veces se lo representa bajo un tipo de
diseño llamado cingelyengely –en lenguaje bantú– y es común encontrarlo tallado en la frente
de las figuras antropomorfas mágico – religiosas de Angola. También es representado como
un conjunto de signos y gravados rupestres (Bastin 1961: 148- 149).
11
Las crónicas de João Antonio Cavazzi (1965) dan cuenta de la vida religiosa durante el
siglo XVII en los reinos de Congo, Matamba y Angola.
12
Voz derivada del kikongo, una lengua bantú, y cuyo significado original es “melancolía,
memoria, recuerdo” (Schwegler 1996: 3).
Una vez aclarado el papel de la voz bantú kalunga quiero hacer referencia al
análisis comparativo realizado por Schwegler (ibíd.: 452-523) de dos cantos
entonados en el lumbalú, titulados Kalunga lunga ma nkisi é y Lumba lumb’é ma
nkisi é y reseñados por él como “dos cantos que son verdaderas reliquias de
africanía. […] estos dos lumbalúes […] de Palenque [de San Basilio] constitu-
yen el único corpus de datos orales afrocolombianos editados que posiblemente
se remonten a los primeros momentos de la Colonia”. En su análisis se refiere a
lo que ha denominado “vocablos fósiles”: aquellas palabras que han quedado
inamoviblemente ancladas en el lenguaje ritual y las cuales, en su opinión, “ac-
tualmente son incomprensibles para los palenqueros, pero en la antigüedad esas
voces ‘extrañas’ expresaban conceptos de raigambre africana las cuales no sólo
fueron esenciales en el contexto de los rituales fúnebres sino que también
permearon la vida de los cimarrones” (ibíd.: 454).
Otro elemento de discusión sobre el cual habría que hacer hincapié corres-
ponde a la siguiente conjetura presentada por Schwegler (ibíd.: 459-460):
Vemos, pues, que Schwegler expone las reciprocidades existentes para con-
cluir que probablemente la unión de las dos voces lleve implícito el concepto de
“fetiche”13 (y nkisi, al igual que kalunga, emerge como tal en las prácticas mági-
co-religiosas de los afroamericanos). Más adelante afirma que “en Latinoamérica
aparece bajo varias variantes fonéticas […] en Brasil […] inquice o ekice desig-
na las divinidades de los candombles angola-congo, correspondiente al orixá
nago […] en Cuba encontramos (n)kisi, inkisi o el hispanizado nkiso, cuyo signi-
ficado es o se aproxima a ‘poder sobrenatural’, [medicina] ‘mágica’, ‘prenda’”
(ibíd.: 467). Pero en la página siguiente va más allá y cita el Vocabulario congo de
Lydia Cabrera (1984): “Nkisi o nkiso: Poder sobrenatural. Y a la vez, por exten-
sión, el receptáculo u objeto en que se fija un espíritu o el alma de un muerto”.
Asimismo, el vocablo es una voz constante entre los practicantes de la religión
Regla de Palo o Regla Congo en Cuba (Fuentes y Schwegler 2005: 87).
13
No olvidemos que Kalunga tiene, entre otras, una representación que corresponde a la
figura de Jano.
Para la exploración que nos interesa hay que resaltar en el aporte de Schwegler
(ibíd.: 136-138) lo que él ha denominado versos “fósiles”; es decir, hay que te-
ner en cuenta los rastros africanos que emergieron en la sociedad
afrodescendiente para permanecer estáticos e inalterables (ibíd.). Igualmente
hay que subrayar, en el conjunto de los conceptos kalunga, lunga, nkisi y nganga14,
la redundancia evidente de patrones mágico-religiosos bantú15 en una sociedad
de cimarrones formada por descendientes de africanos. Efectivamente encon-
tramos, en la relación que nos convoca, la correspondencia entre el culto a las
divinidades, la intervención de tallas de madera y la medicina local. En otras
palabras, hallamos hoy los indicios sonoros de una trilogía inseparable que, se-
gún Schwegler (ibíd.: 458-468), “fue la cosmovisión que pudo haber acompa-
ñado a los esclavos, cimarrones y sus descendientes por lo menos durante los
primeros años de la Colonia”.
eran [son] los soportes de la memoria colectiva. En este sistema las prácticas
sagradas articuladas sobre el diálogo con los antepasados se trasmitían y actua-
lizaban mediante expresiones corporales como la palabra cantada, dicha o reci-
tada, el cuerpo gestual y danzante, además del despliegue icnográfico compues-
to por máscaras, esculturas, instrumentos musicales, pinturas faciales y
escarificaciones (énfasis mío).
Relaciones interétnicas
Jiménez (2004: 17) trae a colación a “la gente de otros colores” para referirse
al producto de los amores “zambos” que surgieron en los campamentos mineros
del Chocó. En sus palabras, “indígenas amañados con negras, negros amancebados
con mujeres indias, zambitos hijos de los platanales y de los tambos, sólo ponían
al descubierto que la segregación establecida por la legislación española allí tuvo
sus límites”.
Hasta este momento nos hemos referido al espacio que pudo ser compartido
en la esclavitud. Ahora hay que imaginar cuál fue la relación que entablaron
los indígenas con la gente negra que era perseguida por la justicia y que acababa
por refugiarse en los palenques que habían sido construidos por otros cimarro-
nes en el Pacífico colombiano. Si bien es cierto que la esclavitud fue un vehículo
por el cual negros e indígenas tuvieron que coexistir en un mismo espacio y
crear vínculos que les permitieran sobrevivir, hay que pensar en las relaciones
que se dieron por fuera de ella. Así que la idea de que los cimarrones entablaran
relaciones con los indígenas no es descabellada, puesto que, no obstante que los
palenques del litoral Pacífico se construían en los sitios más recónditos de la
pantanosa y espesa selva, se circunscribían a una cartografía que les permitía a
los cimarrones interactuar con áreas mineras y caseríos indígenas. Serrano (1999:
245) dice que “el conocimiento del mundo esclavista permitía a los cimarrones
interactuar con otros sujetos del contexto –negros urbanos, piratas e indios– y
suplir necesidades que en el entorno en que huían no podían satisfacer”. Jiménez
(2004: 18-19) indica que, si la legislación y el clero separaban a los indígenas de
los negros, la selva se encargó de unirlos. Añade que en “los países de Nóvita,
Citará y el Baudó los unía la selva, el río, el cultivo de maíz; el rancho minero y
el tambo donde aprovechaban cualquier ocasión para ayuntarse y volver aque-
llo una rochela. Esos sitios de convivencia donde a ritmo de tambor y de festejos
se encontraba el uno con el otro”.
Con base en los archivos históricos, el citado trabajo de Jiménez (2004: 18)
evidencia que la segregación impuesta por las leyes coloniales encontró su lími-
te entre la selva y el agua del Chocó. Demuestra además que las relaciones inte-
rétnicas se dejan ver asimismo en los inventarios de esclavos registrados en las
minas. Entonces la posibilidad de una relación construida a partir de la convi-
vencia diaria dentro de los límites de la esclavitud o de la huida, y en el resqui-
cio que dejaba la libertad clandestina, debió crear vínculos basados en la ayuda
y en la solidaridad. No es difícil imaginar que en un contexto de incertidumbre,
en donde la vida y el porvenir estaban amenazados16, las tácticas de subsistencia
16
Jiménez (2004:15) dice que los castigos y abusos que sufrieron los indígenas en los
repartimientos podrían compararse muy bien con los suplicios que padecieron los africanos
y sus descendientes.
Aquí nos hallamos ante una suma de factores que convergen para plantear la
posibilidad de que el motivo de Jano tallado18 en los bastones usados por los jaibanás
chocó probablemente fuera resultado del vínculo que existió entre negros e indí-
genas. Uno de estos, enunciado por Arocha (1999: 14), y que consiste en la rela-
ción entre Inquisición y persecución, nos deja deducir que el poder ejercido por el
aparato colonial y asistido por la fuerza y la dominación llevó a que los africanos
y sus descendientes entablaran una relación con los indígenas chocó que permi-
tió que un elemento –la talla de madera– pasara de una cultura a otra. Ahora
bien: aunque Arocha asevera que los estudios sobre las prácticas religiosas colo-
niales de los afrocolombianos y sobre los efectos que tuvo sobre ellos la Santa
Inquisición, así como el análisis de los archivos históricos en cuanto a los lazos y
tratos que unieron a negros e indígenas, deben dar sustento para contrastar esta
hipótesis, está bien documentado que el acoso, la persecución y la fiscalización
fueron las armas que asistieron la dominación a este lado del Atlántico, al igual
que al otro, en los reinos de Angola, Congo y Matamba.
17
Maya (2005) demuestra con base en expedientes de la Santa Inquisición la persistencia de
los africanos y sus descendientes en las practicas de “curanderismo”.
18
Robinson y Bridgman (1966-1969: 178, 193) proveen un ejemplo de este género de bor-
dón, hallado por ellos en Colombia durante su estadía entre los indígenas noanamá del río
Taparal, en Pueblo Negro de Palestina en el departamento del Chocó. Al respecto afirman
que “dos muestras [de bastones] que hallamos eran totalmente distintas de todos los otros
bastones que vimos o que ya han sido descritos en la literatura de la tribu. [… La segunda
consiste en] dos figuras, un hombre y una mujer espalda con espalda, en una extremidad
únicamente se habían tallado la cabeza y los pechos y solamente el hombre tenía brazos.
Sobre el tallo del bastón se encontraba un gran sapo y en la otra extremidad una flecha. Fue
el único bastón que vimos que había sido pintado con anillos de jagua en el tallo del bastón y
diseños curiosos en las figuras humanas”.
19
Aquí me permito indicar que los objetos de protección a los cuales se refiere Schwegler
consisten en unas bolsitas manufacturadas en cuero en las cuales se llevan objetos como
semillas y huesos y que se amarran a la cintura debajo de la ropa. Otro elemento consiste en
“una especie de cruces equiláteras” (Schwegler 1996) que se atan a las vigas de amarre de las
casas debajo del techo. Nótese que los elementos enunciados “existentes como una perseve-
rancia de cultos africanos nkisi” (ibíd.) son objetos que se usan en una instancia privada y
personal, es decir ocultos y no expuestos a la vista, contrariamente a los bastones, que se
utilizan como objetos públicos y evidentes. A diferencia de los bastones, que aparecen como
objetos “comunales”, los amuletos son elementos de uso individual.
20
Acerca de la morfología y la estética de las tallas sagradas chocó ver Machado Caicedo [2].
21
“Los indios –dice Ceballos (2002: 220)– en virtud de una real cédula de Felipe II (1571),
habían quedado fuera de su jurisdicción [del tribunal del Santo Oficio], en los asuntos de fe y,
por lo tanto, no podían recibir el cargo concreto de brujería diabólica, cargo que los asimilaría a
la herejía y por ende a la esfera del Santo Oficio. La acusación de herejía queda reservada, de
esta forma, a los pueblos conocidos desde antigua data: europeos, moros, africanos y judíos”.
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Resumen
Es curioso que, a pesar de ser esa área de Manhattan una de las más desarro-
lladas e intervenidas urbanísticamente, no se tuviera conocimiento ni indicios
de lo que ocultaba en su interior, escondido durante siglos de intentos de borrar
la memoria histórica de un pasado esclavista y del sufrimiento que implicaba.
En siglos anteriores, el cementerio no se consideró algo importante de preser-
var ni tampoco un espacio sagrado sino más bien un lugar para ser olvidado,
aunque su existencia estuviera documentada en mapas de su época.
A mediados del siglo XVII, los ingleses y los holandeses se disputaban cons-
tantemente ese territorio, por lo cual emprendieron varias guerras, hasta que el
asentamiento colonial pasó definitivamente a manos de los ingleses en 1674.
Los granjeros holandeses abandonaron sus tierras y dejaron atrás a sus esclavos,
quienes se unieron para formar lo que se conoce como la primera comunidad de
negros libres en el país. La Compañía Holandesa de las Indias Occidentales era
también propietaria de esclavos. Ya en 1644 había liberado a algunos de ellos y
les había dado tierras para que se asentaran y defendieran el territorio en la
peligrosa frontera norte de la isla. Luego les dio la libertad a sus esposas más no
a sus hijos, que fueron comprados por ellos mismos más tarde. Ése fue el origen
de una zona apartada del puerto que se conoció como la “tierra de los negros”,
quienes continuaron viviendo de lo que producían sus granjas. Este grupo co-
existía con otros grupos de personas que continuaban esclavizadas y que traba-
jaban bajo las órdenes de empresarios privados y públicos que usaron su mano
de obra en la construcción de grandes proyectos urbanos y que tenían trato y
comunicación constante con otras colonias holandesas del Caribe, como la isla
de Curazao.
Una vez que los ingleses consolidaron su poder, Nueva York se convirtió en
uno de los puertos centrales en la trata de esclavos. Por esto se impusieron leyes
estrictas en la propiedad y rescindieron muchos de los derechos que tenían los
negros libres, como la posesión de la tierra. Estas personas habían adquirido ya
destrezas y especializaciones en carpintería, herrería, costura, panadería y otros
oficios. En 1711 se conformó un mercado de esclavos en la famosa Wall Street,
calle así llamada por el muro que marcaba los límites de la ciudad hacia el norte.
Allí se subastaban los esclavos y se alquilaba la mano de obra negra por días o
Cuando los negros morían no se permitía que se los enterrara en una iglesia,
como era la tradición de la época, por lo que se creó un cementerio especial
para ellos a un kilómetro de distancia allende el muro. Hoy aún se conservan
varios de esos antiguos cementerios en la zona del bajo Manhattan, los cuales
fueron declarados monumentos hace muchos años. Con el paso del tiempo, al
aumentar la población de esclavizados aumentó el tamaño del cementerio, que
llegó a abarcar alrededor de cinco manzanas. Hasta en la muerte seguían te-
niendo muchas restricciones. Se sabe que no podían asistir más de doce perso-
nas a un entierro y que los funerales no se podían realizar de noche, esto para
debilitar las costumbres llevadas de África. Para visitar a sus muertos, al igual
que para movilizarse, les era necesario tener un permiso escrito de sus amos1.
