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Lingote –la ira, el amor y el odio.

By Juan re-crivello
½ lingote (la ira)

La ira es una emoción compleja. La reservamos para esas ocasiones en que


un miembro del clan con disimulo juega un papel de pacífico y amable,
pero su comportamiento es cruel y egoísta. Dentro nuestro crece sin reparo
una planta fea y ruda que nos ahoga. Algunos recomiendan apartarle,
quitarle de cuajo. Pero esta agarrada allí, le alimenta el dolor que sentimos.

En las estrechas calles de las relaciones familiares no hay números ni


mapas al estilo Google. Solo complejas y largas series de recuerdos y
traiciones unidas al amor –y de antiguo. Pero para un atardecer tranquilo,
muchas veces vemos violentos acertijos que nos despiertan en la noche.
Hartos, llenos de sudor, asustados, canibalizados ante esa furia del poder.
Del chantaje.

“Metí cinco calzoncillos en la nevera. Quite la leche de allí, prepare café.


La situación me superaba. Rodeado de odio intente ver, más allá de la
espesa nube que dicen es el amor familiar. Nada era tan inexplicable como
descubrir un sendero falso e incómodo, el cual se repetía y me engañaba”.

Me dije: “si no puedes con esta violencia ¡abandónale!” Decidí abrir la


puerta de casa, llevaba conmigo el jersey arrugado y un pequeño bolso.
Dentro aun tiritaban de frio los calzones prisioneros en la nevera. En ese
gélido camino no fui capaz de preguntar, deambule solo y perdido durante
días, en mi interior, la inmensa hiedra que me ahogaba, se iría secando,
hasta dar a mi vida un litro o dos, de paz.

Lingote y medio (amor y compromiso)

La soledad narcisista tiene premio. Millones de pájaros humanos


sobrevuelan el mando de la tele. En su estilo amanerado y simple
sucumben a la ausencia de amor. Degeneran en la individualidad y escapan
al control de la familia, del clan, de la tribu, y hasta de la olla nacionalista.
Allí –en ese espacio de soledad- refugiados esperan un sueño, o luchan por
él. Con miedo, a ser tragados por almas traviesas que chantajean por amor.
Son quienes deciden aguantar los fuertes vientos interiores que les azotan.
En aquel espacio donde los padres o las madres se agigantan y dictan
normas o moral. Pero estos señores de la individualidad asaltan los
gimnasios, o las neveras, o el sexo solo o acompañado. No gimotean, ¿o sí?
Quizás frente a la tele exclusivamente cuando un amor de ficción es
correspondido o no. El mundo está lleno de grandes desa-morados que
reclaman sin más, ternura y pistolas llenas de rosa y carmín.

Pero saben que la navidad tiene su precio, que el mantel de fiesta mayor
esconde una trampa. Estas rigideces que la sopa familiar les esconde, es su
mayor miedo.

Por ello sobrevuelan el compromiso, aman la carne, sueñan con aventuras


donde su amado o amada; o amado/amado; o amada/amada les respete y
llene su boca o sus piernas de solo melodías sin traiciones.

Para ello hacen Reiky, dejan de fumar, se estiran los senos, o se dejan
crecer las pantorrillas. Todos aman el incesto, la fiebre de viernes noche, la
sudadera prestada de su amado/da. Pero todos temen al compromiso que
vaya más allá de la carne. Tal vez unirse a otro y descubrir que este no sea
parejo, sino le domine un deseo antiguo de control hasta en los sueños.

Lingote entero (el odio)

Cuando dentro habita el odio, o en un descansillo, vemos nos aprieta un


rumor familiar. Sentimos un run run interior. Es a veces suave, ora intenso.
Alguien se ha muerto, o esta apretado en nuestro corazón. Alguien nos
avisa de su des-amor, o cobra vida esa diferencia. En ese metálico y
estúpido don que tenemos los monos humanos, la familia es una mezcla de
cultura y genes, ella establece escalas, da de sí gradaciones.

Y muchas veces surge el abandono, la vileza, la sonrisa cruel e inexacta,


nos cubre pero no es suficiente. Antes temíamos al desencuentro, ahora este
aparece y manifiesta toda su fuerza. Y vemos que nos ahoga, o ¡nos mata si
le dejamos!.
¡Escupirlo!... Tal vez. De horas vemos cual tejido ese trapecio infame y
desigual. De horas de vida y genes, que aparentan ser frívolos y sencillos,
pero nos sujetan a la tierra y al espacio de las relaciones familiares. Es -
¿podríamos definirle?, un toxico intenso, quien se atreve a preparar nuestra
muerte.

Por ello, la fuerza antes de sucumbir, descansa en nuestra actitud. Si la


variamos y mantenemos el rumbo todo lo demás se apretara ante sí.
Nuestros temores y los amores ausentes se sentirán desconcertados. Tal vez
poco cambie, pero estaremos más suaves y seguros. Más llenos de espuma
de mar que lleva y trae. O, a veces solo le devuelve al infinito azul, quien
traga hasta desaparecer en su seno.

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