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La dominicanidad funcional y la mirada del otro

MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN | El discurso del


otro que nos reduce a una especie rara, tiene
en el fondo el sentido de dominarnos y
poseer lo que nos corresponde…

I
Si es importante analizar nuestra mirada a los males
que los siglos nos han dejado, no menos interesante
es sintetizar las distintas formas en que los otros nos
han mirado. Es juego de espejo que funda la
identidad, es pertinente, también, en la medida en
que sus postulados han quedado como sedimento en
el sentido que le damos a la dominicanidad y en la
base de un pensamiento trágico.

II

Creo que, sin lugar a dudas, el pasado como espacio


de la memoria, archivado, investigado y cuadriculado por el racionalismo que funda la
modernidad, sirve para encontrar esa traza que queda del sentido dialogante de otras
épocas; tanto así como dentro de la postulación de un tiempo circular y repetitivo. No
hay siglo, entonces, más importante que el XVIII. En él se forjaron aquellas prácticas
que muchos tienen como los perfiles de la dominicanidad.

III

Los etnólogos extranjeros nos viraron dentro de su propio complejo cultural. Su mirad
era la del civilizado que nos veía dentro de ciertas formas, como las tropicales (no
olvidaré a Claude Levy Strauss que nos llamó tristes trópicos). Nuestro tropicalismo no
era más que una forma sui generis de las prácticas sociales, económicas y culturales que
fundaron el discurso del otro europeo.

IV

No debemos dejar de pensar que el eurocentrismo tenía como propósito ver a otro que
se podía dominar. Como lo dice Veaves, citado por Sánchez Valverde, el otro es así y lo
podemos conquistar, o poseer sus riquezas. Ejemplo que encontramos en la carta de
mister Víctor Clarks sobre los puertorriqueños, un siglo después, al presidente
MacKinley en 1898. El discurso del otro que nos reduce a una especie rara, tiene en el
fondo el sentido de dominarnos y poseer
lo que nos corresponde…

A finales del siglo XVIII nos visitó M. L.


Moreau de Saint-Méry; en 1796 publicó
el libro Descripción de la parte
española de Santo Domingo. Se
habla mucho de su obra como histórica,
pero en verdad es una crónica
etnologizante; sus observaciones
coinciden con la de otros visitantes,
como el Fray Íñigo Abbad y Lasierra
quien realizó una obra similar sobre
Puerto Rico. El valor de estas obras
como crónicas es una fuente de nuestra
historiografía, pero a diferencia de ésta,
es una escritura cruzada por las más
visibles ideologías. En ésta, al igual que
la que escribiera sobre la parte francesa,
funcionaba el comparativismo, la
racialización, el mestizaje, el clima, la
agricultura y ciertas prácticas sociales y
culturales que van a pasar a la narrativa culturalista de finales siglo XIX y principios del
siglo XX, como rasgos que definen a nuestro colectivo.
VI

Moreau de Saint-Méry es todo un personaje del poder. Nació en Martinica, hijo de


franceses, es decir, era un beké, pero su familia vino muy pronto a menos. A los 19 años
pasó a estudiar a metropole (París), donde rápidamente se graduó de abogado. Vivió en
Le Cap (Haití) y recopiló por mandato real varios tomos con las leyes y códigos sobre las
colonias francesas de ultramar; cuando comenzó la Revolución (1789) se encontraba en
París en un círculo de colonos; participó en la redacción de la Constitución con
Robespierre y cae en desgracia en el período del Terror; se esconde con su familia en
Normandía y luego embarca por el puerto de Le Havre hacia Filadelfia, donde montó
una imprenta en la cual imprimió sus obras más conocidas (dos amplios relatos cada
uno en dos tomos de unas 800 páginas sobre las dos colonias de la Isla Española).

VII

Ambos libros son


interesantes. No sólo
por su contenido, sino
para descubrir a este
personaje. Aunque
parece increíble, el
primer libro de
Moreau sobre Santo
Domingo, lo dedicó a
la parte española, en la
coyuntura de la cesión
que hizo España (a
través del valido
Godoy) a Francia del
espacio donde, décadas más tarde, se proclamara la República Dominicana. Esta obra
de Moreau, como la que escribió sobre Haití, fue publicada por subscripción y es notable
que los futuros lectores, o los que invirtieron en la hazaña grandiosa del martiniqueño,
eran en su mayoría ministros, hombres de Estado y colonos de Saint-Domingue
desplazados por las tropas de Toussaint y los cuchillos y el veneno de las bandas de
Makandal y Bouckman.