Desde ese momento hasta el hallazgo del cementerio, en época reciente, sólo
se vio el valor comercial del terreno. Aquél no se volvió a mencionar durante
1
Schomburg Center for Research in Black Culture. S.f. African Burial Ground, New York
City . Africans in the Americans. Celebrating the Ancestral Heritage. New York Public Library.
2
Para obtener mayor información se recomienda visitar <http://www.africanburialground.com>.
Otro caso es la indemnización, también en efectivo, que se les dio a los japo-
neses que fueron internados en campos de concentración en los Estados Uni-
dos durante la Segunda Guerra Mundial, a quienes también se les arrebataron
sus bienes. El mismo gobierno japonés ha tratado de resarcir del daño que se les
hizo a miles de mujeres japonesas, coreanas, chinas, filipinas y de otros países
asiáticos que fueron tenidas como esclavas sexuales, algunas de ellas secuestra-
das, obligadas a prostituirse en las bases militares de los países ocupados por el
Japón. Estas mujeres eran conocidas con el eufemismo de comfort women y se las
La idea de llevar a los ancianos dagara a que realicen esos rituales ancestrales
tiene una carga emocional muy fuerte, ya que ellos precisamente proveen un
elemento que ayuda a cerrar un evento infame de la historia. Los símbolos des-
empeñan papeles importantes en los procesos de paz y de reconciliación
(MacGinty 2003), ya que movilizan multitudes, hacen llamados a la historia
Es importante en este proceso que se sepa qué pasó, que se cuente la verda-
dera historia y que se identifique el mal que se hizo para que a su vez se promue-
va la justicia. Pero ¿cuál es la cara del problema y cuál la cara de la justicia en
este caso? Sabemos que muchos esclavizados tomaron la justicia en sus propias
manos, se rebelaron, huyeron, envenenaron y mataron. En este caso no hay
cómo ejercer una justicia retributiva que imponga un castigo, pues todos los au-
tores de las atrocidades están muertos. Más bien se debe hablar en este caso de
una justicia restaurativa, centrada en la idea de reparación de las víctimas, aun-
que a veces se da por sentado que aplicar la justicia y sanar y restablecerse van
por diferentes caminos. En este paradigma, tanto la víctima como el agresor
ocupan un lugar central, y debe haber un diálogo directo e indirecto donde la
comunidad desempeñe un papel importante.
¿Por qué en febrero de 1999 Mathieu Kerekou, presidente de Benin, que fue
uno de los centros más agitados de venta de esclavos, se arrodilló en una iglesia
de Baltimore a pedir perdón por el papel que ciertos grupos de africanos tuvie-
ron en la trata (Crouch 2001)? Ese mismo año, el presidente de Ghana, Jerry
Rawlings, estuvo en una conferencia en Benin y también pidió disculpas. Ese
mismo año, Kerekou contactó a Henry Louis Gates, quien estaba a cargo del
Instituto de Investigaciones Afroamericanas W. E. B. DuBois, del Departamen-
to de Estudios Negros de la Universidad de Harvard, para invitarlo a la Univer-
sidad de Benin a recibir un doctorado honoris causa en reconocimiento de lo
que Kerekou consideró su valiente análisis del papel de África en la trata y su
papel simultáneo de promotor de los esplendores del Continente Negro en un
programa de televisión transmitido en los canales públicos.
¿Cuáles son algunas de las acciones que se pueden promover para mejorar
las relaciones entre los descendientes de los agresores y los de sus víctimas y
para alcanzar mayor reconocimiento, respeto y entendimiento en las comuni-
dades con que conviven? Para esto hay que promover algunos símbolos de re-
conciliación, de tal modo que todo el país comparta momentos y fechas espe-
ciales en ceremonias y eventos oficiales. Por ejemplo, en los Estados Unidos se
reconoció hace algunos años como día festivo oficial el natalicio de Martin Luther
King, fecha en la que no sólo se rememora la época reciente de la lucha por los
derechos civiles sino que también se promueven acciones conjuntas para la re-
conciliación, en las cuales se conjugan elementos simbólicos y emocionales.
Finalmente habrá quien piense que hay que tener cuidado con darles dema-
siada importancia a los símbolos, pues estos nos pueden distraer de los verdade-
ros temas que deben tenerse en cuenta, como los factores y las desigualdades
que causan el conflicto interétnico en la actualidad. El Cementerio Africano se
convirtió en símbolo y hasta en una causa popular entre los estamentos de po-
der de la ciudad y del país, pues no representa una amenaza sino más bien cons-
tituye un elemento que puede traer más ventajas que desventajas. Como símbo-
lo opera muy bien en un contexto de relaciones étnicas volátiles que funcionan
en un marco de división y de violencia, pero más que todo sirve para promover
la identidad de un grupo y para consolidar y promover la aceptación del
multiculturalismo y la diversidad, pasando de la separación a la integración en
busca de un futuro en común en donde no haya negación sino aceptación.
3
Manning Marable es profesor de historia y de ciencia política en la Universidad de Colum-
bia y dirige el Institute for Research in African American Studies. Sus artículos se pueden
encontrar en <http://www.manningmarable.net>.
Debe haber un espacio legislativo claro que propicie una verdadera negocia-
ción en temas de reconocimiento y autodeterminación donde hay contacto
interétnico. La idea es que los descendientes de esclavos disfruten un nivel de
vida más alto sin perder su identidad cultural. A pesar de que haya descubri-
mientos tan importantes como el del Cementerio Africano y actos simbólicos
que los celebren –son pasos en la dirección correcta para superar las desventa-
jas históricas–, es necesario que exista una estrategia nacional que se proponga
mejorar también otros aspectos sociales, como la educación, la vivienda, la sa-
lud, el derecho al trabajo y la justicia, que son muy deficientes en las comunida-
des donde viven los grupos afrodescendientes, tanto en Estados Unidos como
en muchos otros países. Es una obligación de todos entender las causas y las
consecuencias del racismo y luchar constantemente para rechazarlo.
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Zehr, Howard. 2001. Restorative Justice. In Peace Building. A Field Guide, eds.
Luc Reycheler & Thania Paffenholz. London: Lynne Rienner.
Resumen
Otra de las dimensiones educativas en las que se enmarcan las acciones re-
paradoras abarca las prácticas investigativas e implica la deconstrucción de los
modelos de investigación excluyente y vertical, proponiendo, al contrario, una
investigación participativa, incluyente, bilateral y dinámica. En aquéllos, tanto
entre los sujetos de la investigación como entre los medios y las técnicas em-
pleados se construyen jerarquías hegemónicas utilitarias. En cambio, una pro-
puesta investigativa construida por un equipo multidisciplinar de
coinvestigadores permite un proyecto de capacitación-formación continuo en
ámbitos investigativos diferentes, dinamizando la interacción de miembros de
la comunidad con profesionales de diversas disciplinas. Se promueven la trans-
ferencia de saberes y haceres y la reestructuración del acto investigativo en fun-
ción de equipos plurales. Estos proyectos participativos generan dinámicas de
autonomía que ponen en marcha nuevos proyectos y nuevas iniciativas locales
o exógenas y crean conciencia de la participación y de la capacitación ya adqui-
rida. Así, la autogestión y el posicionamiento de sus saberes y haceres locales
llevan a la formulación de un proyecto educativo colectivo fundamentado en la
identidad y el patrimonio.
La serie radial “Sonidos del Palenque” permite una reflexión y un repaso del
tema del patrimonio en diez emisiones. Construida según la misma filosofía de
“aprender haciendo”, la serie involucra diversas voces palenqueras en el ámbito
de lo testimonial y de la narración radial y para la escritura de los guiones cuen-
ta con el trabajo de un equipo de tres palenqueros con quienes se define y reali-
za la serie. En la producción de la misma, el equipo radial involucró a los
palenqueros en las tareas propias del periodismo y el registro radial, permitien-
do de esta manera una pluralidad de voces y visiones del patrimonio a través de
la presencia de los palenqueros como coequiperos de su realización. Esta expe-
riencia fue alimentada por la ya larga historia de trabajo local escolar con emi-
soras comunitarias y series radiales, aspecto que motivó mucho más la realiza-
ción de una serie radial como producto de una investigación sobre el patrimonio
cultural de San Basilio de Palenque.
Desde las localidades, y en particular desde San Basilio de Palenque, las de-
mandas de una biblioteca, una videoteca y una fonoteca sobre temáticas
afrocolombianas, afroamericanas y africanas adecuada a lo que la Constitución
de 1991 promulga y la etnoeducación preconiza es una exigencia central en la
medida en que es imposible hablar de enseñanza etnoeducativa careciendo casi
totalmente de materiales adecuados para el ejercicio de estos modelos educati-
vos. Las bibliotecas educativas locales de la población afrocolombiana ameritan
la ejecución de un proyecto de esta dimensión con el objetivo de brindar de
forma sistemática a todo el territorio nacional insumos para avanzar en pos de
las directrices educativas de la etnoeducación e implementar algún día la Cáte-
dra de Estudios Afrocolombianos.
Las sedes educativas deben estar dotadas de materiales que permitan la apli-
cación de un modelo etnoeducativo que fortalezca las referencias identitarias
de sus alumnos e incentive un sentido de reconocimiento de su identidad en los
niveles local y nacional.
Un proyecto así debe cuestionar las políticas estatales en los ámbitos educa-
tivo y étnico y emprender acciones directas y efectivas apoyadas por el Estado,
con participación de las comunidades y ayuda internacional. Todos los esfuer-
zos por fortalecer la educación afrocolombiana se quedan cortos dadas las con-
diciones reales de la enseñanza en las poblaciones afro del país. Estamos seguros
de que las semillas que se siembren en este campo darán frutos en un futuro
cercano y permitirán medir cualitativamente si se le ha apostado a la “repara-
ción de la deuda causada por la trata africana” aportándole a la educación de
cada comunidad afrocolombiana.
Además de este primer gran reto viene otro que tiene que ver con los com-
plejos procesos de capacitación nacional de los docentes que operen el sistema
etnoeducativo afrocolombiano y que hablen lenguajes comunes y particulares
en los procesos locales de la escuela y el colegio. Se trata de un diálogo entre
materiales educativos y personal docente, binomio que constituye la unidad
dinámica de la enseñanza, diálogo que debe permitirles compartir sus experien-
cias educativas en las aulas de clase. La formación de formadores es un reto
nacional que va de la mano con la producción sistemática del acervo básico
afrocolombiano, y su superación sería una doble acción fortalecedora de las
responsabilidades nacionales frente a las poblaciones afrocolombianas, gene-
rando un aporte en doble vía para las labores locales y regionales.
Comentarios finales
Poner a dialogar la educación y el patrimonio en función de los procesos de
fortalecimiento de la identidad es tener una amplia oferta de tareas por realizar
en el seno de las poblaciones afrocolombianas, si de acciones afirmativas y de
reparación se trata. No sólo el ámbito legal de la Constitución de 1991 y de las
leyes es propicio para que se desarrollen programas y proyectos en esta línea;
también las dinámicas locales, los movimientos sociales y sus luchas lo vienen
exigiendo desde hace ya varias décadas: hay una demanda por el fortalecimien-
to del sistema educativo para los afrocolombianos, por el desarrollo de propues-
tas equitativas y no excluyentes y, en fin, por un trato más equitativo de parte
del Estado.
Un marco de referencia bastante rico es el que ofrece pensar los temas del
patrimonio, de la educación y de las afrorreparaciones, pues estos, en compañía
de la investigación, constituyen los ejes en torno a los cuales se deben diseñar
las diversas políticas públicas para y con los afrocolombianos. Son cuatro ámbi-
tos en los que las identidades y las etnicidades tendrán sus sentidos y lugares en
cuanto a las autonomías y reconocimientos de ser afrocolombianos. En el siste-
ma educativo se transmiten cadenas de valores y representaciones de las identi-
dades, al igual que por los medios de comunicación se transmiten los imagina-
rios de la identidad y la etnicidad afrocolombianas.
Bibliografía
Agüero Doná, Celma (coord.). 1992. África inventando el futuro. México, El
Colegio de México.
Rojas, Axel y Castillo Guzmán, Elizabeth. 2005. Educar a los otros: Estado, polí-
ticas educativas y diferencia cultural en Colombia. Popayán, Universidad del
Cauca.
Resumen
Resumimos las adhesiones objeto de este ensayo diciendo que los autores
examinados tienden a endosarle el desarrollo del Afropacífico a la colonización
y al mestizaje, dos alternativas inscritas dentro de las estrategias de blanquea-
miento que impulsaron los ideólogos del evolucionismo para alcanzar lo que
para ellos era el progreso, luego de haber combinado los determinismos genético
y ambiental. La aspiración a blanquearse parece inseparable de aquella forma
de afropesimismo según la cual los cautivos y su progenie carecen de los medios
para superar el abandono por parte del Estado y la marginación con respecto a la
modernidad. A esa opción se contrapone la del afrooptimismo fundamentado en
el etnodesarrollo, el cual parte de exploraciones encaminadas al futuro y cimen-
tadas en reflexiones sobre la historia y las potencialidades propias. En gran medi-
da, la reforma constitucional de 1991 aspiraba a darle vida a esa utopía.
