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YO FUI ULISES

(HOMERO; Finales S. VIII a.c.)


Mi padre fue marinero. El padre de mi padre también fue marinero. Recuerdo el olor azul del mar
en esas mañanas en que mi padre y yo jugábamos en la playa: en invierno era hermoso descalzarse
y sentir el bocado fresco del agua en los tobillos. A veces jugábamos a ser guerreros y acabábamos
los dos rodando por la arena. Yo quise ser marino, o guerrero, pero la ceguera acabó con todo eso:
me quedé a solas con las imágenes y sus recuerdos. Mientras los demás marchaban a la guerra, yo
escuchaba el ruido de sus armas afilándose, y cuando embarcaban yo escuchaba gritar las
maniobras a los marineros.
Mientras ellos luchaban o pasaban largas temporadas en el mar, yo contaba historias por las noches
a sus hijos: algunas las inventaba, otras me las había contado mi padre, y otras habían existido
desde siempre, según me decían algunos. Así pude combatir en tantas batallas, así conseguí vivir en
alta mar, escuché el canto de las sirenas, imaginé islas, los suelos que no pisaré: amé a las más
bellas muchachas libando vino en cráteras de plata. Por eso puedo decir que yo fui Ulises y Aquiles
Pélida, que he combatido frente a las murallas de Ilión y le he cortado la cabeza a Medusa; yo he
ofrecido hecatombes en honor de los dioses; yo puedo decir que he tenido el amor de Helena de
Troya, aquélla por la que partieron las naves.

ELECTRA (SÓFOCLES; 496 a.c.- 406 a.c.)


Antes de matar a mamá, la besé suavemente en los párpados.

HAMLET 2004
(WILLIAM SHAKESPEARE; 1564-1616)
Soy Hamlet, Príncipe de Dinamarca, tristemente célebre y convertido en espectro, igual que mi
padre, y como él, condenado a vagar en esta forma eléctrica, azul, incorpórea, por el tiempo y el
espacio. Hablo desde un tiempo enloquecido, con autopistas y luces fluorescentes, con una
velocidad que tiembla ingrávida en la sangre: he vivido la guillotina y la caída de las Torres
Gemelas, presencié la muerte del Kaiser Guillermo II, vi los tanques en la Plaza de Tiananmen. He
visitado París y Nueva York, he estado en Bangkok bajo un sol alucinógeno, he roto espejos, he
visto bandadas de pájaros negros volando hacia Occidente, he prendido fuego a edificios de cien
plantas, he navegado entre la fibra óptica que lleva la voz de Tokio a Berlín.
Soy Hamlet, Príncipe de Dinamarca, y os digo —creedme— que he visto a mi padre bajo el fuego
de Bagdad, que he visto el cuerpo de Ofelia flotando sobre las aguas quietas del Támesis.

MEDITACIÓN ANTE LAS RUINAS DE CHERNOBYL


(RODRIGO CARO; 1573-1647)
Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora, páramos quemados, desiertos grises, sarcófagos de cemento
fueron un tiempo Chernobyl famosa, central nuclear de Ucrania. Allá donde miras, Fabio, se inunda
en desolación tu vista: por tierra yace derribado el magno honor de la temida Unión Soviética, la
nube tóxica flotando sobre los altos muros de la central. De sus bravos técnicos sólo verás figuras
espectrales, blancos trajes con pavorosas escafandras. Del cuarto reactor, de las torres de
refrigeración, leves vuelan las radiaciones, la amenaza invisible.
Este despezado anfiteatro, ya reducido a cuna de mutantes y de muertes, impío honor de la ley de la
relatividad, representa cuánta fue su grandeza, cuál es ahora su abandono. ¿Dónde los robustos
leñadores ucranianos, los ingenieros que arrancaban la luz del núcleo de los átomos? Todo
desapareció, cambió aquel incendio en el reactor número cuatro, voces alegres en silencio mudo.
Aquí nació aquel rayo de la luz, hijo digno de la fusión nuclear, honor de Ucrania, sueño de la
modernidad, que acabó siendo Uranio desbocado, dolorido legado de la guerra fría. Fabio, si tú no
lloras, pon atenta la vista en luengas calles ya desiertas, en el reactor impávido ante el viento de
Noviembre, en los bosques deshabitados, en las ciudades sin nadie, en los cristales rotos de las
casas vacías, en la soberbia del hombre convertida en fuego nuclear, pastillas de yodo, leucemias y
cánceres. Ya el bloque soviético se ha olvidado, han quedado sus repúblicas, el color difuminado de
los 80, los televisores por los que el mundo supo de la catástrofe, el vacío que sigue presente en
Chernobyl, la radiación latente bajo el sarcófago que rodea el reactor cuatro, la muerte
expandiéndose lenta en Ucrania. Ya lloramos, Fabio, si lo recuerdas, por las ruinas de Itálica
famosa, cuna de Trajano y de Teodosio; llora ahora Fabio, lloremos con dolor ante las ruinas de
Chernobyl.