VIII

La pregunta capital que debemos hacernos es si la obra de Moreau era la avanzada


intelectual, de inteligencia de los bekés desplazados y un deseo de apropiarse de la parte
española de la isla en el momento mismo del despliegue de la Revolución y si ese intento
político fue la base verdadera de una política de defensa de los haitianos que tomaron la
parte Este, porque en verdad creían que los franceses establecerían cabeza de playa allí y
continuarían con la explotación esclavista muy cerca de su territorio.

IX

Pero la vida da muchas vueltas. El libro quedó como una obra de la inteligencia y del
trabajo tesonero de este autor (dieciocho años de investigación), quien cierra su etapa
estadounidense y se dirige a París, donde tiene un puesto de inteligencia en la marina
francesa. Cabe decir que no eran tan buenos los mapas de Moreau de Saint-Méry, quien
luego de ser consejero de Estado fue nombrado en febrero de 1801 Residente de la
República francesa en Parma, Italia, bajo Napoleón y protegido por su compatriota
Josefina Bonaparte, muere.

En el discurso de Moreau
de Saint-Méry, las dos
colonias funcionan como
los polos opuestos.
Continúa las
observaciones de
Vaevers, que rebatiera
Sánchez Valverde. Los
historiadores nuestros la
han tomado para
construir el horizonte de
miseria y abandono que
caracterizó nuestros
siglos de XVII y XVIII; es
la narrativa de la paz
racial; de la haraganería de los españoles de este lado. De esa comparación, la colonia
francesa sale ganando, en modernidad, hacienda y cultivo. Aunque uno de los asuntos
más peliagudos que trata es el tema del mestizaje. En el caso de Haití, Saint-Méry habla
del mulato y de la educación de los niños en la colonia, del vudú, del que se establece
como una de las primeras fuentes.

XI

Creo que en su discurso del otro opera, cabe señalar, la fuerza del extranjero, la
grandeza de su nación y la autoridad que le han dado los historiadores al asumir como
cierta una opinión etnológica que no viene de una profunda comprensión del otro como
sujeto. El dominicano demostró luego, en toda su historia que no era servil, como dice
este autor: con la independencia, con la restauración y las distintas luchas que cruzan el
siglo XX. Cuando habla del criollo orgulloso, creo que se refería a la oligarquía macaca
que se creía lo que no era. Puro bovarismo. No hay ser más auténtico que el dominicano
de a pie; aquel campesino que te dice: aquí sólo tengamos la persona. Creo que Bosch
no estaba equivocado.

XII

El francés entiende que moralmente los dominico-españoles tenían diferencias con


otros pueblos; que en la parte española se desconocía, la prostitución y el robo. La
práctica de la siesta, la carne cecina y la falta de labor, parece haber llamado mucho la
atención hasta el extremo que se han convertido en lugares comunes de las miradas
etnologizantes que buscan definirnos.
La siesta era a la manera francesa una
representación de un mundo definido
por un tiempo lento, en el cual los
hombres parecen muy poco dedicados
al trabajo como ritmo de la
modernidad.

XIII

Su balance, como mirada furtiva de


nuestros orígenes, no es del todo
negativo. Habla bien de las mujeres y
cree que los hombres son holgazanes
que no tienen muchos tratos con los
libros. La llamada holgazanería es algo
que se viene repitiendo, pero sin llegar
a buscar alguna explicación a la falta
de trabajo y fomento de obras en el país. Bosch presentó otra visión del hombre del
campo. Pero otros pensadores siguieron rumiando esa holgazanería como el discurso de
una oligarquía precapitalista que veía, en el trabajo del subalterno, su manera de
acumular riquezas. Asunto aparte era la falta de escuelas para los que habitaban la parte
este de la isla.

XIV

La conducta de los sujetos es difícil de aprehender, y caen en errores lamentables los


que tratan de endilgar a las naciones los defectos de los sujetos individuales. Las
identidades son diversas; no pueden encajonarse fácilmente. La grandeza de la obra de
Saint-Méry es darnos noticias de distintas prácticas que particularizaban una época; y
nos ayuda, como frente a un espejo, a vernos a nosotros mismos en el decurso de los
siglos.

M. L.-E. Moreau de Saint-Méry: Description de la partie française de l'ile de Saint-


Domingue ; Description topographique et politique de la partie espagnole de l'ile de
Saint-Domingue. 1790, 2 vol. in-8

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