Antecedentes
Hacemos explícitos los antecedentes de nuestra tesis remontándonos a 1982,
cuando Nina S. de Friedemann y Jaime Arocha hicieron trabajo de terreno en
Tumaco, Barbacoas, Los Brazos (río Güelmambí) y Magüí-Payán dentro de la
Afrooptimismo
Para aclarar nuestra argumentación recordemos que Gilberto Freire (1930)
contribuyó a que para buena parte de la academia noratlántica considerara que
en las Américas la presencia, la génesis y la transformación de los africanos y
sus descendientes respondieron a las necesidades de la economía de plantación
(Mintz 1970: 6) que Antonio Benítez Rojo (1999) identificó como “maquina-
ria”. No obstante la acogida de esta tesis, ella deja por fuera los ámbitos de la
minería del oro y la plata, de modo que es necesario perfeccionar los inventarios
de las complejidades que caracterizan la formación de América negra. Con ese
propósito sugerimos ampliar la noción de “simbiosis” que el historiador colom-
biano Germán Colmenares (1976) aplicó al nexo entre las haciendas de trapi-
che y las minas de aluvión del Valle del Cauca. De esta manera podremos hacer
explícitos los nexos y los mecanismos de retroinformación entre la maquinaria
“plantación caribeña” y la maquinaria “extracción suramericana”. En el Pacífi-
co colombo-ecuatoriano, las minas de aluvión y los ríos moldearon el cautive-
rio de la gente negra, su esclavización, su manumisión y sus movimientos
migratorios. A su vez, estos últimos contribuyeron a originar la producción agrí-
cola. La simbiosis de esta última con la mina amortiguaba los desmoronamientos
que siempre siguen a los apogeos de las economías extractivas, respondiendo a
Los sindicalistas se referían a los territorios colectivos que sería posible co-
menzar a constituir a partir de tal fecha. Igualar esa forma de acción afirmativa
con el ejercicio del racismo es un pensamiento emparentado con el de la pro-
moción de homogeneidades como las que aclama la noción de mestizaje
involucrada en el modelo andinocéntrico que analizaremos. Si fuéramos a resu-
mir el descalabro que hoy sufren las afrorreparaciones dictadas por esa ley, no
dudaríamos en resaltar el olvido al cual poco a poco el Estado, las ONG y hasta
los movimientos sociales van sometiendo a esas civilizaciones disidentes, al
polimorfismo que las acompaña, a la legislación que intentaba salvaguardar el
futuro de tal polimorfismo y a las comunidades que comenzaban a ejercerlo
dentro del marco de seguridad que les ofrecían los territorios colectivos legiti-
mados mediante esa legislación, así como a sus miembros, sometidos a una nue-
va diáspora por parte de los ejércitos regulares e irregulares que desde mediados
del decenio de 1990 entraron de lleno a disputarles los derechos que avalaba
inclusive la legislación internacional mediante el Convenio 169 de la OIT (Gaviria
2004). El triunfo del modelo opuesto se debe a la maquinaria armada que le ha
dado sustento, a las argucias legales que sus abogados idean y al sistema de pro-
paganda que lo difunde y cotidianiza, inclusive entre quienes deberían ser sus
críticos.
Con lo que
Entre las materias primas que Múnera destaca dentro de este proceso de
construcción figura el
Múnera hace varias citas del ensayo que Caldas publicó en 1808 en el Se-
manario del Nuevo Reino de Granada con el título “Del influjo del clima sobre
los seres organizados” para ilustrar el paradigma que orientaba al sabio. De
esas citas nos parece relevante la que tiene que ver con la inteligencia de las
razas:
[Cuando crece el ángulo facial de Camper] “crecen todos los órganos desti-
nados a poner en ejercicio la inteligencia y la razón; cuando disminuye, dismi-
nuyen también esas facultades. El europeo tiene 85° y el africano 70°. ¡Qué
diferencia entre estas dos razas del género humano! Las artes, las ciencias, la
humanidad, el imperio de la tierra son el patrimonio de la primera; la estolidez,
la barbarie y la ignorancia son las dotes de la segunda. El clima que ha formado
este ángulo ha también dilatado y comprimido las facultades del alma y moral
[…] El africano de la vecindad del ecuador [es] Lascivo, […] Ocioso […] Ven-
gativo, cruel, celoso con sus compatriotas [y las mujeres negras son] tal vez más
licenciosas, hacen de rameras sin rubor ni remordimientos” (ibíd.: 75).
En nota al pie de esa página, Múnera explica que, según Nancy Stepan, “los
intelectuales y científicos latinoamericanos se valieron de la idea de ‘mestizaje
constructivo’ para salvarse de la acusación de decadencia racial. La populari-
dad del concepto había decaído en Europa a medida que ‘el pensamiento euro-
peo se volvía más racista’”. Más adelante perfecciona su tesis aclarando que
“Las razas y las castas deberían tener, como tuvieron, su geografía inevitable
y fatal: los blancos e indios de color pálido y bronceado y los mestizos que de su
cruzamiento naciesen, quedarían aglomerados en las regiones montañosas y las
altiplanicies; mientras que los negros, los indios de color rojizo y bronceado
oscuro, y los mestizos procedentes de su cruzamiento, debían poblar las costas y
los valles ardientes […] Importa mucho que no se pierda de vista esa geografía
de las razas y las castas hispanocolombianas, porque en ella se encuentra el
secreto o la clave de muy importantes fenómenos sociales y de casi todas las
revoluciones que han agitado a las repúblicas de esa procedencia” (ibíd.: 108).
nada cuenta que Bogotá, por ejemplo, estuviese todavía poblada por lo me-
nos en un 40% por indios y por un número igual de mestizos, que Medellín
fuese una ciudad con una población negra y mulata dominante, y que Popayán
fuese, en su mayoría, ciudad de negros y de indios (ibíd.: 113).
Ahora bien, este triunfo de la retórica de la nación civilizada fue posible
mediante la bestialización de la raza negra, cuyo único atributo para la forma-
ción de la nacionalidad pareció ser su fuerza bruta y su alegre disposición a
dejarse civilizar por medio del acto repetido de la violación sexual (ibíd.: 151).
exponer tres grandes hitos con los que se constituye la imaginación con la
que se describe y delimita a este conjunto de grupos y territorios. El primero es
el conjunto de metáforas que los designan: las de fronteras, márgenes o perife-
rias, que evocan imágenes como las de tierra incógnita, territorios salvajes, de
miedo, tierras de nadie o zonas rojas. Éstas no solamente describen
indiscriminadamente una serie de grupos y de territorios en el interior de Co-
lombia como regiones remotas y explosivas, sino que definen también una serie
de sociedades y de lugares en el planeta con los mismos términos, como Cache-
mira o Afganistán, dentro de los cuales Colombia en su conjunto hace parte de
un “eje del mal”. Bajo estas metáforas hay una historia colonial, una historia de
colonización incumplida. […]
El segundo motivo es la romantización del carácter salvaje de estos lugares,
en el que sus paisajes y sus habitantes se ven estetizados y erotizados. Se con-
vierten en lugares de misterio, de sueños, de los encuentros más diversos. […]
Y el tercer y último motivo es la violencia constitutiva de este designio.
Puesto que estas tierras incógnitas son fronteras, márgenes, periferias de la ci-
vilización, tienen una dimensión estratégica crucial. Representan el ámbito ex-
tremo, la tierra de nadie necesaria para la reproducción económica, pues es
precisamente la existencia y el mantenimiento de espacios donde reinan el “des-
orden” y la anarquía, lo que hace posible el reproducir de maneras perversas la
rapacidad del orden económico vigente. El mismo conjunto de imágenes y na-
rrativas las convierte en El Dorado, en fuente inagotable de inefables riquezas
En concordancia con las ideas de Mintz y Benítez Rojo, a las cuales hicimos
alusión, Serje señala que
El autor en quien nos enfocamos también vislumbró las ventajas del mesti-
zaje cultural cuando comentó que
Los proyectos que Yacup propuso para modernizar el litoral Pacífico tienden
a compartir el desdén por la preservación de selvas y ríos de los que se formula-
ron medio siglo después y de los que hoy están en marcha. No consideramos
que Yacup actuara con perversidad; más bien, que el paradigma que asocia al
trópico con el salvajismo y lo convierte en “El Dorado, en fuente inagotable de
inefables riquezas de fácil obtención” (Serje 2005: 12) le impidió percibir las
Esta novela versa sobre unas pocas horas en la vida del joven afrochocoano
Irra (Israel), quien vivía acosado por el hambre y la miseria. El escenario de la
trama es Quibdó, a cuyas casas palafíticas Palacios les dedica varios párrafos,
mas no para destacar el sentido adaptativo que esa arquitectura tiene con res-
pecto a un ámbito ribereño y húmedo sino más bien para desvalorarlas:
La casa se elevaba de la tierra en algo más de un metro, y aún más por detrás,
de manera que se veían desde la calle los puntales nudosos, endebles,
esqueletados embarrados. La acera de esa manzana era un terraplén de barro
mezclado con arena, sostenido por paredón de tablones podridos […] el corre-
dor cimbraba al menor peso con algunas tablas en falso y otras rotas […] la
pared de palma del frente estaba desvencijada […] la paja podrida del techo
husmeaba titilante (Palacios 1998: 49).
El cuarto estaba opaco, tejido de telarañas por todas partes1 . Allí observó la
viga plagada de comején; los comejenes iban y venían; la casa estaba completa-
mente carcomida, y las rosadas bolitas de carcoma se desgranaban por el piso
(ibíd.: 60).
Hay descripciones de Quibdó que al lector tan sólo podrían dejarle la impre-
sión de que el puerto era casi un deposito de desechos. Veamos la de la página
50: “El viento aún soplaba alborotando las basuras […] el ambiente estaba im-
pregnado de un hedor nauseabundo”. Ahora pasemos a la de la página 76: “El
ambiente respiraba hedor a moho de queso, moho mezclado con zumo de cebo-
lla y naranjas despaturradas. Olía también a axilas sudadas, y a nauseabundos
hedores provenientes de las zanjas”. Con respecto a los quibdoseños, estas vi-
siones nos llevan a preguntarnos: ¿cómo toleraban esas pésimas condiciones de
higiene?, ¿eran víctimas de la desidia y la pasividad? No es difícil imaginar que
durante el decenio de 1940, para quienes se adherían a los modelos objeto de
estas reflexiones, Palacios proveía datos relevantes. Sin embargo, recordemos
que tanto Serje como Múnera demuestran el carácter contraevidente de los
modelos de construcción nacional que aquéllos describen. Así, para el decenio
1
Ver <http:/encolombia.com/educación/unicentral 4799 apr- origen.htm> y
<ciudadviva.gov.co./mayo06/magazine/5/index.php> (consultadas: 17/10/2006).
2
En otra publicación difundimos una visión alternativa de este hecho: las arañas encarnan a
Ananse, el Prometeo que trajeron los akán desde África. A quien perjudique a uno de estos
animales de valor mitológico le pueden sobrevenir sucesos desagradables (Arocha 1999).
Pasando a los habitantes del puerto nos hallamos ante apreciaciones que,
del mismo modo, podrían nutrir con creces los imaginarios de quienes se afe-
rran a la idea de que los climas cálidos albergan y producen seres inferiores:
Sueños pospuestos
En una combinación de los dos modelos que hemos analizado, Héctor Abad
Faciolince creó la ficción de Angosta. Imagina una nación de ese nombre, quizás
inspirándose en lo que podrá resultar de Colombia en la situación posconflicto.
Nos muestra un país regido por una política de “apartamiento” debido a la cual a
sus propios ciudadanos se les exige visa y se los controla valiéndose de operadores
de migración llegados de China, quienes administran retenes, o check points, para
impedirles a los “segundones y tercerones”, de piel oscura y de clase baja o media,
residir en la Tierra Fría, dominio exclusivo de los “dones” blancos. Hay dones no
blancos que han llegado a serlo acreditando grandes depósitos bancarios en dóla-
res. Buena parte de los destinos de esa sociedad son “guiados” por un consejo de
notables que se reúne en la clandestinidad y se apoya en un aparato represivo
inmisericorde llamado “Secur”. Entre los miembros de ese cuerpo secreto de go-
bierno figuran operadores de loterías informales, especuladores y traficantes, quie-
nes han lavado por diversos medios los dineros provenientes de sus actividades
ilícitas. Pese al salvajismo de las tierras calientes, los dones las codician y han
logrado monopolizarlas gracias a la manipulación del poder judicial. Los mismos
cuerpos de seguridad se encargan de que los tercerones se mantengan fuera de los
límites de esas especies de prolongaciones de la tierra fría en la tierra caliente.
3
Ver <http://encolombia.com/educación/unicentral 4799 apr-origen.htm> (consultada: 17/
10/2006).
Parece que las leyes Forestal y de Desarrollo Rural hubieran sido diseñadas
para darle legitimidad a las tierras que, luego de haber sido arrebatadas median-
te la violencia, pasaron a ser emporios de palma aceitera, cultivo en el cual la
actual administración presidencial cifra el desarrollo del litoral Pacífico (El Tiem-
po 2005; Foro Nacional Ambiental 2005; García 2006: 2A ; Molano 2006: 10A).
Se va desvaneciendo la ilusión de que el Estado tome en serio la ley 70 de 1993
e impulse el etnodesarrollo de los territorios colectivos mediante asistencia fi-
nanciera, pero en especial impulsando proyectos de ciencia y tecnología apro-
piadas que permitan perfeccionar los sistemas tradicionales de producción
polimorfa para hacerlos más competitivos ante los del monocultivo. Ese era el
caso, por ejemplo, de los Faros Ecológicos que la Asociación Campesina del
Baudó promovía hasta en los momentos más críticos del conflicto armado. Sin
embargo, unos de sus principales gestores, el ingeniero Rudesindo Castro, tuvo
que buscar refugio en Bogotá, desde donde no sólo le es difícil promover esas
formas de desarrollo alternativo sino donde también tiene que involucrarse en
las iniciativas que buscan amortiguar los efectos negativos de la inserción urba-
na que deben emprender quienes han sido desterrados de sus territorios
ancestrales, ya sea por la implantación de los modelos andinocéntricos de desa-
rrollo o por la guerra (De la Rosa y Moreno 2002).