CONTRA SAINT-BEUVE (Y II);


(CHARLES-AUGUSTIN SAINT-BEUVE: 1804-1869), (MARCEL PROUST: 1871-1822)
Por último, se olvida Saint-Beuve de algo ciertamente curioso y quizás tan importante como todo
eso de lo que he venido hablando: como bien sabría Saint-Beuve —y toda persona más o menos
cultivada— hay numerosas culturas que creen en el fenómeno de la reencarnación: ese fenómeno
según el cual el alma, o espíritu, no desaparece, sino que vuelve a encarnarse en otro cuerpo
después de la muerte, bien de forma aleatoria, bien en función del comportamiento a lo largo de la
vida.
Supongamos un escritor que publica una novela en la Francia ilustrada del Siglo XVIII: para
conocer bien la novela, según Saint-Beuve, tendríamos que investigar sobre su infancia, su vida
adulta, los amores de su vida, su presencia en los acontecimientos de 1789; pero, ¿y si creyéramos
en la reencarnación?, para conocer esta vida de finales del Siglo XVIII tendríamos que conocer la
vida anterior: como no hay nada que impida un cambio de nacionalidad podríamos suponer un
comerciante italiano de joyas del Siglo XVII y con ello conocer las tasas de comercio de la época,
la situación italiana y los problemas de obtención de las joyas en el Siglo XVII; la cosa se va
complicando un poco: si nos remontamos a otra supuesta vida anterior podríamos hallarnos con un
hombre del medievo inglés: la historiografía de nuevo tendría trabajo que hacer; sin temor a
exagerar podría ir remontándome más hacia atrás y encontrarme con un visigodo, un árabe afincado
en la Granada de Boabdil, un ciudadano de la Roma de Julio César, un Palestino del siglo I a.C., un
ciudadano de la Polis ateniense y así hasta tener que hacer un minucioso estudio de la envergadura
de los mamúts cazados por el hombre de cro-magnon en el que comenzó la aventura del alma de
nuestro buen ilustrado del Siglo XVIII. En verdad, mi querido Saint-Beuve debió tener una
descomunal capacidad investigadora y una no menos importante paciencia para poder comprender
la génesis de una obra literaria de la que, al llegar a la cuarta reencarnación anterior, casi se ha
olvidado su principio. Yo, más perezoso, con menos capacidad investigadora, prefiero creer en las
palabras desligadas de la vida de quien las escribe, en el núcleo misterioso e incierto de la obra
literaria.

IL FAUT ÊTRE ABSOLUMENT MODERNE;


(PAUL VERLAINE: 1844-1896) y (ARTHURRIMBAUD: 1854-1891)
¿Y qué iba a hacer?, ustedes no lo comprenden, él era el mismo diablo —un diablo angelical si
quieren, de ojos azules como un vidrio suave, como un cielo que estuviera sobre los tejados— pero
diablo al fin y al cabo, mi hermoso ángel caído, ustedes también lo habrían hecho, créanme, decía
cosas como que había que ser absolutamente moderno, me decía que veía vírgenes con velos de
fuego, hierbas azules que nos devorarían a ambos, trataba de transplantarme sus visiones, su locura:
no podía hacer otra cosa señores míos, la pistola estaba allí, no tuve otro remedio. Aunque al
principio todo iba bien: en París me divertía secretamente verlo escandalizar a los salones literarios
con sus infantiles obscenidades —claro, también hacía poemas que nunca nadie podrá superar—;
luego vinieron los viajes, nuevos paisajes: la primera época de Bélgica, de Londres, reíamos,
escribíamos, besaba el mármol leve de sus labios y nos acostábamos. Claro que estaba mi mujer,
pero él era como un cuerpo celeste e incandescente, al que uno se veía atraído sin remedio, no podía
acordarme de ella: él me atraía con toda su fuerza. Fue él quien me corrompió, no yo a él como se
ha dicho: su gracia era abrasadora: pudría todo lo que tocaba.
Y luego estuvo el episodio del disparo: el calor, los golpes, las botellas, los gritos, era como una
reproducción del infierno dentro de aquella habitación: habíamos tomado hachís, quizá absenta, no
sé: los latidos de la locura parecían dominarnos a los dos: eran las borracheras, luego nos
acostábamos, o en vez de eso nos pegábamos y empezábamos a gritar, ¿se imaginan ustedes una
sordera inversa, todo el día con su chillido percutiendo mis sienes?; aquel día hacía un calor
insoportable, estaba allí la pistola, la disparé, sí, era sólo un niño me dicen, sí, sólo un niño, no
saben ustedes lo que era vivir con ese niño, lo que era amarlo y sentir las rachas de fuego de su voz.
Pero no me arrepiento de nada, absolutamente de nada. No, no lo he vuelto a ver, así está mejor,
estoy enfermo y cansado. No son ustedes quienes para juzgarme señores míos, no me arrepiento de
nada, hice lo que quise, por nada he de pedir perdón: al contrario que ustedes, yo he intentado ser
absolutamente moderno.