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Antropólogo. Bogotá, Área Curricular de Antropología, Facultad de Cien-
cias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.
Resumen
Por esto es válido iniciar el desarrollo del tema de los derechos de la pobla-
ción afrodescendiente viendo cómo se define jurídicamente a esta población;
en otros términos, preguntando: ¿cuál es el nivel de reconocimiento que el Es-
tado le da a esta población? y ¿está en correspondencia dicho reconocimiento
con su situación y con el nivel de las demandas de sus actores sociales y políti-
cos? Es decir: ¿cuál es el sujeto y cuáles son las características de ese sujeto de
1
Frente a la demanda instaurada por el Movimiento Cimarrón, la Corte Constitucional ma-
nifestó los siguiente: “Como ocurre con grupos sociales que han sufrido persecuciones y tra-
tamientos injustos en el pasado que explican su postración actual, el tratamiento legal espe-
cial enderezado a crear nuevas condiciones de vida tiende a instaurar la equidad social y
consolidar la paz interna y, por lo mismo, adquiere legitimidad constitucional. Así, la diferen-
ciación positiva correspondería al reconocimiento de la situación de marginación social de la
que ha sido víctima la población negra y que ha repercutido negativamente en el acceso a las
oportunidades de desarrollo económico, social y cultural” (Corte Constitucional 1996: 4).
2
“Obsérvese que las acciones de afirmación positiva, a diferencia de las medidas legislativas
que se originan en el mandato del artículo 55 transitorio de la Constitución política y de
otras del mismo género, no se orientan a preservar la singularidad cultural de un grupo huma-
no. En aquéllas el dato socio- económico pone de presente una situación de debilidad mani-
fiesta o de asimetría en relación con el resto de la sociedad. En este sentido, la ley se propone
integrar dicho grupo humano a la sociedad de una manera más plena. De ahí que la función
de la norma sea la de suprimir barreras que se opongan a la igualdad material y enfrentar las
causas que la generan, sin eliminar –desde luego– los rasgos culturales típicos de una deter-
minada comunidad” (Corte Constitucional 1996).
Junto a ello hay imprecisión y falta de claridad frente a los derechos recono-
cidos a la población afrocolombiana al manejarse indistintamente categorías
como “minoría étnica”, “comunidad”, “pueblo”, etc. En el Informe anual de De-
rechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de 2003 se habla de mino-
rías étnicas refiriéndose a las comunidades negras y a los pueblos
afrocolombianos, de acuerdo con el Convenio 169 de la OIT, en lo cual la nor-
mativa internacional establece marcadas diferencias3 .
3
“Como puede observarse, la normatividad propuesta para pueblos afro e indígenas –como
pueblos– reconoce de manera clara y sin lugar a ambigüedades derechos al territorio, la auto-
nomía y la identidad cultural. Los derechos de las minorías están sujetos completamente a la
voluntad política de los Estados, y no reconoce a estos grupos niveles de autonomía y territo-
rialidad mas allá de los comúnmente reconocidos a sus ciudadanos; su tratamiento especial
está referido a las lenguas y a las prácticas culturales y religiosas que los hacen diferentes,
pero no lo suficiente como para hacerlos artífices de su propia propuesta de sociedad y desa-
rrollo” (Grueso 2000: 112).
El documento Conpes 3169 de 2002 plantea los avances del programa Polí-
tica para la Población Afrocolombiana y aborda derechos diferenciados de acuer-
do con los ámbitos de aplicación territorial. Éste es el documento que con ma-
yor precisión distingue las categorías de derechos según el contexto en que se
encuentre la población afrocolombiana. Se considera uno de los primeros do-
cumentos en establecer categorías y en presentar diferencias, y lo hace de la
siguiente manera ( DNP 2002: 3-5):
4
La demanda que dio origen a la Sentencia C-454/99 consideraba que ya existía la represen-
tación de la comunidad negra o afrocolombiana en el Consejo Nacional de Planeación y que
ceder un espacio a los raizales era violatorio de la Carta, ya que, según la demanda, ellos
harían parte de la población negra o afrocolombiana. La Corte Constitucional falló a favor de
la comunidad raizal sustentando su carácter de grupo étnico diferenciado del resto de comu-
nidades negras del continente.
Por otra parte, en la sentencia C-530 de 1993 la Corte había señalado que
Los de tercera generación son los derechos colectivos o derechos de los pue-
blos (Colombia 1991) y cobijan el desarrollo, la libre determinación de los
pueblos, el medio ambiente, la paz, la identidad y el territorio. Tienen que ver
con conceptos como “desarrollo” (ONU 1986), “diferencia”, “derecho propio”,
“etnodesarrollo” (Colombia 1991), “cultura”, “pueblos o comunidades tradi-
cionales” (indígenas, negros, rom, raizales), “prácticas tradicionales”, “segu-
ridad alimentaria”, “soberanía alimentaria”, “tierras”, “territorio”, “comuni-
dad negra” (Colombia 1993) y “ocupación colectiva de tierras” (territorios
colectivos).
• Un camino, es decir, como una serie de pasos que se dan tanto en cada orga-
nización de comunidades negras como en espacios mixtos que vinculen a las or-
ganizaciones de comunidades negras convocadas por las consultivas departamen-
tales con apoyo de los consultores regionales. Allí se podrán encontrar procesos
organizativos relacionados con la vivencia y vigencia de sus derechos.
• Un proceso: Las convocatorias locales y regionales se constituirán en un
escenario de trabajo, reflexión, debate, encuentro y desencuentro sobre la for-
ma como se concibe lo afropolítico, convirtiéndose en una oportunidad de asu-
6
“Se espera contar con un insumo que alimente de manera coherente, estratégica y perti-
nente la formulación y validación del Plan Integral de Largo Plazo para la Población Negra o
Afrocolombiana. […] El documento debe contener la tendencia (últimos 10 años) y la situa-
ción actual del eje temático ‘derechos humanos–género’, así como recomendaciones de polí-
tica pública y estrategias; las que deben ser priorizadas de acuerdo a los períodos de gobierno
para los siguientes planes de desarrollo nacional y el Ejercicio de Visión Segundo Centenario
del Gobierno Nacional, a saber: 2006, 2010, 2014 y 2019” (DNP 2005: 3-4).
Así, el tema de los Derechos Humanos para una política pública o un plan
integral de largo plazo podría, en lo fundamental, centrar su acción en la recu-
peración del derecho colectivo que le asiste a la población en su carácter de
grupo étnico con el siguiente objetivo:
Anexo
Marco normativo general
7
Algunas políticas públicas derivadas de la ley 387 de 1997 y de la ley 975 de 2005 se desarro -
llan bajo la concepción de derechos fundamentales para los ciudadanos y no contemplan los
derechos colectivos aplicables a integrantes de grupos étnicos. En consecuencia, las repara-
ciones que de ellas se derivan no contemplan las variables cultural y étnica.
––– 1997. Ley 387 de 1997: Por la cual se adoptan medidas para la prevención del
desplazamiento forzado; la atención, protección, consolidación y estabilización so-
cioeconómica de los desplazados internos por la violencia en la República de Co-
lombia.
––– 2003. Ley 812 de 2003.
––– 2005. Términos de referencia para la contratación de una consultoría para el eje
temático de Derechos Humanos – género en el marco del proceso de formulación
del Plan Integral de Largo Plazo para la Población Negra o Afrocolombiana.
Resumen
Todo el material empírico del cual se nutre esta reflexión se obtuvo a través
de mi experiencia de campo en dos escuelas del municipio de Soacha
(Cundinamarca), donde, mediante observaciones etnográficas y entrevistas a
docentes y estudiantes, me propuse identificar cómo se configuraban las rela-
ciones interétnicas entre las niñas, los niños y los jóvenes afro y sus docentes y
pares.
Tal aproximación suscitó una dinámica muy particular, pues las personas
con quienes tenía un primer contacto –sobre todo, maestros y maestras– consi-
deraban que mis búsquedas carecían de sentido, pues “hacemos parte de un país
| 648 | “Aquí ellos también son iguales”: una aproximación al racismo en el ámbito escolar.
mestizo, donde no hay racismo”. Esa afirmación tipifica la efectividad de la
interiorización del discurso que promueve las “bondades” del mestizaje racial y
cultural. Hasta 1991, cuando se promulgó la nueva Constitución, las clases di-
rigentes, el sistema educativo y los medios de comunicación se valieron de esa
valoración positiva de la mezcla de fenotipos y símbolos patrios para sostener la
identidad nacional (Wade 1997; 2002).
Aunque en Colombia mucho se ha dicho y escrito sobre este tema, los diver-
sos estudios coinciden en señalar que a ese discurso lo caracteriza la ambigüe-
dad y lo contradice la tensión sociorracial cotidiana (Arocha 2004; Cunin 2003;
Viveros 2002; Wade 1997; 2002). Y pese a que, por medio de este discurso, las
élites reconocieron y aceptaron en cierto grado la “mezcla”, los negros y los
indios “puros” han seguido ocupando los escalones más bajos de la estratifica-
ción social, a la espera de que la asimilación cultural los redima.
Pero hay que considerar también que, aquí y en otros lugares de América
Latina, el racismo y la discriminación racial son temas que continúan apare-
ciendo en diversos ámbitos como parte de un pasado colonial supuestamente
“superado”, el cual se relaciona de manera exclusiva con la institución de la
esclavitud en el país, y cuando se contemplan su contemporaneidad y su perma-
nencia, se habla de ellos como de situaciones geográficamente remotas, como el
apartheid de Sudáfrica y la segregación de los Estados Unidos (Taguieff 2001;
Van Dijk 2003).
Coincido con Wade en la medida en que es cierto que la relación entre per-
sonas negras y no negras, por lo que pude observar en las escuelas, está jalonada
por constantes como la tensión y la ambigüedad. Sin embargo, la aceptación a
la cual él hace referencia también ocurre, según mi experiencia de campo, como
una opción para “controlarlos”. En consecuencia cobra relevancia la asigna-
ción de un ámbito de desempeño que, según las representaciones de esos sujetos
–los docentes–, es el que “le corresponde” la gente negra (Cunin 2003).
| 650 | “Aquí ellos también son iguales”: una aproximación al racismo en el ámbito escolar.
Ahora bien: esas aseveraciones no eran unilaterales. En los diálogos que sos-
tuve con docentes y estudiantes afro surgieron afirmaciones que hacían eviden-
te que ellos se identificaban con los estereotipos mediante los cuales los habían
definido. Sin embargo, con estos las cosas iban en dirección contraria. Si entre
los docentes no negros mis preguntas suscitaban una negación automática del
racismo, las personas “marcadas racialmente” afirmaban casi de inmediato la
existencia del racismo, no sólo dentro de la escuela sino en diversos ámbitos.
Aun así, no dudaban en resaltar algunas de las “cualidades” asociadas a su raza.
Sobre este punto, un docente afrochocoano afirmó: “Lo que tengo entendido es
que los primeros esclavos fueron blancos, sino que, pues, no tienen la misma
resistencia del negro, y eso está comprobado”; otro docente negro agregó: “El
negro, por naturaleza, es algo como violento”.
Como vemos, estas últimas representaciones coinciden con las primeras que
abordé; pero, si entendemos la representación como el trabajo a partir del cual
le damos sentido al mundo social (Hall 1997a:61-62), podemos comprender
que, en la práctica, esa representación consiste en fijar algunos significados. En
consecuencia, esos significados corresponden a diferentes posiciones dentro de
un sistema de clasificación. Así, la marca de la “diferencia” se sitúa en la base de
la cultura, teniendo siempre en cuenta la relación de poder que hay entre quie-
nes designan y a quienes se designa (Hall, 1997 a y b); en este caso, entre gente
no negra y gente “negra”. Según Hall, las culturas, para ser estables, necesitan
que las cosas se mantengan en el lugar que se les haya asignado. Esos límites
simbólicos se encargan de conservar unas categorías “puras” que garantizan que
la posición de los miembros de la cultura no sufra alteraciones causadas por
“asuntos fuera de lugar” que vendrían a quebrar las reglas y los códigos implíci-
tos (Hall 1997b: 236).
Así, esta fase fue interesante, pues me permitió entender cómo se concreta-
ban y operaban las prácticas racistas.
1
Fue la profesora Mara Viveros quien me llamó la atención sobre esta relación.
| 652 | “Aquí ellos también son iguales”: una aproximación al racismo en el ámbito escolar.
ros de salón. Al respecto –para presentar un caso concreto– recuerdo que una
mañana, a la hora del descanso, un grupo de niñas elogiaban a una niña afroco-
lombiana por su nuevo peinado, unas trenzas tejidas con extensiones de cabello
sintético que le llegaban a hombros, e insistían, una y otra vez, en que ahora sí
se veía bonita, porque los “cachitos” que usaba antes eran “muy feos”. La niña
compartía la percepción de sus amiguitas, quienes, aunque le tocaban el cabe-
llo, no lo hacían para molestarla, como antes.
Reflexiones finales
Espero haber podido mostrar la complejidad constitutiva de las relaciones
raciales, en este caso en un contexto igualmente denso donde transcurre gran
parte de nuestras vidas (Toro 2001). Sin embargo, quiero aclarar que este no es
un panorama en el cual todo aparezca concluido. No quiero decir que “todos
los colegios son así”, pues ello sería negar la multiplicidad de las dinámicas pro-
pias de los espacios escolares.
Es cierto que resulta difícil objetivar un proceso casi inconsciente y tan coti-
diano, sobre todo cuando, como en este caso, carece de cuestionamientos. Si
bien los datos que consigné a lo largo de estas páginas no corresponden a mani-
festaciones de agresión y violencia física, es evidente que sí están cargados de
violencia simbólica, la cual es igual de dañina. Esto se comprueba en la medida
| 654 | “Aquí ellos también son iguales”: una aproximación al racismo en el ámbito escolar.
en que los mecanismos de imposición y estereotipamiento son interiorizados
muchas veces por las mismas personas a quienes se les aplican, quienes se defi-
nen por medio de esas categorías.
Sin embargo, quedan varias preguntas para las cuales no tengo respuestas.
Una de ellas tiene que ver con la voluntad real de implementación de la Cáte-
dra de Estudios Afrocolombianos debido a que, después de casi quince años,
aún no está muy claro el cambio de definición de la nacionalidad y todavía se
cree que las políticas de la diferencia son una manera de respaldar la segrega-
ción. Hace falta comprender que este no es un asunto de y para los grupos étnicos
sino se trata de procesos que trascienden e intentan consolidar la
multiculturalidad. Hasta hace poco, docentes y estudiantes de diversas institu-
ciones educativas no comprendían que dicha cátedra no es un asunto exclusivo
de y para los mismos afro, sino que contiene un lineamiento intercultural don-
de se involucra a quienes no son afrocolombianos. Todavía son tímidos los pro-
cesos de implementación y, por lo tanto, de transversalización de la cátedra;
pero soy consciente de que no es una responsabilidad exclusiva de las institu-
ciones escolares. Quedan por investigar el impacto y los cambios que dentro de
las escuelas haya suscitado su implementación, en caso de que se haya dado.
Por último quiero agregar que uno de los propósitos de quienes luchamos en
diversos espacios por que la nación sea incluyente y por que los afrocolombianos
ejerzamos una ciudadanía plena es que la pedagogía tenga la capacidad de in-
cluir la identidad diversa y de darle paso al reconocimiento de las diferencias y
de las fortalezas de los diferentes grupos étnicos que constituyen la nación para
subvertir las prácticas homogeneizantes de la escuela y aprender a vivir la
multiculturalidad con libertad y no como un lastre.
Uno de los grandes inconvenientes a este respecto es que hacen falta mode-
los para una enseñanza donde la pedagogía permita mirar según otra óptica la
diversidad para que las diferencias no sean el equivalente inmediato de la des-
igualdad que han padecido esos pueblos y se socave la participación, casi siem-
pre inconsciente, de docentes y estudiantes en la construcción y la puesta en
circulación de prácticas racistas en el ámbito escolar, pues hasta ahora son tími-
dos los intentos de quebrar algo tan profundo y enraizado como el racismo.
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| 658 | “Aquí ellos también son iguales”: una aproximación al racismo en el ámbito escolar.
Foto: Aura Elisa Rosero de Mosquera
Políticas étnicas afrocolombianas en
educación superior: dinámicas
identitarias en la Universidad de
Antioquia
ANDRÉS GARCÍA SÁNCHEZ
Resumen
Para las “minorías étnicas”, la década de los noventa marcó avances sin pre-
cedentes en el reconocimiento de sus especificidades culturales, gracias a la
consagración de sus derechos en la Constitución de 1991 y, en el caso de las
comunidades negras, a mecanismos concretos de acción positiva como la ley 70
de 1993 y sus decretos reglamentarios. Pero, al contrario de lo que plantea este
discurso de reconocimiento de sus derechos, enmarcado en un escenario de
multiculturalismo y políticas de la diferencia como hechos sociales globales,
durante ese mismo decenio, así como en lo que va corrido del nuevo siglo, las
poblaciones negras descendientes de los africanos –que en el siglo XVI habían
sido arrancadas de su continente y traídas como esclavos a América– han sido
víctimas una vez más del recrudecimiento de la guerra en sus territorios colecti-
vos y como cuerpos individuales. En Colombia, del reconocimiento étnico se
pasó inmediatamente al etnocidio de afrocolombianos y pueblos indígenas; pa-
radójicamente, una vez que las comunidades negras obtuvieron la titulación
colectiva de sus territorios ancestrales, especialmente en el Pacífico colombia-
no, empezaron a ser desplazadas y victimizadas diariamente por los distintos
actores armados que confluyen en la región (Almario 2004).
La pregunta que surge en este nuevo escenario es, entonces, si los derechos
que obtuvieron los afrocolombianos en el campo de la educación gracias a la ley
70 de 1993 y sus decretos reglamentarios, así como a las medidas consagradas en
la Ley General de Educación y en toda la normatividad que obliga al desarrollo y
la implementación de la Cátedra de Estudios Afrocolombianos y de la etnoeduca-
ción en general –que hasta ahora se ha venido cumpliendo parcialmente en el
país–, serán objeto en sí mismos de discusión y acción reparativa, en vista de que
estos desarrollos a medias podrían ser parte de las violaciones contemporáneas de
los derechos étnicos y culturales, ya que no logran ser lo suficientemente eficaces
para resarcir a los afrocolombianos de la exclusión y el racismo de los procesos de
formación educativa vividos por ellos desde las épocas coloniales.
En el tercer nivel nos acercamos a las voces, las posiciones y los discursos de
los estudiantes afrocolombianos, tanto de los que hayan ingresado por el pro-
grama especial como de los que lo hayan hecho por el conducto regular. En este
plano se ubican, aunque en menor proporción, algunas voces de profesores
afrocolombianos que hacen parte de la planta docente de la universidad.
Institucionalidad universitaria
De la propuesta del grupo Diverser deseo resaltar los siguientes puntos, que
pueden ser sugerentes para próximas propuestas con comunidades negras de
Medellín u otras ciudades del país:
En ese sentido se plantea un reto especial que tiene que ver con la construc-
ción de propuestas que atiendan los intereses, discursos y prácticas disciplina-
Para verificar esto se hizo una revisión de los números impresos entre 2000 y
2005 –es decir de las ediciones 474-539– del periódico Alma Mater, publicación
mensual y de distribución nacional. Las apariciones de los afrocolombianos, sus
regiones o problemáticas se deben, en primera instancia y en un alto porcenta-
je, a las labores que la Universidad de Antioquia, a través de su Programa de
Regionalización, adelanta principalmente en regiones de importante población
negra como Urabá, el bajo Cauca y el Magdalena medio. Los temas o problemas
Las imágenes fotográficas y los textos sobre las poblaciones negras de las
diferentes regiones de Antioquia informan sobre su estado como víctimas de
este o aquel problema de salud o sobre sus bajos índices de desarrollo, medidos
principalmente por la cobertura de los servicios públicos, educativos y de vi-
vienda, problemáticas que se podrán contrarrestar en el futuro con la interven-
ción de la universidad. Una circunstancia importante tiene que ver con los gra-
ves problemas que se vienen presentando con las pruebas de admisión a la
universidad en la región de Urabá, donde se piensa que casi 80% de la pobla-
ción es negra: en cada uno de los últimos semestres se han presentado unas dos
mil personas, de las cuales sólo un promedio de doscientas han pasado las prue-
bas de admisión. Paradójicamente, durante un par de semestres los cupos de
admisión especial para comunidades negras no se utilizaron en dicha región.
La comunidad universitaria
Sobre las relaciones que se dan en esta locación para pensar la construcción
de identidades afrocolombianas en la institución haremos sólo tres anotacio-
nes. En primer lugar, aunque no se hizo manifiesto más que en las entrevistas y
conversaciones realizadas para este trabajo, existe cierto malestar entre miem-
bros no negros de la comunidad universitaria que sienten estar en cierta des-
ventaja ante este tipo de beneficios, pensados sólo para grupos étnicos. Se argu-
menta que otras poblaciones también han sufrido largas historias de exclusión
tanto de la educación como de otros espacios sociales y que las debilidades edu-
cativas son algo generalizado en diferentes regiones rurales y campesinas del
departamento y el país, desde donde llegan otros estudiantes que afrontan difi-
ción estudiantil afrocolombiana con un resultado de 139 retiros para este mis-
mo período, de los cuales 103 han ocurrido por bajo rendimiento académico
durante los primeros semestres de estudio. Es necesario que, una vez se cumpla
el primer ciclo de estudios de los primeros beneficiarios del programa, las bases
de datos cuantifiquen el impacto de estas “acciones afirmativas” no sólo en cuan-
to al número de egresados sino también en términos de la inserción de estos en
los distintos mercados profesionales y laborales de Medellín o de sus regiones de
origen.
Más que constituir una propuesta sólida que verdaderamente busque abrir
espacios de diálogo con las comunidades étnicas de la región y el país, estas
acciones de la institucionalidad universitaria sólo responden hasta ahora a los
mandatos constitucionales que la obligan a generar posibilidades de acceso para
grupos históricamente subalternizados y excluidos de la formación superior. De
modo que la Universidad de Antioquia “cumple” simbólicamente los requisitos
de diversidad estudiantil que el Estado le impone.
Tan pronto como los aspirantes de las comunidades negras ingresan a la vida
académica y universitaria se espera que se integren a ese medio como los demás
y no se reconocen sus necesidades educativas específicas ni los desfases históri-
cos de sus procesos de formación con respecto a los de la sociedad mayoritaria;
tampoco se evalúan, como lo estipula la Constitución política de 1991, las con-
diciones educativas de sus lugares y territorios de procedencia, ni mucho menos
se contemplan reflexivamente las condiciones de la vida urbana, que condicio-
nan sus procesos de aprendizaje y socialización. Uno de los aspectos que hace
difícil que no pocos estudiantes continúen con su formación luego de un par de
semestres es que son padres o madres –algunas mujeres son madres cabeza de
familia y tienen hasta tres hijos–, lo que, especialmente por factores económicos y
laborales, coarta su continuidad; esta situación se agrava por los problemas y con-
flictos de una universidad pública como la de Antioquia, cuyas actividades insti-
tucionales se interrumpen constantemente por paros y asambleas.
Algunas de las preguntas con las cuales empezó el acercamiento a los com-
pañeros afrocolombianos de la Universidad de Antioquia buscaban compren-
der cómo se conjugan o confrontan las definiciones que los identifican como
parte del proceso de reivindicaciones políticas del movimiento social que los
llevó a beneficiarse del programa especial con sus autoidentificaciones y sus
propias posiciones frente a los procesos organizativos y a la posibilidad tener
acceso preferencial a la universidad o a créditos de estudio. Con esto se buscaba
rastrear cómo están comprendiendo y apropiándose los discursos y prácticas de
reivindicación cultural apuntalados en lo étnico “afro” los beneficiarios del pro-
grama y de los demás estudiantes.
Aunque no son pocos los casos donde los motivos de la migración consisten
básicamente en la posibilidad de estudiar en la Universidad de Antioquia, gran
parte de los estudiantes que hoy acceden a ella han vivido diferentes y nada
fáciles modalidades de inserción en la ciudad. Las historias de vida contienen
además migraciones intraurbanas, procesos de construcción de ciudad domina-
dos por lógicas excluyentes y racistas y una movilidad social y económica que
han marcado sus vidas y las de sus padres y sientan precedentes positivos y ne-
gativos para identificarse o no con las luchas del movimiento organizativo y
con las reivindicaciones de tipo étnico que se pretenden en la ciudad.
Consideraciones finales
Asumir discusiones y prácticas que lleven a la construcción de unas políti-
cas públicas de acción afirmativa es un reto que vienen encarando los movi-
mientos sociales, algunos sectores de la academia, los representantes del Estado
y las demás fuerzas vivas de la sociedad. Esas políticas, así como sus estrategias
de implementación y evaluación, han de configurarse de forma creativa y dife-
renciada para incidir efectivamente en la eliminación o reducción de las condi-
ciones políticas, sociales, económicas y culturales que afectan distintos campos
de la vida social, en este caso el de la educación no sólo a nivel universitario
sino también en los demás ámbitos de formación.
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3
En la tabla 1 se entiende la población de hogares afrocolombianos como la que pertenece a
hogares cuyo jefe o su cónyuge se autorreconoce o es clasificado bajo alguna de estas catego-
rías: afrocolombiano(a), afrodescendiente, negro(a), mulato(a), palenquero(a), raizal del ar-
chipiélago de San Andrés, sin hacer referencia a un determinado tipo de hogar. En tal sentido
se ha estimado el porcentaje de hogares afrocolombianos dentro del total de hogares de la
ciudad. Esto explica por qué el total de población afrocolombiana, si se calcula por hogares,
es mayor que la estimación por individuos sin alusión a hogares. Por otra parte, el análisis por
hogares afrocolombianos y no afrocolombianos es más útil para acercarse a las diferencias
entre las condiciones de vida de las dos poblaciones; por ello repetidas veces el texto hace
mención de estas dos categorías de hogares.
4
Los datos oficiales del Censo 2005 arrojan, para el Valle, una población afrocolombiana de
1.092.230 (27,21% de la población total de 4.052.535 habitantes). Respecto al total de la
población afrocolombiana del país (4.261.996 personas), el Valle registra la mayor concen-
tración de gente negra, con un porcentaje de 25,63%. Al contrario de lo que cabría esperar, el
Chocó apenas concentra 6,72% de la gente negra. Véase Dane 2006: 35.
Hogares afro 1.978 41.575 108.235 173.527 191.153 175.424 156.602 154.351
% hogares afro 0,53 10,9 23,75 35,60 34,90 27,90 28,2 28,3
Población en 8.307 174.719 542.000 768.895 819.597 698.543 643.268 610.538
hogares afro
% del total 0,50 10,50 27,75 37,20 37,00 29,10 31,1 30,12
de la población
Población negra N.D. N.D. 462.500 653.915 571.454 553.029 546.059 538.217
/mulata (***)
% población N.D. N.D. 23,30 31,60 25,80 23,00 26.4 26,5
negra/mulata (***)
% población negra N.D. N.D. 13,60 12,50 6,50 10,40 N.D. N.D.