FRAGMENTOS DE UNA CARTA INÉDITAA FELICE BAUER DESDE EL SANATORIO


DE KIERLING; (FRANZ KAFKA: 1883-1924)

Kierling, 12 de Abril de 1924


(…)
… y este clima de algodón humedecido en alcohol parece hacerle bien a mi organismo, aunque sigo
notando ese cansancio en el pecho que me pesa como un plomo rojo en los pulmones…
(…)
… a la tarde el cuarto parece un acuario de luz, como si ésta adquiriera peso y densidad líquidos: un
agua de plata, o un agua de luz, que me permiten pasar la tarde dejándome llevar sobre la corriente
de la fiebre, sosteniéndome en ese polvo metálico que parece flotar en el aire cuando llega la
primavera…
(…)
…consigo sumergirme en el sueño a veces, pero sigue siendo como un fango en el que no acabo de
hundirme y que me impide andar: las horas de la noche son lentas, me dejan intensamente fatigado,
con un dolor que sale de dentro hasta entumecer mis miembros: siento su ceniza en los ojos, tierra
entre la pupila y el párpado, los sueños a veces parecen sostenerse en un vacío vibrante, en un aire
que adquiere…
(…)
Sí, Felice, se acabaron los insectos, los sujetos sin nombre, las colonias penitenciarias, las ratas que
cantan. Lo recubriré todo de cemento y lo tiraré al río, al lago más profundo de mi alma, arrastrando
con ellos mis nervios, el dolor de cabeza: harán falta miles de años para que algún explorador
submarino de mi mente pueda encontrarlos y desenterrarlos…
(…)
… supongo que eso te hará feliz, y que a mí también me lo hará. Max 5 ya sabe qué hacer con los
papeles, pronto los quemará y…
(…)
… por unos días y después volveremos a Praga. Allí nos casaremos y yo trataré de descansar, de
estar tranquilo. Creo que lo conseguiremos, haremos de Praga un círculo encantado: con Praga
nunca han podido, con Praga nunca podrán.
Franz K.
DIEZ RAZONES POR LAS QUE ODIO
VENECIA (EZRA POUND: 1885-1972)
1) Por los miles de turistas.
2) Por los que parece son miles de flashes de los turistas japoneses.
3) Por el mal olor de los canales cuando llega el verano.
4) Porque las góndolas están cada vez más caras.
5) Porque el café que sirven en el Fiore está cada vez más horrible.
6) Porque la luz anaranjada de la tarde sobre sus edificios me recuerda mis años en París y aquellos
días como dilatados6.
7) Porque no le haré el amor a las muchachas que veo apoyarse en el Puente Della Paglia.
8) Porque nunca conoceré el itinerario secreto del Palacio Ducal 7, ni podré dejar caer húmedas al
suelo las horas sentado en el jardín del Palacio Giustianini Reconato.
9) Porque todos nos hundiremos con y como ella.
10) Porque seguramente me enterrarán en San Michele.

PARÍS NUNCA FUE UNA FIESTA


(ERNEST HEMINGWAY; 1899-1961)
Es verdad que en los primeros tiempos de París fuimos muy pobres, pero nada felices. Sí, estaba
Scott8 y París es una ciudad encantadora para alguien joven, pero París nunca fue una fiesta. Lo sé,
he de sentirme —y me siento— culpable por haber arrastrado a la perdición a tantos jóvenes; tal vez
sea culpa mía, pero yo tampoco mandé a nadie publicar esos papeles, ni a rebuscar donde no debían,
asumo mi parte de culpa, pero fueron los editores y quienes les dieron los papeles —ellos sabrán
por qué— los que vieron la gallina de los huevos de oro y se tiraron al agua, si no di ninguna
indicación explícita, si no dejé nada dicho definitivamente, si no pude ni poner una nota aclaratoria:
¿Cómo no iban a aparecer jóvenes en París, atraídos por todo lo que se hablaba en el libro, deseosos
de beber champagne, comer ostras, o entrar en cafés creyendo ver allí muchachas de cara fresca
como monedas recién acuñadas, de disfrutar del sexo con mujeres que siempre le niegan a uno —
las mujeres casi siempre le niegan a uno, a no ser que tenga una buena polla o un buen talonario (y
ya soy demasiado mayor como para ir censurándome). Lo que más me duele son todos los pésimos
escritores que han aparecido a partir de ese libro: ¿a quién cojones le importa que despertara su
vocación literaria o artística? Quizás debí quemar aquellos papeles, pero, ¿qué culpa tengo yo de
que esos jóvenes no sepan leer, de que confundan la felicidad de un libro con la triste vida real?
Y es verdad que lo pasamos bien, y que enseñé a boxear a Ezra 9 y que conocí a Gertrude Stein, y
que era magnífico pasar las tardes en los museos, y que mi mujer me amaba, pero, ¿y las horas
escribiendo helado de frío, sin nada que echarme al gaznate?, ¿y los pisos cochambrosos de París,
con mugrientos colchones en el suelo y cucarachas de un lado a otro?, ¿y lo cara que estaba la
leña?, ¿y las tardes que pasaba frente a cafés en los que no podía tomar nada?, ¿y el hambre de mi
hijo?, ¿y el vacío que uno siente después del sexo? Paris, créanme amigos míos, nunca fue una
fiesta.

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