% población mulata N.D. N.D. 9,70 19,10 19,30 9,60 N.D. N.D.
Igualmente, los datos preliminares del Censo 2005 de Cali por comunas,
que revelan una alta concentración de población afrocolombiana (tabla 3) en
el peso porcentual de la población masculina menor de treinta años, revela la
existencia de una población masculina muy joven en términos comparativos
con la población no afrocolombiana. El resultado es similar para el conjunto de
la ciudad, debido al mayor peso porcentual de población negra en esas comunas
y también al peso relativo que estas comunas tienen en la ciudad.
Los anteriores resultados indican una estructura de edad más joven de la
población afrocolombiana, sobre todo entre los hombres, lo cual se asocia con
una mayor vulnerabilidad sociodemográfica (Rodríguez Vignoli 2003). Los da-
tos también señalan (tabla 3) que los inmigrantes de segunda generación y los
hijos de los primeros presentan estructuras de edades más jóvenes, especial-
mente entre la población masculina.
(*) En los cálculos por comunas están incluidas las poblaciones indígena y rom, no así para el
total de Cali.
(**) Sin autorreconocimiento étnico-racial, de acuerdo con el modelo de la pregunta del
Censo 2005.
Fuente: Censo 2005. Cálculos de los autores.
5
Una mayor vulnerabilidad demográfica se asocia a la fuerte concentración, en las comunas del
oriente de Cali, de inmigrantes de zonas rurales y urbanas que históricamente han presentado
condiciones de fuerte marginalidad y exclusión social, como la costa Pacífica (Rueda 1993), la
región de mayor participación porcentual de población negra en el país (más de 80%: datos
Censo 2005). Por otro lado, a partir de finales de los años noventa del siglo XX, este fenómeno se
ha intensificado debido al desplazamiento forzoso causado por el conflicto armado que se desa-
rrolla en esta región (Urrea, Ramírez y Viáfara 2002; Barbary y Urrea 2004).
vo alcanzado por los habitantes de las comunas de Cali que tienen las mayores
tasas de concentración de población afrocolombiana, de acuerdo con los datos
preliminares del Censo 20056.
El efecto de una menor educación en las condiciones de vida se ve empeora-
do por la menor afiliación de los afrocolombianos al sistema de salud del país.
La tabla 5 muestra que el porcentaje de afiliación al sistema de salud es menor
6
Comunas 14, 15 y 21, con concentraciones de gente negra superiores a 40%, y comunas 7,
11, 12 y 13, con concentraciones entre 30% y 40%. En estas comunas, las tasas de asistencia
escolar en los grupos de edad 6-11, 12-17 y 18-26 años, en buena parte de los casos, con
algunas variaciones, están por debajo del promedio de la ciudad. Igualmente, dichas comunas
registran los menores niveles educativos alcanzados en la ciudad: por ejemplo, tienen los
mayores porcentajes de población de tres y más años con “ninguna escolaridad”. Ver datos
Censo 2005 por comunas para Cali, los cuales corroboran a escala geográfica los resultados
sobre asistencia escolar antes presentados, con base en la ECH, II trimestre 2004, para el caso
de Cali-Yumbo.
Fuente: Procesamiento Cidse de la ECV 2003 con los mismos valores de LP y LI construidos por
la Misión de Reducción de la Pobreza del DNP.
Fuente: Encuesta Cidse-Banco Mundial, septiembre 1999; ENH, etapa 110 (diciembre 2000)
y ECH, II trimestre 2004.
Por otro lado, la distribución de ingresos en las otras trece áreas metropoli-
tanas del país (tabla 9) es aún más desigual que en Cali y permite destacar lo
siguiente:
Cali-Yumbo
Afrocolombiano 65,2 47,8 55,4 74,6 60,5 66,6 12,9 20,8 16,8
No afrocolombiano 64,1 46,4 54,5 73,9 54,6 63,3 13,1 14,9 13,9
Total 64,4 46,8 54,7 74,1 56,2 64,2 12,9 16,7 14,8
Las otras trece áreas metropolitanas del país
Afrocolombiano 63,0 45,6 52,7 73,0 55,5 63,4 13,7 22,2 17,8
No afrocolombiano 61,0 44,2 52,0 71,5 53,7 61,7 13,8 17,6 15,6
Total 61,7 44,5 52,1 71,6 53,9 61,9 13,8 18,0 15,8
Conclusiones
La ciudad de Cali, el principal centro urbano de Colombia en concentración
de población negra, y el Valle del Cauca, el departamento de mayor peso porcen-
tual en el país en cuanto a lo mismo, muestran importantes desigualdades
sociodemográficas y socioeconómicas entre la población afrocolombiana y la no
afrocolombiana, tanto a nivel de los hogares como de los individuos. En el caso de
Cali, los datos disponibles apuntan además a un incremento porcentual y absolu-
to de la población afrocolombiana entre 1998 y el 2005. De otro lado, algunos de
los datos disponibles presentados aquí para varios indicadores son extensibles al
conjunto del país: a su cabecera y al resto, con sus otras trece áreas metropolita-
nas. La población afrocolombiana enfrenta situaciones de mayor vulnerabilidad
sociodemográfica que la no afrocolombiana: por ejemplo, son más los hombres
afrocolombianos menores de treinta años, los hogares afrocolombianos tienen un
mayor tamaño promedio, y para dicha población son mayores las tasas de analfa-
betismo y su correlato, menores las tasas de asistencia escolar para los diferentes
grupos de edad y menor la cobertura de salud. Esto se pone en evidencia a través
de los indicadores de educación y salud y del Índice de Condiciones de Vida ( ICV),
francamente desfavorables a la población afrocolombiana en la cabecera depar-
tamental, en el resto del Valle y en todo el país.
Bibliografía
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Resumen
La otra posición, que se ha manifestado con más fuerza en las últimas dos
décadas, puede inscribirse dentro de las corrientes teóricas del multiculturalismo
y plantea que el problema no es el racismo sino el respeto a la diferencia, por lo
que va hace del derecho a la diferencia y a la identidad étnica su bandera de
lucha. Esta posición se levanta de forma contestataria contra la primera y preten-
de alejarse radicalmente de ella –a la que considera liberal e integracionista–; por
esto, el racismo no se contempla dentro de su enfoque político como un tema
que defina la acción, lo que no significa que se niegue su existencia. Más bien se
hace una exaltación de la cultura. La diferencia y la identidad se plantean como
derechos a partir de los cuales se hace la pregunta: ¿qué significa ser negro? La
respuesta incluye una serie de derechos étnico-territoriales cuya reivindicación
dio origen a la ley 70 de 1993, que establece los derechos de la población que
vive en zonas rurales declaradas asentamientos tradicionales de comunidades
negras, no de la población de los asentamientos urbanos. Sobre la base de las
formas tradicionales de producción de las comunidades rurales se plantea una
crítica al desarrollo hegemónico.
Las actuales leyes que favorecen la economía neoliberal, como la Ley Fores-
tal y la Ley de Aguas, y la privatización de las empresas del Estado son factores
que se añaden a los anteriores, de forma que es cada vez más difícil pensar en la
posibilidad de que podamos acceder como hombres y mujeres negras a los dere-
chos mínimos otorgados a la ciudadanía en un estado liberal. No hemos sido
ciudadanas y ya estamos pasando a ser clientes. Las empresas del Estado privati-
zadas ya no ofrecen servicios sino artículos de consumo que se venden en el
mercado, al que acude quien tiene con qué comprar. Las mujeres negras, que
formamos parte del grupo de las mujeres más pobres entre los pobres, no tene-
mos cómo entrar al mercado a comprar lo que alguna vez fueron derechos: sa-
lud, agua potable, energía, educación, etc.
Para que las mujeres negras podamos ser reparadas, compensadas, restaura-
das; para que la justicia sea una realidad que transforme nuestra vida de muje-
res negras debemos apropiarnos de nuestros cuerpos, pues el cuerpo es nuestro
territorio, el ámbito de nuestras vidas y de nuestro mundo. Las mujeres negras
también debemos acceder a la propiedad de nuestros bienes materiales y simbó-
licos. Debemos acceder a los escenarios políticos públicos donde se definen el
presente y futuro de los pueblos.
Bibliografía
Curiel, Ochy. 2003. “La lucha política desde las mujeres”, en Red de Mujeres
Afrolatinoamericanas y Afrocaribeñas, Aproximación al análisis de estrategias frente
al racismo. <http://movimientos.org/es/mujerafro/>
Resumen
Con los ojos bien abiertos, y fijos en aquel momento, propongo un cruce de
miradas entre tres fenómenos de deportación masiva, todos atravesados por la
figura del destierro. Me refiero a la deportación de esclavos africanos hacia las
tierras del Nuevo Mundo, a la de judíos y gitanos de Europa hacia los campos de
extermino nazis y al destierro de los vencidos republicanos españoles, apátridas
que se encontraron también “concentrados” en los campos de muerte durante
la Segunda Guerra Mundial –con casi dos siglos entre una y otros–.
Quiero mirar estos tres fenómenos a la luz del sentido husserliano del térmi-
no fenómeno; esto es, discernir en ellos lo que está ahí, lo que queda presente allí
y en las personas.
Segunda, en lamento: ¿qué forma lleva ese pedido?, ¿será más bien una exi-
gencia?
1
La fiesta del Cristo Negro –negro… pero sin facciones africanas– se celebra en Portobelo el
21 de octubre de cada año.
Hay otro elemento que interesa señalar al mirar los dos movimientos de depor-
tación que tenemos ante los ojos. La deportación de africanos desembocó a la
larga en la institucionalización de un sistema de servidumbre que –dicho sea de
paso– existía mucho antes de la trata. Su prolongación en el tiempo dio origen
a la formación de células comunitarias –palenques, cofradías, rochelas– y, con
muy raras excepciones, también al fenómeno del cimarronaje –Bayano en Pa-
namá, San Basilio de Palenque en Colombia–. La experiencia concentracionista
de los campos de muerte desarrolló igualmente un sistema de servidumbre, puesto
que, en la práctica, y aunada con una doctrina de exterminio, forzó a muchas
personas a una lucha solitaria, implacable y desesperada por su vida.
Los esclavizados de ayer, los rescatados de hoy, seguimos teniendo, como Pri-
mo Levi, sueños de hombres y de mujeres. Y en algunas potencias con herencia
esclavista, como es el caso de los propios Estados Unidos, leemos que la
Procuraduría General reacciona ante el escándalo de los trabajos forzados –el
caso de los sesenta sordomudos mexicanos y el de las ocho costureras tailandesas
que trabajaban veinte horas al día en condiciones infrahumanas (La Prensa
1998)– y propone “la creación de una fuerza de trabajo a fin de combatir la
explotación laboral y la esclavitud contemporánea, que afecta principalmente
a los inmigrantes”. Se pretende, pues, erradicar la esclavitud llamada “moder-
En abril, no ya de 1987, las romerías de los judíos del mundo entero se dan
cita en lo que queda de los campos de exterminio en tierras polacas. Y en cierta
ocasión leímos las declaraciones de un Primer Ministro del Estado de Israel que
encabezaba la Marcha de los Vivos, con participación de siete mil jóvenes y mil
rescatados del mal llamado “Holocausto” (Agamben 1999: 34): “Aquí, justo en
este lugar, arrancaron bebés de los brazos de sus madres y los lanzaron en los
hornos. Casi se puede escuchar cómo salen del suelo alaridos de las madres y se
puede sentir el terror paralizante… Pero ¡vencimos!”. Los rescatados de la escla-
vitud podemos decir hoy igualmente: “¡Vencimos!”. Pero ¡a qué precio! El em-
blema de esa victoria es, para los hermanos judíos, la existencia de un Estado
que hoy aplasta y somete para vivir en paz, pero ¡a qué precio!
El antiguo esclavo va entonces a pegarse, como quien dice, algo así como un
patchwork, al disfrute de una libertad acaramelada, arreglada antes de la aboli-
ción. Sin lugar a dudas –y aquí sigo todavía a Carrera Damas– es posible afirmar
que la abolición logró simplemente una libertad mediocre, condicionada y sola-
mente jurídica: “conculcada”, como la llama. En suma, la abolición abre una nue-
va etapa de lucha generacional para el antiguo esclavo y sus descendientes. Lucha
cotidiana, silenciosa algunas veces. Con la batea en la cabeza y los pies descalzos;
pero lucha obligada a entrar en posesión de las palabras que llevarán al poder, y
no tanto al económico, aunque toque empezar por allí, como al de su individuali-
dad, es decir a su dignidad. Ardua cuestión que supera el marco puramente jurídi-
co e institucional para entrar en el interior, más íntimo que yo mismo.
Sucede, pues, con nuestra herencia africana de sangre y carne –que no es otra
cosa que la etnia– algo parecido a lo que intentó Eduardo Chillida con su obra,
decidido como estaba a enraizarla a la tierra vasca que lo vio nacer. Junto con el
poeta Carlos Aurtenextxe, Chillida quiso sumar una creación con otra. En nues-
tro caso nos toca sumar nuestros discursos creativos para intentar establecer un
diálogo directo y compartido, sin resentimientos ni complejos, con esas madres.
Por un lado, África y, por el otro, la imagen de Raquel2 , que llora todavía a sus
hijos. Es decir, un diálogo entre el espacio y la palabra.
2
Raquel es el personaje bíblico del Antiguo Testamento que rechaza ser consolada ante la
matanza de sus hijos. Es tomada aquí como símbolo de "la mujer" ante el horror del dolor.
Los lugares, entonces, están a mil leguas de distancia de los sitios. Estos últi-
mos abrirán las puertas a la museística de esos mismos lugares, a las romerías,
procesiones y conmemoraciones: en una palabra, a la canalización que se irá
instalando poco a poco, al olvido que borrará las huellas y que, finalmente lo
pondrá todo en estado de ruina.
Para que no se olvide escribieron Primo Levi y Albert Chambon, también res-
catado de Buchenwald. Nuestro dilema de partida se replantea ahora entre la
aceptación de las huellas de esos pasos en un largo caminar. Huellas exteriores,
unas, pero, más que nada, íntimas como sollozos callados e imperceptibles, Por-
que las lágrimas van por dentro, y Raquel sigue sin consuelo por sus hijos de hoy.
Bibliografía
Agamben, Giorgio. 1999. Ce qui reste d’Auschwitz [Lo que queda de Auschwitz],
Paris, Payot.
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Carrera Damas, Germán, s.f., “Peripecias del método crítico”. Fotocopia facili-
tada por el autor.
Chillida, Eduardo y Aurtenextxe, Carlos, s.f., “La casa del olvido”. Nota a la
exposición. Museo Chillida-Leku.
Resumen
Este es un tema que debe tener especial atención y manejo por parte del Esta-
do, los particulares y las comunidades. Una posibilidad es organizar y darles peso
jurídico a los Consejos Comunitarios para legalizar colectivamente las posesio-
nes. Sabemos también que con los pobladores las cosas no son sencillas; pero hay
mucho que entre todos debemos aprender. Es necesario reconocer su pasividad,
su falta de iniciativa, y comprender que personas mal alimentadas no tienen ener-
gía para trabajar, producir y vivir digna y decorosamente. Debemos mirar las co-
sas en conjunto para vislumbrar que la comunidad es el sociooperador turístico
que debe trabajar en alianza con el sector público y privado en la prestación del
servicio. Se pueden lograr altos estándares de calidad una vez se tengan las capa-
citaciones, las financiaciones y las debidas gestiones administrativas.
Los costos económicos que tendrá que pagar el Estado por la ausencia de
una política de consenso, visión y creación de diseño participativo en las deci-
siones van a ser muy altos. Hace falta una visión clara de para dónde queremos
que se mueva el Caribe colombiano, y esta visión deber ser compartida por los
¿Saben qué? A mi perrita Tina la tuve que dejar en La Boquilla con Monín.
Tina tuvo ocho cachorros. Monín es su compañero, y todos fueron adoptados
por una familia donde hay músicos, bailarines, compositores, cocineras, pesca-
dores, artistas, artesanos, estudiantes, maestros de obra, carpinteros, cantantes,
amas de casa, niños, jóvenes y ancianos con muchas ganas de vivir, de partici-
par del desarrollo de Cartagena y de ser reconocidos como Comunidad Patri-
monial de la Humanidad.
Resumen
Esta íntima relación entre libertad y familia produce las claves para la ocu-
pación del territorio, y mediante agitados procesos de negociación y acción di-
recta se producen las formas de gobierno propio conocidas como palenques.
Éstos fueron los pasos iniciales del movimiento cimarrón hacia una cultura propia
que les daría contenido y forma a las prácticas de justicia afro, las cuales pro-
mueven la gestación de un tejido social étnico y cultural diferenciado de las
formas de dominación y de esclavización.
Esta ruta de guerra ha elegido la palma de aceite como punta de lanza para
“recuperar” las tierras que ocupan las comunidades afrocolombianas, ampara-
das por la titulación colectiva. Dicha “recuperación” ha consistido, existiendo
Hoy, cuando debemos decidir sobre nuestro destino, proponemos que la pal-
ma de aceite no cruce el mismo camino de muerte y desplazamiento que ha
seguido en este país la imposición de monocultivos montados sobre el arrasa-
miento de los pueblos y de los cultivadores tradicionales. Se ha comprobado
históricamente que la agricultura asociada es una fuente de autoabastecimiento;
pese a ello, la palma de aceite sigue el mismo modelo de violencia y terror origi-
nados en el Estado, en el que el destierro y el homicidio hacen parte de una
estrategia de acumulación de riqueza y desplazamiento de pobladores de sus
tierras tradicionales.
Toda esta presión está llevando a los arrasadores del patrimonio natural a la
implementación de una estrategia de maquillaje denominada “talleres de dere-
chos humanos” que busca intensificar sus políticas de control y enriquecimien-
to en nuestro país. Para ello cuentan con un grupo de parlamentarios y dirigen-
Los puntos planteados buscan demostrar que existe una política de Estado
manifiesta en la implementación de normas legales al servicio de los prestamis-
tas internacionales, los inversionistas extranjeros y nacionales y los agentes de
la corruptela establecida, que es el instrumento concebido y diseñado para la
“seguridad democrática” de los grandes capitales y cuya víctima más evidente es
la política de inversión social, lo que puede demostrarse examinando el presu-
puesto nacional.
“No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”; es evidente que
el modelo de Estado comunitario y seguridad democrática se agotó rápida-
mente, que la política de seguridad democrática provocó más miedo que tran-
quilidad –pues no logró derrotar a la insurgencia en dieciocho meses– y que la
corrupción se profundizó mientras el fraude electoral tomó cuerpo para soste-
ner una vetusta máquina de miedo.
Nosotros trabajamos todos los días de nuestra vida para que estas mínimas
condiciones vitales adquieran su debida dimensión en la construcción de un
proyecto de sociedad basada en la justicia, la igualdad, la paz y la convivencia
pacifica entre los pueblos. Por todo esto, los afrodescendientes trabajamos vin-
culándonos cada vez más a la senda que siguen los luchadores populares por
otro mundo posible. Y por eso proponemos un nuevo tipo de Nación.
Según esa lógica son explicables el desconocimiento por parte del actual
gobierno de las garantías a los pueblos étnicos y a diferentes sectores de la na-
ción, la minimización de la política de inversión social, la implementación del
equipamiento militar por encima de los planes de soberanía alimentaría, de edu-
cación, de salud pública, de creación de nuevas fuentes de empleo, de vivienda
y de tierra para los campesinos, el nulo desarrollo de proyectos productivos en
las tierras tituladas a las comunidades indígenas y afrodescendientes y la nega-
tiva a producir una Ley de Ordenamiento Territorial que les reconozca a las
comunidades afrocolombianas su calidad de entidades territoriales. Tantas ca-
rencias ponen de manifiesto que la nación pluriétnica e intercultural que que-
remos debe surgir de la voluntad popular, debe crecer en el reconocimiento de
los luchadores de otros tiempos –hoy olvidados– para restablecer los derechos
negados a los pueblos y, por encima de todo, debe convalidar la identidad en lo
propio y hacer valer la autonomía y los derechos de la ciudadanía a la participa-
ción directa y a ser consultada sobre proyectos que afectan su existencia; asi-
mismo, esta nación debe proteger la biodiversidad y condicionar sus deudas a
las prioridades de bienestar de los pueblos excluidos y vulnerables.
Este tejido afro involucra cerca de cinco mil organizaciones afro urbanas y
campesinas y tiene un radio de influencia de aproximadamente diez millones de
habitantes afro, con identidad parental e interparental, sin comunicación siste-
mática y fluida entre sí, sin una articulación nacional que permita la confluen-
cia en torno suyo de las diferentes expresiones de la organización.
Los propietarios del gran capital han tenido que emplearse a fondo y colo-
car presidentes para “recuperar” el control de regiones que se han ido per-
diendo y garantizar con esta maniobra la supervivencia de su máquina infer-
nal de terror, en detrimento de los pobres, los indígenas, los afro, las mujeres,
los niños y los ancianos, quienes han tenido que salir en éxodo de sus territo-
rios, como ha ocurrido en Palestina, Irak y Afganistán, en la cuenca del Pací-
fico colombiano y en otros lugares del planeta que han rastrillado, con la mi-
rada puesta en una presunta “prosperidad” universal, las garras de la Casa
Blanca y del Pentágono.
Esta peculiaridad revela que existe una relación íntima entre las diferentes
formas de operación de la justicia propia, manifestadas en una equidad garanti-
zada por mediadores, jueces de paz y componedores amigables que han de servir
de correas de transmisión de la lucha por la democracia, por la transformación
de un Estado predominantemente militar en un Estado social de derecho.
Precisamente, uno de los efectos más nefastos del pensamiento único ha sido
el desdén por lo propio y por la diversidad y la mistificación del modelo dominan-
te de sociedad, de Estado y de justicia. Hoy nos encontramos con un modelo de
sociedad fundado en la exclusión, con un modelo de Estado que se fortalece en la
discriminación y con un modelo de justicia en el que los problemas políticos, cul-
turales, económicos, sociales y étnicos son entendidos a lo sumo como litigios de
poca monta, que no alcanzan la resonancia del interés general. La construcción
de los tribunales afrocolombianos es un paso significativo para romper con estos
discursos y gestar un nuevo modelo de justicia, Estado y sociedad.
A manera de conclusión
Tenemos, entonces, que la libertad es el centro de gravitación de las luchas
afrodescendientes en Colombia y el núcleo de su relación con la construcción
de una nación pluriétnica y multicultural.
Aurora
Brooks
Vigilante
The Trans-Atlantic Slave Trade: A Data Base on Cd-rom. 2000 David Eltis, Stephen D.
Behrendt, David Richarson, Herbert S. Klein. Cambridge University Press.
*
Archivo General de Indias, “Ingenios y Muestras”, 66.
Índice temático
A
Acciones Afirmativas 156-161, 171-174, 185, 189, 189, 192, 192, 195-198, 202-
213, 230, 250-254, 580-582, 625-627, 666, 671-674, 685-686, 716
África 74-84, 96-101, 116-119, 156-162, 188, 196, 226, 241, 250-259, 282-290,
311, 326-330, 356, 347, 366, 364, 374, 384, 406-415, 436, 438, 448, 560-564,
572-574, 504, 492, 511-516, 532,549, 595, 581, 590-591, 605, 662, 682, 728-
733, 740
Afrobaudoseños 589-590
Afrocaribeños 548, 741
Afrocolombianos 200-205, 219-230, 237, 243, 245-254, 338, 358, 390, 410, 429,
436, 471, 481, 484, 539, 543-548, 574, 576, 582, 588-590, 601-603, 610, 621,
648, 652, 656, 662-670, 682, 690, 706, 741, 747, 758
Afroecuatorianos 156, 158, 162-174
Afronortecaucanos 391, 395-399, 401
Afro-reparaciones 132, 136-138, 141-175, 185, 213, 237, 251, 439, 493, 583, 588,
593, 611, 663, 731
Afrouresanos 355-360
Alonso de Sandoval 74, 76, 78, 88
Andinocentrismo 588-610
Antonio Pereira Rebouças 106, 109, 111
Antropología de la alimentación 411
Aportes de los esclavos en la época de la Colonia 284-287
Arnoldo Palacios 471, 484, 588, 601, 605
Artículo transitorio 55 188, 189, 251, 361, 621, 622, 648
Audley Moore 142
Autodeterminación 144, 305, 310, 313, 365, 569, 580, 629, 749
Autonomía 206, 220, 228, 310, 313, 347, 368, 371, 389, 393-415, 447, 476-482,
576-583, 622, 634-35, 665, 722, 752, 759-763
B
Bailes 354, 356, 509-524, 579
Bastón sagrado 532, 534, 537, 541, 546, 548
Benkos Bioho 367
Bienes patrimoniales 739-743
Blanqueamiento 64, 162, 165, 169, 172, 249, 328, 493, 588, 650, 677, 684
Bojayá 255, 428, 429, 444, 446, 448, 450-464, 601
Brasil colonial 111
Brasil Monárquico 106-109
Brasil Republicano 98
Brujería 106, 109, 241, 356, 357, 549, 603
C
Candelario Obeso 469, 484
Cantadora 379, 492, 493, 505, 539
Cantor 504, 516, 519, 753
Cantos 247, 330, 354, 355, 369, 381, 469, 492, 498, 503, 505, 538-542, 548
Caribe 140, 161, 215, 223, 231, 242, 253, 296, 306, 325, 339, 346, 375, 548, 596,
681, 740, 753
Caribe insular 342, 319, 320, 326-330, 364
Castas 81, 86, 117, 164, 205, 369, 511, 598
Chocó 201, 215, 231, 236, 245, 247, 286-289, 445, 453-464, 532-549, 693-610,
624, 650, 667, 670, 683
Cimarronaje 249, 356, 364-366, 379, 731
Cimarrones 249, 364-374, 384, 538-547, 597
Colombianización 296-298, 300-314
Colonialidad 80, 83, 232, 473, 474, 494, 664
Colonialidad del poder 132-135, 148, 226, 234
Colonialidad del saber 135, 664
Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación 436
Comisiones de la Verdad 563
Compadrazgo 543, 564, 592
Compensación 113, 137-149, 161, 171-172, 188, 192, 562, 567, 629, 633
Comunidad negra 98, 101, 104, 143-145, 196, 246, 432, 478, 620-634, 694
Comunidad patrimonial 740, 743
Comunidad raizal 56, 214-259, 296, 301-313, 330, 481-483, 62-635, 665, 681, 693
Comunidades afrocolombianas 428-439, 478, 482, 538, 542, 580, 628-631, 648,
680, 748-752
Conciencia reparativa 138, 141, 144, 149, 163, 169, 173, 174, 184, 219, 237, 246,
247, 259, 309, 322, 474, 494, 497, 510, 568, 575, 623, 682, 733
Condiciones de vida 188, 196, 201, 224, 225, 234, 333, 396, 414, 483, 434, 620-
636, 692-707
Conflicto armado interno colombiano 81, 108, 11-118, 136, 148, 187, 190, 196,
202, 213, 224, 228-270, 426-430, 448-483, 525
D
David Horowitz 150
Descolonización del poder 88, 131, 135, 148, 150, 174, 220
Desplazado 200, 417, 427, 444-454, 468-473, 600, 630-634, 747
Desplazamiento 149, 201, 221, 238, 255, 258, 329, 282, 428-477, 498-525, 603,
636-644, 697, 717-724, 747-741
Desracialización 106, 116, 118, 120
Destierro 163, 221-259, 390-398, 431, 468-482, 728-748
Diáspora 132-140, 158, 161, 174, 230, 259, 331, 417, 469-483, 493, 498, 532, 566,
593, 734
Discriminación 88, 107-111, 136-150, 156-178, 188-250, 323-334, 427-430, 482,
525, 567-569, 597, 608, 620-686, 697, 707, 718-724, 740-760
Doble discriminación 684, 707
Doble reparación 390-400
Dominación etnorracial y cultural 130-140
Domingo Criollo 370-375
Dorado negro 282-292
Durban 137, 146, 150-175, 184, 229, 249, 427, 664
E
Emigdio Cuesta 6
Emigrantes 215-220, 305, 396, 471-478, 605, 681
Ernest Allen 150
Esclavitud 75-118, 132-175, 185-204, 220-250, 283-290, 310, 320-400, 410, 460-
469
Estereotipos 165, 173, 194, 322-340, 647-651, 674, 717
Estudiantes afro 194, 312, 408, 590, 649-655, 665-687
Estudios culturales 794-505, 585-611, 672, 683
Estudios subalternos 494
Etnocidio 195, 203, 427, 477, 662
Etnodesarrollo 236, 445, 469, 476, 483, 588, 610, 630, 752, 778
Etnoeducación 174, 191, 374, 383-405, 478-483, 575-583, 630, 663
Eurocentrismo 585-611
Exclusión social 80-88, 160-167, 187-195, 205, 246, 325, 621, 666, 697
G
Globalización 133, 187, 226, 227, 310, 474-481, 717-723, 755
Grupo étnico 249-255, 474, 621-635, 651, 662, 669, 682
Guerrilla 255, 350, 427, 445-469
H
Historicidad de afrorreparaciones 146, 172, 195, 220, 228, 246, 259, 330, 333,
377, 724
Homogenización de grupos étnicos 468, 474
I
Identidad negra 74-88, 99, 107, 111-119, 138-149, 159-167, 163, 186, 219-258,
300-313, 312-339, 358, 378-384, 400-411, 476, 483-506, 560-569, 574-584,
622-634, 666-684, 716-718, 751-761
Ideología del mestizaje 167, 222, 233, 248, 648
Indígenas 78, 88, 115, 148, 156-176, 189-236, 289, 323-346, 471-484, 515-520,
532-549, 559, 611, 622, 648, 664, 680, 700-715, 748-759
Interculturalidad 171-178, 480, 674, 686
Intolerancia 156-159, 175, 188, 229, 640-642, 664
J
Jaime Arocha 231, 356, 409, 588
James Forman 143
Jongos 102-106
Joseph de Acosta 77, 79, 88
Justicia afrocolombiana 750-761
Justicia comunitaria 750-761
Justicia reparativa 132-150, 213-235, 252, 320, 340, 724
K
Kalunga 531, 538-548
M
Margarita Serje 588, 594, 599
Masacre de Bojayá 452, 462
Megaproyectos 201, 445, 605, 612, 720, 742, 749
Memoria del cautiverio 98, 105, 119
Memorias cimarronas 378, 381
Memorias de la Esclavitud 220, 229, 238, 242, 244, 250
Memorias de los Sanandresanos 296, 300, 309, 313
Memorias Palenqueras 363-384
Mestizaje 80-87, 162, 215, 222, 233, 244, 248, 335, 588, 593, 596-609, 648, 649,
655
Movimiento Raizal 249, 269, 306-310
Movimiento social Afrocolombiano 219, 229, 249, 427, 431, 439, 440, 476, 483,
592, 611, 752
Mujeres negras 142, 255, 595, 715-724
Multiculturalismo 199, 200-203, 214, 220, 271, 477, 483, 568, 662, 716
Música 219, 227, 353, 504, 511, 516, 520, 541, 589, 676, 753
N
Negro(a) 76-85, 95-124, 132-159, 164, 170, 180, 184, 190-193, 203, 206, 657,
682, 693
Negros de Uré 346, 349, 351, 352
Neoliberalismo 147, 715
Nina S. de Friedman 356, 372, 374, 588, 589
O
Olvido 165, 213, 225, 227, 236-238, 243, 244-246, 259, 270, 279, 379-381, 415,
463, 511, 565, 575, 588, 589, 728, 736
Orlando Fals Borda 286, 314, 454, 458, 596
R
Racialización 96-110, 134, 201, 232, 251, 338
Racismo 116-131, 135, 137, 139, 146-148, 156-178, 186-190, 195, 201, 203, 205,
225-227, 229, 238, 243, 249,254, 427, 566, 569, 620, 648, 663, 664, 677, 682,
716, 718, 719, 751
Racismo dentro de la comunidad 319-341
Racismo estructural 155, 156, 160, 161, 169, 175-178, 227, 230, 234, 243
Raza 82-86, 97, 116, 118, 134, 135, 145, 160, 163, 232, 247, 262, 324, 327, 332,
596, 597, 598-602, 718, 733
Reconciliación 218, 238, 248, 436, 438, 511, 558, 562-565, 568
Recuerdo 138, 184, 244, 248, 305, 373, 376, 379, 381, 525, 589
Recuerdos palenqueros 373-379
Religiosidad de Uré 347, 352-356
Religiosidad en San Andrés 301-310
Remanentes Quilombos 98
Reparación conmemorativa 188, 195
Reparación histórica 183, 185, 186, 250
Reparación simbólica 186, 188, 254, 557, 562, 663
Reparación y perdón hacia adentro 248, 319-341
Rescatados 213, 224, 225, 727, 729
Resistencia 100, 101, 110, 11, 131, 135, 139, 140, 160, 163, 189, 195, 219, 283,
301, 306, 308, 329, 340, 356, 439, 469, 474, 478, 479, 481, 493, 496, 499, 524,
590, 651, 668, 671, 680, 721, 724, 746, 754
Revolución haitiana 140
Río San Jorge 345-347
Robert Gooding Williams 149
T
Territorios afros 147, 165, 170, 188, 258, 434, 717, 753
Titulación colectiva de tierras 98, 189, 349, 358, 392, 409, 410, 416, 427, 662,
747, 753, 757, 758
Trabajo Social Anti-Opresión 216
Trabajo Social Intercultural 216
Tradición religiosa 501
Transculturación 492, 493
Trata esclavista 156, 158, 159, 162, 190, 389, 400, 34, 536
Tribunales afrodescendientes 758, 760, 761
Troncos de parentesco 746
U
Uré 345, 346, 347, 348, 350, 332, 354, 356, 358
V
Vestigios africanos 531
Violencia 149, 176-200, 205, 230, 250, , 253, 303, 308, 335, 383, 390, 395, 396,
397, 417, 426, 428, 431, 434, 468, 470, 471, 477, 562, 610, 721, 724
X
Xenofobia 155, 157, 158, 159, 175, 229, 427, 664, 751
Z
Zonas turísticas 311, 312, 722, 741, 742
Alejandro Camargo
Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Investigador del
Grupo de Estudios Afrocolombianos del Centro de Estudios Sociales, Facultad
de Ciencias Humanas, Universidad Nacional, sede Bogotá. Profesor de la Uni-
versidad de Córdoba, Montería.
Correo electrónico: alejandro.camargo@gmail.com
Ramiro Delgado
Antropólogo de la Universidad de Antioquia (1988); trabajo de grado: “Vida
cotidiana y vida festiva en Talaigua: relatos de la gente”. Maestría en Estudios
de Asia y África: área África, Centro de Estudios de Asia y África, El Colegio
de México (1996); trabajo de grado: “Una aproximación al universo de la comi-
da en Bachile (Guinea-Bissau, África occidental)”. Docente del Departamento
de Antropología y Coordinador del Grupo de Investigaciones Afrocolombianas
de la Universidad de Antioquia. Investigaciones: “Cuerpo y carnaval en
Barranquilla: baile, indumentaria y comida” (Colciencias-Codi-Universidad de
Antioquia, 1999) y “Documentación del patrimonio cultural de San Basilio de
Palenque: un proyecto educativo desde la historia oral” (2004). Áreas de inte-
rés: antropología de la alimentación, estudios afrocolombianos y africanos, an-
tropología de las religiones, método etnográfico.
Correo electrónico: csrami@antares.udea.edu.co
Susana Friedmann
Ph. D. en Musicología, King’s College, Londres. Investigó la transmisión de
los cantos festivos de una comunidad de cantadoras en Barbacoas, Nariño. Pro-
Natalia Guevara
Antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia y estudiante de
la Maestría en Historia de la misma universidad. Entre 2004 y 2005 realizó su
trabajo de grado, titulado “Entre Colombia y el Caribe: movimiento autono-
mista en San Andrés Isla”. Investigadora del Grupo de Estudios
Afrocolombianos del Centro de Estudios Sociales, Facultad de Ciencias Hu-
manas, Universidad Nacional, sede Bogotá. En la actualidad trabaja con maes-
tros distritales de Bogotá en un Programa de Formación Permanente de Do-
centes sobre la Cátedra de Estudios Afrocolombianos llevado a cabo por el
Grupo de Estudios Afrocolombianos con el apoyo de la Secretaría de Educa-
ción Distrital.
Correo electrónico: nataguevara@yahoo.com
Agustín Lao-Montes
Profesor de Sociología de la Universidad de Massachusetts, en Amherst,
donde también esta afiliado al programa doctoral de Estudios Afroamericanos
y al Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe. Ha publicado extensa-
mente en áreas tales como sociología histórico-mundial, crítica decolonial, es-
tudios afrodiaspóricos, sociología urbana y sociología política. Se autodefine
como un intelectual-activista que participa en varios movimientos sociales, in-
cluyendo las redes del movimiento afrodescendiente en las Américas.
Correo electrónico: oxunelegua@yahoo.com
Fernado Urrea-Giraldo
Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, con Maestría en Cien-
cia Política de la Universidad de los Andes. Profesor Titular del Departamento
de Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la
Universidad del Valle. Investigador de planta del Centro de Investigaciones y
Documentación Socioeconómica (Cidse) de la misma facultad. Desde 1993
realiza investigaciones sobre poblaciones afrocolombianas en el Pacífico y la
ciudad de Cali. Desde 1996 ha sido coordinador por la parte colombiana del
proyecto Cidse-IRD en la Universidad del Valle. Con O. Barbary editó el libro
Gente negra en Colombia. Dinámicas sociopolíticas en Cali y el Pacífico (Medellín,
Cidse/Univalle-IRD-Colciencias, Lealón), cinco de cuyos capítulos son de su
coautoría. Tres artículos representativos publicados por él sobre la temática ét-
nico-racial son los siguientes: “Afrocolombianos en el área metropolitana de
Cali: estudios sociodemográficos” (Documentos de Trabajo, núm. 38, Proyecto
Cidse-IRD -Colciencias, Cali, 1999, en coautoría con O. Barbary, S. Bruyneel y
H. F. Ramírez); “Understanding the Cost of Social Exclusion Due to Race and
Ethnic Background in Latin American and Caribbean Countries” (documento
Presentación
El lanzamiento oficial de este grupo tuvo lugar el 27 de junio de 2002, cuan-
do Antanas Mockus, Alcalde Mayor de Bogotá, lanzó el libro Mi gente en Bogo-
tá, que contenía los resultados del Estudio Socioeconómico y Cultural de la
Población Afrodescendiente que Reside en Bogotá. Ese estudio motivó a Jaime
Arocha –Profesor Asociado del Departamento de Antropología–, a Claudia
Mosquera –Profesora Asistente del Departamento de Trabajo Social– y al In-
vestigador Asociado del CES Edidson Moreno a constituir un equipo permanen-
te de investigación que bautizaron Grupo de Estudios Afrocolombianos, adscri-
to al Centro de Estudios Sociales (CES ) de la Facultad de Ciencias Humanas de
la Universidad Nacional de Colombia.
Maguemati Wabgou
- Marta Abello
- Óscar Amaya. Estudiante de la Maestría en Estudios Caribeños, Universi-
dad Nacional de Colombia, Sede Caribe
- Diana Albadán
- Alejandra Buitrago. Estudiante de la Maestría en Estudios Políticos del
IEPRI, Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
- Alejandro Camargo. Profesor de la Universidad de Córboba (Montería)
- Laura de la Rosa. Estudiante de Maestría en Ciencias Sociales, mención en
Ciencias de la Religión y Sociedad en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias
Sociales de París (Francia)
- Mariam Diagaleté
- María Elvira Díaz. Candidata a Doctora en Antropología en el Museo de
Antropología de Río de Janeiro, Brasil
- Catherina García
- Sofía González
- Natalia Guevara. Estudiante de la Maestría en Historia de la Universidad
Nacional de Colombia, Sede Bogotá
- Javier Moreno. Estudiante de la Maestría en Antropología de la Universi-
dad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
- Lina del Mar Moreno
- Katia Padilla
- Hernando Pulido. Estudiante de la Maestría en Historia de la Universidad
Nacional de Colombia, Sede Bogotá
- Patricia Quintero. M. A. en Antropología de la Universidad Nacional de
Colombia, Sede Bogotá
- Manuela Urrego
- Carmen Vásquez
- Paola Vargas Arana. M. A. en Historia de África del Colegio de México
- Lina María Vargas. Estudiante de la Maestría en Estudios Culturales de la
Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
- Sonia Londoño. Estudiante de la Maestría en Antropología de la Universi-
dad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
*
Todos antropólogos egresados de la Universidad Nacional de Colombia.
Publicaciones